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NÚMEROS Eugene H. Merrill Traducción: Elizabeth Márquez de Carpinteyro INTRODUCCIÓN El nombre del libro de Números proviene de la LXX, donde se le llama Arithmoi, ―Números‖. La razón de esto es que el libro contiene muchas estadísticas, las cifras de la población tribal, el número de sacerdotes y levitas, así como otros datos en cifras. El nombre en hebr. es b e miḏbar, que es la quinta palabra que aparece en el libro y significa ―en el desierto de‖. Autor. Todas las tradiciones judías y cristianas atribuyen la escritura del libro de Números (así como el resto del Pentateuco) a Moisés, aunque pocos pasajes lo confirman explícitamente (no obstante, cf. 33:2; 36:13). Aun los eruditos críticos admiten que el libro de Números es una parte inseparable del Pentateuco aunque, como es bien sabido, ellos niegan la paternidad literaria mosaica. Ciertamente Moisés es el personaje principal y por todo el libro aparece como participante y testigo presencial de la mayoría de los acontecimientos importantes. Sin la argumentación subjetiva y circular que utilizan muchos de los críticos de fuentes y los críticos de redacción, muy pocos lectores de Números podrían pensar en otro autor que no fuera Moisés. La discusión acerca de la paternidad literaria del Pentateuco se encuentra en la Introducción de Génesis. Fecha. El último v. del libro de Números dice: ―Estos son los mandamientos y los estatutos que mandó Jehová por medio de Moisés a los hijos de Israel en los campos de Moab, junto al Jordán, frente a Jericó‖ (36:13). Eso significa que el viaje a través del desierto había llegado a su fin y que Israel estaba por entrar a la tierra de Canaán. El cruce del río Jordán ocurrió 40 años después del éxodo (cf. Jos. 5:6), evento que se fecha en 1446 a.C. Así que el libro de Números debe ubicarse alrededor de 1406 a.C., obviamente antes de la muerte de Moisés, quien murió ese mismo año. (La fecha del éxodo en 1446 se basa en 1 R. 6:1, donde dice que Salomón comenzó la construcción del templo en el cuarto año de su reinado; i.e., en 966 a.C., 480 años después del éxodo. V. el comentario de ese pasaje.) Propósito. El libro de Números parece ser un manual de instrucciones para el Israel postsinaítico. Este ―manual‖ tiene que ver con tres áreas: (a) cómo debería organizarse la nación en sus viajes, (b) cómo deberían funcionar los sacerdotes y levitas en las condiciones de movimiento constante que se avizoraban y (c) cómo debían prepararse para la conquista de Canaán y su establecimiento allí. Las numerosas narraciones muestran tanto los éxitos y fracasos que tuvo el pueblo al conformarse y al incumplir con los requerimientos del libro en sus secciones legislativas, cúlticas y prescriptivas. El hecho de que el volumen cubra el período de casi 40 años que hubo entre la fecha en que se dio la ley en Sinaí, hasta la víspera de la conquista, nos hace pensar que es de carácter histórico. Pero es más que un registro de la historia. De hecho, tiene el propósito de describir las expectativas de Dios y las reacciones de Israel en un período único, una era en la que la nación ya tenía la promesa del Señor respecto a la tierra, pero aun no experimentaba su cumplimiento. BOSQUEJO I. Preparativos para el viaje (1:110:10) A. Orden de las tribus (caps. 12) B. Instrucciones para los levitas (caps. 34) C. Limpieza y consagración (caps. 56) D. Servicio en el tabernáculo (caps. 78) E. Instrucciones para la pascua (9:114) F. Presencia del Señor con ellos (9:1510:10) II. El viaje a Cades-barnea (10:1114:45) A. Salida de Sinaí (10:1136) B. Rebelión del pueblo (cap. 11) C. Rebelión de María y Aarón (cap. 12) LXX Septuaginta

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Page 1: 4 EL CONOCIMIENTO BÍBLICO, UN COMENTARIO EXPOSITIVO, TOMO 1 (NÚMEROS).pdf

NÚMEROS

Eugene H. Merrill

Traducción: Elizabeth Márquez de Carpinteyro

INTRODUCCIÓN

El nombre del libro de Números proviene de la LXX, donde se le llama Arithmoi, ―Números‖. La

razón de esto es que el libro contiene muchas estadísticas, las cifras de la población tribal, el

número de sacerdotes y levitas, así como otros datos en cifras. El nombre en hebr. es be miḏbar,

que es la quinta palabra que aparece en el libro y significa ―en el desierto de‖.

Autor. Todas las tradiciones judías y cristianas atribuyen la escritura del libro de Números (así

como el resto del Pentateuco) a Moisés, aunque pocos pasajes lo confirman explícitamente (no

obstante, cf. 33:2; 36:13). Aun los eruditos críticos admiten que el libro de Números es una parte

inseparable del Pentateuco aunque, como es bien sabido, ellos niegan la paternidad literaria mosaica.

Ciertamente Moisés es el personaje principal y por todo el libro aparece como participante y testigo

presencial de la mayoría de los acontecimientos importantes. Sin la argumentación subjetiva y

circular que utilizan muchos de los críticos de fuentes y los críticos de redacción, muy pocos

lectores de Números podrían pensar en otro autor que no fuera Moisés. La discusión acerca de la

paternidad literaria del Pentateuco se encuentra en la Introducción de Génesis.

Fecha. El último v. del libro de Números dice: ―Estos son los mandamientos y los estatutos que

mandó Jehová por medio de Moisés a los hijos de Israel en los campos de Moab, junto al Jordán,

frente a Jericó‖ (36:13). Eso significa que el viaje a través del desierto había llegado a su fin y que

Israel estaba por entrar a la tierra de Canaán. El cruce del río Jordán ocurrió 40 años después del

éxodo (cf. Jos. 5:6), evento que se fecha en 1446 a.C. Así que el libro de Números debe ubicarse

alrededor de 1406 a.C., obviamente antes de la muerte de Moisés, quien murió ese mismo año. (La

fecha del éxodo en 1446 se basa en 1 R. 6:1, donde dice que Salomón comenzó la construcción del

templo en el cuarto año de su reinado; i.e., en 966 a.C., 480 años después del éxodo. V. el

comentario de ese pasaje.)

Propósito. El libro de Números parece ser un manual de instrucciones para el Israel postsinaítico.

Este ―manual‖ tiene que ver con tres áreas: (a) cómo debería organizarse la nación en sus viajes, (b)

cómo deberían funcionar los sacerdotes y levitas en las condiciones de movimiento constante que se

avizoraban y (c) cómo debían prepararse para la conquista de Canaán y su establecimiento allí. Las

numerosas narraciones muestran tanto los éxitos y fracasos que tuvo el pueblo al conformarse y al

incumplir con los requerimientos del libro en sus secciones legislativas, cúlticas y prescriptivas. El

hecho de que el volumen cubra el período de casi 40 años que hubo entre la fecha en que se dio la

ley en Sinaí, hasta la víspera de la conquista, nos hace pensar que es de carácter histórico. Pero es

más que un registro de la historia. De hecho, tiene el propósito de describir las expectativas de Dios

y las reacciones de Israel en un período único, una era en la que la nación ya tenía la promesa del

Señor respecto a la tierra, pero aun no experimentaba su cumplimiento.

BOSQUEJO

I. Preparativos para el viaje (1:1–10:10)

A. Orden de las tribus (caps. 1–2)

B. Instrucciones para los levitas (caps. 3–4)

C. Limpieza y consagración (caps. 5–6)

D. Servicio en el tabernáculo (caps. 7–8)

E. Instrucciones para la pascua (9:1–14)

F. Presencia del Señor con ellos (9:15–10:10)

II. El viaje a Cades-barnea (10:11–14:45)

A. Salida de Sinaí (10:11–36)

B. Rebelión del pueblo (cap. 11)

C. Rebelión de María y Aarón (cap. 12)

LXX Septuaginta

Page 2: 4 EL CONOCIMIENTO BÍBLICO, UN COMENTARIO EXPOSITIVO, TOMO 1 (NÚMEROS).pdf

D. Espiando la tierra prometida (caps. 13–14)

III. El viaje a los campos de Moab (15:1–22:1)

A. Recordatorio de los estatutos del pacto (cap. 15)

B. Rebelión de Coré (cap. 16)

C. Reivindicación de Aarón (cap. 17)

D. Deberes y privilegios de los sacerdotes y levitas (cap. 18)

E. Leyes de la purificación (cap. 19)

F. Viaje por el desierto de Zin (cap. 20)

G. Viaje a Moab (21:1–22:1)

IV. Los moabitas y Balaam (22:2–25:18)

A. El dilema de Moab (22:2–4a)

B. Invitación a Balaam (22:4b–20)

C. Viaje de Balaam (22:21–35)

D. Oráculos de Balaam (22:36–24:25)

E. Idolatría de Israel (cap. 25)

V. Preparativos finales para entrar en Canaán (caps. 26–36)

A. Provisión de una herencia (26:1–27:11)

B. Sucesión de Moisés (27:12–23)

C. Leyes de las ofrendas (caps. 28–29)

D. Las leyes de los votos (cap. 30)

E. Juicio de Dios contra los madianitas (cap. 31)

F. Herencia de las tribus orientales (cap. 32)

G. Resumen del viaje desde Egipto (33:1–49)

H. Instrucciones finales acerca de la conquista y la heredad (33:50–36:13)

COMENTARIO

I. Preparativos para el viaje (1:1–10:10)

A. Orden de las tribus (caps. 1–2)

1. LOS SOLDADOS (1:1–46)

1:1–16. Después de haber concertado el pacto con Israel y de entregar la ley en el monte Sinaí, el

Señor instruyó a Moisés para que tomara un censo de toda la congregación de los hijos de Israel

por sus familias y por las casas de sus padres (v. 2). El mandato de efectuar este censo se dio el

día primero del mes segundo, en el segundo año de su salida de la tierra de Egipto (v. 1) y

debía incluir solamente a los varones capacitados militarmente que fueran de veinte años (v. 3) para

arriba. Ese censo se mandó levantar exactamente un mes después de que el tabernáculo fue erigido

en el monte Sinaí (Éx. 40:17). Un varón de cada tribu debía ayudar a Moisés (Nm. 1:4); sus 12

nombres aparecen en los vv. 5 al 15.

1:17–46. Después de una búsqueda cuidadosa de los registros de cada casa y familia, se contaron

los varones calificados de 20 años y mayores (vv. 17–19). Los totales de las tribus fueron como

sigue:

Rubén 46,500 (v. 21)

Simeón 59,300 (v. 23)

Gad 45,650 (v. 25)

Judá 74,600 (v. 27)

Isacar 54,400 (v. 29)

Zabulón 57,400 (v. 31)

Efraín 40,500 (v. 33)

Manasés 32,200 (v. 35)

Benjamín 35,400 (v. 37)

Dan 62,700 (v. 39)

Aser 41,500 (v. 41)

Neftalí 53,400 (v. 43)

Page 3: 4 EL CONOCIMIENTO BÍBLICO, UN COMENTARIO EXPOSITIVO, TOMO 1 (NÚMEROS).pdf

Total 603,550 (v. 46)

El orden de la lista no tiene mayor relevancia, excepto porque es evidente que las tribus se

acomodaron de la misma forma en el campamento que rodeaba al tabernáculo (2:2–31). Al

comparar esta lista con los hijos de Jacob de Génesis 29–30, se observa que Rubén y Simeón, las

primeras dos tribus de la lista de Números, son los dos hijos mayores que Jacob tuvo con Lea (Gn.

