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14 abril Domingo de Ramos en la Pasión del Señor (Ciclo C) – 2019 1. TEXTOS LITÚRGICOS 1.a LECTURAS EN LA PROCESIÓN DE RAMOS ¡Bendito el que viene en nombre del Señor! + Evangelio de nuestro Señor Jesucristo según san Lucas 19, 28-40 Jesús siguió adelante, subiendo a Jerusalén. Cuando se acercó a Betfagé y Betania, al pie del monte llamado de los Olivos, envió a dos de sus discípulos, diciéndoles: «Vayan al pueblo que está enfrente y, al entrar, encontrarán un asno atado, que nadie ha montado todavía. Desátenlo y tráiganlo; y si alguien les pregunta: "¿Por qué lo desatan?", respondan: "El Señor lo necesita."» Los enviados partieron y encontraron todo como él les había dicho. Cuando desataron el asno, sus dueños les dijeron: «¿Por qué lo desatan?» Y ellos respondieron: «El Señor lo necesita.» Luego llevaron el asno adonde estaba Jesús y, poniendo sobre él sus mantos, lo hicieron montar. Mientras él avanzaba, la gente extendía sus mantos sobre el camino. Cuando Jesús se acercaba a la pendiente del monte de los Olivos, todos los discípulos, llenos de alegría, comenzaron a alabar a Dios en alta voz, por todos los milagros que habían visto. Y decían: «¡Bendito sea el Rey que viene en nombre del Señor! ¡Paz en el cielo y gloria en las alturas!» Algunos fariseos que se encontraban entre la multitud le dijeron: «Maestro, reprende a tus discípulos.» Pero él respondió: «Les aseguro que si ellos callan, gritarán las piedras.» Palabra del Señor. MISA La misa de este domingo incluye tres lecturas, cuya proclamación mucho se recomienda, a no ser que razones pastorales aconsejen lo contrario. Teniendo en cuenta la importancia de la lectura de la pasión del Señor, está permitido al sacerdote, en vista de las necesidades de cada comunidad, elegir una sola de las lecturas que preceden al Evangelio, o leer únicamente la historia de la Pasión, también en forma abreviada, si fuera necesario. Esto vale exclusivamente para las misas celebradas con el pueblo.

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14

abril

Domingo de Ramos

en la Pasión del Señor

(Ciclo C) – 2019

1. TEXTOS LITÚRGICOS

1.a LECTURAS

EN LA PROCESIÓN DE RAMOS

¡Bendito el que viene en nombre del Señor!

+ Evangelio de nuestro Señor Jesucristo según san Lucas 19, 28-40

Jesús siguió adelante, subiendo a Jerusalén. Cuando se acercó a Betfagé y Betania, al pie del monte llamado de los

Olivos, envió a dos de sus discípulos, diciéndoles: «Vayan al pueblo que está enfrente y, al entrar, encontrarán un

asno atado, que nadie ha montado todavía. Desátenlo y tráiganlo; y si alguien les pregunta: "¿Por qué lo desatan?",

respondan: "El Señor lo necesita."»

Los enviados partieron y encontraron todo como él les había dicho. Cuando desataron el asno, sus dueños les

dijeron: «¿Por qué lo desatan?»

Y ellos respondieron: «El Señor lo necesita.»

Luego llevaron el asno adonde estaba Jesús y, poniendo sobre él sus mantos, lo hicieron montar. Mientras él

avanzaba, la gente extendía sus mantos sobre el camino.

Cuando Jesús se acercaba a la pendiente del monte de los Olivos, todos los discípulos, llenos de alegría,

comenzaron a alabar a Dios en alta voz, por todos los milagros que habían visto. Y decían: «¡Bendito sea el Rey

que viene en nombre del Señor! ¡Paz en el cielo y gloria en las alturas!»

Algunos fariseos que se encontraban entre la multitud le dijeron: «Maestro, reprende a tus discípulos.»

Pero él respondió: «Les aseguro que si ellos callan, gritarán las piedras.»

Palabra del Señor.

MISA

La misa de este domingo incluye tres lecturas, cuya proclamación mucho se recomienda, a no ser que razones

pastorales aconsejen lo contrario.

Teniendo en cuenta la importancia de la lectura de la pasión del Señor, está permitido al sacerdote, en vista de las

necesidades de cada comunidad, elegir una sola de las lecturas que preceden al Evangelio, o leer únicamente la

historia de la Pasión, también en forma abreviada, si fuera necesario. Esto vale exclusivamente para las misas

celebradas con el pueblo.

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No retiré mi rostro cuando me ultrajaban,

pero sé muy bien que no seré defraudado

Lectura del libro de Isaías 50, 4-7

El mismo Señor me ha dado una lengua de discípulo, para que yo sepa reconfortar al fatigado con una palabra de

aliento. Cada mañana, él despierta mi oído para que yo escuche como un discípulo.

El Señor abrió mi oído y yo no me resistí ni me volví atrás. Ofrecí mi espalda a los que me golpeaban y mis

mejillas, a los que me arrancaban la barba; no retiré mi rostro cuando me ultrajaban y escupían.

Pero el Señor viene en mi ayuda: por eso, no quedé confundido; por eso, endurecí mi rostro como el pedernal, y sé

muy bien que no seré defraudado.

Palabra de Dios.

SALMO 21, 8-9. 17-18a. 19-20. 23-24

R. Dios mío, Dios mío, ¿por qué me has abandonado?

Los que me ven, se burlan de mí,

hacen una mueca y mueven la cabeza, diciendo:

«Confió en el Señor, que él lo libre;

que lo salve, si lo quiere tanto.» R.

Me rodea una jauría de perros,

me asalta una banda de malhechores;

taladran mis manos y mis pies.

Yo puedo contar todos mis huesos R.

Se reparten entre sí mi ropa

y sortean mi túnica.

Pero tú, Señor, no te quedes lejos;

tú que eres mi fuerza, ven pronto a socorrerme. R.

Yo anunciaré tu Nombre a mis hermanos,

te alabaré en medio de la asamblea:

«Alábenlo, los que temen al Señor;

glorifíquenlo, descendientes de Jacob;

témanlo, descendientes de Israel.» R.

Se anonadó a sí mismo. Por eso, Dios lo exaltó

Lectura de la carta del apóstol san Pablo a los cristianos de Filipos 2, 6-11

Jesucristo, que era de condición divina, no consideró esta igualdad con Dios como algo que debía guardar

celosamente: al contrario, se anonadó a sí mismo, tomando la condición de servidor y haciéndose semejante a los

hombres. Y presentándose con aspecto humano, se humilló hasta aceptar por obediencia la muerte y muerte de

cruz.

Por eso, Dios lo exaltó y le dio el Nombre que está sobre todo nombre, para que al nombre de Jesús, se doble toda

rodilla en el cielo, en la tierra y en los abismos, y toda lengua proclame para gloria de Dios Padre: «Jesucristo es el

Señor.»

Palabra de Dios

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VERSÍCULO ANTES DEL EVANGELIO Flp 2, 8-9

Cristo se humilló por nosotros

hasta aceptar por obediencia la muerte,

y muerte de cruz.

Por eso, Dios lo exaltó

y le dio el Nombre que está sobre todo nombre.

EVANGELIO

En los lugares en que pareciere oportuno, durante la lectura de la Pasión se pueden incorporar aclamaciones.

Pasión de nuestro Señor Jesucristo según san Lucas 22, 7. 14-23, 56

He deseado ardientemente

comer esta Pascua con vosotros

antes de mi pasión

C. Legó el día de los Ázimos, en el que se debía inmolar la victima pascual. Cuando fue la hora, Jesús se sentó a la

mesa con los Apóstoles y les dijo:

+ «He deseado ardientemente comer esta Pascua con ustedes antes de mi Pasión, porque les aseguro que ya no la

comeré más hasta que llegue a su pleno cumplimiento en el Reino de Dios.»

C. Y tomando una copa, dio gracias y dijo:

+ «Tomen y compártanla entre ustedes. Porque les aseguro que desde ahora no beberé más del fruto de la vid hasta

que llegue el Reino de Dios.»

Haced esto en memoria mía

C. Luego tomó el pan, dio gracias, lo partió y lo dio a sus discípulos, diciendo:

+ «Esto es mi Cuerpo, que se entrega por ustedes. Hagan esto en memoria mía.»

C. Después de la cena hizo lo mismo con la copa, diciendo:

+ «Esta copa es la Nueva Alianza sellada con mi Sangre, que se derrama por ustedes.»

¡Ay de aquel que va a entregar al Hijo del hombre!

+ «La mano del traidor está sobre la mesa, junto a mí. Porque el Hijo del hombre va por el camino que le ha sido

señalado, pero ¡ay de aquel que lo va a entregar!»

C. Entonces comenzaron a preguntarse unos a otros quién de ellos sería el que iba a hacer eso.

Yo estoy entre vosotros como el que sirve

C. Y surgió una discusión sobre quién debía ser considerado como el más grande.

+ Jesús les dijo: «Los reyes de las naciones dominan sobre ellas, y los que ejercen el poder sobre el pueblo se

hacen llamar bienhechores. Pero entre ustedes no debe ser así. Al contrario, el que es más grande, que se comporte

como el menor, y el que gobierna, como un servidor. Porque, ¿quién es más grande, el que está a la mesa o el que

sirve? ¿No es acaso el que está a la mesa? Y sin embargo, yo estoy entre ustedes como el que sirve.

Ustedes son los que han permanecido siempre conmigo en medio de mis pruebas. Por eso yo les confiero la

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realeza, como mi Padre me la confirió a mí. Y en mi Reino, ustedes comerán y beberán en mi mesa, y se sentarán

sobre tronos para juzgar a las doce tribus de Israel.»

Tú, después que hayas vuelto, confirma a tus hermanos

+ «Simón, Simón, mira que Satanás ha pedido poder para zarandearlos como el trigo, pero yo he rogado por ti,

para que no te falte la fe. Y tú, después que hayas vuelto, confirma a tus hermanos.»

C. Pedro le dijo:

S. «Señor, estoy dispuesto a ir contigo a la cárcel y a la muerte.»

C. Pero Jesús replicó:

+ «Yo te aseguro, Pedro, que hoy, antes que cante el gallo, habrás negado tres veces que me conoces.»

Debe cumplirse en mí la palabra de la escritura

C. Después les dijo:

+ «Cuando los envié sin bolsa, ni alforja, ni sandalia, ¿les faltó alguna cosa?»

C. Respondieron:

S. «Nada»

C. El agregó:

+ «Pero ahora el que tenga una bolsa, que la lleve; el que tenga una alforja, que la lleve también; y el que no tenga

espada, que venda su manto para comprar una. Porque les aseguro que debe cumplirse en mí esta palabra de la

Escritura: Fue contado entre los malhechores. Ya llega a su fin todo lo que se refiere a mí.»

C. Ellos le dijeron:

S. «Señor, aquí hay dos espadas.»

C. El les respondió:

+ «Basta.»

En medio de la angustia, él oraba más intensamente

C. En seguida Jesús salió y fue como de costumbre al monte de los Olivos, seguido de sus discípulos. Cuando

llegaron, les dijo:

+ «Oren, para no caer en la tentación.»

C. Después se alejó de ellos, más o menos a la distancia de un tiro de piedra, y puesto de rodillas, oraba:

+ «Padre, si quieres, aleja de mí este cáliz. Pero que no se haga mi voluntad, sino la tuya.»

C. Entonces se le apareció un ángel del cielo que lo reconfortaba. En medio de la angustia, él oraba más

intensamente, y su sudor era como gotas de sangre que corrían hasta el suelo.

Después de orar se levantó, fue hacia donde estaban sus discípulos y los encontró adormecidos por la tristeza.

Jesús les dijo:

+ «¿Por qué están durmiendo? Levántense y oren para no caer en la tentación.»

Judas, ¿con un beso entregas al Hijo del hombre?

C. Todavía estaba hablando, cuando llegó una multitud encabezada por el que se llamaba Judas, uno de los Doce.

Este se acercó a Jesús para besarlo. Jesús le dijo:

+ «Judas, ¿con un beso entregas al Hijo del hombre?»

C. Los que estaban con Jesús, viendo lo que iba a suceder, le preguntaron:

S. «Señor, ¿usamos la espada?»

C. Y uno de ellos hirió con su espada al servidor del Sumo Sacerdote, cortándole la oreja derecha. Pero Jesús dijo:

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+ «Dejen, ya está.»

C. Y tocándole la oreja, lo curó. Después dijo a los sumos sacerdotes, a los jefes de la guardia del Templo y a los

ancianos que habían venido a arrestarlo:

+ «¿Soy acaso un ladrón para que vengan con espadas y palos? Todos los días estaba con ustedes en el Templo y

no me arrestaron. Pero esta es la hora de ustedes y el poder de las tinieblas.»

Pedro, saliendo afuera, lloró amargamente

C. Después de arrestarlo, lo condujeron a la casa del Sumo Sacerdote. Pedro lo seguía de lejos. Encendieron fuego

en medio del patio, se sentaron alrededor de él y Pedro se sentó entre ellos. Una sirvienta que lo vio junto al fuego,

lo miró fijamente y dijo:

S. «Este también estaba con él.»

C. Pedro lo negó diciendo:

S. «Mujer, no lo conozco.»

C. Poco después, otro lo vio y dijo:

S. «Tú también eres uno de aquellos.»

C. Pero Pedro respondió:

S. «No, hombre, no lo soy.»

C. Alrededor de una hora más tarde, otro insistió, diciendo:

S. «No hay duda de que este hombre estaba con él; además, él también es galileo.»

C. Dijo Pedro:

S. «Hombre, no sé lo que dices.»

C. En ese momento, cuando todavía estaba hablando, cantó el gallo. El Señor, dándose vuelta, miró a Pedro. Este

recordó las palabras que el Señor le había dicho: «Hoy, antes que cante el gallo, me habrás negado tres veces.» Y

saliendo afuera, lloró amargamente.

Profetiza, ¿quién te golpeó?

