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Fernando Olavarría Gabler EL CASTILLO DEL DESVÁN INCLINADO 93 CUENTOS PARA ENTRETENER EL ALMA

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Page 1: 93 El desván inclinadoganar el premio mayor de la Lotería Alemana. Decidió entonces, con gran felicidad de su parte, remodelar lo que aún quedaba de la mansión de sus antepasados,

Fernando Olavarría Gabler

EL CASTILLODEL DESVÁNINCLINADO

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C U E N T O S PA R A E N T R E T E N E R E L A L M A

Page 2: 93 El desván inclinadoganar el premio mayor de la Lotería Alemana. Decidió entonces, con gran felicidad de su parte, remodelar lo que aún quedaba de la mansión de sus antepasados,

Fernando Olavarría Gabler

Inscripción Registro de Propiedad Intelectual Nº 37100. Chile.© Fernando Olavarría Gabler.

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EL CASTILLODEL DESVÁNINCLINADO

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Fernando Olavarría Gabler

Inscripción Registro de Propiedad Intelectual Nº 37100. Chile.© Fernando Olavarría Gabler.

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n la cima de un monte, sobre unas ruinas romanas, un famoso guerrero medieval edificó su fortaleza. En los faldeos del monte rocoso crecieron las villas, cuyos habitantes, todos labriegos, acudían a refugiarse en el castillo cuando el enemigo atacaba. Los villanos se sentían protegidos en la fortaleza de su señor y la defendían con valentía porque dentro de ella estaban sus mujeres y sus hijos. Pasado el peligro, los villanos regresaban a sus villas que frecuentemente habían sido incendiadas por el enemigo en retirada. Pero uno de estos villanos y su familia no regresaron a las tierras labradas sino que se quedaron escondidos en el entretecho de una de las torres principales del castillo. Habían descubierto una puertezuela por la cual se llegaba a través de un pasillo de muros de granito hasta un amplio desván situado bajo el tejado de la torre. Pero en ese refugio secreto existía una importante incomodidad, el piso era inclinado, y por lo tanto, l caminar por l era trabajoso a é ,debido al pronunciado declive. El hombre es un animal de costumbre y el villano y su familia se adaptaron a caminar sobre este plano exageradamente oblicuo. Después de numerosas rodadas, los niños fueron los que mejor se adecuaron y dormían lo más bien con los pies arriba y la cabeza abajo, e incluso, a algunos se les deformó el cráneo como a los nobles mayas. Los hijos crecieron; las mujeres servían en el castillo de la noble familia, como criadas, nodrizas, y algunas más agraciadas,

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n la cima de un monte, sobre unas ruinas romanas, un famoso guerrero medieval edificó su fortaleza. En los faldeos del monte rocoso crecieron las villas, cuyos habitantes, todos labriegos, acudían a refugiarse en el castillo cuando el enemigo atacaba. Los villanos se sentían protegidos en la fortaleza de su señor y la defendían con valentía porque dentro de ella estaban sus mujeres y sus hijos. Pasado el peligro, los villanos regresaban a sus villas que frecuentemente habían sido incendiadas por el enemigo en retirada. Pero uno de estos villanos y su familia no regresaron a las tierras labradas sino que se quedaron escondidos en el entretecho de una de las torres principales del castillo. Habían descubierto una puertezuela por la cual se llegaba a través de un pasillo de muros de granito hasta un amplio desván situado bajo el tejado de la torre. Pero en ese refugio secreto existía una importante incomodidad, el piso era inclinado, y por lo tanto, l caminar por l era trabajoso a é ,debido al pronunciado declive. El hombre es un animal de costumbre y el villano y su familia se adaptaron a caminar sobre este plano exageradamente oblicuo. Después de numerosas rodadas, los niños fueron los que mejor se adecuaron y dormían lo más bien con los pies arriba y la cabeza abajo, e incluso, a algunos se les deformó el cráneo como a los nobles mayas. Los hijos crecieron; las mujeres servían en el castillo de la noble familia, como criadas, nodrizas, y algunas más agraciadas,

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como damas de compañía. Los varones se convirtieron en lacayos, cocheros y herreros, y a uno, especialmente dotado de hermosura, lo convirtieron en paje. Este paje obtuvo una relevancia especial en la familia dueña del palacio (los tiempos habían cambiado, la fortaleza medieval ya no era tal sino un palacio), y con el correr del tiempo un nieto de ese paje, contrajo matrimonio con una descendiente de la familia castellana. Pero en el genoma de esta descendencia aún subsistía la desnivelación del piso del desván de la torre. Este desequilibrio fue heredado de generación en generación, no en el piso del desván del palacio sino en la base del cerebro de la familia. En la azotea del cráneo.

Un importante desequilibrio se manifestó en diversos actos en la vida de los Desván Inclinado, que se recuerdan aún y que llamaron la atención en sus respectivas épocas.

Hubo uno de ellos que se dedicó a la política y era considerado como un hipnotizador de gentes. Quien escuchase su fina y estrambótica retórica quedaba absolutamente convencido de las ideas que había expresado este notable orador, el cual ya había alcanzado la honorable figura de senador de la República.

Para tener un claro concepto de su imagen, recordemos que en una ocasión, en pleno debate en el Senado, cuando los representantes del partido de los rojos y el de los azules discutían un proyecto de ley en cuyo contenido estaban en absoluto desacuerdo,

uno de los senadores, saliéndose de las casillas, propinó un formidable combo a su contendor vecino de escaño y esto provocó un pugilato colectivo donde abundó la sangre roja de las narices y los moretones azules de los ojos. En medio de esta batahola, el senador Desván Inclinado se puso de pie y se dejó oír. Los ánimos se calmaron y todos escucharon muy atentos, entretenidos y en silencio lo que decía el honorable tribuno. El tema era el plano inclinado de las rampas por las cuales los egipcios subían los bloques de piedra caliza en la construcción de las pirámides. Con tal maestría se expresaba este señor de la angulosidad de la rampa, que los presentes ya no podían abrir más la boca de admiración porque era imposible abrirla más. El excelso orador hizo además comparaciones matemáticas entre las pirámides mayas y las de los moches, y continuó con un estudio comparativo entre la visión oblicua del telescopio de Galileo, la trayectoria del despegue de un avión yet de una línea comercial, para finalizar con el ángulo formado por la superficie terrestre y el hilo de un volantín encumbrado a gran altura.

Todas estas consideraciones de contenido tan disperso, por no decir desatinadas, en una sesión del Congreso en el cual minutos antes estaban debatiéndose todos a puñetes, no tenían aclaración alguna. La explicación era que este brillante orador no portaba su elocuencia en la sangre ni le salía por los poros ni era irradiada desde

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como damas de compañía. Los varones se convirtieron en lacayos, cocheros y herreros, y a uno, especialmente dotado de hermosura, lo convirtieron en paje. Este paje obtuvo una relevancia especial en la familia dueña del palacio (los tiempos habían cambiado, la fortaleza medieval ya no era tal sino un palacio), y con el correr del tiempo un nieto de ese paje, contrajo matrimonio con una descendiente de la familia castellana. Pero en el genoma de esta descendencia aún subsistía la desnivelación del piso del desván de la torre. Este desequilibrio fue heredado de generación en generación, no en el piso del desván del palacio sino en la base del cerebro de la familia. En la azotea del cráneo.