29:31–33). Sin embargo, Gad fue el primer hijo de Jacob con Zilpa, sierva de Lea (Gn. 30:9–11).

Judá fue el cuarto hijo de Lea (Gn. 29:35); Isacar fue el quinto (Gn. 30:17–18) y Zabulón el sexto

(Gn. 30:19–20). Efraín y Manasés eran, por supuesto, los hijos de José, el primer hijo de Jacob

con Raquel (Gn. 30:22–24). Benjamín fue el segundo hijo de Raquel (Gn. 35:16–18). Dan fue el

hijo mayor de Jacob con Bilha, sierva de Raquel (Gn. 30:4–6); Aser fue el segundo hijo de Zilpa,

sierva de Lea (Gn. 30:12–13) y Neftalí el segundo hijo de Bilha (Gn. 30:7–8). Leví, el tercer hijo de

Lea, no se encuentra en el censo de Números porque los levitas estaban exentos del servicio militar.

La lista que encontramos en Números varía en cierto modo con el orden tradicional (e.g., como en

Gn. 46:8–25, aunque Gn. 49:3–27 es diferente) especialmente en la colocación de Gad. El orden de

los nombres de Números 26:5–50 es idéntico al del cap. 1, excepto que en aquél se coloca a

Manasés antes que Efraín.

Una mayor dificultad se encuentra en lo exagerado de los números. El total de 603,550 concuerda

con el dado en Éxodo 38:26 y se aproxima a la cantidad de hombres que participaron en el éxodo

(Éx. 12:37 calcula 600,000). Pero incluyendo mujeres y niños, el total debe haber llegado a varios

millones, ya que los que se consideran en el censo de Números solamente son los varones de veinte

años para arriba y que eran aptos para el servicio militar. Desde el punto de vista humano, el

problema es obvio: ¿Cómo pudieron organizarse tantos miles de personas, mantener la unidad y

viajar a través de desiertos, caminos angostos y terrenos difíciles? La respuesta no estriba en la

posibilidad de que el texto esté corrompido, ya que las mismas cifras prevalecen a través de los

registros.

Una sugerencia es que p , que se trad. como ―miles‖, debe entenderse como una unidad social,

equivalente a una casa o familia (cf. Jue. 6:15; 1 S. 10:19; Mi. 5:2; etc.). Entonces, éste podría ser

un término técnico que sugiere un número mucho menor. En tal caso, el total de Rubén, por ejemplo

(Nm. 1:20–21), sería de 46 familias más 500 individuos en lugar de 46,500. Si cada familia de

Rubén estuviera formada por 100 hombres, su total sería de 4,600 más 500 individuos o 5,100 en

total. La mayor objeción a este punto de vista es que el gran total de las tribus es de 603,550 lo cual,

según ese sistema, significaría que en realidad eran 603 familias más 550 individuos. Sin embargo,

cuando todas las casas de las tribus se suman, llegan a un total de 598 más 5,550 individuos; eso no

concuerda con las cifras bíblicas.

Una segunda sugerencia es que p en el texto hebr. sin vocales podría leerse a p , ―jefe‖ o

―comandante‖. Así que en el caso de Rubén, el número podría ser de 46 a p , más 500 hombres.

El gran total sería de 598 a p más 5,550 hombres. Pero una vez más, eso no cuadraría con el total

bíblico de 603 más 550. Por lo tanto, parece mejor interpretar lit. los acontecimientos y las cifras y

considerar el viaje y el abastecimiento para esa gran multitud como parte de la provisión milagrosa

del Señor.

2. LOS LEVITAS (1:47–54)

1:47–54. Pero los levitas no debían ser contados en ese censo, porque estaban exentos del servicio

militar y no podían portar armas. Eso se sugiere por el hecho de que habían sido apartados para el

servicio del tabernáculo del testimonio, y estaban sobre todos sus utensilios y todas las cosas

que le pertenecen. Solamente ellos podían armarlo y desarmarlo; cualquier otro que lo tocara,

moriría (v. 51; cf. 1 S. 6:19–20; 2 S. 6:6–7). Es más, los levitas levantaban sus tiendas alrededor del

tabernáculo, y las demás tribus en el perímetro exterior (Nm. 1:52–53; cf. cap. 2).

3. EL RESTO DE LA GENTE (CAP. 2)

trad. traducción, traductor

lit. literalmente

Page 4: 4 EL CONOCIMIENTO BÍBLICO, UN COMENTARIO EXPOSITIVO, TOMO 1 (NÚMEROS).pdf

2:1–9. Jehová trató el asunto del arreglo del campamento previendo los años que les esperaban de

viaje hasta Canaán. La nación debía establecer un procedimiento para acampar y marchar,

siguiendo un método eficiente. El arreglo consistía en hacer cuatro grupos de tres tribus cada uno

para que se colocaran a los cuatro lados del tabernáculo, respectivamente. La tribu de Leví debía

dividirse entre sus casas más grandes y situarse alrededor del tabernáculo. (V. ―Arreglo de los

campamentos tribales‖ y ―Orden de marcha de las tribus israelitas‖, en el Apéndice, págs. 329 y

330).

La bandera ( ōṯōṯ, v. 2) de cada una de las casas de Israel identificaba a las familias y las enseñas

( , vv. 2–3) señalaban cada una de las divisiones formadas por tres tribus. El grupo que

acampaba al oriente del tabernáculo estaba formado por las tribus de Judá … Isacar y Zabulón

(vv. 3–9), siendo Judá el líder de los ejércitos (v. 9). El jefe de los hijos de Judá, Naasón hijo de

Aminadab (v. 3), aparece en las genealogías posteriores dentro de la línea mesiánica (cf. Rt. 4:20;

Mt. 1:4). Las tribus de ese grupo representaban al cuarto, quinto y sexto hijos que Jacob tuvo con

Lea (V. el comentario de Nm. 1:17–46). Debido a que el tabernáculo miraba hacia el oriente, los

ejércitos de la tribu de Judá iban al frente de la procesión cuando el pueblo iniciaba la marcha.

2:10–17. Al sur se encontraba el ejército de los hijos de Rubén junto con las tribus de Simeón y

Gad. Rubén y Simeón eran el primero y segundo hijos de Lea, respectivamente. Leví era el tercero,

pero esa tribu no podía formar parte del ejército rubenita debido a sus deberes religiosos. Así que

Gad, el hijo mayor de la sierva de Lea, se alineó junto con Rubén. Ese ejército seguía detrás de

Judá en la marcha.

El siguiente contingente en el orden era el de la tribu de Leví que seguía de acuerdo a su propia

división de sus casas (v. 17; cf. 3:21–38).

2:18–24. Al occidente se encontraba el ejército de Efraín y sus tribus hermanas Manasés y

Benjamín. Esas tres tribus trazaban sus raíces hasta Jacob a través de su esposa Raquel y en los

viajes, eran los que iban detrás de los levitas.

2:25–34. Finalmente, al norte se ubicaba el ejército de Dan junto con las tribus de Aser y Neftalí.

Dan y Neftalí fueron los hijos de la sierva de Raquel y Aser fue el segundo hijo de la sierva de Lea.

A excepción de Aser, se puede ver cierta lógica en el arreglo de las tribus con base en sus

antepasados. Pero al juntar a las tribus de los hijos de Raquel y eliminar a los levitas, difícilmente se

podía colocar a Aser en otro lugar. Así que, el patrón general refleja el origen materno de las tribus.

B. Instrucciones para los levitas (caps. 3–4)

1. LA RELACIÓN DE LOS LEVITAS CON LOS SACERDOTES (3:1–13)

3:1–4. El cap. 3 se refiere nuevamente a la revelación de Dios dada a Moisés en el monte Sinaí, la

cual concierne a los descendientes de Aarón y de Moisés (cf. Éx. 28–29). Aarón, el sumo

sacerdote, había tenido cuatro hijos que debían ayudarle y sucederle en el oficio sagrado. Pero dos

de esos cuatro, Nadab y Abiú, murieron a causa de su flagrante corrupción de los procedimientos

sacerdotales autorizados (V. el comentario de Lv. 10:1–2). Esto dejó sólo a dos hijos de Aarón,

Eleazar e Itamar, para que sirvieran al lado de su padre. Ya que solamente Aarón y sus

descendientes directos podían fungir como sacerdotes (Éx. 28:1; 29:9; 40:15), era imposible que

atendieran todas las necesidades religiosas de Israel solos. Así que toda la tribu de Leví fue

seleccionada para asumir las responsabilidades religiosas, con excepción de los ministerios que eran

exclusivamente sacerdotales. Puesto que Aarón era levita, eso significaba que todos los sacerdotes

eran levitas, pero no todos los levitas eran sacerdotes.

3:5–10. La labor específica de los levitas era ministrar en el servicio del tabernáculo (vv. 7–8),

pero no podían acercarse a él (v. 10). La referencia al santuario (el hebr. y la RVR60 sólo dicen ―el

extraño que se acercare, morirá‖ y no mencionan explícitamente al santuario) delimita con claridad

la función de los levitas—ellos no podían fungir como sacerdotes ni ofrecer sacrificios o llevar a

cabo otras funciones en el tabernáculo.

3:11–13. La razón que hubo para seleccionar a la tribu de Leví se repite en estos vv. Puesto que

Jehová había salvado a todos los primogénitos de los hijos de Israel y de sus animales durante la

RVR60 Reina-Valera Revisión 1960

Page 5: 4 EL CONOCIMIENTO BÍBLICO, UN COMENTARIO EXPOSITIVO, TOMO 1 (NÚMEROS).pdf

décima plaga que envió a Egipto, tenía derecho a reclamar como suyos a los primeros nacidos

entre los hijos de Israel. Sin embargo, en lugar de los primogénitos, él apartó a la tribu de los

levitas para su servicio (V. el comentario de Éx. 13:1–16). La implementación de este principio de

sustitución se describe en Números 3:40–51.

2. LABORES DE LOS LEVITAS (3:14–39)

3:14–26. Finalmente, los levitas también fueron contados para prepararlos para ocupar el lugar que

les correspondía en el campamento y en el ministerio. Debían incluirse todos los varones de un mes

arriba (v. 15). Se dividieron en tres casas de acuerdo a su relación con los tres hijos de Leví—

Gersón, Coat y Merari (v. 17). Los gersonitas se subdividían en la familia de Libni y la de Simei,

quienes sumaban siete mil quinientos varones (vv. 21–22). Ellos acampaban al occidente y estaban

a cargo de cuidar las cubiertas del tabernáculo de reunión …, la tienda y su cubierta y las

cortinas, la … de la puerta las … del atrio, y la cortina de la puerta del atrio.

3:27–32. Los coatitas estaban formados por los subgrupos de los amramitas … izharitas …

hebronitas y … uzielitas con un total de ocho mil seiscientos varones (vv. 27–28). Amram fue

padre de Aarón y Moisés (26:58–59; cf. Éx. 6:16–20). La responsabilidad de los objetos sagrados

recaía sobre la familia de Coat, que acampaba al sur (Nm. 3:31). Su líder era Eleazar hijo del

sacerdote Aarón (v. 32).

3:33–37. Las familias de Merari se dividían entre los mahlitas y … los musitas, y en total fueron

seis mil doscientos varones. Ellos acampaban al norte y estaban encargados de la estructura de

madera del tabernáculo y de todos los amarres y pertrechos relacionados con ella.

3:38. Moisés y Aarón y sus hijos acampaban al oriente del tabernáculo. Su responsabilidad

consistía en guardar el santuario, lo cual sugiere que eran encargados de supervisarlo todo, ya que

todo estaba cubierto según las asignaciones de labores que se dieron a los otros tres grupos de

levitas.

