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LUIS ROSALES PASIÓN Y MUERTE DEL CONDE DE VILLAMEDIANA f e BIBLIOTECA ROMÁNICA HISPÁNICA EDITORIAL GREDOS, S. A. MADRID

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Page 1: 87437992 Rosales Luis Pasion y Muerte Del Conde de Villamediana

LUIS ROSALES

PASIÓN Y MUERTE DEL

CONDE DE VILLAMEDIANA

f eBIBLIOTECA ROMÁNICA HISPÁNICA

EDITORIAL GREDOS, S. A.

MADRID

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BIBLIOTECA r o m á n i c a h i s p á n i c a

D ir ig id a po r DÁMASO ALONSO

II. ESTUDIOS Y ENSAYOS

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© LU IS RO SA LES, 1969.

E D IT O R IA L G K E D O S, S. A.

Sánchez Pacheco, 83, Madrid. España.

Depósito Legal: M . 12618- 1969.

Gráficas Cóndor, S. A ., Sánchez Pacheco, 83, Madrid, 1969.— 3261.

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En el arranque de su libro sobre la muerte del Conde de Villa- mediana dice Don Narciso Alonso Cortés: “ Si alguna vez ha sen­tido un escritor grave perplejidad antes de acometer su tarea, pue­do afirmar que ésta es una de las más apuradas y penosas. Es aun más que perplejidad. Es la honda preocupación de quien tiene que decir cosas de extrema delicadeza y no sabe si atreverse a decirlas, ni, supuesto que se atreva, sabe cómo las ha de decir” .

En esta misma situación de ánimo, entre perplejo e indeciso, me encuentro ahora yo ante el lector. El día 17 de marzo de 1860 (hace, por consiguiente, más de un siglo), en contestación al dis­curso de ingreso en la Real Academia de la Lengua de Don Fran­cisco Cutanda, sentó el diligente, admirable y alígero Juan Eugenio Hartzenbusch las bases para una nueva y escandalosa interpretación de la vida y la muerte del Conde de Villamediana. Desde entonces, la tradición académica del tema no se ha interrumpido. Don Caye­tano Alberto de la Barrera, Don Emilio Cotarelo y Morí, Don Narci­so Alonso Cortés y últimamente el Doctor Marañón, el inolvidable doctor Marañón, en un bellísimo libro titulado Don Juan, dedica­ron al tema estudios interesantes y pormenorizados. La aportación de pruebas documentales que hicieron Hartzenbusch, Cotarelo y Alonso Cortés1 era importante y convincente, y fue imponiendo su vigencia de una manera abrumadora. Hoy por hoy, nadie pone en duda — al menos dentro de los campos de la investigación y de

1 Discurso leído por el Sr. D. Juan Eugenio Hartzenbusch en con­testación al discurso de ingreso en la Real Academia de la Lengua de D. Francisca Cutanda, el r7 de marzo de 1861. Emilio Cotarelo y Morí, El Conde de Villamediana, Madrid, Librería de Victoriano Suárez, 1886. Narciso Alonso Cortés, La muerte del Conde de Villamediana, Valladolid, Imprenta del Colegio Santiago, 1928.

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8 Pasión y muerte de Villamediana

la cátedra— que la homosexualidad fue la causa que motivó su muerte. Se aventó cómo el tamo en la era la romántica Historia que aureolaba la figura del Conde.

Pero, a decir verdad, valía más la leyenda perdida que la ver­dad ganada, y, como me pareció que no encajaban perfectamente todas las piezas de este reajuste, he juzgado conveniente estudiar­las y encajarlas de nuevo. Doy al lector, sin más preámbulos, los resultados de este estudio.

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LA LEYENDA

Los hechos a que vamos a referirnos son sumamente graves — recordemos las palabras citadas de Alonso Cortés— , y hoy, a la luz de los últimos descubrimientos, su gravedad se acrece. Han dejado una estela misteriosa. Afectaban al honor de personas rea­les, y su importancia hizo que nadie hablara de ellos directamente. Cualquier indiscreción podía ser peligrosa, considerarse como un delito contra el Estado y ser severamente castigada. Así se explica que las primeras noticias que tenemos acusen carácter de rumores; así se explica el carácter anónimo y cuchicheante de las informa­ciones posteriores; así se explica que los hechos en cierto modo se 'mitificasen, se convirtiesen en leyenda, en vez de organizarse con precisión histórica. Es curioso advertir que cuando la censura quiere ocultar los hechos, los agranda, los convierte en leyenda. Así pues, nuestras primeras referencias a los acontecimientos que motivaron la muerte del Conde de Villamediana son alusiones va­gas, insinuaciones reticentes, cuyo último sentido es muy difícil de precisar.

En la narración que hace D. Antonio Hurtado de Mendoza de las fiestas "de Aranjuez, celebradas el 15 de mayo para conme­morar el cumpleaños del Rey, tras de hacer una sibilina y confusa

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ro Pasión y muerte de Villamediana

descripción del incendio2, nos dice que, a partir de este día, co­menzaron a esparcirse hablillas y murmuraciones:

Dejó engañarse la fama de relaciones, fingiendo

2 Que ya todo el aparatoes jurisdicción del fuego.Llama veloz penetrando de uno en otro ramo seco, penacho es de luz, y en plumas ardientes vuelan los techos.La seguridad advierte de aquel hermoso mancebo que a la alteración se niega por quitar el susto ajeno.Por él temen todos, y élmira seguro el incendio que en la turbación de todos no se aparta del sosiego, ni de su lado, aquél siempre sólo a su servicio atento, de quien la fama y la gloria no serán testigos muertos.Del numeroso auditoriomira a lo bajo y plebeyo, que ya es en él confusiónlo que bastaba recelo;

: el temor es el peligro,. y en la fuga y el aprieto,

del remedio que procura se compone todo el riesgo.Ya el gallardo ilustre joven

. cuanto es dulce parentesco - . del amor y de la sangre,

vínculos del alma estrechos, saca en sus bizarros brazos...

Total, que se quemó el teatro de Aranjuez y que el Rey, “pian, pia­nito” y una después de otra, sacó en sus brazos a todas las personas de la real familia. Cosa tan absurda como ésta nos parece que bien pudo es­cribirse para contrarrestar la conocida anécdota de que Villamediana pro­vocó el fuego para sacar a la Reina en sus brazos.

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La leyenda r i

la novedad desatinos y la ignorancia misterios.

Hasta el accidente mismo nos dexó alegría, haziendo los donaires experiencias

. de los engaños del pueblo 3.

Estos desatinos, misterios y engaños del pueblo son el arran­que de la leyenda de Villamediana. Hurtado de Mendoza reconoce la existencia de estas hablillas, aun cuando sea para negarlas. El hecho tiene interés, pues la opinión de Antonio H. de Mendoza representa la versión oficial del suceso en el año 1623. Pasa algún tiempo. En 1631, la versión oficial del incendio del teatro de Aran- juez escrita por Gonzalo de Céspedes y Meneses, cronista de Su Majestadj sigue siendo reticente, pero ya es más orientadora:

Era de noche y proseguíanse con grandes aplausos las come­dias, cuando su propia admiración entre el silencio divertida, dio tiempo y causa a que una luz, cayendo encima de un dosel, con emprenderle y así mesmo algunos ramos del teatro, pusiese en riesgo a su auditorio, y con tan grande turbación que apenas pudo preservarlo de la violencia de las llamas la más prevista diligencia, mezclando entonces el temor las aguijadas y los cetros, las personas más sublimes con las más ínfimas y bajas 4.

La posición de Céspedes es parecidá a la de Hurtado de Men­doza, aunque algo, más explícita. Por desmentir estas hablillas les ha dado existencia. Su negación no las oculta: sólo consigue de­formarlas. Así pues, en la crónica oficial del reinado de Felipe IV tenemos la primera referencia, al mismo tiempo inequívoca y ve­lada, de lo que había ocurrido en Aranjuez. A favor del fuego se habían mezclado, con escándalo que dio mucho que hablar en la

3 Obras poéticas de D . Antonio Hurtado de Mendoza, R. A. E., Bibl. Selecta de Clásicos Españoles, T . I, pág. 41.

4 Gonzalo de Céspedes y Meneses, Primera Parte de la Historia de D. Felipe el IV , Rey de las Españas, Lisboa, 1631, pág. 214.

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12 Pasión y muerte de Vülamediana

corte, las aguijadas y los cetros. La divulgadísima anécdota del in­cendio parece ser verídica.

A medida que pasa el tiempo van aclarándose estos rumores; es decir, se disipa la bruma que anteriormente los envolvía. Una vez muertos los protagonistas, ya no hay peligro en hablar de los sucesos. La noticias se extienden por Europa. Son viajeros extran­jeros, naturalmente, quienes comienzan a divulgarlas. Pero el tiem­po no pasa en vano, y las primeras versiones conocidas suelen apa­recer ya deformadas por la leyenda. Tenía que ser así: siempre es infiel la tradición dicha en voz baja. Aunque los hechos que se cuenten sean ciertos, se van borrando sus perfiles y el error suele ir entreverado con la verdad. Recordemos, por ejemplo, la relación de Antonio de Brunel: -

Antes que estuviese don Luis de Haxo en el favor real iba en la carroza con Villamediana cuando le mataron a pistoletazos. Ese gentilhombre era el más galante y el más ingenioso cortesano de toda España. Los curiosos cuentan multitud de sus rasgos de ingenio, y no fue el menor aquel de que, al entrar en una iglesia, le presentaron una bandeja en la que recibían dinero para sacar las almas del Purgatorio; habiendo preguntado cuánto era preciso para liberar a un alma y diciéndole el sacristán; L o que quiera, puso allí dos ducados, y al mismo tiempo preguntó si ya estaría salvada el alma. Asegurándoselo el sacristán, volvió a coger los dos ducados y dijo que ya no eran necesarios, porque el alma ya no estaba en peligro de volver a caer en las penas del Purgatorio, pero que, en cambio, aquellos ducados corrían gran riesgo de no volver a su bolsa si él no los metía en ella, y diciendo estas palabras se los embolsó 5.

De todas estas gentilezas y galanterías no ha habido ninguna que le costase más que la de una mascarada. Habíase enamorado

5 “El chascarrillo de la ficticia ofrenda para las ánimas es de reper­torio: circuló y circula todavía atribuido a diversos personajes, en épocas y templos diferentes, con no menor fundamento quizás que a Villamedia­na en Atocha” . Duque de Maura y Agustín González de Amezúa, Fan­tasías y realidades del viaje a Madrid de la Condesa D ’Aulnoy, Ed. Calle­ja, Madrid, sin fecha, pág. 90.

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La leyenda nde la Reina Isabel, y tuvo tan poca discreción que dio señales de ello que sorprendieren y le hicieron juzgar por temeraria e indis­creta. La bondad de esta princesa, que admiraba a los hombresde talento, no sabiendo nada de su locura, hacía que le viese conbastante buenos ojos. Esto ayudó a perderle, porque el Cande, no pudiendo evitar hablar más como galanteador de la soberana que como súbdito, apareció un día vestido con un traje lleno de reales de a ocho, con un lema que hizo hablar a todo el mundo, aunque fuese equívoco, pues decía: Aíis amores son reales. Bien vieron que apuntaba más al alto lugar donde amaba que a la avaricia de que se acusaba. La fuerza de su pasión por la Reina le llevó a hacer preparar una comedia de transformaciones y a gastar en ella veinte mil escudos; y después, para poder abrazarla salvándola del fuego, incendió el teatro y quemó casi toda la casa. Un súbdito que da celos amorosos a $u Rey está en la pendiente de su ruina. Y el Conde de Villamediana en pleno día fue apuñalado en su carro2a, en la que estaba con Don Luis de H aro6.

La Condesa D ’Aulnoy repite y amplía estas mismas noticias, poniéndolas en boca de la Condesa de Lemos7:

L o que os he dicho del Conde de Villamediana me hace re­cordar que estando un día en la iglesia con la Reina Isabel, de laque acabo de hablaros, vio mucho dinero sobre el altar, que lo habían dado para las almas del Purgatorio; se aproximó a él ylo tomó diciendo:

M i amor será eterno, mis penas serán también eternas; las de las aliñas del Purgatorio acabarán y esa esperanza las consuela; en cuaHto a mí, estoy sin esperanza y sin consuelo; por eso, estas limosnas que están destinadas a ellas es más lógico que sean para mí.

Sin embargo, no se llevó nada, y sólo dijo esas palabras para tener ocasión de hablar de su pasión delante de aquella hermosa reina, porque, e n . efecto, sentía una pasión tan violenta por ella

6 Antonio de Brunel, Viaje de España. Publicado en Viajes de extran­jeros por España y Portugal, Aguilar, Madrid, T . II, pág. 4*7­

7 Para la identificación de este personaje, v. Fantasías y realidades del viaje a Madrid de la Condesa D ’Aulnoy, ibid., págs. 75-79-

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t4 Pasión y muerte de Villame diana

que la Reina se hubiera podido conmover si su austera virtud no defendiera y garantizara su corazón contra los méritos del Conde. Éste era joven, guapo, gallardo, valiente, espléndido, galante e in­genioso, y nadie ignora que, por desgracia suya, se presentó en una fiesta en la plaza Mayor de Madrid con un traje bordado de monedas de plata recién acuñadas que se llamaban reales, llevando como lema: M is amores son reales.

ELConde Duque de Olivares, favorito del Rey y enemigo se­creto de la Reina y del Conde, hizo notar a su señor la temeridad de un súbdito que se atrevía en su presencia a declarar los senti­mientos que tenía por la Reina, y en ese momento persuadió al Rey para vengarse de él. Aguardaron una ocasión en que la muerte no produjera demasiado escándalo, pero he aquí lo que anticipó su pérdida. Como no aplicaba su talento más que a divertir a la Reina, compuso una comedia que todo el mundo encontró tan bella y agradó tanto á la Reina que la quiso representar ella misma el día en que celebraban el cumpleaños del Rey. El enamorado Conde era quien dirigía toda esa fiesta; cuidóse de la hechura de

; los trajes, y ordenó las tramoyas, que le costaron más de .30.000 escudos. Había hecho pintar una gran nube, bajo la cual, estaba oculta la Reina en una máquina. Él estaba muy cerca, y a una señal que hizo a un hombre que le era fiel, éste pegó fuego a la tela de la nube. Toda la casa, que valía cien mil escudos, quedó casi por entero quemada; pero consolóse de ello cuando, aprove­chando una ocasión tan favorable, tomó a la soberana entre sus brazos y la llevó por cierta escalerilla donde le robó algunos favo­res y, lo que en este país se considera mucho mayor atrevimiento, llegó hasta a tocar su pie. U n pajecillo que lo vio, informó de ello al Conde Duque, el cual no había dudado, al ver aquel incendio, que fuese obra del Conde. H izo sobre ello una investigación tan exacta que pudo presentar pruebas ciertas al Rey, y esas pruebas encolerizaron tanto a éste que pretenden lo hizo matar de un pis­toletazo yendo en su carroza con Don Luis de Haro. Puede decir­se que el Conde de Villamediana era el caballero más perfecto que jamás se había visto, y su memoria todavía está en veneración entre los amantes desgraciados.

He aquí un fin bien funesto — dije interrumpiéndola— . No creía que las órdenes del Rey hubiesen contribuido a ello, y había oído , decir que ese golpe se había dado por los parientes de Doña

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La leyenda 15

Francisca de Tavara, portuguesa, la cual era dama de Palacio y muy amada del Conde.

— No — continuó la Condesa de Lemoa— ; la cosa pasó como acabo de contárosla 8.

Todo heroísmo tiene contradictores, y la verdad no avanza siempre en línea recta. Francisco Bertaut, que en su Diario del viaje de España se muestra sumamente preciso en sus informacio­nes, no se deja ganar por la admiración, y pone en tela de juicio estos hechos de una manera resoluta. Es más crítico que entusiasta y más inteligente que apasionado. Por el carácter de su embajada, estaba muy ligado con el mundo oficial, se cree en la obligaciónde adular al Rey y da en su libro una versión de los hechos mon­da y lironda, la versión cortesana dicha en voz alta, que cercena, entre otras muchas cosas, la gallardía de la figura del Conde. Es­cribe así:

Hay gentes que afirman que todo eso es falso [se refiere a los «morios de Felipe IV], tanto como la galantería del Conde de Villamediana, que, según todo el mundo me ha dicho, era pequeño, mal hecho, granujiento y con el rostro colorado 9; que la France- linda que aparece en su libro era una Marquesa llamada Doña Francisca de Tavara que se burlaba con él del amor que el Rey sentía por ella, y que fue Doña Francisca quien le dio aquella toquilla que el Rey le había dado, y de la que tanto se habló; queera por ella y no por la Reina Doña Isabel por la que él se habíapuesto los reales de a ocho, con el lema: Son mis amores reales, y que fue muerto a causa de un soneto en el que se burlaba de todos aquellos que habían sido nombrados gentileshombres de Cá­mara, entie los que estaba el Almirante de Castilla10.

8 Viajes de extranjeros por España..., T . II, pág. 417.9 Narciso Alonso Cortés, op. cit., pág. 19 (cita la traducción que

publicó Gayaogos en la Revista de España). En definitiva, lo que dice Bertaut involuntaria o voluntariamente es que todas estas cosas son tan falsas como los amoríos del Rey, con lo cual se desmiente, porque de los amoríos de Felipe IV no es posible dudar.

10 Francisco Bertaut, Diario del Viaje de España, en Viajes de ex­tranjeros por España..., pág. 636.

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Pasión y muerte de Villamediana

Puede observarse que aquellas primerizas y vacilantes insinua­ciones que transcribíamos anteriormente, con el paso del tiempo y la pérdida del temor, se convirtieron en un cuerpo de leyenda que, como toda leyenda, tiene contradicciones e inexactitudes. Unas y otras aparecen más claramente en la versión de los hechos de Tallemant des Réaux:

Volvió Villamediana a Madrid, después de muerto Felipe III. Siempre loco en materia de amores y arriscado cual ninguno, púso­se a galantear una dama, que lo había sido del Príncipe, ya a la sazón Rey Felipe IV. Estaba éste sangrado, y había, según cos­tumbre, recibido espléndidos regalos, asi de los criados de la Real Casa como de los principales señores de la Corte, entre ellos uno que consistía en agujetas y banda n , todas cuajadas de diamantes que podían valer como unos dos mil ducados, las mismas que el Rey envió luego a la dama de regalo. Fuela acaso a visitar el Con­de, y conociendo la banda que tenía puesta, diola celos. Ella con­testó: Pues si es así, os la doy de muy buena gana; haced de ella ¡o que queráis. Tomóla el Conde, diciendo: Acepto y llevaréla como recuerdo vuestro. Pocos días después, púsosela y fuese a ver al Rey, el cual, como reparase en la banda, entró en sospechas de que su dama le hacía traición. Tom ó, pues, un disfraz y fuese a casa de la dama por veí si podía descubrir quién era su rival. Es­taba a la sazón con ella el Conde, el cual, al entrar el Rey en el aposento, aunque disfrazado de criado, conocióle por el rostro y ademanes: ¿Quién sois y a qué venís aquí?, le preguntó. iQ ué recado traéis de vuestro amo? Y comenzó a darle de empujones y a echarle fuera de la casa. No fue esto sólo; para poderse vana- gloriat algún día de haber derramado sangre de la Casa de Aus­tria (sic), el Conde pinchó ligeramente con su daga al pretendido criado, que luego hubo de retirarse a Palacio corrido y avergonza­do. Al día siguiente, el Rey, sin decir a nadie quién le había herido, mandó una orden al Conde para que saliese inmediatamente de la Corte; mas éste, desobedeciendo el soberano mandato, presentóse en Palacio, llevando en el sombrero una joya de esmalte con un diablo entre llamas y la siguiente divisa:

11 “ Aiguillettes et écharpe" (nota de Gayangos).

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l a leyenda 17

Más penado y menos arrepentido l2.

Furioso el Rey, mandóle matar en el Prado de un mosquetazo que le tiraron yendo en su propia carroza y gritando el asesino: Es por mandato del Rey.

Otros cuentan, la muerte de Villamediana de diferente manera. Dicen que al pasar el Rey por delante de un gran señor de su

12 Entre puerilidades e inexactitudes, Tallemant des Réaux da alguna vez en el clavo. Este lema no es inventado. Parafrasea un estribillo poético que he encontrado en la Sibl. Nac. de Madrid, ms. 3924, foi. 285:

Aíos penado y más perdido y menos arrepentido

Entre los de amor vencidos, tan ufano es mi tormento, que desean mis sentidos cuando más están perdidos otro nuevo sentimiento, no porque falte sentido, mas porque amor ha sabido tan alto precio poner, que cada cual quiere ser más penado y más perdido.

Y no son causa ligera,pues por precio y galardónquiso la misma pasiónque en tal ocasión quisieraser sentido la razón,que a más de haber consentidoen tan honroso partido,pide que el premio se déal que más penado estéy menos arrepentido.

Se recogen estos versos en el manuscrito sin nombre de autor. Pudie­ran ser de Villamediana; pudieran ser ajenos. De todas formas, por su arcaísmo pertenecerían a la primera época del Conde y estarían escritos con antelación a los sucesos que motivaron su muerte. Ahora bien: en todo caso, atestiguarían históricamente la divisa citada por Tallemant des Réaux. También pudo utilizarla Villamediana. siendo notoria y conocida.

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18 Pasión y muerte de Villamediana

corte, que acababa de hacer matar al amante de su mujer, dijo al de Villamediana, que iba con él: Escarmentad, Conde. Y éste le contestó: Sacratísima Majestad, con amor no hay escarmiento que valga. Y que viéndole el Rey tan obstinado, dispuso que le quita­sen la vida como queda dicho.

Añaden que representándose en Palacio la Gloria de Niquea, el Conde, que andaba muy enamorado de la Reina, pegó fuego de intento al cario en que ella misma iba, a fin de que, creciendo y propagándose el incendio, tuviese él ocasión para cogerla impu­nemente en sus brazos y sacarla del escenario. Cuentan que efec­tivamente sucedió así: se prendió el fuego, el Conde tomó a la Reina en brazos para salvarla y, aprovechándose de la ocasión, le declaró su pasión y la estratagema de que se había valido para hacerlo. En cuanto al sitio en que esto pasó, unos dicen que fue en el Palacio de] Buen Retiro, otros que en la casa del Conde, adonde había invitado al Rey, a la Reina y a toda la Corte. Como quiera que esto sea, es lo cierto que residiendo en Londres M r. de Saint-Evremond como embajador del Cristianísimo Rey de Fran­cia Luis X IV , en una de sus cartas a la Duquesa de Mazarino, le dice: He visto a Milord Montaigu, el cual pretende reparar su falta si V. S. le promete ser su huéspeda, porque entonces pondrá fuego a su palacio, a fin de salvarla entre sus brazos, como hizo Villamediana 13.

¡ Loado sea Dios! En todas estas relaciones, la verdad y la men­tira, la realidad y la fantasía andan a un mismo andar y se encuen­tran indivisiblemente vinculadas, como en la boca de la mina se confunden el metal y la ganga. Pero a nosotros por ahora sólo nos interesa poner de relieve que el tiempo, que todo lo' desgasta, no ataca esta leyenda; antes bien, la acrecienta y en sus líneas cen­trales la precisa, transformándola en un mito de validez universal. El Conde de Villamediana se convierte en el Patrón del idealismo amoroso, recibe culto y todos los amantes desdichados veneran su memoria. Durante los siglos XVII y XVIII sustituye a Maclas el

13 Revista de España, t. X V III, julio y agosto de 1885, “ L a Corte de Felipe III y aventuras de Villamediana”, por Pascual Gayangos, pá­ginas 20 a 22.

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L,a leyenda 19

Enamoradou. Las palabras del embajador Saint-Evremond, que hemos transcrito, tienen carácter de plegaria amorosa, de invoca­ción eficaz y definitiva, capaz de ablandar cualquier pecho y de vencer la mayor resistencia. Su temeridad le ha convertido en sím­bolo; su idealismo, en ejemplo. Sin embargo, con ser tan importan­te esta mención para comprender la universalidad de la leyenda de Villamediana, aun considero más expresivo el hecho de que la anécdota del incendio haya sido utilizada, por su valor paradigmá­tico, en las fábulas de La Fontaine 15. Esto, literalmente, es increí­ble. ¡He aquí a don Juan de Tasis ya situado como un clásico en el Olimpo, entre los dioses y los mitos de la antigüedad! En su fábula El marido, la mujer y el ladrón, La Fontaine alude al incen­dio provocado por el amante para abrazar a la amada, y alude a él como a un hecho que debía ser legendario en toda Europa, pues da por conocido el nombre del héroe. La fábula termina así:

J’en ai pour preuve cet amantqui brüla sa maison pour embrasser sa Dame,l ’emportant á travers la flamme.J’aime assez cet emportement.L e conte m'en a plu toujours infiniment.II est bien d’une ame espagciole et plus grande encore que fo lie 16.

14 Entre los amantes que murieron desgraciadamente por seguir la valía del amor, es uno de los más señalados el enamorado Macías cuyos amores han quedado como proverbio en España. Cuenta su vida Argote de Molina en el segundo libro de La Nobleza de Andalucía, pág. 272. Hablan de él Juan Rodríguez del Padrón en los Gozos de Amor, Gregorio Silvestre en la Cárcel de Amor, Juan de Mena en Las Trescientas y Gar- ci-Sánchez de Badajoz en La Visita de Amor. En nuestros días le ha de­dicado Gerardo Diego un bellísimo poema en la segunda edición de Án­geles de Compos tela.

15 L a Fontaine, Falles, Contes et Nouvelles, La Pléiade, pág. 232. Citada por Marañón.

16 Op. cit., pág. 128. En las anotaciones, los comentaristas dan el nom­bre de Villamediana y hacen una descripción del suceso, que toman de las Historiettes de Tállemant des Réaux.

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20 Pasión y muerte de Villamediana

TAMBIÉN MIENTE LA VERDAD

En el siglo pasado era general la creencia de que Villamediana había elevado sus amorosos pensamientos a la Reina Isabel. En la biblioteca que fue del Duque de Osuna, existía un códice que dis­frutó el señor Hartzenbusch, cuyo título era La Selva de Cupido y delicioso jardín de Venus, o Poesías amorosas que a diferentes asun­tos, nacidos todos del soberano objeto de su amor, dejó escritas de áu mana, Don Juan de Tasis11 , Conde de Villamediana. 'Sacadas de su primitivo original para el Excmo. Sr. M. D. S. f. Año de 1762. Contiene el libro, dice Hartzenbusch, composiciones amoro­sas del Conde que se hallan en el tomo impreso, y con ellas tres en quince décimas, hasta hoy inéditas, conforme a las cuales France- lisa es Doña Isabel de Borbón, y Villamediana su amante favoreci­do. Pero el engaño no puede ser más fácil de conocer, porque ni el estilo de las décimas es de Villamediana, ni el lenguaje pertenece a su época, ni hay hombre que escriba algunas cosas de las que se dicen allíJ8.

Don Juan Pérez de Guzmán es de opinión contraria, y en su Cancionero de Príncipes y Señores19 afirma que La Selva de Cupido y delicioso jardín de Venus es el nombre que muy posteriormente se ha puesto a las poesías amorosas inéditas del Conde de Villa- mediana, y publica en su libro, como originales del Conde, algunas de las composiciones de este manuscrito. Por ejemplo:

EN E L DESTIERRO

Aquí d o n d e d e uno e n o tr o a n e g o (s íc ) 20,

la r a z ó n n o da y a c o n o c im ie n t o , '

17 La ortografía del apellido es vacilante en la época: se escribe Tar-sis, Tassis, Tasis. Hago la españolización más radical. A nadie se le ocu­rriría hoy escribir Garcilaso con doble s (Garcilasso).

18 Emilio Cotarelo y Mori, op. cit., pág. 174.19 Don Juan Pérez de Guzmán, Cancionero de Príncipes y Señores,

tip. de Manuel Ginés Hernández, Madrid, 1892, pág. 193.20 La enmienda — absurda— es de D . Juan Pérez de Guzmán. Las

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La leyenda 21

pues es fuerza temer muerte y tormento si a esta llama amorosa no me niego;

aquí podré rendirme a mi sosiego, olvidando aquel grande atrevimiento que me tuvo en continuo movimiento por no quedar a vista del sol ciego;

aquí, en fin, libre ya de que m i vida del planeta mayor trofeo sea por castigar pasión tan atrevida,

aquí viviré exento de la fea mancha de muerte infame y dolorida, y aquí veré, por más que nunca vea.

Este soneto había sido publicado por vez primera en el Apén­dice a las Obras de Don Juan de Tasis, año 1634, Por Diego Díaz de la Carrera, por lo cual no se encuentra incluido en el índice. El texto publicado por Pérez de Guzmán es muy distinto. Para que el lector pueda apreciar la diferencia, lo publicamos ahora, según el texto de la edición que tenemos preparada de las obras del Conde: .

Aquí donde de un mal en otro llego y la razón no da conocimiento 2l, que sólo me ha enseñado el escarmiento

• no lo puedo negar, ni ya lo niego.

Hice costumbre del desasosiego y desesperación del sufrimiento; ñneza hallé én continuo movimiento y sólo huyendo dél tuve sosiego.

ediciones impresas dicen Aquí donde de uno en otro llego, que también es un dislate. En mi edición: Aquí donde de un mal en otro llego.

21 Las ediciones impresas: y la razón me da conocimiento. Hago la corrección exigida por el sentido. El texto fue publicado, indudablemente, con una mala interpretación.

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22 Pasión y muerte de Villamediana

No ha menester descansos una vida donde los sentimientos ya no dejan ni qué sentir, Señora, ni sentido;

no veré cosa que deseo cumplida; los remedios por horas se me alejan y el mayor he tomado por partido.

La versión publicada por Don Juan Pérez de Guzmán es estra­gada y ramplona. Su primer verso es literalmente ininteligible: Aquí donde de uno en otro anego. Aun cuando no se indica la pro­cedencia de la versión, está tomada del manuscrito La Selva de Cupido y delicioso jardín de Venus22 y en ella abundan las alusio­nes a la pasión del Conde por la Reina:

pues es fuerza temer muerte y tormento si a esta llama amorosa no me niego.

por no quedar a vista del sol ciego;

aquí, en fin, libre ya de que mi vida del planeta mayor trofeo sea, por castigar pasión tan atrevida.

Nada de esto existe en la versión del soneto que nos ofrece más garantía de autenticidad; mejor dicho, que nos ofrece absolu­ta garantía de autenticidad. En vista de ello y para salvar esta y otras contradicciones, hice un estudio detenido del manuscrito, con el siguiente resultado: La Selva de Cupido y delicioso jardín de Venus es, indudablemente, una superchería, como afirmó Hartzen­busch. Eso sí, una curiosa e interesante superchería. No incluye composiciones inéditas del Conde, salvo las décimas “ Francelisa cuyos ojos” 2i, “ Amor, no me aflijas más” “El primero soy del

22 Bibl. Nacional, Ms. 4136.25 Bibl. Nacional, Ms. 4136, fbl. 159, con el título Solicita un aman­

te con su dama la suspirada posesión de su deseo,24 Bibl. Nacional, M s. 4136, fol. 167.

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La leyenda 23

cíelo” 25 y “ ¿Qué es esto, pecho traidor?” 26, que a tiro de ballesta se ve que son apócrifas. En algunos casos — recuérdese nuestro ejemplo— , el autor de esta broma rehace por completo los poemas para hacer más patente y aun extremar la pasión de Villamediana por la Reina. Las restantes composiciones se atienen a los textos conocidos y publicados, copiando sus errores y aun sus erratas, como se puede ver en los ejemplos siguientes:

Soneto I X 27.

Dice: y ayudará a perderme/memoria, voluntad y entendi­

mientoDebe decir: y ayudan a perderme/memoria, voluntad y entendi­

miento

Soneto X X IV .

D ice: Nunca feliz, no con el Hado Arturo.Debe decir: Nunca feliz, no con helado Arturo.

Soneto L U I.

D ice: Sin descubrir más la loca fantasía.Debe decir: sin descubrir más loca fantasía.

Soneto C X X III.

D ice: Aquí donde de uno en otro llegoDebe decir: aquí donde de un mal en otro llego.

Soneto X LV .

Dice: por beneficios vientos separadas.Debe decir: por benéficos vientos separadas.

25 Bibl. Nacional, Ms. 4136, fol. 170.26 Bibl. Nacional, Ms. 4136, fol. 172, con el título Anímase un aman­

te con esfuerzo a seguir el empleo de su amor, por más daños que le proporcione.

11 En este estudio comparativo, la numeración de los sonetos corres­ponde a la única edición moderna de Villamediana, Antología poética de Don Juan de Tasis, Edít. Nacional, Madrid, 1944. La comprobación de las erratas corresponde a la edición de 1934, hecha por Diego Díaz de la Carrera.

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24 Pasión y muerte de Villamediana

Soneto X L IV .

D ice:Debe decir:

en cumplidos nudos con su objeto, en más cumplidos nudos con su objeto.

Soneto C X X III.

D ice: donde los sentimientos ya me dejan/ni que sentir, Se­ñora, m i sentido.

Debe decir: donde los sentimientos ya no dejan/ni qué sentir, Se­ñora, ni sentido.

Soneto L X X .

D ice :Debe decir:

Soneto X V I.

Dice:Debe decir:

Soneto C X X IV .

D ice :Debe decir:

Soneto L X X X .

Dice:Debe decir:

Soneto L X X II.

Dice:Debe decir:

Soneto L X X V II.

D ice:Debe decir:

N i mal que contra mí no se convierte, ni mal que contra mí no se concierte.

N i teme el esperar, ni temor ruego ni teme al esperar, ni al temor ruega.

a pesar vuestro y aun al sueño vivo, a pesar vuestro y aun al suyo vivo.

no tanto mal, mas pruebo ahora y siento no es tanto mal, mas pruebo ahora y siento

cruel silencio acuesto en mis sentidos, cruel silencio ha puesto en mis sentidos.

y con el un cuidado al otro alcanza, y como el un cuidado al otro alcanza.

Todos estos errores se encuentran tanto en La Selva de Cupido como en la descuidadísima edición de Villamediana que hizo el L i­cenciado Hipólito de los Valles; así pues, no cabe duda alguna de que el manuscrito de La Selva de Cupido y delicioso jardín de Venus no está copiado de un original autógrafo del Conde, como

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Lo leyenda 25

reza pomposamente su portadilla: está copiado de la edición im­presa, añadiendo por cuenta propia numerosos errores a los nume­rosísimos que tiene la edición. Por ejemplo:

Soneto V.

Dice: con una presunción suben al cieloDebía decir: con vana presunción...

Soneto X X V II.

D ice: la crueldad afloja, aunque conozco el lazo.Debía decir: la cuerda afloja...

Soneto X X V III.

D ic e : Madura climaDebía decir: mudará clima

Soneto X X IX .

D ic e : quejóse he visto yo de un verde liso.Debía decir: quejoso he visto yo de un verde aliso.

Soneto X X X IV .

D ice: en la fe porfiada de sus añosDebía decir: en la fe porfiada de sus daños

Soneto X L II.

D ice: sus armas son belleza rechazada.Debía decir: sus armas son belleza declarada.

Soneto L X .

D ice: justo será que desengañado creaDebía decir: justo será que desengaños crea.

Soneto CV III.

D ice: esperanza que infundes se que exhalas.Debía decir: esperanza que infundes, fe que exhalas.

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26 Pasión y muerte de Villamediana

Soneto X X X II.

D ice: vuelvo que ya animó flexible ceraDebía decir: vuelo que ya animó flexible cera

Soneto X X X I.

D ice: que una sombra falta que del mal me guarde. 'Debía decir: que aún sombra falta que del mal me guarde.

Hecho, pues, este sucinto análisis de un manuscrito que no merece estudio más detenido, llegamos a las siguientes conclusio­nes: 1.a, ql manuscrito La Selva de Cupido y delicioso jardín de Venus no tiene composiciones inéditas del Conde de Villamediana, ni que le puedan ser atribuidas; 2.a, no está copiado de ningún original autógrafo del Conde: está copiado de las obras impresas, pues repite sus errores y sus erratas; 3.% muestra algún conoci­miento de la lírica del poeta: por ejemplo, rectifica la inclusión que hace el Licenciado Hipólito de los Valles del soneto “ Sobre este sordo mármol a mis quejas” en los sonetos amorosos; 4.a, el autor de esta recreación era andaluz probablemente, ya que no tiene en cuenta la letra d en final de palabra: por ejemplo, la cruel­dad afloja aunque conozco el lazo; 5.*, todo este ingente trabajo de simulación fue hecho para demostrar el amor de Villamediana por la Reina Isabel, deformando y rehaciendo el texto en numero­sas ocasiones. El autor de la superchería no se para en barras y escribe lo que se le antoja sin el menor escrúpulo. Su interés para nosotros es el siguiente: este trabajo de taracea es una prueba — no por falaz menos importante— • de cuán viva se hallaba durante el siglo XVIII la leyenda de la pasión ele Villamediana por la Reina Isabel. Si entonces se hubiera publicado este manuscrito, habría tenido un éxito extraordinario y escandaloso. En resumen: La Selva de Cupido sólo tiene valor para probar la perdurabilidad de la leyenda de Villamediana.

* -k ★

En el romanticismo, ya entrado el siglo XIX, sigue aún vigen­te la leyenda. De entre los numerosos ejemplos que pudiéramos

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La leyenda 27

entresacar, escogeremos los bellos versos que Don Angel de Saave- dra, Duque de Rivas, le dedicó:

Está en la Plaza Mayor todo Madrid celebrando con un festejo los dias de su Rey Felipe IV.

Este ocupa con la Reina y los jefes de Palacio el regio balcón vestido de tapices y brocados...

En un tordillo fogoso, de africana yegua parto, que de alba espuma salpica el pretal, el pecho y brazos;

que desdeñoso la tierrahiere a compás con los cascos...

' a combatir con el torosale aquel señor gallardo.

Viste una capa y ropilla de terciopelo más blanco que la nieve; de oro y perlas trencillas y pasamanos;

las cuchilladas, atorros, vueltas y faja, de raso carmesí; calzas dé punto; borceguíes datilados;

valona y puños de encaje; y esparcen reflejos claros en su pecho los rubíes de la cruz de Santiago.

Un sombrero con cintillo de diamantes, sujetando

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28 Pasión y muerte de Villamediana

seis blancas gentiles plumas corona su noble garbo...

Puesto en medio de la plaza personaje tan bizarro, saluda al Rey y a la Reina con gentil desembarazo.

Aquél, serio, corresponde, ésta muestra sobresalto, mientras el concurso inmenso prorrumpe en risas y aplausos.

Era el gran Don Juan de Tasis, caballejo cortesano,Conde de Villamediana, de Madrid y España encanto,

por su esclarecido ingenio, por su generoso trato, por su gallarda presencia, por su discreción y fausto.

Gran favor se le supone, aunque secreto, en Palacio, pues susurran malas lenguas... pero mejor es dejarlo.

De todos y todas dicen, y es poner puertas al campo querer de los maliciosos sellar los ojos y labios 2S.

28 A continuación damos la lista de algunas obras literarias inspira­das en los amores de Villamediana que fueron citadas por Narciso Alonso Cortés: La Corte del Buen Retiro, 1837, de Patricio de la Escosura; Vida por honra, de Juan Eugenio Hartzenbusch; Son mis amores reales, de Joaquín Dicenta. El Conde de Villamediana interviene como personaje más o menos principal en algunas novelas de este siglo: Quevedo, de J. Orellana; El Conde Duque de Olivares, de Antonio de San Martin; E l libro de horas, de Diego San José. La poesía lo recoge también como protagonista en Baladas Españolas, de D. Vicente Barrantes; La Perla

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La leyenda 29

Era natural que la pintura, con el auge del cuadro histórico, acogiese este tema. En su bello libro La muerte y la pintura espa­ñola, comenta Manuel Sánchez Camargo de este modo el cuadro La muerte del Conde de Villamediana, de Manuel Castellano (1828­1880) :

Muchos títulos asisten a Manuel Castellano paca que el lienzo entre a formar parte de la serie histórica de la primera generación. N o s, lo hace creer parte del resto de la producción de este artista romántico e historicista... Castellano se empareja mejor con los pintores que dentro de Ja Historia tenían una señal castiza y es­pañola, como Casado y Mercadé, que con los excesivamente rígidos

' y acartonados. Incluso en la elección de sus asuntos se acerca más al episodio que a la recreación imaginativa del gran suceso nacio­nal. L o demuestra La defensa del Parque de Artillería, que presentó en la Exposición Nacional de 1862, y esta Muerte de Villamediana que acaso por la época elegida tiene otro carácter que le puede prestar el vestuario y la escenografía, más acordes con nuestra sen­sibilidad de hoy, que las resurrecciones romanas de los neoclásicos y románticos, apegados al gran aparato de hecatombes y figuras que repetidas veces parecen sólo fantasmas congelados 29.

★ * ★ *

Demos el último paso en la investigación de la perdurabilidad de esta leyenda. Nos encontramos en el siglo XX, casi a la puerta de nuestros días. En su agudo estudio sobre Don Juan, una de sus obras más atractivas e interesantes, escribe Don Gregorio Mara­ñón:

Villamediana... ha pasado a la historia unido al nombre de una mujer, la reina Isabel de Borbón, a la que amó, se dice, con romántica gallardía, desafiando al mismo Rey con la divisa Son mis amores reales... L a crónica añade que esta locura de amor le

del Buen Retiro, de Luis de Eguiiaz; y en la leyenda, Muerte de Villa- mediana, que publica Antonio Hurtado en su Madrid dramático.

29 Manuel Sánchez Camargo, La muerte y la pintura española, Edit. Nacional, Madrid, 1954, pág. 434.

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30 Pasión y muerte de Villamediana

costó la existencia. A los pocos dias de la brava hazaña, un asesino comprado por el Rey le asestó un ballestazo al doblar su carroza una esquina de la calle Mayor. Por la ancha brecha se le fue la vida y el secreto de sus amotes; pero de ella nació, regada en sangre, la leyenda que le ha unido para siempre a Doña Isabel.

Nadie lo ha puesto en duda nunca más. En un palacio viejo de un pueblo de la Mancha, a donde fui hace años para ver a un viejecito que se moría — un viejecito que parecía haber sido tes­tigo del paso de Don Quijote por aquellos campos— , vi colgada de la pared una reproducción del retrato de Doña Isabel que exis­te en el Museo del Prado de Madrid. Debajo del nombre de la Reina, una mano antigua habia escrito, con tinta que apenas se leía y a : La novia de Villamediana 30.

Con este recuerdo real, vivo y conmovedor, cerramos por ahora nuestra investigación sobre la perdurabilidad de esta leyenda. Du­rante tres siglos, la Reina Isabel de Borbón ha sido verdaderamente la “novia de Villamediana” o, si se quiere, la amada del poeta.

30 Gregorio Marañón, Don Juan, Col. Austral, Eepasa-Calpe, Madrid, págs. 117-118.

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II

L A CRÍTICA DOCUM ENTAL

La leyenda, que por su universalidad, su duración y su unani­midad parecía inatacable, fue sometida a revisión histórica. Se in­terpretaron los hechos a la lívida luz de la nueva documentación. La leyenda de la muerte de Villamediana, que había sido una de las más bellas lecciones españolas — la grandeza de ánimo que sobrepasa a la locura, como escribió La Fontaine— , no pudo re­sistir este asedio y fue desmoronándose. No importa. Todo sucede y sucede para bien, y en ésta como en tantas ocasiones el error puede ser una etapa para llegar al descubrimiento de la verdad. Resumiremos de manera sumaria este proceso de revisión comen­zando, naturalmente, por su arranque. En su obra tantas veces citada, Hartzenbusch demuestra de manera indudable y definitiva que Francelisa, la musa del Conde de Villamediana, no era la Reina Isabel de Borbón, sino una dama de Palacio, portuguesa [, llamada D.a Francisca de Tabora. Todo el montaje de la leyenda se vino abajo con tal descubrimiento. Para probarlo recuerda los siguientes versos:

Francelisa2 cuyos ojos mi culpa y disculpa son,

1 Según Hurtado de Mendoza, no era dama de la Reina, sino de la Infanta (op. cit., pág. 12).

2 Francelisa escribe Hartzenbusch, modificando el texto original, que

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32 Pasión y muerte de Villamediana

dulcísimo laberintodel que en ellos se perdió,si no olvida quien bien ama,¿cómo puedo olvidar yo desdenes que no escarmientan porque es premio su rigor?...Vos, pues, de mis males causa, que, con negros rayos sol, hacéis a las hebras de oro afrentosa emulación... permitid que a las cadenas que tan puro amor forjó no se les atreva el tiempo ni la desesperación 3.

“La Reina se llamaba Isabel, Elísabeth en francés, que (hoy a lo menos) por diminutivo suele decirse Elisa; la Reina era francesa y tenía el cabello negro o castaño oscuro, que para un poeta es casi lo mismo; el romance se dirige a un sol con negros rayos, que en prosa llana quiere decir hermosura con pelo negro, y a esta hermosura se le da el nombre de Francelisa, que tanto se parece a Francesa Elisa (esto e s : Isabel Francesa), y del cual se pueden sacar fácilmente lis francesa aludiendo a las lises de su linaje, o bien, la francesa. Indicios tan graves han llevado a varios escritores a dar la cuestión por averiguada” 4.

Sin embargo, en un poema culterano y algo enrevesado impre­so en las obras del Conde5, que se encuentra en diferentes manus­critos de la Biblioteca Nacional de Madrid con este epígrafe: Ter­cetos que causaron la muerte del Conde de Villamediana, y que comienza:

Quién le concederá a mi fantasía,

dice Francelinda. No es la única vez que hace en los textos de Villame­diana modificaciones interesadas y arbitrarias.

3 Obras poéticas de Don Juan..., ed. 1634, pág. 343.4 Hartzenbusch, op. cit., pág. 73.5 No se publica en la primera edición, Zaragoza, 1629; sí en la edi­

ción de Madrid, 1634.

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I_a crítica documental 33

se dan algunos datos que le sirvieron a Hartzenbusch para identi­ficar a Francelisa. La composición canta los amores de dos parejas de enamorados, los amores de Francelisa y los amores de Amarilis. Francelisa y Amarilis son primas6; Francelisa y Amarilis son por­tuguesas: el Tajo fue su cuna7. Estos datos no corresponden en modo alguno a la Reina Isabel que, además de ser francesa, no tiene prima alguna en la corte; corresponden, en cambio, a Doña María de Cotiño, que es la Amarilis del poema; Doña Francisca de Tabora es su prima. Doña Francisca de Tabora, morena y agraciada, fue amada por el Rey Felipe IV, por lo cual la conocida divisa del Conde Son mis amores reales no se dijo propiamente por la esposa ¿el Rey, sino por la amante8. Así pues, concluye Hartzenbusch, “esta es la Francelisa del romance y de los tercetos, y no la Reina; Francelisa era el nombre poético de Francisca, no de Isabel” 9.

El segundo descubrimiento de Hartzenbusch, llamado con el tiempo a tener una importancia excepcional, fue el siguiente. Entre las obras manuscritas del Conde, se encuentran unas décimas contra él que principian así:

Mas si a Dios no respetáis no sé qué fin pretendéis, porque en la vida que hacéis

■ en peligro cieito andáis.

6 Hartzenbusch dice, equivocadamente, que son hermanas.7 “Doña Francisca de Tabora era hija de Martín Alonso de Castro,

Comendador de Souzel y de la Alcafoba de Santarén, en la Orden de Avís, General de las galeras de Portugal, del Consejo de Felipe III y trigésimo quinto Virrey de la India, a donde pasó en 1604. Su madre era Doña Margarita de Tabora, dama de la Reina Doña Margarita de Austria, y más tarde, ya viuda, de la Reina Doña Isabel de Borbón. Doña Francisca era soltera” . Alonso Cortés, op. cit., pág. 23.

8 “ Doña Francisca de Tabora era la amante del Rey. Aquí está el secreto de la leyenda, porque Villamediana era, en efecto, rival del Rey, pero no a causa de la intachable soberana, sino de la desenvuelta Doña Francisca, joven portuguesa, y como muchas portuguesas, bellísima. Las aspiraciones del Conde eran, efectivamente, muy altas, sus amores eran “ reales” , pero de la mano izquierda de la realeza” . Marañón, op. cit., pág. 108. Los antecedentes de esta versión se encuentran en F. Bertaut.

9 Hartzenbusch, op. cit., pág. 77.

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34 Pasión y muerte de Villamediana

“Cierto era el peligro: parece que, aproximándosele sigilosa, ya amenazaba a Tasis la mano de la Justicia. Un anónimo que se conserva le aconsejaba que mirase por sí, pues tenía ya cerca las parrillas para la hoguera, y sonaban ya para él las campanillas de los ajusticiados” 10. Cierto que se le dio muerte alevosa cuando había tribunales para juzgar al delincuente, pero “nótese, sin em­bargo, que una sentencia infamatoria era pena más grave mil veces que un asesinato político; y dijo Quevedo que Villamediana se buscó su castigo con todo su cuerpo 11; y amenazó el anónimo aJ Conde con muerte de hoguera; y a 5 de diciembre del mismo año 1622 fueron quemados en Madrid el ayuda de cámara y otro criado de Villamediana con otros tres jóvenes, y no fue causa de Inquisición la que produjo aquel espantoso suplicio. He aquí la gacetilla de esta noticia: “ A cinco (de Diciembre) quemaron por sodomía a cinco mozos. El primero fue Mendocilla, un bufón. El segundo, un mozo de cámara del Conde de Villamediana. El ter­cero, un esdávillo mulato. El cuarto, otro criado de Villamediana. El último fue Don Gaspar de Terrazas, paje del Duque de Alba. Fue una justicia que hizo mucho ruido en Madrid” l2. “ Come­tieron esta causa a don Femando Fariñas, del Consejo de S_. M .; pasó ante Juan de Piña, escribano de Provincia”. (Bib. Nac., H. 97, folio 112).

Resumamos los puntos principales de la investigación de Hart­zenbusch. Francelisa no es la Reina Isabel, sino Doña Francisca de Tabora13. Por consiguiente, Villamediana no muere a conse­

10 Hartzenbusch, i b i d pág. 90.11 Bibl. Nacional, M s. 132, fol. 253 v. Véase también la respuesta

del Príncipe de Esquilache a un papel de Villamediana:

Luego que el papel leí, con él me quise limpiar: mas púsome en que dudarque era del Conde, y temí (Nota de Hartzenbusch).

12 Hartzenbusch, ibid., pág. 91. Bibl. Nacional, Noticias de Madrid, Suplemento a la letra M , sin número.

,3 Su opinión sobre el amor hacia la Reina no es terminante, sin embargo. Téngase en cuenta. “ Cuatro declarados galanteos de ViUamedia-

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La crítica documental 35

cuencia de haber sacado en público su famosa divisa: Son mis amores reales. Hay que buscar otras causas. Muere por sus escritos satíricos y por haber pecado con todo su cuerpo, como Quevedo insinuó.

Narciso Alonso Cortés continuó esta pesquisa en el Archivo de Simancas. Buscaría, naturalmente, el proceso encomendado a Don Fernando Ramírez Fariñas de que nos habla en su estudio Hart­zenbusch. No lo encontró. Probablemente ha desaparecido. Tuvo la suerte, eii cambio, de encontrar los documentos que damos a continuación:

Señor

Silvestre Nata Adorno, correo de a caballo de V. Md. dize que aviendo ydo a la ciudad de Nápoles con el Duque de Alba, vino a su noticia que Don Fernando Fariñas, del vuestro Consejo, havía procedido contra él en su ausencia y rebeldía. Suplicó a V. Md. mandase a Juan de Piña, escribano de Provincia ante quien passó el pleito, le diesse traslado de su culpa y sentencia, respon­dió que el pleito original lo había llevado el dicho juez a la ciudad de Sevilla, donde había ydo a ser asistente de ella y visto por V. M d. dio decreto pare (sic) que el dicho Don Fernando Ramírez Fariña ynviase un tanto de la dicha culpa y sentencia, y aviendo recibido el dicho decreto más a de treinta días, y dicho que lo en­viaría, no lo ha hecho. Pido y-suplico a V. Md. provea de reme­dio con lo susodicho para que el dicho decreto se cumpla, y que en el entretanto que envía la dicha culpa y sentencia, mande que el dicho Silvestre Adorno no sea preso ni molestado, que desde luego ofrece todas las ñangas y seguridad que V. Md. mandare, en que recibirá bien y merced.

jia constan en sus obras manuscritas e impresas, además de algún otro indeciso que debió durar poco: el de Laura, que fue la pasión duradera de Tasisj el de una Justa Sánchez, parienta y dama de D. Diego Tobar, y, por último, el de Doña Francisca de Tabora. No se ha dicho palabra de ninguno de ellos, y la atención general se ha ñjado en el que se le supone con Madama Isabel: ¿carecerá esta voz absolutamente de funda­mento? Alguno tendrá, pero tal opinión se me ñgura de la naturaleza de los cometas: el núcleo pequeño y la cola grande, muchísima exten­sión, poquísimo peso” . Op. cit., págs. 85-86.

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3« Pasión y muerte de Villamediana

A este memorial acompaña la siguiente carta del Licenciado Don Fernando Ramírez Fariñas:

En la carpeta: Dice que por decreto de este consejo se le ha ordenado que envíe la culpa de Silvestre Adorno, y que los indi­cios que contra él ay nacen de lo que está probado contra el Conde de Villamediana, y Su Md. le mandó que por ser, ya el Conde muerto y no infamarle, guardasse secreto de lo que hubiesse con­tra él en el proceso, y si da la culpa de éste, es fuerza que benga en ella mucha de la del Conde, que advierte dello para que el Con­sejo dé la orden que tenga 14 servido, y si se mandase todavía que [vaya]15 no abrá de salir de m i poder si no es el tiempo que lo viere el Relator en mucho secreto para hacer Relación.

Decreto — en 20 de Septiembre 1623— que lo envíe en mi poder, escribióse C.1 en 26 de Sepbre. _

Aunque escribo otra vez a V. m., me parece que lo que aquí diré era bien fuese en carta aparte por ser de tanto secreto.

En el negocio que ay tube de aquellos hombres que se quemaron por el pecado, y otros que habían huido después de muerto el Conde de Villamediana, se me manda por un decreto de la Cámara que envíe la culpa de un Silvestre Adorno, y los indicios que contra él hay de el pecado, nace[n] de lo que contra el Conde está proba­do, y S. M d. me mandó que por ser ya el Conde muerto, guardase secreto de lo que contra él hubiese en el proceso por no infamar al muerto, y ahora, si doy la culpa de Silvestre Adorno, es fuerza ir allí mucha parte de lo que ay contra el Conde, y así V. M . lo advierta porque esos señores vean lo que mandan, y si todavía mandan se envíe, no salga lo que entrare de poder de V. M . sino cuando el relator con secreto lo vea y haga él relación, y no se muestre a nadie, y si V. M . no me responde lo enviaré a manos de V. M . y V. M. advierta de no lo enviar al relator sin precaver este inconveniente.

Señor, quando aquí ube de venir entre otras cosas que se me representaron por su Ex. de el señor Conde de Olivares, fue que

14 Tiene, dice el texto de Alonso Cortés. Está bien. Corrijo para modernizarlo.

15 El texto de Alonso Cortés: venga.

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La crítica documental 37

en remuneración de lo que en Valladolid fuera de m i casa y a mi costa y con tanto trabajo hice en los negocios y hacienda y causa de Don Rodrigo Calderón y otros, demás de la visita, se me haría merced, como a esos señores que lo trabajaron desde sus casas, en buena compañía, de renta de por vida para Don Juan mi hijo,o en encomienda, o en pensiones con caballerato hasta 1.500 du­cados que yo propuse, y para con V. M . veré con más seguridad de esto que de todo lo demás, porque sólo quedó esto al cuidado y merced que su Ex.* me ha dicho y hace, que estimo como es justo, y veo que eso se va dilatando que yo muero aquí de ham­bre porque los salarios del Consejo y Asistente no me pueden sus­tentar con las obligaciones del oficio y veo que si me muero que­dan mis hijos en un hospital, y ya con millares de ducados de empeño, gastados en servir al Rey en Valladolid y aquí. Hase hecho íecuerdo a su Ex.1 y entiendo dijo a mi hijo hablase a V. M . y yo me he holgado de que haya de pasar por su mano pues no hay otras, para mis cosas, como ellas. Suplico a V, M . por servicio de Dios tome a su cargo el vencer algo de mi desgra 16 y socorrer padres y hijos en tanta necesidad, pues sólo V. M. mejor que nadie sabe mis servicios y aun los de padres y abuelos, y m i volun­tad sobre V. M . merece la que me hiciere, y guarde Nuestro Señor a V. M. como deseo — de Sevilla y de Septiembre 12 de 1623— el licenciado Don Fernando Ramírez fariña.

Decreto — en 2o de Septiembre 1623— que lo envíe a m i poder.

Carta del mismo Fariñas al Secretario Pedro de Contreras11.

14 Así el texto publicado. Debe decir desgracia.17 Don Pedro de Contreras había sido Secretario de Justicia; ahora

era, además, Secretario de Cámara. He aquí la noticia de su nombramien­to que recojo del ms. 12856-95: “Este día mandó Su Majestad quitar al Secretario Tomás de Angulo los oficios que tenía, que son el de Secre­tario de Cámara y el de los Bosques, con los cuales se había enriquecido en gran manera y labrado casa de 50.000 ducados. El de Secretario de Cámara se dio al Secretario Pedro de Contreras, que lo era de Justicia, con retención de su oficio, y el de los Bosques se dio al Secretario Pedro de Huerta, que lo era de la Serenísima Infanta Margarita, tía de S. M .’\

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3» Pasión y muerte de Villamediana

Receví la de V. M . de 10 deste con mucho gusto de saber de su salud, y con ella la cédula de diligencias para la veinticuatria de Don Lope de Ribera. Envío a V. M . la culpa de Silvestre Adorno en el negocio del pecado, y acuerdo a V. M . la importan­cia de] secreto de este negocio. No se ofrece otra cosa de que avi­sar a V. M . a quien guarde Dios como deseo. Sevilla — Octubre17 de 1623— El Licenciado femando Remirez fariña. Señor de Contreras.

Otro memorial de Silvestre Adorno.

Señor

Silbestre Nata dorno, uno de los cuatro correos que sirven a V . M d. Dize que para que conste que no hizo fuga en la causaa que contra él se hizo por el licenciado femando Ramírez, presenta esta información y certificaciones por donde parece que meses antes que el Conde de Villamediana muriese, estaba recibido en servicio del duque de Alba para ir con él a Nápoles por su correo, y que fue con él desde que partió desta corte, y en el dicho Reyno se sirvió en el dicho ministerio J8.

Resumamos los datos que nos brinda esta documentación. Son los siguientes: i.°, el Consejo de Castilla, en 1622, siguió proceso a varios por sodomía; 2", entre los inculpados estaba el Conde de Villamediana; 3.0, este proceso se inició con la muerte o después de la muerte del Conde; 4.0, en el proceso se reconoció su culpa­bilidad, pues se encontraron pruebas de cargo contra él; 5.0, el

, Rey ordenó a Fariñas que se silenciasen sus culpas para no infa­mar la memoria del muerto.

Las conclusiones19 a que llega Alonso Cortés a la vista de estos documentos son más terminantes y extremadas que las de Hart- zenbusch. Nosotros las ordenamos y resumimos. Francelisa es Doña

Es curiosa y digna de notar esta acumulación de cargos cuando su equipo político había caído.

18 Archivo de Simancas, Memoriales de la. Cámara, leg. 1122.19 Las conclusiones, naturalmente, sobre la muerte de Villamediana.

