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FRANCIA DANIELA CASTILLO MARTINEZ 1656045 APLICACIÓN DE LA TENCONOLOGIA DE LA INFORMACION ACTIVIDAD 1.1 TEMA: GRUPOS SOCIALES ALUMNA:.FRANCIA DANIELA CASTILLO MARTINEZ. 1656045, 2° D. MAESTRA: AGUSTINA RIVERA MONTERREY, NUEVO LEON 04/09/2016

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ACTIVIDAD 1.1

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APLICACIÓN DE LA TENCONOLOGIA DE LA INFORMACION ACTIVIDAD 1.1TEMA: GRUPOS SOCIALES ALUMNA:.FRANCIA DANIELA CASTILLO MARTINEZ. 1656045, 2° D. MAESTRA: AGUSTINA RIVERA

MONTERREY, NUEVO LEON 04/09/2016

Introducción Un grupo social es un conjunto de personas con similares características , que se relacionan con cierta interdependencia, unidos por un objetivo en común y la convicción de que pueden alcanzarlo juntos. El movimiento estudiantil de 1969 fue un movimiento social en el que los estudiantes de diferentes universidades, profesores, intelectuales, amas de casa, obreros y profesionistas de la ciudad de México fue reprimidos por el gobierno mexicano la matanza de Tlatelolco ocurrida el 2 de octubre de 1968 en Tlatelolco.

Tabla de ContenidoGrupos sociales (Tlatelolco 68)5Tlatelolco(68)10Bibliografía2

Grupos sociales (Tlatelolco 68)

La psicología social de las relaciones intergrupales es el área de la psicología que estudia las causas y consecuencias de las acciones y percepciones que tienen los individuos sobre sí mismos y los otros en tanto miembros de diferentes grupos sociales. Sherif y Sherif (1979) definían este campo de investigación como el análisis de aquellas conductas y actitudes que surgen de la pertenencia concreta o deseada a un grupo humano. Esta línea de trabajo se ocupa entonces de las conductas intergrupales de los sujetos, es decir, de las similitudes y uniformidades en los patrones comportamentales que emergen de la percepción del sí mismo y de los otros en términos de su adscripción a un grupo social (Tajfel & Turner, 1979).

Desde esta perspectiva, un grupo social es entendido como una representación cognitiva del sí mismo y de los otros en tanto miembros de una misma categoría social (Turner, 1999). Un grupo social es, entonces, un grupo de personas que se clasifican a sí mismas como miembros de la misma categoría, se identifican con esta categoría y están dispuestas a actuar de acuerdo a las normas de tal categoría (Turner, Hogg, Oakes, Reicher, & Wetherell, 1987). Esta categorización se define sobre la base de creencias religiosas, ubicación geográfica, orígenes étnicos, raza, género, nacionalidad, estatus socioeconómico, estatus legal, edad u otras características relevantes.

A partir de estas nociones básicas, la investigación sobre las relaciones intergrupales se ha ocupado de los mecanismos psicosociales que se encuentran a la base de varios fenómenos intergrupales, en particular de aquellos aspectos conflictivos de la relación entre miembros de distintas categorías sociales. Al mismo tiempo, la investigación se ha abocado al estudio de condiciones y mecanismos asociados a la reducción del antagonismo intergrupal y la promoción de relaciones intergrupales, solidarias, positivas o armónicas.

El presente artículo tiene como objetivo describir el estado de la investigación sobre relaciones intergrupales en la psicología social psicológica actual1. La primera parte se dedica a delimitar conceptualmente algunos de los principales fenómenos estudiados por la psicología de las relaciones intergrupales, a saber, los estereotipos, el prejuicio y la discriminación. Si bien la literatura sobre relaciones intergrupales se ocupa del estudio de otros muchos fenómenos como el etnocentrismo (Sumner, 1906), los patrones comunicativos intergrupales (Giles & Powesland, 1975), el favoritismo endogrupal (Otten, 2002) o la infrahumanización de los exogrupos y sus miembros (Leyens, Cortes, Demoulin, Dovidio, Fiske, Gaunt, Paladino, Rodríguez- Pérez, Rodríguez-Torres & Vaes, 2003), este artículo enfoca su atención en los tres constructos más clásicos. Esto es porque, precisamente, parte importante del quehacer de la psicología de las relaciones intergrupales ha girado en torno a estas tres formas particulares de hostilidad. La segunda parte presenta los principales modelos explicativos que se han acumulado desde principios del siglo XX para comprender las bases psicosociales de la hostilidad intergrupal. La tercera parte se ocupa de la armonía intergrupal en tanto metáfora de una situación intergrupal caracterizada por comunicaciones intergrupales efectivas, actitudes positivas, ausencia de discriminación, respeto y valoración de las diferencias intergrupales. Aquí la discusión gira en torno a las condiciones necesarias para que el contacto interétnico posibilite relaciones intergrupales armónicas.

