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1 70 AÑOS DE SI ESTO ES UN HOMBRE 30 AÑOS DE LA MUERTE DE PRIMO LEVI

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70 AÑOS DE

SI ESTO ES UN HOMBRE

30 AÑOS DE LA MUERTE DE

PRIMO LEVI

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Imaginemos ahora un hombre a quien, además de a sus personas amadas, se le quitan la casa, las costumbres, las ropas, todo, literalmente todo lo que posee: será un hombre vacío, reducido al sufrimiento y la necesidad, falto de dignidad y de juicio, porque a quien lo ha perdido todo fácilmente le sucede perderse a sí mismo; hasta tal punto que se podrá decidir sin remordimiento su vida o su muerte prescindiendo de cualquier sentimiento de afinidad humana; en el caso más afortunado, apoyándose meramente en la valoración de su utilidad. Comprenderéis ahora el doble significado del término «Campo de aniquilación», y veréis claramente lo que queremos decir con esta frase: yacer en el fondo.

(Primo Levi, Si esto es un hombre)

Al contrario que otros testimonios de la barbarie nazi, escritos años e incluso décadas después de los hechos, Si esto es un hombre se redactó en caliente, a los pocos meses del regreso de Auschwitz. Sin embargo, el propio autor lo consideraba una obra literaria antes que testimonial. La obra de Levi, en efecto, no nos cuenta nada que no conozcamos por otros testimonios más detallados y truculentos. No hay que buscar ahí su valor. A pesar de tratar sólo de hechos reales, de no contener ficción, Si esto es un hombre es una obra maestra de la literatura. Su autor se consideró siempre escritor, no meramente testigo. ¿Cuál es la diferencia entre uno y otro? Detengámonos en la primera palabra del magistral párrafo anterior, porque en ella se encuentra lo que los distingue: «Imaginemos». A diferencia del testigo, que trata de dar una relación lo más precisa, objetiva y ordenada posible de los hechos vividos o contemplados, el autor literario asume desde el principio que su misión no es informar, sino transmitir. ¿Transmitir qué? Transmitir justamente aquello que es imposible comunicar, lo que sólo conoce quien lo ha vivido en propia carne. Se trata de un abismo que sólo puede salvarse a partir de experiencias comunes entre el lector y el escritor. Pero ¿cómo transmitir una experiencia radicalmente inédita que muy pocos de los lectores conocen o llegarán a conocer? ¿Cómo comunicar con las mismas palabras que todos usamos a diario para experiencias cotidianas muy distintas el horror de un infierno como no se ha vivido antes? El atestado policial, el informe escrupuloso, el testimonio se revela impotente cuando se trata de Auschwitz. Sencillamente no sirven. Debemos levantarnos de la silla, darle la espalda al notario que nos toma declaración y encerrarnos en un cuarto, tomar distancia. Y entonces reconstruir, reflexionar, recordar otras lecturas, otros infiernos literarios, inventar un nuevo lenguaje para una realidad nunca vista, utilizando para ello todos los recursos retóricos a nuestro alcance: la vida de los insectos, Robinson Crusoe, Pulgarcito, la Divina Comedia o Los novios de Manzoni. «Imaginemos», reprimamos el lamento, el sollozo, la lástima, cualquier patetismo; descendamos a este nuevo infierno de la mano de su guía, como hizo Dante con Virgilio en el otro infierno, porque aunque este sea real, no tenemos herramientas mejores para comprenderlo que las que ya utilizó Dante: «imaginemos»…

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1. BIOGRAFÍA Primo Levi nació y murió en la misma casa: 75 Corso Re Umberto de Turín. Lo primero sucedió el 31 de julio de 1919; lo segundo hace treinta años, el 11 de abril de 1987. Pertenecía a una familia judía acomodada, culta y liberal. El padre era ingeniero. El joven Levi fue el mayor de dos hermanos (su hermana Anna Maria nació en 1921) y era menudo y delgado, muy poquita cosa y de carácter apocado, pero excelente estudiante. En la secundaria era el más joven, pequeño y listo de la clase, lo que, unido a su condición de judío, propició que los compañeros le hicieran objeto de acoso. Aunque la familia no era especialmente religiosa, estudió dos años en la escuela talmúdica y a los 13 años pasó su Bar Mitzvah, la ceremonia judía de iniciación religiosa, equivalente a nuestra Primera Comunión. A los 14 años ingresa en el liceo clásico Massimo d’Azeglio, donde dan clases conocidos antifascistas, como Norberto Bobbio o Cesare Pavese. Levi continuó siendo objeto de acoso en el instituto. En 1937 entra en la facultad de química de Turín. Por esas fechas se agrava la discriminación contra los judíos por parte del régimen fascista de Mussolini con la promulgación de las leyes raciales italianas de 1938. Pierden sus derechos civiles, se les expulsa de la función pública y se les prohíbe el acceso a la universidad, aunque a los que ya están, como Levi, se les permite acabar sus estudios. Guiado por su amigo Sandro Delmastro, compañero de los estudios de química, afiliado a la resistencia partisana y que sería asesinado en 1944, Levi se aficiona al montañismo desde 1939. Levi en 1943, antes de su detención

En junio de 1940, Italia declara la guerra a los Aliados, el padre enferma de cáncer y comienzan los bombardeos sobre Turín. Levi se gradúa en 1941, pero las leyes raciales le impedirán encontrar un trabajo fijo como químico. En diciembre de 1941 el recién licenciado es contratado bajo un nombre falso para trabajar como químico en una mina de extracción de níquel, en un pueblo a las afueras de Turín, San Vittore. Mientras está empleado en la mina, muere su padre en marzo de 1942. En junio marcha a Milán para trabajar en una compañía farmacéutica suiza a la que no afectan las leyes raciales. En julio de 1943 el rey Vittorio Emanuele III depone a Mussolini y nombra un nuevo gobierno bajo el mando del mariscal Badoglio, con la misión de firmar la paz con los Aliados. Tras la firma del armisticio el 8 de septiembre de 1943, Alemania invade el norte y centro de Italia, libera a Mussolini y lo pone al frente de la República títere de Saló (República Social Italiana). Comienza entonces la persecución de los judíos y la madre y hermana de Levi se refugian en pueblos de la zona. Primo Levi se une a ellas en el Valle

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d’Aosta. Poco después, y junto con otros compañeros, forma un grupo de partisanos en las estribaciones de los Alpes en octubre de 1943. Mal equipados y peor entrenados, caen en manos de la Milicia fascista en diciembre de ese año. Levi es arrestado la noche del 13 de diciembre en Valle d’Aosta. Ante la amenaza de ser fusilado por partisano, se declara judío y es enviado al campo de Fossoli, cerca de Modena, en enero de 1944. Tras pasar a manos alemanas, comienzan las deportaciones desde Fossoli y Levi es enviado a Auschwitz el 21 de febrero de 1944, donde estará internado once meses en el campo de Buna-Monowitz (Auschwitz III), hasta la liberación por los rusos el 27 de enero de 1945. De los 650 deportados italianos con los que viajó el escritor, sólo sobrevivirían 24. A su llegada a Auschwitz fue tatuado con el número 174517. Sabe algo de alemán aprendido en los libros de química y aprende más a marchas forzadas pagando sus lecciones con raciones de pan. El alemán es una herramienta imprescindible de supervivencia, casi tan importante como la comida. Tras nueve meses de los trabajos más duros, en noviembre de 1944 Levi consigue entrar como ayudante químico en la fábrica de Buna (goma sintética). Gracias a ello, trabajará a cubierto durante las semanas más crudas del invierno polaco, lo que probablemente le salve la vida. En el laboratorio se le ofrece por añadidura la posibilidad de llevar a cabo pequeños hurtos de valioso material de laboratorio, con lo que podrá mercadear en el mercado negro y obtener más comida. Poco antes de la liberación del campo, Levi cae enfermo de escarlatina y es internado en el barracón de infecciosos. La llegada adelantada de los rusos y la huida precipitada de los alemanes impiden la liquidación de los últimos presos (aquellos que no han podido evacuar

el campo en las llamadas marchas de la muerte), como estaba previsto y Levi ya se había resignado a esperar. La enfermedad libraría al escritor de seguir el destino de la mayoría de los que participaron en la evacuación, muertos de agotamiento y asesinados en las cunetas de los caminos. De izquierda a derecha: Lisa Morpurgo, mujer de Levi; Primo Levi y su hermana Anna Maria, en 1947, año de la publicación del libro

Tras la liberación, comenzaría la larga odisea del retorno a casa ―narrada por Levi en La tregua―, en la que invertiría desde finales de enero de 1945 hasta el 19 de octubre del mismo año, día en que llegó por fin a Turín. Allí le esperaban su madre y su hermana, que habían logrado sobrevivir escondiéndose en pueblos de alrededor. Primo es el único sostén de la familia en la empobrecida Italia de posguerra y ya el 21 de enero de 1946 obtiene un empleo en una fábrica de pinturas (la DUCO, perteneciente al emporio americano Du Pont) situada a las afueras de Turín. Allí empieza a escribir sus recuerdos de Auschwitz,

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apenas un año después de ser liberado del campo. Un año más tarde, en enero de 1947, Levi pasea el manuscrito ya concluido por varias editoriales. Rechazado por Einaudi por consejo de la escritora y amiga Natalia Ginzburg, sería aceptado finalmente por una pequeña editorial de vanguardia (De Silva). En junio de 1947, Levi se despide de la fábrica y monta un pequeño taller químico junto con su amigo Alberto Salmoni en la casa de este último. En septiembre de 1947, se casa con Lucia Morpurgo, una amiga de la adolescencia, y en octubre salen de imprenta los 2000 ejemplares de Si esto es un hombre, de los que sólo se venderían 1500 y que pasará casi desapercibido, pese a una buena crítica de Italo Calvino. En la primavera de 1948, después de que su mujer quede embarazada, Levi busca un trabajo seguro y entra en la fábrica de pinturas SIVA, en donde permanecerá ya hasta su jubilación. En octubre de 1948 nace su hija Lisa. En 1950 el competente químico que fue Levi es ascendido a director técnico de la compañía. En calidad de tal efectuó numerosos viajes a Alemania, donde se encontró con antiguos nazis a los que no les ocultaba su estancia en Auschwitz. Levi se implica desde los años 50 en organizaciones que tratan de preservar la memoria de las víctimas del Holocausto y en 1954 visita Buchenwald. En 1957 nace su hijo Renzo, llamado así en honor de uno de sus salvadores, Lorenzo Perrone, muerto unos años antes alcoholizado y traumatizado por lo que había vivido.