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La crítica documental 39

Francisca de Tabora. Carece de fundamento histórico el amor de Villamediana por la Reina Isabel. La causa de su muerte es la so­domía, pues “ en esta órbita vil se armó el brazo homicida" 20. La leyenda de la muerte de Villamediana, la leyenda del amante pla­tónico que es capaz de arrostrar la muerte para eternizar su amor, no ha podido resistir el asedio de la investigación histórica y se derrumba. Como es lógico, ante la documentación, chitón. La crí­tica más exigente aceptó como definitivas las conclusiones de Alon­so Cortés.

Don Gregorio Marañón, nuestro mejor historiador contemporá­neo de este período, escribe así:

Pero aun queda por decir Lo más imprevista. Dentro de la mitología del amor, es sensacional este descubrimiento que ahora voy a relatar, realizado no hace mucho en los archivos secretos de Simancas por el excelente historiador español Alonso Cortés. Villa- mediana, el poeta galante y generoso, el presunto amante de la Reina más graciosa de España, el que tuvo pendientes de sus cala­veradas y de su fausto a todas las mujeres de su tiempo, el autor de algunos de los más bellos sonetos que las musas españolas han dedicado a la mujer, el que muchos años después de morir hacía suspirar todavía a Jas damas enamoradas, este gran héroe román­tico estaba lejos, muy lejos, de ser un modelo de varón. Los docu­mentos hallados no dejan lugar a duda de que Villamediana esta­ba complicado en un proceso de lo que entonces se llamaba el pecado nefando. E l delicado asunto se descubrió en el año 1622. Gran número de personas conocidas de Madrid fueron inculpadas de homosexualidad. Desde criados y bufones de las casas aristo­cráticas hasta los mismos señores de éstas. Uno de ellos era Don Juan de Tassis 21.

El Duque de Maura y Don Agustín González de Amezúa — el dominio de ambos autores en este campo del conocimiento histórico no necesita encarecimiento— nos dicen al hablar de Villamediana:

20 Narciso Alonso Cortés, op. cil., pág. 84.21 Gregorio Marañón, op. cit., pág. 110.

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4o Pasión y muerte de Villamediana

Prescindimos en absoluto del personaje idealizado por los lite­ratos, desde Escosura y el Duque de Rivas hasta Dicenta hijo y Diego de San José, ateniéndonos exclusivamente a las aportaciones históricas de Hartzenbusch, Emilio Cotarelo y Narciso Alonso Cor­tés. M uy difícil será en lo sucesivo allegar nuevos datos que hayan escapado a la búsqueda minuciosa de eruditos tan concienzudos y críticos tan expertos 22.

Las palabras del Duque de Maura y de Agustín González de Amezúa tienen carácter de responso. No hay que darle más hilo a la cometa. Sobre la muerte de Villamediana se ha dicho todo cuanto había que decir. No volvamos a las andadas. Abandonemos la le­yenda a los literatos; la exactitud corresponde a los historiadores, y éstos ya han dicho su palabra.

Ahora bien, las conclusiones a que ha llegado la revisión his­tórica, ¿son exactas? Seamos humildes en nuestros juicios. Desde hace mucho tiempo vengo diciendo que la crítica literaria no puede tener pretensiones de exactitud. No hay critica científica. No puede haber adecuación exacta entre el valor de una obra artística y el comentario crítico; no hay un sistema de valores estéticos perma­nente e inalterable. La crítica de arte trata de sugerir en los lec­tores el valor de una obra y nada más. Se dirá que en el caso que nos ocupa la crítica no tiene carácter literario, sino histórico, ni atañe al mundo del valor, sino al de los hechos. Esto es exacto, pero no importa: cabe añadir que los hechos históricos por sí

22 Duque de Maura y Agustín G . de Amezúa, op. cit., pág. 88. Para dar una de cal y otra de arena, citaremos junto a estas bien medidas opi­niones alguna desmedida. Dice Astrana Marín, como es uso y costumbre en él: “ El repugnante Conde de Villamediana ensañábase en escribir sátiras y más sátiras...” (pág. 309). “ El 21 de agosto será asesinado el Conde de Villamediana, cuya muerte pudo relatar Quevedo en alguna obra (Gran­des anales de quince días) con todo lujo de detalles. N o es cierto escribie­ra a su desastrado fin poesía alguna. Pertenecen a otros autores el soneto y la décima que se le atribuyen. Quevedo no podía tener palabras de pie­dad para con aquel insóleme, sino la justicia seca que pedían sus abomi­naciones” . Astrana Marín, La vida turbulenta de Quevedo, pág. 231, Ed. Gran Capitán, Madrid, 1945.

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La critica documental 4 i

mismos carecen de sentido. Pirandello decía con notable agudeza que los hechos son como sacos vacíos, que mientras no se llenan, no se tienen en pie. De modo que es la interpretación quien sos­tiene a los hechos, y no viceversa. Es curioso: son los hechos his­tóricos quienes desorientaron a la crítica en la revisión de la muerte de Villamediana. Ahora bien: nadie pudo pensar, nadie se atrevió a pensar que estos hechos históricos podían tener un sentido, un extraño sentido: el de desorientar a la opinión.

En la investigación de Hartzenbusch, el descubrimiento de que Francelisa es doña Francisca de Tabora le hizo pensar que doña Francisca de Tabora era la amada del Conde. Éste es su error. Como veremos más adelante, no hay conexión alguna entre ambos hechos. En la investigación de Alonso Cortés, el descubrimiento de las cédulas de Fariñas le hace decidir que el pecado nefando es la causa de la muerte de Villamediana. Este es su error. Para que no lo fuese, habría que demostrar la relación causal entre am­bos hechos — la sodomía y la muerte del Conde— , y la verdad es que el señor Alonso Cortés pasa en volandas sobre este punto. Re­cordemos exactamente sus palabras:

El Consejo de Castilla había seguido un proceso contra vatios, y entre ellos el Conde de Villamediana, por el pecado nefando; resultaban contra el Conde pruebas de delito y por ello mandó el Rey a Fernando Ramírez Fariñas, del citado Consejo, que por ser ya el Conde muerto, se guardase secreto de lo que contra él hu­biese en el proceso, por no infamar al muerto; al ocurrir la muer­te del Conde, huyeron algunos de los complicados en el proceso mientras que otros fueron quemados23... ¿Hacen falta más indi­cios para suponer que ésta y no otra fue la causa del asesinato? No cabe dudarlo, aunque sea muy sensible. La vida tumultuosa del Conde le había arrastrado a semejante degradación, y en tal vil órbita se armó el brazo homicida M.

23 Habían huido con anterioridad a las fechas del proceso de Villa- mediana, fechas que tampoco concuerdan con las del proceso seguido contra los mozos que fueron quemados en la plaza pública.

24 V. Narciso Alonso Cortés, op. cit., pág. 84.

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42 Pasión y muerte de Villamediana

No dice más sobre la cuestión, siendo tan importante y delica­da. En rigor, fuerza es decir que su procedimiento es más expedi­tivo que puntual. El proceso, al menos en sus fechas_conoddas, es bastante posterior al asesinato, por lo cual en modo alguno puede considerarse la muerte de Villamediana como una consecuencia del proceso.

Más bien parece lo contrario. En las líneas transcritas, el señor Alonso Cortés se limita a preguntarse si hacen falta más indicios para suponer que la sodomía fue la causa de la muerte del Conde, para luego, a renglón seguido, responder que no cabe dudarlo. Su método demostrativo consiste en convertir una pregunta en afir­mación y una suposición en certidumbre por una especie de des­lizamiento retórico, sin molestarse en argüir ni en dar la menor prueba que apoye o fundamente este deslizamiento. No podemos estar de acuerdo en este punto con tan ilustre historiador. Tén­gase en cuenta que lo que se trataba de demostrar no era que el Conde fuese o no fuese sodomita, sino que la sodomía fuese la causa de su muerte, que no es lo mismo, ni mucho menos. Y esto, que es verdaderamente el nudo de la cuestión, lo da por supuesto el Sr. Alonso Cortés, muy a pesar de que los documentos encon­trados en el Archivo de Simancas ni lo demuestran, ni lo plantean, ni aluden a ello. No juzguemos nosotros con ligereza su actitud. La verdad es que la luz de los descubrimientos suele cegamos, y el suyo era importante.

Juzgo, pues, necesario replantear la cuestión desde su origen, resumiendo las aportaciones anteriores y añadiendo las nuestras. Nos adaptaremos al siguiente esquema: en primer lugar estudiare­mos los problemas relacionados con Francelisa; en segundo lugar estudiaremos los problemas relacionados con la muerte del Conde.

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III

FRANCELISA: UN ENIGMA ACLARADO

Ante todo conviene advertir que las poesías del Conde de Villa- mediana dedicadas con certidumbre a Francelisa comienzan por no existir: ni más ni menos. Son dos composiciones de las cuales sólo una se puede atribuir al Conde con seguridad, pudiendo conside­rarse la otra de atribución dudosa, pues en unos manuscritos se atribuye a Góngora y en otros a Villamediana. En fin, existe una tercera composición escrita por el Conde y dedicada no a France­lisa, sino a Francelinda. Aunque se demostrase alguna vez que todas ellas fueron escritas por Don Juan y que Francelisa y Fran­celinda son un mismo seudónimo, la cuestión planteada por nos­otros no variaría sensiblemente. Para que cuaje la nieve no basta con que caigan tres copos. Así pues, contrarrestando la opinión generalizada, no se puede decir, en absoluto, que Francelisa haya sido la musa del poeta (entiéndase bien: la musa atestiguada por los escritos del poeta). Esto, en cualquier caso, sería una evidente exageración.

Otro instrumento es guien tira de los sentidos mejores *.

¿En qué consiste, pues, la importancia de Francelisa? ¿Por qué se ha hablado tanto de ella? No hay más que una respuesta

1 Don Luis de Góngora, Obras poéticas, ed. cit., pég. 359.

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a estas preguntas. La importancia de Francelisa estriba en su se­creta relación con la muerte del Conde. Los viajeros franceses alu­dieron a ella. Hay, también, muchos manuscritos, y digo muchos por no decir innumerables, en que aparecen algunas composicio­nes de Villamediana con títulos en donde se establece esta relación. Pondremos algunos ejemplos: “Tercetos que causaron la muerte del Conde”, “Redondillas que se encontraron en su faltriquera el día de su muerte” , (Romance) “ De un enamorado de la Reina Isabel de Borbón” , “Letra que iba cantando el Conde con Don Luis de Haro, la noche que lo mataron” . Estas composiciones siempre son las mismas: “ Quién le concederá a mi fantasía”, “ Para qué es amor tirano” , “ Pesares, ya que no puedo” y “ Arded, corazón, arded” . Las dos primeras son las que suelen ir más veces acompañadas de títulos significativos. Pues bien, estas dos composiciones son pre­cisamente las dedicadas a Francelisa.

Puesto que el número de ellas es tan exiguo, vamos a trans­cribirlas para que los lectores puedan opinar por cuenta propia.

i

¿Quién le concederá a mi fantasía un espíritu nuevo, un nuevo aliento que iguale, si es posible, a mi osadía

y una pluma que corte tanto el viento, que penetre los orbes, y de vista se pierda al más subido entendimiento,

• para que siendo vuestro coronista a las iras del tiempo y del olvido con fama dichosísima resista?

Cisne entonces de números vestido en vez de pluma templo a la memoria vuestra daré de acentos construido.

Sea, pues, claro origen de m i historia el reciproco amor de dos estrellas, cuyos rayos son luces de su gloria.

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Un enigma aclarado 45

Fénices dos del Tajo, ninfas bellas, en quien recopiló de mil edades cuantas gracias el cielo puso en ellas.

No sin aras, ni culto, ya deidades, que holocaustos amor les rinde puros2 en victimas de ocultas vanidades.

Las suyas dos en blandamente durascasos, el ciego dios a todos tienede la envidia y del tiempo aun no seguros,

pues cuanto desde el Calpe hasta Pirene alumbra el sol y con sus rayos baña, la admiración de tanta luz contiene.

Auroras son que el tiempo desengaña, que puras hijas de más blanca Leda en las aguas de Tajo nos dio España;

Francelisa, amor vuestro, sin que pueda tan sublime parar merecimiento de la diosa fatal la débil rueda;

y vos, clara Amarilis, alimento de tierno amor que dulcemente crece, haciendo de dos almas un aliento;

si el ciego dios sus armas os ofrece, misteriosa deidad oculta sea la que lágrimas tiernas os merece;

quien llorar sabe y con llorar granjea presa la voluntad de Francelisa, con lo mismo que mata lisonjea;

2 Villamediana parafrasea los conocidos versos de Góngora de la F á­bula de Poli fem ó:

deidad, aunque sin templo, es Galatea, sin aras no, que el margen donde para...

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4 6 Pasión y muerte de Villamediana

muerte que no escarmienta cuando avisa,antes es el despojo de una vidaaún no aceptada ofrenda, mas precisa.

Ya era pompa del Tajo esclarecida, a quien ya sus cristales dieron cuna en mar, y en tierra planta florecida,

con la que pondrá ley a la fortuna, prima vuestra en el mundo la primera, si lumbrera fatal, no Fénix una,

pues Amarilis en sublime esfera gémina ya deidad vibra fragante campos de luz en gloria verdadera.

Materia, en fin, de admiración constante, felicidades mil la edad os cuente,ser pueda sólo un sol de un Sol amanteque un Sol a un sol de rayos alimente 3.

El lector convendrá con nosotros en que ésta no es una com­posición apasionada y escrita con sangre. Al leerla no habrá sentido nadie un desgarrón afectivo — utilizando esta afortunada expresión de mi maestro Dámaso Alonso— , sino un ligero fastidio, con suspuntas y ribetes de aburrimiento. Este poema, del cual circularoninnumerables copias durante el siglo XVII, algunas de las cuales llevaban el epígrafe Tercetos que causaron la muerte del Conde, es un poema escrito en frió, escrito con hielo retórico y cortesana adulación. Muchas veces nos hemos acercado a él intentando des­cubrir su valor, y siempre hemos salido decepcionados. En rigor, da una cierta impresión de juego y chischisbeo, de oropel y friura verbal. No es propiamente un poema de amor; es un poema galan­te, escrito adrede con afectación culterana para hacerlo enigmático y misterioso. Recordemos sus primeros versos: son de arrancada enfática, como si el poeta se dispusiera a escribir La Divina Co­media:

5 Obras de Don Juan..., ed. cit., pág. 163.

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Un enigma aclarado 47

¿Quién le concederá a mi fantasía un espíritu nuevo, un nuevo aliento que iguale, si es posible, a mi osadía,

y una pluma que corte tanto el viento que penetre los orbes, y de vista se pierda al más subido entendimiento,

para que siendo vuestro colonista a las iras del tiempo y del olvido con fama dichosísima resista?

Pide el poeta que la pluma se le convierta en ala — pluma de escribir, pluma de ave, pluma de ala— para que le permita volar con tanta rapidez (cortando tanto el viento) que penetre los orbes (es decir las esferas), y se pierda de vista aun a los ojos del más agudo entendedor. Con todo esto quiere significarnos el poeta quelo que tiene que decir es tan alto y tan grave que nadie debe cole­girlo. Sigamos adelante con el misterio y con los tercetos.

Cisne entonces de número^ vestido, en vez de pluma templo a la memoria vuestra daré de acentos construido.

Si hemos pensado, con arreglo al carácter levantado y enfático de la introducción, que el tema o argumento del poema tendría una cierta correspondencia con el tono, bien pronto reconocemos nuestro engaño. La trompa épica se convierte en flauta pastoril, pues el poeta nos dice de inmediato que va a contarnos la historia amo­rosa de dos ninfas que, como es natural, son bellísimas, porque el cielo ha reunido en ellas todos los encantos que hasta entonces, en miles de años, adornaron a la mujer. La verdad es que al lector el tema le parece tópico, y el encarecimiento de las ninfas, música celestial:

Fenices dos del Tajo, ninfas bellas, en quien recopiló de mil edades cuantas gracias el cielo puso en ellas.

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48 Pasión y muerte de Villamediana

Pero lo más curioso viene ahora; lo más curioso y lo más pue­ril. No nos imaginemos que a estas ninfas no se les rinde admira­ción; la verdad es que tienen víctimas, esto es, que tienen admira­dores, pero ocultos. Así, pues, estos amores no son amores, sino amoríos. Por ello habla el poeta de una manera sibilina. Hay que nadar y guardar la ropa. Hay que cantar el amor, pero dejándolo secreto:

No sin aras, ni culto, ya deidades, que holocaustos amor les rinde puros en víctimas de ocultas vanidades.

Las suyas dos en blandamente duroscasos, el ciego dios a todos tienede la envidia y el tiempo aún no seguros,

pues cuanto desde el Calpe hasta Pirene alumbra el sol y con sus rayos baña, la admiración de tanta luz contiene.

Eso quiere decir, si es que lo dice, que todo el mundo las en­vidia, pues el sol que alumbra a España desde Calpe hasta los Pirineos lo que hace con toda su luz, no sólo es alumbrarlas, sino admirarlas, rendirles pleitesía... Y este sol de España, que al mis­mo tiempo las alumbra y las admira — en los versos más bellos del poema— , es, naturalmente, el rey Felipe IV í. Ya oiremos las res­tantes alusiones que el poeta le hace, no todas tan misteriosas y equívocas como ésta.

Auroras son que el tiempo desengaña5, que puras hijas de más blanca Leda en las aguas del Tajo nos dio España;

4 El sentido de estas estrofas también pudiera ser que todo el mundo las envidia por ser amadas por el rey, y por la admiración que sienten por su Rey todos los españoles, esto es, cuantos habitan desde el Calpe hasta el Pirene.

5 El poeta Gerardo Diego nos dice que prefiere la lectura Auroras son que el tiempo desengaña. Su testimonio refrenda mi opinión. El ma­nuscrito dice: auroras con que el tiempo desengaña.

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Un enigma aclarado 49

Francelisa, amor vuestro, sin que pueda tan sublime parar merecimiento de la diosa fatal la débil rueda;

y vos, clara Amarilis, alimento de tierno amor que dulcemente crece, haciendo de dos almas un aliento.

Hemos llegado al núcleo del poema y al meollo de la cuestión. Las Ninfas son Auroras6, es decir, son la parte del cielo iluminada por la primera luz del sol, y Auroras con las que el tiempo nos desengaña de su tránsito, pues el sol mantendrá fija su luz en ellas. Estas Ninfas son hijas de la Diosa Venus y nacieron en Portugal, en las aguas del Tajo 7. Se llaman Francelisa y Amarilis y ambas tienen amadores secretos. Francelisa— amor vuestro, dice el poe­ta— 4 es la amada de la oculta persona a quien dirige el Conde esta composición. Esta persona es tan elevada que su amor cons­tituye un merecimiento para Francelisa. Justo es decir que estas palabras — en el siglo XVII— serían poco menos que un insulto paía dama de tan alta prosapia9 si esta persona no fuera el Rey. El poeta declara aún más este sentido al decirnos que este persona­je es tan poderoso que la Fortuna no puede nada contra él, es decir, que la Fortuna es débil contra él. Alusión al Monarca de quien se esperaba — estamos en los comienzos de su reinado y habla la adulación— que doblegara a la Fortuna. En fin, Amarilis tiene también un amor desconocido, tierno y dulce, amor al que

6 Auroras — con mayúscula— las llama también Góngora a Doña Francisca y a Doña María en “Las tres Auroras que el Tajo” ... No es casual la coincidencia.

7 Portuguesa. L o afirma Góngora, como después veremos, en el ro­mance “L is tres Auroras que el Tajo” .

8 Por ser estas palabras amor vuestro la clave del poema, he revisado todos los manuscritos que conozco donde se incluye esta composición. No hay variantes. Todos ellos — y son bastantes— dicen inequívocamente amor vuestro.

9 Su padre fue Virrey de la India.

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50 Pasión y muerte de Villamediana

dedica Villamediana la única estrofa del poema que tiene cierto acento de intimidad:

si el ciego dios sus armas os ofrece, misteriosa deidad oculta sea la que lágrimas tiernas os merece;

quien llorar sabe y con llorar granjea presa la voluntad de Francelisa, con lo mismo que mata lisonjea;

muerte que no escarmienta cuando avisa,antes es el despojo de una vidaaún no aceptada ofrenda, mas precisa.

Estos versos son los únicos claros del poema, y su interpreta­ción no admite dudas. Puesto que Cupido le ha ofrecido armas tan poderosas a Francelisa, el poeta le recomienda que se rinda de una vez y llore tiernas lágrimas por la misteriosa deidad que sé ha enamorado de ella. Aduce entonces un argumento de conveniencia para reforzar su consejo. No perderá nada con enamorarse, pues quien llora por Francelisa y con sus lágrimas gana su corazón es persona tal, que con lo mismo que mata lisonjea; es decir, es per­sona cuyo amor puede favorecerla mucho. No hay que llamarse a engaño. Un hombre a quien el Conde de Villamediana llama res­petuosamente misteriosa deidad sólo puede ser Felipe IV. Las pa­labras Deidad, Sol, Apolo, Júpiter, son denominaciones poéticas que en la época solían aplicarse al R ey10. Pasemos la hoja: las

10 Aunque el hecho es sobradamente conocido, pondremos algunos ejemplos:

A LA REINA ISABEL

Son de Isabel los dos soles de un Sol, que sólo Isabel puede hacer otro que dél haya soles españoles.

(Obras poéticas de D on Antonio Hurtado de Mendoza, t. I, pág. 336). Aquí tiene el lector, sin más ni más, toda la sucesión de soles españoles,

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Un enigma aclarado SI

palabras con lo mismo que mata lisonjea, que dicho en plata quie­ren decir “da honra a quien enamora”, tratándose, como se trata, de un amor adúltero, sólo se pueden referir al Rey. No hay más cera que la que arde. Conviene remachar que estas alusiones no son veladas y reticentes como las anteriores: son claras e inequívo­cas. Añadiremos que en el verso final que comentamos se nos in­dica que la ofrenda de su vida hecha por el Rey aún no ha sido aceptada, mas no por ello es menos firme y valedera. Parece, pues, que estamos en la primera página del galanteo.

En los versos siguientes se insiste sobre su naturaleza: ambas nacieron en Portugal, y se declara que Francelisa y Amarilis son primas. Para dar facilidades, espolvorea Villamediana un poquito de mitología y otro poquito de oscuridad en la composición a par­tes iguales. Y como todo tiene fin, el poema debe acabar, y acaba. Quiero decir que, estrictamente hablando, el poema acaba, pero

es decir toda la sucesión de sus Monarcas. Y para quitarle el mal sabor de boca de esta ingeniosa e insulsa composición citaremos un ejemplo de Lope de Vega (V. nuestra Antología de Poesía Heroica del Imperio, T . II,

pág. 4):A LA MÁSCARA EN QUE SALIÓ SU MAJESTAD

Envidiosa de sí la envidia estaba viendo correr el Sol dando colores al aire que seguirle deseaba; levantóse a sus claros resplandores todo el jardín de amor que le miraba, que cuando sale el Sol crecen las flores.

Véase también este lindo epitafio de Alonso Jerónimo de Salas Barba- dillo, escrito a Mateo Vázquez, Secretario y Consejero de Felipe II:

Bien que aquí ya se termina mi luz, un tiempo tan bella, yo fui, huésped, una estrella al rayo del Sol vecina.

Que, aunque el Sol es luz y espejo de las estrellas, tal fui, que el Sol la tomó de mísi es luz la del buen consejo (O p. cit., pág. 230).

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52 Pasión y muerte de Villamediana

no finaliza. Sus últimos versos definen el sentido de la composición de manera rotunda y clara.

Materia, en fin, de admiración constante, felicidades mil la edad os cuente; ser pueda sólo un Sol de un sol amante, que un sol a un Sol de rayos alimente.

El poema celestinesco, frígido y adulón, termina como un cuen­to de hadas. Vais á ser materia de admiración constante — dice el poeta a las ninfas para halagar su vanidad— y tendréis una felici­dad que durará mil años. Y bien, ¿en qué consiste esa durable y perdurable felicidad? Pues consiste en esta profecía:

ser pueda sólo un Sol de un sol amante, que un sol a un Sol de rayos alimente,

o, dicho en prosa lisa y llana, que el sol de la hermosura que es Francelisa, sólo se debe enamorar del Sol de España, que es Feli­pe IV. Y aquí paz y después gloria.

Tengan en cuenta mis lectores que este poema es la pieza clave sobre la cual se apoyaban las deducciones de Hartzenbusch. Vea­mos estas deducciones. Dicen así: “ De estos versos, bastante os­curos, como infinitos de los que escribió en asuntos graves el Conde (que sólo era claro cuando se desvergonzaba), sacamos en limpio que Francelisa y Amarilis eran hermanas; que habían na­cido en las orillas del Tajo; que Villamediana amaba a la France­lisa y que ella aún no había aceptado las ofrendas amorosas del Con­de” u. Releyendo una y otra vez estas líneas, no salimos de nuestro asombro. Dejemos a un lado la insólita afirmación de que France­lisa y Amarilis fueran hermanas. Villamediana dice taxativamente que son primas y Narciso Alonso Cortés ya ha rectificado este error en su libro ,2. Pero ¿de dónde habrá sacado Hartzenbusch

11 Op. dt„ pág. 75.12 “ Con los elogios a Francelisa solía unir otros a Amarilis, que,

según se deduce claramente de las obras de Góngora, era Doña María

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Un enigma aclarado 53

que de la lectura del poema se deducen los amores del Conde de Villamediana por Francelisa? El error es tan neto que ahora, pasa­do el tiempo, nos parece literalmente incomprensible. Sólo por ligereza pudo incurrirse en él, sólo por falta de atención. Pero adviértase que este error, en el fondo, no es más que una reminis­cencia involuntaria de la opinión tradicional que afirmaba secular­mente estos amores. El hecho es sumamente curioso y alecciona­dor: Hartzenbusch se apoyaba sin saberlo en la Francelisa de la leyenda para combatir la leyenda de Francelisa. Isabel de Borbón, después de derrotada, seguía ganándole la batalla a la investigación histórica. Pero aún es más increíble que conclusión tan desemejante fuera aceptada por Don Narciso Alonso Cortés como moneda de cur­so legal y haya tenido aquiescencia general desde entonces. ¿Quién no la ha repetido? Seamos humildes en nuestros juicios. La verdad es que enjuiciamos generalmente las cosas de una manera mecáni­ca y repetitiva. Todos obramos de este modo, todos tenemos más opiniones heredadas que opiniones establecidas por nosotros, todos tenemos convicciones que juzgamos personalísimas y son tradicio­nales. Nada tiene de extraño. Seamos humildes en nuestros juicios, pues la mayoría de las veces ni son verdaderamente juicios, ni son verdaderamente nuestros.

Así pues, resumamos nuestras propias conclusiones sobre el poema:

1.° El poeta no canta un solo amor; canta conjunta y alterna­tivamente la historia de los amores de dos parejas.

2.a Estos amores son ocultos necesariamente, esto es, son amo­ríos, galanteos, aventuras. Recordemos — no suele recordarse— que por estas calendas el Conde era viudo casi con toda seguridad13.

de Cotmo, prima de Doña Francisca y no hermana como se ha dicho” . Op. cit., pág. 23.

13 No se sabe cuándo murió su esposa, pero el Conde de ViUamedia- na era viudo cuando lo asesinaron (es decir, tres meses después de estos acontecimientos), porque “a la muerte de nuestro Conde pasó de derecho el oficio a su pariente y heredero el Conde de Oñate, permaneciendo en su familia hasta que en 1706 fue, previa indemnización, incorporado a la Corona por el Rey Don Felipe V ” . Cotarelo, op. cit., pág. 55. Alonso

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54 Pasión y muerte de Villamediana

No tenía, por lo tanto, que ocultar sus amores con una mujer sol­tera.

3.0 La composición enfática y culterana está ofrecida a la amada de un misterioso personaje de quien Villamediana es tan sólo el cronista. Este personaje es tan elevado que aun la crónica de sus amoríos pasará a la posteridad. Hay diferentes alusiones a este personaje, que en algún caso se identifica con la persona a quien se dedica el poema, Francelisa, amor vuestro, sin que pue­da..., y en algún caso se identifica con el amante de la persona a quien está dedicado el poema. En fin de cuentas, los tercetos se dedican a Francelisa en primer término, al Rey en segundo tér­mino y en cualquier caso a la pareja.

4.° Francelisa y Amarilis, ninfas, primas y portuguesas 14, re­presentan de manera indudable a Doña Francisca de Tabora y a Doña María de Cotiño. Francelisa es Doña Francisca y Amarilis es Doña María. Esta identificación que demuestra Hartzenbusch estaba ya establecida por los viajeros franceses: Bertaut lo afirma taxativamente; Tallemant de Réaux y la Condesa D'Aulnoy lo in­sinúan 15. A medida que pasa el tiempo se ve que, con todos los errores y deformaciones propios de una larga tradición oral, el mayor caudal de noticias exactas sobre estos hechos lo debemos a los viajeros franceses. En rigor, puede decirse que se equivocaron

López de Haxo en su Nobiliario Genealógico de los Reyes y Títulos de España, pág. 31, escribe: “ Este año de 1619 no tiene hijos (Villamedia- na), aunque los ha tenido siendo casado con Doña Ana de Mendoza y de la Cerda” . L a frase parece indicar que en el año 1619 ya era viudo.

14 Se dirá, y es cierto, que no basta la indicación de que hayan nacido en la ribera del Tajo para considerarlas portuguesas. Góngora es quien precisa la naturaleza de las señoras Doña Francisca y Doña Mar­garita de Tabora y Doña María de Cotiño:

Las tres Auroras que el Tajo, teniendo en la huesa el pie, fue dilatando el morir por verlas antes nacer...Flores que dio Portugal, la menos bella un clavel.

15 V. las páginas 13-17 del presente estudio.

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Un enigma aclarado 55

frecuentemente en lo accesorio y acertaron generalmente en lo esen­cial.

5 “ Francelisa es la amada de la “deidad oculta” — el Rey Felipe IV— a quien dedica el Conde su poema.

6.° Villamediana es el cronista de estos amores, y su función es de tercería, al menos en lo que respecta a Francelisa, que, en fin de cuentas, es lo que nos atañe en este estudio. Así, pues, Villa- mediana escribe lo que escribe y hace lo que hace para conseguir que Francelisa conceda sus favores al Rey. Esto no es una suposi­ción: es una evidencia, ■

7.0 Cuando se escribe este poema, aún no han dado comienzo los amores de Doña Francisca con el Rey, que se verificaron en brevísimo tiempo, según todos los indicios y datos conocidos.

Conviene recordar ahora los restantes poemas dedicados a Fran- celisa para ver en qué medida corroboran o desmienten cuanto hemos dicho. Estrictamente hablando, son otros dos lé, y el que tiene más similitud de intención y de tono con estos tercetos es el romance del Conde de Villamediana 17 “ Francelisa, la más bella / ninfa que pisó el cristal” . En este romance, el poeta crea el mismo ambiente de vaguedad, ocultación y misterio que había creado en el poema que anteriormente comentamos. Dice y no dice. Discretea. Hace alusiones, no afirmaciones. ¿Por qué obra de este modo? Ya dijimos que Villamediana, viudo y cuarentón, no terna nada que ocultar, y bien pudo enamorarse o enamoriscarse de cualquiera de las primitas. El carácter secreto de estos amores — que no era tan secreto pues los poemas se escribían para narrar su historia, es decir, para darles publicidad— no estaba relacionado, evidente­mente, con la vida del Conde, sino con la vida del Rey. Esto no tiene vuelta de hoja. Pero lo más extraño que encontramos en una y otra composición es que en ambas se canten conjuntamente y dándoles igual valor los amores de Francelisa y los de Amarilis.

16 Una tercera composición de Villamediana que generalmente viene admitiéndose en este grupo, “ Para qué es amor tirano” , de la que más adelante hablaremos, no está dedicada a Francelisa, sino a FranceUnda.

17 No prejuzgamos su atribución, aunque nos inclinamos a ella.

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56 Pasión y muerte de Villamediana

¿En qué consiste el sorprendente paralelismo de estos amores? Es lógico que el poeta hable por sí mismo, y es lógico también que se convierta en el cronista del amor ajeno, pero ¿en qué estriba, repetimos, el sorprendente paralelismo de estos amores? ¿Por qué habla Villamediana en nombre de dos amores? El hecho no debe de ser demasiado frecuente en la lírica universal. Para explicarlo, diríamos que los amores de Amarilis parece que se encuentran, no solamente vinculados, sino subordinados a los de Francelisa. Por ejemplo: si Francelisa se muestra desdeñosa, llora Amarilis, y su galán, el galán de Amarilis, se muere 18. Esto se llama adulación, y vuelve a hacemos pensar en que el amante de Francelisa sea el Rey. Es un indicio solamente, pero expresivo. En qué consiste o pueda consistir la vinculación de los amores de Francelisa y Ama­rilis trataremos de explicarlo cuando llegue su hora. Lo que nos interesa es subrayar que el poeta alude constantemente a dos amo­ríos, no sólo paralelos, sino geminados, para decirlo en el estilo del tiempo. Uno, indudablemente, es el amor de la oculta deidad por Francelisa; otro, probablemente, el amor del poeta por Ama­rilis. Como hemos visto y seguiremos viendo, Villamediana vincula continuamente estos amores. Tal vez no adivinemos la razón, ni nos atañe, pero tenemos que aceptar el hecho. Las dos estrofas finales del romance que comentamos dicen así:

Pues para sacar de amor materia que oculta está no le faltará el deseo y maña le sobrará.

18 Dice el romance:

Por ella llora Amarilis y ella en sus brazos está: el misterio de esos brazos de mi muerte lo sabrá.

Aquí otro paralelismo: Francelisa está en los brazos de Amarilis, la cual, a su vez, llora por la primera. El misterio de los brazos de Amarilis es que el poeta muere de amor en ellos, lo cual no es nuevo, ciertamen­te, ni tiene nada de misterioso. T al vez pudiera aludir el misterio al carác­ter secreto del amor.

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Un enigma aclarado 57

Discursos son de la envidia en la culpa de un mordaz:Francelisa y Amarilis magna conjunción es ya.

A quien le sobra maña, según el poeta, para sacar adelante este amor, es a la juvenil Francelisa. Pero ¿por qué se le llama magna a esta conjunción de dos lindas y jóvenes damiselas, que parece más bien un juego, un discreteo amoroso? Más bien parece que la magna conjunción es la de sus amantes: Felipe IV y Villa- mediana. ¿Y por qué se ceba la envidia de la Corte en sus inocen­tes amores? La respuesta se toca con la mano. La envidia cortesa­na se ceba en ellas naturalmente, puesto que por estas fechas Doña Francisca de Tabora parece haberse convertido en la favorita de Felipe I V 19. El romance alude a ello claramente, es decir, todo lo claramente que cabe en un poema que, por su propia naturaleza, elude toda afirmación:

La que en su Norte es estrella y no de lumbre polar, sino de la luz más fija que venera nuestra edad.

Otra alusión inequívoca y flagrante del amor de Felipe IV por Francelisa.

19 ¿Amada o amante? Entre los viajeros franceses, Tallemant des Réaux habla de la realización de estos amores. Marañón también: “Doña Francisca de Tabora era la amante del Rey” (op. cit., pág. 108). Alonso Cortés también lo afirma: “ Doña Francisca, amante del Rey Don Felipe, fue requerida...” (op. cit., pág. 20). El Duque de Maura y Agustín G on­zález de Amezúa son más prudentes: “Es muy posible que las relaciones de Doña Francisca de Tabora con Don Felipe IV no pasasen nunca delo que modernamente llamamos un flirteo, y que no tuviese tampoco mejor fortuna el asedio de la juvenil beldad portuguesa por el Conde de Villamediana” (op. cit., pág. 94). Nosotros hemos encontrado la certifica­ción histórica de este galanteo. No admite duda alguna. Doña Francisca es la primera de las amantes reales citadas en sus apuntes autógrafos por Pellicer y Tovar.

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58 Pasión y muerte de Villamediana

Esto es todo cuanto se refiere a Francelisa en la poesía del Conde, y a ello debemos atenernos. Caminar a troche y moche por la lírica de Villamediana y atribuir cuanto encontremos en ella a Francelisa, como hicieron a veces nuestros antecesores en este estudio, carece de sentido. Mucha de esta poesía amorosa está es­crita indudablemente cuando aún no habían nacido o andaban en pañales tanto Doña Francisca de Tabora como la Reina Isabel. Por consiguiente, no añadamos nuestra propia confusión personal a tema ya de por sí tan enredado y evanescente. Estudiemos tan sólo aquellos poemas que sabemos con absoluta seguridad que es­tán relacionados con estos hechos. Por ejemplo, en las poesías de Don Luis de Góngora hay un romance dedicado a las señoras Doña Francisca y Doña Margarita de Tabora y a Doña María de Cotiño, que dice así:

Las tres Auroras que el Tajo, teniendo en la huesa el pie, fue dilatando el morir por verlas antes nacer,

las gracias de Venus son: aunque dice quien las ve que las Gracias solamente las igualan en ser tres.

Flores que dio Portugal, la menos bella un clavel, dudoso a cual más le deba, al ámbar o al rosicler.

La que no es perla en el nombre, en el esplendor lo es, y concha suya la misma que cuna de Venus fue.

Luceros ya de Palacio, ninfas son de Aranjüez, napeas de sus cristales, dríadas de su vergel.

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Un enigma aclarado 59Tirano amor de seis soles süave cuanto cruel, si mata a lo castellano, derrite a lo portugués.

Francelisa es quien abrevia los rayos de todas seis; sé que fulmina con ellos, cómo los vibra no sé.

En un favor homicida envaina un dulce desdén: sus filos, atrocidad, y su guarnición, merced.

Forastero a quien conduce cuanto aplauso pudo hacer a los años de Fileno,Belisa, lilio francés:

de los tres dardos te excusa, y si puedes, más de aquél que resucita al que ha muerto para matallo otra vez 20.

El testimonio de Don Luis de Góngora tiene, en este caso, ex­cepcional interés por su amistad con Villamediana. Por él sabemos que las tres auroras del Tajo son portuguesas y han nacido en Lisboa, conocemos sus nombres y por él puede identificarse con absoluta seguridad a Francelisa con Doña Francisca de Tabora. El romance está dedicado al elogio de las tres damas en general y al elogio de Francelisa en particular. Tiene, como todas las composi­ciones dedicadas a Francelisa, un tono intrascendente de discreteo y cortesanía. Nada de riesgos, nada de atrevimientos temerarios, nada de pasiones arrebatadas. A tiro de ballesta se descubre que

20 Obras Completas de Don Luis de Góngora y Argote, Edic. de Juan Millé y Giménez e Isabel Millé y Giménez, Aguilar, Madrid, pá­gina 229.

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6o Pasión y muerte de Villamediana

ha sido escrito para halagar al Monarca, pero Góngora no alude, como aludía Villamediana, al galanteo. Es más discreto y conteni­do. Celebra a Francelisa y describe su carácter desdeñoso y coque­to. El romance está escrito para ablandar a la dama en los arran­ques del idilio. Repetimos que este romance sólo puede haber sido escrito con una finalidad, la adulación, y esta adulación tiene un fin muy concreto: su deseo de medrar en la Corte.

Veamos ahora otro romance inédito que tiene un sorprendente parecido con el anterior:

Hoy que estrellas más que flores han hecho cielo Aran juez, y que el sol envidias viste, celos Dafne y no desdén21;

5 hoy que de] Tajo la arena no aún digno tributo es de la que en fecundos rayos mil mayos debe a su pie;

Argos, Amor, en su orilla,10 idolatrando un desdén,

de sus olas hace flechas22 y de su arco pavés.

Con anzuelos de belleza fuera pescador también,

15 mas en la red de unos ojos £1 mismo pescado es.

21 Cotarelo, en su biografía E l Conde de Villamediana, publica algún fragmento de este romance. N o cita el manuscrito de donde lo toma. L a versión está llena de incorrecciones. Comienza así:

Hay que estrellas más que flores han hecho cielo Aranjuez y que el sol envidia vista celos dan y no desdén.

22 “ D e sus alas hace flechas”, Ms. 5913.

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Un enigma aclarado 61

En vez de blanco cayado y de su pellico en vez, rayos vibra, arpón alado

20 su venablo viene a ser,

cuando afrentando las flores la que más que ellas lo e s 23, mil de ninfas coros guia dos a dos y tres a tres24.

25 En la palestra de amor milagros suyos se v e n 25; amante flor que envidiosa se deja de conocer26.

L u z clara del mejor fuego 30 y espejo de ella también,

de las ondas hace llamas 27 y al fuego en ondas correr.

VS i la verde selva pisa, cuántas le queda a deber

35 clavelinas a su mano y claveles a su pie.

¿3 Tiene este verso las siguientes variantes manuscritas:

la que más que ella lo es (Ms. 4101); flor que más que ellas lo es (Ms. 3892).

24 Verso de Góngora. Pertenece al romance ‘X as esmeraldas en yer­ba”.

25 “Milagro suyo se ve” , Ms. 3892.26 Alusión a Clicie. Clicie, enamorada de Apolo, denunció sus amo­

res con la ninfa Leocotoe. Oreamo, Rey de Babilonia y padre de la nin­fa, la hizo enterrar viva. Viendo el enamorado Apolo el infausto fin desus amores, y no pudiendo resucitar a Leocotoe, la transformó en el ajen­jo o sabina real: el árbol del incienso. Por esto, cuando se quema el incienso sube al cielo la ninfa para abrazarse con Apolo. A Clicie, abo­rrecida por Apolo, se le fue secando la fuente de la vida hasta que se convirtió en una planta, el girasol, que sigue el curso del sol en el cielo.En fin de cuentas, alusión al amor de Dña. Francisca por el Rey.

27 Variante: “ de las ondas hace llama” .

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6z Pasión y muerte de Villamediana

Pastor, pues, conoce el Tajo, a quien debiera tener si lástima tantas veces,

40 licita envidia tal vez.

Mas como en amor no llega sino mentido el placer, del frondoso árbol pendiente28 que ya ninfa esquiva fu e 29,

45 su durísima cortezaverde le presta papel, pero no verde esperanza, amor ciego y justa fe.

Los carácteres que escribe,50 si a tierna cifra se cree,

dicen mucho en pocas letras que Amor no deja de leer30.

“ Sol a Sol esparce rayosy afrenta de ellos también,

55 paia pastora, deidad, y para Deidad, mujer,

28 Variante, Ms. 3891: “ del frondoso honor pendiente” . L a lección no es desestimable.

29 Nueva alusión a Dafne. Para aclararla, narraremos su historia. Habiéndose disgustado Cupido con Apolo, quiso jugarle una mala pasa­da. Subió al monte Parnaso, donde previno dos saetas: una de oro, que causaba amor, y otra de plomo, que infundía aborrecimiento. Con la pri­mera flechó a Apolo; con la segunda, a Dafne. Arrebatado de amor, Apolo hizo todo cuanto pudo para granjearse la voluntad de Dafne. No consiguió enamorarla. Habiéndola encontrado una vez en el campo, quiso lograr su deseo. Dafne huyó, para alejarse de él, hasta que llegó a la orilla del río Peneo, y, viendo ella que le faltaban ya las fuerzas y el aliento, pidió a su padre — el rio Peneo— que la socorriese, y éste la con­virtió en laurel. Queriendo Apolo abrazarla, se abrazó con el laurel, y en recuerdo de Dafne lo eligió como símbolo, dedicándolo a su divinidad. Véase el libro primero de Las Metamorfosis, de Ovidio.

30 Variante: “que Amor no deja leer” . Debe ser una referencia al llanto y es buena lección.

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Un enigma aclarado 63

la que al Austro desafía31 no solamente a correr, sino a beberle su aliento

60 tanto, en la selva, clavel” 32.

Más el pastor escribiera de su mal y de su bien, a no darle sol humano nuevos rayos a que arder.

65 Casta admira a Citeiea, que Cintia no puede ser, ni luz de deidad vencida tanto acreditar desdén.

Las de Juno aladas prendas 70 ojos se quieren hacer,

pero deshacen la pompa de sus ruedas a sus pies.

Cuando de la fuente saca sed bebiendo, pues si el ver 35

75 ya hizo flor a Narciso M, mil, en verse, flores ve M,

31 Recordaremos un texto histórico donde la palabra Austro tiene el sentido que aquí se le da: “ Aquellos vapores que fueron levantados para descargar en el Austro, desvanecido el aire que los impelía, ame­nazan sobre las Flores de L is” (Austro = Casa de Austria; Flores de Lis = Casa de Borbon). Historia del Marqués Virgilio Malvezzi, lib. I, pág. 8.

32 Todos los manuscritos, “ tanto, la selva, clavel” . Corrijo.33 No está claro si los versos aluden a D .“ Francisca o al Rey.14 Variante Ms. 4101: “que hizo Flora a Narciso” .35 Recuérdese la estrofa de Villamediana:

Mas sin temerle, temerse; no pueden vuestros luceros a Narciso parecerse, porque si él es flor por verse, vos veis mil flores con veros.

Antología poética, Ed. Nacional, pág. 351.

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las aguas pagan tributo de suspensión a su pie; solamente las lloradas

8o nunca dejan de correr.

Parias aun el viento paga a su infinito poder; ave no penetra nube que de ella segura esté.

85 El que es Austro de la sierra, y Cierzo deja de ser, perseguido de su aliento mata en su sangre la sed.

El que celosa deidad36 90 cubrió de mentida piel,

¡cuántas en la selva veces blanco de su aljaba fue!

Y ¡cuántas la hermosa estrella que en el mar vino a nacer37,

95 adonde esperó venganza efectos de envidia ve!

Advertida despreciando áureos pomos su desdén, el de la más bella diosa

loo no la negarán las tres.

¡Y cuántas veces por ella Júpiter quisiera ser lascivo toro en el Tajo y canoro cisne de él!

io s Bien Quc la nieve que viste "no toda pureza es 34:

36 Variante Ms. 3891: “ Al que celosa deidad” . Corrijo.37 Variante M s. 3891: “que a las olas debe el ser” .M Variante del Ms. 4101: “Bien que cuando nieve viste / no todo

pureza es” .

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JJn enigma aclarado 65dígalo engañada Leda, dígalo Europa también.

Dulce Naya de los río s39 110 y dulce aun siendo cruel,

más fiera que con las fieras a tiernas ansias lo fu e 40,

pues cuando su albergue viste tanta bien manchada piel,

115 sólo a mis despojos niega el blanco de su pared41.

No entremos en el problema de las atribuciones de este lindo romance, sin duda alguna el más bello y el más interesante de cuantos se dedicaron al tema. Parece de Góngora; suele atribuirse a Villamediana y a Góngora; probablemente colaboraron ambos en é l42. Coincide con el romance anterior en el estilo, en el tono, en

35 Variante de Cotarelo y 4101: “Dulce Enaida de los ríos” .40 Variante de Cotarelo y 4101: “ hoy con mis ansias lo es” .41 Copian este romance los manuscritos de la Bibl. Nacional de M a­

drid 3892, 4101 y 5913. En un manuscrito que perteneció a Hartzenbusch se atribuye a Góngora. No entramos en el tema de la atribución. El es­tilo es muy propio de Don Luis. Sin embargo, el autor del romance no rompe el diptongo de la palabra “Aranjuez” :

han hecho cielo Aranjuez;

Góngora sí lo rom pe:

Ninfas son de Aranjüez.

42 D e la colaboración por estos años de Góngora y Villamediana ha­blaron, entre otros, Alfonso Reyes y Miguel Artigas. Dice este últim o: “Esta amistad había llegado a ser más íntima que nunca en este año. Meses antes, cuando el Gentilhombre de la Reina Isabel de Borbón, en la que en mal hora pusiera sus enamorados ojos, recibió el encargo de preparar una fiesta de gran espectáculo en Aranjuez, para celebrar el cum^ pleaños del Rey, acudió al poeta cordobés, y entre ambos urdieron aque­lla deslumbradora invención de La Gloria de Niquea. Parece indudable en esta obra la participación de Góngora” . Artigas, Biografía de Góngora, pág. 181. Como es bien sabido, Dámaso Alonso ha negado esta colabora­ción.

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66 Pasión y muerte de Villamediana

el ambiente, en la fecha y en el tema. Sus primeros versos indican claramente el fausto motivo por el cual se escribió:

Hoy que estrellas más que flores han hecho cielo Aranjuez, y que el Sol envidias viste, celos Dafne y no desdén.

Es decir, se escribe este romance precisamente el día en que Dafne, la esquiva ninfa, muestra celos en lugar de desdenes y en que los cortesanos envidian a Felipe IV. Parece que canta la inicia­ción del amorío del Rey con Doña Francisca, y puede servirnos para fecharlo. Las fiestas de Aranjuez a que se alude son las que conmemoraron el cumpleaños de Felipe IV en 1622. En las fiestas del año anterior no existía la menor referencia a las Tabora. En las conmemoraciones poéticas de las fiestas del año posterior Villa- mediana ya había caído muerto y desangrado sobre las piedras de la calle Mayor. El acento del romance es jocundo. Por lo demás, tiene el mismo tono de discreteo cortesano y el mismo estilo vago y misterioso de todos los poemas anteriores. No es un poema de amor: es una crónica galante. Las tres diosas a que se alude en el final del romance son las tres Gracias y representan a nuestras muy conocidas Doña Francisca, Doña Margarita de Tabora y Doña María de Cotiño. Protagoniza el romance, naturalmente, Doña Fran­cisca, a quien se rinde pleitesía proclamándola también, como en los restantes poemas, la más bella de las tres diosas. No se declara el nombre de Francelisa por discreción o por hacer más oculta la intención del poema43. No hace falta. Parece claro que se refiere a Doña Francisca; los poemas anteriormente comentados, que for­man grupo con éste, lo atestiguan de manera inequívoca. El rey

43 Téngase en cuenta que si el romance era de Góngora, la discre­ción era obligada; si colabora en él, también. Góngora era sacerdote, y el amor era ilícito.

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Un enigma aclarado 67

Felipe IV es el pastor que escribe en la dura corteza de un álamo ]a letra donde se cifra todo el secreto de la composición44.

Sol a Sol esparce rayos y afrente de ellos también, para pastora, deidad, y para Deidad, mujer,

la que al Austro desafía no solamente a correr, sino a beberle su aliento: tanto, en la selva, clavel.

Los extremos se tocan. Recordarán nuestros lectores que los versos finales de los tercetos de Villamediana dedicados a France­lisa terminaban del siguiente modo, resumiendo el sentido de la composición:

ser pueda sólo un sol de un Sol amante, que un Sol a un sol, de rayos alimente,

es decir, comentábamos nosotros, “ que el sol de la hermosura, que es Francelisa, sólo se debe enamorar del Sol de España, que es Felipe IV” . Pues bien, aquí también se repite la misma sentencia:

sol a Sol esparce rayos,

encareciendo previamente el poeta a sus lectores que en estos ver­sos se cifra y se compendia todo el sentido de la composición. Las alusiones a Felipe IV son evidentes y numerosas. Los versos:

para pastora, deidad, y para Deidad, mujer,

44 El poeta subraya y encarece el valor expresivo de estas coplas; no lo subrayamos nosotros:

dicen mucho en pocas letras que amor no deja de leer.

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68 Pasión y muerte de Villamediana

quieren decir, con un bonito juego de palabras, que Francelisa para ser pastora es deidad, y para ser deidad, es mujer; pero también hacen alusión a que para la Deidad — es decir, para Felipe IV— es solamente una mujer. El caso es dejar al Rey con la miel en los labios, pues ésta, y no otra, es la finalidad que se propone el poeta, Los versos

la que al Austro desafía no solamente a correr, sino a beberle su aliento,

son tan claros que no precisan explicación ni comentario. El Aus­tro, alusión que se repite algo después con el mismo sentido, es, naturalmente, el Austria. Las alusiones a Júpiter y a Apolo se es­polvorean adecuadamente a lo largo del romance, y son las más favorecidas. Se cita a Dafne dos veces: en el arranque del romance, y en los versos del frondoso árbol pendiente / que ya ninfa esquiva fue, para rememorar al Rey y, al mismo tiempo, para aleccionar la posible esquivez de la dama. Todas y cada una de las metáforas tienden al mismo fin. Los versos

¡Y cuántas veces por ella Júpiter quisiera ser lascivo toro en el Tajo y canoro cisne de é l!,

no encierran un misterio precisamente y, en fin, aquellos otros

el que celosa deidad cubrió de mentida piel,

son una nueva alusión a Júpiter, es decir, al monarca, a quien el juego de artificio de la mitología sirve para aludir discretamente de innumerables modos. Convengamos en que el poeta ha cumpli­do a la perfección su tarea, no muy lucida desde luego, de corre­taje y tercería.

Este tono de juego galante, al mismo tiempo cínico y compa­drón, se manifiesta en la clarísima referencia que hace el poeta a las infidelidades amorosas de Felipe IV :

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Un enigma aclarado 69

Bien que la nieve que viste no toda pureza es: dígalo engañada Leda, dígalo Europa también45.

Los versos aluden a los engaños de Júpiter, y es indudable que pasan de la raya. Pero lo más curioso de esta alusión es que se le haga al Rey precisamente para halagarle. Si no lo viéramos, no lo creyéramos. Había que hablar desde su intimidad, desde muy den­tro de su vida galante, para poder hacer este juego de alusiones — Leda debe de ser la Reina— en un poema que, en fin de cuen­tas, es un poema de tercería, sin más finalidad que la adulación.

ARANJUEZ Y “ LA GLORIA DE NIQUEA”

Nuestros lectores habrán observado que todos estos poemas se refieren a la fiesta de Aranjuez, y convendría decir unas palabras

45 Entre las obiras impresas del Conde se incluye también un soneto, que indudablemente pertenece a este mismo ciclo de poemas. Debió de ser el primero de los que se dedicaron a Francelisa y escribirse en enero del año 1Ó22, pues las alusiones amorosas son poco relevantes:

Entre estas sacras plantas veneradas del soberbio Aquilón, del Bóreas fiero,¿mulo del Abril, nos da el Enero primavera de flores animadas.

Rosas vivas, del Tajo originadas, de luz no funeral, que el verdadero candor de su crepúsculo primero conceden hoy, de nuevo trasplantadas.

No ya Pomona se venere culta, ni Flora dando gloria más florida cuanto a sus plantas se concede indulta;

toda humanal injuria suspendida con rayos de ojos ciego dios insulta cuanta vi libertad y cuanta vida.

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7o Pasión y muerte de Villamediana

sobre ella. Hagamos su somerísima descripción. Así la describe el más puntual y pormenorizado de los biógrafos del Conde: Llegó la primavera de 1622, y transcurrido el tiempo de los lutos que la Corte traía por la muerte del Rey Piadoso, quisieron los jóvenes Monarcas inaugurar aquella serie de fiestas que tan famoso hicie­ron su reinado. La iniciátiva y dirección de la que referimos co­rrespondió por entero a la Reina Isabel, la hermosa hija de En­rique de Borbón46. Con ella quiso conmemorar el cumpleaños de su esposo. Hubo, sin embargo, de desistir de celebrarla en el día señalado, el ocho de Abril, ya por el estado del tiempo, que no era propio de la estación, ya por no haber sido ultimados los prepara­tivos, o ya por esperar a los radiantes días de primavera. Al elegir el carácter de la fiesta, quiso que fuese una representación teatral, y encargó a su gentilhombre el Conde de Villamediana la composi­ción de una comedia de gran aparato47, en la cual tomarían parte, con las restantes damas de Palacio, ella misma y la Infanta. El papel de la Reina era mudo; encarnaba a Venus, la diosa de la hermosu­ra. Hasta aquí hemos seguido, paso a paso, la información de Cota- relo48. Antonio Hurtado de Mendoza dice que estas representacio­nes no admiten el nombre de comedias, debiendo dárseles el de invenciones. La invención o comedia que hizo el Conde de Villame­diana para este día fue La Gloria de Niquea49. La Reina misma

** Así lo afirma Villamediana en el prefacio de La Gloria de Ni­quea: “ En este sitio, pues, determinó la Reina nuestra Señora hacer unafiesta, como suya, con las damas de su palacio, en recuerdo del dichoso nacimiento del Rey nuestro Señor, que fue a ocho días del mes de Abril, que por gozar de aquel regalado sitio se dilató hasta los quince de Mayo de este año” .

47 La Gloria de Niquea “ era de aquel linaje de obras en que, según frase de un poeta cortesano (Hurtado de Mendoza), la vista lleva mejor parte que el oído; de las llamadas entonces invenciones para distinguir­las de las comedias usuales, aunque por su carácter mitológico y gongo- riño la llama su más reciente comentador comedia culta". José Deleito y Piñuela, El Rey se divierte, pág. 167, Espasa-Calpe, Madrid.

48 Op. cit., págs. n o - ir2 .49 Lope de Vega en La inocente sangre alude a esta representación,

que fue sonada:

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Un enigma aclarado 7i

escogió el lugar en donde había de representarse: fue El jardín de la Isla, un jardín que ciñe el Tajo con dos corrientes, una suspen­sa y otra presurosa, convirtiéndole en una isla amurallada por los árboles, que unas veces parecen almenas, y otras, márgenes floridí­simas. Para la fábrica de este teatro, vino a Aranjuez el Capitán Julio César Fontana, ingeniero mayor y superintendente de las for­tificaciones del Reino de Nápoles50. Tanto el jardín como el teatro estaban iluminados con antorchas 51. Parece que era la primera vez que se montaba de este modo un espectáculo al aire libre52.

Levantóse un teatro de ciento y quince pies de largo por se­tenta y ocho de ancho, y siete arcos por cada parte, con pilastras, cornijas y capiteles de orden dórico, y en lo eminente de ellos una galería de balaustres de oro, plata y azul que las ceñían en torno, que sustentaban sesenta blandones con hachas blancas, y luces in­numerables, con unos términos de relieve de diez pies de alto, en que se afirmaba un toldo, imitado de la serenidad de la noche con multitud de estrellas entre sombras claras. En el tablado había dos figuras de gran proporción, las de Mercurio y Marte, que servían de gigantes fantásticos y de correspondencia a la fachada, y en las

Doña Ana. Buen provecho, y bueno sea cuanto bebieres después.¿Dónde fuiste?

Morata. ¿No lo ves?A La Gloria de Niquea.

50 Debía indudablemente de ser amigo de Villamediana, que había re­sidido tantos años en Nápoles y era realmente el empresario de esta fiesta.

51 No se declara bien a qué hora comenzó la representación. Debió de ser por la tarde y prolongarse en las primeras horas de la noche, dada su larga duración. Hurtado de Mendoza escribe: “ Al final del día se en­cendieron las luces, con que quedó dudosa la noche” . Op. cit., pág. 9.

52 “ No se le diera mucho al Artífice que la noche, aunque fuera de envidia, turbara las estrellas de su manto, porque en vez de sus luces adornó con tantas el coronado espacio que la Astroíogía preciada de cono­cer mil y veintidós estrellas hallara nuevas márgenes de faroles y antor­chas en más crecido número” . Villamediana, Prefacio de La Gloria de Niquea.

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72 Pasión y muerte de Villamediana

cornijas de los corredores muchas estatuas de bronce, y pendientes de los arcos unas esferas cristalinas, que hacían cuatro luces, y alrededor, tablados pafa [los] caballeros, y el pueblo, y una valla hermosísima que detenía el paso hasta el Rey, y en medio un trono, donde estaban las sillas del Rey y de los señores Infantes Don Carlos y Don Fernando y sus hermanas, y abajo, finalmente, tari­mas y estrados para las Señoras y las Damas 53.

