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ENTRE LA HISTORIA Y LA FICCION Virgilio Botella Pastor, Todas las ho- ras hieren. Instituto de Estudios Juan Gil-Albert, Diputación Provincial de Alicante, 1986. L a obra narrativa de Virgi- lio Botella Pastor está de- dicada a captar novelísti- camente los destinos de los republicanos españo- les, desde el momento en que se produjo el alzamiento militar de 1936 hasta la desaparición de la dictadura anquista en 1975. Den- tro de ese marco histórico, el autor ha ido creando, a lo largo de tres décadas, un ciclo de carácter socio- político bajo el título «Nuevos epi- sodios nacionales. Novelas de la guerra y el exilio». El gran ciclo de Botella Pastor se puede dividir en dos etapas que se ajustan a las esperanzas de los des- terrados: la primera, concluye con la derrota de Hitler; la segunda, pertenece a los años lentos e inter- minables para quienes estuvieron vinculados al Gobierno Republica- no en el Exilio y se esrzaron, al principio, por derrocar al régimen anquista, y, ante la imposibilidad del éxito, persistieron en sus idea- les alentados por el pensamiento de «volver a España, cuando Fran- co muera», única alternativa que la política internacional hizo posible. De los siete volúmenes que han aparecido hasta la cha como par- te del ciclo, únicamente el primero r qué callaron las campanas) 1 se desarrolla en suelo español, duran- te la Guerra Civil. En esa primera novela se introdo una problemá- tica que luego irá a constituir la esencia de las siguientes novelas. Es decir, que el primer título no es únicamente la apertura de una se- rie. Es también, y sobre todo, el planteamiento de unos «por qués»: los del destierro y la diáspora. A ni- vel ideológico, esos «por qués» ex- plican la erza de los ideales repu- blicanos, el tesón de sus hombres, las esperanzas tantas veces llidas; a nivel creador, definen la conduc- ta de los personajes, o sea, son la dinámica que les mueve era de España. El séptimo volumen, - das las horas hieren siguen cronoló- Los Cuadernos de la Actualidad gicamente el desarrollo de la histo- ria del destierro, y, el octavo, La gran ilusión, aunque todavía inédi- to, se publicará a corto plazo, ce- rrando así la primera etapa que se ha mencionado arriba. En Todas las horas hieren se plas- ma el tema de las esperanzas repu- blicanas por los años 1943 y 1944: la creencia de que la derrota de Hi- tler, Mussolini, y los regímenes co- laboracionistas como el de Petain, «supondría la liberación de España y su regreso [el de los republica- nos] a cuanto era su vida anterior al alzamiento militar y langista» -�·-. · ·.•. �··,:, .... \-': .. _ __ (p. 166). Esa esperanza se ilustra mediante la participación republi- cana en la Segunda Guerra Mun- dial, proyectada en tres zonas de rerencia: una, la rmación de cuerpos militares republicanos que lucharon encuadrados en los ejér- citos de Francia, Inglaterra y los EE. UU.: dos, la creación de gue- rrillas españolas en suelo ancés: y tres, el internamiento en los cam- pos de exterminio alemanes, ejem- plificado en el de Mathausen. El asunto se desarrolla .en secuencias encuadradas en dichas zonas re- renciales. A las secuencias que pro- ceden de las dos novelas anteriores (principalmente, las actividades de los maquisards en París y en la pre- sa del Aguila, la existencia en Mat- hausen) se añaden otras que se re- fieren a la presencia republicana en el ente aliado: en los regimientos ingleses de paracaidistas que ope- raron en Narvik, o que tomaron parte en la evacuación de Creta; en la 2." División Blindada, al mando del general ancés Leclerc; en el 7.º Ejército de los EE. UU. que el general Clark desembarcó en Ita- lia; en el Cuerpo Expedicionario de Francia (La Legión) que con el general Juin hizo las campañas de Siria, Eritrea, Etiopía, y del Norte de Aica donde combatió en la ba- 94 talla de Bir-Hakein contra Rom- mel; etc. En este cuadro, lta la participación española en el ejérci- to ruso, donde también combatie- ron y murieron los republicanos, entre otros, Santiago de Paul Nel- ken (hijo de la escritora Margarita Nelken), o Rubén Ruiz lbárruri (hijo de Dolores Ibárruri). De to- dos los modos, la participación es- pañola en la Segunda Guerra Mun- dial no es una ntasía, sino un he- cho histórico en que el autor se ha documentado extensamente. La documentación se trasluce en el texto, y, a veces, se puede acotar dentro de lo que constituye la fic- ción. Las numerosas secuencias es- tructuran el relato en la misma r- ma que se hizo en las dos novelas precedentes, en El camino de la vic- toria, 2 o en Tiempo de sombras. 3 Se trata de secuencias independientes entre sí, que se han redactado co- mo unidades, por separado, pero que en el texto aparecen en rma alterna, accionada. Es decir, que las secuencias, aunque coinciden con un estado de cosas, y quedan dentro de un espacio temporal (el que va desde el estancamiento de los avances alemanes hasta el de- sembarco aliado en Normandía), no están acotadas en un espacio sico. El diseño estructural es idéntico al que se siguió Cela en La colmena, por citar un caso bien conocido. En la novela de Botella Pastor, la dispersión del asunto res- ponde al nómeno de la diáspora, y la cohesividad narrativa de lo múltiple y disasociado se logra me- diante lo sensible y mediante la presencia del personaje colectivo. Como es peculiar de las novelas de Botella Pastor, las peripecias responden a una situación socio- política, o realidad histórica que condiciona el momento plasmado. La conducta de sus personajes

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Page 1: 45C-6e-20181123130940 · 2019-06-21 · sodios nacionales. Novelas de la guerra y el exilio». El gran ciclo de Botella Pastor se puede dividir en dos etapas que se ajustan a las

ENTRE LA

HISTORIA Y

LA FICCION

Virgilio Botella Pastor, Todas las ho­

ras hieren. Instituto de Estudios Juan Gil-Albert, Diputación Provincial de Alicante, 1986.

La obra narrativa de Virgi­lio Botella Pastor está de­dicada a captar novelísti­camente los destinos de los republicanos españo-

les, desde el momento en que se produjo el alzamiento militar de 1936 hasta la desaparición de la dictadura franquista en 1975. Den­tro de ese marco histórico, el autor ha ido creando, a lo largo de tres décadas, un ciclo de carácter socio­político bajo el título «Nuevos epi­sodios nacionales. Novelas de la guerra y el exilio».

El gran ciclo de Botella Pastor se puede dividir en dos etapas que se ajustan a las esperanzas de los des­terrados: la primera, concluye con la derrota de Hitler; la segunda, pertenece a los años lentos e inter­minables para quienes estuvieron vinculados al Gobierno Republica­no en el Exilio y se esforzaron, al principio, por derrocar al régimen franquista, y, ante la imposibilidad del éxito, persistieron en sus idea­les alentados por el pensamiento de «volver a España, cuando Fran­co muera», única alternativa que la política internacional hizo posible.