Por fin en 1958 Einaudi decide reeditar Si esto es un hombre, que entonces sí, se convierte en un éxito y se traduce al inglés y al alemán. En 1963 publica La tregua, su segundo libro después de 16 años. Para entonces la reputación de Levi va en aumento, pero como le sucedía en Auschwitz, la mejora de la situación personal relaja también los mecanismos de defensa y permite que los traumas afloren: Levi sufre su primer episodio grave de depresión. Lo cual no le impide una vida activa; el químico-escritor viaja, escribe artículos, dicta conferencias. Por esos años publica un par de libros de relatos de ciencia-ficción, Storie naturali (Historias naturales, 1966) y Vizio de forma (Defecto de forma, 1971), bajo el pseudónimo de Damiano Malabaila. En 1974 (con 55 años) se retira parcialmente de su trabajo de químico para dedicar más tiempo a la escritura. Su trabajo de escritor prosigue desde entonces a un ritmo constante de publicaciones. En 1975 edita una serie de relatos autobiográficos, El sistema periódico, unánimemente alabados por la crítica (la Royal Institution de Gran Bretaña lo declararía en 2006 el mejor libro de ciencia jamás publicado), y tres años más tarde, en 1978, su primera novela, La llave estrella, una especie de epopeya laboral, ambientada en una fábrica rusa de la Fiat, y que le valdría el importante premio Strega. De 1984 es su segunda novela (o según algunos, que consideran La llave estrella una colección de relatos, su primera), Si ahora no, cuándo, sobre un grupo de la resistencia judía durante la Segunda Guerra Mundial. Primo Levi con estudiantes del instituto Roselli, 1979

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En 1985 escribe la introducción a las memorias del comandante de Auschwitz, Rudolf Höss. De ese mismo año es la publicación de una recopilación de sus artículos para La Stampa, el diario turinés, titulada L’altrui mestiere (Los oficios de los otros). En su última obra, Los hundidos y los salvados, publicada un año antes de su muerte, en 1986, vuelve al tema del Holocausto, pero esta vez desde un punto de vista reflexivo más que narrativo. Allí analiza los diferentes comportamientos de los encerrados en Auschwitz, en especial los de aquellas víctimas que, en su degradación, se acercaban a la vileza de los verdugos, y que Levi denominó con una expresión que ha hecho fortuna: «la zona gris». La supervivencia a cualquier precio, al margen de toda consideración moral, convertía finalmente a las víctimas en una parodia de sus verdugos. De ahí la demoledora conclusión del autor: «No sobrevivieron los mejores». Levi mantuvo una incansable labor didáctica sobre la memoria del Holocausto, visitando a lo largo de los años más de 130 centros escolares, donde impartía charlas y respondía a las preguntas de los alumnos. Siempre se mostró combativo contra cualquier intento de minimizar o negar la realidad del genocidio nazi. En uno de sus últimos artículos, «Agujero negro de Auschwitz», criticaba con dureza a los historiadores revisionistas que pretendían atenuar la vileza nazi equiparándola a otras represiones, en especial al Gulag soviético. Levi se mostró terminante: el genocidio nazi fue una infamia única, sin punto de comparación con ninguna otra, no sólo por su magnitud sino por su finalidad: la aniquilación completa de todo un pueblo, sin excluir a los niños. Incluso con toda su brutalidad, los verdugos del Gulag seguían considerando seres humanos a los enemigos que pretendían someter. El verdadero crimen de los nazis fue negar toda humanidad a judíos, gitanos y otras categorías raciales «inferiores», como subrayaban hasta en el método de exterminarlos, fumigándolos como a insectos. «La manera elegida para la exterminación (al cabo de minuciosos experimentos) era ostensiblemente simbólica. Había que usar, y se usó, el mismo gas venenoso que se usaba para desinfectar las estibas de los barcos y los locales infestados de chinches o piojos. A lo largo de los siglos se inventaron muertes más atormentadoras, pero ninguna tan cargada de vilipendio y desdén»1 (239). No menos crítico se mostró con ciertas actuaciones de Israel, como la ocupación del sur del Líbano o la matanza de Sabra y Chatila. «Cualquiera puede ser judío para algún otro», manifestó a un periódico en 1982, «y hoy día los palestinos son los judíos de los israelíes». Muchos judíos le acusaron de traicionar a su pueblo, pero Levi nunca ejerció una judeidad complaciente. Como Jean Améry, Imre Kertész y tantos otros judíos laicos, fue Auschwitz quien le «convirtió» en judío, una condición a la que, ni antes ni después del Lager, concedió excesiva trascendencia. Un judío, solía declarar, es sólo alguien que no debería comer

salami pero lo come de todas formas. Levi murió el 11 de abril de 1987, a los 67 años, al caer por el hueco de la escalera de su casa desde la tercera planta en que vivía. Dado su historial de depresiones, agudizadas en los últimos tiempos, muchos ―entre ellos la policía― dieron por hecho que se trató de un suicidio; aunque también hubo amigos que lo pusieron en duda, arguyendo que el escritor se encontraba animado en esos días y con diversos proyectos, además de que la forma impulsiva y truculenta de morir no concordaba con su carácter discreto; a lo que habría que añadir todavía la posibilidad de que sufriera un mareo debido a la medicación antidepresiva que tomaba. «Primo Levi murió en Auschwitz cuarenta años más tarde», declaró Elie Wiesel.

1 La edición citada es: Primo Levi, Trilogía de Auschwitz (contiene: Si esto es un hombre, La tregua, Los hundidos y los salvados), Barcelona, El Aleph, 2009. Entre paréntesis el número de página.

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2. SI ESTO ES UN HOMBRE: ESTILO Y TEMAS La originalidad de Si esto es un hombre proviene de su cruce de diversos géneros: contiene algo de novela de formación, de informe antropológico y casi zoológico, de literatura de memorias y también de reflexión filosófica y moral a la manera de un Montaigne, sin terminar de pertenecer a ninguno de estos géneros. Tiene también de novela de aventuras y supervivencia, al estilo de Robinson Crusoe, e incluso contiene una parte de cuento infantil, donde un personaje débil y vulnerable, una especie de Pulgarcito, logrará sobreponerse con su astucia a los ogros nazis. Hay una cosa, sin embargo, que desde el principio se niega a ser y que tanto abunda en la literatura del Holocausto: una obra que explote el morbo y la truculencia: «No lo he escrito con intención de formular nuevos cargos; sino más bien de proporcionar documentación para un estudio sereno de algunos aspectos del alma humana» (27). Levi rehúye la victimización desde la primera frase: «Tuve la suerte de no ser deportado a Auschwitz hasta 1944» (27). En contra de lo esperado, comienza no lamentándose, sino congratulándose de su suerte. También desde el principio señala con claridad la raíz de todo mal político: aquellos («individuos o pueblos») que piensan que «todo extranjero es un enemigo». Cuando este prejuicio se convierte en doctrina, «entonces, al final de la cadena está el Lager» (27). Levi no limita el mal simplemente a los judíos y el antisemitismo, sino que lo generaliza a cualquier discriminación contra el diferente, del que el antisemitismo sería tan sólo un caso. En el apéndice de 1976 se muestra aún más explícito:

La aversión contra los judíos, impropiamente llamada antisemitismo, es un caso particular de un fenómeno más vasto: la aversión contra quien es diferente a uno. No hay duda de que se trata, en sus orígenes, de un hecho zoológico: los animales de una misma especie pero de grupos distintos manifiestan entre sí fenómenos de intolerancia (233-234).

El autor advierte también de que su obra, aunque memorialística, persigue un propósito muy claro de actualidad, pues el prejuicio asesino no está en absoluto erradicado: «La historia de los campos de concentración debería ser entendida por todos como una siniestra señal de peligro» (27). Pero sin duda la primera motivación del libro es personal: la urgencia de expresarse «como una liberación interior» (28); la «necesidad de hablar a “los demás”, de hacer que “los demás” supiesen…». «De aquí su carácter fragmentario: sus capítulos han sido

escritos no en una sucesión lógica sino por su orden de urgencia». Estación de Carpi, desde donde partió el tren que llevó a Levi y a los otros 650 deportados del campo de Fossoli hasta Auschwitz

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NOVELA DE FORMACIÓN Los pasajes más personales del libro proceden del esquema de la novela de formación o aprendizaje (la Bildungsroman), en el que el ingenuo protagonista afronta una azarosa iniciación (título precisamente de uno de los capítulos) a una realidad que le desborda. En ellos se dibuja la evolución que conduce del joven frágil e inexperto del principio, a quien nadie concede muchas posibilidades de sobrevivir, hasta el prisionero curtido del final, que ha logrado superar incontables peligros y ha aprendido a manejarse en el campo como el que más. He aquí el autorretrato que Levi nos entrega de ese joven sensible y vulnerable que era al ingreso en Auschwitz:

Tenía veinticuatro años, poco juicio, ninguna experiencia, y una inclinación decidida, favorecida por el régimen de segregación al que estaba reducido desde hacía cuatro años por las leyes raciales, a vivir en un mundo poco real, poblado por educados fantasmas cartesianos, sinceras amistades masculinas y lánguidas amistades femeninas. Cultivaba un sentido de la rebelión moderado y abstracto (31).

No es desde luego el perfil más adecuado para aguantar las terribles condiciones del Lager, como enseguida averiguaría: «…nadie quiere trabajar conmigo, porque soy débil y desmañado…» (67). Al poco, Levi se hiere en un pie y le envían a la enfermería, donde se entera de que «son pocos los que están allí más de dos semanas y nadie más de dos meses: dentro de estos límites tenemos que curarnos o morirnos» (70). Por si aún no lo tiene claro, un enfermero polaco le da por acabado: «tú, judío, ya estás listo, en seguida al crematorio» (74). Esas y otras experiencias cruciales le irán abriendo los ojos a una realidad inédita, como jamás se ha visto en ningún lado, y para la que no existe, por tanto, ningún punto de comparación:

Y precisamente: empujado por la sed le he echado la vista encima a un gran carámbano que había por fuera de una ventana al alcance de la mano. Abrí la ventana, arranqué el carámbano, pero inmediatamente se ha acercado un tipo alto y gordo que estaba dando vueltas afuera y me lo ha arrancado brutalmente. ―Warum? [¿por qué?]―le pregunté en mi pobre alemán. ―Hier ist kein warum (aquí no hay ningún porqué) ―me contestó, echándome dentro de un empujón. La explicación es sencilla aunque revuelva el estómago: en este lugar está prohibido todo, no por ninguna razón oculta sino porque el campo se ha creado para ese propósito. Si queremos seguir viviendo tenemos que aprenderlo rápidamente. (50)

Hay pocas estrategias que oponer a esta vorágine que arrastra a los presos desde el primer segundo y apenas hay tiempo para aprenderlas: recuérdese que la media de supervivencia de los recién llegados era de tres meses. Acaso el único recurso que quede sea el que le cuenta un veterano, Steinlauf, antiguo sargento del ejército austro-húngaro, que le predica la conveniencia de mantener la disciplina y no dejarse llevar:

… que para vivir es importante esforzarse por salvar al menos el esqueleto, la armazón, la forma de la civilización. Que somos esclavos, sin ningún derecho, expuestos a cualquier ataque, abocados a una muerte segura, pero que nos ha quedado una facultad y debemos defenderla con todo nuestro vigor porque es la última: la facultad de negar nuestro consentimiento. Debemos, por consiguiente, lavarnos la cara sin jabón, en el agua sucia, y secarnos con la chaqueta. Debemos dar betún a los zapatos no porque lo diga el reglamento sino por dignidad y por limpieza. Debemos andar derechos, sin arrastrar los zuecos, no ya en acatamiento de la disciplina prusiana sino para seguir vivos, para no empezar a morir (64-65).

