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José Vela Tejada – Historiógrafos y periegetas
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ÁREA: Cultura Clásica-Literatura Griega.
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53. Historiógrafos y periegetas.
ISBN: 978-84-9822-113-8
José Vela Tejada
THESAURUS: Geografía. Estrabón. Literatura judía. Josefo. Historiografía. Arriano.
Prosa pseudohistoriográfica
OTROS ARTÍCULOS RELACIONADOS CON EL TEMA EN LICEUS:
22. Los comienzos de la ciencia y de la historiografía. Hecateo y los logógrafos.
30. Heródoto.
49. La historiografía helenística. Polibio. Otros historiadores.
59. La prosa científica y filosófica.
RESUMEN: Características generales. - La geografía: Estrabón de Amasia, Claudio
Ptolomeo, Dionisio Periegeta y Pausanias. - Literatura judeo-helenística: Filón de
Alejandría y Flavio Josefo. - La historiografía: Arriano de Nicomedia, Apiano, Casio
Dión, Herodiano e historiadores del final del imperio. - Prosa pseudohistoriográfica:
Polieno, Onasandro, Eliano Táctico, Flegón, Claudio Eliano, Ateneo, Diógenes Laercio
y Estobeo.
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0. Características generales. El final del período helenístico coincide con el auge y
consolidación del Imperio Romano, que va a afectar a la concepción geográfica del
mundo conocido, estructurado, hasta entonces, en torno a la oikouméne griega de las
regiones del Mediterráneo oriental. Esta nueva perspectiva geográfica comportará,
asimismo, una nueva concepción del método historiográfico. En definitiva, una nueva
visión filosófica que aúna historia y territorio, como explicación racional del auge del
nuevo imperio que convierte el Mediterráneo en el Mare Nostrum de la nueva
oikouméne.
1. La geografía. Ya en sus antecedentes más remotos la geografía aparece
íntimamente ligada a la historiografía. Desde la logografía jonia y los excursos
herodoteos, pasando por los autores posteriores a Tucídides -en la práctica, una
excepción en la delimitación de la frontera político-militar del género-, la atención de la
historiografía a estas cuestiones es una constante (tal es el caso de los libros IV y V de
Éforo, dedicados a la geografía de la oikouméne, de las descripciones de Ctesias, al
igual que en la amplia atención dedicada a temas geográficos por los historiadores de
Alejandro o el libro XXXIV de Polibio).
Sin embargo, o quizás por ello, su configuración independiente es un fenómeno
relativamente tardío. En dicho proceso resultará también determinante la geografía
científico-matemática, que nace en un contexto filosófico (los antiguos tratados sobre
los límites del mundo conocido de Demócrito, o los períodos gês de Eudoxo y
Dicearco) para incorporar después los avances de la geografía y la astronomía de
época helenística. En este contexto, debemos aunque sólo sea citar los nombres de
Posidonio de Apamea, quien al separar su Perì Okeanoû de las Historias, en las que
continúa a Polibio, pudo haber definido los límites del género; de Eratóstenes de
Cirene, quien, con sus cronologías, cronografías y 3 libros de Geografiká, pasa por ser
el fundador del género; y de Hiparco de Nicea, con sus críticos Comentarios al
anterior.
En definitiva, si añadimos a lo dicho la influencia de la etnología y la
antropología, tendremos un cuadro bastante completo de esa mezcla entre tradición
científica y geografía descriptiva que caracteriza al género griego.
El primero de los autores que deben ser estudiados en este apartado,
Estrabón de Amasia (c. 64 a.C.-post 24 d.C.), es representativo de la tipología del
género que hemos descrito: junto a 47 libros, desafortunadamente perdidos, de
Hypomnémata historiká, en los que continuaba a Polibio, contamos con 17 libros, casi
completos, de Geografiká (falta del libro VII el texto que seguía a 7.12 y que debía
contener la descripción de Macedonia y Tracia). Su nacimiento en esa localidad del
Ponto iba a ser determinante por la cuidada educación que le permitió recibir la
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vinculación de su familia a la dinastía póntica, pero también por las consecuencias que
les iba a traer la derrota de Mitrídates por Pompeyo. Ello supone el abandono de su
ciudad natal para marchar a Nisa, en donde recibirá las enseñanzas de Aristodemo,
pariente del estoico Posidonio, que tanto influyó en su obra. Decisivos también
resultarán sus viajes, como el que, antes del 44, realizó a Roma y que le permitió ser
discípulo de los peripatéticos Jenarco y Tiranión, educador de los hijos de Cicerón, o a
Alejandría, cuna de la sabiduría en aquel entonces. Estos viajes -a Roma e Italia en
más de una ocasión-, junto a los que realizó por Asia Menor, Grecia e isla de Creta, y
por la costa cirenaica, camino de Alejandría, además del acceso exhaustivo a fuentes
escritas, le proveyeron de información de primera mano, autopsía que dota a sus
referencias de un gran rigor y fidelidad geográficos.
De los 47 libros de sus Comentarios históricos únicamente conservamos 19
fragmentos (FGrH II A 430-6 y II C 291-5), transmitidos en su mayoría (12) por Flavio
Josefo. De la transmisión del título por el propio autor en la Geografía (XI 9.9), se
desprende su composición anterior. Siguiendo un esquema de Historia universal,
habitual en el género, parece que, tras cuatro libros de “Prolegómenos” -en los que,
probablemente, resumiría los sucesos que arrancaban de la época de Alejandro-,
comenzaba la narración histórica, continuando a Polibio (si bien se cree que siguió a
su contemporáneo Timágenes de Alejandría), desde el final de la Tercera Guerra
Púnica (146 a.C.). La configuración de un nuevo mundo con el advenimiento de
Augusto, tras el período de expansión romana en oriente -guerra contra Mitrídates- y
las guerras civiles en la República, podría situar el final del relato en torno al 20 a.C.
Ciertamente, la conquista de Asia Menor marcaría para Estrabón el sometimiento
definitivo del mundo helénico a Roma, constituyendo así, más que la derrota de Pidna
del 168, el verdadero signo de cambio de los nuevos tiempos.
Tal como nos informa el mismo Estrabón (I 1.22-23), su Geografía fue
concebida como un complemento a su obra histórica. Tras los Prolegomena de los
libros I y II, describe el mundo conocido siguiendo un esquema periplográfico, de
Occidente a Oriente: comenzando por Iberia (lII); luego, Galia, Campania e Italia
Cisalpina (IV), Italia hasta la Campania (V) y Sur de Italia y Sicilia (VI); después,
Europa central, Epiro, Macedonia, Tracia (VII); a continuación, Grecia y las islas (VIII,
IX y X); siguen Asia Menor (XI-XIV), India y Partia (XV) y Oriente próximo (XVI);
finalmente, cierran el Mare Nostrum, la descripción de Egipto, Etiopía y norte de África
(XVII). Los criterios que sigue en la descripción de cada una de las regiones se basan
en dos aspectos principales: las condiciones medioambientales para el desarrollo de la
vida humana y la abundancia de acuíferos a disposición de sus habitantes.
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No cabe duda de que la Geografía de Estrabón constituye una suerte de
summa de saberes científicos e histórico-geográficos precedentes -cuya noticia se nos
habría perdido por completo en la transmisión de no ser por ella-, integrados en un
esfuerzo unificador. La geografía no se limita a la simple descripción y enumeración de
los lugares, sino que sirve para entender el devenir histórico de los pueblos, con la
constitución del Imperio augústeo y de la nueva oikouméne como culminación de ese
proceso (al respecto, el final del libro VI contiene unas consideraciones sobre el buen
gobierno de los primeros emperadores, Augusto y Tiberio, en las que justifica la
pujanza romana frente a otras potencias en declive y sometidas al poder romano).
En definitiva, parece notable la visión unitaria de su obra por parte del propio
autor, quien en I 1.23 califica esta empresa de “obra colosal” (kolossourgía), que
resulte útil para la filosofía ética y política, siendo sus destinatarios los hombres que
ocupen puestos eminentes en la administración del Imperio, tanto si se trata de
romanos como de griegos, en un afán integrador ante la nueva realidad. Cierto es que
el importante bagaje cultural y literario que atesora su obra, además del transfondo
contemporáneo que subyace en todo momento, convierten su Geografía en un
testimonio primordial para nuestro conocimiento del Principado. Gracias a su
convicción de que la geografía histórica podía ser una herramienta de formación para
los individuos de su tiempo, la obra de Estrabón adquiere una dimensión superior al
propósito que en el género se le pudo presuponer, hasta el punto de hablarse, con
acierto, del “universalismo” de Estrabón. En su obra, geografía e historia se influyen
mutuamente, en la medida en que el paso del tiempo afecta al espacio y éste, a su
vez, influye en el curso de la historia, cuyo epicentro es, indiscutiblemente, Roma.