Un importante desequilibrio se manifestó en diversos actos en la vida de los Desván Inclinado, que se recuerdan aún y que llamaron la atención en sus respectivas épocas.

Hubo uno de ellos que se dedicó a la política y era considerado como un hipnotizador de gentes. Quien escuchase su fina y estrambótica retórica quedaba absolutamente convencido de las ideas que había expresado este notable orador, el cual ya había alcanzado la honorable figura de senador de la República.

Para tener un claro concepto de su imagen, recordemos que en una ocasión, en pleno debate en el Senado, cuando los representantes del partido de los rojos y el de los azules discutían un proyecto de ley en cuyo contenido estaban en absoluto desacuerdo,

uno de los senadores, saliéndose de las casillas, propinó un formidable combo a su contendor vecino de escaño y esto provocó un pugilato colectivo donde abundó la sangre roja de las narices y los moretones azules de los ojos. En medio de esta batahola, el senador Desván Inclinado se puso de pie y se dejó oír. Los ánimos se calmaron y todos escucharon muy atentos, entretenidos y en silencio lo que decía el honorable tribuno. El tema era el plano inclinado de las rampas por las cuales los egipcios subían los bloques de piedra caliza en la construcción de las pirámides. Con tal maestría se expresaba este señor de la angulosidad de la rampa, que los presentes ya no podían abrir más la boca de admiración porque era imposible abrirla más. El excelso orador hizo además comparaciones matemáticas entre las pirámides mayas y las de los moches, y continuó con un estudio comparativo entre la visión oblicua del telescopio de Galileo, la trayectoria del despegue de un avión yet de una línea comercial, para finalizar con el ángulo formado por la superficie terrestre y el hilo de un volantín encumbrado a gran altura.

Todas estas consideraciones de contenido tan disperso, por no decir desatinadas, en una sesión del Congreso en el cual minutos antes estaban debatiéndose todos a puñetes, no tenían aclaración alguna. La explicación era que este brillante orador no portaba su elocuencia en la sangre ni le salía por los poros ni era irradiada desde

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Sobrevivía cobrándoles arriendo a modestas familias que habitaban en los desvencijados aposentos del viejo edificio. Allí, conviviendo con gente pobre, el último de los Desván Inclinado tuvo la suerte de ganar el premio mayor de la Lotería Alemana. Decidió entonces, con gran felicidad de su parte, remodelar lo que aún quedaba de la mansión de sus antepasados, y sin decir agua va, hizo desalojar todos los arrendatarios (¡qué falta de tino!), y empezó a remozar el edificio con frenético entusiasmo.

Para evocar tiempos pretéritos le ordenó al arquitecto y a los constructores, que todos los pisos remodelados con parquees de finísimas maderas, tuvieran una inclinación de cuarenta y cinco grados.

En la noche de la inauguración del nuevo palacio fueron invitadas las familias más ricas de nuevos ricos de la ciudad. La invitación exigía que se debía acudir con un disfraz perteneciente a la moda del siglo XVIII. Para qué decir que todos aceptaron gustosos la invitación del Conde Desván Inclinado, el personaje de más noble abolengo de la región.

Obviamente nadie pudo bailar; entonces el anfitrión invitó a las jovencitas a que se resbalaran desde lo más alto del piso inclinado del salón principal, para que así, la concurrencia situada en la parte más baja del piso se soslayara con la visión de los calzones con blonda de encajes que lucían las muchachas vestidas a

su alma sino que estaba en la azotea de su cráneo chueco. Y si de chuecuras hablamos, hubo otro Desván Inclinado que

llegó a general de ejército, y en medio de una guerra que ya duraba cuatro años, al constatar este hábil personaje que no tenía opción alguna de finalizar con una victoria, dio las órdenes pertinentes a sus “condotieri” de iniciar una marcha forzada para atravesar el campo de batalla enemigo enarbolando numerosos estandartes y banderas blancas, con el fin de pasarse al otro lado e incorporarse como ejército aliado.

Otro Desván Inclinado fue campeón mundial de billar. Además de ganar todos los campeonatos a seis bandas imaginables, dejaba al público con la boca abierta por los asombrosos efectos que le daba a su bola blanca cuando efectuaba un increíble y chueco recorrido deslizándose por el paño verde para hacer una fantástica carambola.

La ciudad había crecido. Las villas ya no existían alrededor del castillo y éste tampoco había prevalecido en la cima del monte. Los tranvías subían la cuesta que estaba ahora repleta de casas y de calles alineadas en forma desordenada. En lo alto había dos calles que se unían en ángulo agudo y terminaban en una plazoleta. En ese lugar existía una vieja mansión en forma de punta de lanza. Era lo que quedaba de lo que había sido el castillo de los Desván Inclinado. Allí vivía el último de los descendientes de esta noble extirpe.

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Para evocar tiempos pretéritos le ordenó al arquitecto y a los constructores, que todos los pisos remodelados con parquees de finísimas maderas, tuvieran una inclinación de cuarenta y cinco grados.

En la noche de la inauguración del nuevo palacio fueron invitadas las familias más ricas de nuevos ricos de la ciudad. La invitación exigía que se debía acudir con un disfraz perteneciente a la moda del siglo XVIII. Para qué decir que todos aceptaron gustosos la invitación del Conde Desván Inclinado, el personaje de más noble abolengo de la región.

Obviamente nadie pudo bailar; entonces el anfitrión invitó a las jovencitas a que se resbalaran desde lo más alto del piso inclinado del salón principal, para que así, la concurrencia situada en la parte más baja del piso se soslayara con la visión de los calzones con blonda de encajes que lucían las muchachas vestidas a

su alma sino que estaba en la azotea de su cráneo chueco. Y si de chuecuras hablamos, hubo otro Desván Inclinado que

llegó a general de ejército, y en medio de una guerra que ya duraba cuatro años, al constatar este hábil personaje que no tenía opción alguna de finalizar con una victoria, dio las órdenes pertinentes a sus “condotieri” de iniciar una marcha forzada para atravesar el campo de batalla enemigo enarbolando numerosos estandartes y banderas blancas, con el fin de pasarse al otro lado e incorporarse como ejército aliado.

Otro Desván Inclinado fue campeón mundial de billar. Además de ganar todos los campeonatos a seis bandas imaginables, dejaba al público con la boca abierta por los asombrosos efectos que le daba a su bola blanca cuando efectuaba un increíble y chueco recorrido deslizándose por el paño verde para hacer una fantástica carambola.