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Sólo un milagro puede salvarle y esta casualidad, sin ninguna relación con el mérito, sucede un día: cuando Levi desespera ya de poder sobrevivir, le llaman para trabajar en el laboratorio:

Aunque no pensamos más que unos minutos al día, y de una manera despegada y exterior, sabemos bien que vamos a acabar en la selección. Yo sé que no soy del paño de los que aguantan, soy demasiado culto, pienso todavía demasiado, me consumo en el trabajo. Y ahora sé también que me salvaré si me convierto en Especialista, y me convertiré en Especialista si supero un examen de química (135). Por lo que parece, pues, la suerte, llegada por caminos insospechados, ha hecho que nosotros tres, objeto de envidia para diez mil condenados, no tengamos este invierno ni frío ni hambre. Esto significa grandes posibilidades de no enfermar de gravedad, de salvarse de la congelación, de superar las selecciones (176).

El último capítulo del libro, «Historia de diez días», escrito en forma de diario, tiene mucho de relato de náufrago perdido en una isla desierta. El 11 de enero de 1945, con los rusos a las puertas de Auschwitz, Levi es ingresado en la enfermería con escarlatina. A pesar de que la prudencia aconseja marcharse con todos cuando se anuncia la evacuación del campo, el enfermo está demasiado débil para caminar. Cuenta con que los alemanes liquidarán a los que no puedan evacuar el campo. Los prisioneros evacúan el campo el 18 de enero de 1945: «Debían de ser cerca de veinte mil, procedentes de varios campos. En su casi totalidad desaparecieron durante la marcha de evacuación: Alberto entre ellos. Quizás alguien escriba un día su historia» (193). En la enfermería permanecen unos 800 enfermos; en el pabellón de infecciosos de Levi son once: «Extinguido el ritmo de la gran máquina del Lager, empezaron para nosotros diez días fuera del mundo y del tiempo» (193). A partir de aquí, el capítulo está escrito en forma de diario, día por día. Un bombardeo aéreo en la noche del 18 de enero hace huir a los últimos SS, antes de que tengan tiempo de liquidar a los enfermos. Con ayuda de dos prisioneros franceses civiles en buena forma aunque con escarlatina, Levi provee al barracón de una estufa y de patatas. Pese a la dureza del invierno polaco, la nieve les proporciona agua e impide que se propaguen las infecciones y el hedor:

Aun sufriendo con el frío, que seguía siendo muy intenso, pensábamos horrorizados en lo que habría sucedido si se nos hubiese echado encima el deshielo: las infecciones se habrían extendido sin obstáculos, el hedor se habría hecho sofocante y, además, una vez disuelta la nieve, nos habríamos quedado definitivamente sin agua (203).

El peligro continúa el 22 de enero: un grupo de SS en desbandada penetran en el campo y ajustician a quien encuentran. Por el campo deambulan como fantasmas los enfermos hambrientos y hay numerosos cadáveres tirados por todos lados. El día 23, Levi y su compañero francés salen por primera vez fuera del campo a buscar un silo de patatas. Aunque teóricamente libres, nadie está en condiciones de alegrarse. Todos se hallan muy debilitados y los enfermos siguen muriendo: «Yacíamos en un mundo de muertos y de larvas. La última huella de civismo había desaparecido alrededor de nosotros y dentro de nosotros.» (212). A pesar de que todo acabe bien, no se trata, sin embargo, de un canto al emprendedor y a la astucia, al estilo de Robinson Crusoe. Levi deja muy claro que su supervivencia dependió en buena parte del puro azar y de la ayuda providencial de algunas personas. Fue nada más que suerte que evitase la marcha de la muerte debido a una oportuna enfermedad. Fue también un azar improbable que los SS se asustasen y huyesen del campo antes de liquidar a los que se habían quedado, como estaba previsto. Levi lo advierte más de una vez: no sobrevivieron los mejores, ni siquiera los más fuertes.

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INFORME CIENTÍFICO Los pasajes más objetivos y descriptivos de la obra pertenecen al género del informe científico. Y ello tiene su justificación: el Lager fue concebido como un enorme laboratorio del comportamiento humano sometido a condiciones extremas: «el Lager ha sido, también y notoriamente, una gigantesca experiencia social y biológica» (117). Levi era químico y estaba acostumbrado a utilizar un lenguaje aséptico e impersonal, que nunca va más allá de los hechos. Es el lenguaje que mejor puede reflejar el método industrial y «científico» de exterminio que implantaron los nazis. Se trata sin duda de un informe sociológico de lo más exhaustivo, que abarca todos los aspectos de una comunidad. En primer lugar el económico, como en el octavo capítulo, «Más acá del bien y del mal», de irónico título nietzscheano, que contiene un análisis detallado del trapicheo y el mercado negro en el campo. Al final del capítulo, lleno de hurtos y cambalaches, Levi se pregunta «cuánto de nuestro mundo moral normal podría subsistir más allá de la alambrada de púas» (116). También encontramos una descripción del aspecto urbanístico o geográfico, no exento de cierta lírica inhumana:

… la Buna es desesperada y esencialmente opaca y gris. Este desmesurado enredo de hierro, de cemento, de barro y de humo es la negación de la belleza […] Dentro de su recinto no crece una brizna de hierba, y la tierra está impregnada por los jugos venenosos del carbón y del petróleo, y nada más que las máquinas y los esclavos están vivos: y más aquéllas que éstos. La Buna es grande como una ciudad; allí trabajan, además de los dirigentes y los técnicos alemanes, cuarenta mil extranjeros, y se hablan quince o veinte idiomas» (100-101).

Levi contempla todas las particularidades del campo, desde lo más amplio, como es la compleja distribución y organización de los diversos subcampos de Auschwitz, hasta el trazado de los barracones:

… el imperio concentracionario de Auschwitz no estaba formado por un solo Lager, sino por unos cuarenta: el campo de Auschwitz propiamente dicho se alzaba en la periferia de la pequeña ciudad del mismo nombre (Oswiecim, en polaco), tenía capacidad para unos veinte mil prisioneros y, por así decir, era la capital administrativa del conjunto; además estaba el Lager (o más exactamente el grupo de Lager: según la época) de Birkenau, que llegó a contener sesenta mil prisioneros, de los cuales cuarenta mil eran mujeres y en los que funcionaban las cámaras de gas y los hornos crematorios; y finalmente un número continuamente variable de campos de trabajo, alejados de la «capital» hasta cientos de kilómetros: mi campo, llamado Monowitz, era el más grande de éstos y había llegado a tener doce mil prisioneros. Estaba a unos siete kilómetros de Auschwitz» (226, apéndice de 1976)

Los Blocks comunes de viviendas están divididos en dos locales; en uno (Tagesraum) vive el jefe del barracón con sus amigos; tienen una mesa larga, sillas, bancos; por todas partes un montón de

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objetos extraños de colores vivos, fotografías, recortes de revistas, dibujos, flores artificiales, bibelots; grandes letreros en la pared, proverbios y aleluyas que encomian el orden, la disciplina, la higiene; en un rincón, una vitrina con los instrumentos del Blockfrisör (el barbero autorizado), los cucharones para repartir la sopa y dos vergajos de goma, el lleno y el vacío, para mantener la misma disciplina. El otro local es el dormitorio; en él no hay más que ciento cuarenta y ocho literas de tres pisos, dispuestas apretadamente como las celdas de una colmena, de modo que se aprovechen todos los metros cúbicos del espacio, hasta el techo, y separadas por tres pasillos; aquí viven los Häftlinge [prisioneros] corrientes, doscientos o doscientos cincuenta por barracón, por consiguiente dos en una buena parte de cada una de las literas, que son tablas de madera movibles, provistas de un delgado saco de paja y de dos mantas cada una. Los pasillos de desahogo son tan estrechos que difícilmente pueden pasar dos personas; la superficie total del suelo es tan poca que los habitantes del mismo Block no pueden estar dentro a la vez si por lo menos la mitad no están echados en las literas. De ahí la prohibición de entrar en un Block al que no se pertenece (54)

Tampoco falta un informe psicológico sobre los efectos del encierro en la psique de los presos, como cuando analiza los dos sueños más repetidos de todos, el sueño de Tántalo (la comida que no llega a la boca) y el «sueño del relato que nadie escucha»:

Aquí está mi hermana, y algún amigo mío indeterminado, y mucha más gente. Todos están escuchándome […] Es un placer intenso, físico, inexpresable, el de estar en mi casa, entre personas amigas, tener tantas cosas que contar: pero no puedo dejar de darme cuenta de que mis oyentes no me siguen. O más bien, se muestran completamente indiferentes: hablan confusamente entre sí de otras cosas, como si yo no estuviese allí. Mi hermana me mira. Se pone de pie y se va sin decir palabra […] Tengo el sueño delante, caliente todavía, y yo, aunque despierto, estoy todavía lleno de su angustia: y entonces me doy cuenta de que no es un sueño cualquiera, sino que desde que estoy aquí lo he soñado no una vez, sino muchas, con pocas variantes de ambiente y de detalle. Ahora estoy enteramente lúcido, y me acuerdo de que ya se lo he contado a Alberto y de que él me ha confiado, para mi asombro, que también lo sueña él, y que es el sueño de otros muchos, tal vez de todos. ¿Por qué pasa esto? ¿Por qué el dolor de cada día se traduce en nuestros sueños tan constantemente en la escena repetida de la narración que se hace y nadie escucha? (86-87).

Pero el apartado más estremecedor de este escrupuloso dosier es el que atañe al «material humano», el informe antropológico sobre los dos principales tipos de individuos que «produce» Auschwitz, contenido en uno de los capítulos más escalofriantes de la literatura reciente, el nueve, «Los hundidos y los salvados»:

… queda claro que hay entre los hombres dos categorías particularmente bien distintas: los salvados y los hundidos. Otras parejas de contrarios (los buenos y los malos, los sabios y los tontos, los cobardes y los valientes, los desgraciados y los afortunados) son bastante menos definidas, parecen menos congénitas, y sobre todo admiten gradaciones intermedias más numerosas y congénitas» (118).

