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Notas César Herrero Hernansanz

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NotasCésar Herrero Hernansanz

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La Trinidad

San Agustín

BAC, 2006. 819 páginas, Luis Arias

Pongo a su disposición mis notas de la lectura de La Trinidad, de San Agustín.

No olviden que les ofrezco síntesis y notas, en las que he procurado seleccionar cuanto me ha parecido más selecto y destacable, saliéndome en ocasiones de los textos traducidos, redactándolos a mi manera, incluso introduciendo algunos de mi cosecha, señalados en rojo, con el fin de resaltar y completar su sentido o aportar criterios personales.

Si después de leer estas notas desean profundar en algún asunto, les recomiendo recurrir al texto del libro impreso.

Asimismo, les adjunto un índice de mis notas, sincronizado con el del texto original, para que puedan percibir a vista de pájaro una panorámica de los temas seleccionados y su paginación. Índice y paginación, que les facilitarán la búsqueda fácil de temas de su interés y ubicación.

San Agustín siempre tiene el acierto de acercarnos a las fuentes genuinas de Verdad, Amor y Felicidad.

Les recomiendo una lectura serena y crítica y que disfruten al menos de la misma satisfacción y felicidad que he disfrutado yo.

César Herrero Hernansanz Murcia, abril 2015

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ÍNDICE

Introducción 6 Cap VI Epifanías del Espíritu Santo 25 Cap VII Dudas en apariciones divinas 25 I. Antecedentes 6 Cap VIII Toda la Trinidad, invisible 25 Cap XVI Cómo vio Moisés al Señor 25 II. La Trinidad 7 Cap XVII Moisés ve la espalda de Yahveh 26 Cap XVIII Visión de Daniel y otras visiones 26 III. Análisis de la obra 8 Unidad y Trinidad 8 Libro III 28 Misiones y teofanías 9 Prólogo Intenciones de San Agustín 28 Teología del Verbo encarnado 9 Cap I Sabiduría de Dios en las criaturas 28 Relaciones divinas 10 Cap II Voluntad divina, causa eficiente 28 Generación y espiración 10 Cap V Naturaleza del milagro 28 Cristo, poder y sabiduría de Dios 10 Cap VII Milagros y magia 28 Cap VIII La creación, obra exclusiva de Dios 28 IV. Imagen Trinidad en hombre 11 Cap IX Dios, causa eficiente universal 29 Primera trinidad 11 Cap X La criatura al servicio de Dios 29 Segunda trinidad 11 Cap XI Invisibilidad de la esencia divina 29 Trinidad en la visión 12 Sabiduría y ciencia 13 Libro IV 31 Trinidad en la ciencia. Beneficios de la redención 13 Prólogo. Pedir a Dios la ciencia de Dios 31 La imagen de Dios 14 Cap I Conocimiento ntra miseria, escuela perfección 31 Últimas pinceladas 15 Cap II La encarnación del Verbo dispone a la verdad 31 Cap III Muerte de Cristo, resurrección del hombre 32 Libro I 16 Cap IV Perfección del número seis 33 Cap I Errores de polemizar sin fe 16 Cap VI Muerte-resurrección, luz-tinieblas, día-noche 33 Cap II Sin fe no se comprende a Dios 16 Cap VII De la multitud a la unidad por el Mediador 33 Cap VI Padre, Hijo, Espíritu Santo, consustanciales 16 Cap VIII-IX Unión de los fieles en Cristo 33 Cap VII Hijo inferior al Padre y a sí mismo 17 Cap X Cristo, mediador de Vida. Satán, de muerte 34 Cap VIII Textos de inferioridad del Hijo 18 Cap XII Los dos mediadores 34 Cap IX Inclusión las personas divinas en una 19 Cap XIII Triunfo Mediador vida sobre mediad muerte 34 Cap X El Hijo llevará el reino al Padre 19 Cap XIV Cristo, víctima valor infinito. Eleme sacrificio 35 Cap XI Dos naturalezas en Cristo 19 Cap XV Soberbia presunción de los impíos 35 Cap XII Contradicciones aparentes en Cristo 20 Cap XVII Presciencia, predicciones del futuro 35 Cap XIII Dichos opuestos por dos naturaleza Cristo 21 Cap XVIII Fin de la encarnación del Hijo de Dios 35 Cap XIX Cristo, Hijo de Dios e Hijo del hombre 36 Libro II 23 Cap XX Trinidad: Igualdad de mitente y enviado 36 Prefacio Corrección de justo e injusto 23 Cap XXI Trinidad: Coeternidad e igualdad 37 Cap I Hermenéutica sagrada 23 Cap II Dos acepciones en texto sagrado 23 Libro V 39 Cap III Aplicación al Espíritu Santo 24 Cap I En Dios, nada mudable y corpóreo 39 Cap IV Glorificación y desemejanza 24 Cap II Sólo Dios es esencia inmutable 39 Cap V Misiones divinas 24 Cap III Argumentos contra arrianos 39

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Cap IV La mutación es esencial a todo accidente 39 Cap X Palabra del alma, sólo el conocimiento amado 57 Cap V Relaciones divinas 39 Cap XI Imagen en un alma que se conoce 57 Cap VI Aclaración de engendrado e ingénito 40 Cap XII Mente, conocimiento, amor, imagen Trinidad 57 Cap VII La negación no altera el predicamento 40 Cap VIII Dios, una esencia y tres personas 41 Libro X 59 Cap IX Lenguaje humano: impropio y pobre 41 Cap I El alma deseosa saber ama lo conocido 59 Cap X Absoluto de Dios, singular en Trinidad 41 Cap II Nadie ama lo desconocido 59 Cap XI Lo relativo en la Trinidad 42 Cap III Conocimiento del alma por el alma 59 Cap XIII Principio en sentido relativo 42 Cap IV-V Alma se conoce totalm, precept conocerse 59 Cap XIV Padre, Hijo, principio único Espíritu Santo 42 Cap VI Juicio erróneo de la mente sobre sí misma 60 Cap XV Espíritu Santo, ¿Don antes de ser dado? 43 Cap VIII Búsqueda y error del alma 60 Cap XVI Lo dicho temporal de Dios es relativo 43 Cap IX Por precepto de conocerse, se conoce el alma 60 Cap X El alma sabe que existe, vive y entiende 60 Libro VI 44 Cap XI Memoria, entendimiento, voluntad: trilogía 61 Prólogo 44 Cap XII Alma: mem, entend, volunt, imagen Trinidad 62 Cap I Cristo, sabiduría y poder de Dios 44 Cap II Término sustancial y relativo en Dios 44 Libro XI 63 Cap III Somos uno, unidad de esencia 45 Cap I Vestigio de la Trinidad en el hombre exterior 63 Cap V Consubstancialidad Espí Sto con Padre e Hijo 45 Cap II Cierta Trinidad en la visión 63 Cap VII Dios es trino, pero no triple 45 Cap III Trilogía en el pensamiento 64 Cap VIII En la naturaleza de Dios no hay aumento 45 Cap IV Cómo surge la unidad en el alma 64 Cap IX Un solo Dios en tres personas 46 Cap V Trinidad hombre exterior, no es imagen Dios 64 Cap X La Trinidad se refleja en la creación 46 Cap VI Reposo, fin voluntad en visión. Naturaleza 65 Cap VII Trinidad memoria por reflexión sobre visión 65 Libro VII 47 Cap VIII Imaginación y recuerdo 66 Prólogo 47 Cap IX La imagen engendra la imagen 66 Cap I Cada persona divina Trinidad, sabiduría por sí 47 Cap X Poder mágico de la imaginación 67 Cap II Unicidad esencia y sabiduría en Padre e Hijo 48 Cap XI Número, peso y medida 67 Cap III Por qué se insinúa que el Hijo es sabiduría 48 Cap IV Silencio Escritura de tres personas en Dios 49 Libro XII 68 Cap V Sustancia y esencia en Dios 49 Cap I El hombre exterior y el hombre interior 68 Cap VI El hombre imagen y a imagen de Dios 50 Cap II Sólo el hombre percibe las razones eternas 68 Cap III Razón superior e inferior en el alma 68 Libro VIII 51 Cap IV Imagen de Dios en parte superior alma 68 Prólogo Regla para cuestiones difíciles de fe 51 Cap V-VII ¿Es la familia imagen de la Trinidad? 68 Cap I Igualdad de las tres divinas personas 51 Cap VIII Oscurecimiento de la imagen de Dios 69 Cap II Dios no se comprende en imagen corpórea 51 Cap IX La caída 70 Cap III Dios, el Bien. El alma, buena si ama a Dios 52 Cap X Grados en la torpeza 70 Cap IV La fe, preámbulo del amor 52 Cap XI Imagen de la bestia en el hombre 70 Cap V Se ama a la Trinidad sin conocerla 52 Cap XII-XIII Maridaje misterioso en hombre interior 70 Cap VI Conocimiento del impío del justo que ama 52 Cap XIV Sabiduría y ciencia 70 Cap VII Amor e interior conducen a la Trinidad 53 Cap XV Trinidad en la ciencia 71 Cap VIII Quien ama al hermano ama al Amor 53 Cap IX El amor a la justicia enciende amor al justo 54 Libro XIII 72 Cap X Vestigios de la Trinidad en el amor 54 Cap I Sabiduría y ciencia a la luz de las Escrituras 72 Cap II La fe, una en todos los creyentes 72 Libro IX 55 Cap III-IV Quereres universales de felicidad 72 Cap I En busca de la Trinidad 55 Cap V Dos condiciones esenciales felicidad 73 Cap IV Tríada mente, su conocimiento y amor 55 Cap VI Amamos vida feliz, elegimos lo que aleja 73 Cap V Inmanencia y reciprocidad de tres facultades 56 Cap VII La fe es necesaria para la felicidad 73 Cap VI Conocimiento de las cosas 56 Cap VIII No hay dicha completa sin inmortalidad 74 Cap VII Concebimos palabras al contemplar verdad 56 Cap IX Según la fe, la felicidad futura es eterna 74 Cap VIII Concupiscencia y amor 56 Cap X Encarnación, remedio de nuestra miseria 74 Cap IX La palabra en el amor casto y culpable 57 Cap XI Justificados por la sangre de Cristo 74

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Cap XII Bajo el poder de Satanás 75 Cap XIX Perfecta semejanza con Trinidad en vida feliz 84 Cap XIII La redención, justicia de Dios, no poder 75 Cap XIV-XV La muerte Cristo, nuestra salvación 76 Libro XV 86 Cap XVI Muerte y males para bien de los elegidos 76 Cap II Vestigios de la Trinidad en las criaturas 86 Cap XVII Otros bienes de la encarnación 77 Cap IV Maravillosa lección de naturaleza sobre Dios 86 Cap XVIII Cristo carne de Adán, nace de una virgen 77 Cap V Trinidad, indemostrable por la razón natural 87 Cap XIX Sabiduría y ciencia en el Verbo encarnado 77 Cap VII Es difícil ver la Trinidad en trinidades visibles 87 Cap XX Trinidad en ciencia y fe 78 Cap VIII Visión especular de Dios en esta vida 87 Cap IX Alegoría y enigma 87 Libro XIV 79 Cap X Visión especular del Verbo en palabra interior 87 Cap I Sabiduría y ciencia 79 Cap XI Desemejanza con el Verbo en palabra interior 88 Cap II-III Trinidad de la fe no es imagen de Dios 79 Cap XIII Diferencia verbo-ciencia con Verbo-Ciencia 89 Cap IV Imagen de Dios en alma. Trinidad en mente 80 Cap XIV El Verbo de Dios, igual en todo al Padre 89 Cap V El alma de los niños 80 Cap XV Desemejanzas de nuestro verbo con el Verbo 89 Cap VI-VII Trinidad en alma que se piensa a sí 80 Cap XVI Ni en gloria el verbo será igual al Verbo 90 Cap VIII Imagen de Dios en parte superior del alma 81 Cap XVII El Espíritu Santo, amor según las Escrituras 90 Cap IX ¿Virtudes en la vida futura? 81 Cap XVIII El amor, el don más exquisito de Dios 91 Cap X Trinidad alma, que se recuerda, conoce, ama 81 Cap XIX El Espíritu Santo, don de Dios 91 Cap XI ¿Existe recuerdo en cosas presentes? 81 Cap XX Resumen 92 Cap XII Trinidad en el alma, imagen de Dios 82 Cap XXI Imagen Trinidad en mem, entendi, voluntad 92 Cap XIII Recuerdo y olvido de Dios 82 Cap XXII Desemejanza de imagen trinidad y Trinidad 92 Cap XIV Alma que se ama rectamente, ama a Dios 82 Cap XXIII Diferencias y analogías Trinidad y trinidad 93 Cap XV El alma no recuerda la felicidad perdida 83 Cap XXV Comprensión engendr y proc E Sto, en gloria 93 Cap XVI Reforma de la imagen Dios en el hombre 83 Cap XXVI Doble donación del Espíritu Santo 93 Cap XVII Renovación de imagen de Dios en el alma 84 Cap XXVII Solución y advertencias 94 Cap XVIII Interpretación de pasaje de San Juan 84 Cap XXVIII Plegaria 95

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Introducción. I. Antecedentes: Generación eterna del Verbo. El Espíritu Santo recibe el ser de Espíritu (procesión) del Padre y del Hijo, San Atanasio. Procesión del Espíritu Santo del Padre y del Hijo, como de un principio único, San Hilario de Poitiers. El Padre, creador de cielo y tierra, de la generación eterna y natural del Verbo, iluminador de las almas castas, y de la personalidad del Espíritu Santo. La divinidad del Verbo proviene de su generación eterna y verdadera, San Cirilo de Jerusalén. No siendo el Espíritu Santo Hijo, su divinidad no puede ser probada por generación, sino por sus propiedades divinas de santificador y deificador. Al parigual del Hijo, queda fuera de la esfera de lo creado. Lo que el Padre da al Hijo, el Hijo lo comunica al Espíritu Santo, ab utroque. Pág 11. - San Agustín proclama la divinidad del Espíritu Santo, pues es incorruptible, eterno, santificador y omnipotente como el Padre. Pág 13. - Hipóstasis, υποστασις, en el lenguaje de nuestros días equivale a persona. En la Escritura significa realidad objetiva en contraposición a fenómeno ilusorio y es sinónima de fundamento o base. Los latinos, al traducir υποστασις por subsistentia, le dan un sentido concreto. Pág 13-14. - En la Trinidad los latinos adoptan la terminología una substantia et tres personae. San Gregorio Nacianceno define la Trinidad como una ουσια (naturaleza de la divinidad) y tres υποστασις (triplicidad de las propiedades individuantes). La ουσια, (esencia, sustancia, ser) es algo común, κοινον, a todos los individuos de la misma especie, y todos la poseen en el mismo grado. La ουσια no tiene existencia auténtica, a no ser completada por las notas individuantes que la determinan y caracterizan. En la Trinidad, la ουσια es común; la persona se distingue según los caracteres de paternidad, filiación y procesión. Por tanto, los capadocios se pronuncian por la distinción entre ουσια e υποστασις. Pág 14-16. - San Ambrosio: El Padre es fuente del Hijo ex corde, y Padre e Hijo son fuente del Espíritu Santo. Mario Victorino: El Hijo es término de la volición del Padre, o mejor, es el mismo Logos. Procede no por necesidad de naturaleza, sino por voluntad de la grandeza del Padre, queriendo significar que tiene por principio la voluntad. El Hijo es a la vez inferior e igual al Padre. Igual en cuanto comunica al Hijo su misma sustancia; inferior en cuanto recibe del Padre cuanto tiene como de su principio. Se da, por tanto, un subordinacionismo de origen, no de esencia. El Espíritu Santo es, en la vida íntima de Dios, como un abrazo sustancial de Padre e Hijo.

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Concilios de la Iglesia y Padres se oponen categóricamente a los arrianos: Consustancialidad del Verbo y Espíritu Santo. Un Dios en tres personas. Un Dios en la Trinidad y la Trinidad en la unidad, sin confundir las personas, ni separar la sustancia. Pág 17-19. II. La Trinidad - Debemos buscar la limitación de nuestra luz interior en nuestra indigencia intelectual. Sólo para Dios no existe el misterio. El espíritu creado, por perfecto que se le suponga, jamás podrá abrazar con su luz limitada la Verdad indeficiente y eterna. No hay científico capaz de adueñarse de los secretos de la naturaleza, ni fisiólogo que penetre en las profundidades de la vida orgánica, ni siquiatra que logre asomarse a las intimidades del yo íntimo y personal. Pero sabe que las causas se manifiestan en sus efectos, y peregrino de la verdad y amor, allá va cuesta arriba por las veredas del alma en pos de un rayo de luz pura que ilumine la superficie, aunque no consiga penetrar en el centro nuclear del misterio. El hombre camina por el mundo sobre la cuerda tensa del misterio en los órdenes físico, moral y trascendente. El misterio es la atmósfera del espíritu mientras camina lejos de Dios. Basta mirar con ojos limpios las Escrituras para comprender la incomprensibilidad de un Dios en tres personas. En la Trinidad, Agustín se muestra hombre de tradición y original. Por la meditación hace suyas las verdades reveladas; las repiensa en su espíritu, les presta calor y forma definitiva. La revelación hace fecunda la búsqueda de su inteligencia privilegiada. Pág 20-21. - Dios es la luz, el bien, la vida. El hombre, la ignorancia, la corrupción, la muerte. Sólo la gracia divina puede sublimar la inteligencia creada para que rastree las bellezas del Hacedor supremo, reflejadas en los sotos floridos de la creación. Agustín se asoma reverente a los misterios de la vida íntima de Dios al vivo resplandor de la palabra revelada. Pág 21-22. - Las Confesiones nos muestran a Agustín de rodillas al pie de las Escrituras: Reconociéndonos enfermos para hallar la verdad por la razón y comprendiendo que por esto nos es necesaria la autoridad de las Sagradas Letras, comencé a entender que de ningún modo habrías dado tan soberana autoridad a estas Escrituras en todo el mundo, si no quisieras que por ellas te creyésemos y buscásemos. En el misterio de la Trinidad, Agustín introdujo una luz filosófica más copiosa y reveló aspectos originales. Partió de un punto diverso del de los Padres griegos, insistiendo en particular sobre la intimidad e inmanencia de las procesiones divinas y arruinando por su base el subordinacionismo. La unidad sicológica mens, notitia, amor introduce a la criatura racional en el barrunto de la secreta vida infinita de Dios. La solución del problema de Dios viene a la inteligencia por la senda escondida de la reflexión anterior. El yo como unidad donde se anudan los hilos de la vida anímica, punto de arranque de la distinción e independencia de los procesos

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conscientes del espíritu. El intellegere, esse, vivere, proyección del yo íntimo y personal, es un espejo donde se refleja, sin semejanza de cuerpo, la existencia del Dios Trinidad. Cierto que Dios rebasa nuestro lenguaje y pensamiento y apenas existe predicado digno de Dios, que es el ser por excelencia, en cuya comparación el ser humano es un no ser; pero a través de este no ser hemos de llegar al conocimiento analógico del Ser. Pág 27-29. III. Análisis de la obra. Unidad y Trinidad. - La unidad de esencia del concilio de Nicea: Credo in unum Deum, es el punto de arranque de la Trinidad. De aquí fluyen las υποστασις divinas. Agustín ve en Dios una esencia, que se personaliza. Los griegos ven una persona, la del Padre, que se esencializa. Agustín concibe la esencia de Dios como subsistente en tres personas distintas por relación de origen. Los griegos ven cómo Dios, al realizarse como persona, se tripersonaliza. La subsistencia de la unidad en la pluralidad es un misterio, pero las Escrituras lo atestiguan. Hay un solo Dios, Padre, Hijo y Espíritu Santo. Las procesiones en la divinidad nos son conocidas únicamente por revelación. El Padre es Dios, el Hijo es Dios, el Espíritu Santo es Dios y los tres un solo Dios. La fe enseña que las tres personas son inseparables en sus operaciones ad extra. Sin embargo, sólo la voz del Padre se dejó oír en las alturas, sólo el Hijo tomó carne en las entrañas de una Virgen madre, y sólo el Espíritu Santo se dejó ver en figura de paloma en las márgenes floridas del Jordán. ¿Cómo, pues, actúa la Trinidad indivisa en acciones tan dispares? ¿Cómo el Espíritu Santo, que no ha sido engendrado por el Padre, ni por el Hijo, completa la Trinidad? Nos hablan las Escrituras de una inferioridad en Cristo: Habéis oído que os he dicho: “Me voy y volveré a vosotros.” Si me amarais, os alegraríais de que me fuera al Padre, porque el Padre es más grande que yo, Jn 14, 28. Cristo como Logos, Poder y Sabiduría del Padre, es igual al Padre, como hombre es inferior al Padre. Como mediador de Dios y de los hombres, consignará el reino al Padre en la resurrección de los muertos. Pero juntamente con el Padre lo recibirá como Dios, sin excluir al Espíritu Santo. En su forma de Dios el Hijo es igual al Padre y al Espíritu Santo, pues no es criatura y todo lo que no es criatura y existe es Dios; en su forma de esclavo es inferior al Padre y al Espíritu Santo. En su forma de Dios todo ha sido hecho por Él; en su forma de siervo nació de una mujer bajo el imperio de la Ley. En su forma de Dios es Dios verdadero y vida eterna; en su forma de siervo se hizo obediente hasta la muerte y muerte de cruz. En su forma de Dios cuanto tiene el Padre es suyo; en su forma de siervo su doctrina no es suya e ignora el día y la hora, que el Padre retiene en su potestad. En su forma de Dios su generación es eterna; en su forma de siervo fue creado por Yahveh en el principio de sus caminos. En su forma de Dios es el Principio, que nos habla; en su forma de siervo es el esposo, que sale de su tálamo. En su forma de Dios es el primogénito del Padre; en su forma de siervo es la cabeza del Cuerpo místico de su Iglesia. En su forma de Dios es el Señor de la gloria; en su forma de siervo carece de poder en la gloria. Pág 29-31.

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Misiones y teofanías - Hay en las Escrituras expresiones, que ignoramos si se refieren a la humanidad o divinidad de Cristo. El contexto puede disipar nuestras dudas. Mi doctrina no es mía, sino del que me ha enviado, Jn 7, 16, se puede interpretar en cuanto hombre y Dios. Todo lo que el Padre tiene, también lo tienen Hijo y Espíritu Santo. Para ambos, ser enviados significa manifestarse donde ya estaban; la misión de las dos personas divinas no entraña inferioridad alguna con relación al mitente. Pablo dice: al llegar la plenitud de los tiempos, envió Dios a su Hijo, nacido de mujer, Ga 4, 4. Se da entender que la misión para el Hijo consiste en su nacimiento temporal de una Virgen. Salir del Padre y venir a este mundo es ser enviado. Sólo el Hijo se humanó, pero las tres divinas personas concurrieron a formar la carne de Cristo: El ángel le respondió: El Espíritu Santo vendrá sobre ti y el poder del Altísimo te cubrirá con su sombra; por eso el que ha de nacer será santo y será llamado Hijo de Dios, Lc 1, 35. Si la misión es la manifestación visible de una persona invisible, el Espíritu Santo es enviado cuando se apareció en el tiempo en forma de paloma, viento huracanado o lenguas de fuego en la solemnidad de Pentecostés. Mas la misión del Amor difiere de la misión del Verbo, en el cual la criatura fue sublimada al consorcio íntimo de la persona, lo cual no se realizó en las misiones del Espíritu Santo. Toda misión, en sentido teológico, es una teofanía y cabe preguntarse si en las apariciones del Antiguo Testamento se revelaba el Padre, el Hijo o el Espíritu Santo, en cuáles cada Persona divina, o la Trinidad indivisa. La expresión: Al Rey de los siglos, al Dios inmortal, invisible y único, honor y gloria por los siglos de los siglos. Amén, 1 Tm 1, 17, se refiere a Dios Trinidad. Principio inconcuso: Indivisibilidad de las tres divinas personas. El Dios invisible por naturaleza es el Dios Trinidad, Padre, Hijo y Espíritu Santo, San Ambrosio. La naturaleza, sustancia, esencia de Dios, o cualquier otro nombre, sea el que sea, que designe al ser divino, es invisible a los ojos del cuerpo; y no sólo el Hijo y el Espíritu Santo, sino también el Padre hemos de creer que pudo aparecerse a los ojos de los mortales, sirviéndose de la criatura sometida a su dominio, San Agustín. Pág 31-34. - El mismo que da la vida a millares de fetos en el seno materno, resucita a los muertos y da consistencia a miembros áridos y tullidos. Cuando estos sucesos se suceden como río silencioso se llaman naturales; y milagros cuando de manera inusitada tienen su realización en el tiempo para adoctrinamiento de los hombres. En el fondo es la misma ley, que se produce con variaciones innúmeras. Los milagros no van contra las leyes de la física, ni siquiera son excepciones a dichas leyes, sino simplemente potencias obedienciales existentes en las causas de todos los seres. Agustín prefiere la sabiduría del que duda a la afirmación del que ignora. Pág 35-36. Teología del Verbo encarnado

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- Cuanto Dios ha ejecutado en el tiempo para cimentar nuestras creencias y disponernos a la contemplación de la verdad es testimonio de esta misión del Verbo. La encarnación del Verbo es escala misteriosa para ascender a la luz sin ocasos y a la contemplación luminosa de las claridades eternas. Cuando nuestra fe se convierta en visión, nuestra mortalidad se hará eternidad. Pág 36-37. Relaciones divinas - Dios es sustancia, mejor esencia, ουσια. Su origen es ab eo quod est esse. La igualdad no radica en la relación, sino en la aseidad común a Padre, Hijo y Espíritu Santo. Luego son consustanciales. Sabemos que en Dios existe una esencia y tres υποστασις, en términos latinos una esencia o sustancia y tres personas. Con relación a la criatura, Padre, Hijo y Espíritu Santo son un solo principio. Mas en la Trinidad, el Padre es principio del Hijo y del Espíritu Santo. Del Hijo porque le engendró desde la eternidad, y del Espíritu Santo porque procede del Padre sin tiempo. Pág 39-43. Generación y espiración - El Espíritu Santo no es Hijo, porque procede non quomodo natus, sed quomodo datus. La corona del amor entre Padre e Hijo es un don personal, una nueva persona. Espiritus Sanctus exiit quomodo datus. El hijo nacido de la sustancia del Padre es igual al Padre, mientras que la procesión del Espíritu Santo es simple espiración amorosa, se efectúa por amor esencial y es igual al Padre y al Hijo, atestiguando un amor infinito y la unidad en que convienen las dos personas de quien procede el amor. El Espíritu Santo es osculum amoris Patris et Filii, San Agustín. Padre e Hijo son dos amores en unidad de vida, y el ósculo no es vehículo de vida, sino su expresión, siendo la persona que procede de ese amor esencial, y vital la espiración amorosa del Espíritu Santo, que procede desde la eternidad del Padre y del Hijo, y procede como Don, no como donación. Pág 44-45. Cristo, poder y sabiduría de Dios - Padre santo, cuida en tu nombre a los que me has dado, para que sean uno como nosotros, Jn 17, 11. Uno según la esencia, no según la relación. Apropiaciones en la Trinidad: Eternidad en Padre, belleza en Imagen y gozo en Don, San Hilario. En el Padre intuimos la unidad, la igualdad en el Hijo y la concordia unitiva y fruición gozosa de Dios en el Espíritu Santo, San Agustín. El Padre es sabiduría esencial. El Hijo es sabiduría del Padre, como es luz del Padre; luz de luz y sabiduría de sabiduría y una esencia, pues en el seno de la deidad el ser y la sabiduría se identifican. Pater igitur et Filius simul una essentia, et una magnitudo, et una veritas et una sapientia, San Agustín.

