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Universidad Nacional de Lomas de Zamora.
Facultad de Ciencias Sociales.
Licenciatura en Periodismo.
Asignatura Comunicación II.
ENSAYOENTREGA FINAL
Entrega 1 de julio, primer cuatrimestre de 2014.
INTRODUCCIÓN
El presente ensayo está inspirado en las consecuencias y problemáticas surgidas con la ruptura
o pasaje hacia la posmodernidad, que operan modificando la subjetividad de los individuos
desde hace algunas décadas. Esto hizo necesario plantear la siguiente hipótesis: “La
subjetividad de los sujetos se ve modificada en la posmodernidad” , que será el eje
argumentativo sobre el que se desarrollarán diversas cuestiones.
A modo introductorio se puede decir que la posmodernidad se ve configurada por el lugar que
se le da a las nuevas tecnologías, así como por el diseño y uso que se hace de éstas. También
por las aspiraciones que ligan a la tecnología con la ciencia y el mercado, que permiten que
éstos últimos impongan su lógica como dominante. En este sentido los medios de
comunicación masivos son utilizados como dispositivos que permiten mantener y reproducir
sus intereses.
Todo esto da por resultado una nueva configuración subjetiva de los individuos, que los lleva a
recluirse en sí mismos y tomar una actitud negativa y pasiva respecto al contacto social, pero
que también deteriora su desarrollo individual e incide en sus formas culturales.
DESARROLLO
“El individualismo debe ser, mañana, la realización
completa de las capacidades de todo individuo
en beneficio absoluto de una colectividad”
Che Guevara.
PROCESO DE RECONFIGURACIÓN DE LA INTERSUBJETIVIDAD
Es necesario comenzar por la ruptura, causa o punto de partida a través del cual operan las
modificaciones en la subjetividad de las personas. Es que los procesos que hoy nos fundan han
comenzado a estructurarse desde hace tiempo atrás en la modernidad.
Se introduce un primer eje, las formas de pensarnos intersubjetivamente desde el campo
simbólico que se han ido disolviendo en la individualidad a medida que nos acercamos al día
de hoy.
En un principio, el sujeto operaba en un espacio colectivo en el cual se definía en virtud de la
manifestación del Otro (o Gran Sujeto) al cual se sometía. Éste es quien respondía las
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preguntas sobre los orígenes, y el que en última instancia avalaba los Grandes Relatos sobre
los que se valían las formas discursivas y de vivir de las personas. Dado su carácter incompleto,
por ser una figura ficticia que necesitaríamos los sujetos, se fue modificando con el paso del
tiempo. Algunos lo han llamado Dios, otros Pueblo, y hasta hay quienes le dan dado el nombre
de Raza.
Así, la historia de la humanidad puede resumirse como la historia de las figuras del Otro, de las
cuales las comunidades se valen como fundantes y que permiten la unidad simbólica
intersubjetiva (Dufour, 2003).
Con el proceso de mundialización, dado por la conquista de América y la aparición de los
intercambios globales, los Grandes Sujetos de diversas comunidades se encontraron y
chocaron entre sí. La modernidad se constituyó como un espacio con un referente fundante
muy cambiante, y todo el campo simbólico se tornó complejo. Con el tiempo, ni una mirada
crítica y neurótica basada en la razón pudo afirmar en nombre de qué o quién hacemos lo que
hacemos (Dufour, 2003).
Estos conflictos dejaron un espacio intersubjetivo en descomposición; ya ni los Grandes
Relatos modernos de la Religión, los Estados-Nación y del Pueblo pudieron sostenerse como
un eje fundante de la intersubjetividad colectiva (Dufour, 2003).
Las comunidades ya no tenían a quien preguntar, a quien someterse en tanto comunidad con
unidad simbólica. Este vacío, sin embargo, no es una pérdida de los grandes sujetos, aún
coexisten, pero han dejado de fundarnos.
En este sentido, la ruptura que opera respecto a la modernidad, es que dejamos atrás todos
esos otros para someternos a uno nuevo, la Tecnología (Contissa, 2001).
Esta ruptura es el comienzo de la posmodernidad, el punto de partida a través del cual se
dejan de descomponer los espacios intersubjetivos para recomponerse de una forma nueva
aún en proceso, con lo cual inevitablemente también se reconfiguran las subjetividades desde
una mirada individual.
PROCESO DE RECONFIGURACIÓN DE LA SUBJETIVIDAD
La reconfiguración de la subjetividad del individuo en la posmodernidad será el segundo eje de
análisis, tanto en relación a sí mismo como respecto a su visión del resto de la sociedad.
Proceso que también tiene sus raíces en la modernidad, con la cristalización de la dicotomía
individuo – sociedad.
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Si bien la palabra “individuo” en un principio sirvió para referirse al sujeto como existente en
su propia naturaleza, se lo entendía como parte de un todo. Luego la concepción se fue
modificando y pasó a referirse al sujeto en tanto perteneciente a un grupo, clase o especie.