3:39. Todos los contados de los levitas … fueron veintidós mil, sin embargo, al sumar las

cantidades de los vv. 22, 28 y 34, el total es de 22,300. La cantidad de 22,000 no puede interpretarse

como un número redondo, ya que los 22,273 primogénitos de Israel eran 273 individuos más que

los levitas (v. 46). La solución más satisfactoria es suponer que los 300 sobrantes fueron los

primogénitos de los mismos levitas, que obviamente no podían tomarse en cuenta para redimir a los

primogénitos de Israel (cf. el comentario de los vv. 40–51).

3. SUSTITUCIÓN DE LOS LEVITAS POR LOS PRIMOGÉNITOS (3:40–51).

3:40–51. En compensación por haber salvado a los primogénitos varones de Israel durante el

éxodo, Jehová declaró que le pertenecían todos los primogénitos de hombres y animales (V. el

comentario de los vv. 11–13). Eso no se refería a que debían morir, sino que debían llevar una vida

dedicada a su servicio. Posteriormente, ese principio fue evolucionando hasta que se instituyó que la

tribu de Leví fuera reservada para realizar la obra del Altísimo en sustitución de todos los

primogénitos de las demás tribus.

El número de levitas que ofrecería ese servicio vicario fue de 22,000 (v. 39) en tanto que los

primogénitos varones de todo Israel sumaban 22,273 (v. 43). Eso significa que no había

suficientes levitas para redimir a todos. Así que los doscientos setenta y tres … primogénitos de

los hijos de Israel sin redención levítica debían redimirse de alguna otra manera. La solución era

tomar cinco siclos por cabeza (v. 47), un total de 1,365 siclos de plata de 56.7 grs. cada uno (más

de 77 kgs., equivalente a varios miles de dólares de la actualidad).

A menudo se hace la objeción de que los 22,000 levitas varones de más de un mes es una cifra

menor de la que se esperaría a la luz de las cantidades que arrojan las demás tribus. Hay dos

argumentos que apoyan esa objeción: (1) Manasés tuvo la menor cantidad de todos los demás, pues

contaba con 32,200 varones (2:21) que incluían solamente a los de 20 años para arriba. Sin embargo,

la baja población de Leví podría simplemente significar que, por alguna razón, esa tribu no había

sido tan fructífera como las demás. Otras cantidades respecto a esa tribu (e.g., 8,580 hombres entre

30 y 50 años, 4:48) concuerdan con la cifra de 22,000.

(2) Además, algunos estudiosos argumentan que los 22,273 primogénitos de las doce tribus era un

número demasiado pequeño, ya que la totalidad de la población de los varones israelitas de 20 años

Page 6: 4 EL CONOCIMIENTO BÍBLICO, UN COMENTARIO EXPOSITIVO, TOMO 1 (NÚMEROS).pdf

o más era de 603,550 (cf. 1:46), lo cual resultaría en una proporción de tan sólo 1 a 27. Sin embargo,

es muy probable que el primogénito de Israel se refiere solamente a aquellos que nacieron después

de que la tribu de Leví se estableció como unidad sacerdotal. El decreto original tocante al

primogénito (Éx. 13:11–13) indica con claridad que su implementación no se hizo retroactiva al

éxodo, sino que entraría en vigor en el futuro. Es decir, únicamente serían contados los

primogénitos varones que nacieran entre el éxodo y la elección de Leví, aprox. dos años más tarde

(Nm. 1:1). Así que un total de 22,273 es aceptable para ese período de tiempo, ya que difícilmente

habría un mayor número de familias que tuvieran a sus primogénitos en ese lapso.

4. EL TRASLADO DEL TABERNÁCULO (CAP. 4)

4:1–3. Para el ministerio que se describe en este pasaje, un levita debía tener treinta años arriba

hasta cincuenta años. La razón para contar a los varones levitas desde un mes de edad (3:39–41),

era solamente con el propósito de efectuar la redención del primogénito de Israel. Por siglos, se

mantuvo como costumbre la edad mínima de 30 años para ejercer el servicio sacerdotal (cf. el

comentario de Ez. 1:1). Sin embargo, los levitas podían servir, y de hecho lo hacían, en diferentes

áreas cuando eran menores de edad (Nm. 8:24). Pero lo que se incluye en este relato es el pesado

oficio de transportar el tabernáculo con todos sus implementos.

4:4–20. Primeramente, entraban en función los hijos de Coat. A Aarón y a sus hijos les

correspondía la fenomenal tarea de desarmar el velo (que cubría la tienda, v. 5) y colocarlo sobre el

arca junto con las pieles de tejones (para una explicación de ―pieles de tejones‖, V. el comentario

de Ex. 25:5; 36:8–38) y un paño (vv. 5–6). Las razones eran (a) para proteger al arca sagrada de

que fuera vista por el ojo humano (v. 20) y (b) para protegerla de las inclemencias del tiempo.

Debían hacer lo mismo con la mesa de la proposición (v. 7) con todas sus vasijas, el candelero (v.

9) y todos sus utensilios que se usaban en la adoración dentro del tabernáculo (v. 12). Debían

quitar del gran altar de bronce las cenizas de las ofrendas quemadas y cubrirlo como a los demás

utensilios con un paño y cubierta de pieles de tejones (vv. 13–14). Aarón y sus hijos debían poner

sus varas (vv. 6, 8, 11, 14) o parihuelas (vv. 10, 12) a todos esos objetos pesados para poder

transportarlos.

Cuando todo quedaba listo, el remanente de coatitas levíticos transportaba los artículos

mencionados arriba. Se les indicó que fueran extremadamente cuidadosos: no tocarán cosa santa,

no sea que mueran (v. 15; cf. vv. 19–20). Eleazar el sacerdote, debía supervisar todo el

procedimiento para asegurar que los aceites, el incienso aromático y los granos de la ofrenda

continua, fueran manejados con propiedad (v. 16).

4:21–28. Los hijos de Gersón eran los encargados de transportar las aditamentos del tabernáculo

que no eran de madera y las cubiertas exteriores, incluyendo las cortinas …, sus cuerdas y otros

implementos del servicio, lo cual se llevaba a cabo bajo la supervisión de Itamar hijo del

sacerdote Aarón.

4:29–33. El cuidado de los componentes de madera y de metal del tabernáculo fue delegado en los

hijos de Merari. Itamar también supervisaba esa parte de la transportación del tabernáculo (cf. v.

28).

4:34–49. El número total de levitas involucrados en ese trabajo era de ocho mil quinientos ochenta

(v. 48)—dos mil setecientos cincuenta coatitas (v. 36), dos mil seiscientos treinta gersonitas (v.

40) y tres mil doscientos meraritas (v. 44).

C. Limpieza y consagración (caps. 5–6)

1. PERSONAS CEREMONIALMENTE CONTAMINADAS (5:1–4)

5:1–4. El Señor habló al pueblo acerca de su santidad divina y de la necesidad de que los israelitas

fueran santos, pues iban a vivir cerca de su morada. En el pacto del A.T., la santidad espiritual de la

comunidad estaba ligada a, y se evidenciaba por, la santidad física y corporal, y por las relaciones

interpersonales correctas. Así que cualquiera que contrajera alguna enfermedad que provocara una

contaminación ceremonial, no podía tener comunión con el Señor en el tabernáculo o con sus

coterráneos. Eso incluía las enfermedades infecciosas de la piel: a todo leproso (pero no sólo a

aprox. aproximadamente

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estos), y a todos los que padecen flujo corporal de cualquier tipo (e.g., emisiones menstruales o

seminales) y a todo contaminado por haber tenido contacto con un muerto. (Para una descripción

completa de los varios tipos de contaminación y sus tratamientos, V. el comentario de Lv. 12–15 y

Nm. 19).

2. LEY DE LA RETRIBUCIÓN (5:5–10)

5:5–10. De acuerdo con el espíritu de la ley que consideraba que el pecado cometido contra un

hermano era una ofensa contra Dios mismo (cf. Sal. 51:4), el Omnipotente aquí introduce el

principio de la retribución. El ofensor que causara cualquier daño por caer en alguno de todos los

pecados, debía confesar el pecado y restituir al ofendido enteramente, añadiendo el veinte por

ciento. Obviamente, esto se refiere a las pérdidas que se podían medir en términos monetarios (cf.

Lv. 6:1–7 para más detalles). Y si la parte ofendida había muerto y no tuviere pariente al cual

pudiera resarcirse el daño, podría darse la indemnización a Jehová, además del carnero que se

ofrecía como sacrificio por el pecado cometido como expiación (cf. Lv. 5:15; 6:6; 7:1–10). Ese tipo

de ofrenda se daba al sacerdote para que él la comiera (Lv. 7:6–7). De manera similar, toda

ofrenda de todas las cosas santas que un israelita hiciera voluntariamente, eran para el uso

personal del sacerdote (Lv. 2:9–10).

3. ACUSACIÓN POR ADULTERIO (5:11–31)

5:11–15. En la comunidad del pacto de Israel, el adulterio era síntoma de infidelidad al Señor, así

como lo era la impureza ceremonial o una transgresión cometida contra un hermano o hermana (v.

6). Por lo tanto, no podía tolerarse ni como una violación al compromiso matrimonial entre esposo y

esposa (Éx. 20:14), ni como una infidelidad al pacto (Ez. 16). Si un hombre sospechaba que su

esposa era adúltera, debía llevarla ante el sacerdote, tuviera pruebas o no (Nm. 5:11–15). Puesto que

el adulterio era también un pecado contra Dios, debía llevarse al sacerdote una ofrenda de harina

de cebada para ofrecerla al Señor. El propósito de esa ofrenda era traer a la memoria el pecado (v.

15). (En los vv. 18, 25–26 se explica cómo se hacía esto).

5:16–18. Para comenzar el ritual de las averiguaciones, el sacerdote presentaba a la mujer ante el

Señor (i.e., ante el tabernáculo), tomaba agua santa, bendecida o apartada para tales casos, y la

revolvía con el polvo que había en el suelo del tabernáculo. Entonces debía descubrir la cabeza

de la mujer y poner en sus manos la ofrenda recordativa mientras él tenía en las suyas el

recipiente con aguas amargas. Aunque esa escena podría sugerir rituales mágicos de los paganos

que enjuiciaban por medio de pruebas rigurosas, la magia está terminantemente prohibida en el A.T.

(e.g., Dt. 18:9–13). Así que ese ritual de juicio divino debe entenderse conforme al valor simbólico

de sus elementos. La cebada representa la ofrenda apropiada para el juicio, dado que ésta no se

mezclaba con aceite o incienso (Nm. 5:15; cf. Lv. 2:2–10; 5:11–13). El agua revuelta con el polvo

era santa (Nm. 5:17) porque estaba en un recipiente santo (probablemente una vasija de bronce, Éx.

30:18). El hecho de disolver el polvo en el agua podría relacionarse con la serpiente que fue

condenada a comer polvo en la maldición que recibió de Jehová en el jardín de Edén (Gn. 3:14). Si

la acusada resultaba culpable, podía esperar la maldición de Dios, así como ocurrió con la serpiente.

El descubrirse la cabeza, lo cual no era una afirmación de su inmoralidad (porque ésta no se había

comprobado todavía), reflejaba la seriedad de la acusación y la presunción de culpa que era

atestiguada por los ―celos‖ del esposo (Nm. 5:14).