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Unicidad y pluralidad de Dios trino: una esencia y tres sustancias en fórmula griega y una esencia o sustancia y tres personas en frase latina. El nombre de Dios es esencia, así se manifiesta en el Sinaí: Yo soy el que soy (Yahveh); les dirás el Ser me envía a vosotros. Uno de los puntos cruciales de la metafísica trinitaria es la distinción entre esse ad y esse in de las relaciones divinas. Pág 46-51. IV. Imagen de la Trinidad en el hombre - Todo lo creado se encuentra en el Verbo y todo lo que existe en el Verbo es vida, Juan evangelista. Dios es la Verdad, San Agustín. Verdad y luz es la atmósfera de los amantes del Bien, San Agustín. Mas, ¿quién ama lo que desconoce? Se puede conocer y no amar, pero nadie ama lo que ignora. Luego para amar el Bien puro menester es conocerlo. Bienaventurados los limpios de corazón, porque ellos verán a Dios, Mt 5, 8. El corazón sólo lo purifica la fe. La Escritura compendia toda la perfección en dos amores, que forman uno: amor a Dios y amor al prójimo. Si Dios es Amor, 1 Jn 4, 8, camina a Él por la ruta segura del amor. Abraza al Dios Amor y abraza a Dios con amor. Descubrirás la Trinidad en Dios. Si ves el amor, ves al Dios Trinidad. Sondea tu alma, y si ama, aparece en el amor una trinidad: el amante, lo que ama y el amor. El alma humana, imagen de la Trinidad, San Agustín Pág 53-55. Primera trinidad - Al Dios de las eternidades se le encuentra en la obra de sus manos, donde el ritmo ternario se repite con cadencia de estribillo en el número, peso y medida. En el amor que ama hay siempre tres términos: un sujeto que ama, el objeto amado y el amor. En la mente, en el santuario del alma, tenemos la primera trinidad: mens, et amor et notitia eius (la mente, su conocimiento y su amor). Existir conocerse y amarse son tres realidades en una esencia. Mente, conocimiento y amor tienen cada uno una especie de existencia relativa, pero constituyen un conjunto inseparable. El verbo del alma es producto del alma misma, que se refleja en él como en su imagen, existiendo adecuación entre ambos. La producción de nuestro verbo es una generación verdadera. La mente cuando se conoce es padre de su conocimiento. El amor es una inclinación, no una expresión. El amor es unitivo, vincula en paz de comunión al padre y a su prole. Y aunque el amor brota del conocimiento no es imagen, ni verbo, ni hijo. Pág 56-60. Segunda trinidad - Trinidad más evidente en las facultades del alma; memoria, entendimiento y voluntad. El alma tiene conciencia de las profundidades de su ser. Aunque

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dude, existe. Si duda, existe. S i duda, recuerda su duda. Si duda, comprende su duda. Si duda, aspira a la certeza. Si duda, piensa. Si duda, sabe que no sabe. Si duda, sabe que no se debe asentir temerariamente. ¡Cuantos saberes en la duda! Si fallor, sum. Véase la similitud del cogito, ergo sum de Descartes y el fallor, ergo sum de San Agustín. Sé con certeza que soy un principio sustancial que piensa, recuerda y ama. Luego mi alma no es cuerpo, sino sustancia incorpórea. En Descartes el yo pensante es integral, en Agustín sólo el nous, la mens. El cogito de Agustín es un caso de intuición intelectual. El alma desciende a las profundidades de su ser por la escala epistemológica para captar allí la prueba de la existencia de Dios, de la inmaterialidad del alma, de la imagen trinitaria, de doctrinas fecundas de las procesiones divinas. Su argumentación fascina cuando inquiere la naturaleza de los actos mentales en relación con la verdad subsistente y eterna. La consistencia óntica de las facultades del alma: memoria, entendimiento, voluntad es tan evidente como la del espíritu. El ingenio se manifiesta en el niño por la tenacidad de su recuerdo, la agudeza de su inteligencia y el ardor de su querer. La vida del hombre se justiprecia en la balanza de la honradez por su ciencia y bondad. La acción radica en la voluntad, la doctrina en la memoria y el ingenio en la memoria, inteligencia y querer. Memoria, entendimiento y voluntad no son tres vidas, sino una vida; ni tres mentes, sino una mente; ni tres sustancias, sino una sustancia. Memoria, inteligencia y voluntad son vida y sustancia; tres facultades en una vida, en una esencia, en una mente, San Agustín. Consideradas en sí mismas, estas potencias sólo difieren en función de sus relaciones recíprocas. Uno recuerda lo que sabe; recuerdo mi memoria, inteligencia y querer. Entiendo que conozco, recuerdo y amo. Quiero recordar, entender y amar y al mismo tiempo recuerdo toda mi memoria, mi inteligencia y mi voluntad. Las tres facultades se oponen en término de una relación. Sé que entiendo lo que entiendo, sé que quiero lo que quiero y recuerdo lo que sé. Mi memoria abraza toda mi inteligencia y mi amor. Lo que ignoro, ni lo recuerdo, ni lo amo. Y mi amor se expande en amplexo fruitivo a mi memoria y a mi entendimiento. En consecuencia, las tres facultades se comprenden mutuamente y su igualdad es perfecta. Las tres son unidad: una vida, una mente, una esencia, San Agustín. Por tanto, se dibuja en el alma la imagen de Dios Trinitario y uno. Comprender, recordar y amar son tres actos y una esencia, tres términos en un alma, como tres relaciones distintas de una misma sustancia. Como en la Trinidad se observa en el alma una especie de inmanencia mutua en sus tres facultades. Pero hay diferencias notables. Las tres facultades del alma pertenecen a un hombre, pero no son hombre. En la Trinidad Padre, Hijo y Espíritu Santo no pertenecen a Dios, son un Dios y tres personas, no una persona. Pág 61-67. Trinidad en la visión - Tres realidades: el objeto visible con existencia real antes de realizar la visión; la visión, que no existía antes de ver el objeto; la atención del espíritu, que hace remansar la mirada sobre el objeto corpóreo. Es decir: un cuerpo visible,

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su impresión en la retina y un acto volitivo del espectador. Tres realidades de naturaleza distinta. Similitudes con la Trinidad. El objeto que informa el sentido, comparable al Padre; la forma impresa en el sentido, comparable al Hijo; la voluntad que une el sentido al objeto, imagen del Espíritu Santo. Por encima de esta trinidad está la trinidad de la visión imaginativa: el recuerdo, la visión interior y la voluntad que une ambas. Las disimilitudes de ambas trinidades con la Trinidad son evidentes. Pág 67-69. Sabiduría y ciencia - Agustín rehúsa aceptar a la familia como imagen de Dios. Sabiduría y ciencia se reparten los dominios del alma. La sabiduría se asoma a la eternidad, la ciencia es el conocimiento de las cosas temporales. La sabiduría es contemplación, la ciencia acción. La sabiduría se orienta a Dios, la ciencia a lo creado. Sabiduría y ciencia son dos efectos de una misma potencia: la razón. Pero sus caracteres se oponen punto por punto. El conocimiento de lo eterno ha de regular siempre la marcha de lo temporal. Pablo dirá que son dos carismas diferentes: Porque a uno se le da por el Espíritu palabra de sabiduría; a otro, palabra de ciencia según el mismo Espíritu, 1 Co 12, 8. Abstenerse del mal es ciencia, la piedad es sabiduría, Job. La sabiduría se asienta en el entendimiento, la ciencia en la razón inferior. Nuestra misma contingencia terrena nos fuerza a depender de la Verdad. Dios es nuestro sol, nosotros somos su claridad. Agustín conoce una visión sin velos en los goces eternos de la patria. Aquí en el destierro la mirada del alma no puede orientarse a la luz de la fe, si no la posee la fe, la esperanza y el amor. La visión es un acto intelectual, que se realiza en el alma al contacto de la luz divina. Grandes almas como Moisés y Pablo, tuvieron el privilegio de una visión extraordinaria de Dios. La vida ordinaria exige un proceso de purificación y abandono de los deleites del cuerpo para poder ver la verdad en su pureza. La visión de Dios es meta, no punto de partida. Hemos visto al Dios Trinidad, pero como en un espejo, sólo así se puede ver a Dios en la tierra. La imagen da una vaga idea del prototipo invisible. La escala del alma conduce a Dios si se afianza en el muro de una fe no fingida y de corazón puro. Las verdades que recibimos son parciales, limitadas, defectuosas, reverbero de la Verdad que es Dios. Toda existencia es una creación de la Verdad, pero sólo la inteligencia es iluminada por ella. La luz, energía y ser vienen directamente de la plenitud fontal. Entrar en comunicación con Dios, recibir esta iluminación es la limosna más exquisita del Ser, del Movimiento y de la Vida. Pág 66-74. Trinidad en la ciencia. Beneficios de la redención - Todos anhelan la felicidad, pero muchos desconocen dónde se encuentra; de ahí las felicidades mentidas de placeres, honres, riquezas, gloria humana. Cada filósofo puso la felicidad donde encontró mayor deleite. ¿Cómo es posible que todos amen la felicidad si no todos la conocen? ¿Acaso todos conocen la felicidad, pero no todos saben dónde se encuentra? Vivir según los deseos de

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la naturaleza postrada es extrema miseria. Beatus est qui et habet omnia quae vult, et nihil male vult, San Agustín. Por tanto, la posesión del bien y un recto querer son las dos palancas de la felicidad. La vida verdaderamente feliz ha de ser eterna. La encarnación de Cristo nos hace partícipes de la inmortalidad al hacerse Él partícipe de nuestra mortalidad. Para que la fe actúe en nuestros corazones el amor de Dios ha sido derramado en nuestros corazones por el Espíritu Santo que nos ha sido dado, Rm 5, 5. Pecadores y enemigos de Dios, según el testimonio de Pablo, hemos sido reconciliados por la sangre de Cristo. La enfermedad y la impiedad reflejan la triste situación del hombre caído. La enfermedad hizo necesaria la presencia del médico. La impiedad exigió una justificación mediante la sangre de Cristo. Opus Christi passio eius. Cristo pudo morir, pues era hombre y pudo no morir porque era Dios. Así la justicia se hace más amable con la esencia de su muerte y el poder de su resurrección. Nada existe más justo que morir por la justicia, nada más glorioso que resucitar de entre los muertos y subir al cielo en la misma carne que murió. Primero venció Cristo al demonio con la fortaleza de su justicia, después con el brazo de su poder. Vencido con esta justicia y atado con esta cadena el fuerte, los vasos de ira se transformaron en vasos de misericordia, floreciendo el amor cabe la raíz del árbol de la cruz. Dar la vida por el amigo, dijo Cristo, es amor heroico. Derramar su sangre por el enemigo es siempre un exceso de amor. El bien florece en el hombre cuando empieza a enrojecer la sangre de Dios. Si la desobediencia nos arruinó en el edén, la obediencia de Cristo nos reconcilia con Dios. Si esperas el premio de tus afanes, contempla tu triunfo en la carne resucitada de Cristo, San Agustín. El triunfador del primer Adán es superado por el segundo Adán, y así aquel embaucador es derrotado por un hombre de la estirpe vencida. Sucumbe el hombre, que en su orgullo satánico desea ser como Dios, y vence Dios hombre. Cuanto el Verbo humanado sufrió en tiempo y espacio pertenece a la ciencia. El Verbo intemporal, coeterno al Padre, omnipotente e infinito, es sabiduría. Por tanto, en Cristo se hallan los tesoros de sabiduría y ciencia. En el Verbo que se hizo carne y habitó entre nosotros, veo en el Verbo al Hijo de Dios y en la carne al Hijo del hombre y ambos en una misma persona divina y humana, que es Cristo. Él es el Unigénito del Padre, lleno de gracia y de verdad. Nuestra ciencia es Cristo y nuestra sabiduría es Cristo, que nos infunde la fe en lo temporal y nos revela la verdad en las cosas eternas. Por Cristo tendemos hacia Cristo. Es fin y camino. Por la ciencia caminamos a la sabiduría. En todas las cosas acaecidas en el tiempo, la gracia suprema es la gracia de unión hipostática en Cristo de las dos naturalezas. La ciencia constituye una trinidad, pero es imagen imperfecta y borrosa de la Trinidad. Pág 80-85. La imagen de Dios - La imagen de la Trinidad ha de buscarse en la sabiduría. La mente cuando se piensa, se contempla, se conoce y se comprende. Y es entonces cuando engendra y su intelección. Engendra su noticia al pensarse y conocerse, sin que antes sea para sí una desconocida. El que engendra y lo

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engendrado se vinculan en la dilección y surge así la trinidad en la mente: memoria, entendimiento y voluntad. Sólo cuando tiene conciencia de su ser es el alma imagen de la Trinidad. El alma deviene sabia únicamente cuando recuerda, conoce y ama a su Hacedor, no cuando se recuerda, conoce y ama a sí misma: el temor del Señor es la Sabiduría, huir del mal, la Inteligencia, Jb 28, 28. El recuerdo de Dios es vida dichosa; su olvida una renuncia vital y un descenso hacia el abismo de la infelicidad. Pág 85-88. Últimas pinceladas - Buscad a Yahveh y su fuerza, id tras su rostro sin descanso, Sal 105, 4. Busca la fe y halla la inteligencia. Los doce atributos divinos: eterno, inmortal, incorruptible, inmutable, vivo, sabio, poderoso, bello, justo, bueno, feliz y espíritu, se pueden reducir a tres: eternidad, sabiduría y felicidad, y éstos a la sabiduría, que es su esencia. En Él la sabiduría subsistente es la Trinidad divina, Padre, Hijo y Espíritu Santo. Vemos a Dios, pero no cara a cara y sin velos, sino en el espejo de la criatura: Ahora vemos en un espejo, en enigma. Entonces veremos cara a cara. Ahora conozco de un modo parcial, pero entonces conoceré como soy conocido, 1 Co 13, 12. Nuestro verbo presenta otra semejanza con el Verbo divino. El verbo es principio de nuestra acción, pues nace de la ciencia del bien obrar. Puede existir sin el cortejo de la acción, pero ésta no tiene existencia, si no existe el verbo, el Verbo de Dios pudo existir sin que existiera criatura alguna, pero la criatura no existe, si no es hecha por el que hizo todas las cosas. Es en la conexión de nuestro verbo con el Verbo increado, donde se vislumbra toda la grandeza y miseria del verbo humano. Para Dios, conocer y ser es una misma realidad, la razón última de su trascendencia infinita. Nuestro verbo no siempre es verbo de verdad, pues con frecuencia hablamos de cosas que ignoramos en absoluto. Si siempre fuera verbo verdadero, no nos equivocaríamos al afirmar o negar. Por tanto, nuestro verbo es falso, no cuando mentimos, sino cuando nos equivocamos. El tercer término de la Trinidad divina es el amor, complemento de la vida fecunda de Dios. En la naturaleza simplicísima de Dios, el amor es esencia y la esencia es amor, aunque llamamos por apropiación al Espíritu Santo dilección del Padre y del Hijo. Pág 89-94.

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Libro I Capítulo I - Estad vigilantes a quienes, despreciando el principio de la fe, se dejan engañar por un prematuro y perverso amor a la razón. 1. Pag 121. - Mal de los tres errores: razonar de Dios según la carne, sentir de Dios según la criatura espiritual, el alma, y sentir de Dios que no se apoya en los sentidos corporales, ni en el espíritu creado, ni en el Creador. 1. Pag 122. - Para contemplar inefablemente lo inefable es menester purificar nuestra mente. Nutridos por la fe somos guiados a través de caminos practicables. Por las rutas luminosas de la fe caminamos a la visión intuitiva. En (Cristo) están ocultos todos los tesoros de la sabiduría y de la ciencia, Col 2, 3. 3. Pag 124-125. Capítulo II - La débil penetración de la inteligencia humana no puede fijar su mirada en el resplandor centelleante de la luz si no es robustecida por la justicia de la fe. 4. Pag 126. Capítulo VI - En el principio existía la Palabra y la Palabra estaba con Dios, y la Palabra era Dios. Ella estaba en el principio con Dios. Todo se hizo por ella y sin ella no se hizo nada de cuanto existe, Jn 1, 1-3, y la Palabra se hizo carne, y puso su Morada entre nosotros, Jn 1, 14, La Palabra, el hijo de Dios, no ha sido hecha, no es criatura, luego tiene una misma sustancia con el Padre, porque toda sustancia que no es Dios es criatura. Y la sustancia que no es criatura es Dios. Si el Hijo no es una misma sustancia con el Padre es criatura; y si es criatura ya no han sido hechas todas las cosas por Él. Por tanto, el Hijo, como el Padre, es Dios verdadero. Pero sabemos que el Hijo de Dios ha venido y nos ha dado inteligencia para que conozcamos al Verdadero. Nosotros estamos en el Verdadero, en su Hijo Jesucristo. Este es el Dios verdadero y la Vida Eterna, 1 Jn 5, 20. 9. Pag 134-135. - Pablo en: el Rey de los reyes y el Señor de los señores, el único que posee Inmortalidad, que habita en una luz inaccesible, a quien no ha visto ningún ser humano ni le puede ver. A él el honor y el poder por siempre. Amén, 1 Tm 6, 15-16, se refiere a Dios Trinidad. 10. Pag 136-137. - La pupila humana no puede ver en modo alguno la divinidad. Todo lo que hace el Padre lo hace también el Hijo: el Hijo no puede hacer nada por su cuenta, sino lo que ve hacer al Padre: lo que hace él, eso también lo hace igualmente el Hijo. … Porque, como el Padre resucita a los muertos y les da la

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vida, así también el Hijo da la vida a los que quiere, Jn 5, 19-21, palabras que hay que entenderlas de la Trinidad. 11. Pag 137-138. - Pablo en: para nosotros no hay más que un solo Dios, el Padre, del cual proceden todas las cosas y para el cual somos; y un solo Señor, Jesucristo, por quien son todas las cosas y por el cual somos nosotros, 1 Co 8, 6, porque de él, por él y para él son todas las cosas, Rm 11, 35, se refiere naturalmente a la Trinidad. De Él, al Padre; por Él, al Hijo; en Él, al Espíritu Santo. Luego es evidente que Padre, Hijo y Espíritu Santo son un solo Dios, pues está en singular. Por tanto, si todas las cosas fueron hechas por el Padre y todas por el Hijo, en consecuencia el Hijo es igual al Padre y sus operaciones son indivisas. También lo afirman otros textos de Pablo: el cual, siendo de condición divina, no retuvo ávidamente el ser igual a Dios, Flp 2, 6, la cabeza de Cristo es Dios, 1 Co 11, 3. 12. Pag 138-139. - ¿O no sabéis que vuestro cuerpo es santuario del Espíritu Santo, que está en vosotros y habéis recibido de Dios?, 1 Co 6, 19, ¿No sabéis que vuestros cuerpos son miembros de Cristo?, 1 Co 6, 15, glorificad, por tanto, a Dios en vuestro cuerpo, 1 Co 6, 20. Luego Espíritu Santo es Dios como Padre e Hijo. 13. Pag 141. Capítulo VII - Los hombres, sin investigar en su amplitud las Escrituras atribuyeron a la naturaleza eterna antes de la encarnación, lo que se dice de Cristo en cuanto hombre: el Padre es más grande que yo, Jn 14, 28. Pero el Hijo es también inferior a sí mismo: El cual, siendo de condición divina, no retuvo ávidamente el ser igual a Dios. Sino que se despojó de sí mismo tomando condición de siervo haciéndose semejante a los hombres y apareciendo en su porte como hombre, Flp 2, 6-7. Sin embargo, al tomar la condición de siervo no perdió la naturaleza de Dios, en la que es igual al Padre. Por tanto, si tomó la naturaleza de siervo sin perder su forma divina -en su forma de siervo y en su forma de Dios es siempre el Hijo unigénito del Padre-, en su forma divina igual al Padre y en su forma de siervo mediador entre Dios y los hombres, Jesucristo hombre. Así, pues, en su forma de Dios es superior a sí mismo y en su forma de esclavo inferior a sí mismo. La Escritura afirma ambas cosas: el Hijo es igual al Padre y el Padre es mayor que el Hijo. Igual al Padre por su naturaleza divina e inferior por su naturaleza de siervo. En la forma de Dios es la Palabra, por quien fueron hechas todas las cosas. En su forma de siervo es nacido de mujer bajo el imperio de la Ley, para redención de los que estábamos bajo el imperio de la Ley. En su forma de Dios creó al hombre, en la de esclavo se hizo hombre. Si el Padre hubiera creado al hombre sin el concurso del Hijo no hubiera dicho: Hagamos al ser humano a nuestra imagen, como semejanza nuestra, Gn 1, 26. En consecuencia, la forma de Dios vistió la forma de siervo y el todo fue un hombre-Dios, en cuya unión no hay conversión mutua de naturalezas, la divinidad no se convierte en criatura, ni la criatura se convirtió en divinidad dejando de ser criatura. 14. Pag 142-144.

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Capítulo VIII - Cuando entregue a Dios Padre el Reino, después de haber destruido todo Principado, Dominación y Potestad. Porque debe él reinar hasta que ponga a todos sus enemigos bajo sus pies. El último enemigo en ser destruido será la Muerte. Porque ha sometido todas las cosas bajo sus pies. Mas cuando diga que todo está sometido, es evidente que se excluye a Aquel que ha sometido a él todas las cosas. Cuando hayan sido sometidas a él todas las cosas, entonces también el Hijo se someterá a Aquel que ha sometido a él todas las cosas, para que Dios sea todo en todo, 1 Co 15, 24-28. 15. Pag 145-146. - Cristo no se priva del reino cuando lo entregue al Padre, porque no se excluye a sí mismo, pues es Dios con el Padre. Jesucristo hombre, mediador entre Dios y los hombres, ha de conducir a todos los justos, en los cuales reina ahora por la fe, a la contemplación facial: Todo me ha sido entregado por mi Padre, y nadie conoce bien al Hijo sino el Padre, ni al Padre le conoce bien nadie sino el Hijo, y aquel a quien el Hijo se lo quiera revelar, Mt 11, 27. Vuestra vida está oculta con Cristo en Dios. Cuando aparezca Cristo, vida vuestra, entonces también vosotros apareceréis gloriosos con él, Col 3,3-4. Ahora vemos en un espejo, en enigma. Entonces veremos cara a cara. Ahora conozco de un modo parcial, pero entonces conoceré como soy conocido, 1 Co 13, 12. 16. Pag 146-147. - Contemplación, que se nos promete como término de nuestros trabajos y plenitud eterna de nuestro gozo: ahora somos hijos de Dios y aún no se ha manifestado lo que seremos. Sabemos que, cuando se manifieste, seremos semejantes a él, porque le veremos tal cual es, 1Jn 3, 2, esta es la vida eterna: que te conozcan a ti, el único Dios verdadero, y al que tú has enviado, Jesucristo, Jn 17, 3. Nuestra salvación es en esperanza; y una esperanza que se ve, no es esperanza, pues ¿cómo es posible esperar una cosa que se ve? Pero esperar lo que no vemos, es aguardar con paciencia, Rm 8, 24-25. Este gozo apagará nuestros deseos: hartura de goces, delante de tu rostro, a tu derecha, delicias para siempre, Sal 16, 11. Pero caminamos en la fe y no en la visión..., 2 Co 5, 7, la fe que purifica nuestros corazones, Hch 15, 9, que confirma: bienaventurados los limpios de corazón, porque ellos verán a Dios, Mt 5, 8, y: hartura le daré de largos días, y haré que vea mi salvación, Sal 91, 16. Yo y el Padre somos uno, Jn 10, 30. 17. Pag 147-149. - El Espíritu Santo es Dios. Si me amáis, guardaréis mis mandamientos; y yo pediré al Padre y os dará otro Paráclito, para que esté con vosotros para siempre, el Espíritu de la verdad, a quien el mundo no puede recibir, porque no le ve ni le conoce. Pero vosotros le conocéis, porque mora con vosotros, Jn 14, 15-17, ¿qué hombre conoce lo íntimo del hombre sino el espíritu del hombre que está en él? Del mismo modo, nadie conoce lo íntimo de Dios, sino el Espíritu de Dios, 1 Co 2, os conviene que yo me vaya; porque si no me voy, no vendrá a vosotros el Paráclito; pero si me voy, os lo enviaré, Jn 16, 7. 18. Pag 150-151.

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Capítulo IX - No me toques, que todavía no he subido al Padre, Jn 20, 17, porque cuando suba será igual al Padre. Es el sentido de Yo y el Padre somos uno, Jn 10, 30, y: el que tiene mis mandamientos y los guarda, ése es el que me ama; y el que me ame, será amado de mi Padre; y yo le amaré y me manifestaré a él, … Si alguno me ama, guardará mi Palabra, y mi Padre le amará, y vendremos a él, y haremos morada en él, Jn 14, 21 y 23. Y yo pediré al Padre y os dará otro Paráclito, para que esté con vosotros para siempre, el Espíritu de la verdad, a quien el mundo no puede recibir, porque no le ve ni le conoce. Pero vosotros le conocéis, porque mora con vosotros, Jn 14, 16-17. Vendrán a nosotros Padre, Hijo y Espíritu Santo. 18-19. Pag 152-153. Capítulo X - Jesucristo consignará el reino en manos del Padre cuando conduzca a los creyentes a la contemplación de Dios, sin que se excluya a sí mismo, ni al Espíritu Santo: volveré a veros y se alegrará vuestro corazón y vuestra alegría nadie os la podrá quitar, Jn 16, 22. María, hermana de Lázaro, es una bella imagen de este gozo: María, … sentada a los pies del Señor, escuchaba su Palabra, … ha elegido la parte buena, que no le será quitada, Lc 10, 39-42. La parte de Marta al servicio de la indigencia, termina con la necesidad, tiene el premio de la quietud estable. Pero en la contemplación Dios será todo en todos, porque nada se podrá anhelar fuera de Él. Es lo que pedía aquel en quien oraba el Espíritu con gemidos inenarrables: Una cosa he pedido a Yahveh, una cosa estoy buscando: morar en la Casa de Yahveh, todos los días de mi vida, para gustar la dulzura de Yahveh, Sal 27, 4. 20. Pag 154-155. - Os he dicho todo esto en parábolas. Se acerca la hora en que ya no os hablaré en parábolas, sino que con toda claridad os hablaré acerca del Padre, Jn 16, 25. Cuando la visión sea cara a cara cesarán las semejanzas. Aquel día pediréis en mi nombre y no os digo que yo rogaré al Padre por vosotros, pues el Padre mismo os quiere, porque me queréis a mí y creéis que salí de Dios. Salí del Padre y he venido al mundo. Ahora dejo otra vez el mundo y voy al Padre, Jn 16, 26-28. 21. Pag 156. Capítulo XI - En Cristo hay que distinguir dos naturalezas. La de Dios Hijo, por la que es igual al Padre y la de siervo, que asumió en el tiempo, por la que es inferior al Padre. Según su forma divina todas las cosas han sido hechas por Él; en su forma de siervo nació de mujer bajo el imperio de la Ley. En su forma divina Él y el Padre son uno; en su forma de hombre no vino a hacer su voluntad, sino la del que le envió. Como Dios: como el Padre tiene vida en sí mismo, así también le ha dado al Hijo tener vida en sí mismo, Jn 5, 26; como hombre: Mi alma está triste hasta el punto de morir; quedaos aquí y velad conmigo. Y adelantándose un poco, cayó rostro en tierra, y suplicaba así: Padre mío, si es

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posible, que pase de mí esta copa, pero no sea como yo quiero, sino como quieras tú, Mt 26, 38-39. En su forma divina es Dios verdadero; en su forma de esclavo: se humilló a sí mismo, obedeciendo hasta la muerte y muerte de Cruz, Flp 2, 8. 15. En cuanto Dios puede decir: todo lo que tiene el Padre es mío, Jn 16, 15, todo lo mío es tuyo y todo lo tuyo es mío, Jn 17, 10; en cuanto siervo confiesa: mi doctrina no es mía, sino del que me ha enviado, Jn 7, 16. 22-23. Pag 158-160. Capítulo XII - Mas de aquel día y hora, nadie sabe nada, ni los ángeles en el cielo, ni el Hijo, sino sólo el Padre, Mc 13, 32, no os llamo ya siervos, porque el siervo no sabe lo que hace su amo; a vosotros os he llamado amigos, porque todo lo que he oído a mi Padre os lo he dado a conocer, Jn 15, 15. Ambos textos se entienden a la luz de : mucho tengo todavía que deciros, pero ahora no podéis con ello, Jn 16, 12. La Escritura se acomoda al común hablar de los hombres. 23. Pag 160-161. - Como Dios, (la Sabiduría) desde la eternidad fui fundada, desde el principio, … Cuando no existían los abismos fui engendrada, Pr 8, 22-31; en su forma de siervo: Yo soy el Camino, la Verdad y la Vida. Nadie va al Padre sino por mí, Jn 14, 6. Siendo Primogénito de entre los muertos, Ap 1, 5, trazó la senda de su Iglesia rumbo al reino de Dios y de la vida eterna. Así Cristo, cabeza del cuerpo, como guía de inmortalidad, fue creado en el principio de los caminos y obras de Dios. Como Dios: soy desde el principio, Jn 8, 25, y creó los cielos y la tierra, Gn 1, 1; como siervo es como un esposo que sale de su tálamo, Sal 19, 5. 15. Como Dios es Primogénito de toda la creación, porque en él fueron creadas todas las cosas, en los cielos y en la tierra, las visibles y las invisibles, los Tronos, las Dominaciones, los Principados, las Potestades: todo fue creado por él y para él, él existe con anterioridad a todo, y todo tiene en él su consistencia. Él es también la Cabeza del Cuerpo, de la Iglesia: Él es el Principio, el Primogénito de entre los muertos, para que sea él el primero en todo, Col 1, 15-18. Como Dios es el Señor de la gloria: a los que predestinó, a ésos también los justificó; a los que justificó, a ésos también los glorificó, Rm 8, 30; en su forma de siervo dice a sus discípulos: sentarse a mi derecha o mi izquierda no es cosa mía el concederlo, sino que es para quienes está preparado por mi Padre, Mt 20, 23. Lo que apareja el Padre lo dispone también el Hijo porque son uno. 24-25. Pag 161-162. - Hay expresiones de Jesús: no he hablado por mi cuenta, Jn 12, 49, no he nacido de mí mismo, me lo dio el Padre, que denotan que no fue creado, sino engendrado, engendrar es como ser. Porque, como el Padre tiene vida en sí mismo, así también le ha dado al Hijo tener vida en sí mismo, Jn 5, 26, es decir, darla por generación al Hijo inconmutable, que es vida eterna: sabemos que el Hijo de Dios ha venido y nos ha dado inteligencia para que conozcamos al Verdadero. Nosotros estamos en el Verdadero, en su Hijo Jesucristo. Este es el Dios verdadero y la Vida Eterna, 1 Jn 5, 20. 26. Pag 165.

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- El que me rechaza y no recibe mis palabras, ya tiene quien le juzgue: la Palabra que yo he hablado, ésa le juzgará el último día, Jn 12, 48, juzgará el Hijo de Dios. Su doctrina como Dios es suya y como siervo no lo es. La doctrina del Padre es del Verbo del Padre, que es el Hijo unigénito. El que cree en mí, no cree en mí, sino en aquel que me ha enviado, Jn 12, 44. Quien cree en mí no cree lo que ve, su esperanza no reposa en la criatura, sino en el que asumió la criatura, en el que se manifiesta visible a los ojos de los mortales; así, contemplando por la fe al que es igual al Padre, purificamos nuestros corazones. El que cree en mí, no cree en mí, sino en aquel que me ha enviado, Jn 12, 44. Creéis en Dios: creed también en mí, Jn 14, 1. Es como decir, creed en mí como creéis en Dios, porque yo y el Padre somos uno. Cristo ha de juzgar no según su poder humano, sino según Dios. 27. Pag 165-167. Capítulo XIII - De haberlo conocido no hubieran crucificado al Señor de la Gloria, 1 Co 2, 8. Fue crucificado en forma de siervo, no obstante, fue crucificado el Señor de la gloria. Tal fue aquella asunción que hizo hombre a Dios y Dios al hombre. Pues con razón se dice que Dios fue crucificado, no en el poder de su divinidad, sino en la flaqueza de su carne, debido a la unión de ambas naturalezas, divina y humana, en la hipóstasis única del Verbo. Asimismo ha de juzgar Dios en cuanto Dios según su poder divino y el hombre, así como fue crucificado el Señor de la gloria: Cuando el Hijo del hombre venga en su gloria acompañado de todos sus ángeles, entonces se sentará en su trono de gloria. Serán congregadas delante de él todas las naciones, Mt 25, 311-32. Los judíos que permanecieron en su protervia serán sancionados el día del juicio y tendrán una terrible visión: Mirad, viene acompañado de nubes: todo ojo le verá, hasta los que le traspasaron, y por él harán duelo todas las razas de la tierra. Sí. Amén, Ap 1, 7. Cuando buenos e impíos contemplen al juez de vivos y muertos, es indudable que los impíos sólo podrán verlo en su naturaleza del Hijo del Hombre, pero en su majestad de juez, no en su flaqueza de reo. Y no podrán verlo en la forma de Hijo, en la que es igual al Padre, porque no son puros de corazón: Bienaventurados los limpios de corazón, porque ellos verán a Dios, Mt 5, 8. Esta visión cara a cara será galardón supremo prometido a los justos y ha de tener lugar cuando Cristo consigne el reino al Padre, reino donde se incluye la visión de su forma, porque sometidas a Dios todas las criaturas, queda incluida aquella en que el Hijo de Dios se hizo Hijo de hombre: cuando entregue a Dios Padre el Reino, después de haber destruido todo Principado, Dominación y Potestad. Porque debe él reinar hasta que ponga a todos sus enemigos bajo sus pies. El último enemigo en ser destruido será la Muerte. Porque ha sometido todas las cosas bajo sus pies. Mas cuando diga que todo está sometido, es evidente que se excluye a Aquel que ha sometido a él todas las cosas. Cuando hayan sido sometidas a él todas las cosas, entonces también el Hijo se someterá a Aquel que ha sometido a él todas las cosas, para que Dios sea todo en todo, 1 Co 15, 24-28. Juzgará el hijo del hombre: yo le amaré y me manifestaré a él, Jn 14, 21, no en virtud de su poder humano, sino de su potestad divina, como Hijo de Dios. Mas el Hijo de Dios no se manifestará

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aquel día en su forma divina, en la que es igual al Padre, sino en su forma de siervo, en la que es Hijo del hombre. 28. Pag 168-170. - En conclusión, el Hijo del hombre juzgará: Cuando el Hijo del hombre venga en su gloria acompañado de todos sus ángeles, entonces se sentará en su trono de gloria. Serán congregadas delante de él todas las naciones, Mt 25, 31-32. El Padre no juzgará, porque en el juicio no se manifestará la forma de Dios, sino la de hombre: el Padre no juzga a nadie; sino que todo juicio lo ha entregado al Hijo, Jn 5, 22, Porque, como el Padre tiene vida en sí mismo, así también le ha dado al Hijo tener vida en sí mismo, Jn 5, 26, Por lo cual Dios le exaltó y le otorgó el Nombre, que está sobre todo nombre, Flp 2, 9. Lo cual se refiere sólo al Hijo del hombre, resucitado por el Hijo de Dios de entre los muertos. Dios puso todo juicio en manos del Hijo. Por eso en el día del juicio no se manifestará la forma divina, sino la forma del Hijo del hombre. En el juicio de vivos y muertos nadie verá al Padre, sino que todos verán al Hijo del hombre, incluso quienes le crucificaron. 29. Pag 170-171. - En el juicio aparecerá el juez en figura de Hijo del hombre para que buenos y malos puedan contemplarle. El que escucha mi Palabra y cree en el que me ha enviado, tiene vida eterna y no incurre en juicio, sino que ha pasado de la muerte a la vida, Jn 5, 24. Le ha dado poder para juzgar, porque es Hijo del hombre, Jn 5, 27. La visión del Hijo del hombre no se niega a los impíos, pero la visión del esplendor de Dios está reservada a los limpios de corazón: Esta es la vida eterna: que te conozcan a ti, el único Dios verdadero, y al que tú has enviado, Jesucristo, Jn 17, 3. 30. Pag 171-173. - Dios es bueno según la visión, en que se aparecerá a los limpios de corazón: En verdad bueno es Dios para Israel, el Señor para los de puro corazón, Sal 73, 1, que lleva al gozo: Una cosa he pedido a Yahveh, una cosa estoy buscando: morar en la Casa de Yahveh, todos los días de mi vida, para gustar la dulzura de Yahveh, Sal 27, 4. En cambio, cuando los réprobos vean al juez no les parecerá bueno: Mirad, viene acompañado de nubes: todo ojo le verá, hasta los que le traspasaron, y por él harán duelo todas las razas de la tierra. Sí. Amén, Ap 1, 7. El Bien divino está velado a los ojos de los hombres. Para alcanzar su visión hemos de purificar nuestros corazones por la fe, sólo así seremos limpios de corazón. Esta es la vida eterna: que te conozcan a ti, el único Dios verdadero, y al que tú has enviado, Jesucristo. Yo te he glorificado en la tierra, llevando a cabo la obra que me encomendaste realizar. Ahora, Padre, glorifícame tú, junto a ti, con la gloria que tenía a tu lado antes que el mundo fuese, Jn 17, 3-5. 31. Pag 174-176.