La ciudad había crecido. Las villas ya no existían alrededor del castillo y éste tampoco había prevalecido en la cima del monte. Los tranvías subían la cuesta que estaba ahora repleta de casas y de calles alineadas en forma desordenada. En lo alto había dos calles que se unían en ángulo agudo y terminaban en una plazoleta. En ese lugar existía una vieja mansión en forma de punta de lanza. Era lo que quedaba de lo que había sido el castillo de los Desván Inclinado. Allí vivía el último de los descendientes de esta noble extirpe.

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la moda del 700.Las bellas muchachas se deslizaban desde lo alto gozando

con este nuevo juego de la “grandiosa resbalera” luciendo sus calzones con “macramé” de llamativos colores, y sin tener pudor alguno, ya que no se veía nada que pudiera escandalizar a los espectadores. Por lo demás, dichas jovencitas estaban habituadas a bañarse en las playas de moda en “top less” o lucir trajes de baño denominados “cola less” o pasear en los sitios de mayor concurrencia con el ombligo a la vista, porque así lo requería la moda.

Las risas y la diversión eran grandes porque se veían calzones blancos(los más escasos), rojos, azules, amarillos, negros, y hasta dos de color índigo.

La alegría llegó a su apogeo y en un arrebato de entusiasmo las señoras nuevas ricas decidieron resbalarse ellas también, con la diferencia de que no portaban calzones del siglo XIII con flecos hasta los tobillos, y una de ellas se había olvidado de ponerse calzones…

Sigue pasando el tiempo.

El hijo único del realizador de la fiesta de “los calzones inclinados”, consideró que lo más importante en su vida era

C U E N T O S PA R A E N T R E T E N E R E L A L M A E L C A S T I L L O D E L D I V Á N I N C L I N A D O

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la moda del 700.Las bellas muchachas se deslizaban desde lo alto gozando

con este nuevo juego de la “grandiosa resbalera” luciendo sus calzones con “macramé” de llamativos colores, y sin tener pudor alguno, ya que no se veía nada que pudiera escandalizar a los espectadores. Por lo demás, dichas jovencitas estaban habituadas a bañarse en las playas de moda en “top less” o lucir trajes de baño denominados “cola less” o pasear en los sitios de mayor concurrencia con el ombligo a la vista, porque así lo requería la moda.

Las risas y la diversión eran grandes porque se veían calzones blancos(los más escasos), rojos, azules, amarillos, negros, y hasta dos de color índigo.

La alegría llegó a su apogeo y en un arrebato de entusiasmo las señoras nuevas ricas decidieron resbalarse ellas también, con la diferencia de que no portaban calzones del siglo XIII con flecos hasta los tobillos, y una de ellas se había olvidado de ponerse calzones…

Sigue pasando el tiempo.

El hijo único del realizador de la fiesta de “los calzones inclinados”, consideró que lo más importante en su vida era

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humareda correspondiente. Después del disparo el hombre bala ascendía vertiginosamente por el cable y llegaba a la red. Con el circo repleto de público que esperaba el número trascendental del hombre bala, tan anunciado, el cañón no funcionó. Los minutos pasaban y el cañón permanecía en silencio. El público impaciente empezó a protestar, y tanto protestó golpeando con los pies las tablas, que el poste principal inclinado de la carpa se desplazó y la carpa comenzó a desplomarse y se rajó. Se disparó el cañón con gran estruendo. El empresario que lo estaba revisando salió proyectado en una trayectoria oblicua ascendente y atravesando la rasgadura de la carpa desapareció en la noche en los instantes en que la carpa terminaba por caerse. No hubo víctimas. Del empresario nunca más se supo. Hasta que un día un Desván Inclinado hizo noticia como miembro de La sociedad Protectora de Animales de Los Estados Unidos de Norteamérica. Se supo que había enviado un oficio a dicha sociedad en el cual se solicitaba una urgente ayuda económica para financiar el rescate de los cachorros de león africano que quedaban huérfanos al ser derrotado el padre de ellos en la lucha por la supremacía de las leonas. Se está al tanto que el macho vencedor que ha desplazado al anterior dueño de las leonas, mata a los cachorros, las leonas entran

dedicarse al vagabundeo. Se le ocurrió entonces incorporarse a un circo. Como se le terminaron las ganas de vagabundear, porque en el circo lo hacían trabajar vendiendo calugas en los intermedios, y él nunca había trabajado, decidió mandarle un mensaje a su padre para que comprara el circo. Como era hijo único, el padre consideró la petición como si fuera un mandato, y el circo fue comprado. El ex vago, ahora dueño y empresario del circo, dio las órdenes para que en la próxima llegada a un pueblo, la carpa se levantara en forma oblicua. Así llamaría más la atención y por ende acudiría más público. Y así fue. Se agolpó todo el pueblo para presenciar la extraña maniobra y cuando observaron que no se venía al suelo y además se anunciaba el novedoso número del hombre bala, la gente entró en masa y completó el llene. El empresario había incorporado a la función este número para actuar él mismo. Para ello había encargado a Alemania un cañón especial que funcionaba con un resorte que lanzaba al hombre bala a través de un cable de acero que se hacía invisible gracias a la iluminación de unos potentes reflectores. Por este cable, y con la ayuda de una roldana que unía al protagonista mediante correas, era lanzado el hombre bala hasta una red situada en lo más alto de la carpa. El ánima del cañón poseía otro compartimiento paralelo en el cual se encendía la pólvora que provocaba la explosión y la

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humareda correspondiente. Después del disparo el hombre bala ascendía vertiginosamente por el cable y llegaba a la red. Con el circo repleto de público que esperaba el número trascendental del hombre bala, tan anunciado, el cañón no funcionó. Los minutos pasaban y el cañón permanecía en silencio. El público impaciente empezó a protestar, y tanto protestó golpeando con los pies las tablas, que el poste principal inclinado de la carpa se desplazó y la carpa comenzó a desplomarse y se rajó. Se disparó el cañón con gran estruendo. El empresario que lo estaba revisando salió proyectado en una trayectoria oblicua ascendente y atravesando la rasgadura de la carpa desapareció en la noche en los instantes en que la carpa terminaba por caerse. No hubo víctimas. Del empresario nunca más se supo. Hasta que un día un Desván Inclinado hizo noticia como miembro de La sociedad Protectora de Animales de Los Estados Unidos de Norteamérica. Se supo que había enviado un oficio a dicha sociedad en el cual se solicitaba una urgente ayuda económica para financiar el rescate de los cachorros de león africano que quedaban huérfanos al ser derrotado el padre de ellos en la lucha por la supremacía de las leonas. Se está al tanto que el macho vencedor que ha desplazado al anterior dueño de las leonas, mata a los cachorros, las leonas entran

dedicarse al vagabundeo. Se le ocurrió entonces incorporarse a un circo. Como se le terminaron las ganas de vagabundear, porque en el circo lo hacían trabajar vendiendo calugas en los intermedios, y él nunca había trabajado, decidió mandarle un mensaje a su padre para que comprara el circo. Como era hijo único, el padre consideró la petición como si fuera un mandato, y el circo fue comprado. El ex vago, ahora dueño y empresario del circo, dio las órdenes para que en la próxima llegada a un pueblo, la carpa se levantara en forma oblicua. Así llamaría más la atención y por ende acudiría más público. Y así fue. Se agolpó todo el pueblo para presenciar la extraña maniobra y cuando observaron que no se venía al suelo y además se anunciaba el novedoso número del hombre bala, la gente entró en masa y completó el llene. El empresario había incorporado a la función este número para actuar él mismo. Para ello había encargado a Alemania un cañón especial que funcionaba con un resorte que lanzaba al hombre bala a través de un cable de acero que se hacía invisible gracias a la iluminación de unos potentes reflectores. Por este cable, y con la ayuda de una roldana que unía al protagonista mediante correas, era lanzado el hombre bala hasta una red situada en lo más alto de la carpa. El ánima del cañón poseía otro compartimiento paralelo en el cual se encendía la pólvora que provocaba la explosión y la