De los siete volúmenes que han aparecido hasta la fecha como par­te del ciclo, únicamente el primero (Por qué callaron las campanas) 1 se desarrolla en suelo español, duran­te la Guerra Civil. En esa primera novela se introdujo una problemá­tica que luego irá a constituir la esencia de las siguientes novelas. Es decir, que el primer título no es únicamente la apertura de una se­rie. Es también, y sobre todo, el planteamiento de unos «por qués»: los del destierro y la diáspora. A ni­vel ideológico, esos «por qués» ex­plican la fuerza de los ideales repu­blicanos, el tesón de sus hombres, las esperanzas tantas veces fallidas; a nivel creador, definen la conduc­ta de los personajes, o sea, son la dinámica que les mueve fuera de España. El séptimo volumen, To­das las horas hieren siguen cronoló-

Los Cuadernos de la Actualidad

gicamente el desarrollo de la histo­ria del destierro, y, el octavo, La gran ilusión, aunque todavía inédi­to, se publicará a corto plazo, ce­rrando así la primera etapa que se ha mencionado arriba.

En Todas las horas hieren se plas­ma el tema de las esperanzas repu­blicanas por los años 1943 y 1944: la creencia de que la derrota de Hi­tler, Mussolini, y los regímenes co­laboracionistas como el de Petain, «supondría la liberación de España y su regreso [el de los republica­nos] a cuanto fuera su vida anterior al alzamiento militar y falangista»

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(p. 166). Esa esperanza se ilustra mediante la participación republi­cana en la Segunda Guerra Mun­dial, proyectada en tres zonas de referencia: una, la formación de cuerpos militares republicanos que lucharon encuadrados en los ejér­citos de Francia, Inglaterra y los EE. UU.: dos, la creación de gue­rrillas españolas en suelo francés: y tres, el internamiento en los cam­pos de exterminio alemanes, ejem­plificado en el de Mathausen. El asunto se desarrolla .en secuencias encuadradas en dichas zonas refe­renciales. A las secuencias que pro­ceden de las dos novelas anteriores (principalmente, las actividades de los maquisards en París y en la pre­sa del Aguila, la existencia en Mat­hausen) se añaden otras que se re­fieren a la presencia republicana en el frente aliado: en los regimientos ingleses de paracaidistas que ope­raron en Narvik, o que tomaron parte en la evacuación de Creta; en la 2." División Blindada, al mando del general francés Leclerc; en el 7.º Ejército de los EE. UU. que elgeneral Clark desembarcó en Ita­lia; en el Cuerpo Expedicionariode Francia (La Legión) que con elgeneral Juin hizo las campañas deSiria, Eritrea, Etiopía, y del Nortede Africa donde combatió en la ba-

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talla de Bir-Hakein contra Rom­mel; etc. En este cuadro, falta la participación española en el ejérci­to ruso, donde también combatie­ron y murieron los republicanos, entre otros, Santiago de Paul Nel­ken (hijo de la escritora Margarita Nelken), o Rubén Ruiz lbárruri (hijo de Dolores Ibárruri). De to­dos los modos, la participación es­pañola en la Segunda Guerra Mun­dial no es una fantasía, sino un he­cho histórico en que el autor se ha documentado extensamente. La documentación se trasluce en el texto, y, a veces, se puede acotar

dentro de lo que constituye la fic­ción.

Las numerosas secuencias es­tructuran el relato en la misma for­ma que se hizo en las dos novelas precedentes, en El camino de la vic­toria, 2 o en Tiempo de sombras. 3 Se trata de secuencias independientes entre sí, que se han redactado co­mo unidades, por separado, pero que en el texto aparecen en forma alterna, fraccionada. Es decir, que las secuencias, aunque coinciden con un estado de cosas, y quedan dentro de un espacio temporal (el que va desde el estancamiento de los avances alemanes hasta el de­sembarco aliado en Normandía), no están acotadas en un espacio físico. El diseño estructural es idéntico al que se siguió Cela en La colmena, por citar un caso bien conocido. En la novela de Botella Pastor, la dispersión del asunto res­ponde al fenómeno de la diáspora, y la cohesividad narrativa de lo múltiple y disasociado se logra me­diante lo sensible y mediante la presencia del personaje colectivo.

Como es peculiar de las novelas de Botella Pastor, las peripecias responden a una situación socio­política, o realidad histórica que condiciona el momento plasmado. La conducta de sus personajes

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«DE ENTRADA» (poesía) Miguel Suárez

«TEXTOS DE MELIBEA» (poesía) Luis Federico Martínez

«TODOS DE ETIQUETA» (antología de inéditos) Tomás Salvador (antólogo)

«EN NO IMPORTA QUE IDIOMA» (ensayo) Francisco Pino

«LUZ NO USADA» (narrativa) Gustavo Martín Garzo

«CRUCIARE SEMETIPSUM» (poesía) Carlos Ortega

«EL PEDITORIO» (narrativa) Elisa Gutiérrez

«DESCRIPCION DE LA MENTIRA» (poesía) Antonio Gamoneda

ccDE LO IMAQUINARIO» (ensayo) Fernando Giménes Molina

«LA MEMORIA BUSCANDO SUS DISFRACES» (poesía) Luis Miguel Rabanal

De próxima aparición:

«REBAÑADURAS» (ensayo) Rosa Chacel

«GEOGRAFIA FISICA» (poesía) Francisco Sanz

«AL FILO DEL CUERPO» (poesía) Gaspar Moisés Gómez

«RELATO CON LLUVIA» (narrativa) Elena Santiago

«345 POEMAS BREVES» (poesía) Luis Javier Moreno

JUNTA DE CASTILLA Y LEON Consejería de EducaciónyCiencia

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guarda siempre una estrecha rela­ción con lo permanente (los idea­les, la obsesión del retorno, la vo­l1;1ntad de sobrevivir) y con lo va­nable (el desplazamiento geográfi­co, las necesidades perentorias los pelig_ros del entorno). Pero los per­sonaJe� de Botella Pastor que, en sus pnmeras novelas, seguían el m?d�lo galdosiano del personaje pnncipal, mediador e intérprete de u_nos sucesos históricos, ha evolu­c10nado considerablemente. En las tres últimas novelas, el protagonis­ta se ha convertido en múltiples personajes con atributos de perso­naje colectivo. En estas novelas cada una de las secuencias está protagonizada por un grupo dife­rente de participantes, entre los que suele destacar una pareja de fi­guras, pero esas figuras son iguales a las que protagonizan las demás secuencias, salvo las diferencias privativas, naturalmente. Lo im­portante del caso es que, en con­Junto, no existe un héroe determi­nado, 1;1n personaje o personajes con reheve sobresaliente por enci­ma de los demás, sino una multi­plicidad de héroes (a veces ni si­q�iera se �onocen entre ell�s) que piensan, sienten y actúan en forma idéntica, a tono con una causa que es la de la colectividad. Luego acá Y allá, los personajes de bajo r�lie­ve aparecen mezclados con nom­bres de quienes vivieron realmente la situación novelada. En último tér�ino, el lector percibe las peri­pecias como si fuesen comunes a muchos.

Todas las horas hieren es una no­vela que se lee como un libro de �istoria, la «otra» historia de Espa­na que no escribieron los vencedo­res. Es también una historia rela­cionada con la vida del autor: un alicantino vinculado a la Repúbli­ca, que pasó por las vicisitudes del destierro hasta el último momento Y que tras volver a España dond� h_a residido en Madrid, se 'ha ave­cmdado definitivamente en Gijón.