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Libro II Prefacio - El enamorado de la verdad no teme la crítica. La alabanza del que desbarra es confirmación del error, la adulación incita y arrastra al engaño: Que el justo me hiera por amor, y me corrija, pero el ungüento del impío jamás lustre mi cabeza, pues me comprometería aún más en sus maldades, Sal 141, 5. 1. Pag 180. Capítulo I Todo hijo recibe de su padre el ser y es hijo para su padre, mientras que ningún padre recibe del hijo la existencia, pero es padre para el hijo. Por tanto, el Padre es Dios; el Hijo es Dios de Dios y luz de luz, porque recibe el ser y es Hijo; el Padre no tiene un Hijo de quien recibe el ser. Ciertos pasajes de las Escrituras hablan de Padre e Hijo para indicar unicidad e igualdad de sustancia: Yo y el Padre somos uno, Jn 10, 30; el cual, siendo de condición divina, no retuvo ávidamente el ser igual a Dios, Flp 2, 6. Otros pasajes, en cambio, indican que el Hijo es inferior al Padre y procedencia: el Padre es más grande que yo, Jn 14, 28; porque el Padre no juzga a nadie; sino que todo juicio lo ha entregado al Hijo … y le ha dado poder para juzgar, porque es Hijo del hombre, Jn 5, 22 y 27; porque, como el Padre tiene vida en sí mismo, así también le ha dado al Hijo tener vida en sí mismo … el Hijo no puede hacer nada por su cuenta, sino lo que ve hacer al Padre: lo que hace Él, eso también lo hace igualmente el Hijo, Jn 5, 26 y 19. El dinamismo del Hijo procede del Padre, de quien recibe el ser. El Hijo ve al Padre y porque le ve es Hijo, ver al Padre significa ser del Padre y ver actuar al Padre es actuar juntamente con Él, pero nunca por sí, porque no tiene el poder por sí mismo. El Hijo hace lo que ve hacer al Padre, porque ha nacido del Padre: el Hijo no puede hacer nada por su cuenta, sino lo que ve hacer al Padre: lo que hace él, eso también lo hace igualmente el Hijo, Jn 5, 19. La acción del Hijo es igual e inseparable de la del Padre, pero al Hijo le viene del Padre. Lo cual no significa inferioridad del Hijo respecto del Padre, sino que el Hijo procede del Padre. Por tanto, el Hijo de Dios procede del Padre, pero no es inferior, no se indica desemejanza, sino nacimiento. 2-3. Pag 181-184. Capítulo II - Hay textos de Escrituras, que permiten considerar la condición de Hijo del hombre e Hijo de Dios: mi doctrina no es mía, sino del que me ha enviado, Jn 7, 16. En su forma de Dios no es una realidad ser Hijo y otra ser vida, porque el Hijo es vida; ni es una cosa ser Hijo y otra ser doctrina, porque Él es doctrina. Como dio vida al Hijo significa que el Padre engendró al Hijo, que es vida, así dio al Hijo doctrina significa que engendró al Hijo, que es doctrina. Con lo cual Cristo querría decir que no nació de sí mismo, sino del que le envió. 4. Pag 184-185.

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Capítulo III - Del Espíritu Santo no se dice que se haya anonadado tomando naturaleza de siervo. Cuando venga él, el Espíritu de la verdad, os guiará hasta la verdad completa; pues no hablará por su cuenta, sino que hablará lo que oiga, y os anunciará lo que ha de venir. El me dará gloria, porque recibirá de lo mío y os lo anunciará a vosotros. Todo lo que tiene el Padre es mío. Por eso he dicho: Recibirá de lo mío y os lo anunciará a vosotros, Jn 16, 13-15. Cuando venga el Paráclito, que yo os enviaré de junto al Padre, el Espíritu de la verdad, que procede del Padre, él dará testimonio de mí, Jn 15, 26. El texto: pues no hablará por su cuenta, sino que hablará lo que oiga, hace referencia a la procedencia del Espíritu Santo del Padre. El Hijo recibe su ser del Padre y el Espíritu Santo procede del Padre, sin embargo, ambos no son Hijos, ni engendrados. El Hijo es Hijo unigénito y el Espíritu Santo ni es Hijo, ni engendrado porque de lo contrario sería también Hijo. 5. Pag 185-186. Capítulo IV - Padre, ha llegado la hora; glorifica a tu Hijo, para que tu Hijo te glorifique a ti … Yo te he glorificado en la tierra, llevando a cabo la obra que me encomendaste realizar. Padre, glorifícame, Jn 17, 1-5. También el Espíritu Santo glorifica al Hijo, porque recibe del Hijo, y lo recibe por venirle del Padre cuanto el Hijo tiene. Es evidente que al glorificar el Espíritu Santo al Hijo, también le glorifica el Padre. 6. Pag 187. Capítulo V - El Espíritu Santo, que el Padre enviará en mi nombre, Jn 14, 26, os conviene que yo me vaya; porque si no me voy, no vendrá a vosotros el Paráclito; pero si me voy, os lo enviaré, Jn 116, 7. Las misiones, envíos, atestiguan que El Padre es superior al Hijo y Padre e Hijo superiores al Espíritu Santo, porque el Padre nunca ha sido enviado. Al llegar la plenitud de los tiempos, envió Dios a su Hijo, nacido de mujer, nacido bajo la ley, para rescatar a los que se hallaban bajo la ley, y para que recibiéramos la filiación adoptiva, Ga 4, 4-5, expresa que por el hecho de nacer de mujer es el Hijo enviado. En cuanto nacido de Dios estaba en el mundo, en cuanto nacido de María vino enviado al mundo. El que había de humanarse y manifestarse en el tiempo era el mismo Hijo de Dios y estaba en Dios desde el principio como Sabiduría extratemporal. Sin principio de tiempo, en el principio existía el Verbo y el Verbo estaba en Dios y el Verbo era Dios. Sin transcurso de tiempo existía en el Verbo y en el tiempo del Verbo se hizo carne y habitó entre nosotros. Al llegar la plenitud de los tiempos, envió Dios a su Hijo, nacido de mujer, el Verbo humanado se apareció a los mortales y el que es intemporal y existe en el Verbo, nació en el tiempo. El orden de los tiempos carece de tiempo en la eterna Sabiduría de Dios. Cuando pareció bien al Padre y al Hijo que el Hijo se apareciera en carne mortal, se dice que se manifiesta en la carne.

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Cuando Padre e Hijo invisibles hacen visible al Hijo se dice que le envió, reteniendo la naturaleza de Dios y tomando naturaleza de siervo. Luego Padre e Hijo invisibles han enviado y creado al Hijo visible. Por tanto porque yo he salido y vengo de Dios; no he venido por mi cuenta, sino que Él me ha enviado. Yo no juzgo a nadie, Jn 8, 42, 15. El Espíritu Santo ha sido enviado, no para manifestar su sustancia igual a Padre e Hijo, sino para mover y abrir los corazones de los hombres a la contemplación de la eternidad. 7-10. Pag 189-193. Capítulo VI - En ningún pasaje de las Escrituras se dice que el Espíritu Santo sea superior o inferior al Padre. Precisiones sobre el Verbo. Una cosa es el Verbo en la carne y otra el Verbo hecho carne. Una cosa es el Verbo en el hombre y otra el Verbo hecho hombre. En estos pasaje carne es sinónimo de hombre: y la Palabra se hizo carne, Jn 1, 14, y todos verán la salvación de Dios, Lc 3, 6. Mas no fue asunta la criatura en la que se apareció el Espíritu Santo como lo fue la carne humana formada en el seno de la Virgen María. Al Espíritu Santo, en alusión a sus apariciones, no se le puede llamar Dios paloma o Dios fuego como al Hijo llamamos Dios hombre y Cordero de Dios, Jn 1, 29 y Ap 5, 6. La precisión de las Escrituras es importante: se les aparecieron unas lenguas como de fuego, Hch 2, 3, vio al Espíritu de Dios que bajaba en forma de paloma, Mt 3, 16. 11. Pag 194-195. Capítulo VII - Nunca se dice del Espíritu Santo que sea inferior al Padre como se dice del Hijo por su naturaleza de siervo, que se unió a Él en unidad de persona, mientras las formas del Espíritu Santo aparecieron para significar lo que era menester y luego dejaron de existir. Del Padre no se dice que haya sido enviado en la zarza, columna de fuego, nube, relámpagos en la montaña y fenómenos, que se produjeron cuando habló a los patriarcas, tal vez porque se apareciera Dios Trinidad y no una persona divina. 12-13. Pag 197-198. Capítulo VIII - Referencia a Dios Trinidad: manifestación (de nuestro Señor Jesucristo) que a su debido tiempo hará ostensible el Bienaventurado y único Soberano, el Rey de los reyes y el Señor de los señores, el único que posee Inmortalidad, que habita en una luz inaccesible, a quien no ha visto ningún ser humano ni le puede ver. A él el honor y el poder por siempre. Amén, 1 Tm 6, 15-16. 14. Pag 200. Capítulo XVI

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- Hazme saber tu camino, para que yo te conozca, Ex 33, 13, equivale a decir muéstrame tu esencia. Yahveh hablaba con Moisés cara a cara, como habla un hombre con su amigo … Y añadió: Pero mi rostro no podrás verlo; porque no puede verme el hombre y seguir viviendo. Luego dijo Yahveh: Mira, hay un lugar junto a mí; tú te colocarás sobre la peña. Al pasar mi gloria, te pondré en una hendidura de la peña y te cubriré con mi mano hasta que yo haya pasado. Luego apartaré mi mano, para que veas mis espaldas; pero mi rostro no se puede ver, Ex 33, 11-23. 27-28. Pag 221. Capítulo XVII - Esta vida: mi existencia cual nada es ante ti; sólo un soplo, todo hombre que se yergue, nada más una sombra el humano que pasa, Sal 39, 5-6, no es justo ante ti ningún viviente, Sal 143, 2. Finalmente veremos a Dios cara a cara: Ahora vemos en un espejo, en enigma. Entonces veremos cara a cara. Ahora conozco de un modo parcial, pero entonces conoceré como soy conocido, 1 Co 13,12, Queridos, ahora somos hijos de Dios y aún no se ha manifestado lo que seremos. Sabemos que, cuando se manifieste, seremos semejantes a él, porque le veremos tal cual es, 1 Jn 3, 2. Si en la vida presente sabemos penetrar en el conocimiento espiritual de la Sabiduría de Dios, moriremos a los efectos de la carne: En cuanto a mí ¡Dios me libre gloriarme si nos es en la cruz de nuestro Señor Jesucristo, por la cual el mundo es para mí un crucificado y yo un crucificado para el mundo!, Ga 6, 14, Una vez que habéis muerto con Cristo a los elementos del mundo ¿por qué sujetaros, como si aún vivierais en el mundo, Col 2, 20. Con razón se dice que nadie puede ver su rostro, es decir, la manifestación de la Sabiduría de Dios y vivir. Mientras peregrinamos lejos de Dios y caminamos por fe y no por visión, vemos las espaldas de Cristo, su carne, mediante la fe, sólido cimiento cimentado en la roca, desde donde le contemplaremos, como desde atalaya inexpugnable. 28. Pag 222-224. - La firme roca hace referencia a la Iglesia católica, desde donde quien cree en su resurrección ve la Pascua del Señor, el tránsito de Cristo, sus espaldas, su cuerpo: Antes de la fiesta de la Pascua, sabiendo Jesús que había llegado su hora de pasar de este mundo al Padre, Jn 13, 1; mira, hay un lugar junto a mí; tú te colocarás sobre la peña. Y al pasar mi gloria, te pondré en una hendidura de la peña y te cubriré con mi mano hasta que yo haya pasado. Luego apartaré mi mano, para que veas mis espaldas; pero mi rostro no se puede ver, Ex 33, 21-23. 30. Pag 225. - Al Rey de los siglos, al Dios inmortal, invisible y único, I Tm 1, 17, a quien no ha visto ningún ser humano ni le puede ver, 1 Tm 6, 16, se refieren a Dios Padre, Hijo y Espíritu Santo, único y solo Dios. 32. Pag 228. Capítulo XVIII

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- En las visiones divinas a patriarcas y profetas mediante formas sensibles, imaginarias o reales, no se puede concretar qué persona divina se manifestó. 35. Pag 232.

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Libro III Prólogo - Confieso que escribiendo aprendí muchas cosas, que antes ignoraba. No deseo un lector incondicional, ni un crítico pagado de sí mismo. El Hijo no era inferior al Padre por el hecho de uno ser enviado y otro enviar. Ni el Espíritu Santo es inferior a Padre e Hijo, aunque le hayan enviado. Cuando el Hijo fue enviado a este mundo, ya estaba en él. Y el Espíritu Santo vino a donde también se encontraba, Porque el espíritu del Señor llena la tierra y él, que todo lo mantiene unido, tiene conocimiento de toda palabra, Sb 1, 7. En las antiguas apariciones y formas corpóreas no se reveló el Padre, ni el Hijo, ni el Espíritu Santo solo, sino el Señor, Dios, la Trinidad excelsa. 1-3. Pag 234-237. Capítulo I - Porque la creación, sirviéndote a ti, su Hacedor, se embravece para castigo de los inicuos y se amansa en favor de los que en ti confían. Por eso, también entonces, cambiándose en todo, servía a tu liberalidad que a todos sustenta, conforme al deseo de los necesitados, Sb 16, 24-25. 6. Pag 240. Capítulo II - Jerusalén participa de la sabiduría divina: Jerusalén, construida cual ciudad de compacta armonía, Sal 122, 3. Nada permanece sin la esencia de Dios: ellos perecen, mas tú quedas, todos ellos como la ropa se desgastan, como un vestido los mudas tú, y se mudan. Pero tú siempre el mismo, no tienen fin tus años, Sal 102, 26-27. 8. Pag 242. Capítulo V - Yo planté, Apolo regó; mas fue Dios quien dio el crecimiento. De modo que ni el que planta es algo, ni el que riega, sino Dios que hace crecer … somos colaboradores de Dios y vosotros, campo de Dios, edificación de Dios, 1 Co 3, 6-9. 11. Pag 247. Capítulo VII - Poder del milagro, fuera del alcance de los mortales: Dijeron los magos a Faraón: ¡es el dedo de Dios!, Ex 8, 15. 12. Pag 249. Capítulo VIII

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- Yo planté, Apolo regó; mas fue Dios quien dio el crecimiento, 1 Co 3, 6. 14. Pag 253. Capítulo IX - Una cosa es crear y gobernar la criatura desde lo más profundo y sublime de la causa y otra la acción intrínseca de las fuerzas y energías por Él otorgadas, a fin de que se realice lo que Dios crea, en este o aquel momento, de esta u otra manera. Todos los seres están originaria y primordialmente contenidos en la urdimbre maravillosa de los elementos y les basta encontrar un ambiente propicio para manifestarse. El mundo es obra de la esencia divina, donde nada fenece ni nace, nada principia ni se aniquila: Pues el actuar con inmenso poder siempre está en tu mano. ¿Quién se podrá oponer a la fuerza de tu brazo?, Sb 11, 21. 16. Pag 255-256. Capítulo X - Fuego y granizo, nieve y bruma, viento tempestuoso, ejecutor de su palabra, Sal 148, 8. Los pensamientos de los mortales son tímidos e inseguras nuestras ideas, pues un cuerpo corruptible agobia el alma y esta tienda de tierra abruma el espíritu lleno de preocupaciones. Trabajosamente conjeturamos lo que hay sobre la tierra y con fatiga hallamos lo que está a nuestro alcance; ¿quién, entonces, ha rastreado lo que está en los cielos? Y ¿quién habría conocido tu voluntad, si tú no le hubieses dado la Sabiduría y no le hubieses enviado de lo alto tu Espíritu Santo? Sb 9, 14-17 19-21. Pag 259-264. Capítulo XI - La sustancia, la esencia de Dios, en ningún modo es mudable, ni visible por sí misma. Las acciones visibles han tenido lugar por mediación de los ángeles: ¿a qué ángel dijo alguna vez: Siéntate a mi diestra, hasta que ponga a tus enemigos por escabel de tus pies? ¿Es que no son todos ellos espíritus servidores con la misión de asistir a los que han de heredar la salvación?, Hb 1, 13-14. En el episodio de la zarza ardiendo en que se aparece un Ángel a Moisés, en el de la encina de Mambré los tres ángeles a Abraham, en el del sacrificio de su hijo Isaac y en el de la bendición de Abraham, Dios se sirve ángeles para manifestar su presencia y hablar: El ángel de Yahveh se le apareció en forma de llama de fuego, en medio de una zarza. Vio que la zarza estaba ardiendo, pero que la zarza no se consumía. Dijo, pues, Moisés: Voy a acercarme para ver este extraño caso: por qué no se consume la zarza. Cuando vio Yahveh que Moisés se acercaba para mirar, le llamó de en medio de la zarza, diciendo: «¡Moisés, Moisés!» El respondió: Heme aquí. Le dijo: No te acerques aquí; quita las sandalias de tus pies, porque el lugar en que estás es tierra sagrada. Y añadió: Yo soy el Dios

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de tu padre, el Dios de Abraham, el Dios de Isaac y el Dios de Jacob.» Moisés se cubrió el rostro, porque temía ver a Dios, Ex 2, 2-6. Apareciósele Yahveh en la encina de Mambré estando él sentado a la puerta de su tienda en lo más caluroso del día. Levantó los ojos y he aquí que había tres individuos parados a su vera. Como los vio acudió desde la puerta de la tienda a recibirlos, y se postró en tierra, y dijo: Señor mío, si te he caído en gracia, ea, no pases de largo cerca de tu servidor, Gn 18, 1-2. … Entonces le llamó el Ángel de Yahveh desde los cielos diciendo: ¡Abraham, Abraham! Él dijo: Heme aquí. Dijo el Ángel: No alargues tu mano contra el niño, ni le hagas nada, que ahora ya sé que tú eres temeroso de Dios, ya que no me has negado tu hijo, tu único, Gn 22, 11-12. El Ángel de Yahveh llamó a Abraham por segunda vez desde los cielos, y dijo: Por mí mismo juro, oráculo de Yahveh, que por haber hecho esto, por no haberme negado tu hijo, tu único, yo te colmaré de bendiciones y acrecentaré muchísimo tu descendencia como las estrellas del cielo y como las arenas de la playa, y se adueñará tu descendencia de la puerta de sus enemigos. Por tu descendencia se bendecirán todas las naciones de la tierra, en pago de haber obedecido tú mi voz, Gn 22, 15-18. De la misma manera, los profetas hablan en nombre de Dios, unas veces, advirtiéndonos con esto dice el Señor, oráculo del Señor … y otras, directamente sin preámbulos. Lo cual confirma Esteban en su martirio: vosotros que recibisteis la Ley por mediación de ángeles y no la habéis guardado, Hb 7, 53, Y Pablo: la … ley fue promulgada por los ángeles y con la intervención de un mediador, Ga 3, 19. Padre, Hijo y Espíritu Santo se revelan por medio de ángeles, apareciéndose en forma tangible y visible, siempre mediante la criatura, jamás en su esencia. Por tanto, cuando Dios se les aparecía, las voces sensibles y formas corpóreas, con que se vieron favorecidos nuestros padres antes de la encarnación del Salvador, eran obra de ángeles, que hablaban y actuaban en nombre de Dios. 21-27. Pag 265-273.

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Libro IV Prólogo - Confieso que soy mudable. La esencia de Dios, razón de su existencia, no entraña en su eternidad, verdad y voluntad nada mudable. En Dios es eterna la verdad, eterno el amor, verdadero el amor, verdadera la eternidad, amable la eternidad y amable la verdad. 1. Pag 277. Capítulo I - Aunque desterrados del gozo inconmensurable, estamos en su órbita; he ahí la razón de buscar en las cosas mudables y temporales la verdad y la dicha, pues nadie ansía la muerte, el error, la inquietud. Si no tuviéramos allí nuestro centro, no buscaríamos aquí estas cosas. Actúa Dios en nosotros para que su fortaleza sea causa de nuestro progreso y en la pequeñez de nuestra humildad se perfecciona la virtud de la caridad: Tú derramaste, oh Dios, una lluvia de larguezas, a tu heredad extenuada, tú la reanimaste, Sal 68, 9, lluvia es la gracia, Mi gracia te basta, que mi fuerza se muestra perfecta en la flaqueza, 2 Co 12, 9. Mas la prueba de que Dios nos ama es que Cristo, siendo nosotros todavía pecadores, murió por nosotros. ¡Con cuánta más razón, pues, justificados ahora por su sangre, seremos por él salvos de la cólera! Si cuando éramos enemigos, fuimos reconciliados con Dios por la muerte de su Hijo, ¡con cuánta más razón, estando ya reconciliados, seremos salvos por su vida!, Rm 5, 8-10. Ante esto ¿qué diremos? Si Dios está por nosotros ¿quién contra nosotros? El que no perdonó ni a su propio Hijo, antes bien le entregó por todos nosotros, ¿cómo no nos dará con él graciosamente todas las cosas?, Rm 8, 31-32. El verbo de Dios, inconmutable verdad, por quien fueron hechas todas las cosas, y en quien están todas las cosas a la vez, cuanto existió y ha de tener existencia. En el Verbo no fueron o serán: son; todo es vida y unidad y cuanto mayor es la unidad, mayor y más perfecta es la vida. Todo ha sido creado por Él. Cuanto existe en la creación es vida en Él, y la vida no fue creada, porque En el principio existía la Palabra y la Palabra estaba con Dios, y la Palabra era Dios. Ella estaba en el principio con Dios. Todo se hizo por ella y sin ella no se hizo nada de cuanto existe, Jn 1, 1-3. No habría sido hechas todas las cosas por Él, si no existiese antes que ellas y no fuera increado. Todo se hizo por ella y sin ella no se hizo nada de cuanto existe. En ella estaba la vida y la vida era la luz de los hombres, Jn 1, 3-4. Cuanto fue hecho era vida en él. Vida, que era luz de los hombres, pues en él vivimos, nos movemos y existimos, Hch 17, 28. 2-3. Pag 277-280. Capítulo II - La luz brilla en las tinieblas, y las tinieblas no la vencieron, Jn 1, 5. Tinieblas son las mentes obtusas de los hombres. Para sanarlas la Palabra se hizo carne, y puso su Morada entre nosotros, Jn 1, 14. Nuestra iluminación es un

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participar del Verbo, de esta vida, que es la luz de los mortales. La inmundicia del pecado nos hacía inhábiles e indignos de esta participación. La sangre del Justo y la humildad de Dios es la única tisana purificativa para los hombres malvados y soberbios. Para contemplar a Dios debíamos ser purificados por quien se hizo por nosotros lo que somos por naturaleza y pecado. No hay armonía entre pecador y justo, pero sí entre hombre y hombre. Sumándonos la semejanza de su humanidad, nos borró la desemejanza de nuestra perversidad; haciéndose partícipe de nuestra mortal flaqueza, nos hizo partícipes de su divinidad. 4. Pag 281-282. Capítulo III - Las realidades de alma y cuerpo necesitaban medicina y resurrección. La impiedad es la muerte del alma, la corruptibilidad del cuerpo. Muere el alma cuando Dios la abandona, muere el cuerpo cuando lo abandona el alma. Resucita el alma por la penitencia. En el cuerpo mortal la renovación a la vida se incoa por la fe. Diferencia entre muerte del cuerpo y del alma: deja que los muertos entierren a sus muertos, Mt 8, 22; despierta tú que duermes, y levántate de entre los muertos, y te iluminará Cristo, Ef 5, 14; la que, en cambio, está entregada a los placeres aunque viva, está muerta, 1 Tm 5, 6; mas si Cristo está en vosotros, aunque el cuerpo haya muerto ya a causa del pecado, el espíritu es vida a causa de la justicia. Y si el Espíritu de Aquel que resucitó a Jesús de entre los muertos habita en vosotros, Aquel que resucitó a Cristo de entre los muertos dará también la vida a vuestros cuerpos mortales por su Espíritu que habita en vosotros, Rm 8, 10-11. Cristo no fue un pecador o un impío. Vestido de carne mortal, muere sólo en la carne y resucita en la carne sola y así la armoniza con nuestra doble muerte, siendo sacramento del hombre interior y ejemplo del exterior. Al sacramento de nuestro hombre interior se refiere Cristo en aquel grito: clamó Jesús con fuerte voz: «¡Elí, Elí! ¿lemá sabactaní?», esto es: «¡Dios mío, Dios mío! ¿por qué me has abandonado?», Mt 27, 46. Con cuyo grito armoniza Pablo: sabiendo que nuestro hombre viejo fue crucificado con él, a fin de que fuera destruido este cuerpo de pecado y cesáramos de ser esclavos del pecado, Rm 6, 6; despojaros, … del hombre viejo … revestiros del Hombre Nuevo, … desechando la mentira, hablad con verdad, Ef 4, 22-25. La resurrección del cuerpo del Señor pertenece al sacramento de nuestra resurrección interior: no me toques, que todavía no he subido al Padre, Jn 20, 17; y en palabra de Pablo: Así pues, si habéis resucitado con Cristo, buscad las cosas de arriba, donde está Cristo sentado a la diestra de Dios. Aspirad a las cosas de arriba, no a las de la tierra, Col 3, 1-2. No tocar a Cristo hasta que suba al Padre significa no sentir de Cristo según la carne. La muerte del Señor en su carne es ejemplo de la muerte de nuestro hombre exterior. Por lo cual dice Pablo completo en mi carne lo que falta a las tribulaciones de Cristo, Col 1, 24; palpadme y ved que un espíritu no tiene carne y huesos como veis que yo tengo, Lc 24, 39; Señor mío y Dios mío, Jn 20, 28.

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Subir al Padre insinúa el sacramento de hombre interior y la resurrección de Cristo es ejemplo de nuestra resurrección exterior. Pablo vio en la resurrección de Cristo nuestra resurrección corporal: Cristo como primicias; luego los de Cristo en su Venida, 1 Cor 15, 23; el cual transfigurará este miserable cuerpo nuestro en un cuerpo glorioso como el suyo, en virtud del poder que tiene de someter a sí todas las cosas, Flp 3, 21. La única muerte de Cristo sirvió de medicina saludable a nuestra doble muerte. Su resurrección es ejemplo de nuestra doble resurrección, pues su cuerpo nos proporciona suficiente remedio medicinal en ambas cosas, como sacramento del hombre interior y ejemplo del exterior. 5-6. Pag 283-288. Capítulo IV - El seis encierra en sí: una sexta, una tercera parte, una mitad, no existiendo parte alguna equivalente a otra. La sexta parte es la unidad, dos la tercera parte y tres la mitad. La suma de unos, dos y tres integran el seis. La Escritura subraya esta perfección al narrar la creación en seis días, en cuyo sexto día Dios creó al hombre, imagen de Dios. 7. Pag 288-289. Capítulo VI - Jesús, es la hora de las tinieblas, muere y es enterrado: al atardecer, … vino José de Arimatea, … comprando una sábana, lo descolgó de la cruz, lo envolvió en la sábana y lo puso en un sepulcro que estaba excavado en roca; luego, hizo rodar una piedra sobre la entrada del sepulcro, Mt 27, 42-46. Y resucita, al menos se manifiesta su resurrección, es la hora de la luz, en la alborada: Pasado el sábado, al alborear el primer día de la semana, María Magdalena y la otra María fueron a ver el sepulcro … , Mt 28, 1. En nosotros: en otro tiempo fuisteis tinieblas; mas ahora sois luz en el Señor. Vivid como hijos de la luz, Ef 5, 8. En la creación, los días se computaban de luz a noche; los nuestros, en virtud de la redención del hombre, se numeran de noche a alborada. Por tanto, no es absurdo comparar espíritu a día y cuerpo a noche. Asimismo, los números tienen significado místico en las Escrituras. 10. Pag 294-295 . Capítulo VII - Nos precedió una sola cabeza. Y, ahora justificados en ella por la fe, después reintegrados por la visión y reconciliados con Dios por el Mediador, nos uniremos al Uno, gozaremos del Uno y permaneceremos en el Uno. 11. Pag 297. Capítulo VIII-IX

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- El mismo Hijo de Dios pidió al Padre: No ruego sólo por éstos, sino también por aquellos que, por medio de su palabra, creerán en mí, para que todos sean uno. Como tú, Padre, en mí y yo en ti, que ellos también sean uno en nosotros, para que el mundo crea que tú me has enviado. Yo les he dado la gloria que tú me diste, para que sean uno como nosotros somos uno, Jn 17, 20-22. - Para que sean uno como nosotros somos uno, Jn 17, 22, uno en unidad de esencia y amor, yo en ellos y tú en mí, para que sean perfectamente uno, Jn 17, 23. 12. Pag 297-298. Capítulo X - El diablo, soberbio, condujo a la muerte al hombre engreído. Cristo, humilde, retorna a la vida al hombre sumiso. El diablo, soberbio, cayó y en su caída arrastró al cómplice, que le prestó su consentimiento. Cristo, humillado, resucitó y levantó al creyente. 13. Pag 299. Capítulo XII - El pecado de Adán fue para nosotros camino de muerte: por un solo hombre entró el pecado en el mundo y por el pecado la muerte y así la muerte alcanzó a todos los hombres, por cuanto todos pecaron, Rm 5, 12. El diablo, iniciador del pecado, fue el mediador e inductor de esta única muerte para él y doble para nosotros. Él, a causa de su impiedad, murió en su espíritu, pues en la carne no pudo morir. Dios no fue causa de muerte: no fue Dios quien hizo la muerte ni se recrea en la destrucción de los vivientes, Sb 1, 13. La causa del tormento no es la justicia del juez, sino el mérito del crimen. El mediador de la muerte no vino al abismo que nos empujó, la muerte del cuerpo. Y es ahí, donde Dios nuestro Señor y Dios nos injertó la sabia medicinal del arrepentimiento. Por un hombre vino la muerte y por un hombre la resurrección de los muertos. El mediador de la vida nos exhorta a no temer esta muerte natural e inevitable. Venimos a este mal paso de la muerte por el pecado. Él por la justicia. Así, mientras nuestra muerte es pena del pecado, su muerte fue ofrenda y rescate por el pecado. 15. Pag 302-303. Capítulo XIII - Libertad en la muerte de Cristo: Doy mi vida … Nadie me la quita; yo la doy voluntariamente. Tengo poder para darla y poder para recobrarla de nuevo; esa es la orden que he recibido de mi Padre, Jn 10, 17-18. Sin embargo, el padre del engaño, mediador de muerte para el hombre, no pudo ser partícipe de nuestra muerte, ni de su resurrección, aunque ha podido dar su única muerte por nuestra doble muerte. Mas no le fue otorgado resucitar y, por tanto, no puede ser sacramento de nuestra renovación interior, ni ejemplo de nuestro final despertar. Por el contrario, el Mediador de la vida, vivo en el espíritu, resucita su cuerpo exánime y arroja del alma de sus fieles al que está muerto en el espíritu y es mediador de muerte, no le permite reinar en el santuraio interior, sólo asediar desde fuera de la plaza, sin que jamás pueda conseguir