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valiente, para ser en esos días dueño de una carnicería ya que aparecían varios leones y se tragaban la carne a la venta, además de ahuyentar a toda la clientela. ¡Era un desastre! ¿Quién era el culpable de todo este desatino? ¡Un Desván Inclinado, por su puesto! Pero ese representante de los Desván Inclinado era un estoico. Amaba los designios del destino, y a la vida, tal como era. Se asomó por una de las ventanas del tercer piso del palacio en punta de lanza y habló a la poblada vociferante. Pero no poseía las notables cualidades de su antepasado, el senador. Les dijo que él era un estoico. Que su destino había sido forzado por los tiempos y que era incapaz de torcer su rumbo. Que los presentes, allá abajo, no deberían de impacientarse con algunos sucesos que se presentaran en contra de la naturaleza, y, como dijo un emperador romano: “Amargo es el pepino, tíralo; y si hay zarzas en el camino, aléjate…” Pero la chusma enardecida, en vez de alejarse de las zarzas, que no había en parte alguna, hizo pedazos una de las puertas señoriales e irrumpió en las salas para despedazar al orador, pero resbalaron en los pisos oblicuos, y apretujándose en los niveles más bajos en lo único en que pensaron fue en salir en ese maldito y torcido edificio. Así lo hicieron mientras el último de los Desván Inclinado que permanecía escondido en la azotea de sus antepasados, al

nuevamente en celo, procrea con ellas y así de esa manera tiene hijos de él. La Sociedad Protectora recibió con beneplácito la idea y financió una costosa expedición al Serengeti nombrando al distinguido socio, el conde Desván Inclinado, para que organizara y dirigiera la expedición. Con un buen número de helicópteros patrullando desde el aire a diversas familias de leonas, consiguieron lo que se había programado al acudir en el momento preciso cuando el león derrotado se retiraba de la escena. Provistos de redes prensiles con cables de acero que dejaban caer desde arriba, rescataban a los cachorros destinados a una muerte cruel e irremisible. El destino de estos cachorros fue obviamente su ingreso a todos los zoológicos del mundo. Al autor de este magnífico proyecto se le ocurrió donar cuarenta leones al zoológico de su ciudad natal. Aunque el director y el personal de dicho establecimiento no recibieron con agrado esta valiosa donación. Sucedió lo que tenía que suceder. Los cachorros fueron creciendo y cada vez estaban más hambrientos hasta que llegaron a un hambre simplemente feroz. Sin soportarla más se escaparon del zoológico y se refugiaron en los bosques vecinos a la ciudad. Como no eran leones salvajes, no sabían cazar y acudían en manadas a la ciudad para asaltar las carnicerías y el matadero municipal. Había que ser realmente un

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valiente, para ser en esos días dueño de una carnicería ya que aparecían varios leones y se tragaban la carne a la venta, además de ahuyentar a toda la clientela. ¡Era un desastre! ¿Quién era el culpable de todo este desatino? ¡Un Desván Inclinado, por su puesto! Pero ese representante de los Desván Inclinado era un estoico. Amaba los designios del destino, y a la vida, tal como era. Se asomó por una de las ventanas del tercer piso del palacio en punta de lanza y habló a la poblada vociferante. Pero no poseía las notables cualidades de su antepasado, el senador. Les dijo que él era un estoico. Que su destino había sido forzado por los tiempos y que era incapaz de torcer su rumbo. Que los presentes, allá abajo, no deberían de impacientarse con algunos sucesos que se presentaran en contra de la naturaleza, y, como dijo un emperador romano: “Amargo es el pepino, tíralo; y si hay zarzas en el camino, aléjate…” Pero la chusma enardecida, en vez de alejarse de las zarzas, que no había en parte alguna, hizo pedazos una de las puertas señoriales e irrumpió en las salas para despedazar al orador, pero resbalaron en los pisos oblicuos, y apretujándose en los niveles más bajos en lo único en que pensaron fue en salir en ese maldito y torcido edificio. Así lo hicieron mientras el último de los Desván Inclinado que permanecía escondido en la azotea de sus antepasados, al

nuevamente en celo, procrea con ellas y así de esa manera tiene hijos de él. La Sociedad Protectora recibió con beneplácito la idea y financió una costosa expedición al Serengeti nombrando al distinguido socio, el conde Desván Inclinado, para que organizara y dirigiera la expedición. Con un buen número de helicópteros patrullando desde el aire a diversas familias de leonas, consiguieron lo que se había programado al acudir en el momento preciso cuando el león derrotado se retiraba de la escena. Provistos de redes prensiles con cables de acero que dejaban caer desde arriba, rescataban a los cachorros destinados a una muerte cruel e irremisible. El destino de estos cachorros fue obviamente su ingreso a todos los zoológicos del mundo. Al autor de este magnífico proyecto se le ocurrió donar cuarenta leones al zoológico de su ciudad natal. Aunque el director y el personal de dicho establecimiento no recibieron con agrado esta valiosa donación. Sucedió lo que tenía que suceder. Los cachorros fueron creciendo y cada vez estaban más hambrientos hasta que llegaron a un hambre simplemente feroz. Sin soportarla más se escaparon del zoológico y se refugiaron en los bosques vecinos a la ciudad. Como no eran leones salvajes, no sabían cazar y acudían en manadas a la ciudad para asaltar las carnicerías y el matadero municipal. Había que ser realmente un

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Page 16: 93 El desván inclinadoganar el premio mayor de la Lotería Alemana. Decidió entonces, con gran felicidad de su parte, remodelar lo que aún quedaba de la mansión de sus antepasados,

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cerciorarse de que había pasado el peligro, salió por la puerta secreta y huyó en la noche desapareciendo en la oscuridad. Apareció en la ciudad de Pisa donde, gracias a sus elocuentes habilidades de convencimiento, le fue adjudicado por el Ayuntamiento, el honorífico título de “Guía turístico de La Torre Inclinada de la Ciudad de Pisa” Vaya para Su Excelencia, el Señor Conde del Desván Inclinado, los más altos méritos de su distinción.