Hasta llegada la modernidad, donde un cambio de énfasis permitió pensar al sujeto como un
absoluto en sí mismo, y esta es la visión que perdura en nuestros días (Williams, 1961).
En sintonía con el proceso anterior se modificó la concepción de “sociedad”, que en un sentido
actual es pensada como un sistema de la vida en común. Como un absoluto en sí misma,
alejada de las relaciones que encarnan en ella los individuos para dotarla de existencia
(Williams, 1961).
Así, han sido pensados como antinómicos dos campos íntimamente interrelacionados, en
tanto que la sociedad no es más que la suma de los sujetos, las subjetividades puestas en
relación y unidas en un funcionamiento conjunto para alcanzar el mantenimiento y la
reproducción de vida de todos, bajo la cooperación y el compromiso mutuo.
Se puede afirmar que sin la sociedad el individuo no podría existir ni desenvolverse en la forma
que lo hace en el presente, tanto como la sociedad no podría ser pensada sin los individuos
puestos en relación entre sí, vale decir asociados, debido a que este término implica unirse
bajo un mismo fin de forma positiva.
Por eso se propone, por un lado, la idea de un individuo asociado de acuerdo a su posición
positiva frente a la sociedad, como sociedad misma. Por el otro, la idea de “individuo
ensimismado” para referirse al sujeto recluido en sus intereses privados y placeres inmediatos
que dejan de lado, y en cierto sentido corroen, la vida en sociedad.
TECNOLOGÍA COMO ACTUAL PUNTO DE UNIÓN INTERSUBJETIVO
En la actualidad existe un profundo proceso de disolución de la idea de un individuo asociado
intersubjetiva y positivamente con la sociedad, que opera principalmente desde el
mencionado campo simbólico, pero que implica ampliamente al tecnológico.
En este sentido, la tecnología se ha presentado como centro fundador de nuestras existencias.
Es que la hemos distanciado para ser más que un elemento de la esfera cultural y del
desenvolvimiento material, la hemos situado en la intersección de las subjetividades, en el
centro y a lo alto, como el Otro en el cual nos fundamos.
Pero bajo este Otro las subjetividades individuales ya no aparecen asociadas en una relación
positiva con la sociedad, ya no aparecen sometidas a Grandes Relatos fundados en la
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existencia del Otro. Si bien estamos sometidos a una unidad simbólica de forma intersubjetiva
[a la tecnología], es en nuestra individualidad donde se despliega nuestra subjetividad, de
forma aislada y sólo sometida a sí misma.
Se puede decir que bajo el imperio de la tecnología es el fin de los “grandes sistemas de
interpretación que pretendían dar cuanta de la evolución del conjunto de la humanidad”
(Augé, p. 31, 1993).
Así, este nuevo Gran Sujeto que creamos no propone ni impone un sometimiento unívoco u
homogéneo, sino que permite, hasta aboga, por configuraciones subjetivas particulares, que es
el carácter que nosotros mismos le hemos dado.
En este sentido, lo único que se mantiene estable es la tecnología como fundante, como punto
de unión. Pero al no responder diversas cuestiones relacionadas a la forma de pensarnos y
conducirnos en tanto individuos asociados, lleva al exponencial desarrollo y ampliación de la
esfera individual.
Esto es porque la dicotomía individuo – sociedad en pos del primero, ha sido trasladada y
cristalizada en la tecnología, adquiriendo un diseño, funcionamiento y uso dirigido al
ensimismamiento, de acuerdo a los intereses y beneficios del mercado (Contissa, 2001). Esto a
la vez se traduce como retroceso social, en tanto que a la vez la sociedad es pensada como
fuente de problemáticas, ansiedades e inautenticidades en relación al sujeto.
ENSIMISMAMIENTO COMO CENTRO DE LAS SUBJETIVIDADES
Lo que los sujetos hemos impuesto con la tecnología no es un espacio de intercambios y de
relaciones con un fin en común, de individuos asociados y conectados positiva e
intersubjetivamente, sino más bien, un espacio de reclusión hacia la esfera privada.
Aquí, lo que nos funda no es más que lo que cada uno cree fundante en su individualidad, y lo
que deseamos o anhelamos no excede nuestra particularidad y la amplitud de opciones para
elegir lo que somos, creemos y hacemos.
Así, las cuestiones ahora recaen sobre el presente, y tratan sobre la amplitud de opciones para
la satisfacción en la inmediatez. (Contissa, 2001).
Además, la subjetividad del individuo desarrollada en la esfera de lo privado se vale de una
“sociedad mediática”, que genera sujetos bien enterados pero también más desatendidos.
Donde saber parece equivalente a actuar, aunque no lo es. En este sentido, buscamos menos
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exigencias de nuestra relación con la sociedad, y tanto nos hemos replegado que todo lo que
existe es lo que vemos en nuestra pantalla del televisor o la computadora.
Tanto es así que los medios han adquirido una centralidad inédita, vale decir que “en la
actualidad no somos una sociedad con mass media, sino una sociedad donde éstos son
protagonistas de la mediación social” (Contissa, p.25, 2001). Esto es muestra de la potencia de
la tecnología como fundante de la realidad, así como de su centralidad y la de del
individualismo en la configuración de la subjetividad de los sujetos.