C. Los hombres que custodiaban a Jesús lo ultrajaban y lo golpeaban;

y tapándole el rostro, le decían:

S. «Profetiza, ¿quién te golpeó?»

C. Y proferían contra él toda clase de insultos.

Llevaron a Jesús ante el tribunal

C. Cuando amaneció, se reunió el Consejo de los ancianos del pueblo, junto con los sumos sacerdotes y los

escribas. Llevaron a Jesús ante el tribunal y le dijeron:

S. «Dinos si eres el Mesías.»

C. El les dijo:

+ «Si yo les respondo, ustedes no me creerán, y si los interrogo, no me responderán. Pero en adelante, el Hijo del

hombre se sentará a la derecha de Dios todopoderoso.»

C. Todos preguntaron:

S. «¿Entonces eres el Hijo de Dios?»

C. Jesús respondió:

+ «Tienen razón, yo lo soy.»

C. Ellos dijeron:

S. «¿Acaso necesitamos otro testimonio? Nosotros mismos lo hemos oído de su propia boca.»

C. Después se levantó toda la asamblea y lo llevaron ante Pilato.

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No encuentro en este hombre ningún motivo de condena

C. Y comenzaron a acusarlo, diciendo:

S. «Hemos encontrado a este hombre incitando a nuestro pueblo a la rebelión, impidiéndole pagar los impuestos al

Emperador y pretendiendo ser el rey Mesías.»

C. Pilato lo interrogó, diciendo:

S. «¿Eres tú el rey de los judíos?»

+ «Tú lo dices.»

C. Le respondió Jesús. Pilato dijo a los sumos sacerdotes y a la multitud:

S. «No encuentro en este hombre ningún motivo de condena.»

C. Pero ellos insistían:

S. «Subleva al pueblo con su enseñanza en toda la Judea. Comenzó en Galilea y ha llegado hasta aquí.»

C. Al oír esto, Pilato preguntó si ese hombre era galileo. Y habiéndose asegurado de que pertenecía a la

jurisdicción de Herodes, se lo envió. En esos días, también Herodes se encontraba en Jerusalén.

Herodes y sus guardias lo trataron con desprecio

C. Herodes se alegró mucho al ver a Jesús. Hacía tiempo que deseaba verlo, por lo que había oído decir de él, y

esperaba que hiciera algún prodigio en su presencia. Le hizo muchas preguntas, pero Jesús no le respondió nada.

Entre tanto, los sumos sacerdotes y los escribas estaban allí y lo acusaban con vehemencia.

Herodes y sus guardias, después de tratarlo con desprecio y ponerlo en ridículo, lo cubrieron con un magnífico

manto y lo enviaron de nuevo a Pilato. Y ese mismo día, Herodes y Pilato, que estaban enemistados, se hicieron

amigos.

Pilato entregó a Jesús al arbitrio de ellos

C. Pilato convocó a los sumos sacerdotes, a los jefes y al pueblo, y les dijo:

S. «Ustedes me han traído a este hombre, acusándolo de incitar al pueblo a la rebelión. Pero yo lo interrogué

delante de ustedes y no encontré ningún motivo de condena en los cargos de que lo acusan; ni tampoco Herodes,

ya que él lo ha devuelto a este tribunal. Como ven, este hombre no ha hecho nada que merezca la muerte. Después

de darle un escarmiento, lo dejaré en libertad.»

C. Pero la multitud comenzó a gritar:

S. «¡Qué muera este hombre! ¡Suéltanos a Barrabás!»

C. A Barrabás lo habían encarcelado por una sedición que tuvo lugar en la ciudad y por homicidio.

Pilato volvió a dirigirles la palabra con la intención de poner en libertad a Jesús. Pero ellos seguían gritando:

S. «¡Crucifícalo! ¡Crucifícalo!»

C. Por tercera vez les dijo:

S. «¿Qué mal ha hecho este hombre? No encuentro en él nada que merezca la muerte. Después de darle un

escarmiento, lo dejaré en libertad.»

C. Pero ellos insistían a gritos, reclamando que fuera crucificado, y el griterío se hacía cada vez más violento. Al

fin, Pilato resolvió acceder al pedido del pueblo. Dejó en libertad al que ellos pedían, al que había sido encarcelado

por sedición y homicidio, y a Jesús lo entregó al arbitrio de ellos.

Hijas de Jerusalén, no lloréis por mí

C. Cuando lo llevaban, detuvieron a un tal Simón de Cirene, que volvía del campo, y lo cargaron con la cruz, para

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que la llevara detrás de Jesús. Lo seguían muchos del pueblo y un buen número de mujeres, que se golpeaban el

pecho y se lamentaban por él. Pero Jesús, volviéndose hacia ellas, les dijo:

+ «¡Hijas de Jerusalén!, no lloren por mí; lloren más bien por ustedes y por sus hijos. Porque se acerca el tiempo

en que se dirá: ¡Felices las estériles, felices los senos que no concibieron y los pechos que no amamantaron!

Entonces se dirá a las montañas: ¡Caigan sobre nosotros!, y a los cerros: ¡Sepúltennos! Porque si así tratan a la

leña verde, ¿qué será de la leña seca?»

C. Con él llevaban también a otros dos malhechores, para ser ejecutados.

Padre, perdónalos, porque no saben lo que hacen

C. Cuando llegaron al lugar llamado «del Cráneo», lo crucificaron junto con los malhechores, uno a su derecha y

el otro a su izquierda. Jesús decía:

+ «Padre, perdónalos, porque no saben lo que hacen.»

C. Después se repartieron sus vestiduras, sorteándolas entre ellos.

Este es el Rey de los judíos

C. El pueblo permanecía allí y miraba. Sus jefes, burlándose, decían:

S. «Ha salvado a otros: ¡que se salve a sí mismo, si es el Mesías de Dios, el Elegido!»

C. También los soldados se burlaban de él y, acercándose para ofrecerle vinagre, le decían:

S. «Si eres el rey de los judíos, ¡sálvate a ti mismo!»

C. Sobre su cabeza había una inscripción: «Este es el rey de los judíos.»

Hoy estarás conmigo en el Paraíso

C. Uno de los malhechores crucificados lo insultaba, diciendo:

S. «¿No eres tú el Mesías? Sálvate a ti mismo y a nosotros.»

C. Pero el otro lo increpaba, diciéndole: «¿No tienes temor de Dios, tú que sufres la misma pena que él? Nosotros

la sufrimos justamente, porque pagamos nuestras culpas, pero él no ha hecho nada malo.»

C. Y decía:

S. «Jesús, acuérdate de mí cuando vengas a establecer tu Reino.»

C. El le respondió:

+ «Yo te aseguro que hoy estarás conmigo en el Paraíso.»

Padre, en tus manos encomiendo mi espíritu

C. Era alrededor del mediodía. El sol se eclipsó y la oscuridad cubrió toda la tierra hasta las tres de la tarde. El

velo del Templo se rasgó por el medio. Jesús, con un grito, exclamó:

+ «Padre, en tus manos encomiendo mi espíritu.»

C. Y diciendo esto, expiró.

Aquí todos se arrodillan, y se hace una breve pausa.

C. Cuando el centurión vio lo que había pasado, alabó a Dios, exclamando:

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S. «Realmente este hombre era un justo.»

C. Y la multitud que se había reunido para contemplar el espectáculo, al verlo sucedido, regresaba golpeándose el

pecho. Todos sus amigos y las mujeres que lo habían acompañado desde Galilea permanecían a distancia,

contemplando lo sucedido.

José colocó el cuerpo de Jesús en un sepulcro cavado en la roca

C. Llegó entonces un miembro del Consejo, llamado José, hombre recto y justo, que había disentido con las

decisiones y actitudes de los demás. Era de Arimatea, ciudad de Judea, y esperaba el Reino de Dios. Fue a ver a

Pilato para pedirle el cuerpo de Jesús. Después de bajarlo de la cruz, lo envolvió en una sábana y lo colocó en un

sepulcro cavado en la roca, donde nadie había sido sepultado.

Era el día de la Preparación, y ya comenzaba el sábado.

Las mujeres que habían venido de Galilea con Jesús siguieron a José, observaron el sepulcro y vieron cómo había

sido sepultado. Después regresaron y prepararon los bálsamos y perfumes, pero el sábado observaron el descanso

que prescribía la Ley.

Palabra del Señor.

O bien más breve:

Pasión de nuestro Señor Jesucristo según san Lucas 22, 66a; 23, 1b-49

No encuentro en este hombre ningún motivo de condena

C. Cuando amaneció, se reunió el Consejo de los ancianos del pueblo, junto con los sumos sacerdotes y los

escribas. Y comenzaron a acusarlo, diciendo:

S. «Hemos encontrado a este hombre incitando a nuestro pueblo a la rebelión, impidiéndole pagar los impuestos al

Emperador y pretendiendo ser el rey Mesías.»

C. Pilato lo interrogó, diciendo:

S. «¿Eres tú el rey de los judíos?»

+ «Tú lo dices»

C. Le respondió Jesús. Pilato dijo a los sumos sacerdotes y a la multitud:

S. «No encuentro en este hombre ningún motivo de condena.»

C. Pero ellos insistían:

S. «Subleva al pueblo con su enseñanza en toda la Judea. Comenzó en Galilea y ha llegado hasta aquí.»

C. Al oír esto, Pilato preguntó si ese hombre era galileo. Y habiéndose asegurado de que pertenecía a la

jurisdicción de Herodes, se lo envió. En esos días, también Herodes se encontraba en Jerusalén.

Herodes y sus guardias lo trataron con desprecio

C. Herodes se alegró mucho al ver a Jesús. Hacía tiempo que deseaba verlo, por lo que había oído decir de él, y

esperaba que hiciera algún prodigio en su presencia. Le hizo muchas preguntas, pero Jesús no le respondió nada.

Entre tanto, los sumos sacerdotes y los escribas estaban allí y lo acusaban con vehemencia.

Herodes y sus guardias, después de tratarlo con desprecio y ponerlo en ridículo, lo cubrieron con un magnífico

manto y lo enviaron de nuevo a Pilato. Y ese mismo día, Herodes y Pilato, que estaban enemistados, se hicieron

amigos.

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Pilato entregó a Jesús al arbitrio de ellos

C. Pilato convocó a los sumos sacerdotes, a los jefes y al pueblo, y les dijo:

S. «Ustedes me han traído a este hombre, acusándolo de incitar al pueblo a la rebelión. Pero yo lo interrogué

delante de ustedes y no encontré ningún motivo de condena en los cargos de que lo acusan; ni tampoco Herodes,

ya que él lo ha devuelto a este tribunal. Como ven, este hombre no ha hecho nada que merezca la muerte. Después

de darle un escarmiento, lo dejaré en libertad.»

C. Pero la multitud comenzó a gritar:

S. «¡Qué muera este hombre! ¡Suéltanos a Barrabás!»

C. A Barrabás lo habían encarcelado por una sedición que tuvo lugar en la ciudad y por homicidio.

Pilato volvió a dirigirles la palabra con la intención de poner en libertad a Jesús. Pero ellos seguían gritando:

S. «¡Crucifícalo! ¡Crucifícalo!»

C. Por tercera vez les dijo:

S. «¿Qué mal ha hecho este hombre? No encuentro en él nada que merezca la muerte. Después de darle un

escarmiento, lo dejaré en libertad.»

C. Pero ellos insistían a gritos, reclamando que fuera crucificado, y el griterío se hacía cada vez más violento. Al

fin, Pilato resolvió acceder al pedido del pueblo. Dejó en libertad al que ellos pedían, al que había sido encarcelado

por sedición y homicidio, y a Jesús lo entregó al arbitrio de ellos.

Hijas de Jerusalén, no lloréis por mí

C. Cuando lo llevaban, detuvieron a un tal Simón de Cirene, que volvía del campo, y lo cargaron con la cruz, para

que la llevara detrás de Jesús. Lo seguían muchos del pueblo y un buen número de mujeres, que se golpeaban el

pecho y se lamentaban por él. Pero Jesús, volviéndose hacia ellas, les dijo:

+ «¡Hijas de Jerusalén!, no lloren por mí; lloren más bien por ustedes y por sus hijos. Porque se acerca el tiempo

en que se dirá: ¡Felices las estériles, felices los senos que no concibieron y los pechos que no amamantaron!

Entonces se dirá a las montañas: ¡Caigan sobre nosotros!, y a los cerros: ¡Sepúltennos! Porque si así tratan a la

leña verde, ¿qué será de la leña seca?»

C. Con él llevaban también a otros dos malhechores, para ser ejecutados.

Padre, perdónalos, porque no saben lo que hacen

C. Cuando llegaron al lugar llamado «del Cráneo», lo crucificaron junto con los malhechores, uno a su derecha y

el otro a su izquierda. Jesús decía:

+ «Padre, perdónalos, porque no saben lo que hacen.»

C. Después se repartieron sus vestiduras, sorteándolas entre ellos.

Este es el Rey de los judíos

C. El pueblo permanecía allí y miraba. Sus jefes, burlándose, decían:

S. «Ha salvado a otros: ¡que se salve a sí mismo, si es el Mesías de Dios, el Elegido!»

C. También los soldados se burlaban de él y, acercándose para ofrecerle vinagre, le decían:

S. «Si eres el rey de los judíos, ¡sálvate a ti mismo!»

C. Sobre su cabeza había una inscripción: «Este es el rey de los judíos.»

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Hoy estarás conmigo en el Paraíso

C. Uno de los malhechores crucificados lo insultaba, diciendo:

S. «¿No eres tú el Mesías? Sálvate a ti mismo y a nosotros.»

C. Pero el otro lo increpaba, diciéndole: «¿No tienes temor de Dios, tú que sufres la misma pena que él? Nosotros

la sufrimos justamente, porque pagamos nuestras culpas, pero él no ha hecho nada malo.»

C. Y decía:

S. «Jesús, acuérdate de mí cuando vengas a establecer tu Reino.»

C. El le respondió:

+ «Yo te aseguro que hoy estarás conmigo en el Paraíso.»

Padre, en tus manos encomiendo mi espíritu

C. Era alrededor del mediodía. El sol se eclipsó y la oscuridad cubrió toda la tierra hasta las tres de la tarde. El

velo del Templo se rasgó por el medio. Jesús, con un grito, exclamó:

+ «Padre, en tus manos encomiendo mi espíritu.»

C. Y diciendo esto, expiró.

Aquí todos se arrodillan, y se hace un breve silencio de adoración.

