abu, recuerdos de una vida...
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Comunicación Oral y Escrita Lic. De Felice, Andrea
CUERPO B
ABU, RECUERDOS DE UNA
VIDA COMPARTIDA
Bogdanovich, María Belén
Diseño Gráfico
0095084
1/12/16
TP Final
Una historia de mi familia
Índice
Introducción
Desarrollo
Prólogo
Comienzos
“Retírese que me compromete”
“Pase, joven”
Iaia
Abuelita
Epílogo
Conclusiones personales
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TP Final
Una historia de mi familia
Introducción
El presente trabajo es una recopilación de recuerdos que muestran la vida de
Élida Martínez en su niñez y juventud, pero que hacen foco específicamente en su
madurez, ya que es en esa etapa en que se desarrolla la relación con su nieta, quien
escribe. La narración se realiza en tercera persona, poniendo como protagonista a la
nieta quien recuerda a su abuela, su vida y sus memorias juntas, mientras pasea
tranquilamente por su casa. Es por eso que articula el tiempo presente con
flashbacks al pasado, para relatar sobre la vida o anécdotas de su abuela.
En cuanto a su estructura formal, se encuentra desarrollada en siete capítulos,
incluyendo al prólogo y al epílogo. Dentro de éstos, las fotografías acompañan el
relato para ilustrar la etapa o recuerdo que se está evocando.
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TP Final
Una historia de mi familia
Prólogo
Sus ojos se cierran de a poco, abrazados por la cálida caricia del sol que se filtra
por entre las ramas y hojas del tilo de la vereda, para luego colarse danzando a
través de la ventana. La muchacha se acomoda mejor en el sillón en el que se
encuentra hecha una bolita, en un vano intento de despabilarse.
Sus ojos intentan mantener la mirada en la pantalla de la tele que se encuentra
frente a ella, pero la película no puede mantener su atención por largo rato. En parte
debido a que Casablanca, a pesar de ser una de sus películas favoritas, no
representa ninguna sorpresa luego de tantas veces de haberla visto. Pero más aún,
sus ojos ser rinden debido a que su corazón encuentra en esa tarde de primavera
una quietud y protección en aquella habitación.
La muchacha no se encuentra sola. Su abuela, acostada de lado, con sus
anteojos puestos y la mirada fija en la pantalla, es su compañera espectadora.
Cuando la muchacha le había contado acerca de la proyección del film en un canal
de tv, habían arreglado para verlo juntas, para poder compartir así una película
querida por las dos, a pesar de ser de distintas generaciones, añadiendo un
recuerdo más a la lista de momentos compartidos.
Bogart y Bergman hablan mirando a través de una ventana parisina, en una
escena recordada por abuela y nieta, mientras que ellas los observan tranquilamente
en aquella tarde de sol. Sin embargo, el día es tan calmo, tan suave es el
movimiento de la brisa y tan en paz y protegida se siente la muchacha allí
acompañada de su abuela, que un sueño dulce la vence de a ratos, haciendo que el
sol choque en movimiento contra sus párpados cerrados. Suspirando luego de una
última mirada a la pantalla y a su abuela, la muchacha se sume en un sueño
profundo, sintiendo una calidez que no provenía del sol, sino del amor y protección
que sentía al compartir tiempo con ella.
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Comienzos
Mientras desordena en su afán por encontrar las fotos que recuerda que en algún
momento vió, Belén va rememorando partes sueltas de la historia de su abuela y de
la suya, por supuesto. Al estar rodeada por sus cosas y estar sumergida en su
entorno, le es más fácil visualizar esos momentos de vida que pasaron juntas, que
en realidad no fueron momentos aislados sino una vida entera compartida.
Parada en el living de su abuela, recuerda cómo solían sentarse en el sillón a
jugar, y cómo su abuela siempre le contaba sus anécdotas de joven y de niña. Ahora
de grande, Belén recuerda aquellas historias con añoranza, riendo frente a algunas y
emocionándose con otras. La personalidad de su abuela fue algo que siempre
admiró, tan llena de perspicacia y picardía.