Como la asistencia de una multitud hubiera sido embarazosa, se limitaron mucho las invitaciones; sin embargo, a ninguno de los que fueron se les negó la entrada, por no hacer culpa de tan justo deseo: ver las fiestas con que la Reina celebraba el cumplea­ños de su esposo54. Dio comienzo el espectáculo con una máscara. Bailaron la primera pareja las Señoras Doña Sofía y Doña Luisa Benavides, que vestían

vaqueros de tela de plata de lama azul, con pliegues, y cuajados de pasamanos de plata, y dos pares de braones, y vasquiñas de la misma tela, ocupando todo el campo los propios pasamanos... man­tos de tela que pendían de los hombros y de tres rosas de diaman­tes, y muchas joyas, y flores en los tocados, rematando en pena­chos de montes de plumas de ambos colores, máscaras negras y hachas blancas 5S.

Bajo la dirección del Maestro de Danza, continuaron la más­cara las restantes parejas — cinco en total— , terminada la cual, las trompetas y chirimías anunciaron una segunda novedad

y por un arco grande, entró un carro de cristal, coronado de luces y variedad de yerbas, y en él muchas Ninfas, Náyades y Napeas vestidas a imitación de los campos, y en un trono sentada la Co­rriente del Tajo, que la representaba la Señora Doña Margarita de Tabara, menina de la Reina, cuyo traje era este: una tunicela de tela azul de lama, y manto de la misma tela ondeado, y cintas de plata; blancos y bordados unos bichos de placa, y las mangas

53 A. Hurtado de Mendoza, op. cit., pág. 8.54 Ibid., pág. 9.55 Ibid., pág. io .

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Un enigma aclarado 73de tela azul acuchilladas y sacados bocados de tela de plata blanca; y penacho de plumas blancas y azules, y el manto derribado de los hombros y detenido con tres rosas de diamantes. Llevaba una guirnalda de flores en la cabeza; bajó del carro y subió al tablado acompañada de las Ninfas... y dio la bienvenida al Rey.

Volvió a sonar la música y por otro arco de enfrente apareció en un carto el mes de Abril, conducido del signo de Tauro, con todas las flores que le hacen primavera, y con cuantas luces le pudieran hacer aurora, y en lo más alto, representando al mes de Abril y luciéndole, la señora Doña Francisca de Tabara, menina de la Infanta, con una tunicela y manto de tela de plata de lama encarnada, sembrado de rosas de manos de diferentes colores, con mangas cuajadas de rosas y velo de plata; un tocado de rosas, penacho de esfera de plumas, coronado de flores, y el manto preso en los hombros con ttes rosas de diamantes; caminó con el carro hasta el mismo teatro, y ya en él, después de haber saludado a la Corriente del Tajo, con modesto desenfado, representó unas octa­vas de mucha bizarría, dichas con mayor bizarría aun, dando alma nueva a los versos y (dando) sin miedo a adulación, debidas ala­banzas al Rey y a sus hermanos. Dichas estas octavas se retiraron el mes de Abril y la Corriente del Tajo, acompañados de sus nin­fas 56. '

La presentación del mes de Abril que hace Villamediana en el prefacio de La Gloria de Niquea, tiene más picardía que la des­cripción que acabamos de oir. Transcribimos lo más sustancioso de ella:

Viendo cerca a la Ninfa, entre los puros candores de su belleza y el adorno galán de que se visten las Primaveras, la juzgaron los ojos por la doncella Europa, amante robo del transformado Júpi­ter. En fin [la Ninfa], siendo caja del Sol, turbó de suerte que pienso que sin licencia suya no se atreviera a seguir las rosadas huellas de la siguiente Aurora.

Volvemos a las andadas. El Conde vuelve a representar su papel de correveidile a la perfección, y ahora también hace alusiones que

56 Ibid., págs. zi-12.

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pasan de la raya y que no dejarían de comprometer la reputación de Doña Francisca. Pero sigamos adelante. Parece lógico que Villa- mediana, puesto que era el autor de la Comedia, aprovechara esta ocasión para hacerle decir en público a Francelisa alguna frase pro­metedora y comprometedora. Así lo hizo. No se paraba en barras. Don Antonio Hurtado de Mendoza, al describir la actuación de Doña Francisca al año siguiente en su Comedia Querer por sólo querer, hace este comentario:

Caminan los montes; cantan los campos; olmos y fresnos bailan, y Abril representa fbridos y ocultos versos 57.

¿Qué quiere darnos a entender Hurtado de Mendoza al hablar de los floridos y ocultos versos, que dice Doña Francisca, o, si se quiere, que dice el mes de Abril, en La Gloria de Niquea? Quiere decir, para nosotros desde luego, que Don Antonio H. de Mendoza, el discreto en Palacio, entra también en el juego cortesano, que hemos venido comentando, de halagar al Rey y a la amante del Rey, aludiendo ambiguamente a su galanteo. Ni más, ni menos. Porque los versos floridos y misteriosos a los que se refiere son los siguientes:

57 Bibl. Nacional, Ms. 3661. Puede pensarse que estos versos ocultos son, sencillamente, versos cultos, es decirj culteranos. Es posible. Tam ­bién pueden significar ocultos en su sentido recto. El principe de Esquila­dle escribe:

Que tantas veces su esperanza pierde un monte que el abril vistió de flores, y quiere mi esperanza que concuerde abril de cielos con abril de amores.

Como Doña Francisca había representado el mes de Abril en La Gloria de Niquea, tal vez encierren estos versos una alusión a ella. No lo creo.

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Un enigma aclarado 75

Y en cuanto al Sol adoro yo de España, ® atiendo de la edad el diligentevuelo 58...

No podemos citar íntegra la tirada de versos culteranos que dice el mes de Abril: es, en verdad, latosa y, desde luego, cultera­na. Fuerza es reconocer que no pudieron recitarse con bizarría, como escribe Mendoza adulatoriamente, por más fervor que el mes de Abril pusiera en su cometido. Pero entre verso y verso, como entre flor y flor sierpe escondida59, había una sorprendente decla­ración. Villamediana le ha hecho decir a Doña Francisca, en públi­co, ante la Corte y dirigiéndose al Rey, las siguientes palabras:

Y en cuanto al Sol adoro yo de España,

Esto no era solamente una indiscreción, como las anteriormente comentadas: era una confesión.

En esta confesión culmina nuestra crónica, o, si se quiere, la breve historia de este galanteo. Ahora vemos el horizonte claro y despejado. Villamediana no ama a Doña Francisca. Al acercarse a ella, pretende sólo halagar al Rey para ganar el favor real — Feli­pe. IV tiene diecisiete años— , ayudándole en sus aventuras amoro­sas. No fue el único que lo hizo, como después veremos. Toda esta fárfara de los amores de Villamediana con la Tabora está mon­tada sobre un equívoco. En los poemas comentados — téngase en cuenta que son todos los poemas dedicados a Francelisa— , no en­contramos ninguna gran pasión, ninguna gran tragedia. Aceptemos los hechos. La verdad es que no bastaba sustituir a la Reina Isabel 'por Doña Francisca, como se habla pensado ingenuamente. Lo importante en la leyenda de Villamediana era, justamente, este carácter de pasión exaltada y temeraria que se afirmaba y se firma­ba con la muerte. La tradición no se equivoca y estos amores de

54 Conde de Villamediana, Obras poéticas, pág. 10, por Diego Díaz de la Carrera, Madrid, 1634.

59 Don Luis de Góngora. Pertenece al soneto “L a dulce boca que a gustar convida” .

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Doña Francisca hubieran sido, en todo caso, un galanteo, nunca una gran pasión*0. Así, pues, concluyamos:

Todo este grupo de poemas dedicados a Francelisa no son poe­mas amorosos. No cantan, estrictamente hablando, amor alguno. Están escritos por Villamediana, o por Góngora y Villamediana al alimón61, para adular al Rey, y tratan de favorecer uno de los in­numerables amoríos de Felipe IV. Entonces, ¿cómo es posible, nos preguntamos, que un investigador tan excelente como Hartzenbusch haya partido de esta patraña para fundamentar su interpretación de la muerte de Villamediana? La única explicación que encuentro al caso vale la pena comentarla. Es sumamente interesante. Venía considerándose secularmente a Francelisa como la amada de Villa- mediana, y al descubrirse que Francelisa era Doña Francisca de Ta­bora, se pensó que, mutatis mutandis, Doña Francisca debía ocu­par el puesto de la Reina Isabel. Quieras o no quieras Francelisa tenía que seguir siendo la amada de Villamediana. Esta interpreta­ción cuadraba exactamente con los datos históricos conocidos. Los amores de Villamediana seguían siendo reales, pero no porque amara a la Reina, como siempre se había pensado, sino porque amaba a la amante del Rey. Ahora bien, si Hartzenbusch llegó a esta conclusión, fue solamente influido por la leyenda secular que

60 Llevan razón, en ]o que la llevan, el Duque de Maura y Agustín González de Amezúa al escribir: “Parece, en todo caso, evidente que el jeroglífico de la divisa (Son mis amores reales), tan llanamente descifra­ble, no fue reto descomunal, ni pudo tener consecuencias catastróficas. Corriendo los años, otro aristocrático galán palatino, mucho menos apues­to que Villamediana, pero mucho más redomadamente seductor, Medina de las Torres, compitió a menudo con el Rey, no ya en coqueteos intras­cendentes, sino en verdaderos amores ilícitos; y no sólo no se vengó de él Felipe IV desterrándole de la Corte, pero ni recurrió siquiera, para eli­minarle al fácil arbitrio de un nombramiento en Embajada remota o Vi- rreynato ultramarino. Las mancebas de Su Majestad no gozaban en Es­paña, como en Francia, privilegios de semirreinas, en jerarquía oficial de favoritas” . Óp. cit., pág. 94.

61 Recuérdese la opinión de Pellicer, citada por Artigas: “ Los ver­sos que escribió Góngora amorosos fueron siempre de otra intención y a asuntos que amigos y poderosos le encomendaban” . Op. cit., pág. 44.

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Un enigma aclarado 77

afirmaba que Francelisa era la amada de Villamediana. Apoyado en el prestigio de la leyenda, lo dio por demostrado, y sólo adujo en prueba de su aserto esa quimérica interpretación de los tercetos del Conde que anteriormente comentamos. Pero no es oro todo lo que reluce. En rigor, ni en los tercetos del Conde ni en ninguno de los poemas relacionados con Francelisa hay dato alguno en qué apoyar esta afirmación. Démosle, pues, sepultura cristiana. Lo que dicen estos poemas — uno, otro y otro— es que Francelisa es Doña Francisca de Tabora, que Doña Francisca era la amada del Rey, y que el Conde de Villamediana y Don Luis de Góngora y otros poetas intervinieron, a consuno, para favorecer este galanteo. A estos datos tenemos que atenernos. Reconociendo la admiración que sentimos por sus defensores, fuerza es reconocer que la tesis de los amores de Villamediana con Doña Francisca es una tesis montada al aire.

Sólo pudo pensarla Hartzenbusch influido, como hemos dicho anteriormente, por la leyenda. Curioso azar que, en cierto modo, tiene carácter de reivindicación, puesto que, en fin de cuentas, la nueva tesis de Hartzenbusch y de Alonso Cortés estaba apoyada en la interpretación tradicional, es decir, era una batalla postuma ganada por la leyenda que ellos juzgaban que había dejado de existir.

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IV

MUERE UN HOMBRE EN LA CALLE MAYOR

TESTIMONIOS CONTEMPORÁNEOS

El día 23 de Agosto escribe Góngora a Cristóbal de Heredia:

M i desgracia ha llegado a lo sumo con la desdichada muerte de nuestro Conde de Villamediana, de que doy a Vuestra merced el pésame por lo amigo que era de Vuestra Merced y las veces que preguntaba por el caballo del Palio.

Sucedió el domingo pasado, a prima noche, 21 de éste, vinien­do de Palacio en su coche con el Sr. Don Luis de Haro, hijo mayor del Marqués del Carpió; y en la calle Mayor salió de los portales que están a la acera de San Ginés un hombre que se arrimó al lado izquierdo, que llevaba el Conde, y con arma terrible de cuchilla, según la herida, le pasó del costado izquierdo al mo­lledo del brazo derecho, dejándole tal bateria que aun en un toro diera horror. El Conde al punto, sin abrir el estribo, se echó por am a de él y puso mano a la espada, mas viendo que no podía gobernarla, dijo: Esto es hecho; confesión, señores. Y cayó. Llegó a este punto un clérigo que lo absolvió, porque dio señas dos o tres veces de contrición, apretando la mano al clérigo que le pedía estas señas; y llevándolo a su casa antes que expirara, hubo lugar de dalle la unción y absolverlo otra vez, por las señas que dio de abajar la cabeza dos veces. El matador... acometido de dos laca­yos y del caballerizo de Don Luis, que iba en una haca, [escapó], porque favorecido de tres hombres que salieron de los mismos portales, [que] asombraron haca y lacayos a cintarazos, se pusieron

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en cobro sin haber entendido quien fuesen. Hablase con recato en la causa; y la Justicia va procediendo con exterioridades, mas tenga Dios en el Cielo al desdichado, que dudo procedan a más averigua­ción. Estoy igualmente condolido que desengañado de lo que es pompa y vanidad en la vida, pues habiendo disipado tanto este caballero, le enterraron aquella noche en un ataúd de ahorcados que trajeron de San Ginés, por la priesa que dio el Duque del Infantado', sin dar lugar a que le hiciesen una caja. M ire Vuestra merced si tengo razón de huir de mi, cuánto más de este lugar donde a hierro he perdido dos amigos. Vuestra merced me haga lugar allá, que por ahora basta de Madrid y de carta2.

En sus Grandes andes de quince días, escribe don Francisco de Quevedo:

— Habiendo el confesor de Don Baltasar de Zúñiga, como intér­prete del ángel de la guarda del Conde de Villamediana, Don Juan de Tasis, advertídole que mirase por si, que tenía peligro su vida, le respondió la obstinación del Conde que sonaban las razones más de estafa que de advertimiento, con lo cual el religioso se volvió sentido más de su confianza que de su desenvoltura, pues sólo venía a granjear prevención para su alma y recato para su vida3 El Conde, gozoso de haber logrado una malicia en el religioso, se divirtió de suerte que, habiéndose paseado todo el día en su coche y viniendo al anochecer con Don L uis de Haro, hermano del M ar­qués del Carpió, a la mano izquierda, en la testera, descubierto al estribo del coche, antes, de llegar a su casa en la calle Mayor, salió un hombre del portal de los Pellejeros, mandó parar el coche, llegóse al Conde y reconocido, le dio tal herida que le partió el corazón. El Conde animosamente, asistiendo antes a la. venganza que a la piedad, y diciendo: Esto es hecho, empezando a sacar la

1 Por lo que valga, aclaremos a nuestros lectores que el Duque del Infantado pertenecía a la camarilla política de Olivares y obtuvo de él grandes favores.

2 Don Luis de Góngora y Argote, Obras Completas, ed. cit., pági­nas 1095-1096. ,

3 Este era, justamente, el aviso del confesor. Quevedo lo desvirtúa con estas palabras. Incurre en un absurdo. Cómo iba a tratar el confesor de granjear recato para la vida del Conde si lo iban a matar aquella mis­ma tarde. Pretendía que se confesara y 1 nada más.

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espada y quitando el estribo, se arrojó en la calle, donde expiró luego entre la fiereza de este ademán y las pocas palabras referidas. Corrió al arroyo toda su sangre, y luego, arrebatadamente, fue llevado al portal de su casa, donde concurrió toda la Corte a ver la herida, que cuando a pocos dio compasión, a muchos fue espan­tosa i auto que la conjetura atribuía a instrumento, no a brazo. Su familia estaba atónita; el pueblo suspenso y con verle sin vida y en el alma pocas señales de remedio, despedida sin diligencia ex­terior suya ni de la Iglesia, tuvo su fin más aplauso que misericor­dia. ¡Tanto valieron los distraimientos de su pluma, las malicias de su lengua, pues vivió de manera que los que aguardaban su fin (si más acompañado, menos honroso) tuvieron por bien intenciona­do el cuchillo I /

Y hubo personas tan descaminadas en este suceso, que nombra­ron los cómplices y culparon al Príncipe, osando decir que le intro­dujeron el enojo para lograr su venganza; que su orden fue que lo hiriesen, y los que la daban la crecieron en muerte abominando el engaño tanto como el delito.

Otros decían que pudiendo y debiendo morir de otra manera por justicia, había sucedido violentamente, porque ni en su vida ni en su muerte hubiese cosa sin pecado. Solicitar uno su herida y su desdicha con todas sus coyunturas, y el castigo con todo su cuerpo y no prevenirse, fue decir: N i la justicia, ni el odio han de poder hacer en mí mayor castigo que yo propio. Y todo lo que vi­vió fue por culpar a la justicia en su remisión y a la venganza en su honía; y cada día que vivía y cada noche que se acostaba era oprobio de los jueces y de los agraviados; diferentemente en su muerte y en las causas de ella.

L a justicia hizo diligencias para averiguar lo que hizo otro a falta suya; y sólo así se halló por culpada de haber dado lugar a que fuese exceso, lo que pudo ser sentencia. Esperanza tengo de que Dios miraría por su alma entre el desacuerdo y la desdicha del Conde, pues su misericordia, por desmedida, cabe en menos de lo que comprenden nuestros sentidos4. •

• 4 B. A. E., t. 23, pág. 214. Murió el Conde de Coruña a traición, joven y desastradamente como murió Villamediana, y a su muerte hizo Don Juan este soneto: -

Cuando hierve cual mar la adolescencia en ondas de peligros y de engaños,

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No caben dos opiniones más diferentes; tan diferentes que no parece que se refieran a un mismo hecho. Sin embargo, ambas co­mentan la muerte de Villamediana. ¡No parece posible 1 No coin­ciden los datos; no coinciden las interpretaciones; no coinciden las actitudes vitales ante el muerto. Góngora hace una descripción, Quevedo hace un enjuiciamiento. Góngora escribe como amigo, Quevedo como fiscal. Los dos poetas fueron testigos de los suce­sos. Los dos tienen autoridad y sus palabras pudieron influir con­siderablemente sobre las opiniones de sus contemporáneos, y desde luego pudieran influir sobre la nuestra. AI comenzar a escribir estas líneas, nos encontramos indecisos: no sabemos qué partido tomar. Ambas descripciones son tan precisas, tan pormenorizadas, tan con­vencidas y, sin embargo, ¡tan contrarias! A lo largo del tiempo, ambas encabezaron una larga corriente de opinión con nombres ilustrísimos en uno y otro bando. Forman las dos orillas de un mismo río, el río que hizo en la calle Mayor la sangre de Villame­diana : son la orilla diestra y la orilla siniestra de este río. Le han dado cauce histórico. Para aceptar una cualquiera de estas opinio­nes, es preciso borrar la contraria, pero el prestigio personal de ambos escritores nos impide hacerlo. Para orientarnos, veamos,

golpe de arrebatados desengaños hizo efecto mayor de su violencia.

Sólo aquella sublime Providencia sabe en un punto restaurar los daños de la omisión y olvido de mil años en un acto interior de penitencia.

Digno auxilio, Señor, porque la culpanunca fue tal, ni el término tan breve, ,que tu misericordia no le alcance;

supla, pues, la piedad a la disculpa 'donde no hay fin seguro ni honor leve,¡Oh ciega obstinación! ¡O h duro trance!

Nobles palabras que tal vez hayan favorecido en el momento de su muerte a quien las escribió.

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pues, en qué medida confirman sus contemporáneos una y otra opinión.

Ante todo, vayamos a los hechos. Son muy pocos los que‘sabe­mos con exactitud. El día z i de Agosto de 1622 murió el Conde de Villamediana. He aquí el certificado oficial de su muerte:

Yo Manuel de Pernia, escribano del Rey, nuestro señor, de los que residen en su Corte, certifico y doy fe que hoy, día de la fecha desta, a la hora de las nueve de la noche, poco más o menos, fui en casa de Don Juan de Tasis, Conde de Villamediana, correo mayor de estos reinos, al cual doy fe que conozco, y le vi tendido en una cama, muerto naturalmente, que dijeron haberle muerto de una estocada en la calle Mayor, cerca de la callejuela de San Ginés. Y para que de ello conste, de petición de la parte del Conde de Oñate, di éste en Madrid, a 21 de Agosto de 162Z. Y en fe dello lo signé en testimonio de Verdad — Manuel de Pernia 5.

* El cadáver fue trasladado a Valladolid y sepultado en la iglesia del convento de San Agustín, donde tenía la familia su enterra­miento. Muchos años después hallaron incorrupto su cadáver, lo cual se atribuyó a la sangre derramada, escribe Cotarelo6.

L a capilla mayor — dice Antolinez de Burgos— , el cuerpo de la iglesia y la portada es de lo más insigne de Valladolid; la capilla mayor es de los Condes de Villamediana, desde el año de 1606 que Don Juan de Tasis, correo mayor de España y primer Conde de Villamediana, la dotó y la hizo entierro suyo, y de los que su­cediesen de su casa y estado. Tom ó la posesión de ella por su muerte, Don Felipe de Tasis, su hermano, que a la sazón era arzobispo de Granada 7.

Vayamos ahora a la opinión de sus contemporáneos, rogando de antemano a nuestros lectores que nos perdonen pues los tes­timonios son abundantes. Durante los siglos XVI y XVII no hubo

5 Publicó por primera vez este certificado E l Semanario Pintoresco, en septiembre de r854. L o cita Don Adolfo de Castro por vez primera.

6 Op. cit., pág. 143.7 Citado por N. Alonso Cortés, op. cit., pág. 78.-

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ninguna muerte que despertara tanta resonancia como ésta, ni si­quiera la de Don Rodrigo Calderón, Marqués de Siete Iglesias, muerto en cadalso. Muchas de las informaciones conocidas son anónimas. Ésta es la más repetida:

Este año de 1622, a 18 de Agosto [fue el 21], mataron al Corred Mayor, a boca de noche, en la calle Mayor, junto a la de los Boteros, yendo en su coche un hijo del Marqués del Carpió, y dicen que le mataron con un arma como ballesta a uso de Valen­cia y que se callase se maridó 8.

En una carta que desde Madrid escribieron a un caballero de Sevilla, se dice:

El día 22 de Agosto [fue el 21] a las once en punto de la noche, yendo el Conde de Villamediana con Don Luis de Haro, hijo del Marqués del Carpió y menino de la Reina, en un coche, al llegar a la calle de los Boteros y callejuela angosta que se dirige a San Ginés, se acercó al estribo un hambre que con un arma blanca hirió al Conde rompiéndole dos costillas. Un brazo cuentan que podía caber por la herida. Cayó muerto del estribo abajo sin decir Jesús ni dar muestras de contrición. Aunque hicieron todos los alcaldes de la Corte muchas averiguaciones, no pudieron des­cubrir al matador9.

Estos testimonios no nos declaran nada nuevo, pero tienen opuestos pareceres en uno de los puntos que conviene aclarar. El primero afirma que se mandó callar sobre la muerte del Conde (sigue la opinión de Góngora); el segundo afirma que la justicia hizo numerosas e inútiles averiguaciones (sigue la opinión de Que- vedo). En el último testimonio se denuncia que Villamediana al morir no demostró contrición, es decir, religiosidad. Como recor­darán nuestros lectores, éste es otro de los puntos que dividían las opiniones de Góngora y de Quevedo. Repitamos textualmente 4as

8 Bibl. Nacional, M s. Ff-73 (signatura antigua). Citado por Hartzen­busch, op. cit., pág. 91.

9 Citado por Cotarelo, op. cit., pág. 141.

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palabras del corresponsal: “cayó muerto del estribo abajo, sin de­cir Jesús, ni dar muestras de contrición” . Ahora bien, si Villame­diana cayó muerto del estribo, no pudo dar muestras de contrición ni siquiera a quien le mató, que era el único que podía ver su ros­tro en ese instante (Don Luis de Haro iba del otro lado del coche). Así, pues, estas palabras sin dar muestras de contrición, no sola­mente nos parecen extrañas por su falta de caridad y conmisera­ción, no solamente nos parecen inútiles, puesto que al fin y al cabo no vienen muy a cuento; son evidentemente tendenciosas y están en absoluto desacuerdo con la situación. En fin de cuentas: son una inconsecuencia lógica, un absurdo que se ha embutido allí para enjuiciar el hecho, no para describirlo. No hay que tomarlas muy en serio, pero en fin, valgan por lo que valgan, confirman la opi­nión de Quevedo en dos puntos interesantes. Démosle tiempo al tiempo y sigamos viendo cómo se van formando las dos márgenes que orillan esta muerte hasta nuestros días.

Un noticiero de la época escribe de este modo 10:

Este año mataron en Madrid a Don Juan de Tasis, conde de Villamediana, caballeio de singular ingenio y partes muy lucidas, correo mayor de España y Nápoles. Entró en palacio un día, muy acompañado de criados — más que otras veces— . Instó a D on Luis de Haro, hijo y heredero del Marqués del Carpió y menino de la Reina a que fuese a pasearse en su coche, y aunque Don Luis lo excusó mucho, no pudo resistir a la porfía del Conde.

Iba Don Juan bien descuidado de su caso. Llegando a la puer­ta de Guadalajara, Don Luis quísose apear para entrar en su coche y tomar otra derrota; el Conde no le dejó salir del suyo; pasó a otra calle más adelante (ya era la oración); llegóse un hombre al estribo donde iba recostado el Conde y le titó un solo golpe, mas tan grande que, quebrándole el brazo, penetró el pecho y corazón, y fue a salir por las espaldas, y le echó fuera las entrañas, con que a la primera voz que dio, vomitó el alma.

Don Luis saltó del coche, aunque sin armas, mas el agresor, acompañado de otros siete que le guardaban, se fueron sin ser conocidos.

10 Este testimonio recuerda a Novoa muy cercanamente.

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Juzgaron todos haber sido arma artificiosa y a propósito para despedazar cualquier defensa. Decíase que hacia 22 meses que traía un jaco y otras armas defensivas, de cuyo peso y humedad había enfermado, y que sólo aquel día se las había quitado; ¡tanto cuidado se hacía con sus acciones, pues, ésta, con ser tan secreta, no la ignoraron! No se averiguó este delito y se quedó en silencio. Unos dijeron que pasiones que había tenido le hacían tan recata­do; otros de libertad de su ingenio, que cualquiera de estas dos causas le precipitaron a este mal fin 11.

Véanse otros testimonios. Sea el primero el de Andrés Almansa y Mendoza, mulato, amigo de Góngora y correveidile de las Musas:

“ Fueron lastimosas las muertes de Don Fernando Pimentel, hijo del Conde de Benavente, y del Conde de Villamediana, correo mayor, ambas violentas y cogiéndoles descuidados y desapercibidos. Del de Villamediana no se ha sabido ni el matador ni la causa" l2. “Mataron alevosamente al Conde de Villamediana en la encrucija­da de la calle de San Ginés y los Boteros: no se ha podido averi­guar esta muerte” 13. “ Mataron a estt Conde de Villamediana a traición, desastradamente” 14.

Miguel de Soria en su Libro de las Cosas memorables que han sucedido desde el año de mil quinientos noventa y nueve escribe:

“Y dicen lo mataron con un arma como ballesta a uso de Valencia y que se cállase se mandó. Murió una muerte harto desastrada y sin confesión. Había sido gran decidor y satírico contra todos los Grandes y hubo contra él grandes sátiras. Fue gran lástima. Haya Dios misericordia de su alma” 15. “El 21, a boca de noche, que serían las 8, iba el Conde de Villamediana, con Don Luis Méndez de Haro, en un coche, por la calle Mayor, y enfrente de la callejuela

11 Bibl. Nacional, Ms. 2419-219.12 Bibl. Nacional, Ms. 8512, fol. 205 v. Cartas de Andrés Almansa

y Mendoza, Colección de libros raros o curiosos, pág. 152. Citado porCotarelo.

15 Bibl. Nacional, Ms. 9395, fol. 15 v. Citado por Cotarelo, pág. 140.14 Bibl. Nacional, Ms. 3895, fol. 59.15 Bibl. Nacional, Ms. 9856, fol. 34 v.

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que iba a San Ginés, se llegó un hombre embozado, y dio tal herida al Conde, con un arma como ballesta, que le rompió dos costillas y el brazo y le abrió el pecho; cayó luego muerto dicien­do: Esto es hecho. Depositáronle aquella noche en San Felipe el Real, de donde le llevaron al convento de San Agustín de Valla­dolid, de donde es patrón, y está enterrado en la bóveda de la capilla mayor, casi entero su cuerpo por la mucha sangre que le salió de la herida. Hiciéronse por orden del Rey nuestro señor grandes diligencias y nunca se pudo saber el matador. Causó gran lástima tan desgraciada muerte porque era el caballero más amable y liberal de toda la Corte” 16.

Todos estos testimonios coinciden en sus aspectos esenciales. No hay entre ellos desarmonía. Afirman que se mandó callar sobre esta muerte !/, o bien silencian este punto. En el último de elíos se encarece la acción de la justicia, afirmando que se hicieron gran­des diligencias y que fueron inútiles. Dato curioso: todos los tes­timonios demuestran simpatía o compasión por el Conde. Regis­tremos el hecho y sigamos adelante. Las dos opiniones finales que vamos a incluir en esta encuesta, por ahora, no son anónimas pre­cisamente: pertenecen a dos de los historiadores más destacados de aquel período. Dice León Pinelo en sus Anales de Madrid:

Domingo 21 de Agosto, en la calle Mayor, yendo en su coche Don Juan de Tasis, Conde de Villamediana, aún casi de día, se llegó al estribo un hombre, y con alguna arma fuerte y que hería de golpe, por si llevaba defensa, se le dio tan cruel, que rompién­dole las costillas no le dio lugar más que para decir: Jesús, esto es hecho, y luego murió. Los juicios que se hicieron fueron varios, como advierte Don Gonzalo de Céspedes en su Historia.

¿Cuáles son estas opiniones de Céspedes a las cuales se adhiere León Pinelo? Veámoslas:

16 Bibl. Nacional, M s. 2513. Citado por Alonso Cortés.17 V . los testimonios 3 y 4. El primero dice: No se averiguó este

delito y se quedó en silencio. El segundo repite: y que se callase se man­dó.

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Muere un hombre en la Calle Mayor 87

El caso segundo, igual a éste en lo impensado de su finj su­cedió el mismo mes de Agosto: mas mucho antes estaba preveni­do. Don Juan de Tasis, caballero de ingenio y partes muy lucidas, correo mayor de España y Nápoles y Conde de Villamediana, aun­que por medios más ocultos, corrió la misma adversidad. A 21 en­tró en Palacio, más rodeado de criados de lo que nunca acostum­braba, y estuvo en él un corto téfmino, saliendo a tiempo que vol­vía Su Majestad de las Descalzas y se apeaba Don Luis de Haro, hijo heredero de el [Marqués] del Carpió, y su menino de la Reina, al cual con ruegos y porfías, metió en su coche y le pidió que se viniese a pasear: y aunque Don Luis se escudó mucho, él le apre­tó con tal instancia, que por fatal destino suyo parece que le quiso traer para testigo de su muerte. Iba Don Juan bien descuidado y hablando con su compañero cosas de gusto y diversión: caballos, música y poesía — pasión de que perdidamente era prendado por su mal— y de que nada se [le] hacía ni encaminaba a su propósito, fundando azares y aun agüeros hasta en las pérdidas del juego. Así llegaron a la Puerta de Guadalajara, en quien Don Luis, que­riéndose apear para tomar otra derrota, volviendo a ser importuna­do pasó a otra calle más arriba, donde sacando la cabeza para llamar a sus criados, al propio instante, yendo el Conde al otro es­tribo recostado, le embistió un hombre y le tiró un solo golpe, mas tan grande, que arrebatándole la manga y carne del brazo hasta los huesos, penetró el pecho y corazón y fue a salir a las espaldas. A la voz triste que dio el Conde, atropellado de dolor, Volvió Don Luis y conociendo el mal recaudo sucedido, aunque iba sin almas, saltó luego para emprender al homicida, y consi­guientemente el Conde, puesta la mano en el espada, fue con tan ciego desatino, que tropezando uno sobre otro, por bien que se desenvolvió, el asesino iba zafándose con priesa y resguardado por otros dos, y en tanto el Conde, revolviéndose, vomitó el alma por la herida, de cuyas bocas, por disformes, juzgaron muchos haber sido hechas con arma artificiosa para despedazar cualquier defensa* Aqueste fue su infausto fin, mas de sus causas, aunque siempre se discurrió con variedad, nunca se supo cierto autor. Unos han dicho se produjo de tiernos yerros amorosos 18 que le trujeron recatado

18 Hartzenbusch interpreta la frase de este modo: “Amores que tru­jeron recatado al Conde todo lo restante de su vida debieron ser amores

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para toda la resta de su vida, porque él sin duda era de aquellos que comprehenden en sus ánimos cuanto les brinda la fortuna; y otros, de partos de su ingenio que abrieron puertas a su ruina i9.

El valor de este testimonio es extraordinario. Don Gonzalo de .Céspedes era el cronista de Su Majestad y estas palabras pertene­cen a su Historia del Rey Felipe IV, publicada en Lisboa el año 1631. Su versión puede considerarse la versión oficial del suceso.. Cuando la escribe, ya ha pasado la tensión de los primeros instan­tes, la tensión de peligro que, como hemos visto, congelaba las palabras de los primeros informadores. Ahora, a los nueve años de la muerte, se pueden dar los detalles exactos. Pongamos de re­lieve aquellos puntos de su declaración que nos parecen más inte­resantes. Afirma de manera taxativa que, aunque la muerte del Conde de Villamediana sucedió el 21 de Agosto, estaba prevenida desde mucho antes. Ahora bien, ¿cómo es que, conociéndose en la corte este intento de asesinato que proyectaban unos particula­res, como suele afirmarse, no se evitó? ¿Cómo se explica esta com­plicidad? Pero no adelantemos los acontecimientos. Vayamos paso a paso, que no nos corre ningún toro. Estas palabras de Céspedes son muy sugeridoras. Aluden claramente a un punto importantísi­mo. ¿Desde cuándo podía estar prevenida la muerte del Conde de Villamediana?

Ya hemos visto que en la primavera del año 1622 gozaba nues­tro héroe del favor real. No hubiera dicho en aquel tiempo a Dóñ. Luis de Haro que nada le salía bien, ni hubiera hablado de su mala fortuna. Su situación era inmejorable. En los noticieros de la época le vemos frecuentemente en público, acompañando a Su Majestad:

que hacía ya muchos años que duraban cuando murió, de modo que el adjetivo tiernos debe, en este caso, significar lo mismo que tempranos y juveniles” (op. cit., pág. 79). Según esto, Villamediana habría muerto cua­rentón a causa de un amor juvenil que había tenido la espada suspensa durante más de veinte años sobre él. No es necesario comentar esta afir­mación: no se mantiene en pie. Hartzenbusch no ha entendido el texto. Más adelante aclaramos su sentido.

19 Gonzalo de Céspedes y Meneses, op. cit., págs; 239-240. Citado por Hartzenbusch. ■ '

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El sábado 30 de Octubre de 1621 años, a las tres de la tarde, entró Su Majestad el rey Felipe IV , que Dios guarde muchos años, con todos sus Grandes, corriendo la posta del Escorial a esta Corte, y entró por el Parque juntamente con el Señor Infante Don Carlos, y estaba la Reina, Madama Isabela, a las ventanas aguardándole. Pareció muy bien. Y vino haciendo oñcio de Correo Mayor Don Juan de Tasis, Correo Mayor, Conde de Villamediana, el cuál ve­nía muy lucido20.

He aquí el arranque de su ascensión política21. En otro noticia­rio leemos que “el 6 de Diciembre, viniendo el Rey de Aranjuez, entró por la Puente Segoviana y el Parque a Palacio, también con el Infante Don Carlos y Villamediana haciendo de Correo Mayor” 11.Y dice Almansa y Mendoza: “ S. M. antes de entrar este año fue al Pardo dos veces y al Escorial y quiso hacer la vuelta a la posta con muchas galas; ocasiones en que lució bastantemente la libera­lidad y gallardía del Conde de Villamediana, Correo Mayor” 11. Se nos dirá, y es cierto, que en los casos citados la cercanía del Rey obedecía no sólo a su influencia, sino a su cargo. Tanto monta, monta tanto, porque, además, como hemos visto, ya en estas fechas sirve al rey de espolique y se convierte en el cronista oficial de alguno de sus galanteos, demostrando tener no ya sólo influencia, sino intimidad con el Monarca.

Hay un pormenor interesantísimo sobre esta intimidad que nadie ha subrayado todavía. No era un secreto, sin embargo. En la descripción del teatro que monta al aire libre en Aranjuez el Capitán Fontana, escribe Hurtado de Mendoza24 que “en el tabla­do había dos figuras de gran proporción — las de Mercurio y Mar­te— que servían de gigantes fantásticos y de correspondencia con

20 Cotarelo, op. cit., pág. 99.21 Las menciones sucesivas aumentan progresivamente la importancia

del Conde. .22 Cotarelo, op. cit., pág. 99.25 Op. cit., pág. 118. He aquí otra cita con el mismo sentido: “Y

detrás el Duque de Alba y el Conde de Villamediana pasaron la carrera de día frontero” . Boletín Menéndez y Pelayo, marzo de 1923.

24 Op. dt.y pág. 8.

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la fachada” . Estas son sus palabras: tenga en cuenta el lector sus colosales proporciones. El detalle olvidado no puede ser más impor­tante, pues estas gigantescas figuras que presiden el teatro de Aran- juez, nada menos que ante toda la familia real y ante la corte, eran las de Mercurio y Marte, — Mercurio era el correo de los dioses— es decir, las del Conde de Villamediana y Felipe IV. Esta es nues­tra opinión y volveremos a su debido tiempo sobre el asunto. Por el momento, sólo nos interesa subrayar que es indudable que Villa- mediana en esta época — 15 de Mayo de 1622— tenía un extraor­dinario y declarado ascendiente sobre el Rey. Si las hablillas de su pasión por Madama Isabela hubieran trascendido en este tiem­po, es indudable que no se le habría encargado escribir la comedia que la misma Isabel de Borbón iba a representar. Esto no puede ponerse en duda. Villamediana pierde el favor real a partir de las fiestas de Aranjuez. Recordemos que muere el 21 de Agosto de este año, exactamente tres meses después de la representación de La Gloria de Niquea. Por consiguiente, estos tres meses son el plazo durante el cual pudo estar prevenida la muerte del Conde. En modo alguno antes.

El segundo de los puntos interesantes de la declaración de Cés­pedes que conviene destacar es la simpatía que demuestra por el Conde de Villamediana, caballero de ingenio y partes muy lucidas. Leyendo estas palabras no salimos de nuestro asombro. Pero ¿no se había procesado al Conde en los días que siguieron a su muer­te? ¿No se había descubierto en este proceso su culpabilidad por sodomía? ¿Cómo es posible que Gonzalo de Céspedes, siendo cro­nista de Su Majestad, le elogie de este modo en la versión oficial que da en su Historia de la muerte del Conde? Se nos dirá, y es cierto, que este punto de su declaración demuestra la clemencia real, la clemencia del Rey Felipe IV, que no quería infamar al Conde después de muerto, como afirman las cédulas de Fariñas que ya conocen nuestros lectores. Ahora bien, la declaración de Céspedes es mucho más explícita que todo eso. En ella afirma claramente que la muerte del Conde estuvo motivada bien por distraimientos de su pluma, bien por tiernos yerros amorosos que le trujeron recatado toda la resta de su vida, por que él [el Conde]

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sin duda era de aquellos que comprehenden en sus ánimos cuanto les brinda la fortuna. Esto es algo mucho más importante que no infamar su memoria: es elogiarle sin rebozo, y, además, darnos las causas inequívocas de su muerte. Los tiernos yerros amorosos del Conde no son la sodomía, al menos en la declaración del cronista de Su Majestad. Y su elogio al decir que Villamediana era uno de aquellos amantes que se atreven a todo y comprehenden en sus ánimos cuanto les brinda la Fortuna, era declarar abiertamente ante la Historia que había puesto sus ojos en la Reina. Esto parece claro. La clemencia real se demuestra en la declaración de Céspedes, puesto que la permite, pero la permite, naturalmente, en descargo de su conciencia. Para confirmar cuanto llevamos dicho, añadiremos que algunos comentaristas25 no entendieron el sentido de estas pa­labras de Céspedes: de tiernos yerros amorosos que le trujeron recatado toda la resta de su vida. Pues bien: son más claras que el agua. La resta de su vida son los meses que vivió Villamediana a partir del instante en que su muerte, según Céspedes, estaba pre­venida. Su sentencia era inexorable, y una vez que fue dictada, sólo vivió Villamediana la resta de su vida. Tremenda, inexorable y generosa declaración, que vuelve a situarnos ante las fiestas de Aranjuez y la representación de La Gloria de Niquea.

LA ADULACIÓN GANA UN TESTIGO FALSO

A la luz de estos testimonios, podemos ahora recordar la ver­sión de la muerte del Conde de Villamediana que dio Quevedo en sus Grandes anales de quince días. Merece comentario detenido. Incurre, por de pronto, en notorias contradicciones. Si nada menos que el confesor de Don Baltasar de Zúñiga — Don Baltasar de Zúñiga compartía con el Conde de Olivares el valimiento de Su Majestad— notificó a Villamediana que mirase por su vida, pues' estaba en peligro, es indudable que la sentencia de muerte del Conde estaba dictada y era conocida en Palacio. Tan grave advertimiento

25 Hartzenbusch, op. cit., pág. 79.

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sólo podía estar motivado por el deseo de que el Conde previniera su alma, es decir, para que no muriera sin confesión. Mucho han cambiado las cosas, pero durante el siglo XVII pesaba más el hecho de condenar un alma que el de matar a un hombre. Por ello insis­te Quevedo sobre el descreimiento de Villamediana al referirnos que el Conde, al ser herido, sacó animosamente la espada, asistien­do antes a la venganza que a la piedad. Pero debemos convenir en que este gesto tenía carácter defensivo y era absolutamente natural. Llamar venganza a la defensa propia no es un enjuiciamiento, es una difamación. Quevedo incurrió en ella porque le interesaba de­nunciar la falta de religiosidad del Conde, que probablemente era cierta, pero que nada terna que ver con el hecho de que desenvai­nase la espada cuando le agredieron. Quevedo hubiera hecho lo mismo. Don Luis de Haro, que acompañaba a Villamediana en el momento de su muerte, también siguió la misma senda, pues acu­dió a detener al asesino antes de ir a llamar al confesor, y nadie le critica por ello26. Para comprender la actitud de Quevedo, debe tenerse en cuenta que la principal acusación que se hacía a los ins­tigadores del asesinato era que el Conde hubiese muerto sin con­fesión. Así pues, la imputación que hace Quevedo a Villamediana sólo obedece al deseo de descargar de esta responsabilidad a los instigadores del crimen, acusando de descreimiento al Conde, sin tener en cuenta que sólo pudo decir “ Jesús” , cuando arrojaba el alma por la boca27. Añadiremos que Don Luis de Haro no era

26 Quevedo menos que nadie, pues D on Luis de Haro era persona de valimiento, y Quevedo era uno de los mayores aduladores que había en la Corte. L a biografía de Quevedo no es tan inmaculada como suele creerse, pero dejemos el asunto, que es largo, para mejor ocasión. L a mejor interpretación de la personalidad de Quevedo es, hasta el día, la del Duque de M aura: Conferencias sobre Quevedo, Calleja, Madrid.

27 L os testimonios de Góngora y León Pinelo desmienten a Don Francisco. Mas no es tan importante el hecho de que dijera o no dijera el Conde palabra alguna antes de morir; lo increíble en la descripción de Quevedo es que no culpa a los instigadores del crimen por el hecho de que Villamediana muriera sin confesión: culpa de ello a la víctima, al descreimiento del Conde, muy a pesar de que la muerte, según el mismo Quevedo escribe, no le dio tiempo para nada.

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hermano del Marqués del Carpió, como se dice y se repire en todas las versiones manuscritas y publicadas hasta la fecha de los Grandes anales de quince días: era hijo del Marqués del Carpió y sobrino del Conde Duque de Olivares. Así se escribe esta his­toria a .

Añade Quevedo que la muerte del Conde dio a pocos compa­sión y encontró más aplauso que misericordia. Aunque así hubiera sido, convengamos en que la afirmación es despiadada, pero como todos los testimonios la desmienten, no sólo es calumniosa, sino infundada. Miel sobre hojuelas, cabría decir. El chistecito de que la muerte de Villamediana fue cuanto más acompañada menos hon­rosa supongo que lo habrán reído en los infiernos. Para aclarar su sentido, que es inequívoco aunque oscuro, recordaremos a nues­tros lectores que la muerte aconteció un domingo de agosto, de anochecida y en la calle Mayor, y, por lo tanto, Quevedo alude al gentío que la presenció aterrorizado como si hubiera sido el acom­pañamiento del cadáver en un entierro. La gracia tiene hiel. Añade Don Francisco que hubo personas tan descaminadas en este suceso que nombraron los cómplices y culparon al Príncipe. Luego, con frase eficacísima y bien acuñada, que por su extraordinaria fuerza expresiva se ha repetido innumerables veces, insinúa la sodomía del Conde, diciendo que solicitó el castigo con todo su cuerpo, para continuar su pliego de cargos equiparando al asesino y a la víctima con la siguiente ingeniosidad: Villamediana murió violentamente, para que ni en su vida ni en su muerte hubiese cosa sin pecado. Esto lo escribe un moralista, y luego afirma a boca llena que tiene por bien intencionado al cuchillo que lo mató, para terminar su descripción del lance con estas encarnizadas palabras: Y todo lo que vivió fue por culpar a la justicia en su remisión y a la venganza en su honra; y cada día que vivía y cada noche que se acostaba era oprobio de los jueces y de los agraviados. Es decir, acusaba a los jueces de lenidad y a los agraviados por el Conde de cobardía por­que no le hubieran matado antes. Se nos nubla la vista. No sabe­

28 Y así está escrita la biografía de Quevedo por Astrana- Marín.

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mos si es cierto lo que estamos leyendo. Añadiremos, finalmente, que en estas palabritas o palabrísimas finales29 se equiparan en su acción a la justicia y a la venganza, como si tuvieran igual valor. Y aquí termina nuestro comentario. No quisiera dar énfasis a mis palabras, pero debo decir que no creo que exista en la literatura española ninguna página tan vil como la que acabamos de comen­tar. Va demasiado lejos el odio de Quevedo para ser sincero30: se ve que lo exagera, que lo agranda, quiere hacer méritos con él. Esto es lo malo. Quevedo no escribió estas palabras increíbles por odio al Conde de Villamediana: al fin y al cabo, esta motivación hubiera sido una atenuante31; todo esto lo escribió, como después veremos, para adular al Conde Duque.

29 Dicho en estilo quevedesco.50 No tendemos a agrandar nuestro odio cuando tenemos que ex­

presarlo públicamente, porque no nos enorgullece, antes, por el contra­rio, parece empequeñecernos. Nadie tiende a agravar la confesión de un sentimiento que, al fin y al cabo, ya es un poco humillante. Quevedo habría refrenado su expresión si sus palabras hubieran sido dictadas por el odio, pero Quevedo quiere adular, y la adulación agranda las palabras y los afectos.

31 Desde luego hay constancia de la enemistad de Quevedo hacia Don Juan. Otro día volveremos sobre el tema con mayor atención. Recordemos ahora únicamente aquellos versos de su epitafio al Marqués de Siete Igle­sias, que están llenos de venenosas alusiones a Villamediana y qué co­mentaremos en distinto lugar de la presente obra: “Yo soy aquel delin­cuente” . Pero no es ésta la única composición de Quevedo en que ataca a Villamediana. Véase su “ Sátira del infierno” :

El que quisiere saber de algunos amigos muertos, yo daré razón de algunos porque vengo del infierno.

Allá queda barajando el que supo acá más cierto a cuantos venía su carta como sí fuera correo.

Ya Hartzenbusch aclaró esta alusión. El epitafio “ Yace Faetón en esta tierra fría” también pudiera ser un ataque de Quevedo contra Villame- diana; no es segura su atribución.

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Muere un hombre en la Calle Mayor 95

Se hizo justicia histórica de su actitud por sus contemporáneos. Sabido es que los Grandes anales de quince días no se publicaron en vida de Quevedo y circularon en copias manuscritas. Pues bien: he podido encontrar en varias de ellas, de las cuales doy referencia puntual32, un dato curiosísimo. Al llegar a uno de los pasajes que hemos citado anteriormente, los copistas lo enmiendan, lo rectifi­can, desmienten al autor, transcribiéndolo de este modo: Y hubo personas tan encaminadas en este suceso que nombraron los cóm­plices y culparon al Príncipe. Este ha sido el verdadero Tribunal de la justa venganza. Téngase en cuenta que los copistas sólo cam­bian una palabrq: donde Quevedo escribió descaminadas, corrigen: encaminadas. Ni más ni menos. Quienes así lo hicieron —conozco varias enmiendas; probablemente fueron muchas— eran admirado­res fervorosos de Quevedo, pues copiaban con sus pulgares y para su solaz una larga obra suya escrita en prosa. Pues bien, no protes­taban airadamente, ni llenaban el margen con apostillas críticas. Al llegar a este punto, rectificaban la opinión del autor, deshacían su calumnia sencillamente, denunciando a Quevedo como testigo falso. Igual me ocurre a mí, y nadie es más admirador de Quevedo que yo.

32 Tienen esta corrección los manuscritos 18202, fols. 43-45, y 7370. En este último, la corrección está tachada a su vez. Por lo visto, uno» copistas se atienen a los hechos y otros se atienen a la letra.

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L A POESÍA COMO TESTIM ONIO

Pasemos la hoja, y veamos un testimonio muy distinto: los epitafios que los poetas contemporáneos hicieron a su muerte. Son muy parecidos en forma métrica y extensión, y esta uniformidad nos sugiere su origen: es muy posible que muchos de ellos, la mayoría, constituyeran en su día un tema de Academia. Así lo afirma Fernández-Guerra:

Insigne Academia de Madrid continuó llamándose la favoreci­da por Su Majestad. En su seno, Quevedo y Lope, Alarcón y Mira de Amcscua, Góngora y Luis Vélez, y los Condes de Salinas y

r Saldaña tuvieron libertad bastante para leer versos, quizás no gra­tos al Gobierno, cuando el domingo z i de Agosto fue asesinado en la calle Mayor el Conde de Villamediana. Se asentaba esta Academia en la calle de Majadericos, en casa de Don Francisco de Mendoza, poeta cómico [es decir, autor dramático] de entereza y resolución, y muy bien quisto, pues era secretario de Don Manuel de Acevedo y Zúñiga, conde de Monterrey, hermano del poderoso ministro Don Baltasar de Zúñiga; el cual por ello y por estar ca­sado con su sobrina Doña Leonor de Guzmán y Acevedo, hermana del Conde de Olivares, gozaba de sumo valimiento en la C o rte '.

En este ambiente — conocedor de todos los secretos de Pala­cio— celebró la Academia su reunión y debieron leerse buena parte de los epitafios que copiamos a continuación.

1 Don Luis Fernández-Guerra, Alarcón, pág. 368.

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La poesía como testimonio 97

i

DEL DOCTOR MIRADEMESCUA

¡Golpe fatal, cruel hecho que en bárbara impiedad toca! que por cerrarme la boca me la abrieran por el pecho; y aunque este lugar estrecho me oprime y muerto me ven, no es bien seguros estén de mi lengua, porque es tal que habrá muchos que hablen mal si ellos no vivieren b ien 2.

2

DE DON JUAN RUIZ DE ALARCÓN

Aquí yace un maldiciente que hasta de sí dijo mal, cuya ceniza mortal sepulcro ocupa decente; memoria dejó a la gente del bien y del mal vivir; con hierro vino a morir, dando a todos a entender

2 Existen innumerables copias de la mayoría de estos epitafios. Creoque carece de sentido hacer la referencia de todas las que conocemos.Daremos sólo algunas, y especificaremos exactamente las variantes de in­terés. Bibl. Nacional, Mss. 4101, fol. 156 v ; 3897, fol. 224; 3913, fol. 834.Cotarelo transcribe este epitafio modificando su final:

que hablará de muchos mal si ellos no vivieren bien.

Considero esta variante aceptable, pero no acertada. Parece lógico afir­mar que el Conde de Villamediana no podía hablar después de muerto;lo que dice el poeta es que hablarán sus seguidores por él. Hay muctj^í copias de esta composición.

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98 Pasión y muerte de Villamediana

cómo pudo un mal-hacer, acabar su mal-decir3.

3

DE DON ANTONIO HURTADO DE MENDOZA

Yace en perpetua quietud debajo este mármol duro, aquél que habló lo más puro y menos de la virtud; en un fúnebre ataúd le puso un golpe fatal; dicen por cierta señal los que así muerto le ven que porque dijo mal bien dejó la vida bien m al4.

4

DE DON JUAN DE JAÚREGUI

Yace aquí quien por hablar dicen que el habla perdió y a quien acero curó la opilación de infamar; su pluma le hizo volar cual fcaro despeñado; si nuevo Sol ha encontrado no en Eridano se ve,

3 Bibl. Nacional, M s. 3913-834. Publicado por Hartzenbusch. Es fre­cuente en copias manuscritas. Debemos advertir que aunque todas las atribuciones de estos epitafios se encuentran autorizadas en manuscritos, algunas son inverosímiles, algunas ciertas, algunas inseguras.

4 Bibl. Nacional, Mss. 4101-1554; 3987-2254; 3919-82; 17666-660 v. Fue publicado por Hartzenbusch. “ L o más puro” quiere decir lo más claro. Así, el verso tercero debe interpretarse: “ aquél que habló lo más claro” . Los versos finales significan que porque habló muy bien de los males de su tiempo, dejó la vida bien mal. Es muy frecuente en copias manuscritas.

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La poesía como testimonio 99sí en herida con que fue pasado por lo pasado5.

5

DE DON JUAN DE JAÜREGUI

El oficio a quien traidor el corazón le quitáis, dice quién sois pues quedáis sin él, correo mayor; el ser ladrón del honor que bárbara lengua infama, según lo que el mundo clama os puso en tan triste suerte: que es justo que den la muerte al que fue ladrón de fam a6.

6

DEL CONDE DE SALINAS

Fatigado peregrino: nido breve, urna funesta

5 Bibl. Nacional, Mss. 4101-157; 3987-227 v; 3919-82 v. Fue publi­cado por Hartzenbusch, con el siguiente comentario: “ Aquí se confunde la fábula de Icaro con la de Faetón, que fue quien cayó precipitado al Eridano” (pág. 63). Cotarelo d ice: “ Con las palabras nuevo Sol parece aludir a que el Rey ordenó la muerte del Conde” (pág. 147). Es indudable la alusión. La copia es muy frecuente.

6 Bibl. Nacional, Mss. 4101-157; 3987-226 v ; 3919-82 v. Fue publi­cado por Hartzenbusch, con el siguiente comentario: “Robador de hon­ras y traidor al cargo de Correo se le llama al Conde; quizás se propuso expresar el poeta que Villamediana, abusando de su cargo, descubría se­cretos o se valía del correo para esparcir libelos infamatorios” . Se copia en numerosos manuscritos. En el año 1621, la Hacienda Real embarga la hacienda del Conde. “Por entonces, dice Alonso Cortés, en cierta escri­tura relacionada con sus deudas se habla de los embargos que en los dichos alimentos y demás hacienda del dicho Conde están hechos por mandato del Contador de Su Majestad, Simón Vázquez, por los marave­dís que debe a la Real Hacienda” . ¿No estarán relacionadas la noticia y

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100 Pasión y muerte de Villamediana

es la que contemplas ésta decretada del destino; yace aquí un cisne divino; llega y lastimoso advierte, en tan desastrada suerte, que con la violenta herida,¡como cantó tanto en vida

no pudo cantar en muerte! 7.

7

DE LOPE DE VEGA

A l que sobró de buen entendimiento vino a faltar tan presto su sentido, y al que en ajenas vidas se ha metido la propia le sacó su atrevimiento.

Principio fue, no fin de su tormento, el lastimoso caso que ha tenido, con su lengua o su mano merecido, con que aplauso ganó por sentimiento8.

Con un tiro fatal, mas esforzado,una villa-mediana destruidase m ira: ¡Oh tiempo duro!, ¡oh dura suerte 1;

su fin, sus hechos lo han pronosticado: su vida fue amenaza de su muerte y su muerte amenaza de su v id a 9.

la décima? No lo creo, peío todo pudiera ser. Parece que el Conde cobra­ba más que pagaba.

7 Bibl. Nacional, Ms. 3919-83. Fue publicado por Cotarelo, op. cit., pág. 145. Hay abundantes copias.

8 Es decir, que sólo a la hora de la muerte encontró aplauso. La com­pasión se puso de su parte: “ Siempre tiene razón el sufrimiento” , decía en un verso memorable Villamediana profetizando la onda de simpatía que despenó su muerte. Este epitafio se copia muchas veces.

9 Bibl. Nacional, Mss. 4101-156; 3919-80. Fue publicado fragmenta­riamente por Hartzenbusch y completo por Cotarelo. Es muy frecuente. El verso final alude a que Villamediana murió sin confesión.

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La poesía como testimonio 101

8

DE QUEVEDO

Religiosa piedad ofrezca llanto fúnebre, que a su libre pensamiento vinculó lengua y pluma, cuyo aliento se admiraba de verle vivir tanto.

Cisne fue que, causando nuevo espanto, aun pensando vivir clausuló el viento, sin pensar que la muerte, en cada acento, le amenazaba justa al postrer canto.

Con la sangre del pecho que provoca aquel sacro silencio se eternice, escribe tu escarmiento, pasajero,

que a quien el corazón tuvo en la boca tal boca siente en él que sólo dice:“— En pena de que hablé, callando muero” 10.

9

DE LOPE DE VEGA

Aquí con hado fatal yace un poeta gentil, murió casi juvenil por ser tanto Juvenal; un tosco y fiero puñal de su edad desfloró el fruto; rindió al acero tributo, pero no es la vez primera que se haya visto que muera César al poder de Bruto u .

10 Bibl. Nacional, Mss. 4101-156 v ; 3913-80 v. Fue publicado frag­mentariamente por Hartzenbusch y completo por Cotarelo. Se copia en numerosos manuscritos. Blecua lo publica en su edición de Quevedo. L a atribución es algo más que dudosa.

11 Bibl. Nacional, Mss. 3987-223; 3919-790; 17666-659. Fue publi-

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102 Pasión y muerte de Villamediana

10

ANÓNIMO

Aquí yace entenadoel que desenterraba al más honrado,el pecho por lo menosabierto, porque entraba en los ajenos;y porque de mil modoshabló en vida de todos,ha querido su suerteque con ninguno se hable de su muerte,ni que ¿1 en ella hablaseporque en su misma muerte no infamase,o porque, y es lo cierto,pues habló vivo mal, no hablase muerto.Poique de malas nuevas fue correo de ser primo en correr tuvo deseo, pero corrió tan mal, que hasta la muerte le pesó de correr de aquella suerte; y que corte es gran mengua menos una guadaña que una lengua y así la Parca ejecutó la herida dejándole sin habla de corrida l2.

11

DE DON TOMÁS TAMAYO

Yace aquí en común dolor el fénix de gentileza,

cado por Hartzenbusch. Sobre el sentido de este epitafio hablaremos más adelante. Se copia en numerosos manuscritos. La atribución es muy dudosa.

12 Bibl. Nacional, Mss. 4101-155 v ; 3987-223 v; 3919-81. Fue publi­cado por Cotarelo. Por el estilo, el tono y las afirmaciones, parece este epitafio de Quevedo. En cualquier caso, representa una actitud inmiseri- corde y afirma que no se pudo hablar sobre su muerte: ha querido su suerte / que con ninguno se hable de su muerte. Más tarde comentare­mos su sentido último. N o se incluye frecuentemente entre los epitafios.