Bajo los reinados de Antonio Pío y Marco Aurelio (entre los años 100 y 178
d.C.) desarrolló su actividad el alejandrino Claudio Ptolomeo, destacado científico,
cuya Mathematiké sýntaxis, en 13 libros, con su visión geocéntrica del sistema
planetario, llegó a tener, en el medievo, una influencia destacada, especialmente,
gracias a su transmisión a través de la versión árabe, del siglo IX, del Almagesto -
derivación de su nombre griego Megíste sýntaxis- y la posterior latina del XII. Su
producción astronómica se completa con sus escritos dedicados a las Fases de las
estrellas, incluyendo una descripción del planisferio.
Asimismo, en los 4 libros del Tetrábiblos, nos legó un manual de astrología,
que incluía el estudio de la influencia de las estrellas en el ethos de los pueblos.
También realizó trabajos en el ámbito de la música (Harmoniká) y de la óptica (Optiké
pragmateía).
Pero su obra más destacada -considerada el manual más importante de la
geografía antigua y la más decisiva en el renacimiento de la cartografía en el
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humanismo-, es su Guía geográfica (Geographiké hyphégesis), en 8 libros, obra de
gran mérito, por su sistematización de saberes dispersos y por su rigor científico al
excluir elementos fantásticos, religiosos y esotéricos. Aunque fuera por influencia
indirecta, las indicaciones geográficas tan precisas que contiene, sirvieron para
componer las cartas geográficas que nos han transmitido los manuscritos.
Tanto por su utilidad, desde el punto de vista cronológico, para la historiografía,
como del astronómico, por su registro de fenómenos astronómicos, debe ser referido
su conocido Canon (Kanôn basileiôn), apéndice cronológico del Almagesto, que
contenía una lista anual de reyes de Babilonia, desde el 747 a.C., hasta la caída de la
ciudad en manos persas en el 539, siguiendo, desde el 331, con la dinastía
macedonia, continuando con los Ptolomeos hasta el 30 a.C., y terminando con los
emperadores romanos (con Antonio Pío) en el 148 d.C.
En época de Adriano encontramos a otro alejandrino -tal como reza un
acróstico-, a Dionisio, conocido como el Periegeta por su Periégesis o Descripción de
la Tierra -obra compuesta, en torno al 130 d.C., por 1186 hexámetros-. Después de
173 versos introductorios dedicados a la forma de la Tierra, continentes, océanos y
mares, pasa a la descripción geográfica, propiamente dicha, siguiendo el esquema de
un periplo: los mares a partir de las columnas de Hércules; Libia, de las columnas de
Hércules al Mar Rojo; Europa, de la península ibérica al Danubio; las tres penínsulas
(ibérica, itálica, balcánica); islas, de oeste a este; y Asia, desde la laguna Meótide (mar
de Azov) hasta la India. Siguiendo también el citado esquema, junto a una descripción
geográfica somera, se añaden noticias etnográficas y mitos relacionados con las
localidades.
Lo cierto es que su obra gozó de gran predicamento en la Antigüedad -fue el
compendio más leído y se realizaron nada menos que 134 códices-, siendo objeto de
dos importantes paráfrasis latinas: la de Avieno, en el siglo IV, y la de Prisciano, en el
VI. Todavía en época bizantina, en el siglo XII, inspirará un amplio comentario a cargo
de Eustacio.
Pausanias, el periegeta por excelencia, a pesar de la escasez de datos sobre
su biografía, puede ser situado, cronológicamente, en el siglo II d.C., entre los
reinados de Adriano y Marco Aurelio, a partir de las referencias temporales que
contiene su Descripción de Grecia (Helládos Periégesis), obra que debió ser escrita
entre el 143 y el 180.
A lo largo de 10 libros, esta obra nos ofrece una detallada guía de viaje, que
comienza en la región Ática y la de Mégara (libro I), para luego pasar revista a Corinto
y la Argólide (II), al resto del Peloponeso (Lacedemonia, en el III, Mesenia, en el IV,
Élide y Olimpia, en el V, resto de la Élide, en el VI, Acaya, en el VII, y Arcadia, en el
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VIII), y terminar con Beocia (IX), Fócide y parte de la Lócride (X). En definitiva, nos
hallamos ante una descripción referida únicamente a la Grecia continental, y de
manera incompleta, puesto que se excluyen, totalmente, las islas, Asia Menor y la
Magna Grecia.
Ciertamente, con la excepción de la descripción del Ática que, por ser, sin
duda, la primera que escribió, carece de un método de exposición, en el resto de su
descripción se observa un esquema bien definido: introducción general relativa a la
historia de la región, mitos relacionados, migraciones y héroes locales; descripción de
la región desde los límites exteriores hacia la ciudad principal, siguiendo el camino
más corto; al llegar a ésta, inventario de su patrimonio artístico, insertando algún
episodio histórico relevante. Por todo ello, no sólo resulta una fuente fundamental por
su descripción de lugares y monumentos, en su mayoría perdidos para nosotros, sino
también porque, siguiendo el modelo de Heródoto, incluye excursos antropológicos,
históricos y mitológicos. De hecho, el propio autor establece, en I 39.3, la distinción en
su obra de lógoi, que incluyen mitos, historias y reflexiones, y theorémata, las
descripciones de los lugares y sus monumentos, en suma, la guía propiamente dicha.
La obra resulta también de gran utilidad por la profusa utilización, junto a su
rica autopsía viajera (parece haber recorrido numerosos lugares de Asia Menor, por lo
que podría situarse allí su nacimiento, también otros del próximo Oriente, como Egipto,
parte de Italia, Grecia continental y algunas islas del Egeo, el Epiro y Macedonia), de
fuentes precedentes: no sólo las historiográficas, como cabría esperar, junto a los más
renombrados, historiadores menores e historias locales de cada lugar, sino también
fuentes de carácter poético, como la siempre habitual de Homero, pero también
algunas menos habituales de líricos arcaicos menores. Tampoco faltó la literatura
periegética helenística, en particular Polemón de Ilión (autor del siglo II a.C.).
Respecto a la tipología de la obra, lejos de tratarse de una “guía turística”, ésta
aúna, a un tiempo, su finalidad práctica, propia de los periplos e itinerarios terrestres,
con su intención histórica, pero también con una erudición anticuaria que anida en sus
características descripciones de monumentos. Probablemente, este espíritu anticuario
explica el fin último de su obra: una labor recopilatoria, completando las lagunas que él
detectaba, acompañada de un absoluto rigor en las descripciones por medio de la
información personal. Ello es la clave de su consideración como ejemplar más perfecto
del género periegético.
No cabe duda de que, ante todo, estamos ante un autor que muestra una
voluntad literaria, y no sólo práctica, a cuyo fin se sitúa muy cercano al movimiento de
la Segunda Sofística, con su combinación de elocuencia e “imitación” clasicista. Al
final, sus páginas nos presentan una composición ajustada a los cánones de la
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oratoria epidíctica, en la que cuenta más el lucimiento que el mismo contenido. De ahí
el mérito de un autor que tiene que combinar el rigor en la descripción, con la variedad
y el atractivo del estilo literario.
Y es que, si de imitación hablamos, no debemos obviar que nos encontramos
en un periodo en el que, frente a la prosperidad y paz que la dinastía de los Antoninos
reporta al Imperio Romano, Grecia continental -no así la periférica- se haya sumida en
una ruina absoluta, sometida al abandono y expolio de su inmenso patrimonio artístico.
En este contexto, es en las letras en donde puede llevarse a cabo una recuperación
del olvido de ese pasado glorioso, a lo cual contribuirán las facilidades derivadas del
entusiasmo de los propios emperadores romanos por el recobrado prestigio de la
lengua y cultura griegas.
En consecuencia, se atisba, tanto en los aspectos históricos como artísticos,
una predilección por el pasado frente al presente, con especial atención a los
episodios más gloriosos previos a la dominación romana: Guerras Médicas,
hegemonía tebana, reinado de Filipo de Macedonia, de su hijo Alejandro y de los
epígonos, prácticamente hasta el 146 a.C., momento que coincide con la guerra aquea
y la consiguiente destrucción de Corinto. Sin esa mirada al pasado, a un tiempo
nostálgica y restauradora, no puede entenderse la obra de Pausanias y sus
particularidades.