Pablo Gil Casado

1 Ediciones Libertad, México, 1953. Argos-Vergara, Barcelona, 1979. Argos, Barcelona, 1978.

Los Cuadernos de la Actualidad

TESTIMONIO

DE AMISTAD

José Luis Cano, Los Cuadernos deV�!intonia. Barcelona, Seix Barral. Bi­bhoteca Brevé, 1986.

V elintonia 3 fue un lugar de reunión clave para en­tender la vida cultural (li­teraria y académica) so­cial y política de nue�tros

últimos 50 años. Vicente Aleixan­dre, gran cultivador de la amistad fue uno de los hombres mejor in� for!11ados de su tiempo. Sin apenas sahr de casa dispuso en todo mo­mento de una precisa información sobre el complejo tejido político­social y literario de la España de aquellos años. De todo esto y de mucho más habla José Luis Cano en Los Cuadernos de Velintonia. En la Nota previa nos advierte que no ha «pretendido con ellos escribir un diario ni unas memorias. Se tra­ta sólo de unas apuntaciones toma­das la mayoría de ellas de mis char­las con Vicente Aleixandre en su casa ... » (p. 5) Estas «apuntaciones» ocupan un espacio temporal que va desde 1951 a 1984; 33 años de no­tas al hilo de reuniones visitas y tert1;1lias con el poeta co�o prota­gomsta. Son años claves los que describe� estas notas y es por ello que el hbro presenta varias lectu­ras. Vamos a señalar 3 al menos: �na l�ctur� socio-política, otra poé­t1ca-hterana y otra más íntima, más personal; la que atañe a los

A !eixandre.

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afectos y a la vida amorosa de nuestro Premio Nobel. Plano éste que se nos revela inédito y desco­nocido.

En cuanto a la primera de estas lecturas encontramos en el libro sufi�iente material que refleja y test,i�ca la difícil situación social y pohtJca que en aquellos años se respiraba. Encontramos por ejem­plo, alusiones a la cen;ura que se hacía a las películas, al teatro y a las obras literarias (p. 58). El cierre de las revistas Insula e Indice en 1956 por_ orde� de Arias Salgado. Las mamfestac10nes universitarias. La brutal paliza propinada a Clau­dia Rodríguez por unos falangistas a causa de su primer libro. Los choques entre los falangistas del SEU y los estudiantes antifranquis­tas. Las detenciones de Ridruejo Tamames, Sánchez Mazas Javie; Pradera y Enrique Múgica �n el 56. O _ la i�uaJmente dura represión umversttana de los años 63 64 y 65 con el cierre de las facultades y en­carcel_amiento de intelectuales y estudiantes. La expulsión de Aran­guren, Tierno Galván y García Cal­vo de, sus cátedras, etc., etc. hay ademas abundantes alusiones críti­cas al OPUS y al diario madrileño ABC. Se nos informa también de la caída de Batista en 1959 y de la si­tuación cubana así como de los in­�umerables escritos firmados por mtel�c.tuales y enviados al gobier­no pidiendo una amnistía para pre­sos políticos y exiliados ...

Cano toma el pulso a la situa­c�ón social y política de aquellos anos dando fiel noticia de los acon­tecimientos que se producían y de la repercusión de estos en el grupo de intelectuales que rodeaban a 1\leixandre. Dámaso Alonso, por eJemplo, es el más drástico en cuanto a reacciones y en todos no­tamos idéntica sensación de ahogo hastío, condena y exilio interior.'

La lectura poético-literaria del li­bro quizás sea la más jugosa e inte­resante dado que está llena de anécdotas y detalles menores que no se encuentran ni en manuales ni en historias de la literatura al uso pero que en buena medida son los que propician que una determi­nada obra o autor sean así y no de otra manera. Por otra parte Alei­xandre tal vez fuera el poeta e in­telectual que desde su exilio in­terior mejor y más fidedigna in­formación tuviera de la vida cul­tural española. Conoció a lo más granado de generaciones anteriores

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Garcia Larca.

y así por estas páginas desfilan el Juan Ramón Jiménez que le propi­nara un violento ataque desde la revista cubana Orígenes. Azorín y Baroja en la visita que el poeta le hiciera ya al final de sus días. Tam­bién encontramos al olvidado Can­sinos-Assens. Se nos describen los entierros de Ortega y Baroja. Hay alusiones a Unamuno y a Valle-In­clán y recuerdos para don Antonio Machado.

Las noticias más cumplidas son las referidas a los poetas de su ge­neración: Dámaso Alonso, Gerar­do Diego, García Lorca, Alberti, Bergamín, etc. De todos guarda puntuales recuerdos dada su por­tentosa memoria y para todos tiene cariñosas palabras. Hay, no obstan­te, una notoria insistencia en el «tema Cernuda»; frecuente en las conversaciones de Cano y Aleixan­dre. En el apunte correspondiente al 28 de agosto de 1961 (p. 146) uno de los más extensos del libro, Cano visita a Vicente en Miraflores y ha­blan de Lorca y Cernuda compa­rando a éste con Juan Ramón Ji­ménez en cuanto a rareza de carác­ter: «Juan Ramón y Cernuda eran iguales. Extraordinarios poetas, ar­tistas exquisitos del verso, pero co­mo seres humanos difíciles para la amistad». (p. 151) Más adelante (p. 159) se nos habla también de Cer­nuda a propósito de la publicaciónde Desolación de la Quimera al quese califica de libro inferior y llenode resentimiento. El espacio dedi­cado a Cernuda en estas notas essensiblemente superior al dedicadoa cualquier otro poeta de la mis­ma generación. Miguel Hernández

Los Cuadernos de la Actualidad

quizás sea el poeta más cariñosa­mente recordado. De entre los poetas del 36 hay recuerdos para Rosales y Panero, amigos etílicos de Dámaso, y también para Vivan­co. Claudio Rodríguez y José An­gel Valente son, de la generación del 50, los poetas más estimados por Aleixandre, también Barral y Brines. En cambio Gil de Biedma sale muy mal parado en la aprecia­ción del poeta ya que le considera­ba un esnob filocomunista con ma­la conciencia por proceder de la burguesía. De los novísimos se nos habla de «Pedrito» Ginferrer de Colinas, altamente apreciado' por Aleixandre, de Antonio Carvajal, de Carnero, de Juan Luis y Leopol­do María Panero, de Amusco, etc. poetas todos ellos que pasaron por Velintonia y que hoy ocupan un puesto importante en el panorama de la poesía última.

La lectura íntima y personal fi­nalmente nos revela en muchos momentos facetas del poeta total­mente desconocidas para el lector de su obra. Esperemos que el Epis­tolario recopilado también por Ca­no y recientemente editado por Alianza Tres contribuya a desvelar más estas intimidades aquí sola­mente apuntadas que no trascen­dieron en vida del poeta dada su delicadeza y discreción. En varios momentos del libro se nos hace un repaso de la vida amorosa de Alei­xandre; por ejempo en la p. 121 : Año 1959, 2 de enero: « ... La tarde en Velintonia. Repaso a sus amo­res: Eva, su profesora de alemán:

Gerardo Diego.

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PUBLICACIONES

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Teléfono: (985) 221494

JOVELLANOS Y ASTURIAS

Jesus Menendez Pelaez

Jose Miguel Caso Gon,alez

0 ·

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Ova de Abo� de Asturias Plaza de la Escandalera, 2 - 33003 Oviedo

Teléfono: (985) 221494

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Amonio Machado.

