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EPÍLOGO Lo que mantiene unida a una sociedad, lo que garantiza que las distintas facciones que la integran coexistan pacíficamente bajo ciertas reglas de conducta cuyo cumplimiento deviene en la predecibilidad de la actuación de grupos e individuos lo que a fin de cuentas constituye el orden social, no es sólo la fuerza. Como lo enseña la historia, un ejército y una policía eficaces no bastan para preservar un Estado. Lo más que éstos pueden conseguir es reprimir las “desviaciones” y contener las fuerzas sociales durante determinado tiempo. Esto, por lo general, a un costo elevado. Por otra parte, el interés común para alcanzar ciertas metas que beneficien a todos los integrantes de una sociedad tam- poco es suficiente para explicar la cohesión social. A menudo, la satisfacción del interés de ciertos grupos implica la afec- tación del interés de otros y, en estos casos, la conciliación por sí mismano basta para instaurar el orden político. Una de las críticas que se han hecho a John Locke, promotor de este modelo, es que partía de la premisa de que todos los hombres se comportaban o se comportaríancomo aristó- cratas de la Inglaterra que a él le tocó vivir: como personas que querían exactamente lo mismo y estaban dispuestas a seguir el mismo camino para obtenerlo. Es, una vez más, la historia la que nos demuestra que más que la fuerza o el “interés”, el elemento esencial para que exista y subsista un Estado es la voluntad espontánea o provocadade la mayoría de sus integrantes. Esta voluntad puede reforzarse a través de la fuerza y de la conciliación de intereses, según sea el caso, pero nunca debe perderse de vista que es el consenso el que permite que exista un Estado 103

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  • EPLOGO

    Lo que mantiene unida a una sociedad, lo que garantiza quelas distintas facciones que la integran coexistan pacficamentebajo ciertas reglas de conducta cuyo cumplimiento devieneen la predecibilidad de la actuacin de grupos e individuoslo que a fin de cuentas constituye el orden social, no esslo la fuerza. Como lo ensea la historia, un ejrcito y unapolica eficaces no bastan para preservar un Estado. Lo msque stos pueden conseguir es reprimir las desviaciones ycontener las fuerzas sociales durante determinado tiempo.Esto, por lo general, a un costo elevado.

    Por otra parte, el inters comn para alcanzar ciertas metasque beneficien a todos los integrantes de una sociedad tam-poco es suficiente para explicar la cohesin social. A menudo,la satisfaccin del inters de ciertos grupos implica la afec-tacin del inters de otros y, en estos casos, la conciliacinpor s misma no basta para instaurar el orden poltico.Una de las crticas que se han hecho a John Locke, promotorde este modelo, es que parta de la premisa de que todos loshombres se comportaban o se comportaran como arist-cratas de la Inglaterra que a l le toc vivir: como personasque queran exactamente lo mismo y estaban dispuestas aseguir el mismo camino para obtenerlo.

    Es, una vez ms, la historia la que nos demuestra que msque la fuerza o el inters, el elemento esencial para queexista y subsista un Estado es la voluntad espontnea oprovocada de la mayora de sus integrantes. Esta voluntadpuede reforzarse a travs de la fuerza y de la conciliacinde intereses, segn sea el caso, pero nunca debe perderse devista que es el consenso el que permite que exista un Estado

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  • y que existan y se cumplan las normas jurdicas, lo cual setraduce en el orden social del mismo. Para que el Estadosurja y sobreviva, es conveniente que sus cuadros dominantesgeneren y alimenten este consenso, tanto entre quienes for-man parte del Estado como entre los otros Estados que lohan reconocido.

    En este esfuerzo, tambin la religin, la moral y el artecumplen una funcin relevante. Con mayor o menor xito,los cuadros dominantes de las distintas civilizaciones han sa-bido valerse de la ignorancia y los temores de los gobernadospara hablar en nombre de Dios o de principios ticos cuyoefecto sobre los gobernados ha decrecido en la medida enque ha aumentado el grado de conocimiento de stos, ascomo en la medida en que los valores universales han idodejando de serlo. Hammurabi y Moiss pudieron hacerse pa-sar por voceros de un ser supremo, mientras que Soln yLicurgo tuvieron que conformarse con ser intrpretes de unatradicin para condicionar la conducta de aquellas sociedadesque gobernaron. En pocas ms recientes, los gobernanteshan tenido que recurrir a otros argumentos para legitimarsus decisiones y mantener la voluntad de sus pueblos paraseguir construyendo un Estado. Entre los argumentos ms re-curridos aunque a la fecha ya muy vulnerable al embateterico est la voluntad del pueblo pero, por supuesto,hay muchos otros.