Esta, incluso, pudo ser la razón de su conservación hasta Bizancio, junto a las
obras de hondo calado retórico de Plutarco, Dión Crisóstomo, Elio Aristides, Filóstrato
y Luciano, pues no consta que la suya gozara de una gran repercusión en su tiempo.
Tampoco disfrutó del aplauso de la erudición moderna, en particular la alemana, con
los ataques de Wilamowitz como punta de lanza, quien, con su autoridad, arrastró a
toda una escuela a afirmar, prácticamente, que Pausanias había plagiado a otros
autores para suplir su falta de talento y capacidad de llevar a término tan monumental
trabajo. Superadas estas críticas acerbas, nos parece más atinado el juicio de E.
Meyer, editor de su obra (Zurich, 1954), quien destaca la importancia de un testimonio
literario, que nos ha legado más información que ningún otro, sobre la Grecia Antigua
y que, como si de una “fotografía” se tratara, nos da informaciones precisas,
confirmadas por la arqueología, sobre un patrimonio artístico desgraciadamente
perdido para nosotros.
2. Literatura judeo-helenística. Si este tema general aborda el paso del mundo
helenístico al romano (especialmente el de época imperial), no podía, creemos, faltar
una referencia, aunque sea elemental, a la literatura escrita en griego por autores
judíos, entre los siglos I a.C. y I d.C., muestra, precisamente, de la expansión inicial de
la cultura griega en el Oriente y del posterior contacto y sometimiento al Imperio de
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Roma. La diáspora judía que sigue, en el 136 d.C., a la Segunda Guerra Judeo-
Romana (tras la Rebelión de Bar Kojba, 132-135), conllevará la rápida extinción de
esta producción literaria.
Aunque no pertenece a ninguno de los géneros que nos ocupan, no se puede
hablar de literatura judeo-helenística sin revisar, aunque sea sucintamente, la obra de
Filón de Alejandría (15/10 a.C.-45/50 d.C.), pensador judío, uno de los más
relevantes filósofos del helenismo. Su aportación a la historia del pensamiento resulta
fundamental por el sincretismo de la exegética de tradición judía y del estoicismo de
raigambre helénica, que son armonizados mediante la aplicación de un método
alegórico.
Su obra, bastante prolífica, puede agruparse en: 1) tratados de comentario del
Pentateuco (dedicados a la exposición histórico-exegética de las leyes de Moisés) y
del Génesis (entre los que destacan los 3 libros del Comentario alegórico a las Santas
Leyes); 2) obras de catequesis (conservadas en su traducción armenia y algún
fragmento en griego); 3) obras histórico-apologéticas (en Contra Flaco y Embajada a
Gayo, se nos dan datos biográficos sobre su participación en las protestas ante
Calígula por la persecuciones de judíos en Alejandría); 4) tratados filosóficos (Sobre la
providencia y Sobre la eternidad del mundo son los más relevantes; curioso es el
diálogo con Alejandro Sobre los animales y la existencia de razón en ellos).
Su repercusión, lógicamente, fue mayor en la literatura cristiana griega y latina
que en la literatura propiamente dicha. Sin embargo, el uso, como variante lingüística,
de una koiné literaria, no coloquial, y su recepción de la tradición filosófica griega en
prosa -utilización de la literatura doxográfica, pero también de Platón, de obras
neopitagóricas y de literatura moral de corte cínico y estoico-, a la que incorpora
rasgos de estilo de la cábala hebrea, hacen de éste un autor fundamental de transición
de este subtipo literario.
La tradición religiosa y política judaica, unida a la descripción de los primeros
tiempos del cristianismo, hacen de la obra de Flavio Josefo un testimonio primordial.
Nació en el seno de una familia sacerdotal de Jerusalén, alrededor del año 37,
coincidiendo con la entronización como emperador de Calígula, lo que le permitió
disfrutar de una educación propia de la élite judía que, según nos informa, se
organizaba en torno a tres escuelas-secta: fariseos, saduceos y esenios.
Este mismo perfil biográfico le permitió participar activamente en los
acontecimientos históricos de su tiempo: en el 64 se traslada a Roma para solicitar a
Nerón la liberación de algunos sacerdotes judíos capturados durante las permanentes
revueltas judías contra los romanos; en la del 66 el Sanedrín le asignó la defensa de
Galilea y participó en el sitio de la fortaleza de Jotapata, que cayó tras seis meses de
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asedio, siendo apresado; sin embargo, el entonces general Vespasiano, le perdonó la
vida y Josefo se unió a él, adquiriendo la ciudadanía romana con el nombre de Flavio;
en el 70, como miembro del séquito de Tito, participará en la expedición contra Judea,
interviniendo como mediador entre las partes y siendo testigo, finalmente, de la
destrucción del Templo; tras este episodio, en el 71, se establecerá en Roma hasta su
muerte, en torno al 101, bajo el mandato de Trajano, disfrutando de los privilegios
concedidos a él por el emperador, incluyendo la incorporación del nombre Tito que
antepone al de Flavio.
Como solía suceder en la Antigüedad, es en la etapa de madurez, que coincide
con su traslado definitivo a Roma, en la que compone su obra histórica, que se ve
beneficiada por los dos factores reseñados: la autopsía en los hechos relatados y el
entronque con el mundo grecorromano.
La Guerra judaica, en 7 libros, relata la historia de Israel desde la caída de
Jerusalén tras la conquista de Antíoco IV, en el 164 a.C., hasta la Primera Guerra
Judeo-Romana en el 73 d.C. Fue compuesta originariamente en arameo, que era la
lengua del autor -por entonces su conocimiento del griego debía ser casi inexistente-,
siendo posteriormente traducida al griego por el propio autor, no sin ayuda de eruditos
de dicha lengua (el original arameo no se ha conservado). La obra es más laudatoria
hacia Roma, a la que presenta como víctima de las sectas mesiánicas judías, que
exculpatoria hacia los judíos, a los que, empero, exime de la responsabilidad de la
agitación sectaria.
Hacia el año 93, escribe, en 20 libros, sus Antigüedades judías. Con el objetivo
apologético de demostrar que, frente al griego, el judío es el pueblo más antiguo, se
inspira en el modelo de Dionisio de Halicarnaso, narrando los hechos históricos desde
la creación del mundo -para lo que sigue el Antiguo Testamento- hasta el 66 d.C. -para
la segunda parte, que se inicia con Alejandro, sigue a Polibio, en fuentes griegas, y el
Libro de los Macabeos, para temas hebreos-, fecha de la revuelta antirromana en la
que tomó parte. Debe destacarse, en esta obra, el llamado testimonium Flavianum del
libro XVIII, a saber, la primera cita histórica del nazareno Jesús, al que menciona como
sophós, y de su crucifixión, aunque las sospechas sobre la manipulación de una
interpolación cristiana en esta parte son casi certezas. En cualquier caso, esta
referencia, y su importancia para el cristianismo, resultaría, sin duda, decisiva en la
preservación de su obra en el periodo bizantino y su transmisión en Europa durante la
Edad Media.
En los 2 libros del Contra Apión se dirige a este retor y gramático, quien, en la
línea de otros escritores griegos como Manetón, Queremón o Lisímaco, había atacado
al pueblo judío desacreditándolo. Josefo, utilizando, de nuevo, como argumento de
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autoridad la antigüedad de su pueblo frente al griego, defiende el judaísmo desde el
punto de vista religioso y filosófico.
La Autobiografía, finalmente, se enmarca perfectamente en la línea de este
género, en el que el autor suele incluir una justificación de una actuación personal. En
este caso, Flavio Josefo trata de borrar su pasado de líder rebelde antirromano
durante la sublevación del 67. En todo caso, gracias a esta obra disponemos de
información de primera mano sobre la situación social y económica de la región, así
como del conflictivo panorama de las facciones políticas judías.
En definitiva, debe subrayarse la importancia de un autor no griego desde el
punto de vista estilístico y lingüístico, en el cual constituye un ejemplo temprano de
reacción aticista frente a una koiné devenida ya en lengua popular. Muestra por ello un
clasicismo, propio de la retórica de su tiempo, en el uso de un tono elevado, en la
atención al orden de las palabras y en el cuidado en evitar el hiato.