Carmen de Granada, del 20 al 23; Dorita, de la que estuvo muy ena­morado, aunque no fue una pasión como la de Carmen; Margarita, la americana, quien pensaba que una hija que tuvo era de él. Y pensar que no pocos amigos suyos pensa­ban que como Vicente fue siempre un enfermo, no había podido tener vida amorosa y que toda su poesía amorosa era inventada». El pasaje no puede ser más explícito y a buen seguro que abrirá una impor­tante veta para biógrafos e historia­dores de la literatura que nada sos­pechaban del tema.

Hay una posible cuarta lectura y es el considerar al libro, a pesar de la advertencia inicial, como diario personal de su autor pues hay mo­mentos en que lo que Cano hace son meras confidencias de diario. Por ejemplo en p. 73, 10 de junio (1955), también en p. 74, 30 de ju­nio o en la 219, 3 de setiembre (1976) en la que después de una vi­sita a Vicente en Miraflores, al fi­nal cuando marcha, nos ofrece una emocionada visión de su propia vi­da y de lo que puede ser su ya pró­xima vejez.

Los Cuadernos de Velintonia es una extensa demostración de amis­tad y amor al amigo y al maestro. Documento que nos ofrece una preciosa información imprescin­dible para tener una visión global de la vida y obra de Vicente Alei­xandre y de la época que le tocó vivir.

. José Luna Borge

Los Cuadernos de la Actualidad

UNA

PECULIAR

GEOGRAFIA

Felicísimo Blanco, Apuntes italianos. Oliver, Oviedo, 1986.

Después de sus dos entre­gas anteriores, Los dioses de la calle (El Telar de Penélope, Avilés, 1982) y Un amor entre sombras

(Cuadernos de Cristal, Avilés, 1984), Felicísimo Blanco (una de las voces mas singulares de cuantas conforman el panorama poético as­turiano de nuestros días -descono­cido, pero no por ello inexistente) nos ofrece quince Apuntes italianos que son anticipo de un libro de mayor envergadura, en el que se recogen las impresiones, las viven­cias del poeta en un viaje al país evocado en el título.

Los viajes han dado pie desde antiguo a un material poético muy específico y sugerente; creando pa­raísos o formulando infiernos, el poeta ha trasladado a sus versos esa experiencia vital, haciendo vá­lidas las palabras que Cervantes anotara en alguna parte del Quijo­te: ¿por ventura es asunto vano o es tiempo mal gastado el que se gasta en vagar por el mundo? Ciertos poe­tas han doblado el provecho de su «vagar por el mundo» al dejar constancia escrita de él, y al hacer­lo de un modo tan inteligente co­mo lo ha hecho Felicísimo Blanco.

Como suele ocurrir con los me­jores poetas viajeros, Apuntes ita­lianos no constituye una muestra de simple exaltación culturalista (a la que Italia se presta tanto, según nos demuestra un buen número de nuestros poetas) ni una ingenua re­copilación, a modo de catálogo o guía turística, de ciudades y monu­mentos imperecederos. Lo que te­nemos en las manos es un atlas particular, una geografía personal, condicionada, fundamentalmente, por el hecho de que el poeta apare­ce en ella como un personaje más, en actitud reflexiva, observadora o dialogante, con sus contradictorios sentimientos, que oscilan entre la más pesimista reflexión sobre la soledad «Campo San Zacearía», «Ponte di Rialto») y el sarcasmo más incisivo y mordaz («Catacom­be»), entre la sabia ironía («Orvie-

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to», «Cá Rezzonico») y la calma descripción de una ciudad («Um­bría») o una escena humana («Il giardino di Boboli»). Esta variedad de registros es uno de los rasgos más sobresalientes de los poemas que comentamos.

Arriba queda dicho que el poeta aparece como un personaje más en sus poemas. Esto condiciona, entre otras cosas, el tono de familiaridad con que se dirige a otros persona­jes, la actitud desmitificadora ante ciertos tópicos y, en última instan­cia, la ironía y el sarcasmo (que en ocasiones tienen como objeto al propio poeta). En «Orvieto» se tra­ta con alegre familiaridad a Luca Signorelli, pintor de la Capilla de San Brizio, y en «Madama Lucre­zia» podemos leer: En esos menes­teres, mi Lucrezia / querida, mucho temo que no fueras / brillante ni efi­ciente como otros. A una actitud desmitificadora responden los si­guientes versos, tomados de «Ga­llería dell' Accademia»: Recordad que el David no es más que vano / brillo, fulgor adolescente, frío / eco recaudador de vanidades.

Por su parte, la ironía se ve po­tenciada por la distancia espacio­temporal en que han sido escritos los poemas; ha cumplido rigurosa­mente Felicísimo Blanco el nove­no mandamiento del decálogo que Horacio Quiroga concibiera para el «perfecto cuentista»: No escribas bajo el imperio de la emoción. Déja­la morir, y evócala luego. Sólo des­de la distancia es posible adornar con ironía la rabia, el odio que pro­duce en el poeta la parafernalia turística, los múltiples / parásitos que venden la instantánea -como si fuese el alma de Venecia- I a los torpes esclavos de la prisa. Y sólo desde la distancia es posible orien­tar hacia uno mismo, como hacia un espejo que muestra el pasado inmediato debidamente tamizado, esa fuerte carga irónica, en la que se contiene, por regla general, una reflexión pesimista sobre la propia existencia y sobre el propio oficio de poeta. En «Via Teatro di Marce­llo» escribe Felicísimo Blanco: ocomo ese poeta, que se estruja / los sesos por hallar un verso digno, / perdiéndose la vida y el ocaso, colo­cándose consiguientemente al lado de los «niñatos de papá», los «turis­tas orientales y ovejunos», los «im­béciles avaros» y todos los demás «farsantes» que, como el poeta mencionado, pasan por la calle a la que alude el poema .

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Poco dice lo que llevamos escri­to de estos Apuntes italianos, y ca­bría añadir otras observaciones: el cuidado de la forma (predomina el endecasílabo, la adjetivación es suntuosa, el ritmo calculado ... ); el recurso a la anécdota como genera­dora del poema, aunque éste acaba por superarla y desplazarla a un se­gundo plano; el deslumbramiento contenido ante la belleza... Que sean sin embargo los propios poe­mas los que nos hablen.

Leopoldo Sánchez Torre

EN LA

MONTANA

El Conde de Saint-Saud, Por los Pi­cos de Europa. Con mapas trazados y dibujados por el coronel León Maury, y otro original de F. Prudent.

Ante un libro como «Por los Picos de Europa», del Conde de Sain-Saud y Paul Labrouche, a uno se le ocurre lamentar su per­

dida juventud: tenía el viaje y la aventura al lado de mi casa -poco falta para que las cumbres de las Peñas de Europa se divisen desde mi galería-, y yo me iba al cine a ver películas de Bergman. En cam­bio, Sain-Saud y Labrouche obra­ron de otra manera: vinieron de Francia con el propósito de reco­rrer y explorar unas montañas que intuían, y ante cuya torre totémica, el Naranjo de Bulnes (que el Con-

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de observó desde respetuosa dis­tancia), exclama Celso Amieva en sus «Poemas de Llanes»: «Salve, urriel de urrieles, puntal del cielo de mi tierra».