C. Cuando el centurión vio lo que había pasado, alabó a Dios, exclamando:

S. «Realmente este hombre era un justo.»

C. Y la multitud que se había reunido para contemplar el espectáculo, al ver lo sucedido, regresaba golpeándose el

pecho. Todos sus amigos y las mujeres que lo habían acompañado desde Galilea permanecían a distancia,

contemplando lo sucedido.

Palabra del Señor.

1.b GUION PARA LA MISA

Guion para el Domingo de Ramos en la pasión del Señor (C)

(Domingo 14 de abril de 2019)

Procesión (antes de la llegada del sacerdote): Nuestro Señor se encamina decididamente a Jerusalén para realizar la obra de

su Padre. Su entrada triunfal preludia el triunfo definitivo de la redención. Con amor acompañemos su camino hacia Jerusalén,

hacia el Calvario y el Sepulcro donde renacerá nuestra Vida y nuestra Esperanza.

*Procesión- Evangelio: Lucas 19, 28- 40

Liturgia de la Palabra

1ª Lectura Is 50, 4-7

Jesús es el Siervo sufriente que ha tomado sobre sí el destino del hombre. Él nos enseña a sufrir y a confiar en Dios.

Salmo Responsorial: 21

2ª Lectura Fil 2, 6-11

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La Encarnación redentora llega a su máximo anonadamiento en la Pasión, por la cual Dios es glorificado y Cristo es

glorificado por el Padre.

Evangelio Lc 22, 14-23, 56 o bien 22, 66ª; 23, 1b.49

Contemplemos a Nuestro Señor y compartamos sus sentimientos, dispuestos a recibir los frutos sobreabundantes de

su Pasión.

Preces

Dirijamos nuestras intenciones a Dios nuestro Padre, ante quien tenemos acceso, por la muerte de Cristo.

A cada invocación respondemos....

*Padre lleno de amor, que nos has convocado en un solo rebaño junto a la Cruz de Jesús, escucha las súplicas del

Santo Padre en favor de la unidad de los cristianos. Oremos.

*Padre Eterno, que no rechazas nunca a tantos hijos pródigos, suscita sacerdotes fieles al ministerio de la

Reconciliación, que estén siempre disponibles a darnos tu misericordia a través del sacramento de la Penitencia.

Oremos.

*Padre nuestro, te pedimos por los cristianos perseguidos, sobre todo en Medio Oriente, para que en estos días

santos, se fortalezcan en el supremos testimonio de Cristo, con cuya sangre martirial resplandece la santidad de la

Iglesia. Oremos.

*Padre lleno de ternura, concede abundantes frutos de santidad entre los jóvenes que en todo el mundo, celebran

junto al Papa, la Jornada mundial de la Juventud. Oremos.

*Padre santo, haz que no traicionemos jamás el amor de tu Divino Hijo con la incoherencia de nuestras vidas, sino

que sepamos ser fieles a Él hasta el Calvario en medio a las humillaciones y sufrimientos. Oremos.

Oremos: Padre nuestro, escucha nuestra confiada oración, y ya que estamos dispuestos al seguimiento de tu Hijo

fortalece nuestras almas para seguirlo hasta la Cruz, y así participemos juntamente con Él de la gloria de la

resurrección. Por Jesucristo, nuestro Señor.

Liturgia Eucarística

Ofertorio: Presentamos todas nuestras intenciones ante el altar, y con ellas traemos:

*Incienso, confesando que queremos ser el buen olor de Cristo en las virtudes del anonadamiento.

*Cirios y en ellos el deseo de iluminar con nuestras vidas a los que no tiene fe en Dios.

*Pan y vino y con ellos nuestras oraciones y nuestras mismas vidas ofrecidas en holocausto por la paz del mundo

junto a Cristo, Victima por la Paz.

Comunión:

Mientras nos acercamos a la Comunión, hagamos viva en nuestra alma la subida al Calvario de nuestro Señor para

compartir con El la más alta caridad.

Salida:

Con María Santísima seguimos a Cristo cantando “Hosanna al Hijo de David”. Y con Ella estaremos al pie de la

Cruz para alcanzar también la alegría de la Pascua que ya se acerca.

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(Gentileza del Monasterio “Santa Teresa de los Andes” (SSVM) _ San Rafael _ Argentina)

1.c Orientaciones para preparar las homilías de Semana Santa

Reunimos aquí las indicaciones litúrgicas para la celebración de la Liturgia de la Palabra en las Misas de la

Semana Santa. Están tomadas de los libros litúrgicos aprobados canónicamente por la Iglesia. Con esta mirada de

conjunto podemos ya hacer un plan y un primer bosquejo de todos nuestros sermones de Semana Santa.

Domingo de Ramos

“En el Domingo de Ramos de la Pasión del Señor, para la procesión se han escogido los textos que se refieren

a la solemne entrada del Señor en Jerusalén, tomados de los tres Evangelios sinópticos; en la Misa se lee el relato

de la pasión del Señor”. (Leccionario, Prenotanda, nº 97)

“La misa de este domingo incluye tres lecturas, cuya proclamación mucho se recomienda, a no ser que

razones pastorales aconsejen lo contrario.

“Teniendo en cuenta la importancia de la lectura de la Pasión del Señor, está permitido al sacerdote, en vista

de las necesidades de cada comunidad, elegir una sola de las lecturas que preceden al Evangelio, o leer únicamente

la historia de la Pasión, también en forma abreviada, si fuera necesario. Esto vale exclusivamente para las misas

celebradas con el pueblo.” (Leccionario, Tomo I, p. 445; anotación en rojo antes de las lecturas de la Misa del

Domingo de Ramos)

“En los lugares en que pareciere oportuno, durante la lectura de la Pasión se pueden incorporar aclamaciones”

(Leccionario, Tomo I, p. 451; anotación en rojo antes de la lectura de la Pasión)

Recordamos que el sacerdote celebrante, en las Misas del Domingo de Ramos que se hagan con procesión o

con entrada solemne, debe predicar tres veces. La primera es una monición antes de la bendición de los ramos,

monición que puede leer también del Misal (Misal Romano, Domingo de Ramos en la Pasión del Señor, nº 5, p.

219). La segunda es después de la lectura del Evangelio antes de iniciar la procesión. El Misal, respecto a esta

predicación dice textualmente: “Después del Evangelio, si se cree oportuno, puede hacerse una breve homilía.”

(Misal Romano, Domingo de Ramos en la Pasión del Señor, nº 8, p. 223). La tercera predicación es ya dentro de la

Misa, después de la lectura de la Pasión (según San Marcos, en este Ciclo B). Dice el Misal textualmente: “Después

de la proclamación de la Pasión, si se cree oportuno, hágase una breve homilía. Puede hacerse también un momento

de silencio” (Misal Romano, Domingo de Ramos en la Pasión del Señor, nº 22, p. 228).

En algunas regiones el Domingo de Ramos es una de las misas más concurridas del año y, por lo tanto, la

utilidad espiritual de la homilía es muy grande. En estos casos aconsejamos no omitirla.

En cuanto al tema de la homilía es preciosa esta indicación del Ceremonial de los Obispos: “Con el Domingo

de Ramos en la Pasión del Señor, la Iglesia entra en el misterio de su Señor crucificado, sepultado y resucitado, el

cual, entrando en Jerusalén, dio un anuncio profético de su poder.

“Los cristianos llevan ramos en sus manos como signo de que Cristo muriendo en la cruz, triunfó como Rey.

Habiendo enseñado el Apóstol: ‘Si sufrimos con Él, también con Él seremos glorificados’ (Rm 8,17), el nexo entre

ambos aspectos del misterio pascual, ha de resplandecer en la celebración y en la catequesis de este día” (Ceremonial

de los Obispos, nº 263).

De acuerdo a esto podemos decir que el Domingo de Ramos comprende, a la vez, el presagio del triunfo

regio de Cristo y el anuncio de la Pasión. Por lo tanto, en la homilía debe quedar en evidencia la relación entre estos

dos aspectos del misterio pascual.

Además, debe tenerse muy en cuenta el breve y sustancioso texto con el que el Directorio Homilético se

refiere al Domingo de Ramos (CONGREGACIÓN PARA EL CULTO DIVINO Y LA DISCIPLINA DE LOS SACRAMENTOS,

Directorio Homilético, nº 77).

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Ferias de Semana Santa

“Los primeros días de la Semana Santa, las lecturas consideran el misterio de la pasión” (Leccionario,

Prenotanda, nº 98)

Misa crismal

“En la Misa crismal, las lecturas ponen de relieve la función mesiánica de Cristo y su continuación en la

Iglesia, por medio de los sacramentos”. (Leccionario, Prenotanda, nº 98)

Respecto a la predicación en la Misa crismal, dice el Misal textualmente: “Después de la proclamación del

Evangelio, el obispo pronuncia la homilía inspirándose en los textos de la Liturgia de la Palabra, hablando al pueblo

y a sus presbíteros acerca de la unción sacerdotal, exhortando a los presbíteros a conservar la fidelidad a su ministerio

e invitándolos a renovar públicamente sus promesas sacerdotales” (Misal Romano, Jueves Santo, nº 8, p. 233)

Sagrado Triduo pascual

Jueves Santo o Jueves de la Cena del Señor

“El jueves santo, en la Misa vespertina, el recuerdo del banquete que precedió al éxodo ilumina de un modo

especial el ejemplo de Cristo al lavar los pies de los discípulos y las palabras de Pablo sobre la institución de la

Pascua cristiana de la Eucaristía” (Leccionario, Prenotanda, nº 99).

“Después de proclamar el Evangelio, el sacerdote pronuncia la homilía, en la cual se exponen los grandes

misterios que se recuerdan en esta Misa, es decir, la institución de la sagrada Eucaristía y del Orden sacerdotal, y

también el mandato del Señor sobre la caridad fraterna” (Misal Romano, Jueves de la Cena del Señor, nº 9, p. 240).

Esta breve indicación del Misal Romano es de gran valor, ya que nos indica con claridad cuál debe ser el contenido

de nuestra homilía para Misa de la Cena del Señor.

Viernes Santo

“La acción litúrgica del viernes santo llega a su momento culminante en el relato según san Juan de la pasión

de aquel que, como el Siervo del Señor, anunciado en el libro de Isaías, se ha convertido realmente en el único

sacerdote al ofrecerse a sí mismo al Padre”. (Leccionario, Prenotanda, nº 99)

“Concluida la lectura de la Pasión (según San Juan), hágase una breve homilía, y terminada ésta, los fieles

pueden ser invitados a hacer un tiempo de oración en silencio” (Misal Romano, Viernes Santo de la Pasión del

Señor, nº 10, p. 245).

Viernes Santo: Memoria de los Dolores de la Santísima Virgen María junto a la Cruz

El Misal Romano (Viernes Santo de la Pasión del Señor, nº 20 bis) contempla dos posibilidades para la

memoria de los dolores y la soledad de la Virgen María: el “piadoso ejercicio tradicional” del Sermón de la Soledad

o la inclusión de “la memoria del dolor de María en la misma acción litúrgica con la que se celebra la Pasión del

Señor”. El Misal considera “más conveniente” esta última porque “de esta manera aparecerá con más evidencia que

la Virgen María está unida indisolublemente a la obra de la salvación realizada por su Hijo”.

Sin embargo resalta el Misal que en algunos lugares puede “considerarse oportuno conservar” aquel piadoso

ejercicio tradicional del Sermón de la Soledad. El Misal lo describe de esta manera: “Según una antigua tradición,

en la tarde del Viernes Santo se realizaba en nuestras iglesias un piadoso ejercicio en memoria de los dolores sufridos

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por la Santísima Virgen María junto a la cruz de su Hijo, y de su estado de profunda soledad después de la muerte

de Jesús.” Debe tenerse el cuidado de realizarlo de tal manera que no reste importancia a la Celebración litúrgica de

la Pasión del Señor. La experiencia pastoral de la Iglesia a lo largo y a lo ancho del mundo demuestra que es

perfectamente posible realizar este ejercicio en memoria de los dolores de la Virgen sin restar importancia a la

Celebración litúrgica de la Pasión del Señor.

Vigilia Pascual en la Noche Santa

“En la vigilia pascual de la noche santa, se proponen siete lecturas del Antiguo Testamento, que recuerdan

las maravillas de Dios en la historia de la salvación, y dos del Nuevo, a saber, el anuncio de la resurrección según

los tres evangelios sinópticos, y la lectura apostólica sobre el bautismo cristiano como sacramento de la resurrección

de Cristo” (Leccionario, Prenotanda, nº 99).

“En esta Vigilia, ‘Madre de todas las vigilias’, se proponen nueve lecturas: siete del Antiguo Testamento y

dos del Nuevo Testamento (Epístola y Evangelio). En la medida de lo posible, y respetando la índole de la Vigilia,

debe proclamarse todas las lecturas.

“Si graves circunstancias pastorales lo exigen, puede reducirse el número de las lecturas del Antiguo

Testamento; con todo, téngase siempre presente que la lectura de la Palabra de Dios es una parte fundamental de

esta Vigilia pascual. Por eso, deben leerse por lo menos tres lecturas del Antiguo Testamento, que provengan de la

Ley y los Profetas y se canten los respectivos salmos responsoriales. Nunca debe omitirse la lectura tomada del

capítulo 14 del Éxodo con sus respectivo cántico” (Misal Romano, Vigilia Pascual en la Noche Santa, nº 20 – 21,

p. 275)

El Leccionario se expresa con términos semejantes.

Respecto a la homilía para esta celebración dice el Misal Romano: “Después del Evangelio tiene lugar la

homilía que, aunque breve, no debe omitirse” (Misal Romano, Vigilia Pascual en la Noche Santa, nº 36, p. 279)

Misa del día de Pascua

“Para la Misa del día de Pascua se propone la lectura del Evangelio de san Juan sobre el hallazgo del sepulcro

vacío. También pueden leerse, si se prefiere, los textos de los evangelios propuestos para la noche santa, o, cuando

hay Misa vespertina, la narración de Lucas sobre la aparición a los discípulos que iban a Emaús. La primera lectura

se toma de los Hechos de los Apóstoles, que se leen durante el tiempo pascual en vez de la lectura del Antiguo

Testamento. La lectura del Apóstol se refiere al misterio de Pascua vivido en la Iglesia” (Leccionario, Prenotanda,

nº 99).