Fenómenos intergrupales: estereotipos, prejuicio y discriminación

FENOMENOS INTERGRUPALES

Estereotipos

El término estereotipos fue introducido por primera vez en la literatura en 1922 por Lippmann como las imágenes en nuestras cabezas de los grupos sociales (Lippmann, 1922, p. 4, traducción de la autora). Desde entonces, los estereotipos son comúnmente definidos como las creencias consensuales sobre los atributos (características de personalidad, conductas o valores) de un grupo social y sus miembros.

PREJUICIO

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El prejuicio ha sido históricamente conceptuado como las actitudes derogatorias hacia una persona debido a su pertenencia a determinada categoría social. Como en el caso de los estereotipos, el prejuicio ha sido caracterizado de diversas maneras (Brown, 1995; Dovidio & Gaertner, 1986; Duckitt, 1992). Sin embargo, a diferencia de los estereotipos, existe un consenso más amplio a la hora de conceptuar el prejuicio como una disposición intergrupal negativa.

DISCRIMINACION

Son las limitaciones ampliamente conocidas del modelo tripartito hacen que en la mayoría de los casos el prejuicio se haya conceptuado y operacionalizado primordialmente desde su dimensión afectiva, diferenciándolo claramente de las creencias (estereotipos) y las intenciones o conductas (discriminación).

Estereotipos, prejuicio y discriminación son términos utilizados ampliamente, algunas veces de manera muy laxa, como si fueran conceptos intercambiables. Esto se debe probablemente a que estos fenómenos están altamente relacionados, ya que son expresiones particulares de un fenómeno más general denominado aquí hostilidad intergrupal.

Estereotipos.

Recientes conceptuaciones hacen énfasis en la distinción entre estereotipos y estereotipia (Oakes, Haslam, & Turner, 1994; Leyens, Yzerbyt, & Schadron, 1994). Los estereotipos son las percepciones sobre una persona a partir de su pertenencia a ciertos grupos o categorías sociales, mientras que la estereotipia apuntaría al proceso cognoscitivo de atribuir ciertas características a las personas sobre la base de su pertenencia a tales categorías.

Ahora bien, a pesar del amplio consenso alrededor de esta definición general, existe un gran debate sobre las propiedades particulares de los estereotipos. Así, autores como Katz y Braly (1933, 1935) o Adorno, Frenkel-Brunswik, Levinson y Sanford (1950) conceptuaban los estereotipos como sobregeneralizaciones rígidas, erróneas y/o patológicas acerca de los atributos de los grupos sociales y sus miembros. Otros autores, en cambio, resaltan el hecho de que algunos estereotipos no necesariamente son erróneos y tienen un grano de verdad al menos en la medida de su validez consensual (véase Brigham, 1971 o Brown, 1995, para una revisión). Por otra parte, los modelos cognitivos rechazan la idea de que los estereotipos son impresiones fijas y rígidas. Desde estas perspectivas, los estereotipos son juicios basados en categorizaciones fluidas que dependen ampliamente del contexto comparativo en que se generan (Oakes, et al., 1994). Finalmente, en contraposición de la visión patológica de los estereotipos, muchos autores asumen que los estereotipos surgen de procesos cognitivos normales y naturales como los procesos de categorización (G. Allport, 1954, Leyens et al., 1994; Oakes et al., 1994; Tajfel, 1981).

En lo que respecta a su contenido, la literatura muestra que los estereotipos están muy lejos de ser atribuciones neutrales. Los resultados nos enseñan que si bien existen estereotipos positivos, los estereotipos sobre los exogrupos y las minorías tienden a tener más connotaciones negativas que los estereotipos sobre los endogrupos y las mayorías (Ganter, 1997; Hilton & von Hippel, 1996). Adicionalmente, se ha mostrado que los estereotipos negativos están más consistentemente ligados a las actitudes intergrupales, que los estereotipos positivos (Stangor, Sullivan, & Ford, 1991). Finalmente, los resultados muestran que estas atribuciones están estrechamente ligadas con las formas socialmente permitidas de interacción con los miembros de los grupos sociales, evidenciando que los estereotipos, aún los positivos, definen los lugares de los grupos en la jerarquía social y permiten la legitimación de las relaciones de poder entre los grupos (Fiske, Cuddy, Glick, y Xu, 2002).