Aquí se encuentra el célebre retrato del «musulmán», del preso que se deja morir, y que para Levi y para algunos filósofos representa el emblema más acabado de la brutalidad de Auschwitz:

Con el término Muselmann, ignoro por qué razón, los veteranos del campo designaban a los débiles, los ineptos, los destinados a la selección […] Con los adaptados, con los individuos fuertes y astutos, los mismos jefes mantienen con gusto relaciones, a veces casi de camaradas, porque tal vez esperan obtener más tarde alguna utilidad. Pero a los «musulmanes», a los hombres que se desmoronan, no vale la pena dirigirles la palabra, porque ya se sabe que se lamentarán y contarán lo que comían en su casa. Vale menos aún la pena hacerse amigo suyo, porque no tienen en el campo amistades ilustres, no comen nunca raciones extras, no trabajan en Kommandos ventajosos y no conocen ningún modo secreto de organizarse. Y, finalmente, se sabe que están aquí de paso y que dentro de unas semanas no quedará de ellos más que un puñado de cenizas en cualquier campo no lejano y, en un registro, un número de matrícula vencido. Aunque englobados y arrastrados sin descanso por la muchedumbre innumerable de sus semejantes, sufren y se arrastran en una opaca soledad íntima, y en soledad mueren o desaparecen, sin dejar rastros en la memoria de nadie […]

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Todos los «musulmanes» que van al gas tienen la misma historia o, mejor dicho, no tienen historia; han seguido por la pendiente hasta el fondo, naturalmente, como los arroyos que van a dar a la mar. Una vez en el campo, debido a su esencial incapacidad, o por desgracia, o por culpa de cualquier incidente trivial, se han visto arrollados antes de haber podido adaptarse; han sido vencidos antes de empezar, no se ponen a aprender alemán y a discernir nada en el infernal enredo de leyes y prohibiciones, sino cuando su cuerpo es una ruina, y nada podría salvarlos de la selección o de la muerte por agotamiento. Su vida es breve pero su número es desmesurado; son ellos, los Muselmänner, los hundidos, los cimientos del campo, ellos, la masa anónima, continuamente renovada y siempre idéntica, de no hombres que marchan y trabajan en silencio, apagada en ellos la llama divina, demasiados vacíos ya para sufrir verdaderamente. Se duda en llamarlos vivos: se duda en llamar muerte a su muerte, ante la que no temen porque están demasiado cansados para comprenderla. Son los que pueblan mi memoria con su presencia sin rostro, y si pudiese encerrar todo el mal de nuestro tiempo en una imagen, escogería esta imagen, que me resulta familiar: un hombre demacrado, con la cabeza inclinada y las espaldas encorvadas, en cuya cara y en cuyos ojos no se puede leer ni una huella de pensamiento» (118-121).

Frente a los «hundidos» se hallan los «salvados». Tales nombres, extraídos del Juicio Final, están despojados en Levi de cualquier connotación moral o de toda relación con otro mérito individual que no sea el del talento para sobrevivir a cualquier precio. La mayor parte de los «salvados» está constituida por «prominentes», como se denomina a aquellos que han obtenido privilegios a costa de su ferocidad y egoísmo. Los hay arios y judíos:

Prominenten se llaman los funcionarios del campo a partir del director-Häftling (Lagerältester), los Kapos, los cocineros, los enfermeros, los guardias nocturnos, hasta los barrenderos de las barracas y los Scheissminister y Bademeister (encargados de letrinas y duchas) […] Los prominentes judíos constituyen un triste y notable fenómeno humano […] Son el típico producto de la estructura del Lager alemán: ofrézcase a algunos individuos en estado de esclavitud una posición privilegiada, cierta comodidad y una buena probabilidad de sobrevivir, exigiéndoles a cambio la traición a la solidaridad natural con sus compañeros, y seguro que habrá quien acepte […] Sucederá además que su capacidad de odiar, que se mantenía viva en dirección a sus opresores, se volverá, irracionalmente, contra los oprimidos, y él se sentirá satisfecho cuando haya descargado en sus subordinados la ofensa recibida de los de arriba […] Sobre los prominentes no judíos hay mucho menos que decir, aunque fuesen con mucho los más numerosos (ningún Häftling «ario» carecía de un cargo, aunque fuese modesto). Que hayan sido estúpidos y bestiales resulta natural si se piensa que la mayor parte eran criminales comunes escogidos en las cárceles alemanas con vistas a su empleo como vigilantes en los campos para judíos (121-122).

No existe una vía intermedia entre el superviviente despiadado y la víctima propiciatoria, más que en muy contados casos:

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Sobrevivir sin haber renunciado a nada del mundo moral propio, a no ser debido a poderosas y directas intervenciones de la fortuna, no ha sido concedido más que a poquísimos individuos superiores, de la madera de los mártires y de los santos (123).

En todo caso, no se trata de categorías inamovibles; pasar de «salvado» a «hundido» es de lo más fácil y sucede a cada momento mediante el mecanismo de la «selección», descrito sin ningún patetismo, con escalofriante neutralidad:

El Tagesraum es un cuarto de siete metros por cuatro: cuando la caza ha terminado, dentro del Tagesraum está comprimida una masa humana caliente y compacta que invade y rellena perfectamente todos los rincones y ejerce en las paredes de madera una presión que las hace crujir. Ahora estamos todos en el Tagesraum y además de no haber tiempo, ni siquiera hay espacio para tener miedo. La sensación de la carne caliente que oprime por todo alrededor de uno es singular y no es desagradable. Hay que procurar tener la nariz en alto para encontrar aire, y no arrugar o perder la ficha que tenemos en la mano. El Blockältester ha cerrado la puerta del Tagesraum que da al dormitorio y ha abierto las otras dos que, del Tagesraum y del dormitorio, dan al exterior. Aquí, delante de las dos puertas, está el árbitro de nuestro destino, que es un suboficial de las SS. Tiene a la derecha al Blockältester, a la izquierda al furriel de la barraca. Cada uno de nosotros, saliendo desnudos del Tagesraum al frío aire de octubre, debe dar corriendo los pocos pasos que hay entre las puertas delante de los tres, entregar la ficha al SS y entrar por la puerta del dormitorio. El SS, en la fracción de segundo entre las dos pasadas sucesivas, con una mirada de frente y de espaldas, decide la suerte de cada uno y entrega a su vez la ficha al hombre que está a su derecha o al hombre que está a su izquierda, y esto es la vida o la muerte de cada uno de nosotros. En tres o cuatro minutos, una barraca de doscientos hombres está «terminada» y, durante la tarde, el campo entero de doce mil hombres Yo, inmovilizado en la carnicería del Tagesraum, he sentido gradualmente disminuir la presión humana en torno a mí, y pronto me ha tocado el turno. Como todos, he pasado con paso enérgico y elástico, procurando llevar la cabeza alta, el pecho fuera y los músculos contraídos y marcados. Con el rabillo del ojo, he procurado ver a mi espalda y me ha parecido que mi ficha ha ido a la derecha. Conforme íbamos volviendo al dormitorio, podíamos vestirnos. Nadie conoce ahora con seguridad el propio destino, hay que saber primero con seguridad si las fichas condenadas son las pasadas a la derecha o a la izquierda. Ahora no es el caso de tener consideraciones los unos con los otros ni de tener escrúpulos supersticiosos. Todos se amontonan en torno a los más viejos, a los más desnutridos, a los más «musulmanes» si sus fichas han ido a la izquierda, la izquierda es con toda seguridad el lado de los condenados (162-163).

Josef Windeck, antiguo kapo de Buna-Monowitz, juzgado y condenado tras la guerra por diversos asesinatos de prisioneros. Fuente: http://www.wollheim-memorial.de/en/josef_windeck_19031977

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ENSAYO MORAL Uno de los mayores valores del libro es la profundidad de su reflexión. El testigo no se limita a evocar acontecimientos traumáticos; al mismo tiempo se convierte en un vigoroso pensador y extrae enseñanzas morales de ellos. Levi insiste en diversos lugares en que las categorías morales del mundo normal no son aplicables en el campo. La supervivencia es el valor supremo, casi el único que rige en el Lager, todo lo demás es secundario:

… queda claro que hay entre los hombres dos categorías particularmente bien distintas: los salvados y los hundidos. Otras parejas de contrarios (los buenos y los malos, los sabios y los tontos, los cobardes y los valientes, los desgraciados y los afortunados) son bastante menos definidas, parecen menos congénitas, y sobre todo admiten gradaciones intermedias más numerosas y congénitas (118).

No existían muchos asideros morales en Auschwitz, y los habituales no servían o estaban viciados. El italiano, que nunca fue hombre religioso, se muestra muy crítico, por ejemplo, con el recurso a Dios de algunos presos. ¿Qué Dios es ése que salvaba a unos y condenaba a otros igual de inocentes? Levi, por lo general tan mesurado, deja asomar un amago de rabia en un par de pasajes en los que trata de este Dios de los presos:

… desde mi litera que está en el tercer piso, se ve y se oye que el viejo Kuhn reza, en voz alta, con la gorra en la cabeza y oscilando el busto con violencia. Kuhn da gracias a Dios porque no ha sido elegido [en la selección para la cámara de gas]. Kuhn es un insensato. ¿No ve, en la litera de al lado, a Beppo el griego que tiene veinte años y pasado mañana irá al gas, y lo sabe, y está acostado y mira fijamente a la bombilla sin decir nada y sin pensar en nada? ¿No sabe Kuhn que la próxima vez será la suya? ¿No comprende Kuhn que hoy ha sucedido una abominación que ninguna oración propiciatoria, ningún perdón, ninguna expiación de los culpables, nada, en fin, que esté en poder del hombre hacer, podrá remediar ya nunca? Si yo fuese Dios, escupiría al suelo la oración de Kuhn (165). Hoy pienso que, sólo por el hecho de haber existido un Auschwitz, nadie debería hablar en nuestros días de Providencia; pero lo cierto es que, en aquel momento, el recuerdo de los salvamentos bíblicos en las adversidades extremas pasó como un viento por todos los ánimos (196).

Es el mundo al revés: los valores morales de fuera del campo ―la honradez, la laboriosidad, la solidaridad― en Auschwitz sólo sirven para llevar más rápidamente a la muerte al incauto: «Sucumbir es lo más sencillo: basta cumplir órdenes que se reciben, no comer más que la ración, atenerse a la disciplina del trabajo y del campo. La experiencia ha demostrado que, de ese modo, sólo excepcionalmente se puede durar más de tres meses» (120). En el capítulo «Kraus», dedicado a un joven prisionero del mismo nombre, Levi insiste en una de las conclusiones más desoladoras del libro, sobre la que se explayará más extensamente en Los hundidos y los salvados, su última obra: los buenos no sobreviven: «Qué buen muchacho debía ser Kraus de paisano: no vivirá mucho tiempo aquí dentro, esto se advierte a la primera mirada y se demuestra como un teorema» (170). Pero el núcleo de la meditación de Levi, que responde a la duda planteada por el título, se centra en lo fácil que es acabar con la dignidad de un hombre, en cómo lo que entendemos por normalidad es tan sólo una quebradiza superficie bajo la que nos amenazan a todos la barbarie y la degradación. Y esta es una enseñanza universal y válida más allá de las alambradas de Auschwitz y de los límites temporales de la brutalidad nazi. En el penúltimo capítulo del libro, titulado «El último», Levi lanza una devastadora mirada sobre el estado de rebaño al que han quedado reducidos sus compañeros y él mismo. Un mínimo gesto de rebelión de un prisionero basta para poner de manifiesto la vileza y cobardía del resto. Levi asiste a una ejecución pública de un prisionero del Sonderkommando que ha participado en una revuelta y ha hecho explotar un crematorio:

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El hombre que va a morir hoy entre nosotros ha tomado parte de algún modo en la revuelta [del Sonderkommando de Birkenau]. Se dice que mantenía relaciones con los insurrectos de Birkenau, que ha llevado armas de nuestro campo, que estaba tramando un amotinamiento simultáneo también entre nosotros. Morirá hoy bajo nuestras miradas: y quizás los alemanes no comprendan que la muerte solitaria, la muerte de hombre que le ha sido reservada, le servirá de gloria y no de infamia. Cuando terminó el discurso del alemán, que nadie pudo entender, de nuevo se elevó la primera voz ronca: «Habt ihr verstanden?» (¿Lo habéis entendido?). ¿Quién respondió «Jawohl»? Todos y ninguno: fue como si nuestra maldita resignación tomase cuerpo de por sí, se hiciese voz colectivamente por encima de nuestras cabezas. Pero todos oyeron el grito del moribundo, éste traspasó las gruesas y antiguas barreras de inercia y de sumisión, golpeó el centro vivo del hombre en cada uno de nosotros: ―Kamaraden, ich bin der Letze! (¡Compañeros, yo soy el último!) Me gustaría poder contar que entre nosotros, rebaño abyecto, se hubiese levantado una voz. Un murmullo, un signo de asentimiento. Pero no sucedió nada. Hemos continuado en pie, encorvados y grises, con la cabeza inclinada, y no nos hemos descubierto la cabeza más que cuando el alemán nos lo ha ordenado. El escotillón se ha abierto, el cuerpo se ha deslizado atrozmente; la banda ha vuelto a tocar, y nosotros, de nuevo formados en columna, hemos desfilado ante los últimos temblores del moribundo […] nosotros estamos destrozados, vencidos: aunque hayamos sabido adaptarnos, aunque hayamos, al fin, aprendido a encontrar nuestra comida y a resistir el cansancio y el frío, aunque regresemos (186-187).