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La poesía como testimonio 103

el sol que dio a la grandeza clara luz de su esplendor; el primero en ser señor humano, grave y discreto, el ingenio más perfeto, a quien la envidia cediera, si todo junto no fuera de su fin, confuso objeto I3.

12

ANÓNIMO

A Juanillo le han dado con un estoque;

¿quién le manda a Juanillo salir de noche? 14.

* * *

A Cupido le han muerto detrás de un coche;

{quién le manda a Cupido salir de noche? 15.

13 Bibl. Nacional, Mss. 4101-156 v ; 3919-83. Fue publicado por C o ­tarelo, que cambia su final por una mala lectura:

de sufrir cansado objeto.

L a variante no tiene sentido, ni está acreditada en copias manus­critas. Es muy frecuente este epitafio.

14 Publicó esta letrilla Don Adolfo de Castro en su obra Olivares y Felipe IV , y Cotarelo, op. cit., pág. 149. No conozco versión alguna ma­nuscrita.

15 Publicó esta letrilla Don Adolfo de Castro, ibid., pág. 58, y Ma- rañón en su Don Juan, pág. m . N o conozco versión alguna manuscrita, mas sí he encontrado esta curiosa referencia de Ciro Bayo: “ Esta copla es notabilísima. Cítala Hartzenbusch con la variante

A cup lüo Ic han muertodentro de un coche .

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104 Pasión y muerte de Villamediana

13

ANÓNIMO

— En esta losa yace un mal cristiano.— Sin duda fue escribano.

— No, que fue desdichado en gran manera.— Algún hidalgo era.

— No, que tuvo riquezas y algún brío.— Sin duda fue judío.

— No, porque fue ladrón y lujurioso — O ginovés o fraile fue forzoso.

— N o, que fue menos cuerdo y más parlero.— Ese que dices era caballero.

— No, que fue presumido y arrogante.— Sin duda fue estudiante.

— N o fue sino poeta el que preguntas y en él se hallaban esas cosas juntas 16.

refiriéndola al asesinato del Conde de Villamediana, de suerte que data nada menos que del s. X V II. Sin embargo es tan corriente entre los Cantadores del Plata que no habrá ninguno que no la sepa. La he oído indistintamente en Bragado y en Tapalqué, dos localidades en rumbo opuesto de la provincia de Buenos Aires” . V. Ciro Bayo, Romancerillo del Plata, pág. 139. Institución Cultural Española, Buenos Aires, 1943. Las palabras de Ciro Bayo demuestran la extraordinaria difusión, en América también, de la historia de Villamediana.

16 Publicada por Cotarelo (150), con el siguiente comentario: “Esta composición fue publicada incompleta por Alfay en su colección de Poe­sías varías de grandes ingenios españoles, Zaragoza, 1654, y atribuida a Quevedo, sin expresar a quién se dirigía. Declárase que es a Villamediana en el Códice X-87 de la Biblioteca Nacional y se copia también entre los epitafios a la muerte del Conde en casi todos los manuscritos” . Es cier­to. En otros manuscritos se publica como epitafio a la muerte de Don Francisco de Quevedo (3921; 8252-12; 3795), con el siguiente epígrafe: "Epitafio de Don Francisco de Quevedo a su sepultura” . Es curioso que la muerte haya unido en un mismo epitafio estos n o m b r e s . Parece referir­se a Villamediana. En el C a n c iw w da 162S, publicado por Blecua, fo­lio 709 v, se atribuye, con variantes, a Quevedo. '

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La poesía como testimonio I 0 5

14

DE GÓNGORA

M E N T ID E R O D E M A D R ID , decidnos ¿quién mató al Conde?; ni se sabe, ni se esconde, sin discurso discurrid:— Dicen que Le mató el Cid por ser el Conde Lozano; ¡disparate chabacano!, la verdad del caso ha sido que el matador fue Bellido y el impulso soberano *7.

17 Bibl. Nacional, Mss. 4101-155; 3987-224; 3919-81 v. Publicada en todos los manuscritos como de Góngora. Alonso Cortés y Hartzen­busch niegan esta atribución, que está certificada por Salazar y Castro y por centenares de manuscritos. Más adelante hablaremos de sus varian­tes. Alonso Cortés lo publica con este malaventurado comentario: “ Poco ingenio tendría el autor de este epitafio — que demuestra tener mucho— si hubiera que tomar al pie de la letra, como hasta ahora se ha hecho, todas sus palabras, sin parar mientes en los imprescindibles equívocos. Si la pregunta (sic) “ Dicen que le mató el Cid / por ser el Conde Lozano” se refiere, como es indudable, a los rumores de haber sido el Rey quien ordenó la muerte por los peligros que paía su honor ofrecía la gentileza del Conde, no había por qué repetir el concepto en lo de que fue el im­pulso soberano. Y si estas palabras significan que el Rey fue el inductor, y en lo de Bellido se quiere expresar simplemente que la muerte fue cometida a traición, maldita la gracia que tienen los equívocos. O mejor dicho, no hay equívocos. Y que los hay, de sobra lo da a entender el autor de la décima en lo de sin discurso discurrid, es decir, sin salirse de los versos dar con la clave de ellos.

Hay un equívoco, por de pronto, en el verso ni se sabe ni se esconde, que en otro caso sería perfectamente estólido. ¿Será muy aventurado suponer que ha de leerse: Nise sabe, Nise esconde? Es decir, que una Nise o Inés — ¿quién averigua a estas fechas de qué Inés se trataba?— sabía quién era el matador y aun le ocultaba.

Otro equívoco, bien claro a mi entender, es el de Bellido. No se trata, no, de ningún émulo del traidor de Zamora; trátase de un Bellido (bello, agraciado, hermoso), esto es, de un afeminado. Y en cuanto a lo del im­

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io 6 Pasión y muerte de Villamediana

15

DE LOPE DE VEGA

IN T E N C IO N E S D E M A D R ID , no busquéis quién mató al Conde, pues su muerte no se esconde, con discurso discurrid: que hay quien mate sin ser Cid al insolente Lozano discurso fue chabacano, y mentira haber fingido que el matador fue Bellido siendo impulso soberano 18.

El poeta declara que no debe de hablarse más de la muerte de Villamediana en los mentideros madrileños. Afirma que la muerte no se esconde, es decir, que todo el mundo conoce las causas que la determinaron, y añade que es un dislate pensar que estuviera ocasionada por una venganza particular, como la muerte del Conde Lozano, para terminar diciendo que no se puede llamar traidor al asesino, habiendo sido ordenada la muerte por el Rey.

16

OTRO FALSAMENTE ATRIBtJIDO A GÓNGORA

A Q U I Y A C E , aunque a su costa, un monstruo en decir y hacer; por la posta vino a ser . y perdió el ser por la posta; puerta en el pecho no angosta le abrió el acero fatal.

pulso soberano, creo que se dará con el equívoco dividiendo esa última palabra después de la quinta letra” (op. cit., pág. 90).

18 Fue publicada por Don Adolfo de Castro, Hartzenbusch y Cotarelo. Cosa curiosa: todos transcriben mal el primer verso. Atenciones de M a­drid, dice Castro; Invenciones de Madrid, dice Hartzenbusch.

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La poesía como testimonio 107

Pasajero, el caso es tal que da luz con su vaivén: poco importa correr bien si se ha de parar tan m a l19.

Este epitafio fue publicado por Hartzenbusch con el siguiente comentario: "Monstruo solía significar en el siglo diecisiete ser prodigioso” . En el nuestro también. Aunque era opinión corriente, la confirmaremos con un texto de Gracián: “ Entre la vida y la muerte de un monstruo de Fortuna, un otro que lo fue en todo” .Y continúa Hartzenbusch su comentario del epitafio: “Las palabras acabó por la posta querrán decir que el fin de Villamediana fue lastimosamente rápido” . En efecto, asi es. Citaremos algunas auto­ridades que lo confirmen. Dice Céspedes y Meneses: “Y con ciertas esperanzas, común engaño de los tristes, pues se acabaron por la posta y cuando menos presumió” 20. Dice Luque Faxardo: “ ¡Oh miserables canas! ¡Vejez llena de enfados!, pocos serán ya mis días, que un pesar, y más en caso de honra, fácilmente suele acabar la vida a otros más fuertes, cuánto más a quien así camina por la posta” 21. Dice Barrionuevo: “El diablo sin duda llevó la nueva por la posta, correo que se detiene poco a dar cebada” 22. Dice Baltasar Porreño: “ No será razón pasemos por la posta en esta jornada que hizo Su Majestad” . Y dice Avellaneda, finalmente: “E hiciéronlo tan por la posta, que en breve les fue forzóso” 23.

Don Narciso Alonso Cortés tiene opinión distinta y singular. Escribe de este modo: “Véase igualmente uno de los epitafios de­dicados al Conde, cuyo juego de palabras por la posta, basado en

19 A pesar de que sus posiciones son can distintas, Hartzenbusch y Cotafelo coinciden en la interpretación de este epitafio, cuyo sentido es inequívoco. En esta como en otras ocasiones, el único discrepante es el señor Alonso Cortés.

20 Op. cit., pág. 164.21 Fiel desengaño contra la ociosidad y los juegos, Edición de la Real

Academia de la Lengua, Madrid, 1955, pág. 53.22 Avisos, pág. 184.23 E l falso Avellaneda. Obras Completas de Cervantes, ed. por Mar­

tín de Riquer, Ed. Planeta, t. I, 1312.

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io 8 Pasión y muerte de Villamediana

el cargo de Correo Mayor que aquél disfrutaba, no necesito ex­plicar yo, porque aparece bien claro” M. La explicación era ne­cesaria y precisaba demostración, pues el señor Alonso Cortés alude a la homosexualidad de Villamediana, cosa que no dice el epitafio que comentamos, ni de cerca, ni de lejos. La ex­presión por la posta tenía en el siglo diecisiete un sentido co­nocidísimo y sumamente generalizado, pero, además, en este caso — se trata de un epitafio conmiserativo— -, es indudable, como veremos en seguida, que está empleada en este sentido. Vayamos por partes. A las autoridades ya citadas, añadiremos la siguiente: Quevedo dice, refiriéndose a Felipe IV, para adularle: “ Su caminar es por la posta” 25. Quiere decir que los primeros hechos de su reinado fueron señaladísimos, esto es que caminaba rápidamente hacia la Fama. Si hubiera habido el menor equívoco en la expre­sión, nunca la hubiera utilizado Quevedo para adular al Rey. No dejaremos de añadir que en las mismas décimas escritas contra Villamediana que cita posteriormente el señor Alonso Cortés para refrendar su tesis, la expresión por la posta tiene el mismo sentido:

Que a ser Conde hayáis llegado tan a prisa y tan sin costa, no es mucho, si por la posta habéis, Conde, caminado.

Lo que afirma el maldiciente enemigo de Villamediana es que . a su padre le habían concedido el título de Conde de prisa, a la diabla y sin pago de costas. En fin de cuentas, le acusa de ser noble de mogollón y de que le concedieron el título sin suficientes méri­tos para ello, por lo cual contesta Villamediana a su anónimo ca­lumniador :

N i yo para madre elijo la mujer de Anfitrión en prueba de la afición

24 Op. cit., pág. 88.25 Ed. Aguilar, pág. 496.

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La poesía como testimonio

de ser de Júpiter hijoni con pesquisas me aflijo, .que el juez que rae ha pesquisado,hallará, cuando arrojadoa mi ascendencia desdoble,que soy por Mendoza noblecomo otros por [lo] Hurtado.

Nadie ve lo que no quiere ver. En los primeros versos del epi­tafio que comentamos hay una alusión que conviene aclarar a los lectores.

Aquí yace, aunque a su costa, un monstruo en decir y hacer; por la posta vino a ser y perdió el ser por la posta.

Aluden estos versos, naturalmente, a que la familia Tasis había debido su fortuna al cargo de Correo Mayor, y como después se les acusa de que el condado les fue concedido de mogollón, no estará de más que recordemos una anécdota interesante sobre la conce­sión del título. Al padre de Villamediana se le había concedido la nobleza por su Majestad el Rey Felipe III, y la obligación de gra­titud que se pagaba con este título era, entre otros muchos méritos, el siguiente: el primer Conde de Villamediana se había encargado personalmente de postear la correspondencia secreta entre el Prín­cipe — después Felipe III— y el Duque de Lerma, cuando éste fue separado de la Corte y enviado a Valencia como Virrey, en vida aún de Felipe II, que pretendía separar para siempre al Príncipe de su favorito. El hecho es histórico, y la alusión malévola pare­ce clara. El título de Conde se había ganado, efectivamente, por la posta. Para interpretar estas décimas como las interpreta el señor Alonso Cortés, tendríamos que pensar, puesto que nuestro héroe era el segundo Conde de Villamediana, que adivinando que el hijo iba a ser homosexual, hubieran hecho Conde al padre.

26 Alusión a Don Rodrigo Calderón, que había montado esta tramo­ya sobre su propio origen, deshonrando a sus padres.

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l i o Pasión y muerte de Villamediana

Pero vayamos al grano. Los poetas contemporáneos de Villame­diana, son, indudablemente, quienes mejor pudieron comprender la significación del epitafio. Esto va a misa. Pues bien, en un ma­nuscrito de la Biblioteca Nacional se glosa esta décima, dedicándola a la muerte violenta del Conde de la Torre, Don Per Afán de Ri­bera:

Yace aquí bien a su costa quien murió como vivió, la posta en vida corrió y en muerte corrió la posta.D e nuestra ribera o costa yace el cisne, joh hado fuerte 1, pero qué distinta suerte a su afán le dio la herida que poique cantaba en vida no pudo cantar en m uerte27.

Para hacer este nuevo epitafio se reúnen, como en un centón, algunos de los versos dedicados al Conde de Villamediana. Es na­tural que se eligieran los que agradaban más al poeta, los que se juzgaban más acertados para llorar la muerte del amigo, pue& con ellos se tributa ún elogio postumo al Conde de la Torre, Per Afán de Ribera. Es curioso que se parafraseen los versos que han moti­vado nuestro comentario: la posta en vida corrió / y en muerte corrió la posta; si la frase hubiese tenido el menor sentido equí­voco, no se hubiera utilizado en un elogió fúnebre. Esto parece indudable. Pero hay algo más interesante aún, para nosotros, en este manuscrito. Tan implicado se hallaba el recuerdo de Don Juan de Tasis en la memoria del copista, que a renglón seguido dice:

PARA VILLAMEDIANA ,

L a que ayer, oh caminante, descollada torre viste, hoy es pirámide triste, mauseolo de un gigante;

27 Bibl. Nacional, Ms. 17683, fol. 200 v.

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La poesía como testimonio I I I

y la corriente pasante qua bañaba su ribera, sí de cristal claro era, hoy es de sangre cuajada, afán de vida entregada a mano de plebe fiera28.

Creo que esta décima está dedicada al mismo asunto que la anterior: canta la muerte violenta del Conde de la Torre, Per Afán de Ribera ® Pero el copista, al escribirla, ha recordado inconscien­temente a Villamediana, o bien ha creído que el epitafio le estaba dirigido. Aunque me inclino a la primera interpretación, es decir, que la décima está dedicada al Conde de la Torre, no juzgo invero­símil la segunda: que la décima pudiese estar dedicada al Conde de Villamediana tomando como punto de partida la muerte del Conde de la Torre. En cualquier caso, lo cierto es que sus epita­fios se recuerdan como el mejor elogio póstumo, se recuerdan y se utilizan para llorar la muerte del amigo. Así, pues, parece claro que nadie ha interpretado en su tiempo estos versos como los in­terpreta el Sr. Alonso Cortés. La muerte de Villamediana se con­sidera en ambas décimas como un ejemplo de muerte honrosa y desgraciada, es decir, como una especie de advocación poética a la cual deben acogerse los amantes osados que ambicionen tener una muerte memorable y de predicamento.

El epitafio comentado tuvo suerte entre los admiradores de Villamediana, que lo glosaron en varias ocasiones. Sus glosas ponen de manifiesto, sin resquicio de duda, que el epitafio tiene carácter de alabanza y no de sátira. A las ya mencionadas, añadiremos las siguientes. Entre los epitafios del Conde de Villamediana que se en-

2S Bibl. Nacional, Ms. 17683, fol. 200 v.29 Don José Pellicer y Tobar, Avisos (31 de mayo de 1639). “ Ha

hecho lástima general en esta Corte la nueva de la muerte desgraciada, que avisan de Sevilla, del hijo primogénito, y no sé si tínico, del Señor Conde de la Torre, que dicen fue parecida a la que años ha dieron al Señor Marqués del Valle unos hombres bajos” . Semanario Erudito, tomo X X X I, págs. 19-20.

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112 Pasión y muerte de Villamediana

cuentran en el manuscrito de la Biblioteca del Duque de Gor de Granada30, pueden leerse estos dos nuevos que se escriben comen­tando la décima Aquí yace, aunque a su costa:

RESPUESTA DE ACOSTA [HABLANDO] POR EL CONDE [DE VILLAMEDIANA]

¿Qué importa morir? Los riesgos de tan dichoso peligro, aun escarmentando dejan satisfecho al atrevido.

Y añade a continuación:

Que aunque tal vez las acciones trágicamente sucedan, para la gloria del dueño basta el empeñarse en ellas.

No juzgo necesario insistir, pero insisto. Entre los poetas de sutiempo, nadie ha interpretado este epitafio como el Sr. Alonso Cor­tés. Todos lo han comentado considerándolo como un elogio. No puede interpretarse de otro modo. Así, pues, concluyamos: ju ra n ­te el siglo XVII la muerte de Villamediana se consideraba como una muerte no sólo admirable, sino ejemplar. Se convirtió en leyen­da y era la muerte ambicionada por todo enamorado. El máximo elogio que se podía tributar a un amante era compararle con Villa- mediana. Por ejemplo, años más tarde, D. Francisco Jacinto Funes de Villalpando, Marqués de Osera, escribe así:

Formar de barro un corazón, Señora, amagos son de D ios; tened la mano, que temo que al impulso soberano culpablemente exceda el que os adora.

30 Agradezco la noticia y la copia a la generosidad de mi querido amigo Emilio Orozco.

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La poesía como testimonio 113

17

DE MIRA DE AMESCUA

Ayer fui Conde, hoy soy nada; fui poeta y vi en mis dias cumplidas mis profecías, mi verdad autorizada.D e algún villana la espada cortó la flor de mi edad, y Madrid con su piedad me tiene canonizado, pues dicen que me han quitado la vida por la verdad 31.

18

OTRO FALSAMENTE ATRIBUIDO A QUEVEDO

Aquí una mano violenta, más segura que atrevida, atajó el paso a una vida y abrió camino a una afrenta, que el poder que osado intenta jugar la espada desnuda, el nombre de humano muda en inhumano, y advierta que pide venganza cierta una salvación en duda 32.

31 Bibl. Nacional, Mss. 4101-155 v ; 17666-659. Fue publicado por Hartzenbusch, Adolfo de Castro y Cotarelo. No se copia en la época con frecuencia.

32 Bibl. Nacional, Mss. 4101-156; 3987-226 v. Fue publicado por Cotarelo. Hay copias numerosas. Blecua lo atribuye a Quevedo en su edición, pág. 312. Indudablemente, no es suya.

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114 Pasión y muerte de Villamediana

19

DEL CONDE DE SALDAÑA

Yace aquí quien supo mal usar del saber tan b ien 33, y quien nunca tuvo quien le fuese amigo leal; él fue señor sin igual* invencible en el ardor, águila que al resplandor del Sol se opuso tan fuerte que no le causó su muerte la muerte, sino el valor34.

20

DE VÉLEZ DE GUEVARA

Aquí yacen los despojos de un discreto mal regido cuya muerte han prevenido propios y ajenos antojos,

35 Seguimos la lección del manuscrito 3661, fol. 219. Para fijar el texto de esta décima, éste es el manuscrito más interesante y genuino de cuantos conocemos.

M Bibl. Nacional, Mss. 4101-155; 3987-226. Fue publicado por Hart­zenbusch, cuyo texto seguimos. Cotarelo lo transcribe con variantes de escaso interés:

Aquí yace quien tan mal usó del saber, y quien en su vida alcanzó el bien de hallar amigo leal.

Existen numerosas copias de esta décima que acreditan ambas versio­nes. El texto de Cotarelo es menos elogioso, cosa que no se concibe en este epitafio, que, como puede verse ahora y podrá verse después por las variantes que publicaremos, es una de las piezas capitales escritas en elo­gio del Conde. En unos manuscritos se atribuye al Marqués de Alenquer y en otros a l . Conde de Saldaña. Ambos tuvieron gran amistad con el muerto.

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La poesía como testimonio “ 5

émulos fueron sus ojosdel Sol; caminante, adviertequién causó tan dura suerte,y si lloras compasivo,llora más que ál muerto, al vivo,y el imperio de su muerte 35.

Las alusiones más interesantes se expresan siempre de manera velada, en cierto modo por desgravarlas y en cierto modo porque los hechos eran de todos conocidos. Encabezando esta décima, se afirma:

cuya muerte han prevenido propios y ajenos antojos,

alusión que indudablemente hay que relacionar con los siguientes versos, escritos también a la muerte del Conde:

D e propia culpa y ajena última pena es la muerte, mas tan desdichada suerte hace culpa de la pena.

El sentido de estas dos alusiones es un poco ambiguo y puede tener dos interpretaciones. La más interesante — pero la menos probable— sería suponer que en estas culpas propias y ajenas que paga con su muerte Villamediana se alude a que el platónico amor de Don Juan pudiera haber tenido una correspondencia también platónica. La más valiosa, también la más segura, es suponer que la muerte del Conde estuvo ocasionada por el deseo de sus enemigos y también por su propia voluntad. En los versos que siguen, aleccio­na Luis Vélez al caminante, advirtiéndole que esta muerte había sido ordenada por el Rey, y añadiendo que, si siente compasión, no la tenga únicamente por el muerto, sino también por el vivo, esto

35 Bibl. Nacional, Mss. 4101-156; 3987-225 v ; 3919-82; 17666-660 v. Fue publicada por Hartzenbusch con ligeras variantes, que en su lugar comentaremos. Alude a su amor por la Reina.

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l i é Pasión y muerte de Villamediana

es, por el Rey que había tenido que firmar la orden de muerte, nueva alusión velada al mismo tema. La palabra imperio, durante el siglo XVII, significa mandato. Véase un ejemplo: “No sentía que al de Liche se le hiciesen colmadas mercedes, que esto ya sabía que era imperio y adolecencia del Privado” 36. El epitafio de Luis Vélez de Guevara es uno de los más sugestivos entre los que estudiamos.

II

DE FRANCISCO DE RIOJA 37D e tan poderosa mano donde apenas hay defensa, aun los amagos de ofensa pagan tributo temprano; no te admires cortesano, ni la trates con rigor, si no sabes que es amor incapaz de resistir, dígalo quien con morirlo supo decir mejor.

22

ANÓNIMO

Yace en esta piedra dura el que más [del] mal habló;

36 Novoa, Historia de Felipe IV , t. I, pág. 40.37 Publicado por Hartzenbusch con dos erratas en el séptimo verso:

sino sabe que es amor.

No es de las más frecuentes. En la mayor parte de los manuscritos se atribuye a Luis Vélez de Guevara. Pero está incluida, y escrita por su mano, entre las composiciones de Don Francisco de Rioja en el manus­crito M '82 (signatura antigua) de la Biblioteca Nacional. Más certidum­bre tiene, pues, esta atribución que la mayoría de las anteriores. En cual­quier caso, Rioja, el más fiel de los amigos del Conde Duque, gustaba de ella, y la ha copiado. Su testimonio tiene la máxima importancia. Esta es una de las certificaciones con garantía absoluta de que la muerte del Con­de de Villamediana fue ocasionada por su amor a la Reina Isabel.

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La poesía como testimonio 117

dicen que profetizó y en su patria, ¡ qué locura! ; su desdicha hizo segura y su vida de cometa; huésped, nadie se entrometa en buscar ai homicida, pues él enterró su vida con el nombre de profeta 38.

23

DE DON FRANCISCO DE ZÁRATE

Dio el señor por intimalle a la más sorda malicia, un pregón de su justicia en la más pública calle; y para disimulalle busca la intención aviesa, de justicia tan expresa los misterios en Palacio, como si el pecar despacio no fuese morir apriesa39.

38 Inédita. Bibl. Nacional, Ms. 3795, fol. 212 v. No recuerdo otra copia. Corrijo el segundo verso para darle sentido.

39 Es uno de los pocos epitafios en que se sacan a colación los peca­dos del Conde. L o publicamos ahora por vez primera. Se encuentra en el Ms. 17545, fol. 95 de la Biblioteca Nacional. No conozco ninguna otra copia, por lo cual parece que no tuvo mucha popularidad. T al vez el mismo Zárate no quiso divulgarla. Comienza diciendo que Felipe IV dio un pregón de su justicia en la calle Mayor de Madrid. (Alguien dirá que el señor a quien se refiere en estos versos es más alto que el Rey. Yo no lo creo. Seria una irreverencia). Luego dice que la intención aviesa, esto es, la murmuración, busca los motivos de justicia tan evidente en Palacio, es decir que la murmuración atribuye la muerte al amor de Villa- mediana por la Reina, siendo así que la muerte del Conde estuvo motiva­da por sus pecados. Añadiremos que, coma bien se ve, entre Zárate y Villamediana, la relación no debía ser inmejorable. En la crítica de los poetas de su tiempo que publicamos en la página 155, la opinión de Villa- mediana sobre Zárate es un insulto: “ Trae el burro muy afuera” .

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I i 8 Pasión y muerte de Villamediana

24

DOS EPITAFIOS DE TOMÁS DE SIBORI

I

Aquí yace el noble Conde en el túmulo famoso que es el ocaso piadoso que [su] claro sol esconde; y al vulgo sano responde:— T ú que quedas, caminante, firme en el siglo inconstante, escrito en mi pecho mira la ofensa en agua, y la irá en el sólido diamante w.

II

Éste que pródigo vierte el espíritu penoso, es, en su fin doloroso, grave terror de la muerte; al valor rindió la suerte el temerario homicida, y sacrifica su vida, cual víctima generosa, a la esfera más lustrosa de su fama esclarecida41.

Como poeta y como hombre, debo decir que me enorgullece el ejemplo de ciudadanía, independencia y amor a la verdad que de-

40 Inédito. Bibl. Nacional, M s. 2610, fol. 27 v. El cuarto verso se encuentra indudablemente mal transcrito por el copista. D ice: “ que el' claro sol esconde” . Corrijo para darle sentido. Los versos “ la ofensa en agua, y la ira / en el sólido diamante” subrayan la desproporción entre la ofensa — el amor platónico de Villamediana por la Reina— y la ira provocada por este amor.

41 Inédito. Se encuentra en el M s. 2610, fol. 27 v, de la Bibl. N a­cional.

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muestran estos epitafios, escritos por muchos de los poetas más representativos del Siglo de Oro. En breve volveremos sobre ellos; ahora continuemos nuestro estudio.

LA ACUSACIÓN CONCRETA

Demos el último paso, examinando otro grupo de testimonios que ofrecen una novedad de consideración. En La Cueva de Meliso, mago, libelo escrito contra el Conde Duque después de su caída, se dice:

Conde Duque te llama,título que ha de darte eterna fama,y si hay poeta tan grandeque contra ti y los tuyos se desmande,el desacato adviertey con atroz rigor dale la muerte,por que su fin violentosirva a los inferiores de escarmiento.

Acompaña a estos versos la siguiente nota:

Dijeron en el caso del poeta Villamednna que le habían muerto por las sátiras que escribió contra Don Gaspar, y las demostracio­nes frenéticas que ejecutó por la Reina Isabel. AI que lo mató, llamado Ignacio Méndez, natural de Illescas, hizo el Conde Duque

■ guarda mayor de los Reales Bosques. Fue común opinión que murió este asesino envenenado por su mujer, que se llamaba M i­caela de la Fuente.

Y dice Hartzenbusch en su trabajo tantas veces citado: “Otros, por el contrario, dicen que el matador fue Alonso Mateo, balles­tero del Rey” 42. En alguno de los manuscritos de la Biblioteca

42 Op. cit., pág. 142. No conozco referencias de esta versión del su­ceso ni datos sobre la vida del presunto asesino.

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Nacional donde aparece La Cueva de Melisa se modifica ligera­mente el texto de la nota anterior: “Dijeron en el caso de Villame­diana que más le habían muerto las sátiras disparadas contra Don Gaspar que las demostraciones frenéticas que ejecutó por la Reina Isabel” -»3. '

Veamos otras opiniones del mismo estilo: “Las muertes que se le imputan son éstas: sin duda y con certeza, la de Villamediana; la de Don Baltasar de Zúñiga con presunción de que le dio veneno en un pastel, temiendo que se alzase con la privanza” 44. En la sátira Testamento que otorgó el Conde Duque estando en Loeches, se repite esta acusación:

Maté a Villamediana y di veneno a Zúñiga: un pastel puede decirlo45.

Francisco Hernández de Jorquera escribe:

Este año, en la villa de Madrid, falleció trágicamente Don Juan de Tasis, conde de Villamediana y correo mayor de España, al cual le mataron dentro de un coche yendo con el Duque de Alba, a prima roche, con un arma hecha aposta de ballestilla; y haciéndose grandes diligencias no se supo quién eran los matado­res; que se dejaron46 de hacer las diligencias por orden de Su Majestad, con que se declararon47 las sospechas que se tuvieron de que fue por orden del rey. Llevóse a sepultar su cuerpo a la ciudad de Valladolid al enterramiento de sus padres y del arzobis­po su tío4*.

43 Bibl. Nacional, M s, 17547. En la copia publicada en E l Semana­rio Erudito, dice así esta nota: “ Es el principal culpado en la muerte de Don Juan de Tasis, Conde de Villamediana, y en premio de esta acción, hizo gualda mayor de los Bosques Reales al que le quitó la vida” .

44 Bibl. Nacional, Ms. 4539-122. V. también 18201-1 ir .45 Bibl. Nacional, Ms. 4147, fols. 241 a 254.46 El texto dice: dejó.47 El texto dice: declaró. Corrijo modernizando el texto.44 Francisco Hernández de Jorquera, Anales de Granada, t. II, pá­

gina 641. Publicaciones de la Facultad de Letras, Granada, 1934- El texto dice entierro por enterramiento, con arreglo a la época. Modifico el texto

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Esto ya es otra cosa. Apenas se resquebraja el muro del silen­cio, todo cambia de aspecto. Si las acusaciones que anteriormente vimos eran veladas, algunos de estos nuevos testigos inculpan clara­mente a Olivares de la muerte de Villamediana. Se dirá que La Cueva de Meliso es un libelo escrito para infamar al Privado des­pués de su caída, un libelo político, tardío y apasionado. Es cierto. Descuéntense la política y la pasión. Los demás testimonios se es­cribieron a raíz de los sucesos. Sin embargo, no les concederemos tampoco demasiada importancia. No es necesario. Un hecho de­mostrable no necesita exagerarse. Así pues, situémonos ante los hechos y nada más. La muerte de Villamediana se ejecutó un do­mingo, en la calle Mayor de Madrid, a la luz entreclara del Ange­lus, ante una espesa y abigarrada muchedumbre, por varios hom­bres que desaparecieron, como por ensalmo, sin que nadie los detuviera, una vez conseguido su propósito. Lo natural era que al día siguiente se llenara Madrid de habladurías. No las conocemos. Ya hemos visto que la mayor parte de los testigos que cuentan el suceso tienen la boca cosida con hilo doble. El muy locuaz y suma­mente informado Andrés de Almansa y Mendoza, amigo personal de Góngora y de Villamediana, despacha el tema con dos líneas, sin apuntar la más ligera sugerencia. ¿No hay algo extraño en todo esto? Cientos de personas habría en la calle Mayor a aquella hora, ninguna de las cuales dio la menor pista a la Justicia, como si no hubiera habido testigos presenciales. Entre los testimonios escritos a posterior!, unos señalan a Ignacio Méndez, otros a Alonso Mateo; es muy probable que ambos pertenecieran al grupo de asesinos. Sin embargo, no los acusa nadie. Se afirma en numerosos epitafios que la muerte del Conde fue ordenada desde el poder, fue una justicia hecha en la calle. Pues bien a pesar de ello, se silencian los motivos, o se apuntan oscuramente. Sin embargo, todos saben la causa de la muerte, todos la dan por conocida: ni se dice, ni se esconde, escribe Góngora con dura precisión. Es indudable que todo el mundo anda con tiento, que todo el mundo tiene miedo.

para evitar el equivoco. El texto de Jorquera fue citado por Don Adolfo de Castro en su “ Discurso sobre las costumbres...” .

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Cuanto llevamos dicho lo acredita. Al generoso y espléndido Villa- mediana “lo enterraron en un ataúd de ahorcados que mandaron traer de San Ginés por la priesa que dio el Duque del Infantado, sin dar lugar a que le hiciesen una caja” . No parece creíble, pero es cierto. ¿Cómo hubiese adoptado el Duque del Infantado esta actitud si no fuese porque estaba constreñido por el temor? Así pues, testigos, público y familiares callan y actúan, contrariando la natural inclinación. Todos temen a los instigadores del asesinato. Todos parecen cómplices.

Traigamos a colación un nuevo testimonio:

Si por sólo el asesinato49 de Joara padeció D. Rodrigo Cal­derón tan recia tempestad de miseria, si por el asesinato muere, cuidemos los más entronizados 50, que harto lo estuvo éste, de no incurrir en delito tal; si mandar m atar51 a un hombre ordinario, pone a un hombre tan grande en el estrecho que habernos v isto 52, si fuera noble y de generosas partes y tuviera el aplauso de los más generosos ingenios [se alude a Villamediana], ¿qué haríamos con el agresor?

Lleva 53 precipitada la pasión al despeño de los hombres, y en vez de darnos a discurrir la verdadera luz que somos miserables, tropezamos en ,1o mismo en que mostramos severidad. Quiera Dios que algún día no nos hagan reos de otro tanto delito M, y demos tal escándalo en la república que nos fabriquemos, por nuestras manos mismas, el mismo riguroso cuchillo y cadalso, pues aquella sangre que presto oiremosS5, se derramó en aquellas piedras, y en la calle más principal de la corte, sin dar lugar a la salud del alma. N o nos sea cada gota una lengua que esté clamando delante del tribunal de Dios, solicitando sü justicia, para aquel que introdujo

49 El texto: asesino.50 Alude al Conde Duque de Olivares.51 El texto impreso dice prender, por error indudable. Cánovas ya

corrigió este error.52 Don Rodrigo Calderón, Marqués de Siete Iglesias, murió decapita­

do en cadalso.53 El texto: llévanos.54 Es decir, de otro delito igual.55 Es decir, de aquella sangre de la que pronto se hablará.

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el consejo y le trazó56. Culpa que absuelvo yo a quien quiera quelo mandó, pues si el consejero fuera el que había de ser, ni se valiera de su poder, ni de esta capa 57 para dar tal escándalo, puesen el modo de la relación estuvo el daño, y tal se puede hacer deun ángel que sea demonio. Empero el Cielo, por cuya cuenta corre la satisfacción de nuestros delitos, no le dejará sin castigo 5S.

Certifica esta opinión Cánovas del Castillo:S i no hubo otro motivo para el castigo de D. Rodrigo Cal­

derón que el asesinato de Juara, confesado por el Marqués de Siete Iglesias en su proceso, fue sin duda excesivo para las ideas del tiempo, como dijo Vivanco 59 aludiendo a la muerte que se dio más tarde a Villamediana: S i mandar matar a un hombre ordina­rio, puso a un hombre tan grande en tal estrago, si fuera noble ytuviera el aplauso de los más valientes ingenios, ¿qué debería ha­cerse con el agresor? Desconocía o afectaba ignorar Vivanco quelo de Villamediana no procedía seguramente, como lo de Juara, de venganza privada de un ministro, sino de castigo real, aunque destituido de formalidades jurídicas, odioso como todos los de su especie

El testimonio de Matías de Novoa tiene un valor histórico in­apreciable. Tenía el autor toda la información precisa para hablar sobre el tema, pues era Ayuda de Cámara de Su Majestad. Todo cuanto sabemos acerca de las intrigas de Palacio en este tiempo, lo

56 Ésto es, hizo la traza, inventó el engaño.57 Esta expresión, entonces como ahora, significa pretexto o engaño.

“L a Condesa de Olivares vino sin licencia del Rey, que fue muy grande demasía y libertad, originada no de otro fundamento sino del brío y des­cuello con que todos habían usado del valimiento; la capa, ser oída y satisfacer a las calumnias de su marido” (Novoa).

58 Novoa, Historia de Felipe III, t. II, pág. 389. Véase también lacategórica opinión de Siri a este respecto: “ Por su parte, el Conde deOñate correspondía al odio del favorito por dos ofensas mortales que le atribuía: una la muerte de su hijo (sic), el Conde de Villamediana, el más fino ingenio y perfecto cortesano de toda España, achacada por todo Madrid al Conde Duque” (op. cit., pág. 488).

59 Es decir, Matías de Novoa.60 Antonio Cánovas del Castillo, Bosquejo histórico de la Casa de

Austria, Madrid, 19 11, pág. 237.

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sabemos por é l61. Escribe a raíz de los sucesos, y su historia ha permanecido inédita hasta el siglo XIX. No denunciaba pública­mente un hecho, escribía para sí mismo. Le había favorecido mucho el Marqués de Siete Iglesias y fue leal a su memoria. Pues bien, la página que citamos tiene una vibración de cólera incontenible, una absoluta convicción de que Olivares pagará con su vida la muer­te de Villamediana, y al mismo tiempo la de D. Rodrigo Calderón. En ella se nos dan todos los detalles que necesitábamos para des­entrañar el misterio de la muerte de Villamediana. La certidumbre con que habla es verdaderamente inusitada. No profetiza. No ame­naza. Está ya viendo decapitado en la plaza pública al Conde de Olivares. No lo piensa, no lo escribe: lo ve. Su defensa de Villa- mediana acrece su valor por el hecho de que el Conde había sido el principal enemigo de D. Rodrigo Calderón, a quien satirizó fre­cuente y ferozmente mientras estuvo en el poder. No es aventura­do decir que Villamediana fue uno de los principales promotores de la caída de Calderón. Novoa no le podía tener afecto, y está claro que para acusar al Conde Duque no era preciso qué elogiara a Villamediana 6l Sin embargo, le elogia de modo explícito y ter­minante. Le llama ángel62 bi% noble, de generosas partes, y dice que contaba con el aplauso de los más valientes ingenios de la Corte. Ya lo hemos visto. Pero téngase en cuenta que este elogio se escribe cuando, ya muerto Villamediana, se le habla abierto proceso por el Consejo de Castilla. Creo que Novoa, conocedor de todos los secretos de Palacio63, no hubiese escrito estas palabras si hubiese sido cierta la acusación de sodomía. Su convicción es absoluta.

41 Su historia, larga, farragosa y partidista, donde a cada momento intercala una opinión poco pertinente, tiene una información inestimable para todo cuanto ocurre puertas adentro del Palacio.

<2 Marañón acepta la argumentación de Cánovas para defender la atribución de estas “Memorias” a Matías de Novoa. Anteriormente siempre le fueron atribuidas a Don Bernabé de Vivanco. Sin embargo, su acepta­ción no es absoluta. Consúltese su opinión.

62 bis La palabra ángel, no puede aludir a la reina, pues ni siquiera Olivares podía presentarla ante el rey como un demonio.

63 Por Novoa conocemos los detalles de la lentísima ascensión al poder de Don Luis de Haro, la intriga del Conde Duque contra los In­

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Pero dejemos este tema a un lado: no es el nuestro. Lo que nos interesa destacar de las palabras de Novoa es la afirmación de que Olivares fue el inductor del asesinato de Villamediana. Lo declara de modo taxativo: el Conde Duque fue quien inventó la traza y aconsejó la muerte al Rey. Sobre este punto, su testimonio es in­apelable y concluyente. Representa, además, la opinión de la época (la opinión que muy pocos se atrevían a decir abiertamente), pues los viajeros franceses la confirman, y muchos epitafios de poetas es­pañoles y de testigos españoles la declaran o la insinúan, como hemos visto. Nadie se llame a engaño. El texto de Novoa, que por primera vez se aporta a la investigación de la muerte de Villame­diana, tiene carácter de sentencia definitiva donde se califica el hecho de delito, se absuelve al Rey diciendo que fue engañado por Olivares, y se denuncia ante la historia que la muerte de Villame­diana fue un abuso de poder del Conde Duque. Su lectura impre­siona al lector: no da lugar a duda alguna. Habla de un caso visto y ultimado donde sólo queda pendiente la ejecución de la senten­cia. El retiñir de cólera y el convencimiento absoluto que alienta en sus palabras, recuerdan uno de los más audaces y acusadores epitafios que se escribieron a la muerte del Conde:

Aquí una mano violenta, más segura que atrevida, atajó el paso a una vida y abrió camino a una afrenta, que el poder que osado intenta jugar la espada desnuda, el nombre de humano muda en inhumano, y advierta que pide venganza cierta una salvación en duda.

fantes, las consecuencias políticas del disgusto del Almirante de Castilla en-el viaje a Barcelona, habido por cuestión de precedencias, la lucha de la camarilla del Infante Don Fernando contra el Conde Duque, con Don Antonio de Moscoso a la cabeza del grupo: su riqueza de información en este aspecto da a este libro un valor inestimable para conocer la polí­tica de este período por detrás de las candilejas.

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Adviértase que tanto en la declaración de Matías de Novoa como en este epitafio, se solicita la justicia divina para que el Conde Duque pague su culpa por el asesinato de Villamediana. Aunque la senten­cia es firme, la justicia de los hombres carece de poder para realizar­la. Su ejecución compete a Dios. Por tales razones, Novoa cierra su testimonio con las siguientes palabras: Empero el Cielo, por cuya cuenta corre la satisfacción de nuestros delitos, no le dejará sin cas­tigo. Las conclusiones a que nos lleva este testimonio son las si­guientes :

1.R El Conde Duque aconsejó la muerte al Rey; el CondeDuque fue el inductor del crimen y el inventor de la traza.

2.a Para arrancarle al Rey la sentencia de muerte de Villame­diana, le hizo una relación engañosa de los sucesos, cambiando loblanco en negro y convirtiendo a Villamediana de ángel en demo­nio.

3-a Las palabras ni se valiera de su poder, ni de esta capa para dar tal escándalo, aluden a un engaño. La decisión de matar en la calle a Villamediana con cédula real era muy grave. La acusación tuvo que ser gravísima para que el Rey le diese su anuencia. Pero, además, era engañosa según Novoa. Dadas las circunstancias, sólo pudieron ser dos: la acusación de sodomía o bien la acusación del frenético amor que sentía por la Reina. Ahora bien, si el Conde Duque hubiese podido probar al Rey la sodomía de Villamediana, no le hubiesen asesinado, le hubiesen procesado, y habría muerto en patíbulo. Esto es incuestionable. Repárese en que escribe Novoa: Culpa que absuelvo yo a quien quiera, que lo mandó, esto es, que absuelve al Rey de haber dado la cédula para el crimen. No ¿abría habido que absolver al Rey de nada si, en fin de cuentas,^hubiese condenado con la muerte la homosexualidad de Villamediana1: La conclusión a que nos lleva el testimonio de Novoa es inequívoca y terminante. El Conde Duque se valió de un engaño para conse­guir que Felipe IV sentenciara a Villamediana, y este engaño no pudo estar en relación con la sodomía, al menos ésta no pudo ser la causa principal y determinante.

4.“ Novoa, hombre de su tiempo, no habría pedido justicia a Dios por la sentencia dada contra un homosexual. Esto carece

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de sentido. Novoa no considera esta muerte como una sentencia, sino como un crimen que conculcaba tanto las leyes humanas como las divinas, por lo cual pide a ía Providencia que ajusticie a Olivares: No sea cada gota de su sangre una lengua que esté cla- toando delante del tribunal de Dios, solicitando su justicia. Y aún remacha después: Empero el Cielo, por cuya cuenta corre la satis­facción de nuestros delitos, no le dejará sin castigo. La invocación de la Providencia y la gravedad del tono no admiten paliativos, pero además hay un dato curioso que garantiza la sinceridad de sus palabras. Pasados muchos años de estos sucesos, Novoa nos certifica la exactitud de su profecía, nos hace ver que la justicia divina se ha cumplido. Ni más ni menos. El texto en que registra el hecho es tan lacónico como un certificado y tiene un efectismo impresionante, casi teatral. Cuando, pasados nada menos que vein­titrés años de la muerte de Villamediana, muere Olivares, olvidado de todos, en la ciudad de Toro, Novoa describe su muerte con estas breves y curiosísimas palabras:

Últimamente recibió el Conde Duque una carta del mal estado de sus negocios... Con esta carta parció de la choza a su posada, y arrebatado de la melancolía, se arrojó en la cama diciendo: Esto es hecho. Con estas palabras, cayó el Conde de Villamediana [a consecuencia] de la herida que le dieron al salir de la callejuela de San Ginés en la Calle Mayor 64.

Observen los lectores la mesura con que escribe Novoa. Se en­cuentra atónito como aquél a quien toca registrar un milagro. No escribe una palabra de más. No levanta la voz. Los hechos bastan por sí mismos: no es necesario encarecerlos. Por consiguiente, no enjuicia: certifica. Confirma ,el acontecimiento de una mañera su­maria y notarial. Lo había profetizado en su día, y ahora tiene la evidencia de que sólo ha ocurrido lo que debía ocurrir: Dios ha castigado a Olivares por la muerte de Villamediana y nada más. Para poner de relieve lo extraordinario del suceso, hace observar al lector sencillamente que tanto el asesino como la víctima pro­

64 Matías de Novoa, Historia de Felipe IV , t. II, págs. 182-183.

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nunciaron al morir vinas mismas palabras: Esto es hecho. Con cir­cunstancia tan sorprendente muestra la intervención de la Provi­dencia y la secreta relación entre una muerte y otra. Quien tal hizo, que tal pague. El tono es judicial y confirmatorio. Diríase que no quiere empequeñecer con rencores humanos la trascenden­cia del suceso. Han pasado veintitrés años, y en las palabras de Novoa ya no hay lugar para la venganza, sino para la justicia: ésta se ha realizado.

En resumen, puede considerarse al Conde Duque como el ins­tigador del asesinato "de Villamediana. Conocidos los testimonios anteriores, esto es incuestionable. Mas toda luz levanta nuevas sombras, y la complicada cuestión que estudiamos se complica y se aclara a la vez con este hecho. Será preciso resolver nuevas dudas, y para resolverlas recurriremos de nuevo a la opinión de los contemporáneos.

Es indudable que tal como estaban las cosas a la muerte de Villamediana no se podía hablar claro. El Conde Duque goberna­ba el país con mano dura. Esta dureza de la fase inicial de su gobierno la certifican las muertes del Duque de Osuna63 y del Duque de Uceda — ambos murieron en prisión— , y las de Don Rodrigo Calderón y Villamediana que, ajusticiados o asesinados, murieron en la calle. Uno de los memorialistas de aquel tiempo se lo advierte con toda claridad al Conde Duque: “Y se acuerdan

65 He aquí el final, acertado y estremecedor, de uno de los sojjetos de Quevedo a Ja muerte del Duque de Osuna:

Divorcio fue del mar y de Venecia, su desposorio dividiendo al peso de naves que temblaron Chipre y Grecia;¡y a tanto vencedor venció un proceso!; de su desdicha su valor se precia:¡murió en prisión y muerto estuvo preso!

Desgraciadamente, por las mismas fechas en que escribió Quevedo estos epitafios a la muerte de su protector, el Duque de Osuna, ponía su pluma al servicio de su asesino.

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de que entró vuecencia castigando ministros ad usum belli” 66. Opo­nerse a la voluntad de Olivares, escrita con sangre, era inútil y temerario. Tras de estas muertes quedó un helor de pasmo en la capital67, y los poetas que escribieron sobre la muerte de Villa- mediana tenían que ser prudentes. La actitud del Conde Duque no se ocultaba a nadie, y un paso en falso podía traer graves san­ciones a quien lo diese. Es natural que se tomaran precauciones. Es natural que algunos de estos poetas intentaran cubrirse o de­fenderse. La indecisión de las atribuciones, y el hecho de que se repitieran en ellas los nombres de los escritores afectos a Olivares (Quevedo y Lope)68, marcan este sentido de prudencia. Pero como la mayoría de estas décimas debieron de ser leídas públicamente por sus autores en la Academia, no bastaba esta precaución para exi­mirles de peligro, y recurrieron a medios más ingeniosos. Para des­cubrir estos medios, he buscado pacientemente durante mucho tiempo, durante muchos años, las variantes manuscritas de estos epitafios, comprendiendo que era posible que los autores declara­ran en ellas su intención de modo más explícito. Tuve la suerte de encontrar estas variantes. Para desorientar al Conde Duque y precaverse del peligro, los escritores se valieron de un medio muy sencillo: las composiciones más peligrosas se redactaron con dos textos, uno secreto y otro público: el primero destinado a proteger al escritor, el segundo destinado a decir la verdad. A estas varian­tes esenciales65 llamaremos variantes de atenuación y variantes de

66 Bibl. Nacional, Ms. 7968, fol. 18 v.<>7 “ AL acontecer la sospechosa muerte, aún duraba en Madrid la

terrible impresión que dos meses antes produjera el villano asesinato del Conde de Villamediana, Don Juan de Tasis y Peralta Muñatones, per­petrado el 21 de agosto de 1622 en uno de los sitios más públicos de la Corte. Así, el reinado de Felipe IV , el Rey poeta, se inauguraba entre el cadalso y el puñal, el veneno y la canonización de cuatro santos” (La Barrera, Nueva Biografía de Lope de Vega, pág. 373).

68 Algunas de las décimas acusatorias (véanse los epitafios 9 y 18) se atribuyeron a estos autores a causa o a pesar de que expresaban una opinión muy distinta de la conocidamente sustentada por ellos.

69 Las llamo esenciales porque son deliberadas y para distinguirlas de las variantes accidentales introducidas por los copistas.

VILLAMEDIANA. — 9

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agravación, según los casos. Por ejemplo, la conocida décima de Góngora circuló manuscrita con el texto más gravemente acusa­dor, pero seguramente fue leída por D. Luis con un texto distinto:

— Mentidero de Madrid, decidnos, ¿quién mató al Conde?— N i se dice, ni se esconde 70, con discurso discurrid.— Unos dicen que fue el C id 71 por ser el Conde Lozano.— Disparate chabacano, la verdad del caso ha sido que el matador fue Bellido, la muerte de cortesano72.

El final, conocido por todos,

la verdad del caso ha sido que el matador fue Bellido y el impulso soberano,

70 El texto publicado por Cotarelo y Alonso Cortés dice N i se sabe,ni se esconde, lectura difundida, que significa, poco más o menos, nadie lo sabe y nadie deja de saberlo. L a contraposición, sin embargo, no me parece demasiado clara. Nuestra versión, tomada de los manuscritos 3888, fol. 124, 4101, fol. 155 y 5913, fol. 120, me parece más lógica y más sencilla: N i se dice, ni se esconde, esto es, nadie la dice, aunque todos la saben (aunque a nadie se esconde). Ambas versiones se encuentran comprobadas y son correctas. '

71 Hartzenbusch comenta rectamente estos versos unos dicen que fue el Cid / por ser el Conde Lozano, diciendo: “N o mató al Conde ningún joven pundonoroso como el Cid, ansioso de vengar un agravio hecho a su padre u otra persona ” (op. cit., pág. 62). Esta es con toda seguridad la interpretación más fidedigna, y afirma que la muerte del Conde no estuvo ocasionada por venganza particular. Alonso Cortés piensa de dis­tinto m odo: “Estos versos se refieren, como es indudable, a los rumores de haber sido el Rey quien ordenó la muerte por los peligros que para su honor ofrecía la gentileza del Conde” (op. cit., pág. 89). Es imposible que Góngora negara aquí lo que afirma en el verso final, a saber: que el impulso de esta muerte fue dado por el Rey.

72 En la Biblioteca Nacional de Madrid, M s. 8252, fol. 13, se en­cuentra tachada esta variante, y se añade, con distinta letra pero también del tiempo, la versión conocida.

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se ha convertido en este vago y bello elogio de Villamediana:

la verdad del caso ha sido que el matador fue Bellido, la muerte de cortesano.

Góngora podría así defenderse contra cualquier acusación que pu­dieran hacerle, afirmando que él escribió la décima con un final inocuo, y que algún entrometido, de los que nunca faltan, había cambiado el verso final para malquistarle con el Conde Duque 73.

Vayamos ahora a las variantes de agravación, que ofrecen aun más interés. La décima atribuida falsamente a Quevedo74 tiene este texto conocido:

Aquí una mano violenta, más segura íjue atrevida, atajó el paso a una vida y abrió camino a una afrenta; que el poder que osado intenta jugar la espada desnuda...

En alguna variante manuscrita, este verso final se transforma, se agrava:

el poder que osado intenta tapar la espada desnuda75.

La variante es inculpatoría. Afirma que el poder, no sólo ha utilizado criminalmente la espada, sino que pretende, además, echar

73 Si la variante fuese de algún copista, y no de Góngora, tendría el mismo sentido, aunque no el mismo valor. Bien podría ser.

74 L a mano que escribió los Grandes anales de quince dias no pudo haber escrito este epitafio, uno de los más graves y acusadores contra el Gobierno.

75 Manuscrito cordobés. Debo la copia y la noticia a mi querido amigo Juan Luis Fernández de Mesa. La variante naturalmente es pos­terior al texto conocido. Subrayo el hecho porque es curiosa la alusión al proceso. L a variante se debió de introducir cuando el proceso se di­vulgó.

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tierra sobre sus propios pasos, quiere ocultar que ha utilizado la violencia, es decir, quiere engañar a la opinión. Ahora bien, ¿en qué consiste este engaño? Otros testimonios poéticos van a ayu­darnos a contestar a esta pregunta. Van a decirnos, inequívocamen­te, que el proceso de sodomía abierto a Villamediana por el Conde Duque fue considerado por sus contemporáneos como una falacia. El primero de tales testimonios ya lo hemos repetido más de una vez, porque era mi deseo que se grabara en la memoria del lector. Dice así:

Aquí una mano violenta, más segura que atrevida, atajó el paso a una vida y abrió camino a una afrenta.

La afirmación no puede ser más clara. El asesinato de Villa- mediana no sólo había atajado el paso a una vida, sino que además — y esto era lo importante— había abierto camino a una afrenta, esto es, había abierto camino a la imputación de sodomía 76. Ni más ni menos. El verso no se puede referir a otra afrenta, y con­firma la opinión de Novoa sobre el proceso.

76 Parece confirmar esta misma actitud el soneto que se atribuye a L o p e :

Principio fue, no fin, de su tormento el lastimoso caso que ha tenido con su lengua o su mano merecido con que aplauso ganó por vencimiento.

Para apurar las posibilidades de interpretación del verso Principio fue, no fin, de su tormento, podría pensarse que puede aludir a las penas éter- ñas. Muerto sin confesión, Villamediana se condenó, fue de patitas al infierno, y su muerte, por lo tanto, fue el principio de su tormento. No niego Ja licitud de esta interpretación, que me parece posible aunque desdice con el tono templado y conmiserativo del soneto, en que se es­tima que la muerte del Conde fue ocasionada por sus escritos satíricos: la condenación eterna a causa de las sátiras no viene muy a cuento. D e­cida el lector por cuenta propia. Pongo este ejemplo en nota para no manejar argumentos cuya interpretación deja un margen de duda.

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La poesía como testimonio 133

Continuemos nuestro estudio. Aun son más graves, y más bellas, las variantes de la décima atribuida al Conde de Saldaña. Dice en el texto conocido:

Yace aquí quien supo mal usar del saber tan bien, y quien nunca tuvo quien le fuese amigo leal; él fue señor sin igual, invencible en el ardor; águila que al resplandor77 del Sol se opuso tan fuerte, que no le causó su muerte la muerte, sino el valor.

Estos dos últimos versos tienen variantes manuscritas de ex­traordinario interés. Oigamos la primera de ellas:

Águila que al resplandor del Sol se opuso tan fuerte, que no le causó su muerte la muerte, sino el am or76.

Don Gonzalo de Céspedes escribió, como vimos, que la muerte del Conde pudo estar ocasionada por tiernos yerros amorosos. Aquí se nos vuelve a repetir esta opinión, que también es la de Rioja, la de Vélez de Guevara, la de Novoa, la de Sibori, la de Acosta. La muerte de Villamediana fue un sacrificio amoroso y estuvo ocasionada por su apasionamiento hacia la Reina. No puede hablarse en este caso de otra clase de amor, ni de otro amor79.

77 La alusión es clara: las águilas pueden mirar al sol de frente. Aguila fue el Conde de Villamediana porque se atrevió a mirar al Rey de frente y cara a cara. Recuerda nuestro epitafio número veinte.

78 Bibl. Nacional. Mss. 4100, fol. 900; 7046, fol. 90 v ; 8252, fol. 13; 379S, fol. 210.

79 El sentido de la décima prohíbe pensar que este amor se refiera al pecado nefando. Después de cuanto llevamos dicho, carece de sentido seguir pensando en Doña Francisca de Tabora, puesto que en ningún

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134 Pasión y muerte de Villamediana

Pero mucho más interés nene para nosotros la segunda de estas variantes que venimos llamando de agravación:

Águila que al resplandor del Sol se opuso tan fuerte, que no le quitó la muerte la vida, sino el honor ®°.

No caben más claridad y concisión, ni más arrojo y valentía. El honor es lo más sagrado que tiene un hombre. Vale más que la vida:

Al rey la hacienda y la vidase ha de dar, pero el honores patrimonio del alma, y el alma sólo es de Dios 81.

Pues bien, al Conde de Villamediana lo que sus asesinos le han quitado no es solamente la vida, sino el honor, el patrimonio in­declinable del hombre que, como perteneciente al alma, no es pro­piedad del Rey, sino de Dios. La acusación es neta y terminante: si los asesinos del Conde le quitaron la vida, los instigadores delcrimen lo utilizaron para deshonrar a la víctima con la acusaciónde sodomía. Debo reconocer que la declaración que encierran estos versos estremece. Pero no hay que llamarse a engaño. Las cosas son lo que son. Ante el tribunal de la Historia, éste es el testimonio escrito y firmado por el Conde de Saldaña en el proceso abierto a Villamediana por sodomía82.

caso, además, el amor de Doña Francisca le hubiera podido ocasionar la muerte.

80 Bibl. Nacional, Mss. 3661, fol. 219; y 3657- Así, pues, tenemos comprobada en dos ocasiones esta valiosa variante.

81 Calderón de la Barca, E l Alcalde de Zalamea, Jorn. I. Esc. X V III.82 Diego Gómez de Sandoval, hijo segundo del Cardenal Duque de

Lerma, fue Comendador Mayor de la Orden de Calatrava, Gentilhombre de la Cámara del Rey Don Felipe IV y Caballerizo Mayor. Casó en pri­meras nupcias el año de 1603 con Doña Luisa de Mendoza, duodécima Condesa de Saldaña, hija mayor y heredera de Don Rodrigo de Mendoza,

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La poesía como testimonio 135

Y aún existe un testimonio contra el proceso del mayor interés legal. Su valor expresivo es inigualable. Este alegato es el más des­enfadado, colérico e importante de esta serie de testimonios. Sabe­mos que está escrito a raíz de los sucesos83. No hubiéramos nece­sitado prueba alguna para llegar a esta conclusión: se evidencia en su tono, se evidencia en su cólera, se evidencia en su texto. Veámoslo:

De mi desgracia concibo« peregrino, lo que advierto, que me han respetado muerto más que me temieron vivo 85.La solución te apercibo, suspende el paso y sabrás lo que deseando estás,

. pues como prueba bastante 86vivo me dan por delante, y ya muerto por detrás.