Párrafos del Catecismo de la Iglesia Católica sugeridos por el Directorio Homilético

Domingo de Ramos en la Pasión del Señor (C)

CEC 557-560: la entrada de Jesús en Jerusalén

CEC 602-618: la Pasión de Cristo

CEC 2816: el señorío de Cristo proviene de su Muerte y Resurrección

CEC 654, 1067-1068, 1085, 1362: el Misterio Pascual y la Liturgia

La subida de Jesús a Jerusalén

557 "Como se iban cumpliendo los días de su asunción, él se afirmó en su voluntad de ir a Jerusalén" (Lc 9, 51;

cf. Jn 13, 1). Por esta decisión, manifestaba que subía a Jerusalén dispuesto a morir. En tres ocasiones había

repetido el anuncio de su Pasión y de su Resurrección (cf. Mc 8, 31-33; 9, 31-32; 10, 32-34). Al dirigirse a

Jerusalén dice: "No cabe que un profeta perezca fuera de Jerusalén" (Lc 13, 33).

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558 Jesús recuerda el martirio de los profetas que habían sido muertos en Jerusalén (cf. Mt 23, 37a). Sin embargo,

persiste en llamar a Jerusalén a reunirse en torno a él: "¡Cuántas veces he querido reunir a tus hijos, como una

gallina reúne a sus pollos bajo las alas y no habéis querido!" (Mt 23, 37b). Cuando está a la vista de Jerusalén,

llora sobre ella y expresa una vez más el deseo de su corazón:" ¡Si también tú conocieras en este día el mensaje

de paz! pero ahora está oculto a tus ojos" (Lc 19, 41-42).

La entrada mesiánica de Jesús en Jerusalén

559 ¿Cómo va a acoger Jerusalén a su Mesías? Jesús rehuyó siempre las tentativas populares de hacerle rey (cf. Jn

6, 15), pero elige el momento y prepara los detalles de su entrada mesiánica en la ciudad de "David, su Padre"

(Lc 1,32; cf. Mt 21, 1-11). Es aclamado como hijo de David, el que trae la salvación ("Hosanna" quiere decir

"¡sálvanos!", "Danos la salvación!"). Pues bien, el "Rey de la Gloria" (Sal 24, 7-10) entra en su ciudad

"montado en un asno" (Za 9, 9): no conquista a la hija de Sión, figura de su Iglesia, ni por la astucia ni por la

violencia, sino por la humildad que da testimonio de la Verdad (cf. Jn 18, 37). Por eso los súbditos de su Reino,

aquel día fueron los niños (cf. Mt 21, 15-16; Sal 8, 3) y los "pobres de Dios", que le aclamaban como los

ángeles lo anunciaron a los pastores (cf. Lc 19, 38; 2, 14). Su aclamación "Bendito el que viene en el nombre

del Señor" (Sal 118, 26), ha sido recogida por la Iglesia en el "Sanctus" de la liturgia eucarística para introducir

al memorial de la Pascua del Señor.

560 La entrada de Jesús en Jerusalén manifiesta la venida del Reino que el Rey-Mesías llevará a cabo mediante la

Pascua de su Muerte y de su Resurrección. Con su celebración, el domingo de Ramos, la liturgia de la Iglesia

abre la Semana Santa.

2816 En el Nuevo Testamento, la palabra "basileia" se puede traducir por realeza (nombre abstracto), reino (nombre

concreto) o reinado (de reinar, nombre de acción). El Reino de Dios está ante nosotros. Se aproxima en el

Verbo encarnado, se anuncia a través de todo el Evangelio, llega en la muerte y la Resurrección de Cristo. El

Reino de Dios adviene en la Ultima Cena y por la Eucaristía está entre nosotros. El Reino de Dios llegará en

la gloria cuando Jesucristo lo devuelva a su Padre:

"Dios le hizo pecado por nosotros"

602 En consecuencia, S. Pedro pudo formular así la fe apostólica en el designio divino de salvación: "Habéis sido

rescatados de la conducta necia heredada de vuestros padres, no con algo caduco, oro o plata, sino con una

sangre preciosa, como de cordero sin tacha y sin mancilla, Cristo, predestinado antes de la creación del mundo

y manifestado en los últimos tiempos a causa de vosotros" (1 P 1, 18-20). Los pecados de los hombres,

consecuencia del pecado original, están sancionados con la muerte (cf. Rm 5, 12; 1 Co 15, 56). Al enviar a su

propio Hijo en la condición de esclavo (cf. Flp 2, 7), la de una humanidad caída y destinada a la muerte a causa

del pecado (cf. Rm 8, 3), Dios "a quien no conoció pecado, le hizo pecado por nosotros, para que viniésemos

a ser justicia de Dios en él" (2 Co 5, 21).

603 Jesús no conoció la reprobación como si él mismo hubiese pecado (cf. Jn 8, 46). Pero, en el amor redentor que

le unía siempre al Padre (cf. Jn 8, 29), nos asumió desde el alejamiento con relación a Dios por nuestro pecado

hasta el punto de poder decir en nuestro nombre en la cruz: "Dios mío, Dios mío, ¿por qué me has

abandonado?" (Mc 15, 34; Sal 22,2). Al haberle hecho así solidario con nosotros, pecadores, "Dios no perdonó

ni a su propio Hijo, antes bien le entregó por todos nosotros" (Rm 8, 32) para que fuéramos "reconciliados con

Dios por la muerte de su Hijo" (Rm 5, 10).

Dios tiene la iniciativa del amor redentor universal

604 Al entregar a su Hijo por nuestros pecados, Dios manifiesta que su designio sobre nosotros es un designio de

amor benevolente que precede a todo mérito por nuestra parte: "En esto consiste el amor: no en que nosotros

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hayamos amado a Dios, sino en que El nos amó y nos envió a su Hijo como propiciación por nuestros pecados"

(1 Jn 4, 10; cf. 4, 19). "La prueba de que Dios nos ama es que Cristo, siendo nosotros todavía pecadores, murió

por nosotros" (Rm 5, 8).

605 Jesús ha recordado al final de la parábola de la oveja perdida que este amor es sin excepción: "De la misma

manera, no es voluntad de vuestro Padre celestial que se pierda uno de estos pequeños" (Mt 18, 14). Afirma

"dar su vida en rescate por muchos" (Mt 20, 28); este último término no es restrictivo: opone el conjunto de la

humanidad a la única persona del Redentor que se entrega para salvarla (cf. Rm 5, 18-19). La Iglesia, siguiendo

a los Apóstoles (cf. 2 Co 5, 15; 1 Jn 2, 2), enseña que Cristo ha muerto por todos los hombres sin excepción:

"no hay, ni hubo ni habrá hombre alguno por quien no haya padecido Cristo" (Cc Quiercy en el año 853: DS

624).

III CRISTO SE OFRECIO A SU PADRE POR NUESTROS PECADOS

Toda la vida de Cristo es ofrenda al Padre

606 El Hijo de Dios "bajado del cielo no para hacer su voluntad sino la del Padre que le ha enviado" (Jn 6, 38), "al

entrar en este mundo, dice: ... He aquí que vengo ... para hacer, oh Dios, tu voluntad ... En virtud de esta

voluntad somos santificados, merced a la oblación de una vez para siempre del cuerpo de Jesucristo" (Hb 10,

5-10). Desde el primer instante de su Encarnación el Hijo acepta el designio divino de salvación en su misión

redentora: "Mi alimento es hacer la voluntad del que me ha enviado y llevar a cabo su obra" (Jn 4, 34). El

sacrificio de Jesús "por los pecados del mundo entero" (1 Jn 2, 2), es la expresión de su comunión de amor

con el Padre: "El Padre me ama porque doy mi vida" (Jn 10, 17). "El mundo ha de saber que amo al Padre y

que obro según el Padre me ha ordenado" (Jn 14, 31).

607 Este deseo de aceptar el designio de amor redentor de su Padre anima toda la vida de Jesús (cf. Lc 12,50; 22,

15; Mt 16, 21-23) porque su Pasión redentora es la razón de ser de su Encarnación: "¡Padre líbrame de esta

hora! Pero ¡si he llegado a esta hora para esto!" (Jn 12, 27). "El cáliz que me ha dado el Padre ¿no lo voy a

beber?" (Jn 18, 11). Y todavía en la cruz antes de que "todo esté cumplido" (Jn 19, 30), dice: "Tengo sed" (Jn

19, 28).

"El cordero que quita el pecado del mundo"

608 Juan Bautista, después de haber aceptado bautizarle en compañía de los pecadores (cf. Lc 3, 21; Mt 3, 14-15),

vio y señaló a Jesús como el "Cordero de Dios que quita los pecados del mundo" (Jn 1, 29; cf. Jn 1, 36).

Manifestó así que Jesús es a la vez el Siervo doliente que se deja llevar en silencio al matadero (Is 53, 7; cf. Jr

11, 19) y carga con el pecado de las multitudes (cf. Is 53, 12) y el cordero pascual símbolo de la Redención de

Israel cuando celebró la primera Pascua (Ex 12, 3-14;cf. Jn 19, 36; 1 Co 5, 7). Toda la vida de Cristo expresa

su misión: "Servir y dar su vida en rescate por muchos" (Mc 10, 45).

Jesús acepta libremente el amor redentor del Padre

609 Jesús, al aceptar en su corazón humano el amor del Padre hacia los hombres, "los amó hasta el extremo" (Jn

13, 1) porque "Nadie tiene mayor amor que el que da su vida por sus amigos" (Jn 15, 13). Tanto en el

sufrimiento como en la muerte, su humanidad se hizo el instrumento libre y perfecto de su amor divino que

quiere la salvación de los hombres (cf. Hb 2, 10. 17-18; 4, 15; 5, 7-9). En efecto, aceptó libremente su pasión

y su muerte por amor a su Padre y a los hombres que el Padre quiere salvar: "Nadie me quita la vida; yo la doy

voluntariamente" (Jn 10, 18). De aquí la soberana libertad del Hijo de Dios cuando él mismo se encamina

hacia la muerte (cf. Jn 18, 4-6; Mt 26, 53).

Jesús anticipó en la cena la ofrenda libre de su vida

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610 Jesús expresó de forma suprema la ofrenda libre de sí mismo en la cena tomada con los Doce Apóstoles (cf

Mt 26, 20), en "la noche en que fue entregado"(1 Co 11, 23). En la víspera de su Pasión, estando todavía libre,

Jesús hizo de esta última Cena con sus apóstoles el memorial de su ofrenda voluntaria al Padre (cf. 1 Co 5, 7),

por la salvación de los hombres: "Este es mi Cuerpo que va a ser entregado por vosotros" (Lc 22, 19). "Esta

es mi sangre de la Alianza que va a ser derramada por muchos para remisión de los pecados" (Mt 26, 28).

611 La Eucaristía que instituyó en este momento será el "memorial" (1 Co 11, 25) de su sacrificio. Jesús incluye a

los apóstoles en su propia ofrenda y les manda perpetuarla (cf. Lc 22, 19). Así Jesús instituye a sus apóstoles

sacerdotes de la Nueva Alianza: "Por ellos me consagro a mí mismo para que ellos sean también consagrados

en la verdad" (Jn 17, 19; cf. Cc Trento: DS 1752, 1764).

La agonía de Getsemaní

612 El cáliz de la Nueva Alianza que Jesús anticipó en la Cena al ofrecerse a sí mismo (cf. Lc 22, 20), lo acepta a

continuación de manos del Padre en su agonía de Getsemaní (cf. Mt 26, 42) haciéndose "obediente hasta la

muerte" (Flp 2, 8; cf. Hb 5, 7-8). Jesús ora: "Padre mío, si es posible, que pase de mí este cáliz .." (Mt 26, 39).

Expresa así el horror que representa la muerte para su naturaleza humana. Esta, en efecto, como la nuestra,

está destinada a la vida eterna; además, a diferencia de la nuestra, está perfectamente exenta de pecado (cf. Hb

4, 15) que es la causa de la muerte (cf. Rm 5, 12); pero sobre todo está asumida por la persona divina del

"Príncipe de la Vida" (Hch 3, 15), de "el que vive" (Ap 1, 18; cf. Jn 1, 4; 5, 26). Al aceptar en su voluntad

humana que se haga la voluntad del Padre (cf. Mt 26, 42), acepta su muerte como redentora para "llevar

nuestras faltas en su cuerpo sobre el madero" (1 P 2, 24).

La muerte de Cristo es el sacrificio único y definitivo

613 La muerte de Cristo es a la vez el sacrificio pascual que lleva a cabo la redención definitiva de los hombres

(cf. 1 Co 5, 7; Jn 8, 34-36) por medio del "cordero que quita el pecado del mundo" (Jn 1, 29; cf. 1 P 1, 19) y

el sacrificio de la Nueva Alianza (cf. 1 Co 11, 25) que devuelve al hombre a la comunión con Dios (cf. Ex 24,

8) reconciliándole con El por "la sangre derramada por muchos para remisión de los pecados" (Mt 26, 28;cf.

Lv 16, 15-16).

614 Este sacrificio de Cristo es único, da plenitud y sobrepasa a todos los sacrificios (cf. Hb 10, 10). Ante todo es

un don del mismo Dios Padre: es el Padre quien entrega al Hijo para reconciliarnos con él (cf. Jn 4, 10). Al

mismo tiempo es ofrenda del Hijo de Dios hecho hombre que, libremente y por amor (cf. Jn 15, 13), ofrece su

vida (cf. Jn 10, 17-18) a su Padre por medio del Espíritu Santo (cf. Hb 9, 14), para reparar nuestra

desobediencia.

Jesús reemplaza nuestra desobediencia por su obediencia

615 "Como por la desobediencia de un solo hombre, todos fueron constituidos pecadores, así también por la

obediencia de uno solo todos serán constituidos justos" (Rm 5, 19). Por su obediencia hasta la muerte, Jesús

llevó a cabo la sustitución del Siervo doliente que "se dio a sí mismo en expiación", "cuando llevó el pecado

de muchos", a quienes "justificará y cuyas culpas soportará" (Is 53, 10-12). Jesús repara por nuestras faltas y

satisface al Padre por nuestros pecados (cf. Cc de Trento: DS 1529).

