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Presses Universitaires du Mirail Las autonomías étnicas en Ecuador: ambigüedades y perspectivas Author(s): Roberto SANTANA Source: Caravelle (1988-), No. 63, 501 ANS PLUS TARD : AMÉRIQUE INDIENNE 93 (1994), pp. 75- 90 Published by: Presses Universitaires du Mirail Stable URL: http://www.jstor.org/stable/40852328 . Accessed: 14/06/2014 03:22 Your use of the JSTOR archive indicates your acceptance of the Terms & Conditions of Use, available at . http://www.jstor.org/page/info/about/policies/terms.jsp . JSTOR is a not-for-profit service that helps scholars, researchers, and students discover, use, and build upon a wide range of content in a trusted digital archive. We use information technology and tools to increase productivity and facilitate new forms of scholarship. For more information about JSTOR, please contact [email protected]. . Presses Universitaires du Mirail is collaborating with JSTOR to digitize, preserve and extend access to Caravelle (1988-). http://www.jstor.org This content downloaded from 62.122.73.86 on Sat, 14 Jun 2014 03:22:45 AM All use subject to JSTOR Terms and Conditions

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Las autonomías étnicas en Ecuador: ambigüedades y perspectivasAuthor(s): Roberto SANTANASource: Caravelle (1988-), No. 63, 501 ANS PLUS TARD : AMÉRIQUE INDIENNE 93 (1994), pp. 75-90Published by: Presses Universitaires du MirailStable URL: http://www.jstor.org/stable/40852328 .

Accessed: 14/06/2014 03:22

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C. M. H. L.B. CARAVELLE n° 63, pp. 75-90, Toulouse, 1994

Las autonomías étnicas en Ecuador: ambigüedades y perspectivas

PAR

Roberto SANTANA Institut Pluridisciplinaire d'Etudes sur V Amérique Latine de Toulouse -

GRAL-CNRS

idea de este Coloquio fue lanzada para intentar un balance de las movilizaciones indias de America al calor del V Centenario de la llegada de los españoles. Por cierto, tal objetivo no podría abarcar

sino una parte muy modesta de la intensa actividad desplegada a lo largo de tres o cuatro años por los indígenas y los sectores populares que han apoyado sus demandas. Si tomamos en consideración el caso ecuatoriano, se constata, en efecto, que desde el comienzo mismo de la Campaña de los "500 años de resistencia india y popular" (1989-1992), una actividad multiforme, a veces casi febril, fue desplegada por las organizaciones indígenas de diferentes niveles, principalmente la CONAIE, el ECUARRUNARI, la CONFENIAE y la OPIP1. ¿Cómo dar cuenta de tanta iniciativa, de tantos actos llenos de contenido político y de significación simbólica, plenos de sacrificio y de esperanzas (encuentros, paros, levantamientos, ocupaciones simuladas de sitios ancestrales, declaraciones, etc.)?

CONAIE = Confederación de Nacionalidades Indígenas del Ecuador; ECUARRUNARI = Ecuador Runacunapac Richarrimui = Despertar del Indio Ecuatoriano; CONFENIAE = Confederación de las Nacionalidades Indígenas de la Amazonia Ecuatoriana; OPIP = Organización de los Pueblos Indígenas del Pastaza.

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IG CM. H.L.B. Caravelle

Yo he elegido el camino de abordar algunas cuestiones que pertenecen al dominio de las relaciones de las etnias y el Estado, es decir, me limitaré al dominio estrictamente político del status jurídico/institucional, al do- minio de los derechos políticos, esperando que otros tratarán más preci- samente de las materias que tienen que ver con las numerosas reivindica- ciones que sobre el plano económico, social o cultural los pueblos autóc- tonos ecuatorianos han levantado en este período. Lo voy hacer a partir de dos polos conceptuales que a mi parecer permiten una discusión apropiada y útil : las autonomías y las etnias. Aclaro que esta opción no deja de ser paradójica en relación al discurso indígena ecuatoriano, el cual abunda en la utilización casi excluyente de los términos de nacionalidad y de autode- terminación.

Si bien al final de esta disertación se comprenderá mejor el sentido del criterio adoptado, se puede decir desde ya que él permite integrar mejor los contextos internos - el universo étnico calidoscópico del país en primer lugar- y los datos externos, que se refieren a las dinámicas internacio nales que marcan la vida de los Estados y de la economía en este fin de siglo. Estas últimas no podrían ser desestimadas en el análisis de situaciones particulares y sobre todo en el análisis previsional.

El fin de la inmutabilidad Es conocido que en la historia republicana las relaciones de los indios

con los Estados latinoamericanos está marcada por una gran inmutabili- dad -de la misma manera que las relaciones disimétricas establecidas entre la llamada "sociedad nacional" y las etnias-, no solamente en el orden ju- rídico-político sino también en el orden social. Sin embargo, no es menos cierto que un viraje se produce entre los años 60 y 70, el mismo íntima- mente ligado al "renacimiento" de las élites dirigentes en el seno de las so- ciedades indígenas. La presencia de este nuevo interlocutor, que viene a desalojar las antiguas mediaciones étnico-estatales, presiona por los cam- bios de estructuras y de estatutos y contribuye a crear un dinamismo que toca a la vez al Estado, a la sociedad global y a los propios indios. Puede decirse que hoy la realidad de la relación indios/Estado es muy cambiante pues, en la misma medida en que los indígenas se movilizan y ganan espa- cios de negociación, el Estado intenta formas nuevas de integración y de recuperación de elementos identitarios étnicos, teniendo como objetivo el reforzamiento de la conciencia nacional2.