Fruto de las numerosas charlas impartidas en institutos y de los posteriores coloquios, Levi añadió en 1976 un importante apéndice a Si esto es un hombre, donde dirime las principales cuestiones que le planteaban. Su propósito es pedagógico, no literario, y por ello las respuestas proporcionadas resultan especialmente esclarecedoras para los interrogantes más controvertidos sobre el Holocausto. Una de las cuestiones que más intrigaban a los chicos (y a cualquiera que se interese por el tema) es la de por qué los prisioneros casi nunca se rebelaban o resistían. Levi, que nunca tuvo empacho en criticar con la mayor dureza la degradación moral de las víctimas, en este caso se negó en rotundo a culpabilizarlas como hacen tantos otros. No se trataba de cobardía ni de resignación; el sistema de exterminio estaba proyectado de manera diabólica, hasta el último detalle, para prevenir y sofocar de raíz, antes de que surgiera, cualquier reacción:

En los campos para prisioneros políticos, o donde éstos prevalecían, la experiencia conspiradora de éstos demostró ser preciosa, y a menudo se llegó, más que a rebeliones abiertas, a actividades de defensa bastante eficientes […] En los campos en los que los judíos eran mayoría, como los de la zona de Auschwitz, una defensa activa o pasiva era particularmente difícil. Aquí los prisioneros, en general, carecían de casi toda experiencia organizativa o militar; provenían de todos los países de Europa, hablaban lenguas diferentes, y por ello no se entendían entre sí: sobre todo, tenían más hambre, estaban más débiles y cansados que los demás, porque sus condiciones de vida eran más duras y porque tenían frecuentemente tras de sí un largo historial de hambre, persecuciones y humillaciones en los ghettos. Por ende, la duración de su estancia en el Lager era trágicamente breve, constituían en definitiva una población fluctuante, continuamente disminuida por la muerte y renovada por las incesantes llegadas de nuevos cargamentos. Es comprensible que en un tejido humano tan deteriorado e inestable no prendiese fácilmente el germen de la rebelión. Podríamos preguntarnos por qué no se rebelaban los prisioneros no bien bajaban del tren, que esperaban horas (¡a veces días!) antes de entrar a las cámaras de gas. Además de todo lo que he dicho, debo agregar que los alemanes habían perfeccionado, en esta empresa de muerte colectiva, una estrategia diabólicamente astuta y versátil. En la mayor parte de los casos, los recién llegados no sabían qué se les tenía preparado: se los recibía con fría eficiencia pero sin brutalidad, se los invitaba a desnudarse «para la ducha», a veces se les entregaba una toalla y jabón, y se les prometía un café para después del baño. Las cámaras de gas, en efecto, estaban camufladas como salas de ducha, con tuberías, grifos, vestuarios, perchas, bancos, etcétera. Cuando por el contrario un prisionero daba la menor muestra de saber o sospechar su destino inminente, las SS y sus colaboradores actuaban por sorpresa, intervenían con extremada brutalidad, gritando, amenazando, pateando, disparando y azuzando ―contra esa gente perpleja y desesperada, marinada por cinco o diez días de viaje en vagones sellados― a sus perros adiestrados para despedazar hombres.

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Siendo así las cosas, parece absurda y ofensiva la afirmación a veces formulada según la cual los judíos no se rebelaron por cobardía. Nadie se rebelaba. Baste recordar que las cámaras de gas de Auschwitz fueron puestas a prueba con un grupo de trescientos prisioneros de guerra rusos, jóvenes, con entrenamiento militar, preparados políticamente y sin el freno que representan mujeres y niños; tampoco ellos se rebelaron (224-225).

Otro de los puntos que trata en el apéndice es el de la responsabilidad y el grado de complicidad de los alemanes corrientes o, en otras palabras, si el no querer enterarse no constituye el peor delito:

… pese a las varias posibilidades de informarse, la mayor parte de los alemanes no sabía porque no quería saber o, aun más: porque quería no saber. Es cierto que el terrorismo de Estado es un arma muy fuerte a la que es muy difícil resistir, pero también es cierto que el pueblo alemán, globalmente, ni siquiera intentó resistir. En la Alemania de Hitler se había difundido una singular forma de urbanidad: quien sabía no hablaba, quien no sabía no preguntaba, quien preguntaba no obtenía respuesta. De esta manera el ciudadano alemán típico conquistaba y defendía su ignorancia, que le parecía suficiente justificación de su adhesión al nazismo: cerrando el pico, los ojos y las orejas, se construía la ilusión de no estar al corriente de nada, y por consiguiente de no ser cómplice, de todo lo que ocurría ante su puerta. Saber, y hacer saber, era un modo (quizás tampoco tan peligroso) de tomar distancia con respecto al nazismo; pienso que el pueblo alemán, globalmente, no ha hecho uso de ello, y de esta deliberada omisión lo considero plenamente culpable (221-222).

Un tercer debate interminable es el de si es posible comprender la perversidad nazi. Levi se alinea con los que arguyen que no sólo no es posible, sino que ni siquiera es deseable. Pero al mismo tiempo distingue entre «comprender» al verdugo, que requiere una identificación con lo comprendido, y «conocer» las circunstancias que propician su aparición, con el objetivo de prevenirla:

Quizá no se pueda comprender todo lo que sucedió, o no se deba comprender, porque comprender casi es justificar. Me explico: «comprender» una proposición o un comportamiento humano significa (incluso etimológicamente) contenerlo, contener al autor, ponerse en su lugar, identificarse con él. Pero ningún hombre normal podrá jamás identificarse con Hitler, Himmler, Goebbels, Eichmann e infinitos otros. Esto nos desconcierta y a la vez nos consuela: porque quizás sea deseable que sus palabras (y también, por desgracia, sus obras) no lleguen nunca a resultarnos comprensibles. Son palabras y actos no humanos, o peor: contrahumanos, sin precedentes históricos, difícilmente comparables con los hechos más crueles de la lucha biológica por la existencia. A esta lucha podemos asimilar la guerra: pero Auschwitz nada tiene que ver con la guerra, no es un episodio, no es una forma extremada. La guerra es un hecho terrible desde siempre: podemos execrarlo pero está en nosotros, tiene su racionalidad, lo «comprendemos». Pero en el odio nazi no hay racionalidad: es un odio que no está en nosotros, está fuera del hombre, es un fruto venenoso nacido del tronco funesto del fascismo, pero está fuera y más allá del fascismo. No podemos comprenderlo; pero podemos y debemos comprender dónde nace, y estar en guardia. Si comprender es imposible, conocer es necesario, porque lo sucedido puede volver a suceder, las conciencias pueden ser seducidas y obnubiladas de nuevo: las nuestras también (241-242).

Tal vez sea este el punto más discutible de la reflexión de Levi. ¿Cómo no va a ser posible comprender a unos tipos corrientes, como admite Levi que eran los verdugos? En su mayoría eran hombres, no monstruos; su crueldad era humana y provenía de los mismos impulsos, miedos y prejuicios que albergamos todos en lo más profundo. Negarse a mirarlos a la cara supone dotarlos de un aura demoniaca y convertirlos inmerecidamente en ángeles caídos, con todo el prestigio del malditismo romántico. No, su perversión era como ellos: sádica pero vulgar. Como declaró Hannah Arendt, el mal es lo más superficial que existe; sólo el bien es insondable.

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PERSONAJES La reflexión moral nunca es abstracta en Levi, se encarna siempre en casos concretos, comportamientos individuales, retratos de caracteres y de personajes. En uno de los capítulos centrales del libro, «Los hundidos y los salvados» ―tan importante para el propio autor que, ya al final de su vida, lo retomaría para convertirlo en un libro del mismo título―, Levi nos presenta cuatro casos paradigmáticos de supervivientes. Los cuatro, sin embargo, a pesar de ser tan diferentes, coinciden en una cosa: un egoísmo despiadado, sin ninguna cortapisa moral, dispuesto a todo por la supervivencia.

Tenemos el hombre normal (Schepchel) que no duda en traicionar para sobrevivir; el que proviene de la clase dominante (Alfred L., ingeniero y directivo de empresa) que aplica su feroz clasismo a la supervivencia; la animalidad encarnada (Elías Lindzin), un enano hercúleo y medio subnormal, capaz de resistir cualquier embate debido precisamente a su inhumanidad («Si Elías recobra la libertad se verá confinado al margen del consorcio humano, en una cárcel o en un manicomio. Pero aquí, en el Lager, no hay criminales ni locos»: el producto de desecho es el mejor adaptado para la vida en el campo). Por último, Henri (foto de la izquierda), un joven culto y despabilado: «Sólo tiene veintidós años; es inteligentísimo, habla francés, alemán, inglés y ruso, tiene una óptima cultura científica y literaria» (130). Henri es astuto y sabe inspirar compasión con su aspecto aniñado a los prisioneros ingleses con los que negocia: «Henri

tiene el cuerpo y la cara delicados y sutilmente perversos del San Sebastián del Sodoma» (131). Levi, después de pintar un retrato más bien halagüeño de él («Hablar con Henri es útil y agradable; hasta sucede a veces que al oírle afectuoso y cercano parece posible una comunicación, quizás hasta un afecto»), lo despacha lapidario porque sabe que es tan despiadado como el resto: «Hoy sé que Henri está vivo. Daría cualquier cosa por saber de su vida de hombre libre, pero no quiero volver a verlo» (132). El verdadero Henri se llamaba Paul Steinberg y tenía dieciocho años, no veintidós. Había nacido en Berlín, en una familia judía rusa que emigró a Italia y posteriormente a Francia en 1933, y de ahí a Barcelona, desde donde regresó a Francia debido a la guerra civil española. El joven Steinberg era políglota como buen nómada y las ajetreadas vicisitudes de su infancia y adolescencia lo habían hecho adaptable y desapegado afectivamente, aptitudes que se revelarían de lo más idóneas en Auschwitz. En septiembre de 1943 fue denunciado y detenido en París, y desde allí, vía Drancy, enviado a Auschwitz, como tantos otros judíos franceses. Como señala Levi, su astucia y encanto le granjearon la protección de diversos «prominentes» (kapos, médicos, prisioneros de guerra), gracias a lo cual sorteó todos los peligros y logró salir vivo de Auschwitz. Muchos años más tarde, en 1996 y ya enfermo de cáncer, publicó un libro de memorias2 donde trata de contrarrestar, o al menos justificar, la imagen negativa que daba Levi de él, al que, por cierto, no recordaba aunque coincidieran en el comando químico de Buna. Steinberg reconoce la degradación moral que el Lager provocó en él, aunque ¿cómo podía esperar nadie que un adolescente preservase su integridad cuando la mayoría de los hombres curtidos no lo lograron? «Seguramente yo era así», confiesa sobre la visión que Levi dio de él en Si esto es un hombre, «ferozmente determinado a hacer cualquier cosa por sobrevivir, dispuesto a emplear 2 Paul Steinberg, Crónicas del mundo oscuro, Barcelona, Montesinos, 1999.