Siguiendo esta cuestión, nuestra libertad en la posmodernidad se traduce como la libertad de
desenvolverse individualmente en nuestros intereses privados, como la posibilidad de tener
una amplia gama de opciones con la cual diseñarnos a nosotros mismos (Contissa, 2001). Pero
elegir de diversas opciones preconfiguradas evidentemente no se remite a los principios
modernos que fundaron la idea de libertad, sino que ésta se transforma como consecuencia de
una nueva forma de pensarnos, en la cual nuestros horizontes individuales son más amplios
pero con seguridad menos profundos.
Una transformación similar opera en nuestros valores, que se hallaban sometidos a estructuras
normativas colectivas y uniformadas, respondiendo a la univocidad que transmitían las figuras
de los grandes sujetos. Pero con una individualidad ensimismada, que aboga por el respeto de
las subjetividades y particularidades, los valores colectivos se desvanecen, dejan un vacío que
no puede ser reemplazado. Aparece una estructura que intenta ocupar su lugar, un sistema de
preferencias, en el cual “el universo personal es el contenedor de los valores, escogidos del
menú por uno mismo y a nuestro capricho” (Contissa, p. 16, 2001).
Se puede decir que ahora los puntos de referencia de la identidad colectiva son por demás
fluctuantes, y que la producción de sentido ha adquirido un carácter singular. (Augé, 1993).
DETERIORO DEL INDIVIDUO ASOCIADO
Con la tendencia al ensimismamiento hemos ido desarrollando conductas negativas hacia
nuestra sociedad, las personas han perdido el deseo de cooperar con las demás, se puede
decir que ha aparecido un “yo no cooperativo” (Sennett, 2012).
Así, nos retraemos y no respondemos a las exigencias sociales que se nos presentan como
difíciles, principalmente porque esta distanciación de la sociedad ahora nos genera ansiedad al
tomar contacto. Retraernos la apacigua.
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Según Richard Sennett el retraimiento va de la mano con dos ingredientes psicológicos: el
narcisismo y la autocomplacencia. De acuerdo a esto es pertinente tomar la idea de
narcisismo, en tanto sujeto absorto en sí mismo, y la de complacencia en tanto sujeto con
ausencia de compromiso con la participación y cambio social, o en otras palabras, en tanto
sujeto indiferente (Sennett, 2012).
Esta configuración de la subjetividad, sumada a los procesos de individualización, lleva a la
atrofización de la cooperación y el compromiso social, ya que uno está absorto en sí mismo y
siente indiferencia hacia los otros sujetos (Sennett, 2012).
En este sentido es importante el efecto que tiene sobre los sujetos la proliferación de los “no
lugares” al interior de las ciudades, es decir, la expansión de espacios sin características
históricas, relacionales e identitarias sobre las que los sujetos se vinculen positivamente. Así,
los sujetos en la actualidad se mueven constantemente en espacios comunales y de tránsito,
pero en total anonimato y sin entablar vínculos con otras personas. Se puede decir que en la
actualidad se individualizan las necesidades a la vez que se limitan los espacios de
socialización. (Augé, 1993).
En suma, se puede decir que el individuo asociado, en relación positiva a la sociedad, lo que
fue mencionado como una sociedad configurada por las subjetividades puestas en relación y
unidas en un funcionamiento conjunto para alcanzar el mantenimiento y la reproducción de
vida de todos, bajo la cooperación y el compromiso mutuo, se ha erosionado.
Ahora los sujetos se recluyen en sus subjetividades y evitan el contacto social en la medida
posible. Las demás personas nos son extrañas, ajenas y nos generan ansiedad. Este proceso
tiene su contrapartida en la tecnología, cuyo diseño, funcionamiento y uso controlado en gran
parte por el mercado refuerza el repliegue hacia el ámbito privado.
DISTORCIÓN DE LA POLÍTICA COMO CONSECUENCIA
Las implicaciones de este proceso pueden verse prácticamente en todas las esferas
individuales y sociales, pero hay un área que se ve especialmente afectada, y que a la vez
afecta a todos. Esta es la política, y en tanto que es un eje que necesita de la asociación
positiva de los sujetos, se halla distorsionada.
La política fue pensada en la modernidad, a partir de las revoluciones burguesas, como un
punto de unión de las subjetividades. Se creía que la política podía ser portadora de unidad y
consenso, y ejercida como un poder delegado y obediencial emanado de la comunidad. En
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este sentido, se puede decir que era pensada como “el doble político del Gran Sujeto” (Dufour,
p. 39, 2003).
Pero hoy la política se encuentra alejada de las ideas que la fundaron [que nunca siquiera se
alcanzaron plenamente], lo que es producto del distanciamiento y la negativa hacia la sociedad
que opera en la configuración de las subjetividades desde hace tiempo. Esto hace que la
política se ejerza desde la corrupción y bajo intereses privados, lo que se traduce como pérdida
de la vocación en el oficio de la política.