2 Greg Urban and Joel Sherzer, "Introduction: indians, Nation-State, and Culture", in: Nation-States and Indians in Latin America. University of Texas Press, Austin. 1992. pp 1-18.

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Las Autonomías étnicas en E cuador ... 11

Lo anterior es particularmente cierto para el Ecuador, país que en las dos últimas décadas conoció un intenso crecimiento del rol del Estado en el desarrollo económico, en la modernización social, y en el estableci- miento de equilibrios internos que aunque precarios han permitido el fun- cionamiento de un sistema democrático estable. Sin embargo, pese a la presencia creciente de los indígenas en el espacio público, la moderniza- ción del Estado en los años pasados no integró al orden jurídico-institu- cional la problemática étnica, de manera que los órganos de la representa- ción política, la administración, la justicia y la planificación del desarrollo, tal cual existen en la actualidad, son más bien el reflejo de una situación pasada que hace abstracción de la fuerte realidad multiétnica en el país.

Es así como, desde los años 70, los gobiernos sucesivos han adoptado una práctica de tratamiento puntual y/o coyuntural, tomando decisiones parciales o sectoriales, ya sea de orden cultural o de carácter socio-econó- mico, resultado a veces de acuerdos con tal o cual grupo indígena, con tal o cual organización, en función de las presiones sociales localizadas, o de alcance más global. La mayoría de esas respuestas estatales no pueden ser consideradas como respuestas políticas a demandas que se convierten cada vez más en demandas políticas. La única excepción, importante sin duda, está en el dominio de la educación, pues allí se observa una continuidad y coherencia en cuanto a los compromisos estatales por la enseñanza de las lenguas indígenas desde que en 1988 se crea la DINEIB (Dirección Na- cional de Educación Intercultural Bilingüe). El Estado ha respondido pos- teriormente de manera positiva a las demandas de consolidación de un sistema educacional administrado por los representantes de las organiza- ciones indígenas, legalizando sus estructuras y otorgando a la DINEIB el carácter de organismo descentralizado, con autonomía técnica, adminis- trativa y financiera.

Pero, señalando esto último, hemos entrado ya en la coyuntura de los inicios de la campaña de los " 500 años de resistencia india" (así denomi- nada originalmente), iniciativa de la CONAIE, organización considerada como la más representativa de los pueblos indígenas del país. Ella se pro- puso un vasto programa de actividades políticas, culturales, educativas y de investigación, para un período largo de cuatro años. Pero, para lo que nos interesa aquí, la referencia crucial es el año de 1990, el cual debe ser considerado clave para calibrar el impacto político de la campaña indí- gena. En ese año, en efecto, tuvo lugar un acontecimiento de importancia excepcional: el levantamiento indígena generalizado del mes de junio, forma moderna (no armada) de una sublevación indígena en gran escala. El período que sigue estará completamente marcado por su impacto, las

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secuelas y las sugerencias que de él se derivan, por ser su significado tan relevante que a partir de entonces nada será igual en el Ecuador3 .

Por medio del levantamiento el leadership de la CONAIE puso el én- fasis, efectivamente, en el carácter profundamente político de las motiva- ciones indígenas y definió los dominios sobre los cuales sus demandas se polarizan. Posteriormente, diversos líderes tendrán ocasión de precisar con más nitidez la representación que ellos se hacen de la articulación futura de las etnias al Estado ecuatoriano así como de las vías para la concretiza - ción de tales objetivos. Tres nociones van a ser puestas en primer plano a lo largo del período en estudio, balizando así la dirigencia los contornos de una política que se independiza cada día un poco más de las definiciones, del lenguaje, y de las prácticas del esquema político ecuatoriano: naciona- lidades, territorialidad y Estado plurinacional. Estos tres temas son, más precisamente, el objeto de esta comunicación.

El principio de las nacionalidades redescubierto A fines de los 80, la CONAIE se planteaba la necesidad de contar con

un proyecto político que diera cuenta de sus objetivos estratégicos, de sus alianzas y de sus modalidades de lucha. La "campaña de los 500 años" iba a permitirle precisar estos problemas, y la piedra de toque de las elabora- ciones que sus líderes hacen a partir de allí es el tema de las nacionalida- des. Esta noción preside desde entonces el discurso indígena y precede en su aparición a las otras dos nociones antes señaladas. Si bien es cierto, que a ella se la encuentra ya en los orígenes de la CONAIE a comienzos de los años 80, es sólo a partir de la segunda mitad de la década cuando su difusión se generaliza: la fórmula identitaria expresada en términos de "nacionalidades indias" es ampliamente utilizada por las élites indígenas, las cuales abandonan súbitamente la referencia a las "culturas autóctonas" o "vernáculas", que eran sus expresiones habituales en los años 70. No deja de sorprender que este viraje semántico se produce casi de la noche a la mañana, como sorprende también que el cambio de registro no haya merecido la atención de los observadores. Sin embargo, es el hecho más fundamental en la dinámica organizacional indígena que sigue hasta hoy4.

