abu, recuerdos de una vida...

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Comunicación Oral y Escrita Lic. De Felice, Andrea CUERPO B ABU, RECUERDOS DE UNA VIDA COMPARTIDA Bogdanovich, María Belén Diseño Gráfico 1/12/16

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Comunicación Oral y Escrita Lic. De Felice, Andrea

CUERPO B

ABU, RECUERDOS DE UNA

VIDA COMPARTIDA

Bogdanovich, María Belén

Diseño Gráfico

[email protected]

0095084

1/12/16

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TP Final

Una historia de mi familia

Índice

Introducción

Desarrollo

Prólogo

Comienzos

“Retírese que me compromete”

“Pase, joven”

Iaia

Abuelita

Epílogo

Conclusiones personales

1

2

3

5

7

9

12

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TP Final

Una historia de mi familia

Introducción

El presente trabajo es una recopilación de recuerdos que muestran la vida de

Élida Martínez en su niñez y juventud, pero que hacen foco específicamente en su

madurez, ya que es en esa etapa en que se desarrolla la relación con su nieta, quien

escribe. La narración se realiza en tercera persona, poniendo como protagonista a la

nieta quien recuerda a su abuela, su vida y sus memorias juntas, mientras pasea

tranquilamente por su casa. Es por eso que articula el tiempo presente con

flashbacks al pasado, para relatar sobre la vida o anécdotas de su abuela.

En cuanto a su estructura formal, se encuentra desarrollada en siete capítulos,

incluyendo al prólogo y al epílogo. Dentro de éstos, las fotografías acompañan el

relato para ilustrar la etapa o recuerdo que se está evocando.

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TP Final

Una historia de mi familia

Prólogo

Sus ojos se cierran de a poco, abrazados por la cálida caricia del sol que se filtra

por entre las ramas y hojas del tilo de la vereda, para luego colarse danzando a

través de la ventana. La muchacha se acomoda mejor en el sillón en el que se

encuentra hecha una bolita, en un vano intento de despabilarse.

Sus ojos intentan mantener la mirada en la pantalla de la tele que se encuentra

frente a ella, pero la película no puede mantener su atención por largo rato. En parte

debido a que Casablanca, a pesar de ser una de sus películas favoritas, no

representa ninguna sorpresa luego de tantas veces de haberla visto. Pero más aún,

sus ojos ser rinden debido a que su corazón encuentra en esa tarde de primavera

una quietud y protección en aquella habitación.

La muchacha no se encuentra sola. Su abuela, acostada de lado, con sus

anteojos puestos y la mirada fija en la pantalla, es su compañera espectadora.

Cuando la muchacha le había contado acerca de la proyección del film en un canal

de tv, habían arreglado para verlo juntas, para poder compartir así una película

querida por las dos, a pesar de ser de distintas generaciones, añadiendo un

recuerdo más a la lista de momentos compartidos.

Bogart y Bergman hablan mirando a través de una ventana parisina, en una

escena recordada por abuela y nieta, mientras que ellas los observan tranquilamente

en aquella tarde de sol. Sin embargo, el día es tan calmo, tan suave es el

movimiento de la brisa y tan en paz y protegida se siente la muchacha allí

acompañada de su abuela, que un sueño dulce la vence de a ratos, haciendo que el

sol choque en movimiento contra sus párpados cerrados. Suspirando luego de una

última mirada a la pantalla y a su abuela, la muchacha se sume en un sueño

profundo, sintiendo una calidez que no provenía del sol, sino del amor y protección

que sentía al compartir tiempo con ella.

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Comienzos

Mientras desordena en su afán por encontrar las fotos que recuerda que en algún

momento vió, Belén va rememorando partes sueltas de la historia de su abuela y de

la suya, por supuesto. Al estar rodeada por sus cosas y estar sumergida en su

entorno, le es más fácil visualizar esos momentos de vida que pasaron juntas, que

en realidad no fueron momentos aislados sino una vida entera compartida.

Parada en el living de su abuela, recuerda cómo solían sentarse en el sillón a

jugar, y cómo su abuela siempre le contaba sus anécdotas de joven y de niña. Ahora

de grande, Belén recuerda aquellas historias con añoranza, riendo frente a algunas y

emocionándose con otras. La personalidad de su abuela fue algo que siempre

admiró, tan llena de perspicacia y picardía.