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victoria. Así, por la única muerte de un hombre sin sombra de pecado, fueron desatadas las ligaduras del pecado en muchos muertos. Ningún Mediador puede igualar a nuestro Redentor: Nadie tiene mayor amor que el que da su vida por sus amigos, Jn 15, 13. 16-17. Pag 305-307. Capítulo XIV - ¿Qué sacerdote más santo y justo que el Hijo de Dios, que no necesita ofrecer sacrificio por su pecado de origen, ni de la vida humana? ¿Qué víctima más grata a Dios podía elegir el hombre para ser inmolada por él que la carne humana? ¿Qué carne más apta para ser inmolada que la carne mortal? ¿Qué pureza era capaz de purificar las inmundicias del hombre, sino la carne inmune de concupiscencia carnal, nacida en el seno y del seno de una virgen? ¿Qué carne tan grata para quien ofrece y recibe la ofrenda, como la carne de nuestro sacrificio, hecha cuerpo en nuestro Sacerdote? Cuatro elementos integran todo sacrificio: El que ofrece, a quién se ofrece, qué se ofrece y por quiénes se ofrece. Sacrificio perfecto: el único y verdadero Mediador nos reconcilia con Dios por medio de este sacrificio pacífico, permanece en unidad con aquel a quien se ofrece, se hace una misma cosa con quien se ofrece y quien ofrece es lo que ofrece. 19. Pag 310-311. Capítulo XV - Hay quienes, enlodados en soberbia, creen poderse purificar por su propio esfuerzo para unirse y contemplar a Dios. Mas sólo nos purifica la cruz del Señor. Lo cual quedó prefigurado en Moisés, cuando con los brazos extendidos, instaba por la derrota de los amalecitas, que trataban de impedir al pueblo de Dios el viaje a la tierra de promisión, Ex 17, 8-16. 20. Pag 311. Capítulo XVII - Hay cosas desconocidas que, sin pretenderlo, se predicen por impulso del espíritu, sin saber la trascendencia de lo que se dice: uno de ellos, Caifás, que era el Sumo Sacerdote de aquel año, les dijo: Vosotros no sabéis nada, ni caéis en la cuenta que os conviene que muera uno solo por el pueblo y no perezca toda la nación. Esto no lo dijo por su propia cuenta, sino que, como era Sumo Sacerdote aquel año, profetizó que Jesús iba a morir por la nación y no sólo por la nación, sino también para reunir en uno a los hijos de Dios que estaban dispersos, Jn 11, 49-51. 22. Pag 315. Capítulo XVIII - La purificación era necesaria. Sólo por medio de lo temporal era posible nuestra purificación para atemperarnos a las realidades eternas. Decía Platón: la eternidad es a lo que nace, lo que la verdad a la fe. Pertenecemos a la mutabilidad, no se puede denominar eterno cuanto es mudable. Por tanto,

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estamos muy distanciados de la eternidad. Cuando arribemos a la visión, la inmortalidad reemplazará a la muerte, y la verdad a la fe. Nuestra fe se convertirá en verdad. Lo dijo la Verdad: Esta es la vida eterna: que te conozcan a ti, el único Dios verdadero, y al que tú has enviado, Jesucristo, Jn 17, 3. La misma Verdad, coeterna al Padre, nació en la tierra al venir el Hijo de Dios al mundo, haciéndose hijo del hombre, y así pudo recibir en sí nuestra fe y guiarnos a su verdad, el que recibió nuestra mortalidad sin despojarse de su eternidad. Lo que eternidad a nacimiento, es verdad a fe. Des etas cuatro verdades, habíamos experimentado en nosotros nacimiento y muerte. Resucitar y subir a los cielos, constituyen el objeto de nuestra esperanza, pues creemos que se han cumplido en Cristo. Lo nacido en Él tomó posesión de la eternidad, y así sucederá en nosotros cuando la fe se convierta en verdad: Si os mantenéis en mi Palabra, seréis verdaderamente mis discípulos, y conoceréis la verdad y la verdad os hará libres, Jn 8, 31, 32. Libres de muerte, corrupción y mutabilidad. La verdad es siempre inmortal, incorruptible, inmutable. La verdadera inmortalidad, la verdadera incorruptibilidad, la inconmutabilidad verdadera, es la misma eternidad. 24. Pag 316-319. Capítulo XIX - Cuanto acaece en el tiempo en ayuda de nuestra fe, por la que somos purificados para contemplar la verdad, tiene su decreto en la eternidad, aunque haya nacido en el tiempo o haga referencia a la eternidad, es testimonio de esta misión o la misma misión del Hijo de Dios. Al llegar la plenitud de los tiempos, envió Dios a su Hijo, nacido de mujer, Ga 4, 4. ¿Tanto tiempo hace que estoy con vosotros y no me conoces Felipe? El que me ha visto a mí, ha visto al Padre, Jn 14, 9. Cuando llegó la plenitud del tiempo, El Verbo nos brinda la carne, en la que se había humanado, para sostén de nuestra fe, mientras reserva manifestarse como Verbo, por quien han sido hechas todas las cosas, para cuando, purificadas nuestras almas por la fe, pudiéramos contemplarlo en la eternidad: El que tiene mis mandamientos y los guarda, ése es el que me ama; y el que me ame, será amado de mi Padre; y yo le amaré y me manifestaré a él, Jn 14, 21. 25-26. Pag 319-321. Capítulo XX - El Hijo, que procede del Padre, no el Padre del Hijo, fue enviado no sólo porque se hizo carne, sino para que se hiciera carne. Para que se entienda que el Verbo es el hombre enviado y también que el Verbo ha sido enviado para encarnarse. Y es enviado, no porque no sea igual al Padre en algún atributo, sino porque el Hijo procede del Padre y no el Padre del Hijo. El Verbo es el Hijo del Padre y su Sabiduría y ha sido enviado no porque sea desemejante al Padre, sino porque es un hálito del poder de Dios, una emanación pura de la gloria del Omnipotente, Sb 7, 25. Allí, caudal y fuente son una misma sustancia, como la luz de luz es un reflejo de la luz eterna, Sb 7, 26. La Sabiduría, aun siendo sola, lo puede todo; sin salir de sí misma, renueva el

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universo; en todas las edades, Sb 7, 27. Envíala de los cielos santos, mándala de tu trono de gloria para que a mi lado participe en mis trabajos, Sb 9, 10. La Sabiduría es enviada para sea hombre y esté con el hombre, entrando en las almas santas, forma en ellas amigos de Dios y profetas, Sb 7, 27. Grande es el Misterio de la piedad: Él ha sido manifestado en la carne, justificado en el Espíritu, visto de los Ángeles, proclamado a los gentiles, creído en el mundo, levantado a la gloria, 1 Tm 3, 16. El Verbo de Dios es enviado por aquel cuyo Verbo es, de quien es nacido. Envía quien engendra, es enviado el engendrado: salí del Padre y he venido al mundo, Jn 16, 28. Lo que nace en la eternidad es eterno. En la plenitud del tiempo, el Hijo de Dios es enviado y se manifiesta en la carne, naciendo de mujer, Cristo Jesús, al cual hizo Dios para nosotros sabiduría de origen divino, justicia, santificación y redención, 1 Co 1, 30. El Padre no tiene de quién proceder, ni por quién ser enviado. En cambio, la Sabiduría exclama: Yo salí de la boca del Altísimo, Si 24, 3. Y en referencia al Espíritu Santo: Cuando venga el Paráclito, que yo os enviaré de junto al Padre, el Espíritu de la verdad, que procede del Padre, Jn 15,26. Mas el Padre no procede de nadie. Como el Padre engendró y el Hijo fue engendrado, el Padre envía y el Hijo es enviado. Sin embargo, Padre, Hijo y Espíritu Santo son uno, una misma cosa, los tres son unidad. Nacer es para el Hijo ser del Padre: por el Padre fue engendrado. Y ser enviado es conocer su procedencia del Padre. Para el Espíritu Santo, ser don de Dios es proceder del Padre y ser enviado es reconocer que procede de Él. Pero también procede del Hijo: sopló sobre ellos y les dijo: Recibid el Espíritu Santo, Jn 20, 22. Luego uno es el Espíritu de Dios, Espíritu del Padre y del Hijo, Espíritu Santo, que obra todas las cosas en todos. La procedencia del Espíritu Santo del Padre y del Hijo es evidente en las Escrituras: cuando venga el Paráclito, que yo os enviaré de junto al Padre, el Espíritu de la verdad, que procede del Padre, Jn 15, 26. ¿Qué sentido tiene aún no había Espíritu, pues todavía Jesús no había sido glorificado?, Jn 7, 39. Que la misión del Espíritu Santo tendría una aportación singular en su venida hasta entonces ignorada, la fuerza difusora del Reino de Dios: No es un mensaje, no hay palabras, ni su voz se puede oír; mas por toda la tierra se adivinan los rasgos, y sus giros hasta el confín del mundo, Sal 19, 3-4. 27-29. Pag 322-328. Capítulo XXI - Padre, Hijo y Espíritu Santo son uno en sustancia, sin movimiento temporal, sobre toda criatura, sin intervalos de tiempo o espacio. Uno e idéntico desde la eternidad hasta la eternidad, eternidad que no existe sin verdad y amor. Sin embargo, en mis palabras Padre, Hijo y Espíritu Santo se encuentran separados, pues se pueden pronunciar en el mismo tiempo y de igual modo en la escritura ocupan lugares distanciados. El mismo fenómeno ocurre cuando los traigo a mi memoria, entendimiento y voluntad, pues cada nombre lo relaciono con una facultad. Sin embargo, cada nombre es obra de las tres potencias, porque no existe nombre sin que se fijen conjuntamente memoria, entendimiento y voluntad. Actúa la Trinidad en la voz del Padre, en la carne del Hijo y en la paloma del Espíritu Santo, pero nosotros apropiamos a cada una de las divinas personas dichas acciones. Este símil nos muestra cómo la

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Trinidad, inseparable en su esencia, puede manifestarse separadamente en la criatura sensible y cómo la acción indivisa de la Trinidad se encuentra en las cosas, que sirven para representar con toda propiedad al Padre, Hijo y Espíritu Santo. Por tanto, el Hijo no es inferior al Padre por el hecho de ser enviado por el Padre, ni lo es el Espíritu Santo, aunque sea enviado por el Padre y el Hijo. 30-32. Pag 330-332.

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Libro V Capítulo I - Cuanto se afirma de la naturaleza inconmutable, invisible, vida suma y que a sí misma se abasta, no puede medirse con el compás de las cosas mudables, perecederas e indigentes. ¿Cómo podrá comprender el hombre a Dios con su inteligencia, si no comprende su propia inteligencia, con la que quiere comprenderlo? A Dios hemos de concebirle como un ser bueno sin cualidad, grande sin cantidad, creador sin indigencias, presente sin ubicación, que abarca todas las cosas sin ceñir, inmutable y autor de todos los cambios sin un átomo de pasividad. Quien así discurra de Dios, aunque no llegue a conocer lo que es, evita con piadosa diligencia y en cuanto es posible, pensar de Él lo que no es. Agustín insinúa aquí dos procedimientos para conocer a Dios de manera especular y enigmática: la eliminación o negación de todos los defectos de las criaturas, atribuyéndole todas sus perfecciones y elevándolas al infinito. 2. Pag 336-337. Capítulo II - Dios es esencia, ουσια. Dios dijo a Moisés: Yo soy el que soy, Ex 3, 14. Todas las demás esencias son susceptibles de accidentes y cualquier mutación, grande o pequeña, se realiza con su concurso. Pero en Dios no cabe hablar de accidentes. Sólo aquel que no cambia ni puede cambiar es verdaderamente el Ser. 3. Pag 338. Capítulo III - Los arrianos niegan la consustancialidad del Padre y del Hijo. Argumento: Yo y el Padre somos uno, Jn 10, 30, 6; no retuvo ávidamente el ser igual a Dios, Flp 2, 6. 4. Pag 339-340. Capítulo IV - Accidente es cuanto una cosa puede adquirir o perder por mutación. La materia es por naturaleza mudable. El accidente separable puede perder su existencia no por separación, sino por mutación. En Dios no existe accidente, porque en Él no se encuentra nada mudable ni amisible (que se pueda desvirtuar, perder). Dios es esencia absoluta inmutable. 5. Pag 340-341. Capítulo V - En Dios nada se dice según el accidente, pues nada le puede acaecer. Sin embargo, no todo cuanto de Él se predica, se predica según la sustancia. En las cosas creadas y mudables, cuanto se predica según la sustancia, se

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predica según los accidentes. En Dios, en cambio, nada se afirma según el accidente, porque nada mudable hay en Él. No obstante, no todo cuanto de Él se enuncia se dice según la sustancia. Se habla a veces de Dios según su relación: ad aliquid. El Padre dice relación al Hijo, el Hijo al Padre, y esta relación no es accidente, porque uno siempre es Padre, y el otro siempre es Hijo. No como si dijéramos que desde que existe el Hijo no puede dejar de ser Hijo y el Padre no puede dejar de ser Padre, sino a parte antea. Es decir, El Hijo siempre es Hijo y nunca principió a ser. Porque si conociese principio o alguna vez dejase de ser Hijo, esta denominación sería accidental. Y si el Padre fuera Padre con relación a sí mismo y no con relación al Hijo, y el Hijo dije habitud a sí mismo y no al Padre, la palabra Padre y el término Hijo serían sustanciales. Mas como el Padre es Padre por tener un Hijo y el Hijo es Hijo por tener un Padre, estas relaciones no son según la sustancia, porque cada una de estas personas no dice habitud a sí misma, sino a otra persona o también entre sí. Mas tampoco se ha de afirmar que las relaciones sean accidentes en la Trinidad, porque el ser Padre y el ser Hijo es en ellos eterno e inconmutable. En consecuencia, aunque sean dos cosas diversas ser Padre e Hijo, no es esencia distinta, porque estos nombres se dicen, no según la sustancia, sino según lo relativo y lo relativo no es accidente, pues no es mudable. 6. Pag 342-343. Capítulo VI - Engendrado e ingénito no entrañan relación alguna, dicen habitud a sí mismos, al Hijo y al Padre. El Padre sería siempre ingénito, aunque no hubiera engendrado ningún Hijo, es decir, al margen de ser Padre. El Hijo es Hijo porque ha sido engendrado. El que engendra tiene relación al engendrado y éste al que engendra. Es necesario saber si el Hijo es igual al Padre en identidad de naturaleza o según su relación con el Padre. No en cuanto dice relación con el Padre, porque el Hijo siempre dice relación al Padre, y el Padre no es hijo, sino padre. El Hijo no dice relación al Hijo, sino al Padre, y, según esta habitud al Padre, el Hijo no es igual al Padre. Luego resta tan sólo según la naturaleza. Y cuanto dice de sí mismo se dice según la sustancia. Queda pues en pie la consustancialidad. Una misma es la esencia en ambos. Cuando se dice del Padre, que es ingénito no se expresa lo que es, sino lo que no es. Si negamos en Dios lo relativo, no se niega según la sustancia, porque la relación no es sustancia. 7. Pag 345-346. Capítulo VII - No se ha de entender en las cosas qué permite o no permite la índole de nuestro lenguaje, sino las ideas latentes en las palabras. Engendrado dice habitud no al sujeto engendrado, sino al que engendra. Cuando se dice ingénito no se indica ninguna habitud al sujeto, sino que tan sólo significa la carencia del padre. Ambos significados pertenecen, pues, a la categoría de relación. Y lo se enuncia según la relación no entraña sustancia. Luego,

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aunque los conceptos engendrado e ingénito sean diversos, nunca indican diversidad de sustancias, porque así como el hijo dice relación al padre y el no hijo al no padre, así es necesario que engendrado diga habitud al principio generador, y no engendrado al no engendrador. 8. Pag 347-347. Capítulo VIII - Fundamental: cuanto en aquella divina y excelsa sublimidad se refiere a sí misma es sustancia, cuanto en ella dice proyección a otro término no es sustancia, sino relación. Y tal es la virtud de esta unidad sustantiva en Padre, Hijo y Espíritu Santo que cuanto se predica en sentido absoluto de cada uno, no se predica en plural, sino en singular. Así decimos que el Padre es Dios, el Hijo es Dios y el Espíritu Santo es Dios y nadie duda que Dios sea sustancia. Sin embargo, no hay tres dioses, sino un solo Dios que es la Trinidad excelsa. Grande es el Padre, grande es el Hijo y grande el Espíritu Santo. Pero no hay tres grandes, sino un solo grande: Pues tú eres grande y obras maravillas, tú, Dios, y sólo tú, Sal 86, 10. Bueno es el Padre, bueno el Hijo y bueno el Espíritu Santo. Sin embargo, no son tres buenos, sino uno sólo: Nadie es bueno sino sólo Dios, Lc 18, 19. En el nombre de Padre sólo se incluye el Padre, pero en la palabra Dios se incluyen Padre, Hijo y Espíritu Santo, pues en la Trinidad sólo hay un Dios. De Dios se pueden predicar accidentes: Tú que estás sentado entre querubes, Sal 80, 2; Si hasta los cielos subo, allí estás tú, si en el seol me acuesto, allí te encuentras, Sal 139, 8. Hablando de la acción quizá pueda decirse que sólo Dios es acción, pues sólo Él hace sin ser hecho, más aún, no se cohíbe en Él la potencia pasiva en cuanto es sustancia, en virtud de la cual es Dios. Omnipotente es Padre, Hijo y Espíritu Santo. Pero sólo hay un omnipotente: Porque de él, por él y para él son todas las cosas. ¡A él la gloria por los siglos!, Rm 11, 35. En resumen. Cuanto atañe a la naturaleza de Dios, es decir, Padre, Hijo y Espíritu Santo, esto es, la Trinidad, se ha de predicar en singular de cada una de las divinas personas y no en plural. Pues para Dios no es una realidad el ser y otra el ser grande, porque en Él se identifican ser y grandeza. Como no decimos tres esencias, sino una, tampoco decimos tres grandezas, sino una grandeza. Llamo esencia, más comúnmente sustancia, al ουσια griego. Son equivalentes en griego, latín y español: µιαν ουσιαν, τρεις υποστασεισ, unam essentiam, tres sustantias, una esencia y tres sustancias. 9-10. Pag 349-351. Capítulo IX - En nuestro lenguaje, las palabras esencia y sustancia tienen el mismo sentido. Por lo cual no decimos una esencia y tres sustancias, sino una esencia o sustancia y tres personas, pues el Padre no es el Hijo, el Hijo no es el Padre y el Espíritu Santo no es el Padre ni el Hijo, luego son tres personas. Cristo dijo: Yo y el Padre somos uno, Jn 10, 30, que es la Trinidad. 10. Pag 352. Capítulo X

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- No decimos tres esencias, ni tres grandezas. La grandeza absoluta es infinitamente más excelsa que todas las grandezas participadas. Dios no es grande con la grandeza que no es lo que es Él. Nada existe más grande que Dios: Él es grande con la grandeza Fontal de la grandeza. Para Dios, ser y ser grande es una misma realidad. Dios es grande no por grandeza participada, sino con grandeza esencial, pues Él es su misma grandeza. Y lo mismo ha de entenderse de los atributos de Dios. 11. Pag 353-354. Capítulo XI - Cuanto se dice en la Trinidad de cada una de las personas divinas entraña mutua relación o dice habitud a la criatura, no a sí misma. Luego es evidente que estas realidades pertenecen a la categoría de la relación y no de la sustancia. Escucha, Israel: Yahveh nuestro Dios es el único Yahveh, Dt 6, 4, se refiere a Dios Trinidad. 12. Pag 354-355. Capítulo XIII - Entonces le decían: ¿Quién eres tú? Jesús les respondió: Desde el principio, lo que os estoy diciendo, Jn 30, 25. El creador, como principio es el Padre, por quien son hechas todas las cosas, Creador dice relación a criatura. Pero veamos este texto: diversidad de operaciones, pero es el mismo Dios que obra en todos. A cada cual se le otorga la manifestación del Espíritu para provecho común, porque a uno se le da por el Espíritu palabra de sabiduría; a otro, palabra de ciencia según el mismo Espíritu; a otro, fe, en el mismo Espíritu; a otro, carismas de curaciones, en el único Espíritu; a otro, poder de milagros; a otro, profecía; a otro, discernimiento de espíritus; a otro, diversidad de lenguas; a otro, don de interpretarlas. Pero todas estas cosas las obra un mismo y único Espíritu, distribuyéndolas a cada uno en particular según su voluntad, 1 Co 12, 6-11. El Espíritu Santo es Dios, un solo Dios, juntamente con el Padre y el Hijo. Luego Dios es principio único con relación a la criatura, porque no puede haber dos o tres principios: 14. Pag 357-359. Capítulo XIV - El Espíritu Santo, que salió del Padre, no es Hijo : Cuando venga el Paráclito, que yo os enviaré de junto al Padre, el Espíritu de la verdad, que procede del Padre, él dará testimonio de mí, Juan 15, 26, porque salió del Padre no como nacido, sino como Don. Lo que del Padre nace al Padre sólo dice relación, como Hijo, por lo cual se le llama Hijo del Padre. Por el contrario, lo que se da dice relación al dador y a quienes se da. Así del Espíritu Santo se dice Espíritu del Padre y del Hijo, que lo dieron y también nuestro, pues lo recibimos. Pablo dice: ¿Qué tienes que no lo hayas recibido?, 1 Co 4, 7, aunque un don lo recibimos para existir y otro para ser santos. Pero así como el Padre y el Hijo son un solo Dios y respecto a la criatura un solo Creador y un solo Señor, así con respecto al Espíritu Santo son un solo

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principio: Y con relación a las criaturas, Padre, Hijo y Espíritu Santo son un solo principio, como un solo Creador y un solo Señor. 15. Pag 359-361. Capítulo XV - El Espíritu Santo siempre procede desde la eternidad, no procede en el tiempo, mas como procedía como donable, ya era Don antes de existir aquel a quien se había de dar. Una cosa es el don y otra la donación. El don puede existir antes de ser dado. En cambio, no se concibe la donación sin entrega. 16. Pag 361-362. Capítulo XVI - Don es el Espíritu Santo desde la eternidad, donación en el tiempo. La relación no es aquí accidente, porque nada temporal puede existir en Dios, nada mudable hay en Él. Ser Señor no es para Dios ser eterno, para no vernos obligados a decir que la criatura es eterna, porque el señorío eterno supone una servidumbre sin duración. No puede ser siervo quien no tiene señor y tampoco puede ser señor quien no tiene siervo. Nada accidental se predica de Dios, cuando nada sucede en su esencia, por la que se pueda mudar. En las relaciones temporales de Dios con las criaturas, nada que suceda puede variar la esencia divina, sino sólo en la criatura, término de dicha relación: Señor, tú has sido para nosotros un refugio de edad en edad, Sal 90, 1, en Dios no hay cambio. El principia a ser nuestro Padre, pero sin mutación en su esencia. Cuanto en el tiempo se afirma de Dios es término de relación. Dios no empieza a amar en el tiempo con amor antes inexistente. Para Él no pasa el pretérito y el futuro no existe. Amó a sus santos antes de la creación del mundo y los predestinó. Mas cuando se convierten a Él y lo encuentran, se dice que empiezan a ser amados, para expresarlo con palabras asequibles a nuestra comprensión. Se dice que se irrita contra los malvados y es amable con los buenos. Mudan ellos, no Él, como la luz: tormento para el ojo enfermizo y amable, vida, para el sano. Es el ojo quien cambia, no la luz. 17. Pag 362-365.

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Libro VI Prólogo - En qué sentido se dice: Cristo, fuerza de Dios y sabiduría de Dios, 1 Co 1, 24. ¿El Padre no es sabiduría, es el Padre de la sabiduría o la sabiduría engendró a la sabiduría? Se prueba la unidad e igualdad del Padre, Hijo y Espíritu Santo, Dios trino, pero no triple. Explicación de la sentencia de San Hilario: La eternidad en el Padre, la belleza en la Imagen y el uso en el Don. Pag 367. Capítulo I - Conviene saber en qué sentido Dios es Padre del poder y de la sabiduría: Cristo, fuerza de Dios y sabiduría de Dios, 1 Co 1, 24. El nacer es en Dios sempiterno, porque el Hijo es coeterno al Padre, como el resplandor es simultáneo a la luz, que lo engendra y propaga; eterno sería el resplandor si la luz fuera eterna. Si el Hijo de Dios es fuerza y sabiduría de Dios y Dios jamás existió sin poder y sabiduría, el Hijo es coeterno al Padre. El poder se identifica en Él con la sabiduría y la sabiduría con el poder y lo mismo sucede con las restantes denominaciones o atributos divinos. 1-2. Pag 367-369. Capítulo II - El Padre es con relación a sí mismo lo que es con relación al Hijo: procreador y principio. Y si el que engendra es principio de lo que de sí por generación procede y toda otra expresión le conviene al Padre con el Hijo, mejor en el Hijo, será grande por la grandeza que ha engendrado, bueno por la bondad engendrada, poderoso por la potencia y virtud que engendró, sabio por la sabiduría que engendró, en cuyo caso el Padre no sería su misma grandeza, sino padre de la grandeza. El Hijo se llama Hijo porque lo es con relación al Padre, mas no puede decirse que sea grande en sí mismo, sino a una con el Padre, de quien es grandeza, sabio juntamente con el Padre, de quien es sabiduría. Y el Padre es sabio juntamente con el Hijo, pues es sabio con la sabiduría engendrada. Y cuanto dice relación a la esencia no se ha de entender del uno sin el otro. Cuanto se refiere a la sustancia de Padre e Hijo se ha de afirmar de ambos. Si esto es así, el Padre no es Dios sin el Hijo, ni el Hijo es Dios sin el Padre, pues ambos son un Dios. Por tanto: En el principio existía la Palabra, Jn 1, 1, se ha de entender que En el principio, antes de todas las cosas, la Palabra existía en el Padre. Sólo el Hijo es Palabra, Imagen del Padre y sólo el Hijo es su Hijo, pues Padre e Hijo no pueden ser Hijos. La Palabra estaba con Dios, y la Palabra era Dios, Jn 1, 1. No son ambos Dios de Dios, ni luz de luz. Sólo el Hijo es Dios de Dios y luz de luz, porque sólo el Hijo es Hijo y luz del Padre.

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A no ser que se pretenda insinuar la coeternidad de Hijo y Padre. Lo que el Hijo no es sin el Padre, le viene de lo que el Padre no es sin el Hijo: esta luz, que no es luz sin el Padre, viene de la luz Fontal del Padre, que no es luz sin el Hijo. La expresión Dios de Dios, realidad que el Hijo no es sin el Padre, ni el Padre sin el Hijo, es para manifestar que el engendrador no preexiste al que engendró. No puede decirse Palabra de Palabra porque no son Palabra los dos, ni Imagen de Imagen, pues sólo el Hijo es Imagen, ni Hijo de Hijo, pues no son Hijos los dos. Yo y el Padre somos uno, Jn 10, 30: cuanto es el Hijo lo es según esencia, no según relación. 3. Pag 370-372. Capítulo III - Si son varios los que participan de una misma naturaleza y piensan de distinta manera no son uno. Si los hombres, por el hecho de ser hombres, constituyeran una esencia, no hubiera dicho Cristo: Padre santo, cuida en tu nombre a los que me has dado, para que sean uno como nosotros, Jn 17, 11. Padre e Hijo son uno en esencia, un solo Dios. ¿Quién es mayor, Padre o Hijo? El Hijo es la grandeza del Padre, por tanto no puede ser mayor que el Padre, que lo ha engendrado. Ni el Padre puede ser mayor que la grandeza por la que es grande. Luego son iguales en todos los atributos, igualdad que les viene del ser, donde no hay distinción entre ser y grandeza: El cual, siendo de condición divina, no retuvo ávidamente el ser igual a Dios, Flp 2, 6. 4-5. Pag 373-375. Capítulo V - Ni Padre ni Hijo es la unión que a ambos enlaza, en virtud de la cual el Padre ama al Hijo y el Hijo ama al Padre, haciendo permanente la unidad de espíritu en el vínculo de la paz, y no por participación, sino por su propia esencia, por sí mismo. El Espíritu Santo es comunión consustancial y eterna común a Padre e Hijo. He aquí por qué no existen más que tres personas. El Hijo, que ama al Padre, de quien que procede. El Padre que ama al Hijo, que de Él procede. Y el Amor. Porque si el amor no existe, ¿cómo Dios es amor? Y si no es sustancia, ¿cómo Dios existe? 7. Pag 377-379. Capítulo VII - No por ser Trinidad debemos imaginar a Dios triple. En esta hipótesis Padre o Hijo solos no serán menores que Padre e Hijo juntos. El Padre siempre e inseparablemente está con su Hijo y éste con su Padre, porque siempre están unidos y nunca distanciados. 9. Pag 381. Capítulo VIII - Mas el que se une al Señor, se hace un solo espíritu con él, 1 Co 6, 17. Pero no por ello se hace mayor el Señor, aunque sí aquel que se adhiere al Señor.

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En Dios, cuando el Hijo igual se adhiere al Padre igual o El Espíritu Santo se une a Padre e Hijo, Dios no se hace mayor que cada una de las personas divinas, pues su perfección no se acrecienta. Perfecto es el Padre, el Hijo y el Espíritu Santo, perfecto es Dios: Padre, Hijo y Espíritu Santo. Por tanto, Dios es Trinidad, no triple. 9. Pag 382-383. Capítulo IX - El único y verdadero Dios no es el Padre solo, sino Padre, Hijo y Espíritu Santo. El Padre es Dios, porque Dios es Padre, Hijo y Espíritu Santo. Cuando Cristo se dirige al Padre: Esta es la vida eterna: que te conozcan a ti, el único Dios verdadero, Jn 17, 3, Dios comprende Padre, Hijo y Espíritu Santo. 10. Pag 383. Capítulo X - Propiedades de cada persona de la Trinidad según San Hilario: eternidad en el Padre, belleza en la Imagen y gozo en el Don. En las criaturas podemos conocer en cierta y digna proporción al Creador y descubrir el vestigio de la Trinidad, donde radica el origen supremo de todas las cosas, la belleza perfecta, el goce perfecto. En la Trinidad, una persona es igual a las otras dos y dos no son mayores que una sola y en sí son infinitas. Cada una de ellas está en cada una de las otras, todas en una, una en todas, todas en todas y todas son unidad: Porque de él, por él y para él son todas las cosas. ¡A él la gloria por los siglos! Amén, Rm 11, 35. 11-12. Pag 386-388.