Lo cierto es que la fórmula empleada tiene gran éxito en el contexto de los años 80, tiene virtud movilizadora, abre y cierra toda declaración ofi- cial o toma de posición de los líderes, y se hace adoptar con una extrema

3 Roberto Santana, "Actores y escenarios étnicos en Ecuador: el movimiento indígena de 1990" in CARAVELLE, n"59. 1992. pp 161-168.

4 Roberto Santana, Les Indiens dEquateur: Citoyens dans ïethnicité? Ediciones del CNRS, 1992. 240 p.

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facilidad por los medios gubernamentales, incorporándose al lenguaje po- lítico habitual. Nadie parece haberse inquietado por la significación polí- tica última del empleo de tal concepto movilizador y a lo largo de la dé- cada la interpretación que todo el mundo parece hacer del concepto de nacionalidad indígena sigue anclada en los 70, es decir, sigue siendo aqué- lla de los "valores culturales indígenas", diferentes de los valores de la so- ciedad blanco-mestiza. Con ello, de un lado los indígenas elevaban el valor de sus culturas a un lugar eminente, haciendo de ello la expresión mayor de la alteridad, y del otro, los hombres políticos encontraban en las reivin- dicaciones culturales un dominio donde no era difícil implementar algu- nas políticas, una manera de ganarse las simpatías del electorado indígena. En definitiva, para la clase política, esta manera de entender la cuestión no representaba ningún desafío importante.

De suerte que la idea de nacionalidades indígenas no implicaba du rante todo ese tiempo pretensiones de tipo autodeterminación o de tipo autonomista, aun cuando en ciertos casos la demanda de derecho a la au- togestión, asociada a reivindicaciones territoriales colectivas, constituía ya el hilo conductor de algunas estrategias locales o regionales. En verdad, la ligazón de las nociones de nacionalidad y de territorialidad no se hará sino más tarde, permaneciendo la reivindicación territorial como desfasada temporalmente, puesto que ella continuaba expresándose en términos agraristas bajo la fórmula de "lucha por la tierra", antigua bandera de los movimientos campesinos de la Sierra.

¿Por qué haber preferido una definición identitaria fundada en el prin- cipio de las nacionalidades, cuyo itinerario lógico bien conocido no es otro que pasar de la etnia a la nación y de la nación al Estado? ¿Por qué haber optado por el principio que está en la base de los movimientos revolucio- narios del siglo XIX, que culminaron en la formación de los Estados na- cionales europeos y de los cuales los Estados latinoamericanos son réplicas imperfectas ? Las preguntas anteriores son pertinentes si se considera que esta suerte de "redescubrimiento" del hecho nacional llega precisamente cuando la idea del Estado-nación ha perdido fuerza y cuando se insiste cada vez más en que los conceptos de Estado y de nación no son identifi- cables5 y cuando, más todavía, se vive una época de consenso casi unánime para sostener que el Estado-nación ya no es el marco eficaz para administrar la esfera económica y la esfera social en las sociedades capita- listas postkeynesianas, es decir, en la regulación del capitalismo a escala

5 De Obieta Chalbaud, José A. El derecho humano de la autodeterminación de los pueblos. Ediciones Tecnos, Madrid. 1985. 251 p.

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internacional6. Y que, para colmo de los colmos, el esquema del imperio o del Estado plurinacional de estilo soviético ha mostrado toda su incon- sistencia y con su carga potencial explosiva es un elemento inquietante en este fin de siglo. No nos adelantemos a dar una respuesta prematura a estas interrogantes puesto que no hemos visto más que uno de los conceptos claves puestos en la línea de mira por los movimientos indígenas. Pasemos entonces a la territorialidad.

Ambigüedades de la territorialidad A fines de los 80 la reivindicación agrarista de "la tierra para el que la

trabaja" cedió el paso a la reivindicación de la territorialidad de las nacio- nalidades. Significativamente, aun los dirigentes del ECUARRUNARI, tradicionalmente inclinados al tema del campesinismo y de la reforma agraria, comienzan a utilizar esta formulación a la cual se le atribuye una connotación diferente de una simple reivindicación agraria. Así, la organi- zación podía declarar desde el año 1987 que su programa de acción se había modificado considerablemente: así, un dirigente podía decir que, "en el pasado, al igual que las centrales sindicales, nosotros exigíamos un pedazo de tierra, ahora nosotros luchamos por la territorialidad, y es así porque tenemos conciencia que la tierra es a la vida lo que la madre es al hijo"7. Un viraje discursivo sin duda importante, pero cuya interpretación es poco evidente.

Si la figura indio/tierra-madre ha formado parte en todo tiempo de la simbólica central de las sociedades autóctonas, en el discurso del ECUA- RRUNARI esta relación crea, casi naturalmente, el imperativo de una "conquista de territorialidad" para las sociedades indígenas. Pero, la rapi- dez con la cual la reivindicación se pone al orden del día contrasta con la parquedad para explicitar sus alcances institucionalizantes.