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cualquier medio que tuviera a mano, incluyendo mi talento para inspirar simpatía y lástima. Lo más extraño de todo acerca de esta relación que parece haber dejado tan profundas huellas en su memoria [se refiere a Levi], es que no me acuerdo en absoluto de él. ¿Acaso porque consideré que no me sería de utilidad? Lo cual confirmaría de paso su juicio sobre mí […] ¿Debe uno sentirse tan culpable por haber sobrevivido?».

Al lado del egoísmo despiadado, que es lo que más abunda, Levi rescata también algunos raros casos de solidaridad y desprendimiento. En el emotivo capítulo «El canto de Ulises», habla el autor del Pikolo de su comando (una especie de grumete del barracón):

«Jean era un estudiante alsaciano; aunque tenía veinticuatro años, era el Häftling [prisionero] más joven del Kommando Químico. Por eso le había tocado el cargo de Pikolo, es decir, de pinche letrado, afecto a la limpieza de la barraca, a la entrega de las herramientas, al lavado de las escudillas, a la contabilidad de las horas de trabajo del Kommando […] Hay que saber que el cargo de Pikolo es un grado bastante elevado en la jerarquía de las Prominencias» (141-142).

Aun así, Jean Samuel (en la foto) es un Pikolo benévolo y muy querido, lo cual no es lo habitual:

«Era despabilado y físicamente robusto, y al mismo tiempo pacífico y amigable: aun conduciendo con tenacidad y coraje su secreta lucha individual contra el campo y contra la muerte, no se olvidaba de mantener relaciones humanas con los compañeros menos privilegiados» (142).

Levi trata de recordar un canto de la Divina Comedia para traducírsela a Jean Samuel, que desea aprender italiano y es un oyente atento y sensible. En uno de los pasajes más estremecedores del libro, el italiano da con unos versos que le conmueven hasta lo más hondo porque le recuerdan la humanidad que creía haber perdido:

para vivir cual brutos no os hicieron, mas para profesar virtud y ciencia

Jean Samuel sobrevivió a Auschwitz y fue entrañable amigo de Primo Levi, con el que se carteó toda su vida. Murió en 2010, con 88 años. En agosto de 1944 comienzan los bombardeos sobre la planta industrial de Buna-Monowitz y la producción se retrasa y finalmente se detiene. Durante estas fechas Levi conoce a Lorenzo Perrone (foto de página siguiente), no un prisionero, sino un trabajador civil italiano, albañil de profesión y paisano del Piamonte, que le ayudó a sobrevivir proporcionándole de manera clandestina y arriesgada raciones extra de comida. También escribió cartas a Italia en su nombre y le hizo llegar un paquete de comida. Levi siempre reconoció que le debía la vida:

… un obrero civil italiano me trajo un pedazo de pan y las sobras de su rancho todos los días y durante seis meses; me dio una camiseta suya llena de remiendos; escribió para mí una carta a Italia y me hizo recibir la respuesta […] creo que es a Lorenzo a quien debo estar hoy vivo; y no tanto por su ayuda material como por haberme recordado constantemente con su presencia, con su manera tan llana y fácil de ser bueno, que todavía había un mundo justo fuera del nuestro […] Los personajes de estas páginas no son hombres […] Pero Lorenzo era un hombre; su humanidad era

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pura e incontaminada, se encontraba fuera de este mundo de negación. Gracias a Lorenzo no me olvidé yo mismo de que era un hombre (153-156).

Tras la guerra y retornado a Italia, Perrone se hallaba tan traumatizado por lo que había visto que abandonó el trabajo y se entregó al alcoholismo. Levi lo visitó en diversas ocasiones en el pueblo en que vivía, Fossano, y trató de rescatarlo de la vida de mendigo que llevaba. Todo fue en vano: Lorezo Perrone murió tuberculoso y alcoholizado en 1952, con 48 años. En 1998 fue nombrado «Justo entre las Naciones» por Yad Vashem. En una entrevista con el autor, Levi evocaba emocionado a Perrone:

Era muy ignorante, casi analfabeto, apenas sabía escribir. No era un hombre religioso; ni siquiera conocía los Evangelios, pero por instinto intentó rescatar a la gente, no por orgullo ni por la fama, sino simplemente porque tenía buen corazón y por pura humanidad. Una vez me preguntó en su estilo lacónico: ¿Para qué hemos venido al mundo si no para ayudarnos unos a otros? Pero se sentía atemorizado por la marcha del mundo. Después de ver a la gente morir como moscas en Auschwitz, ya no podía ser feliz. No era judío ni siquiera un prisionero. Pero era una persona muy sensible. Cuando regresó tras la guerra comenzó a beber. Fui a verle ―vivía no lejos de Turín― y traté de convencerle de que dejase de beber. Como era un alcohólico, había dejado su trabajo de albañil y se dedicaba a recoger chatarra. Se bebía cada lira que ganaba. Le pregunté por qué y él me respondió con su franqueza: «No quiero vivir más; estoy harto de la vida… Después de ver esta amenaza de la bomba atómica… Creo que ya he visto de todo…»3

Levi llamó a sus hijos Lisa Lorenza (nacida en 1948) y Renzo (nacido en 1957) en honor de Lorenzo Perrone. Tras pasar por la enfermería, a Levi le envían a un nuevo block, donde tiene la suerte de

reencontrarse con un amigo italiano, Alberto Dalla Volta (en la foto), un joven animoso y despabilado que se convertirá en compañero inseparable y le enseñará a sobrevivir: Alberto es mi mejor amigo. Sólo tiene veintidós años, dos menos que yo, pero ninguno de los italianos ha demostrado una capacidad de adaptación semejante a la suya. Alberto entró en el Lager con la cabeza alta, y vive en el Lager ileso e incorrupto […] los dos estamos unidos por un estrechísimo pacto de alianza, por lo que cada bocado «organizado» [extra, clandestino] es dividido en dos partes rigurosamente iguales […] La sangre de sus venas es demasiado libre para que Alberto, mi viejo amigo no domado, piense en arrellanarse en una colocación; su instinto lo conduce a otra parte, hacia otras soluciones, hacia lo imprevisto, lo extemporáneo, lo nuevo. A un buen empleo, Alberto prefiere sin dudar las incertidumbres y las batallas de la «profesión liberal» (83, 174).

3 http://www.theparisreview.org/interviews/1670/primo-levi-the-art-of-fiction-no-140-primo-levi (Última consulta: 03/04/2017, traducción del inglés propia).

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En el último capítulo, Alberto Dalla Volta acude a despedirse: será la última vez que se vean; Alberto morirá durante las marchas de la muerte:

Y vino al fin Alberto, desafiando la prohibición, a decirme adiós por la ventana. Era mi inseparable: nosotros éramos «los dos italianos» y las más de las veces los compañeros extranjeros confundían nuestros nombres. Desde hacía seis meses compartíamos la litera y cada gramo de comida «organizada» extrarración […] Nos despedimos, no hacían falta muchas palabras, ya nos lo habíamos dicho todo infinitas veces (192-193).

Alberto, hijo de un comerciante de muebles, nació en Mantua en 1922 y vivió en Brescia casi toda su vida, hasta su detención en diciembre de 1943. Fue deportado junto con su padre, que perecería en la cámara de gas en 1944. La madre y un hermano lograron sobrevivir a la guerra escondiéndose. En el último capítulo del libro, titulado «Historia de diez días», aparece Charles Conreau (1913-2012, en la foto), un maestro francés y prisionero político no judío, que llegó a Auschwitz en los últimos tiempos, por lo que se encontraba en mejor estado que el resto de los prisioneros. Como Primo, estaba ingresado en la enfermería debido a la escarlatina, pero era el preso en mejores condiciones físicas del barracón, y de ahí que se convirtiera en el compañero de Primo en sus excursiones al exterior de la enfermería en busca de provisiones. Gracias a esas batidas casi todos los enfermos del barracón de infecciosos lograron sobrevivir hasta la llegada de los rusos. Levi describe a los dos franceses con los que se encuentra en el barracón: «Los dos franceses con escarlatina eran simpáticos. Eran dos provincianos de los Vosgos, ingresados en el campo pocos días antes con una gran expedición de civiles rastreados por los alemanes que se retiraban de la Lorena». Uno de ellos «se llamaba Charles, era maestro de escuela y tenía treinta y dos años» (189). «Charles era valiente y robusto», nos cuenta Primo (196). Levi mostró siempre gratitud ante la entereza y humanidad de Charles:

Parte de nuestra existencia reside en las almas de quienes se nos aproximan: he aquí por qué es no humana la experiencia de quien ha vivido días en que el hombre ha sido una cosa para el hombre. Nosotros tres [los dos franceses, Charles y Arthur, y Levi] fuimos en gran parte inmunes, y nos debemos por ello mutua gratitud; es por lo que mi amistad con Charles resistirá al tiempo (212).

El 27 de enero llegan por fin los rusos. De los once enfermos del barracón de infecciosos sólo sobrevivirán en los próximos días cinco. El libro acaba precisamente con un recuerdo a su amigo francés: «…Charles ha vuelto a su profesión de maestro; nos hemos escrito largas cartas y espero volverlo a ver algún día» (213). Al lado de estas poderosas figuras individuales, se encuentran también retratos colectivos, que reflejan el propósito nazi de convertir a los individuos en una masa anónima, uniformada e indistinguible. Levi dibuja en diversas ocasiones a una muchedumbre de condenados, entre los que se incluye, que parece entresacada del infierno dantesco. Por ejemplo al principio del relato, cuando tras el ritual del ingreso los presos contemplan en qué han quedado convertidos:

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Entonces por primera vez nos damos cuenta de que nuestra lengua no tiene palabras para expresar esta ofensa, la destrucción de un hombre. En un instante, con intuición casi profética, se nos ha revelado la realidad: hemos llegado al fondo. Más bajo no puede llegarse: una condición humana más miserable no existe y no puede imaginarse. No tenemos nada nuestro: nos han quitado la ropa, los zapatos, hasta los cabellos; si hablamos no nos escucharán; y si nos escucharan no nos entenderían. Nos quitarán hasta el nombre: y si queremos conservarlo deberemos encontrar en nosotros la fuerza de obrar de tal manera que, detrás del nombre, algo nuestro, algo de lo que hemos sido, permanezca (47).