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Libro VII Prólogo - Se explica si Dios Padre, al engendrar a un Hijo que es poder y sabiduría, es no sólo Padre del poder y sabiduría, sino también poder y sabiduría. Y de igual modo del Espíritu Santo. Se demuestra que no son tres poderes ni tres sabidurías, sino un poder y una sabiduría, así como sólo hay un Dios y una esencia. Por necesidad del lenguaje, los latinos dicen que hay en Dios una esencia y tres personas, los griegos una esencia y tres sustancias o hipóstasis, pero las tres personas o hipóstasis son Padre, Hijo y Espíritu Santo. Pag 389. Capítulo I - Cristo, fuerza de Dios y sabiduría de Dios, 1 Co 1, 24. La Palabra era Dios. Todo se hizo por ella, Jn 1, 1-3. En Dios no son dos cosas ser grande y ser Dios, sino que es grande por lo que es Dios, porque para Él ser grande y ser Dios es una misma realidad. De lo cual se sigue un único Dios, pues existe en y con la deidad que engendró, siendo el Hijo deidad del Padre, como es poder y sabiduría del Padre, Verbo e Imagen del Padre. Y pues en Él no es una cosa el ser y otra el ser Dios, el Hijo es esencia del Padre, como es su Verbo e Imagen. Y así, exceptuada su cualidad de Padre, pues el Padre no es algo real sino porque tiene un Hijo, de suerte que no sólo en cuanto Padre –es manifiesto que no lo es con relación a sí mismo, sino con relación a su Hijo, pues es Padre porque tiene un Hijo- mas aun en sentido absoluto y por su misma naturaleza, y, en consecuencia, existe porque ha engendrado su esencia. Y como no es grande por la grandeza que engendró, así no existe sino por la esencia que engendró, pues en Él no es cosa la existencia y otra la grandeza. Su esencia y poder se identifican, y lo mismo su esencia y grandeza. La palabra se ve oprimida por ingentes dificultades al querer expresar lo inefable. Padre e Hijo son de una misma esencia, porque Padre e Hijo son una esencia, y el ser Padre dice habitud, no a sí sino al Hijo, cuya esencia engendró y en virtud de la cual es cuanto es. Ninguno de los dos dice relación a sí mismo, pues ambos significan mutua habitud. El Hijo es esencia del Padre, como es poder y sabiduría del Padre, Verbo e Imagen del Padre. Si el Hijo fuera esencia en sentido absoluto, el Padre no sería esencia, sino procreador de la esencia, no existiendo por sí mismo, sino mediante la esencia que engendró y la grandeza engendrada. En consecuencia el Hijo sería por sí mismo grandeza, poder, sabiduría, Verbo e Imagen. Por tanto, si el Padre engendró la sabiduría y es sabio por ella, y ser sabio no es para Él la misma cosa, entonces el Hijo sería su cualidad, no su prole, no habiendo allí suma simplicidad. Si en Dios el ser y el saber son una misma realidad, el Padre no es sabio por la sabiduría engendrada, pues de otra manera no engendraría la sabiduría, sino que ésta le engendraría a Él. La causa de su sabiduría es razón de su existencia. Por consiguiente, si la sabiduría que Él engendró es causa de su

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saber, será también causa de su existencia. Y nadie afirma que la sabiduría sea causa generadora o creadora del Padre. Luego el Padre mismo es sabiduría. El Hijo se llama sabiduría del Padre, como se le llama luz del Padre, esto es, luz de luz, y ambos son luz. Y lo mismo se ha de entender de sabiduría de sabiduría, siendo los dos una sabiduría. Luego una esencia porque la misma realidad es allí el ser y el saber. Lo que es a sabiduría la ciencia, a la virtud el poder, a la eternidad el ser eterno, a la justicia el ser justo y a la magnitud el ser grande, es el ser a la esencia. Y puesto que en aquella simplicidad es una misma cosa el ser y el saber, una misma realidad es también la sabiduría y la esencia. 1-2. Pag 389-397. Capítulo II - Padre e Hijo son juntamente una esencia, una grandeza, una verdad y una sabiduría. Verbo dice habitud a aquel de quien es Verbo, Por lo que es Hijo es Verbo y por lo que es Verbo es Hijo. No es Verbo por lo que es sabiduría. Verbo dice referencia a aquel de quien es Verbo, del Padre. Sabiduría se identifica con esencia. Y si una es la esencia, una es la sabiduría. El Verbo es también sabiduría, pero no es Verbo por lo que es sabiduría. Verbo es término relativo. En cambio, sabiduría es esencial. Verbo es sabiduría nacida para que sea Imagen, Hijo, términos relativos, donde no se manifiesta la esencia. En términos absolutos, constituyen la sabiduría la esencia y su ser. Luego Padre e Hijo son una sabiduría pues son una esencia y cada uno de ellos es sabiduría de sabiduría como esencia de esencia. El Padre no es Hijo, ni el Hijo es Padre, y aunque son términos relativos tienen una misma esencia. Ambos son una sola sabiduría y una sola esencia, pues en ellos se identifica el ser y el saber, pero los dos juntos no pueden ser Padre o Hijo. Donde se prueba la relatividad de dichas expresiones. 3. Pag 397-398. Capítulo III - La sabiduría ha sido creada y engendrada. Engendrada, en cuanto por ella han sido hechas todas las cosas. Creada como en los hombres, para ser iluminados a esta sabiduría. La Palabra se hizo carne, y puso su Morada entre nosotros, Jn 1, 14, en este sentido Cristo se hizo sabiduría, pues se hizo hombre. El Padre pronuncia la Sabiduría para que sea su Verbo. Todo me ha sido entregado por mi Padre, y nadie conoce bien al Hijo sino el Padre, ni al Padre le conoce bien nadie sino el Hijo, y aquel a quien el Hijo se lo quiera revelar, Mt 11, 27, porque el Padre hace sus revelaciones por el Hijo, por su Verbo. El Verbo de Dios revela al Padre tal cual el Padre es, porque el Verbo es una esencia con el Padre, en cuanto es sabiduría y esencia. En cuanto Verbo no es Padre. Verbo e Hijo son términos relativos. Cristo es Poder y sabiduría de Dios: En ti está la fuente de la vida, y en tu luz vemos la luz, Sal 36, 9. Porque, como el Padre tiene vida en sí mismo, así también le ha dado al Hijo tener vida en sí mismo, Jn 5, 26. La Palabra era la luz verdadera que ilumina a todo hombre que viene a este mundo, Jn 1, 9. La Palabra estaba con Dios, y la Palabra era Dios, Jn 1, 1. Vosotros sois la luz del mundo, Mt 5, 14, la luz que ilumina a todo hombre.

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Luego el Hijo es Sabiduría de la sabiduría del Padre, como es luz de luz y Dios de Dios. El Padre solo es luz y el Hijo solo es también luz. El Padre solo es Dios y el Hijo solo es también Dios. Por ende, el Padre solo es sabiduría y el Hijo solo es sabiduría. Y los dos juntos son una luz, un Dios y una sabiduría. Pero el Hijo es Cristo Jesús, al cual hizo Dios para nosotros sabiduría de origen divino, justicia, santificación y redención, 1 Co 1, 30. En un cierto tiempo la Palabra se hizo carne, y puso su Morada entre nosotros, Jn 1, 14. Por tanto, cuando las Escrituras hablan de sabiduría, principalmente se refieren al Hijo. El cual, por su humildad, se hizo para nosotros ruta en el tiempo, a fin de ser en su divinidad nuestra morada eterna. Se despojó de sí mismo (de Dios) tomando condición de siervo haciéndose semejante a los hombres y apareciendo en su porte como hombre; y se humilló a sí mismo, obedeciendo hasta la muerte y muerte de cruz, Flp 2, 7-8. Cristo Jesús vino al mundo, 1 Tm 1, 15, y el mundo fue hecho por ella (la Palabra), Jn 1, 10. Él es el Principio, el Primogénito de entre los muertos, para que sea Él el primero en todo, Col 1, 18. El Espíritu Santo es amor sumo, porque Dios es Amor, 1 Jn 4, 8. El Espíritu Santo es Dios: ¿No sabéis que sois santuario de Dios y que el Espíritu de Dios habita en vosotros?, 1 Co 3, 16. Y el Espíritu Santo mora en el templo de Dios: ¿O no sabéis que vuestro cuerpo es santuario del Espíritu Santo, que está en vosotros y habéis recibido de Dios, y que no os pertenecéis? ¡Habéis sido bien comprados! Glorificad, por tanto, a Dios en vuestro cuerpo, 1 Co 6, 19-20. Luz es el Padre, luz es el Hijo y luz es el Espíritu Santo. Sabiduría es el Padre, sabiduría es el Hijo y sabiduría es el Espíritu Santo. Pero no son tres sabidurías, sino una sabiduría. Y pues el ser se identifica con el saber, Padre e Hijo y Espíritu Santo son una esencia. Y como en la Trinidad se identifican el ser y el ser Dios, Dios es uno: Padre, Hijo y Espíritu Santo. 4-6. Pag 399-404. Capítulo IV - El Padre no es Hijo y el Espíritu Santo, Don de Dios, no es Padre, ni Hijo. La excelencia infinita de la divinidad trasciende la facultad del lenguaje. El pensamiento se aproxima a Dios más que la palabra y la realidad más que el pensamiento. Abrahán, Isaac y Jacob tienen en común la humanidad, pero son tres hombres, tres personas. Padre, Hijo y Espíritu Santo tienen en común la divinidad, ser Dios, pero son tres personas. Hay un solo Dios: Escucha, Israel: Yahveh nuestro Dios es el único Yahveh, Dt 6, 4. La Trinidad es una esencia y tres personas, no una esencia y una persona. Los griegos dicen: una esencia y tres sustancias; y los latinos: una esencia o sustancia y tres personas. Lo cual es lo mismo. 7-9. Pag 405-409. Capítulo V - Aplicamos sustancia a los seres mudables y compuestos. Dios no es sustancia. Dios sólo es esencia, es único e inmutable: Dijo Dios a Moisés: Yo soy el que soy. Y añadió: Así dirás a los israelitas: Yo soy me ha enviado a vosotros, Ex 3, 14. Mas ambos términos: esencia, término propio, o sustancia en sentido no relativo (absoluto), son absolutos. Esencia y sustancia se identifican en Dios. Por tanto, si la Trinidad es una esencia, es también una

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sustancia. Así pues, es más razonable hablar de tres personas en Dios que de tres sustancias. 10. Pag 411-412. Capítulo VI - En Dios es una misma cosa ser y ser persona, aunque ser es término absoluto y persona relativo. Decimos en Dios tres personas: Padre, Hijo y Espíritu Santo. El Padre es sustancia del Padre, no en cuanto Padre, sino en cuanto ser, así la persona del Padre es el Padre mismo, porque en sí mismo es persona y no con relación al Hijo o al Espíritu Santo, como es en sí mismo Dios, grande, bueno, justo … Así como para Él es idéntico ser y ser Dios, grande, bueno, así en Él se identifican el ser y la persona. Si la esencia es el género, una esencia única carecerá de especies. Así, siendo animal el género, un animal no puede pertenecer a varias especies. En consecuencia, Padre, Hijo y Espíritu Santo no pueden ser tres especies de una misma esencia. Si, empero, la esencia es la especie, como lo es el ser hombre, las tres realidades que llamamos sustancias o personas tienen una sola especie común, como en el caso de Abrahán, Isaac y Jacob, la especie humana. Cierto que si la especie humana es indivisible y se encuentra en Abrahán, Isaac y Jacob, no lo es el individuo denominado hombre. Asimismo, la especie jamás traspasa la definición de su género. La esencia divina es la Trinidad: las tres personas son una esencia o de una misma esencia, pero no que hayan sido formadas de una misma esencia. Padre, Hijo y Espíritu Santo son un solo Dios grande, omnipotente, bueno, justo, misericordioso, creador de todo lo visible e invisible. Cuando oigamos que el Padre solo es Dios, no separemos al Hijo y Espíritu Santo, porque con el Padre son un solo Dios. Cuando oigamos que el Hijo solo es Dios, no excluyamos al Padre y Espíritu Santo. Cuando se habla de esencia, no imaginemos que uno es superior a otro en grandeza, virtud o diversidad de elementos. Sin embargo, El Padre no es Hijo, ni Espíritu Santo, ni cualquier cosa que se diga con relación a la persona singular. Palabra solo se dice del Hijo, y Don del Espíritu Santo. La Escritura lo expresa con elocuencia: Yo y el Padre somos uno, Jn 10, 30. Uno en esencia, Dios único. Somos según la relación, por la que uno es Padre y otro Hijo. (Yo y el Padre) vendremos a él, y haremos morada en él, Jn 14, 23. Hagamos al ser humano a nuestra imagen, como semejanza nuestra, Gn 1, 26, a semejanza e imagen de Padre, Hijo y Espíritu Santo, para que el hombre subsista a imagen de Dios, y Dios es Trinidad. Nos aproximamos a Dios por semejanza y nos alejamos por disparidad, no mediante intervalos espaciales. Del hombre se dice hecho a imagen de la Trinidad, no imagen igual a la Trinidad. No os acomodéis al mundo presente, antes bien transformaos mediante la renovación de vuestra mente, Rm 12, 2; Sed, pues, imitadores de Dios, como hijos queridos, Ef 5, 1. Revestíos del hombre nuevo, que se va renovando hasta alcanzar un conocimiento perfecto, según la imagen de su Creador, Col 3, 10. Si no creéis no podéis entender. Lo que no comprende la inteligencia que lo retenga la fe. 11-12. Pag 413-421.

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Libro VIII - En la Trinidad, las tres personas juntas no son superiores a una de ellas. Para entender la naturaleza de Dios debemos basarnos en la intelección de la verdad, noticia del Bien sumo y amor innato a la justicia. El alma que aún no es justa ama el alma justa para que busquemos el conocimiento de Dios por el amor, que es Dios, en cuyo amor existe un vestigio de la Trinidad. Pag 423. Prólogo - En la Trinidad los nombres que entrañan mutua relación se aplican propia y distintamente a cada una de las personas divinas: Padre, Hijo y Espíritu Santo, porque el Padre no es la Trinidad, ni el Hijo es la Trinidad, ni el Don es la Trinidad. Lo que cada uno es respecto a sí mismo no se ha de expresar en plural, pues son uno, la misma Trinidad. Así, El Padre es Dios, el Hijo es Dios y el Espíritu Santo es Dios. Y es tan grande la unidad en la Trinidad que cada persona, incluso dos juntas, no son superiores o inferiores a la otra, ni cada una de las divinas personas es inferior a la Trinidad. 1. Pag 423-424. Capítulo I - En la esencia de la verdad, la única que es, ser mayor equivale a ser más verdadero. Cuanto es inteligible e inconmutable no admite grados en la verdad, porque es igual e inconmutablemente eterno y allí lo grande se identifica con la verdadera esencia. Por consiguiente, donde la grandeza es la misma verdad, cuanto más tenga de grandeza más tiene de verdad. El ser que posee más grados de verdad es más verdadero. Allí ser mayor es ser más verdadero. Padre e Hijo juntos no superan en verdad a Padre o Hijo solos. Hijo y Espíritu Santo juntos son iguales en grandeza al Padre, porque son iguales en verdad. Toda la Trinidad es igual en grandeza a cada una de las personas. En la esencia de la verdad, ser y ser verdadero se identifican, como se identifican ser y ser grande. Luego ser grande es ser verdadero. Por tanto, cuanto es igual en verdad es igual en grandeza. 2. Pag 425-426. Capítulo II - La esencia de cuerpo o alma no es la esencia de la verdad, como es la Trinidad, Dios uno, único, grande verdadero, veraz y verdad. No es pequeño conocimiento en la Trinidad rechazar la imagen corpórea de que tres sean mayores que uno y uno menor que los otros dos y en lo espiritual no tener por Dios nada mudable. Antes de comprender lo que es Dios, deberíamos comprender lo que no es. Dios no es cielo, tierra, ángeles … por maravillosos que sean. Dios es Luz, 1 Jn 1, 5, no luz física, sino la que intuye el corazón cuando oyes Yo soy la Verdad, Jn 14, 6. No preguntes qué es la Verdad, permanece si puedes en la claridad inicial de este rápido fulgor de verdad. 3. Pag 427-428.

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Capítulo III - Se ama lo bueno. Quien contemple el Bien puro, verá a Dios. A Dios se ha de amar como se ama el Bien mismo. El amor de quien busca el bien del alma, no el bien que aletea al juzgar, se adhiere al Bien, a Dios, pues sólo Dios es bueno. No existirían bienes caducos de no existir un Bien inconmutable. Sondea el Bien en sí mismo y verás a Dios. ¡Qué vergüenza amar las cosas porque son buenas, apegarse a ellas y no amar al Bien, que las hace buenas! El Bien no se encuentra lejos de cada uno de nosotros; pues en él vivimos, nos movemos y existimos, Hch 17, 27-28. 4-5. Pag 430-433. Capítulo IV - Si anhelamos gozar de su presencia, es necesario permanecer junto a Él y adherirse por amor, porque de Él traemos el ser y sin Él no podríamos existir. Caminamos en la fe y no en la visión … , 2 Co 5, 7, ahora vemos en un espejo, en enigma. Entonces veremos cara a cara. Ahora conozco de un modo parcial, pero entonces conoceré como soy conocido, 1 Co 13, 12. Pero si ahora no le amamos, nunca le veremos. Nadie ama lo que ignora. Nadie ama a Dios antes de conocerle, que es contemplarle y percibirle con la mente con toda firmeza. No podemos buscar a Dios con los ojos de la carne. Conocer y contemplar a Dios es asequible a: Bienaventurados los limpios de corazón, porque ellos verán a Dios, Mt 5, 8. Es menester amarle por la fe, de otra manera el corazón no puede ser purificado ni hacerse idóneo y apto para la visión. Fe, esperanza y caridad en el alma de quien cree lo que intuye y espera y ama lo que cree. Por tanto se ama lo que se ignora, pero se cree. 6-7. Pag 433-434. Capítulo V - Porque anhelamos comprender la eternidad, igualdad y unidad de un Dios trino, antes de entender es necesario creer y vigilar para que nuestra fe no sea fingida con el fin de ser felices, pues un día hemos de gozar de esa misma Trinidad. Si nuestra fe es falsa, vana será nuestra esperanza, y nuestro amor no será puro. Podremos amar a esta Trinidad invisible, sin parecido en la creación, mediante la fe, como amamos por fe la resurrección de Cristo de entre los muertos, aunque no hayamos visto resucitar a ningún muerto. En la Trinidad amamos a Dios, porque Dios es único e invisible, a quien sólo por fe podemos amar. 8. Pag 437-439. Capítulo VI - Cada uno conoce por experiencia su alma y por ella creemos en la existencia de la que no conocemos. Sentimos la presencia de nuestra alma y sabemos qué es. Nadie ansía lo que no ama. Mas para ser justo quien aún no lo es, debe querer serlo, y entonces ama la justo. Luego quien no es justo conoce lo que es un justo, según el alma, no según el cuerpo. La justicia es una cierta

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belleza del alma, que hace a los hombres hermosos, aunque sus cuerpos sean deformes. El varón justo es amado según el modelo y la verdad, que contempla e intuye en sí mismo el que ama. Quien ama a los hombres, ha de amarlos porque sean justos o para que sean justos. Con el mismo amor e intención se ha de amar a sí mismo. Sólo así podrá amar al prójimo como a sí mismo sin sombra de peligro. Cuanto se ame con otro amor, injustamente se ama, pues se ama para hacerse injusto: Yahveh explora al justo y al impío; su alma odia a quien ama la violencia, Sal 11, 5. 9. Pag 440-445. Capítulo VII - El amor verdadero consiste en vivir adheridos a la verdad y apartarse de lo perecedero por amor a los hombres, a quienes deseamos vivan en justicia. La Ley y los Profetas se resumen en el amor a Dios y al prójimo, dos amores que la Escritura con frecuencia menciona en uno solo. Unas veces, el amor de Dios: sabemos que en todas las cosas interviene Dios para bien de los que le aman, Rm 8, 28; mas si uno ama a Dios, ése es conocido por él, 1 Co 8, 3; porque el amor de Dios ha sido derramado en nuestros corazones por el Espíritu Santo que nos ha sido dado, Rm 5, 5. Otras veces, el amor al prójimo: ayudaos mutuamente a llevar vuestras cargas y cumplid así la ley de Cristo, Ga 6, 2; toda la ley alcanza su plenitud en este solo precepto: amarás a tu prójimo como a ti mismo, Ga 5, 14; todo cuanto queráis que os hagan los hombres, hacédselo también vosotros a ellos; porque ésta es la Ley y los Profetas, Mt 7, 12; Quien ama al prójimo ama al amor, ama a Dios: Dios es Amor y quien permanece en el amor permanece en Dios y Dios en él, 1 Jn 4, 16. Quienes buscan a Dios en el mundo se distancian de Dios, no por intervalos espaciales, sino por diversidad de afecto. Se empeñan en caminar por sendas exteriores y abandonan su interior, donde encontrar a Dios, porque Dios es íntimo. Nuestro Señor Jesucristo, al obrar sus milagros dice venid a mí todos los que estáis fatigados y sobrecargados, y yo os daré descanso. Tomad sobre vosotros mi yugo, Mt 11, 28-29. No dijo aprended de mí a resucitar muertos, sino aprended de mí, que soy manso y humilde de corazón y hallaréis descanso para vuestras almas, Mt 11, 29. La caridad no es jactanciosa, 1 Co 13, 14; 8; Dios es Amor, 1 Jn 4, 8; los fieles permanecerán junto a él en el amor, Sb 3, 9. 10-11. Pag 446-449. Capítulo VIII - Mejor conoce la dilación, que le impulsa al amor, que al hermano a quien ama. Se puede conocer a Dios mejor que al hermano. Dios es más conocido porque está más presente, más íntimo, más cierto. Abraza al Dios amor y abraza a Dios por amor. El amor nos une con vínculo de santidad a los ángeles buenos y a los siervos de Dios, nos aglutina a ellos y nos somete a Él. Quien está lleno de amor, está henchido de Dios. Dios es Amor y quien permanece en el amor permanece en Dios y Dios en él, 1 Jn 4, 16. Mas cuando en el amor reflexiono, no descubro la Trinidad. Ves la Trinidad, si ves el amor. El amor que no ama, no es amor.

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La caridad se ama a sí misma, siempre que se ame amando algo, pues no se ama como caridad. Este algo, partiendo de la proximidad es nuestro hermano. Quien ama a su hermano permanece en la luz y no tropieza, 1 Juan 2, 10. La perfección en el amor radica en el amor al hermano: queridos, amémonos unos a otros, ya que el amor es de Dios, y todo el que ama ha nacido de Dios y conoce a Dios. Quien no ama no ha conocido a Dios, porque Dios es Amor, 1 Jn 4, 7-8; Si alguno dice: Amo a Dios, y aborrece a su hermano, es un mentiroso; pues quien no ama a su hermano, a quien ve, no puede amar a Dios a quien no ve, 1 Jn 4, 20. Y la razón de no ver a Dios es porque no ama al hermano. Quien no ama a su hermano no está en caridad y quien no está en caridad, no está en Dios, porque Dios es amor. Quien no está en Dios no está en la luz porque Dios es Luz, en él no hay tiniebla alguna, 1 Jn 1, 5. Se puede conocer al amigo de vista, a Dios no. Si al que vemos en humana apariencia amásemos con amor espiritual, veríamos a Dios que es caridad, como con la mirada interior. A Dios hemos de amarle incomparablemente más que a nosotros mismos, al hermano como nos amamos a nosotros. Cuanto más amemos a Dios más nos amamos a nosotros mismos. Con un mismo amor de caridad amamos a Dios y al prójimo, pero a Dios por Dios, a nosotros y al prójimo por Dios. 12. Pag 449-452. Capítulo IX - Nos inflamamos al leer o escuchar: En el tiempo favorable te escuché y en el día de salvación te ayudé. Mirad ahora el momento favorable; mirad ahora el día de salvación. A nadie damos ocasión alguna de tropiezo, para que no se haga mofa del ministerio, antes bien, nos recomendamos en todo como ministros de Dios: con mucha constancia en tribulaciones, necesidades, angustias; en azotes, cárceles, sediciones; en fatigas, desvelos, ayunos; en pureza, ciencia, paciencia, bondad; en el Espíritu Santo, en caridad sincera, en la palabra de verdad, en el poder de Dios; mediante las armas de la justicia: las de la derecha y las de la izquierda; en gloria e ignominia, en calumnia y en buena fama; tenidos por impostores, siendo veraces; como desconocidos, aunque bien conocidos; como quienes están a la muerte, pero vivos; como castigados, aunque no condenados a muerte; como tristes, pero siempre alegres; como pobres, aunque enriquecemos a muchos; como quienes nada tienen, aunque todo lo poseemos, 2 Co 6, 2-10. Nos encendemos más en el amor del modelo, apoyados por la fe y la esperanza, confiando vivir de aquel modo. El amor del ideal nos hace amable la vida de quienes la vivieron y esta vida nos excita el amor al modelo. Pues con cuanto mayor ardor amemos a Dios, con mayor certeza y serenidad le veremos, porque es en Dios donde contemplamos el ideal inconmutable de justicia. Por tanto, la fe sirve para conocer y amar a Dios con más claridad y firmeza. 13. Pag 452-454. Capítulo X - Así, pues, hay aquí tres realidades: el que ama, lo que se ama y el amor. El alma ama en el amigo su alma. He aquí otras realidades: el amante, el amado y el amor. 14. Pag 454.

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Libro IX - En el hombre, imagen de Dios, existe cierta Trinidad: mente, conocimiento y amor con que se ama a sí misma y a su conocimiento. Tres realidades iguales entre sí y una misma esencia. Pag 457. Capítulo I - Nos manifiesta la Escritura: dice de ti mi corazón: Busca su rostro. Sí, Yahveh, tu rostro busco, Sal 27, 8; Si alguien cree conocer algo, aún no lo conoce como se debe conocer. Mas si uno ama a Dios, ése es conocido por él, 1 Co 8, 2-3; mas, ahora que habéis conocido a Dios, o mejor, que él os ha conocido, Ga 4, 9; yo, hermanos, no creo haberlo alcanzado (la perfección) todavía. Pero una cosa hago: olvido lo que dejé atrás y me lanzo a lo que está por delante, corriendo hacia la meta, para alcanzar el premio a que Dios me llama desde lo alto en Cristo Jesús. Así pues, todos los perfectos tengamos estos sentimientos, Flp 3, 13-15. El Apóstol llama perfección en esta vida al olvido de cuanto en nuestra vida ha quedado atrás y al avance intencional hacia la meta, que nos espera. Busquemos como si hubiésemos de encontrar y encontraremos con el afán de buscar: cuando el hombre cree acabar, comienza entonces, Si 18, 7. Padre, Hijo y Espíritu Santo son un solo Dios, Creador y Rector de todo lo existente. El Padre no es Hijo, ni el Espíritu Santo es Padre o Hijo. La Trinidad consiste en una mutua relación personal y unidad de esencia. No se debe atribuir a la Trinidad lo que conviene a la criatura o vanos engendros de la imaginación. 1. Pag 457-460. Capítulo IV - El alma, su amor y su conocimiento son como tres cosas, las tres unidad. Si son perfectas, son iguales. Si se ama a sí misma más allá de las fronteras del ser, si se ama como sólo a Dios ha de amarse, siendo ella infinitamente inferior a Dios, peca en exceso, no se ama con amor de perfección. Su malicia y perversidad es completa si ama a su cuerpo como sólo a Dios se ha de amar. El conocimiento es una especie de vida en la mente del que conoce, el cuerpo no es vida. Pero el alma, cuando se conoce, no es superior a su conocimiento, pues ella conoce y se conoce. Y cuando se conoce toda y ninguna otra cosa con ella, su conocimiento es igual a ella, pues cuando se conoce, su conocimiento no lo saca de otra naturaleza. Y cuando totalmente se conoce y ninguna otra cosa percibe, no es mayor ni menor. Estas tres cosas, cuando son perfectas, son iguales. Todo accidente no excede en expansión al sujeto en que radica. El amor y el conocimiento, aunque tengan un sentido de mutua relación, en sí son sustancia. La palabra cuerpo dice relación al todo, porque como cuerpo es parte de un todo. La parte nunca puede abrazar el todo, de quien es parte. Sin embargo, el alma se conoce toda; cuando se conoce perfectamente, su

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conocimiento es total, y cuando se ama con amor de perfección, se ama totalmente. 4-7. Pag 464-467. Capítulo V - Cuando el alma se conoce y se ama, subsiste la unidad mente, conocimiento y amor en las tres realidades. Si bien cada una tiene en sí subsistencia, mutuamente todas se hallan en todas, ya una en dos, dos en una o todas en todas. Están recíprocamente unas en otras: el alma que ama está en su amor y el conocimiento en el alma que conoce; cada una está en las otras dos; el alma que se conoce y ama está en su amor y noticia; el amor del alma que se conoce y ama está en su mente y en su noticia; y la noticia de la mente que se ama y conoce está en su alma y amor, porque se ama cognoscente y se conoce amante. Y si hay dos en cada una, pues el alma que se conoce y ama está con su noticia en el amor y con su amor en la noticia, el amor y la noticia están simultáneamente en el alma que se conoce y ama. Estas tres realidades son perfectas con relación a sí mismas. Y las tres son de un modo maravilloso inseparables entre sí. Y, no obstante, cada una de ellas es sustancia y todas juntas una sustancia o esencia, si bien mutuamente son algo relativo. 8. Pag 469-470. Capítulo VI - Cuando el alma humana se conoce y se ama, no conoce ni ama algo inconmutable. Una cosa es fingir en el ánimo las imágenes de los cuerpos o ver con el cuerpo los cuerpos y otra intuir, por encima de la mirada de la mente mediante la visión de la pura inteligencia, las razones y el arte inefablemente bello de tales imágenes. 9-11. Pag 471-474. Capítulo VII - Con la mirada del alma vemos en esta eterna Verdad, por la que han sido creadas todas estas cosas temporales, una forma que es modelo de nuestro ser y de cuanto en nosotros o en los cuerpos obramos, al actuar según la verdadera y recta razón: por ella concebimos una noticia verdadera de las cosas, que es como verbo engendrado en nuestro interior al hablar, y que al nacer no se aleja de nosotros. Nadie queriendo hace algo sin antes hablarlo en su corazón. 12. Pag 475. Capítulo VIII - La palabra amor es engendrada por el amor de la criatura, naturaleza caduca o del Creador, verdad inmutable. Por la concupiscencia o por la caridad. No es que no haya de amarse la criatura: cuando ese amor va flechado al Creador,

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no es concupiscencia, sino caridad. Es concupiscencia cuando se ama a la criatura por la criatura, en cuyo caso no aprovecha al que usa de ella y corrompe a quien en ella se deleita. De las criaturas, nos hemos de servir para Dios y disfrutar en Dios. No complacernos en nosotros mismos, sino en quien nos hizo. Y lo mismo has de practicar con aquel a quien amas como te amas a ti. Florece la palabra cuando agrada la idea, e inclina al pecado o al bien. El amor es un abrazo entre la palabra y la mente, que la engendra, se une a ellas como tercer elemento en abrazo incorpóreo. 13. Pag 476. Capítulo IX - La concepción y nacimiento de la palabra se identifican cunado la voluntad descansa en el conocimiento, como en el amor de lo espiritual acontece. Lo que se concibe con el deseo, nace con el logro. No basta con conocer y poseer Todo el que beba de esta agua, volverá a tener sed, Jn 4, 13; vedle en su preñez de iniquidad, malicia concibió, fracaso pare, Salmo 7, 14; la concupiscencia, cuando ha concebido, da a luz el pecado, St 1, 15; venid a mí todos los que estáis fatigados y sobrecargados, Mt 11, 28; ¡ay de las que estén encinta o criando en aquellos días!, Mt 24, 19; por tus palabras serás declarado justo y por tus palabras serás condenado, Mt 12, 37. 14. Pag 477-478. Capítulo X - Lo que desagrada no se concibe ni nace en el alma. Palabra es todo lo conocido e impreso en el alma, mientras lo retenga la memoria y pueda ser definido. Dios juzga la palabra: nadie puede decir: ¡Jesús es Señor! sino con el Espíritu Santo, 1 Co 12, 3; no todo el que me diga: Señor, Señor, entrará en el Reino de los Cielos, Mt 7, 21. Cuando el alma se conoce y se ama, su palabra se une a ella por amor, conoce su amor porque ama su noticia. El amor está en la palabra, la palabra en el amor y ambos en quien habla y ama (imagen de la Trinidad). 15. Pag 478-480. Capítulo XI - Todo conocimiento es semejante al objeto que se conoce. En cuanto conocemos a Dios, nos hacemos semejantes a Él, no con semejanza de igualdad, porque no le conocemos como Él se conoce. Cuando el alma se conoce y aprueba su ciencia, su noticia es su palabra, igual e idéntica a ella. La noticia ofrece cierta semejanza con el objeto de quien es noticia. La noticia es imagen y palabra, pues es su expresión cuando se iguala al conocimiento, lo engendrado es igual al que engendra. 16. Pag 480-481. Capítulo XII

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- En el alma racional existe temporalmente un conocimiento de ciertas cosas que antes no existía y un amor a cosas que antes no se amaban. Todo objeto conocido engendra en nosotros su noticia. Ambos, cognoscente y conocido, engendran el conocimiento. Y así la mente, cuando se conoce, ella sola es padre de su conocimiento y a la vez la que conoce y lo que conoce. Era cognoscible antes de conocerse, pero no existía en ella su conocimiento antes de autoconocerse. Cuando se conoce engendra su noticia igual a sí misma. Entonces su conocimiento iguala a su ser, y su noticia no pertenece a otra sustancia. Y no sólo porque se conoce, sino porque se conoce a sí misma. Las cosas que se reencuentran, se engendran en el conocimiento y es como si se alumbraran, siendo semejantes a la filiación. A la apetencia, que late en la búsqueda y procede del buscador, podemos llamarla voluntad, porque quien busca, quiere encontrar y si se busca lo que pertenece a la noticia, el buscador quiere conocer. Luego al parto de la mente precede cierta apetencia, en virtud de la cual, al buscar y encontrar lo que anhelamos, damos a luz al conocimiento. Por consiguiente, el deseo, causa de la concepción y nacimiento de la noticia, no se puede llamar con propiedad parto o hijo. El mismo deseo que impele vivamente a conocer, se convierte en amor al objeto conocido y sostiene y abraza a su hijo, su conocimiento, y lo une a su principio generador. Por tanto, la mente, su conocimiento, hijo y verbo de sí misma, y el amor son cierta imagen de la Trinidad. Las tres cosas son una sola sustancia. No es menor el conocimiento cuando la mente se conoce tal como es, ni menor el amor si se conoce y ama cuanto se conoce y es. 17-18. Pag 482-485.