Conde de Saldaña, Adelantado de Cazorla, Gentilhombre de la Cámara del Rey Felipe II, Comendador de los Bastimentos de León y Trece de la Orden de Santiago y de Doña Ana de Mendoza, su mujer, sobrina sexta del Duque del Infantado, Marquesa del Cenete, de Santillana, de Argüeso y Campó, Condesa del Real de Manzanares, de Saldaña y del Cid. Hizo un matrimonio desigual en segundas nupcias que le ocasionó la pérdida de la confianza de Felipe IV.

83 Publicada por el Profesor José Manuel Blecua, a quien tanto le deben los recientes estudios sobre la poesía del Siglo de Oro, Cancionero de 1628, Consejo Superior de Investigaciones Científicas, Madrid, 1945, pág. 454. L a selección y copia de este larguísimo e interesante cancionero tuvo que ser muy dilatada. Con poco margen de error, puede afirmarse que su iniciación debió de ser muy inmediata al año 1622.

M En el texto manuscrito: collijo.85 Las palabras respetar y respeto significaban entonces igual que hoy,

pero también podían significar hacerse respetar, infundir temor. En tal caso, el sentido de estos dos versos sería “ que me temieron muerto aún más que me temieron vivo” . También pudiera ser una errata de las muchas que tiene el texto manuscrito. No puedo asegurar una cosa ni otra.

86 El texto manuscrito dice: “pues por prueba tan bastante” . Corrijo pecadoramente pues la corrección no viene exigida.

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136 Pasión y muerte de Villamediana

De propia culpa y ajena última pena es la muerte, mas tan desdichada suerte hace culpa de la pena, sin admitir mi condena 87 el descargo a que me acojo, ya por ley o por antojo 8B, me lo prueban todo junto, como si hubiere difunto que no huela [mal] a este ojo

Testigos de ciento en ciento90 dicen, si bien disimulo, pasajero, que tu culo fue mi sexto mandamiento. Pasa como te lo cuento91 y la causa está probada 92; apresura tu jornada, no esperes más, pasajero, que si escapaste de Duero, darás en Peñatajada M.

87 También en este caso la lección del manuscrito está estragada. Carece de sentido. Dice: “ sin admitirme condena / el descargo a que me acojo” . L a he corregido con arreglo a la única interpretación que me parece verosímil: sin que para sentenciarme se admitan las razones que digo en mi descargo. En fin, añadiremos que esta bellísima cuarteta está escrita con un estilo muy parecido al del Conde de Villamediana. Recurso técnico interesante, pues el poeta pone estas palabras en boca del mismo Villamediana como si estuvieran dichas en su propio descargo durante el proceso.

88 El manuscrito: y por ley o por antojo.89 El manuscrito: que no huela a este ojo; lección correcta y co­

jeante.90 Los testigos del proceso contra Villamediana.91 El manuscrito: pasa como te la cuento. ■92 La sentencia de la causa contra Villamediana.93 Pasajero, no te detengas ante mi tumba, no te detengas en mis

cosas, porque si escapaste de un peligro, darás en otro mayor. La alusión a Peñatajada es una procacidad de sentido muy claro.

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La poesía como testimonio 137

Repara en que este com eta<M no anuncia una cosa sola, porque es muy larga la cola que alza su ciencia secreta; y pues te avisa un poeta que está desta ciencia al cabo, con desengañarte acabo: no fies en tu inocencia, que por limpiar su conciencia te querrán limpiar el rabo 94 his.

Nadie pasa a quien no asombre el haber llegado a ver castigarme por mujer, condenándome por hombre;¿quién vio delito sin nombre que tanto nombre dejó? 95,¿o qué derecho enseñó que en ley de Derecho cabe castigar lo que se sabe por lo que no se probó? 96.

Sucesos iguales son de sujetos desiguales; mas siempre a todos los males dio principio la ocasión.Ensancha tu corazón y tu pensamiento estrecha, y cuando vieres que arrecha tu [potro] cabalga luego 91,

94 E l manuscrito: repara en este cometa.94 Ms Procaces, concisos y eficacísimos son estos tres últimos versos.95 ¿Quién vio delito de sodomía de que se haya hablado tanto? se

pregunta extrañado el poeta. Recordemos la alusión anterior a las declara­ciones de centenares de testigos. No se calló en la muerte del Conde: se habló mucho, no cabe duda de ello.

96 Castigar lo cierto por lo dudoso; lo que todos sabían — el amor de Villamediana hacia la Reina— por lo que no pudo ser probado — la sodomía del Conde— . La décima tiene estilo calderoniano.

97 ' L a palabra potro está tachada en el manuscrito, no se puede leer. El texto publicado, peto, carece de sentido.

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i 38 Pasión y muerte de Villamediana

porque nunca entra con fuego tempestad que está deshecha98.

Éste es más sano consejo y paia vivir más sano que conoció culo cano sin haber llegado a viejo.Como culebra el pellejo te revuelva en este día, mas si tu necia porfía no rinden tales despojos, los que servís a estos ojos, notad bien la historia m ía " ,

Hay algún otro testimonio que corrobora esta opinión ,co. Nin-" guno tan explícito como éste. Doblemos, pues, la hoja. Se nos decía en la cédula de Fariñas que se ordenaba callar para que no se infamase la memoria del muerto. Sabemos que no se calló por el testimonio de numerosos poetas contemporáneos que se jugaban por lo menos la tranquilidad al escribirlo. Sabemos también que

98 No hay que temer aunque arrecie la tormenta, dice el poeta. Todo este vendaval del proceso es simulado. No causará daños una tormenta falsa, una tormenta que ya en su mismo arranque está deshecha.

99 Si, a pesar de mi inocencia y condenándome por haber sido muy hombre, me han asesinado, acusándome de sodomita, los que servís a estos ojos — es decir: los que tenéis estas aficiones— escarmentad y cambiad de pellejo como las culebras. Agradezco la fotocopia del poema a la atención de mi querido amigo Francisco Yndurain.

100 “ Este año de 1622, a dieciocho de agosto, mataron al Correo M ayor a boca de noche, yendo en su coche con un hijo del Marqués del Carpió, y dicen le mataron con un arma como ballesta a uso de Valencia, y que se callase se mandó. Murió una muerte harto- desastrada y sin con­fesión. Había sido gran decidor y satírico contra todos los grandes. Hubo grandes sátiras contra él. Fue gran lástima. Haya Dios misericordia 'de su alma” (9856-34 v). Estas sátiras que hubo a su muerte contra el Conde no pudieron ser otras, me parece, que la imputación de sodomía y las declaraciones del proceso. Fuera de ellas, ya hemos visto que generalmente no se escribieron sátiras, sino elogios. En ningún caso grandes sátiras, como se escribe en este aviso.

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La poesía como testimonio 139

depusieron en el proceso centenares de testigos pagados y alquilo­nes. Esto es lo cierto: la verdad no se puede ocultar. No se calló sino en la cédula de Fariñas. El proceso de difamación de Villa- mediana había tenido tanta publicidad, que hemos podido encon­trar, tras de largos y pacientes rastreos, varias declaraciones de testigos que protestaban contra la legitimidad de este proceso. En cambio, las declaraciones de los testigos legales no se encontraron nunca: se aventaron como el tamo en la era. Este era su destino. Teniendo en cuenta los peligros en que se incurría por transmitir o copiar estas noticias y el cuidado que el Conde Duque_ debió de poner en destruirlas, parece milagroso que se hayan podido con­servar las que hemos comentado 101. Todas estas declaraciones son irritadas y acusatorias. Tratan de demostrar que la causa se abrió para desvirtuar los motivos del crimen, y que el crimen, de manera unánime y popular, fue atribuido a las sátiras que Villamediana había escrito contra Olivares y a sus demostraciones amorosas por la Reina Isabel. Parece claro que el proceso se abrió para cortar en seco esta doble leyenda, es decir, para limpiar la conciencia de sus instigadores, como escribe lapidariamente el poeta anónimo. Concluyamos. Esta composición es el epitafio inmisericorde y des­vergonzado de este proceso por sodomía, que era indudablemente desvergonzado e inmisericorde, abierto a un muerto, a un hom­bre asesinado a la hora crepuscular del Angelus, a la hora de la oración.

Y ahora, llegado a este punto, debo decir sin alharaca alguna, como poeta y como hombre, que me enorgullece el ejemplo de

101 Son frecuentes las alusiones a quemas de papeles organizadas por el Conde Duque. Publicaremos la opinión del Marqués de la Grana : “ Y alcanzó con esto no solamente que se pudiese detener en Palacio tres días más el Conde Duque, e intervenir en los Consejos y Juntas, y que se diese audiencia en los negocios particulares suyos, sino también que en compañía del Protonotario y de Alonso Carnedero mirase todos los papeles de las Secretarías y quemasen cuantos el Conde dijese, como en efecto se hizo así, convirtiéndose en cenizas una fuerte porción de ellos, en que habría harto por ver y notar, si el público los viera” (Semanario Erudito, t. III).

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140 Pasión y muerte de Villamediana

ciudadanía y amor a la verdad que demuestran estos epitafios es­critos por muchos de los poetas españoles más representativos del Siglo de Oro. No se rindieron al halago del poder, y muchos de ellos, exponiéndose a un peligro indudable, testimoniaron la ver­dad. Hoy, que tanto se habla de la poesía como testimonio, es un deber de conciencia recordar que esta actitud ha sido tradicional entre nosotros. Las atribuciones de los epitafios pueden ser dudo­sas, y en efecto lo son. No nos importa. Lo personal carece de importancia en este caso. También es cierto que los poetas más audaces recurrieron a medios ingeniosos para eludir o atenuar su responsabilidad. Ya lo hemos visto. Ahora bien: su actitud con­junta, que es en última instancia la que vale, no puede ser más elocuente. En el momento en que el Conde Duque abría proceso contra Villamediana por sodomía, para desvirtuar la leyenda de su muerte, no hay ningún epitafio 102 que atribuya la muerte a esta causa y declare a favor del Conde Duque. Incluso aquellos poetas que censuran a Villamediana por su conducta — y tenían harta Cgzón para censurarle— , incluso aquellos también que afirman que su muerte tuvo carácter de sentencia, todos están de acuerdo en lo esencial: la muerte de Villamediana fue ordenada desde el po­der. Me complace decirlo. Aun defendiendo opiniones contradic­torias, todos los testimonios y todos los testigos están concordes en los hechos. Se opina de distinto modo, pero no se miente. Es inútil mentir. La verdad no se puede ocultar, porque todos lleva­mos a Dios en el semblante — a veces sin saberlo— y Él dice siem­pre de una manera u otra la verdad. No hay que engañarse. Es

102 Sólo hay tres epitafios en que se alude a los pecados del Conde. No son muchos. Pero téngase en cuenta, además, que sus pecados cono­cidos son numerosos: la lujuria, la vanidad, la maledicencia, la truhane­ría. A ellos pudieron referirse los poetas que le censuran. Todos los hombres son pecadores, pero no todos son sodomitas. Añadiremos que la sodomía es pecado grande, pecado que anda solo porque oculta a los otros. Siendo la tesis oficial de su muerte la sodomía, creo que la hubie­ran declarado abiertamente cuantos pensaran en ella, y desde luego quie­nes quisieran adular al Conde Duque. Sólo lo hace Quevedo.

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La poesía como testimonio

inútil mentir y pretender falsificar la historia. Siempre quedan in­dicios. La verdad es el puente donde todo se une.

SON MIS AMORES REALES

La anécdota más conocida sobre la inclinación del Conde hacia la Reina se emplaza, generalmente, en una fiesta de toros y cañas celebrada en la Plaza Mayor de Madrid, y se refiere al lema sacado en ella por el Conde, Son mis amores reales, llevando el traje bor­dado con reales de plata. La citan Brunel y la Condesa D ’Aulnoy103, y forma parte de la leyenda donjuanesca que ha acompañado secular­mente la memoria del Conde 1M. Como probó Cotarelo en su libro tantas veces citado, la anécdota tiene carácter rigurosamente histórico. La afirma Don José Pellicer de Tovar 105 y la confirma Baltasar Gra- cián en su Agudeza y Arte de Ingenio: “Cuando la equivocación 106 es atrevida y peligrosa, como aquél que en unas fiestas sacó la librea sembrada de reales de a ocho con esta letra: Son mis amores rea­les” im. La refrenda, finalmente, D. Luis de Salazar y Castro en su libro Jomada de los coches de Madrid a Alcalá:

Peto señores, ¿no reparan, dijo Don Manuel, que después de copiar del Cartujano Los Santos amores, dice: Son mis amores reales fue antigua empresa de un magnate de Castilla en unas fies­tas? — No lo había advertido, respondió Diego, y es uno de los altos disparates que contiene ia Apología, pues llamar magnate al conde de Villamediana es mentir a ojos vistas, como en Castilla

103 V . las páginas 13 y 14.104 “ En uno de los grandes juegos de cañas que celebraban su subida

al trono, en el estío de 1621, hubo noticia de que Juan de Tasis, Conde de Villamediana, iba a caballo con su escolta de jinetes sobre el arenal, llevando una sobrevesta cubierta de reales de plata y campeando como divisa estas palabras: son mis amores...” (Martín Hume, Reinas de la España Antigua, Ed. L a España Moderna, pág. 300V

105 La Barrera, citado por Cotarelo (op. cit., pág. r86).106 Léase: el equívoco.107 Baltasar Gracián, Agudeza y Arte de Ingenio, Madrid, 1929 (Bi­

blioteca de Filósofos Españoles), pág. 220.

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142 Pasión y muerte de Villamediana

dicen. Y hacer memoria de una empresa, la más temeraria que vie­ron los siglos, y que produjo la infeliz muerte de aquel caballero, es el más pernicioso ejemplo que se pudo encontrar. M ire si lo declara bien esta parte de la décima en que Don Luis de Góngora habló de aquel extraño caso:

Dicen que le mató el Cid por ser ej conde Lozano, disparate chabacano, la verdad del caso ha sido que el matador fue Bellido y el impulso soberano108.

Añadiremos que ninguna ocasión mejor que ésta para que Salazar y Castro impugnara la opinión de Don Gabriel Alvarez, que en su Apología había defendido no solamente la historicidad, sino la ejem- plaridad de la anécdota. El libro de Salazar y Castro es una réplica violentísima contra la Apología, en que desmiente al autor letra por letra. Acepta, sin embargo, la historicidad de la anécdota, afirman­do, además, que a causa de ella murió Villamediana. Esto queda bien claro. Recordemos de nuevo la bella alusión del Marqués de Osera:

Formar de barro un corazón, Señora, amagos son de Dios; tened la mano, que temo que al impulso soberano culpablemente exceda el que os adora.

A los testimonios anteriormente mencionados, Góngora, Rioja, el Conde de Saldaña, Céspedes y Meneses y Matías de Novoa, para citar únicamente los importantes puede añadirse esta nueva lista:

108 Jornada de los coches de Madrid a Alcalá o satisfacción al Pala­cio del M omo, Zaragoza, 17x4, pág. 302. Puede agregarse a estos testi­monios el de la Apología de Don Gabriel Álvarez a que contesta Salazar, no porque sea necesario echar más paja en el pajar, sino para mostrar nuestro agradecimiento a tan zarandeado autor, puesto que a él le debe­mos la terminante declaración de Salazar y Castro. En la Apología se refiere al Conde de Villamediana nada menos que para ejemplificar los santos amores.

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La poesía como testimonio 143

Pellicer de Tobar, Baltasar Gracián y Salazar y Castro. Son muchos testimonios, pero, además, cualquiera de ellos bastaría como de­mostración, dada la extraordinaria autoridad de los testigos109. Todos juntos constituyen una evidencia. Tienen carácter de sen­tencia definitiva y sin apelación. Téngase en cuenta, además, que Baltasar Gracián, testigo irreprochable, y Salazar y Castro no se limitan a afirmar el carácter histórico del mote y la veracidad de la anécdota, que — ¿quién lo pensara?— llegaron a simbolizar en el mundo la grandeza de ánimo y la temeridad, rayana en la locura, del amor español. Porque no es esto todo, con ser tantou0. Lo más importante de sus declaraciones es el hecho de que ambos pongan esta anécdota111 en relación causal con la muerte de Villa- mediana. Esto es lo decisivo. Gracián cita el mote de Villamediana, Son mis amores redes, como ejemplo de equívoco atrevido y peli­groso. Es indudable que al referirse a su peligrosidad sólo podía aludir a la muerte del Conde. El Marqués de Osera subraya este mismo aspecto: la culpabilidad de Villamediana por haber puesto los ojos en la Reina. En fin, la declaración de Salazar y Castro, principé de los genealogistas españoles, es todavía más neta. Co­mienza por afirmar que sacar este mote en día de fiesta y plaza pública fue la empresa más temeraria que vieron los siglos. Sus

109 Conviene hacer una salvedad. La certificación histórica del mote Son mis amores reales, hecha por Pellicer, la atestigua por vez primera Hartzenbusch, sin hacer referencia de página ni de obra. La repitieron posteriormente Cotarelo y Alonso Cortés sin citar el pasaje ni citar a Hartzenbusch. No debieron encontrar el pasaje. Confieso paladinamente que yo tampoco lo he encontrado. Hice muchas pesquisas inútilmente, porque la bibliografía de Pellicer, tanto impresa como manuscrita, es abundante y complicadísima. Sin embargo, como el testimonio de Pellicer contradice la opinión de Hartzenbusch, nadie puede pensar que Hart­zenbusch lo inventara. Esto parece lógico, pero de hecho, y aunque todos lo citen, debo decir que sólo se conoce este testimonio por las pala­bras de Hartzenbusch.

110 D e su amor por la Reina ya dimos numerosas referencias.111 Las restantes anécdotas que se suelen citar respecto a estos amo­

res no han sido comprobadas históricamente. Quien quiera conocerlas consulte Deleito Piñuela, E l Rey se divierte, págs. 169 ss.

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palabras son terminantes: no dan lugar a componenda alguna. Si estos amores no hubieran sido los de la Reina, ¿en qué habría consistido la temeridad? n2. Y en fin, todo lo aclara Salazar y Cas­tro añadiendo a continuación que la temeridad de haber exhibido públicamente este mote fue lo que produjo la muerte infeliz de aquel caballero. No hacen falta más pruebas. Su testimonio tiene carácter inapelable. Es el eslabón final de una larga cadena, que nos ha servido para reivindicar la memoria del Conde de Villame­diana en la medida de nuestras fuerzas. Don Juan de Tasis y Pe­ralta murió, indudablemente, por haber elevado sus ojos a la Reina Isabel.

112 L o temerario de la frase no era la declaración de su amor por la Reina, pues también San Francisco de Borja estuvo enamorado de la Em­peratriz Isabel y a nadie se le ocurrió pensar que esto pusiera en peligro su vida. L o temerario era el gesto de desacato: sacar a relucir este amor con pública ostentación en un juego de cañas, ante el asombro del pueblo madrileño. Más temerario aún sucediendo después de la anécdota del incendio también certificada históricamente.

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VI

RETRATO DE DON JUAN

Y a todo esto, el lector se estará preguntando: ¿cómo era el Conde? Don Juan de Tasis y Peralta, segundo Conde de Villame­diana. Veámoslo sumariamente. Nació en agosto de 1582*. Su pri­mer biógrafo, Alonso López de Haro2, afirma que

por sus letras, esplendor y magnificencia, fue de todos admirado en Nápoles, y en particular de los filósofos y poetas que, en apro­bación de su eminencia en ambas profesiones, le dedicaron nume­rosos poemas... sin que el estudio y uso de las letras le haya diver­tido de los ejercicios y artes de caballero, siendo en todos ellos no menos eminente, y con exquisito primor, armado y desarmado, en los tómeos, y con los toros y en todo género de fiestas señaladí­simo.

Sus mentores fueron el famoso humanista Maestro Bartolomé Jiménez Patón y el Licenciado Luis Tribaldos de Toledo. Su brío en la Plaza era proverbial y Vicente Espinel nos recuerda con admiración que descuartizaba un toro a cuchilladas3. Aun sus mis-

1 Alonso López de Haro, Nobiliario genealógico, Madrid, 1622. Cita­do por L a Barrera.

2 A. López de Haro, ibid.J “D e un tan gran Príncipe como Don Pedio de Médicis que con un

garruchón en las manos o tomaba un toro o lo rendía. Del Conde de

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mos enemigos celebraron su valor y su brío, su garbo y esplendidez. Daba cuanto tenia. Su liberalidad fue tan extraordinaria que ex­cedía los límites de su estado, pues sus dádivas parecían de Prín­cipe, no de señor particular. Cervantes4 confirma estas palabras de López de Haro:

Será Don Juan de Tasis de mi cuento principio, por que sea memorable, y lleguen mis palabras a m i intento.

Este varón, en liberal notable,que una mediana villa le hace Conde,siendo Rey en sus obras admirable;

éste, que sus haberes nunca esconde,pues siempre los reparte o los derrama,ya sepa adonde, ya no sepa adónde; ■

éste a quien tiene tan en fil la fama puesta la alteza de su nombre claró que liberal y pródigo le llam a5.

Recordemos también las palabras ya citadas de Góngora: es indudable que sobre la liberalidad y magnificencia de Villamediana

Villamediana, Don Juan de Tasis, padre e hijo, que entre los dos hacían pedazos un toro a cuchilladas” (Vida del Escudero Marcos de Obregóti, Descanso XI).

4 Así lo afirma Cervantes, y su elogio tiene sumo interés, pues alude a la estancia de Villamediana en Ñápeles. Téngase en cuenta que Villa- mediana formaba parte del acompañamiento del Conde de Lemos y que Cervantes había aspirado a este puesto inútilmente. Véase el retrato que de Villamediana hace Don Luis Fernández-Guerra en su biografía de Alarcón: “ No parece sino que el mismo trágico fin le pronosticaba Cer­vantes a un alto sujeto que a la edad de treinta y tres años y en r6i3 iba por la senda más estrecha de la virtud: ingenio vivo, gentil y gallar­do; criado en Palacio, maestre de campo en Lombardía, justador de las grandes fiestas de Nápoles, año de 1614, grave y humano al mismo tiem­po; liberal con propios y extraños, cortés, magnífico y prudente y come­dido...” (págs. 240-241).

5 Miguel de Cervantes, Viaje del Parnaso, edición Schevill y Bonilla, pág. r 15. Fue citado por L a Barrera.

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Retrato de don fuan 147

todos están concordes. Barbosa Machado escribe que conjuntaba aquellas dotes que dan ornato a la nobleza, siendo generoso, afable, discreto y valiente. Jugaba las armas con destreza, mandaba los caballos con arte, perseguía las fieras en el coso y en la caza con valor y agilidad. Afirma que fue reconocido como Príncipe de la poesía lírica6. Sus palabras nos recuerdan el epitafio de Tamayo de Vargas: él primero en ser señor, / humano, grave, discreto. Sir­vió a su patria en las guerras de Flandes y Lombardía, hasta la paz de Astí, demostrando valor y generosidad en su puesto de Maestre de Campo 7. La sensibilidad de Don Juan era muy fina: lo demuestran sus gustos e inclinaciones.

En su viaje de Italia tuvo ocasión de adquirir objetos artísticos, como joyas, cuadros, armas y antigüedades, a que tenía suma afi­ción. Era muy aficionado a los diamantes y los hacía engastar en plomo para aumentar el brillo de la piedra y el lucimiento de la talla. Entusiasta de la pintura, llegó á formar una galería de cuadros de las más ricas de la Corte, de artistas nacionales y extranjeros ®.

La universalidad de su leyenda vuelve a probarse en la alusión que hace Carducci en sus Diálogos, diciendo que el Príncipe de Gales compró gran parte de esta colección cuando en 1623 vino a España. Como buen Correo, cuidaba de tener siempre en sus cuadras soberbios caballos, a los que profesaba tal cariño que nun­ca vendió ninguno- cuando no servían los regalaba, o dejaba que se muriesen en las caballerizas9. Les daba trato de servidores.

Es bien sabido que su afición al juego le hizo andar siempre de cabeza, con la hacienda embargada 10. De atrás le viene el pico

6 Bibl. Lusitana, art. D on Juan de Tasis, t. I.7 V. López de Haro, op. cit. Fue citado por L a Barrera.* La Barrera, pág. 80; Cotarelo, pág. 55.9 La Barrera, pág. 480; Cotarelo, pág. 56. .10 “ El 24 de mayo de i6 r7 daba el Conde poder a Domingo Pereira

para cobrar cinco mil y tantos escudos que había ganado al juego a Don Melchor Gómez de Elvas. Y algo peor. Al siguiente año le encontramos privado de la administración de sus bienes y con una cantidad asignada para alimentos” (N- Alonso Cortés, op. cit., pág. 63).

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Pasión y muerte de Villamediana

al garbanzo. En 1608 ya le habían desterrado de la Corte por tahúr: “Por haber tenido algunos caballeros grandes exceso en el juego, han mandado salir de la Corte al Conde de Villamediana y a Don Rodrigo de Herrera, porque el Conde había ganado más de 30.000 ducados y Don Rodrigo perdió más de 20.000” n. Le acompañó esta afición toda su vida, pues el día que le mataron estaba mohino y afirmaba que todo le salía mal, fundando agüeros en las pérdidas del juego.

Entre sus modernos biógrafos, quien mejor ha comprendido su carácter es indudablemente el Doctor Marañón. He aquí el retrato que nos hace del Conde:

Era Villamediana el tipo perfecto del noble español renacen­tista, de ingenio excelente, intrépido, lleno de todos los atractivos personales y fundamentalmente inmoral. Sus contemporáneos co­inciden en ponderar su garbo y su belleza física...

Hijo de un gran personaje de la Corte, viajó mucho y figuró, casi desde niño, en las grandes ceremonias palatinas, en las que asombraba a las gentes por la magnificencia y la elegancia de sus atavíos. En toda España se hablaba de este joven, que aparecía en las comitivas regias sobre un corcel blanco, cubierto de oro, o de plata, como un príncipe de cuento de hadas. En las descripcio­nes de los contemporáneos se adivina el suspiro de las mujeres que desde sus balcones veían el paso del incomparable galán. Hasta el final de su vida conservó la preocupación de asombrar a las gentes con sus fantásticos atavíos y con sus gestos extremados12.

Recordemos algunos de estos rasgos de ostentación en diferen­tes épocas de su vida. “ Don Juan de Tasis, hijo del Correo Mayor, llevaba en este día, mayo de 1608, el más soberbio traje y librea que pueda imaginarse: a caballo, con capa, cuera, calzas, zapatos, gualdrapa, guarniciones, riendas..., etc., bordadas de canutillo de plata fina; hasta las anteojeras del caballo eran del mismo metal. Lució este día más que ninguno, porque, encontrándose con la pro-

11 Cotarelo, op. cit., pág. 38.12 D on Juan, págs. 103-104.

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cesión, la fue siguiendo a pie y sin pajes, acto que los ingleses u admiraron mucho, por ser cosa extraordinaria en efecto” I4.

Lope de Vega escribe, con indudable admiración, en julio de 1 6 1 9 :

Aquí [en Madrid] se conoce cada día la soledad; yo con irme a la Virgen de este nombre remato el día. Todo está suspenso y pendiente de lo que allá se escribe; las fiestas de Alcalá se lleva­ron lo inquieto de este lugar, dos o tres días; en ellas fue lo mejor Villamediana, que vino allí todo plata, y lució mucho, que este metal siempre agrada ,5.

Góngora nos describe también un bello gesto suyo:

El dos de noviembre de 1621 entró Su Majestad por el Parque a las tres de la tarde, con treinta y seis caballos — gallardos mu­cho— , de plumas principalmente, y todos los que corrían tan gala­nes como honestos, porque el luto no dio facultad más que a des­nudar los avestruces. Villamediana lució mucho, tan a su costa como suele, y fue de manera que aun corriendo, se le cayó una venera de diamantes, valor de seiscientos ducados, y por no parecer me­nudo, ni perder el galope, quiso más perder la joya.

Sin embargo, ningún hecho suyo tan ostentoso como el que le ocasionó la muerte: presentarse en la Plaza Mayor en unas fiestas,

13 El séquito del Almirante Howard en su Embajada (Valladolid, 1605).

14 Solía vestir de manera que llamaba poderosamente la atención. En las crónicas y relaciones es muy frecuente que se describan sus trajes con admiración: “ Don Juan de Tasis [sacó] otro vestido completo con su gualdrapa, más lujoso [en] todo que el primero, que fue bordado de oro sobre tela de plata leonada, la labor de trazos del grueso de un dedo cruzados que hace como un tablero de ajedrez, descubriendo la telilla en medio, asi como los mismos escaques, que con el sol lucían tanto que pensábamos eran espejos o por lo menos plata bruñida; el bordado de dos líneas de eses rellenas, mucho más altas; los forros y mangas del mismo coloí de tela leonada” (Alonso Cortés, op. cit., pág. 49).

15 Epistolario de Lope de Vega, publicado por la Real Academia de la Lengua, t. IV , pág. 250.

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ante Dios y ante los hombres, llevando un mote en el cual declara­ba públicamente su pasión por la Reina Ié. No se le podían ocultar a Villamediana las consecuencias de esta locura. Quiso indudable­mente que el mote le sirviera de epitafio, y consiguió lo que quería.

Pinheiro, que le conoció, afirma que “ Don Juan de Tarsis, hijo del Correo Mayor, es uno de los más galanes y lozanos fidalgos que andan en la Corte” 17. Pinheiro escribe, desde luego, en plena juventud de Villamediana. Ante la posteridad, su leyenda de hom­bre galante sigue aumentando constantemente, hasta llegar a ser extraordinaria. Brunel afirma “ que era el más galante y el más in­genioso cortesano de toda España” ; y la Condesa D ’Aulnoy, con entusiasmo increíble, termina su retrato de este modo: "Puede decirse que el Conde de Villamediana era el más perfecto caballero que jamás se haya visto, y su memoria todavía está en veneración entre los amantes desgraciados” . Su donjuanismo fue subrayado con gran acierto por Marañón: “tuvo infinitos amores con señoras de todas las edades y de todas las condiciones. Todos ellos provi­sionales, sin ternura aparente, con ese aire de conquista agresiva que es característico de Don Juan. A una de sus amantes sabemos que en un coche la maltrató con violencia” 18. La dama pertenecía a la más alta aristocracia española19. A consecuencia de los golpes — innumerables puñadas y puntapiés, nos dice Pinheiro, que lo describe con detalles tan minuciosos y precisos que parecen demos­trar cierta intimidad con nuestro Don Juan— , la Marquesa perdió el sentido y guardó cama durante varios días. No fue un pronto de

16 El Duque de Maura contradice la opinión general, que hablaba siempre de un traje cubierto de reales o de lentejuelas: “ Es, en cambio, auténtica la simbólica divisa adoptada por Villamediana en la fiesta de cañas que se celebró poco tiempo después, si bien no lo sean las ridicu­las lentejuelas de reales de plata que se suponen exornadoras aquel día de su traje” (Viaje..., págs. 92-93). Curioso detalle que hemos querido consignar aunque desconocemos en qué se basa.

17 V. Alonso Cortés, op. cit., pág. 27.18 Marañón, op. cit., pág. 106.19 Se narra esta aventura de manera desenvuelta y pormenorizada

algo más adelante en este libro (págs. r65-i7i).

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Reiraio de don fuan

cólera lo que tuvo Villamediana: fue algo más grave, que demues­tra que era un enfermo psíquico con reacciones de cólera casi ro­zando la anormalidad. Sus amantes pertenecieron, en efecto, a todas las clases sociales — damas aristocráticas, actrices y busco­nas— , y en su muerte se le acusó de lujurioso — no de sodomita— en alguno de sus epitafios.

— No, porque fue ladrón y lujurioso.— O ginovés o fraile fue forzoso.

Es indudable que lo fue. Sus aventuras conocidas son numero­sas : el tono en que a veces se refiere a ellas es sumamente procaz, el más procaz y deslenguado que conocemos; sus lugares de me­ditación y de retiro eran el garito o el burdel. Veamos alguna ilus­tración inédita de este aspecto de la vida del Conde.

SONETO A UNA VISITA DE SU AMIGA

N o del Gran Turco, del más mal cristiano el serrallo portátil — la carroza digo de Tasis— conduelo a su moza a visitar el paladión Troyano.

Con la otra buena lanza de la mano, apenas entra, cuando se alboroza virgíneo coro, holgón a toda broza, si honrada no, con tal visita ufano.

Júntanse las cofradas del bureo; la incauta chusma sus donaires muestra; mal ejercido para buena fama;

dicen canta Verdugo peor que O rfeo ln; danzó lerda Gabriela, que es más diestra a son de cascabel compás de cama.

Y a las diez de la nochecon un pax vobis, se volvió a su coche11.

20 El texto: dicen canta Verdugo por que Orfeo.21 Bibl. Nacional, Ms. 3795) fol. 3°2-

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El soneto, desgarrado, conciso, con un final bello y desvergon­zado, nos abre una ventana imprevista sobre las andanzas nocturnas de nuestro héroe, que no son edificantes ciertamente. A renglón seguido, añade el cronista de la fiesta:

DÉCIMAS A LO MISMO

Visitó ayer la Condesa, de carne y corcho una bola, con el favor ensanchóla: quedó más ancha que gruesa;i por D ios!, Delio, que me pesa, y que es justo que me duela, que la admitiese m i agüela, que son muy putas sus tachas: mas, como tiene muchachas, quizás fue a poner escuela.

Quedó con esta visita La Labradora hecha mueca;Doña Dorotea, clueca;La Pichona, con pepita;La Coja, no muy bendita, y el padre de estas doncellas muy valido por tenellas, y tal favor no te asombre: juega con el Conde al hombre, y el Conde es hombre con ellas 21.

Añadiendo esta ficha a cuanto ya sabemos de Villamediana, no cabe duda de que su vida amorosa — si a esto piiede llamarse vida amorosa— era un tremedal. Desde este punto de vista, conocemos actitudes del Conde que demuestran aún mayor cinismo23. Pero demos de lado el tema. Aunque no soy remilgado, juzgo que para

22 Bibl. Nacional, Ms. 3795, fol. 302 v. .23 Quevedo, desde luego, es más grosero y más violento que él, pero

no hay nadie en el Siglo de Oro que tenga la insolencia, la procacidad y el cinismo del Conde.

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muestra basta un botón. _No sale muy airoso su retrato, su don­juanismo de burdel, en esta rápida entrevisión de su paso por Jupa- ñares y mancebías. Pero conviene advertir que, en el soneto que comentamos — escrito para halagar sus pasiones más bajas— , se dice no solamente que era mal cristiano — esto a la vista estaba tras la lectura del sonetillo— , sino el más mal cristiano que había en la corte. EL texto, por su mismo carácter de crónica adulatoria, tiene valor. No es una imputación satírica, ni una denuncia: es la declaración de quien le acompaña en sus correrías, hecha con el propósito de halagarle. Y por si fuera poco expresiva la descrip­ción de estas escenas de burdel, que prueban la intimidad de Villa- mediana con las cofrades del bureo, aún se añade por el cronista que a las diez de la noche, con un pax vobis, se metió en su coche. La insolencia del chiste demuestra cierta insensibilidad religiosa.

Pero no es esto todo. Es curioso observar que esta misma ex­presión ha sido utilizada en sus epitafios para caracterizarle:

— En esta tumba yace un mal cristiano.

Así pues, amigos y enemigos coinciden en subrayar este aspec­to de su modo de ser. Recordemos el empeño de Quevedo, y de los acólitos de Quevedo, en poner de relieve su falta de religiosidad. Cierto es, como dijimos, que su gallardía al intentar defenderse de la agresión no la probaba en modo alguno, pero no es menos cierto que las alusiones al carácter escéptico y descreído de Villa- mediana se repitieron porque caían en terreno abonado. En el epis­tolario de Lope de Vega al Duque de Sessa hay una grave alusión de este tipo: “ Buen siglo haya Villamediana (si esto es posible) que con tan picantes décimas castigaba la soberbia de algunos que en vistiéndose la ropa, se desnudan de toda piedad y con inhuma­na vista miran las necesidades ajenas” 24. El comentario si esto es posible, alude, en primer término, a que murió sin confesión, y en segundo término, al escándalo de su vida. Andando el tiempo, esta opinión se convirtió en leyenda, pues los viajeros franceses que

14 Epistolario de Lope de Vega Carpió, t. IV , pág. 122.

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narran la anécdota de los dos ducados del Conde, que por haber estado cinco segundos en el cepillo de las Animas salvan a un alma del Purgatorio, también ponen su vela en este altar. Carece de im­portancia a nuestros fines que la anécdota sea conocidísima y ante­rior a Villamediana25. Para saber la opinión que sus contemporá­neos tuvieron de él, basta que el cuento se le atribuya. En fin de cuentas, el descreimiento del Conde no parece una imputación calumniosa26.

Continuemos pasando revista a algunas de las características de su modo de ser. La opinión critica de Don Juan de Tasis tenía notable crédito entre los ingenios de la Corte. Pues bien, conocemos un papel volandero suyo donde expresa su opinión sobre ellos de una manera concisa y lapidaria. El papel dice así:

CENSURA DE VILLAMEDIANA DE LO S POETAS DE SU TIEMPO

El Góngora: Rara avis iti térra, aunque después que le faltan algunos pellizcos del Loyoli, no me da en la nuca.

El Esquilache: Cuando Mayalde y Montesa, no atinaba; ahora dicen que está relevante; lo uno sé, lo otro no he visto.

El AJenquer: Pendencia de borrachos: si es, no es, pero del­gadeces.

El M endoza: Pulido lego.El V eg a : Vulgazo: platos de estaño: muchos y malos.

25 V. “ Madame d’Aulnoy et l’Espagne” , por R. Foulché-Delbosc, en Revue Hispanique, t. L X V II, 1926.

26 Conviene, sin embargo, advertir que en su poesia no hay dato alguno de este descreimiento. Antes, por el contrario, se muestra en ella como un cruzado, como un auténtico paladín de la fe. Por ejemplo:

Salga del uno y otro suelo Hesperio el belicoso honor encomendado a quien da vida a muertos, muerte a vivos; contra el leño gigante rebelado, bronces ya fulminando vengativos, defensor de la Iglesia y del Imperio.

Este tono es frecuente en sus sonetos apologéticos.

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El Vélez: Echacuervos 27.El Zárate: Trae el burro muy afuera.El Guillen y el M escua: Tabladistas.El Manojo: Ponderoso menguado.El Quevedo: Desigualísima bestia: golpes en las nubes y porra­

zos en los sótanos.El Rector: Corta cosecha: logra bien lo ajeno.El Alarcón y el A vila: Dos copleros más **.

Ante todo, advirtamos que este papel era muy conocido: no fue un papel secreto. Parece y no parece un documento de Acade­mia. Circulaba a sus anchas en Palacio, y fue leído y sonreído, pues conocemos un testimonio de Novoa que alude a él: “ [El Conde de Salinas] fue poeta y bueno, si bien el Conde de Villamediana, que sabía fiscalizar a todos los ingenios de la corte, decía que sus versos eran pendencia de borrachos: si es, no es, porque todo eran contra­

27 Echacuervos: Alcahuete.23 Bibl. Nacional, M s. 7526, sin foliar. Compárese este vejamen con

el soneto que publicamos a continuación. Tiene muchos puntos de con­tacto con él.

A LAS FLAQUEZAS DE LO S MEJORES INGENIOS DE ESPAÑA

Sin hiel Mendoza; Lope, ingenuo y flojo;Bocángel, tierno; niño, Garcilaso;Mena camina en bestia de mal paso;Cáncer fruslero y trapicante el cojo. (Quevedo)

Villamediana, culto por su antojo;Esquiladle, madama del Parnaso; alto habla Montalbán, pero no al caso; tragóse Ercilla en rimas el gorgojo.

Hortcnsio se revienta y nos revienta; corren en tardo buey los Argensolas;Anastasio se eleva por costumbre;

Ulloa, tibio; Zárate la menta;Salazar y Solís, dos amapolas;Góngora a puntapiés buscó la cumbre.

El soneto es redondo. Se encuentra anónimo en el manuscrito 10951, fol. 141 v.

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dicciones” . Novoa, probablemente, no era poeta. Nunca recoge en su Historia noticias literarias. Para que recogiese la que comenta­mos debió de andar de mano en mano. Añadiremos como ilustra­ción que Novoa, que no es alabancioso precisamente, testimonia respeto en este caso por la opinión de Villamediana. La merece. El documento es curiosísimo. Su agudeza es notable y singular, al menos tan notable y singular como su desenfado. Téngase en cuen­ta que en él Villamediana dicta opinión — firmada— sobre los poetas mayores de su tiempo: Góngora, Esquilache, Salinas, Hur­tado de Mendoza, Lope de Vega, Vélez de Guevara, Don Francis­co de Zarate, Quevedo, Alarcón y Argensola. No les 'concede nada: Ni aun ante Góngora29 declina su desdén, siendo indudablemente el más favorecido. Su dictamen sobre Quevedo es compendioso: alude a su grandeza y a su mezquindad, echando por delante un insulto definidor, desigualísima bestia. Su enjuiciamiento de la poe­sía del Conde de Salinas es exacto e injusto: exacto porque señala su principal defecto 30; injusto, porque silencia su valor. Trata a Lope de Vega como a un buhonero de las letras que vende bara­tijas por poemas. Bartolomé Leonardo de Argensola tiene cosecha corta: realiza bien cuando traduce, y nada más. Por su contenido y por su tono, el documento es inapreciable para revelarnos ciertos aspectos de la personalidad de Villamediana: su inteligencia, su agudeza, su sensibilidad, su valentía, pero ante todo y sobre todo su vanidad. Ve la poesía de su tiempo como si la estuviera Viendo desde el Olimpo. Empequeñece lo que mira. Utiliza su extraordi­nario sentido crítico para ver los defectos y silenciar los valores de los poetas31. No critica propiamente: sentencia. No demues­

29 Villamediana no sólo imita a Góngora en buena parte de su obra, sino que le toma por maestro. Envió a Góngora para que lo corrigiese, el manuscrito de La Fábula de Faetón. Las correcciones debieron de ser muy numerosas a juzgar por las que introdujo Villamediana en la segunda redacción de esta fábula.

30 Defecto, justo es decirlo, en que incurrió también Villamediana, sobre todo en su primera época.

31 Esta actitud es muy parecida a la que tuvo en nuestro tiempo Juan Ramón Jiménez.

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tra: amortaja. No analiza: desdeña. Esto es lo extraordinario del documento: su inaudito desdén. Trata a todos con el mismo ra­sero, a los hidalgos y a los nobles, a los doctores y a los bachille­res, a los poderosos y a los humildes. Escribe este vejamen sin la menor afectación, como si hiciese el asentamiento de gastos en un libro de cuentas. No le importa la reacción de los enjuiciados: no existe para él. No tiene en cuenta la valía — la extraordinaria va­lía— de algunos de ellos 32; subraya sus defectos sin levantar la voz, y en fin de cuentas, los deja en cueros con una cruz de ceniza sobre la frente. No los ataca ni los envidia: los desprecia. Él está por encima de todo, y por encima de todos, pues trata con igual desdén a Fernando Manojo de la Corte, que era un palafustán, al Conde de Salinas, que pertenecía a la más alta aristocracia, y al Príncipe de Esquiladle, que era de sangre real. Para nosotros, el documento es un tesoro. Retrata a Villamediana de cuerpo entero: displicente y astral, agudo y ciego, desmesurado y frío, labrándose su tumba. Con su soberbia sólo era comparable su temeridad, con su temeridad sólo era comparable su desdén.

Lo que más nos extraña en su carácter — constituye su nota más acusada y característica— es este movimiento pendular entre las condiciones psicológicas más extremadas y contradictorias: lo

32 En el prefacio de La Gloría de Niquea escribe Villamediana: “Que ufano quedó Marón en la pintura de sus bosques Idalios, donde huyó Eneas de los incendios de Troya, y no menos vanaglorioso en el primero de su incomparable Eneida, donde pinta al Capitán troyano siguiendo con infatigable aliento en las selvas de África los fugitivos ciervos. Y qué des­velos no le costaron a Ovidio sus campos de Thesalia, labrados en la agudeza de su ingenia, cuyos árboles y plantas eran bellísimas Ninfas, habitadoras de sus campos; todo a fin de eternizar con sus alegorías aque­llas regiones; pero ya los ojos, testigos fieles de los que admiran en nues­tro sitio [se refiere a Aranjuez], desmienten aquella pintura y deslucen la más viva color de sus pinceles, con tanta oposición, que los antiguos poe­tas realzaron la materia con la pluma, y los que hoy florecen en España, que no son inferiores a los latinos, quedan vencidos de la materia, y con suspensa admiración descubren algunos rasgos, para que sobre ellos haga discurso el silencio” . Villamediana no se enfrentaba, pues, únicamente con sus contemporáneos: no se juzga inferior a los poetas latinos.

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i 5 8 Pasión y muerte de Villamediana

que más nos extraña de Villamediana es que puedan fundirse en su modo de ser la espiritualidad y la vileza, la sensibilidad y la in­sensibilidad, la gallardía y la maledicencia, la vanidad y la capaci­dad de rectificación, la grandeza y la pequeñez. Así, pues, muy español y muy de su tiempo, su carácter es complejísimo y extre­mado : sus cualidades son simultáneamente tan relevantes e incom­patibles que no parecen referirse a una misma persona. Es ipduda- ble que no hacía las cosas a medias. Ya lo afirmaba él mismo:

Entre favor y desdén hay medio muy acertado, aunque yo nunca he hallado lugar entre el mal y el b ien 33.

Donde se puede ver más claramente la disyunción de su per­sonalidad es en su poesía. Como poeta, no tiene la ternura de Gar- cilaso, la intensidad y perfección de Camoens, la sensibilidad de Gón­gora, la sentimentalidad de Lope, ni la fuerza expresiva de Que ve­do en los momentos de acierto máximo de estos autores. Pero su mundo anímico es inigualable; su tono medio también. No tuvo suerte, sin embargo. Si su vida y andanzas encontraron fervientes, continuos y mal avenidos comentadores, nadie ha estudiado aun su obra poética. Villamediana no tiene lápida ni epitafio digno en ese cementerio que ha conseguido ser, en sus mejores instantes, nuestra sufrida historia literaria. Es, sin embargo, nuestro primer poeta de amor. Este es su puesto. En su lírica amorosa, continua la expresión delicada, profunda, traslúcida de Garcilaso: la tradi­ción de su espiritualidad. Su verso no parece escrito: está dicho en voz baja. No se elabora artísticamente, ni se apoya en imágenes que se refieran al mundo natural. Sólo está sostenido por el dolor: es el camino del aire. ¡Tan leve, tan irreparable, tan fundida al espíritu es su expresión! Por el cotejo de sus variantes manuscri­tas sabemos que Villamediana escribe siempre de un tirón. Véan-

33 Antología poética de Don Juan de Tasis, Conde de Villamediana, Ed. Nacional, pág. 320.

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Retrato de don Juan »59

se, por ejemplo, estas distintas versiones, todas ellas interesantes,la primera y la tercera mejores, de uno de sus sonetos amorosos:

A UN RETRATO

Imagen celestial cuya belleza no puede sin agravio ser pintada, porque mano mejor, más acertada, no 6ó tanto a la'naturaleza;

en esto verá el arte su flaqueza que dando vida y muerte así pintada34 está menos hermosa que agraviada, sin quedarlo la mano en su destreza.

D e esta falta del arte, vos, Señora,no quedáis ofendida, porque el raro divino parecer no está sujeto:

retrato propio vuestro es él aurora; retrato vuestro el sol cuando es más claro;Vos retrato de Dios el más perfeco.

O bien

Ofensas son, Señora, éstas que veo hechas a vuestras altas perfecciones, porque no caben sino en corazones donde las pinta Amor y en mí las veo.

El arte nunca iguala un gran deseo, y así, cuanto aquí ofrece son borrones, por no dejar, Señora, en opiniones si ha de llegar la mano a lo que veo.

D e esta falta del arte, vos, Señora, no quedáis ofendida, porque el raro divino parecer no está sujeto: '

M Quedo én la duda de sí este verso debiera transcribirse así:

quedando vida y muerte así pintada.

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i6o Pasión y muerte de Villamediana

retrato propio vuestro es el aurora; retrato vuestro el sol cuando es más claro;Vos retrato de Dios el más perfeto.

En el Manuscrito de la Biblioteca Brancacciana tiene un texto distinto35:

Ofensas son, Señora, las que veo hechas a vuestras grandes perfecciones, porque donde acredita sus pasiones sólo Amor las escribe y yo las leo.

Vencida queda 1’ arte del deseo los imposibles dando por razones, y en esta fe, tan libre de opiniones fundo lo que de vos no alcanzo y creo.

Si en lo menos se pierde más el tino, en lo más, ¿qué será de aquel traslado que procuró sacar el arte en vano?

Sólo yo tengo aquel tan peregrino en que el original no está agraviado hecho en mi corazón por vuestra m ano26.

El tono de esta lírica es íntimo, delicado y grave, estremecido y dolorido, sin que ningún énfasis, artístico o vital, quiebre su tracería. Justo es decir que en ocasiones su sencillez nos parece conmovedora; en otras ocasiones, desmañada. Mas nipgún escri­tor español tiene un verso tan espontáneo y veraz como el suyo: parece irrestañable su fluidez. Su timbre es claro, apagado, persis­tente, casi indeleble, y tan humano que su poesía la recordamos al leerla igual que suena entre la lluvia un paso conocido. Su mundo poético elemental, interior, de sentimientos solos, se adelgaza, se hace inasible a fuerza de insinuante y discriminadora matización.

35 Publicado en la Revista de Archivos, Bibliotecas y Museos, por Adolfo Bonilla y San Martín.

36 Véase el notable acento garcilasiano de esta versión.

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Por su falta de artificio, su desaliño y el carácter oral de su expre­sión, esta poesía, sobre todo en su primera época, resulta a veces monótona y desvaída. Sin embargo, aun en sus mismos fracasos, crea siempre un mundo personal, un mundo donde la idea aparece ya convertida en sentimiento: un mundo al mismo tiempo lleno de sutileza y gravedad, dentro del cual parece que las palabras se disuelven, se funden. Su estilo, muy conciso y con un cierto des­gaire y desaliño, se apoya, casi continuamente, en la definición. Pero entiéndase bien: a pesar de su rigor intelectual, es un poeta apasionado. Apenas hay en nuestra poesía una sinceridad tan heri­da, .tan necesaria, tan penetrante como la suya. Una sinceridad monótona, estrechísima, de hombre que se ha quedado a solas con la muerte: de hombre ya ensimismado con su muerte. Esta actitud humana es la que dicta su poesía una poesía acezante, desnuda, esencial, sin juego óríico alguno, una poesía desprovista de técnica: vestida con sola el alma. Escuchémosle hablar en verso:

El que fuere dichoso será amado37 y yo en amor no quiero ser dichoso, teniendo, de m i mal propio envidioso38, a dicha ser por vos tan desdichado.

Sólo es servir, servir sin ser premiado; cerca está de grosero el venturoso; seguir el bien a todos es forzoso: yo sólo sigo el mal sin ser forzado39.

37 Este soneto no está incluido en ninguna de las ediciones del Conde que conozco. L o publica por vez primera Don Adolfo de Castro en la Biblioteca de Autores Españoles, t. 29, pág. 156, con gravísimas erratas que se perpetuaron hasta la publicación de la Antología de Villamediana de la Editora Nacional tantas veces citada en nuestra obra.

38 Texto de la Biblioteca de Autores Españoles: “ teniendo en mi desvelo generoso” . Es variante de poco interés, pero la tengo comprobada en algunos manuscritos.

39 Texto de la Biblioteca de Autores Españoles: “yo solo sigo el bien sin ser forzado” , No es variante, es error que se ha venido repitiendo inalterablemente. Carece de sentido y no está acreditada en manuscritos.

VILLAMEDIANA. — I I

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N o he menester ventura para amaros: amo de vos lo que de vos entiendo, no lo que espero, porque nada espero;

llevóme el conoceros a adoraros;servir, mas por servir sólo pretendo:de vos no quiero más que lo que os quiero.

No se puede ir más lejos en el acierto poético, en la fijeza y nitidez de la expresión, en la delicadeza del sentimiento. Son mu­chos los sonetos amorosos de Villamediana que tienen este logro, pero aquí y ahora no nos importa destacar su valor literario, sino su valor expresivo, que constituye, indudablemente, una de las dmas de la espiritualidad española.

Pues bien, este mismo poeta, metafísico y delicado es el crea­dor de la sátira política. Con anterioridad al Conde, se habían es­crito numerosos poemas satíricos, pero eran esporádicos y circuns­tanciales. La sátira, considerada como un arma política, como una gacetilla difamatoria que comentaba todas y cada una de las prag­máticas del Gobierno y denunciaba a todos y a cada uno de sus representantes, la sátira que se escribía con arreglo a un programa de asalto del poder, nace indudablemente con el Conde. Para que pudiera cumplir esta finalidad tenía que divulgarse extraordinaria­mente. En efecto: sus sátiras se divulgaron; su cargo de Correo Mayor debió servirle para ello: “Acá, escribía desde Madrid un noticiero curioso en 7 de Noviembre, fuera de lo que es no can­tarlas los muchachos por las calles, todo lo demás no hay quien no las diga, aunque todos con recato” 40. Veamos alguna de estas sátiras:

CUANDO FELIPE III DESTERRÓ AL DUQUE DE LERMA

Ya ha despertado el León que durmió como cordero, y al son del bramido fiero se asusta todo ladrón.El primero es Calderón,

40 L a Barrera, op. cit., pág. 481.

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que dicen que ha de volar con Josafat de Tobar,— rabi, por las uñas Caco— , y otro no menos bellaco compañero en el hurtar.

También Perico de Tapia> que de miedo huele mal, y el señor Doctor fional con su mujer Doña Rapia.Toda garduña y prosapia recela esposas y grillos; de medrosos, amarillos andan ladrones a pares: que en tan modernos solares se menean los ladrillos.

Salazarillo sucede en oñcio a Calderón, porque no falte ladrón que estas privanzas herede; pues el villano no puede negarnos que fue primero como su padre pechero, y que por mudar de estado tui sambenito ha borrado ' para hacerse caballero41.

Hemos pasado al extremo opuesto. Es indudable que estos ver­sos escritos con arreglo a un programa, estos versos ramplones y contundentes como una nube de granizo, no tienen nada que ver con la poesía. Salen en su colada los padres, los abuelos y las es­posas de los acusados. En ellos se utilizan como efectismos los recursos más groseros y los medios más vulgares. El tono ha sido rebajado por su autor para hacerlo más popular y que anduvieran sus composiciones de boca en boca. Cuando escribe estas sátiras, Villamediana no quiere convencer, sino combatir; y aún más, no

41 Cotarelo, op. cit., pág. 267.

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quiere, precisamente, combatir, sino infamar. Todo le vale y lo utiliza todo: el insulto mondo y lirondo, la denuncia verídica o mendaz, la lívida amenaza. Hoy sabemos históricamente que de la inmoralidad de estos gobernantes podía decirse todo, mas la impu­dicia de Villamediana no es menor que la inmoralidad de estos políticos. En fin de cuentas, trata lo mismo al Duque de Osuna42 que a Don Rodrigo Calderón, y es cierto que incurrieron en los mismos defectos, mas su valor no puede analogarse. Ambos son inmorales, pero la política de Calderón era mezquina, y la política de Osuna fue la política más acertada y ambiciosa de su tiempo. Sin embargo, en donde la maledicencia de Villamediana llega al colmo no es en la sátira política, sino en la sátira personal. Aquí llegamos a un abismo. Sólo daré una de sus muestras, para dejar bien sentada nuestra afirmación de que Villamediana hace compa­tibles la mayor espiritualidad y la mayor impudicia.

DÉCIMA DE TA SIS A UNA BODA

Gran madrugada me cuenta una epistolar historia,

42 “ Osuna fue Virrey de Nápoles desde 1616; el Conde hasta 1617 permaneció en Italia. Por consiguiente, parece claro que éste residió en Nápoles, segunda vez, entre estas dos fechas. Quizás Osuna no le tratara bien allí, y de eso provendría el resentimiento contra él” (Cotarelo, op. cit., pág. 244). A Villamediana se atribuye la siguiente décima con acusa­ciones muy graves:

AL DUQUE DE OSUNA

También Nápoles dirá 'que Osuna la saqueó:¡así lo creyera yo si fuera el Duque un bajál, que no porque rico está usurpa bienes ajenos, antes por respetos buenos fue tan humilde, que el Rey le dio oficio de Virrey y aspiró a dos letras menos.

(Adolfo de Castro, E l Conde Duque..., pág. 36).

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poca señal de victoria y mucho indicio de afrenta; y a fe que no me contenta el dejar en la estacada lanza mal ensangrentada, y por España me pesa que quedase la francesa bien corrida y mal saltada43.

En fin, para que el lector tenga una idea viva y directa del modo de ser de Villamediana, creo oportuno repetir textualmente una interesantísima anécdota suya referida por Pinheiro da Veiga, a la cual ya hemos hecho referencia44. El cuadro tiene un valor descriptivo inigualable, y revela el cinismo y la extraordinaria laxi­tud moral de la Corte de Felipe III:

Don Juan de Tasis, hijo del Correo Mayor, es uno de los más galantes y lozanos fidalgos que andan en Corte. Su padre es el caballero a quien dicen que e} Rey ha hecho mayores y más cuan-

43 Bibl. Nacional, Ms. 3795, fol. 302. No quisiéramos entrar en de­masiados comentarios sobre esta décima. L o que tiene importancia en ella es que pudiera estar escrita y dedicada a la consumación del matrimonio del Príncipe, después Rey, Felipe- IV . Algunos datos históricos parecen confirmarlo. Nosotros n i lo afirmamos ni lo negamos. Bien pudiera ser. Para fijar el perfil psicológico de Villamediana, basta con que pudiera haber de­dicado este cínico homenaje a la que fue después señora de sus pensamien­tos. Pudiera estar dedicada a otro sujeto amoroso. Brunel nos comunica que poco después de esta época había más de 40.000 franceses en la Corte: bien podría referirse la décima a otra francesa. Para dar la de cal y la de arena, añadiremos dos testimonios. Sea el primero de Novoa: “ Era ya a esta sazón la de que por haber llegado el Príncipe a edad de quince años, en el noviembre de este año, con mucha gala y general aplauso de la Corte celebró el Rey en el Pardo el casamiento del Príncipe y la Princesa, donde después de algunos días se hizo preñada” (op. cit., pág. 321). Sea el segundo de Bertaut: “ Dicen también que [el Rey], no pudiendo consu­mar su deseo, aunque era muy vigoroso... estaba desesperado, de manera que consultó a su cirujano, que le examinó y halló un obstáculo, donde hubo que hacer una operación que él sufrió, y después de aquello el Rey obtuvo su satisfacción” (op. cit., pág. .636).