Otro muestra sobrecogedora sucede casi al final de la historia, cuando Levi es admitido al fin para trabajar en el laboratorio y allí se encuentra por primera vez en mucho tiempo con mujeres civiles, no prisioneras, que le hacen avergonzarse de su aspecto:

No sabemos qué aspecto tenemos; nos vemos el uno al otro y a veces nos reflejamos en un cristal terso. Somos ridículos y repugnantes. Nuestro cráneo está calvo el lunes y cubierto por una corta pelusa oscura el sábado. Tenemos la cara hinchada y amarilla permanentemente marcada por las cortaduras del barbero apresurado, y frecuentemente por cardenales y llagas entumecidas; tenemos el cuello largo y nudoso como pollos desplumados. Nuestra ropa está increíblemente sucia, manchada de barro, sangre y pringue […] Estamos llenos de pulgas, y nos rascamos a menudo desvergonzadamente; estamos obligados a pedir permiso para ir a las letrinas con humillante frecuencia. Nuestros zuecos de madera son insoportablemente ruidosos y llenos capas superpuestas de barro y de grasa reglamentaria. Y luego a nuestro olor nosotros estamos acostumbrados pero las chicas no, y no desperdician ocasión de manifestárnoslo. No es el olor genérico del mal lavado, sino el olor a Häftling, suave y dulzón, que se nos ha agarrado a nuestra llegada al Lager y se exhala tenaz de los dormitorios, de las cocinas, de los lavaderos y de los retretes del Lager. Se adquiere enseguida y no se pierde nunca: «¿tan joven y ya hiedes?», así se suele acoger entre nosotros a los recién llegados (178).

Tampoco a los verdugos se los individualiza más que rara vez y con mayor razón; ellos mismos han repudiado su humanidad al renunciar a su libertad individual, se han convertido en una especie casi animal, regida por automatismos. Al contrario que los prisioneros, su degradación es más imperdonable por ser voluntaria y no forzada:

Construyen refugios y trincheras, reparan los daños, construyen, combaten, mandan, organizan y matan. ¿Qué otra cosa podrían hacer? Son alemanes: este comportamiento suyo no es deliberado y meditado, sino que procede de su naturaleza y del destino que han elegido. No podrían hacer otra cosa: si se hiere el cuerpo de un agonizante la herida empieza a cicatrizar, aunque todo el cuerpo vaya a morirse al día siguiente (177).

Mucho antes que Hannah Arendt, Goldhagen y otros historiadores actuales, Primo Levi ya insistía en que la mayoría de los nazis y de quienes los apoyaron era gente corriente, no psicópatas. Eso es precisamente lo que los hace tan terroríficos. Como decía la escritora norteamericana Mary McCarthy en una frase a menudo citada: «Llamar a alguien monstruo no lo hace más culpable sino menos, al clasificarlo junto a las bestias y los demonios». El corolario está claro: la atrocidad y el genocidio están al alcance de cualquiera:

Hay que recordar que estos fieles, y entre ellos también los diligentes ejecutores de órdenes inhumanas, no eran esbirros natos, no eran (salvo pocas excepciones) monstruos: eran gente cualquiera. Los monstruos existen pero son demasiados pocos para ser realmente peligrosos; más peligrosos son los hombres comunes, los funcionarios dispuestos a creer y obedecer sin discutir, como Eichmann, como Hoess, comandante de Auschwitz, como Stangl, comandante de Treblinka... (Apéndice de 1976, p. 242)

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INFLUENCIAS También en el estilo de Si esto es un hombre se halla un cruce de diversas retóricas, dominadas todas por la contención, la sobriedad y la ausencia de patetismo (ese «estudio sereno de algunos aspectos del alma humana» del que habla el autor en el prefacio del libro). El tono predominante es el desapasionado de un informe científico. El propio Levi reconocía haberse inspirado en los «informes de fin de semana» que elaboraba para la fábrica de pinturas en la que trabajaba entonces, en especial para algunos capítulos como el de «Más acá del bien y del mal», que trata de la economía sumergida del campo. Otro modelo son algunos libros científicos especialmente amados por Levi. En el décimo capítulo, «Examen de química», en el que Levi describe la prueba a la que le sometieron para ser admitido en el laboratorio, el autor adopta la mirada de un entomólogo al describir al siniestro doctor Pannwitz, el químico nazi que le examina, así como todo el entorno que le rodea. Levi recordaba su lectura infantil de Souvenirs entomologiques [Recuerdos de un entomólogo] donde el naturalista francés Jean-Henri Fabre (1823-1915) describía la vida de las termitas, una sociedad tan implacable y totalitaria como la de Auschwitz. También influyeron en su visión de Auschwitz como zoo humano algunas novelas de Aldous Huxley, un escritor de formación científica. En cualquier caso, todos los críticos y lectores destacan el tono desapasionado, «frío» como algunos le han reprochado, «clásico» como otros le alaban, en un tema en el que la tentación de la truculencia resulta tan frecuente. Un ejemplo característico es la escena de la llegada a Auschwitz y de la selección del primer capítulo, «El viaje», que no responde al tópico de gritos, golpes, apresuramiento y confusión: «Todo estaba silencioso como en un acuario, y como en algunas escenas de los sueños. Esperábamos algo más apocalíptico y aparecían unos simples guardias» (39). La violencia es escasa, salvo algún golpe suelto y rutinario.

Junto a este estilo científico, desprovisto de retórica y de una transparencia cartesiana, se encuentra en ciertos pasajes más dramáticos otro tono arcaizante, cuyo origen puede rastrearse en la Divina Comedia de Dante, la Biblia o la célebre escena de la peste de Milán en Los novios de Manzoni: «Y llegó la noche, y fue una noche tal que se sabía que los ojos humanos no habrían podido contemplarla y sobrevivir […] Cada uno se despidió de la vida del modo que le era más propio» (33-34). La prosodia del Infierno de Dante resultaba un modelo inevitable para el de Auschwitz en un joven italiano culto. Ilustración de Gustave Doré para el Inferno de Dante

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Desde el momento en que el narrador ingresa en Auschwitz, el tiempo verbal cambia del pasado al presente. Aún se utiliza el pasado para los enlaces narrativos, los pasajes de transición y los resúmenes, pero las escenas están narradas en presente y todo adquiere una angustiosa actualidad. En el infierno no existen nostalgia ni esperanza, pasado ni futuro, sólo el presente más acuciante, el problema de cómo se sobrevivirá al minuto siguiente:

… ¿Y hasta cuándo? Pero los antiguos se ríen de esta pregunta: en esta pregunta se reconoce a los recién llegados. Se ríen y no contestan: para ellos, hace meses, años, que el problema del futuro remoto se ha descolorido, ha perdido toda su agudeza, frente a los mundos más urgentes y concretos problemas del futuro próximo: cuándo comeremos hoy, si nevará, si habrá que descargar carbón (58-59). ¿Sabéis cómo se dice “nunca” en la jerga del campo? Morgen früh, mañana por la mañana (169).

Levi se permite muy pocos desahogos sentimentales en el libro. Por eso cuando alguno de estos momentos más subjetivos tiene lugar alcanza una resonancia emocionante, como sucede en el justamente célebre capítulo 11, «El canto de Ulises». Una mañana, mientras el comando trabaja en el interior de una cisterna subterránea, Jean Samuel, Pikolo, elige a Levi para que le ayude a traer la marmita de sopa. Durante el largo camino de ida a la cocina, los dos hablan de sus cosas. Jean quiere aprender italiano y Levi se ofrece a enseñarle. Utiliza para ello el canto de Ulises, de la Divina Comedia. Levi trata de recordar los versos, aunque sólo recupera fragmentos sueltos. Pero de pronto le viene a la memoria un pasaje fundamental, aquel en que Ulises arenga a sus hombres a seguir adelante, mar adentro hacia lo desconocido:

Considerad cuál es vuestra ascendencia: para vivir cual brutos no os hicieron, mas para profesar virtud y ciencia

El pasaje exalta a Levi: «Por un momento, he olvidado quién soy y dónde estoy» (146). El escritor cambia el pasado por el presente para narrar este episodio, como si aún lo tuviera ante los ojos y estuviera sucediendo en el momento en que lo cuenta.

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HISTORIA DEL LIBRO Levi comenzó a escribir Si esto es un hombre a los pocos meses del regreso de Auschwitz. En el apéndice de la obra, el escritor resumió la historia del libro:

… escribí el libro apenas regresé, en unos pocos meses: a tal punto los recuerdos me quemaban por dentro. Rechazado por algunos grandes editores, el manuscrito fue aceptado en 1947 por una pequeña editorial dirigida por Franco Antonicelli: se imprimieron 2.500 ejemplares; luego la editorial se disolvió y el libro cayó en el olvido, entre otras cosas porque en esos tiempos de áspera posguerra la gente no tenía muchas ganas de regresar con la memoria a los dolorosos años que acababan de pasar. Halló nueva vida sólo en 1958, cuando fue reimpreso por el editor Einaudi, y desde entonces el interés del público nunca faltó (p. 214-215, «Apéndice de 1976»).

Su origen es anterior. Ya desde los últimos tiempos en Auschwitz decidió que debía contar su peripecia si llegaba a sobrevivir. Una vez en Italia, Levi anota rápidamente en cualquier trozo de papel las ideas que se le ocurren con vistas a la futura obra. La necesidad de desahogarse es tan intensa que el superviviente se lanza a contarle su trauma al primer desconocido que se encuentra:

Todavía más importante que dar testimonio de Auschwitz era su necesidad compulsiva de desahogarse. Con la esperanza de reconstruir su carrera de químico y restablecer los lazos con sus amigos, empezó a viajar a y desde Milán, donde había trabajado brevemente antes de su arresto […] Y fue más o menos ahora, con su mente puesta en exorcizar su terrible experiencia en un libro, cuando Levi dijo que empezó a abordar a pasajeros del expreso Milán-Turín y a contarles lo que había visto y padecido. Pronto se encontró hablando con extraños en la calle, en los tranvías y los autobuses que estaban empezando a volver a circular, refiriendo su historia a todo aquel que estuviera dispuesto a escuchar. La compulsión de actuar de este modo era abrumadora y Levi no tenía ningún reparo en hacerlo. Hablar era su modo de encontrar consuelo y de volver a encontrarse a sí mismo: se sentía renovado y liberado con ello. De momento, la obligación moral de dar testimonio de Auschwitz era secundaria respecto a su necesidad compulsiva de desahogarse. En los trenes abarrotados entre Turín y Milán, sorprendentemente, nadie le dijo que bajara su voz. Un pasajero pidió incluso amablemente a Levi si podía hablar más alto, porque era duro de oído. Otro le pidió permiso para escuchar su conversación, ya que sonaba –dijo– tan «increíble». Estos momentos mostraron a Levi que un público potencialmente inmenso –no sólo su círculo de conocidos– estaba deseoso de oír su relato. Tan solo en una ocasión un pasajero, un sacerdote, preguntó a Levi por qué tenía que dirigirse a extraños con una historia que sonaba tan malvada. Levi contestó que no podía evitarlo. Se trataba quizá de un signo de que estaba emergiendo de las profundidades.4

Levi era un narrador oral nato según sus amistades y, antes de escribir sus libros de Auschwitz, había relatado los incidentes en numerosas ocasiones a todo el que quisiera escucharle, como si tratara de liberarse de la pesadilla colectiva que sufrían tantos prisioneros del Lager: que retornaban a casa y hablaban, pero nadie les escuchaba; lo cual fue en parte lo que les sucedió al principio.

4 Ian Thomson, «Contarlo para crearlo». En: http://www.revistadelibros.com/articulos/si-esto-es-un-hombre-primo-levi (Última consulta: 17/12/2016).

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La verdadera redacción de la obra no daría comienzo hasta enero de 1946, cuando el químico encuentra trabajo en una fábrica de pinturas de las afueras de Turín. Allí pasaría dieciséis meses en un relativo aislamiento, que aprovecharía para plasmar sus recuerdos con una dedicación febril. Las comunicaciones por ferrocarril entre Avigliana, el pueblo donde se encontraba la fábrica de pinturas, y Turín, situado a unos treinta kilómetros, no eran muy buenas en la posguerra y los empleados se quedaban durante la semana en una casa para empleados solteros, con vistas a un lago, en la que durante la guerra se habían alojado las SS, lo cual le parecía a Levi como una tardía reparación. Allí comenzó el autor el libro y allí lo concluiría diez meses más tarde, el 22 de diciembre de 1946. Levi lo inició por el último capítulo, «Historia de diez días», y fue remontándose hacia atrás desde lo más reciente en su memoria hasta el comienzo traumático. Sus colegas de trabajo recuerdan cómo el químico aprovechaba cualquier pausa para lanzarse a escribir y, al final de la jornada, nada más acabada la cena, corría a encerrarse en su cuarto para proseguir con la historia. Como declaró a un biógrafo, escribía «como una presa cuyas aguas, tras abrirse la esclusa, se precipitan de un modo incontenible».5

Franco Antonicelli, dandy, resistente antifascista y editor de Levi. A él se debe el genial hallazgo del título

Al contrario de lo que podría pensarse, el estado de ánimo de Levi durante la escritura de la obra no era lúgubre ni desesperado, sino eufórico. Había encontrado un trabajo de químico, estaba a punto de casarse y la situación política de Italia había dado un vuelo espectacular. El rey Vittorio Emanuele III abdicó en mayo de ese año y en el posterior referéndum el pueblo eligió la república como forma de gobierno. En esos momentos parecía muy lejano el reciente pasado fascista y Levi y sus amigos estaban llenos de optimismo. … en los meses en que este libro fue escrito, en 1946, el nazismo y el fascismo parecían carecer realmente de rostro: parecían haber vuelto a la nada, desvanecidos como un sueño monstruoso (216, Apéndice de 1976). Ese renacer personal y colectivo se refleja en las páginas de una obra que desprende coraje y confianza en la dignidad del hombre, pese a su siniestra atmósfera. «He trabajado

en este libro con amor y con rabia», le confiaría a Jean Samuel, el antiguo Pikolo de Buna «Fue sólo después de que mi humanidad hubiese sido anulada, después de haber escrito Si esto es un hombre, cuando volví a sentirme un verdadero “hombre”, un hombre en el sentido del título de ese libro»6. A la euforia de la finalización de la obra siguió la decepción de su suerte editorial. Einaudi, la primera editorial a la que presentó el manuscrito y la más importante de Italia, tenía a Cesare Pavese como su director ejecutivo y además allí trabajaba su buena amiga y escritora Natalia Ginzburg. No parecía haber persona más idónea para comprender Si esto

5 Ibíd. 6 Ibíd.

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es un hombre. La Ginzburg, también judía y que había perdido a su marido durante la guerra, rechazó sin embargo el libro de Levi, alegando que no estaban los tiempos para mirar atrás. El rechazo dolió profundamente al autor que, no obstante, siguió conservando toda su vida la amistad con la escritora. Muchos años más tarde, la propia Natalia Ginzburg reconocería su error. No fue el único rechazo; otras cinco editoriales devolvieron el manuscrito con el mismo argumento: no era el momento de mirar al pasado en una Italia que trataba de empezar de nuevo y superar sus errores. A ello se añadía que el clasicismo de la escritura de Levi encajaba mal con la moda del neorrealismo imperante entonces. Finalmente, y por medio de un amigo de la hermana, Levi sería aceptado por una pequeña editorial de vanguardia, De Silva, dirigida por el antiguo resistente Franco Antonicelli, a quien cabe atribuirle el mérito no sólo de la publicación, sino el de haberle cambiado el título a la obra. Levi había pensado en un primer momento en el más convencional En el abismo, y más tarde en Los hundidos y los salvados, que aprovecharía casi al final de su vida para otra obra sobre Auschwitz. Fue Antonicelli quien apostó por el potente Si esto es hombre, que extrajo de un verso del poema de Levi que suele figurar como frontispicio de la obra. Resulta interesante la posible genealogía del título, tal como la rastrea el biógrafo Ian Thomson:

La frase contenía un eco de la pregunta llena de asombro que hace Samuel Taylor Coleridge al Viejo Marinero, «What manner of man art thou?» («¿Qué clase de hombre eres?»), así como una alusión a la famosa novela de la Resistencia de Elio Vittorini, Uomini e no (Hombres y no), que había inundado las librerías italianas después de la Liberación. Pero puede que una fuente más fascinante para el verso del poema fuera la película más popular de la temporada: La belle et la bête, de Jean Cocteau. Proyectada en Turín a públicos que la veían embelesados, la película presenta a un monstruo que dice de sí mismo con tristeza: «Si yo fuera un hombre».

Como preveían las editoriales que lo rechazaron, el libro de Levi apenas tuvo eco. Se publicó en octubre de 1947, casi dos años exactos después de su regreso de Auschwitz y al mes de su matrimonio. La tirada fue de 2.000 ejemplares de los que se vendieron 1.500, lo que por entonces se consideraba un fracaso (en nuestros días y en España, con primeras ediciones de 500 ejemplares, esa cifra hubiera sido todo un éxito). En la portada (véase la de esta guía) figuraba un grabado de Goya, «El 3 de mayo en Madrid: los fusilamientos de patriotas madrileños». Salvando un par de críticas entusiastas, entre ellas la de Italo Calvino, la publicación pasó prácticamente desapercibida. Levi aparcó de momento su carrera de escritor; su mujer estaba embarazada y hacía falta dinero en casa, que sólo podía provenir de su trabajo de químico, en el que nadie, ni siquiera los verdugos de Auschwitz, le discutía la competencia. Transcurriría más de una década antes de que Einaudi se percatase por fin de la trascendencia del libro y se decidiera a reeditarlo en 1958, con un éxito ininterrumpido desde entonces. Europa empezaba a comprender para esas fechas que el totalitarismo no era una vieja cuestión del pasado, sino una amenaza permanente:

Pocos años después [de la guerra] Europa e Italia se dieron cuenta de que se trataba de una ingenua ilusión: el fascismo estaba muy lejos de haber muerto, sólo estaba escondido, enquistado; estaba mudando de piel, para presentarse con piel nueva, algo menos reconocible, algo más presentable, mejor adaptado al nuevo mundo que había salido de la catástrofe de esa Segunda Guerra Mundial que el fascismo mismo había provocado (216, Apéndice de 1976).

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3. BIBLIOGRAFÍA

OBRAS DE PRIMO LEVI

—1947: Si esto es un hombre, Barcelona, El Aleph, 2006 —1963: La tregua, Barcelona, El Aleph, 2005 —1966: Historias naturales, Barcelona, El Aleph, 2006 —1971: Defecto de forma, Madrid, Alianza, 1989 —1971: Lilit y otros cuentos, Barcelona, El Aleph, 2002 —1975: El sistema periódico, Barcelona, Península, 2014 —1978: La llave estrella, Barcelona, El Aleph, 2001 —1981: La búsqueda de las raíces: antología personal, Barcelona, El Aleph, 2004 —1982, Si ahora no, ¿cuándo?, Barcelona, El Aleph, 2007 —1982: Deber de memoria, Buenos Aires, Libros del Zorzal, 2006 (entrevista) —1984: A una hora incierta, Barcelona, La Poesía, señor Hidalgo, 2005 (poesía) —1985: El oficio ajeno, Barcelona, El Aleph, 2011 —1985: Prefacio a: Rudolf Höss, Yo, comandante de Auschwitz, Barcelona, Ediciones B, 2009 —1986, Los hundidos y los salvados, Barcelona, El Aleph, 1988 —1986: Última Navidad de guerra, Barcelona, Muchnik, 2001 —Trilogía de Auschwitz (contiene: Si esto es un hombre, La tregua, Los hundidos y los salvados), Barcelona, El Aleph, 2009 —Vivir para contar: Escribir tras Auschwitz, Barcelona, Alpha Decay, 2010 —Así fue Auschwitz: Testimonios 1945-1986, Barcelona, Península, 2015

OBRAS SOBRE PRIMO LEVI —Samuel, Jean, Me llamaba Pikolo, Barcelona, Plataforma Editorial, 2009 —Steinberg, Paul, Crónicas del mundo oscuro, Barcelona, Montesinos, 1999. —Thomson, Ian, Primo Levi, Barcelona, Belacqva, 2007

ARTÍCULOS7

—«A Hard Case: the life and death of Primo Levi», The New Yorker, junio 2002: http://www.newyorker.com/magazine/2002/06/17/a-hard-case —Mate, Reyes, «Primo Levi, el testigo: una semblanza en el XX aniversario de su desaparición»: http://proyectos.cchs.csic.es/sscv/sites/default/files/mate4.pdf —Parks, Tim, «The Mistery of Primo Levi», The New York Review of Books, noviembre 2015: http://www.nybooks.com/articles/2015/11/05/mystery-primo-levi/ —Shoá en Italia: http://www.nomidellashoah.it/home2_2_BIG.ASP?IDTESTO=1335 —Thomson, Ian, «Contarlo para crearlo: De cómo nació Si esto es un hombre»: http://www.revistadelibros.com/articulos/si-esto-es-un-hombre-primo-levi

7 URL: última consulta: 03/04/2017.

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ÍNDICE Presentación … 2 1. BIOGRAFÍA … 3 2. SI ESTO ES UN HOMBRE: ESTILO Y TEMAS … 7 NOVELA DE FORMACIÓN … 8 INFORME CIENTÍFICO … 10 ENSAYO MORAL … 14 PERSONAJES … 17 INFLUENCIAS … 22 HISTORIA DEL LIBRO … 24

3. BIBLIOGRAFÍA … 27