3. La historiografía. Frente a la debacle que experimentará la transmisión de la
historiografía de época helenística -en la que debería ser incluida también la
producción correspondiente al periodo republicano romano, tras la constitución de
Grecia como provincia en el 146 a.C.-, la historiografía de época imperial es mucho
más extensa, no sólo porque abarque un periodo cercano a los cinco siglos, sino
también por la mayor fortuna de la que sus obras disfrutaron en la apreciación de los
siglos venideros, hasta el punto de que pueda hablarse de una “continuidad” apenas
interrumpida. Asimismo, aunque resulte atrevido tratar de sintetizar en una definición
un periodo tan dilatado, esta producción presenta un rasgo distintivo casi común a
toda ella: integrada totalmente Grecia en el discurrir del Imperio, los historiadores que
cultivan el género en griego, oriundos en su mayoría de Oriente -lo que muestra bien a
las claras los frutos perennes del helenismo-, centran su mirada en la nueva
oikouméne, cuyas orillas baña el Mare Nostrum. Un ente político cuyo centro
neurálgico indiscutible se encuentra definitivamente en Roma, tanto en el ámbito
político como en el cultural. Así, las obras de estos autores, unen una mirada de
reconocimiento a la grandeza del imperio, analizando, con espíritu anticuario, los
antecedentes que explican la llegada de Roma al cénit de su poder, con una no
disimulada nostalgia por el pasado glorioso de Grecia, prácticamente perdido en su
vertiente política, en su solar europeo, si bien con un prestigio inalterado desde el
punto de vista cultural.
Lucio Flavio Arriano nació (c. 90 d.C.) en la ciudad bitinia de Nicomedia, en el
seno de una familia acaudalada e influyente en la jerarquía romana. No sorprende, por
ello, que entre el 131 y el 137 gobernara la provincia de Capadocia como legatus de
Augusto (desempeñó también el cargo de procónsul de la Hispania Bética y el de
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arconte en Atenas, en donde pasó la última parte de su vida). Dicho cargo iba a ser
determinante en su obra literaria, pues le servirá de base para la redacción de su
Periplo del Ponto Euxino -un informe, dedicado a Adriano, con un recorrido desde
Trapezunte hasta Dioscurias, que debió ser escrito primero en latín- y de su Defensa
contra los alanos -en la que nos explica la estrategia militar aplicada-, obra que, a su
vez, iba a servirle de utilidad en la redacción de su Táctica -un tratado de inspiración
helenística, muy influenciado en sus descripciones por el de Eliano Táctico, pero
aplicado, en su segunda parte, a la caballería del ejército romano-.
Prosiguiendo con su trayectoria personal, otro dato que debe mencionarse es
el haber recibido el magisterio de Epicteto. Las notas que tomó darían lugar a 8 libros
de disertaciones o Diatribas -de los que se conservan los 4 primeros-. Otras obras que
reproducen las doctrinas recibidas del pensador son un Manual (Encheirídion) y los 12
libros de Homilías, que pudieron englobar los citados 8 de diatribas más 4 de iniciación
a la filosofía. Conservamos, además, fragmentos de sus tratados Sobre el cielo y
Sobre los cometas, títulos indicativos de su interés por la filosofía natural. En suma, no
sorprende que entre sus contemporáneos fuera considerado filósofo más que
historiador.
El año 137 supone un giro en su vida al abandonar Capadocia e instalarse en
Atenas como Arconte epónimo, cargo que, al tiempo que le aleja de obligaciones
políticas de envergadura, le permitirá disfrutar de tiempo más que suficiente -y en un
marco como el ateniense, revitalizado con la biblioteca de Adriano- para la redacción
de sus obras hasta su muerte en el 175 d.C.
De esta etapa de madurez surgirán las obras más propiamente historiográficas,
con el Cinegético como primer trabajo. Y es que Arriano, en tanto que historiador
militar, había seguido la estela de Jenofonte (hasta el punto de ganarse su nombre
como apodo), pues admiraba el modelo de soldado-historiador del ateniense,
caracterizado por su estilo breve y conciso. Con él compartirá también en este
opúsculo su afición por los perros de caza y por los caballos.
Un nuevo homenaje a Jenofonte -aunque los modelos historiográficos de
Heródoto y Tucídides son igualmente identificables- es su Anábasis de Alejandro,
cuyos 7 libros nos han llegado felizmente completos. En todo caso, esta obra tiene una
importancia capital en la medida en que ha manejado fuentes de uno de los apartados
más cercenados por la transmisión, cual es el de los historiadores helenísticos, en
general, y los de Alejandro, en particular. Así, en el Prefacio, nos informa de haber
utilizado fuentes de primer orden: a Ptolomeo quien, a su vez, obtuvo la información de
Aristobulo y de Éumenes de Cardia, secretario de Alejandro. Pero además cita a
Nearco, Eratóstenes y Megástenes, que serán las fuentes principales de la Historia de
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la India, presentada por el propio autor (Anab. V 5.1 y 6.7) como un apéndice de la
Anábasis. Y es que, si bien en ocasiones nos confirma datos mediante autopsía, el
peso de las fuentes escritas es abrumador. En ambos casos, Arriano, de acuerdo con
el espíritu de la obra, trata de emular los modelos de una época clásica idealizada:
desde la redacción en jonio, como tributo a Heródoto, de la Indiké, hasta la intención
de emular la marcha de Jenofonte con los Diez Mil, para celebrar debidamente las
hazañas de Alejandro. Prueba de la importancia que el autor daba a este periodo
histórico lo es la redacción, en 10 libros, de una Historia posterior a Alejandro relativa
al periodo de los diádocos, de la que sólo conservamos fragmentos y los resúmenes
de la Biblioteca de Focio. Según el resumen de Focio, terminaba con el retorno de
Antípatro a Macedonia en el 321 a.C.
Otros títulos perdidos de su producción, de los que sólo conservamos
fragmentos, fueron una Historia de Bitinia (Bythyniká), historia de su patria en 8 libros,
desde sus orígenes hasta el 74 a.C.; una Historia de los partos en 17 libros, cuyo
relato principal debía referirse a las campañas de Trajano contra ese pueblo;
finalmente, sólo nos queda el título de dos biografías sobre Dión y Timoleón cuyo
modelo podría acercarse al Agesilao de Jenofonte, sin que pueda excluirse el de
biografías políticas helenísticas perdidas.
En resumen, resulta meritorio, en el caso de Arriano, su doble perfil como
pensador e historiador que, en definitiva, refleja su capacidad de aunar los conceptos
teóricos con su aplicación práctica, de unir lo griego con lo romano, como
correspondía a un intelectual de su tiempo con responsabilidades en el Imperio.
Aunque en el Prólogo (16) de su Romaiké historía el mismo Apiano se refiere a
datos biográficos anotados en otro lugar, no tenemos certezas al respecto. Ello,
empero, podría situarse su trayectoria vital entre el 95 d.C., con nacimiento, según
indica en el citado pasaje, en Alejandría -en donde desempeñó puestos al servicio de
Antonio Pío-, y el 165 d.C., teniendo en cuenta que sitúa las fronteras del imperio en el
Éufrates, tal como quedarán tras la guerra contra los partos (iniciada en el 162). En
todo caso, se trata de un autor más perteneciente a ese fecundo periodo cultural que
discurre en paralelo a la estabilidad que dieron al Imperio el reinado de los Antoninos y
que, en el caso de este autor, van de Trajano a Marco Aurelio. Dicho contexto, unido a
las posibilidades de acceso a documentos imperiales, que le permitía su condición de
alto funcionario imperial -fue nombrado procurador por Antonio Pío-, resultará
determinante en su producción.
En la línea de las historias universales y de la general mirada a los orígenes
míticos de Roma, propia de la época imperial, Apiano escribió, en 24 libros, una
Historia romana que abarca, desde la llegada de Eneas a Italia, hasta el año 35 a.C.
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(final del segundo triunvirato y comienzo de la Tercera Guerra Civil, que llevará a la
victoria a Octavio y su investidura como emperador en el año 30). Si bien sólo
conservamos el citado Prólogo, el libro VI (Hispania), el VII (Aníbal), la primera parte
del VIII (Cartago), la segunda del IX (Iliria), XI (Siria), XII (Mitrídates) y 5 libros de las
Guerras Civiles sin poder determinar su lugar en la secuencia (frente a Focio que
habla de 9, del XIII al XXI), junto con los libros perdidos, podemos reconstruir la
siguiente disposición: I (Basiliké), II (Italiké) y III (Samnitiké), sobre las dinastías y
pueblos itálicos; sigue con de los pueblos exteriores y narra las guerras que entablaron
los romanos con ellos en el IV (Keltiké), V (Sikeliké y Nesiotiké), VI (Iberiké), VII
(Anibaliké), VIII (Libyké), IX (Makedoniké e Illiriké), X (Helleniké y Ioniké), XI (Siriaké y
Parthiké) y XII (Mithridáteios); seguirían los ya referidos libros concernientes a las
Guerras Civiles, para finalizar con los dedicados a la historia de Egipto, su tierra de
origen (XXII-XXIV).