C U E N T O S PA R A E N T R E T E N E R E L A L M A E L C A S T I L L O D E L D I V Á N I N C L I N A D O

e-mail de mi amiga y colega, doctora Annabella Marchese:

“Hola. Me gustó el cuento, es novedoso y divertido, pero (la eterna criticona) no lo ha terminado. La idea de la torre de Pisa es genial pero me da la impresión que se aburrió y “lo dio por terminado”. Lo siento, el cuento es bueno y merece un buen final… mi acusi…”

Respuesta:

Si no hubiere “eterna criticona” el arte literario sería una fomedad. Lo que desconoce Et Crit es que el título honorífico que le dio El Ayuntamiento al tal conde, fue sin remuneración económica alguna, y este distinguido personaje tuvo que instalar una pisería a unas cuadras del campanario de la catedral (léase torre inclinada) para poder ganar algunas liras, pero le fue más que bien y actualmente es ricachón, y no se quita el bonete “bianco” de pisero ni para dormir...

Fin (1)

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cerciorarse de que había pasado el peligro, salió por la puerta secreta y huyó en la noche desapareciendo en la oscuridad. Apareció en la ciudad de Pisa donde, gracias a sus elocuentes habilidades de convencimiento, le fue adjudicado por el Ayuntamiento, el honorífico título de “Guía turístico de La Torre Inclinada de la Ciudad de Pisa” Vaya para Su Excelencia, el Señor Conde del Desván Inclinado, los más altos méritos de su distinción.

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e-mail de mi amiga y colega, doctora Annabella Marchese:

“Hola. Me gustó el cuento, es novedoso y divertido, pero (la eterna criticona) no lo ha terminado. La idea de la torre de Pisa es genial pero me da la impresión que se aburrió y “lo dio por terminado”. Lo siento, el cuento es bueno y merece un buen final… mi acusi…”

Respuesta:

Si no hubiere “eterna criticona” el arte literario sería una fomedad. Lo que desconoce Et Crit es que el título honorífico que le dio El Ayuntamiento al tal conde, fue sin remuneración económica alguna, y este distinguido personaje tuvo que instalar una pisería a unas cuadras del campanario de la catedral (léase torre inclinada) para poder ganar algunas liras, pero le fue más que bien y actualmente es ricachón, y no se quita el bonete “bianco” de pisero ni para dormir...

Fin (1)

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un magnífico hidroavión, rumbo a la Oceanía. Despegó el inmenso pájaro de aluminio desde la bahía de San Francisco haciendo rugir lo cuatro motores a hélice sobre la naves ancladas en la bahía. Se visitó Haway, Tahiti y Puerto Sydney en Australia. De allí despegó nuestro hidroavión rumbo al Norte, hacia el archipiélago de…

La novia tenía conocimiento que en esas islas aún persistía el canibalismo y deseaba visitar esas tribus. Eso sí que, con la influencia de los misioneros cristianos y el avance de la civilización, estas costumbres se habían reducido solamente a los ritos mortuorios donde los familiares ingieren una pequeña porción de carne del difunto.

No se sabe con certeza el inesperado contratiempo que tuvieron los viajeros. Se dice que por el entusiasmo avasallante de la dueña de la expedición o por un cálculo erróneo en la carta de navegación o por el desperfecto de varios motores al mismo tiempo, el hidroavión tuvo que hacer un amarizaje forzoso en un punto desconocido del océano. El descenso fue bastante exitoso pero para colmo de la mala suerte la radio del avión dejó de funcionar quizás por el golpe brusco contra el agua.

Se quedó el avión flotando sobre las olas, totalmente aislado del mundo.

Mientras el radiotelegrafista y los mecánicos trataban infructuosamente de arreglar el aparato de radio, al novio se le

orría el año 1938.Entre los centenares de turistas que visitaban a diario la

Catedral de Pisa y su campanario, estaba una joven norteamericana, multimillonaria, de gran estatura y fortaleza física, a las cuales se les unía una voluntad férrea. Esta última se manifestaba en múltiples caprichos.

Para bien de este relato (¿o para mal?) a nuestra voluntariosa norteamericana le vino apetito y consideró que debía saciarlo en una pisería que divisó a pocas cuadras de la torre. Allí se encontró con el Conde del Desván Inclinado y se enamoró de él “ipso facto”. El amor se impactó en ella como el balazo de un Colt calibre 45. Como resultado de esto decidió comprar la pisería y llevarse a su dueño a Estados Unidos de Norteamérica para luego casarse con él.

El matrimonio fue fastuoso. La torta de novia era más grande que la novia misma. Se sirvieron emparedados estratificados de varios pisos y se bailó foxtrot hasta la once de la mañana del día siguiente.

El conde observaba todo esto con una mirada lánguida, soñadora, oblicua. Me pregunto si en esos momentos añoraba a su vieja Europa o estaba en completo estado de embriaguez. O quizás la mirada oblicua ya referida provenía de su abolengo ascentral, el desván inclinado…

Partió la novia y su marido en viaje de luna de miel a bordo de

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un magnífico hidroavión, rumbo a la Oceanía. Despegó el inmenso pájaro de aluminio desde la bahía de San Francisco haciendo rugir lo cuatro motores a hélice sobre la naves ancladas en la bahía. Se visitó Haway, Tahiti y Puerto Sydney en Australia. De allí despegó nuestro hidroavión rumbo al Norte, hacia el archipiélago de…

La novia tenía conocimiento que en esas islas aún persistía el canibalismo y deseaba visitar esas tribus. Eso sí que, con la influencia de los misioneros cristianos y el avance de la civilización, estas costumbres se habían reducido solamente a los ritos mortuorios donde los familiares ingieren una pequeña porción de carne del difunto.

No se sabe con certeza el inesperado contratiempo que tuvieron los viajeros. Se dice que por el entusiasmo avasallante de la dueña de la expedición o por un cálculo erróneo en la carta de navegación o por el desperfecto de varios motores al mismo tiempo, el hidroavión tuvo que hacer un amarizaje forzoso en un punto desconocido del océano. El descenso fue bastante exitoso pero para colmo de la mala suerte la radio del avión dejó de funcionar quizás por el golpe brusco contra el agua.

Se quedó el avión flotando sobre las olas, totalmente aislado del mundo.

Mientras el radiotelegrafista y los mecánicos trataban infructuosamente de arreglar el aparato de radio, al novio se le

orría el año 1938.Entre los centenares de turistas que visitaban a diario la

Catedral de Pisa y su campanario, estaba una joven norteamericana, multimillonaria, de gran estatura y fortaleza física, a las cuales se les unía una voluntad férrea. Esta última se manifestaba en múltiples caprichos.