Aymar d'Arlot de Saint-Saud, a quien también se conocía por los motes de «Conde corredor» y «Cuenta corriente» (dado que era «Comte courant», debido a su ca­rácter inquieto y excursionista, y su «compte courant» estaba más que saneada), visita Covadonga en 1881, después de algunas aventuras alpinistas en los Pirineos, y escribe que en este viaje le «fue dado en­trever cimas nevadas, y, en resu­men, tan sólo pude recoger la in­formación de que 'Potes está al pie de dos de las más altas puntas de los Picos de Europa'». Por su parte, Paul Labrouche «había creído divi­sar una cadena lejana e inmensa en los claros horizontes de la costa es­pañola, en esos maravillosos días de luz, bien conocidos por todos los que pasan el otoño en Biarritz». No hacía falta esperar a recibir más datos: la aventura estaba a punto. Allá, en España, les aguardaba un desierto de piedra, de torres, picos, grietas, desfiladeros, valles, al que los lugareños llamaban «la mala tierra», y también Montes del Cor­nión, y del que dice Joaquín Bo­guerín, que fue ayudante y compa­ñero de Casiano de Prado: «iQué yermo aquel, poblado sólo de rebe­cos que huían delante de nosotros conforme seguíamos avanzando!». Los viajes del Conde de Sain-Saud por los Picos de Europa se desarro­llan durante un período muy dila­tado: entre 1881, en que hizo el pri­mero, y 1924, que fue el año del úl­timo. Producto de estos viajes es el libro «Por los Picos de Europa», que ahora aparece por primera vez vertido al español.

«Por los Picos de Europa» no es, únicamente, un libro documental, pese a su importante complemen­tación cartográfica (los mapas tra­zados por Leon Maury y F. Pru­dent, sobre las anotaciones de Saint-Saud y Labrouche). Ante to­do, es un libro de viajes en el senti­do más clásico, y, por lo tanto, un relato de aventuras, y un muestra­rio de usos, costumbres y personas. Saint-Saud, al tiempo que se pro­curaba hazañas deportivas y explo­raba un territorio ignorado, se de­tenía en los detalles, observaba, anotaba. Anota, por ejemplo, que el queso de Cabrales le recuerda al Roquefort, y le indigna la escasa

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puntualidad de los españoles: re­fiere con gracia y malhumorada­mente las pillerías del cura de Caín, quien, para colmo, «no deja de toser toda la noche a causa de un estruendoso catarro que al año siguiente desembarazará a Val­deón de este bellaco»: describe tre­mendos viajes en diligencia o en ferrocarril, teniendo por compañe­ro, en uno de ellos, a un pintoresco Don Ventura, que aunque viaja de cercanías, se despide de sus fami­liares en todas las estaciones: pon­dera la incompetencia de algunos guías (así, Cos, el famoso Cos, ca­zador de osos, que acaba confesán­dole que no ha subido jamás a Pe­ña Santa), o recuerda la grosera xe­nofobia del telegrafista de Cangas de Onís. Pero, a pesar de las chapu­zas de algunos guías, como Cos y Bias, el Conde sabe disculparlos: «Estos hombres eran buena gente, pero sus ovejas les inquietaban más que nuestras personas, lo que también era lógico». Y en lo que respecta al telegrafista xenófobo, no era asturiano. En las montañas, por el contrario, ve a «estos caza­dores que buscan sus piezas entre las cimas, duermen en grutas y vi­ven con nada. Tipos extraños, he­chos para correr por un país de leyenda y para mantener una tradi­ción de audacias pretéritas».

Las descripciones de paisajes son afectivas y no interrumpen la ac­ción: «Tras la avería antes descrita, se reparan las correas de tiro en la fonda de Fontibre. Desde aquí la carretera asciende en curvas y con­tracurvas hasta el Collado del Frontal, en los puertos de Sejos, por los monótonos pastizales de su

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vertiente meridional, que apenas forman colina por este lado. Pero por el opuesto, en la otra ladera de la Cadena Cantábrica, aquello es un abismo revestido de espesos bosques, donde a golpe de hacha se abaten los árboles, a menudo aleja­dos del eje de la futura carretera. De hecho, los leñadores tallan sin piedad, abriendo salvajemente una enorme huella, sin respetar nada a su alrededor». Queda, de paso, constancia aquí del odio ibérico y municipal hacia el árbol, que ya había sido señalado anteriormente por Baudelaire en un poema en prosa.

En algún caso, el Conde eleva su estilo, y la grandeza de la montaña le induce a la reflexión cósmica: «En estos torbellinos de nieblas los dentados perfiles de los Picos ad­quieren fantásticas dimensiones. Todo se deforma, se agranda, se aleja. Entre los desgarrones se aprecian montañas de apariencia gigantesca, glaciares de dimensio­nes alpinas. Cuando creemos que ya hemos visto la más alta de las ci­mas, otras mucho más altas surgen detrás o al lado. Luego otras y aún otras más. Aquello sube y se pierde en el infinito, entre el revoltijo de nubes. Uno se pregunta si estas montañas tienen límites, si, por singular prodigio, son móviles co­mo las olas del mar y se entregan a una loca zarabanda entre un cielo y unas nubes no menos alocadas, tal como debió ocurrir en la génesis del Universo».

En otras ocasiones reproduce la dieta de los mineros de «La Provi­dencia» (pág. 20), calificándola de «sana y abundante». Y, como fon­do de estas noticias varias y de es­tas elevadas meditaciones, los im­ponentes Picos de Europa, con sus macizos, torres, agujas, llambrías, neveros, contrafuertes, peñas, tra­bes, tiros, picas, castros, coteras, coladas, canales, rebecos y perso­nas.

La obra, traducida y prologada con entusiasmo por José Antonio Odriozola, está impecablemente impresa, con abundante material fotográfico y una carpeta adjunta que contiene los mapas. Las foto­grafías evocan las viejas aventuras y exploraciones; algunas de estas imágenes (la de la diligencia de Piedras Luengas; la de la cacería del oso por el Conde de la Vega del Sella; la de D. Teodoro Ruiz y Paul Labroche a caballo, en el vado del Cares, en Mier; la de un vecino de

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Bulnes con su caballería; la de Vi­centón Marcos, de Soto de Val­deón, con su carabina) parecen to­madas de un «western».

José Ignacio Gracia Noriega

PERDIDO EN

EL AZUL

e on el pulgar alzado has ensartado los días en el cuello de esta mujer para proclamar un recuerdo de perlas oscuras. Has des­

cansado la barbilla en las rodillas y rodado hasta el sueño golpeando tu frente contra el algodón de sus sílabas de plata. Caramba -pien­sas- he olvidado cien veces su nombre. Pero nadie ahoga como ella las miradas.

Dos botas abiertas por el sudor tibio de los pasos bajo la mecedora aguardan los nudos firmes de la mañana. Este es el buen augurio. Todos los caminos benditos de polvo doblan del mismo modo la cabeza: jadean los árboles el alien­to de la lejanía y enredan con su sombra una multitud de tobillos. Yo prometo levantar un sable con­tra los hombros del silencio. Pero nadie te ha oído. Nada vuelve del azul.

Si este suspiro arrebatase el maullido terrible de cien mil gatos reunidos por la mañana en el por­tal y la leche del cielo corriera co­mo un murmullo por los tejados, tú estarías asistido y podrías advertir con orgullo: para un muro de acero azul basta la seña del índice.