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Libro X Capítulo I - El amor del alma estudiosa, ansiosa de saber lo que ignora, suspira por conocer lo que ignora. Quien codicia saber lo que ignora, ama el saber, no lo desconocido. 3. Pag 492. Capítulo II - Ningún hombres estudioso ama lo desconocido, aun si insiste con sumo ardor en conocer lo que ignora. 4. Pag 493. Capítulo III - Si el alma no se conoce, conoce al menos qué bello es conocerse. La belleza de conocerse es digna de admirar. Luego conoce qué es conocer, por lo cual ya desea conocerse. No conoce una mente que conoce, sino a sí misma. Cuando se busca para conocerse, conoce su búsqueda, luego ya conoce. Por consiguiente, es imposible un desconocimiento absoluto del yo, porque si sabe que no sabe, se conoce y si ignora que se ignora, no se busca para conocerse. El hecho de buscarse prueba que es para sí más conocida que ignorada, al buscarse para conocerse, sabe que se busca e ignora. 5. Pag 496-497. Capítulo IV-V - El alma no sabe todo, pero lo que sabe lo sabe toda. Cuando conoce algo suyo, imposible no saberlo toda, se conoce totalmente. No es posible ser mente sin vivir, porque es inteligencia. Las almas de los brutos tienen la vida, pero no inteligencia. Esta mente es toda mente y toda vida, pero no inteligencia. La mente inteligente, que conoce su vivir, es toda mente, toda vida y se conoce totalmente. Cuando la mente busca conocerse, conoce que es mente, de lo contrario ignoraría que se busca. En consecuencia, al inquirir la mente qué es la mente, conoce que se busca, luego conoce que es mente. Y si conoce que es mente y toda es mente, se conoce totalmente. Si conoce lo que busca y se busca a sí misma, se conoce. Y si se conoce en parte y en parte se ignora, no se busca a sí misma, sino a una parte suya. Busca lo que falta a su conocimiento, como se busca un recuerdo olvidado, aunque al despertar el recuerdo reconocemos ser el mismo que buscábamos. Luego si no se busca toda la mente, ninguna parte de ella se busca. Por tanto, la mente de ninguna manera se busca. Se preceptúa al alma conocerse, con el fin de que piense en sí y viva conforme a su naturaleza, como lo exige su esencia, bajo Aquel a quien debe estar sometida, señoreando la criatura, bajo Aquel por quien debe ser regida, sobre las cosas que debe gobernar. Aunque muchas veces obra olvidada de sí e impulsada por una apetencia malsana. Ve ciertas cosas intrínsecamente bellas

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en una esencia más noble, que es Dios, y cuando se las apropia no queriendo ser semejante a Él por Él, sino por sí misma, se aleja de Él, se desliza y viene a menos, cuando creía ir a más. Porque no puede abastecerse a sí misma ni le contenta bien alguno, distanciada de Dios, único suficiente. Su indigencia y penuria le hacen estar atenta en exceso a sus actividades y placeres turbulentos que recoge. Como las cosas que por los sentidos de la carne amó son cuerpos y se halla mezclada por larga familiaridad con ellos, al no poder llevarlos consigo a su interior, reserva de la naturaleza incorpórea, recoge sus imágenes y arrebata las formadas en sí misma de sí misma. Les da, pues, para su formación algo de sus sustancia, pero conserva su libertad para juzgar de esas imágenes. Esta facultad es la mente, la inteligencia racional, a la que está reservado el juicio. 6-7. Pag 497-501. Capítulo VI - Yerra el alma cuando se une a las imágenes con amor tan extremado que llega a creerse de una misma naturaleza con ellas. Se conforma con ellas en pensamiento, no en realidad. Y no porque se juzgue una imagen, sino porque se identifica con el objeto cuya imagen lleva en sí misma. No obstante, conserva la facultad de discernir entre el cuerpo que queda fuera y la imagen que lleva consigo. 8. Pag 501. Capítulo VIII - Como la mente está en las cosas que piensa con amor y está familiarizada por el afecto con los objetos sensibles o corpóreos, no es capaz de estar en sí misma sin las imágenes de dichos objetos. De ahí nace la fealdad de su error, pues no puede separar de sí las imágenes de lo sensible y verse sola. Cuando se esfuerza por pensarse, se cree la imagen, sin la cual no puede pensarse. Cuando se le preceptúa conocerse, debe despojarse de lo que añadió. Ella es algo más íntimo que las cosas sensibles de la periferia. La mente, que es algo interior, sale de sí misma al poner su afecto amoroso en estas imágenes, que son como vestigios de sus últimas atenciones. Nunca ha dejado de amarse y jamás se ignoró, pero al amar consigo otras cosas, se confundió y tomó consistencia en ellas, abrazó esta diversidad como si fuera unidad, figurándose ser uno lo que es múltiple. 11. Pag 505-506. Capítulo IX - El alma sabe distinguirse de toda otra cosa que ella conozca. El alma ya se conoce porque está presente en sí misma. 12. Pag 506. Capítulo X

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- El alma sabe que existe, vive como vive y existe la inteligencia. Comprender sin vivir y vivir sin existir no es posible. En consecuencia, quien entiende vive y existe. Dos de las tres potencias, memoria e inteligencia, contienen en sí la noticia y el conocimiento de multitud de cosas. La voluntad, por la cual disfrutamos y usamos de ellas, está presente. No existe para el hombre otra vida viciosa y culpable que la que usa y goza mal de las cosas. Todas las almas se conocen a sí mismas con certidumbre absoluta. El alma se conoce cuando se busca. Por tanto, si el alma se conoce, conoce su esencia y tiene certeza de su existencia, también tiene certeza de su naturaleza. Tiene certeza de su existencia. Nada hay a la mente más presente que ella misma. Así es como piensa que vive, comprende y ama. Esto lo conoce en sí misma y no se imagina que lo percibe, como lo corpóreo y tangible, por los sentidos, cual si estuviera en los aledaños de sí misma. 13-16. Pag 507-511. Capítulo XI - Usar es poner alguna cosa a disposición de la voluntad. Gozar es el uso placentero de una realidad, no de una esperanza. Por consiguiente, quien goza, usa, pues pone al servicio de la voluntad una cosa teniendo por fin el deleite. Mas no todo el que usa, disfruta. Estas tres facultades: memoria, entendimiento y voluntad, no son tres vidas, sino una vida, ni tres mentes, sino una mente, ni tres sustancias, sino una sola sustancia. La memoria, como vida, razón y sustancia, es en sí algo absoluto, pero en cuanto memoria tiene sentido relativo. Lo mismo cabe afirmar de la inteligencia y voluntad, pues se denominan inteligencia y voluntad en cuanto dicen relación a algo. Estas tres cosas, por el hecho de ser una vida, una mente, una sustancia, son una sola realidad. Son tres según sus relaciones recíprocas. Si no fueran iguales, no sólo cuando una dice habitud a otra, sino incluso cuando una de ellas se refiere a todas, no se comprenderían mutuamente. Se conocen una a una y una conoce a todas ellas. Recuerdo que tengo memoria, inteligencia y voluntad. Comprendo que entiendo, quiero y recuerdo. Quiero querer, recordar y entender y al mismo tiempo recuerdo toda mi memoria, inteligencia y voluntad. Lo que de mi memoria no recuerdo, no está en mi memoria. Nada en mi memoria existe tan presente como la memoria. Luego en su totalidad la recuerdo. De idéntica manera sé que entiendo todo lo que entiendo, sé que quiero todo lo que quiero y recuerdo todo lo que sé. Por consiguiente, recuerdo toda mi inteligencia y toda mi voluntad. Asimismo, comprendo estas tres cosas y las comprendo todas a un tiempo. Nada inteligible existe que no comprenda, sino lo que ignoro. Lo que ignoro, no lo recuerdo, ni lo quiero. En consecuencia, cuanto no comprendo y sea inteligible, no lo recuerdo, ni lo amo. Por el contrario, todo lo inteligible que recuerde y ame es para mí comprensible. Mi voluntad, siempre que uso de lo que entiendo y recuerdo, abarca toda mi inteligencia y toda mi memoria. En conclusión, cuando todas y cada una mutuamente se comprenden, existe igualdad entre el todo y parte, las tres son una unidad: una vida, una mente, una esencia. 17-18. Pag 513-515.

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Capítulo XII - Notamos ya la presencia de la mente en la memoria, inteligencia y voluntad. Y, pues siempre se conocía y amaba, también debía recordase y comprender que se conocía y amaba. Aunque no siempre se cree distinta de aquellas cosas, que no son lo que ella es, por lo cual era difícil distinguir en ella la memoria e inteligencia de sí. 19. Pag 516.

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Libro XI - Vestigios de la Trinidad en el hombre exterior. Mundo exterior: cuerpo visible, su imagen impresa en la pupila de quien mira y atención de la voluntad, que une ambas cosas. Estos tres elementos no son iguales entre sí, ni de una misma sustancia. Y como consecuencia, surge en el alma otra Trinidad de tres realidades y una sola sustancia, introducida en nuestro interior por las cosas que sentimos: la imagen del cuerpo que está en la memoria, la información que surge al convertirse a ella la mirada del pensamiento y la atención de la voluntad, que une ambas cosas. Trinidad que también pertenece al hombre exterior. Pag 517. Capítulo I - El hombre interior está dotado de inteligencia, el hombre exterior de sentidos corporales. Aun cuando nuestro hombre exterior se va desmoronando, el hombre interior se va renovando de día en día, 2 Co 4, 16. 1. Pag 517-518. Capítulo II - En la visión de cualquier cuerpo hay que distinguir tres cosas: el objeto que vemos, la visión que no existía antes de que el sentido percibiese el objeto y la atención del alma que hace remansar la vista en el objeto contemplado mientras dura la visión. Entre dichas tres cosas hay distinción manifiesta y diversidad esencial. El cuerpo visible es de diferente naturaleza que el sentido de la vista. Si prescindimos del objeto no hay visión. El cuerpo que informa con su presencia no es de la misma naturaleza que la imagen impresa en la pupila. El cuerpo visto es separable en su naturaleza. La naturaleza de la visión pertenece a la naturaleza del ser animado, siendo diferente del cuerpo que percibe, pues la sensación no informa al sentido para que sea sentido, sino para que surja la visión. Si no existiera en nosotros el sentido antes de ver el objeto, no nos distinguiríamos de un ciego. La diferencia radica en que existe en nosotros el sentido de la visión. La atención del alma, que fija en el objeto que vemos con nuestro sentido y enlaza a ambos, difiere por naturaleza del objeto visible, pues uno es cuerpo y otro el alma, y se distingue de la visión y del sentido. Cuerpo visible, visión y la atención, enlace de ambos, son fáciles de conocer por el carácter peculiar de cada uno y la diferencia de sus naturalezas. El sentido de la visión no procede del objeto visible, sino del cuerpo animado y sensitivo, el cual se atempera de modo maravilloso con el alma. La visión es engendrada por el cuerpo que se ve, pero nunca sólo, necesita un vidente. En consecuencia, la visión es engendrada por un objeto visible y un sujeto que ve. Al sujeto pertenecen el sentido de la vista y la atención con se mira y contempla. La información del sentido de la visión es obra del objeto visible. Por consiguiente, el objeto visible engendra cierta forma, como semejanza suya, que actúa en el sentido al percibir con la vista un objeto. El sentido no puede distinguir la forma del cuerpo visible de la forma impresa en el sentido que ve, porque la unión es tan absoluta que la visión no se produciría en nuestro sentido sin la semejanza del objeto contemplado.

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Mientras vemos el objeto se forma en nuestro sentido una imagen, que es la visión, incluso al dejar de verlo, persiste cierta remanencia. Dichas tres cosas: la forma visible del cuerpo, su imagen impresa en el sentido, que es visión y sentido informado, y la voluntad del ánimo aplicando el sentido donde se verifica la visión al objeto sensible, son de naturaleza diferente y forman cierta unidad. El objeto visible jamás pertenece a la naturaleza del ser animado. El sentido de la visión actúa en el cuerpo y por medio de este en el alma. La voluntad es exclusiva del alma. Tres realidades de naturaleza diferentes y una realidad íntima. El objeto visible y su imagen en la visión no serían discernibles a no ser por la razón. La voluntad tiene poder para unir ambas realidades, aplicando al objeto visible el sentido a informar y reteniéndolo en éste una vez informado, de tal manera que cuanto más fuerte sea dicha voluntad (amor, codicia, libido), con más vehemencia conturba el cuerpo del ser animado. 2-5. Pag 519-526. Capítulo III - Desvanecida la forma del objeto corporal, que se dejaba sentir corporalmente, permanece su semejanza en la memoria para que se verifique la visión en el sentido interior, como antes sucedía en el exterior, surgiendo así la trinidad: memoria, visión interior y voluntad, que une a las dos. La integración de las tres en una unidad forma el pensamiento. 6. Pag 527. Capítulo IV - Si la voluntad que une la información a su objeto, se concentra en su imagen interna, apartando la mirada del alma de la presencia de los cuerpos que rodean nuestros sentidos y de los mismos sentidos del cuerpo, y la convierte a la imagen interior, choca con una semejanza tan grande de la especie sensible, expresión del recuerdo, que ni la razón distingue si es cuerpo exterior visto o imagen interna de su pensamiento. Para su información, deseo y temor fijan el sentido en las cosas sensibles y la mirada del alma en las imágenes de los objetos corpóreos. Cuanto más vehemente sean deseo y temor más nítida es la mirada actuada por el objeto sensible, se halle éste en el mundo visible o en la memoria. Lo que es la presencia del objeto al sentido del cuerpo, es la imagen del objeto en la memoria a la mirada del alma. Lo que es la visión de quien mira a la especie corpórea en la memoria, de la que nace la mirada del alma. Lo que es la atención de la voluntad a la unión del objeto percibido y la visión para que surja allí cierta unión de tres elementos de naturaleza diferente: la atención de la voluntad, lazo de unión entre la imagen del cuerpo en la memoria y la visión del pensamiento, la imagen que la mirada del alma sorprende al regresar a la memoria. También aquí existe cierta unidad, integrada por tres realidades, no distintas por diversidad de naturaleza, sino de una misma sustancia, porque son interior y alma. 7. Pag 529-532. Capítulo V

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- El alma imagina con frecuencia como real lo que sabe que no lo es, evoca el recuerdo de cosas semiolvidadas, incluso que nunca experimentó o sintió, disminuyendo, aumentando o modificando a capricho las que aún no olvidó. Así como no mintiendo, engañando y opinando como queriendo ser engañado, evitaremos los fantasmas de la imaginación, tampoco perjudicarán las cosas experimentadas por los sentidos y archivadas en el recuerdo, si no se desean con avidez cuando son útiles, ni se evitan con torpeza cuando enfadan. Vivir según la trinidad del hombre exterior es imperfecto, porque el uso de las cosas sensibles y corpóreas engendra esta trinidad: no os acomodéis al mundo presente, Rm 12, 2. Por tanto, esta trinidad no es imagen de Dios, surge en el alma a través del sentido del cuerpo. Sin embargo, las criaturas tienen rasgos de semejanza con el Creador. En cuanto es bueno cuanto existe, tiene semejanza, aunque imperfecta con el Bien supremo. Semejanza recta y ordenada si es natural, viciosa si torpe o perversa. La forma corpórea de la que nace es como padre de la visión, de la imagen formada en el sentido de quien ve. Pero ni aquella es padre, ni ésta hijo, porque también concurre a su formación el sentido del sujeto que ve. La voluntad que une a ambas, supera en espiritualidad a ambas. Luego la voluntad es en aquella trinidad como insinuación del Espíritu Santo, aunque pertenece más al cuerpo informado que al cuerpo que informa. El sentido pertenece al ser animado. La voluntad al alma y no al cuerpo visible. Luego la voluntad no es padre, ni hijo, pues antes que la visión se efectúe, ya existe, pues aplicó el sentido al cuerpo visible. Pero no existía el agrado. La voluntad no se puede llamar hija de la visión, porque ya existía, ni padre, porque la visión nace, no de la voluntad, sino del cuerpo visible. 8-9. Pag 532-535. Capítulo VI - La visión es fin y reposo de la voluntad. 10. Pag 535. Capítulo VII - Otra trinidad más íntima: la memoria que informa la mirada del alma al adherirse a dicha facultad la imagen del cuerpo que fuera sentimos, la cual es casi padre de la que se forma en la fantasía de quien piensa. Existía ya en la memoria antes de reflexionar sobre ella, como existía el cuerpo antes de ser percibido por la visión. Cuando se piensa, la imagen que la memoria retiene, se reproduce en la mirada del pensamiento y al recordar nace esta imagen, como hija de la que conserva la memoria, pero no son padre, ni hijo. La mirada del alma existía antes de grabar la imagen en la memoria y recordar. No es posible tener voluntad del recuerdo de no conservar en los repliegues de la memoria total o parcialmente cuanto queremos recordar. Existe en nuestra memoria cuanto queremos recordar y no existe voluntad de recordar cuanto se ha olvidado de manera absoluta. La voluntad del recuerdo procede de las reminiscencias archivadas en la memoria, a las que vienen a sumarse las que son expresión de la visión

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producida por el recuerdo, procede de la unión entre el objeto que recordamos y la visión que nace en la mirada del pensamiento al recordar. Pero la voluntad, lazo de unión entre ambos, exige un tercer elemento contiguo y próximo al recuerdo. Las trinidades son tantas cuantos son los recuerdos. No hay un solo recuerdo sin estos tres elementos: recuerdo oculto en la memoria antes de pensar en él; la imagen que nace en el pensamiento cuando se mira y la voluntad que une, completa y perfecciona las dos anteriores, formando con ellos como tercer elemento cierta unidad. 11-12. Pag 537-540. Capítulo VIII - La mirada del alma no puede abarcar de un solo golpe de vista cuanto la memoria retiene, alternan y se suceden las trinidades de los pensamientos, aunque éstos no llegan al infinito pues no se elevan sobre el número de los recuerdos que la memoria conserva. Una cosa es el recuerdo oculto en la memoria y otra lo que en el pensamiento se reproduce, aunque cuando se verifica la unión semeja una sola. El alma las graba en la placa de la memoria mediante el sentido del cuerpo. Todas estas visiones nacen de las realidades presentes en la memoria, pero varían y se multiplican sin número hasta el infinito. Se recuerda como se ha visto y se imagina como place. Quien piensa en los objetos corpóreos recurre a su memoria donde encontrará la medida y modo de cuantas formas su pensamiento contempla. Nadie puede pensar en una sensación de la carne que jamás haya experimentado. Por tanto, la memoria es la medida del pensamiento, como la percepción es de los cuerpos. El sentido recibe la imagen del cuerpo que sentimos, la memoria la recibe del sentido y la mirada del pensamiento de la memoria. La voluntad aplica el sentido al cuerpo, la memoria al sentido y la mirada del pensamiento a la memoria. Y esta misma voluntad que une y concilia las cosas, las divide y separa. La voluntad aparta del sentido cuando, atenta a otra cosa, no le permite adherirse a lo que tiene presente. Querer apartar la mirada del alma del recuerdo de la memoria equivale a no pensar. 12-15. Pag 541-545. Capítulo IX - De la imagen del cuerpo visible nace la imagen en el sentido de la visión, de ésta nace otra imagen en la memoria y de esta última una tercera en la mirada del pensamiento. Las visiones son dos. Una la del que siente, otra la del que piensa. Para que sea posible la visión del pensamiento ha de surgir en la memoria por medio de la visión del sentido cierta semejanza, donde reposa la mirada del alma cuando piensa, como la vista del cuerpo reposa en el objeto que mira. Por tanto hay dos trinidades en este género: una, cuando la vista del espectador es informada por el cuerpo y otra, cuando la visión del pensamiento es informada por la memoria. Así pues, la voluntad se manifiesta como elemento de unión entre el casi padre y casi hijo, aunque no son tales. 16. Pag 546-547.

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Capítulo X - No se recuerda lo que no se ve. No recuerdo un ave cuadrúpeda, porque nunca la he visto, aunque me es fácil imaginar dicho fantasma. Aunque la razón compruebe la existencia del infinito matemático, ninguna visión de lo corporal puede representárselo. En consecuencia, nada corpóreo podemos imaginar si no lo recordamos o deducimos de las cosas, que el recuerdo conserva. 17. Pag 548-549. Capítulo XI - La medida parece pertenecer a la memoria, el número a la visión, el peso a la voluntad. Existe en las realidades que integran la visión una cierta medida, en las visiones un cierto número y la voluntad que une, ordena y enlaza estas dos potencias en la unidad y, dando su asentimiento, coloca el apetito de sentir o pensar en los objetos de donde nacen las visiones es semejante al peso. Por tanto, número, peso y medida se encuentran en todos los seres de la creación. 18. Pag 549-550.

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Libro XII - Distinción entre sabiduría y ciencia. La trinidad en la ciencia, aunque pertenece al hombre interior, aún no se puede llamar imagen de Dios. Pag 551. Capítulo I - Cuanto de común tenemos con los animales pertenece al hombre exterior. Constituyen el hombre exterior el cuerpo y un principio vital, que infunde vigor a su organismo corpóreo y a todos sus sentidos para percibir las cosas externas. También pertenecen al hombre exterior las imágenes, producto de nuestras sensaciones, esculpidas en la memoria y contempladas en el recuerdo. 1. Pag 551. Capítulo II - La memoria guarda cuanto se le confía. Guardar de nuevo en el recuerdo y en el pensamiento las cosas que llevan camino de caer en el olvido. Afianzar en el pensamiento lo que vive en el recuerdo. Informar la mirada del pensamiento con materiales archivados en la memoria. Componer visiones fingidas tomando y recosiendo recuerdos de acá y allá. Comprender cómo en este orden de cosas se distingue lo verosímil de lo verdadero en los seres espirituales y corpóreos. Estos mecanismos no se encuentran en los seres privados de razón, ni son comunes a hombres y bestias. Es propio de la razón superior juzgar de las cosas materiales según razones incorpóreas y eternas. Razones que no serían inconmutables de no estar por encima de la mente humana. Juzgamos, pues, de lo corpóreo por sus dimensiones y contornos, según una razón que nuestra mente reconoce como inconmutable. 2. Pag 553. Capítulo III - La parte de nuestro ser que se ocupa de la acción de las cosas corpóreas y temporales y no es común a bestias y hombres, es racional y nos sirve para administrar y gobernar las cosas inferiores. Como hombre y mujer se hacen una sola carne, Gn 2, 24, la inteligencia y la acción, el consejo y la ejecución, la razón y el apetito racional, integran la naturaleza de la mente, que es una, mejor dicho, dos en un alma. 3. Pag 554-555. Capítulo IV - En la región superior del alma, que pertenece a la contemplación de las cosas eternas, encontramos la trinidad y la imagen de Dios. En la región inferior, parte delegada para la acción en lo temporal, puede encontrarse una trinidad, pero no la imagen de Dios. 4. Pag 555. Capítulo V-VII

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- Y dijo Dios: Hagamos al ser humano a nuestra imagen, como semejanza nuestra. Creó, pues, Dios al ser humano a imagen suya, a imagen de Dios le creó, macho y hembra los creó, Gn 1, 26-27. Por tanto, la imagen de la Trinidad quedaba esculpida en el hombre para que fuera imagen de un solo Dios verdadero. Los verbos hablan claro de Dios uno y Trinidad. En ocasiones, el Antiguo Testamento ofrece expresiones complejas, referidas a Dios: De Yahveh la salvación. Tu bendición sobre tu pueblo, Sal 3, 8; con tu ayuda las hordas acometo, con mi Dios escalo la muralla, Sal 18, 29; agudas son tus flechas, bajo tus pies están los pueblos, desmaya el corazón de los enemigos del rey, Sal 45, 5. También en el Nuevo Testamento: de su Hijo, nacido del linaje de David según la carne, constituido Hijo de Dios con poder, según el Espíritu de santidad, por su resurrección de entre los muertos, Jesucristo Señor nuestro, Rm 1, 3-4. Deja el hombre a su padre y a su madre y se une a su mujer, y se hacen una sola carne, Gn 2, 24. He aquí una trinidad en la familia: una sustancia, la humanidad, dos personas y el amor que las une. Aunque las distancias con la Trinidad son evidentes. En cuanto criaturas, con la salvedad mística que uno procede del otro, pero no por sí, sino por la mano de Dios: De la costilla que Yahveh Dios había tomado del hombre formó una mujer y … el hombre … exclamó: … Es hueso de mis huesos y carne de mi carne, porque del varón ha sido tomada, Gn 1, 21-23, y en vez de padre, hijo y amor se llaman padre, madre e hijos u hombre, mujer y amor. - El hombre no debe cubrirse la cabeza, pues es imagen y reflejo de Dios; pero la mujer es reflejo del hombre, 1 Co 11, 7. Tal vez Pablo aluda en estas palabras al texto anterior del Génesis, interpretando el paralelismo místico: como el Hijo es Palabra, Imagen del Padre, la mujer es carne y reflejo del hombre. Pero Pablo invita a hombre y mujer a renovar el espíritu de vuestra mente, y a revestiros del Hombre Nuevo, creado según Dios, en la justicia y santidad de la verdad, Ef 4, 23-24. Si nos renovamos en el espíritu el hombre nuevo se remoza en el conocimiento de Dios, según la imagen del Creador, no según el cuerpo, sino según la mente racional, sede del conocimiento de Dios. Pues todos sois hijos de Dios por la fe en Cristo Jesús. En efecto, todos los bautizados en Cristo os habéis revestido de Cristo: ya no hay judío ni griego; ni esclavo ni libre; ni hombre ni mujer, ya que todos vosotros sois uno en Cristo Jesús, Ga 3, 26-28. Se renuevan a imagen de Dios, donde no existe diferencia de sexo. De ahí que el hombre haya sido creado a imagen de Dios en el espíritu de la mente, donde no hay sexo. 6-12. Pag 558-567. Capítulo VIII - Luego en las almas de hombre y mujer se reconoce una naturaleza común. En sus cuerpos se representa la diversidad de funciones de esa misma alma. En las ascensiones íntimas y graduales a través de las estancias del alma empezamos a vislumbrar algo no común con la brutez, donde comienza la razón y se puede reconocer al hombre interior. 13. Pag 567-568.

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Capítulo IX - El comienzo del orgullo es el pecado, Si 10, 13; la raíz de todos los males es el afán de dinero, 1 Tm 6, 10. 14. Pag 568-569. Capítulo X - El que desprecia las cosas pequeñas, poco a poco caerá, Si 19, 1. 15. Pag 570. Capítulo XI - La caída parte de la ambición culpable de ser como Dios y llega a ser semejante a las bestias. Cuanto menos amemos lo propio, más amaremos a Dios: El hombre en la opulencia no comprende, a las bestias mudas se asemeja, Sal 49, 12. Nos precipitamos en tales honduras, cuando despreciamos el amor a la sabiduría y ambicionamos las cosas mudables y temporales. La efusión y pérdida de sus fuerzas no le permiten volver atrás, a no ser con ayuda de la gracia de su Creador, que le llama a penitencia y perdona sus pecados: ¿Quién me librará de este cuerpo que me lleva a la muerte? ¡Gracias sean dadas a Dios por Jesucristo nuestro Señor! Así pues, soy yo mismo quien con la razón sirve a la ley de Dios, mas con la carne, a la ley del pecado, Rm 7, 24-25. 16. Pag 571-572. Capítulo XII-XIII - La ciencia, el conocimiento de las cosas temporales y mudables, necesarias para desempeñar las funciones de esta vida, pertenecen a la razón. El sentido del cuerpo percibe las cosas corporales. La razón, en el ámbito de la sabiduría, conoce las espirituales, inconmutables y eternas. El apetito en la razón, en el ámbito de la ciencia, será bueno si refiere su conocimiento al fin de un bien sumo, y malo si el alma se propone gozar de estos bienes remansando en su felicidad. Aspiremos a lo mejor: El manjar sólido es de adultos; de aquellos que, por costumbre, tienen las facultades ejercitadas en el discernimiento del bien y del mal, Hb 5,14. 17-20. Pag 572-577. Capítulo XIV - La ciencia tiene su justo medio si cuanto en ella crece es por amor de lo eterno. La acción que nos lleva a usar rectamente de las cosas temporales, la cual se atribuye a la ciencia, dista de la contemplación de las realidades eternas, que se atribuye a la sabiduría. Aunque en las Escrituras, sabiduría y ciencia, de alguna manera, se cruzan : Ahora conozco de un modo parcial, pero entonces conoceré como soy conocido, 1 Co 13, 12; porque a uno se le da por el Espíritu palabra de sabiduría; a otro, palabra de ciencia según el

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mismo Espíritu, 1 Co 12, 8; Mira, el temor del Señor es la Sabiduría, huir del mal, la Inteligencia, Jb 28, 28. El pensamiento de las disciplinas del alma se confía a la memoria para poder retomar y pensar, se le obliga a pasar adelante. Si el pensamiento no recurre a la memoria y no encuentra lo que tenía, como ignorante comenzará el proceso de nuevo, haciendo su descubrimiento donde antes. El pensamiento del hombre no subsiste con la subsistencia de la razón inmaterial e inconmutable de un cuerpo. Pero lo que arrebató la mirada fugaz de la mente y, cual si lo engullera en el vientre, lo almacenó en la memoria, sólo puede rumiarlo mediante el recuerdo, y si lo aprende, podrá convertirlo en doctrina. Mas si el olvido fuese completo, sólo por la enseñanza es posible arribar de nuevo hasta lo que consideraba perdido, y lo encontrará como era. 21-23. Pag 578-581. Capítulo XV - La verdadera distinción entre sabiduría y ciencia radica en referir el conocimiento intelectual de las realidades eternas a la sabiduría y el conocimiento racional de las temporales a la ciencia. 25. Pag 584.