Mas allá de la identificación simbólica al territorio, pocos son, en efecto, los ejemplos que sugieren otra cosa que un "recurso natural" indispensable a la sobrevivencia indígena, o un soporte igualmente indispensable a la expresión identitaria local, despojado en apariencia de todo valor constituyente de identidad política en un sentido más amplio. Entre esas excepciones, están algunos líderes de posiciones firmemente etnicistas, para quienes el tema de la territorialidad posee resonancias que no son simplemente materiales o simbólicas sino del orden de la creación

6 Juan Luis Klein, "Les limites de la régulation: crise de l'Etat-nation", in: Géographies du

Politique (Jacques Lévy, dir.). Références. Presses de la Fondation Nationale des Sciences

Politiques. 1991. pp 77-84. 7 Santana, R., Ibidem, p 194.

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política. Así puede leerse en un documento: "cuando ratificamos nuestro derecho al ejercicio de la territorialidad, reafirmamos nuestro derecho a definir la vida en nuestra tierra". Y más adelante: "Con su derecho de territorialidad los pueblos decidirán de las leyes que regirán sus conflictos, elijirán sus au toridades, definirán los programas de educación en su lengua y su cultura. Mas que un derecho sobre un espacio físico, se trata de nuestros derechos como nacionalidades"8.

Si en esta última formulación la virtud fundadora del territorio está fuera de duda, se puede imaginar que ello es así porque se le concede a la identidad de la etnia todo su alcance creador de institucionalidad inte- grando a la vez la noción de espacio y de permanencia de un sujeto social. Pero aun así, la escasez de las explicitaciones deja un vasto campo de dudas: ¿se trata solamente de los territorios étnicos delimitables por los topógrafos? Si así fuese, ¿es que por todas partes existe la posibilidad real de delimitación? En todo caso, si no fuera sino eso, se estaría dejando de lado una zona importante de la problemática de la territorialidad -que tal vez no es más territorialidad -entendida como elemento instituyente de la sociedad-: aquélla que yo llamaría de los nuevos espacios de la etnicidad, aquéllos que se crean a partir de los movimientos centrífugos que afectan a las sociedades indígenas contemporáneas.

Porque lo cierto es que los territorios étnicos tradicionales, allí donde son físicamente delimitables, se han complej izado en su virtualidad polí- tica pues elementos salidos de la etnia en sus territorios ancestrales, en su búsqueda de sobrevivencia han creado espacios -no delimitables o dificil- mente delimitables- periféricos o superpuestos. La nueva figura de la terri- torialidad que así emerge, llamémosla "territorio de la etnicidad", queda hasta aquí, me parece, fuera de la visión indígena, la cual sigue apegada a una figura excesivamente clásica del territorio.

La manera como el tema de la territorialidad fue tratado en el proceso que sigue al levantamiento de 1990 sugiere que el potencial político que allí anida tiene más chances de realizarse en un marco de reivindicaciones étnicas centradas sobre estrategias locales o regionales, que en el marco de un proyecto nacional excesivamente globalizante. En todo caso, si algo quedó en claro en el comportamiento de los diferentes grupos dinamiza- dos por la campaña de los "500 años" es que no hay una sola concepción o una sola interpretación de la potencialidad política que debería asignársele a la territorialidad. Por ejemplo, la diferencia es muy marcada entre los indígenas de la Sierra y de la Amazonia, mientras que en esta última la di- ferencia es también nítida entre las etnias localizadas al norte del Pastaza y

8 Santana, R., Ibidem.

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aquellas viviendo al sur del mismo río. Volveré más adelante sobre este importante asunto.

El Estado plurinacional: la amenaza del monolitismo La preocupación indígena por elaborar un proyecto político había

aparecido por los años 1987-1988, dando origen a un debate limitado a las cúpulas dirigentes de la CONAIE. Durante un buen tiempo las orientaciones y propuestas se hicieron en forma embrionaria, contradictoria y poco sistemática, siendo muy escasos los documentos escritos aportados a la discusión. Es casi imposible por lo mismo reconstituir el trayecto discursivo que va de 1987 a julio de 1992, fecha en la que ve la luz el llamado "Programa de Gobierno de la CONAIE" y en la que formalmente se postula la creación de un Estado plurinacional.