5:19–31. Cuando todo estaba listo, el sacerdote le decía a la mujer que no podía ser maldecida si

era inocente, pero que si era culpable, la maldición sería inevitable. Ella debía responder: Amén,

amén. Si era inocente, no sufriría ningún efecto dañino cuando tomara el agua amarga mezclada

con polvo. Pero si no, su culpabilidad se manifestaría cayendo su muslo e hinchándose su vientre.

Esa maldición se refiere claramente a algún tipo de desorden físico que provocaría la esterilidad de

la mujer (vv. 27–28). Después de ser juramentada (v. 22), la tinta con la cual se escribían las

maldiciones en el rollo del sacerdote, era mezclada con las aguas amargas (v. 23). Es decir, la

mujer debía simbólicamente ―comerse sus palabras‖. A continuación, ella bebía el agua mientras

que el sacerdote ofrecía la cebada al Señor (vv. 24–26). Si era culpable, sufría la pena de la

maldición. Si era inocente, no se veía afectada en su capacidad de procrear hijos (vv. 27–28). En

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cualquiera de los casos, el esposo era absuelto de toda culpa porque aunque ella fuera inocente,

había actuado por celos sobre los cuales no tenía control alguno (vv. 29–31).

Las manifestaciones físicas de la culpa no se debían a que la mezcla líquida tuviera ciertas

propiedades, ni tampoco como se estableció antes, podrían atribuirse a la magia. Es más probable

que el proceso estuviera relacionado con reacciones psicosomáticas de la conciencia causadas por la

culpabilidad o la inocencia y la convicción de pecado hecha por el Espíritu Santo.

4. LEY DEL NAZAREATO (6:1–21)

6:1–12. La contraparte de la limpieza (cap. 5) es la consagración (cap. 6). En cuanto al sacerdocio,

el ministerio levítico era un privilegio exclusivo de los que pertenecían a la tribu de Leví. Sin

embargo, el Señor aquí incluyó una provisión para que cualquier hombre o mujer de Israel pudiera

hacer un voto delante de Jehová, consagrándose por un tiempo determinado al servicio de Dios. En

algunas ocasiones, los padres podían hacer ese voto en nombre de sus hijos, como en el caso de

Samuel (1 S. 1:11), pero por lo regular, era un acto voluntario de devoción que hacían los adultos.

Una persona que decidiera consagrarse de esa forma, se llamaba nazareo (del hebr. nāzar,

―dedicar‖). Durante el período de consagración, tenía que abstenerse de bebidas fermentadas y de

todos los derivados del vino (Nm. 6:3–4); tampoco debía pasar navaja sobre su cabeza (v. 5); y no

debía acercarse a un muerto (vv. 6–8). Hacer cualquiera de esas cosas violaba el voto cuyo símbolo

era el pelo largo (v. 7). Sin embargo, si por alguna razón pasaba involuntariamente cerca de un

cadáver, tenía que llevar a cabo una ceremonia de purificación en la cual rasuraba su cabeza en el

séptimo día. En el día octavo, ofrecía dos tórtolas o dos palominos …, uno en expiación, y el

otro en holocausto (vv. 9–11; cf. Lv. 5:7–10). Sólo entonces podía volver a su período de

consagración.

6:13–17. Cuando se cumplía el tiempo de consagración, el nazareo debía llevar al tabernáculo un

cordero de un año … en holocausto, una cordera de un año … en expiación, y un carnero …

por ofrenda de paz. Esas ofrendas iban acompañadas de tortas sin levadura, de flor de harina

amasadas con aceite, y hojaldres sin levadura untadas con aceite … sus libaciones y constituían

el anuncio formal de haber puesto fin a su dedicación al nazareato. La ofrenda de expiación era

para borrar cualquier pecado cometido involuntariamente durante su período de consagración (cf.

Lv. 5:1–6). El holocausto simbolizaba la sumisión total al Señor (cf. Lv. 1:10–13). Y la ofrenda de

paz revelaba el hecho de que el nazareo y Jehová gozaban de una armonía perfecta (cf. Lv. 3:6–11;

7:11–14).

6:18–21. Después de eso, el nazareo debía raer el cabello de su cabeza y ponerlo al fuego, donde se

había ofrecido la ofrenda de paz. Esa ofrenda del cabello posiblemente representa la entrega de

toda la experiencia nazarea al Señor. Para el devoto simbolizaba la bendición del Altísimo, de quien

provienen todas las bendiciones.

Finalmente, el sacerdote debía tomar el carnero de la ofrenda de paz, sus partes seleccionadas y el

pan, y debía ponerlos en las manos del nazareo y ofrecerlos delante de Jehová. La ofrenda mecida

significa que el material se presentaba como un sacrificio al Señor y a su siervo el sacerdote. Así

que éste último, junto con el ofrendante, compartían la comida (cf. Lv. 7:28–34). Solamente

entonces el nazareo podía beber vino una vez más y, presumiblemente, hacer todas las demás

cosas que le estuvieron prohibidas durante el tiempo que el voto estuvo en vigor.

5. LEY DE LA BENDICIÓN SACERDOTAL (6:22–27)

6:22–27. Al invocar el favor de Dios para con el pueblo, el sacerdote debía usar una fórmula para la

bendición. Este hermoso pronunciamiento debe tomarse como un modelo, así como ―el

padrenuestro‖ es el modelo para la oración. Sin embargo, su propósito es claro: comunicar el deseo

del Altísimo de cubrir a su pueblo con su nombre. El nombre Jehová es equivalente al Señor

mismo, así que la bendición se convierte en una petición de que él habite en medio de su pueblo y

supla todas sus necesidades. Solamente él puede bendecir a su pueblo, guardarlo, derramar su favor

(hacer resplandecer su rostro y alzar su rostro sobre él), así como tener misericordia de él, y

poner su paz en su pueblo.

D. Servicio en el tabernáculo (caps. 7–8)

1. OFRENDAS DE LOS LÍDERES (CAP. 7)

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7:1–9. Este cap. narra en retrospectiva los acontecimientos de un mes anterior, cuando se dio

término a la construcción del tabernáculo y se celebró su dedicación al Señor. En preparación para

su viaje desde Sinaí hasta la tierra prometida, los príncipes de Israel …, jefes de las casas, trajeron

al Señor ofrendas, consistentes en seis carros cubiertos y doce bueyes. Dijeron que éstos debían

ponerse a disposición de los levitas para ayudarles en su ministerio de transportar el tabernáculo y

su contenido (vv. 4–5). Moisés distribuyó los bueyes y los carros como sigue: dos carros y cuatro

bueyes … a los hijos de Gersón (v. 7); y a los hijos de Merari … cuatro carros y ocho bueyes

(v. 8), pero a los hijos de Coat no les dio nada (v. 9) porque debían llevar sobre sus hombros los

objetos sagrados (cf. 4:15). Posteriormente, David y sus siervos fallaron en seguir esas instrucciones

y sufrieron un gran dolor cuando transportaban el arca desde la casa de Abinadab a Jerusalén (2 S.

6:3; cf. 2 S. 6:7–8). Los meraritas necesitaban más carros y bueyes que los gersonitas, porque eran

los que tenían que cargar las pesadas estructuras de madera y los objetos de metal del tabernáculo

(cf. Nm. 4:31–32).

7:10–17. Cada uno de los líderes tribales (cf. 1:5–15), o sea los príncipes, también trajeron

ofrendas para la dedicación del altar. La palabra que se usa para trad. príncipe es nāśî , que

significa ―el elevado‖. El primero en traer su ofrenda fue Naasón, príncipe de Judá. Su

contribución, además de los carros y los bueyes (7:3), consistió de un plato de plata de ciento

treinta siclos de peso (ca. 1.5 kgs.), un jarro de plata de setenta siclos (ca. 1 kg.), cada uno de los

cuales estaba lleno de flor de harina y aceite; así como una cuchara de oro de diez siclos (ca. 120

grs.), llena de incienso; un becerro, un carnero, un cordero de un año para holocausto; un

macho cabrío para expiación; y para ofrenda de paz, dos bueyes, cinco carneros, cinco

machos cabríos y cinco corderos.

7:18–83. El resto de los príncipes tribales trajeron ofrendas idénticas, cada uno en los días

consecutivos. Muy probablemente, los doce días que duraron las ofrendas comenzaron en el primer

día del primer mes del segundo año contando a partir del éxodo (Éx. 40:17) y continuaron hasta el

doceavo día de ese mes. El orden en que vinieron con sus regalos corresponde exactamente a la

colocación que tenían las tribus alrededor del tabernáculo (cf. Nm. 2:3–31).

7:84–89. Los regalos de los doce príncipes (vv. 12–83) se sumaron y totalizaron. El agrado del

Señor por la generosidad de los líderes tribales puede entenderse porque el Señor le hablaba a

Moisés en el lugar santísimo del tabernáculo, entre los dos querubines.

2. ENCENDIDO DE LAS LÁMPARAS (8:1–4)

8:1–4. Después de hablar de las ofrendas de los líderes laicos (los 12 líderes tribales, cap. 7) el autor

dirige la atención hacia el papel que tenía el sacerdote en el servicio del tabernáculo. Además de sus

funciones sacrificiales, que se habían explicado previamente con claridad (por lo que no se les da

mayor explicación en estos vv.), los sacerdotes debían cuidar de la instalación y encendido de las

siete lámparas. Cada una de ellas tenía seis brazos o ramas (Éx. 25:31–40). Estas debían colocarse

de tal modo, que proyectaran su luz hacia el frente, e iluminaran hacia adelante del candelero. Esa

instrucción en particular no había sido comunicada a los sacerdotes con anterioridad.

3. CONSAGRACIÓN DE LOS LEVITAS (8:5–26)

8:5–7. La tercera fuerza importante en el liderazgo de Israel eran los levitas, que son el tema de este

pasaje. Para calificar para el ejercicio del santo ministerio para el que habían sido apartados, los

levitas debían pasar por un ritual de purificación (vv. 6–7) y luego otros hacían la presentación de

ciertas ofrendas por ellos (vv. 8–19). La purificación consistía en rociar agua, probablemente

relacionada con las cenizas de la vaca alazana (cap. 19). El segundo paso de la purificación era

rasurar el pelo de todo su cuerpo. Eso tal vez no significa que debían rasurarse totalmente, porque

la palabra usual en hebr. para rasurar es ā âh, pero las palabras que se usan aquí son āḇar ṯa ʿar ʿa , ―traer navaja sobre‖. Parece que eso significa cortar el pelo, pero no rasurarlo completamente.

Esos dos pasos (rociamiento y corte) representaban una purificación externa.

8:8–11. La purificación interna, como siempre, debía ir acompañada de las ofrendas sacrificiales. El

novillo que sería degollado indica que era un holocausto (Lv. 1:3–9). El segundo novillo era una

ca. cerca de

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ofrenda por el pecado para expiación, la cual se hacía por cualquier pecado involuntario (V. Lv.

4:1–12). Cuando todo estaba listo, los levitas (o probablemente sus representantes) se presentaban

ante el pueblo, y sus representantes debían poner las manos sobre los levitas como símbolo de que

la comunidad les estaba invistiendo con la autoridad de ser sus representantes en el ministerio de

Jehová. A continuación, los sacerdotes ofrecían a los levitas ante Jehová como un tipo de

sacrificio vivo.