En cuanto a los 5 libros -según el propio Apiano- relativos a los conflictos en
tiempos de la República romana, éstos presentan una perspectiva muy particular
frente al resto de la obra (no es extraño ver traducciones bajo el título de Guerras
Civiles, como si de una obra independiente se tratara). Destaca en ellos una atención
prioritaria a los asuntos políticos desde una perspectiva moralizante, muy propia de las
corrientes intelectuales de la época, barnizadas de estoicismo, conducente a la idea
de haber hallado en la monarquía el modelo de gobierno ideal que explica el bienestar
contemporáneo. En cuanto a su contenido, el primero se ocupa de la Guerra Social y
de las luchas entre Mario y Sila, el segundo, del enfrentamiento entre Pompeyo y Julio
César, el tercero y el cuarto narran en detalle los acontecimientos subsiguientes al
asesinato de César, con el castigo de Casio y Bruto, como punto culminante, en el
cuarto, y, finalmente, el quinto se ocupa de la rivalidad entre Marco Antonio y Octavio,
hasta concluir con la captura de Sexto Pompeyo en el año 35 a.C. Los
acontecimientos posteriores, que culminarán en la batalla de Accio, en el año 31, con
el resultado del final de la dinastía egipcia, formaría parte de la etapa egipcia de la
obra, que no se nos ha conservado. No es de extrañar que esa perspectiva de
atención al devenir histórico-político y a los factores económico-sociales hiciera de las
Guerras Civiles una obra particularmente apreciada por Marx y Engels, y por la
historiografía marxista, en general.
En el resto de la obra, pese a la pérdida de su mayor parte, predominaría el
criterio etnográfico, algo que es rasgo muy común en la prosa narrativa de este
periodo. A este respecto, se consideraba que dichos rasgos, junto al marco geográfico,
resultaban imprescindibles para comprender el devenir histórico de un periodo de
tiempo tan amplio y las empresas realizadas por Roma sobre esos pueblos. En efecto,
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podemos hablar también de una óptica filorromana, en la medida en que el autor
considera que tales pueblos han sido sometidos por su debilidad o decadencia. Así,
aunque puede encontrarse algún personaje paradigmático bárbaro, como el Viriato del
libro VI -en esa línea de retrato de figuras con un ethos parangonable-, finalmente es
Roma, la gobernada por la dinastía Antonina, el modelo de referencia.
Una obra de esta magnitud, y perteneciente a una época ya muy avanzada de
la Antigüedad, también merece especial atención desde el punto de vista de sus
fuentes de referencia que, como en el caso de Polibio, una de las principales, permite
suplir muchas partes perdidas de éste. No obstante, buena parte de la crítica asigna
un papel más preponderante a las fuentes romanas, sobre todo a Asinio Polión,
aunque también a Livio y la Analística del siglo I a.C. (además de Salustio, Celio
Antípatro o Julio César), que a las griegas (Jerónimo de Cardia y Diodoro).
Una última información resulta pertinente para subrayar que, pese a la
tendencia predominante en las corrientes intelectuales y literarias de ese momento,
desde el punto de vista del estilo y de la lengua, se encuentra más próximo a la koiné
que al aticismo, con una importante presencia de latinismos que podrían considerarse
ya incorporados a la lengua griega.
Natural de la región de Bitinia -en concreto, de la ciudad de Nicea- como
Arriano, Casio Dión Cocceyano nació (c. 155/164 d.C.) en el seno de una familia de
tradición senatorial -su padre Casio Aproniano llegó a ser senador, cónsul y
gobernador de Licia-Panfilia, Cilicia y Dalmacia-, lo que le permitió desarrollar una
importante carrera política, llegando a ser senador en fecha sin concretar -aunque en
el 180 podemos situarlo ya en Roma-. En el 194 Pértinax lo nombra pretor. Gozó
además del favor del emperador Septimio Severo, a quien le compuso un librito en el
que describía unos sueños vaticinadores de su futura grandeza. Esta primera etapa de
su vida favorece el asentamiento de su formación intelectual, gracias a su relación con
Filisco, un sofista tesalio, con Filóstrato o con el círculo filosófico de Julia Domna, la
esposa del emperador. En lo sucesivo, su vida transcurrirá en el primer plano de la
política romana: acompañando a Caracala en su expedición a Oriente en el 216; en
torno al 217 reside en Roma, siendo nombrado curator de Pérgamo y Esmirna por
Macrino, cargo que mantiene incluso en el breve reinado de Heliogábalo; finalmente,
en el 229 llegará a ser, incluso, colega de Alejandro Severo. Aconsejado por el propio
emperador, en el 235 se retira de la vida pública a su Nicea natal, en donde culminará
su Historia romana.
Dicha obra será un perfecto reflejo de su tiempo. Así, a diferencia de los
historiadores cuya producción se sitúa en el periodo de los “Cinco Buenos
Emperadores” de la dinastía de los Antoninos, a Dión le tocó vivir una época
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turbulenta, caracterizada por la tiranía de los emperadores y la ascensión al trono de
una serie de simples arribistas -en la campaña en Panonia tendrá que enfrentarse
incluso a la indisciplina militar-. Todas esas experiencias serán evocadas en la
narración de los hechos de su propia época que se proyectan claramente en su visión
de los tiempos pretéritos. A este fin, su Historia, se remonta a los orígenes de la
ciudad hasta llegar a un contemporáneo 229 d.C. Aunque de la enorme cifra de 80
libros que alcanzaba hemos perdido sus dos terceras partes (los libros XXXVI-LX, que
comprenden los años 69 a.C.-46 d.C., y parcialmente LXXIX-LXXX, desde la muerte
de Caracala al reinado de Heliogábalo), podemos saber que se organizaba en
décadas, las cuales, a su vez, seguían el método analístico propio de la tradición
romana, con inclusión del nombre de los cónsules año a año. No obstante, entre la
crítica existen dudas de que mantuviera ese orden sin excepción y, de hecho, en
LXXX 1.2, al comenzar el relato del reinado de Alejandro Severo, advierte que no
seguirá el orden exhaustivo mantenido hasta entonces. Es más, de acuerdo con el
propio autor también (LIII 19 y LXXI 36), parece que la obra distinguía dos partes bien
definidas, coincidiendo lo que, para él, era el momento clave de la historia romana: un
primer bloque, de 50 libros, relativo a la etapa de los Reyes fundacionales y la
República, y los 30 restantes para el Imperio, cuya génesis hacía coincidir con la
batalla de Accio. En general, la óptica de Dión es la de un senador y su obra se
encamina a legitimar el liderazgo de Roma, con cuyas tradiciones e instituciones se
identifica sin ambages. Sin embargo, es innegable su vinculación con la tradición
griega, en cuya lengua escribe.
Por lo que respecta a las fuentes manejadas, puede aceptarse un seguimiento
prioritario de los Anales para los primeros seis siglos, y de Livio, en particular, y Tácito
para el resto, desde el libro XXXVI, aunque no parece lógico reducir a tan pocas
fuentes una obra monumental sin pensar en autores como Salustio o Arriano, a los
que alude en algún caso (como a Delio, Asinio Polión y Josefo). En cualquier caso, las
referencias superficiales a documentos e inscripciones -que pudo haber manejado de
primera mano-, el manejo de las fuentes sin contrastar y el guiarse por su opinión
personal más que por un método historiográfico, además de dejarse llevar por un
colorido emocional de corte retórico, hacen de esta obra un ejemplo más de la
historiografía trágica. En su descargo, hay que reseñar una consideración de la
dignidad de la historia que, salvando las distancias, remite a Polibio.
Además, el aprecio del que será objeto en siglos venideros hace que podamos
recuperar o, al menos, reconstruir partes perdidas. En primer lugar, los excerpta
Constantiniana, organizados por temas del tipo De virtutibus et vitiis, De sententiis y
De legationibus; a continuación, el Epítome de los libros XXXV-LXXX, realizado por el
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monje Xifilino, de gran utilidad para los últimos libros de Casio Dión; en tercer lugar, el
Epítome de Juan Zonaras en el siglo XII, quien, en su historia desde la creación hasta
la muerte del emperador bizantino Alejo Comneno en 1118, se sirve de los libros VII-
IX, relativos a la historia de Roma desde la llegada de Eneas hasta la destrucción de
Corinto en el 146 a.C.