Beba, en su Primera Comunión
Élida Martínez, o Beba, como todos la conocían, era una abuela excepcional. No
había nada que le guste más que compartir tiempo con su familia. Era una de esas
abuelas a las que uno podía confiarle cualquier secreto y contarle cualquier
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preocupación, y ella escucharía paciente sin juzgar, para dar su punto de vista y su
mirada calma y tranquila sobre el asunto. Una abuela de mente abierta, que estaba
siempre dispuesta a la escucha y sobre todo también a la charla, ya que hablar era
una de sus actividades favoritas. Beba nació el 25 de diciembre de 1932 en la
ciudad de Tigre. Tuvo una infancia feliz y tranquila, junto a sus padres María y
Jesús, quienes fueron sus pilares en la vida, y su hermano menor, Coco. Sus años
en la escuela los transitó con mucha alegría, y fue donde descubrió a sus dos
grandes amigas, Marta y Olga, con quienes compartió amistad hasta el final de sus
días.
Belén sonríe con ternura al recordar aquellas amistades. Por supuesto que ella
también las conocía, ya que eran amigas de su abuela que estuvieron en todos los
momentos importantes junto a ella, cumpliendo juntas tantísimos años de amistad.
Pero además de sonreír, ríe. Ríe al recordar cómo esas personas que ella veía
como señoras mayores habían compartido una infancia y juventud tan llena de
diversión y travesuras. A veces faltando al colegio para pasear por Tigre o San
Fernando con la complicidad de la abuela de Marta, otras veces yendo al atardecer
a espiar a las parejas de jóvenes que se iban a declarar su amor junto a una pila de
leños. Beba y sus amigas, escondidas detrás de la madera, esperaban ansiosas las
palabras de amor, pero comenzaban a inquietarse cuando el novio hacía esperar
mucho a la jovencita por sus palabras declaratorias, por lo que decidían hacer algún
ruido o tirar alguna piedrita para acelerar el asunto.
Además de las travesuras y amistades, el estudio y la escuela fueron actividades
que le apasionaban, y también en las cuales Beba se destacaba. Revisando las
valijas de recuerdos, Belén encuentra un cuaderno de su abuela y se asombra al ver
su caligrafía perfecta. Pero además se emociona al ver una tarea que demuestra el
cariño que sentía por sus amigas.
Bajo la consigna de “Redacción: Un buen amigo”, Belén lee con ternura las
palabras de su abuela de tan sólo doce años, quien relata que Marta “es muy
amable y discreta, paso muchos momentos junto a ella aunque siempre me parecen
pocos”. Al cerrar con cuidado el cuaderno, piensa con admiración el profundo
respeto que su abuela sentía por la educación, y cómo le apasionaba el estudio y la
escuela. Tanto es así, que al finalizarla decidió continuar sus estudios en una
academia contable y de secretariado, lo que le permitió seguir perfeccionándose en
los números, uno de sus grandes gustos.
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“Retírese que me compromete”
Durante su adolescencia, Belén había comenzado a escuchar otro tipo de
historias por parte de su abuela. A medida que iba creciendo, su abuela podía ir
compartiendo cada vez más cosas con ella, asuntos que iban de la mano de lo que
su nieta transitaba debido a su edad.
Beba a los dieciséis años
Es así que comenzaron los relatos de cuando Beba y sus amigas iban a “los
bailes”, tal como los llamaba su abuela. En aquella época, las señoritas esperaban
que los jóvenes las sacaran a bailar, y generalmente compartían un baile o dos con
el mismo muchacho. Había una anécdota en particular que aparecía
recurrentemente en el repertorio de Beba, ya que le resultaba muy graciosa a Belén,
tanto por las descripciones que ella hacía como por su rapidez e ingenio de
comentarios.
En uno de los bailes en los que había ido acompañada de sus amigas, dentro de
todos los jóvenes presentes había uno que había captado su atención.
Intercambiando miradas, el alto joven se acercó a ella para sacarla a bailar, y Beba
aceptó con gusto. Sin embargo, ella era más bajita que él, por lo que al comenzar a
bailar y mirar hacia arriba, notó que sus orificios nasales eran demasiado grandes
para su gusto. Cómo reía Belén cada vez que llegaba esa parte del relato.
Efectivamente, a su abuela dejó de gustarle el muchacho por esa característica.