Dado que los individuos se han retraído y alejado de sus compromisos sociales, se desfigura
tanto la “voluntad consensual factible de la potentia [el pueblo]” (p. 29), como el rol que
toman los representantes del mismo en sus diversas funciones (Dussel, 2006).
Por un lado, el pueblo como fundante de poder se halla disperso ya que son diversas las
reivindicaciones sociales por las que se lucha al interior de la sociedad. Esto, sumado al
ensimismamiento de los sujetos, da por resultado que cuando se elijen qué guerras son las que
se deben luchar cada uno tiene las propias.
Si bien hay quienes dicen que éstas reivindicaciones se unen e interrelacionan para tomar más
fuerza y ser escuchadas, eso no parece ser suficiente frente al grado de dispersión y de
desatendimiento que se ha desarrollado. Esto es producido en gran parte a través del papel
central que les hemos dado a las tecnologías de la información y comunicación como
mediadoras sociales, que nos llevan a la pasividad en vez de la actuación activa.
Por su parte, el rol los políticos en tanto representantes del pueblo se ha distorsionado, al
punto que se puede decir que el ejercicio de la política se ha corrompido. Por un lado, esto
sucedió por la pérdida del carácter simbólico de las instituciones y la pérdida de los Grandes
Relatos que transmitían [consecuencia de la reconfiguración del Otro que nos funda]. Por otro
lado, por la individualización ensimismada bajo la que los sujetos operamos en el presente,
que nos lleva a dejar de actuar como individuos asociados positivamente, de lo que se ha
hablado extensamente.
Esto se lo puede traducir como una erosión de los principios que fundaban las instituciones
políticas, los cuales son mencionados en concordancia con las palabras de Enrique Dussel, a
saber: (a) el aumento, producción y reproducción de la calidad de vida de los sujetos, (b) la
legitimidad de las acciones políticas en tanto democráticas y (c) la posibilidad de la realización
concreta, de la administración, de aquellos dos primeros principios de acuerdo al consenso.
(Dussel, 2006).
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En este sentido, el ejercicio de la política se ha “fetichizado”, y con el mismo sentido que lo
expuso Dussel, porque los representantes y las instituciones desde las que se ejerce el poder
se afirman como la sede, el fundamento del poder. Así, los representantes se desvinculan del
pueblo y se convierten en autorreferentes, practicando un ejercicio que se transforma en
dominación. Esto también repercute en las ya dispersas reivindicaciones del pueblo, que jamás
podrán ser cumplidas porque el ejercicio del poder funciona como una instancia separada
(Dussel, 2006).
Entonces, los principios que gobernaban a las instituciones, y a los que debían responder los
políticos, están distorsionados. Por esto prácticamente ha desaparecido el político de
vocación, que ha sido reemplazado por políticos de profesión, que acordes a la individualidad
ensimismada sólo velan por sus beneficios e intereses personales, lejos de atender las
necesidades de los demás sujetos.
También el poder del pueblo como una voluntad consensual factible está distorsionado, ya que
nos hallamos dispersos y pasivos; aún con la existencia de movimientos sociales, éstos se
encuentran carentes, vacíos del carácter simbólico colectivo que en tiempos pasados
contenían. Hoy más bien son efímeros y se reestructuran constantemente, como modas, al
igual que los individuos.
MERCADO, TECNOLOGÍA Y SUBJETIVIDAD
Al mismo tiempo que se distorsiona la política, en un proceso inverso, el mercado encuentra
su fuerza ampliando lazos con la tecnología y promoviendo el ensimismamiento. Esto le
permite a los agentes capitalistas, que están detrás de los hilos que tejen el mercado, ejercer
presión y moldear las subjetividades para su beneficio.
Así, se han disparado “aspiraciones fáusticas” a partir del lazo simbiótico que en la
posmodernidad une la tecnología y el mercado, y bajo el cual se reproducen recíprocamente
(Sibilia, 2006). Es que hemos permitido que el mercado tenga control sobre el Otro que nos
funda. Por eso se ha llegado al punto en el que el mercado configura no sólo los intercambios
materiales, sino también las subjetividades, utilizando a las tecnologías como medio
posibilitador.
En este sentido, según las ambiciones que el mercado ha logrado plasmar en la tecnología,
hemos dejado de depender de los otros para depender del consumo, lo cual sólo ha sido
posible con la cristalización de la idea de status social.
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En este punto es preciso recurrir a la idea de “comparación odiosa”, según la cual nos alientan
desde pequeños a comprar cosas que no necesitamos y mirar con desdén a personas de otras
esferas o clases sociales, de acuerdo a lo que tienen o lo que carecen, o qué tan aptos o no
creemos que son para algo. (Sennett, 2012).
Esta comparación odiosa es la personalización de la desigualdad, y la base del sentimiento de
superioridad [o inferioridad], que desarrollamos en torno de las posesiones materiales y la
riqueza personal, es decir el estatus que alcanzamos, de acuerdo a lo propuesto por el
mercado.