El período previo se había caracterizado entonces por la escase« del de- bate de ideas, por mucho activismo en torno a la campaña de los "500 años" y por una clara tendencia del leadership indígena a subordinar los objetivos étnicos a una estrategia revolucionaria muy próxima a la iz- quierda radical ecuatoriana. De suerte que, en la época del levantamiento, el proyecto político parecía dirigirse claramente hacia una estrategia de poder impregnado de orientaciones socio-políticas postulando la validez estratégica de la fórmula clase-etnia como base de lucha, es decir, postu- lando la conquista del Estado por un bloque integrado de las clases y de las etnias dominadas. Ahora bien, la idea del Estado plurinacional aparece en Ecuador como el resultado casi automático del cruce del principio de las nacionalidades y del principio de la territorialidad discutidos preceden- temente. Si se mira bien, ella contiene los ingredientes de una solución estatal que partiendo del criterio de nación (derivación lógica del principio de las nacionalidades) y de territorio (fundamento de toda realización nacional) no podría imaginarse sino como una jerarquía de estatutos polí- tico-administrativos más bien rígidos diferenciados entre ellos por grados de autonomía decreciente. La pregunta que conviene hacerse de inmediato es si no estamos en presencia de una prefiguración de Estado de tipo "federativo multinacional", es decir, reproduciendo idealmente la figura de un modelo estatal a la soviética, donde el territorio es dotado de fuerte valor utilitario -pudiendo ser por lo mismo fuertemente manipulado- y donde la nación aparece como el fundamento "natural" de la estructura federal9.

9 Marie Claude Maurel "Territoires nationaux en périphérie. La résurgence du fait national en Union Soviétique", in Géographies du politique, pp 1 19-135.

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No sería objetivo afirmar a priori la no viabilidad del proyecto pluri - nacional de la CONAIE, pero hay ciertos elementos de juicio que autori- zan la duda. Los acontecimientos ligados al levantamiento de 1990 pare- cen haber puesto de relieve la dificultad operatoria de uno de los elemen- tos claves del proyecto, precisamente el de la territorialidad. Su trata- miento uniforme y generalizado iba a ser sometido, efectivamente, a la prueba de los hechos, a la gran diversidad de situaciones étnicas, y a las di- ficultades de una solución universal por la vía del concepto de territoriali- dad.

En primer término, quedó de manifiesto la dificultad de tratar el tema de la territorialidad en la Sierra de otra manera que por la vía clásica de las reivindicaciones de tierras para las comunidades. Todo, efectivamente, iba a girar a la hora de las negociaciones con el gobierno en torno a la solución de conflictos entre comunidades y grandes explotaciones, en torno a la creación de un "fondo de tierras indígenas" y sobre las medidas para mejo- rar y agilizar la intervención del organismo encargado de los problemas agrarios, en este caso el IERAC. La ausencia de propuesta étnico-insti- tucional en base a la territorialidad en la Sierra, marca sin duda los límites y las dificultades de la aplicación del principio clave al conglomerado indí- gena quichua, el cual representa nada menos que el 90% del total de las poblaciones autóctonas. Si en su mayoría la población de la Sierra es indí- gena quichua, no es menos cierto que por lo general ella se imbrica terri- torialmente con la población mestiza y blanca, creando algunas veces si- tuaciones inextricables y muy frecuentemente borrando toda fluidez en los límites inter-étnicos10. Con todo, esto no impide imaginar que algunos grupos étnicos de la familia quichua (doce grupos reconocidos) podrían definir sus territorios sin mucha dificultad (otavaleños, saraguros, salasacas y talvez otros) pero lo que es indiscutible es que el territorio de la na- cionalidad quichua no existe en tanto tal, a no ser que se postule que su territorio es la Sierra toda, con lo cual se estaría sugiriendo una in- terpretación muy difícil de hacer aceptar en una mesa de negociaciones. En todo caso, me parece que nadie hasta ahora ha explicitado esta hipó- tesis.

La idea de la nacionalidad quichua conlleva la idea de la unidad na- cional de las etnias de habla quichua y su referencia al territorio contiene todo el peligro del irredentismo territorial (donde las tierras irredentas equivaldrían a los territorios simbólicos y no a los reales, susceptibles de negociación). El pan-quichuismo, aun cuando no se ha explicitado todavía formalmente, no deja de recordar otras poco felices tentativas históricas de unidad territorial de grandes familias lingüísticas (pan-eslavismo, pan-

10 Santana, R., Ibidem, p 191 y siguientes.

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germanismo, etc.), las cuales como dice Roland Breton, "tropezaron tanto con las diversidades persistentes, omitidas con demasiada premura, como con los intereses exteriores que sacaban provecho manteniendo la divi- sión"11.

Hablar de nación quichua no es entonces más que una fórmula de fa- cilidad, los habitantes indios de la sierra se identifican genéricamente como "indios"- es decir, como gente que no son ni mestizos ni blancos - y más específicamente prefieren en todo caso poner de relieve su pertenencia étnica (saraguros, otavaleños, etc.). Ello tiene que ver con los orígenes precolombinos, con una localización en "islotes" siguiendo la morfología de la Sierra (cuencas sucesivas pero aisladas en el "corredor" andino), con la historia de la Conquista y de la Colonia (migraciones forzadas y reloca - lizaciones, instalación del sistema de haciendas), y con la evolución repu- blicana (acentuación del mestizaje y reforma agraria).

Lo cierto es que en la actualidad no hay un continuum geográfico quichua en la Sierra, y esto quiere decir que uno de los términos en que se apoya la propuesta de la CONAIE es muy frágil -el de la territorialidad- y que por lo mismo la postulación de Estado plurinacional fundado en torno a la nacionalidad quichua, abrumado ramen te mayoritaria, es frágil.