Para bien de este relato (¿o para mal?) a nuestra voluntariosa norteamericana le vino apetito y consideró que debía saciarlo en una pisería que divisó a pocas cuadras de la torre. Allí se encontró con el Conde del Desván Inclinado y se enamoró de él “ipso facto”. El amor se impactó en ella como el balazo de un Colt calibre 45. Como resultado de esto decidió comprar la pisería y llevarse a su dueño a Estados Unidos de Norteamérica para luego casarse con él.

El matrimonio fue fastuoso. La torta de novia era más grande que la novia misma. Se sirvieron emparedados estratificados de varios pisos y se bailó foxtrot hasta la once de la mañana del día siguiente.

El conde observaba todo esto con una mirada lánguida, soñadora, oblicua. Me pregunto si en esos momentos añoraba a su vieja Europa o estaba en completo estado de embriaguez. O quizás la mirada oblicua ya referida provenía de su abolengo ascentral, el desván inclinado…

Partió la novia y su marido en viaje de luna de miel a bordo de

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geográfico donde se suponía que había amarizado el hidroavión. De inmediato se inició una operación rescate en la que se abordaría isla por isla de un archipiélago cercano a esa zona, y se interrogaría a sus habitantes para adquirir algún dato del desaparecido.

Todo inútil.Un isleño, al ser interrogado por los marinos, les comunicó

que en una isla vecina a la que él habitaba, se escuchaban desde hacía bastante tiempo unos alaridos similares a los de los monos o a los cerdos salvajes cuando los van a sacrificar. Estos extraños lamentos no existían tiempo atrás. Algo anormal había en ese islote que sería de interés averiguar.

Partió una lancha rumbo a ese lugar con la dueña de la expedición a bordo, de pie, en el extremo de la proa. Desembarcaron en una blanca playa de arena coralífera donde numerosos cocoteros le dieron la bienvenida.

De pronto, desde la profundidad de la selva se oyeron diversas voces estridentes que se entremezclaban. Las voces disonantes se iban mejorando paulatinamente hasta llegar a un formidable coro con una perfecta armonía de contrapunto. Se escuchaba con nítida claridad un pasaje de “El Mesías” de Händel.

Los expedicionarios, tomados de sorpresa y asombrados por tan grandioso recibimiento avanzaron torpemente por la jungla hasta llegar a un claro, y allí, en el centro, encaramado en una gran

ocurrió inflar un bote salvavidas y echarlo al agua y encaramándose a él les manifestó que iba a explorar los alrededores por si encontraba alguna isla y así pedir ayuda.

El conde del desván inclinado se alejó remando y una brisa tropical, en cooperación con una fuerte corriente marina, lo alejó del hidroavión hasta tal punto que no se le volvió a ver.

Días después se reparó la radio, el avión fue rescatado y la tripulación con su única pasajera regresaron a Estados Unidos.

La esposa estaba desconsolada. Su pena era enorme. En pocos meses bajó cuarenta kilos de peso. El amor por su querido esposo era inmenso. Con ayuda de tratamientos psiquiátricos se repuso lentamente de su depresión y al cabo de dos años había recuperado su vitalidad y… ¡su férrea voluntad! Decidió entonces ir a buscar a su marido. A su mente llegaban constantemente ideas que la martirizaban ¿Estaría vivo? Y si no lo estaba ¿cómo murió? ¿Fue devorado por los caníbales? ¿O por los tiburones?

Quizás alguna persona en esas islas podría darle algún dato sobre él. Y sin pensarlo dos veces decidió organizar una expedición hacia las remotas islas de la Polinesia.

Compró dos yates de cinco mil toneladas y se lanzó a la mar rumbo a su objetivo. ¿Cuál objetivo? Buscar a su marido hasta encontrarlo.

Después de varios meses de navegación llegaron al punto

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geográfico donde se suponía que había amarizado el hidroavión. De inmediato se inició una operación rescate en la que se abordaría isla por isla de un archipiélago cercano a esa zona, y se interrogaría a sus habitantes para adquirir algún dato del desaparecido.

Todo inútil.Un isleño, al ser interrogado por los marinos, les comunicó

que en una isla vecina a la que él habitaba, se escuchaban desde hacía bastante tiempo unos alaridos similares a los de los monos o a los cerdos salvajes cuando los van a sacrificar. Estos extraños lamentos no existían tiempo atrás. Algo anormal había en ese islote que sería de interés averiguar.

Partió una lancha rumbo a ese lugar con la dueña de la expedición a bordo, de pie, en el extremo de la proa. Desembarcaron en una blanca playa de arena coralífera donde numerosos cocoteros le dieron la bienvenida.

De pronto, desde la profundidad de la selva se oyeron diversas voces estridentes que se entremezclaban. Las voces disonantes se iban mejorando paulatinamente hasta llegar a un formidable coro con una perfecta armonía de contrapunto. Se escuchaba con nítida claridad un pasaje de “El Mesías” de Händel.

Los expedicionarios, tomados de sorpresa y asombrados por tan grandioso recibimiento avanzaron torpemente por la jungla hasta llegar a un claro, y allí, en el centro, encaramado en una gran

ocurrió inflar un bote salvavidas y echarlo al agua y encaramándose a él les manifestó que iba a explorar los alrededores por si encontraba alguna isla y así pedir ayuda.

El conde del desván inclinado se alejó remando y una brisa tropical, en cooperación con una fuerte corriente marina, lo alejó del hidroavión hasta tal punto que no se le volvió a ver.

Días después se reparó la radio, el avión fue rescatado y la tripulación con su única pasajera regresaron a Estados Unidos.

La esposa estaba desconsolada. Su pena era enorme. En pocos meses bajó cuarenta kilos de peso. El amor por su querido esposo era inmenso. Con ayuda de tratamientos psiquiátricos se repuso lentamente de su depresión y al cabo de dos años había recuperado su vitalidad y… ¡su férrea voluntad! Decidió entonces ir a buscar a su marido. A su mente llegaban constantemente ideas que la martirizaban ¿Estaría vivo? Y si no lo estaba ¿cómo murió? ¿Fue devorado por los caníbales? ¿O por los tiburones?

Quizás alguna persona en esas islas podría darle algún dato sobre él. Y sin pensarlo dos veces decidió organizar una expedición hacia las remotas islas de la Polinesia.

Compró dos yates de cinco mil toneladas y se lanzó a la mar rumbo a su objetivo. ¿Cuál objetivo? Buscar a su marido hasta encontrarlo.

Después de varios meses de navegación llegaron al punto

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más conocidas del ochocientos. Mientras aumentaba la temperatura su voz era cada vez más vigorosa y conmovedora hasta tal punto que los isleños dejaron de bailar y batir sus lanzas y se aproximaron asombrados a escuchar al de la olla. Este trance hipnótico lo aprovechó el forastero para salirse de donde estaba. Volcó la olla, apagó el fuego y poniendo la marmita boca abajo se encaramó sobre ella y cantó “Di quella pira l’orrendo foco” del Trovadore de Verdi. Fue tan grande la fascinación de los nativos que lo consideraron “El pájaro dios que canta”. En otras palabras, un ave sagrada.