En la cruz, Jesús consuma su sacrificio

616 El "amor hasta el extremo"(Jn 13, 1) es el que confiere su valor de redención y de reparación, de expiación y

de satisfacción al sacrificio de Cristo. Nos ha conocido y amado a todos en la ofrenda de su vida (cf. Ga 2, 20;

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Ef 5, 2. 25). "El amor de Cristo nos apremia al pensar que, si uno murió por todos, todos por tanto murieron"

(2 Co 5, 14). Ningún hombre aunque fuese el más santo estaba en condiciones de tomar sobre sí los pecados

de todos los hombres y ofrecerse en sacrificio por todos. La existencia en Cristo de la persona divina del Hijo,

que al mismo tiempo sobrepasa y abraza a todas las personas humanas, y que le constituye Cabeza de toda la

humanidad, hace posible su sacrificio redentor por todos.

617 "Sua sanctissima passione in ligno crucis nobis justif icationem meruit" ("Por su sacratísima pasión en el

madero de la cruz nos mereció la justificación")enseña el Concilio de Trento (DS 1529) subrayando el carácter

único del sacrificio de Cristo como "causa de salvación eterna" (Hb 5, 9). Y la Iglesia venera la Cruz cantando:

"O crux, ave, spes unica" ("Salve, oh cruz, única esperanza", himno "Vexilla Regis").

Nuestra participación en el sacrificio de Cristo

618 La Cruz es el único sacrificio de Cristo "único mediador entre Dios y los hombres" (1 Tm 2, 5). Pero, porque

en su Persona divina encarnada, "se ha unido en cierto modo con todo hombre" (GS 22, 2), él "ofrece a todos

la posibilidad de que, en la forma de Dios sólo conocida, se asocien a este misterio pascual" (GS 22, 5). El

llama a sus discípulos a "tomar su cruz y a seguirle" (Mt 16, 24) porque él "sufrió por nosotros dejándonos

ejemplo para que sigamos sus huellas" (1 P 2, 21). El quiere en efecto asociar a su sacrificio redentor a aquéllos

mismos que son sus primeros beneficiarios(cf. Mc 10, 39; Jn 21, 18-19; Col 1, 24). Eso lo realiza en forma

excelsa en su Madre, asociada más íntimamente que nadie al misterio de su sufrimiento redentor (cf. Lc 2, 35):

Fuera de la Cruz no hay otra escala por donde subir al cielo

(Sta. Rosa de Lima, vida)

II VENGA A NOSOTROS TU REINO

2816 En el Nuevo Testamento, la palabra "basileia" se puede traducir por realeza (nombre abstracto), reino (nombre

concreto) o reinado (de reinar, nombre de acción). El Reino de Dios está ante nosotros. Se aproxima en el

Verbo encarnado, se anuncia a través de todo el Evangelio, llega en la muerte y la Resurrección de Cristo. El

Reino de Dios adviene en la Ultima Cena y por la Eucaristía está entre nosotros. El Reino de Dios llegará en

la gloria cuando Jesucristo lo devuelva a su Padre:

Incluso puede ser que el Reino de Dios signifique Cristo en persona, al cual llamamos con nuestras voces

todos los días y de quien queremos apresurar su advenimiento por nuestra espera. Como es nuestra Resurrección

porque resucitamos en él, puede ser también el Reino de Dios porque en él reinaremos (San Cipriano, Dom. orat.

13).

654 Hay un doble aspecto en el misterio Pascual: por su muerte nos libera del pecado, por su Resurrección nos

abre el acceso a una nueva vida. Esta es, en primer lugar, la justificación que nos devuelve a la gracia de Dios (cf.

Rm 4, 25) "a fin de que, al igual que Cristo fue resucitado de entre los muertos ... así también nosotros vivamos una

nueva vida" (Rm 6, 4). Consiste en la victoria sobre la muerte y el pecado y en la nueva participación en la gracia

(cf. Ef 2, 4-5; 1 P 1, 3). Realiza la adopción filial porque los hombres se convierten en hermanos de Cristo, como

Jesús mismo llama a sus discípulos después de su Resurrección: "Id, avisad a mis hermanos" (Mt 28, 10; Jn 20, 17).

Hermanos no por naturaleza, sino por don de la gracia, porque esta filiación adoptiva confiere una participación real

en la vida del Hijo único, la que ha revelado plenamente en su Resurrección.

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1067 "Cristo el Señor realizó esta obra de la redención humana y de la perfecta glorificación de Dios, preparada por

las maravillas que Dios hizo en el pueblo de la Antigua Alianza, principalmente por el misterio pascual de su

bienaventurada pasión, de su resurrección de entre los muertos y de su gloriosa ascensión. Por este misterio,

`con su muerte destruyó nuestra muerte y con su resurrección restauró nuestra vida'. Pues del costado de Cristo

dormido en la cruz nació el sacramento admirable de toda la Iglesia" (SC 5). Por eso, en la liturgia, la Iglesia

celebra principalmente el Misterio pascual por el que Cristo realizó la obra de nuestra salvación.

1068 Es el Misterio de Cristo lo que la Iglesia anuncia y celebra en su liturgia a fin de que los fieles vivan de él y

den testimonio del mismo en el mundo:

En efecto, la liturgia, por medio de la cual "se ejerce la obra de nuestra redención", sobre todo en el divino

sacrificio de la Eucaristía, contribuye mucho a que los fieles, en su vida, expresen y manifiesten a los demás el

misterio de Cristo y la naturaleza genuina de la verdadera Iglesia (SC 2).

1085 En la Liturgia de la Iglesia, Cristo significa y realiza principalmente su misterio pascual. Durante su vida

terrestre Jesús anunciaba con su enseñanza y anticipaba con sus actos el misterio pascual. Cuando llegó su

Hora (cf Jn 13,1; 17,1), vivió el único acontecimiento de la historia que no pasa: Jesús muere, es sepultado,

resucita de entre los muertos y se sienta a la derecha del Padre "una vez por todas" (Rm 6,10; Hb 7,27; 9,12).

Es un acontecimiento real, sucedido en nuestra historia, pero absolutamente singular: todos los demás

acontecimientos suceden una vez, y luego pasan y son absorbidos por el pasado. El misterio pascual de Cristo,

por el contrario, no puede permanecer solamente en el pasado, pues por su muerte destruyó a la muerte, y todo

lo que Cristo es y todo lo que hizo y padeció por los hombres participa de la eternidad divina y domina así

todos los tiempos y en ellos se mantiene permanentemente presente. El acontecimiento de la Cruz y de la

Resurrección permanece y atrae todo hacia la Vida.

1362 La Eucaristía es el memorial de la Pascua de Cristo, la actualización y la ofrenda sacramental de su único

sacrificio, en la liturgia de la Iglesia que es su Cuerpo. En todas las plegarias eucarísticas encontramos, tras

las palabras de la institución, una oración llamada anámnesis o memorial.

2. EXÉGESIS

Alois Stöger

Parte cuarta

En Jerusalén

(Lc 19,28 – 21,38)

Últimas actividades de Jesús en público

(Lc 19,28-48)

Jesús entra en Jerusalén como rey Mesías (19,28-40); pero como la ciudad rechaza la oferta salvífica de Dios, le

predice su ruina (19,41-44). En la ciudad toma Jesús posesión del templo y lo constituye en centro de su actividad y

del nuevo pueblo de Dios (19,45-48). Se echan los cimientos para la Iglesia primitiva en Jerusalén (cf. Hec_2:41-

47; Hec_4:32-37).

1. ENTRADA TRIUNFAL EN JERUSALEN (Lc19,28-40)

28 Cuando acabó de decir estas cosas, caminaba delante, subiendo a Jerusalén.

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Se disipa el equívoco acerca de lo que iba a suceder: La entrada en Jerusalén no erige todavía el esplendoroso reinado

del Mesías. La marcha continúa. El profeta, «poderoso en obras y en palabras», camina en medio de sus discípulos,

el Hijo de David se dirige a la fiesta de la redención de Israel. Muchos de los que caminan con él eran testigos de

sus obras y de sus palabras. Todos están convencidos de que se acerca la hora en que se cumpla lo que se había

prometido a Israel. Pero no se comprende cómo ha de suceder esto (Lc.18:34).

29 Al acercarse a Betfagé y Betania, junto al monte llamado de los Olivos, envió a dos de sus discípulos, 30

diciendo: Id a esa aldea que está enfrente, y, al entrar en ella, encontraréis atado un pollino, en el cual no se ha

montado nunca nadie; desatadlo y traedlo. 31 Y si alguien os preguntara: ¿Por qué lo desatáis?, responderéis:

Porque el Señor lo necesita. 32 Fueron, pues, los enviados y encontraron conforme Jesús les había indicado. 33

Mientras ellos estaban desatando el pollino, les preguntaron los dueños: ¿Por qué lo desatáis? 34 Ellos

respondieron: Porque el Señor lo necesita.

Betfagé («casa de la higuera») estaba situada en la vertiente occidental del monte de los Olivos; Betania («casa de

la tribulación») está sobre la vertiente sudoeste del mismo. Quien viaja de Jericó a Jerusalén llega primero a Betania,

luego a Betfagé. Una vez más se mira el camino desde Jerusalén (Lc.17:11), el viaje se enjuicia en función de la

meta; sólo así se puede comprender debidamente la marcha.

En Betfagé se someten los peregrinos a los ritos de la purificación, antes de hacer su entrada en la ciudad santa. Se

preparan. También Jesús se prepara para su entrada en Jerusalén. Envía una pareja de discípulos como había enviado

por parejas a sus precursores (Lc.10:1). Esta vez no habían de preparar su llegada con la palabra, sino trayendo lo

que era necesario para su entrada triunfal como rey. E1 oficio de aquellos consiste siempre en preparar para la venida

del Mesías.

Jesús tiene necesidad de una cabalgadura; ésta tiene que ser el pollino de una asna. Los guerreros montan a caballo;

el asno es la cabalgadura de los pobres y de las gentes de paz. Aquí se cumple lo que había predicho el profeta

Zacarías: «Alégrate con alegría grande, hija de Sión. Salta de júbilo, hija de Jerusalén. Mira que viene a ti tu rey,

justo y salvador, montado en un asno, en un pollino hijo de asna. Extirpará los carros de guerra de Efraim y los

caballos de Jerusalén, y será roto el arco de guerra, y promulgará a las gentes la paz, y se extenderá de mar a mar su

señorío y desde el río hasta los confines de la tierra» (Zac_9:9 s) (Cf. Mat_21:5; Zac_9:9; Jua_12:15; Isa_40:9). Se

elige un pollino porque todavía no ha servido a nadie. Como el animal sacrificado no debe usarse para ningún trabajo

corriente, pues está reservado a Dios, así también la cabalgadura de Jesús, el rey Mesías, ha de ser un pollino en que

todavía no haya montado nadie (Deu_21:3; Num_19:2). Jesús sabe a ciencia cierta dónde se ha de hallar este pollino

y dispone que le sea entregado por sus dueños. Tiene ciencia sobrehumana y señorío sobre los señores. En él se

manifiestan santidad divina, saber divino y poder divino, y le acompañan en su camino incomprensible para los

hombres.

35 Lo llevaron, pues, ante Jesús y echando encima del pollino sus mantos, hicieron que Jesús se montara en él.

36 Mientras él caminaba, las gentes extendían sus mantos por el camino.

Hicieron que se montara. Estas palabras usadas esta vez, y sólo esta, en el Nuevo Testamento, evocan un hecho

memorable del Antiguo Testamento, en el que se usan las mismas palabras: «Cuando estuvieron en presencia del

rey (el sacerdote Sadoc, el profeta Natán y Banayas, hijo de Joyada), el rey les dijo: Tomad con vosotros a los

servidores de vuestro señor, montad a mi hijo Salomón sobre mi mula y bajadle a Gihón. Allí el sacerdote Sadoc y

Natán, profeta, le ungirán rey de Israel, y tocaréis las trompetas, gritando: ¡Viva el rey Salomón! Después volveréis

a subir tras él y se sentará en mi trono para que reine en mi lugar, pues a él le instituyo jefe de Israel y de Judá» (lRe

1,33-35). El ciego de Jericó proclamó a Jesús Hijo de David; como hijo real de David, como príncipe de la paz, entra

Jesús en Jerusalén. También el hecho de extender los vestidos como una alfombra al paso de Jesús forma parte del

ceremonial de la coronación de los reyes. Cuando Jehú fue aclamado rey «tomaron todos sus mantos y los pusieron

debajo de él en las gradas, y, haciendo sonar las trompetas, gritaron: ¡Jehú, rey!» (2Re_9:13). Lo que hacen los

discípulos responde al plan salvífico de Dios; tributan homenaje a Jesús como a rey Mesías.

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37 Acercándose ya a la bajada del monte de los Olivos, toda la multitud de los discípulos, llenos de alegría,

comenzaron a alabar a Dios a grandes voces por todos los prodigios que habían visto, 38 y exclamaban: ¡Bendito

el que viene, el rey, en nombre del Señor! ¡Paz en el cielo y gloria en las alturas!

Quien desde Betania va acercándose a la pendiente del monte de los Olivos ve a Jerusalén delante de sí. A la vista

de la magnificencia del templo y de la ciudad se llena de fe entusiástica la multitud que acompaña a Jesús. Del lado

del monte de los Olivos es esperada la entrada del Mesías (Zac_14:4). El pueblo se acuerda de las obras de poder

que había visto durante el tiempo de la actividad de Jesús, «cómo Dios lo ungió con Espíritu Santo y poder, y pasó

haciendo el bien y sanando a todos los oprimidos por el diablo, porque Dios estaba con él» (Hec_10:38). Dios mismo

ha visitado en Jesús a su pueblo, aportándole la salvación.

En una aclamación de homenaje se condensa todo lo que llena de alegría a la multitud. A los peregrinos que se

dirigen al templo les gritan los sacerdotes desde el interior del santuario las palabras de bendición: «¡Bendito el que

viene en el nombre del Señor!» (Sal_118:26). Estas palabras de bendición se convierten en aclamación de homenaje

a Jesús. Él es rey, al que Dios ha dado misión y poder. Dios lo ha bendecido, y el pueblo lo bendice, el pueblo que

lo recibe como rey, lo saluda y lo acompaña a la ciudad real, Jerusalén. El rey Mesías entra en Jerusalén: se cumplen

las promesas de Dios.

Ha alboreado una gran hora en la historia de la salvación. El pueblo que acompaña a Jesús se hace cargo de lo que

tal hora entraña en sí. Su grito de aclamación lo expresa: ¡Paz en el cielo y gloria en las alturas! Aquí resuena lo que

los ángeles habían anunciado la noche de navidad (2,14). El rey Mesías, rey de paz, entra en Jerusalén y toma

posesión del reino; esto es señal de que Dios procura la paz a los hombres y se glorifica como Dios. Por el momento

hay paz y gloria en el cielo. Lo que sucede en el cielo tendrá efecto en la tierra. En efecto, se formula una oración

que dice: «La paz reina en las alturas, quieras procurarnos paz a nosotros y a todo el pueblo de Israel.» La entrada

de Jesús, rey de paz, en Jerusalén, no trae todavía el reino de la paz; primero tiene todavía que morir él y ser elevado

al cielo. Cuando él vuelva a venir, vendrá la paz a la tierra (19,11). Se han reunido tres jalones de la historia de la

salvación: El nacimiento del rey de la paz, su entrada en Jerusalén para la pasión y la glorificación, y su retorno para

la erección definitiva del reino de Dios.

39 Algunos de los fariseos que estaban entre la multitud le dijeron: Maestro, reprende a tus discípulos. 40 Pero

él contestó: Yo os digo, que si éstos se callan, gritarán las piedras.

Entre la multitud que rinde homenaje a Jesús se hallan también fariseos. Antes habían puesto ya a Jesús en guardia

contra Herodes (13,31), ahora vuelven a advertirlo. Lo que aquí se desarrolla es acción de alta política. ¿Qué va a

decir la potencia romana de ocupación? Con mucho retintín lo llaman maestro; maestro con autoridad puede llamarse

si quiere, pero también rey y Mesías. Le insinúan que mande guardar silencio. ¡Cuántas veces se lo impuso también

él a sus discípulos! Pero ahora ha pasado ya el tiempo de callar. Dios quiere que se deje aclamar como rey Mesías.

Jesús aprueba la aclamación y la confesión por Mesías de sus discípulos, como en Jericó había aprobado el grito de

socorro del ciego que lo aclamaba como Hijo de David. La confesión tiene que pronunciarse. Un proverbio, que es

un eco del profeta Habacuc, confirma esta necesidad: «Chilla en el muro la piedra y le responde en el enmaderado

la viga» (Hab_2:11). La frase suena a proverbio: Si se hace callar a sus discípulos porque la realeza de Jesús es

rechazada por su pueblo, entonces las ruinas de Jerusalén destruida gritarán testimoniando que se ha rechazado

injustamente la reivindicación mesiánica de Jesús. Jerusalén se convertirá en un montón de escombros, no porque

sea peligrosa la confesión mesiánica, sino porque Jesús es rechazado como rey, no se reconoce la hora de la historia

de la salvación y no se acepta la oferta salvífica de Dios.

(STÖGER, A., El Evangelio según San Lucas, en El Nuevo Testamento y su Mensaje, Editorial Herder,

Madrid, 1969)

3. COMENTARIO TEOLÓGICO

Benedicto XVI

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La entrada en Jerusalén

El Evangelio de Juan refiere que Jesús celebró tres fiestas de Pascua durante el tiempo de su vida pública: una

primera en relación con la purificación del templo (2,13-25); otra con ocasión de la multiplicación de los panes (6,4);

y, finalmente, la Pascua de la muerte y resurrección (p. ej. 12,1; 13,1), que se ha convertido en «su» gran Pascua, en

la cual se funda la fiesta cristiana, la Pascua de los cristianos. Los Sinópticos han transmitido información solamente

de una Pascua: la de la cruz y la resurrección; para Lucas, el camino de Jesús se describe casi como un único subir

en peregrinación desde Galilea hasta Jerusalén.

Es ante todo una «subida» en sentido geográfico: el Mar de Galilea está aproximadamente a 200 metros bajo el nivel

del mar, mientras que la altura media de Jerusalén es de 760 metros sobre el nivel del mar. Como peldaños de esta

subida, cada uno de los Sinópticos nos ha transmitido tres profecías de Jesús sobre su Pasión, aludiendo con ello

también a la subida interior, que se va desarrollando a lo largo del camino exterior: el ir caminando hacia el templo

como el lugar donde Dios quiso «establecer» su nombre, como se describe en el Libro del Deuteronomio (12,11;

14,23).

La última meta de esta «subida» de Jesús es la entrega de sí mismo en la cruz, una entrega que reemplaza los

sacrificios antiguos; es la subida que la Carta a los Hebreos califica como un ascender, no ya a una tienda hecha por

mano de hombre, sino al cielo mismo, es decir, a la presencia de Dios (9,24). Esta ascensión hasta la presencia de

Dios pasa por la cruz, es la subida hacia el «amor hasta el extremo» (cf.Jn 13,1), que es el verdadero monte de Dios.

Naturalmente, la meta inmediata de la peregrinación de Jesús es Jerusalén, la Ciudad Santacon su templo y la

«Pascua de los judíos», como la llama Juan (2,13). Jesús se había puesto en camino junto con los Doce, pero poco a

poco se fue uniendo a ellos un grupo creciente de peregrinos; Mateo y Marcos nos dicen que, ya al salir de Jericó,

había una «gran muchedumbre» que seguía a Jesús (Mt 20,29; cf. Mc 10,46).

En este último tramo del recorrido hay un episodio que aumenta la expectación por lo que está a punto de ocurrir, y

que pone a Jesús de un modo nuevo en el centro de atención de quienes lo acompañan. Un mendigo ciego, llamado

Bartimeo, está sentado junto al camino. Se entera de que entre los peregrinos está Jesús y entonces se pone a gritar

sin cesar: «Hijo de David, Jesús, ten compasión de mí» (Mc10,47). En vano tratan de tranquilizarlo y, al final, Jesús

le invita a que se acerque. A su súplica —«Rabbuní, ¡que pueda ver!»—, Jesús le contesta: «Anda, tu fe te ha

curado».

Bartimeo recobró la vista «y le seguía por el camino» (Mc10,48-52). Una vez que ya podía ver, se unió a la

peregrinación hacia Jerusalén. De repente, el tema «David», con su intrínseca esperanza mesiánica, se apoderó de

la muchedumbre: este Jesús con el que iban de camino ¿no será acaso verdaderamente el nuevo David? Con su

entrada en la Ciudad Santa, ¿no habrá llegado la hora en que Él restablezca el reino de David?

Los preparativos que Jesús dispone con sus discípulos hacen crecer esta expectativa. Jesús llega al Monte de los

Olivos desde Betfagé y Betania, por donde se esperaba la entrada del Mesías. Manda por delante a dos discípulos,

diciéndoles que encontrarían un borrico atado, un pollino, que nadie había montado. Tienen que desatarlo y

llevárselo; si alguien les pregunta el porqué, han de responder: «El Señor lo necesita» (Mc 11,3; Lc 19,31). Los

discípulos encuentran el borrico, se les pregunta —como estaba previsto— por el derecho que tienen para llevárselo,

responden como se les había ordenado y cumplen con el encargo recibido. Así, Jesús entra en la ciudad montado en

un borrico prestado, que inmediatamente después devolverá a su dueño.

Todo esto puede parecer más bien irrelevante para el lector de hoy, pero para los judíos contemporáneos de Jesús

está cargado de referencias misteriosas. En cada uno de los detalles está presente el tema de la realeza y sus promesas.

Jesús reivindica el derecho del rey a requisar medios de transporte, un derecho conocido en toda la antigüedad (cf.

Pesch, Markusevangelium, II, p. 180). El hecho de que se trate de un animal sobre el que nadie ha montado todavía

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remite también a un derecho real. Y, sobre todo, se hace alusión a ciertas palabras del Antiguo Testamento que dan

a todo el episodio un sentido más profundo.

En primer lugar, las palabras de Génesis 49,10s,la bendición de Jacob, en las que se asigna am Judá el cetro, el

bastón de mando, que no le será quitado de sus rodillas «hasta que llegue aquel a quien le pertenece y a quien los

pueblos deben obediencia». Sc dice de Él que ata su borriquillo a la vid (49,11).Por tanto, el borrico atado hace

referencia al que tiene que venir, al cual «los pueblos deben obediencia».

Más importante aún es Zacarías 9,9, el texto que Mateo y Juan citan explícitamente para hacer comprender el

«Domingo de Ramos»: «Decid a la hija de Sión: mira a tu rey, que viene a ti humilde, montado en un asno, en un

pollino, hijo de acémila» (Mt 21,5;cf. Za 9,9; Jn 12,15).Ya hemos reflexionado ampliamente sobre el sentido de

estas palabras del profeta para comprender la figura de Jesús al comentar la bienaventuranza de los humildes, de los

mansos (cf. primera parte, pp. 108-112). Él es un rey que rompe los arcos de guerra, un rey de la paz y un rey de la

sencillez, un rey de los pobres. Y hemos visto, en fin, que gobierna un reino que se extiende demar a mar y abarca

toda la tierra (cf. ibíd., p. 109); esto nos ha recordado el nuevo reino universal de Jesús que, en las comunidades de

la fracción del pan, es decir, en la comunión con Jesucristo, se extiende de mar a mar como reino de su paz (cf. ibíd.,

p. 112). Todo esto no podía verse entonces, pero lo que, oculto en la visión profética, había sido apenas vislumbrado

desde lejos, resulta evidente en retrospectiva.

Por ahora retengamos esto: Jesús reivindica, de hecho, un derecho regio. Quiere que se entienda su camino y su

actuación sobre la base de las promesas del Antiguo Testamento, que se hacen realidad en Él. El Antiguo Testamento

habla de Él, y viceversa: Él actúa y vive de la Palabra de Dios, no según sus propios programas y deseos. Su exigencia

se funda en la obediencia a los mandatos del Padre. Sus pasos son un caminar por la senda de la Palabra deDios. Al

mismo tiempo, la referencia a Zacarías 9,9excluye una interpretación «zelote» de la realeza: Jesús no se apoya en la

violencia, no emprende una insurrección militar contra Roma. Su poder es de carácter diferente: reside en la pobreza

de Dios, en la paz de Dios, que Él considera el único poder salvador.

Volvamos al desarrollo de la narración. Cuando se lleva el borrico a Jesús, ocurre algo inesperado: los discípulos

echan sus mantos encima del borrico; mientras Mateo (21,7) y Marcos (11,7) dicen simplemente que «Jesús se

montó», Lucas escribe: «Y le ayudaron a montar» (19,35). Ésta es la expresión usada en el Primer Libro de los

Reyes cuando narra el acceso de Salomón al trono de David, su padre. Allí se lee que el rey David ordena al sacerdote

Zadoc, al profeta Natán y a Benaías: «Tomad con vosotros los veteranos de vuestro señor, montad a mi hijo Salomón

sobre mi propia mula y bajadle a Guijón. El sacerdote Zadoc y el profeta Natán lo ungirán allí como rey de Israel...»

(1,33s).

También el echar los mantos tiene su sentido en la realeza de Israel (cf. 2 R 9,13). Lo que hacen los discípulos es un

gesto de entronización en la tradición de la realeza davídica y, así, también en la esperanza mesiánica que se ha

desarrollado a partir de ella. Los peregrinos que han venido con Jesús a Jerusalén se dejan contagiar por el

entusiasmo de los discípulos; ahora alfombran con sus mantos el camino por donde pasa. Cortan ramas de los árboles

y gritan palabras del Salmo 118, palabras de oración de la liturgia de los peregrinos de Israel que en sus labios se

convierten en una proclamación mesiánica: «¡Hosanna, bendito el que viene en el nombre del Señor! ¡Bendito el

Reino que llega, el de nuestro padre David! ¡Hosanna en las alturas!» (Mc 11,9s; cf. Sal 118,25s).

Esta aclamación la han transmitido los cuatro evangelistas, aunque con sus variantes específicas. Estas diferencias

no son irrelevantes para la historia de la transmisión y la visión teológica de cada uno de los evangelistas, pero no

es necesario que nos ocupemos aquí de ellas. Tratamos solamente de comprender las líneas esenciales de fondo,

teniendo en cuenta, además, que la liturgia cristiana ha acogido este saludo, interpretándolo a la luz de la fe pascual

de la Iglesia.

Ante todo, aparece la exclamación: «¡Hosanna!». Originalmente, ésta era una expresión de súplica, como:

«¡Ayúdanos!». En el séptimo día de la fiesta de las Tiendas, los sacerdotes, dando siete vueltas en torno al altar del

incienso, la repetían monótonamente para implorar la lluvia. Pero, así como la fiesta de las Tiendas se transformó

de fiesta de súplica en una fiesta de alegría, la súplica se convirtió cada vez más en una exclamación de júbilo (cf.

Lohse, ThWNT, IX, p. 682).

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La palabra había probablemente asumido también un sentido mesiánico ya en los tiempos de Jesús. Así, podemos

reconocer en la exclamación «¡Hosanna!» una expresión de múltiples sentimientos, tanto de los peregrinos que

venían con Jesús como de sus discípulos: una alabanza jubilosa a Dios en el momento de aquella entrada; la

esperanza de que hubiera llegado la hora del Mesías, y al mismo tiempo la petición de que fuera instaurado de nuevo

el reino de David y, con ello, el reinado de Dios sobre Israel.

La palabra siguiente del Salmo 118, «bendito el que viene en el nombre del Señor», perteneció en un primer tiempo,

como se ha dicho, a la liturgia de Israel para los peregrinos y con ella se los saludaba a la entrada de la ciudad o del

templo. Lo demuestra también la segunda parte del versículo: «Os bendecimos desde la casa del Señor». Era una

bendición que los sacerdotes dirigían y casi imponían sobre los peregrinos a su llegada. Pero con el tiempo la

expresión «que viene en el nombre del Señor» había adquirido un sentido mesiánico. Más aún, se había convertido

incluso en la denominación de Aquel que había sido prometido por Dios. De este modo, de una bendición para los

peregrinos la expresión se transformó en una alabanza a Jesús, al que se saluda como al que viene en nombre de

Dios, como el Esperado y el Anunciado por todas las promesas.