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Libro XIII - Al confiar las palabras de la fe a la memoria se forma una cierta trinidad en el alma, porque existen en la memoria los sonidos de las palabras, aunque el hombre no piense en ellas. Cuando se piensa en ellas tiene lugar la información de la mirada del recuerdo y la voluntad del que recuerda y piensa une ambas cosas. Pag 587. Capítulo I - Las Escrituras hacen más asequible la inteligencia de sabiduría y ciencia. Destaca la sabiduría: En el principio existía la Palabra y la Palabra estaba con Dios, y la Palabra era Dios. Ella estaba en el principio con Dios. Todo se hizo por ella y sin ella no se hizo nada de cuanto existe. En ella estaba la vida y la vida era la luz de los hombres, y la luz brilla en las tinieblas, y las tinieblas no la vencieron, Jn 1, 1-5. Destaca la ciencia: Hubo un hombre, enviado por Dios: se llamaba Juan. Este vino para un testimonio, para dar testimonio de la luz, para que todos creyeran por él. No era él la luz, sino quien debía dar testimonio de la luz. La Palabra era la luz verdadera que ilumina a todo hombre que viene a este mundo. En el mundo estaba, y el mundo fue hecho por ella, y el mundo no la conoció. Vino a su casa, y los suyos no la recibieron. Pero a todos los que la recibieron les dio poder de hacerse hijos de Dios, a los que creen en su nombre; la cual no nació de sangre, ni de deseo de hombre, sino que nació de Dios. Y la Palabra se hizo carne, y puso su Morada entre nosotros, y hemos contemplado su gloria, gloria que recibe del Padre como Hijo único, lleno de gracia y de verdad, Jn 1, 6-14. 1-2. Pag 588-590. Capítulo II - Cada uno ve la fe en sí mismo, en los demás no la ve, cree que existe, con tanta mayor firmeza cuanto mejor conozca los frutos que produce: el amor, pero a todos los que la recibieron les dio poder de hacerse hijos de Dios, a los que creen en su nombre; la cual no nació de sangre, ni de deseo de hombre, sino que nació de Dios, Jn 1, 12-13, fe común en el sentido en que el rostro humano es común, aunque cada uno tiene su fisonomía propia. La fe radica en el alma del creyente y sólo es visible a quien la posee. Aunque exista en otros, no es la misma, sino semejante. No es una en número, sino en género. Pero por causa de su semejanza sorprendente y ausencia de diversidad no la denominamos múltiple, sino una. Lo cual corroboran los siguientes textos: Un solo Señor, una sola fe, un solo bautismo, Ef, 4, 5: la multitud de los creyentes no tenía sino un solo corazón y una sola alma, Hch 4, 32; Jesús le respondió: Mujer, grande es tu fe, Mt 15, 28; Jesús, tendiendo la mano, le agarró y le dice: Hombre de poca fe, ¿por qué dudaste?, Mt 14, 31. 5. Pag 595-597. Capítulo III-IV

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- En las realidades humanas tan cierto estoy de la fundación de Roma como de Constantinopla, aunque Roma la he visto con mis ojos, mientras sólo conozco Constantinopla por testimonio ajeno. La voluntad de los hombres es conquistar y retener la felicidad, aunque las voluntades sobre la felicidad son diversas, porque no todos la conocen. Unos la hacen consistir en la felicidad del alma, otros en los placeres del cuerpo, otros en mil objetos dispares, haciéndola consistir en las cosas que experimentaron mayor deleite. 6-7. Pag 598-600. Capítulo V - La muchedumbre de aduladores vive conforme a su antojo: el impío se jacta de los antojos de su alma, el avaro que bendice menosprecia a Yahveh, Sal 10, 3. Un solo querer torcido hace desgraciado al hombre, pero el poder ejecutar el deseo de una voluntad contaminada le hace aún más miserable. Todos los hombres desean ser felices, lo ansían con amor apasionado y en la felicidad ponen el fin de sus apetencias, pero nadie puede amar lo que en su esencia o cualidad ignora, no es posible desconocer la esencia de lo que se ama. Todos los bienaventurados poseen lo que quieren, aunque no todos poseen lo que quieren, son felices. Sólo es feliz quien posee cuanto desea y no desea nada malo. 8. Pag 603-604. Capítulo VI - Quien consigue la posesión de sus culpables deseos vive más distanciado de la felicidad que quien no posee lo que mal desea. Quien quiere bien todo lo que quiere está próximo a la dicha y con su posesión será feliz. Cuando hay causa de felicidad, es el bien, no el mal, lo que la causa. 9. Pag 605. Capítulo VII - La fe en Dios nos es necesaria mientras peregrinamos por esta tierra mortal, llena de penalidades y errores. No nos es dado encontrar el bien, que haga bueno y feliz al hombre, si Dios no lo pone a nuestro alcance. Quien permaneció bueno y fiel en medio de las miserias, cuando pase de esta vida a la visión del Bien, conseguirá lo que ahora no puede: vivir como quiere. En aquella felicidad no deseará vivir mal, ni querrá algo que no exista, ni le faltará nada de cuanto anhele. Tendrá lo que ama y no deseará lo que no tiene. Cuanto allí existe es bueno, Dios sumo será el bien supremo, que con su presencia deleitará a sus amantes, teniendo para colmo la dicha de la eternidad. La esperanza hará dichoso a quien sufre males y padecimientos efímeros, convirtiéndose en la escalera para acceder a la morada del bien, que no pasa, esperando conseguir con su paciencia la felicidad, que aún no posee. Por el contrario, será desdichado y miserable quien es atormentado sin esperanza. La felicidad ridícula para no ser más desdichado se encierra en esta sentencia clásica y pagana: Como no puede realizarse lo que quieres, desea lo que

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puedes. Sólo cuando alboree la inmortalidad accederemos a la plena felicidad. Si la vida perenne no fuera patrimonio del hombre, buscaría en vano la felicidad, pues sin inmortalidad no existe felicidad plena. 10. Pag 605-608. Capítulo VIII - Si los hombres desean ser felices, han de querer ser inmortales. Exigencia, que proclama la verdad y Dios, sumamente bueno e inmutablemente feliz, dispuso en su naturaleza. Los hombres que desean ser dichosos, ya lo son y no quieren no ser felices. Si quieren ser dichosos, no anhelan que su dicha se esfume, perezca y sólo viviendo pueden ser felices. Por consiguiente no anhelan que su vida perezca. Luego quien es verdaderamente feliz o desea serlo, quiere ser inmortal. No vive en felicidad quien no posee lo que desea. En conclusión, la vida no puede ser verdaderamente feliz, si no es eterna. 11. Pag 608-611. Capítulo IX - La fe apoyada en la autoridad de Dios, no en argumentos humanos, promete la inmortalidad futura a todo hombre, que consta de alma y cuerpo, y por tanto verdaderamente feliz. a todos los que la recibieron les dio poder de hacerse hijos de Dios, a los que creen en su nombre; la cual no nació de sangre, ni de deseo de hombre, sino que nació de Dios. Y la Palabra se hizo carne, y puso su Morada entre nosotros, Jn 1, 12-14. Si el hijo de Dios por naturaleza se hizo hijo del hombre por compasión de los hijos de los hombres, aún es más creíble que quienes somos por naturaleza hijos del hombre nos hagamos por gracia hijos de Dios, en quien y por quien sólo pueden ser dichosos y partícipes de su inmortalidad. Y para convencernos de esta verdad el Hijo de Dios se hizo partícipe de nuestra mortalidad. 12. Pag 612-613. Capítulo X - Nuestros méritos son sus dones. Para que la fe obre por amor: la fe que actúa por la caridad, Ga 5, 6, porque el amor de Dios ha sido derramado en nuestros corazones por el Espíritu Santo que nos ha sido dado, Rm 5, 5, recibid el Espíritu Santo, Jn 20, 22, subiendo a la altura, llevó cautivos y dio dones a los hombres, Ef 4, 8. mas la prueba de que Dios nos ama es que Cristo, siendo nosotros todavía pecadores, murió por nosotros. ¡Con cuánta más razón, pues, justificados ahora por su sangre, seremos por él salvos de la cólera! Si cuando éramos enemigos, fuimos reconciliados con Dios por la muerte de su Hijo, ¡con cuánta más razón, estando ya reconciliados, seremos salvos por su vida!, Rm 5, 8-10. 14. Pag 614-615. Capítulo XI

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- Justificados por su sangre, Rm 5, 9, significa reconciliados con Dios por la muerte de su Hijo, Rm 5, 10. Ante esto ¿qué diremos? Si Dios está por nosotros ¿quién contra nosotros? El que no perdonó ni a su propio Hijo, antes bien le entregó por todos nosotros, ¿cómo no nos dará con él graciosamente todas las cosas?, Rm 8, 31-32. Nos ha elegido en él antes de la fundación del mundo, Ef 1, 4, me amó y se entregó a sí mismo por mí, Ga 2, 20. Todas las operaciones divinas son comunes al Padre, Hijo y Espíritu Santo en armonía y concordia. No obstante, hemos sido justificados por la sangre de Cristo y reconciliados con Dios por la muerte de su Hijo. 15. Pag 616-617. Capítulo XII - Yahveh Dios dijo a la serpiente: polvo comerás todos los días de tu vida, Gn 3, 14, y al hombre: eres polvo y al polvo tornarás, Gn 3, 19, no permanecerá para siempre mi espíritu en el hombre, porque no es más que carne, Gn 6, 3. Y a vosotros que estabais muertos en vuestros delitos y pecados, en los cuales vivisteis en otro tiempo según el proceder de este mundo, según el Príncipe del imperio del aire, el Espíritu que actúa en los rebeldes... entre ellos vivíamos también todos nosotros en otro tiempo en medio de las concupiscencias de nuestra carne, siguiendo las apetencias de la carne y de los malos pensamientos, destinados por naturaleza, como los demás, Ef 2, 1-3. Los hijos de la desconfianza son los infieles. Todos los hombres gimen en su origen bajo el poder del príncipe de las potestades aéreas, cuyo espíritu actúa en los hijos de la desconfianza. La palabra origen equivale a naturaleza. El hombre ha sido entregado al poder de Satanás por su justa permisión. ¿Se habrá olvidado Dios de ser clemente, o habrá cerrado de ira sus entrañas?, Sal 77, 9. Si el pecado, por justa ira de Dios, hace al hombre súbdito del diablo, la remisión de los pecados, efecto de la misericordiosa reconciliación de Dios, libra al hombre de la esclavitud del demonio. 16. Pag 618-620. Capítulo XIII - El demonio fue superado por la justicia, no por el poder, para que los hombres, imitando a Cristo, traten de superar al diablo con justica, no con poder. El orden para evitar un mal es primero justicia, después poder. Dichoso el hombre a quien corriges tú, Yahveh, a quien instruyes por tu ley, para darle descanso en los días de desgracia, mientras se cava para el impío la fosa. Pues Yahveh no dejará a su pueblo, no abandonará a su heredad; sino que el juicio volverá a la justicia, y en pos de ella todos los de recto corazón, Sal 94 12-15. La justicia pertenece a la buena voluntad: Gloria a Dios en las alturas y en la tierra paz a los hombres en quienes Él se complace, Lc 2, 14. El poder ha de seguir y no preceder a la justicia. De la misma manera que en la secuencia, que integra la felicidad: primero es querer el bien y segundo poder lo que se quiere, así también en la acción del hombre: primero es tener voluntad recta y segundo gozar de un gran poder. Inmortalidad y dicha se deben desear y esperar con paciencia. 17. Pag 620-622.

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Capítulo XIV-XV - La justicia de Jesucristo venció, derrotó al diablo, porque no habiendo en Él nada digno de muerte, le mató. Es, pues, justo que los deudores por él encadenados sean libres cuando ponen su fe en quien sin tener culpa dio muerte. Esto es ser justificados por la sangre de Cristo, sangre inocente, derramada en remisión de nuestros pecados. Murió el único exento de la pena de muerte. ¿Lo que yo no he robado tengo que devolver?, Sal 69, 4, llega el Príncipe de este mundo. En mí no tiene ningún poder; pero ha de saber el mundo que amo al Padre y que obro según el Padre me ha ordenado. Levantaos. Vámonos de aquí, Jn 14, 30-31, es el arranque de la pasión que debía pagar por nosotros. Convenía que Cristo fuera Dios y hombre. Si no fuera hombre, no podía ser crucificado. Si no fuera Dios no se creería que no quiso lo que pudo, sino que no pudo lo que quiso, ni creeríamos que prefirió la justicia al poder, sino que le faltó el poder. Por eso la justicia se hizo más sublime en su humildad, porque pudo, si hubiera querido, evitar la humillación mediante el inmenso poder de su divinidad. Al morir nos recomienda a nosotros la justicia y nos promete el poder. Ejerció la justicia muriendo y el poder resucitando. No hay nada más justo que llegar hasta la muerte de cruz por amor a la justicia, ni más poderoso que resucitar de entre los muertos y subir al cielo en la misma carne que sufrió muerte. Venció al demonio, primero con la justicia, luego con el poder. Con su justicia porque no tuvo pecado y su muerte fue la mayor de las injusticias. Con su poder porque resucitó de entre los muertos para no morir ya más. Hubiera vencido también al demonio con su poder, pues poder más excelso requiere vencer la muerte muriendo que evitarla viviendo: porque la necedad divina es más sabia que la sabiduría de los hombres, y la debilidad divina, más fuerte que la fuerza de los hombres, 1 Co 1, 25. Vencido con esta justicia, convirtió a quienes eran vasos de ira en poder de Satanás, en cálices de misericordia: pues me he aparecido a ti para constituirte servidor y testigo tanto de las cosas que de mí has visto como de las que te manifestaré. Yo te libraré de tu pueblo y de los gentiles, a los cuales yo te envío, para que les abras los ojos; para que se conviertan de las tinieblas a la luz, y del poder de Satanás a Dios; y para que reciban el perdón de los pecados y una parte en la herencia entre los santificados, mediante la fe en mí, Hch 26, 16-18. 18-19. Pag 623-626. Capítulo XVI - No habéis sufrido tentación superior a la medida humana. Y fiel es Dios que no permitirá seáis tentados sobre vuestras fuerzas. Antes bien, con la tentación os dará modo de poderla resistir con éxito, 1 Co 10, 13, sabemos que en todas las cosas interviene Dios para bien de los que le aman; de aquellos que han sido llamados según su designio. Pues a los que de antemano conoció, también los predestinó a reproducir la imagen de su Hijo, para que fuera él el primogénito entre muchos hermanos; y a los que predestinó, a ésos también los justificó; a los que justificó, a ésos también los glorificó. Ante esto ¿qué diremos? Si Dios está por nosotros ¿quién contra nosotros? El que no perdonó ni a su propio Hijo, antes bien le entregó por todos nosotros, ¿cómo no nos

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dará con él graciosamente todas las cosas?, Rm 8, 28-32; mas la prueba de que Dios nos ama es que Cristo, siendo nosotros todavía pecadores, murió por nosotros. ¡Con cuánta más razón, pues, justificados ahora por su sangre, seremos por él salvos de la cólera!, Rm 5, 8-9. La ira en Dios no es turbación del alma como en los hombres, sino que: Dueño de tu fuerza, juzgas con moderación y nos gobiernas con mucha indulgencia, Sb 12, 18. Mas la prueba de que Dios nos ama es que Cristo, siendo nosotros todavía pecadores, murió por nosotros. ¡Con cuánta más razón, pues, justificados ahora por su sangre, seremos por él salvos de la cólera! Si cuando éramos enemigos, fuimos reconciliados con Dios por la muerte de su Hijo, ¡con cuánta más razón, estando ya reconciliados, seremos salvos por su vida! Y no solamente eso, sino que también nos gloriamos en Dios, por nuestro Señor Jesucristo, por quien hemos obtenido ahora la reconciliación. Por tanto, como por un solo hombre entró el pecado en el mundo y por el pecado la muerte y así la muerte alcanzó a todos los hombres, por cuanto todos pecaron, Rm 5, 8-12. 20-21. Pag 628-630. Capítulo XVII - Es bueno comprender el puesto que ocupa el hombre entre los seres que Dios creó, por la dimensión de la naturaleza humana, que estuvo tan íntimamente unida a Dios en la persona de Jesús que de las dos naturalezas surgió una persona con Dios, alma y carne, la Palabra se hizo carne, Jn 1, 14. La soberbia humana, obstáculo principal para la unión con Dios, fue corregida y medicada por la humildad profunda de Dios. Por ella el hombre conoce el valor terapéutico del sufrimiento. Ver a Dios Hijo obedecer a Dios Padre hasta la muerte de cruz constituye un ejemplo sublime de obediencia para nosotros, arruinados por un acto de desobediencia. La justicia y bondad del Creador vence al demonio por medio de esta criatura racional, descendiente de la misma raíz viciada en su origen por la caída de un solo hombre. 22. Pag 631-632. Capítulo XVIII - Juzgó Dios conveniente formar de la misma raza vencida al hombre que había de triunfar del enemigo del linaje humano. No obstante, quiso que naciera de una virgen fecundada por el espíritu, no por la carne; por la fe, no por la libido. Excluida en absoluto la concupiscencia, la fe, no la unión de los cuerpos, fecundó la santa virginidad, a fin de que aquel que nacía del mugrón del primer hombre tomase su naturaleza, no su pecado. Nacía un hombre sin pecado presente, ni futuro, por el cual renacerán libres de culpa los que no podían nacer sin pecado. Por tanto, era conveniente que la Virgen concibiese sin concupiscencia al Hijo de Dios. El vencedor del primer Adán fue derrotado por el segundo Adán. Así pues, el que se gloríe, gloríese en el Señor, 2 Co 10, 17. 23. Pag 633-634. Capítulo XIX

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- Cuanto el Verbo encarnado hizo y padeció en espacio y tiempo pertenece a la ciencia. Y cuanto se diga con palabra veraz del Verbo sin límites espaciales o temporales, coeterno al Padre y presente en todo lugar y tiempo, es palabra de sabiduría. Cristo Jesús tiene en sí todos los tesoros de sabiduría y ciencia: Quiero que sepáis qué dura lucha estoy sosteniendo por vosotros y por los de Laodicea, y por todos los que no me han visto personalmente, para que sus corazones reciban ánimo y, unidos íntimamente en el amor, alcancen en toda su riqueza la plena inteligencia y perfecto conocimiento del Misterio de Dios, en el cual están ocultos todos los tesoros de la sabiduría y de la ciencia, Col 2, 1-3; A cada cual se le otorga la manifestación del Espíritu para provecho común, porque a uno se le da por el Espíritu palabra de sabiduría; a otro, palabra de ciencia según el mismo Espíritu, 1 Co 12, 7-8; y la Palabra se hizo carne, y puso su Morada entre nosotros, y hemos contemplado su gloria, gloria que recibe del Padre como Hijo único, lleno de gracia y de verdad, Jn 1, 14. Si referimos la ciencia a la gracia y la sabiduría a la verdad, estamos en la dirección indicada. Entre las cosas nacidas en el tiempo la gracia suprema es la unión del hombre con Dios en unidad de persona. Mas en las cosas eternas la verdad suma se atribuye al Verbo de Dios. Nuestra ciencia es Cristo y nuestra sabiduría es Cristo. Él plantó en nuestras almas la fe de las cosas temporales y en las eternas nos manifiesta la verdad. Por Él caminamos hacia Él y por la ciencia nos dirigimos a la sabiduría sin apartarnos de la unidad de Cristo, en el cual están ocultos todos los tesoros de la sabiduría y de la ciencia, Col 2, 3. 24. Pag 635-637. Capítulo XX - Los hombres quieren ser felices, pero no todos poseen la fe, que purifica los corazones y conduce a la felicidad. La fe es necesaria para alcanzar la felicidad, plenitud de todos los bienes de la naturaleza humana, de alma y cuerpo. La vida eterna bajo el imperio de Satanás no merece llamarse vida, sino muerte sin fin. Cuando se recuerda y rumia el sentido de las palabras, actúa ya algo del hombre interior, aunque si no se ama cuanto dichas palabras predican, preceptúan y prometen, no se puede decir que se viva según la trinidad del hombre interior. También se puede pensar en las palabras y recordarlas. La voluntad que une el recuerdo de la memoria y la impresión que surge en la mirada del pensamiento, completa el tercer elemento de esta trinidad. No se vive según ella, cuando las cosas que se piensan no agradan. Pero cuando se cree que son verdaderas y se ama cuanto es digno de amor, se vive la trinidad del hombre interior, cada uno conforme a lo que ama. Cuantos conocimientos existen en el alma del hombre fiel, provenientes de esta fe y vida, cuando los retiene en la memoria, el recuerdo los contempla y la voluntad se agrada en ellos, forman una especie de trinidad. 25-26. Pag 638-641.

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Libro XIV - Verdadera sabiduría del hombre. La imagen de Dios, el hombre según la mente, no se ha de poner en cosas transitorias, sino permanentes. Se perfecciona cuando el alma se renueva en el conocimiento de Dios, según la imagen del que creó al hombre a su imagen y percibe la sabiduría en la contemplación de lo eterno. Pag 643. Capítulo I - Mira, el temor del Señor es la Sabiduría, huir del mal, la Inteligencia, Jb 28, 28. Habéis echado en olvido la exhortación que como a hijos se os dirige: Hijo mío, no menosprecies la corrección del Señor; ni te desanimes al ser reprendido por él. Pues a quien ama el Señor, le corrige; y azota a todos los hijos que acoge. Sufrís para corrección vuestra. Como a hijos os trata Dios, y ¿qué hijo hay a quien su padre no corrige? Mas si quedáis sin corrección, cosa que todos reciben, señal de que sois bastardos y no hijos. Además, teníamos a nuestros padres según la carne, que nos corregían, y les respetábamos. ¿No nos someteremos mejor al Padre de los espíritus para vivir? ¡Eso que ellos nos corregían según sus luces y para poco tiempo!; mas él, para provecho nuestro, en orden a hacernos partícipes de su santidad. Cierto que ninguna corrección es de momento agradable, sino penosa; pero luego produce fruto apacible de justicia a los ejercitados en ella, Hb 12, 5 y 11. La sabiduría de este mundo es necedad a los ojos de Dios, 1 Co 3, 19. La abundancia de sabios es la salvación del mundo, Sb 6, 24. Reprende al sabio, y te amará, Pr 9, 8. 1-3. Pag 643-645. Capítulo II-III - Mientras habitamos en el cuerpo, vivimos lejos del Señor, pues caminamos en la fe y no en la visión..., 2 Co 5, 6-7; como dice la Escritura: el justo vivirá por la fe, Rm 1, 17. Aunque viva apoyado en la fe temporal, la trinidad de esta fe transitoria de contemplación y amor no se puede llamar aún imagen de Dios. Esta trinidad, que ahora consiste en el recuerdo, visión y amor de la fe actual y permanente, entonces habrá acabado, será pasado. Por tanto, si esta trinidad fuera imagen de Dios, sería necesario contemplarla no en las realidades transitorias, sino en las permanentes. No es, pues, en el recuerdo, visión y amor de una fe pasajera donde se ha de encontrar la imagen de Dios, sino en lo que permanece siempre. No acierto a distinguir entre la trinidad, que se forma en nosotros al recordar, ver y amar la fe presente y la fe, que surgirá en el futuro cuando veamos en el recuerdo no la fe en sí, sino una huella imaginaria escondida en la memoria, uniendo la voluntad a estas dos cosas; retiene el vestigio conservado en la memoria y la impresión que se forma en la mirada del que recuerda. La fe, que ahora existe en nuestra alma mientras se la recuerda, ama y contempla, forma una especie de unidad, como la formaba el cuerpo ubicado. Pero no será la misma cuando esta fe ya no exista en el alma, como no lo es el cuerpo en el espacio. La que surja al recordar la que existía en nosotros y ya

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no existe, será otra. La que ahora existe la produce la presencia de una realidad fija en el alma del creyente. La que ha de suceder brotará de la imagen del pasado, archivada en la memoria del que recuerda. 4-5. Pag 647-651. Capítulo IV - No será imagen de Dios la trinidad que ahora no existe, ni es imagen de Dios la que entonces no existirá. Es en el alma racional e intelectiva del hombre donde se ha de buscar la imagen del Creador. Nada más una sombra el humano que pasa, sólo un soplo las riquezas que amontona, sin saber quién las recogerá, Sal 39, 6. 6. Pag 651-652. Capítulo V - El hombre puede pensar en la naturaleza del alma y encontrar la verdad, pero en sí mismo, no en otra parte. Encontrará aquello en lo que no reflexionaba, no lo que ignoraba. 8. Pag 655. Capítulo VI-VII - La mente está en presencia de sí misma cuando piensa y no puede estar en sí misma si no es pensándose. Para avalar la trinidad colocamos en la memoria el objeto que informaba la mirada del pensamiento. Luego, la misma conformación o imagen allí impresa y, finalmente, la voluntad o amor, lazo de unión de ambas realidades. Cuando el alma pensándose se ve, se comprende y reconoce, engendra la inteligencia y conocimiento de sí misma. Los dos conocimientos, el que engendra y engendrado, son enlazados por el amor, que es la voluntad que apetece o retiene el gozar. Por tanto, memoria, inteligencia y voluntad: trinidad en el alma. Hay diferencia entre no conocer y cosa y no pensar en ella. Un hombre versado en varias disciplinas, cuando piensa en una de ellas, puede que no piense en otras, pero las conoce. Existen en los pliegues del alma ciertos conocimientos de algunas cosas que, en cierto modo salen a la superficie y se sitúan con mayor claridad bajo la mirada del alma cuando se piensa en ellas. Entonces el alma descubre que se recordaba, comprendía y amaba, incluso cuando por atender a otras cosas no se pensaba. Si hace largo tiempo que no fijamos nuestra atención en una cosa determinada, no podemos repensar en ella, a no ser que se nos recuerde. Es entonces cuando ignoramos que sabemos. La mirada interior del recuerdo es informada por el contenido en la memoria y, como se produce cuando el hombre piensa, se forma algo muy semejante a lo que en su memoria existía antes de pensar. La memoria interior del alma le lleva a recordarse de sí, de la inteligencia interior, por la que se conoce y de la voluntad interior, por la que se ama. Estas tres facultades existen simultáneamente y siempre a un tiempo desde que se inició su existencia, se piense o no en ellas, aunque parecerá que esta imagen de la unidad pertenece exclusivamente a la memoria. Pero como la palabra sin el pensamiento no puede existir, se reconoce esta imagen en memoria, inteligencia y voluntad.

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Llamo inteligencia a la facultad que nos hace entender cuando nuestro pensamiento es informado por el recuerdo en la memoria presente, pero en el cual no pensábamos. Entiendo por voluntad dilección o amor, facultad que une a memoria e inteligencia. 8-10. Pag 655-661. Capítulo VIII - La parte más noble del alma humana es aquella por la que conoce o puede conocer a Dios para encontrar la imagen divina. El alma, que permanecía a imagen de Dios, fue degrada, rompiéndose nuestra comunicación con Él. Es imagen de Dios en cuanto es capaz de Dios y de participar de Él. Este bien es tan excelso que no podría conseguirlo si no fuera imagen de Dios. El alma es una trinidad: se recuerda, se comprende y se ama. Aún no vemos a Dios, pero sí una imagen suya. Sucesión de trinidades. Trinidad primera: especie cognoscible, conocimiento, que empieza existir cuando se conoce y voluntad que las une. Cuando se las recuerde surge en lo íntimo del alma otra trinidad integrada por imágenes impresas en la memoria cuando se conocieron, por la información del pensamiento al tornar sobre dichas imágenes la mirada del recuerdo y por la voluntad, que las une. Fe no es lo que se cree, sino por lo que se cree. Se cree el objeto, se intuye la fe. El alma cuando se recuerda, contempla y ama forma una trinidad. Entonces formará otra en virtud de cierto vestigio que de su paso deja en la memoria al desaparecer. 11. Pag 662-665. Capítulo IX - La prudencia aconseja no anteponer, ni comparar ningún bien a Dios. 12. Pag 667. Capítulo X - En la ciencia de las cosas temporales ciertas verdades cognoscibles preceden en tiempo al conocimiento, como las realidades sensibles existentes antes de ser conocidas o los conocimientos de historia. Otras tienen existencia simultánea. Un objeto visible sin existencia anterior, que surge ante nuestros ojos, no precede a nuestro conocimiento. Pero preceda o tenga existencia simultánea, lo cognoscible siempre engendra el conocimiento y no es engendrado por éste. El recuerdo de la memoria es anterior a la visión, que resulta del recuerdo, y a la voluntad, enlace de ambas. Al volver sobre sí con el pensamiento surge una trinidad: pensamiento sobre sí, palabra formada por el pensamiento y voluntad. 13. Pag 668-669. Capítulo XI

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- Se llama memoria en las cosas pasadas a la facultad que las retiene y recuerda. Así, con relación al presente, cual la mente está para sí misma, se puede llamar memoria a la facultad de estar presente a sí misma, para poder conocerse por su propio pensamiento y que así puedan ser las dos realidades vinculadas por el amor. 14. Pag 671. Capítulo XII - La trinidad del alma no es imagen e Dios por el hecho de conocerse, recordarse y amarse, sino porque puede recordar, conocer y amar a su Creador, en cuyo proceso mora en ella la sabiduría: mira, el temor del Señor es la Sabiduría, Jb 28, 28. Y no lo es por luz propia, sino por participación de la luz suprema, donde reinará eternamente feliz. En este sentido la sabiduría del hombre es también sabiduría de Dios. Dios o es sabio por participación de la sabiduría como lo es el hombre por participación de la sabiduría divina. El siguiente texto de Pablo se puede aplicar igualmente a la sabiduría: pues desconociendo la justicia de Dios y empeñándose en establecer la suya propia, no se sometieron a la justicia de Dios, Rm 10, 3. La naturaleza de Dios es la más excelsa de todas: la divinidad … no se encuentra lejos de cada uno de nosotros; pues en él vivimos, nos movemos y existimos, Hch 17, 27-28, texto que aplicamos al cuerpo y a nuestro mundo, pero a quien realmente se deben aplicar de modo más sublime, no visible y espiritual es al alma, imagen de Dios. Las palabras del salmista: estoy siempre contigo, Sal 73, 23, no cuadran con el olvido. Si el alma no recuerda a Dios, ni le conoce, ni le ama, no está con Él. No es posible el recuerdo cuando es completo el olvido. 15-16. Pag 671-673. Capítulo XIII - El olvido es completo cuando el conocimiento de Dios se ha borrado del ánimo. Pero si se vuelve sobre la memoria, por información propia o ajena, y se le descubre en ella, es que no fue completamente borrado. ¡Vuelvan los impíos al seol, todos los gentiles que de Dios se olvidan!, Sal 10, 17. 17. Pag 674. Capítulo XIV - Nadie ama lo que no recuerda o ignora. La contextura de la mente humana es tal que siempre se recuerda, siempre se conoce y siempre se ama. Así, el alma humana, cuando se perjudica a sí misma, se dice que se odia: su alma odia a quien ama la violencia, Sal 11, 5. Cuando el alma ama a Dios, ama a su prójimo como a sí mismo. El alma, cuya imagen de Dios surge remozada del hombre viejo, se reforma de su fealdad y cambia de infeliz a dichosa. En la cercanía de Dios: es Dios mi ciudadela, Sal 59, 9; los que miran hacia él, refulgirán: no habrá sonrojo en su semblante, Sal 34, 5. En la lejanía de Dios: me traquetea el corazón, las fuerzas me abandonan, y la luz misma de mis ojos me falta, Sal 38, 10. Sin embargo, en muchas ocasiones el olvido no es completo: nada más una sombra el humano que pasa, sólo un soplo las

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riquezas que amontona, sin saber quién las recogerá, Sal 39, 6; ¡Necio! Esta misma noche te reclamarán el alma; las cosas que preparaste, ¿para quién serán?, Lc 12, 20. El hombre no puede poseer a Dios y dinero al mismo tiempo y si pierde el alma, no podrá poseer ningún bien. Cada persona posee por los ojos del cuerpo cuanto contempla con agrado. Sería un insensato quien al no poder conservar ambas cosas, ojos y objeto deseado, en la alternativa de perder una de ellas, se decidiera por conservar el objeto deseado y perder los ojos, aumentando la insensatez la enorme diferencia de esencia que hay de cuerpo a alma. La imagen de Dios en el alma es tan potente que puede adherirse a aquel de quien es imagen, y es tal su naturaleza, que en la jerarquía del orden natural, no en el espacio, sólo Él está por encima de ella: el que se une al Señor, se hace un solo espíritu con él, 1 Co 6, 17. 18-20. Pag 675-679. Capítulo XV - Si el alma no fuera mudable no podría pasar de felicidad a dicha, ni viceversa. El pecado y la justicia de Dios le hacen infeliz, sólo puede hacerle feliz la gracia del Señor. El alma no puede darse a sí misma la justicia, porque al perderla ya no la posee. La recibió en la creación y la perdió al pecar. Recibió la justicia por la que pudiera merecer la felicidad. No hay que envanecerse del bien como si fuera propio. ¿Qué tienes que no lo hayas recibido? Y si lo has recibido, ¿a qué gloriarte cual si no lo hubieras recibido?, 1 Co 4, 7. El alma sabe con certeza por el Espíritu que siempre es posible caer por un acto defectuoso de la voluntad, pero sólo se puede levantar por el afecto gratuito de Dios. No recuerda su felicidad pretérita, existió pero ya no existe. El olvido es absoluto. Por consiguiente, no la puede recordar, aunque cree cuanto de ella narran las Escrituras. Del Señor, su Dios, se recuerda, tiene leyes escritas e impresas en su corazón, por las que conoce lo justo e injusto … Por tanto, quien no obra, pero conoce cómo obrar, se aparta de la luz, cuyo resplandor le ilumina. Todos los hombres son iluminados por el fulgor de la verdad, presente por doquier. 21. Pag 680-682. Capítulo XVI - El alma puede deformarse, pero no reformarse: no os acomodéis al mundo presente, antes bien transformaos mediante la renovación de vuestra mente, de forma que podáis distinguir cuál es la voluntad de Dios: lo bueno, lo agradable, lo perfecto, Rm 12, 2; a renovar el espíritu de vuestra mente, y a revestiros del Hombre Nuevo, creado según Dios, en la justicia y santidad de la verdad, Ef 4, 23-24; a imagen suya, a imagen de Dios, Gn 1, 27. El hombre perdió por el pecado la justicia y santidad verdaderas, su imagen quedó deforme y descolorida, pero cuando se renueva y reforma vuelve a recuperar su belleza. El espíritu de nuestra mente se ha de entender como una única realidad. Toda mente es espíritu, pero no todo espíritu es mente. Dios es espíritu, Jn 4, 24. Existe también en el hombre espíritu que no es mente: si oro en lengua, mi espíritu ora, pero mi mente queda sin fruto, 1 Co 14, 14.