Desde esa noche recibió toda clase de consideraciones y obediencia absoluta hacia su persona, y esto último fue aprovechado por el conde para organizar un coro de indígenas. Seleccionando las voces formó grupos de barítonos, tenores, bajos, contratenores, sopranos, mesosopranos y contraltos. Curiosamente, pudo constatar más tarde que los diferentes tipos de voz eran coincidentes con los gustos culinarios de los coristas, porque al presenciar tiempo después los festines que se daban con los prisioneros traídos desde las islas vecinas, cada voz le daba preferencia a una determinada parte del cuerpo de la víctima. Los contratenores, las sopranos y las mesosopranos tenían preferencia en alimentarse de partes del cuello y de la cara. Los tenores y los barítonos elegían los brazos, y los bajos se comían las nalgas. Las víctimas eran ultimadas de un mazazo en la nuca y luego eran asadas en fogatas. Ensartaban las

olla de barro vuelta boca abajo, ¡estaba el Conde del Desván Inclinado, dirigiendo un coro magnífico de más de doscientos cantores e integrado por todas las voces consabidas!

En esos instantes el coro iniciaba un nuevo canto, el “Libera nos Domini” (Líbranos Señor) de un autor anónimo de La Edad Media.

Terminada la actuación coral la valiente esposa se abalanzó sobre su marido y lo cubrió de besos, acompañados de risas de gozo y de abrazos que hicieron gritar de dolor al director coral.

Posteriormente, a bordo de uno de los yates, el conde relató que una fuerte corriente marina le había impedido regresar al hidroavión, y después de desesperadas remadas y agotado por el cansancio, había dejado llevarse por la corriente que lo envió hasta la isla donde se encontraban. La isla estaba habitada por verdaderos caníbales. Éstos, al percatarse del arribo de un rico bocado de carne blanca sobre un bote inflado, no titubearon en llevarlo prisionero a su aldea y se prepararon esa noche para un gran festín.

Mediante cantos y danzas acompañados de instrumentos de percusión y el blandir de lanzas y porras sobre sus largos escudos. Con todo ese barullo, introdujeron a la víctima dentro de una gran olla para cocerlo vivo, pero el prisionero, en vez de demostrar signos de desesperación o pánico, se mantuvo impasible mientras el agua se calentaba; entonces se le ocurrió cantar algunas áreas de óperas

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más conocidas del ochocientos. Mientras aumentaba la temperatura su voz era cada vez más vigorosa y conmovedora hasta tal punto que los isleños dejaron de bailar y batir sus lanzas y se aproximaron asombrados a escuchar al de la olla. Este trance hipnótico lo aprovechó el forastero para salirse de donde estaba. Volcó la olla, apagó el fuego y poniendo la marmita boca abajo se encaramó sobre ella y cantó “Di quella pira l’orrendo foco” del Trovadore de Verdi. Fue tan grande la fascinación de los nativos que lo consideraron “El pájaro dios que canta”. En otras palabras, un ave sagrada.

Desde esa noche recibió toda clase de consideraciones y obediencia absoluta hacia su persona, y esto último fue aprovechado por el conde para organizar un coro de indígenas. Seleccionando las voces formó grupos de barítonos, tenores, bajos, contratenores, sopranos, mesosopranos y contraltos. Curiosamente, pudo constatar más tarde que los diferentes tipos de voz eran coincidentes con los gustos culinarios de los coristas, porque al presenciar tiempo después los festines que se daban con los prisioneros traídos desde las islas vecinas, cada voz le daba preferencia a una determinada parte del cuerpo de la víctima. Los contratenores, las sopranos y las mesosopranos tenían preferencia en alimentarse de partes del cuello y de la cara. Los tenores y los barítonos elegían los brazos, y los bajos se comían las nalgas. Las víctimas eran ultimadas de un mazazo en la nuca y luego eran asadas en fogatas. Ensartaban las

olla de barro vuelta boca abajo, ¡estaba el Conde del Desván Inclinado, dirigiendo un coro magnífico de más de doscientos cantores e integrado por todas las voces consabidas!

En esos instantes el coro iniciaba un nuevo canto, el “Libera nos Domini” (Líbranos Señor) de un autor anónimo de La Edad Media.

Terminada la actuación coral la valiente esposa se abalanzó sobre su marido y lo cubrió de besos, acompañados de risas de gozo y de abrazos que hicieron gritar de dolor al director coral.

Posteriormente, a bordo de uno de los yates, el conde relató que una fuerte corriente marina le había impedido regresar al hidroavión, y después de desesperadas remadas y agotado por el cansancio, había dejado llevarse por la corriente que lo envió hasta la isla donde se encontraban. La isla estaba habitada por verdaderos caníbales. Éstos, al percatarse del arribo de un rico bocado de carne blanca sobre un bote inflado, no titubearon en llevarlo prisionero a su aldea y se prepararon esa noche para un gran festín.

Mediante cantos y danzas acompañados de instrumentos de percusión y el blandir de lanzas y porras sobre sus largos escudos. Con todo ese barullo, introdujeron a la víctima dentro de una gran olla para cocerlo vivo, pero el prisionero, en vez de demostrar signos de desesperación o pánico, se mantuvo impasible mientras el agua se calentaba; entonces se le ocurrió cantar algunas áreas de óperas

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piezas de los cuerpos desmembrados en estacas que exponían a las brasas.

Gran incertidumbre le causó al conde el por qué de la diferente actitud hacia su persona pero esta incógnita nunca pudo ser descifrada ¿Acaso el color de su piel y el azul de sus ojos?

Nuestra bella y fogosa norteamericana había rescatado violentamente y en forma rápida a su marido y se lo había llevado al yate.

El señor conde, después de reponerse de su prolongado alejamiento de la civilización, en un momento propicio, mientras almorzaban en cubierta bajo un toldo que los protegía de unos rayos abrasadores, le comunicó a su esposa que pensaba desembarcarse y volver a la isla, porque tenía ya organizada un gira con su coro de caníbales que actuarían en Borneo, Australia, la India y el Japón. El coro se llamaría Flesh.

Al escuchar estas palabras tan desatinadas la bella esposa entró en cólera, luego continuó con una risa prolongada y posteriormente se desahogó en una profunda pena. Brotaron sendas lágrimas por su lindos ojos, anegados de amor y de pasión. Era tan sublime su rostro expresando inmensa ternura, que el Conde del Desván inclinado se arrepintió de lo que había dicho y enderezando sus sentimientos decidió regresar con su esposa a la lejana América y olvidar para siempre sus extravagantes proyectos corales.

Fin

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piezas de los cuerpos desmembrados en estacas que exponían a las brasas.

Gran incertidumbre le causó al conde el por qué de la diferente actitud hacia su persona pero esta incógnita nunca pudo ser descifrada ¿Acaso el color de su piel y el azul de sus ojos?

Nuestra bella y fogosa norteamericana había rescatado violentamente y en forma rápida a su marido y se lo había llevado al yate.