Esto tiene como contrapartida el fomento de que el valor personal y el éxito se miden sólo
desde la individualidad y el sacrificio personal.
Vemos que se refuerza el proceso de no cooperación y de indiferencia hacia la asociación e
interdependencia con los demás individuos, lo que nos pone cada vez en una posición más
negativa respecto a la sociedad. A la vez se promueve con fuerza el ensimismamiento de los
sujetos beneficioso sólo para el mercado y sus titiriteros, ya que el hombre es por naturaleza
un ser social. Sin ir muy lejos, ni siquiera dispondríamos de los signos con los que pensamos si
no hubiese un proceso de socialización en el cuál se nos enseñara un lenguaje.
Pero esto no es todo, la tecnociencia y el mercado, con la promesa de romper barreras y
alcanzar la inmortalidad, intentan ir más allá para lograr sus pretensiones de controlar la
configuración de la subjetividad y los comportamientos de las personas. Desde que somos
pensados como “información codificada en soporte bioquímico” (Sibilia, p. 135, 2006) quieren
lograr manipularnos en nuestro pensar y hacer desde nuestro código genético.
Un ejemplo son las aspiraciones que nacen desde una eugenesia renovada, que persiguen el
fin de “mejorar” a los sujetos. Ideas como integración de chips para ampliar nuestras barreras
de procesamiento de la información, y formulaciones como engendrar sujetos manipulados
genéticamente para eliminar determinados comportamientos a antojo, aparecen como una
amenaza a la subjetividad y el comportamiento (Sibilia, 2006).
Este tipo de ambiciones, si llegasen a concretarse, también ampliarán la desigualdad entre los
sujetos, en tanto que mejorar a las personas se traduciría en quiénes tendrán acceso a la
evolución inmediata y quiénes quedarían relegados bajo una nueva forma de primitivismo.
Esto también atentaría a la asociación de los individuos aumentando la brecha que los separa.
Indudablemente también actuaría sobre procesos subjetivos, personales y hasta evolutivos en
los que no deberían intervenir [al menos de esta forma].
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Así, el mercado, ni siquiera defiende el ensimismamiento, la pasividad y el despliegue de lo
privado que fomenta, sino que busca alcanzar un control total sobre los sujetos.
En este sentido, nos encontramos con un proyecto actual que ha dejado de lado la mejora de
las condiciones de vida de la mayoría de los sujetos, y en cambio, estamos atravesados por un
impulso insaciable del mercado y su dispositivo, la tecnología (Sibilia, 2006).
MERCADO Y MEDIOS DE COMUNICACIÓN
Todo lo expuesto nos lleva a otro gran eje que atraviesa la configuración de las subjetividades
en la posmodernidad. Es que la centralidad de la ideología que trasmite el mercado sólo ha
sido posible a través de la capacidad de difusión que han alcanzado las tecnologías de la
comunicación y la información. Especialmente a través del control de los medios masivos
como la televisión, la radio, la prensa gráfica, y más actualmente, Internet.
La segunda revolución tecnológica, que tuvo su punto de inflexión con la aparición de la
digitalización, permitió que se puedan ofrecer diversos productos en una plataforma, así como
un solo producto en distintas plataformas a través de la diversificación (Castells, 2009).
Este proceso se desarrollo a través de una integración vertical que fue concentrando la
propiedad de los medios en manos de poderosos magnates. Aparecieron grandes multimedios,
especialmente a base de capitales estadounidenses, país que justamente cuenta con la mayor
“industria cultural” (Adorno y Horkheimer, 1944) y exportación de contenidos.
Así, los lazos que desarrolló y expandió el mercado con las nuevas tecnologías y los medios de
comunicación, no sólo le permitió trasmitir su ideología y sus discursos para su reproducción,
sino que también le permitió ingresar en un área muy rentable que perpetúe su “hegemonía”
(Kohan, 2004).
Este proceso se puede ilustrar con el caso de América Latina, y las consecuencias que esto ha
tenido sobre las sociedades y sus subjetividades, de acuerdo a los lazos que han desarrollado
los grandes grupos mediáticos regionales con los conglomerados mediáticos multinacionales,
manejados por intereses comerciales.
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MEDIOS DE COMUNICACIÓN: EL CASO DE AMÉRICA LATINA
Los grupos mediáticos regionales, como Clarín en Argentina o Globo en Brasil, son quienes
controlan gran parte de la rentabilidad de los mercados y mantienen las mayores audiencias
(De Moraes, 2011). Estos grupos aprovecharon los vértices de unión que ofrecen las nuevas
tecnologías e incorporaron bajo su poder diversos medios masivos junto a sus diversas formas
de difusión. Esto sólo fue posible gracias a sus lazos con capitales extranjeros.
Se puede encontrar entre los más importantes efectos negativos de este tipo de
concentraciones la unificación de las líneas editoriales, así como la prevalencia de las
ambiciones empresariales extranjeras y de los grandes grupos mediáticos regionales, que
actúan por fuera de los intereses de las sociedades.