La referencia específicamente davídica, que se encuentra solamente en el texto de Marcos, nos presenta tal vez en

su modo más originario la expectativa de los peregrinos en aquellos momentos. Lucas, que escribe para los cristianos

procedentes del paganismo, ha omitido completamente el «Hosanna» y la referencia a David, reemplazándola con

una exclamación que alude a la Navidad: «¡Paz en el cielo y gloria en las alturas!» (19,38; cf. 2,14). De los tres

Evangelios sinópticos, pero también de Juan, se deduce claramente que la escena del homenaje mesiánico a Jesús

tuvo lugar al entrar en la ciudad, y que sus protagonistas no fueron los habitantes de Jerusalén, sino los que

acompañaban a Jesús entrando con Él en la Ciudad Santa.

Mateo lo da a entender de la manera más explícita, añadiendo después de la narración del Hosanna dirigido a Jesús,

hijo de David, el comentario: «Al entrar en Jerusalén, toda la ciudad preguntaba alborotada: "¿Quién es éste?". La

gente que venía con él decía: "Es Jesús, el profeta de Nazaret de Galilea"» (21,10s). El paralelismo con el relato de

los Magos de Oriente es evidente. Tampoco entonces se sabía nada en la ciudad de Jerusalén sobre el rey de los

judíos que acababa de nacer; esta noticia había dejado a Jerusalén «trastornada» (Mt 2,3). Ahora se «alborota»:

Mateo usa la palabra eseísthe (seíö), que expresa el estremecimiento causado por un terremoto.

Algo se había oído hablar del profeta que venía de Nazaret, pero no parecía tener ninguna relevancia para Jerusalén,

no era conocido. La multitud que homenajeaba a Jesús en la periferia de la ciudad no es la misma que pediría después

su crucifixión. En esta doble noticia sobre el no reconocimiento de Jesús —una actitud de indiferencia y de inquietud

a la vez—, hay ya una cierta alusión a la tragedia de la ciudad, que Jesús había anunciado repetidamente, y de modo

más explícito en su discurso escatológico.

Pero en Mateo hay también otro texto importante, exclusivamente suyo, sobre la acogida de Jesús en la Ciudad

Santa. Después de la purificación del templo, algunos niños repiten en el templo las palabras del homenaje a Jesús:

«¡Hosanna al hijo de David!» (21,15). Jesús defiende la aclamación de los niños ante los «sumos sacerdotes y los

escribas» haciendo referencia al Salmo 8,3: «De la boca de los niños y de los que aún maman has sacado una

alabanza». Volveremos de nuevo sobre esta escena en la reflexión sobre la purificación del templo. Tratemos aquí

de comprender lo que Jesús ha querido decir con la referencia al Salmo 8, una alusión con la cual ha abierto una

vasta perspectiva histórico-salvífica.

Lo que quería decir resulta muy claro si recordamos el episodio sobre los niños presentados a Jesús «para que los

tocara», descrito por todos los evangelistas sinópticos. Contra la resistencia de los discípulos, que quieren defenderlo

frente a esta intromisión, Jesús llama a los niños, les impone las manos y los bendice. Y explica luego este gesto

diciendo: «Dejad que los niños se acerquen a mí: no se lo impidáis; de los que son como ellos es el Reino de Dios.

Os aseguro que el que no acepte el Reino de Dios como un niño, no entrará en él» (Mc10,13-15). Los niños son para

Jesús el ejemplo por excelencia de ese ser pequeño ante Dios que esnecesario para poder pasar por el «ojo de una

aguja», a lo que hace referencia el relato del joven rico en el pasaje que sigue inmediatamente después (Mc 10,17-

27).

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Poco antes había ocurrido el episodio en el que Jesús reaccionó a la discusión sobre quién era el más importante

entre los discípulos poniendo en medio a un niño, y abrazándole dijo: «El que acoge a un niño como éste en mi

nombre, me acoge a mí» (Mc 9,33-37). Jesús se identifica con el niño, Él mismo se ha hecho pequeño. Como Hijo,

no hace nada por sí mismo, sino que actúa totalmente a partir del Padre y de cara a Él.

Si se tiene en cuenta esto, se entiende también la perícopa siguiente, en la cual ya no se habla de niños, sino de los

«pequeños»; y la expresión «los pequeños» se convierte incluso en la denominación de los creyentes, de la

comunidad de los discípulos de Jesús (cf. Mc 9,42). Han encontrado este auténtico ser pequeño en la fe, que

reconduce al hombre a su verdad.

Volvemos con esto al «Hosanna» de los niños. A la luz del Salmo 8, la alabanza de los niños aparece como una

anticipación de la alabanza que sus «pequeños» entonarán en su honor mucho más allá de esta hora.

En este sentido, con buenas razones, la Iglesia naciente pudo ver en dicha escena la representación anticipada de lo

que ella misma hace en la liturgia. Ya en el texto litúrgico postpascual más antiguo que conocemos —en la Didaché,

en torno al año 100—, antes de la distribución de los sagrados dones aparece el «Hosanna» junto con el «Maranatha»:

«¡Venga la gracia y pase este mundo! ¡Hosanna al Dios de David! ¡Si alguno es santo, venga!; el que no lo es, se

convierta. ¡Maranatha! Amén» (10,6).

También el Benedictus fue incluido muy pronto en la liturgia: para la Iglesia naciente el «Domingo de Ramos» no

era una cosa del pasado. Así como entonces el Señor entró en la Ciudad Santa a lomos del asno, así también la

Iglesia lo veía llegar siempre nuevamente bajo la humilde apariencia del pan y el vino.

La Iglesia saluda al Señor en la Sagrada Eucaristía como el que ahora viene, el que ha hecho su entrada en ella. Y

lo saluda al mismo tiempo como Aquel que sigue siendo el que ha de venir y nos prepara para su venida. Como

peregrinos, vamos hacia Él; como peregrino, Él sale a nuestro encuentro y nos incorpora a su «subida» hacia la cruz

y la resurrección, hacia la Jerusalén definitiva que, en la comunión con su Cuerpo, ya se está desarrollando en medio

de este mundo.

(RATZINGER, J. – BENEDICTO XVI, Jesús de Nazaret, Segunda Parte, Ediciones Encuentro, Madrid, 2011, p. 11 –

22)

4. SANTOS PADRES

San Agustín

Domingo de Ramos

“Cristo quiso padecer por nosotros. Dijo el apóstol Pedro: Cristo quiso padecer por ustedes, dejándoles un

ejemplo para que sigan sus huellas (1 P 2, 21). Te enseñó a padecer y te enseñó padeciendo. Poco era la palabra, sin

añadir el ejemplo. Y, ¿cómo enseñó, hermanos? Colgaba de la cruz, los judíos se ensañaban con él, que colgaba de

duros clavos, pero no perdía la dulzura. Ellos se ensañaban, ellos ladraban en torno suyo, ellos insultaban al que

colgaba. Como a un médico supremo puesto en el centro, rabiosos, lo atormentaban por todos lados. Él colgaba y

sanaba: Padre -dijo-, perdónalos porque no saben lo que hacen (Lc 23, 34). Suplicaba y también colgaba; no

descendía, porque iba a hacer de su sangre un medicamento para los rabiosos. En resumen: porque las palabras del

Señor que pedían misericordia eran del mismo que las escuchaba, ya que pedía al Padre y junto con el Padre

escuchaba, esas palabras no pudieron pronunciarse inútilmente, y después de su resurrección sanó a aquellos

enfermos a quienes toleró expiando” (S. 284, 6).

“De la fe fluye la oración; y la oración que fluye suplica firmeza para la misma fe.

Para que la fe no decayera en medio de las tentaciones, dijo el Señor: Vigilen y oren para no entrar en

tentación (Lc 22, 46). Vigilen, dijo, y oren para no entrar en tentación. ¿Qué es entrar en tentación sino salirse de la

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fe? Tanto avanza la tentación cuanto decae la fe. Tanto decae la tentación cuanto avanza la fe. Pero para que vean

más claramente que el Señor dijo: Vigilen y oren para no entrar en tentación, refiriéndose a la fe, para que no

decayera y pereciera, dice el Evangelio en el mismo lugar: Esta noche, Satanás pidió zarandearlos como al trigo;

yo he rogado por ti, Pedro, para que tu fe no decaiga (Lc 22, 31-32). ¿Ruega quien defiende, y no ruega quien está

en peligro?" (S. 115, 1).

“Pedro, que sigue siempre los pasos de Cristo, se confunde y lo niega; es mirado por Jesús y llora; y el

llanto limpia lo que el temor había contaminado. Aquello de Pedro no fue un abandono, sino una enseñanza. Al

ser interrogado si amaba al Señor, sin duda presumió en su interior de ser capaz incluso de morir por él. Esto lo

había atribuido a sus propias fuerzas; y si no hubiera sido abandonado un momento por aquél que lo cuidaba, no

habría alcanzado el conocimiento de sí mismo. Se atrevió a decir: Estoy dispuesto a dar mi vida por ti (Lc 22,

33). Se jactaba de estar dispuesto a dar su vida por Cristo el presuntuoso por el cual el Libertador no había aún

dado la suya. Después, cuando lo impresiona el temor, como el Señor lo había predicho, niega tres veces a aquel

por el que había prometido estar dispuesto a morir. Y como está escrito, el Señor lo miró. Y él lloró amargamente

(Lc 22, 61-62). Era amargo el recuerdo de las negaciones para que resultase dulce la gracia de la redención. Si él

no hubiera sido abandonado, no habría negado; si no hubiera sido mirado, no habría llorado. Dios reprueba a

cuantos presumen de sus propias fuerzas y, como médico, amputa ese tumor de aquellos que ama. Amputándolo

ciertamente causa dolor, pero luego robustece la salud. Y es así que el Señor resucitado confía sus ovejas a Pedro,

a aquel que lo había negado. Lo había negado por ser un presuntuoso; más tarde fue pastor por ser un amante.

¿Por qué razón interroga tres veces al que lo ama, sino para que se duela por las tres veces que lo negó? De este

modo, por la gracia de Dios, Pedro realizó luego lo que antes, cuando se fiaba de sí mismo, no pudo hacer” (S.

285, 3).

(SAN AGUSTÍN, Comentarios a los evangelios dominicales y festivos, Ciclo C, Religión y Cultura, Buenos

Aires, 2006, p. 59 – 60)

5. APLICACIÓN

P. Leonardo Castellani

Domingo de Ramos

En la misa de hoy la Iglesia lee el "Passio", o sea la Pasión según San Mateo, empezando por la entrada de

los Ramos, el Domingo, primer día laborable de la semana para los judíos.

La Pasión de Cristo se predica el Viernes Santo; y la verdad es que yo no me animo a predicar la Pasión en

10 minutos; de manera que hablaré solamente del comienzo, la entrada triunfal en Jerusalén públicamente y

formalmente como "el Mesías".

Este es el final de la campaña de Cristo llevada a término con una singular energía. Como hombre y como

héroe (digamos, como "jefe"), Cristo tenía tres cosas que hacer: 1º) corregir y completar la Ley de Moisés; 2º)

manifestarse como el Mesías esperado; 3º) redimir a los hombres del pecado por su Pasión y Muerte en Cruz; eso

hizo durante su vida pública, y puso el broche apretado en esta última semana: las dos primeras, el Domingo, Lunes,

Martes, Miércoles y Jueves; la última, el Viernes, en unas 15 horas.

Hay tantas cosas en estos días, que parece imposible haya habido tiempo; pero es que los Evangelistas en

este punto anotaron simplemente TODO. En general, Cristo en estos días predicó en el Templo y por la noche se fue

a orar al Oliveto; pero el Domingo se fue a Betania al atardecer, y el Miércoles parece haber permanecido oculto. El

Martes Santo es el día colmado de cosas y también el Jueves.

Las cosas son principalmente éstas: la Segunda Limpieza del Templo y después milagros en el Templo y

choque con los Sacerdotes — cuatro parábolas importantes, terminativas, acerca de la condena de Israel y del fin

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del mundo; el lloro sobre Jerusalén y el Sermón Parusíaco; cuatro discusiones con los Fariseos y los Saduceos que

le hacen cuestiones insidiosas; la tremenda condena e imprecación contra el fariseísmo, llamada el Elenco contra

Fariseos, o sea los Ocho Ayes; y después la preparación de la Última Cena al mismo tiempo que la condena a muerte,

secreta, de los Pontífices, y el pacto con Judas. Los Magnates de Jerusalén habían encontrado por fin el modo

satisfactorio de la perpetración del crimen.

Todas estas cosas no son casuales, siguen tranquilamente el designio de Cristo, Cristo cierra su campaña.

La entrada triunfal en la Capital no fue casual: Cristo la preparó: mandó a sus discípulos a buscar la asna y el

pollino sobre el cual montó; sabía dónde estaban, y los Discípulos fueron avisados de decir al dueño: "El Maestro

los necesita"... "Mira, Jerusalén, tu Rey viene a ti - Pobre y manso - Montado en un pollino - Hijo de la que está bajo

yugo", había predicho el Profeta Zacarías. El burro no era montura desdorosa en Palestina, donde no hay caballos,

era incluso montura de los Reyes: burros y mulas de gran alzada: la mula del Rey David, la mula de Santa Teresa,

la mula malacara del Cura Brochero.

Los Discípulos comenzaron la aclamación y comenzaron a avisar a las gentes, las cuales fueron aumentando

en todo el camino desde el Cedrón, y al llegar al Centro eran "muchedumbre", dice el Evangelista. Y la aclamación

era dirigida al Mesías: "Bendito el Hijo de David; he aquí que entra el Rey, el designado de Dios", frases que tenían

un solo significado entre ellos. Los Discípulos creían que había llegado el Triunfo definitivo, la restauración del

Reino de Israel con Cristo como Rey y ellos como Ministros.