Por las cúpulas abiertas de las cabañas de paja ascienden las bur­bujas azules de sus labios. Y la frente entre los dedos dicta a las páginas la cifra que romperá los dientes. Ella conoce el desvío que sin duda conduce al extravío azul. Pero la astucia es más potente que la caridad. Ningún perdonado al­canza las frías rocas del azul.

Estás indignado y soplas patadas con todo tu cuerpo. No cruza tu puño las veladas del sueño: parece mentira, piensas balanceando la cabeza. Y o tuve en mi regazo las semillas del azul. lEn qué cajones plegué pañuelos preñados? Has re­vuelto la casa de tus amigos, y no

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has encontrado nada. Por suerte para tí, la bondad es más larga y azul que la astucia: anda, ve. Ya te alcanzarán.

En la pradera húmeda y desierta de la noche un murciélago ha mor­dido las alas de la ingratitud y to­dos han condenado el vuelo insen­sato del ingenio espantoso. Estas criaturas saben lo que hacen: con sus plumas han hilado una cadena, y la argolla que ata esa cabeza des­tartalada bajo el pedestal de la no­che azul nos pesa como la sangre que pierde el perseguido.

Te has asomado a la cuna esta misma noche para verter algo de tu vértigo y ser generoso al fin con la familia de tus amigos. Todos te han felicitado por ello. Después te has sentado para cruzar las piernas, los dedos y el remordimiento: to­davía no sabes de qué estás hablan­do, pero ya reconoces el sonido de las palabras con rapidez y preci­sión: esto ya es sorprendente. Has escondido tu cabeza bajo el manto del azul.

Basilio Baltasar

DE UN

NAVEGANTE

SOLITARIO

Miguel Sánchez-Ostiz, La negra pro­vincia de Flaubert.

Recién cerrada La negra provincia de Flaubert, de Miguel Sánchez-Ostiz, necesidad de dar testimo­nio sobre este dietario,

uno de los pocos libros realmente

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hermosos que a uno le ha deparado esta temporada que ahora concluye.

Publicar un diario, y hacerlo en una ciudad como Pamplona, y a los treinta y cinco años, es sin duda dura empresa de cierto riesgo. Lec­tores malintencionados nunca han faltado en España. La negra provin­cia cabe pronosticar que será mal recibida por algunas categorías de lectores, que en sus páginas se ve­rán retratados. Un vasco intoleran­te, de izquierdas o de derechas, tanto da, no verá con buenos ojos la desesperanza con que el autor contempla la convivencia en aque­lla tierra. Un conformista de la mo­dernez, se dará por aludido cuando perciba qué lejos de toda moda es­tá la verdad de este escritor. Un tradicionalista no aceptará el modo en que son enjuiciadas no pocas de las rancias tradiciones locales.

Todo esto, en cualquier caso, es lo de menos. La negra provincia es, sencillamente, un dietario, en el que se mezclan realidad y ficción. El dietario de un escritor de pro­vincias que quiere hablar de lo que le rodea, de lo que le gusta y de lo que le disgusta en la ciudad donde vive, pero que más allá de eso, de lo que él llevaría al escenario o de­corado, quiera emprender un viaje interior, un viaje hacia el centro de sí mismo, un recorrido que le lleve cada día hacia nuevas estancias del nautilus. Todo esto, tensado por una aspiración hacia una vida más plena, de mayor sosiego y equili­brio, de mayor verdad; por una vo­luntad de saber, de razonar, de con­vivir, que cobra, en estos tiempos que corren, valor de testimonio moral, algo de lo que precisamente no andamos sobrados los españo­les, y me temo que los vascos me­nos todavía que el resto de los es­pañoles.

Miguel Sánchez-Ostiz va ano­tando en sus cuadernos la vida que pasa. Desde su torre de los panora­mas, escucha «la música secreta de la provincia». Ve caer la tarde so­bre las torres de San Gernin. Se la­menta de que talen los árboles del paseo de Sarasate, y compone su elegía: never more. Se interesa, co­mo el Lezama de Tratados en La Habana, por los puestos de los li­breros de viejo, al rato se queja de que nada en ellos se encuentra, y de que el afán es vano. Vuelve una y otra vez sobre los obsesiones del escritor, sobre las miserias de la vi­da literaria en una ciudad pequeña. Habla de crímenes, de violencia,

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de noches sórdidas, de muertes ab­surdas en la madrugada. Recuerda a un pintor amigo, ya desaparecido. El olor del otoño, le lleva a un ca­llejón en Londres, a Biarritz, a las Pulgas de París, a otros olores, a músicas en la memoria. Convoca a algunos de sus fantasmas favoritos, a Baroja, a Mac Orlan, a Cendrars, a Morand (de su Venises está toma­do el título del dietario), a Modia­no, a Roth, a Trakl, a Holan en su casa de Praga... Deambula, tam­bién por su propia obra: por los an­tros pamploneses de Pasaje de la luna, por las calles donde, en otra ciudad, está Tanger Bar.

Pamplona es el escenario inevi­table, circular, obsesivo, del viaje interior. Dos personajes le ayudan a Sánchez-Ostiz en su indagación pamplonesa: Angel María Pascual, y Julián Cienfuegos. El primero es un personaje real, desaparecido a finales de los años cuarenta. Un es­critor olvidado, artista de una épo­ca incierta que diría María Luisa Caturla. Un romántico malgré fui, a cuya muerte Eugenio d'Ors dijo aquello de: «Solitarios del mundo, uníos». Glosas a la ciudad, de Pas­cual, es la única gran interpreta­ción de Pamplona, anterior a la propuesta por Sánchez-Ostiz en es­te libro, y en Pasaje de la luna. Ju­lián Cienfuegos, por su parte, es una ficción. Alguien que está con­denado a Pamplona, a su gabinete de trabajo, a su erudición a sus broncas, a sus improperios, a su aparente no-escribir, que le acerca al personaje evocado por Daniele del Giudice en El estadio de Wim­bledon. Julián Cienfuegos, en el fondo, es un Antonio Azorín de nuestros días. Es y no es Sánchez­Ostiz. Es, tal vez, la imagen despia­dada y sin embargo tierna que él se forma de lo que con los años po­dría llegar a ser, si siguiera la co­rriente: Es, en cualquier caso, un

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personaje fundamental para la bue­na marcha del libro, y muy logrado en cuanto que le añade mayor mis­terio, mayor incertidumbre y lo acerca a una posible novela.

A ratos yo creo que el secreto de este libro admirable, que contiene tantas cosas, es estar escrito a ra­tos, como si nada, sin ambición de totalidad, sin ocultación de humo­res, sin miedo a las contradiccio­nes. A ratos la provincia es negra, a ratos no tanto. A ratos la vida tiene sentido, y a ratos todo se desmoro­na y sólo queda el callejón de los gatos, cristales rotos, humo negro, ceniza. A ratos apetece decir bar­baridades, y a ratos sólo se trata de ver caer la tarde sobre las torres toscanas, y de decir lo irrepetible de esa tarde. El resultado de esta lúcida mirada, mirada en torno y mirada hacia dentro, mirada de poeta y mirada digamos de filóso­fo, es un libro que uno lee como si, ya, estuviera leyendo a un clásico. La negra provincia de Flaubert, es, sí, un libro clásico, en el que en­contrarán aliento espiritual quie­nes se hayan sentido concernidospor las indagaciones de Jünger en sus diarios, por las de Pla en su Cuaderno gris: por ese tipo de li­bros que nos explican, sin hacer as­pavientos, el mundo en torno.