Las conveniencias corporativas del capital foráneo frecuentemente se sobreponen a las
tradiciones e identidades locales, a la vez que persiguen estrategias de maximización de las
ganancias, sin manifestar el menor interés por la formación educativa y cultural de los
espectadores, menos aún por el pluralismo en las programaciones (De Moraes, 2011).
Pensemos en el consumo que hace América Latina de productos audiovisuales, de los cuales
un 85% proviene de Estados Unidos; y pensemos cómo son esos productos culturales. Su
desinterés es evidente. Es aún más triste cuando los contenidos son de producción nacional.
En este sentido, las identidades latinoamericanas se hallan confusas, al extremo de que
muchas zonas o países latinoamericanos imitan las formas culturales foráneas, las cuales
consumen día a día a través de los contenidos de los medios de comunicación masivos.
Esto, a la vez fomenta una mayor importación de los productos de consumo característicos de
esos países, lo que le permite a las multinacionales sacar gran provecho. Se puede ver cómo
los países imperialistas perpetúan a través de los mass media la dependencia de América
Latina a importar su forma de pensar y vivir.
Esto tiene severas implicancias en la formación de las subjetividades e identidades
latinoamericanas, que se ven bombardeadas por contenidos e ideologías que no los
representan, y por un fomento y orientación del consumo que no los beneficia.
Ya se puede ver reflejada esta tendencia en un texto publicado en 1975:
“Son todas formas afirmadas por otros e introducidas entre nosotros sin que
hayamos participado en su creación. Por eso en América son afirmaciones sobre una
realidad y sobre objetos que no son los nuestros.” (Kusch, p. 93, 1975).
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Otra gran problemática implicada en la formación de las subjetividades es que los medios de
comunicación han perdido su función de informar y controlar los otros poderes como medio
liberador. Principalmente por los intereses comerciales que los manejan, y que a la par
controlan a sus periodistas.
Así, la idea de que mayor apertura de información corresponde a mayor libertad democrática
se muestra como inválida en la posmodernidad, por un lado porque el status que tiene la
información ante todo es de mercancía. Por otro lado, por la actual superabundancia de
información que reconfigura la censura en un sentido inverso al tradicional. Esta ahora no
actúa amputando información, sino sobreinformando, lo que no deja huellas de la falta de
contenido y la hace invisible a los ojos de los sujetos (Ramonet, 1999).
En este sentido, la comunicación mediática como máquina empresarial se erigen como el
segundo poder, por sobre el político. Esto tiene mayores consecuencias negativas cuando las
fuerzas que controlan los medios son extranjeras.
Así, la democracia en América Latina es la que más se corroe, ya que cuando se posee “el
poder económico y el poder mediático, hacerse con el poder político no es más que un mero
trámite.” (Ramonet, p. 52, 1999).
En resumen, fuerzas ajenas a las sociedades latinoamericanas tienen la capacidad de dirigirlos
en su opinión e ideología, en su consumo y en su política, configurando en gran parte la
subjetividad de los sujetos y su interacción con el resto de la sociedad. En este sentido, se
valen del ensimismamiento y la pasividad que fomentan para evitar la réplica o resistencia en
los sujetos.
CONSECUENCIAS CULTURALES E IDENTITARIAS
Los procesos que han sido mencionados en relación a tres frentes imperantes en la actualidad:
el mercado, la tecnología y los medios de comunicación masivos, han desembocado en una
transformación de la comprensión espacial y temporal que hacen los sujetos de sí mismos y su
entorno, lo que repercute profundamente en la configuración de su subjetividad e identidad.
Dado que en la posmodernidad las cuestiones se vuelcan sobre el presente y la amplitud de
éste a partir de lo inmediato, y las fronteras nacionales se encuentran distorsionadas por la
globalización surgida de las tecnologías de la información y la comunicación, se ha producido
de forma colateral una fractura cultural que opera en la difusa separación entre lo local y lo
global.
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En este sentido, proliferan Estados cada vez más débiles que desaparecen en su
agrandamiento externo y su reducción interna, a la vez que la descentralización y la
fractalización del mundo se muestran en el futuro de todas las tentativas de la globalización.
De hecho, la fractura y fragmentación son las consecuencias inducidas de la presión y la
comprensión de aquello que se pretende completo o acabado. (Virilio, 2004).
Esto produce una crisis contemporánea, no solo comunicacional y cultural, sino también
económica, política y social. El paso a la posmodernidad trajo como consecuencias
transformaciones en los sistemas de producción y empleo, en el consumo, el intercambio
simbólico y las culturas identificatorias. Así, como nuevas problemáticas relacionadas a las
migraciones, las megaciudades fragmentadas, la violencia y los conflictos interétnicos,
consecuencia de la creciente brecha entre la riqueza y la pobreza. (Ford, 1994)
En este sentido, la crisis social y cultural es producida en parte por la tecnología y los medios
de comunicación masivos, a partir del uso que hacen de éstos los intereses económicos y
comerciales. Esto, por un lado, está produciendo el ensimismamiento de los sujetos, lo que se
da en pos de una individualización de las referencias y en deterioro de una asociación positiva
con el resto de la sociedad, como ya se ha mencionado. Pero por otro lado, a nivel global, está
produciendo transformaciones complejas en las culturas, en las formas de percepción y en los
sistemas de construcción de sentido.