Beba, en su Primera Comunión

Élida Martínez, o Beba, como todos la conocían, era una abuela excepcional. No

había nada que le guste más que compartir tiempo con su familia. Era una de esas

abuelas a las que uno podía confiarle cualquier secreto y contarle cualquier

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preocupación, y ella escucharía paciente sin juzgar, para dar su punto de vista y su

mirada calma y tranquila sobre el asunto. Una abuela de mente abierta, que estaba

siempre dispuesta a la escucha y sobre todo también a la charla, ya que hablar era

una de sus actividades favoritas. Beba nació el 25 de diciembre de 1932 en la

ciudad de Tigre. Tuvo una infancia feliz y tranquila, junto a sus padres María y

Jesús, quienes fueron sus pilares en la vida, y su hermano menor, Coco. Sus años

en la escuela los transitó con mucha alegría, y fue donde descubrió a sus dos

grandes amigas, Marta y Olga, con quienes compartió amistad hasta el final de sus

días.

Belén sonríe con ternura al recordar aquellas amistades. Por supuesto que ella

también las conocía, ya que eran amigas de su abuela que estuvieron en todos los

momentos importantes junto a ella, cumpliendo juntas tantísimos años de amistad.

Pero además de sonreír, ríe. Ríe al recordar cómo esas personas que ella veía

como señoras mayores habían compartido una infancia y juventud tan llena de

diversión y travesuras. A veces faltando al colegio para pasear por Tigre o San

Fernando con la complicidad de la abuela de Marta, otras veces yendo al atardecer

a espiar a las parejas de jóvenes que se iban a declarar su amor junto a una pila de

leños. Beba y sus amigas, escondidas detrás de la madera, esperaban ansiosas las

palabras de amor, pero comenzaban a inquietarse cuando el novio hacía esperar

mucho a la jovencita por sus palabras declaratorias, por lo que decidían hacer algún

ruido o tirar alguna piedrita para acelerar el asunto.

Además de las travesuras y amistades, el estudio y la escuela fueron actividades

que le apasionaban, y también en las cuales Beba se destacaba. Revisando las

valijas de recuerdos, Belén encuentra un cuaderno de su abuela y se asombra al ver

su caligrafía perfecta. Pero además se emociona al ver una tarea que demuestra el

cariño que sentía por sus amigas.

Bajo la consigna de “Redacción: Un buen amigo”, Belén lee con ternura las

palabras de su abuela de tan sólo doce años, quien relata que Marta “es muy

amable y discreta, paso muchos momentos junto a ella aunque siempre me parecen

pocos”. Al cerrar con cuidado el cuaderno, piensa con admiración el profundo

respeto que su abuela sentía por la educación, y cómo le apasionaba el estudio y la

escuela. Tanto es así, que al finalizarla decidió continuar sus estudios en una

academia contable y de secretariado, lo que le permitió seguir perfeccionándose en

los números, uno de sus grandes gustos.

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“Retírese que me compromete”

Durante su adolescencia, Belén había comenzado a escuchar otro tipo de

historias por parte de su abuela. A medida que iba creciendo, su abuela podía ir

compartiendo cada vez más cosas con ella, asuntos que iban de la mano de lo que

su nieta transitaba debido a su edad.

Beba a los dieciséis años

Es así que comenzaron los relatos de cuando Beba y sus amigas iban a “los

bailes”, tal como los llamaba su abuela. En aquella época, las señoritas esperaban

que los jóvenes las sacaran a bailar, y generalmente compartían un baile o dos con

el mismo muchacho. Había una anécdota en particular que aparecía

recurrentemente en el repertorio de Beba, ya que le resultaba muy graciosa a Belén,

tanto por las descripciones que ella hacía como por su rapidez e ingenio de

comentarios.

En uno de los bailes en los que había ido acompañada de sus amigas, dentro de

todos los jóvenes presentes había uno que había captado su atención.

Intercambiando miradas, el alto joven se acercó a ella para sacarla a bailar, y Beba

aceptó con gusto. Sin embargo, ella era más bajita que él, por lo que al comenzar a

bailar y mirar hacia arriba, notó que sus orificios nasales eran demasiado grandes

para su gusto. Cómo reía Belén cada vez que llegaba esa parte del relato.

Efectivamente, a su abuela dejó de gustarle el muchacho por esa característica.