8:12–19. Luego, los levitas ponían sus manos sobre las cabezas de los animales sacrificados,

transfiriéndoles así su sentido personal tanto de culpabilidad como de entrega. La razón de apartar a

los levitas era que sirvieran como sustitutos de los primogénitos de todo Israel que por derecho,

pertenecían al Señor, porque él los había redimido de la muerte durante la décima plaga de Egipto

(vv. 15–18; cf. el comentario de 3:11–13). Los levitas pertenecían al Señor y era prerrogativa suya

darlos (en don) a Aarón y a los sacerdotes para que cuidaran del tabernáculo y sus alrededores,

evitando así que la comunidad secular corriera el riesgo de tener contacto directo con las cosas

sagradas de Dios (8:19; cf. 1:53).

8:20–26. Habiendo hecho todo esto, los levitas se fueron al tabernáculo para ejercer su ministerio

(vv. 20–22). Ese aspecto de su trabajo, en contraste con la transportación del santuario y sus

aditamentos, podía comenzar a la edad de veinticinco años, en lugar de a los treinta (v. 24; cf. 4:3).

Su servicio continuaba hasta la edad de cincuenta años cuando era tiempo de retirarse, pero podían

seguir siendo asistentes de los varones menores (vv. 25–26). Las restricciones en cuanto a la edad

para ejercer el ministerio aseguraban que los levitas sirvieran al Señor durante los mejores años de

su vida.

E. Instrucciones para la pascua (9:1–14)

9:1–8. Estas instrucciones se dieron en el segundo año …, en el mes primero después de la salida

de Egipto, inmediatamente después de que se concluyera la construcción del tabernáculo (Éx. 40:17)

y antes de levantar el censo (Nm. 1:2), el cual se llevó a cabo en el primer día del segundo mes. De

hecho, debió haber sido antes del decimocuarto día del primer mes, ya que este era el tiempo

indicado para la celebración de la pascua (9:3; cf. Éx. 12:1–16).

La razón por la cual se dieron nuevas instrucciones para la pascua fue para solucionar el problema

de algunos que por determinada razón no pudieran celebrar el festival en el tiempo designado.

Específicamente, algunas personas quedaban excluidas de la participación en la fiesta porque

estaban ceremonialmente inmundas, debido a que habían estado en contacto con un cadáver.

Cuando ellos presionaron a Moisés y Aarón acerca de este asunto, Moisés buscó la dirección de

Dios.

9:9–14. La respuesta del Señor fue que cualquiera que no pudiera participar en la celebración

debido a su inmundicia o porque estuviera de viaje lejos, podía hacerlo en el mes segundo, a los

catorce días del mes. Es decir, un mes después del día señalado, celebrándolo del mismo modo que

si fuera en el tiempo regular.

Otra estipulación (una nueva) para la observancia de la pascua tenía que ver con la persona que,

pudiendo hacerlo y estando disponible para la celebración, se rehusara a participar. Tal sujeto debía

ser excomulgado de la comunidad y debía llevar las consecuencias de su pecado (v. 13). El tono

negativo de esa advertencia sugiere que la excomunión significaba la muerte.

Por último, un extranjero que viviera con ellos podía participar plenamente de la pascua (cf. Esd.

6:20–21) si reunía los requisitos que, aunque no se mencionan aquí (Nm. 9:14), eran bien conocidos

de Israel. Consistían en la conversión proselitista cuya señal era la circuncisión (Éx. 12:48).

F. Presencia del Señor con ellos (9:15–10:10)

1. PRESENCIA DE LA NUBE (9:15–23)

9:15–23. Este pasaje anticipa la dirección que Dios daría a su pueblo por medio de una nube que

los dirigiría de día y de noche durante el viaje hasta Canaán; esa nube fue la manifestación de la

persona y presencia del Señor (Éx. 40:34–38). Cuando se alzaba la nube del tabernáculo, indicaba

que el pueblo debía ponerse en marcha bajo la guianza divina, y en el lugar donde la nube paraba,

significaba que el Señor se detenía y se asentaba, por lo que allí acampaban los hijos de Israel. A

veces, el tiempo de descanso era de muchos días (Nm. 9:19) pero en otras ocasiones, la nube se

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quedaba solamente por pocos días, o una sola noche, y luego continuaba la marcha al día siguiente

(vv. 20–21). Cualquiera que fuera la situación, la nación se movilizaba en respuesta a la dirección

divina (v. 23).

2. EL SONAR DE LAS TROMPETAS (10:1–10)

10:1–7. Para que la gente supiera exactamente cuándo y cómo debía moverse (cf. 9:15–23), fue

necesario idear algún sistema de señales. Éstas consistían en tocar dos trompetas especialmente

hechas de plata cuyo propósito era dar la señal para convocar a la congregación y para mover los

campamentos. Cuando las tocaran, toda la congregación debía reunirse ante Moisés a la puerta

del tabernáculo (i.e., en el lado oriental). Pero cuando tocaren sólo una trompeta, se requería que

se presentaran los líderes de cada casa. Haciendo un sonido diferente, o quizá dando un tono

distinto, las trompetas anunciarían la salida de las tribus de las divisiones orientales (cf. 2:3–9).

Cuando se tocara la alarma la segunda vez, alertaría a las tribus del sur (9:6; cf. 2:10–16). Es de

suponerse que las divisiones occidentales y del norte también tenían sus señales correspondientes.

10:8–10. El toque de las trompetas era responsabilidad de los sacerdotes. Aún después de que

hubo terminado el viaje por el desierto y las tribus ya poseían la tierra, las trompetas se siguieron

tocando, particularmente en tiempo de guerra. El papel de los sacerdotes en el combate y la promesa

del Señor de responder al llamado de las trompetas, sugiere que su pueblo participaría en la guerra

santa. Esto es, pelearían las batallas por Jehová quien, por supuesto, los guiaría contra sus

enemigos y les daría el éxito (v. 9; cf. Jos. 6:12–21). Los sacerdotes también tocaban las trompetas

en tiempos de las solemnidades o fiestas importantes (pascua, de las semanas o Pentecostés y la de

tabernáculos), así como en los principios de los meses, el primer día de cada mes (Lv. 23; esp. v.

24). El uso de las trompetas no era tanto para anunciar las festividades, sino para invocar y

celebrar la presencia de Dios en medio de su pueblo durante esas celebraciones. Además, servirían

como memoria delante de … Dios, como evocación de su dirección y bendición del pasado,

específicamente durante su viaje por el desierto.

II. Viaje a Cades-barnea (10:11–14:45)

A. Salida de Sinaí (10:11–36)

10:11–13. En el año segundo, en el mes segundo, a los veinte días del mes después del éxodo, a

veinte días de que se iniciara la entrega de las instrucciones para que Israel partiera de Sinaí (1:1),

el Señor alzó la nube de su gloria del tabernáculo del testimonio. Habían estado en ese monte por

casi un año (cf. Éx. 19:1 con Nm. 10:11). La aparición de la gloria de Dios coincidió con el final de

la celebración tardía de la pascua (9:9–12). En cierto sentido, esto fue una repetición de la dirección

del Señor después del éxodo y de la pascua original (Éx. 12:51; 13:21). El destino inmediato era el

desierto de Parán, una vasta zona árida que cruzaba la parte norcentral de la península de Sinaí,

pero habría varias paradas intermedias (cf. 11:3; 34–35; 12:16).

10:14–28. El Señor ya había prescrito el orden de la marcha con anterioridad (2:3–31). La división

de Judá … por sus ejércitos dirigía la expedición (10:14–16). Después de Judá seguían los levitas

de Gersón y Merari, una vez que estaba ya desarmado el tabernáculo. A continuación, seguía la

división de Rubén (vv. 18–20) y luego los levitas coatitas, quienes cargaban el arca y los demás

utensilios del santuario. Estos salían después con objeto de que los gersonitas y meraritas tuvieran

suficiente tiempo de acondicionar el tabernáculo en su nuevo lugar antes de que ellos llegaran (v.

21). La división de Efraín era la que seguía a los coatitas (vv. 22–24) y por último, la división de

Dan por sus ejércitos, que ocupaba la retaguardia (vv. 25–27). Aparentemente, a partir de ese

punto en adelante, ese fue el orden invariable que siguieron en sus viajes (v. 28).

10:29–32. Mientras tanto, antes de que comenzara el trayecto hacia Parán, Moisés invitó a su

cuñado Hobab a que lo acompañara a la tierra prometida. Se ha debatido mucho la identidad de

Hobab, ya que su nombre parece ser un alias de Ragüel … su suegro (cf. Jue. 4:11). Para complicar

más las cosas, Ragüel también se conoce como Reuel (Éx. 2:18) y Jetro 3:1). En realidad, no existe

problema alguno para que al suegro de Moisés Reuel se conozca como Ragüel y como Jetro. Jacob,

e.g., también fue llamado Israel, y antes de ser conocido como Josué, ese líder era conocido como

Oseas (Nm. 13:16). En cuanto a la identidad de Hobab, claramente se deduce que era hijo de Ragüel

y por tanto, cuñado de Moisés. ¿Por qué, entonces, algunas trad. de Jue. 4:11 describen a Hobab

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como ―suegro‖ (ḥōṯēn) de Moisés? La respuesta es que la raíz hebrea ḥṯn no siempre se refiere al

suegro, sino que puede referirse a cualquier relación ―política‖. Por ejemplo, en ocasiones ḥāṯān

significa ―yerno‖ (e.g., Gn. 19:12, 14; Jue. 15:6; 19:5), aunque ciertamente Hobab no era yerno de

Moisés. Probablemente la mejor solución sea que Ragüel (Jetro) ya había muerto (porque no se

menciona después de Éx. 18:27, i.e., alrededor de dos años antes de esta referencia a Hobab) y que

Hobab, hermano de Séfora, la esposa de Moisés, asumiera el papel patriarcal de la familia, tomando

el papel de suegro de Moisés. Esto se considera desde el punto de vista de la costumbre imperante.

Además, lo último que se dice de Ragüel es que regresó a su tierra (Éx. 18:27) y Hobab todavía se

encontraba en Sinaí con Moisés. A la luz de todos esos factores, es razonable hacer una distinción

entre Hobab y Ragüel e identificar al primero como el cuñado, como indica Números 10:29.

El interés de Moisés en llevar a Hobab consigo no era solamente para que participara de las

bendiciones de la tierra prometida. Sabía que Hobab estaba familiarizado con las rutas del desierto

que tenían por delante (vv. 31–32) y quería aprovechar su conocimiento. Algunos relatos

posteriores sugieren que Hobab aceptó ir y que llegó a ser antecesor de algunos conjuntos tribales

de los israelitas (Jue. 1:16; 4:11).

10:33–36. La primera etapa del camino desde Sinaí duró tres días. El viaje se hacía solamente de

día; en la noche el arca y la nube descansaban con toda la gente. Para indicar que el viaje era

parecido a una incursión militar, sin duda como anticipo de la campaña que les esperaba, Moisés

dirigía al pueblo con el grito de guerra con el que invocaba la presencia y poder conquistador de

Jehová (v. 35; cf. Sal. 68:1). Cuando un día de marcha terminaba, el líder rogaba a Jehová que

acampara con su pueblo durante la noche.

B. Rebelión del pueblo (cap. 11)

11:1–3. Después del viaje de tres días que se acaba de describir (10:33–36) el pueblo se quejó a

oídos de Jehová. La referencia a que Dios escucha, hace uso del lenguaje antropomórfico, sin duda,

para sugerir que las quejas no eran internas y en silencio. ¡De hecho, eran tan fuertes, que llegaban a

los mismos cielos! La reacción divina fue que ardió su ira y envió su fuego … y consumió a

muchos rebeldes. (La palabra hebr. que se trad. campamento sugiere que se trata de personas que

estaban acampando, no sólo de un lugar en sí, por lo que hubo personas que fueron consumidas.)