Como en el caso de la mayoría de los autores de este periodo su lengua se
inscribe claramente en la corriente aticista, hasta el punto de indicarnos la lectura de
autores de este movimiento para perfeccionar su estilo (LV 12). Ya se ha hablado de la
importancia de la retórica, en particular en el uso de antítesis. Sin embargo, su
admiración por Tucídides hará que, como en los demás autores, los modelos áticos les
arrastren a reincorporar elementos de la koiné, claramente apuntados en la Atenas del
siglo V a. C.
A pesar de la gran pobreza de datos sobre Herodiano, gracias a su Historia del
Imperio romano después de Marco Aurelio, podemos situar su ciclo vital entre el 189 y
el 238 d.C. El panorama tan sombrío que nos da de la política del imperio, mucho
mayor que el de Casio Dión, aconsejaría pensar en algunas décadas después. Por
ejemplo, que su obra fuera publicada hacia el 250-3, tras la muerte de Gordiano III, sin
poder precisar la fecha de su muerte. Por lo que respecta a su lugar de procedencia,
las información es, si cabe menor. Sabemos que no era itálico de nacimiento por su
propia información (II 11.8), y que su lengua era el griego, por lo que hay que pensar
en la parte oriental del Imperio. La tendencia mayoritaria de la crítica ha sido ubicarlo,
por su nombre y algunas referencia detalladas, en algún lugar de Siria, aunque otra
parte se decanta por Asia Menor, tan fecunda en escritores en lengua griega.
En cuanto a los 8 libros de su obra, conservados afortunadamente en su
totalidad, debe destacarse su atención a un periodo contemporáneo, frente a los
testimonios previamente estudiados. El propio autor advierte (I 1.5) que se va a ocupar
de un periodo de setenta años marcado por el número de emperadores y la
consiguiente inestabilidad del Imperio. De ahí el contraste con la figura de Marco
Aurelio que, ya en el título, domina toda su obra como modelo idealizado de monarca
benévolo, frente a la mezquindad de quienes le sucedieron -en particular la de su hijo
Cómodo-, destacándose, más incluso que sus campañas militares, su amor por la
cultura y la práctica de la virtud. A él vuelve constantemente para reafirmarse en su
análisis de los errores que cometieron sus sucesores.
Frente a otros casos en los que no tenemos la certeza de que la división de la
obra fuera la del propio autor, en la de Herodiano podemos estar seguros de ello. El
libro I se ocupa del mandato de Cómodo; el II de Pértinax y Didio Juliano; Septimio
Severo ocupa parte del II y el III; el IV trata de los de Geta y Caracala; el V de
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Heliogábalo; el VI de Alejandro Severo; el VII, parcialmente, y el VIII relatan el agitado
año 238 que llegará a conocer seis emperadores: Maximino, Gordiano I, Gordiano II,
Pupiano, Balbino y Gordiano III.
En relación con las fuentes seguidas, al tratarse de una obra que narra sucesos
contemporáneos, el apartado documental, de consulta directa, debió ser importante,
aunque no puede precisarse cuáles: se habla de escritos del mismo Marco Aurelio, la
Autobiografía de Septimio Severo, de Verrio Flaco y su resumen de Sexto Pompeyo
para las digresiones eruditas, aunque, en particular, puede hablarse de una
dependencia de Casio Dión, generalmente admitida, con quien coincide en noticias
ignoradas en otros testimonios, en similitudes lingüísticas y textuales, aunque no son
pocas las discrepancias. En general, la comparación entre ambos autores suele
favorecer a este último, achacándose a Herodiano un relato superficial.
Finalmente, debe apuntarse que la obra de Herodiano se enmarca, como la de
los otros autores tratados, en el tipo de narración histórica predominante en la época:
imitación de los modelos clásicos, uso de sentencias moralizantes e influencia nítida
de la retórica. Igualmente, presta una mayor atención a los caracteres y a la tipificación
del perfil de los individuos que al análisis profundo de las causas políticas que están
detrás del devenir histórico. De hecho, llama la atención la admiración e imitación del
estilo tucidídeo -en particular los procedimientos estilísticos de la repetición- entre
estos historiadores, cuando su método está totalmente alejado del rigor metodológico
y de la causalidad del historiador ateniense.
Publio Herenio Dexipo es uno de los pocos autores naturales de Grecia que
pueda encontrarse entre los historiadores del periodo imperial. Natural, además, de
Atenas, podemos saber, a través de él, de las vicisitudes de la otrora gloriosa escuela
de la Hélade, entre los años 210 y 270/5 d.C. de vida de Herenio: de la vida religiosa,
como sacerdote de la saga eleusina de los Cérices, arconte epónimo y agonoteta de
las Grandes Panateneas, así como de la política, organizando la defensa de la ciudad
frente a una invasión de los hérulos, por lo que se le erigió una estatua de cuya base
conservamos la inscripción (IG III 716).
En cuanto a su obra histórica, de la que sólo conservamos fragmentos
(Historici Graeci Minores, Dindorf, 1870, p. 165), Focio cita tres trabajos: una Historia
de los sucesos después de Alejandro en 4 libros; una Abreviación histórica de los
principales sucesos desde los primeros tiempos hasta el reinado de Claudio el Gótico
(270); y una Historia de los escitas. Sobre esta información, los críticos opinan que el
primer título no es sino un resumen de la obra de Arriano del mismo título. En cuanto
al segundo, se identifica con su obra más importante, la Crónica (Chroniké historía), en
12 libros, citada con frecuencia por Eunapio, que se organizaba bajo el criterio
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cronológico de los arcontes atenienses, incluso para periodos en los que no existía
dicha magistratura, y de los cónsules romanos. Finalmente, la tercera obra (Skythiká)
narraba la invasión de los godos desde el 238 hasta los 70 de la centuria. La
comparación que hace Focio de este autor con la sobriedad, adorno y dignidad de
Tucídides parece un tanto exagerada por los fragmentos conservados.
Ya hemos citado a Eunapio de Sardes como continuador de Dexipo en la
segunda mitad del siglo IV y primeros años del V, aunque su producción filosófica
tiene el mismo peso que la historiográfica. Y en ello tuvo mucho que ver, sin duda, su
marcha a Atenas para estudiar retórica en la escuela del sofista Proheresio, por tanto,
tras la muerte del emperador Juliano en el 363, porque éste había prohibido la
enseñanza a ese sofista cristiano. Cuando cinco años después de su marcha regresa
a su ciudad natal continúa sus estudios retóricos y filosóficos de la mano de Crisantio.
De la fecha de su muerte sólo disponemos de la fecha del 404, terminus ante quem de
su obra histórica -algunos estudiosos proponen prolongar su existencia hasta después
del acceso efectivo al trono del joven emperador Teodosio II en el 416-.
Ciertamente, de su obra histórica ni siquiera conservamos el título. Sin
embargo, además de algunos fragmentos (Müller, FHG IV 7-56 y Dindorf, HGM I 207-
274), contamos con los excerpta De Sententiis y De Legationibus que han preservado
la obra casi en su totalidad. Sabemos también por Focio que constaba de 14 libros que
comenzaban, en el año 270, con el reinado de Claudio y alcanzaban el 404 con el de
los hijos de Teodosio, Honorio y Arcadio. Aunque podría pensarse que, dada esta
voluntad de continuidad, mantenía el esquema de Crónica de su predecesor, rechaza
su afán cronológico en la ordenación de los hechos, ya sea por olimpiadas, cónsules y
arcontes. En realidad, se trataría de una sucesión temporal dentro de cada reinado.
Por otra parte, su formación sofística se trasluce en un afán edificante y moralista que
concibe su obra como una paideia griega, extraída del comportamiento de los
protagonistas ante los acontecimientos que les tocó vivir, entre los que destaca al
emperador Juliano. Quizás este hecho explique la supuesta hostilidad del autor hacia
el cristianismo, hasta el punto de que Focio editara una nueva versión de su obra
omitiendo los pasajes más ofensivos hacia los cristianos.
Sus Vidas de filósofos y sofistas contemporáneos, de adscripción netamente
neoplatónica, rinden tributo, a través de la biografía de 23 filósofos, a la cultura y
pensamiento de la segunda mitad del siglo IV, en suma, a la misma paideia griega
proyectada en su obra histórica, de la que forma parte la religión pagana como
elemento primordial. En la medida en que conservamos el original podemos ver cómo
su crítica es más al sectarismo de algunos sectores cristianos que a sus pensadores,
alguno de los cuales, como Proheresio, fueron maestros suyos, como ya hemos
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señalado. También gracias a esta obra podemos apreciar su proximidad a la koiné, si
bien aderezada con jonismos y aticismos.