Juan Manuel Bonet

EL NEGRO ES

UN BUEN

COLOR PARA

EL HUMOR

Donald E. Westlake, «¿Por qué yo?». Colección «Etiqueta negra». Ediciones Júcar, Gijón, 1986.

Los buenos aficionados al género policíaco, y los pocos especialistas, han tenido que degustar las obras de W estlake en ex­

trañas versiones argentinas y mexi­canas en las que, digan lo que di­gan los hispanistas, no se escribe en nuestro idioma. En España sólo se han publicado cuatro novelas de este neoyorkino («A quemarropa»,

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«Dosmassie», «El muerto sin des­canso» y «Socorro, estoy prisione­ro») a pesar de que por el mimetis­mo cultural debería ser muy cono­cido ya que es uno de los autores más famosos de la actual novela «negra» de los USA.

W estlake es un escritor con una carrera de un cuarto de siglo en la que ha conocido de todo. Sus pri­meras novelas eran un calco de los «hard-boiled» de Hammett y de­más clásicos. Sus relatos incidían, quizá con exceso en la violencia. Y fue esa violencia la que le envió a la fama después de la publicación de «A quemarropa», que firmó con el seudónimo de Richard Stark. En esta obra surgía el personaje de Parker, un individualista, que here­daba el mito de héroe solitario nor­teamericano en una época que lo hacía imposible. W estlake se rió de la tradición USA, a pesar de lo pe­ligroso que es burlarse de las tradi­ciones recientes cuando aún no se han convertido en leyendas, ha­ciendo que su personaje protago­nista fuese todo lo contrario de lo que hasta entonces se había exigi­do al «mozín» de la película. Par­ker tomó los rasgos del actor Lee Marvin en el film «A quemarropa» (Point Blank) que dirigió, en 1967, y cuando aún era un genio, John Boorman.

Con Parker de protagonista W es­lake escribió una serie de novelas que le llenaron los bolsillos, pero la violencia llegó a cansarle y sacó de la saga de Parker a un secunda­rio, Grofield, al que hizo personaje principal para una nueva serie de relatos. Grofield es también un la­drón, pero un ladrón un poco espe­cial que sólo trabaja, un golpe por año, a principios de temporada pa­ra poder financiar un teatro de obras experimentales del cual es

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director y propietario. De este per­sonaje intermedio derivará el ter­cero, y definitivo: John Archibald Dortmunder, que inició su andadu­ra, en 1970, en la obra «Una esme­ralda candente».

Dortmunder es un genio al que un halo de «gafe» hace que sus ha­zañas pasen de lo épico al absurdo, en una clara traslación del duro universo del hampa a una visión propia de Groucho Marx al obser­varla, con naturalidad, desde su punto de vista del otro lado de la ley.

La primera novela de Dortmun­der tuvo la suerte de ser rodada, en 1972, por Peter Yates que ya tenía dos obras maestras en su historial: «Bullitt» y «Los amigos de Eddie Coiley», en las que se lucieron Ste­ve Mac Queen y Robert Mitchum. La película en España se llamó «Un diamante al rojo vivo», contó con la presencia de Robert Redford como Dortmunder, George Segal como Kelp, el lugarteniente de Dortmunder y un magnífico Zero Mostel que encarnaba un «malo» inolvidable.

Desde la primera aparición el «gang» de Dortmunder se ha en­frentado al absurdo de la realidad USA, pasando de la crítica destruc­tiva a la ironía más feroz sin dejar de hacer ver los sarcasmos más crueles pero siempre dentro de un «realismo» impecable, que no ex­cluye los momentos más delirantes y divertidos de toda la serie «ne­gra» norteamericana (incluyendo también el resto de las novelas que aparecen en las colonias).

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«Etiqueta negra», la colección policíaca nacida en Gijón, comien­za con la última, por ahora, novela de la saga de Dortmunder que al igual que las demás novelas de W estlake es algo más que un diver­timento. Es una aventura que se lee de un tirón, que provoca carca­jadas y obliga a pensar. En total to­do lo que tiene que tener un libro para merecer el nombre de tal y además cuesta menos de lo que va­le. En «Etiqueta negra» anuncian una larga lista de autores, incluidos los de mayor éxito, en la que vuel­ve a repetirse, en el número seis, el nombre de W estlake, en su obra más seria, y no por eso menos di­vertida, titulada «Policías y ladro­nes». Volveremos a hablar de esta colección que es un agradable re­galo para los que consideran la lec­tura como una pasión que tiene la obligación de ser divertida.

Víctor Acebal

MODERNIDAD

E INMO­

DERNIDAD

E. Trías, Los límites del mundo. Ariel,Barcelona, 1985.

si la Modernidad dice mé­todo, crisis y razón, en­tonces precisa de la In­modernidad como de ma­sa do ejercer su energía

crítica, del mismo modo como la razón industrial necesita los pro­ductos agrarios para enlatarlos. Modernidad e inmodernidad son ahora conceptos correlativos y coimplicados: tendría razón, pues, la razón posmoderna al rehabilitar la noción de coimplicidad como no­ción clave y al recuperar la razón empedoclesiana como razón me­júnjica.

Esta sería mi particular conclu­sión tras la lectura del último libro de E. Trías «Los límites del mun­do». Se trata de un texto-síntesis fi­losófico, en el que su autor nos conduce dialécticamente a través de la cuerda tensa de un pensar in­tencionadamente débil/lábil situa-

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do en la frontera del ser, en el goz­ne o quicio (desquiciado) de la ra­zón moderna, en el límite entre el espacio abierto y el tiempo oclui­dor, en el signo de concordancia(/ ) que articula, cual barra-bisagra de Duchamp, mundo y trasmundo. Somos nosotros mismos el límite mismo interpretado cual juntura/ separación de Terra y Antiterra. Y si bien a su ámbito de puro filo/hi­lo no accede el conocer clásico, sí que accede el pensar posclásico: de este mundo la verdad clásica aparecería horadada por el sinsen­tido, siendo el sentido dicho logos­legein límite, mediación pura, azar- reunión, lingüicidad ontoló­gica o relación/relato originario. Heidegger ronda los aledaños triá­sicos de Trías -un Heidegger his­pánico afirmador de una ontología trágica por cuanto herida por invi­sibles cristales simbólicos rotos.

Somos, en efecto, los desgarra­dos hijos/huérfanos de una Madre presuntamente católica y de un Pa­dre presuntamente moderno: si­tuación de encerrona, límite entre la modernidad y la contramoderni­dad, fisura entre la materia y el es­píritu. Ahuecar el mundo, encon­trar un espaciotiempo fraterno pa­rece ser el intento lúcido: en el en­treacto, empero, quedan flotando Madre y Padre, Materia y Espíritu, Espacio y Tiempo. La peligrosidad axiológica de una tal operación fi­lial de desalojo resulta obvia: ma­tar a Madre y Padre o incluso rele­garlos al vacío y olvido nos relega a nosotros mismos como irreliga­dos seres flotantes en el abstracto azul. De este modo la preconizada prohibición del incesto con la Ma­dre por parte de un Padre muerto, parecería acercar la posición de Trías, ve/is no/is, a una Razón mo­derna vaciada de sentido.