Si el proyecto plurinacional (cuya paternidad debe atribuirse princi- palmente a los dirigentes quichuas), parece frágil desde el punto de vista de la teoría política, ello no quiere decir que no sea una estrategia de lu- cha. Expuesto públicamente en un contexto de alta confrontación entre la CONAIE y el Estado, en tanto estrategia de lucha, el proyecto podría ser canalizado en la práctica con métodos que no dejan de ser inquietantes: según la CONAIE sería realizable no por la vía del reconocimiento del sistema político ecuatoriano, sino por la vía de una institucionalidad para- lela, de ruptura. Desencantados, tal vez con razón, por los magros resulta- dos obtenidos en las negociaciones luego de la enorme movilización que fue el levantamiento de 1990, los dirigentes serranos decidieron volver la espalda al sistema político nacional, rechazando censo de población y elec- ciones, y buscando más bien una amplia alianza societal primero para un Parlamento Indio y luego para un Parlamento plurinacional12. Igual pos- tura de marginalización se sigue cuando, un poco más tarde, en los inicios de 1993, el nuevo gobierno del Presidente Duran Bailen inicia el proceso de discusión de una Reforma Constitucional destinada fundamentalmente a favorecer la modernización del Estado.

11 Roland Breton, Las Etnias. Ediciones Oikos-Tau. 1983. p 92. 12 Revista de Prensa, KIPU, ediciones ABYA-YALA, años 1990-1991-1992.

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La posición de los dirigentes serranos de la CONAIE frente a lo pluri- nacional no fue seguida por los dirigentes de los grupos amazónicos, los cuales pusieron en evidencia que sus posiciones ideológicas y sus concep- ciones estratégicas no eran las mismas, y que la historia particular de las etnias es, en definitiva, el dato decisivo de toda construcción política posi- ble. No solamente la participación amazónica en el levantamiento de 1990 había sido escasa sino que, frente a las tomas de posición radicales de los dirigentes quichua, dos organizaciones hicieron notar sus puntos de vista diferentes.

Los dirigentes de la OPIP, lo mismo que los de la Federación de Cen- tros Shuar y Achuar asumieron posiciones que, apartándose de lo plurina- cional, optaban por estrategias llamémoslas de fortalecimiento étnico. Dando cuenta de la diversidad de evoluciones, de la complejidad de la rea- lidad y de la mutiplicidad de estrategias que pueden ser adoptadas por las etnias, las dos organizaciones expresaron diferentemente sus propias op- ciones y sus reticencias frente al monolitismo del proyecto plurinacional. Para la OPIP la demanda fue de autonomía étnica, mientras que para la Federación Shuar el camino siguió siendo una estrategia, ya probada, que yo llamaría de autogestión progresiva.

En relación con la propuesta de autonomía de la OPIP, presentada al Presidente Borja unas semanas después del levantamiento, bajo la forma de proyecto de "Acuerdo" entre los cuatro grupos étnicos allí representa- dos y el Estado ecuatoriano, se puede observar la distancia tomada en rela- ción a los planteamientos quichuas: la idea de territorio claramente delimi- tado -puesto que la realidad amazónica lo permite-, es una carta que puede jugarse al interior del sistema político vigente, como un espacio esencial- mente étnico, privilegiando una estrategia de alianza de los cuatro grupos que habitan en ese espacio específico. Al privilegiar la alianza entre etnias involucradas por el mismo territorio, la OPIP se aparta de la alianza plu- riétnica incluyendo vastos sectores de la sociedad ecuatoriana postulada por la CONAIE y no espera a que su demanda sea tratada después de la conquista global del Estado por un nuevo bloque de poder.

El que el proyecto de autonomía de los pueblos del Pastaza haya sido formulado en términos maximalistas -en el sentido de querer al mismo tiempo y de inmediato la aceptación de puntos que son particularmente sensibles a la idea de la soberanía estatal- y en un contexto que segura- mente no era el más favorable por el grado de conflictividad entonces rei- nante, no quita de ninguna manera vigencia a una posibilidad clara de ne- gociación política en la perspectiva de un estatuto especial. Obviamente, el acosado gobierno del presidente Borja no estaba en condiciones de aceptar una discusión en profundidad de la propuesta, so pena de verse políticamente desbordado. En compensación, y más que todo por cálculos

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electorales, al final de su mandato el presidente iba a otorgar a los pueblos del Pastaza títulos de tierra sobre una vasta superficie amazónica13.

El caso de la Federación Shuar es diferente: acostumbrada a la nego- ciación con el Estado -negociaciones siempre difíciles, pero casi siempre rentables- y acostumbrada a discrepar del radicalismo de izquierda de los líderes serranos, ella había tomado sus distancias a propósito del levanta- miento y fue la primera en rechazar la idea de situar las luchas étnicas en un espacio totalmente al margen del sistema político, como fue postulado por diferentes líderes quichuas, decepcionados de la pobreza de los resul- tados obtenidos en las negociaciones con el gobierno. Sin explicitarlo, con su propia actitud, la Federación tomaba sus distancias a propósito del pro- yecto plurinacional.