Pero luego de un rato de baile, también comenzó a notar que su personalidad no le
atraía. Así entonces, luego de varios minutos de querer cambiar de compañero de
baile, en los que él persistentemente trataba de convencerla de bailar otra pieza,
Beba expresó la frase más chispeante y pícara, en los ojos de Belén digna de una
película de la época dorada de Hollywood: “Retírese que me compromete”. Desde
ese momento, la frase se volvió una joya para la nieta de Beba, queriendo utilizarla
en algún momento, pero por ser una frase tan teatral, sólo pudiendo evocarla
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cuando recreaba entre sonrisas la experiencia de su abuela expresándola al
desconcertado muchacho.
A pesar de sus experiencias en los bailes, Beba no conoció el amor hasta que
comenzó a trabajar en Don Torcuato a la edad de 17 años, donde conoció a Pedro,
quien sería su esposo y único amor.
Sus estudios, tenacidad y compromiso le permitieron conseguir un empleo como
cajera en un local de artículos para el hogar muy importante de esa ciudad, en Zona
Norte de Buenos Aires. Allí se destacó e impresionó a los dueños con sus
habilidades para los números, pero también con su calidad como persona. Fue allí,
en ese barrio y gracias a los ventanales del local donde trabajaba en donde conoció
a su futuro marido. A Beba nunca le habían gustado los hombres rubios, pero había
uno que pasaba todos los días en bicicleta por delante del local que comenzó a
llamar su atención. Por supuesto que él también sentía lo mismo por Beba, y
finalmente un día en una cola se comenzaron a hablar. Estuvieron de novios por
largo tiempo hasta que finalmente se casaron y formaron su familia. Beba, fiel a su
estilo de vanguardia, no seguía los lineamientos de su época y se casó un poco
después de lo que dictaminaban esos tiempos.
Casamiento de Pedro y Beba
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“Pase, joven”
La cola de las papas fue el punto de quiebre para su relación. Beba, trabajando
como cajera en Casa Chaguez y Osuna, veía pasar a Pedro en bicicleta todos los
días frente a la vidriera del local. Un empleado, al ver que lo miraba, comenzó a
preguntarle si le interesaba, ya que él sabía que al muchacho sí le interesaba ella.
Ella dijo que no para no mostrar sus intereses, pero aquellas palabras sembraron la
esperanza en Beba de una historia posible.
La relación entre ellos comenzó entonces un tiempo después haciendo una fila.
Como le recuerda su madre Marcela a Belén, la relación entre sus padres comenzó
con una pelea. “Estaban en la cola de papas porque era una época que había
escasez, y como la abuela consentía a su papá que era español y amaba las papas,
fue a buscar algunas”. Aquella situación fue la oportunidad ideal para que pudieran
comenzar a hablar, ya que se encontraron finalmente cara a cara. Marcela recuerda
con una sonrisa que la relación comenzó con una pelea porque Pedro, para hacerla
enojar con una broma y así poder comenzar a charlar, le dijo a Beba que ella tenía
que hacer la cola en Tigre si quería comprar papas.
Pedro y Beba, de luna de miel en Córdoba
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Belén no conoció a su abuelo Pedro, dado que murió cuando su madre tenía 18
años, pero pudo comprender y apreciar su carácter y personalidad por la infinidad de
memorias que su abuela y madre le relataban. Una vez que comenzaban a verse, el
novio debía pedir la mano de la joven antes de comenzar a salir formalmente. Sin
embargo, los abuelos de Belén tuvieron la suerte de que un día de tormenta Pedro
acompañara a Beba a su casa, y María, la madre de Beba, lo invitara a pasar para
que no se moje. Así, gracias al “Pase, joven” de su bisabuela, el abuelo de Belén
pudo salvarse del pedido de mano.
Para Belén, su abuela Beba siempre fue una mujer de vanguardia. Se puso de
novia con mi abuelo a principios de sus veinte, y se casó con él luego de varios años
de noviazgo. No era una mujer que seguía los tiempos de su generación, sino los
propios, y eso es algo que enorgullecía a su nieta.
Estableciendo su domicilio en Don Torcuato, allí formó su familia junto a Pedro en
la casa que hoy vive Belén. La casa de piedras ocupa una gran esquina en un barrio
residencial muy tranquilo. Esos barrios de Zona Norte que mantienen modales
propios de pueblos pequeños, pero que se han desarrollado y ya clasifican como
ciudades. Adonde los vecinos se saludan por sus nombres, y se mantienen
constantes a lo largo de los años. Son los mismos vecinos que también conocen a
Belén y que recuerdan a sus abuelos con mucho afecto. Allí Beba y Pedro criaron a
sus dos hijos, Roberto, el mayor, y Marcela, la madre de Belén.