Natural de la Tebas egipcia, Olimpiodoro es un autor del que tenemos noticias
escasas salvo su misión ante los hunos en el 412 y una probable proximidad al
emperador Teodosio II a quien dedicó su obra. También sabemos de su estancia en
Atenas, lo que le permitió conocer a intelectuales como el sofista Filtacio o al
neoplatónico Hierocles, si bien suele considerársele cercano a la filosofía peripatética.
También como Eunapio se mostrará como un defensor del paganismo. De regreso a
Tebas se dedica a la investigación histórica, como la que lleva a cabo sobre los
blemios (Blemmyomachía), un pueblo vecino a Egipto -no se conserva-. También se
conjetura una estancia en Roma para la coronación de Valentiniano III en el 425,
teniendo en cuenta las informaciones sobre su amistad con Placidia, madre del
emperador. Así pues, su trayectoria vital suele situarse entre el 378/80 y el 425, como
terminus post quem para la fecha de su muerte.
En cuanto a los 22 libros de su Historia, de la que sólo conservamos
fragmentos (Müller, FHG IV 57-68), los resúmenes de Focio y su presencia en la obra
de Zósimo, sabemos que comenzaba en el 407, en el séptimo consulado de Honorio, y
se prolongaba hasta el 425, con la proclamación como emperador de Valentiniano. Era
pues una fuente primordial para el estudio de las invasiones de los bárbaros en la
Galia, en el 407, la de las provincias hispanas, en el 409, o los ataques de Alarico
sobre Roma. En todo caso, se debió tratar de una obra muy bien documentada gracias
a su cercanía a Placidia, protagonista de importantes acontecimientos narrados.
Finalmente, nada podemos decir sobre su lengua y estilo teniendo en cuenta los
juicios contradictorios de Focio, aunque su propia consideración como poeta no se
compadece con las referencias de éste a su vulgaridad.
Si en el análisis de estos últimos autores hemos recurrido, con frecuencia, a
Focio, en el caso de Zósimo, además de su propia obra, es, en la práctica, la única
información disponible. Así pues, demos por cierta la información de su condición
noble, de amplia cultura literaria, según se desprende de su Historia, y que, al margen
de su lugar de nacimiento, debió residir, aunque fuese un tiempo, en la capital
bizantina, dadas las pormenorizadas descripciones de Constantinopla. En cuanto al
tiempo en el que vivió, únicamente podemos regirnos por los límites cronológicos de
su obra, que debió ser escrita entre el 425 y el 518. En todo caso, la segunda mitad
del siglo V d.C. es un marco temporal seguro, siendo testigo de la descomposición del
Imperio romano -el saqueo de Roma por Alarico en el 410 marca el punto de inflexión-
cuya causa atribuirá al rechazo de los dioses paganos por un cristianismo, pletórico en
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lo político, pero enemistado e intransigente con una buena parte de los intelectuales
de estas décadas cambiantes.
Como ya hemos dicho, compuso una Historia Nueva en 6 libros, que narran los
acontecimientos comprendidos entre el comienzo del Imperio con Augusto hasta el
citado saqueo de Roma, lo cual da idea de su visión de conjunto en el devenir
histórico. Lógicamente, el relato será más detallado a medida que nos acerquemos en
el tiempo a su época. Así, mientras el libro I trata el amplio periodo que va de Augusto
a Diocleciano, al resto dedica los otros cinco: libro II, sobre el reinado de Constantino,
que Zósimo aprovecha para atacar al cristianismo (capítulos 29-38), recordando la
conversión interesada y oportunista de aquél; libro III, sobre el reinado de Juliano, a
quien dedica gran atención, en su arriesgado intento de revertir el giro dado por
Constantino -poniendo fin a la criminal persecución de paganos de su sucesor
Constancio- y Valentiniano I; el libro IV sigue con el reinado de Valentiniano y finaliza
con la muerte de Teodosio; el libro V comprende los años 396-409; y el VI y último,
que parece menos elaborado, se ocupa de los acontecimientos en Occidente hasta el
saqueo de Roma en el 410.
Además de la información que nos da como obra histórica, su aportación
resulta útil desde el punto de vista de las fuentes utilizadas que, en algunos casos, nos
han llegado sólo en parte o, incluso, de manera fragmentaria. Al respecto, parece que
para el periodo 238-270, usó aparentemente a Dexipo; a Eunapio, para los
acontecimientos entre el 270 y el 404; y a Olimpiodoro para los posteriores al 407.
Otras fuentes propuestas como Casio Dión, Herodiano, Juliano o Libanio no son
seguras, a pesar de la proximidad de sus relatos a los hechos tratados por Zósimo.
Nos parece más importante, empero, destacar, en una época ya casi fuera del tiempo
de la gran cultura greco-romana, su inspiración en modelos prístinos como Heródoto,
en su concepción teológica de la historia, o como Polibio, de quien se siente
complementario: aquél narró el nacimiento de un imperio, él su decadencia y extinción.
Aunque algunos manuales excluyan un estudio mínimo de su obra -la
monografía de Lendle, por ejemplo, reza en su subtítulo “von Hekataios bis Zosimus”;
Lesky cierra “la serie” con Hesiquio Ilusorio de Mileto (FGH 390), autor de una crónica
desde Bel de Babilonia hasta Justiniano-, nos sumamos a quienes consideran a
Procopio de Cesarea el último historiador que escribió en griego clásico (con
Tucídides como modelo), por encima de la cronología historicista, que establece la
frontera en el comienzo del siglo VI. En este sentido, él será consciente de escribir en
una lengua literaria, hasta el punto de explicar las formas demóticas que emplea.
Aunque no es mucha la información biográfica, este autor, procedente de
Palestina, gozó de una posición de privilegio en Constantinopla, de la que llegó a ser
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prefecto en el 562. En efecto, llegaría a ocupar cargos destacados, como el de
consejero del brillante general Belisario, a quien acompañó en alguna de las
campañas de reconquista del Imperio de Occidente bajo el reinado de Justiniano -
estará presente en la conquista de Rávena, capital de los godos, en el 538-.
En cuanto a su obra, bien conservada, contamos con los ocho libros acerca de
las guerras libradas por Justiniano -de ahí el título de Historia de las guerras-, con
persas, vándalos y godos, Sobre los edificios un panegírico sobre las numerosas
obras públicas realizadas por el emperador, y una Historia secreta, en la que afirma
incluir todos los escándalos que no pudo consignar en sus obras oficiales. Si en las
anteriores, Justiniano es presentado como el prototipo de gobernante cristiano, en este
curioso anecdotario, sin embargo, la censura al emperador, a su influyente esposa
Teodora -a la que tacha de pornográfica y amante de las orgías; de hecho fue meretriz
antes que emperatriz-, e incluso a su antiguo amigo Belisario y su esposa Antonina, es
tan despiadada que se ha llegado a dudar de su autoría. Aunque, más bien se puede
pensar en una puesta en circulación tardía, cuando, tras su muerte, el autor no corriera
peligro. De hecho, no se editó hasta 1623, cuando fue descubierta en la Biblioteca
Vaticana.
4.- Prosa pseudohistoriográfica. Además de los historiadores propiamente dichos,
debemos prestar una mínima atención a una serie de autores cuya producción literaria
se sitúa, cuando menos, próxima al género historiográfico, en especial, en el manejo
de fuentes pertenecientes a éste. Sin embargo, si en buena parte de la historiografía
helenística e imperial subrayamos sus excesos retoricistas, en el caso de estos
autores debe añadirse la total heterodoxia en el relato de los hechos y un alejamiento
del método histórico que casi recomendaría su exclusión de este episodio. En todo
caso, para el historiador acaban siendo útiles para, en muchos casos, constatar la
falsedad de una información confirmada en sus testimonios.
Podemos establecer un primer grupo de autores, que tendrían en común su
vinculación al subgénero de los tratados militares: Onasandro, contemporáneo del
emperador Claudio, con su Estrategia al servicio del comandante; de época de
Trajano, las Tácticas de Eliano; y, finalmente, Polieno, con sus 8 libros de
Estratagemas, dedicadas a los emperadores Lucio Vero y Marco Aurelio, que, salvo en
su título, resultan un manual muy alejado de los principios del género y más cercano a
la mera narración de curiosidades, en este caso militares. En este sentido, debe
subrayarse, en general, el alejamiento de estos autores del modelo primigenio
establecido por Eneas el Táctico, muy próximo a la historiografía de los siglos V y IV
a.C. y caracterizado por la ausencia de un colorido emocional propio de las technai.