Sin lugar a duda, el fuego es una metáfora que describe el atroz enojo y juicio de Dios en cualquier

forma que adopte, aunque obviamente pudo haber sido un fuego literal. El castigo de Dios fue tan

impresionante, que la gente llamó a esa parte del campamento Tabera (―ardiendo‖). Sin embargo,

ese nombre no se convirtió en el de algún lugar, como claramente se observa porque se omite en el

itinerario posterior (33:16–17).

11:4–9. No bien hubo disminuido la ira de Dios, se despertó entre la gente un vivo deseo que la

indujo a clamar por carne, específicamente del tipo que habían acostumbrado comer en Egipto.

Decían que lo único que tenían ahora era maná. El alboroto fue provocado por una chusma

( sap s p , ―colección‖, término que se usa solamente aquí en el A.T.) compuesta de la gente

extranjera que se mezcló con Israel durante el éxodo. La palabra normal para describir al grupo es

ēr ḇ, lit., ―compañía mixta‖ (Éx. 12:38; Jer. 25:20; Neh. 13:3, etc.). (Para una descripción del

maná, que parecía como semilla de culantro, y su color como resina de bedelio, V. el comentario

de Éx. 16:31–36.) Moisés añade en Números que la preparación para comer el maná consistía en

que el pueblo … lo molía … o lo majaba y luego lo cocía en caldera o hacía de él tortas.

Aparentemente la gente difería en cuanto a su sabor, porque de acuerdo con Éxodo 16:31, sabía a

hojuelas hechas con miel, mientras que aquí se dice que tenía sabor de aceite nuevo. De cualquier

modo, la insipidez del maná, en contraste con la comida condimentada de Egipto, provocó una

rebelión en gran escala contra Moisés y el Señor.

11:10–15. Moisés preguntó a Jehová: ¿Por qué has hecho mal a tu siervo? Puesto que Dios, no

Moisés, era quien había creado a Israel como un pueblo y lo había traído al desierto, Moisés no

podía y no quería cargar con esa responsabilidad (No puedo yo solo soportar a todo este pueblo).

Si el Señor no podía ayudarlo, entonces él prefería la muerte.

11:16–20. La respuesta de Jehová fue no permitir que Moisés muriera, ni que dejara el liderazgo de

Israel. En lugar de ello, creó una organización de líderes para que él delegara algunas de sus

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responsabilidades. Dios le dijo a Moisés que reuniera a setenta varones de los ancianos de Israel,

que fueran hombres de buena reputación, en quienes pudiera poner el mismo espíritu que estaba en

él y que lo fortalecía (cf. Éx. 18:21–26; Hch. 6:3). Después le dijo que ordenara al pueblo que se

preparara para el siguiente día, pues les daría tanta carne que la aborrecerían (Nm. 11:18–20). Por

un mes entero comerían tanta carne, que les saldría por las narices. Probablemente este es

lenguaje hiperbólico, pero comunica con exactitud la verdad de que quienes rechazan el propósito

perfecto de Dios, encuentran que las opciones humanas son nauseabundas e indeseables.

11:21–23. Moisés pensó que era increíble que Dios enviara carne en tal cantidad. Razonó que ni

todos los rebaños de Israel con sus ovejas y bueyes y todos los peces del mar serían suficientes

para los seiscientos mil hombres de a pie de Israel y sus familias por un mes entero. Pero el Señor

respondió que él era capaz de hacer eso y mucho más y le dijo que lo vería con sus propios ojos.

11:24–29. Sin embargo, antes de que eso sucediera, Moisés seleccionó a setenta varones de los

ancianos y los reunió alrededor del tabernáculo (cf. v. 16). Entonces Jehová descendió en la

nube … y tomó del espíritu que estaba en Moisés y lo puso en los setenta. Como resultado de

ello, empezaron a profetizar, pero sólo por esta única vez (lit., ―pero no volvieron a hacerlo‖,

RVR95). Todo ello era necesario para que su ministerio fuera autenticado públicamente y para que

toda la comunidad viera que poseían las cualidades espirituales y la autoridad del mismo Moisés.

Profetizar aquí no se refiere a predicción o proclamación, sino a dar alabanzas y expresiones

similares (en canto o discurso), sin recibir entrenamiento previo (V. la experiencia similar de Saúl

en 1 S. 10:9–11). Ese acto de profetizar podía hacerse solamente como resultado de una visitación

especial del Espíritu.

Para mostrar que el ungimiento del Espíritu era un acto de Dios sin la intervención de Moisés,

Jehová puso el espíritu en dos varones … Eldad y Medad, quienes no habían venido al

tabernáculo con los demás (Nm. 11:26). Ellos empezaron a profetizar de tal manera, que la

asamblea se sorprendió en el campamento y mandaron un mensajero a Moisés para informarle de

ello. Cuando Josué lo oyó, se turbó en gran manera y le pidió a Moisés que prohibiera esa profecía

―no oficial‖. Moisés interpretó correctamente la preocupación de Josué, puesto que sólo había un

mediador de la bendición divina, pero lo reprendió dando evidencia de su ferviente deseo de que el

pueblo del Señor compartiera con él esa porción del espíritu de Dios.

11:30–35. Después de que los setenta fueron seleccionados y de que su ministerio se legalizó, vino

un viento de Jehová … del mar, que trajo un incontable número de codornices. Hasta el día de

hoy, el patrón normal de vuelo de esas aves es hacia el noreste viniendo del interior de África. El

viento debe haber soplado del sureste, un fenómeno bastante inusual, lo cual hizo que las aves

volaran hacia el noroeste, a lo ancho del Sinaí. Más aún, el Señor las dejó sobre el campamento …

casi dos codos sobre la faz de la tierra (cf. RVR95 nota mar.: ―también puede trad. volando como

a dos codos de altura‖; ―y volaban como a dos codos de altura sobre la superficie de la tierra‖,

VM); para que la gente pudiera capturarlas fácilmente. Esta interpretación parece mucho mejor que

la idea comúnmente divulgada de que las codornices estaban apiladas en capas de noventa cms. de

altura y cubrían un espacio de un día de camino a cada lado del campamento. Los problemas de tal

posibilidad son evidentes. Por dos días y una noche, el sobrevuelo de las aves continuó hasta que

todos recogieron cuando menos diez (―homeres‖, BLA. Cada homer contenía unos 220 lts.)

montones de ellas. Inmediatamente después de que la gente comenzó su orgía de glotonería, la ira

de Jehová se encendió contra ellos y los hirió con una plaga muy grande, matando a muchos de

ellos. La razón de esta plaga se da a conocer por el nombre que se dio al lugar donde esto aconteció,

se llamó … Kibrot-hataava (―tumbas de los codiciosos‖), por cuanto allí sepultaron al pueblo

codicioso. De hecho, el pecado consistió en rechazar al Señor y su generosa provisión y entregarse

a un apetito descontrolado. Pablo también se pronunció contra los enemigos de Cristo diciendo:

RVR95 Reina-Valera Revisión 1995

mar. margen, lectura marginal

VM Versión Moderna

BLA Biblia de las Américas

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―cuyo dios es el vientre‖ (Fil. 3:19). Sin duda, espantado por esa experiencia, el pueblo viajó a

Hazerot (posiblemente la actual ‗Ain Khadra), al sur del desierto de Parán.

C. Rebelión de María y Aarón (cap. 12)

12:1–3. Después de acampar en Hazerot (11:35), los hermanos mayores de Moisés, María y Aarón,

empezaron a retar su autoridad, supuestamente por causa de la mujer cusita con que se había

casado. Su rebeldía pudo haber sido provocada ya sea porque se casó y, según ellos, porque era un

atentado contra su credibilidad, o porque estaban desilusionados con su liderazgo por otras razones,

pero usaron su matrimonio como excusa. La unión en sí no podía ser criticada a menos que fuera un

caso de bigamia (de lo cual no hay evidencia), ya que el de los cusitas no era un pueblo con el cual

no podían mezclarse los israelitas (Éx. 34:11, 16). Tampoco eran de diferente color necesariamente,

puesto que desde los tiempos antiguos había habido gente de ese pueblo en Arabia y en Cus (lo que

es ahora el sur de Egipto, Sudán y Etiopía del norte). Es posible que María, que aparentemente fue

quien dirigió la revuelta, viera en la nueva esposa de Moisés una amenaza a su posición como figura

femenina principal del liderazgo de Israel.

La pregunta de María y Aarón evidenció su verdadera motivación: ¿Solamente por Moisés ha

hablado Jehová? Es probable que la envidia se gestara lentamente dentro de ellos y luego salió a

relucir. El escritor (Moisés mismo) hizo una importante declaración en el sentido de que su envidia

estaba totalmente fuera de lugar, porque él no era soberbio, sino de hecho, era muy manso, más

que todos los hombres que había sobre la tierra. Con frecuencia, esta afirmación se ha usado

como evidencia de que Moisés no pudo haber escrito el libro de Números, ya que no hubiera hecho

alarde de su propia humildad. Por el contrario, la mención de ella es posiblemente el apoyo más

fuerte del punto de vista tradicional de que fue Moisés quien escribió la Sagrada Escritura siendo

inspirado por Dios. Sólo una persona dirigida por el Espíritu Santo podía aseverar tal cosa acerca de

sí mismo, probablemente yendo en contra de sus inclinaciones naturales.

12:4–8. En ese momento, el Señor intervino y salió en defensa de su siervo Moisés. Llamó a los

tres al tabernáculo, incluyendo a Aarón y a María. El orden de los nombres es significativo,

porque aunque María pudo haber sido la iniciadora de la insubordinación, evidentemente Aarón

apoyaba su actitud. En un discurso poético (V. el formato poético en la BLA) el Señor les recordó

que a pesar de que la manera normal de revelarse a los profetas era por medio de visión y sueños,

él hablaba a Moisés en una forma única—cara a cara. La frase ―cara a cara‖ (cf. Dt. 34:10) es un

antropomorfismo que significa que Dios hablaba con Moisés sin valerse de un intermediario. Eso es

porque Moisés era fiel en toda la casa de Jehová (Nm. 12:7; cf. He. 3:2), que es una referencia a la

fidelidad que mostró Moisés en el cumplimiento de su papel como mediador pactal entre Dios e

Israel. No se puede determinar precisamente cómo se realizaba la comunicación, pero según

algunos pasajes, parece que Moisés oía la voz del Señor y hasta alcanzó a ver su gloria (e.g., Éx.

19:16–19; 24:17–18; 34:5–11). Dios hablaba claramente con Moisés y no por figuras. Él no tenía

que hacerse entender por Moisés a través de metáforas u otras figuras del lenguaje, porque su siervo

gozaba de tal relación personal con él, que podía entender cualquier expresión divina.

Y aun así, Moisés no pudo ver y de hecho, nunca vio a la persona de Dios mismo porque nadie

puede verlo y seguir viviendo (Éx. 33:17–23) puesto que Dios es Espíritu (Jn. 4:24). Él solamente

veía la apariencia (―imagen‖, BLA) de Jehová, pero aun ese fue un privilegio del que no ha gozado

ningún otro hombre. La ―forma‖ se refiere a la apariencia o a la representación de Dios, no a la

figura en sí. Quizá eso es lo que significa la frase ―las espaldas‖ del Señor (Éx. 33:23). Moisés

gozaba de tan alto privilegio al estar en la misma presencia del Señor, que Dios les preguntó a

Aarón y a María cómo podían atreverse a hablar contra … Moisés.