Pedro y Beba, festejando el cumpleaños de su hija Marcela
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La casa era un lugar de juego y refugio para los hijos de Beba, alojando a sus
amigos, llenándose de familiares los domingos para los asados, enmarcando las
fiestas navideñas y cumpleaños.
En la actualidad, la gran casa a la que se mudaron los abuelos de la muchacha
hace tanto tiempo atrás no es una, sino dos. Beba quedó viuda de joven, debido a
que Pedro sufría de problemas cardíacos. Estos provocaron que Marcela y Roberto
se quedaran sin su padre en su juventud, y sumieron a Beba, quien lo había cuidado
con tanto amor, en una profunda tristeza. Sin embargo, la vida continuó, y
paralelamente Marcela iba formando su historia de amor junto a su novio, Pablo,
quien sería su esposo luego de unos años de novios. Es así entonces que la gran
casa de piedra que en el pasado había sido una, se convirtió en dos hogares dado
que sus habitantes habían decidido cerrar algunos ambientes y abrir otros, ideando y
construyendo una división, generando en una casa vasta lugar para dos familias.
En una parte vivía Beba, y en la otra Marcela una vez que formó su familia junto a
Pablo. Esto resultó interesante ya que el hecho de compartir la misma propiedad,
aunque no los mismos ambientes, generó en sus ocupantes una relación de
profunda cercanía. Era más que el simple hecho de formar parte de la misma familia.
Esa gran y profunda relación que se abrió entre los miembros de la casa (o casas)
de la esquina se desarrolló tan profundamente debido a la posibilidad de compartir la
vida en todo momento, particularmente gracias al jardín trasero que se convirtió en
el lugar de comunicación constante entre abuela, hija y nieta.
Iaia
Belén recorre el living de su abuela, ahora ya un poco más frío y pálido sin su
presencia. Recuerda cómo su abuela le contaba, con mucho amor, que la primera
forma que tuvo de bebé para llamarla fue Iaia. Era un apodo tan lindo para ella que
otras veces, de más grande, le pedía que la llamara así.
Beba y Belén compartieron la vida juntas. El hecho de que sus puertas se
comunicaran por el mismo jardín hacía que tanto abuela como nieta se visitaran por
cualquier motivo, por lo que forjaron una relación muy cercana. La madre de la
muchacha solía relatarle cómo una tarde, cuando Belén tenía tan sólo nueve meses,
la abuela se acercó por el jardín hasta su puerta trasera, golpeó y se quedó un
momento charlando con ella. Al rato, comenzaron a discutir, de esas peleas por
pavadas, tan frecuentes entre madre e hija, que surgen por razones que al
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comenzada la discusión ya se olvidan. Pero la pelea finalmente terminó entre risas,
ya que, como contaba su mamá a Belén cada vez que hablaba de aquella anécdota,
“señalando con tu dedito y apuntando a la abuela, la retaste con un ¡ta ta tá!”.
Enseguida, rompiendo en risas la discusión fue olvidada, pero no el momento
divertido que se había creado para siempre en sus memorias.
Beba con Belén en brazos, meses después de convertirse en abuela
La muchacha continúa caminando por aquella casa, moviéndose lentamente,
observando cada detalle. Al llegar a la cocina, rememora el poco gusto que sentía su
abuela por aquella actividad. Era algo que sin duda hacía muy bien, ya que muchos
elogiaban su ensalada de apio y palmitos, su pastafrola casera, sus tomates rellenos
o su tarta de manzana. Sin embargo, la cocina, más que un gusto, era una
obligación. Por supuesto que Beba era una persona muy generosa, y siempre les
daba los gustos a sus hijos y nietos, pero sin duda, otras eran sus actividades
preferidas, como hablar, o escuchar la radio. Para Belén, sin embargo, que su
abuela le cocinara era algo especial. Muchas veces, se sorprende a sí misma
pensando con anhelo en ese pollo al horno con papas y batatas que su abuela solía
prepararle. Ninguno que haya probado después tuvo nunca el mismo gusto que el
suyo. Es que su abuela, al ser Belén la primera nieta de toda la familia, la consentía,
y se lo hacía cada vez que lo pedía.
El pollito tierno vuelve a su memoria y le recuerda cómo era su vida muchos años
atrás. La muchacha vuelve al living a mirar el jardín de adelante y, con una memoria
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difusa, rememora a su yo de tres años en las mañanas frescas de otoño cuando su
madre la llevaba de la mano a la casa de su abuela para luego irse a trabajar. Como
era temprano, Belén dormía un rato más en su cama. A pesar de haber sucedido
hace tanto tiempo, Belén sonríe con melancolía por los claros recuerdos que tiene
de su rutina en la casa de su Iaia. Una vez despierta, veía los dibujitos cobijada
entre las mantas mientras su abuela le traía el desayuno en una bandeja: un rico
mate cocido con leche al que Belén agregaba, para divertido horror de su abuela,
seis cucharadas de azúcar.
Luego de mirar Los Supersónicos, Los Picapiedras y finalmente su favorito,
Scooby Doo, venía la hora de ir al jardín de infantes. El jardín quedaba a tan sólo
unas cuadras de su casa, y en él Belén compartía su tiempo junto a sus
compañeritos, particularmente junto a sus amigas Carolina y Giannina. Solía
suceder muy frecuentemente que en el camino de vuelta, luego de que su abuela la
buscara, ellas pasaran por la esquina de una de estas amigas. Belén, encaprichada,
dejaba de caminar y se mantenía firme en ese lugar para quedarse a jugar en la
casa de su amiguita. Su abuela recordaba siempre esa anécdota, muy divertida por
la situación.
Cumpleaños de Belén, al fondo, Beba sonriendo
Luego, con la llegada a la casa de su abuela, el olorcito a comida inunda los
recuerdos de Belén, ya que rememora que la esperaba ese pollito tan rico que se
desarmaba de tan sólo pincharlo. “¡Pero qué malcriada!” piensa ahora desde la
lejanía que produjo el paso del tiempo, al recordar cómo su abuela tenía que recurrir,
cuando la comida era otra, a dársela en la boca. No sólo eso, sino que también se
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acuerda de cómo arrodillada en el piso frente a una silla, Belén esperaba que su
abuela pase la comida a través de las “ventanitas” que formaban su respaldo.
Abuelita
La vida continuó así para ellas, comunicada por el jardín trasero a lo largo de toda
la infancia y adolescencia de la muchacha. Los encuentros eran la mayoría de las
veces simples, cotidianos. Una visita a la abuela porque se sacaba una buena nota,
una visita de la abuela porque venía de las compras, una visita de Belén para ver si
tenía un poquito de azúcar, una visita de Beba para contarles con quién había
charlado.
Belén en su cumpleaños de 15 junto a Beba
Pero también estaban los encuentros un poco más importantes, aquellos que se
hacían para pedirle algún consejo a la abuela, o contarle alguna preocupación. Ellos
requerían más tiempo, y generalmente sucedían en su cocina, ofrecimiento de té
mediante, o sentadas en su cama, cobijadas por el silencio y la privacidad de su
habitación. Eran charlas de las que Belén no recuerda el contenido, pero sí la actitud
paciente y de escucha de su abuela querida. Era una persona serena, que ofrecía
apaciblemente su punto de vista y lograba restarle importancia a aquellas cosas que
parecían tan enormes a los ojos de su nieta.
Es por eso que Belén no tuvo dudas al momento de elegir una madrina para su
Confirmación. Alguien que la guíe en el camino de la fe, a quien amara y en quien
confiara. Su abuela se erigía como la madrina elegida, porque su nieta no quería
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que nadie más ocupe ese lugar. Al decirle la noticia, Beba estaba muy emocionada
ya que era una persona de mucha fe y consideraba muy especial que su nieta la
haya elegido para ocupar ese rol.
Belén pasea otra vez por el living y recuerda cómo el día en que recibió ese
sacramento fue acompañada por ella, quien caminaba a su lado tomándola del
hombro. Ese día fue muy significativo y emotivo para ambas, ya que en el momento
en que el sacerdote ungía el aceite sobre la frente de la joven, se reafirmaba y
fortalecía esa relación entre abuela y nieta, que eran ahora también madrina y
ahijada.
Su abuela fue sin duda una de las personas más importantes en la vida de Belén,
ya que sentía un amor inmenso por ella. Fue por ese mismo motivo que la dura
noticia de su enfermedad resultó tan terrible para ella, y por supuesto también para
toda la familia.
A pesar del tratamiento que tuvo que atravesar para luchar contra el cáncer, Beba
se mantenía positiva. El primer impacto resultó muy duro para Belén y su familia,
pero luego, con el paso del tiempo, decidieron que era mejor apoyarla desde el
optimismo. Durante este período, su abuela seguía siendo una gran referente para
Belén, y siguieron compartiendo momentos juntas. Quizás la muchacha ya no
esperaba oír los golpes en la puerta trasera anunciando la visita de su abuela, sino
que ella iba a visitarla y a acompañarla a su casa, a veces sentándose a su lado en
la cama si se sentía mal, otras tomando algo fresco mientras hablaban en la cocina.
Luego de la detección de la enfermedad, tuvieron mucho tiempo para seguir
acompañándose, al principio como solían ser sus encuentros, pero luego, hacia el
final, Belén comenzó a notar cómo su abuela se iba apagando poco a poco. Su
despedida fue un 13 de enero, algunos veranos atrás. Era un día radiante, un día
que no concordaba con la tristeza que sentían todos los que la amaban. Pero tuvo
una vida plena, feliz, junto a los suyos. Una vida digna de ser celebrada.
Élida Martínez, o Beba, como todos la conocían, había sido una abuela
excepcional. El amor que sembró en sus hijos y nietos perdura y es por eso que
Belén la sigue recordando vívidamente por todo el cariño y generosidad que brindó a
los suyos, y por todo el amor y paciencia con que la crio.
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Epílogo
Belén, emocionada y agradecida por haber tenido la oportunidad de compartir la
vida con aquella abuela, se sienta en el sillón de su living, allí donde solían jugar
juntas. Mirando por la gran ventana frontal, ve que el sol cae estrepitosamente sobre
todo lo que toca. Es un día de esos que no hay ni una nube en el cielo, que se ve
limpio y claro. Las ropas y cabellos se mueven al son de la brisa que apacigua un
poco el incipiente calor. Parece que la primavera ha llegado, y con ella nuevas
energías, pero también todos aquellos lindos recuerdos.
En un día muy parecido a ese, uno de esos brillantes y templados, recuerda estar
saliendo de su casa a la luz de la tarde camino a la facultad quizás, o a hacer alguna
compra. Cruzando la calle, comienza a caminar por una cuadra en la que ve venir
una silueta y un andar muy conocidos. Se alegra ya al saber de quién se trata,
incluso antes de que ella se haya dado cuenta también.
Con su blusa de mangas cortas color crema, su pollera color natural y su cartera
en una mano, ve caminar en su dirección a su abuela, quien lleva su bolsa de las
compras en la otra mano, y viene a un paso tranquilo, con su cara serena. Al ver a
su nieta sonríe, saludándola con un gran abrazo cuando se encuentran a medio
camino. Le pregunta seguramente a dónde se dirige, y la joven a ella qué ha estado
haciendo. La deja seguir su camino mientras Belén continúa en dirección contraria,
pensando que le encantaba encontrarse con ella espontáneamente, en un ámbito
distinto al de sus casas.
Ahora mira ese camino otra vez desde la ventana y la extraña, más aún si
recuerda todos esos momentos que vivió con ella. Momentos que quizás en la vida
diaria pasan desapercibidos, pero que son los más grandiosos e importantes cuando
un familiar tan amado ya no está.
En esa tarde de sol y brisa fresca, piensa que sería muy lindo salir de su casa,
cruzar la calle, comenzar a caminar y volver a verla venir con su cartera, su bolsa de
las compras y su caminar tan pacífico. Darle un beso y un abrazo y acompañarla de
camino a su casa, juntas.
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Conclusiones personales
El presente trabajo me permitió recorrer la vida de mi abuela, recopilar
información ya conocida pero olvidada, reír y emocionarme. Mi abuela es una
persona que se encuentra siempre presente en mis pensamientos, pero este trabajo
me permitió volver a escuchar acerca de esos datos que uno va olvidando, o
aquellas cosas que sólo ella nos compartía y hoy se transmiten gracias a otras
fuentes, como mi madre. Me resultó sumamente importante poder contar a través de
este trabajo su vida, pero particularmente me sirvió para poder honrar nuestra
relación tan cercana.
Beba en Córdoba, frente a un hermoso paisaje que anticipa su porvenir