La FSCH no aprovechó la coyuntura del levantamiento para postular una reivindicación de autonomía fundada en la territorialidad. Con ello no hacía más que perseverar en la línea política que es la suya desde sus orígenes: crear poco a poco, por la vía de la negociación puntual con el Estado, un marco jurídico cada vez más amplio de autogestión de los asuntos internos del grupo. Lo que pasa por el reconocimiento de títulos de propiedad de las tierras reivindicadas por cada comunidad Shuar, y por Convenios o Acuerdos de mediano plazo o definitivos con los Ministerios o con los entes estatales que intervienen en la región amazónica. El mo- delo Shuar de afirmación étnica se aproxima, contrariamente al caso de la OPIP, a un caso de figura donde a partir de los territorios de las comuni- dades (Centros Shuar) se llega a la reivindicación de derechos específicos: a tener su propio sistema escolar bilingüe, a legitimar jurídicamente el de- recho a usar los nombres Shuar, a obtener ciertos tratamientos específicos, etc.

La estrategia Shuar se aparta entonces de la reivindicación de autogo- bierno levantada por la OPIP, pues esta última reivindica la instalación en los territorios en cuestión de un "poder propio", de una estructura política al interior del Estado que podría, en hipótesis, reproducir a una escala sub- nacional aquélla del Estado, aun cuando no postule el acceso a todos los atributos de la soberanía propios al Estado-nación (ejército y relaciones diplomáticas, entre otros). Se aparta también radicalmente del proyecto plurinacional de la CONAIE, en apariencia consistente, pero fragilizado por la contradicción mayor que ya hemos visto, a saber, que la nacionali- dad líder -la quichua- es huérfana de su correspondiente territorialidad.

Paradójicamente, los shuar, cuya territorialidad podría ser definida y potenciada sin grandes dificultades, no levantan como bandera el principio

13 Santana, R., "Actores y escenarios étnicos...", nota 30, p 182.

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de la nacionalidad, mientras que los quichua lo afirman, indepen- dientemente de la ambigüedad relativa a la definición de una territoriali- dad que sea operatoria. A su vez, los grupos unidos del Pastaza optan por un estatuto de autonomía al interior del Estado. Tres ejemplos que sirven bien para ilustrar la diversidad de situaciones que es la característica de la realidad étnica ecuatoriana de hoy. Esa misma diversidad sugiere que los caminos de la realización de las etnias pueden ser múltiples, sin caer nece- sariamente en un proyecto de rasgos "monolíticos" como el levantado por la CONAIE.

Los múltiples caminos de la realización étnica Desde el levantamiento de 1990, y éste es el resultado tal vez más rele-

vante de la campaña de los "500 años", el Ecuador no puede eludir la cuestión étnica entendida como reivindicación política. El problema es de saber si la realización de las aspiraciones de los diferentes grupos se hará si- guiendo exclusivamente los caminos clásicos y estrechos de las reivindica- ciones nacionales inspiradas por la fórmula nacionalidades/territorialidad o si se hará por caminos muy diversificados y pluralistas, poniendo en juego los diferentes actores a la vez el realismo y la imaginación, combi- nando soluciones políticas de orden diferente, y sobre todo poniendo en juego la voluntad de negociar.

En el Ecuador hay una gran diversidad de historias étnicas, mayor- mente locales y pocas veces regionales, y por lo mismo, las diferentes etnias se introducen en la vida política moderna de manera muy dispar. Ningún proyecto monolítico globalizante sería capaz de integrar esa diversidad en una sola vertiente, y por eso mismo es dudoso que el proyecto plurinacional de la CONAIE sea el único en ocupar el espacio político en los años que vienen. No hay que pensar tampoco que serán permanentes las reticencias de los gobiernos recientes a procesar las demandas de autonomía de los indígenas. Son numerosos los ejemplos de países que han encontrado soluciones a tales demandas.

Ya en los comienzos de la década pasada se reconocía que 175 Estados en el mundo habían adoptado legislaciones especiales para dar solución a reivindicaciones étnicas, fundadas las unas sobre estatutos territoriales (donde la lengua, la administración y la escuela están fijados de una vez al interior del territorio ocupado por cada pueblo) o por estatutos de tipo personal (donde las lenguas oficialmente reconocidas se pueden utilizar indistintamente con los mismos efectos en cualquier parte del Estado) 14. Muchos casos más se han incorporado en el curso de la década pasada y se

14 Breton, R., Ibidem, p 92.

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observa que soluciones a veces inesperadas tienen viabilidad y son acepta- bles por las partes, de la misma manera que por aquí, o por allá, aparecen situaciones marcadas por las posiciones monolíticas e intransigentes.

En todos los casos recientes de disputa entre pueblos autóctonos y Es- tados por la cuestión de las autonomías, se constata la importancia deci- siva del lenguaje y del discurso de los dirigentes, la importancia de tener o de no tener en cuenta la evolución histórica y jurídica de los conceptos, de tomar nota de los cambios producidos a nivel internacional condicio- nando los nuevos desarrollos. En Ecuador, como en otros países de Amé- rica Latina, lo étnico no debe interpretarse sólo como resistencia, menos aun como un repliegue defensivo, sino más bien como un factor de poten- ciación de sociedades locales y regionales que aspiran a modernizarse y, en tal sentido, el discurso de los líderes y su proceso de socialización adquiere una importancia decisiva.