Esto ha llevado a que los procesos de localización y globalización generen nuevos
ordenamientos culturales, ya que mientras el hombre se localiza cotidianamente de forma
local, los mass media proponen localizaciones simbólicas trasversales, no territoriales. (Ford,
1994).
En medio de esto la información que nos llega del resto del mundo, y en parte, de zonas
aledañas o cercanas, es tratada desde la óptica de diversos medios de comunicación que
actúan por fuera de los intereses de la sociedad. América Latina se ve especialmente
bombardeada por contenidos y consumos que no representan a sus poblaciones, pero que se
intenta que sean plenamente incorporados.
Sin embargo, estos procesos de globalización simbólica, de homogeneización cultural, avanzan
en paralelo con profundos procesos internos de hetereogeneización (crecimiento de minorías
con patrones culturales específicos) y de fragmentación cultural (pérdida, confusión o reciclaje
de patrones culturales) que ponen en jaque el entendimiento de las formas culturales actuales
si no se buscan nuevas perspectivas de interpretación.
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Esto sin dudas repercute aún más gravemente a la hora de que los sujetos se piensen a sí
mismos en tanto dotados de una determinada identidad, y en tanto ésta indentificada a una
determinada forma cultural y social.
Se puede decir que el sujeto se ve desbordado, por un lado respecto a la superabundancia de
información y de acontecimientos a su alcance de forma simultanea, lo que produce el exceso
de querer darle sentido al mundo entero desde el presente, y en él a sí mismo. Por otro lado,
se ve desbordado por la transnacionalidad espacial que debe abarcar mentalmente, lo que da
por resultado un abanico de mosaicos con los que intenta pensar a la realidad mundial, a
través de los ya incompletos y condicionados estímulos informativos y culturales que le llegan.
A la vez que se ve desbordado en sí mismo, por haberse convertido en su centro. (Augé, 1994).
Esto da por resultado que la ruptura de barreras espaciales y temporales, previsto como algo
positivo, lleve a un desordenamiento de las subjetividades a nivel personal e identitario, en la
relación con la sociedad y con las formas culturales, ya que son diversos los frentes que atacan
al sujeto y que éste debe asimilar.
Aún es pronto para analizar esto como un proceso acabado, pero se puede ver cómo los
sujetos se encuentran frente a una dislocación de las concepciones acerca de su localización
temporal, espacial y de sí mismos. Esto conduce a una configuración incierta de su subjetividad
en relación a su identidad y cultura, ya que se está inserto en un escenario local y global muy
complejo y contradictorio.
POTENCIAL LIBERADOR DE LA TECNOLOGÍA
Frente a este panorama no todo está perdido bajo el imperio de la tecnología en nuestras
vidas. Las nuevas tecnologías trajeron consigo un potencial liberador que puede ser utilizado
por los sujetos y las sociedades que crean que un cambio radical es necesario.
Ha aparecido una nueva forma de comunicación a partir del grupo de tecnologías, dispositivos
y aplicaciones que actúan vía Internet, y que sustentan la proliferación de espacios sociales de
comunicación horizontal interactiva entre los sujetos.
Ésta puede denominarse “autocomunicación de masas”, porque como emisor uno mismo
genera el mensaje y define los posibles receptores, y como receptor uno selecciona los
contenidos de la web o de las redes de comunicación que desea recuperar, a la vez el mensaje
puede llegar potencialmente a una audiencia global (Castells, 2009).
Florencia Cingolani 15/19
Se puede decir que está naciendo una “audiencia creativa”. Si bien ésta sigue siendo el objeto
de comunicación y un medio de las empresas para conseguir beneficios, la audiencia ha
desarrollado por medio de las nuevas tecnologías de la comunicación la capacidad de una
producción interactiva de significado. (Castells, 2009).
Ahora los sujetos pueden ser fuente de una cultura de remezcla liberadora, que reoriente el
uso de las tecnologías de forma positiva, ya que este tipo de comunicación tiene el potencial
de una producción diversa e ilimitada para construir significados autónomos en el imaginario
colectivo (Castells, 2009).
En este sentido, los sujetos han empezado a construir su propio sistema de comunicación de
masas a través de mensajes, blogs, podcasts, wikis, torrents y similares. Esto permite la
circulación, combinación y reformateado de cualquier contenido digitalizado.
Aunque este modelo de comunicación no es el dominante en la actualidad, sí existe el
potencial de la autocomunicación de masas para funcionar como contrapoder en la medida
que sea necesario, dotando a los sujetos y a las sociedades de la posibilidad de una réplica, de
resistencia. Esto puede darle a los nuevos medios de comunicación digitales un carácter más
positivo y anclado en intereses diferentes a los del mercado.
Pero esto será posible sólo en la medida que los sujetos confronten la pasividad y el
ensimismamiento que se les ha impuesto, y se asocien de forma positiva con el resto de la
sociedad.
Un primer paso puede ser la resignificación independiente y la unión de las subjetividades bajo
los nuevos medios de comunicación interactivos. En este sentido, es primordial luchar por el
mantenimiento de estos terrenos comunales que son las redes de comunicación que Internet
ha hecho posible, a la vez que se ejerza un uso crítico y constructivo del espacio.
En este sentido, será necesario el esfuerzo y la toma de responsabilidad por parte de los
sujetos a la hora de informarse y de transmitir información o comunicar.
Pero el siguiente paso debe ser por fuera de la pantalla del computador, a través de la unión
colectiva y de movimientos sociales más fuertes. A pesar que éstos encuentran dispersos y
vulnerados en su carácter simbólico colectivo, pueden unirse, aunque no sea necesariamente
“sobre la base de valores compartidos, sino de compartir el valor de la comunicación” como un
medio de liberación individual, social y cultural (Castells, p.67, 2009).
Florencia Cingolani 16/19
CONCLUSIÓN
Pareciera que la conformación de la subjetividad en la actualidad se ve seriamente
coaccionada desde diversos frentes, que operan fomentando el ensimismamiento de los
sujetos y disociándolos de la sociedad. En este sentido, es la lógica del mercado la que
establece los parámetros para entender y ser en el mundo, utilizando a la tecnología, la ciencia
y los medios de comunicación masivos para hacer eficaz su tarea. Su meta es que nada atente
contra los fines comerciales, de enriquecimiento y de poder que persiguen, ni siquiera los
gobiernos.
Pero es posible que se desarrolle un potencial liberador en los sujetos, y no sólo a través de las
nuevas posibilidades que brindan las nuevas tecnologías de la información y comunicación, y
tampoco sólo desde movimientos sociales reivindicativos más fuertes.
Este potencial, que puede cambiar las tendencias actuales y que está en la base de cualquier
acción posible como las recién mencionadas, reside en la mente de cada persona, en la
posibilidad que tiene cada uno de reconfigurar su subjetividad. Con esto no hay que pensar en
la mirada narcisista y ensimismada del sujeto como centro, sino en el poder de que reside en la
mente de cada sujeto de “hackear” el orden establecido.
Si la conformación subjetiva saludable y positiva de los sujetos está siendo sumamente
vulnerada en la posmodernidad a través de la expansión de su universo personal y el control
de éste, la liberación sólo puede estar en el reformateo de éste espacio.
Frente al actual panorama, creo que esto sólo será posible si el cambio parte desde el enfoque
que los sujetos hacen del mundo, de la forma que comprenden y se conducen en éste, que
lleve a una forma de vida individual, social, cultural, económica y política diferente. El cambio
debe permitir a los sujetos estabilidad y realización respecto a sí mismos, también verse
identificados y conectados entre sí intersubjetivamente respecto a los otros sujetos que
componen su comunidad. Por último debe permitirles sentirse inmersos en una cultura que los
represente.
Además, es importante que se inicie un cambio del diseño y uso de la tecnología, separándola
de los lazos que la unen a los intereses comerciales en la medida que sea posible. Respecto a
esto la tecnología ha mostrado su potencial liberador si se reorienta en su actual diseño su uso
para desarrollar nuevos modelos comunicativos.
Florencia Cingolani 17/19
Aquellos sometidos a la dependencia tecnológica y consumos que no los representan son los
sujetos ideales para comenzar a pensar como franquear las lógicas que les han sido impuestas
y que se intenta que interioricen y reproduzcan.
En este sentido, América Latina es un terreno ideal para comenzar a pensarnos de forma
emancipada, para reflexionar sobre el mestizaje del que estamos hechos, sobre nuestras
identidades culturales que reclaman vigencia, sin olvidar nuestra historia y nuestra lucha. Esto
debe lograrse conceptualizando desde nuestra posición y no la de los “otros”,
desembarazándonos de su herencia; sólo así tendremos el poder para una verdadera
emancipación de la dependencia de lo extranjero. (Barbero, 1987).
Esto no se trata de rechazar “lo de afuera”, sino de revalorizar nuestras raíces, revalorizar lo
que somos y poder decidir por nosotros mismos cómo queremos ser y cómo se llamará lo que
somos, a través de una filosofía propiamente Latinoamericana.
A razón de todo lo expuesto, propongo que sólo siendo un hacker se puede lograr todo lo
mencionado. No un hacker de computadoras que propaga virus informáticos a otros
ordenadores. No hay que verlo de esa manera. Los hackers son personas creativas e
innovadoras, aquellas que desafían y cambian el sistema para que funcione diferente. Es sólo
la forma en la que uno piensa la que lo hace un hacker. Esto no sólo incluye a la tecnología,
sino que todo está para ser hackeado, la política, la economía, la lógica del mercado, incluso la
educación.
Florencia Cingolani 18/19
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