44 Véase la pág. 150 de nuestro libro.

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liosas mercedes, más que a ningún otro en España, exceptuando tan sólo a Don Pedro Franqueza; porque solamente el cargo de Correo Mayor de Ñapóles le producía ya 30.000 ducados de renta, y con motivo de esta última embajada de Inglaterra, el Rey le hizo Conde de Villamediana. Mientras éste, pues, granjeaba como ya he dicho el condado por medio de la dicha embajada y de las paces que entonces se asentaron, procuraba el hijo, por medio Je sus correos y embajadas, mejorar de título y ganarse un marquesado, alcanzando al propio tiempo tregua y victoria de cierto cuidado en que le traía la marquesa del Valle, y granjeando más en pocos días con sus servicios personales y reales que su padre en dos años con todas las fuerzas del Rey, _

Es la tal Marquesa parienta45 y esposa del Marqués del Va­l le 46, su marido, la cual, por los mismos pasos que Don Juan, en breves días, de mujer de un hidalgo pobre y letrado hambriento como el Marqués, que era antes simple fiscal de un tribunal de Valladolid, se vio Marquesa del Valle, con doscientos mil ducados de renta, heredando el estado su marido por muerte de su hermano mayor. Y como la Marquesa no se contentase con la renta sin me­jorar también de vasallos, aceptó los servicios de Don Juan, para que como igual en la ventura lo fuese también en lograr los frutos de ella. A pesar de que Don Juan estaba casado con una dama principal, más hermosa que la Marquesa, tiene ya gastados con esta última más de treinta mil ducados, que hacen seiscientos mil portes de cartas. ¡Mirad cuántas mataduras costaría el curar esta llaga y cuántos lodos se pisarían para correr dicha posta y cobrar tanto porte de cartas!

En este tiempo, estando el Rey y la Corte en Burgos, adoleció el Conde de Saldaña, hijo segundo del Duque de Lerma, y fueron por la posta a verle el Duque de Cea, su hermano, el Marqués de San Germán y el Conde de Gelves, sus primos, que también eran parientes de la Marquesa. El amor, que no guarda ley a la sangre, ni más respeto a los divinos que a los humanos, traía humillado el monte al valle, y sujeto al Duque, de manera que en la dolencia

45 Probablemente falta alguna palabra en el texto. Debería decir pa­rienta de Villamediana, pues, en efecto, era prima de su mujer, Doña Ana de Mendoza.

46 Don Pedro Cortés de Arellano, cuarto marqués del Valle de Guaxaca.

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del hermano determinó buscar remedio a la propia enfermedad. Ofreciósele enfermero el Marqués, como pariente más cercano de él, y con sus palabras de ensalmo y sus píldoras doradas, tomó los pulsos al negocio de cal manera, que como la sangre no quiere ser rogada, si bien la Marquesa al principio anduvo algo escasa en dispensarle sus favores, concluyó por prometerle una suculenta cena, cosa que el Duque estimó más que no su estado. A fin, pues, de que a dicha banquete no fuese convidado Don Juan, el cual andaba con los ojos hecho un Argos, diose traza para el 23 de Agosto, que fue miércoles, por la noche se hiciese una comedia en casa de Don Diego de Alderete, corregidor de Burgos, y del Con­sejo Real, a quien de derecho pertenecía el sacrificio por el oficio y por la corte,, como descendiente que la Marquesa es de Cortés47. D io éste cuenta de todo a la Sra. Doña Micía [Mencía], mujer de Alderete, dama famosa y mejor oficial en tahurerías que no el ma­rido, el cual, por lo que debía a la moda y por cumplir con las obras de misericordia, que consisten en dar posada a los peregrinos y de comer a los hambrientos, se guardó bien de descontentar al de Cea, de quien siempre esperó le quedasen algunas migajas en casa. Ordenaron, pues, que el Duque estuviese en un camarote (palco) juntamente con la Marquesa, y que viniesen por acólitos y acompañantes, la mujer de Don Tomás Ortiz Jiménez, corregidor de Valladolid48, y otra dama, ambas damas de condición y hermo­

47 Es una confusión de Pinheiro da Veiga. “ La Marquesa del Valle, con quien tuvo un malaventurado devaneo Villamediana, no fue como se ha dicho Doña Magdalena de Guzmán, viuda de Don Martín Cortés, Marqués del Valle de Oaxaca, protagonista de un gran suceso cortesano que acarreó su prisión y confinamiento por varios años, sino Doña Ana de la Cerda, Condesa de Montalbán. Llamóse también de La Thieulloye (de Latiloya dicen nuestros genealogistas) en recuerdo de Ana de Reme- micourt, llamada de la Thieulloye, su abuela materna. Era prima de Doña Ana de Mendoza, mujer de Villamediana” (Alonso Cortés, op. cit., pá­gina 51). L a identificación ya había sido hecha por Gayangos.

48 Ya es el segundo corregidor. Este negocio de los corregidores com­placientes nos recuerda la letrilla de Quevedo:

Cásase con bendición el que las leyes escarba por añadir a su barba aderezos de cabrón;

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sas, a fin de que los incensarios no estuviesen parados durante el sacrificio, y fuesen todos partícipes del bien y del mal que allí re­sultase.

L a Marquesa, por engañar a Don Juan, anduvo toda aquella tarde en un coche encerrada con él, y para más asegurar el lance usó de una galana traza, que fue pedirle al Conde celos de Geróni- ma de Burgos, la comedianta, dicíéndole que no perdía comedia y que [por] las noches la estaba viendo vestir y la regalaba con joyas. Esto fingió la Marquesa con tantas lágrim as49 que el pobre caballero le prometió con mil juramentos no ver nunca comedia en que entrase la dicha comedianta de noche, n i ir tampoco al teatro. En cambio de las perlas que la vio derramar, Don Juan diole una gargantilla de ellas de gran precio, y, además, prometió­le para el día siguiente un firmalle de dos mil ducados. Y en efec­to, fue desde allí a casa de un joyero, a quien dio cien reales por­que lo tuviese todo pronto para la hora que él señaló.

Con esto fuese el Conde muy contento a su casa, cuidando que dejaba a la Marquesa presa con grillos al pescuezo y cabellos, y ella, considerándose ya segura, entróse embozada en casa del corregidor. Y porque fue primero a buscar una de aquellas aven­turas que dije, cuando llegó a casa del Alderete, halló ya la sala llena y muchas damas con sus respectivos maridos delante, lo cual fue causa de que la Marquesa se turbase algún tanto, y se sentase hasta ver si venía la otra dama que debía acompañarla. Estaba,

luego con satisfacción un corregimiento afana; viénensele a dar de plana; vuelve en sayas el limiste:Lindo chiste.

(Ed. Blecua, pág. 758).

49 “ A estas lágrimas y a estos cuernos” ... A otros parecidos debe aludir la siguiente coplilla de Villamediana:

Lágrimas de embuste, más me entristecen: que, regados con ellas, los cuernos crecen.

(Manuscrito cordobés).

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como dicho es, el Duque sentado en su camarote, el Marqués de San Germán y el Conde de Gelves a la puerta, asomándose de vez en cuando a escuchar lo que en la sala se decía, por no poder­se contener, mientras que los ocupantes de los asientos, observando tantas precauciones, comenzaron luego a sospechar que algo pasa­ba allá dentro del Palco, puesto que había tantos vigías.

En efecto, levantóse la Marquesa a representar su papel, fin­giendo iba a buscar a doña Micía. Desde el palco llamó a las otras damas, enseñándoles dulces como para disimular. Mas, al levantarse el telón, el Don Tomás, que entre las tapadas había reconocido a su propia mujer, viendo que el asiento estaba vacío y descubierta la treta, levantóse, y tomándola de la mano, le dijo: — ¿Qué tenéis Señora?, ¿No estáis buena? S i no gustáis de la comedia, vámonos a casa y mi señora Doña Marta véngase también. Así acabó la pri­mera escena, quedando todos al cabo del enigma y despidiéndose las figuras en el palco para entrar en la escena, quedando a todo esto el Marqués figura muda, por no poder hurtar el cuerpo a los cuernos como lo hizo Don Tomás.

Don Juan, mientras tanto (quis fallere possit amantem), ya sea que el corazón le presagiase su desgracia, o que la novedad de tantos y tan repentinos celos como le diera la Marquesa le diese que sospechar, fuese para su casa, preguntó por ella y dijéronle que había salido; y como Don Juan sabía que había comedia, di­rigióse al teatro, y llegó a tiempo que comenzaba la loa, al paso que se representaban en vivo y al secreto sus propias tragedias, tan públicas y manifiestas que todos estaban en la maraña.

Siendo como era el Conde la principal figura en aquella come­dia, hiciéronle luego lugar el Marqués del Valle y Don Pedro de Porras, y de esta manera entre los tres hicieron una yunta de bueyes perfecta. Callaba el Marqués como buey viejo, sin toser ni mugir. El novillo de Don Juan, como impaciente debajo del aguijón, preguntó al Don Pedro si estaba allí la Marquesa. Contóle éste el entremés, diciéndole había perdido con no ver a Don Tomás la mejor farsa que se representara en todo Valladolid, y que la autora estaba en aquel momento tomando colación con el de Cea, al paso que los amigos ayunaban contra su voluntad. A l oir esto Don Juan, sintióse tan fuera de sí que comenzó a decir que el de San Germán era el alcahuete y el truchimán, y además un traidor

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bellaco que le engañaba fingiéndose su amigo 5°. Y queriendo Don Pedio de Porras apaciguarle con decirle que lo entendería el M ar­qués del Valle, que a su lado estaba, levantóse diciendo: — Juro a Dios que no hay cornudo que no lo sepa, ni traidor que no lo pague. Y fuese en medio de la comedia que parecía más bien natural invención de nuestro Chiado.

Acabada aquélla, salió la novia, y viendo al marido, tragóse de un golpe la merienda, y contó cómo había estado con el de Cea; esto lo dijo por engañar al marido con la verdad. Dadas las manos marido y mujer, fuéronse como azotados a meter en- el coche, muy de paz y día bueno, y aquellos dos días primeros que el negocio andaba como roto y descompuesto, salieron al Prado ambos en un coche, porque ella no se atrevía a salir sino a la sombra del marido, y él quería disipar la niebla con aquella seguridad y confianza.

Entonces Don Juan, ardiendo en deseos de venganza, y nohallando ocasión para saciarla, escribió una carta a la Marquesa de agraviado, aunque sufrido, diciéndole que aun cuando el Duque fuera primo suyo, no debiera dar que decir a las gentes y que hablar al público, que estaba mal con ella por esto y otras cosas a este tenor; con lo cual la aseguró de tal manera, que diole cita para el Prado aquella misma noche. Llegando al estribo del coche a pie, ella comenzóse a disculparse con el mucho poder del Duque y los favores que a un su primo hiciera por amor de ella, prome­tiendo enmendarse en lo sucesivo.

Entonces Don Juan, saltando dentro del coche, y echándolemano a la gargantilla, la dijo: — ¿Es posible, infame, que lo con­fieses y ni aun engañarme quieras? Juro a Dios que vale más la zapatilla de Hierónima que toda tu bellaquería. Dicho lo cual, le dio doscientas patadas y bofetadas, dejándola medio ahogada y dentro del coche, y arrancándole además la gargantilla, de tal ma­

50 A este respecto no quiero dejar de hacer constar una noticia in­teresante. En un manuscrito de la Biblioteca Nacional se encuentra una de las composiciones del Conde con el siguiente epígrafe: “ Este romancele hallaron al Conde en la faltriquera la noche que lo mataron y dicenque fue el de San Germán” . La letra del manuscrito es de la primera mitad del siglo X V II. La parte última del epígrafe — y dicen que fue el de San Germán— está tachada con tinta por un contemporáneo del co­pista. Quede anotado el dato aunque no tiene encaje alguno entre los restantes.

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ñera que hubieron de sangrarla tres veces en tres dias y quedó llena de cardenales. Hízosc, además, el lance público, por la mucha gente que a sus gritos acudió.

Aquella misma tarde, un tal don Francisco, caballero de Malta, amigo de Don Juan, fuese para el Duque que andaba por el Prado, y, tomándole aparte, le dijo: — Don Juan de Tasis es mi amigo y yo suyo. Pidióme le dijese a V. E. que si se alaba de haber visto el faldellín y buenos bajos de la Marquesa, que él en aquella mis­ma tarde la había acompañado y regalado muy a su gusto; por señas, que llevaba unas medias de nácar, ligas pajizas y listones verdes; y como es deuda de V . E., la deja por su cuenta, y que a cuantas halle a tantas hará lo mismo, aunque sean tan desver­gonzadas como ella es. Con esto fuese el Don Francisco con Don Juan a Flandes por la posta, recogiendo éste sus mejores joyas y vendiendo lo demás que tenía51.

Este es, pues, nuestro héroe : bello, culto y galán, delicado y grosero, verídico y mendaz, espiritual y descreído, generoso, Hbe-

51 La anécdota no tiene desperdicio, y es verdaderamente una ven­tana abierta sobre algunos aspectos de la vida española del siglo X V II. N o es fácil encontrar una descripción de la vida galante de la Corte tan minuciosa y desenfadada, y en ella se nos brinda la personalidad del Conde de cuerpo entero. Por ello la he copiado íntegramente, a pesar de su extensión: supongo que el lector lo agradecerá. Todo tiene interés en ella: la historia del ñscal hambriento, que se convierte de golpe y porrazo en Marqués con doscientos mil ducados de renta y en cabrón consen­tido a las primeras de cambio; la adulación política de los corregidores, que valoran sus cuernos como méritos administrativos; la lenidad de los amigos que piden su barato en el placer, y la astucia femenina para llevar adelante su enredo amoroso contra viento y marea. Pero lo verdaderamen­te asombroso para la mentalidad de nuestro tiempo es el recadito que le manda Villamediana al Duque de Cea, comunicándole que aquella misma tarde había estado él también con la Marquesa a todo su sabor y dándole como señas el color de los bajos, las medias y las ligas. Para decir al Marqués esta bellaquería, se arriesga a un desafío un buen amigo de Villa- mediana, que a consecuencia de ello tiene después que desterrarse (sólo sabemos de él que se llamaba Don Francisco y que era mozo crudo y capaz de darle ventaja al más pintado). Sería muy difícil encontrar una anécdota más contundente y expresiva del tremendo “ patriarcado” espa­ñol y del falso concepto de la hombría, qué tiene aún tanto predicamento entre nosotros. '

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ral y tahúr, mesurado e histérico, agudo y ciego, arrogante y pue­ril, ensimismado y ostentoso, discreto, afable, calumniador y sin respeto alguno. Todas sus condiciones personales eran contradic­torias y extremadas. Ahora bien, este desdoblamiento contradicto­rio, que es su característica más acusada, parece que nos lleva de la mano a pensar que pudiera ser al mismo tiempo un invertido y un don Juan. No lo creemos, pero no entramos en el tema. Sabe­mos que era indudablemente un mujeriego. Sabemos que fue pro­cesado por sodomía después de muerto. Sabemos que le costó la vida el amor que sintió por la Reina. Aquí y ahora, esto es todo lo que nos importa saber. Como dijo Alarcón en su epitafio, el Conde nos legó un extraño ejemplo del bien y del mal vivir. Tenía defectos y virtudes grandes, y vivió siempre desafiando a la For­tuna 52. Son increíbles su arrojo, su talante vital, su ostentación, su desmesura. Como ya hemos escrito, su vanidad sólo era compa­rable a su ambición, su ambición sólo era comparable a su temeri­dad, y su temeridad sólo era comparable a su desmesura. Estas tres condiciones — ambición, temeridad y desmesura— le conduje­ron a la muerte. Las contradicciones de su carácter, la dislacera­ción de su vida, su caída del poder y la acedía de un amor imposi­ble le habían agriado la existencia en sus últimos tiempos y, por así decirlo, le habían hecho vivir echándose la vida a las espaldas. En fin de cuentas puede afirmarse, por consiguiente, que Villame­diana tuvo su muerte propia, es decir, tuvo la muerte que buscó: una muerte ambiciosa y temeraria, deslumbrante, espiritual y des­mesurada, que redimiera su vida y le hiciera famoso. Muerte bus­cada: días antes de morir, así la había llamado en su poesía:

Y como todo lo igualatemida, buscada m uerte53;

52 L a personalidad de Villamediana recuerda vivamente la de Lord Byron. Valdría la pena hacer un paralelo de ambas biografías.

53 “ La noche de su muerte se le hallaron al Conde en su bolsillo unas redondillas que demuestran las graves melancolías que agitaban su espíritu” (Cotarelo, op. cit., pág. 192). En ellas se hallan los versos que

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y así la había vivido amargamente en sus últimos años:

perseguido y condenado, los que mi daño pretenden, con lo mismo que me ofenden quieren dejarme obligado.

Engaño es tratar de medio en" liémpo tan riguroso que no es menos peligroso morir que buscar remedio54;

y así debía morirla, para seguir siendo fiel a sí mismo hasta la eter­nidad y fijar con la muerte su perfil psicológico más favorable: Un bel morir tuta la vita honora. Su muerte, en cierto modo, fue un suicidio, y así la vieron muchos de sus contemporáneos:

y sacrifica su vida, cual víctima generosa, a la esfera más lustrosa de su fama esclarecida55.

citamos. Conviene advertir que no es la única vez que utiliza Villamedia- na esta inusitada expresión:

Y aunque ésta agraviada hablar no me deja, ni que tenga queja de muerte buscada.

' 54 Estas estrofas pertenecen a la misma composición — “ Señora cuyo valor”— , escrita, al parecer y según opinión general, en sus últimos días.

55 El epitafio de Rioja es la pieza clave de esta actitud del poeta que venimos denominando de la muerte buscada; una muerte que sería el fruto mismo de su amor:

De tan poderosa mano, donde apenas hay defensa, aun los amagos de ofensa pagan tributo temprano; no te admires,, cortesano,

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Tenía que ser así, dada su situación vital irremediablemente sin salida, pero también por su modo de ser S6, no lo olvidemos, pues su divisa debió de ser ésta: “Todo lo posible es poco” . La desmesura romántica sólo se satisface con la muerte. Por todo cuanto sabemos de él, el Conde de Villamediana era un hombre romántico y desmesurado, a quien no le bastaba vivir.

ni la trates con rigor si no sabes que es amor incapaz de resistir: dígalo quien con morirlo supo decir mejor.

56 Tanto el aspecto romántico de su personalidad como el carácter estoico de Villamediana le situaron ante la muerte de una manera que­renciosa y aceptativa. A ello se sumaron la actitud idolátrica del amor cortés y el deseo de romper de una manera digna lá dificilísima situación vital que se le había creado a partir de las fiestas de Aranjuez. Añádanse aún la ostentación, la fama, la voluntad de llegar a donde nadie había llegado. Sería interesante hacer el estudio de la actitud psicológica de V í- llamediana ante la muerte y ante su propia muerte.

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PASIÓN Y M UERTE DE VILLAM EDIANA

En el presente capítulo vamos a estudiar, de manera temáti­ca, las causas de la muerte de Villamediana que, hasta ahora, sólo quedaron apuntadas. En principio, creo que conviene hacer una aclaración. La muerte del Conde de Villamediana no obedeció a una sola causa. Carece de sentido suponerlo, a pesar de lo cual toda la controversia histórica que suscitó su muerte siempre ha tomado este punto de partida. No incurriremos de nuevo en este error. Es indudable que las razones que movieron la conducta de Felipe IV debieron ser distintas de las razones que movieron al Conde Duque para instigarle a este asesinato.

Ante todo, y para situamos, conviene hacer un balance su­cinto del contenido de los epitafios que hemos podido recoger. Incluyendo los de la biblioteca del Duque de Gor, dan un total de 28. De ellos, diecinueve son favorables, siete desfavorables — en general ligeramente desfavorables— y dos no pueden consi­derarse ni en contra ni en favor de Villamediana. Ahora bien, ¿qué razones se alegan en ellos para explicar su muerte? En doce se atribuye a las sátiras escritas por el Conde y en nueve se atribuye a sentencia dictada por el Rey o por el Conde Duque. Ambas motivaciones no son opuestas, sino complementarias, y con­firman lo que decía el anónimo comentador de La Cueva de Me- liso: que al poeta Villamediana le habían muerto por las sátiras

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que escribió contra Don Gaspar y las demostraciones frenéticas que ejecutó por la Reina Isabel. Más tarde volveremos sobre el asunto. En el epitafio número 14, En esta tumba yace un mal cris­tiano, se atribuye la muerte a sus defectos más que a sus pecados, y la alusión que se hace en él a la lujuria del Conde 1 en modo alguno puede achacarse a sodomía, sino a erotismo. Únicamente en el epitafio n.° 23 Dio el señor por intimalle, se atribuye la muerte a los pecados del Conde. Debe advertirse, sin embargo, que sus pecados eran muchos y que en el epitafio no se menciona directa­mente la sodomía, pero no hacemos el menor hincapié sobre el valor de este argumento. En realidad, la décima tiene carácter agrio, y sus últimos versos bien podrían referirse a la homosexuali­dad. En este caso, sería la única excepción. Mediando el proceso abierto por el Conde Duque, parece lógico que los testigos que la creyeran cierta aludieran a la sodomía, amén del extenso capítulo de los ventajistas, catarriberas y aduladores. Nadie lo hace.

Analizando los testimonios en prosa, llegamos a la misma con­clusión. Nadie hace referencia a la homosexualidad. Nadie cede a la adulación. Nadie acepta la tesis del gobierno. A veces los testigos sacan a plaza la maledicencia y la falta de religiosidad de Villame­diana, pero en un conjunto de 48 opiniones que demuestran compa­sión, simpatía o admiración por Villamediana, sólo Quevedo alude a la sodomía, sólo Quevedo se muestra implacable y hostil. Su tes­timonio, por lo pronto, tiene carácter de excepción. No lo compar­te nadie. Pero, además, los Grandes anales de quince días los de­dica Quevedo al Conde Duque y son un ditirambo a su política. No es ésta la única vez en que puso su pluma al servicio del valido. Después va a hacerlo en numerosas ocasiones 2. Dados estos supues­

1 “ No, porque fue ladrón y lujurioso.— O ginovés o fraile fue forzoso” .

2 Léase esta curiosa escena: “ Desplegábase el mundo con papeles (es decir, con memoriales) llenos de celo y de buenos servicios que hom­bres prudentes daban al Rey, en que le avisaban su ruina y la de España; para quienes erigió una Junta, y se abrían las cartas de los Ordinarios, y se esperaban los correos en los caminos de Portugal y Valladolid. Para ver si estaba el mal en los agraviados y sospechosos, llamáronse muchos

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tos, seamos cautos: su opinión es más que sospechosa. En resumen: el análisis objetivo de las opiniones contemporáneas desautoriza absolutamente la opinión de que la muerte de Villamediana estu­viese directamente relacionada con la sodomía. Busquemos, pues.

a la Corte, y preguntándoles si tenían noticia de algunas sátiras o papeles, y diciendo que no, replicándoles y leyéndoselas, decíanles: ¿Es posible que na ha visto usted ésta? Los que no tenían noticia de ellas, por aquí las sabían y se iban riendo, y si bien sabían algo, entonces lo supieron todo, con escándalo de la reputación y prudencia española. D e aquí le nació gran amistad al Conde Duque con Don Francisco de Quevedo, o por miedo al genio satírico, o por ver si llamándole iba y acertaba por aquí con el agresor. No surtió a su pensamiento, y el Quevedo creyendo arribaba a su mayor fortuna y que sacaría aquí otro pellizco de dinero, como le sacó al Duque de Osuna, armó un librillo insolente en que satis­facía al Conde, o respondía a las calumnias que le cargaban, indigno de juicio heroico ni aun plebeyo.

Entre los papeles que de secreto se daban al Rey, llegó éste a mis manos que pongo por testigo de mi ra2Ón, por descargo de mis escritos...

...D e todo ello tomaba el Quevedo la mano para responder y publicar por aquí sus escritos en librillos, que por parecer de juicios[os] eran te­nidos por desatinados y llenos de disparates, más para el fuego que para la prensa; sin embargo, estaba de tal arte la cabeza (se refiere al Conde Duque), que le vi a pique de subir a Secretario a quien por su vida, estilo y blasfemias que sin cesar le destilaban por su boca, era más para ministro de los que introduce en sus obras que para cosa que debía tener el sujeto que conviene” (Novoa, Historia de Felipe IV, t. I, págs. 73-74).

L a escena es curiosísima: vale su peso en oro. Quevedo, llamado a responder de sus escritos satíricos por el Conde Duque, aprovecha la oca­sión para poner su pluma a su servicio. Este servicio consistía en contes­tar a las acusaciones que comenzaban a llover de todas partes sobre el gobierno del Conde Duque. Contra las quejas, en muchas ocasiones jus­tificadas, monta Quevedo el tinglado de sus respuestas. Responde a las verdades y a las mentiras co'n ingeniosidades; a las quejas, con el sarcas­mo y el retruécano. El librillo a que alude Novoa es la contestación de Quevedo al memorial de Don Andrés de Mena. Más tarde escribe E l Chitón de las Tarabillas, contestando a los memoriales de Don Mateo de Lison y Biedma, caballero veinticuatro de Granada. En fin de cuentas, la adulación es la única finalidad de estos trabajos de Quevedo, que escribió indudablemente muchos papeles defendiendo, de oficio, los actos de go­bierno del Conde Duque. Defendiendo también algunos actos que no eran de gobierno, como la muerte de Villamediana. Una investigación a fondo

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otras razones que pudieran mover la voluntad del Conde Duque para hacer lo que hizo.

LA PASIÓN DE MANDAR

Villamediana es el creador de la sátira política. Durante muchos años escribió denunciando los desaciertos y conclusiones de todos los políticos de su tiempo. Sus sátiras no tienen en modo alguno carácter teórico y generalizador. Dan la cornada al bulto. Son de­nuncias concretas y están escritas para halagar a la opinión. Tuvie­ron en su tiempo una vigencia inigualable y aun sus mismos ene­migos las citaban como testimonio de autoridad3. Villamediana es­cribe estas composiciones mirando al tendido. No aspira a conven­cer, sino a desprestigiar, y para conseguirlo rebaja voluntariamente su estilo, para ponerlas al alcance de todos. Consiguió su propósito, pues sus sátiras tuvieron una inmensa popularidad. Se repitieron de lugar en lugar, de boca en boca. Todos las conocían, todos las aclamaban, a causa o a pesar de su impudicia. Ocasionaron a su autor disgustos y destierros y le expusieron a peligros graves. De un noticiero de la época recogemos la siguiente noticia:

Y pues [las sátiras] están publicadas y ya allá las sabrán, con todo no quiero dejar de obedecer a V. M ., a quien suplico se acuer­de del recato con que [se] deben leer estas cosas, y lo que importa si no fuere a los amigos; aunque acá fuera de lo que es no cantar­las los muchachos por las calles, todo lo demás no hay quien no las diga, aunque todos con recato. ¡Pobre de Villamediana! Se

de este largo período de su vida aportará muchas sorpresas a quienes siguen creyendo todavía en la incorruptibilidad del gran escritor. Dato curioso, y que nos deja lelos: Novoa le acusa de blasfemo. Dice que las blasfemias destilaban sin cesar de su boca. Descuéntese la pasión, mas no se olvide el dato.

3 En el Nicandro, memorial escrito a la caída del Conde Duque en defensa de sus acciones — se atribuye al P. Ripalda y a Don Francisco de Rioja— , se dice lo siguiente: “ D e los consejeros depuestos, eran tan notorios los excesos, como lo publicó el mundo, que aun no se pudieron escapar de las sátiras de Villamediana” (Ms. 7487).

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ha castigado con unas cámaras de miedo, tales que entendieron se iba. Hasta ahora no se ha hecho demostración con él. Tem o le aseguren que andan arriba4.

Le llamaron desde arriba, en efecto, para que prestara declara­ción, según sabemos por el mismo noticiero: "Han examinado al Conde de Villamediana. Dos dias ha durado su declaración. Habrá desembuchado por todos; a lo menos está obligado a dar cuenta de sus coplas” 5. Parece claro que la declaración de Villamediana no debió complacer al tribunal, pues se tomaron inmediatas me­didas contra él.

A l Conde de Villamediana fue a ver Don Luis de Paredes; pren­dióle de parte dé S. Md. y metióle consigo dentro en un coche, y tres leguas de aquí le notificó, pena de la vida, que no entrase veinte leguas alrededor de Madrid, y otras tantas de donde hubiese Audiencia del Rey, ni [en] Salamanca, ni [en] Córdoba, y que es­cogiese el lugar que quisiese para vivir en él. En esto, señor, han parado las sátiras otras que ha habido, y de Juan de Salazar, su amigo de vuesa merced, no escribo porque ya es cansada materia6.

No creo probable, ni aun posible, que quien mantuvo esta acti­tud y se expuso a estos riesgos no tuviera ambición política. Al regresar de Italia, monta su vida orientándola hacia este fin. Ce­diendo a esta pasión, pone en riesgo su vida, su tranquilidad, y, lo que tiene más importancia aun, su cargo de Correo Mayor del reino7. Atacaba sin piedad al Duque de Uceda y a Don Rodrigo

4 Bibl. Nacional, M s. 17858, fol. 19.5 Bibl. Nacional, Ms. 17858, fol. 89­6 Bibl. Nacional, Ms. 17858, fol. 25 v. No mermaron las sátiras por

el destierro de Villamediana. “ De Lisboa escriben cosas donosas los por­tugueses. Mejor las sabrá usted. Todas consisten en arrogancias suyas. Algunas sátiras han enviado; ya las tendrá V. M . allá, que no me atrevo a fiarlas. (Está) este año muy abundantísimo de coplas en fe de las que está padeciendo Villamediana, y así todos se atreven” (Ms. 17858, fol. 80).

7 Cotarelo, op. cit., pág. 94. Véase algún otro ejemplo:M ucho a la razón desdice Don Pedro, y poco me place

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Calderón, pero los atacaba, indudablemente, para sustituirlos. De­nunciaba sus vicios para ganarse una aureola de popularidad, una aureola de hombre duro y de político limpio de manos. Dio esta batalla ante la opinión pública para ponerla de su parte, y su figura llegó a estar circundada de un halo legendario. Recordemos algu­nas de las composiciones donde se solicita su vuelta del destierro.

¡Por Dios que me has contentado,Conde de Villamediana!; volverte han acá mañana porque muy bien has cantado.No importa estar desterrado, que a los cielos te levantas con tantas verdades santas, y sé que el León te mira blando, suave y sin ira y gusta de lo que cantas 8.

En esta situación, al ocurrir la muerte de Felipe III y tomarse tan rigurosas medidas de gobierno contra los ministros que el Con­de había denunciado, no es extraño que la figura política de Villa- mediana cobrase un relieve excepcional. Se le atribuyó una influen­cia decisiva en la nueva orientación del Gobierno. Así lo afirma el mismo noticiero cortesano, detalladísimo y sabidor.

Todo esto y más obran y obraron las epístolas de Villamediana que se han pasado al lado del Evangelio, pues dentro de cuatro horas que S. Md. murió, llamó el Rey al Presidente y le dio los papeles y dijo: — Por éste mando al licenciado Tapia, al Doctor Bonal, se estén en sus casas a su voluntad, y por éste he hecho merced de sus plazas a Don Juan Frías del Consejo de Contaduríay a Berenguel de Avís de la Chancillería de Valladolid; publicar­las luego y decir que aún no está frío el cuerpo de m i padre y os he mandado lo que d igo9.

que perdonen al que hace y destierren al que dice.

8 Bibl. Nacional, Ms. 17858, fol. 237.9 Bibl. Nacional, M s. 17858.

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El texto indica la extraordinaria expectación que le rodeaba al volver del destierro 10. Cuando desde el monasterio de Fitero re­gresa a Madrid, se abre un ancho camino a su ambición política. El pueblo le festeja, le alienta, le convierte en profeta " y Felipe IV le concede su favor, pues le instaura oficialmente en Palacio como Gentilhombre de la Reina 12, y le adentra en la intimidad de su vida galante. Así pues, aunque ninguno de sus biógrafos lo comen­ta I3j hay un hecho que es necesario no pasar por alto: nadie con­taba en el arranque del remado de Felipe IV con un aura política tan favorable como la suya. Había llegado su hora. Su popularidad era extraordinaria, y el nuevo equipo gobernante le necesitaba y al mismo tiempo le temía. Querían tenerle cerca y atarle corto, be­neficiarse de su prestigio y evitar sus ataques. En realidad, su situa­ción era prometedora y peligrosa. Había representado la oposición más enérgica y decidida contra la venalidad del reinado anterior 14,

10 “ Que todos los que estaban mandados salir de la Corte injusta­mente, a devoción del Duque de Uceda (como son el P. Gregorio Pedre­sa,. de la Orden de San Jerónimo, predicador de S. M ., Marqués de Ve­lada, Conde de Villamediana y otros) volvieran luego a ella, lo cual glosó también el pueblo que ya que desterraron al Conde de Villamediana por satírico poeta, le devuelvan por verdadero profeta” (Bibl. Nacional, Ms. 12856, fol. 93 v). Véase el papel adelantado que tiene siempre Villame­diana dentro del conjunto.

11 Desterró a Villamediana vuestro padre por poeta: volvedle a vuestro servicio porque ha salido profeta.

(Cotarelo, op. cit., pág. 288).

12 Volvió Villamediana del destierro, “ siendo nombrado Gentilhom­bre de la Reina y repuesto en su cargo de Correo Mayor” (Cotarelo, op. cit., pág. 99).

13 Alude a ello únicamente Don Juan Pérez de Guzmán y Gallo en su Cancionero de Principes y Señores, págs. 193-194, pero su opinión está tan entreverada de fantasías que no podemos apoyarnos en ella. Perolo vio.

14 Sin embargo, en el arranque de la privanza del Duque de Lerma le había dedicado el soneto encomiástico que empieza “ En los hombros de Alcides puso Atlante” . El primer Conde de Villamediana tuvo gran amistad y privanza política con Lenna.

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y como la intransigencia con los vicios se suele confundir con la rectitud, Villamediana era el mejor mascarón de proa para el nuevo gobierno. Por eso le llamaron y le halagaron 15. Parecía todo sonreír- le, pero aun quedaba lo más arduo por resolver. Para realizar su ambición política, tenía que enfrentarse necesariamente con Oliva­res. No había otra opción, puesto que ni Olivares ni Villamediana eran hombres dispuestos a representar papeles secundarios. Ambos habían luchado por la privanza, cada cual a su modo, y no podían ceder un solo paso, ni siquiera tácticamente. Su destino tenía que enfrentarles, y su destino se cumplió.

LA LUCHA POR LA PRIVANZA

A la muerte de Felipe III cambió inmediata y totalmente la política nacional. La mayoría de los historiadores antiguos y mo­dernos han descrito este cambio relacionándolo con un hecho su­mamente expresivo: la caída del Duque de Uceda y la inmediata ascensión a la privanza del Conde Duque de Olivares. En apoyo de esta tesis, justificadísima, suele citarse una anécdota categórica y terminante. Poco antes de la muerte de Felipe III, y estando el Rey en la agonía, se encontraron en los alrededores de su alcoba el pri­vado expirante y el privado naciente. Por hablar de lo que más le reconcomía, le preguntó el Duque de Uceda 1 Conde de Olivares: “ ¿Cómo van las cosas del Príncipe?” Y éste le respondió: “ Todo es mío”. “ ¿Todo?”, le preguntó el Duque. “Todo, sin faltar nada” , respondió el Conde, enterrando con estas palabras la espe­ranza de su interlocutor 16. Y era cierto: no se había equivocado en su juicio.

15 Es curioso señalar que esta misma actitud indecisa de favor y temor se refleja en los Avisos de la época: “ 31 de marzo de 1621.' Este mismo día se mandó fuesen a avisar a Don Pedro de Toledo y al Conde de Villamediana que venían ya, que no viniesen, y a Velada que venga” (Bibl. Nacional, M s. 7377, fol. 294).

16 L a anécdota procede del Conde de la Roca y ha sido repetida portodos los historiadores del suceso, Pellicer, Hume, Cotarelo, Marañón, etcétera. '

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Sin embargo, de algún tiempo a esta parte los estudiosos han venido observando que la privanza de Olivares en los primeros años del reinado de Felipe IV no fue tan súbita ni tan completa como se creía. Marañón dice que “ Don Gaspar tuvo el acierto de no aparecer desde el primer momento como dueño absoluto del Gobierno, asociándose a su tío Don Baltasar de Zúñiga, y aun colocándose, por lo menos en apariencia, en rango secundario” 17. Todos los testimonios históricos confirman esta tesis. Novoa dice que una vez muerto el Rey su padre, volvió Felipe IV a su apo­sento “y vinieron a besarle la mano el Infante Don Carlos y Don Femando, sus hermanos; [luego] llamó a Don Baltasar de Zúñiga y entrególe los papeles y el manejo de los negocios” 18.

Así, pues, su primer acto de gobierno, después del besamanos de homenaje, fue la entrega de los asuntos de Estado a Don Bal­tasar de Zúñiga. Por aquellas fechas, el Conde Duque, “muy falso y recatado” según Novoa, sólo quería tratar del ministerio de vestir

y desnudar al Rey. Es indudable que en estos años se dividieron las funciones del Valido: las concernientes al Gobierno correspon­dieron a Zúñiga, las concernientes a la asistencia personal del Mo­narca correspondieron a OlivaresI9. Así lo dice, en efecto, el Conde de la Roca, el más leal al Conde Duque de todos sus biógrafos.

17 Marañón, op. cit., pág. 49.18 Novoa, op. cit., pág. 346.19 Basta leer, en efecto, las memorias del Mariscal de Bassompierre

para saber que Zúñiga llevaba directamente y por sí mismo la dirección de la política. Véanse algunas opiniones del Mariscal: “ El nuevo Rey está en grandísima opinión de todo el mundo; su persona está muy bien formada; su inteligencia, agradable en el discurso (stc), y muy inclinado a los asuntos, de los cuales da la principal administración a D on Baltasar de Zúñiga, que es el más capaz de conducirlos bien de todo este Estado, y esa elección ha sido grandemente aprobada en todo el mundo” (Viajes de extranjeros por España..., pág. 361). Con notoria exactitud anuncia el M ariscal: “ Puedo aseguraros, sin embargo, que la tregua de Holanda no será continuada, porque Don Baltasar de Zúñiga, que ahora tiene todo el poder, es del todo contrario a ella” (pág. 362). El autor de Nicandro confirma muchos años después esta misma opinión de una manera taxati­va: “ Dicen que [el Conde Duque] rompió la guerra con holandeses, que

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Esto se obró en San Jerónimo, Real Convento de esta Reli­gión, donde se retiró el nuevo Rey a hacer el novenario de su padre. De este sitio volvió estable y con raíces la valía del Conde de Olivares, el cual dividió la esfera del poder con Don Baltasar de Zúñiga, su tío, dándole el peso de las consultas y gobierno, y quedándose con todo lo que de la parte de adentro de Palacio per­tenecía 20.

Generalmente se ha venido creyendo que esta división de po­deres era más aparente que real. Recordemos las palabras con que describe Martín Hume la impaciencia de la Corte en los momentos en que le comunican a Felipe IV la muerte de su padre:

Pero pronto los impacientes adoradores del sol naciente se congregaron en la antesala para hacer homenaje al nuevo Monarca cuando se dignara asomar el rostro. Inmediatamente se notó movi­miento en la antecámara y la multitud se abrió, inclinándose mucho, mientras el hombre duro e imperioso [Olivares], que era ya señor de todos ellos, cruzaba la habitación, acompañado por su anciano

costó mucho de ajustar en el gobierno pasado; en esto muestra bien (se refiere a Don Andrés de Mena) la pasión que le rige, porque no ha habi­do escritor que no reprobase las treguas de su padre de V. Md., y que no haya aprobado su solución por las razones que entonces movieron a Don Baltasar de Zúñiga, ¡y yo daré a V . Md. más de cuarenta escritores! Entonces no tenía los papeles de Estado el Conde (de Olivares), sino Don Baltasar” . También lo afirma Novoa (t. I, pág. 401): “ Hallábase por el mismo consiguiente Don Baltasar de Zúñiga, demás del absoluto manejo de los negocios, hecho Presidente de Italia por la muerte de Don Juan Alonso Pimentel, Conde de Benavente, y más de 4.000 ducados de renta en un oficio de Correo Mayor de Valladolid, de que fue despojado el Marqués de Siete Iglesias” . En su día hablaremos de la picaresca historia de este oficio “ vendido” , más o menos voluntariamente, por el Conde de Villamediana al Marqués. N o dejaremos de añadir a estas opiniones la del bien informado y preciso Don Luis de Góngora: “Nadie le entra por la puerta [al confesor], al de Uceda menos; todo es ahora el Señor Don Baltasar de Zúñiga y Conde de Olivares” (Obras Completas, pág. 1040).

10 Conde de la Roca, op. cit. Véase también este texto con el mismo sentido: “ Dijo [Olivares] al Presidente [Coniferas] que él y su tío, que eran los únicos que asistían al Rey en el Gobierno, caminaban con deseo de lo mejor” (Fragmentos históricos...).

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tío d e cabellos blancos, Don Baltasar de Zúñiga, a quien destinaba a ser nominalmente Primer Ministro del Rey para gobernar sin trabas detrás de é l21.

En recientes estudios se apura más esta versión: “ En los pri­meros meses del reinado de Felipe IV, Olivares, como dice Mara­ñón, procedió finamente, y dejó el puesto de honor a su tío, colo­cándose en rango secundario. ¿Por qué? Probablemente, Olivares más que con firmeza actuó con astucian . Los tiempos, dada la situación psicológica del nuevo Rey, no eran propicios para que nadie pretendiera imponer su voluntad a la del Monarca. Olivares siempre fue hombre de todo o nada, y aquéllos no eran momentos para asumir la dirección y el poder totalmente. Convenía esperar y Olivares esperó” 23.

"'La opinión de Martín Hume, considerando a Don Baltasar de Zúñiga sólo nominalmente como Primer Ministro, es una típica opinión de historiador: cierta, simplista y excesiva. No nos extraña esta actitud. Es más frecuente de lo que parece. Por su propio carácter, la Historia suele influir en los historiadores. El material histórico consiste en hechos ya realizados, y conociendo el meca­nismo que los produjo suele pensarse que los hechos acaecidos tuvieron que ocurrir como ocurrieron, porque la Historia tiene un sentido que da coherencia y unidad a su despliegue24. Por lo cual, dados los supuestos que rodeaban a Olivares, pensamos que inelu­diblemente tenía que alzarse con la Privanza a la muerte de Feli­pe III. Esto es verdad, pero, no es toda la verdad. Una vez acaecido un suceso, las razones que lo motivaron se convierten en causas;

21 Martín Hume, La Corte de Felipe IV , Barcelona, 1949, pág. 27.22 Convengamos en que Marañón quiere decir esto mismo. Cuando

escribe que Olivares procedió finamente, no se refiere de manera induda­ble a la cortesía, sino a la agudeza de su comportamiento. Procedió fina­mente equivale a decir que procedió agudamente.

23 Francisco Tomás Valiente, Los Validos en la Monarquía española del siglo X V II, Instituto de Estudios Políticos, Madrid, 1963, pág. 14.

24 Esto es indiscutible, pues pór mucha influencia que el azar o el deterninismo tengan sobre la historia — y, en efecto, la tienen— , el de­venir histórico tiene un gran margen determinable y proyectivo.

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antes de suceder, estas mismas razones eran tan sólo posibilidades. Inviniendo los términos temporales de la cuestión, suelen tomar los historiadores las posibilidades como causas. Es el peligro de la His­toria, y todo cuidado es poco para no deslizarse por esta pendiente. Siempre que para subrayarla damos un cierto énfasis a la coheren­cia histórica, tendemos a convertirla en necesidad. En efecto, si Olivares no se hubiera apoderado de la voluntad de Felipe TV cuan­do era Príncipe, jamás habría llegado a la Privanza. Sin la influen­cia de Don Baltasar de Zúñiga sobre el Duque de Uceda, no ha­bría podido permanecer Olivares junto al Príncipe como Gentil­hombre de Cámara durante tantos años. Si el Duque de Lerma no hubiera perdido el poder, no habría quedado vacante el puesto que en el corazón del Príncipe tenía el Conde de Lemos, y no le habría podido sustituir el Conde de Olivares. Todos estos hechos, y tan­tos otros que podrían aducirse, se encuentran indudablemente re­lacionados. Ahora bien, dentro del campo de la historia, ninguna relación de causalidad es absolutamente necesaria. En rigor, todos estos hechos no determinaron el acceso a la Privanza del Conde Duque — como suele pensarse— : sencillamente lo hicieron posi­ble. Es cierto que las cosas sucedieron como esperaba el Conde Duque, pero pudieron suceder de otro modo, y este aspecto de la cuestión es el que aquí y ahora nos interesa comentar.

No convirtamos lo necesario en ley, y preguntémonos concre­tamente cuáles son las razones que pudieron influir en la división de poderes entre Zúñiga y Olivares.

i. La primera de ellas fue la voluntad de Felipe IV, que fluc­tuaba entre la necesidad de aconsejarse para gobernar y la desesti­mación crítica y general de las privanzas. Téngase en cuenta que se mantuvo en esta misma actitud de perplejidad e indecisión toda su vida, y quien lo dude, relea su epistolario con Sor María de Agreda. Pero parece lógico pensar que en los primeros tiempos de su reinado, su reacción contra la privanza fuera mayor2S. En el

25 “ [Felipe IV] deseaba que no culpasen en su elección [de Privado] la misma facilidad que poco antes, entre la poca advertida ternura de su crianza, había extrañado y oído reprehender en su padre” (Pellícer... Tem ­plo de la Fama, Bibl. Nacional, Ms. 2237, fol. 124).

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ánimo del nuevo rey — un niño de dieciséis años— tuvo que ejer­cer gran influencia la muerte de su padre, que al confesarse — -]Ay, si Dios me diera vida, cuán diferentemente gobernara— pidió con amargura perdón al Cielo por las omisiones que había tenido al reinar, no habiendo gobernado por su persona. El recuerdo de esta patética escena — convertida bien pronto en leyenda— fue la úlce­ra que acompañó a Felipe IV toda su vida.

Por eso, en los sucesos que siguieron de inmediato a la muerte de Felipe II I se puede advertir, tras de la entrega de poderes aDon Baltasar, el contrapunto de la débil voluntad de Felipe IVque, en algún momento, y como queriendo convencerse a sí mismo, exclama que los Reyes no habían menester privados, y que para consejos ahí estaban sus consejeros, y para entretenerse akí estaban su mujer y sus hermanos, a quienes él ama como a sí mismo, y que sólo sirve Don Baltasar de Zúñiga de recoger los memoriales y hacerle relación, que él [el Rey] ha de ser el que los ha de des­pachar i6. '

Vuelve a repetir esta misma opinión en diferentes ocasiones: “Dijo Su Majestad el Rey nuevo, que había leído en un libro deun buen autor que decía que los Reyes no habían de tener Priva­dos, sino buenos Consejeros21, este libro dicen es el de Fray Juan

26 F. Tomás Valiente, op. cit., pág. 13.27 Es curioso poner en relación las dos frases del Niño-Rey, “ que

para consejos ahí estaban sus Consejeros” y aquella otra de "que los Reyes no hablan de tener Privados sino buenos Consejeros” con la siguiente frase de Olivares, que inserta en eí Memorial que escribe a Felipe IV en septiembre de 1626: “Cesará también la envidia al nombre del Priva­do, cuyo ejercicio sólo consiste hoy en servir en ios Consejos y dar su parecer en las cosas de oficio” . Por consiguiente, tanto el Rey como Oli­vares en los primeros años del reinado, quisieron reducir el papel de la privanza al oficio de Consejero. Felipe IV parece hablar de coro y adoc­trinado. El comentario de estas coincidencias nos llevaría muy lejos. Aña­diremos únicamente que la voluntad de la Corona de recortar los poderes de la privanza ya estaba implícita en lá elección del Duque de Uceda. ¿Qué otro sentido político puede tener que sustituyera a Lerma su propio hijo, y posteriormente, en el reinado de Felipe IV , que sustituyera a O li­vares su sobrino? La privanza, naturalmente, no era hereditaria. {Por qué

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de Santa María” 2fl. En fin de cuentas, parece claro que la inestable e indecisa voluntad del nuevo Rey no se mostraba favorable por entonces al nombramiento de un Valido, y la ambición política del Conde de Olivares tuvo forzosamente un compás de espera. No había llegado su momento.

2. La segunda razón es la reacción de su tiempo contra la Privanza. En efecto, los ánimos habían cambiado, y el descrédito del Valido, considerado como institución, se encontraba en su mo­mento de auge. En rigor, la caída del Duque de Lerma no había obedecido únicamente a motivaciones de índole personal, sino, ante todo y sobre todo, al desgaste de la privanza. Felipe III llega a considerar pecado la cesión de poder ^ se arrepiente de las atribu­ciones dadas a Lerma, y por esta razón recorta los poderes que le

razón proceden ambos Monarcas de igual manera? Entre otras muchas razones, yo subrayaría las siguientes: en primer lugar, la debilidad de carácter y falta de voluntad de ambos Monarcas. Cambiaban su política para satisfacer a la opinión, pero no la cambiaban totalmente, puesto que, en cierto modo, las privanzas de Uceda y de Don Luis de Haro fueron una continuidad de las privanzas de Lerma y Olivares. (Por Dios, ¡no se exagere el valor del argumento!). Pero, en segundo lugar, porque cual­quier otro Privado que hubieran elegido habría llegado al Gobierno con más poder y haciendo sangre. Así pues, por prudencia, por cansancio de la privanza y por respeto a sí mismo, Felipe III aseguraba el continuismo de su política y, al mismo tiempo, limitaba los poderes de la nueva pri­vanza al elegir a Uceda, desgastado también, ¿cómo no?, por la política anterior. Esta misma situación se volvió a repetir, plinto por punto, en el reinado de Felipe IV con la elección de Don Luis de Haro. Ambos hechos no pueden considerarse casuales. En rigor, la caída del Privado involucraba un cierto desprestigio tanto de la Corona como de la política real,

28 El libro es fácilmente identificable. Fray Juan de Santa María, Tratado de República y Policía Cristianas, dedicado a Felipe III, Madrid, 1615. Fray Juan de Santa María no era sólo un teórico. Unido al Prior de San Lorenzo de El Escorial, figuraba entre los adelantados de la intriga política que dio al traste con el Duque de Lerma. Así, pues, tuvo fuerza política y puso en práctica su doctrina contra la privanza.

29 “El incumplimiento de los deberes reales se perfila como pecado” , escribe Maravall (op. cit., pág. 302). Véase en la página siguiente la mis­ma opinión suscrita por el propio Olivares.

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concede al Duque de Uceda en la cédula dada en Noviembre de 1618 30. Memorialistas y escritores satíricos, ayudados muy eficaz­mente por los predicadores, tiraban a terrero contra el Valido. En fin de cuentas, la reacción contra la Privanza era unánime y popu­lar, y la política del nuevo gobierno quería halagar al pueblo. Dada esta situación, la conquista del poder tenía que hacerse por etapas, y ésta fue la política seguida por Olivares. Era demasiado hábil para incurrir en los mismos defectos que tanto había censurado en el gobierno anterior, y el más grave de estos defectos, en opinión firmemente asentada, era la cesión del poder real en manos del Valido. Pero no simplifiquemos demasiado las cosas. Es muy posi­ble que el Conde Duque, al obrar de este modo, siguiese su natural inclinación. No encuentro en ello dificultad alguna. No siempre lo peor es cierto. Tal vez creyese que había que darle más sentido jurídico a la privanza (considerando al Valido como un mero Se­cretario de Estado, o si se quiere y a la moderna, como un Primer Ministro)3I. Así lo afirma por escrito en reiteradas ocasiones. Por ejemplo, en el Memorial que dirige a Felipe IV el 4 de Septiem­bre de 1626:

También he suplicado a Vuestra Majestad, diferentes veces, que se sirviese hacerme merced de darme licencia, y creer cuán imposible es que acierte en nada el servicio de Vuestra Majestad, sin la asistencia forzosa de su atención, resolución y aplicación de los

30 Véase a este respecto el comentario de Pellicer: “ En fin, gracia cultivada de muchos días en el Key, y conocida capacidad en el Marqués (luego Duque de Lerma) y luego necesidad de Ministros a quien confiar­se, le apoderaron de la persona y voluntad del Rey tan absolutamente que, por expreso mandato suyo (circunstancia de más realce que el privar), supieron los Consejos que el decreto del Marqués, en cualquier resolu­ción, conveniencia de Estado o merced particular, se había de obedecer como el del Rey propio” (Apuntes de Pellicer y Tobar, Bibl. Nacional, M s. 2237, fol. 158). Concesión ésta más importante aun que la privanza, como subraya con mucha razón Pellicer.

31 Sobre la institucionalización de la privanza, véase la obra citada de Francisco Tomás Valiente, cuya Segunda Parte, la mejor, indudable­mente, del libro, aborda el tema con documentación original y excelente criterio.

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papeles... Últimamente me he resuelto a hacer a Vuestra Majestad nueva instancia en esto por haberse apretado las cosas en estos meses tanto, que no dan lugar, en ninguna manera, a que Vuestra Majestad deje de poner el hombro a todo, pena de pecado mortal irrem isible...32 Y porque puede ser que el no reducirse Vuestra Majestad a trabajar, y hacer lo que tanto le he suplicado, nazca del caso que se sirve hacer de mi, y que quizás faltando yo, toma­rá Vuestra Majestad esta resolución... resueltamente me iré sin esperar licencia de Vuestra Majestad y sin que lo sepa... No ase­guro... que la asistencia de Vuestra Majestad al despacho de los negocios, será el remedio de todo, ni que reducirá la monarquía al estado que Vuestra Majestad y los que le amamos debemos de­sear, porque el mal ha sido grande y se halla envejecido... pero, Señor, si hay algún remedio es éste, y con ejecutalle asegura Vues­tra Majestad su conciencia y opinión, sin que Dios, ni el mundo, le puedan obligar a hacer más de su parte33.

No analicemos la actitud que dicta estas palabras. No hace al caso. Nos interesa únicamente subrayar que en estos años la opi­nión general y la opinión del Conde Duque en particular — al menos, la opinión escrita— eran contrarias a la Privanza34.

32 Responsabilizar a Felipe IV con las obligaciones y tareas del G o­bierno fue la constante preocupación de escritores y tratadistas políticos. Recordemos una opinión escasamente conocida; la del Conde de Rebo­lledo:

El Príncipe será feliz y justo que de la obligación hiciere gusto.

Véase Luis Felipe Vivanco y Luis Rosales, Antología Heroica del Imperio, Barcelona, 1943, t. II, pág. 549.

33 Fragmentos históricos de la vida de Don Gaspar de Guzmán... por el Conde de la Roca. Esta técnica de infundirle recelo al Rey contra la privanza suele ser utilizada por Olivares. Por ejemplo: “ Fuera injusto que se tuviera por fiel vasallo el que aconsejase a su Rey que le estimase a él sólo, y le favoreciese con honores y riquezas, y fiase de él, y descon­fiase de los otros” (En “ Instrucción que dio en 1625 el Conde Duque a Felipe IV sobre el Gobierno de España” , publicada fragmentariamente por Marañón, op. cit., apéndice X V I, pág. 428).

34 Véase un ejemplo característico: “ [El] Valido o Privado, voz odiosa en todos [los] siglos, dado que ocupación necesaria para abrigo de

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3. La sustitución de la Privanza personal por la Privanza múl­tiple. Dados estos supuestos, la división de poderes con Don Bal­tasar de Zúñiga era lógica, conveniente e ineludible. Ya hemos visto que suele interpretarse este acuerdo como una astucia de Don Gaspar de Guzmán, que habría llegado a él por pura conveniencia, aceptándolo únicamente como un principio táctico. No lo creemos. Es muy posible que al aceptar esta situación el Conde de Olivares obrase con absoluta buena fe, pero no entramos en el tema. Sólo queremos aclarar la situación política española en el año ante­rior al de la muerte de Villamediana, y en la estricta medida en que esta situación pudo influir sobre su muerte. Examinémosla. Tenga en cuenta el lector que a la muerte de Felipe III el Conde de Olivares no había tomado parte alguna en la administración del Estado. Hasta el año 1615 sólo era un pretendiente en cortes, lina­judo, rumboso y de buenas partes3S. A partir de este año, en el que fue nombrado Gentilhombre de Cámara del Príncipe v\ su ac­tividad se centró únicamente en las obligaciones de su cargo. En cambio, Don Baltasar de Zúñiga había tenido una larga y brillantí­sima carrera política. Así lo afirma Bassompierre en las palabras que hemos citado anteriormente: “El nuevo Rey... está muy inclinado a los asuntos [de gobierno], de los cuales da la principal

la pesada tarea de reinar. Consuelo sea de cuantos ocupan este escalón mayor de la fortuna ver que no tanto vive aborrecida la persona como la dignidad. Y que el merecimiento más calificado que se mirare favorecido del Príncipe absoluto, se ha de ver luego desamado del ceño popular y malquisto con los nobles” (José Pellicer y Tobar, Templo de la Fama..., citado por Valiente.

35 “ En if iir tuvo que solicitar un empleo como cualquier necesitada de todos los tiempos: que el Estado es siempre la ubre universal de los que están faltos de pecunia para su vida o para su boato. Tanto Roca como Martínez Calderón nos dicen que los agentes que tenia en Palacio, y que sin duda eran los propios Validos de Felipe III, el Duque de L er­ma y su hijo el Duque de Uceda, le propusieron en 1611 la embajada de Roma, para cuyo desempeño suplía la falta de edad — veinticuatro años— con la gran capacidad y talento que siempre demostró en todo género de letras y negocios” (Marañón, op. cit., pág. 32).

36 L a Casa del Príncipe se componía de un sumiller de Corps, un caballerizo mayor y seis gentileshombres.

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administración a Don Baltasar de Zúñiga, que es el más capaz de conducirlos bien de todo este Estado, y esa elección ha sido grande­mente aprobada en todo el mundo” 37. El elogio del Conde de la Roca no es menos categórico: “Don Baltasar de Zúñiga, cuya blandura, letras y experiencia adquirida en tantos puestos y nego­cios le habían constituido único ejemplar de la política cristiana” M. La mesura, discreción y afabilidad de su trato eran universalmente reconocidas. No despertaba más que afectos, dice el Conde de la Roca. A veces tan encendidos e inoportunos como el del anónimo memorialista que se dirige al Conde Duque para enjugar sus des­avenencias con Zúñiga, y con la sana intención de persuadirle a ello le dice estas palabras impertinentes y parcialísimas:

Y es bien que V. E. viva persuadido (como no dudamos lo estará) a que entre suaves advertencias y consejos simulados le semblarán el veneno de la discordia y sedición con su tío; porque no se alcanza nada más propio para disolver a V . E. como apartar­le de este Atlante cristiano, y quien más aventurará en cualquier accidente es V. E., porque nadie se ha de persuadir que al Señor D on Baltasar le falte[n] tolerancia y justificación, hallándose su prudencia tan acreditada en la opinión de las gentes, mediante las grandes experiencias que ha dado de ella, y aunque V. E. debe mucho a Dios por la que alcanza y por tan relevado talento como le dio, es cierto que para la opinión de su tio de V . E. va muy aventurado su crédito3?.

¡Gracioso modo de enhebrar voluntades!, pero son evidentes tanto el afecto como la admiración que el anónimo memorialista sentía por Zúñiga. En resumen: la división de poderes era conve­niente para demostrar que el nuevo Gobierno rompía con la des­acreditada tradición de la Privanza personal, inaugurando una nue­va época con la Privanza múltiple. En verdad, la medida era acer­tada, y la división de poderes fue acogida con júbilo por todo el

37 Viajes de extranjeros por España y Portugal (obra y págs. citadas).38 Fragmentos históricos.39 Bibl. Nacional, Ms. 7968, fol. 17. Para la división de poderes, v.

Siri, pág. 120.

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mundo. Don Baltasar de Zúñiga había representado la honestidad política en un gobierno corrompido hasta límites increíbles. Don Baltasar de Zúñiga era considerado como el mejor estadista de su tiempo, y su experiencia en el despacho respaldaba la inexperien­cia de Olivares. Don Baltasar de Zúñiga había prestado importan­tes servicios personales al Conde Duque: a él le debía su puesto de Gentilhombre junto al Príncipe40. Y finalmente, Don Baltasar de Zúñiga era tío de OlivaresH. Razones poderosas y más que suficientes, que acreditaron su elección.