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El alma humana se llama espíritu: inclinando la cabeza entregó el espíritu, Jn 19, 30. 22. Pag 683-684. Capítulo XVII - La renovación se realiza en el mismo momento de la conversión, aunque en su procesos, largos o lentos, hay que diferenciar entre carecer de fiebre y convalecer de la enfermedad causada por la fiebre, extracción del dardo y medicación de la herida causada por el dardo. El, que todas tus culpas perdona, que cura todas tus dolencias, Sal 102, 3; aun cuando nuestro hombre exterior se va desmoronando, el hombre interior se va renovando de día en día, 2 Co 4, 16, en justicia y santidad verdaderas. Separados de mí no podéis hacer nada, Jn 15, 5. Cuando tenga lugar la visión de Dios, la semejanza con Él será perfecta en esta imagen: ahora vemos en un espejo, en enigma. Entonces veremos cara a cara. Ahora conozco de un modo parcial, pero entonces conoceré como soy conocido, 1 Co 13, 12, lo cual se realizará en quienes progresen día a día en el bien. 23. Pag 686-688. Capítulo XVIII - Queridos, ahora somos hijos de Dios y aún no se ha manifestado lo que seremos. Sabemos que, cuando se manifieste, seremos semejantes a él, porque le veremos tal cual es, 1 Jn 3, 2; la Palabra se hizo carne, Jn 1, 14; a los que de antemano conoció, también los predestinó a reproducir la imagen de su Hijo, para que fuera él el primogénito entre muchos hermanos, Rm 8, 29. Primogénito entre los muertos, Col 1, 18, pues la muerte sembró su carne en oprobio y resucitó en gloria. Del mismo modo que hemos llevado la imagen del hombre terreno, llevaremos también la imagen del celeste.1 Co 15, 49. Creamos con fe sincera y firme esperanza que siendo mortales según Adán, seremos inmortales según Cristo. Ahora podemos llevar la misma imagen en fe, no en visión, en esperanza, no en realidad. Pablo hablaba de la resurrección de la carne. 24. Pag 688-689. Capítulo XIX - Creemos que la imagen de la que Dios dijo: hagamos al ser humano a nuestra imagen, como semejanza nuestra, Gn 1, 26, 2, es a imagen de la Trinidad. Queridos, ahora somos hijos de Dios y aún no se ha manifestado lo que seremos. Sabemos que, cuando se manifieste, seremos semejantes a él, porque le veremos tal cual es, 1 Jn 3, 2. La inmortalidad de la carne se consumará: en un instante, en un pestañear de ojos, al toque de la trompeta final, pues sonará la trompeta, los muertos resucitarán incorruptibles y nosotros seremos transformados, 1 Co 15,52. Entonces el cuerpo animal resucitará espiritual, incorruptible, en poder y gloria. Pero la imagen, que se renueva día a día no en el exterior, sino en el interior, en el espíritu de la mente y conocimiento de Dios, será perfeccionado en la visión después del juicio, cara a cara, mientras ahora sólo adelanta a través del espejo, entre enigmas:

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seremos semejantes a él, porque le veremos tal cual es, 1 Jn 3, 2, se nos otorgará cuando se nos diga: venid, benditos de mi Padre, recibid la herencia del Reino preparado para vosotros desde la creación del mundo, Mt 25, 34. Esta es la vida eterna: que te conozcan a ti, el único Dios verdadero, y al que tú has enviado, Jesucristo, Jn 17, 3. 25. Pag 690-691.

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Libro XV - La Trinidad en las cosas eternas, incorpóreas e inmutables, en cuya perfecta contemplación se nos promete la vida feliz. Pag 695. Capítulo II - Gloriaos en su santo nombre, se alegre el corazón de los que buscan a Yahveh! ¡Buscad a Yahveh y su fuerza, id tras su rostro sin descanso, Sal 105, 3-4. El Señor no dice se alegre el corazón de los que encuentran a Yahveh, sino se alegre el corazón de los que buscan a Yahveh! Buscad a Yahveh mientras se deja encontrar, llamadle mientras está cercano. Deje el malo su camino, el hombre inicuo sus pensamientos, Is 55, 6-7. Buscad a Yahveh, así se han de buscar las realidades incomprensibles, y no crea que no ha encontrado nada el que comprende la incomprensibilidad de lo que busca. No ha de cejar en su búsqueda de lo incomprensible, pues cada día se hace mejor el que busca el Bien, encontrando lo que busca y buscando lo que encuentra. Se busca para que sea más dulce el hallazgo, se le encuentra para buscarle con mayor avidez: los que me comen quedan aún con hambre de mí, los que me beben sienten todavía sed, Si 24, 21. Comen y beben porque encuentran, sienten hambre y sed porque buscan. Busca la fe, encuentra el entendimiento: Si no os afirmáis en mí, no seréis firmes, Is 7, 9, se asoma Yahveh desde los cielos hacia los hijos de Adán, por ver si hay un sensato, alguien que busque a Dios, Sal 14, 2. El inteligente busca a Dios. Porque lo invisible de Dios, desde la creación del mundo, se deja ver a la inteligencia a través de sus obras, Rm 1, 20. Los hombres … no fueron capaces de conocer por las cosas buenas que se ven a Aquél que es, ni, atendiendo a las obras, reconocieron al Artífice; sino que al fuego, al viento, al aire ligero, a la bóveda estrellada, al agua impetuosa o a las lumbreras del cielo los consideraron como dioses, señores del mundo. Que si, cautivados por su belleza, los tomaron por dioses, sepan cuánto les aventaja el Señor de éstos, pues fue el Autor mismo de la belleza quien los creó. Y si fue su poder y eficiencia lo que les dejó sobrecogidos, deduzcan de ahí cuánto más poderoso es Aquel que los hizo; pues de la grandeza y hermosura de las criaturas se llega, por analogía, a contemplar a su Autor, Sb 13, 1-5. Cuando buscamos a Dios, buscamos a la Trinidad. 2-3. Pag 696-699. Capítulo IV - Busquemos ya la Trinidad, Dios, en las realidades eternas, incorpóreas e inmutables, cuya perfecta contemplación se nos promete en la vida feliz y eterna. La naturaleza que nos rodea proclama la existencia de un óptimo Creador, que nos ha dotado de mente y razón discursiva, en virtud de la cual juzgamos que se ha de preferir el ser viviente al inanimado, el sensible al insensible, el inteligente al irracional, lo inmortal a lo perecedero, la potencia a la impotencia, la justicia a la injusticia, lo bello a lo deforme, lo inmutable a lo transitorio, el bien al mal, lo incorruptible a lo corruptible, lo invisible a lo visible, lo inmaterial a lo corpóreo, la felicidad a la miseria. El Creador posee la vida en grado sumo, todo lo conoce y comprende, no puede morir, corromperse o

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cambiar, porque es espíritu. Es el más poderoso, justo, bello, óptimo y feliz de todos los espíritus. 6. Pag 704-705. Capítulo V - La vida en Dios es su esencia y naturaleza. El bienaventurado es justo, bueno y espíritu. 7-8. Pag 706-708. Capítulo VII - Ciencia es misteriosa para mí, harto alta, no puedo alcanzarla, Sal 139, 6. Comprendo en mí lo admirable e incomprensible de tu ciencia, artífice de mi ser, cuando considero que a ni mí mismo, obra de tus manos, me puedo comprender. Sin embargo, dentro de mí mi corazón se acaloraba, Sal 39, 3, para buscar a Yahveh … ir tras su rostro sin descanso, Sal 105, 4. 13. Pag 718. Capítulo VIII - Ahora vemos en un espejo, en enigma. Entonces veremos cara a cara. Ahora conozco de un modo parcial, pero entonces conoceré como soy conocido, 1 Co 13, 12, mas todos nosotros, que con el rostro descubierto reflejamos como en un espejo la gloria del Señor, nos vamos transformando en esa misma imagen cada vez más gloriosos: así es como actúa el Señor, que es Espíritu, 2 Co 3, 18. Viendo la gloria de Dios como en un espejo, nos vamos transformando en su imagen. De la gloria de la creación a la gloria de la justificación, de la gloria de la fe a la gloria de la visión, de la gloria por la que ahora somos hijos de Dios a la gloria que nos hace semejantes a Él, cuando le veamos tal cual es. Transformaciones que efectúa el Espíritu del Señor. 14. Pag 720. Capítulo IX - Ahora vemos en un espejo, en enigma, 1 Co 13, 12. 24 Hay en ello una alegoría, una cosa que se entiende por otra: estas mujeres representan dos alianzas; la primera, la del monte Sinaí, madre de los esclavos, es Agar, Ga 4, 24. Todo enigma es una alegoría, pero no toda alegoría es enigma. Espejo, imagen. Enigma, semejanza oscura, difícil de percibir. 15-16. Pag 721-723. Capítulo X - Se conoce el error, cuando se descubre su falsedad. Los pensamientos son palabras del corazón: se dicen discurriendo desacertadamente, Sb 2, 1, viendo Jesús la fe de ellos, dijo al paralítico: ¡Animo!, hijo, tus pecados te son perdonados. Pero he aquí que algunos escribas dijeron para sí: Este está blasfemando. Jesús, conociendo sus pensamientos, dijo: ¿Por qué pensáis mal

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en vuestros corazones?, Mt 9, 2-4, los escribas y fariseos empezaron a pensar: ¿Quién es éste, que dice blasfemias? ¿Quién puede perdonar pecados sino sólo Dios? Conociendo Jesús sus pensamientos, les dijo: ¿Qué estáis pensando en vuestros corazones?, Lc 5, 21-22. No es lo que entra en la boca lo que contamina al hombre; sino lo que sale de la boca, eso es lo que contamina al hombre … lo que sale de la boca viene de dentro del corazón, y eso es lo que contamina al hombre. Porque del corazón salen las intenciones malas, asesinatos, adulterios, fornicaciones, robos, falsos testimonios, injurias. Eso es lo que contamina al hombre; que el comer sin lavarse las manos no contamina al hombre, Mt 15, 11-20. Quien pueda conocer la palabra antes de ser pronunciada, podrá ver en este espejo y en enigma alguna semejanza de aquel Verbo, de quien se dijo: en el principio existía la Palabra y la Palabra estaba con Dios, y la Palabra era Dios, Jn 1, 1. La comunicación con los presentes puede ser por señas, signos corporales y comunicación oral, con los ausentes por escritura. Las letras son signos de las voces, mientras las palabras son en nuestro lenguaje signos del pensamiento. 17-19. Pag 724-728. Capítulo XI - La palabra que resuena fuera, es signo de la palabra que luce dentro, a la que le va mejor el nombre de verbo, pues la palabra que pronuncian los labios es voz del verbo y se denomina verbo por su origen. Nuestro verbo se hace en cierto modo voz del cuerpo al convertirse en palabra para poder manifestarse a los sentidos del hombre, como el Verbo de Dios se hizo carne tomando nuestra vestidura para poder manifestarse a los sentidos de los hombres. Y como nuestro verbo se hace voz sin mudarse en palabra, el Verbo de Dios se hizo carne sin convertirse en carne. Nuestro verbo al absorber lo sensible sin ser absorbido por ello, se hace palabra y el Verbo se hizo carne. En el verbo humano es posible contemplar el Verbo de Dios en imagen descolorida y en enigma. La Palabra era Dios, Jn 1, 1, de la que se dijo: todo se hizo por ella y sin ella no se hizo nada de cuanto existe, Jn 1, 1, 3, la Palabra se hizo carne, Jn 1, 14, la palabra de Dios es fuente de sabiduría en las alturas, Si 1, 5. La visión del pensamiento es parecida a la de la ciencia, porque cuando se expresa por medio de sonido o signo corpóreo, no se representa ya como es, sino como se la ve u oye por los sentidos del cuerpo. El verbo es verdadero y verdad, cual puede desearlo el hombre, cuando lo que está en la noticia se encuentra en él, pues lo que está en la verdad se encuentra en el verbo y lo que en ella no existe, no se encuentra en él. En esto reconocemos aquellas palabras de Jesús: sea vuestro lenguaje: sí, sí; no, no: que lo que pasa de aquí viene del Maligno, Mt 5, 37. Otra semejanza con el Verbo de Dios: todo se hizo por ella, Jn 1, 3, principio de toda obra es la palabra, Si 37, 16. Nuestro verbo puede existir sin que se traduzca en obras, pero no es posible la acción si no precede el verbo. El Verbo de Dios pudo también existir sin que existiese criatura alguna, mas ninguna criatura puede existir si no es por el Creador de todas las cosas. Mas todos nosotros, que con el rostro descubierto reflejamos como en un espejo la gloria del Señor, nos vamos transformando en esa misma imagen cada vez

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más gloriosos: así es como actúa el Señor, que es Espíritu, 2 Co 3, 18. 20. Pag 728-732. Capítulo XIII - Dice la Palabra: vuestro Padre sabe lo que necesitáis antes de pedírselo, Mt 6, 8, conocimiento que no es temporal, pues preconoce sin principio todas las cosas temporales futuras, antes de ser creadas, todas las cosas le eran conocidas, y todavía lo son después de acabadas, Si 23, 20. La ciencia de Dios es su misma sabiduría, su misma esencia, su misma sustancia. En la maravillosa simplicidad de su naturaleza saber no difiere de ser, ciencia y existencia se identifican. Nuestro verbo, nacido de nuestra ciencia es desemejante en extremo al Verbo de Dios, nacido de la esencia del Padre, porque nuestra ciencia es diferente de la divina, como si dijéramos de la ciencia o sabiduría del Padre o de manera más expresiva: nacido del Padre-Ciencia y del Padre-Sabiduría. 22. Pag 739-740. Capítulo XIV - El Verbo de Dios Padre es su Hijo unigénito, semejante en todo e igual al Padre, Dios de Dios, luz de luz, sabiduría de sabiduría, esencia de esencia, es lo que es el Padre. El Padre engendró al Hijo como diciéndose a sí mismo, igual a Él en todo. En el Verbo reconocemos la verdad de: sea vuestro lenguaje: sí, sí; no, no, Mt 5, 37, el Hijo no puede hacer nada por su cuenta, sino lo que ve hacer al Padre: lo que hace él, eso también lo hace igualmente el Hijo, Jn 5, 19. Padre e Hijo se conocen mutuamente, aquel engendrando, éste naciendo. Nuestro verbo, sin sonido ni pensamiento de sonido, verbo del objeto, expresión de nuestra visión interior, que no pertenece a ningún idioma, ofrece en este enigma cierta semejanza con el Verbo de Dios, también Dios Él. Aquél nace de nuestra ciencia, éste de la ciencia del Padre. Sin embargo, nuestro verbo, semejante en algo al Verbo del Padre, ofrece diferencias notables. 23-24. Pag 740-742. Capítulo XV - Nuestro verbo no puede ser verdadero, si no nace de una cosa conocida. En este sentido es falso cuando nos equivocamos, no cuando mentimos. No existe aún en la duda el verbo engendrado por la realidad de la que dudamos. Tan sólo es verbo de la duda. No obstante, conocemos nuestra duda y al expresarla nuestro verbo es verdadero, pues decimos lo que sabemos. El gran poder del Verbo es que no puede mentir, pues en él no cabe el sí y el no, sólo: sí, sí; no, no, Mt 5, 37. Ser y saber no se identifican en nosotros. Conocemos muchas cosas, que viven en cierta manera por la memoria y mueren por el olvido, y aunque ya no existan en nuestro pensamiento, sin embargo, nosotros existimos y cuando nuestra esencia fenece al desplazarse el alma, seguimos viviendo.

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Sin embargo, las cosas que se conocen de tal suerte que nunca es posible olvidar, por estar siempre presentes y pertenecer a la misma naturaleza del alma, como saber que vivimos, pues mientras permanece el alma, permanece esta ciencia y como el alma siempre permanece, siempre permanece esta ciencia. En esto y otras cosas similares, si existiesen, hemos de intuir la imagen de Dios, aunque si bien siempre se conocen, no siempre pensamos en ellas, resultando difícil averiguar en qué sentido se llama eterno el verbo, que nace de esta ciencia, siendo el pensamiento forja de nuestro verbo. Eterno es al alma el vivir y el conocimiento de su vivir, pero no es eterno el pensar en su vida o en el conocimiento de su vivir. Porque cuando empieza a pensar en unas cosas, deja de pensar en otras, sin cesar de conocer. De donde se infiere que, si es posible una ciencia eterna en el alma, no es eterno el pensamiento de esa ciencia. Y si nuestro verbo íntimo y verdadero sólo puede ser expresado por nuestro pensamiento, se sigue que únicamente Dios tiene un Verbo sempiterno y coeterno a Él. Por consiguiente, aunque podamos llamar verbo a ese algo de nuestra mente, que pueda formarse de nuestra ciencia antes de su formación, su diferencia con el Verbo de Dios, que es forma de Dios y antes de su formación no es formable, pues no puede existir informe, siendo forma simple y en todo igual a aquel de quien procede y maravillosamente coeterna a Él. 24-25. Pag 742-745. Capítulo XVI - El Hijo de Dios se llama Verbo de Dios y no pensamiento de Dios, para que no creamos que en Dios existe algo voluble. Nuestro pensamiento queda informado al encontrarse con nuestra ciencia, resultando entonces verdadero. En consecuencia, al Verbo de Dios ha de imaginársele sin el pensamiento de Dios. Queridos, ahora somos hijos de Dios y aún no se ha manifestado lo que seremos. Sabemos que, cuando se manifieste, seremos semejantes a él, porque le veremos tal cual es, 1 Jn 3, 2. Ni aun entonces seremos por naturaleza semejantes a Él, pues siempre la naturaleza creada será inferior a la creadora. Entonces nuestro verbo no será falso, pues no mentiremos ni nos equivocaremos y tal vez nuestros pensamientos no sean volubles, yendo y viniendo de unos objetos a otros, sino que abarcaremos con una sola mirada toda nuestra ciencia. Cuando esto se realice, estará ya formada la criatura antes formable, sin que falte un ápice a su forma definitiva. No obstante, no se podrá comparar con la simplicidad maravillosa, donde no existen elementos formables, formados o reformados, sino pura forma, inconmutable y eterna sustancia, que no es informe ni formada. 25-26. Pag 746-747. Capítulo XVII - Las Escrituras no dicen que el Espíritu Santo es amor, sino que Dios es Amor, 1 Jn 4, 16. Queridos, amémonos unos a otros, ya que el amor es de Dios, y todo el que ama ha nacido de Dios y conoce a Dios. Quien no ama no ha conocido a Dios, porque Dios es Amor, 1 Jn 4,7-8, en esto consiste el amor: no

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en que nosotros hayamos amado a Dios, sino en que él nos amó y nos envió a su Hijo como propiciación por nuestros pecados, 1 Jn 4, 10, en esto conocemos que permanecemos en él y él en nosotros: en que nos ha dado de su Espíritu, 1 Jn 4, 13, 16, hemos conocido el amor que Dios nos tiene, y hemos creído en él. Dios es Amor y quien permanece en el amor permanece en Dios y Dios en él, 1 Jn 4, 16. Amemos a Dios porque … Él nos amó y nos envió a su Hijo como propiciación por nuestros pecados, 1 Jn 4, 10, el amor de Dios ha sido derramado en nuestros corazones por el Espíritu Santo que nos ha sido dado, Rm 5, 5. 27-31. Pag 748-754. Capítulo XVIII - Porque en Cristo Jesús ni la circuncisión ni la incircuncisión tienen valor, sino solamente la fe que actúa por la caridad, Ga 5, 6. 32. Pag 755. Capítulo XIX - Si alguno tiene sed, venga a mí, y beba el que crea en mí, como dice la Escritura: De su seno correrán ríos de agua viva. Esto lo decía refiriéndose al Espíritu que iban a recibir los que creyeran en él. Porque aún no había Espíritu, pues todavía Jesús no había sido glorificado, Jn 7, 37-39, todos hemos bebido de un solo Espíritu, 1 Co 12, 13. Llega una mujer de Samaria a sacar agua. Jesús le dice: Dame de beber. Pues sus discípulos se habían ido a la ciudad a comprar comida. Le dice a la mujer samaritana: ¿Cómo tú, siendo judío, me pides de beber a mí, que soy una mujer samaritana? (Porque los judíos no se tratan con los samaritanos.) Jesús le respondió: Si conocieras el don de Dios, y quién es el que te dice: Dame de beber, tú le habrías pedido a él, y él te habría dado agua viva. Le dice la mujer: Señor, no tienes con qué sacarla, y el pozo es hondo; ¿de dónde, pues, tienes esa agua viva? ¿Es que tú eres más que nuestro padre Jacob, que nos dio el pozo, y de él bebieron él y sus hijos y sus ganados? Jesús le respondió: Todo el que beba de esta agua, volverá a tener sed; pero el que beba del agua que yo le dé, no tendrá sed jamás, sino que el agua que yo le dé se convertirá en él en fuente de agua que brota para vida eterna, Jn 4, 7-14. La gracia de Dios os ha sido otorgada en Cristo Jesús, pues en él habéis sido enriquecidos en todo, en toda palabra y en todo conocimiento, en la medida en que se ha consolidado entre vosotros el testimonio de Cristo, 1 Co 1, 4-6. A cada uno de nosotros le ha sido concedido el favor divino a la medida de los dones de Cristo. Por eso dice: Subiendo a la altura, llevó cautivos y dio dones a los hombres, Ef 4, 7-8. Cristo, después de resucitar de entre los muertos subió a los cielos y envió al Espíritu Santo, y los creyentes llenos de Él, hablaban las lenguas de todas las naciones. Por tanto, recibieron dones. Tú has subido a la altura, conduciendo cautivos, has recibido tributo de hombres, Sal 68, 18. El Profeta dice que Dios recibió dones de los hombres, en cambio Pablo prefiere decir que otorgó dones a los hombres, siendo verdad ambas cosas. Pero todas estas cosas las obra un mismo y único Espíritu, distribuyéndolas a cada uno en particular según su voluntad, 1 Co 12, 11. Convertíos … y recibiréis el don del Espíritu Santo, Hch 2, 38, quedaron atónitos al ver que el don del Espíritu

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Santo había sido derramado también sobre los gentiles, Hch 10, 45, cayó sobre ellos el Espíritu Santo, como al principio había caído sobre nosotros … Dios les ha concedido el mismo don que a nosotros, Hch 11, 15-17. El Espíritu Santo, don de Dios, es otorgado a quienes aman a Dios. Recibir el don del Espíritu Santo equivale a recibir al mismo Espíritu Santo. Es Don de Dios en cuanto se da a quienes se da. En sí siempre es Dios, coeterno a Padre e Hijo, aunque éstos den y aquél sea dado. Es dado como Don de Dios, da en cuanto Dios. El viento sopla donde quiere, y oyes su voz, pero no sabes de dónde viene ni a dónde va. Así es todo el que nace del Espíritu, Jn 3, 8. No existe dependencia en el don, ni dominio en los que dan, sino mutua concordia entre donantes y Don. Dios es amor, el amor viene de Dios y actúa en nosotros para que Dios permanezca dentro de nosotros y nosotros en Él, lo sabemos porque nos dio de su Espíritu, luego este mismo Espíritu es el Dios amor. Él nos libró del poder de las tinieblas y nos trasladó al Reino del Hijo de su amor, Col 1, 13, de su Hijo amado, del Hijo de su sustancia. 33-37. Pag 756-763. Capítulo XX - Muchos proyectos en el corazón del hombre, pero sólo el plan de Yahveh se realiza, Pr 19, 21. Dios es eterno y sus planes inmutables, como Él. Muchos son los deseos del corazón del hombre, pero la voluntad del Señor permanece eternamente. Ojalá pudiéramos ver, como por un espejo, al Dios Trinidad en la memoria, inteligencia y voluntad de la criatura racional, hecha a imagen de Dios. Pues se la recuerda por la memoria, se la contempla por la inteligencia y se la abraza por el amor, descubriendo así la imagen de la Trinidad soberana. Cuanto alienta y vive en el hombre ha de referirse al recuerdo, visión y amor de esta Trinidad excelsa, para deleite, contemplación y recuerdo, evitando comparar su semejanza. 38-39. Pag 764-767. Capítulo XXI - Hagamos por ver en esta semejanza y en enigma a través de las tenues conjeturas de la inteligencia y memoria de nuestra mente y de nuestra voluntad al Dios Padre y al Dios Hijo y al Dios Espíritu Santo. 40-41. Pag 767-768. Capítulo XXII - Las potencias de memoria, entendimiento y amor son mías. Recuerdo por mi memoria, comprendo con mi inteligencia, amo con mi voluntad. Cuando dirijo la mirada de mi pensamiento a mi memoria, expreso en mi corazón lo que sé y de mi ciencia se engendra un verbo verdadero y mías son ambas cosas: verbo y ciencia. Soy yo quien reconozco y hablo en mi corazón lo que sé. Cuando pienso, descubro en mi memoria que comprendo y amo. Pero la inteligencia y el amor preexistían a la función del pensamiento, encontrando entonces en mi memoria mi entendimiento y amor, y por estas dos facultades soy yo quien entiendo y amo, no mi memoria.

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Recuerdo, comprendo y amo sirviéndome de mis facultades, aunque no soy mi memoria, entendimiento o amor. Mas poseo estas tres realidades. Pero en la suprema simplicidad, que es Dios, hay tres personas: Padre, Hijo y Espíritu Santo. 42. Pag 769-770. Capítulo XXIII - Es tan acentuada la inseparabilidad en la Trinidad que existe un solo Dios y es un solo Dios, mientras una trinidad de hombres no se puede llamar un hombre. En la imagen de la Trinidad, que es el hombre, aunque posee tres facultades, es una persona. En la Trinidad existen tres personas: Padre, Hijo y Espíritu de Padre e Hijo. La memoria del hombre ofrece una semejanza imperfecta del Padre. La inteligencia del hombre, informada por la atención del pensamiento, ofrece cierta semejanza con el Hijo. El amor del hombre, lazo de unión entre memoria e inteligencia, tiene cierta semejanza imperfecta con el Espíritu Santo. En esta imagen de la Trinidad en el hombre las tres facultades no son el hombre, sino del hombre. En la Trinidad, cuya imagen es el alma, las tres personas son un Dios, pero no pertenecen a un Dios y no son una persona, sino tres personas. La imagen de la Trinidad en el hombre es una persona, en la Trinidad tres personas. Además, la Trinidad de tres personas es más indivisible que la trinidad del hombre de una persona. Las tres facultades de esta imagen imperfecta de la Trinidad se encuentran separadas entre sí en esta vida por magnitudes, no por distancias. Ahora vemos en un espejo, en enigma. Entonces veremos cara a cara. Ahora conozco de un modo parcial, pero entonces conoceré como soy conocido, 1 Co 13, 12. 43-44. Pag 771-773. Capítulo XXV - La felicidad del hombre no tendrá fin, si su espíritu, piadosamente sometido a Dios, goza dichoso de un cuerpo obediente. Allí veremos la verdad sin trabajo, gozaremos de su claridad y certeza. No será necesario el raciocinio del alma, pues veremos intuitivamente cómo el Espíritu Santo no es Hijo, aunque procede del Padre. 45. Pag 776. Capítulo XXVI - En el seno de la Trinidad no existen intervalos de tiempo que permitan comprobar o inquirir si el Hijo nació primero del Padre o si luego procede de ambos el Espíritu Santo, la prueba de que sois hijos es que Dios ha enviado a nuestros corazones el Espíritu de su Hijo que clama: ¡Abbá, Padre!, Ga 4, 6, porque no seréis vosotros los que hablaréis, sino el Espíritu de vuestro Padre el que hablará en vosotros, Mt 10, 20, cuando venga el Paráclito, que yo os enviaré de junto al Padre, el Espíritu de la verdad, que procede del Padre, él dará testimonio de mí, Jn 15, 26, dicho esto, sopló sobre ellos y les dijo: Recibid el Espíritu Santo, Jn 10, 22. Es la misma virtud que salía de Jesús y sanaba a todos. Por qué otorga el Espíritu Santo: porque el amor de Dios ha sido derramado

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en nuestros corazones por el Espíritu Santo que nos ha sido dado, Rm 5, 5, nos impulsa al amor a Dios y al prójimo, para significar lo cual Jesús dio dos veces el Espíritu Santo: una en la tierra, amor al prójimo; otra desde el cielo, amor a Dios. Si Juan se llenó del Espíritu Santo desde el seno de su madre: porque será grande ante el Señor; no beberá vino ni licor; estará lleno de Espíritu Santo ya desde el seno de su madre, Lc 1, 15, qué creer de Jesús, cuya concepción no fue carnal, sin espiritual. Cuando leemos que recibió de su Padre la promesa del Espíritu Santo y lo derramó, se nos indica la existencia en Cristo de dos naturalezas, divina y humana. Lo recibió como hombre, lo otorgó como Dios. Podemos percibir este don a tenor de nuestra capacidad, pero no podemos derramarlo sobre los demás. Para que esto suceda invocamos sobre ellos al Dios autor de este don. Generación intemporal en el seno del Padre: porque, como el Padre tiene vida en sí mismo, así también le ha dado al Hijo tener vida en sí mismo, Jn 5, 26. Nadie imagine aquí alguna noción de tiempo, antes y después, porque allí el tiempo no existe. El proceder de Padre e Hijo proporcionan al Espíritu Santo una esencia sin principio de tiempo y sin mutación de naturaleza, como la generación proporciona al Hijo una esencia sin inicio de tiempo y sin mutación de sustancia. El Hijo es nacido del Padre y el Espíritu Santo procede originariamente por don del Padre, pero procede de Padre e Hijo, aunque no fue engendrado por ellos. 45-47. Pag 777-782. Capítulo XXVII - Es difícil distinguir en la Trinidad entre generación del Hijo y procesión del Espíritu Santo. Las palabras: cuando venga el Paráclito, que yo os enviaré de junto al Padre, el Espíritu de la verdad, que procede del Padre, él dará testimonio de mí, Jn 15, 26, 16, hay que entenderlas en el mismo sentido que: mi doctrina no es mía, sino del que me ha enviado, Jn 7, 16. En consecuencia, el Espíritu Santo, que procede del Hijo como del Padre, lo recibe del Padre. Se dice del Espíritu Santo que procede y no que nació, porque en tal caso se llamaría hijo y lo sería de los dos, lo cual es absurdo. Hay verdades que se creen con toda certeza y no pueden ser vistas. No se verá ya a Cristo clavado en la cruz, pero si no creo que así sucedió y fue visto, aunque no haya esperanza de ver su reproducción en el futuro, no se puede venir a Cristo, tal como se ha de ver en la eternidad. Tengamos los ojos abiertos a la equidad: mi juicio saldrá de tu presencia, tus ojos ven lo recto, Sal 17, 2. Sólo así podremos ver la diferencia entre nacimiento del Verbo divino y procesión del Don de Dios. El Hijo jamás ha precisado que el Espíritu Santo haya sido engendrado por el Padre, sino que procedía del Padre. Siendo Espíritu de ambos, a semejanza de comunión consustancial a Padre e Hijo, no se le dice hijo de ambos. En nuestras tres realidades: memoria, entendimiento y voluntad podemos reconocer una pálida imagen de la Trinidad. Lo que demuestra en nosotros un verbo verdadero, engendrado cuando decimos lo que sabemos, aunque no pronunciemos palabras, sino que nuestro pensamiento reciba la impronta de nuestra ciencia, produciendo en la mirada del pensamiento una imagen muy

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semejante a la que existe en la memoria, uniendo la voluntad memoria y entendimiento. Estas tres facultades conforman la trinidad en el hombre. La voluntad procede del pensamiento. Nadie quiere lo que ignora, por tanto aún no es imagen del pensamiento, insinuándose una diferencia profunda entre nacimiento y procesión. No es lo mismo la visión del pensamiento que el deseo y gozo de la voluntad. Aquella luz, que es lo que no somos, nos ha hecho ver la diferencia entre la semejanza incorpórea de los seres materiales y la verdad que la inteligencia contempla, descartadas las semejanzas. 48-50. Pag 782-787. Capítulo XXVIII - No dirías la verdad: Que eres Trinidad, si no dijeras: id, pues, y haced discípulos a todas las gentes bautizándolas en el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo, Mt 28, 19. Que eres un solo Dios y Trinidad, si no dijeras: escucha, Israel: Yahveh nuestro Dios es el único Yahveh, Dt 6, 4, Dios … ha enviado a su Hijo al mundo, Jn 3, 17, envió Dios a su Hijo, Ga 4, 4. Que el Espíritu Santo es Don de Padre e Hijo, si no dijeras: el Paráclito, el Espíritu Santo, que el Padre enviará en mi nombre, Jn 14, 26, que yo os enviaré de junto al Padre, Jn 15, 26. Concluyendo con el Sabio: muchos más podríamos decir y nunca acabaríamos; broche de mis palabras: Él lo es todo, Si 43, 27. 51. Pag 788-790.