Frente a la tesis del doble ances-

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tro muerto, propondría aquí la con­tratesis del doble ancestro interio­rizado en andrógina asunción de los contrarios. Somos el (desqui­ciado) quicio de Madres y de Pa­dres: la articulación y transmuta­ción de los contrarios reunidos en fratriarcado simbólico define una auténtica razón coimplicacional. Pues no parece posible «fundar», como quiere Trías, la imperativa voz ética de un Padre-Dios muerto que reocupa simbólicamente el agujero dejado por la Madre pre­moderna: un tal Padre es el Logos­Estado moderno, cuyo Deber for­mal tórnase hueco, huero y vacío porque no tiene detrás el fundacio­nal amor materno. Nadie puede amar (ser ético) si no ha sido ama­do a tergo: todo deber (paterno) procede de una deuda ontológica con la Madre (Natura). Como la belleza, la razón es la «relación» de lo elemental-sublime: y lo elemen­tal-sublime es la emergencia (eros) de un sentido sub-límite. De lo contrario, el espaciotiempo ocupa­do por el hijo de unos Padres muertos y sepultados corre el peli­gro de funcionar cual «comunidad que enajena las pasiones dominan­tes de sus individuos» (p. 139) -un texto demasiado cercano al último Habermas y su vaciada concepción del arte como sometimiento de las vivencias, y que encontraría fiel eco en el propio Trías: «siento co­mo costosa y valiosa consecución lo que, por vez primera en la histo­ria que reconozco como mía, se impone hoy como fundamento de convivencia» (p. 115). llmposición o Proposición-propuesta? Mientrasque la Razón moderna impone ver­dad, un lenguaje posmoderno pro­pondría complejas redes de senti­dos consentidos.

Y bien, todo el discurso de Trías se aglomera en su proyectivo con-

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cepto límite del Espacio-luz tras­cendental: aquí se sintetiza su vi­sión metafísica del ser como topos trasparente, límite puro, vidrio-luz, sentido absoluto, logos fulgente, gozne de cristal. En este concepto­límite parece reunir Trías la con­cepción de una «materia transpa­rente», simbolizante de la realidad como vida complexiva de lo topo­lógico (espacio materno o jora pla­tónica) puro. Ahora bien, este es­pacio-luz vuelve a mostrar cierto larvado intento por sobreponer el logos (paterno) al cuerpo inerte del humus-matriz: recuerda, así, el es­pacio vacío habitado por una luz cuya velocidad es patrón-límite pe-ro, sobre todo, recuerda el Cielo ;: cual Patria luminosa y topos «de- � fensor» de una Madre Natura caó- u tica (sic ya el Freud citado por nuestro autor). Frente a este Espa­cio-luz, uno hablaría mejor de un Espacio ahuecado por el Tiempo, Espacio-lunar en cuya cara vidria-da emerge un sentido anidado de sinsentido por cuanto traspasado por la relatividad y la transicionali­dad: logos, pues, irracional, síntesis de contrarios, relacionalidad previa a toda descarada racionalidad pura, quicio desquiciado, mezcla y me­junje. Pues el sentido dice cristali­zación vidriada: vidrios poliédri­cos, coímplices, heteróclitos.

Andrés Ortiz-Osés

VIAJAR AL

FUTURO

Luis Bello, Viaje por las escuelas de Asturias. Servicio de Publicaciones del Principado de Asturias. Edición en co­laboración con Tribuna Ciudadana de Asturias.

Viajar ha sido siempre uno de los hechos que ha marcado más notoria­mente a todas las civiliza­ciones de la tierra. Aun­

que en la antigüedad, muchas de las expediciones estaban trazadas por el signo de la conquista y de la guerra, otras dejaron la huella in­deleble de sus viajeros que, a tra­vés de sus notas, nos legaron la leyenda y las costumbres de pue­blos tan lejanos que sin ellas habría

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--El Maestro de Escuela Rural.

sido imposible reconocernos como planeta habitado hasta casi la in­vención de nuestras modernas téc­nicas.

Como Ford o Borrow, Luis Bello (1872-1935) es uno de nuestros úl­timos románticos que emprende un largo viaje por tierras de España para dejar constancia del estado de nuestras escuelas. La labor em­prendida por este ilustre periodista no sólo se impregna de un interés antropológico como bien demues­tran sus escritos costumbristas, si­no que, con ellos, alcanzan un alto grado de sentido social y político acercándonos la realidad de cada una de las escuelas españolas -al­gunas encaramadas en lo alto de las montañas-, su historia, situa­ción financiera, sus deficiencias, pero también sus progresos, en un esperanzador y edificante diálogo con sus maestros.

De su constante peregrinar, Luis Bello publica entonces, en cuatro volúmenes, «El viaje por las escue­las de España». Sesenta años des­pués, podemos los asturianos co­nocer la escuela de nuestros padres gracias a la labor conjunta de recu­peración que han hecho el Princi­pado de Asturias y Tribuna Ciuda­dana, editando este hermoso libro, no sólo para deleitarnos con su prosa sino también para no perder el tren de nuestra cultura más viva y necesaria: la que se fragua en los más tiernos años escolares.

Desde la muerte de Bello hasta nuestros días se ha escrito una de las páginas más lúgubres de nues­tra historia reciente y es necesario mantener muy viva y expectante la

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memoria para que el aporte en ma­teria de educación no se mida tan sólo en la cantidad de escuelas creadas (siendo por supuesto im­portante) sino en la calidad de la enseñanza. Cultura y democracia son dos términos que precisan, además de definición, ejemplos ca­da vez que los usamos para no que­darse en un mero discurrir teórico y convertirlos así, en una incesante representación cotidiana. Esto es, una cultura viva, demostrativa de una conciencia que abarque un grado mayor de humanismo y no la absurda y anquilosada acumula­ción de datos. Han transcurrido muchos años desde que Luis Bello recorriera las escuelas y, ejemplos tenemos en España, aunque daten de más de cuarenta años, en que los escolares acudían a recibir una enseñanza cualitativamente impor­tante. El profesor Juan Benito Ar­güelles, en su «epílogo para astu­rianos» nos recuerda que la filoso­fía docente del autor es la misma que la de la Institución Libre de En­señanza y que la de los regeneracio­nistas.

Este espíritu abierto y renovador hace de Luis Bello un hombre de su tiempo, un moderno que aspira a la propia modernidad de la socie­dad en la que le ha tocado vivir. Es, por tanto, el hombre sensible que sabe que el futuro empieza a forjar­se en nuestra infancia y, por ende, en las escuelas y acomete la tarea de practicar con el ejemplo deján­donos sus escritos como testimo­nio de cariño y dedicación al futu­ro de la cultura española.

Este libro se ilustra, además, con el prólogo que Azorín le escribiera para el tercer tomo de estos viajes, más un artículo de Luis Araquis­táin aparecido en El Sol el 24 de marzo de 1928, y una introducción del escritor José Esteban quien nos acerca la figura y la obra de Bello en una breve y cálida biografía.

Poco a poco iremos entrando en tierra asturiana por el claro abierto entre dos lomas desmesuradas, de­teniéndonos en Cangas de Tineo (hoy del Narcea), Grado, Oviedo, Gijón, Avilés, Luarca, Langreo ...

«En definitiva», nos dicen las úl­timas palabras del epílogo antes mencionado, «un libro que repre­senta un enriquecimiento y una re­cuperación para la bibliografía as­turiana en particular y la española en general».

Miguel Munárriz