12:9–16. Entonces la ira de Jehová se encendió y envió a María una abominable enfermedad de

la piel. Inmediatamente Aarón recurrió a Moisés para que intercediera ante el Altísimo por la salud

de su hermana. Parece irónico que el sumo sacerdote necesitara de la intercesión sacerdotal. La

carne de María estaba ya medio consumida, tanto, que Aarón la veía como un feto prematuro

nacido fuera de tiempo.

Moisés también, debido a su amor fraternal y obligación intercesora, rogó a Dios que la sanara de

inmediato. Pero la ofensa de María era muy grave porque había dirigido una insurrección contra el

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siervo elegido del Señor, que era el mediador del pacto. Si ella sólo hubiera sufrido la desgracia de

que su padre la hubiera escupido en su rostro, tendría que haber permanecido fuera del

campamento por siete días. Por lo tanto, ella debía permanecer fuera de él cuando menos durante

ese lapso de tiempo por haber cometido semejante violación. Escupir en la cara de alguien

expresaba desprecio (cf. Dt. 25:9). El Señor mostró su desagrado por la arrogancia de María

afligiéndola con una horrible enfermedad de la piel y conforme a la ley ceremonial, que requería

que el enfermo permaneciera fuera del campamento por siete días (Lv. 13–14), María fue echada

del campamento siete días. Solamente después de que sucedió eso, el pueblo partió de Hazerot

(cf. Nm. 11:35), y acamparon en el desierto de Parán.

D. Espiando la tierra prometida (caps. 13–14)

1. SELECCIÓN DE LOS ESPÍAS (13:1–16)

13:1–16. Por fin las tribus de Israel llegaron al desierto de Parán donde acamparon por largo tiempo,

probablemente en el gran oasis de Cades (v. 26). Aunque técnicamente hablando Cades está en el

desierto de Zin, aquí se dice que estaba localizado en el desierto de Parán, porque Zin era una

porción de ese gran desierto (cf. 27:14; Dt. 32:51).

Moisés les dio instrucciones para que cada tribu eligiera un varón, el que sería enviado junto con

otros a reconocer la tierra de Canaán. En este pasaje, cada príncipe se nombra junto con su

afiliación tribal (vv. 4–15). A la luz del desarrollo posterior del relato histórico, son de especial

interés Caleb, representante de la tribu de Judá (v. 6) y Oseas, el escogido de la tribu de Efraín

(v. 8). Por razones que se desconocen, Moisés cambió el nombre de Oseas (hôšēaʿ, ―salvación‖) a

Josué (yehôš a‘, ―Jehová es salvación‖).

2. ENVÍO DE LOS ESPÍAS (13:17–25)

13:17–20. La ruta que siguieron los exploradores fue desde Cades hacia el norte hasta el Neguev y

de ahí debían subir al monte. El Neguev (lit., ―sur‖) se refiere a todo el desierto que estaba al sur de

la tierra de Canaán, en especial a partir del sur de Beerseba. El ―monte‖ se refiere a la zona

montañosa de Judá, incluyendo los montes de Efraín al norte hasta el altiplano de Galilea. En

tiempos de Moisés, esas cumbres estaban pobladas principalmente por los amorreos, y la planicie y

los valles, por los cananeos (cf. el comentario del v. 29). La misión de los espías era muy clara:

determinar la naturaleza de la tierra y averiguar las fuerzas y debilidades de sus habitantes (vv. 18–

20). Es probable que la razón por la que Moisés sugirió esa ruta es porque tenía la intención de

atacar y entrar en Canaán siguiendo ese mismo camino. Originalmente, no estaba dentro de sus

planes entrar en la tierra por el oriente a través de Jericó, ya que esa ruta se encontraba muy lejos

del camino principal que iba de Egipto a Canaán y corrían el peligro de pasar cerca de las ciudades

excesivamente fortificadas de Jericó y Hai.

13:21–22. El itinerario que tomaron los exploradores empezó en el desierto de Zin y siguió hasta

Rehob (probablemente Rehobot) al norte, entrando en Hamat (probablemente la moderna Lebo,

que se encuentra a 22 kms. al noroeste de Baalbek o Heliópolis). Lebo Hamat fue una ciudad

aramea muy importante del gran valle central conocido como Beq‗a; se encontraba en la parte

inferior del valle que empezaba al norte del mar de Galilea (V. el mapa ―Extensión de los viajes de

los espías en Canaán‖ en el Apéndice, pág. 331).

En el camino de regreso, los doce líderes pasaron por Hebrón, ciudad que fue edificada siete años

antes de Zoán en Egipto. Zoán, también conocida como Tanis, fue construida por los hicsos

cuando pasaron hacia el noroeste de Egipto alrededor del año 1730 a.C. Esa información

aparentemente irrelevante es importante porque Hebrón llegó a ser más tarde la herencia de Caleb

(Jos. 14:23–25) y asimismo llegó a ser la capital del reino de David cuando gobernó sobre Judá (2 S.

2:1–4). Sin embargo, en los días de Moisés, Hebrón era el hogar de los hijos de Anac, una tribu de

gigantes (Nm. 13:33; Dt. 9:2) quienes llegarían a ser enemigos implacables de Israel en los años

subsiguientes (Jos. 15:13–14).

13:23–25. Cerca de Hebrón se encontraba el arroyo de Escol (―racimo‖) donde los espías cortaron

un racimo de uvas tan pesado, que tuvieron que cargarlo entre dos hombres y sostenerlo con un

palo entre ellos. También tomaron algunas muestras de las granadas y de los higos, y finalmente,

después de cuarenta días de reconocer la tierra, regresaron a Cades. Probablemente la razón de

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que esa misión durara precisamente cuarenta días, era para contrastar ese breve período de tiempo

con los cuarenta años de errar por el desierto a los cuales muy pronto serían sentenciados (cf. 14:34).

3. REPORTE DE LOS ESPÍAS (13:26–33)

13:26–29. Tan pronto como llegaron a Cades rindieron su informe. Mostraron los productos que

habían traído y dieron fe de que Canaán era la tierra que fluía leche y miel. Mas el lado negativo

de su reporte fue la observación de que las ciudades eran muy grandes y fortificadas y el pueblo

muy fuerte, incluyendo a los habitantes de Amalec, que habitaban en el Neguev (cf. Éx. 17:8–16);

así como el heteo, el jebuseo y el amorreo que habitaban en el monte; y el cananeo que habitaba

junto al mar y a la ribera del Jordán. Los cananeos eran la población autóctona de Canaán. Los

amorreos habían llegado del noreste de Aram (Siria) en alguna fecha antes del año 2000 a.C., y

habían sacado a los cananeos de las montañas y tomado su lugar. Los heteos se originaron en

Anatolia central (la actual Turquía) alrededor del año 1800 a.C. y poco a poco se extendieron hacia

el sur y sureste, probablemente identificándose con los amorreos de Canaán. Nada se sabe de los

jebuseos, excepto que se habían concentrado en Jerusalén y también se les consideraba como grupo

amorreo (Jos. 10:5). Mantuvieron el control de Jerusalén hasta 400 años después de Moisés, cuando

David los expulsó, capturó la ciudad y la convirtió en la capital de su reino en el año 1004 a. C. (2 S.

5:6–10).

13:30–33. El informe acerca de las ciudades y los pueblos de la tierra provocó una opinión dividida

entre los espías. Caleb animó a Moisés diciendo: subamos luego, y tomemos posesión de ella;

porque más podemos nosotros que ellos; él tenía confianza en que podrían lograrlo. Mas diez de

los espías (todos menos Josué y Caleb, 14:6–9, 30), desanimaron al pueblo y sostuvieron con

pesimismo que la obra de conquista era imposible por todos los peligros a que se expondrían. Los

gigantes (ne-p i îm, nota mar. BLA. Esta palabra sólo se usa aquí y en Gn. 6:4; V. el comentario de

ese pasaje) eran hombres de grande estatura; y los anaceos (cf. Nm. 13:22) que descendían de los

gigantes también eran ―grandes y altos‖ (Dt. 9:2).

4. RESPUESTA DE LA GENTE (14:1–10a)

14:1–4. Infortunadamente, la congregación aceptó la declaración de la mayoría de los espías y

empezó a protestar contra Moisés diciendo que hubiera sido mejor haber muerto en la tierra de

Egipto o en el desierto, que perecer a manos de los cananeos. Además dijeron: designemos un

capitán, y volvámonos a Egipto.

14:5–10a. Al oir eso, Moisés y Aarón se postraron sobre sus rostros (i.e., boca abajo; cf. 16:4, 22,

45; 20:6; 22:31), sin duda alguna en súplica profunda, mientras que Josué … y Caleb confirmaron

que su informe de la tierra era el correcto y su confianza en que el Señor la entregaría junto con sus

moradores en sus manos. Pero todo fue en vano, pues la gente incluso habló de apedrearlos.

5. REACCIÓN DEL SEÑOR (14:10b–12)

14:10b–12. En medio de esa crisis, la gloria de Jehová se mostró en el tabernáculo (v. 10b) y les

preguntó hasta cuándo tendría que seguir tolerando la contumacia e incredulidad de esa gente. Dios

dijo a Moisés: los destruiré, y a ti te pondré como fundador de otra nación, sobre gente más

grande.

6. ORACIÓN DE MOISÉS (14:13–19)

14:13–19. Por tentadora que para algunos pudiera parecer la oferta divina (v. 12), el amor de

Moisés por su gente y por la integridad del nombre del Señor hizo que la rechazara y buscara el

perdón para su pueblo. Él argumentó que si los egipcios veían que Dios destruía a Israel,

significaría que no podía cumplir su promesa de redimirlos y darles la tierra. Aún más, los egipcios

transmitirían esa información a los habitantes de esta tierra, a los cananeos y a otras naciones,

dando como resultado que todos se mofaran de la incapacidad divina. La única acción que Jehová

podía tomar, dijo Moisés, era manifestar su grande … misericordia y su gran poder que perdona

la iniquidad aun cuando los israelitas tuvieran que ser castigados de alguna manera. La base de ese

perdón sería el amor divino y la grandeza de su misericordia (ḥ s ḏ, ―fidelidad pactada o amor

leal‖).

7. EL JUICIO DEL SEÑOR (14:20–45)

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14:20–25. Las promesas de Dios son seguras y constantes y él había prometido salvar a Israel y

darle Canaán como herencia eterna (Éx. 6:6–8). Así que es obvio que la amenaza de destruir a Israel

y empezar un nuevo pueblo con Moisés fue una prueba para el líder, que era mediador del pacto.

Dios prometió perdonar al pueblo, pero sentenció a la generación adulta que había participado en el

éxodo y que había sido testigo de su gloria y de todas las grandes señales y prodigios que él había

hecho a favor suyo, a que nunca viera la tierra de la promesa. La gente había desobedecido y había

probado la paciencia del Señor diez veces (Nm. 14:22). Este podría interpretarse como un número

literal, pero es más probable que signifique que fueron muchas veces (cf. el comentario de Job 19:3).

Las excepciones eran Caleb (Nm. 14:24) y Josué (v. 30) porque ellos obedecieron al Señor sin

reservas. No se menciona a Moisés porque en su omnisciencia, Jehová sabía que en el futuro,

desobedecería al Altísimo en el incidente de la roca y el agua que salió de ella (20:12).

Después, como parte de su juicio, el Señor instruyó a Moisés y a Israel a que reanudaran el viaje

desde Cades, pero que no siguieran hacia el valle donde habitaba el amalecita y el cananeo. Ahora

tendrían que tomar la ruta larga y difícil que los llevaría hacia el Mar Rojo, un recorrido que

finalmente terminaría en los campos de Moab, al oriente de Jericó. El mar Rojo aquí se refiere al

brazo oriental de ese cuerpo de agua, conocido ahora como el Golfo de Aqaba.