Prejuicio.

Una de las definiciones de prejuicio más influyentes en la actualidad es la propuesta por Brown (1995), quien se refiere al prejuicio como la tendencia a poseer actitudes sociales o creencias cognitivas derogatorias, expresar afecto negativo o presentar conductas discriminatorias u hostiles hacia miembros de un grupo debido a su pertenencia a ese grupo en particular (p. 8, traducción de la autora).

Tal y como se desprende de la definición anterior, el prejuicio es visto aquí como un caso especial de actitud. En este sentido, muchos autores han adoptado el clásico modelo tripartito para distinguir los componentes cognitivos, afectivos y conativos del prejuicio (G. Allport, 1954; Brown, 1995; Dovidio & Gaertner, 1986; Stangor, et al., 1991; Tajfel, 1981). Desde esta perspectiva, las respuestas evaluativas negativas hacia un miembro de un grupo social (componente afectivo-evaluativo) están basadas en una particular estructura de creencias sobre los atributos de los miembros de ese grupo social (componente cognitivo) y son susceptibles de concretarse en conductas hostiles (componente conativo).

Una de las discusiones más relevantes en los últimos 20 años de investigación en prejuicio está ligada a los cambios históricos en las formas de expresión de actitudes derogatorias. Desde la década de 1980 la investigación ha venido documentando un efecto de desvanecimiento de la expresión de hostilidad hacia las minorías étnicas en las encuestas de opinión en países occidentales altamente industrializados (Oskamp, 2000). Esto evidentemente refleja un mejoramiento substancial de las relaciones interétnicas, pero también responde a los cambios en las normas socioculturales que sancionan la expresión de formas tradicionales de prejuicio, lo que da como resultado que el antagonismo, lejos de estar erradicado, se exprese en formas más sutiles y complejas, difíciles de detectar con instrumentos tradicionales de medición de prejuicios. Estas nuevas formas de prejuicio se han estudiado bajo el nombre de racismo simbólico (Kinder & Sears, 1981), racismo ambivalente(Katz & Hass, 1988), racismo aversivo (Dovidio & Gaertner, 1986) o racismo moderno (McConahay, 1986).

Es en el contexto de esta discusión que Pettigrew y Meertens (1995) introducen los conceptos de prejuicio abierto y prejuicio sutil para distinguir la forma caliente y directa de la variante fría, distante e indirecta de hostilidad interétnica. De acuerdo a estos autores, el prejuicio directo apunta a un rechazo de las minorías étnicas sobre la base de un sistema de creencias abiertamente racista; mientras que el prejuicio sutil más bien se nutre de una exageración de las diferencias culturales, la defensa de valores tradicionales y la negación de emociones positivas hacia las minorías.

 

En un sentido psicológico más restringido, la discriminación es entendida como la dimensión conductual de prejuicio. En este nivel intermedio de análisis, la discriminación (conductual) se refiere al tratamiento diferencial (por lo general injusto) del que es objeto una persona en sus interacciones cotidianas por el simple hecho de pertenecer a la categoría social a la que pertenece. Desde la perspectiva del actor, se trata entonces de todas aquellas conductas que tienden a limitar o negar la igualdad en el trato a ciertos individuos o grupos sociales (G. Allport, 1954).

Tlatelolco (68)

Los estudios historiográficos sobre el movimiento estudiantil de 1968 han subestimado casi siempre el papel de las fotografías y se han concentrado en otro tipo de documentos orales y escritos.1 No se trata de que las imágenes hayan estado ausentes en la reflexión de cronistas, escritores, literatos y académicos en estos cuarenta años. El problema reside en que éstas han desempeñado un papel secundario, casi decorativo, para ilustrar las reflexiones y los planteamientos de los analistas.2 En términos generales, los historiadores coinciden en destacar los siguientes episodios como capítulos centrales del 68: la violencia de julio, cuyo principal tema fue el bazucazo con que el ejército derribó la puerta barroca de San Ildefonso, sede de la preparatoria 1; la marcha del rector Javier Barros Sierra y su condena de la violación a la autonomía universitaria; la ofensiva estudiantil de agosto, con el surgimiento del Consejo Nacional de Huelga; y las marchas multitudinarias del 13 y el 27 de aquel mes; la estrategia represiva Introducción A Enrique Bordes In Memoriam 1 Este artículo forma parte de una investigación más amplia que el autor desarrolla en el Instituto de Investigaciones Dr. José María Luis Mora, con el apoyo del Fondo Sectorial de Investigación para la Educación del Consejo Nacional de Ciencia y Tecnología. Agradezco los comentarios y observaciones de mis colegas del Seminario de Historia Social y Cultural del Instituto Mora. 2 Algunos ejemplos son la crónica pionera de Elena Poniatowska, La noche de Tlatelolco (1971), que incluye un dossier de fotografías a manera de ilustración, y más recientemente los trabajos de Raúl Álvarez Garín, La estela de Tlatelolco (1998) y de Gilberto Guevara Niebla, La libertad nunca se olvida (2004), que incorporan sendos expedientes fotográficos acerca de los cuales los autores omiten cualquier comentario. El movimiento de 1968 en imágenes 65 del gobierno, que comenzó a instrumentarse en la ceremonia del desagravio a la bandera del día 28 de agosto y a lo largo del mes de septiembre, con las ocupaciones militares de Ciudad Universitaria y Zacatenco; y finalmente la matanza del 2 de octubre en Tlatelolco.3 En este artículo realizaremos un ejercicio muy particular y seguiremos estas coordenadas canónicas del 68, pero invirtiendo los parámetros convencionales para dar la voz al testimonio de los fotógrafos y al uso editorial de sus imágenes. Esta lectura resulta de gran importancia para comprender los distintos ángulos de percepción con que fue registrado el movimiento y la manera en que se fue construyendo un imaginario colectivo que influyó en vastos sectores sociales y que se fue reciclando a lo largo de cuatro décadas hasta convertirse en unos cuantos iconos.4 La presentación de esta peculiar cronología pretende alejarse de los terrenos de la nostalgia conservadora para recuperar el espíritu lúdico y contestatario de un movimiento que puso las bases para una crítica del poder. La prensa se subordinó a las coordenadas políticas de un régimen de partido de Estado en 1968. La discrepancia ciudadana no fue tolerada por los gobiernos priístas, de una naturaleza autoritaria y corporativista, pero tampoco representó una reivindicación enarbolada por la mayor parte de los ciudadanos. Por ello, el trabajo de los fotógrafos resulta de capital importancia para comprender los claroscuros de la relación entre la prensa y el poder en aquellos años. En la gran rebelión de maestros y ferrocarrileros que tuvo lugar en 1958 predominó una censura explícita que presionó a fotógrafos como Héctor García a publicar sus imágenes en revistas marginales, alejadas de los circuitos comerciales, y obligó a otros profesionales de la lente, como Rodrigo Moya, a guardar sus negativos durante cerca de medio siglo (Morales, 2005). 3 Una revisión historiográfica sobre el 68 rebasa los límites de este espacio. En el libro de Silvia González Marín (2003), Diálogos sobre el 68, pueden encontrarse amplias referencias sobre el tema. 4 Dos antecedentes de esta reflexión pueden revisarse en mis artículos: “Fotoperiodismo y movimiento estudiantil del 68”, en Secuencia, núm. 60, septiembre-diciembre de 2004; e “Historias del 68. Excélsior, el periódico de la vida nacional”, en Historias, núm. 59, septiembre de 2004. Una referencia de conjunto puede leerse en: “Fotoperiodismo y el movimiento estudiantil”, publicado en Álvaro Vázquez (2007), Memorial del 68. El presente artículo retoma algunas entregas discontinuas publicadas en La Jornada entre el 21 de julio y el 2 de octubre de 2008. 