Respecto de este problema, y aquí vuelvo a lo dicho en la parte intro - ductoria, no deja de sorprender la ligereza con la cual el término etnia fue descartado en el país por los propios líderes indígenas y por la mayor parte de los especialistas. Por desgracia, sin duda, pues su utilización permitiría un esfuerzo de precisión más riguroso - puesto que el concepto es más ob- jetivo que el de nación o que el de pueblo - al mismo tiempo que no deja ambigüedades en cuanto a que el problema planteado es "bel et bien"el problema del respeto a la diferencia. En términos de su significación úl- tima, conviene recordar la favorable acogida internacional del término et- nia -a partir sobre todo de los años 60- cuyo éxito, lejos de deberse a un auge de las mentalidades anacrónicas, racistas o segregacionistas, habría que entenderlo, como lo hace Roland Breton, como la expresión de las necesidades de comprensión de la sociedad, de un análisis lo más objetivo posible de los grupos humanos, permitiendo asegurar un avance hacia una evolución más racional y más justa de las distintas partes constitutivas de la humanidad.

Me parece que la validez general de la formulación anterior no puede ser desmentida por la exacerbación de los nacionalismos grandes y peque- ños en los países ex-comunistas, o en otros más alejados de Europa. Si existe una historia fuertemente impregnada del voluntarismo de los hom- bres, es sin duda la historia de los nacionalismos, y si ella nos enseña alguna lección útil ésta es, sin duda, que la práctica de la prudencia polí- tica siempre es buena consejera.

En cuanto a la autonomía, la expresión aparece igualmente relegada a un plano secundario, en provecho del término de autodeterminación, concepto entendido muy frecuentemente en Ecuador más bien en el sen- tido de la liberación nacional. La mixtura deriva sin duda de una lectura

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reduccionista del principio moderno de autodeterminación - el cual, sin oponerse al principio de las nacionalidades, enfatiza, sin embargo, el inte- rés de los pueblos en la colaboración y la convivencia dentro de un marco jurídico común15- y de la impregnación evidente del movimiento indígena lidereado por la CONAIE del lenguaje antiimperialista y de liberación nacional que ha dominado por largo tiempo en el movimiento popular ecuatoriano. Poner énfasis en el concepto de autonomía es en mi opinión poner énfasis en una multiplicidad de soluciones posibles al interior de fronteras comunes, es apostarle a la riqueza derivada de la colaboración inter-étnica, y significa desactivar las tendencias al aislamiento, a las soluciones ultristas y en definitiva a la confrontación y a la violencia. Es como un llamado a abandonar la solución Una para el reconocimiento de los diversos Otros. Sería de cierta manera oponer un serio obstáculo al es- quema etnia = nación = Estado.

A los ya múltiples ejemplos conocidos en otros continentes, señalando soluciones que no conducen a la guerra -entre las más ilustrativas la solu- ción para la Nueva Caledonia y entre las más recientes, la ley para las mi- norías aprobada en Hungría- se empiezan a sumar por suerte algunos paí- ses latinoamericanos. Por cierto, en América Latina los arreglos constitu- cionales y legales quedan muchas veces en el papel, como expresión de buena voluntad del legislador, pero los reglamentos de aplicación que son competencia de los gobiernos tardan en llegar y a veces no llegan nunca. Por lo mismo, las proposiciones realistas, estudiadas en sus aspectos técnicos y en sus condiciones de aplicación deben venir necesariamente de los propios interesados. Esta es sin duda la tarea más difícil que compete a las or ganizaciones, mucho más difícil sin duda que la conducción de un movimiento de reivindicación sindical-político a escala nacional.

Llama la atención por eso mismo que la CONAIE se margine del pro- ceso de discusión actual acerca de las reformas del Estado para poner la institucionalidad en condiciones de hacer frente a una nueva estrategia de desarrollo. Sin embargo, entrando en el debate, ella podría ganar espacios políticos y hacer avanzar las ideas y las soluciones. Es de anotar que la única organización que hizo propuestas oportunas a la hora en que el go- bierno de corte neo-liberal habló de reforma Constitucional fue la OPIP.

Por ahora, ninguna organización, que se sepa, ha hecho tampoco plan- teamientos en torno a a la inserción de lo étnico en las discusiones acerca de la ley de descentralización del Estado, lo que significa que el cruce de la problemática local-étnica o regional-étnica no es todavía procesado en sus potencialidades político-étnicas. Esto puede parecer paradójico, puesto

15 De Obieta Chalbaud, J.A., Ibidem, cap. I.

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que muchas organizaciones, incluso algunas comunidades, tienen ligazones directas con agencias de desarrollo internacionales, utilizan el FAX, incluso el teléfono electrónico, viajan al extranjero, reciben visitas, etc. Quiero decir con esto, que el tema de lo local/global en la mundialización de las relaciones económicas y de todo orden y su significación en vista del desarrollo local/regional y de las reivindicaciones autonómicas, no hace todavía su camino en el Ecuador. Sin duda ello vendrá...

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