14:26–35. Al elaborar un poco más sobre el juicio, Jehová dijo que cumpliría el deseo de los

israelitas—en el desierto caerían sus cuerpos (vv. 29, 35; cf. v. 2). Sin embargo, sus niños

entrarían a salvo junto con Caleb y Josué en Canaán (vv. 30–32). Pero eso no sucedería sino hasta

que hubieran pasado cuarenta años, porque la gente tenía que sufrir por sus iniquidades (v. 34).

Esto ilustra el hecho de que el pecado puede ser perdonado, pero sus consecuencias permanecen y

nos excluyen de las bendiciones que Dios hubiera querido otorgar si se hubiera actuado de otra

manera. Además, los hijos a veces deben sufrir las consecuencias de los pecados de sus padres (v.

33; cf. Éx. 20:5; Dt. 24:16). Esto no contradice a Ezequiel 18:1–3, 13–18 porque Moisés se estaba

refiriendo a los resultados materiales y físicos y Ezequiel habla de la responsabilidad y culpabilidad

individual por el pecado y sus resultados espirituales.

14:36–45. Como muestra de la seguridad de que el juicio sería inminente, a los diez espías que

habían traído el reporte negativo y que minaron la moral de la gente, murieron de plaga delante de

Jehová. Eso impresionó tanto al pueblo, que decidió olvidar sus temores y procurar la conquista de

Canaán de inmediato (vv. 39–40). Pero ya era demasiado tarde porque ya no podían reclamar la

presencia y protección del Señor (vv. 41–43). Sin embargo, con la obstinación que los caracterizaba,

rechazaron el consejo de Moisés y sin él ni el arca se obstinaron en subir a la cima del monte (v.

44); i.e., el territorio montañoso. No es de sorprender que el amalecita y el cananeo arremetieran

contra ellos en un contraataque y los derrotaran dramáticamente (cf. Dt. 1:41–46), persiguiéndolos

hasta Horma, que se encuentra a unos 13 kms. al sureste de Beerseba.

III. El viaje a los campos de Moab (15:1–22:1)

A. Recordatorio de los estatutos del pacto (cap. 15)

1. LAS OFRENDAS QUE DEBÍAN HACERSE (15:1–31)

15:1–16. Dado que la generación de adultos de Israel había sido sentenciada a morir en el desierto,

era necesario que los más jóvenes entendieran los requerimientos de la relación pactada con Dios.

Nada había que fuera tan céntrico a esa realidad que la presentación de la ofrenda, pues

representaba el tributo que los vasallos debían traer ante su Dios soberano como muestra de su

fidelidad al pacto (Éx. 23:14–19; Lv. 1–7; Dt. 12:1–13). El cuadro ―Ofrendas suplementarias de

granos y bebidas‖ (que aparece en el Apéndice, pág. 332) resume las que se describen en Números

15:3–12. Ese holocausto, la ofrenda de vuestra voluntad, no era por el pecado o la culpa, ya que

su forma y contenido eran invariables (Lv. 4:1–6:7). Más bien, eran ofrendas que se entregaban por

especial voto, en sacrificio de paz y acción de gracias o alabanza (Lv. 1–3). Todo el pueblo de

Israel debía presentar esa ofrenda, así como el que habitare con vosotros y que fuera extranjero

(Nm. 15:13–16).

15:17–21. La segunda parte de los reglamentos concierne a las ofrendas de las primicias de las

cosechas. Cuando la gente entrara en la tierra de Canaán y empezara a recoger sus cosechas, debía

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mostrar su devoción al Señor presentándole una torta cocida de las primicias de vuestra masa de

grano.

15:22–29. La tercera categoría se relaciona con las ofrendas por el pecado, que se hacían para

expiar su culpa por incumplir involuntariamente cualquiera de los mandamientos del Señor; i.e., por

ignorancia, descuido u omisión de la congregación. Si todo el pueblo fuera culpable en forma

colectiva, debía ofrecer un novillo por holocausto junto con las ofrendas prescritas de granos y

libación, así como un macho cabrío en expiación.

La diferencia entre estas instrucciones y las que conciernen a las ofrendas por el pecado de Levítico

4:13–21 es que aquí los pecados eran por omisión mientras que los de Levítico, por comisión. Este

pasaje de Números requiere que se presente un novillo como holocausto y un macho cabrío como

ofrenda del pecado, mientras que en Levítico se menciona solamente un novillo como ofrenda por

el pecado. Probablemente la explicación de esta aparente contradicción es que en Números se

implica que debían ofrecer un novillo como ofrenda por el pecado y un novillo adicional como

holocausto. El macho cabrío se menciona junto con el novillo como anticipo de la ofrenda que el

gobernante (no mencionado aquí específicamente) individual ofrecería por el pecado, que cometiera

involuntariamente. El libro de Levítico también prescribe un macho cabrío por el pecado del

gobernante (Lv. 4:22–26) así que en realidad no hay conflicto alguno. Tocante al ciudadano

ordinario individual, su pecado de omisión requería la ofrenda de una cabra (Nm. 15:27–29), tal y

como se estipula en Levítico 4:27–31.

15:30–31. La última instrucción trata el caso de la soberbia, pecado que era cometido a sabiendas y

deliberadamente; se describe como blasfemia, porque era una acción arrogante y rebelde, un desafío

al señorío de Jehová y a las obligaciones del pacto. Cualquier persona que fuera culpable de ese

tipo de pecado debía ser cortada de en medio de su pueblo. Como se dijo anteriormente, eso

significaba la excomunión y la muerte (cf. Gn. 17:14; también V. el comentario de Lv. 7:20; 17:4).

2. EJEMPLO DE UN TRANSGRESOR DEL PACTO (15:32–36)

15:32–36. Tal vez para ilustrar el pecado de soberbia (cf. vv. 30–31) aquí se incluye la historia de

un hombre que recogía leña en día de reposo. Puesto que no era claro si lo había hecho para

violar en forma premeditada la ley del sábado, se le envió a la cárcel hasta que Jehová diera el

veredicto, el cual fue: Irremisiblemente muera aquel hombre. Entonces la congregación lo llevó

fuera del campamento … y lo apedrearon, y murió. Esta anécdota interpreta claramente lo que

significaba el pecado de soberbia (vv. 30–31) y ser ―cortado‖ de la comunidad.

3. LAS FRANJAS DE LOS VESTIDOS COMO AYUDA MNEMÓNICA PARA RECORDAR LA LEY (15:37–41)

15:37–41. Para recordar los mandamientos de Jehová, los israelitas debían usar franjas en los

bordes de sus vestidos y poner en cada franja de los bordes un cordón de azul pegado a cada una

de ellas. Esas franjas (cf. Dt. 22:12) servirían como ayudas visuales para recordar que debían

obedecer todos los mandamientos de Jehová. La palabra en hebr. que se trad. ―franja‖ es ṣîṣiṯ, la

cual posiblemente proviene de la misma raíz que significa ―brote‖. Es probable que esa franja

tuviera la forma de una flor o pétalo que por razones desconocidas hasta hoy, simbolizaban los

vínculos del pacto que unían al Señor con su pueblo.

B. Rebelión de Coré (cap. 16)

1. DESAFÍO A LA AUTORIDAD ÚNICA DE MOISÉS (16:1–3)

16:1–3. En algún lugar y tiempo no identificados durante la peregrinación por el desierto, Coré, un

levita, y Datán y Abiram de la tribu de Rubén, dirigieron una sublevación y se levantaron contra

Moisés. Para ello, reclutaron a doscientos cincuenta de los principales líderes de la congregación

de Israel como colaboradores. Las afiliaciones tribales de los dos conspiradores principales (Leví y

Rubén) muestran que se trataba de una rebelión contra el liderazgo religioso y político de Moisés.

De este modo, también Aarón, el sumo sacerdote, vino a ser objeto del ataque.

El descontento de esa facción se centraba en el alegato de que no era justo que Moisés y Aarón

estuvieran sobre todo el pueblo, ya que siendo Israel la congregación del pacto de Dios, todos eran

igualmente santos y capaces de ser líderes. Lo que no mencionaron fue que el Señor mismo había

elegido a Moisés y a Aarón para ocupar esos puestos.

2. EL CASTIGO DEL SEÑOR (16:4–40)

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16:4–7. Abrumado por la oposición levantada contra su liderazgo (y el del Señor mismo), Moisés

se postró sobre su rostro (cf. 14:5; 16:22, 45; 20:6; 22:31). Pero reconfortado por Jehová, declaró

que a la siguiente mañana se aclararía la voluntad divina sobre ese asunto permitiendo que el líder

autorizado se acercara a su presencia santa. Coré y … todo su séquito siguiendo las instrucciones

del líder, se prepararon tomando incensarios para poner fuego y presentar el incienso delante de

Jehová. Luego tenían que acercarse al tabernáculo para esperar la respuesta de Dios. Los rebeldes

habían reclamado que Moisés y Aarón habían ―ido demasiado lejos‖ al usurpar el liderazgo (16:3)

pero Moisés les dijo: esto os baste, hijos de Leví, indicando a Coré que él y los levitas se habían

extralimitado en su rebelión.

16:8–11. Moisés reprendió a Coré y le recordó que él y sus amigos levitas ya habían sido altamente

favorecidos por Dios cuando los eligió de entre Israel para ministrar en el tabernáculo.

Inconformes con ese gran privilegio, aspiraban al oficio de sacerdote también. Pero tanta ambición

no era un desafío contra Aarón; más bien era un ataque a la soberanía del Señor. Él había delegado

el oficio de sacerdote en la familia de Aarón, y solamente a ella.

16:12–15. Entonces Moisés llamó a Datán y Abiram … mas ellos se negaron a obedecer. Decían

que en el pasado habían confiado en Moisés en vano. Lo único que había hecho era sacarlos de una

tierra que destilaba leche y miel (Egipto) y no había podido guiarlos a la otra (Canaán). Su única

esperanza era morir en el desierto. Además, le preguntaron: ¿Sacarás los ojos de estos hombres?

Eso significaba que se vería frustrada la intención de Moisés de engañar a la gente escondiendo sus

verdaderos propósitos.

Moisés, contrariado y enojado en gran manera, se volvió a Jehová y le dijo: no mires a su

ofrenda, i.e., que no aceptara las ofrendas de los rebeldes, probablemente haciendo alusión al

incienso que se ofrecería al día siguiente (cf. v. 7). Sus acusaciones eran infundadas, dijo Moisés,

pues él nunca había lucrado a costa de ellos como líder, ni siquiera había tomado un asno … de

ellos. Como Nehemías, él no exigió para sí los privilegios que normalmente podía esperar un líder

(cf. Neh. 5:17–19).

16:16–27. Una vez más, Moisés le pidió a Coré y a todo su séquito que se presentaran en el

tabernáculo al día siguiente. También Aarón estaría presente y entre todos aclararían el asunto del

sacerdocio legítimo. Al día siguiente, todos se reunieron tal y como se les había instruido y

presentaron su incienso ante Jehová delante del tabernáculo. Entonces la gloria de Jehová

apareció y el Señor dijo a Moisés y Aarón que se apartaran para que pudiera destruir a Coré y a

toda la congregación.

Como en otras ocasiones (14:13–19), Moisés, el mediador del pacto, y Aarón, suplicaron a Dios

que no aniquilara a toda la nación por el pecado de unos pocos (16:22). El título poco usual con que

se dirigieron a él: Dios de los espíritus de toda carne, aparece solamente aquí y en 27:16. