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AA como

alternativa

de solución...

dicen los

médicos

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Soy muy joven, no

soy alcohólico

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2 Soy muy joven, no soy alcohólico

Índice

Tema Pág.

Introducción................................................ 3

Si no es ahora, ¿cuándo?.......................... 5

Dejé que su amor me tocara…..…………. 8

Vivo feliz….………………………………..... 14

El que con lobos anda……………………... 17

Sentía que no me dejaban vivir…………… 19

Solo y sin fe…………………………………. 21

Tenía que dejar de beber, pero no podía... 25

Encontré la felicidad………………………... 28

Mi vida se volvió un infierno……………….. 31

Ser joven no significa ser inmune a la

bebida………………………………………..

33

Por fin lo logré………………………………. 36

Teporocho a los 19 años………………….. 39

Mi última borrachera……………………….. 41

El grito agónico de un joven………………. 44

Desperté de una terrible pesadilla………... 47

Autodiagnóstico…………………………….. 50

Declaración de México…………………….. 52

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Sección México 3

Introducción

En los primeros tiempos de Alcohólicos Anónimos (1935), sólo llegaron personas muy dañadas por el alcoholismo. Actualmente, se están acercando per-sonas que todavía conservan su salud, familia y po-sición económica, gente joven que se da cuenta, a tiempo, de su incapacidad para manejar la bebida. En este folleto encontrarás la experiencia de quince jóvenes que lograron detener su forma de beber. Gente que, por su corta edad, al principio les fue difí-cil aceptar su problema con la bebida.

En AA sólo hablamos de nuestra experiencia; somos gente que no podemos beber, todos empezamos al-guna vez a tomar sin proponernos causar problemas. Ninguno de los más de dos millones de alcohólicos bebieron para volverse alcohólicos, entonces, ¿qué pasó? Esperamos que en este folleto encuentres la respuesta.

Los pretextos para beber son muchos y muy varia-dos: hace calor o frío, ganó o perdió mi equipo prefe-rido, es viernes, ya me lo gané, no tengo papá, mamá o ninguno de los dos, soy chaparro, gordo, feo, delgado, estoy alegre, triste, enojado, no me en-tienden, me dejó mi novio (a). Pero detectamos que no existe una razón suficientemente poderosa para beber. En AA hemos encontrado la solución a nues-tro problema y una nueva forma de vida, vida que deseamos compartir.

La idea de la mayoría de personas es identificar a un alcohólico como teporocho, pero para ser alcohólico no es necesario beber alcohol de 96°. Muchos

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4 Soy muy joven, no soy alcohólico

jóvenes en AA manifiestan no haber llegado a ese extremo. Personas que bebían ocasionalmente, se han dado cuenta de la progresividad de su problema, observaron que sus periodos de abstinencia se fueron acortando, analizaron su situación y decidieron asistir a AA.

El Programa de Recuperación de AA también nos evita de diez a quince años de sufrimiento y quien desee puede hacer uso de él. En AA no existen dogmas ni reglamentos, prevalece una total libertad. AA no garantiza la sobriedad, ésta depende del en-tusiasmo y honradez de cada persona. Para mante-ner esta sobriedad la experiencia en AA indica que quien asiste regularmente a un Grupo de AA, la pro-babilidad de beber es menor a aquella que no asiste.

Nuestra experiencia nos ha demostrado que para ser alcohólico no importa la edad, el sexo o la posición social. Por lo tanto, somos una Comunidad de hom-bres y mujeres a la cual tú puedes integrarte si así lo deseas. En AA nadie está capacitado para decirle a alguien si tiene o no problemas con la bebida. Cada uno de nosotros lo decide libremente contestando un autodiagnóstico el cual, te invitamos a conocer, está en la página 50.

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Si no es ahora, ¿cuándo?

No tengo lo que siempre soñé ni tengo lo que me-rezco, pero sí disfruto de una vida nueva y diferente.

Comencé a tomar a los catorce años en la secunda-ria, ahí tomé mi primer trago de cerveza. Nunca fui un buen estudiante, me apenaba darme cuenta que mis compañeros sacaban buenas calificaciones, mientras que yo me gané un lugar como el burro de la clase. No permitía burlas por mis calificaciones ni por no contestar alguna pregunta. Defendí mi flojera e ignorancia desafiando a profesores y alumnos, amenazando con hacerles la vida imposible. Me gus-taba violar las reglas establecidas sólo para sentirme diferente: el más loco y el más fregón.

Tenía necesidad de integrarme con los compañeros y quería sobresalir de alguna manera, ser importante entre ellos. Cuando ingresé a la banda (unos valedo-res de los barrios cercanos), me sentía poderoso y protegido. Todos tomaban y se drogaban, pero tenía que aguantar, no podía ser maricón, aunque a veces me friqueaba (me daba miedo).

Ahí descubrí lo que más me gustó del alcohol: el ma-ravilloso efecto que me producía, una gran sensa-ción de placer, alegría, olvido, paz y poder. Cada vez que tomaba era lo mismo, no había bronca.

Pasaron los años y seguí tomando en reuniones, fiestas. Descubrí que todo lo que parecía imposible o lejano de realizar, con unos tragos de chela, era más sencillo, como manejar a alta velocidad, hacérsela de tos a cualquiera (inclusive a cuates más efectivos que yo), seducir a las damas (me sentía galán y me

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aventaba unos chorotes), pero siempre con unos tragos.

Tenía 20 años y comenzaba a darme cuenta de que me pasaba de lanza, pero creía que era una etapa que tenía que vivir ¡si no es ahora que estoy joven! ¿cuándo? Mis padres me la hacían de tos y yo pen-saba: “como mi padre ya echó su despapaye no quiere que yo disfrute el mío”. En ese tiempo conocí la mota y la coca, ésta última me daba miedo, pen-saba que era para cuates más tronados.

Lo que aseguré que no haría, lo estaba haciendo sin poderme detener; la mota mezclada con el alcohol me ponía bien pacheco, la coca, al calor de la músi-ca, unas caguamas y mis amigos ¡me ponía de poca! Comenzaron las noches de insomnio, no podía ver la luz del sol porque me molestaba, la paranoia era in-soportable, la soledad me invadía, empecé a vagar por diferentes colonias.

Me metí en muchas broncas. Deshice el coche que mi padre me regaló, me golpearon muchas veces, la última fue cuando le rompí el parabrisas a una patru-lla. Estuve en dos ocasiones en el hospital, en emer-gencias, y también visité algunos separos en las de-legaciones.

Estaba loco. Mis amigos se alejaron de mí, me valía el aspecto físico, la familia, el futuro y mi propia vida. Quedé flaco y demacrado por tanto alcohol y droga.

Consideré que la bronca eran las malas compañías, así que me desafané de la banda, mas no del alco-hol y la droga. En un antro conocí a una chica que conquisté con mi labia, condenándola a vivir unos

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meses muy tristes al lado de un alcohólico; la humillé, la ofendí y estuve a punto de golpearla. Ella me pidió que fuera a un Grupo de Alcohólicos Anó-nimos o me abandonaría. Pensaba que sin ella no viviría, y tuve que entrar a un Grupo de AA. Conocer a esa gente tan rara, tan amable y tan alegre, ellos, a los que nunca había conocido. La bola de rucos, co-mo yo los llamaba, me ayudaron a quedarme. Al principio no fue fácil.

Llegué a los 24 años y comprendí que el alcoholismo es una enfermedad progresiva, incurable y de con-secuencias fatales, que igual afecta a los de clase al-ta como a los de clase baja.

Ahí descubrí lo siguiente: mi inmadurez emocional, egocentrismo, incapacidad para tomar, soledad, mi-tomanía, tendencia a manipular, la incapacidad para integrarme a los grupos humanos, para asimilar ex-periencias, mi intolerancia a la frustración y al sufri-miento, mi eterno vivir sufriendo y sufrir viviendo, mi tendencia a fugarme de la realidad. Todo esto era más fácil cuando andaba borracho.

Al momento de escribir esta experiencia tengo un año seis meses que no bebo ni me drogo. El Pro-grama de Recuperación de AA me ha hecho conce-bir una nueva vida. Hoy tengo objetivos, amigos, fa-milia y, lo más importante, deseos de vivir y ser feliz.

Dante

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8 Soy muy joven, no soy alcohólico

Dejé que su amor me tocara

Nací en el Distrito Federal. Mi padre fue un médico militar con una personalidad dominante, hombre cul-to, políglota y con reconocimiento en sus dos espe-cialidades médicas, y amoroso a su manera; lo admi-raba, pero también le temía. Como hija de un doctor creía ser diferente con la obligación de estar a la al-tura de esta condición; tenía pocos amigos y rara vez salía con ellos. En vacaciones estudiaba y aprendía idiomas. Sólo me dejaban ver programas culturales en la televisión, las caricaturas eran permitidas cuando mi padre estaba ausente.

A los once años enfrenté a mi padre durante una de las riñas en las que solía golpear a mi madre, a mi hermana y a mí. Venciendo el terror que me provo-caba cuando se enojaba de esa manera, me llené de ira y lo detuve. Al verme así, reaccionó con arrepen-timiento manifestado en sus lágrimas, me pidió perdón y prometió nunca más golpearnos, cumplió su promesa.

Este incidente me mostró que el orgullo y el coraje funcionaban bien; en el futuro me ayudarían a salir adelante. Dos años después falleció mi padre y mi madre encontró la forma de mantener y sacar ade-lante la familia. Mi adolescencia se volvió confusa, me recuerdo aislada, agresiva y comportándome como un muchacho. No sé si por resentimiento o por tratar de sobresalir me autonombré y me creí atea.

Empecé a beber y todo fue diferente. Me sentía amada, simpática y bonita, perdí el miedo a la gente, en especial a los hombres. Gracias al sacrificio fami-

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liar terminé una carrera técnica; al egresar conseguí trabajo como guía de turistas. En la empresa la ma-yoría éramos mujeres y cuando no teníamos ruta bebíamos en la oficina. Usualmente encontraba la forma de celebrar algo o conducir la reunión hacia la bebida. Con el tiempo logré ser jefa de guías, pero sentí que ese puesto era poco para mí.

Fui a Puerto Vallarta a probar suerte y muy pronto conseguí trabajo. Por las tardes se volvió rutina mi presencia en bares y discotecas; el alcohol me hacía olvidar el miedo, la soledad y la angustia. Recuerdo mis palabras: “Regresé porque ahí no hay cultura, sólo bares y discotecas, ¡y qué tal si me vuelvo al-cohólica!”

En la Ciudad de México obtuve un empleo que me parecía mediocre. Era la más joven, pero pronto me relacioné con los que bebían en las reuniones, que eran frecuentes. Bebiendo me sentía de gran mundo, más evolucionada que mis compañeros a quienes sentía inferiores e ignorantes. Un día, en la mañana, camino al trabajo, conocí a un muchacho. Él paró su auto junto a mí y ofreció llevarme, y acepté el aventón, dijo que salía de una fiesta y olía a alcohol. Esa misma noche estaba bebiendo en su departa-mento y tres meses después me mudé a vivir con él.

Encontré un buen compañero de borracheras, me sentía libre; fueron raros los fines de semana que no terminábamos borrachos, normalmente la fiesta co-menzaba el viernes. Mi tolerancia a la bebida se in-crementó, resistía más que mi compañero. Se pre-sentaron incidentes desagradables, escenas violen- tas, caídas y lagunas mentales, la angustia de no re-

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cordar parte de lo sucedido el día anterior y, des-pués, el razonamiento tranquilizador de que eso era normal en las personas que se toman unas copas de más.

Durante las crudas aumentó el malestar físico y el sentimiento de culpa. Me sentía sola, no encontraba una razón que justificara mi presencia en esa casa, no soportaba mi papel de ama de casa y odiaba su cara y la mía congestionadas después de una borra-chera; subí de peso, me sentía fea y fracasada. Em-pecé a pensar en el suicidio mientras bebía sola en mi recámara. Evitaba el contacto con personas que pudieran notar mi desorden interno y externo, el cual era evidente.

Las borracheras hicieron que todo perdiera valor: me odiaba y la vida no significaba nada. Los calambres me despertaban algunas noches, dos veces llegué al hospital a causa de crisis gástricas. Comencé a sufrir depresiones, en una de ellas algo pasó y llegó a mi mente la pregunta, ¿qué más, qué más tendré que soportar? No entiendo cómo, pero tuve el valor para recoger mis cosas y abandonar ese lugar. Sufrí la humillación de regresar al hogar materno.

Estaba dispuesta a cambiar, dejar atrás el pasado y comenzar de nuevo. Al poco tiempo regresaron las borracheras y con ellas las depresiones. Una vez, con pistola en mano estuve a punto de pegarme un tiro en la cabeza, pero un compañero de trabajo me detuvo. Ahogada en llanto abandoné el empleo, no soportaba mi reputación como bebedora.

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Recuerdo la entrevista para conseguir un nuevo em-pleo, cuando me preguntaron si bebía, dudé un poco y contesté que lo hacía ocasionalmente en fiestas, como toda la gente. Obtuve el empleo y al poco tiempo ya bebía con mis nuevos compañeros. Los comentarios sobre mi forma de beber no se hicieron esperar y me avergonzaba cuando alguien lo evi-denciaba frente a los demás. En casa la situación era difícil, mi madre vivía en continua zozobra al no saber cuándo o cómo regresaría. En cierta ocasión le reclamé que quisiera más a mi hermana y se armó un escándalo: “Es que ya no lo soporto”, dijo ella con ojos llorosos: “Prefiero verte muerta, así sabría que finalmente estás descansando”.

En varias ocasiones mi hermana me dijo que yo era alcohólica y debía ir a un Grupo de Alcohólicos Anó-nimos. Sentía sus palabras como puñaladas, no quería ser eso, solamente necesitaba que Dios me enviara al hombre adecuado para sentar cabeza; ese era mi problema. Sólo conocí gente de cantina y hombres que no me dejaban más que heridas; ¡no!, el problema no era yo, sino los demás; no podía ser alcohólica, pues estudiaba y trabajaba. Rechazaba la palabra alcohólica, pero en mi interior sentía y pen-saba que tal vez ellos tenían razón.

En la última borrachera quedé tirada en el baño y no pude levantarme, inconsciente, me arrastraron hasta el sillón. Al otro día sentía el cuerpo adolorido, me bañé y me lavé la boca tratando de borrar el sabor a alcohol, odiaba esa sensación. Me fui a la escuela sintiéndome terriblemente sola. Al regresar, mi her-mana me pidió perdón, no supe de lo que hablaba y

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tenía miedo a preguntar, y le dije que la perdonaba. Por la noche, mi sobrino mayor me contó lo que había visto: me quedé tirada y mi hermana desesperada, al verme así, me golpeó y yo sólo lloraba como una ni-ña. Ella se arrepintió y me pidió perdón, algo dije que la molestó y me volvió a golpear. Mi madre, desespe-rada y confundida, la detuvo como pudo. Mientras él me seguía narrando, veía en su mirada que se pre-guntaba, ¿qué les pasa? No sé si fueron sus pala-bras, su carita de espanto o lo grotesco de la esce-na, tal vez fue todo eso que me ayudó a tomar la decisión y fui por ayuda.

Tenía 23 años cuando llegué a AA terriblemente enojada con la vida, con todos y con nadie. Temero-sa de esa gente que sonreía y se abrazaba frater-nalmente, como si hiciera años que no se veían. Po-co a poco dejé que su amor me tocara y saludaran con afecto. Entendí que cada día que nos reuníamos era una fiesta, en la que festejamos que estamos vi-vos y unidos, ¿cuántos como nosotros no tienen esa dicha?

No había perdido trabajos, la vergüenza me obligó a escapar de ellos; no robé para beber, pero robé la fe-licidad y tranquilidad de los que me rodeaban. El al-cohol, que en un momento creí era mi mejor amigo, se convirtió en el asesino que buscaba para matar-me. No fue fácil aceptar que una joven mujer con fu-turo por delante se sintiera avergonzada, vieja y can-sada. En el Grupo de AA, donde llegué, había gente más grande que tenían la alegría de vivir entre ellos; algo que jamás yo había tenido.

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Escuché muchas cosas, pero la más importante de ellas era que obtendría una vida útil y feliz. Hoy, con un Programa sencillo de Doce Pasos y su amoroso cobijo, he visto la luz que da la unidad de AA. He asistido a reuniones donde he visto personas que, como yo, tratan de vivir la vida aquí y ahora. Sólo por hoy enfrentan sus problemas sin alcohol, hombres y mujeres responsables de sus actos que han dejado las culpas atrás.

Han aprendido a escuchar y a no tomar tan en serio las cosas de la vida; saben sonreír ante los proble-mas y he aprendido todo eso.

Faridde

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14 Soy muy joven, no soy alcohólico

Vivo feliz

Estoy saliendo adelante gracias al Programa de Re-cuperación de Alcohólicos Anónimos. Asisto al Gru-po y cuando conozco jóvenes les comparto mi expe-riencia. He aprendido que nunca es demasiado temprano ni demasiado tarde para dejar de beber, para cambiar, y darse la oportunidad de vivir plena-mente.

Nací en el Estado de Guerrero. Varias veces cambié de residencia debido al trabajo de mi padre. Llegué a Apizaco, Tlaxcala, a la edad de doce años. Tenía miedo y me sentía solo.

Mi primera borrachera fue a los catorce años con do-ce compañeros de clase. Pasamos un fin de semana en la cabaña de uno de ellos. La intención era beber. En ese entonces no sabía de marcas ni sabores, sólo era el deseo de probar a qué sabía y qué se sentía. Preparamos una mezcla de alcohol de caña con agua de fresa, sabía feo, pero de repente sentí un extraño calor en el cuerpo y me sentí bien.

Tomé todo el día y mis preocupaciones, complejos y soledad desaparecieron. En la noche, el padre de uno de ellos nos descubrió, nos quitó la botella, nos amenazó con llamar a nuestros padres y luego se marchó. La mayoría se fue a dormir, pero yo quería seguir bebiendo. Salí con otros tres compañeros a conseguir más bebida. No podía mantenerme en pie y todo me daba risa. Al día siguiente sentí mi primera resaca. Mis amigos se sentían peor y me decían: “aguantas mucho bebiendo”, haciéndome sentir co-mo un héroe, y eso me gustó.

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Sección México 15

Seguí bebiendo en fiestas y convivios. Mis amigos me decían: “Eres como un genio, apareces cuando se destapa una botella”. En las mañanas bebía a es-condidas cuando debía estar en la escuela y por las tardes me dormía para que se me pasara la borra-chera. Utilizaba pasta dental o pastillas de menta pa-ra disimular el aliento alcohólico y que al llegar a mi casa no me descubrieran. Me volví cínico, pues des-de la primera vez que llegué borracho a casa no me dijeron nada.

Bebía a todas horas, vagando por las calles casi to-dos los días, mentía para conseguir dinero (supues-tamente para pago de colegiaturas o compra de li-bros, y demás). Me corrieron de dos escuelas y abandoné una tercera. Me dolía que mis amigos es-tudiaban en la universidad, mientras yo no podía pa-sar del primer año de preparatoria. Los familiares de mis amigos les prohibían juntarse conmigo, pues re-sultaba mala influencia para sus hijos; era un vago, bueno para nada, un alcohólico.

Decidí vivir solo para que nadie me molestara, pues creía que sin reglas me sentiría feliz. Convertí esa casa en cantina, ahí bebía con mis amigos. Un día desperté golpeado, lleno de sangre y con la nariz ro-ta. Decidí no volver a tomar de esa marca de vino, pues creí que eso era lo que me había hecho daño. Hoy sé que no es la marca ni la cantidad, sino el al-cohol en sí el que me perjudicó. Tomando la primera copa no había poder humano que me detuviera.

A los 18 años, convencido de mis problemas, decidí cambiar de vida y para no sentirme solo, me casé. Pero resultó peor, pues en la misma boda bebí a tal

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16 Soy muy joven, no soy alcohólico

grado que causé destrozos, lastimando a mi esposa e hijo que ya había nacido. En los siguientes cuatro años destruí la economía familiar, y la ilusión de mi esposa de que algún día dejara de beber.

A la edad de 22 años, llegué a AA, donde encontré amigos que me entendieron y me comprendieron, in-vitándome a asistir regularmente. Presentí que todo cambiaría, por fin había encontrado un Grupo que me ayudaba a ver claramente mis problemas. Mi es-posa e hijo me han perdonado, continúo estudiando y estoy a punto de concluir mi carrera profesional. Sin AA no estaría vivo ni feliz.

Felipe

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Sección México 17

El que con lobos anda…

Tenía 19 años cuando llegué a un Grupo de Alcohó-licos Anónimos, ¿será posible que ya era un alcohó-lico? No lo podía creer.

A pesar de que ya tenía sentimientos de culpa, lagu-nas mentales, fugas geográficas, delirios visuales y auditivos, no podía dejar de beber. Mi madre, mis hermanas, mis amigos y mi exnovia aseguraban que me iba a morir de borracho.

Probé la bebida en la infancia. Cuando mi padre me mandaba por el pulque, me decía: “Lo pruebas pri-mero, para ver si está bueno”. No me gustaba su olor ni su sabor, pero después empezó a darme cerveza y ésta, sí me gustó.

A los seis años se me presentó un incidente del que lamentablemente mi padre no pudo librarme, pro-vocándome inseguridad, y esto me impulsó a buscar protección en otras personas. Empecé a trabajar en un mercado y la gente con que trataba eran cargado-res, rateros, prostitutas y malvivientes, y como dice el dicho: “El que con lobos anda a aullar se enseña”.

A los once años fue mi primera borrachera y mi primera laguna mental, sin embargo, me propuse que no volvería a suceder y lo logré por algunos años. En la secundaria me molestaba una compa-ñera, pues me ridiculizaba ante los demás. Esto me creó inseguridad y miedo, los que no me permitieron relacionarme con mujeres. En esta etapa de mi vida detecté la frustración que me acompañaría por largo tiempo. Aún así terminé con buenas calificaciones.

Inicié una carrera técnica, pero sólo llegué al cuarto semestre. El alcohol me empezó a ganar la partida, y

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18 Soy muy joven, no soy alcohólico

las discusiones con mis padres fueron más frecuentes. Decidí entrenar box convencido de que llegaría a cam-peón, pero me corrieron del gimnasio por borracho.

A los 16 años, las crudas físicas y morales se inten-sificaron, me sentía un fracasado. Conocí a una mu-chacha y me enamoré de ella. Logré hacerla mi no-via, luego le propuse matrimonio y aceptó casarse conmigo. Le prometí no volver a beber y, ¡oh sorpre-sa!, volví a beber. Me abandonó y me dediqué a be-ber más, uniéndome al escuadrón de la muerte.

La inseguridad, el resentimiento y la soledad me hicieron presa fácil del alcohol. Empecé a padecer delirios visuales y auditivos, me di cuenta que estaba en el fondo. En una pulquería recibí el mensaje de AA, pero no hice caso. Meses más tarde, después de una borrachera de varios días y discusiones con mi padre, sin ganas de vivir, con sentimientos de culpa y percibiendo la miseria más espiritual que ma-terial, llegué a un Grupo de AA a los 19 años. Los compañeros me dijeron: “Llegaste a puerto seguro, pásate, siéntate, tómate un café”. No me juzgaron, no me criticaron, no me regañaron, sólo dijeron: “Es-cucha esta información”.

Excepto dos compañeros, los demás eran personas de edad quienes hablaban mucho de un Poder Su-perior, pero me orientaron diciéndome: “No deseches lo que no conoces, aquí te entendemos, si puedes, asiste diario...” ¡Y así dejé de beber!

Mauro

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Sección México 19

Sentía que no me dejaban vivir

Originaria del Distrito Federal, nací en el seno de una familia de posición acomodada, fui niña modelo. Cuando estudié la secundaria conocí a un maestro con el que me involucré sentimentalmente y a los pocos meses me di cuenta que era casado, que yo sólo era una aventura; tomé esto como pretexto para mi primera borrachera, fueron dos caguamas. A par-tir de ese momento empezó la carrera descendente de mi vida. Me sentía mal por andar con un tipo ca-sado y ser señalada por la sociedad, lo único que me consolaba era la bebida, como consecuencia, me volví rebelde.

En un principio solía beber los fines de semana, pos-teriormente lo hacía de lunes a viernes. Cuando mi abuela se enteró de mi relación con esta persona, me regañaba tan fuerte que llegué a desear la muer-te de mis abuelos. Sentía que no me dejaban vivir, que el alcohol era mi vida y que en él desahogaba mis penas. Padecí lagunas mentales. Al despertar de una de ellas no supe lo que había ocurrido, sólo me di cuenta que estaba en un cuarto de hotel. Este sentimiento de culpa me llevó a beber una y otra vez, me miraba en el espejo, y me decía: ¡Claudia, en qué monstruo te has convertido!

Mi abuela había perdido el control sobre mí, me eno-jaba con ella porque no me daba dinero para seguir bebiendo. Logré que mi familia me tuviera miedo, les daba vergüenza verme tirada en casa o en la calle a causa de la borrachera. Probé todo tipo de drogas, los amigos me decían que eso me ayudaría a no pensar en nada, pero resultó peor porque alucinaba,

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20 Soy muy joven, no soy alcohólico

tenía delirios de persecución y lagunas mentales. Un día asistí a una fiesta en la que se había terminado la bebida, lo cual me enojó. Me regresé a casa a conseguir dinero para seguir bebiendo, no lo obtuve y rompí todos los vidrios de mi casa.

En consecuencia, al ver mi estado de ebriedad y lo-cura, a mi abuela se le alteró la presión y la llevaron a un hospital. Al mismo tiempo, a mi abuelo le dio un infarto, se armó un gran escándalo, llegaron varias patrullas y al fin, alguien pudo controlarme. Llegué a un Grupo de Alcohólicos Anónimos en 1998, y em-pecé a dejar de beber.

Unos días después celebré mi cumpleaños, pasé la navidad y el año nuevo con mi familia sin beber; siento que esas fechas fueron las mejores. Hoy mi familia está tranquila y no se preocupa por mi con-ducta, mi abuelo convalece y le pido a un Poder Su-perior, con fervor, que le conceda muchos años de vida. Estoy tratando de recuperar lo que he perdido, entre ello, mi autoestima.

Me siento bien en AA, veo con alegría que el día que llegué ha sido el mejor de mi vida porque me manten-go sin beber, tratando de conseguir una vida útil y fe-liz. Empiezo a conocer las mieles de la vida que AA ofrece, esperando no volver a beber, sabiendo que el alcohol no respeta edades, razas o posición social. Deseo que este mensaje le sea útil a aquellos que, como yo, alguna vez han sufrido con la bebida.

Claudia

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Sección México 21

Solo y sin fe

Una tarde, en compañía de mis amigos de secunda-ria festejábamos el término de esa etapa estudiantil; experimenté por vez primera los efectos del alcohol. Realmente fue algo agradable, tenía mucha facilidad de palabra y buen sentido del humor, además, mu-cho ánimo para bailar y divertirme, me sentía libre y sin prejuicios. Regresé a casa alegre y sin contra-tiempo. Al día siguiente desperté sin molestia alguna, todo había resultado magnífico. Este fue el engañoso y tentador comienzo de una vida que más tarde no sería tan satisfactoria como al principio.

Continué bebiendo, al fin y al cabo no había nada que temer ni consecuencia que me afectara, aparen-temente. Por el contrario, seguía obteniendo diver-sión y alegría. Mi orgullo aumentó cuando mis ami-gos de parranda se sorprendieron al ver que aguantaba mucho bebiendo, me di cuenta de eso y sentí que había nacido para beber, estaba haciendo al alcohol parte de mi vida. El terreno estaba listo, parecía estar todo a mi favor, me gustaba el alcohol en cualquier presentación, me proporcionaba placer, quedaba atrás la inseguridad, me sentía superior, conquistador y hombre de mundo, ¿qué más podía pedir?

Ingresé al nivel medio superior y fue una etapa de cambios. Era otro mundo, más abierto al que estaba acostumbrado. Me costó trabajo adaptarme, noté la ideología material y me sentí inferior. Mis amigos tenían una forma de vivir más cómoda que la mía. Empezó una confusión con mi persona; no me gus-taba mi comportamiento, quería ser como los otros.

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22 Soy muy joven, no soy alcohólico

No sabía desenvolverme en este medio, pero be-biendo me sentía bien. Comprobé que el alcohol era lo mejor de la vida. En reuniones, excursiones y de-más convivios con los amigos, lo primero que busca-ba era la bebida. Para mí su presencia era básica; en cualquier fiesta se trataba de beber, bailaba una melodía y tomaba tres copas. Siempre terminaba bo-rracho.

Cada vez bebía más. Mi familia se molestó, pues cometía actos vergonzosos siempre que bebía. No me daban ganas de regresar a la escuela. Algunas amigas me retiraron su amistad, otras me comenta-ron que pretendí conquistarlas al estar borracho. Es-to me provocó sentimientos de culpa, me daba pena con mi familia y amigos, pero con alcohol, todo se ol-vidaba.

No me importaba faltar a casa ni la imagen que ofrecía, simplemente bebía, incluso cuando me en-contraba solo tenía mi reserva de bebida escondida en el ropero y me daba miedo que se terminara. Ob-servé que el beber ya no era un placer sino una ne-cesidad, un problema serio; bebía casi a diario y descuidé la escuela, a la cual sólo asistía para be-ber. Mi familia me advirtió que una borrachera más y debería abandonar la casa.

Me involucré en riñas y asaltos, padecí lagunas men-tales, me dio miedo y prometí a mis padres no beber más, pero no cumplí. Cuando la locura alcohólica aumentó toreaba carros, me di cuenta que era peli-groso continuar bebiendo. No amaba a nadie, me encontré solo y sin fe. Dudaba que existiera, mi vida no tenía sentido ni rumbo, estaba acabado y vacío.

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Sección México 23

En ese momento me sentí incomprendido, rechaza-do y con mala suerte. Noté que tenía resentimientos, complejos y emociones malsanas.

Decidí pedir ayuda a un Grupo de Alcohólicos Anó-nimos, contaba con 19 años de edad. Despojándome del orgullo, y sabiendo que una borrachera más sería fatal, acudí a esos hombres de buena voluntad. La primera Reunión no entendí nada, en mi mente se agolpaban los problemas. Me recibieron con gesto amigable y esto me reconfortó. Me identifiqué con las experiencias que relataron los alcohólicos. Me escu-charon con atención y me dieron ánimo. Continué asistiendo a las reuniones y al paso del tiempo me sentí mejor, comprendido y apoyado.

Argumentos para beber no faltaban, pero sabía que el beber significaría mi muerte. Ese era el dilema: gozar de la alegría de vivir que se obtiene practican-do el Programa de Recuperación de AA o ceder a la tentación de una copa. Apenas contaba con 19 años y creía que la vida la tenía comprada. No me gustó la idea de dejar de beber, pero también sabía que, aún siendo joven, podría perecer en la batalla contra el alcohol. Era un hecho indiscutible: el alcohol era su-perior a mí.

Sin dejar de asistir a las reuniones y charlando con mis compañeros, poco a poco se fue haciendo agra-dable el estar sin beber. La obsesión se ha ido ale-jando. He experimentado algo nuevo, una sensación que me llena de tranquilidad y esperanza. Mi vida tiene sentido, tengo ilusiones y estoy aprendiendo a vivir. Me ilusiona seguir en este camino y crecer co-mo ser humano.

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24 Soy muy joven, no soy alcohólico

No ha sido fácil dejar de beber, pero comprendí que es más importante el deseo por cambiar y ser mejor cada día.

Bernardo

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Sección México 25

Tenía que dejar de beber, pero no podía

En una ocasión un alcohólico anónimo me dijo: “Si te quedas en Alcohólicos Anónimos tendrás muchas oportunidades para mejorar en la vida, mejores mo-mentos con tu familia y paz contigo y con los de-más”. Hasta el día de hoy, así ha sido.

De niño, junto con mis siete hermanos, pasamos muchas carencias, mal comidos y mal vestidos. Lo que aportaba mi padre no alcanzaba, por lo tanto, mi madre tuvo la necesidad de trabajar. Mis padres, originarios de Querétaro, se vinieron a radicar al DF con el propósito de tener una vida mejor. Mi padre bebía y cuando llegaba borracho a casa nos regañaba, nos golpeaba y nos decía que éramos unos buenos para nada. Llegó el momento que me rebelé contra mi padre.

Salí de la primaria a los quince años y sólo me aceptaron en la escuela nocturna, eso me decepcionó. Con la ayuda de mi hermano pude cursar la secundaria en la mañana. En esa época entré a trabajar, a sugerencia de mi padre, para ayudar en los gastos de la casa. Tenía deseos de superarme y anhelaba estudiar la carrera de ingeniería para sacar a mi familia de la vecindad donde vivíamos.

No estaba de acuerdo con lo que me había tocado en la vida; me avergonzaba de mis padres, del lugar donde vivía y de mis aptitudes. Envidiaba la vida de mis amigos y vecinos.

Desde mis primeras experiencias con el alcohol, sólo tuve un pensamiento: emborracharme. Nunca me agradó el sabor, sólo sus efectos. Sufrí lagunas men-tales desde ese tiempo, me acordaba cómo había

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26 Soy muy joven, no soy alcohólico

empezado a beber, pero no dónde, cuándo y con quién había terminado. Esto me angustiaba, pues no sabía lo que había hecho y siempre me preguntaba quién me trajo y cómo llegué a casa, cuando llegaba.

En una de estas lagunas mentales me golpearon terriblemente. Al otro día me dijeron lo que había pasado y no lo podía creer. Mi familia estaba dur-miendo cuando les avisé que me estaban golpeando; todos salieron a defenderme hasta que les explicaron que yo había tenido la culpa. Me curaron lo mejor que pudieron y me acostaron. Sabía que tenía que dejar de beber, pero no podía y, además, no quería; experiencias de este tipo fueron muchas y variadas.

Recuerdo que conocí a una chica a todo dar, la hice mi novia y todo iba muy bien. Le pedía que me tu-viera confianza, le aseguraba que mi cariño todo lo podía, que sería capaz de perdonar cualquier cosa que hubiera hecho en el pasado. Un día me explicó que ella había tenido relaciones con otra persona y fue el acabose, fue muy duro aceptar. Desconfianza, celos y frustración fue el resultado. Utilicé esto como pretexto para beber más. Al tener relaciones con ella quedó embarazada, lo primero que pensé fue: “Ese niño no puede ser mío”.

La rechazaba, la humillaba y dudaba de ella. Final-mente, me dejó. Constantemente la traté de ver, pe-ro se negaba, hasta que en una ocasión salió sólo para decirme que se iba a casar, que la dejara en paz, que su hijo necesitaba un padre y ya lo tenía. Después de esto, pa’ bajo.

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Sección México 27

Me invitaron a un Grupo de AA, y a la persona que lo hizo le contesté que yo sabía de AA. No era cierto, él seguía insistiendo cada que me veía, hasta que un día acepté. Tenía 23 años.

En mi junta de información me dijeron que me iban a cambiar mi pomo por una vida útil y feliz. Tengo siete años en AA y han cumplido lo que me ofrecieron. Para alcanzar la sobriedad, una vida útil y feliz, sólo tuve que dejarme guiar por los principios de AA. He aprendido, también, que las palabras convencen, pero el ejemplo arrastra.

Cuando uno tiene la oportunidad de llegar joven a AA, aparte del alcoholismo, se trae el problema de ser desafiante. Nunca se es demasiado joven para ser alcohólico, basta con reconocer que se perdió la capacidad de controlar los tragos.

Rogelio

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28 Soy muy joven, no soy alcohólico

Encontré la felicidad

Antes de tener contacto con el alcohol, tuve la opor-tunidad de ser un buen estudiante, realmente lo de-seaba, pero, por otro lado, quería libertad, aunque no conocía su significado.

La primera vez que me sentí libre fue a los 14 años, cuando me permitieron quedarme en casa de un tío. Salimos por la noche, nos encontramos a un amigo suyo y comenzaron a beber, yo me les quedaba vien-do esperando que me invitaran, al notarlo me ofrecie-ron un vaso y lo bebí, no me agradó el sabor, pero si la oportunidad de convivir con personas de mayor edad, de sentirme a su nivel, además del efecto que me produjo. Después de varios tragos terminé muy mareado y con ganas de vomitar, pero eso no fue su-ficiente para evitar que lo volviera a hacer.

Entré a estudiar al nivel medio superior, los primeros semestres los pasé bien, después se empezaron a organizar fiestas cada viernes y cada viernes termi-naba borracho, para entrar a mi casa tenía que espe-rar a que se me bajara la borrachera o que mis pa-dres estuvieran dormidos.

Luego empecé a escaparme de mi casa por las no-ches para ir a las fiestas y beber sin control, mis pa-dres pensaban que yo estaba dormido. Cuando me sorprendieron me revelé a su autoridad y decidí irme a vivir a casa de unos amigos, los cuales según yo tenían mas libertad. Los fines de semana bebía has-ta perderme.

Dejé de asistir a la escuela, todo el tiempo andaba en la calle. Uno de esos días, en un lote baldío, al-

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Sección México 29

guien sacó marihuana, sentí temor y curiosidad al mismo tiempo, pero la probé. De ahí en adelante, al-cohol y droga casi siempre iban juntos, probé todo lo que se me presentó, ya fuera para beber o para dro-garme.

A los dos años de haber bebido por primera vez, comencé a desconectarme, a tener delirios, me sentí enloquecer. Por primera vez estuve internado en un hospital, donde a base de medicamentos me desin-toxicaron, me regresaron del alucine. Después de 21 días me dieron de alta, sentí que había aprendido la lección, no quería volver a experimentar lo mismo, juré que no volvería a ingerir alcohol o drogas, de-seaba regresar a estudiar.

Cuando me sentí bien, se me olvidó todo y a beber nuevamente. Después de un año volví a consumir drogas, al poco tiempo me encontraba de nuevo in-ternado, confundido y una vez más, derrotado.

Al salir del hospital, encontré trabajo, posteriormente me casé y todo parecía marchar de maravilla, pero el alcohol tenía otros planes para mí: reincidí y todo se vino abajo. No quedo más que resentimiento y sufri-miento, tanto de mi compañera como mío.

Familiares y amigos, preocupados, trataron de ayu-darme sintiéndose impotentes al encontrarme inac-cesible. Llegó el momento en que me quedé total-mente solo, sin ganas de vivir, con una vida torcida y a un paso de la locura. Gracias a una pequeña luz y a la necesidad de salir adelante, me llevaron a un Grupo de AA, donde con las experiencias de mis

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30 Soy muy joven, no soy alcohólico

compañeros, me di cuenta de que padezco de una enfermedad física, mental y espiritual.

A los 22 años de edad llegué a Alcohólicos Anóni-mos, me dijeron que si quería encontraría una vida útil y feliz, me encontraría de nuevo con mi fe, me advirtieron que AA no era religioso, pero sí espiritual. He encontrado la libertad que deseaba. Todo se ha ido componiendo, poco a poco, porque he compren-dido que soy impotente ante el alcohol.

Hoy, no me fugo de la realidad con alcohol ni drogas y estoy consciente de que mi destino está en mis manos, si persevero. Deseo que todo joven que se acerque a Alcohólicos Anónimos tenga la misma oportunidad que yo he tenido.

Fabián

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Mi vida se volvió un infierno

En las reuniones familiares se acostumbraba beber, ahí probé la bebida por primera vez. Tenía trece años, bebía a escondidas de mis padres y me parecía algo emocionante.

Cuando cursaba el nivel medio superior formé parte de los bebedores, lo consideré algo muy padre, porque los demás me veían diferente, beber me daba confianza para relacionarme con los más importantes de la escuela. En ese tiempo, pensaba que la vida debía vivirse al extremo, sólo tenemos una y había que probar todo, cotorrear con los cuates y emborracharse cada fin de semana, si no, no disfrutaríamos lo mejor de la vida.

A los 18 años, abandoné la casa creyéndome responsable, no soportaba que me dijeran lo que debía hacer. No concluí los estudios. Permanecí fuera de la casa un año. Durante ese tiempo no trabajé, asistía casi a diario a discotecas, esa era la vida que siempre anhelé, sin que me regañaran por mi mal comportamiento.

No me daba cuenta como me estaba destruyendo. Mis hermanos me buscaron para que regresara a casa, los rechacé aclarándoles: “me encuentro bien, no necesito su ayuda, déjenme en paz”, no pensaba regresar, pues recordaba las palabras de mi madre: “no podrás sola, algún día regresarás pidiendo perdón”. El orgullo no me lo permitía, quería demos-trarle a todos que sola sí podía.

Comenzaron los problemas con la gente, perdí a los amigos que tenía. Un día amanecí en un restaurante,

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sucia, sin saber por qué me encontraba ahí, sólo recuerdo haber llegado a la disco y emborracharme, me sentí mal, con sentimiento de culpa, depresiva; tuve la idea de suicidarme, no soportaba la soledad, me sentía muerta en vida, sufrí mi propio infierno. Deseaba ser niña otra vez para no cometer los mismos errores. Recuerdo que algunas noches me encerraba a beber, en esos momentos, me di cuenta que necesitaba ayuda y clamaba por ella.

Mis hermanos volvieron a buscarme, entonces decidí regresar a casa. A los quince días me llevaron a un Grupo de AA, tenía 19 años, pero pensaba que era muy joven y no había vivido lo suficiente.

Voy a cumplir un año en AA sin beber ni drogarme. Asisto al Grupo, porque sé que todo lo malo está quedando atrás.

Nallely

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Ser joven no significa ser inmune a la bebida

Desde niño me junté con gente mayor, sin tenerles respeto, esa fue una de mis características. Cuando tenía seis años murió mi madre, fue un suceso que se quedó grabado en mi mente, vivíamos en una casa de piedra con láminas de cartón, esa noche nos encontrábamos cenando cuando se presentó uno de los compadres de mis padres quien siempre cargaba un arma, en forma accidental se le disparó hiriendo a mi madre, quien falleció quince días después. Ella, quien mantenía unida a la familia, nos orientaba y en ocasiones nos llamaba la atención por nuestras faltas. Ya no estaba más, su ausencia me hizo sentir la desintegración de la familia.

A los siete años, asistía a la escuela y comencé a trabajar, costeándome de esa manera mis gastos, me empezó a gustar el dinero. En la primaria no falté a clases excepto por enfermedad.

Mi primer contacto con el alcohol fue en una fiesta a la cual me llevaron mis primos. En esa ocasión recuerdo que me emborraché con sólo tres tragos, alguien intentó golpearme, salieron en mi defensa mis familiares, quienes no me regañaron, como resultado de esto me sentí importante.

Mi forma de beber se agudizó en la secundaria, beber me desinhibía y comencé a destramparme; la rebeldía me impedía adaptarme a cualquier tipo de norma: me dejé crecer el cabello, llegaba borracho o crudo a la escuela, me salía a mitad de clases. En una de mis pintas acostumbradas, nos emborrachamos e hicimos desmanes, éramos como setenta compañeros, la

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policía nos detuvo y nos burlamos de ellos, algunos pagamos las consecuencias. A pesar de todo terminé la secundaria.

Tuve experiencias bastante desagradables, por ejemplo, en la fiesta de quince años de una amiga comencé a beber con otros, ya borrachos quitamos los manteles de las mesas, nos corrieron y mis acompañantes huyeron, recibí una golpiza, de no haber sido por la intervención de una persona conocida, me hubieran matado.

Afortunadamente trabajaba y siempre traía dinero, debido a mi corta edad no visité cantinas ni bares. Borracho agredía a mis hermanos y hermanas. Se presentaron los delirios auditivos: escuchaba como las piedras crujían y que el diablo me hablaba, el sufrimiento me atormentaba.

A los 17 años, con una cruda tremenda, cara y pies hinchados, le pedí ayuda a uno de mis hermanos el cual me llevó a un Grupo de AA. En las primeras reuniones, al escuchar las experiencias de los com-pañeros, creí que hablaban de mí y me molesté. Posteriormente me di cuenta que hablaban de su vida, con la cual me identificaba.

En Alcohólicos Anónimos he encontrado la seguridad que nunca tuve. A los jóvenes que se acercan a AA los motivo con mi experiencia para que no rechacen lo que no conocen.

Hoy sé que el ser joven no significa inmunidad para el que bebe ni garantía de que no le sucederá nada. Si tienes problemas con tu manera de beber y eres joven, Alcohólicos Anónimos es una alternativa, una

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solución para tu problema de alcoholismo, como lo ha sido para mí.

Martín

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36 Soy muy joven, no soy alcohólico

Por fin lo logré

Soy hijo de un obrero responsable y de una madre abnegada. Crecí con seis hermanos en un ambiente de juegos y escuela. Siempre sentí atracción por los lugares donde se brindaba y se convivía alegremen-te, antes de empezar mi carrera alcohólica tuve mu-chos amigos.

Estando en el nivel medio superior, empecé a beber para olvidar que no era un buen estudiante y que no me agradaba mi aspecto físico, pero sobre todo para soñar que sería alguien importante en la vida y así demostrarle a mis padres y al mundo que yo existía.

Pude entrar al nivel superior con calificaciones regulares, ¡estaba haciendo realidad mis sueños! Toda atención estaba centrada en mí (así lo creía), por otra parte, la lucha por controlar la bebida había empezado.

Por las constantes faltas a la escuela, al año, fui acusado de abandono escolar, apelé solicitando un plazo de seis meses para solucionar mis asuntos. En ese tiempo caí en delegaciones, cárceles de paso, deambulé por lugares lejanos y desconocidos, los amigos me abandonaron y tuve que recurrir a amiguillos ocasionales para beber.

Se volvió una rutina beber, regresar a la escuela, abstenerme un tiempo, trabajar para conseguir al-cohol y volver a beber.

Me suspendieron definitivamente de la escuela y, además, perdí mi trabajo. Mi familia me ayudó de diferentes formas: me llevaron con psicólogos, sexó-

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Sección México 37

logos, tomé cursos de superación personal, hasta me pagaron un viaje, pero nada funcionó. Primero me reprendieron y luego me ignoraron.

A los 22 años hinchado, sucio y acompañado de mi madre, quien tenía meses de no hablarme, llegué a un Grupo de AA. Algo sucedió en mi primera junta y regresé al día siguiente. Me gustaron casi todos los historiales de mis compañeros ¡los escuchaba como si me atornillaran a la silla! La historia de un com-pañero que bebió durante 38 años era mi favorita, yo que bebí cerca de 8 años, sentía y pensaba igual que él. Pero hablaban de un Poder Superior y eso no me gustó.

Los AA compartían sus experiencias, pero en lo más profundo de mí las rechazaba. ¡Dios, para los ignorantes! Aún así, el Grupo me daba la ayuda. Pretendí ignorar el aspecto espiritual del Programa de AA, el resultado: volver a beber. Después de unos días, casi mato a mi madre y a mi hermana, debido a las visiones que padecía. Salí de la casa y busqué a un alcohólico, asistí con él a un lugar de reposo. Ahí me puse mal por la resaca, me dieron algo para calmarme, en esos momentos una idea vino a mi mente: si existe algo Superior a mí, Él me va a ayudar, lo que debo hacer es no beber, desde ese día no bebo más.

Regresé al Grupo con un mínimo de fe; alguien me replicó: “¿no que un Poder Superior es para los igno-rantes?”. Le contesté: soy un ignorante. Ignoraba la fuerza espiritual, la vida honesta y sincera, el amor a mí mismo y al prójimo. Al practicar los Doce Pasos,

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38 Soy muy joven, no soy alcohólico

sugeridos por AA para la recuperación del alcoholis-mo, he mejorado mi relación con Él.

Regresé a la escuela y pude terminar una carrera, gracias a que obtuve un empleo para costear mis estudios.

Un día en un libro de electromagnetismo encontré una frase del autor: “Esta es mi aportación a la cien-cia, las otras respuestas se las dejo a Dios”. Claro que sonreí, él era humilde ¡yo casi muero para ad-quirir un poco de humildad!

Actualmente, mi vida gira alrededor de AA, ayudo lo más que puedo a los recién llegados y, por supuesto, dependo de un Poder Superior.

Jesús

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Sección México 39

Teporocho a los 19 años

De once hermanos, fui el tercero. Siempre fui dife-rente a ellos, era soñador y voluble. Me consideraba buen estudiante y deportista. Mientras a algunos se le dificultaban unas cosas, a mí no, no necesitaba esforzarme. En el estudio retenía las cosas y lo mis-mo sucedía en los cinco diferentes deportes que practicaba, creí que esto sería perdurable. A los tre-ce años inicié mi locura combinando alcohol y droga, empecé a trabajar a medias, asistí a la escuela a ve-ces borracho, pensaba que esto era vivir.

A los 17 años, despedido de algunos trabajos por irresponsable, sin algún documento que acreditara que había estudiado, reprendido por la familia y los amigos, dejé de beber por seis meses. Regresé al trabajo y gané dinero como nunca lo había hecho, reingresé a la escuela y me vestía bien: ¡era otro!

Recuerdo las palabras de mi madre: “¡mi hijo vale lo que pesa en oro!”. Desgraciadamente regresó la in-sidiosa idea de beber. Creí que el alcohol ya no me haría daño. Empecé con pequeñas cantidades hasta que me encontré borracho otra vez. Bebí día y noche sin llegar a casa, quedándome en cualquier lugar, cayendo en la degradación. Recuerdo que mi madre mencionaba: llevas el mismo camino que tu padre, prefiero verte muerto que como estás”. A los 19 años, era un teporocho, no estudiaba ni trabajaba. Los pocos días que no bebía me sentía frustrado, amargado y avergonzado.

Había ligeros destellos de superación ¡me voy a le-vantar, la voy a hacer!, esos buenos pensamientos

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40 Soy muy joven, no soy alcohólico

se venían abajo fácilmente al tener contacto con el alcohol. Sabía bien cuando iniciaba, pero no cuando terminaría. En los últimos tres años, me convertí en una carga para todos. Después de una fuerte borra-chera y con una cruda tremenda, llegué a mi primera Reunión de AA, tenía 23 años, fui recibido en forma familiar: ¡pásale, te estábamos esperando! Cuando regresé a casa, pensaron que andaba bebiendo, pe-ro cuando les dije que había asistido a un Grupo de AA, mi madre sólo se me quedó mirando y me dijo: “pídele fuerzas a Dios para que sigas adelante”.

Me confundía la actitud paternalista de unos compa-ñeros, pero el Grupo, como fuera, me estaba ayu-dando. Era presa de depresiones por mi falta de aceptación, pero la idea de volver a beber me cau-saba pánico. Lo único que me sostenía era la asis-tencia diaria al Grupo, siempre con la esperanza de que: ¡los mejores días estaban por venir! Que difícil era todo esto.

Sin poder beber, escuchando un Programa que pide honestidad, buena voluntad e integridad. Aún luchan-do contra mis deseos y con la idea de ser muy joven, que todavía podía beber. Escuché, afortunadamente, a un compañero que mencionaba: “los problemas de los jóvenes son su alcoholismo y su edad”.

La continua actividad en AA me ayudó a no beber, llegó la aceptación del alcoholismo y lo que me pro-metieron se está cumpliendo.

Pedro

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Sección México 41

Mi última borrachera

Hoy, sé que padezco una enfermedad llamada alco-holismo y que tomaba para darme valor, para acep-tarme a mí misma. Doy gracias a Dios, como yo lo entiendo, por haberme traído a Alcohólicos Anóni-mos. Me están enseñando a vivir sin beber. He recu-perado la confianza en mí misma y en mis seres queridos, ojalá y mis compañeros del Grupo siempre me sigan transmitiendo la fortaleza que necesito pa-ra permanecer sobria.

De niña viví con mis padres y mi hermana, por cual-quier motivo mi madre me decía: “tú no puedes hacerlo, eres una tonta, que te cuide tu hermana”. Fui viendo a esa hermana como mi madre. Por otro lado, mi padre me decía que era muy inteligente y me presentaba con sus amistades cuando bebía, yo pensaba en ese momento: “no voy a ser como él”. Crecí con inseguridad y temores, mi primera borra-chera fue en la reunión de despedida de la secundaria.

Mi hermana algunas veces me invitaba a beber y le decía: “mejor dame naranjada”. En aquél tiempo es-tudiaba y trabajaba, la meta que me había fijado era triunfar en la vida, pero con la carrera que estudié no lo logré. Seguí trabajando como obrera en una fábri-ca donde empecé a hilvanar borrachera tras borra-chera. Con la bebida lograba la aceptación de la gente que me rodeaba, después de muchas borra-cheras decidí jurar por tres meses, recuerdo que en la iglesia a la que asistí dijeron: “que se queden sólo los que van a jurar”, todas las personas salieron in-cluida mi madre y empecé a llorar. Sólo se quedaron personas de edad madura. Enseguida se presenta-

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42 Soy muy joven, no soy alcohólico

ron unas personas que dieron una plática acerca de AA, no me interesó, en ese momento no pensaba dejar de beber.

Pasó el tiempo del juramento y volví a beber, me preguntaba ¿por qué bebo de esta forma? Si tan sólo bebiera como mi amiga fulana o zutana, otra cosa sería. Despertaba con temblor y miedo por no recordar lo que había hecho la noche anterior. Tuve una fuga geográfica en la que aumentó mi forma de beber, no recuerdo donde fui ni lo que hice, sólo recuerdo que este incidente me hizo mantenerme alejada de la bebida por ocho meses, durante los cuales me sentí triste, mis padres me localizaron y se reunieron conmigo.

Regresamos a la Ciudad de México y al llegar lo pri-mero que dijeron fue: “a la primera borrachera que te pongas nos regresamos”, para mí fue como si me hubieran dicho: “vete a emborrachar y disfruta la vi-da”, el resultado fue beber más. En mi soledad solía cuestionarme ¿alguna vez tendré una pareja?, era lo que me faltaba para cambiar mi vida.

Tiempo después conocí a un muchacho que inme-diatamente se dio cuenta de mi forma tan incons-ciente de beber, aún en presencia de nuestras fami-lias me emborrachaba. Una ocasión me dijo: “tienes que buscar ayuda para resolver tu problema, no puedes continuar así”, una vez más me sentí sola, triste y defraudada, él me dejó y continué bebiendo con mayor fuerza. Los intentos de mi madre por ayu-darme continuaron y nuevamente me llevó a jurar. Pensé solucionar mis problemas ingresando a AA, tenía 22 años, aunque sin convicción, pues pensaba

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Sección México 43

que con esto él notaría que quería cambiar y regre-saría, iba a las reuniones del Grupo aún jurada, pero no entendí nada y volví a beber.

Una noche con unos tragos encima me armé de va-lor y le pregunté a mi madre si me había convertido en una alcohólica, ella me dijo con mucho dolor: “yo veo que sí eres una alcohólica, pero eso lo tienes que aceptar tú”. Esa fue mi última borrachera.

Anónima

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44 Soy muy joven, no soy alcohólico

El grito agónico de un joven

Mis primeras experiencias con la bebida fueron por curiosidad, una a los seis años y la otra a los ocho, a los diez años la bebida me permitía relacionarme con los amigos en una colonia donde el ambiente era difícil.

Bebía en fiestas y a escondidas sin llegar a emborra-charme, a pesar de mis limitaciones, a los doce años me convertí en el número uno de los amigos, al vencer en una pelea al chico más bravo del barrio. A partir de esto, me vi forzado a sostenerme en esa posición, más peleas y actitudes que van erigién-dome como lidercillo: ser el más aventado, fumar y beber, a pesar de sentir miedo en mi interior.

De no haber sido por las súplicas y lágrimas de mi madre no hubiera terminado la secundaria, pues reportes, expulsiones, golpes y asaltos a compañe-ros de escuela, amenazas a maestros, inasistencias y drogarme en clases, eran motivos suficientes para correrme. Conocer el mundo infernal de las drogas fue una terrible fuga de la realidad. Alcohol, droga y actos de rebeldía marcaron el ritmo en los años siguientes.

A los 16 años, era imposible seguir ocultando mi situación, se armó un escándalo en la familia conclu-yendo en un examen médico que determinó daños irreversibles en mi mente. La familia me recomen-daba tomar como lo hacían mis hermanos mayores, pero sin drogarme, según ellos eso era menos dañino.