    Lo que, sin duda, ha sido comn a todos los cuadros do-minantes, lo mismo a los de la Antigedad que a los delMedioevo, lo mismo a los del Renacimiento que a los de laRevolucin Industrial, ha sido la necesidad de contar con elconjunto de normas al que nos referamos pueden ser es-critas o no que sealen, tanto a gobernados como a gober-nantes, cmo deben conducirse, qu pueden y qu no puedenhacer, as como las sanciones a las que se harn acreedoresen ltima instancia quienes no cian su comportamientoa este catlogo. El derecho, no obstante, tiene que conocer-se para poder acatarse. Los cuadros dominantes de toda so-ciedad han entendido, en mayor o menor grado, la importan-cia de divulgar las leyes y los cdigos pues, si un pueblo no

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  • conoce sus derechos y obligaciones, si ignora las autoridadesque los crean, aplican e interpretan, si desconoce lo que leest permitido y lo que le est prohibido hacer, las formasen que se expresa el consenso acaban por extinguirse.

    La manera y la amplitud con las que se difunda la culturade la legalidad pueden servirnos, por lo tanto, como referen-cia para distinguir un rgimen legtimo de uno que no lo es.Cuando el derecho es producto del consenso, cuando la leyse aplica de forma equitativa, cuando el derecho no slo esaccesible al mayor nmero de personas sino que, en efecto,se cumple, y cuando las normas jurdicas son claras y breves,es ms fcil alcanzar los niveles de conformidad, obedienciay participacin social que determinan la legalidad de un r-gimen y el orden que lo mantiene.

    Cuando, en cambio, las leyes no son producto del consen-so, cuando la ley se aplica de modo inequitativo, cuando lasnormas no suelen aplicarse tal y como estn concebidas,cuando son oscuras, la divulgacin jurdica presenta innume-rables dificultades. La ms importante de ellas es explicar,de manera convincente, el origen de la ley. La ola democra-tizadora que recorre el mundo la tercera ola, como labautiz Huntington cada da deja menos espacio a aquellosregmenes que carecen de una base social bien definida. Aunas, en todos los regmenes hasta en el ms democrticode los Estados existen leyes que se elaboran para satisfacerlos intereses inmediatos de algunos grupos o facciones, auna costa de perjudicar los de otras. Las legislaciones fiscalesy las legislaciones bancarias de muchos pases incluso delos ms avanzados suelen elaborarse bajo esta premisa. Laslegislaciones electorales de los pases en vas de desarrollocasi siempre se elaboran de este modo. El problema de ladifusin de la cultura de la legalidad se complica entonces:Qu normas conviene difundir? Hasta dnde? En algunasocasiones, los gobiernos se ven presionados por fuerzas inte-riores o exteriores para elaborar leyes que saben que, por lascaractersticas de su organizacin, sern incapaces de cum-plir. Deben divulgarse estos ordenamientos? Cumplirlos ointentar cumplirlos podra resultar contraproducente para

    LA CULTURA DE LA LEGALIDAD 105

  • los cuadros que decidieron impulsar la difusin de la culturade la legalidad. En algunos pases, hacer las leyes ambiguasha ayudado a disimular los privilegios que el derecho garan-tiza para ciertos segmentos de la poblacin.

    Por todo lo anterior, decidir cundo se difunde el derechoy cundo no, es una tarea compleja. No depende de un actogracioso de los cuadros dominantes de un Estado particu-larmente del gobierno sino de la correspondencia que existaentre el derecho de un Estado y los factores sociales, polticosy econmicos que ste pretende regular. Cuando el derechode un Estado puede darse a conocer de la forma ms ampliaa todos los sectores de la sociedad civil, es porque sta gozade altos niveles de igualdad, libertad, seguridad y acceso ala justicia. Cuando no ocurre as, la difusin de la cultura de lalegalidad se enfrenta a muchos obstculos. Por paradjico queparezca, sin embargo, por ms expectativas defraudadasque pueda generar, la difusin de la cultura de la legalidades uno de los mejores instrumentos para abatir estos obstcu-los, pues le brinda a la sociedad civil la posibilidad de co-nocer sus alternativas, de orientar sus inconformidades demanera pacfica y de exigir aquellos derechos que, de ante-mano, le han sido concedidos por la ley.

    106 GERARDO LAVEAGA