Pero luego de un rato de baile, también comenzó a notar que su personalidad no le

atraía. Así entonces, luego de varios minutos de querer cambiar de compañero de

baile, en los que él persistentemente trataba de convencerla de bailar otra pieza,

Beba expresó la frase más chispeante y pícara, en los ojos de Belén digna de una

película de la época dorada de Hollywood: “Retírese que me compromete”. Desde

ese momento, la frase se volvió una joya para la nieta de Beba, queriendo utilizarla

en algún momento, pero por ser una frase tan teatral, sólo pudiendo evocarla

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cuando recreaba entre sonrisas la experiencia de su abuela expresándola al

desconcertado muchacho.

A pesar de sus experiencias en los bailes, Beba no conoció el amor hasta que

comenzó a trabajar en Don Torcuato a la edad de 17 años, donde conoció a Pedro,

quien sería su esposo y único amor.

Sus estudios, tenacidad y compromiso le permitieron conseguir un empleo como

cajera en un local de artículos para el hogar muy importante de esa ciudad, en Zona

Norte de Buenos Aires. Allí se destacó e impresionó a los dueños con sus

habilidades para los números, pero también con su calidad como persona. Fue allí,

en ese barrio y gracias a los ventanales del local donde trabajaba en donde conoció

a su futuro marido. A Beba nunca le habían gustado los hombres rubios, pero había

uno que pasaba todos los días en bicicleta por delante del local que comenzó a

llamar su atención. Por supuesto que él también sentía lo mismo por Beba, y

finalmente un día en una cola se comenzaron a hablar. Estuvieron de novios por

largo tiempo hasta que finalmente se casaron y formaron su familia. Beba, fiel a su

estilo de vanguardia, no seguía los lineamientos de su época y se casó un poco

después de lo que dictaminaban esos tiempos.

Casamiento de Pedro y Beba

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“Pase, joven”

La cola de las papas fue el punto de quiebre para su relación. Beba, trabajando

como cajera en Casa Chaguez y Osuna, veía pasar a Pedro en bicicleta todos los

días frente a la vidriera del local. Un empleado, al ver que lo miraba, comenzó a

preguntarle si le interesaba, ya que él sabía que al muchacho sí le interesaba ella.

Ella dijo que no para no mostrar sus intereses, pero aquellas palabras sembraron la

esperanza en Beba de una historia posible.

La relación entre ellos comenzó entonces un tiempo después haciendo una fila.

Como le recuerda su madre Marcela a Belén, la relación entre sus padres comenzó

con una pelea. “Estaban en la cola de papas porque era una época que había

escasez, y como la abuela consentía a su papá que era español y amaba las papas,

fue a buscar algunas”. Aquella situación fue la oportunidad ideal para que pudieran

comenzar a hablar, ya que se encontraron finalmente cara a cara. Marcela recuerda

con una sonrisa que la relación comenzó con una pelea porque Pedro, para hacerla

enojar con una broma y así poder comenzar a charlar, le dijo a Beba que ella tenía

que hacer la cola en Tigre si quería comprar papas.

Pedro y Beba, de luna de miel en Córdoba

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Belén no conoció a su abuelo Pedro, dado que murió cuando su madre tenía 18

años, pero pudo comprender y apreciar su carácter y personalidad por la infinidad de

memorias que su abuela y madre le relataban. Una vez que comenzaban a verse, el

novio debía pedir la mano de la joven antes de comenzar a salir formalmente. Sin

embargo, los abuelos de Belén tuvieron la suerte de que un día de tormenta Pedro

acompañara a Beba a su casa, y María, la madre de Beba, lo invitara a pasar para

que no se moje. Así, gracias al “Pase, joven” de su bisabuela, el abuelo de Belén

pudo salvarse del pedido de mano.

Para Belén, su abuela Beba siempre fue una mujer de vanguardia. Se puso de

novia con mi abuelo a principios de sus veinte, y se casó con él luego de varios años

de noviazgo. No era una mujer que seguía los tiempos de su generación, sino los

propios, y eso es algo que enorgullecía a su nieta.

Estableciendo su domicilio en Don Torcuato, allí formó su familia junto a Pedro en

la casa que hoy vive Belén. La casa de piedras ocupa una gran esquina en un barrio

residencial muy tranquilo. Esos barrios de Zona Norte que mantienen modales

propios de pueblos pequeños, pero que se han desarrollado y ya clasifican como

ciudades. Adonde los vecinos se saludan por sus nombres, y se mantienen

constantes a lo largo de los años. Son los mismos vecinos que también conocen a

Belén y que recuerdan a sus abuelos con mucho afecto. Allí Beba y Pedro criaron a

sus dos hijos, Roberto, el mayor, y Marcela, la madre de Belén.