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Sección México 45

La luz verde para tomar había sido encendida, rompí con la banda de los chavos gruesos y me integré con los borrachos de la colonia. Una vez salí de chambelán en una fiesta de una amiga que cumplía quince años, mientras hacían fila los familiares para bailar el vals, decidí tomar una copa en el bar, cuando reaccioné el vals donde debía participar estaba a la mitad y, ridículamente, ocupé mi lugar borracho. Eso provocó una bronca que terminó en zafarrancho, terminé con la ilusión de la festejada y su familia de disfrutar su fiesta. Esto eran fregonerías que había que presumir con los cuates. Me vi involucrado en caídas a la cárcel, peleas, fugas geográficas y situaciones dramáticas, crueles y humillantes.

Le hice caso a mi madre; me casé para sentar cabeza. A los 18 años me robé a mi novia, quien tenía quince años de edad, pensando rehacer mi vida, vana ilusión, mi alcoholismo afectó ese matrimonio, cuatro años bastaron para acabar con los sueños e ilusiones de aquella mujer. Sufrir pobrezas, angustias, golpes, falta de afecto, separaciones, atentados contra su vida (y la de nuestro hijo), y observar mi lenta destrucción, fue demasiado. Al fin puso distancia de por medio de aquel manicomio en que se había convertido su hogar.

Al darme cuenta de su abandono exclamé: “¡soy libre otra vez, nadie me va a regañar por beber, al diablo con ella!” Y me dediqué a tomar sin medida, la gente cercana a mí me llamaba la atención, a lo que res-pondía: ¡no se metan en mi vida!

Todo iba de mal en peor, desesperado, blasfemé contra Dios. Desde ese momento decidí no ser tan débil, primero sería yo, después yo y al último yo.

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46 Soy muy joven, no soy alcohólico

Pero el gran yo no la hacía, ahí estaba estirando la mano para seguir bebiendo; dormí sobre mi vómito, en el fango. Bajo los efectos del delírium trémens hablaba y peleaba con seres imaginarios.

Una tarde, al abrir los ojos, observé el cuadro que me rodeaba: envases, colillas de cigarros y cobijas tiradas llenas de mugre. Por un instante y como un relámpago pasó por mi mente la triste historia de mi vida y brotó del fondo de mí, el grito agónico de un ser vencido que siente que ha llegado su fin y que no tiene más opciones que armarse de valor para suicidarse o formarse en la fila del escuadrón de la muerte.

A los 22 años, en estas condiciones, a lo lejos de mi oscuro camino se vislumbró una luz y un recuerdo, el de AA, ¡quizás! ¿Qué puedo perder? Un 4 de diciembre llegué a un Grupo de AA, donde gracias a un Poder Superior y a los compañeros inicié mi proceso de recuperación, el cual se está dando a pesar de mi rebeldía y juventud.

Francisco

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Desperté de una terrible pesadilla

Llegué a AA en diciembre de 1997, tenía quince años de edad, sólo bebí cuatro años.

A causa del fallecimiento de mi padre me sentí impotente para relacionarme con la gente, fue tanto el dolor y el desconsuelo que me aislé de la gente; me sentí triste, solo, además, señalado por ser huérfano y pobre. Nació en mí un odio hacia los demás, incluidas mi familia, mi conducta antisocial provocaba desconfianza.

Inicié dos carreras: la de bebedor y la de ratero. Orillado por la necesidad de beber y conseguir dinero para hacerlo, asaltaba, humillaba y hasta llegué a golpear a mis familiares. Convertí al dinero y al alcohol en mis dioses, cuando los conseguía me sentía muy bien.

Había momentos de lucidez y arrepentimiento, me reclamaba la conciencia al recordar algunos hechos cometidos durante mis borracheras, varias veces me gasté el dinero en bebida, destinado para la alimentación de mis hermanos menores. Cuando operaron a mi madre, me pidió que estuviera a su lado durante ese momento difícil; pero preferí beber gozando a lo grande con mi señor el alcohol y disfrutando, según yo, de los placeres de la vida.

Después de unos meses, mi madre me recordó y reclamó mi proceder, pues fui el único hijo que no estuvo presente. Me sentí mal al escucharla y medio acepté sus reclamos, salí a beber para ahogar la pena. Aunque no lo demostraba, estas situaciones me causaban intranquilidad, se convirtieron en

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48 Soy muy joven, no soy alcohólico

fantasmas, me atormentaban y le reclamé a Dios; si no había pedido venir al mundo ¿por qué me sucedían esas cosas?

Hubo momentos de tristeza y soledad en los cuales sentía que había un Ser a quien dirigirme y solicitarle ayuda, lo hacía con sinceridad; le pedía que me quitara de beber y no lo hacía. Basándome en mi inteligencia y ganas de ser alguien en la vida, intenté dejar de beber, pero el problema persistía; continuaba dañando a mi familia.

Un día mi madre me habló de AA, me desconcertó ¿cómo era posible que mi propia madre me considerase un alcohólico? Esto me ocasionó una crisis, al principio me rebelé, después surgieron las interrogantes: ¿en realidad soy un alcohólico?, ¿por eso la gente me reclama mi conducta? Finalmente reflexioné, por vez primera analicé mi forma de vivir y la respuesta fue: sí, soy muy joven, pero lo suficientemente grande para hacer algo al respecto, ¡tenía que hacerlo o moriría!

Acompañado de mi madre asistí a un Grupo de AA, al reconocer que yo era un alcohólico mi madre se soltó a llorar, me dolió profundamente y lloré con ella. Al momento de escribir esta experiencia cuento con 18 años de edad y tres en AA. Me he dado cuenta que cuando se es joven se tiene la idea que con la bebida, o con la droga, es posible alcanzar todo, este sueño tarde o temprano se convierte en terrible pesadilla, nos hundimos poco a poco involucrando a la familia.

Hoy valoro lo que tengo, poco o mucho afortuna-damente lo tengo. Si eres joven deseo no te suceda lo

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Sección México 49

mismo que a mí. No esperes perder lo que tienes, valoremos esto en conjunto, porque nadie puede asegurar que mañana estaremos vivos.

Jonathan

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50 Soy muy joven, no soy alcohólico

Autodiagnóstico

SI NO

¿Pierdes el tiempo que debes dedicar a tus estudios o a tu trabajo por estar be-biendo?

( ) ( )

¿Has perdido amigos(as) por tu forma de beber?

( ) ( )

¿Has tenido necesidad de ingerir licor o alguna bebida embriagante para calmar tus nervios?

( ) ( )

¿Ingieres alcohol porque te gusta el efecto?

( ) ( )

¿Bebes para perder tu timidez y sentir confianza en ti mismo?

( ) ( )

¿Por manejar en estado de ebriedad has tenido algún accidente?

( ) ( )

¿Has prometido o jurado dejar de beber y no has cumplido?

( ) ( )

¿Te has emborrachado hasta el grado de haber hecho el ridículo enfrente de la gente?

( ) ( )

¿Has tenido pérdida temporal de la memoria por beber?

( ) ( )

¿Te molesta oír pláticas o leer informa-ción sobre alcoholismo?

( ) ( )

¿Te reúnes con amigos o amigas que beben demasiado y terminas embo-rrachándote igual o más que ellos?

( ) ( )

¿Consideras tener problemas con tu forma de beber?

( ) ( )

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Sección México 51

Las preguntas que has leído te pueden ayudar a decidir si tienes o no problemas con tu manera de beber, solamente te pedimos que seas lo más honesto(a) que puedas al contestarlas.

Si contestaste afirmativamente a tres o más preguntas probablemente ya tengas problemas con tu manera de beber.

Si deseas mayor información o hablar con alguien al respecto, no dudes en llamarnos o asistir al Grupo de tu comunidad.

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52 Soy muy joven, no soy alcohólico

Declaración de México

“Somos Alcohólicos Anónimos.

Cualquier Sección, de cualquier Gru-po de Alcohólicos Anónimos puede

unírsenos.

Somos responsables sólo ante un Dios de amor, tal como se exprese en

nuestra conciencia de Grupo.”

Ciudad de México, junio 7 de 1997

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AA como

alternativa

de solución...

dicen los

médicos

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