4. El Conde Duque de Olivares ha pasado a la Historia como un trabajador infatigable. “ Fue, en efecto, hombre de portentosa actividad y casi inaccesible a la fatiga física... Por ello sobresalió, y se afirmó fácilmente, rodeado como estaba de gentes perezosas hasta los límites de lo anormal... Esta energía para el trabajo, con­tinua, ciclópea, y no por accesos que van seguidos de laxitud, es propia de los temperamentos robustos y (pícnicos) como el del Conde Duque... Hasta cuando murió su hija — la gran tragedia de su vida— , “no dejó un solo día sin despachar su obligación” . Céspedes nos habla de “su asistencia infatigable en los Consejos, en las Juntas, despachos, consultas, provisiones: que todo pasaba por su mano sin confiarlo a la ajena” ; y Mocénigo añade: “No conoce los límites de la fatiga; por trabajar ha renunciado a todos los placeres, y sólo por acompañar al Rey sale de casa alguna vez” n .

Desde las cuatro de la mañana hasta las once de la noche, no descansaba un solo instante. Las audiencias que habían sido pos­tergadas por Lerma y por Uceda, volvieron a realizarse con urgen-

40 “Vivió en Sevilla, desde donde vino a la Corte; en tiempo que Don Baltasar de Zúñiga valía mucho con Felipe III, por haber caído de su privanza el Duque de Lerma [este dato no parece cierto], y con este apoyo le fue fácil a Don Gaspar de entrometerse tan industrioso como lisonjero en la familiaridad de un tan gran Príncipe” (Semanario Erudito, n.° 3). Testamento del Conde Duque, atribuido a Quevedo.

41 Los segundos abuelos de Don Gaspar de Guzmán fueron Don Juan Alfonso Pérez de Guzmán el Bueno, tercer Duque de Medmasidojjia y quinto Conde de Niebla, y Doña Leonor de Zúñiga.

42 Marañón, op. cit., págs. 162-163.

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cia y comodidad que dejaba satisfechos a los peticionarios. Todala complicada administración del gobierno pasó efectivamente porsu mano. Sin embargo, conviene advertir que esta inmensa capaci­dad de trabajo corresponde al período de su vida en que asumió la dirección de los negocios poco después de la muerte de Zúñiga, y es justamente la conducta del Conde Duque anterior a este mo­mento la que nos interesa en nuestro estudio: ciñámonos a ella. Durante los dos primeros años del reinado de Felipe IV, la división de poderes con Zúñiga simplificó bastante la tarea de Olivares. Fueron años más bien de aprendizaje político y de asistencia per­sonal junto al Monarca. El peso de las tareas de gobierno corres­pondió a Don Baltasar. Olivares no podía realizarlo. A su falta de experiencia política se unía por estos años su falta de salud. Asi lo afirma el Conde de la Roca:

Este día 31 de Marzo de 1621, que había de ser principio de la mayor exaltación del Conde, fue el de su mayor embarazo, por­que conoció no ser una cosa misma, favores de Príncipe encogido por su Padre [que] de Rey y ya dueño de todo. Representábase, que en dieciséis años de edad43 no podían ser ponderados los ser­vicios, ni tan firme la afición, de la que aún no tenía entera seguri­dad, que no bastase a resfriarla uno de los muchos accidentes y consejos que en tales ocasiones ocurren. Junto con esto se halló en aquella ocasión el Conde con salud más quebrada y achacosa, sinfácil modo por esta causa de asistir a todos los pasos del Príncipe;importantísima cosa en las primeras causas del edificio” 44.

Estas palabras del Conde de la Roca nos explican de manera sumamente precisa la situación del Conde de Olivares en el mo­mento mismo de su acceso al poder. (Téngase en cuenta que el Conde de la Roca escribió sus Fragmentos históricos de la mano del Conde Duque, que le dio toda clase de facilidades para escri­birlos. En primer lugar, nos informa de que en el año 1621 el favor del Conde Duque pasaba por un período de declinación. En

43 Catorce años dice el texto del Conde de la Roca.44 Fragmentos históricos. Véase V. Siri, op. cit., pág. 89.

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segundo lugar, que este período de declinación, o, si se prefiere, de crisis, le hizo conocer a Olivares una verdad política incuestio­nable: que favores de Prín cipe encogido bajo la patria potestad, no

son favores d e R ey dueño de todo. En tercer lugar, que Olivares se encontraba achacoso y quebrantado de salud para aceptar la res­ponsabilidad de la Privanza45. Y en cuarto lugar, que la falta de salud no iba a impedirle al Conde de Olivares asumir la dirección de los negocios públicos; le impediría asistir a todos los pasos del Príncipe: tarea importantísima, dice el Conde de la Roca, para

45 A esta falta de salud alude también el mismo Conde Duque en las palabras que dijo al Príncipe pidiéndole permiso para ausentarse a Sevilla en la agonía de Felipe I I I : “ Yo, cuando V. A. lo quisiese, y me­reciese tener parte en el Consejo de sus resoluciones, ignoro mucho que he de preguntar necesariamente y no sé si habrá quien me advierta lo peor. Esto, y la falta de salud para sufrir grande peso, y de ambición, para que mi conveniencia atrase un poco su servicio, me obliga a que rendidamente suplique a V. A. de rodillas, que me dé licencia para que esta noche me parta para Sevilla” (Fragmentos históricos). Podría decir­se que estas palabras de Olivares no son sinceras, dado el momento y la intención con que las dice, pero también nos encontramos con este mis­mo achaque de la salud en el anónimo memorialista que intervino para salvar sus desavenencias con Zúñiga. Dice así: “Vuestra Excelencia está notado de que hasta añora no se hace consigo cerca de sí (es decir, Vues­tra Excelencia está notado de que hasta ahora no se rodea de) personas que puedan con prudentes consejos, n i con experiencia de grandes cosas ayudar este santo empeño, que, aunque oculto en los principios, hace heridas irreparables, y aunque de aquí podría haber nacido la turbación de que hablamos [la desavenencia con Zúñiga], pues ambiciosos ellos de dominar querrían quizá que V. E. cargue con todo el gran peso de esta Monarquía, cosa que mirada con entendimiento, libre de su intento y pa­sión, sería, sin duda, la total ruina de V. E., pues es verdad fija, y nadie como V. E. lo sabe, que la aplicación y salud de V. E. son opuestas a este inmenso trabajo y embarazo" (Bibl. Nacional, M s. 7968, fol. 17). Nótense bien las palabras aplicación (al Gobierno) y salud. Advierta el lector que no escribe un autor satírico, sino un memorialista bien infor­mado, para halagar al Conde Duque insinuándole que mantenga esta situación de privanza sin encargarse de los trabajos del Gobierno, porque es precisamente lo que más le conviene. Es indudable que por estas ca­lendas no se aplicaba mucho el Conde Duque a los negocios del Estado. N o era ésta su misión. L o fue más tarde.

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poner las primeras piedras del edificio46. No cabe duda de la im­portancia de esta tarea: ganar la siempre inestable voluntad de Felipe IV, más asediado por los ambiciosos, ahora, siendo Rey, más que lo había estado anteriormente, siendo Príncipe. Por consiguien­te, a las razones anteriores debe añadirse ésta con plena justifica­ción. Es indudable que en el reparto de papeles con Zúñiga la ta­rea de Olivares fue acompañar, hora tras hora y minuto tras minu­to, todos los pasos del joven Rey. Para poder hacerlo, necesitaba que alguien de su confianza tomase las riendas del Estado, pues no se puede repicar y estar ante el altar. Todo queda ahora en claro. La Privanza múltiple, o, si se quiere, la división de funciones entre Zúñiga y Olivares, era absolutamente necesaria para ambos.

5. Después de los escándalos del ministerio anterior había que gobernar con mano dura, reformar las costumbres y los vicios, aca­llar la maledicencia, sanear la administración y dar crédito y auto­ridad al nuevo gobierno. En toda nueva etapa política es necesario hacer justicia y realizar un ajuste de cuentas4T. El equipo del Conde Duque encaró estas tareas no sólo con dureza, sino con violencia. Redujo gastos y diezmó la etiqueta palatina y las prebendas cor­tesanas, casó por real decreto a los amancebados, planeó inte­resantísimas reformas económicas, suprimió las mercedes reales y asombró a la opinión disgustando a los paniaguados, puesto que, en fin de cuentas, el hecho de administrar con tasa se elogia más

46 Es curioso y agudo que el Conde de la Roca se refiera a las “pri­meras” piedras del edificio de la privanza. Su anterior favor con el Prín­cipe no era válido ahora. L a situación había cambiado de raíz con la coronación de Felipe IV , y la tarea de Olivares no consistía verdadera­mente en confirmarse en la privanza del Principie, sino en conquistar la privanza del Rey: en asentar Jas primeras piedras de esta privanza.

47 Las medidas administrativas tomadas por el Conde Duque para revisar la fortuna de los Ministros pertenecientes al Gobierno anterior. En este aspecto de la reintegración a la Corona de las exacciones, no hizo Olivares sino amagar y no dar. Así se lo echa en cara el anónimo memo­rialista que interviene en 1623 para salvar las diferencias entre los Pri­vados: “ Notan que la materia de los inventarios no ha servido más que para disfamar generalmente a los Ministros, perder sus voluntades, tro­cándolas de propicias en adversas...” (Ms. 7968, fol. 17).

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que se agradece por la fauna política. Llevó al cadalso a Calderón para que su muerte sirviera de escarmiento, e hizo morir en prisión atenuada al Duque de Uceda y en prisión redoblada al Duque de Osuna. Mató sin confesión a Villamediana. Los dos primeros años del reinado de Felipe IV causaron, por igual, admiración, pasmo y te­rror 48. Era mucha justicia. La política de Olivares estaba premedi­tada, pues decía por entonces que “era menester enseñar el escar­miento con el castigo público, y que en los principios del gobierno de un Rey mozo era necesario observar este precepto aun más viva y desembarazadamente, castigando con toda la fuerza de la ley al que se desmandara” . Nada puede extrañarnos que ante una acción política tan violenta, la armonía entre los dos privados fuera difícil de mantener. Quejas, ruegos y reclamaciones llegarían continua­mente a los oídos de Don Baltasar de Zúñiga, que no era imperativo y extremado, sino afable y discreto w. Don Gaspar de Guzmán era

48 El ejercicio inexorable de la justicia: éste fue uno de los aspectos con que quiso prestigiar Olivares el arranque de su Gobierno. Historia­dores y cronistas lo ponen de relieve con alguna frecuencia. Véase la opi­nión de Pellicer (y la elegimos por ser muy poco conocida): “ Dispuso V. E. dentro de los límites de ambas Castillas reformaciones en los trajes superfluos, enmiendas en la demasiada ambición de los que toman parte en los negocios, remedio en el patrimonio real disfrutado por la exorbi­tancia de los que lo manejaban. A un tiempo mismo resplandeció la jus­ticia y amaneció la misericordia real de nuestro Monarca, alternadas en gracias y en castigos: ambos a dos divinos atributos” . Pellicer y Tobar, E l Monarca Cristiano, Bibl. Nacional, Ms. 2237, fol. 115. Pellicer, como vemos, suaviza mucho las cosas.

49 Ranke apunta finamente las diferencias de carácter entre los dos Privados: “ Otros notaban que así como Zúñiga gustaba de seguir cami­nos trillados, a Olivares le gusta andar entre los abismos. Aquél tenía horror a los sofismas, éste tenia predilección por ellos. S i aquél era suave, éste era áspero” (Leopold von Ranke, La Monarquía española de los siglos X V I y X V II, Ed. Leyenda, México, pág. 342). Góngora en su epistolario también hace referencia a la actitud misericordiosa de Zúñiga: “El santo viejo Juan Calderón, la buena Marquesa y sus hijos han visto no sé cuán­tas veces al señor Don Baltasar y al señor Conde de Olivares, y dicen que a S. Md-, con tantas lágrimas que no han podido hablar, ni el señor Don Baltasar responderles sin ellas” (Ed. Aguilar, pág. 1052). Sobre la actitud de Olivares a este mismo respecto, dice N ovoa: “ Finalmente,

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duro, sesgado y ladino. Sus diferencias de carácter les tenían que enfrentar50. No podía suceder de otro modo, o como dice el Conde de la Roca:

No podía degenerar de sí el mundo, ni hacer milagro sin ejem­plo, sustentando en un imperio dos iguBles poderes, y así comenzó a murmurarse al principio que el Conde y Don Baltasar, su tío, sentían diferentemente de las cosas. Luego añadieron que Don Baltasar llevaba a; mal que el sobrino le fuese cercenando el poder, pues o por arrepentimiento de habérsele dado tan grande, o por verse capaz ya de regir los negocios51, llevaba peor que el tío qui­siese en propiedad lo que le dio tan sólo en posesión. Los apasio­nados de una y otra parte, hicieron más pública de lo que debía de ser esta desavenencia, porque deseando para su valedor el ab­soluto mando, debían de ministrar, con poca prudencia para sus mismos fines, materia en que se cebasen los disgustos secretos52.

A estas razones podría añadirse otra universal y permanente­mente válida. Olivares quitó poder a sus enemigos, suprimiéndolos cuando era necesario, y dio poder a sus amigos y familiares para

puesto ya el caso de la una parte y de la otra en su peso y balanza, no hallando más que hacer, se comenzó a agravar el asesino bravamente, di­ciendo a alguno... que era menester enseñar el escarmiento con el castigo público, y que en los principios del Gobierno de un Rey mozo era nece­sarísimo observar esto más viva y desembarazadamente, y echar toda la fuerza de la ley a cuestas al que lo cometiere” (Op. cit., pág. 370). Sobre el tema, véase también Siri, op. cit., pág. 173.

50 Fragmentos históricos. Pellicer en sus apuntamientos íntimos para hacer la crónica de este reinado se refiere también netamente a los en­cuentros y diferencias entre Zúñiga y Olivares. Esta es también la opi­nión de Novoa y del anónimo memorialista que interviene para salvar sus diferencias. Así, pues, hay que considerar esta disputa como absoluta­mente comprobada.

51 Es interesante que el Conde de la Roca acoja esta posibilidad, aun cuando sólo sea a título de rumor: de ello se infiere la falta de prepara­ción inicial del Conde Duque y que sólo recabase el manejo de los nego­cios públicos una vez concluida su necesaria etapa inicial de aprendizaje.

52 Sabemos por Céspedes y Meneses que Villamediana terció en esta disputa para agravarla.

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fortalecerse personalmente. Ninguno de ellos podía crecer lo su­ficiente para hacerle sombra, ni tener más influencia en el gobierno de la que el Conde Duque le otorgase. Don Baltasar de Zúñiga llegó a tener personalmente esta influencia, y aquí pasó lo de siem­pre: el mando compartido terminó convirtiéndose en mando dis­putado, y los partidarios de uno y otro echaron leña al fuego para poder calentarse las manos. Cada cual a su avío y España ardiendo.Y como, tarde o temprano, lo necesario ocurre, llegó al fin la dis­puta por la privanza. Novoa apunta sus causas: En primer lugar, porque el Conde Duque, recatando la mano y tirando la piedra, se disculpaba con los dolidos por las medidas de gobierno diciendo que era su tío quien las tomaba53; y en segundo lugar, porque Don Baltasar de Zúñiga recriminaba a Olivares sus andanzas nocturnas con el Rey, esto es, sus tercerías.

La disensión entre los Validos no llegó a convertirse en ruptura por la súbita muerte de Don Baltasar de Zúñiga, pero los hechos están ahí: no pueden discutirse. Se discutirán las consecuencias o las interpretaciones, no los hechos. Céspedes y Meneses, Novoa, el Conde de la Roca y Pellicer aluden claramente a los encuentros y diferencias que hubo entre ellos. En resumen: durante los años 1621 y 1622, el favor de Olivares, aunque estaba asentado, no era definitivo. Lo fue posteriormente. En rigor, éstos fueron los años de disputa por la Privanza.

53 “Haciendo no lo que convenía al Príncipe, sino lo que les estaba bien a ellos, apoderándose y fortificándose en todos los puestos necesarios a su posteridad, y no contentándose con lo ya becho, de que ya Don Bal­tasar estaba, como más humano, condolido de tantos tiros como se [hicie­ron], y que el sobrino, recatando la mano, desembrazaba la piedra, y en las ocasiones públicas decía, suplicándole los ofendidos que se doliese de la quiebra de reputación de tantas casas nobles, se disculpaba con que su tío lo hacía; de lo cual afligido Don Baltasar, como quien sabía lo mucho que cada hora le iba a la mano en esto, le dijo tratase los asuntos por su persona, pues se determinaban por su consejo... y que se comen­zase a introducir en los papeles, pues tenía ya alguna luz dellos por la asistencia que le hacía Antonio de Aróstegui, Secretafio de Estado” (No­voa, op. cit., págs. 403-404).

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LA AMENAZA CUMPLIDA

Tal era la situación política madrileña cuando regresó del des­tierro Villamediana, rodeado de una aureola extraordinaria de po­pularidad. Su prestigio popular era inmenso. Su vigencia en los medios políticos y cortesanos, pequeña. Su influencia en los me­dios aristocráticos, nula. Tenía gran número de enemigos y además pesaban poco sus relaciones familiares. Dados estos supuestos, para dar cima a su ambición política tenía que realizarlo todo por sí mismo. No era un Grande de España, ni un burócrata, ni un hombre de leyes, que pudiese subir al poder por etapas5A. Contaba sólo con su persona y con el mérito del aura popular. Ya era bas­tante. Había luchado denodada y temerariamente contra la corrup­ción administrativa del reinado anterior. Se le consideraba como un profeta, como un testigo insobornable. Este era su momento: debía explotarlo a fondo, y en su carrera para llegar al poder se tuvo que enfrentar con Olivares. '

Tratemos ahora de rastrear, como podamos, la historia de este enfrentamiento. Históricamente carece de importancia, pues la ca­rrera política de Villamediana nunca pasó de ser una mera posibili­dad liquidada en su arranque. No ha dejado recuerdos: sólo indi­cios. Entre los epitafios, ya conocidos del lector, creo interesante espigar algunas alusiones que no hemos comentado todavía. Cada momento tiene su afán, y cada texto su comento. En uno de estos epitafios, escrito con encono contra Villamediana, dice el poeta:

54 “ Permanencia y ascenso por grados son dos ideas fundamentales en la administración estatal del siglo X V II. Lancina se refiere con fre­cuencia a ellas; sus páginas están llenas de observaciones en este sentido.Y también Saavedra, en las varias empresas que dedica a estos temas re­ferentes a los Ministros. Según Pedraza, “ del ascenso por orden” resul­tan dos ventajas: una, que al ascender los que han servido y son más expertos, se favorece el público despacho; otra, que no se desesperen y delincan los oficiales, en vista de la posibilidad del premio y mejora” (J. Antonio Maravall, Teoría española del Estado en el siglo X V II, Ins­tituto de Estudios Políticos, Madrid, 1944, pág. 301).

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porque de malas nuevas fue correo de ser primo en correr tuvo deseo, pero corrió Can mal que hasta la muerte le pesó de correr de aquella suerte5S.

¿A qué carrera se alude aquí? ¿Qué es lo que hizo tan mal Villa- mediana? Convengamos al menos en que se alude a una carrera relacionada con su muerte, y este dato tiene sumo interés para nos­otros, pues nos indica que su muerte pudo tener una causa distinta de las ya comentadas. Más tarde volveremos sobre estos versos. Añadamos ahora que en otro de los epitafios vuelve a aludirse, en términos más compasivos, a esta extraña y misteriosa carrera que le costó la vida.

Aquí yace, aunque a su costa, un monstruo en decir y hacer: por la posta vino a ser y perdió el ser por la posta; puerta en el pecho no angosta le abrió el acero fatal; pasajero, el caso es tal, que da luz con su vaivén: poco importa correr bien si se ha de parar tan mal.

Es decir: el caso es tan importante que puede aleccionamos con su vaivén sobre la inestabilidad de la fortuna. La palabra vaivén se relaciona con la muerte de Villamediana, y alude a un cambio brusco y decisivo en la suerte del Conde. Pasajero, dice el poeta, las cosas cambian repentinamente, y poco importa correr mucho y bien, si se ha de parar pronto y mal. Así pues, la moraleja de este epitafio vuelve a poner en relación la carrera del Conde con su

55 Otro texto con un sentido muy semejante-.

Su desdicha hizo segura y su vida de cometa,

es decir que la vida de Villamediana fue estelar, fulgurante y brevísima.

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muerte. Hora es ya de decir lo que nuestros lectores habrán imagi­nado por su cuenta: esta carrera de Villamediana, a la que se hacen tan reiteradas y graves alusiones, esta carrera que le costó la vida56, es la carrera política del Conde; Quevedo va a aclarárnoslo defini­tivamente :

EPITAFIO

A Don Rodrigo Calderón, Marqués de Siete Iglesias, que murió degolladoen pública plaza

REDONDILLAS

Y o soy aquel delincuente — porque a llorar te acomodes— que vivió como un Herodes, murió como un inocente.

Advertid los pasajerosde lugares encumbrados, .que menos que degollados no aplacareis los copleros.

Hoy me hace glorioso y a 57 y antaño el propio cantó:“ Don Rodrigo Caldero— mira el tiempo como pa—

Cocodrilos descubiertosson poetas vengativosque a los que se comen vivoslos lloran después de muertos.

56 Recuérdense la palabras del primer epitafio. Alli se dice: “ por serprimo en corre!” , es decir, por llegar el primero, quizás, también, porocupar el primer puesto.

57 “ Hoy le hace glorioso ya” dice el texto editado por Astrana. “Hoyhago glorioso ya” dice el texto editado por Blecua. Hay que tener en cuenta que el epitafio se pone en boca del muerto. Inequívocamente debedecir: “Hoy me hace glorioso ya” . Corrijo en tal sentido.

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Nadie con ellos se meta mientras tuviese sentido, que, al fin, a cada valido se le llega su poeta.

M i sentencia me azuzaron en décimas que escribieron; ellos la copla me hicieron y muerto me epitafiaron.

Los que priváis con los Reyes mirad bien Ja historia m ía: guardaos de la poesía que se va metiendo a leyes 5S.

Puesto que Don Rodrigo Calderón murió en cadalso el 21 de Octubre de 1621, por esa fecha debió de escribirse este poema. Se hacen en él numerosas y malévolas alusiones a Villamediana, tan numerosas que más que una elegía sobre la muerte de Calderón, este poema es una sátira contra D. Juan de Tasis. Quevedo toma como pretexto de su ataque el romance

Las voces de un pregonero

que Villamediana escribió condolido por la muerte de Calderón. No reconoce la nobleza de su actitud. No le perdona el gesto de condolencia y caridad, y aprovecha la ocasión para culparle de su muerte:

M i sentencia me azuzaron en décimas que escribieron; ellos la copla me hicieron y muerto me epitafiaron.

59 Publicada por Astrana Marín, La vida turbulenta de Quevedo, pá­gina 311, y por Blecua en su reciente edición de Quevedo, págs. 1181-1182. Es necesario relacionar esta composición con la décima “ Pues fuisteis, Conde, profeta” , con que cerramos este capítulo. Se escribe por las mis­mas fechas y con la misma intención: intimidar a Villamediana para que no escriba sátiras contra el nuevo Gobierno.

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Se cree en la obligación de recordar a sus lectores lo que todos sabrian: que Villamediana era el autor de la composición de cabo roto citada por Quevedo:

Don Rodrigo Caldero— mira el tiempo cómo pa— .

En definitiva, sólo le importa demostrar que Villamediana era el poeta que se había comido en vida al Marqués de Siete Iglesias, para llorarle como un cocodrilo después de muerto. Así, pues, en esta nueva especie, muy lamentable, de elegía, Quevedo se aprove­cha del muerto para atacar al vivo. No quita del cadalso el cuerpo ensangrentado de Calderón: quiere tender al lado suyo el de Villa- mediana.

Esta acerba elegía se escribe únicamente para azuzar al Conde Duque contra Villamediana, previniéndole de que cada Valido tie­ne un poeta que le acusa y le lleva al cadalso. Ojo al parche, le advierte: nunca segundas partes fueron buenas. Quien fue culpa­ble de la muerte de Calderón, será culpable de la vuestra, si no le atáis las manos. .

Pero en fin, donde menos se piensa salta la liebre. Entre las numerosas alusiones contra Villamediana que tiene esta composi­ción, hay una en la cuarteta final de extraordinario interés para

nosotros. Los que priváis con los reyes

mirad bien la historia mía: guardaos de la poesía que se va metiendo a leyes.

Los que privaban entonces con el Rey Felipe IV eran D. Bal­tasar de Zúñiga y el Conde de Olivares58 bis. A ellos les dice Queve­do, piadosamente, que recuerden la historia de D. Rodrigo Calderón y que se guarden de Villamediana. Mas lo curioso es el verso final: por él sabemos que Villamediana en esta fecha, 21 de Octubre de 1621, se iba metiendo a dictar leyes. No puede ser más inequívoca la alusión a la carrera política del poeta. La envidia de Quevedo nos ha hecho un gran servicio para aclarar lo que menos hubiese

58 bis Con quien privaba Villamediana era con Zúñiga.

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querido Quevedo aclarar: las causas de la muerte de Villamediana. Repito: donde menos se piensa, salta la liebre 59. Aún se precisa más esta alusión a la carrera política de Tasis en la décima atribui­da a Lope de Vega que suele figurar entre los epitafios que se es­cribieron a su muerte:

Aquí con hado fatal yace un poeta gentil; murió casi juvenil por ser tanto Juvenal; un tosco y fiero puñal de su edad desfloró el fruto; rindió al acero tributo, pero no es la vez primera que se haya visto que muera César al poder de Bruto.

Esta décima parece sibilina y no lo es. Varios comentaristas resbalaron ingenuamente sobre ella. Recordemos el comentario de Hartzenbusch: “ Despojados estos versos del ornato poético, dicen (al parecer) que Don Juan de Tasis, comparable a César en lo generoso y valiente, poeta gentil (esto es, poeta enérgico o no muy cristiano), murió a manos de un hombre soez, de un bruto comoIgnacio Méndez o Alonso Mateo, en la edad robusta de cuarentay dos años, por escribir sátiras parecidas a las de Juvenal” ^ En este caso concreto, no estamos de acuerdo, ni mucho menos, con el comentarista. La palabra g entil no alude a la energía ni al descreimiento de Villamediana — «sto es coger el rábano por las hojas— , sino a su gracia y gentileza. Villamediana no murió a la edad de cuarenta y dos años, sino a la de cuarenta. En rigor, ni Hartzenbusch, ni Cotarelo, que comparte también esta opinión61,

59 Hacia fines del año 21 conoció Olivares que la privanza que tenía con el Rey no se correspondía exactamente con la que tuvo con él siendo Príncipe; hacia fines del año 21 comienza Villamediana a introducirse en la privanza de Felipe IV.

60 Op. cit., pág. 6161 Op. cit., pág. 154.

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entendieron la décima. Los versos murió casi juvenil / por ser tanto Juvenál aluden, desde luego, a sus sátiras: punto resuelto y conoci­do que no ofrece ninguna novedad. En los versos siguientes, un tosco y fiero puñal / de su edad desfloró el fruto, se afirma que mu­rió cuando su vida iba a rendir el fruto deseado; esto es, cuando Villamediana había llegado o estaba cerca de llegar a la cumbre. Así pues, se refiere esta décima al mismo cambio de fortuna que se apuntaba en los epitafios anteriores, pero señala la orientación del cambio con mayor precisión, sobre todo en sus versos finales. En ellos se establece una curiosa comparación entre la muerte de Villamediana y la muerte de César, y esta comparación es muy precisa. En modo alguno puede considerarse como un adorno re­tórico, pues se encuentra al final de la décima, y en ella se resume su sentido. No ha podido ser casual. Durante el siglo XVII, la re­ferencia a César envuelve siempre una alusión política62, y repre­

62 Villamediana en sus Estancias al Príncipe Don Felipe IV , siendo armado caballero, le llama “ Alejandro español, César cristiano” (V. Can­cionero de Príncipes y Señores, Don Juan Pérez de Guzmán, pág. 187). Lope de Vega escribe en su famoso soneto a Don Juan de Austria:

Rompí a Túnez; vencí, volviendo a Flandes, mil guerras, mil rebeldes, mil engaños, y tuve de ser mártir santo celo.

No quise a Irlanda con promesas grandes; muero en Brujas; viví treinta y tres años; fui César de la fe, triunfé en el Cielo.

Lope de Vega escribe a la muerte de Don Rodrigo de Silva y Men­doza, Duque de Pastrana y Príncipe de Eboli:

— ¿Quién llora aquí? Tres somos, quita el manto.— L a Muerte soy. — ¿La Muerte? ¿Pues tú lloras?— Si, que conté de sus fatales horas a un César español término tanto.

(V. Luis Felipe Vivanco y L . R., op. cit., pág. 12). Alonso Jerónimo de Salas Barbadillo escribe a la memoria de Don Juan de Austria:

¡Oh tú, de tanto César descendiente, y a tanto César tanto preferido

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senta el máximo elogio que puede tributarse a un general, a un estadista o a un Monarca. Nadie le llama César a un Arzobispo ni a un banquero, y mucho menos a un poeta. ¡Hasta aquí podían llegar las cosas I Así pues, el final de este epitafio — el final, donde se cifra su sentido— alude a que Villamediana había alcanzado la estatura política de César, a que las esperanzas puestas en él habían sido segadas en flor por el puñal de Bruto, y a que su muerte es­tuvo ocasionada por la rivalidad política. Convengo en que todo esto son conjeturas, pero conjeturas no sólo verosímiles, sino pro­bables. Esta interpretación armoniza y aclara, además, todas las conclusiones a que vamos llegando en el presente capítulo. Ahora podemos volver la vista atrás y comprender lo que significaban aquellos versos que dejamos anteriormente sin comentario.

Porque de malas nuevas fue correo de ser primo en correr tuvo deseo, pero corrió tan mal que hasta la muerte le pesó de correr de aquella suerte.

Esto es: porque Villamediana había denunciado temeraria y continuamente los males de la monarquía de Felipe III, creyó que podía ser el primero en correr para llegar a la privanza de Felipe IV, pero corrió tan mal que le costó la vida haber tenido esta ambición. Creo que con estos datos damos un paso considerable en nuestro

de la Fénix del Austria precedido, que en ti renace generosamente!

(Op. cit., anteriormente, pág. 224).

Fray Hortensio Paravicino escribe a la muerte de Felipe I I :

Murió el César Felipe, rasgó el templo.,.

Y finalmente, Don Sebastián Ventura de Vergara Salcedo repite el mismo verso de Villamediana con el que encabezamos esta lista en su soneto a lá cesárea Majestad de Carlos V , “ Alejandro español, César cris­tiano” : hasta tal punto estaba ya estereotipada esta expresión, que se consideraba el verso como un bien mostrenco y la palabra “ César” única­mente en su acepción de título.

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estudio. La carrera misteriosa a que se aludía en los epitafios ante­riormente comentados era la carrera política de Villamediana, la carrera de la privanza y de su enfrentamiento con el Conde Duque.

Desgraciadamente, no son muchos los datos que conocemos de esta carrera. No son muchos, pero sí suficientes. Ordenémoslos. Aunque con los recelos que en su lugar hemos apuntado63, tuvo en Palacio una grata acogida. Tenía gran atractivo personal y en poco tiempo ganó, como hemos visto, la voluntad de Felipe IV, que le da en estas fechas el nombramiento de Gentilhombre de la Rei­na M. A su regreso del destierro, Villamediana había cambiado mucho. Su carácter, su trato, se suavizan. Se reconcilia generosa­mente con muchos de los personajes de la Corte a quienes anterior­mente persiguiera65. Debió ganar muchos amigos. Pródigo y osten­

63 Véase anteriormente las págs. 181-182.64 Cotarelo, op. cit., pág. 99.65 He aquí algunos de estos notables rasgos de rectificación de su

conducta pública: “ A los 7 de septiembre de 1Ó21 mandó el Rey al Pre­sidente de Castilla, Don Fernando de Acevedo, que fuese a asistir a la santa iglesia de Burgos por la falta que hacía en seis años de ausencia. Diéronle r 0.000 ducados de ayuda de costa. Despidióse a 9 del Consejo: honróle mucho el Rey, hízole de su Consejo de Estado y le concedió ó.oco ducados de renta por sus días, un título en Italia, dos hábitos para dos sobrinos y la primera encomienda que vacase de la Orden de Santia­go. Mostró ser tan su amigo el Conde de Villamediana que, viendo que iba el Arzobispo pobre, hubo de presentarle un cintillo de diamantes y una venera de gran valor y una letra aceptada con los tesoros de la Cru­zada con mucha cantidad. Nada aceptó, y viendo el Conde que le des­favorecía, presentóle un cuadro del Ticiano, de valor de 1.000 escud¿5, para que se acordase de él, el cual tomó” (Bibl. Nacional, X -175 y 8512­2034). “ A los 6 de julio hubo toros en presencia de S. M d. y A .; dio dos lanzadas Don Cristóbal de Gaviria, que salió bien; y después, en­trando en la plaza con lacayos y rejones, le derribó el toro a él y al caba­llo y le volvió a pisar, dejándole por muerto. Levantáronle entre cuatro hombres, sin acudir a su socorro ninguno de los de a caballo. Sólo el alguacil Vergel se apeó del suyo y se lo dio al dicho Don Cristóbal, y casi sin volver en sí, subió en él, y Pedro Vergel a pie, con acicates a su lado, fueron corriendo al toro y lo mataron a cuchilladas. Estimóse en mucho esta facción de Pedro Vergel, y por tal el Duque del Infantado desde el balcón de S. Md. le dio las gracias, y lo mismo hicieron los

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toso, siempre le vemos en primer término formando parte del sé­quito real. “El sábado 30 de octubre de 1621 años, a las tres de la tarde, entró Su Majestad, el Rey Felipe IV, que Dios guarde mu­chos años, con todos sus Grandes, corriendo la posta de El Esco­rial a esta Corte, y entró por el parque juntamente con el Señor Infante Don Carlos, y estaba la Reina, Madama Isabela, aguardán­dole. Pareció muy bien. Y vino haciendo el oficio de Correo Mayor Don Juan de Tasis, Conde de Villamediana, el cual venía muy lucido” 66. Juzgamos que éste debió ser el arranque de su ascensión política. Las alusiones a estos festejos son frecuentes. “El 6 de diciembre, viniendo el Rey de Aranjuez, entró por la puerta Segó- viana y el Parque a Palacio, también con el Infante Don Carlos y Villamediana” 67. En las cartas de Almansa y Mendoza encontramos otra noticia del mismo tipo: “ Su Majestad, antes de entrar este año, fue al Pardo dos veces y quiso hacer la vuelta a la posta con muchas galas- ocasiones en que lució bastantemente la liberalidad y gallardía del Conde de Villamediana” En todos estos viajes aparece Villamediana como organizador. He aquí otro aviso publi­cado en el boletín de la biblioteca Menéndez Pelayo: “Y detrás del Rey, el Duque de Alba y el Conde de Villamediana, pasaron

demás Grandes y Señores desde sus ventanas. El caballo se lo había pres­tado a Pedro Vergel el Conde de Villamediana, y estimó tanto el hecho que se lo dio dado, enjaezado como estaba, y asimismo le ofreció ración para él en su caballeriza” (Bibl. Colombina, t. C X IV de varios infolios. Citado por A. de Castro, La Barrera, Cotarelo, etc.). Acevedo y Vergel habían sido satirizados por el Conde con injusticia y con crueldad, y lo importante de ambas anécdotas es que los muestran no sólo reconciliados, sino amigos de Villamediana. En este cambio de conducta tendrían su parte correspondiente el arrepentimiento y la ambición política del Conde — el deseo de ganar votos para su candidatura— , pero también influye el desdoblamiento personal de Villamediana, situado siempre en posicio­nes extremadas y contradictorias, entre la acritud y la generosidad, quehemos venido señalando como su nota más característica.

66 Cotarelo, op. cit., pág. 99. í7 Ibid., pág. 99.68 Ibid., pág. 118.

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la carrera de día frontero” 69. Góngora, con su acostumbrada pun­tualidad, nos informa también de estas andanzas:

El 2 de noviembre de 1621 entró Su Majestad por et Parque a las tres de la tarde, con treinta y seis caballos — gallardos mucho— , de plumas principalmente, y todos los que corrían tan galanes como honestos, porque el luto 70 no dio facultad a más que a desnudar los avestruces. Villamediana lució mucho, tan a su costa como suele, y fue de manera que aun corriendo, se le cayó una venera de dia­mantes, valor de seiscientos ducados, y por no parecer menudo, ni perder el galope, quiso más perder la joya 71.

Prueban estos avisos tanto la popularidad de Villamediana como el favor real de que gozaba. Los informantes son distintos, y todos ellos entre el séquito de los Grandes nombran sólo a Villamediana. Al Duque de Alba se le cita una sola vez. Al Conde de Olivares, gran caballista72, que debió sumarse a estos desfiles para seguir todos los pasos de su rey, no se le nombra. Puede argüirse que la mayoría de estos viajes se hacían por la posta y que las alusiones a Villamediana se justifican por su cargo. Aceptamos el argumento, aunque no justifica por sí solo el relieve que tiene la figura del Conde en todas estas citas. Tanto mejor a nuestros fines si se le destacaba, considerándole como organizador de estos festejos. Ano­taremos finalmente que en dos de estos avisos se subraya la cir­cunstancia de que Tasis cabalgue junto al Infante Don Carlos. Sin sacar conclusiones del hecho, no dejaremos de añadir que en torno a los Infantes se centró por entonces, durante mucho tiempo, la oposición al Conde Duque.

69 B. M . P., año 1923, marzo.70 El reciente luto por S. M . Felipe III.7J Góngora, Obras Completas, pág. 1063. Agradecemos la nueva ver­

sión que publicamos de estas cartas a la generosidad de Dámaso Alonso.72 “ En el coso con el rejón, en la plaza con la caña y adarga, en la

calle Mayor y Prado con ambas sillas, en la Academia con la pluma, en el Terrero con la gala, siempre [el Conde de Olivares] arrebató los aplausos y ganó las aclamaciones” (Pellicer, Templo de la Fama, fol. 132).

“ Olivares era el mejor jinete de España y trataba a los hombres como a sus enormes caballos, obligándoles por la fuerza y la tenacidad a obe­decer” (Hume, op. cit., pág. 31).

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Como hemos indicado en su lugar7i, el momento de mayor auge de Villamediana coincide con las ñestas de Aranjuez. Brilla entonces más que Olivares. Como representante de la Reina, pla­nea y dirige la conmemoración en todos sus detalles, y al mismo tiempo — ¿quién lo dijera?— actúa como empresario de los amores del Niño-Rey con Doña Francisca de Tabora. Doña Francisca es la primera de las amantes de Felipe IV — le sigue la Charela— en la lista de las amantes reales que nos da Pellicer en sus anotaciones. La escritura de estas anotaciones es autógrafa: los hechos son his­tóricos. Hay que contar con ellos1A. Esta actitud pudo y no pudo ser preconcebida, pero da la impresión de que Villamediana quería cubrir todos los frentes de influencia con el Rey: demasiados quizás. En resumen, los datos conocidos sobre su valimiento son escasos, pero suficientes. Parece probable que en mayo de 1922, nadie, ni aun el mismo Conde Duque, pesara tanto en la Corte como él, al menos — esto es lo único cierto que sabemos— en las exterioridades y demostraciones públicas de la Corte. Consciente de ello e instado por su carácter ostentoso, llega a hacer gala del favor real presentando en el teatro de Aranjuez, ante el pueblo, la Corte y la Real Familia, dos estatuas, de proporción tan gigan­tesca que servían de correspondencia a la fachada, representando a Marte y a Mercurio75. Dada la situación política que hemos

73 Véanse las págs. 89-90 de este estudio.74 Se puede fechar exactamente la duración de este galanteo. Co­

mienza, como hemos visto, en las fiestas de Aranjuez — mayo de 1622— , terminando antes de la primavera del año 1625, pues el 15 de mayo de 1626 nace el primer hijo bastardo del Rey — Don Francisco Fernando de Austria— , fruto de sus amores con la Charela, hija del Conde de Charel y la segunda de las favoritas conocidas y nobiliarias de Felipe IV.

75 Por ser Mercurio el correo de los dioses le llama Góngora a Villa- mediana de esta manera:

¡O h Mercurio del Júpiter de España!

El simbolismo era bien conocido. Don Esteban Manuel de Villegas le denomina también así en la epístola que le dedica en alabanza de su Faetón:

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analizado en el capítulo anterior, tal audacia nos parece increíble, pero es cierta. Ante la congratulación de los unos y la envidia de los otros76, este festejo — el primero de los grandes festejos que dieron nombre al reinado— estuvo presidido por las estatuas del Rey Felipe IV y de Villamediana que flanqueaban el escenario en fraternal armonización. Condición y figura, hasta la sepultura. Creo innecesario decir que esta actitud carecía de sentido: era impru­dente, prematura y desmesurada. Bien pronto y a su costa tuvo que comprenderlo Villamediana. Es natural que en esta rivalidad política echase mano el poeta de sus armas acostumbradas. “ En efecto, dice Hartzenbusch, si en 1618 había satirizado Tasis acer­bamente a los ministros de Felipe III, con mayor acrimonia satirizó en 1621 y 1622 a los de Felipe IV y a toda la Corte; se descom­

Canta, canta feliz el Principado del Júpiter que rige los dos polos, pues eres el Mercurio de su Estado.

(Eróticas, t. I, pág. 318).

Marte solía llamarse al Rey como fórmula adulatoria y alusiva a su carácter de deidad. Así le llatna Quevedo:

Con ella parece un Marte y den mil Martes parece, menos todo lo aciago y más todo lo que vence.

(Ed. Blecua, pág. 837).

Lope de Vega en el famoso soneto “ A la venida de los ingleses a Cádiz” :

Con débil caña, no con fresno herrado, vio a Marte en forma de español Cupido.

Estas dos alusiones se refieren a Felipe IV. D on Juan de Jáuregui tam­bién escribe en su soneto “ A una estatua de Felipe II I” :

pues tú que agora pintas Marte Ibero.(V. nuestra Antología del Imperio, t. II, pág. n o ).

76 En estos casos es bien sabido que suelen dividirse las opiniones.

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puso con Olivares y aun consta que del Rey escribió con poco res­peto 77. Veamos algunas de estas composiciones:

La carne, sangre y favo r78 se llevan las provisiones; quedos se están los millones y Olivares gran señor;Alcañices cazador,Carpió en la cámara está,Monterrey es grande ya,Don Baltasar presidente: las mujeres de esta gente75 “nos gobiernan... ¡bueno v a !” .

Esta décima, donde se zarandea y se deja bien pringada a toda la parentela de Olivares, debió de escribirse poco después del 14 de Julio de 1621, en que concedieron al Conde de Monterrey la Gran­deza de España. La décima es muy parecida a las de Tasis, pero como en materia de atribuciones hay que andarse con pies de plo­mo M, no aseguramos nada: baste decir que tiene un aire familiar

77 Op. cit., pág. 87.73 L a expresión era frecuente en la época: es una frase acuñada.

Véanse algunos ejemplos: "L a Capilla Real tenía diferente aplauso y autoridad por la asistencia de los Grandes y de otras personas ilustres, no habiendo antes quién acompañase al Rey... pareciéndoles que no le tenían y que todo era de la carne y sangre” (es decir, los parientes del Conde Duque). Novoa, t. 86, pág. 81. El Privado dice Novoa que debe ser “ cortés, compuesto y amador de la virtud; en la distribución de los beneficios, legal y en equilibrio la pane de carne y sangre” (t. 86, pág. 99).En fin, Cervantes dice en E l Q uijote: “ Y como las honras y deshonrasdel mundo sean todas y nazcan de carne y sangre".

79 Las tres hermanas del Conde Duque: Doña Francisca de G uz- mán, casada con Don Diego López de Haro Sotomayor, Marqués del Carpió; Doña Inés de Guzmán, que casó con Don Alvaro Enríquez de Almansa, Marqués de Alcañices; y Doña Leonor María de Guzmán, que fue mujer de Don Manuel Fonseca de Zúñiga, Conde de Monterrey.

80 En la poesía lírica hay siempre un margen de atribución segura y un margen de atribución insegura; en la poesía satírica — por necesi­dad— no hay nunca un margen de atribución segura. Así, pues, cuando

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con las suyas81. Veamos otia de las sátiras contra Olivares que tiene el mismo paso de andadura:

Niño Rey, privado Rey; vice-privado chochón 82, presidente contemplón 83, confesor, hermoso buey 84; pocos los hombres con ley, muchos siervos del privado idólatras del sagrado; carne y sangre poderosa; la codicia escrupulosa... i Cata el mundo remediado!

Cotarelo pone en duda que Villamediana escribiese contra Oli­vares, y mantiene este criterio, contra la evidencia, porque le inte­resa descartar todas las posibles causas de la muerte de Villame­diana, salvo una: su pasión por la Reina. No es necesario llegar a conclusión tan extremada. Fueron varias las causas que coadyuva­ron a su muerte, y ésta, según la mayoría de los testigos, fue una de ellas. Villamediana era incorregible, y disputaba su privanza a Olivares: es natural que no dejara de escribir contra él. Sabemos que escribió. También sabemos que, aunque ésta no fue la causa

hablamos de la poesía satírica de un autor tenemos que contar con este margen, sumamente elevado, de inseguridad.

81 Quiero decir que me parecen suyas. Todo lector gustoso y aficio­nado de la poesía encuentra siempre unas características, muy difíciles de definir, un cierto aire inexpresable, igual que cuando encontramos entre dos rostros un aire familiar, que le orientan en esta árdua tarea de reconocer el estilo de un autor. Ténganse en cuenta, sin embargo, dos importantes limitaciones: la primera, que en la poesía satírica, que tiene siempre carácter demagógico, el autor abandona su técnica personal, adop­tando un estilo directo, desgarrado y popular, que tiende extraordinaria­mente a la uniformidad; la segunda, que dada la notoria popularidad de las sátiras de Villamediana, todos trataban de imitarlas.

82 Don Baltasar de Zúñiga.83 Don Fernando Contreras, Presidente del Consejo de Estado.84 Fray Antonio Sotomayor, Confesor de Felipe IV e Inquisidor G e­

neral.

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principal de su muerte, coadyuvó a ella. Circularon en este tiempo, de mano en mano y de boca en boca, sátiras numerosas contra el Gobierno, que solían atribuirse a nuestro poeta. Nada tiene de ex­traño. Es indudable que algunas de ellas se las prohijarían sus autores a Tasis para nadar y guardar la ropa; pues como escribe Lope de Vega:

En fe de mi nombre antiguo cantan pensamientos de otros, tal vez porque siendo malos yo, triste, los pague todosM.

Pero también es natural que algunas de ellas fueran escritas por el Conde. No podemos dudarlo. Condición y figura, hasta la sepultura. No era Villamediana hombre para callar, y no calló. Podemos certificarlo históricamente:

Pero tornemos a Madrid donde también por estos días su cor­tesana ociosidad... despreciando las vigilias de tantas Juntas y Con­sejos... brotó su pecho vil veneno, y en plumas libres y satíricas, con picantísimos libelos, sin preservar las jerarquías de los minis­tros más subidos, ni aun sus discordias más ocultas, querían así fundar en ellas la breve ruina de sus polos. Decían que entrambos [Zúñiga y Olivares] maquinaban contra su mismo valimiento, y que Don Baltasar habla intentado perpetuarse solo en él, desenta­blando a su sobrino, porque nunca la esfera del privado se quiere alumbrar de más de un sol. Mas no anunció bien su pronóstico, antes sirvió de dar más filos y acelerar la perdición del que (por dicha no engañándose) le hacía su autor el pueblo todo. Bien que otros hombres advertidos, aún señalaban con el dedo muchos, que hallándose apeados de los lugares que tuvieron, daban consuelo a su fortuna por tan indignos descaminos, y no tan sólo se esforzaban en desacreditar a los ministros, pero a sus más justos consejos los desdoraban y volvían la miel en amargo acíbar86.

85 Cotarelo, op. cit., pág. 159.85 Céspedes y Meneses, op. cit., págs. 237-238.

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El texto procede de la Historia de Felipe IV, de Gonzalo Cés­pedes y Meneses, y viene aquí como anillo al dedo. Confirma, en primer lugar, la disputa por la Privanza entre Zúñiga y Olivares, y certifica la existencia de libelos y sátiras contra el Gobierno. Has­ta aquí todo es materia sabida y consabida. Mayor valor tienen para nosotros las palabras siguientes: “ Mas no anunció bien su pronóstico, antes sirvió de dar más filos y acelerar la perdición del que — por dicha no engañándose— le hacía su autor el pueblo todo” . Ninguna de estas palabras tiene desperdicio. “Mas no anun­ció bien su pronóstico”, es decir, no fue acertado el pronóstico del libelista, porque en vez de cumplirse con la ruptura entre Zúñiga y Olivares, sólo sirvió para acelerar la perdición de su autor. Ahora bien: el autor del libelo era Villamediana. Ésta era, al menos, la opinión popular, confirmada por Gonzalo de Céspedes. He aquí, por tanto, bien remachado el único eslabón que nos faltaba. Con­vengamos en que el valor del texto es inapreciable, y su sentido inequívoco. Por él sabemos que Villamediana tomó parte activa en la disputa entre los privados, atizándola y escribiendo contra Oli­vares. Pero sabemos también algo que nos importa mucho más. Este episodio, la intervención de Villamediana en la disputa por la Privanza, dio filos a su muerte y aceleró su perdición. Téngase en cuenta la dura precisión de estas palabras: los escritos satíricos de Villamediana no ocasionaron su muerte, sólo la aceleraron. Es decir, que, como ya sabíamos, su muerte estaba prevenida y su sentencia dictada por motivos distintos. Sus escritos satíricos sirvieron única­mente para precipitarla. Ahora podemos comprender por qué fue justamente el confesor de Don Baltasar de Zúñiga quien previno a Villamediana del peligro en que estaba87.

Y esto es todo. Tal vez algún lector pueda pensar que hemos exagerado esta tensión, esta pugna política, que no ha dejado ras­

87 Existe una curiosísima indicación de Novoa sobre la muerte de Don Baltasar de Zúñiga que puede estar relacionada con los hechos que comentamos: “Este descuido, y algún ruido escandaloso y mal encamina­do, que había pretendido desviar, ocasionado de ciertos versos, redujo en breves días a Don Baltasar, con una calentura ardiente y sueño pro­fundísimo, en manos de la muerte” (op. cit., pág. 404).

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tro alguno en la vida española. En efecto, careció de importancia. Tal vez no haya tenido más consecuencia que la muerte del Conde. Para nosotros es bastante. Sabíamos por Novoa que el Conde Du­que fue el promotor del asesinato de Villamediana, y queríamos descubrir qué razones le llevaron a ello. Ya las sabemos. La muerte del poeta, vista desde este nuevo ángulo, fue tan sólo una baza necesaria en el juego político de Olivares. En las páginas anteriores hemos tratado de describir la breve historia de este enfrentamiento. Ahora vamos a certificarla con las palabras de sus mismos prota­gonistas, confirmando, ante todo, que no era un duelo a primera sangre. Entre las sátiras de Villamediana contra Olivares se en­cuentra la siguiente:

¡Hola! ¡Ahó Conde O lívete!, no os perdáis por temerario, que si hoy, por el favor, estáis cerca del Tabor, también lo estáis del Calvario 88.

Se dirá que esta amenaza de muerte era sólo un artificio ver­bal, o, si se quiere, un aojamiento. Nada más lejos de la realidad. Como los hechos demostraron, el duelo no era a primera sangre. He tenido la suerte de encontrar un testimonio inapreciable que nos aclara definitivamente la existencia, y también la dureza, de este duelo político. El testimonio escalofría. Es la sentencia de Villamediana firmada previamente por el Conde Duque, y divul­gada a modo de advertencia. En ella se le advierte que se ande con cuidado, pues la amenaza no es un juego, sino un programa de gobierno. Conviene que la leamos, deletreándola:

Pues fuisteis, Conde, profeta de lo que ha salido a luz, temed del nuevo arcabuz que hoy todo el mundo respeta; guardad la canal secreta

88 Cotarelo, op. cit., pág. 295.

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su centro no fatigado, porque si habéis acertado, también Xaxo profetiza que el vulgo os verá en ceniza después que os hayan quemadoS9.

Se escribió esta composición estando ya Olivares en el poder: por consiguiente, después del mes de Abril de 162189 bis. No nos parece lógico que se escribiera en los primeros meses de gobierno del Conde Duque, pues su rivalidad con Villamediana no había em­pezado todavía. La décima tiene carácter de intimidación o, si se quiere, de ultimátum, de sentencia definitiva. Se escribe para que Villamediana siente la cabeza, y para conseguirlo se le amena­za de manera despiadada y violenta, profetizándole, en nombre de Olivares, que si no abandona la vida que lleva y no guarda respeto al gobierno morirá quemado como sodomita en la plaza pública. Al ademán siguieron las heridas. Villamediana murió en la calle el 22 de agosto de 1622 y fue acusado de sodomía. No le quemaron, le mataron a hierro, pero indudablemente se le cumplió la palabra empeñada.

SUMA y SIGUE DE TERCERÍAS

Llegados a este punto, creo poder afirmar que las causas de la muerte de Villamediana no son ningún misterio. No sé si habré acertado a situarlas dentro de un orden lógico. Tal era mi intención. Sin embargo, debo reconocer lealmente que aún hay aspectos sobre los cuales juzgo difícil decidir; otros, en cambio, me parecen evi­dentes y comprobables. A ellos me atengo, o mejor dicho, a ellos quiero atenerme. No desearía llevar hierro a Vizcaya, ni añadir vueltas inútiles a este complicadísimo laberinto90. No quiero exa­

89 Bibl. Nacional, M s. 17477, L a décima es anónima. Enella se le acusa de sodomía y se le profetiza la muerte a causa de ello si no tiene miramientos con el nuevo poder.

S9 bis j j s posible también que se escribiera después de la muerte de Villamediana para confirmar su carácter de sentencia pública. '

90 Para poner de acuerdo las opiniones de los contemporáneos con

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gerar mis convicciones, y en modo alguno pretendo convencer a mis lectores de lo que no estoy convencido. La primera condición del historiador es la humildad. No todo es claro, no todo puede redu­cirse a esquema lógico; en toda exposición histórica quedan siem­pre contradicciones y cabos sueltos, misterios y penumbras. Con­viene respetarlos. No todos los aspectos de una cuestión se pueden encuadrar con rigurosa exactitud. No nos importe; en todo caso, hay que estudiarlos con respeto. Así, pues, creo conveniente re­capitular cuanto llevamos dicho y me parece comprobable.

1. Los amores de Villamediana con Doña Francisca de Tabora carecen de toda clase de fundamento.

2. Los amores de Felipe IV y Doña Francisca de Tabora tie­nen carácter histórico, y nosotros hemos podido demostrarlo con la opinión de Pellicer.

los documentos encontrados por él, Don Narciso Alonso Cortés fuerza hasta límites inverosímiles la interpretación de algunas epitafios. Niega gratuitamente la atribución de la décima “ Mentidero de Madrid” a G ón­gora, para convertir la décima de un amigo en la décima de un acusador. Afirma que hay un equívoco en el verso N i se sabe, ni se esconde, para aclarar que estos veisos significan Nise sabe, Nise esconde, es decir que una tal Inés sabía quién era el autor del crimen y lo ocultaba. Mucha imaginación innecesaria muestran estas palabras.

Más aventurada aun es la siguiente afirmación de Don Narciso: “ Otro equívoco, bien claro a mi entender, es el de Bellido. N o se trata de nin­gún émulo del traidor de Zamora: trátase de un bellido (bello, agracia­do, hermoso), esto es, de un afeminado. Y en cuanto a lo del impulso soberano, creo que el lector dará con el equívoco dividiendo esta palabra después de la quinta letra...” (op. cit., pág. 90). Todo esto son puerilida­des. La décima es de Góngora sin la menor sombra de duda. Góngora era gran amigo de Villamediana, y escribe para defenderle y no para infamar­le. Lope contesta a esta décima glosándola verso por verso y afirmando que el asesino no era un traidor puesto que había matado a Villamediana obedeciendo las órdenes del Rey. Por consiguiente, no tienen otra inter­pretación las palabras finales del epitafio de Góngora-, y el impulso so­berano. Así fueron interpretadas de modo unánime en su tiempo, y así lo han sido en el nuestro. L a muerte del Conde de Villamediana puede tener, y tiene, aspectos misteriosos; los tiene también claros y aun evi­dentes: separemos unos y otros, y tratemos de encontrar la salida, o el hilo conductor, en este laberinto.

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3. Villamediana ayudó eficazmente a la realización de estos amores. Por lo tanto, su relación indudable con la Tabora es una relación de tercería.

4. La inclinación de Villamediana por la Reina Isabel de Bor- bón y las temerarias demostraciones públicas que hizo por ella fueron la causa determinante de su muerte.

5. A ella deben sumarse los escritos satíricos que escribió contra el Conde Duque. Ante el tribunal de sus contemporáneos, aparece Olivares como el instigador de este asesinato.

6. La ambición política de Villamediana le hizo intervenir, hacia el fin de sus días, en las disputas por la Privanza. De aquí procede su rivalidad con el Conde Duque.

7. Villamediana, después de muerto, fue procesado por so­domía.

Estrictamente hablando, estas son las cuestiones que me pare­cen comprobables. A ellas me atengo, pero debo indicar que algu­nos de estos puntos necesitan explanación. Volvemos sobre ellos. Servirá este trabajo, en primer término, para atar cabos sueltos. En segundo término, para aclarar algún aspecto importante que hemos tocado de modo volandero, por la necesidad de ceñimos a la argumentación. Hay que tener en cuenta que los mismos hechos, contemplados desde distintas perspectivas, tienen escorzos diferen­tes. En tercer término, para fijar los límites precisos de lo que no juzgamos seguro y comprobable. Ante el misterio histórico, que tal vez nunca se pueda resolver, hay que determinar estrictamente dónde termina la claridad y empieza la penumbra. Aquí es donde la hipótesis cobra valor, aunque valor de hipótesis únicamente. Tal es nuestro programa. El primero de los puntos que juzgamos que necesitan explanación y comentario es la cuestión de las tercerías del Conde Duque, pues por desgracia, esta cuestión de las terce­rías jugó un papel sumamente importante en las disputas por la Privanza y en la muerte de Villamediana.

Ante todo conviene precisar la tesis de Marañón a este respec­to. A tal señor, tal honor. Trata el punto ampliamente en uno de los capítulos de su biografía del Conde Duque llamado “ Las su-

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puestas tercerías” . Un lector desatento y a la diabla pudiera de­ducir de este epígrafe que en el texto se niegan las tercerías delConde Duque. Nada más lejos de la verdad: lo que hace Marañón es limitarlas dentro de un tiempo determinado, pero no negarlas. Veamos cómo:

L a táctica de Olivares era clara: sin reparo, sin respetos, pres­cindiendo de hombres y de principios, con la anestesia ética delque cree que el fin justifica los medios, tenía que apoderarse de aquel mozo pálido que pronto sería el mayor Rey de la tierra. No es que al pensar así Olivares fuera de peor condición que los de­más; es que el apetito del poder le torturaba, y para satisfacerlo, por aquel entonces, ni por él, ni por nadie, se conocía otro medio que ganar la voluntad del Rey. Y puso manos a la obra por todos los medios que le sugería su indiscutida sagacidad y su don impe­rativo. Si fueron buenos o no todos estos medios, no lo podemos juzgar ahora... Es, desde luego, certísimo que en los primeros años de su reinado el afán del Conde por conquistar la voluntad del futuro Monarca le hizo extremar sus complacencias en todo aquello que un joven apetece... Pero en todo caso, incluso esta fase de complacencia fue pasajera. Pocos años después, desde que en 1626 muere su hija María, vemos, en efecto, al Conde Duque inclinado a graves normas de austeridad m oral91.