Cristo no resistió a esta aclamación, antes bien al contrario la preparó: era necesaria a su misión. Dos veces

los sacerdotes le mandaron que hiciese callar a su gente, que andaba profiriendo (según ellos) disparates y

blasfemias. La primera vez Cristo respondió: "si yo acallo a éstos, hablarán las piedras". La segunda vez: " ¿No

habéis leído en la Escritura: De la boca de los niños y de los lactantes yo sacaré una perfecta alabanza?", dando a

entender que los que aclamaban eran gente sencilla y humilde comparable a niños; con, por supuesto, una cantidad

de chiquilines barulleros y gritones, como suele suceder. Pero su alabanza era "perfecta", es decir, VERDADERA.

La multitud no era perfecta: nunca lo es. Aquí hay una cosa importante: no es la misma esta multitud que la

otra del Viernes Santo que pide la muerte de Cristo. El exégeta de la Escritura tiene que ser un poco "detective", es

decir, considerar el conjunto de los hechos y dese conjunto deducir otro hecho que no está allí, como Sherlock

Holmes. Los autores dicen vulgarmente que era la misma muchedumbre "todo el pueblo de Jerusalén", como la

revista "Esquiú": no fue así; los partidarios de Cristo se asustaron y se escondieron; por eso dije no eran perfectos.

Yo mismo puse en mi libro una reflexión que es falsa: "Vean cómo es el pueblo de voluble y cambiadizo;

hoy aclama a uno como Rey y mañana desea asesinarlo, como a Hipólito Yrigoyen". Eso pasa a veces desde luego;

y el poeta Robert Browning hizo un hermoso poema sobre este tema. Pero aquí no fue el caso: los que gritaron:

"Crucifícalo, crucifícalo" el Viernes no eran los mismos que habían gritado: "Hijo de David" el Domingo. Eran dos

fracciones del pueblo de Israel.

Aquí se ve una cosa importante: la gravedad de la cobardía de los Apóstoles y de San Pedro. Antes a mí me

parecía que el pecado de San Pedro no era tan grave como para llorarlo toda la vida: haber negado a Cristo por miedo

delante de una criada y cuatro soldados. Ahora no: pues si los partidarios de Cristo no se hubieran empavorecido

podían haberlo librado de la Crucifixión, simplemente repitiendo lo del domingo pasado; ni siquiera era necesario

derramar sangre. Pero la multitud no obra sino dirigida por jefes; los jefes naturales de los partidarios de Cristo eran

los Apóstoles; y el jefe de los apóstoles era San Pedro. Si San Pedro en vez de huir después de cortar la oreja a

Malco, hubiese dado instrucciones a los Apóstoles y ellos hubiesen corrido entre el pueblo avisando que habían

aprehendido a Cristo con muy malas intenciones otro gallo nos cantara mejor que el que nos cantó.

Pedro era la cabeza de la Iglesia; y la ley que Cristo había puesto a su Iglesia era que sus discípulos debían

dar testimonio dél. Si yo por caso dijere desde el púlpito un error o una herejía (Dios me guarde) no es lo mismo

que si el Papa la dijera desde su cátedra —lo cual nunca sucederá. Si yo dijera por miedo que, por ejemplo, la

supresión de la natalidad es permitida al cristiano (como dicen ahora algunos sacerdotes en Buenos Aires) no es lo

mismo que Paulo VI —aunque éstos tienen la arrogancia de pequeños Paulos Sextos. Y dése modo, en la

circunstancia, dado lo que era Cristo y dado lo que era Pedro (pues un jefe tiene responsabilidades que no tiene un

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soldado), la cobardía de Pedro tuvo consecuencias terroríficas. Sucedió lo que sucedió, lo que tenía que suceder por

supuesto; y Cristo lo sabía. Pero el historiador sabe poco que sabe solamente lo que sucedió y no lo que hubiera

podido suceder; porque lo que hubiera podido suceder descubre el sentido de lo que sucedió.

Así por ejemplo, si el Conde de Mirabeau no hubiese muerto temprano, probablemente envenenado por los

masones, la revolución Francesa se hubiera evitado: hubiese podido ser evitada.

Así Cristo cumplió su campaña; y fue con tedio, temor y tristeza pero con firmísimo ánimo a la muerte. Este

es el sentido de la penúltima palabra en la Cruz: "consummatum est", como dicen nuestras Biblias: "todo está acabado",

pero como dice la palabra original "tetélestai" equivale a lo que decimos vulgarmente: "¡listo!" o "¡terminado!". Pero

la palabra griega tiene más nutrido sentido, significa "concluido con perfección, lograda está la meta", "téleion". Cristo

arrojó una mirada a toda su vida, desde Belén a la Cruz, mientras recitaba el Psalmo 21 que comienza:

"¡Dios mío, Dios mío!

¿Por qué me has abandonado?"

y vio que estaba hecha su campaña y cumplidas todas las profecías.

¿Por qué Dios lo había abandonado? ¿Por qué la Redención del Hombre tenía que hacerse a través dese

torbellino de tormentos y orgía de horrores? Aquí hay que bajar la cabeza e incluso cerrar los ojos. ¿No podía Dios

hacer la Redención de otra manera, a menos costo? Todos los teólogos dicen que sí podía: que una sola gota de

sangre, una sola lágrima del Hombre Dios bastaba para limpiar de lacerias "el mundo, el mar y las estrellas", dice el

himno de Santo Tomás: "terra, pontus, sidera". ¿Por qué entonces desa terrible manera?

Sólo podemos decir lo que dice un poeta argentino, Ignacio Anzoátegui: que Cristo dice a cada uno de

nosotros:

"No temas, yo temeré por ti".

A los pecadores que absolvió, a la Magdalena, por ejemplo, Cristo nunca dijo: —Vete a hacer penitencia.

Les dijo: —Vete y no peques más: la penitencia la hago YO.

En suma, Cristo tenía que hacer la imposible conjunción del invierno y de la primavera; y así juntó aquí en

menos de tres días el invierno y la noche oscura con el amanecer de la alborada de la Resurrección. Que para Él no

fue amanecer sino pleno día, pero para nosotros es amanecer.

(CASTELLANI, L., Domingueras Prédicas, Ediciones Jauja, Mendoza (Argentina), 1997, p. 99 – 103)

Papa Francisco

¡Bendito el que viene en el nombre del Señor!

«¡Bendito el que viene en nombre del Señor!» (Cf. Lc 19,38), gritaba festiva la muchedumbre de Jerusalén

recibiendo a Jesús. Hemos hecho nuestro aquel entusiasmo, agitando las palmas y los ramos de olivo hemos

expresado la alabanza y el gozo, el deseo de recibir a Jesús que viene a nosotros. Sí, del mismo modo que entró en

Jerusalén, desea también entrar en nuestras ciudades y en nuestras vidas. Así como lo ha hecho en el Evangelio,

cabalgando sobre un asno, viene a nosotros humildemente, pero viene «en el nombre del Señor»: con el poder de su

amor divino perdona nuestros pecados y nos reconcilia con el Padre y con nosotros mismos. Jesús está contento de

la manifestación popular de afecto de la gente, y cuando los fariseos le invitan a que haga callar a los niños y a los

otros que lo aclaman, responde: «si estos callan, gritarán las piedras» (Lc 19,40). Nada pudo detener el entusiasmo

por la entrada de Jesús; que nada nos impida encontrar en él la fuente de nuestra alegría, de la alegría auténtica, que

permanece y da paz; porque sólo Jesús nos salva de los lazos del pecado, de la muerte, del miedo y de la tristeza.

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Sin embargo, la Liturgia de hoy nos enseña que el Señor no nos ha salvado con una entrada triunfal o

mediante milagros poderosos. El apóstol Pablo, en la segunda lectura, sintetiza con dos verbos el recorrido de la

redención: «se despojó» y «se humilló» a sí mismo (Fil 2,7.8). Estos dos verbos nos dicen hasta qué extremo ha

llegado el amor de Dios por nosotros. Jesús se despojó de sí mismo: renunció a la gloria de Hijo de Dios y se

convirtió en Hijo del hombre, para ser en todo solidario con nosotros pecadores, él que no conoce el pecado. Pero

no solamente esto: ha vivido entre nosotros en una «condición de esclavo» (v. 7): no de rey, ni de príncipe, sino de

esclavo. Se humilló y el abismo de su humillación, que la Semana Santa nos muestra, parece no tener fondo.

El primer gesto de este amor «hasta el extremo» (Jn 13,1) es el lavatorio de los pies. «El Maestro y el Señor»

(Jn 13,14) se abaja hasta los pies de los discípulos, como solamente hacían lo siervos. Nos ha enseñado con el

ejemplo que nosotros tenemos necesidad de ser alcanzados por su amor, que se vuelca sobre nosotros; no podemos

prescindir de este, no podemos amar sin dejarnos amar antes por él, sin experimentar su sorprendente ternura y sin

aceptar que el amor verdadero consiste en el servicio concreto.

Pero esto es solamente el inicio. La humillación de Jesús llega al extremo en la Pasión: es vendido por treinta

monedas y traicionado por un beso de un discípulo que él había elegido y llamado amigo. Casi todos los otros huyen

y lo abandonan; Pedro lo niega tres veces en el patio del templo. Humillado en el espíritu con burlas, insultos y

salivazos; sufre en el cuerpo violencias atroces, los golpes, los latigazos y la corona de espinas desfiguran su aspecto

haciéndolo irreconocible. Sufre también la infamia y la condena inicua de las autoridades, religiosas y políticas: es

hecho pecado y reconocido injusto. Pilato lo envía posteriormente a Herodes, y este lo devuelve al gobernador

romano; mientras le es negada toda justicia, Jesús experimenta en su propia piel también la indiferencia, pues nadie

quiere asumirse la responsabilidad de su destino. Pienso ahora en tanta gente, en tantos inmigrantes, en tantos

prófugos, en tantos refugiados, en aquellos de los cuales muchos no quieren asumirse la responsabilidad de su

destino. El gentío que apenas unos días antes lo aclamaba, transforma las alabanzas en un grito de acusación,

prefiriendo incluso que en lugar de él sea liberado un homicida. Llega de este modo a la muerte en cruz, dolorosa e

infamante, reservada a los traidores, a los esclavos y a los peores criminales. La soledad, la difamación y el dolor no

son todavía el culmen de su anonadamiento. Para ser en todo solidario con nosotros, experimenta también en la cruz

el misterioso abandono del Padre. Sin embargo, en el abandono, ora y confía: «Padre, a tus manos encomiendo mi

espíritu» (Lc 23,46). Suspendido en el patíbulo, además del escarnio, afronta la última tentación: la provocación a

bajar de la cruz, a vencer el mal con la fuerza, y a mostrar el rostro de un Dios potente e invencible. Jesús en cambio,

precisamente aquí, en el culmen del anonadamiento, revela el rostro auténtico de Dios, que es misericordia. Perdona

a sus verdugos, abre las puertas del paraíso al ladrón arrepentido y toca el corazón del centurión. Si el misterio del

mal es abismal, infinita es la realidad del Amor que lo ha atravesado, llegando hasta el sepulcro y los infiernos,

asumiendo todo nuestro dolor para redimirlo, llevando luz donde hay tinieblas, vida donde hay muerte, amor donde

hay odio.

Nos pude parecer muy lejano a nosotros el modo de actuar de Dios, que se ha humillado por nosotros,

mientras a nosotros nos parece difícil incluso olvidarnos un poco de nosotros mismos. Él viene a salvarnos; y

nosotros estamos llamados a elegir su camino: el camino del servicio, de la donación, del olvido de uno mismo.

Podemos encaminarnos por este camino deteniéndonos durante estos días a mirar el Crucifijo, es la “catedra de

Dios”. Os invito en esta semana a mirar a menudo esta “Catedra de Dios”, para aprender el amor humilde, que salva

y da la vida, para renunciar al egoísmo, a la búsqueda del poder y de la fama. Con su humillación, Jesús nos invita

a caminar por su camino. Volvamos a él la mirada, pidamos la gracia de entender al menos un poco de este misterio

de su anonadamiento por nosotros; y así, en silencio, contemplemos el misterio de esta semana.

(PAPA FRANCISCO, Homilía en la celebración del Domingo de Ramos en la pasión del Señor, Plaza de San Pedro,

domingo 20 de marzo de 2016)

______________________________ iNFO - Homilética.ive

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Función de cada sección del Boletín Homilética se compone de 7 Secciones principales: Textos Litúrgicos: aquí encontrará Las Lecturas del Domingo y los salmos, así como el Guion para la celebración de la

Santa Misa. Directorio Homilético: es un resumen que busca dar los elementos que ayudarían a realizar un enfoque adecuado del el

evangelio y las lecturas del domingo para poder brindar una predicación más uniforme, conforme al DIRECTORIO HOMILÉTICO promulgado por la Congregación para el Culto Divino y la Disciplina de los Sacramentos de la Santa Sede en el 2014. Exégesis: presenta un análisis exegético del evangelio del domingo, tomado de especialistas, licenciados, doctores en exégesis, así como en ocasiones de Papas o sacerdotes que se destacan por su análisis exegético del texto. Santos Padres: esta sección busca proporcionar la interpretación de los Santos Padres de la Iglesia, así como los sermones u escritos referentes al texto del domingo propio del boletín de aquellos santos doctores de la Iglesia.

Aplicación: costa de sermones del domingo ya preparados para la predica, los cuales pueden facilitar la ilación o alguna idea para que los sacerdotes puedan aplicar en la predicación. Ejemplos Predicables: es un recurso que permite al predicador introducir alguna reflexión u ejemplo que le permite desarrollar algún aspecto del tema propio de las lecturas del domingo analizado.

¿Qué es el IVE, el porqué de este servicio de Homilética? El Instituto del Verbo Encarnado fue fundado el 25 de Marzo de 1984, en San Rafael, Mendoza, Argentina. El 8 de Mayo de 2004 fue aprobado como instituto de vida religiosa de derecho Diocesano en Segni, Italia. Siendo su Fundador el Sacerdote Católico Carlos Miguel Buela. Nuestra familia religiosa tiene como carisma la prolongación de la Encarnación del Verbo en todas las manifestaciones del hombre, y como fin específico la evangelización de la cultura; para

mejor hacerlo proporciona a los misioneros de la familia y a toda la Iglesia este servicio como una herramienta eficaz enraizada y nutrida en las sagradas escrituras y en la perenne tradición y magisterio de la única Iglesia fundada por Jesucristo, la Iglesia Católica Apostólica Romana.

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