66 Alberto del Castillo Troncoso Por el contrario, lo que tenemos en el 68 es una vasta cobertura periodística que gira alrededor de la órbita de una autocensura con reglas políticas y culturales implícitas que se expresan sobre todo en el uso editorial de las imágenes. Un indicador significativo de este proceso está representado por el destino editorial de las fotografías de tres autores clave del 58, como lo fueron Enrique Bordes Mangel y los mencionados Héctor García y Rodrigo Moya, en la nueva coyuntura del 68. Bordes Mangel trabajaba para la agencia cubana Prensa Latina, creada por la revolución para contrarrestar el peso de las agencias estadounidenses. La fina mirada de este autor, atenta no sólo a rostros y gestualidades, sino a todo tipo de referencias simbólicas, carteles y graffitis incluidos, no pudo encontrar el espacio periodístico que permitiera dimensionar los alcances de lo que personalmente considero como verdaderos ensayos fotográficos sobre el movimiento y que actualmente pueden consultarse en su archivo. Héctor García tuvo mejor suerte y su seguimiento fotográfico del 68 estuvo muy bien contextualizado por las crónicas de Carlos Monsiváis, el diseño de Vicente Rojo y las colaboraciones de otros autores como Carlos Fuentes y Juan García Ponce en espacios tan prestigiados como La cultura en México, el suplemento cultural de la revista Siempre! y la Revista de la unam. Finalmente, Rodrigo Moya ya había colgado su cámara a nivel profesional para esa época, pero ello no le impidió realizar una cobertura rigurosa de las marchas del rector Barros Sierra y la manifestación multitudinaria del 13 de agosto, con algunas secuencias notables que dan cuenta de la gran calidad de su mirada documentalista y que permanecen inéditas en su archivo. El silencio gráfico de Bordes y Moya en la esfera pública nacional contrasta con la proyección de García como la lente privilegiada del movimiento en los siguientes años, lograda no sólo por la calidad del autor, sino por el posicionamiento obtenido en tales espacios editoriales.5 Ni la prensa ni las revistas ilustradas se comportaron de una manera homogénea o uniforme en el lapso que va del 22 de julio al 2 de octubre de 1968. Por el contrario, existen distintos matices y claroscuros que abarcan diversas posturas, que van desde la derecha em- 5 Entrevistas de Alberto del Castillo con Enrique Bordes Mangel, Rodrigo Moya, María García y Héctor García, realizadas en agosto de 2008. El movimiento de 1968 en imágenes 67 presarial anticomunista hasta los grupos radicales de la ultraizquierda, pasando por una gran variedad de opciones moderadas. En todos los casos, la subordinación y el alineamiento al Estado y los poderes fácticos, reflejados entre otras cosas en el control del papel y de la publicidad comercial, marcaron distintos niveles de comportamiento que se reflejan incluso al interior de cada periódico.6 De un mapa complejo y variado entresaco algunos ejemplos para ilustrar el planteamiento anterior: Excélsior, el diario que albergó en sus páginas la crítica informada de Daniel Cosío Villegas y de una pléyade de ilustres colaboradores como Froilán López Narváez, Enrique Maza y Hugo Hiriart, entre otros, que desmantelaron con sus reflexiones la naturaleza autoritaria del régimen de Díaz Ordaz, se caracterizó por publicar editoriales institucionales cautelosos y moderados, muy cercanos a la perspectiva oficial, con las notorias excepciones de la toma militar de Ciudad Universitaria y del 2 de octubre. En tal contexto, la cobertura fotográfica del diario, con fotógrafos como Aarón Sánchez, Miguel Castillo y Carlos González –quien por cierto fue herido de un bayonetazo en Tlatelolco–, respondió a este tipo de intereses y contradicciones, y desde esas coordenadas y pará- metros hay que realizar la lectura. La revista Tiempo estaba dirigida por el laureado escritor Martín Luis Guzmán, quien desde tiempo atrás había sido cooptado por el Estado y resultó uno de los enemigos más acérrimos del movimiento, con el encargo oficial de satanizar a los estudiantes y de alimentar la teoría. La paradoja consiste en que el director de esta revista contrataba los servicios de los hermanos Mayo[footnoteRef:1] [1: El colectivo de fotógrafos republicanos que hizo leyenda en la historia del fotoperiodismo nacional.]

FRANCIA DANIELA CASTILLO MARTINEZ

1656045

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Bibliografía

Smith, V. (2006). Scielo. Recuperado el 11 de Agosto del 2016, de: http://pepsic.bvsalud.org/scielo.php?script=sci_arttext&pid=S0258-64442006000100003Cevallos, A( 2014). Scielo. Recuperado el 11 de 08 de 2016, de http://www.scielo.sa.cr/scielo.php?script=sci_arttext&pid=S1409-42582014000300006