Pedro y Beba, festejando el cumpleaños de su hija Marcela

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La casa era un lugar de juego y refugio para los hijos de Beba, alojando a sus

amigos, llenándose de familiares los domingos para los asados, enmarcando las

fiestas navideñas y cumpleaños.

En la actualidad, la gran casa a la que se mudaron los abuelos de la muchacha

hace tanto tiempo atrás no es una, sino dos. Beba quedó viuda de joven, debido a

que Pedro sufría de problemas cardíacos. Estos provocaron que Marcela y Roberto

se quedaran sin su padre en su juventud, y sumieron a Beba, quien lo había cuidado

con tanto amor, en una profunda tristeza. Sin embargo, la vida continuó, y

paralelamente Marcela iba formando su historia de amor junto a su novio, Pablo,

quien sería su esposo luego de unos años de novios. Es así entonces que la gran

casa de piedra que en el pasado había sido una, se convirtió en dos hogares dado

que sus habitantes habían decidido cerrar algunos ambientes y abrir otros, ideando y

construyendo una división, generando en una casa vasta lugar para dos familias.

En una parte vivía Beba, y en la otra Marcela una vez que formó su familia junto a

Pablo. Esto resultó interesante ya que el hecho de compartir la misma propiedad,

aunque no los mismos ambientes, generó en sus ocupantes una relación de

profunda cercanía. Era más que el simple hecho de formar parte de la misma familia.

Esa gran y profunda relación que se abrió entre los miembros de la casa (o casas)

de la esquina se desarrolló tan profundamente debido a la posibilidad de compartir la

vida en todo momento, particularmente gracias al jardín trasero que se convirtió en

el lugar de comunicación constante entre abuela, hija y nieta.

Iaia

Belén recorre el living de su abuela, ahora ya un poco más frío y pálido sin su

presencia. Recuerda cómo su abuela le contaba, con mucho amor, que la primera

forma que tuvo de bebé para llamarla fue Iaia. Era un apodo tan lindo para ella que

otras veces, de más grande, le pedía que la llamara así.

Beba y Belén compartieron la vida juntas. El hecho de que sus puertas se

comunicaran por el mismo jardín hacía que tanto abuela como nieta se visitaran por

cualquier motivo, por lo que forjaron una relación muy cercana. La madre de la

muchacha solía relatarle cómo una tarde, cuando Belén tenía tan sólo nueve meses,

la abuela se acercó por el jardín hasta su puerta trasera, golpeó y se quedó un

momento charlando con ella. Al rato, comenzaron a discutir, de esas peleas por

pavadas, tan frecuentes entre madre e hija, que surgen por razones que al

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comenzada la discusión ya se olvidan. Pero la pelea finalmente terminó entre risas,

ya que, como contaba su mamá a Belén cada vez que hablaba de aquella anécdota,

“señalando con tu dedito y apuntando a la abuela, la retaste con un ¡ta ta tá!”.

Enseguida, rompiendo en risas la discusión fue olvidada, pero no el momento

divertido que se había creado para siempre en sus memorias.

Beba con Belén en brazos, meses después de convertirse en abuela

La muchacha continúa caminando por aquella casa, moviéndose lentamente,

observando cada detalle. Al llegar a la cocina, rememora el poco gusto que sentía su

abuela por aquella actividad. Era algo que sin duda hacía muy bien, ya que muchos

elogiaban su ensalada de apio y palmitos, su pastafrola casera, sus tomates rellenos

o su tarta de manzana. Sin embargo, la cocina, más que un gusto, era una

obligación. Por supuesto que Beba era una persona muy generosa, y siempre les

daba los gustos a sus hijos y nietos, pero sin duda, otras eran sus actividades

preferidas, como hablar, o escuchar la radio. Para Belén, sin embargo, que su

abuela le cocinara era algo especial. Muchas veces, se sorprende a sí misma

pensando con anhelo en ese pollo al horno con papas y batatas que su abuela solía

prepararle. Ninguno que haya probado después tuvo nunca el mismo gusto que el

suyo. Es que su abuela, al ser Belén la primera nieta de toda la familia, la consentía,

y se lo hacía cada vez que lo pedía.

El pollito tierno vuelve a su memoria y le recuerda cómo era su vida muchos años

atrás. La muchacha vuelve al living a mirar el jardín de adelante y, con una memoria

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difusa, rememora a su yo de tres años en las mañanas frescas de otoño cuando su

madre la llevaba de la mano a la casa de su abuela para luego irse a trabajar. Como

era temprano, Belén dormía un rato más en su cama. A pesar de haber sucedido

hace tanto tiempo, Belén sonríe con melancolía por los claros recuerdos que tiene

de su rutina en la casa de su Iaia. Una vez despierta, veía los dibujitos cobijada

entre las mantas mientras su abuela le traía el desayuno en una bandeja: un rico

mate cocido con leche al que Belén agregaba, para divertido horror de su abuela,

seis cucharadas de azúcar.

Luego de mirar Los Supersónicos, Los Picapiedras y finalmente su favorito,

Scooby Doo, venía la hora de ir al jardín de infantes. El jardín quedaba a tan sólo

unas cuadras de su casa, y en él Belén compartía su tiempo junto a sus

compañeritos, particularmente junto a sus amigas Carolina y Giannina. Solía

suceder muy frecuentemente que en el camino de vuelta, luego de que su abuela la

buscara, ellas pasaran por la esquina de una de estas amigas. Belén, encaprichada,

dejaba de caminar y se mantenía firme en ese lugar para quedarse a jugar en la

casa de su amiguita. Su abuela recordaba siempre esa anécdota, muy divertida por

la situación.

Cumpleaños de Belén, al fondo, Beba sonriendo

Luego, con la llegada a la casa de su abuela, el olorcito a comida inunda los

recuerdos de Belén, ya que rememora que la esperaba ese pollito tan rico que se

desarmaba de tan sólo pincharlo. “¡Pero qué malcriada!” piensa ahora desde la

lejanía que produjo el paso del tiempo, al recordar cómo su abuela tenía que recurrir,

cuando la comida era otra, a dársela en la boca. No sólo eso, sino que también se

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acuerda de cómo arrodillada en el piso frente a una silla, Belén esperaba que su

abuela pase la comida a través de las “ventanitas” que formaban su respaldo.

Abuelita

La vida continuó así para ellas, comunicada por el jardín trasero a lo largo de toda

la infancia y adolescencia de la muchacha. Los encuentros eran la mayoría de las

veces simples, cotidianos. Una visita a la abuela porque se sacaba una buena nota,

una visita de la abuela porque venía de las compras, una visita de Belén para ver si

tenía un poquito de azúcar, una visita de Beba para contarles con quién había

charlado.

Belén en su cumpleaños de 15 junto a Beba

Pero también estaban los encuentros un poco más importantes, aquellos que se

hacían para pedirle algún consejo a la abuela, o contarle alguna preocupación. Ellos

requerían más tiempo, y generalmente sucedían en su cocina, ofrecimiento de té

mediante, o sentadas en su cama, cobijadas por el silencio y la privacidad de su

habitación. Eran charlas de las que Belén no recuerda el contenido, pero sí la actitud

paciente y de escucha de su abuela querida. Era una persona serena, que ofrecía

apaciblemente su punto de vista y lograba restarle importancia a aquellas cosas que

parecían tan enormes a los ojos de su nieta.

Es por eso que Belén no tuvo dudas al momento de elegir una madrina para su

Confirmación. Alguien que la guíe en el camino de la fe, a quien amara y en quien

confiara. Su abuela se erigía como la madrina elegida, porque su nieta no quería

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que nadie más ocupe ese lugar. Al decirle la noticia, Beba estaba muy emocionada

ya que era una persona de mucha fe y consideraba muy especial que su nieta la

haya elegido para ocupar ese rol.

Belén pasea otra vez por el living y recuerda cómo el día en que recibió ese

sacramento fue acompañada por ella, quien caminaba a su lado tomándola del

hombro. Ese día fue muy significativo y emotivo para ambas, ya que en el momento

en que el sacerdote ungía el aceite sobre la frente de la joven, se reafirmaba y

fortalecía esa relación entre abuela y nieta, que eran ahora también madrina y

ahijada.

Su abuela fue sin duda una de las personas más importantes en la vida de Belén,

ya que sentía un amor inmenso por ella. Fue por ese mismo motivo que la dura

noticia de su enfermedad resultó tan terrible para ella, y por supuesto también para

toda la familia.

A pesar del tratamiento que tuvo que atravesar para luchar contra el cáncer, Beba

se mantenía positiva. El primer impacto resultó muy duro para Belén y su familia,

pero luego, con el paso del tiempo, decidieron que era mejor apoyarla desde el

optimismo. Durante este período, su abuela seguía siendo una gran referente para

Belén, y siguieron compartiendo momentos juntas. Quizás la muchacha ya no

esperaba oír los golpes en la puerta trasera anunciando la visita de su abuela, sino

que ella iba a visitarla y a acompañarla a su casa, a veces sentándose a su lado en

la cama si se sentía mal, otras tomando algo fresco mientras hablaban en la cocina.

Luego de la detección de la enfermedad, tuvieron mucho tiempo para seguir

acompañándose, al principio como solían ser sus encuentros, pero luego, hacia el

final, Belén comenzó a notar cómo su abuela se iba apagando poco a poco. Su

despedida fue un 13 de enero, algunos veranos atrás. Era un día radiante, un día

que no concordaba con la tristeza que sentían todos los que la amaban. Pero tuvo

una vida plena, feliz, junto a los suyos. Una vida digna de ser celebrada.

Élida Martínez, o Beba, como todos la conocían, había sido una abuela

excepcional. El amor que sembró en sus hijos y nietos perdura y es por eso que

Belén la sigue recordando vívidamente por todo el cariño y generosidad que brindó a

los suyos, y por todo el amor y paciencia con que la crio.

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Epílogo

Belén, emocionada y agradecida por haber tenido la oportunidad de compartir la

vida con aquella abuela, se sienta en el sillón de su living, allí donde solían jugar

juntas. Mirando por la gran ventana frontal, ve que el sol cae estrepitosamente sobre

todo lo que toca. Es un día de esos que no hay ni una nube en el cielo, que se ve

limpio y claro. Las ropas y cabellos se mueven al son de la brisa que apacigua un

poco el incipiente calor. Parece que la primavera ha llegado, y con ella nuevas

energías, pero también todos aquellos lindos recuerdos.

En un día muy parecido a ese, uno de esos brillantes y templados, recuerda estar

saliendo de su casa a la luz de la tarde camino a la facultad quizás, o a hacer alguna

compra. Cruzando la calle, comienza a caminar por una cuadra en la que ve venir

una silueta y un andar muy conocidos. Se alegra ya al saber de quién se trata,

incluso antes de que ella se haya dado cuenta también.

Con su blusa de mangas cortas color crema, su pollera color natural y su cartera

en una mano, ve caminar en su dirección a su abuela, quien lleva su bolsa de las

compras en la otra mano, y viene a un paso tranquilo, con su cara serena. Al ver a

su nieta sonríe, saludándola con un gran abrazo cuando se encuentran a medio

camino. Le pregunta seguramente a dónde se dirige, y la joven a ella qué ha estado

haciendo. La deja seguir su camino mientras Belén continúa en dirección contraria,

pensando que le encantaba encontrarse con ella espontáneamente, en un ámbito

distinto al de sus casas.

Ahora mira ese camino otra vez desde la ventana y la extraña, más aún si

recuerda todos esos momentos que vivió con ella. Momentos que quizás en la vida

diaria pasan desapercibidos, pero que son los más grandiosos e importantes cuando

un familiar tan amado ya no está.

En esa tarde de sol y brisa fresca, piensa que sería muy lindo salir de su casa,

cruzar la calle, comenzar a caminar y volver a verla venir con su cartera, su bolsa de

las compras y su caminar tan pacífico. Darle un beso y un abrazo y acompañarla de

camino a su casa, juntas.

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Conclusiones personales

El presente trabajo me permitió recorrer la vida de mi abuela, recopilar

información ya conocida pero olvidada, reír y emocionarme. Mi abuela es una

persona que se encuentra siempre presente en mis pensamientos, pero este trabajo

me permitió volver a escuchar acerca de esos datos que uno va olvidando, o

aquellas cosas que sólo ella nos compartía y hoy se transmiten gracias a otras

fuentes, como mi madre. Me resultó sumamente importante poder contar a través de

este trabajo su vida, pero particularmente me sirvió para poder honrar nuestra

relación tan cercana.

Beba en Córdoba, frente a un hermoso paisaje que anticipa su porvenir