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Todavía es menor el rigor de autores como Flegón de Trales (FGH II B 257),
en Lidia, liberto del emperador Adriano que nos legó obras de carácter
paradoxográfico, como en Sobre prodigios y hombres longevos, un tratado sobre
personajes centenarios, y otro De las cosas maravillosas, un compendio de hechos
extraordinarios y fabulosos. Mayor rigor se puede encontrar en la parte que
conservamos (hasta el III 12) de los 14 libros de las Historias varias -recopilación de
anécdotas biográficas, máximas y descripciones de maravillas naturales o costumbres
locales sorprendentes- y en los 17 Sobre la naturaleza de los animales -historias
breves de carácter alegórico con contenido moralizante- de Claudio Eliano (175-238
d.C.), uno de los representantes más puros del movimiento aticista. Finalmente,
podríamos hablar de un grupo de autores, cuyas obras recopilatorias han resultado
trascendentales por la información que nos transmiten de obras perdidas: tal es el
caso del ejemplo tardío del subgénero simposíaco del Banquete de los sofistas de
Ateneo de Naúcratis (c. 200 d.C.), que probablemente en 30 libros -de los que
conservamos 15-, incorporaba a las conversaciones de los sympótai cuestiones de
filosofía, literatura, derecho o medicina que nos han permitido conservar referencias a
unos 1.250 autores, al título de más de 1.000 obras teatrales, anotando más de 10.000
versos; importante para completar nuestras lagunas en filosofía griega es, sin duda, la
Colección de vidas y opiniones de los filósofos de Diógenes Laercio, quien, en el
siglo III d.C., recogió biografías, doctrinas sumarias y fragmentos de la filosofía griega
desde los presocráticos hasta Sexto Empírico (divide la obra en dos partes: una
dedicada a la escuela que llama jónica, desde Anaximandro hasta Teofrasto y Crisipo,
y otra a la italiana, que va de Pitágoras a Epicuro, pasando por los eleatas y los
escépticos); finalmente, a caballo ya entre los siglos V y VI, el doxógrafo neoplatónico
Juan Estobeo escribió una Antología, en 4 libros, que, desde una perspectiva moral y
filosófica, contiene un auténtico florilegio de pasajes de poetas y prosistas de unos
quinientos autores de la Antigüedad de impagable valor.
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5. Bibliografía.
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A., Madrid: Gredos, 1985.
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traducción GUZMÁN GUERRA, A., Madrid: Gredos, 1982.
Ateneo de Náucratis. Banquete de los eruditos, 4 vols., introducción, traducción y
notas de RODRÍGUEZ-NORIEGA GUILLÉN, L., Madrid: Gredos, 1998-2006.
Casio Dión. Historia romana, vol. I (libros I-XXXV, fragmentos), PLÁCIDO, D., vol. II
(libros XXXVI-XLV), CANDAU MORÓN, J. M.-PUERTAS, M. L. Madrid, Gredos, 2004.
Claudio Eliano. Historias curiosas, introducción, traducción y notas de CORTÉS
COPETE, J. M., Madrid: Gredos, 2006.
Claudio Eliano. Historia de los animales, 2 vols., introducción, traducción y notas de
DÍAZ-REGAÑÓN, J. M., Madrid: Gredos, 1984.
Claudio Ptolomeo. Descripción geográfica del estado actual de las regiones, en la
geografía de Claudio Ptolomeo Alejandrino por Miguel Vilanovano (Miguel Servet)
precedidas de una biografía del autor y traducidas del Latín por el Dr. José GOYANES
CAPDEPVILLA, Madrid: Imprenta y Encuadernación de Julio Cosano, 1932.
Claudio Ptolomeo. Las hipótesis de los planetas, introducción y notas de PÉREZ
SEDEÑO, E., Madrid: Alianza ed., 1987.
Claudio Ptolomeo. Tetrabiblos o Quadripartitum, traducción y notas de SANTOS, D.,
Madrid: Barath ed., 1987.
Diogenes Laercio. Vidas de filósofos, prólogo, traducción y notas por ORTIZ y SAINZ,
J., Barcelona: Iberia, 1986.
Diógenes Laercio. Vidas y opiniones de los filósofos ilustres, introducción, traduccción,
y notas de GARCÍA GUAL, C., Madrid: Alianza Ed., 2008.
Estrabón. Geografía, Madrid, Gredos: vol. I, introducción general GARCÍA BLANCO,
J., traducción GARCÍA BLANCO, J.-GARCÍA RAMÓN, J. L. (libros I-II), 1991; vol. II,
MEANA, M. J.-PIÑERO, F. (III-IV), 1992; vol. III, VELA TEJADA, J.-GRACIA ARTAL, J.
(V-VII), 2001; vol. IV, TORRES ESBARRANCH, J. J. (VIII-X), 2001; vol. V, DE HOZ
GARCÍA-BELLIDO, M. P. (XI-XIV), 2003.
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Estrabón. Geografía de Iberia, traducción de GÓMEZ ESPELOSÍN, F. J., Madrid:
Alianza ed., 2007.
Flavio Josefo. Autobiografía. Sobre la antigüedad de los judíos, introducción,
traducción y notas de SPOTTORNO, Mª. V., para Autobiografía, y de BUSTO SAIZ, J.
R., para Sobre la antigüedad de los judíos (Contra Apión), Madrid: Alianza ed., 1987.
Flavio Josefo. Contra Apión, introducción GARCÍA IGLESIAS, L., traducción y notas de
RODRÍGUEZ DE SEPÚLVEDA, M., Madrid: Gredos, 1994.
Flavio Josefo. Antigüedades judías, traducción de VARA DONADO, J., Madrid: Akal,
1997.
Flavio Josefo. La guerra de los judíos, 2 vols., introducción, traducción y notas de
NIETO IBÁÑEZ, J. M., Madrid: Gredos, 1999.
Herodiano. Historia del imperio romano después de Marco Aurelio, introducción,
traducción y notas de TORRES ESBARRANCH, J. J., Madrid: Gredos: 1985.
Pausanias. Descripción de Grecia, 3 vols., introducción, traducción y notas de
HERRERO INGELMO, M. C., Madrid: Gredos, 1994.
Pausanias. Descripción de Grecia, traducción de TOVAR, A., Barcelona : Orbis, D.L.
1986.
Polieno. Estratagemas, MARTÍN GARCÍA, F. (volumen conjunto con Eneas el Táctico.
Poliorcética, VELA TEJADA, J.), Madrid: Gredos, 1991.
Procopio de Cesarea. Historia secreta, introducción, traducción y notas de Juan
SIGNES CODOÑER, J., Madrid: Gredos, 2000.
Procopio de Cesarea. Historia de las guerras. Libros I-II, Guerra persa, introducción,
traducción y notas de GARCÍA ROMERO, F. A., Madrid: Gredos, 2000.
Procopio de Cesarea. Historia de las guerras. Libros III-IV, Guerra vándala, introducción, traducción y notas de FLORES RUBIO, J. A., Madrid: Gredos, 2000.
Procopio de Cesarea. Historia de las guerras. Libros V-VI, Guerra gótica, introducción,
traducción y notas de FLORES RUBIO J. A., Madrid: Gredos, 2007.
Procopio de Cesarea. Historia de las guerras. Libros VII-VIII, Guerra gótica,
introducción, traducción y notas de GARCÍA ROMERO, F. A., Madrid: Gredos, 2007.
Zósimo. Nueva historia, CANDAU MORÓN, J. M., Madrid: Gredos, 1992.
2. Otras publicaciones que incluyen traducciones:
José Vela Tejada – Historiógrafos y periegetas
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Hispania Antigua según Pomponio Mela, Plinio el Viejo y Claudio Ptolomeo, edición,
índices y traducción por BEJARANO, V.; prólogo de MALUQUER DE MOTES Y
NICOLAU, J., Barcelona: Instituto de Arqueología y Prehistoria, 1987.
Relatos de viajes en la literatura griega antigua, (incluye Periplo del Ponto Euxino de
Arriano y Descripción de la tierra habitada de Dionisio el Periegeta), GARCÍA
MORENO, L. A.-GÓMEZ ESPELOSÍN, F. J., Madrid: Alianza ed., 1996.
3. Estudios:
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AUJAC. G., Strabon et la science de son temps, París, 1966.
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