El señor conde, después de reponerse de su prolongado alejamiento de la civilización, en un momento propicio, mientras almorzaban en cubierta bajo un toldo que los protegía de unos rayos abrasadores, le comunicó a su esposa que pensaba desembarcarse y volver a la isla, porque tenía ya organizada un gira con su coro de caníbales que actuarían en Borneo, Australia, la India y el Japón. El coro se llamaría Flesh.

Al escuchar estas palabras tan desatinadas la bella esposa entró en cólera, luego continuó con una risa prolongada y posteriormente se desahogó en una profunda pena. Brotaron sendas lágrimas por su lindos ojos, anegados de amor y de pasión. Era tan sublime su rostro expresando inmensa ternura, que el Conde del Desván inclinado se arrepintió de lo que había dicho y enderezando sus sentimientos decidió regresar con su esposa a la lejana América y olvidar para siempre sus extravagantes proyectos corales.

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01 El sol con imagen de cacahuete02 El valle de los elfos de Tolkien03 El palacio04 El mago del amanecer y el atardecer05 Dionysia06 El columpio07 La trapecista del circo pobre08 El ascensor09 La montaña rusa10 La foresta encantada11 El Mágico12 Eugenia la Fata13 Arte y belleza de alma14 Ocho patas15 Esculapis16 El reino de los espíritus niños17 El día en que el señor diablo cambio el atardecer por el amanecer 18 El mimetista críptico19 El monedero, el paraguas y las gafas mágicas de don Estenio20 La puerta entreabierta21 La alegría de vivir22 Los ángeles de Tongoy23 La perla del cielo24 El cisne25 La princesa Mixtura26 El ángel y el gato27 El invernadero de la tía Elsira28 El dragón29 Navegando en el Fritz30 La mano de Dios31 Virosis32 El rey Coco33 La Posada del Camahueto34 La finaíta35 La gruta de los ángeles36 La quebrada mágica37 El ojo del ángel en el pino y la vieja cocina38 La pompa de jabón39 El monje40 Magda Utopia41 El juglar42 El sillón43 El gorro de lana del hada Melinka44 Las hojas de oro45 Alegro Vivache46 El hada Zudelinda, la de los zapatos blancos47 Belinda y las multicolores aves del árbol del destino48 Dos puentes entre tres islas49 Las zapatillas mágicas50 El brujo arriba del tejado y las telas de una cebolla51 Pituco y el Palacio del tiempo

52 Neogénesis53 Una luz entre las raíces54 Recóndita armonía55 Roxana y los gansos azules56 El aerolito57 Uldarico58 Citólisis59 El pozo60 El sapo61 Extraño aterrizaje62 La nube63 Landrú64 Los habitantes de la tierra65 Alfa, Beta y Gama66 Angélica67 Angélica II68 El geniecillo Din69 El pajarillo70 La gallina y el cisne de cuello negro71 El baúl de la tía Chepa72 Chatarra espacial73 Pasado, presente y futuro mezclados en una historia policroma dentro de un frasco de gomina74 Esperamos sus órdenes General75 Los zapatos de Fortunata76 El organillero, la caja mágica y los poemas de Li Po77 El barrio de los artistas78 La lámpara de la bisabuela79 Las hadas del papel del cuarto verde80 El Etéreo81 El vendedor de tarjetas de navidad82 El congreso de totems83 Historia de un sapo de cuatro ojos84 La rosa blanca85 Las piedras preciosas86 El mensaje de Moisés87 La bicicleta88 El maravilloso viaje de Ferdinando89 La prisión transparente90 El espárrago de oro de Rigoberto Alvarado91 El insectario92 La gruta de la suprema armonía93 El Castillo del Desván Inclinado94 El Teatro95 Las galletas de ocho puntas96 La prisión de Nina97 Una clase de Anatomía98 Consuelo99 Purezza100 La Bruja del Mediodía101 Un soldado a la aventura

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01 El sol con imagen de cacahuete02 El valle de los elfos de Tolkien03 El palacio04 El mago del amanecer y el atardecer05 Dionysia06 El columpio07 La trapecista del circo pobre08 El ascensor09 La montaña rusa10 La foresta encantada11 El Mágico12 Eugenia la Fata13 Arte y belleza de alma14 Ocho patas15 Esculapis16 El reino de los espíritus niños17 El día en que el señor diablo cambio el atardecer por el amanecer 18 El mimetista críptico19 El monedero, el paraguas y las gafas mágicas de don Estenio20 La puerta entreabierta21 La alegría de vivir22 Los ángeles de Tongoy23 La perla del cielo24 El cisne25 La princesa Mixtura26 El ángel y el gato27 El invernadero de la tía Elsira28 El dragón29 Navegando en el Fritz30 La mano de Dios31 Virosis32 El rey Coco33 La Posada del Camahueto34 La finaíta35 La gruta de los ángeles36 La quebrada mágica37 El ojo del ángel en el pino y la vieja cocina38 La pompa de jabón39 El monje40 Magda Utopia41 El juglar42 El sillón43 El gorro de lana del hada Melinka44 Las hojas de oro45 Alegro Vivache46 El hada Zudelinda, la de los zapatos blancos47 Belinda y las multicolores aves del árbol del destino48 Dos puentes entre tres islas49 Las zapatillas mágicas50 El brujo arriba del tejado y las telas de una cebolla51 Pituco y el Palacio del tiempo

52 Neogénesis53 Una luz entre las raíces54 Recóndita armonía55 Roxana y los gansos azules56 El aerolito57 Uldarico58 Citólisis59 El pozo60 El sapo61 Extraño aterrizaje62 La nube63 Landrú64 Los habitantes de la tierra65 Alfa, Beta y Gama66 Angélica67 Angélica II68 El geniecillo Din69 El pajarillo70 La gallina y el cisne de cuello negro71 El baúl de la tía Chepa72 Chatarra espacial73 Pasado, presente y futuro mezclados en una historia policroma dentro de un frasco de gomina74 Esperamos sus órdenes General75 Los zapatos de Fortunata76 El organillero, la caja mágica y los poemas de Li Po77 El barrio de los artistas78 La lámpara de la bisabuela79 Las hadas del papel del cuarto verde80 El Etéreo81 El vendedor de tarjetas de navidad82 El congreso de totems83 Historia de un sapo de cuatro ojos84 La rosa blanca85 Las piedras preciosas86 El mensaje de Moisés87 La bicicleta88 El maravilloso viaje de Ferdinando89 La prisión transparente90 El espárrago de oro de Rigoberto Alvarado91 El insectario92 La gruta de la suprema armonía93 El Castillo del Desván Inclinado94 El Teatro95 Las galletas de ocho puntas96 La prisión de Nina97 Una clase de Anatomía98 Consuelo99 Purezza100 La Bruja del Mediodía101 Un soldado a la aventura

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Inscripción Registro de Propiedad Intelectual Nº 37100. Chile.© Fernando Olavarría Gabler.

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