Con las debidas atenuaciones, acepta, pues, el hecho. No niega las tercerías del Conde Duque: dice que fueron pasajeras, y, de acuerdo con el Conde de la Roca, las finaliza en el año 1626. Su continencia de costumbres, por consiguiente, fue como un luto por su hija que llevó hasta morir. El arrepentimiento venga siempre en buena hora. No hay que pedirle cuentas. Sin embargo, por pasajeras que fuesen sus tercerías, existieron en el período de dis­puta por la Privanza 92 y ésta es la fecha en que nos interesa pre-

91 Marañón, op. cit., pág. 37.92 Para que juzgue el lector por sí mismo la importancia de la pri­

vanza y del Privado, citamos la siguiente curiosa anécdota: “M e han asegurado que cuando Don Luis de Haro da audiencia a alguien, su se­cretario Cristóbal se pone de rodillas, pero lo más sorprendente es que Fernando de Contreras, que no es criado suyo, sino oficial del Rey, y el

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usarlas. No utilizaremos los datos de la leyenda de difamación que se esparcieron a su caída del poder. Nos limitaremos a los datos de carácter histórico. La primera de estas insinuaciones la debemos a Bassompierre, y dice así: “ Esperan mucho del nuevo Rey, al que el Conde de Olivares y Don Baltasar de Zúñiga poseen absoluta­mente. Temo que la Reina, su mujer, que hoy ha sentido moverse a su hijo, no sea tan feliz como lo era en vida del Rey, su suegro” 93. Las Memorias del Mariscal de Bassompierre son un documento verídico y minucioso de cuantos hechos ocurrieron en la Corte durante su embajada. Son informes secretos. Muestran información, agudeza y mesura. Las palabras citadas son melancólicas, discretas y graves: Temo mucho que la Reina, que hoy ha sentido moverse a su hijo, no sea tan feliz como lo era en vida del Rey, su suegro. ¿Cuáles eran las causas de esta infelicidad, precisamente en los momentos en que todo le sonreía, la elevación al trono y el primer movimiento en su vientre del heredero de la Corona? No parece difícil precisarlas. En este informe por vez primera, se insinúan las infidelidades de su marido.

Por estas mismas fechas se escribe un documento bien conocido en donde se confirman estas primeras infidelidades del Rey.

Carta que el Ilustrísimo Señor Don Garcerán Albanell, Arzo­bispo de Granada y Maestro que fue del Rey Nuestro Señor Don Felipe IV , escribió al Conde Duque de Olivares sobre murmurarse en la Corte, a los principios de su privanza, que el Rey salía con ¿1 de noche.

Exmo. Señor: Y o siempre, Señor mío, he sido amigo de Vues­tra Excelencia, y como tal y Ministro de Dios y Maestro de nues­tro R e y 94, podré, con variedad y llaneza, decir lo que oigo y lo que siento, pues no lo condenará Vuestra Excelencia, siendo bien de Su Majestad y provecho de Vuestra Excelencia. Suplicóle cuanto puedo desvíe las salidas del Rey de noche y mire cuánta parte de culpa le dan en esto las gentes, pues publican que le acompaña y

más considerado de sus Secretarios de Estado como aquél que tiene el despacho universal, le rinde ese mismo honor” (Brunel, op. cit., pág. 446).

93 Op. cit., pág. 352.94 “Y como tal y maestro de nuestro Señor y Rey” , Ms. 79*58, fol. ro.

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que se las aconseja95, y aflijiéndose de parecerles que se malogran las esperanzas que hubo al principio de su gobierno5 que al fin siempre se está con gran observación de las menores acciones de quien se espera m ucho96. En realidad de verdad, este gusto no es bueno, aunque se toma por entretenimiento, por las muchas cir­cunstancias que le hacen dañoso, y la materia que se toman las gentes para hablar97 y reconocer algunas impropiedades que con­tradicen el decoro que debe guardar un Rey, y, cuando no hubiese otro daño, es grandísimo el dicho ejemplo en quien le debe dar tan grande, y poner los ojos en las ansias con que murió su padre por omisiones98. ¡Qué será si damos lugar a comisiones! 99 Su­plico a Vuestra Excelencia lo considere, y que ha de dar cuenta a

95 “Publicando que es su compañero”, M s. 7968, fol. 10.96 “ Se está con gran recelo de quien se esperaba mucho", Ms. 7968,

fol. 10.91 “ Y la libertad que se toman los vasallos para hablar” , B. A. E.98 “ Por omiso” , dice el manuscrito.99 A partir de este punto, la versión del manuscrito y la publicada

por Ochoa se separan considerablemente. L a versión publicada es más acusatoria y da impresión de contrahecha. L a damos a continuación: “ Por algún yerro que cometa, nadie culpará al Rey, sino a quien le dirige, y siendo vuecencia éste, se expone a que le mire el pueblo con horror, debiendo atenderle con respeto. Son muchas las circunstancias que deben concurrir en quien tiene a su cargo la dirección de un Príncipe. Vuecen­cia las sabe, pero las olvida, y por eso estoy precisado a recordárselas para que aplique el remedio antes que experimente el castigo. Vuecencia considere bien que ha de dar cuenta a Dios de lo que al Rey aconseje y que ésta será más grande por el mayor talento que le ha dado; asegurán­dole que si complace a Su Majestad en cosas poco lícitas, correrán riesgo el alma y el Estado. Créame Vuecencia y prevéngase con tiempo,. no con medios de la sabiduría humana, sino con ser muy agradecido a Dios, por las grandes mercedes que le ha hecho, y muy fiel y ajustado a su santísi­ma ley; acordando esto siempre al Rey y proponiéndole el camino de la virtud. Jamás se olvide vuecencia de la santa madre que tuvo, a la cual Sixto V nunca llamó con otro nombre que con el de la Santa Condesa; y de un padre tan insigne; que de este modo llevará adelante el resplan­dor de su cuna sin afearle con obras que desdigan de ella, como las que me aseguran que ejercita hoy, y son contra Dios, contra el Rey y contra la Patria. Haga solamente aquéllas que sean dignas del lugar que tiene para mucho bien suyo y de los Reynos de V. M d ...” (B. A. E., t. 62, pág. 61).

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Dios de todo esto, y más cuanto mayor talento le ha dado, y le aseguro que por complacer al Rey en cosas ilícitas, perderá su preheminencia, y correrá riesgo el alma y el Estado. Créame Vues­tra Excelencia, y prevéngase con tiempo, no con medios de esta sabiduría humana, sino con ser agradecido a Dios por las grandes mercedes que le ha hecho, y muy fiel y acordado a su santa ley, acordando al Rey esto siempre, y proponiéndole el camino de la verdad, y acuérdese Vuestra Excelencia de la santa madre que tuvo, a la cual la santidad de Sixto V jamás la llamaba si no es la Santa Condesa, y de un padre tan insigne, para llevar adelante este es­plendor con obras dignas del lugaf que tiene, y para nuevo biensuyo y de los Reinos de Su Majestad, guarde Nuestro Señor aVuestra Excelencia como deseo. Granada, 28 de Agosto de 1621. Besa la mano de V. E. su mayor amigo. El Arzobispo de Grana­da 1».

La carta tiene templanza en la expresión y gravedad en las acusaciones. Demuestra una actitud cívica ejemplar, que no ante­pone los respetos humanos a las normas. Don Garcerán habla en voz baja y exigente, sin gallardías como quien cumple una obliga­ción. Don Garcerán se dirige al privado, a quien todos temían,como si hablara a un penitente. Subrayamos el hecho, porque me­rece ser subrayado. Es curioso observar que en época tan relajada como la que estudiamos, la mayoría de los actos de enfrentamiento al Gobierno en nombre del deber se realizaron por gentes eclesiás­ticas. Recuérdese, por ejemplo, la polémica jesuítica sobre las con­fesiones del Conde Duque, uno de los sucesos más curiosos y

100 B. A. E., Epistolario español, t. 2, pág. 61. Citaremos algunas opiniones contrarias a la privanza: “ Saavedra Fajardo amonesta al Prín­cipe tenga Ministros, no compañeros del Imperio... asístanle al trabajo, no al poder”, porque “ donde muchos gobiernan no gobierna alguno” . Pero el que se inflama con más exagerada ira ante esa confusión de funciones es Quevedo. Toda su obra principal es una diatriba contra estos casos de desorden: “ Quien duerme, no reina. Rey que cierra los ojos da la guarda de las ovejas a los lobos. Y el Ministro que guarda el sueño a su Rey, le en tierra, no le sirve; le infama, no le descansa; guárdale el sueño y piérdele la conciencia y la honra” . Citados por Maravall, op. cit., pági­nas 301-302.

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ejemplares de aquel reinado. Pero sigamos con lo nuestro. El mo­mento más duro de la carta de Don Garcerán es, indudablemente, aquel en que recuerda al Conde Duque, para que ponga los ojos en ella, la agonía de Felipe III, la angustiada agonía de Felipe III, por haber abandonado el poder en manos ajenas: pecado de omi­sión que dio motivo a la inquietud de sus últimos días y a la angus­tia de sus últimas horas. Testimonia la gravedad de la alusión la respuesta del Conde Duque, un poco exacerbada, donde vuelve la oración por pasiva, y en vista de que el Arzobispo le había querido dar una lección política, pretende darle al Arzobispo una lección de Teología: “ Y me admira que en un Rey halle Vuestra Señoría Ilustrísima por mayor pecado el de comisión que el de omisión, siendo el primero vicio del hombre que es contra sí, y el segundo de Rey que es contra todos” . El resquemor y el orgullo 101 alientan en la contestación del Conde Duque, haciéndole entreverar razona­mientos y amenazas: “ Las amonestaciones que previenen lo que se teme y rigen lo sucedido, las venero de cualquiera que me las da, pero [de] aquello en que se anticipa la reprensión al yerro, bien pudiera no admitirse con la blandura que yo recibo las de Vuestra Señoría Ilustrísima, porque conozco su virtud y sus letras y enten­dimiento, y que el amor que muestra a Su Majestad... y a mí, me hacen desear que aun se excusen lances, que yo holgara de ello muchísimo" 1M.

101 Para comprender tanto la rigidez de la etiqueta de la Corte como el orgullo del Conde Duque, recordaré a los lectores la anécdota de la llegada a Madrid del Príncipe de Gales, acompañado de Lord Buckingham, que narra Hume : “ Habiendo de zanjarse una docena de intrincados puntos de etiqueta, Gondomar estuvo ocupado todo el día yendo y viniendo de Palacio a “La casa de las siete chimeneas”, pero por último se arregló que el orgullo de Olivares se salvase de hacer la primera visita mediante el expediente de un encuentro fortuito, en apariencia, con Buckingham” (op. cit., pág. 49). Buckingham ocupaba en Inglaterra el mismo puesto que Olivares en España, y había corrido dieciséis días en barco y a uña de caballo para llegar a Madrid, viajando de incógnito y exponiéndose a peligros: el Conde Duque no podía atravesar la puerta de su casa para visitarle, y se encontraron en la calle. Estos eran los tiempos y este era su carácter.

102 Bibl. Nacional, Ms. 7968, fol. n .

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Tanto la carta del Arzobispo como la respuesta del Conde Duque no dejan la menor duda sobre las complacencias y terce­rías 103. Pero no fiemos el envite a una sola carta. No es necesario. Todo el mundo alude a ellas: el mismo Conde de la Roca, que no hace propiamente su biografía, sino su apología: “ Las demás cosas que también le notaban eran algunos impulsos de juventud animados del poder, que por mucho que los recate el arte, los des­cubre el puesto... Esta murmuración, que dan por totalmente in­justa, duró hasta que en la muerte de la Marquesa de Helíche, su hija, sólo en el Conde de Olivares quedó de lo que fue la aparien­cia exterior, pero ninguno de los efectos antecedentes” m. Novoa confirma las tercerías del Conde Duque 105, y Siri escribe que, a medida que Don Felipe avanzaba en edad, el Conde le variaba las diversiones, tales como paseos nocturnos, amoríos fáciles y, en fin, todo aquello que la blanda y perezosa vida de Madrid puede ofre­cer l06. Valga por lo que valga, recordemos también la opinión de

103 Historiador Can exigente como Don Benito Sánchez Alonso ha negado la autenticidad de estas cartas: “7119, Carta que... D on Gar- cerán Alvaraz (sic, por Albanel), Arzobispo de Granada... escribió al Conde Duque de Olivares. Respuesta del Conde D uque... SErud, i r i , 63769. (La atribución del Arzobispo es absurda). Copia de una Carta del Arzobispo de Granada, Don Galcerán Albanelo... al Conde Duque de Olivares acerca de las salidas del Rey de noche. Y respuesta. BTrEsp, 1841, 47-48” . (Todo ello es probablemente apócrifo). B. Sánchez Alonso, Fuentes de la historia española y americana, Madrid, Publicaciones de la Revista de Filología, t. I, pág. 511.

Sin duda, esta opinión de Sánchez Alonso influye en Marañón, que cita esta carta como atribuida — pág. 37 de su obra sobre el Conde D u­que— , opinión que rectifica en la pág. 329, n. 9, de la misma obra. El error de Sánchez Alonso supongo que debe proceder de haber confundido la carta que publicamos con la carta atribuida a Don Garcerán Albanell, escrita después de la caída del Conde Duque, cuya falsedad demostró Morel-Fatio en su prólogo a la edición de Guidi. L a carta del Arzobispo sobre las salidas nocturnas de Felipe IV y la respuesta de Olivares son documentos de indudable autenticidad. Novoa alude al hecho en sus me­morias.

104 Fragmentos históricos.*05 op. cit., págs. 403-404.106 Marañón, op. cit., pág. 36. Hume, op. cit., págs. 35-36-

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Brunel cogiéndola con pinzas, pues en verdad, cuanto dice a este respecto es materia de escándalo 107: “Consideran que el favor del Conde Duque de Olivares nació de la conformidad de sus costum­bres, real o estudiada, con las del Príncipe, y del trabajo que se tomaba para secundar sus inclinaciones y servirle de instrumento de satisfacción para los placeres contrarios a la grandeza y autori­dad de su condición” l0®.

Por su desenfado y gracia literaria, citaremos finalmente este alegato escrito después de su caída del Gobierno. No se le dé más crédito del que merece. Simula ser una declaración testamentaria del Conde Duque y dice así:

Primeramente encargo a todo Valido que se quiera mantener en el solio lo siguiente: Fruncirse mucho el hocico y severo sem­blante, de modo que los pretendientes tiemblen desde una legua; ahora, si acaso los pretendientes viniesen con un bolsillo largo y lleno de oro, podrán entonces darle audiencia, que esto de hacer venales o vendibles los empleos lo hice yo el primero en España, como también 109 que el Portero diese con la puerta en los hocicos al que más méritos tuviese, y 110 se la abriese al que estuviese más lleno de cuernos, y trajese la mujer al lado, fácil y bonita, sin mirar más circunstancias. También introduje el andar con pasos de flecha, y que no lleguen a los oídos del Monarca más informes que aquéllos

107 para muestra basta un botón: “El desarreglo de este Príncipe ha durado largo tiempo, y ha sido tal que lo mismo daba sobre la putamás tirada que sobre la más reservada. Por eso, los males que siguen aese deslumbramiento no respetaron su persona, y ha padecido la mayor parte de los que convierten en una larga amargura el placer de un ins­tante” (op. cit., pág. 415). Como hemos dicho, relegamos esta opinión a las notas por escandalosa, no por inexacta.

ios op. cit., pág. 469. “ Si respecto a los placeres que proporciona el trato con el bello sexo el Conde se abstenía por los riesgos a que dan lugar, no dejaba, en cambio, de procurárselos a su Señor, de suerte que efa a la vez Ministro de su Estado y de sus placeres” (Siri, op. cit., pá­gina 143).

109 El texto dice: el que.1,0 El texto: y que se la.

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que el Ministro quisiese111; esta es gran máxima, la que dejo muy encargada, como también que los Ministros me imiten en ser gran­des maquiavelistas, haciendo de lo bueno malo y de esto bueno U2.

La afirmación del memorialista de que Olivares fue el primero en vender los cargos públicos es un dislate: se comenzaron a ven­der ya en los tiempos de Felipe II, y se vendieron con la mayor im­pudicia en los de su hijo U3. La única singularidad en este punto de Olivares fue seguir la política por la cual había degollado en cadalso a Don Rodrigo Calderón. Doblemos, pues, la hoja. En cuanto a la acusación de que en la antesala del Conde Duque pesaban más los cuernos que los méritos, expresaba el consenso popular, y a causa de ello la citamos. Tómese, pues, como adehala y a beneficio de inventario. Lo que sí nos importa subrayar y no queremos pasar por alto son las siguientes palabras: “También introduje el andar con pasos de flecha [para no ser sentido] y que no lleguen a los oídos del Monarca más informes que aquéllos que el ministro qui­siese” ll4.

111 Sobre este punto afirma Novoa una y otra vez que aun la mismafamilia real encontraba dificultades para hablar con el Rey en intimidad. Véase este texto, en que se describe la vigilancia del Conde Duque sobre la Cámara de la Reina: “ Una Reina, otrosí, puesta en suma estrecheza, y con ninguna libertad, y que apenas la puede hablar un religioso, ni tratar de las cosas de su espíritu con él, ante todo cautelado para saberlo todo, y si no es a propósito su dictamen, aunque lo sea para el Príncipe,apartarlo” (Novoa, op. cit., t. I, pág. 113).

112 Bibl. Nacional, M s. 10818. El testamento se atribuye a Quevedoen el manuscrito. No me parece conjeturable.

1,3 Sobre la venta de cargos públicos durante el mandato de Lerma,v. Siri, op. cit., pág. 79.

114 Proporcionarle dinero al Príncipe fue, indudablemente, uno de los medios que puso Olivares en juego para captarse su voluntad. “ Soli­citó Olivares la venia del Príncipe para hacer una visita a Sevilla, donde tenía la mayor parte de sus bienes, a fin de conocer el estado de sus asuntos privados y arreglarlos de modo que pudieran subvenir no sólo a sus gastos cuantiosos, sino también a los de Su Alteza, que alcanzaban inmensas sumas, pues el Rey le daba tan poco dinero que sin los recur­sos hallados en la bolsa de su favorito apenas hubiera podido alcanzar el

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Aquí que no peco. A cuenta de esta afirmación, vale la pena citar un texto de Novoa sobre las precauciones tomadas por el Conde Duque en uno de sus frecuentes accesos de temor: “ Hizo alarde y llamamiento de los Gentiles Hombres de la Cámara y de los Ayudas de Cámara [del Rey] para que de nuevo, y con tiempo, obrase el miedo, gran ministro de sus designios... Les propuso tuviesen cuenta con él (es decir, vigilasen al Rey), le diesen parte de sus acciones, de las cosas más menudas que hacía; con quién hablaba; hasta si era posible, de lo más íntimo del corazón y de los pensamientos, que hasta en esto quería reinar, y se lo revela­sen” 115. Estos eran sus métodos. Tenga en cuenta el lector que quien narra la escena es un testigo presencial, es decir, uno de aquellos Ayudas de Cámara a quienes Olivares llamó a capítulo. La escena puede estar recargada de tintas, pero su certidumbre no admite dudas y nos revela que alrededor del Rey tejió Olivares un foso de silencio 116. Nadie podía acercarse a él. Nadie podía

bienestar de un rico particular, muy inferior al que correspondía a un heredero de tantos Reinos soberanos” . Vittorio Sin, Anécdotas del gobier­no del Conde Duque de Olivares, Aguilar, Madrid, 1946, pág. 80.

115 Novoa, op. cit., t. 77 de la Colección de Documentos Inéditos, pág. n r .

,M Es curioso observar cómo unas mismas situaciones políticas fuer­zan a las personas más distintas a conducirse de la misma manera. O li­vares sigue paso a paso la conducta del Duque de Lerma. Aquí y ahora, sólo vamos a referirnos a su conducta con la Reina. En sus memorias, dice el Conde de Fraquenburg, Embajador de Su Majestad Cesárea: “ La Reina está disgustada sumamente y tanto que me ha dicho muchas veces que quisiera más ser monja en un convento de Goricia que Reina de España de esta manera, pretendiendo esta gente por todas vías ajenar al Rey de la voluntad que le tiene, y hubieran conseguido su intento si no fuera el Rey tan cristiano, que le tienen atadas ambas manos dándole todo el disgusto que pueden: si habla en secreto, piensan que es contra los Duques de Lerma y Uceda; examinan al Rey sobre lo que con ella habla en la cama y a ella le han dicho no pida nada a su marido, ni in­terceda por nadie, ni en la cama ni fuera de ella, y que a solas no trate con él negocios algunos. Quieren saber lo que escribe a Alemania hasta coger las cartas de Doña María Sidonia Riederin, Condesa de Barajas, a la cual persigue el Duque porque la ama la Reina, estando la pobre

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informarle a solas. En los primeros años de su privanza — son los años que nos importan— , se convirtió Olivares en la sombra del Rey. Puertas adentro del Palacio, siempre estaba a su lado, infati­gablemente, para servirle y aconsejarle. Este fue su trabajo, al me­nos hasta la muerte de Don Baltasar de Zúñiga. Recordemos las palabras de Hume: “El Conde Duque, como vino a llamársele, no consentía que nadie, sino él, hiciese nada al Rey. Antes de que Felipe se levantase de la cama, el Ministro era el primero en entrar en el cuarto, descorrer las cortinas y abrir la ventana. Entonces, de rodillas junto al lecho, recitaba las ocupaciones de aquel día. Toda prenda que el Rey se ponía, pasaba primero por las manos de Olivares, que continuaba allí mientras Felipe se vestía,.. Esta continua asistencia al Rey hacía imposible a todo el mundo, excep­to a las criaturas absolutas de Olivares, llegar a los oídos de Felipe con dudas acerca de las máximas del Valido en materia política” ll7. La rígida etiqueta de los Austrias facilitaba mucho esta tarea. No era posible salir de ella. Todas las horas del Monarca estaban pre­viamente distribuidas. Se prefijaban los servidores y las funciones. Por consiguiente, día tras día, acompañaban al Rey los mismos cortesanos, en los mismos actos y a las mismas horas, reclutados con celo entre la parentela de Olivares. Meses y meses, años y años, monótonos, iguales, absolutos. Las horas libres de la etiqueta pala­tina las llenaba cumplidamente y por sí mismo el Conde Duque. Nadie podía acercarse al Rey. Por el hecho de serlo y las milagre­rías de Don Gaspar de Guzmán, vivió literalmente incomunicado;

La férrea trabazón de la etiqueta palatina explica — sólo hasta cierto punto, naturalmente— la licencia amorosa de Felipe IV. Eran sus únicos momentos de libre intimidad: sus únicos momentos de solaz y descanso, o si se quiere, de abandono. La pasión de la carne le liberaba de muchas trabas; probablemente, también le hacía

señora inocente” (Ms. 2752, pág. 1140). Es extraordinario el paralelismo entre la situación de la Reina Margarita y la de la Reina Isabel. Para no cansar a los lectores, daremos una sola referencia: “ Mientras el Conde Duque ha gozado de favor, ha hecho que el Rey viviese a mal con su mujer, Isabel de Borbón” (Brunel, op. cit., pág. 415).

1,7 Hume, op. cit., pág. 32,

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Pasión y muerte

sentirse solo. ü q le duraban mucho las amantes: entre otras cosas, buscaba en ellas soledad. La pasión de la carne le hada olvidar la Corte, le hacía sentirse hombre. Felipe IV era súbito y débil: vo­luble. No pudiendo defenderse contra la tentación, se entregó a ella. Como era minucioso, se entregó a ella minuciosamente, como un contable. Nunca se daba a sus amantes por entero: pecaba, por así decirlo, de una manera administrativa. No es casualidad que todos sus validos se adentraran en su intimidad por esta puerta. Tenía que ser así. No había otra puerta de comunicación para llegar a él. “ Según todas las probabilidades, el acompañante y tercero en las pecaminosas aventuras del rijoso Monarca era Don Luis de Haro, el sobrino del Conde Duque y sucesor de éste en la Privan­za, al que Olivares quiso por aquellas razones separar varias veces de palacio U8. Pero Don Luis de Haro era el hombre simpático a quien nadie pide cuentas; mas es lo cierto que fueron, en este aspecto, más graves que las del odiado Conde Duque. También se atribuyen tercerías reales al yerno del Conde Duque, el Duque de Medina de las Torres” H9. He aquí la lista completa de los hombres que se adentraron en la intimidad y en la Privanza del Monarca, y he aquí el camino que siguieron para adentrarse en ella: aprovechar sus únicos momentos de intimidad y libertad. Se repitió una vez y otra vez este sistema de asedio por el carácter sensual del Monarca, pero también porque éstos eran los únicos instantes que no estaban sujetos ni a la etiqueta de Palacio, ni al cerco del Privado. También creo válida otra razón: el pecado es nivelador, suprime las distancias. Estos instantes eran el único por­tillo, no ya para encontrarse a solas con el Rey, sino también para llegar tanto a su intimidad como a su más recatada y desnuda hu­

118 Don Luis de Haro interviene muy pronto, en los primeros años del reinado, en las disputas por la privanza. Se asocia con el Marqués de Castel Rodrigo contra Olivares, y a ello se debe que el Conde Duque quisiera desterrarlo de la Corte, y no a sus tercerías. En las apuntaciones de Pellicer se apunta el hecho. L a marejada política de aquellos años es muy superior a lo que viene suponiéndose.

119 Marañón, op. cit., pág. 38.

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manidad. Por él entraron todos los favoritos del Monarca. Tenga en cuenta el lector que digo todos: Olivares, Haro 12°, Medina de las Torres121 y Villamediana.

120 Don Luis Méndez de Haro y Soto-Mayor Guzmán y Azevedo, sexto Marqués del Carpió, Duque de Montoro, Conde Duque de Oliva­res (como heredero de Don Gaspar de Guzmán), Marqués de Heliche y Conde de Morente, Comendador M ayor de la Orden de Alcántara, Gran Canciller de las Indias, Alcayde de los Alcázares de Sevilla y Cór­doba, de la ciudad de Moxacar, Gentilhombre de la Cámara del Rey Don Felipe IV , su Caballerizo Mayor, su Primer Ministro, Generalísimo de sus armas y Plenipotenciario Único para la Paz de los Pirineos, casó con Doña Catalina Fernández de Córdoba Aragón y Cardona, hija de Don Enrique Ramón Folch de Cardona de Aragón y de Córdoba, quinto Duque de Segorbe y de Cardona, Marqués de Pallars y de Comares, Conde de Ampurias y de Prades, Vizconde de Villamur, Barón de En- tenza, Señor de las ciudades de Solsona, de Lucena, de Espejo y Chillón, Gran Condestable de Aragón, Alcayde de los Donceles, Virrey de Cata­luña, del Consejo del Estado del Rey Felipe IV y de su mujer Doña Catalina Fernández de Córdoba, hija de los cuartos Marqueses de Priego.

121 Ramiro Núñez Felipe de Guzmán, Duque de Medina de las Torres y de Sanlúcar, Marqués de Toral y de Mayrena, Comendador de Valdepeñas y Corral Rubio, en la Orden de Calatrava, y su Definidor General, Sumiller de Corps del Rey Don Felipe IV , Tesorero General de la Corona de Aragón, del Consejo de Estado y Virrey de Nápoles. Casó en primeras nupcias con Doña María de Guzmán, hija del Conde Duque de Olivares. Enviudó en breve tiempo. Gobernaba el Reino de Nápoles al morir niño Don Onofrio Carafa, Conde de Fondi, por lo cual quedó su hermana Doña Ana Carafa y Aldobrandino por Princesa de Astillano, Duquesa soberana de Sabioneda y de Trajeto. La herencia de estos Estados constituyó a la Princesa Doña Ana en uno de Jos mayores casamientos de Italia, y el Rey Don Felipe IV mandó a sus parientes que no la casasen sin expreso consentimiento de Su Majestad, por el perjuicio que podría ocasionarle que aquel gran Estado recayese en per­sona poco fiel a su Real Corona; el mismo Rey la casó con Don Ramiro Núñez de Guzmán, de cuya unión tuvieron tres hijos.

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VIII

EL PROCESO NEFANDO

Llegamos ahora en nuestro comentario a un punto clave y difi­cultoso: la relación entre la muerte de Villamediana, el proceso seguido por el Consejo de Castilla y las cédulas de Fariñas. Afir­mar que estos hechos obedecen a una misma causa — como se viene haciendo— , me parece tan aventurado como negar su estre­cha relación. Revisemos los datos conocidos.

Los documentos descubiertos por Hartzenbusch y por Alonso Cortés son explícitos y fehacientes. Están firmados por Silvestre Nata Adorno, correo de a caballo de Su Majestad en el reino de Nápoles, y por D. Femando Ramírez Fariñas, letrado del Consejo de Castilla, que actuaba entonces como Asistente en la ciudad de Sevilla. Se dirigen al Secretario del Consejo, D. Pedro de Contre- ras. Están fechados con algo más de un año de posterioridad a la muerte del Conde y, al parecer, son documentos oficiales, estantes en el Archivo de Simancas 1. Recordemos sus principales conclu­siones.

1 Memoriales de Cámara, leg. 1122. Publicado por Narciso Alonso Cortés. De este Silvestre Nata Adorno no sabemos nada. Sería muy con­veniente practicar una investigación sobre su personalidad y sus andan­zas, tanto en Ñápales como en España.

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1. A la muerte del Conde de Villamediana, poco más o menos un año después, se le instruyó proceso por sodomía, por el Consejo de Castilla.

2. En tal proceso, la culpabilidad de Villamediana fue proba­da y establecida.

3. El Rey Felipe IV ordenó al instructor del proceso que man­tuviera, a todo trance, el secreto de la culpabilidad de Villamedia­na para no infamar la memoria del muerto.

4. La culpabilidad de Silvestre Nata Adorno estaba directa­mente relacionada con la culpabilidad de Villamediana. .

5. En este mismo proceso había encartados varios señores, que huyeron tras el asesinato de Villamediana. Ignoramos sus nombres.

Estos son los datos principales facilitados por las cédulas de Fariñas. A ellos habría que añadir un hecho comprobado: el 5 de diciembre de 1622, es decir, cuatro meses después del asesinato de Villamediana, quemaron por sodomía en la Plaza Mayor de Madrid a cinco mozos cuya identidad ya conoce el lector2.

Antes de entrar en la cuestión, creo conveniente informar a los lectores sobre qué figura de delito constituía la homosexualidad en la España del siglo XVII. “ La nueva recopilación, en su ley 1, tít. 21, lib. 8, acogiendo una Pragmática dada por los Reyes Católicos en 1497, disponía que cualquier persona de cualquier estado, con­dición, preheminencia o dignidad que sea, que cometiere el pecado nefando contra naturam, seyendo en él convencido por aquella manera de prueba que según derecho es bastante para probar el delito de herejía o crimen laesae maiestatis, que sea quemado en llamas de fuego en el lugar y por la justicia a quien perteneciera el conocimiento y punición de tal delito” . Felipe II, por pragmática de 1598, había simplificado la prueba, considerando como suficiente la declaración hecha por “ tres testigos singulares mayores de toda excepción, aunque cada uno de ellos deponga en acto particular y diferente, o por cuatro aunque sean partícipes del delito o padez­can otras cualquier tachas que no sean de enemistad capital, o por los tres de éstos aunque padezcan tachas en la forma dicha y hayan

2 Véase la pág. 34 de nuestra obra.

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El proceso nefando 235

sido así mismo participantes” 3. La equiparación de la sodomía con los delitos de herejía y lesa majestad declara suficientemente su gravedad. -

Sin embargo, conviene advertir que la ley no se cumplía al pie de la letra. No se quemaba en la plaza pública a cualquier persona, de cualquier estado, condición, preheminencia o dignidad, como dice el texto legal. Al menos, yo no tengo conocimiento de ello. Se registran alguna vez ejecuciones de pecheros o hidalgos; de nobles,’ n o 4. La punición de este delito para miembros de la noble­za iba por otras vías: generalmente se castigaba con pena de des­tierro. Veamos un curioso texto de Mateo Alemán sobre esta pena: “ Que los destierros fueron hechos no para ladrones forasteros, antes para ciudadanos, gente natural y noble, cuyas personas no habían de padecer pena pública ni afrentas, y porque no quedasen los de­litos de los tales faltos de punición, acordaron las divinas leyes de ordenar el destierro, que sin duda es el mayor castigo que puede dárseles a los nobles, porque dejar los amigos y los parientes, las casas, las heredades, el regalo, trato y negociación, y caminar sin saber adonde y tratar después no sabiendo con quién, fue sin duda gravísima pena, no menor que de muerte, y fue promisión del cielo' que quien estableció la ley, siendo de ella inventor, la padeciese, pues lo desterraron sus mismos atenienses” 5. He aquí una opinión autorizada — y no de un aristócrata precisamente— que equipara la pena de destierro y la de muerte para el noble, expresando de manera circunstanciada y minuciosa el sentir de la época.

Que esto no eran palabras va a confirmárnoslo un nuevo testi­monio. En la Historia del Conde de Fraquenburg6, embajador de

3 Narciso Alonso Cortés, op. cit., págs. 87-88.4 “ Mas en este dicho año [1600] se quemaron cuatro hombres por­

que los cogieron en hábitos de frayles y pecaron contra natura en el pecado nefando” (Ms. 9856, fol. 2 v, Bibl. Nacional).

5 Mateo Alemán, Guzmán de Alfarache, al fin de la novela.6 Joan Kevenhuller de Aichelberg, séptimo de este nombre, nacido

el 16 de abril de 1538, muerto en Madrid el año 1606. Fue Conde de Fraquenburg, Barón de Landiseroon y Sumereck, Señor hereditario en Osterwitz y Carelsperg, Caballerizo Mayor Perpetuo del Archiducado de

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su Majestad Cesárea en España en los reinados de Felipe II y de Felipe III, se nos da la siguiente noticia: “El año pasado dijimos que el Príncipe de Ausculi y Don Luis de Toledo, sobrino del gran Duque de Florencia, habían sido presos por sospechas del pecado nefando, y por no haber confesado en el tormento Don Luis de Toledo fue hallado sin culpa y dado por libre 7; el de Ausculi fue condenado a que sirviese diez años en una fortaleza y a diez años de destierro a veinte millas de la Corte, y en diez mil ducados para gastos de justicia. Don Alonso Girón, por el mismo pecado, y por haber muerto a su mujer con veneno, fue condenado a quemar, y aunque sus deudos suplicaron humildemente a Su Majestad que moderase la sentencia, o al menos no se ejecutase en público, no alcanzaron otra respuesta sino que se hiciese justicia” 8.

La información es muy explícita y nos evita hacer conjeturas y tener quebraderos de cabeza. En el año de 1596 fueron procesados en Madrid por el pecado nefando tres caballeros pertenecientes a

Carinthia, Caballero de la Orden de] Toisón de Oro, de los Consejos de los Emperadores Maximiliano II y Rodolfo II, Gentilhombre de sus Cá­maras, Embajador de Sus Majestades Cesáreas en Roma y España, M a­yordomo Mayor y Sumiller de Corps del Serenísimo Archiduque Alberto y Gobernador del Condado de Goritia.

7 Así escribía Cervantes que “ harta ventura tiene un delincuente que está en su lengua su vida o su muerte y no en la de los testigos y proban­zas” . Recordemos completa la graciosa contestación del guarda: “ Señor caballero, cantar en el ansia se dice entre esta gente non sancta confesar en el tormento. A este pecador le dieron tormento, y confesó su delito, que era ser cuatrero, que es ser ladrón de bestias, y por haber confesado le llevaron seis años a galeras, amén de doscientos azotes que ya lleva en sus espaldas; y va siempre pensativo y triste porque los demás ladro­nes que allá quedan y aquí van le maltratan y aniquilan y escarnecen y tienen en poco porque confesó y no tuvo ánimo de decir nones. Porque dicen ellos que tantas letras tiene un no como un sí, y que harta ventura tiene un delincuente, que está en su lengua su vida o su muerte, y no en la de los testigos y probanzas, y para mí tengo que no van muy fuera de camino” (D on Quijote, Parte I, cap. X X II).

8 Bibl. Nacional, Mss. 275 r, fols. 801 y 802. Agradezco esta noticia a la generosidad y a la abundante información de mi querido amigo Dal- miro de la Válgoma.

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El proceso nefando *37

la más alta nobleza. Sus sentencias fueron las siguientes: Don Luis de Toledo, convicto y no confeso, fue declarado libre; el Príncipe de Ausculi, convicto y confeso, fue condenado a costas, a diez años de servicio en fortaleza militar y a otros diez años de destierro fuera de la Corte; Don Alonso Girón, por parricidio y sodomía, fue quemado en la plaza pública. Mutatis mutandis, y aplicando a Villamediana las mismas penas, hubiera sido condenado, a lo sumo, en costas y a destierro. No hacemos conjeturas; aludimos a un hecho comprobado: ésta fue la sanción que se impuso a los restan­tes caballeros encartados en su mismo proceso. ¿Por qué se hizo con él esta excepción? Pero, además, ¿cómo es posible que le sen­tenciaran a muerte sin estar convicto y confeso de sodomía?, pues Villamediana fue condenado sin oírle, fue condenado después de muerto, y un muerto ya no puede confesar su delito. Si la sodomía fue la causa de su muerte, faltaba a su sentencia un requisito legal indispensable. Si se le quiere dar a su muerte este carácter de sen­tencia poi delito común, son muy difíciles de admitir estas medidas excepcionales.

Antes de interpretar los hechos, conviene conocerlos. Los que aquí nos importan son los siguientes: con licencia del Rey, Villa- mediana fue asesinado en la calle Mayor; o dicho de otro modo: la muerte de Villamediana fue una sentencia cumplida y ejecutada en la calle con cédula real que sirviese como salvoconducto al ase­sino. Asi lo afirman en repetidas ocasiones sus contemporáneos:

Dio el Señor por intimallc a la más sorda malicia un pregón de su justicia en la más pública calle 9

Y así lo afirma modernamente el más experto historiador de este reinado:

N o vacilando Novoa en comparar la muerte de Villamediana con la que mandó dar Don Rodrigo [Calderón] a Francisco de

9 Véase la pág. 117 de nuestra obra.

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Juara, sin reparar que el de este último fue homicidio común y ejecutado por motivos particulares 10 y el de Villamediana real sen­tencia, según todos los indicios, secretamente mandada ejecutar, del mismo modo que la de Escobedo en el siglo anterior y median­do igualmente la razón de E stado1]. Por muy severamente que juzguemos la política y el sentido jurídico de aquellos tiempos, en que a veces se prefería castigar a ciertas personas y por determina­dos hechos con el procedimiento alevoso del asesinato, más bien que afrontar el escándalo de los públicos y ordenados procesos, no cabe imparcial comparación entre la conducta de Olivares y la de Calderón en los referidos casos. A nadie se le ocurrió perseguir por aquella muerte a Olivares, ni aun después de su caída, y la opinión pública, aunque extraviada respecto a los motivos, desde luego se hizo cargo de que había sido ejecutada por orden del Rey 12.

La opinión de Cánovas del Castillo es clara y terminante sobre el punto que aquí nos interesa: la muerte de Villamediana fue dictada por real sentencia y para no afrontar el escándalo de Sn proceso. Ahora bien: para situar los hechos, recordaremos a nues­tros lectores que con antelación a la muerte de Villamediana se

10 Céspedes nos informa en su historia de la declaración del Mar­qués de Siete Iglesias (de la declaración que le perdió): “ En este día declaró que el Sargento Mayor Juan de Guzmán estaba libre de la muer­te que le imputaban de Juara, respecto que él, para emprenderla, le dio una cédula real que le pidió después, dejándole por resguardo un papel suyo” (op. cit., pág. 165). Es imposible que Felipe III firmara cédula real para esta muerte, hecha, como sabemos, por motivos particulares. Una de dos: o Don Rodrigo mintió, pata salvar la vida del Sargento Mayor Juan de Guzmán, o Felipe III firmaba cédulas en blanco, una de las cuales habría sido utilizada por el Marqués de Siete Iglesias.

11 i A qué razón de Estado puede aludir Cánovas? Los escritos sa­tíricos no pueden considerarse como un crimen de lesa Majestad. Es indudable que Cánovas alude al honor real puesto en la plaza pública y en entredicho por las temeridades de Villamediana.

12 Véase A. Cánovas del Castillo, “Prólogo a la Historia de Felipe III, de Matías de Novoa” , Colección de Documentos Inéditos, t. 60, págs. 43­44-

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había pensado en recurrir a este mismo expediente para liquidar a Don Rodrigo Calderón. Así lo escribe Góngora a Don Francisco del Corral: “ No me parece bien el negocio [la situación de Don Rodrigo Calderón], demás de que el viernes pasado que comimos juntos el señor Don Pedro de Toledo y yo, en Santo Domingo el Real, me desahució tanto de la vida del Marqués que me hizo no comer con gusto aquel día, asegurándomelo con decir: Hermano, yo no sé si será pública o secreta, pero tened cierta su sentencia de muerte” I3. A cierra ojos puede verse que Góngora no alude a la sentencia de muerte secreta considerándola como un hecho inu­sitado. Con ello basta. Añadiremos que no fue la vez única que se pensó en utilizar este procedimiento, puesto que el Conde Duque en varias ocasiones tuvo el mismo proyecto para deshacerse del Duque de Braganza: “El Rey pronto rechazó esta sugestión, pero no definitivamente, puesto que durante la estancia en Zaragoza sintió complacencia por tal proyecto. Contaba con el precedente de Villamediana” I4. Y, desde luego, con el de Juara.

Hasta aquí todo está claro. La muerte de Villamediana tiene carácter de sentencia, y esta sentencia fue solicitada por Olivares y concedida por el Rey. El problema radica, como hemos dicho anteriormente, en la relación entre la muerte del poeta, el proceso que se le siguió por homosexualidad y las famosas cédulas de Fari­ñas. Don Narciso Alonso Cortés apunta vagamente que estos hechos obedecen a una misma causa: la sodomía. Muy a pesar de las apa-

13 Góngora, op. cit., pág. 98. Carta fechada en 26 de marzo de 1619.14 L a conspiración del Duque de Híjar, Ramón Ezquerra, Madrid,

1934) Pág- 119- L a verdad es que contaba con numerosos precedentes. Serrano Sanz nos lo recuerda: “ Resulta claro que Escobedo murió por orden de Felipe II y que Antonio Pérez fue el encargado de ejecutar •aquella sentencia sin proceso, parecida a las justicias de Alfonso X con su hermano Don Fadiique, de Alfonso X I con Don Juan el Tuerto ya las de Don Pedro el Cruel” (Nueva Colección de Autores Españoles,Autobiografías publicadas por Serrano Sanz, pág. XI). Añadiremos por nuestra propia cuenta que si el Duque de Braganza hubiese aceptado las invitaciones que para venir a Madrid le hizo Olivares, éste hubiera sido su fin probablemente. .

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riendas y de las cédulas, no me parece viable esta opinión por las razones que vamos a exponer.

1. En las cédulas se afirma que Su Majestad Felipe IV mandó a Fariñas que por ser ya el Conde muerto y no infamarle, guardase secreto de lo que hubiese contra él en él proceso. En todas la mi­nutas que acompañan los memoriales se encarece el secreto: y acuerdo a vuestra merced la importancia del secreto de este negocio. Sin embargo, a pesar de esta exquisita delicadeza, de este respeto por el buen nombre de Villamediana, sabemos que el proceso fue llevado con gran escándalo. Aunque en la Pragmática de Felipe II se consideraba probado el delito por sólo el testimonio de cuatro testigos de cualquier clase y condición, sabemos que en el proceso de Villamediana depusieron centenares y centenares de testigos.

Testigos de ciento en ciento dicen, si bien disimulo, pasajero, que tu culo fue mi sexto mandamiento.Pasa como te lo cuento y la causa está probada...

No se compadece bien este alarde completamente innecesario de testigos con el respeto tan reiteradamente encarecido por Fariñas. No hubo indudablemente tal secreto; antes, por el contrario, la culpabilidad de Villamediana fue aireada a los cuatro vientos, pro­vocando la indignada protesta de nuestro anónimo comentador:

¿Quién vio delito sin nombre que tanto nombre dejó?

No hubo silencio, sino escándalo, y la veracidad, de las cédulas de Fariñas no es, por tanto, incuestionable.

2. En las cédulas de Fariñas se afirma: “ En el negocio que ahí tuve de aquellos hombres que se quemaron por el pecado, y otros que habían huido después de muerto el Conde de Villamedia­na, se me manda por un decreto de la Cámara que envíe la culpa de un Silvestre Adorno, y los indicios que contra él hay de el peca­

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do nacen de lo que contra el Conde está probado, y Su Majestad me mandó que por ser ya el Conde muerto, guardase secreto de lo que contra él hubiese en el proceso, por no infamar al muerto, y ahora si doy la culpa de Silvestre Adorno es fuerza ir allí mucha parte de lo que hay contra el Conde” . Estas palabras pueden ser ciertas. Tal vez lo sean. Pero hay en ellas ciertos aspectos que nos pueden inducir, y nos inducen, a extrañeza o a duda. ¿Cómo es posible que, deseando no infamar la memoria del Conde por res­peto a su muerte, se nos haga conocer a trasmano su culpa, mien­tras que se silencian, piadosa o casualmente, los nombres de los restantes encartados, con quienes no existía razón alguna para callar? No hay desde luego, que extremar el valor de un indicio, ni convertir un recelo en argumento, pero no deja de ser sorpren­dente que la cédula en virtud de la cual se trataban de silenciar las culpas de Villamediana, sea precisamente la única prueba de cargo que hoy puede utilizarse contra él. Burla burlando no deja­remos de decir que si la intención de Fariñas era caritativa, es in­dudable que el tiro le ha salido por la culata, pues lo único que hoy se trasluce de la lectura de sus cédulas es que la acción mise­ricordiosa fue ejercitada con los vivos, no con el muerto. Los en­cartados eran varios. No se les difamó. Ni siquiera conocemos sus nombres. Sólo sabemos el de uno de ellos: Silvestre Nata Adorno, el procesado de menor cuantía. Pues bien, por estos documentos sabemos que Silvestre Nata Adorno estaba en Nápoles tan pimpante (es decir: estaba al alcance de la mano de la justicia), sin haber padecido ni siquiera prisión durante el proceso, estando incurso en la misma culpa que Villamediana. No sabemos que su sodomía le acarreara la menor molestia, y en las cédulas se nos indica, muy claramente, que fue tratado con lenidad. La alusión a la huida de los restantes encartados creo que en rigor sólo debe considerarse como un eufemismo: estaban desterrados, cumpliendo la condena que en el caso de ser sodomita se le debiera haber impuesto a Villamediana. ¿No es todo esto sospechoso? ¿Por qué razón se dio al poeta trato distinto que a los restantes encartados?

3. A partir de las fiestas de Aranjuez se habían divulgado por Madrid rumores, anécdotas y leyendas sobre el amor del poeta por

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Pasión y muérté de Villamediana

la Reina. Se conocían y comentaban en todas partes sus temerarias demostraciones amorosas. A partir de esta fecha, sabemos que su muerte estaba decretada, y era cosa sabida, al menos en Palacio. En estas circunstancias, el asesinato de Villamediana, tal como fue perpetrado15, tenía que hacer que estas hablillas se renovaran, po­niendo en dicho y en entredicho el prestigio del Rey, y aureolando la figura del Conde con la corona del martirio. Ahora bien, si Oli­vares hubiese podido eliminar a Villamediana por un motivo legal hubiera sido una sandez asesinarle de tal modo que su muerte crea­se una leyenda — la creó— que prestigiase a Villamediana y des­prestigiase al Rey. Si la motivación de su muerte, como suele ad­mitirse, hubiese sido la sodomía, ¿no habría sido más conveniente procesarle como al Marqués de Siete Iglesias, y quemarle en la Plaza Mayor para edificación de los madrileños? Las consecuencias que el asesinato iba a tener sobre la opinión pública podían tocarse con la mano, y el Conde Duque era mayor de edad, solapado y astuto: no hubiera hecho caer a Felipe IV en esta trampa, pudien- do conseguir el mismo fin sin aventurar el prestigio de la Corona y el buen nombre del Rey. Esto no tiene vuelta de hoja. Si la causa de su muerte hubiese sido la sodomía, a Villamediana le hubiesen procesado bien para desterrarle, bien para quemarle en la Plaza Mayor y silenciar de una vez para siempre la verdad y la leyenda de su amor por la Reina. El Conde Duque de Olivares, inteligente y frío, nunca habría cometido la torpeza de asesinar a quien podía matar con causa legalmente justificada. Desde el poder y gober­nando, nadie comete un crimén para ahorrarle trabajo al verdugo.

4. Podría también pensarse que el asesinato era más generoso que el proceso, pues evitaba la infamia de la víctima y el deshonor de sus familiares. La sugerencia parece pertinente. En algunas oca­siones, aunque siempre por delitos de carácter político, se había

15 Aparte de la opinión pública, que entrevemos en tantos testimo­nios, así lo indica textualmente Tallemant des R éaux: “Furioso el Rey, mandóle matar en el Prado de un mosquetazo que le tiraron yendo en carroza y gritando el asesino: — Es por mandato del Rey” (op. cit., pá­gina 22).

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Eí proceso nefando

arbitrado esta solución, que en este caso y dada la naturaleza del delito, patentizaría la clemencia real. Sin embargo, la hipótesis no me parece aceptable. Examinemos la situación. Si ante la opinión pública se ocultaba la sodomía del Conde para no infamar su me­moria después de muerto, ia opinión pública seguiría pensando, ter­ne que terne, lo que pensó: que a Villamediana le había costado la vida su pasión por la Reina. Este rumor ya estaba establecido pú­blicamente, y la muerte del poeta lo confirmaría. Así pues, silenciar la acusación de sodomía era dar pábulo al rumor de sus amores con la Reina, por lo cual se me hace cuesta arriba aceptar la tesis de que Olivares, que había sido el inventor de esta tramoya, orde­nara que por respeto a la memoria de Villamediana se tomase una decisión que desprestigiaría gravemente a Felipe IV. La generosidad del Conde Duque, si la tuvo, se habría inclinado a favorecer al Rey y no a favorecer a Villamediana. Esto está fuera de duda. Pero, además, la tesis de la clemencia es inadmisible por razones ya co­nocidas. Quienes consideran la sodomía como causa común de la muerte y el proceso del Conde, pasan por alto que estos hechos son rigurosamente incompatibles, en el supuesto de que ambos ten­gan una misma causa. Si Villamediana era sodomita, y su muerte, como dice López de Zárate, fue una sentencia real ejecutada en la calle, ¿cómo es posible que le procesaran tras de su muerte por el mismo delito que había pagado con su sangre? Si le mataron en la calle y a mansalva, para no procesarle por sodomía, ¿cómo es posible que le procesaran por sodomía después de muerto? Si se quería guardar generoso secreto sobre las culpas de Villamediana, ¿cómo es posible que se solicitara en su proceso la información innecesaria de centenares y centenares de personas? En las cédu­las de Fariñas se afirman muchas cosas: unas que pueden ser ve­rídicas, otras que no están claras, y otras que sin lugar a dudas no son ciertas. Y si sabemos que algunas de estas afirmaciones no merecen atención ni respeto, ¿por qué han de merecerlo las res­tantes? El testimonio de Fariñas no es indudablemente irrecusable.

5. Concluyamos. No es posible creer que sí Villamediana fue asesinado para no procesarle por sodomía, le procesaran por la misma causa, después de muerto. La primera interpretación ex­

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cluye la segunda, y, estrictamente hablando, carece de sentido tra­tar de hacerlas compatibles. No lo son. Si la muerte era el precio del silencio, no pudieron procesar a Villamediana después de ha­berlo asesinado. Esto es inconcebible. Actuando de este modo, se habría quitado a la muerte de Villamediana en la calle Mayor, su carácter de sentencia real, añadiendo a la conducta del Conde Duque una vileza gratuita. Sólo se pueden compaginar estas contradiccio­nes admitiendo que el asesinato y el proceso obedecieran a distintas causas. Pero además, una vez sentenciado Villamediana en el pro­ceso, ¿cómo no se incautó el Estado de sus bienes, y sobre todo, cómo no se incautó de su más que pingüe cargo de Correo Mayor? ¿Para qué procesar a un muerto si no habían de cumplirse en sus herederos los efectos de la sentencia? 16 Téngase en cuenta que el cargo de Correo Mayor era de concesión real y que por causas más triviales Villamediana ya había sido depuesto en vida de él. Así pues, concluyamos. A Villamediana no se le pudo asesinar para evitar a sus familiares la deshonra de verlo ajusticiado en el patí­bulo. No busquemos pan de trastrigo. Los móviles del asesinato tuvieron que ser, sin duda alguna, distintos de los móviles del pro­ceso. Esto no es una mera deducción: es una evidencia.

En fin, cerramos este punto con un recuerdo interesante. Hay dos versos de Villamediana que parecen anticipar proféticamente la injusta situación que comentamos:

porque el bien que le espera a un desdichado es no esperar segunda sentencia ,7.

16 Como hemos indicado en la nota 13 del capítulo III, fue su here­dero el Conde de Oñate. E l cargo de Correo Mayor siguió vinculado a la familia de Villamediana hasta su incorporación a la Corona en el siglo siguiente.

17 H e aquí el texto completo:

Será comodidad, si no prudencia,un libre proceder desengañado,porqué el bien que le espera a un desdichadoes no esperar segunda vez sentencia.

(Antología poética, pág. 67).

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No le sirvieron a Villamediana para evitar que se le condenara por partida doble 18 y que su muerte fuese aprovechada para dictar nueva sentencia contra él, pero postulan ante los hombres su dere­cho. Descanse en paz 19.

En su obra poética, repite en varias ocasiones y de forma ligeramente distinta el mismo pensamiento:

Este esperar sin temer logra plazos ofendidos, siendo alivio de caídos el no poder ya caer.

(Ibid., pág. 216).

El tema se constituye en obsesivo para el poeta, que insiste en él como en un estribillo que bien pudiera llamarse: la nana de la muerte:

Y como estoy persuadido a no esperar ni temer, el miedo pierdo al perder, que es sólo el bien del perdido.

(Ibid., pág. 258).

18 L a muerte y el proceso que le deshonró después de la muerte; estos fueron los dos aspectos de su condena reincidente.

19 Hay también algún aspecto formal que nos parece sospechoso. T al vez carezca de importancia. El proceso fue instruido por el Consejo de Castilla, siendo de competencia del tribunal de la Inquisición. Al obrar de este modo, puede pensarse que Olivares buscara un tribunal más fácil­mente mediatizable. Nosotros nos limitamos a consignar el hecho. Otro aspecto de la cuestión es la personalidad de Don Fernando Ramírez Fa­riñas, letrado del Consejo de Castilla, a quien se sometió la causa. Fariñas se había encargado anteriormente de la aportación de pruebas en el pro­ceso de Don Rodrigo Calderón, y había resuelto su cometido muy a satis­facción del Conde Duque. De modo unánime, la opinión pública en su tiempo y la crítica histórica después han -protestado de la muerte de Cal­derón. Don Fernando Ramírez Fariñas fue utilizado por el Conde Duque en los dos casos más escandalosos de su gobierno. Don Fernando Ramírez Fariñas fue utilizado más de la cuenta por Olivares. En sus cédulas, tantas veces citadas, solicita la remuneración de estos servicios — las muertes de Calderón y de Villamediana— de manera impudente y algo traída por los pelos, que a más de un lector debe de haberle parecido sospechosa. Apor­tar o inventar pruebas acusatorias es labor más de sabueso que de juris-

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Hemos llegado, por ahora, al fin de nuestro estudio. Por las razones antedichas, creo que puede afirmarse que el asesinato de Villamediana y el proceso que se le siguió después de muerto, no obedecieron a una misma causa. Es un contrasentido suponerlo20.

ta, y a esto parece que se redujo su actividad en ambas causas. En fin de cuentas) Fariñas bien pudo ser un probo funcionario, pero tuvo entre sus contemporáneos mala opinión, y con el tiempo anduvo en coplas que, cosa curiosa, se atribuyeron a Villamediana. He aquí, al azar, cobrando su barato y hablando por el muerto:

A DON FERNANDO RAMÍREZ FARIÑAS, ASISTENTE EN SEVILLA,

QUE CONCEDIÓ LO S MILLONES

El Asistente Caifás, por injustas pretensiones, concedido ha los millones pagándolos Barrabás; y pues es tan pertinaz en cosas de nuestra fe, justo será se le dé de Pontífice la tiara, pues desterró al Padre Lara ¿¡riéndole que ¿por qué?

M il años ha que perdió a España el torpe Rodrigo, y hoy Fariñas, su enemigo, segunda vez la vendió; en el Cabildo se dio la batalla con afán: treinta veces se lo han donde venció la injusticia, vuelta en Cava la justicia y el Conde en Don Julián.

20 Lógicamente, este proceso sólo pudo tener dos causas: Pudo in­cluirse a Villamediana de manera arbitraria y por la puerta falsa en un proceso por sodomía para salvar el decoro real. Pudo ocurrir también que su culpabilidad como homosexual se descubriese después de muerto, y ello sirviera al Conde Duque para abrirle nuevo proceso y tratar de lavarse las manos desorientando a la opinión pública sobre las causas de

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Villamediana murió por haber elevado sus ojos a la Reina Isabel, pues ya hemos comprobado que la leyenda de sus amores con Doña Francisca de Tabora, primera amante de Felipe IV, carece del más mínimo fundamento. De igual modo puede afirmarse que la homosexualidad no fue la causa de su muerte, puesto que es indudable que Villamediana no pudo ser procesado por el mismo delito que había pagado y redimido con su sangre en la Calle Mayor. Así, pues, este proceso, que debería pasar a la historia con el nombre del proceso nefando, este proceso escandaloso, inventado por el Conde Duque para salvar el decoro del Rey y dar una causa legal al asesinato de Villamediana, es hoy un argumento decisivo que prueba ante la historia su inocencia. La calumnia no siempre va acompañada de difamación, ni es el último veredicto.

su muerte. Esta hipótesis explicaría la contradicción entre las fechas del proceso de agosto de 1622 y el proceso a que aluden las cédulas de Fa­riñas. No me inclino a esta solución. Es muy extraño que las pruebas aparecieran en el momento de su muerte, en el justo momento en que eran necesarias para ocultar los motivos del crimen y la leyenda consi­guiente. Pero no es necesario acudir a una argumentación de carácter lógico. Las opiniones de Gracián, Céspedes y Meneses, Salazar y Castro, Rioja, Pellicer y Tobar y Matías de Novoa, no dan lugar a dudas sobre la inocencia de Villamediana.

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ÍNDICE GENERAL

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Págs.

I. — La leyenda.................................................................... 9También miente la verdad ........................................ 20

II. — La crítica documental................................................. 31

III.— Francelisa: un enigma aclarado................................. 43Aranjuez y “La gloria de Niquea” ........................... 69

IV. — Muere un hombre en la Calle M ayor . 78

Testimonios contemporáneos .................................... 78

La adulación gana un testigo fa lso ........................... 91

V. — La poesía como testimonio ....................................... 96

La acusación concreta................................................ 119

Son mis amores reales................................................. 141

VI. — Retrato de don Juan .................................................... 145

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Págs.

V II.— Pasión y muerte de Villamediana ............................ 175La pasión de mandar ... ............................................. 178La lucha por la privanza............................................ 182La amenaza cumplida.................................................. 200Suma y sigue de tercerías........................................... 218

VIII. — El proceso nefando...................................................... 233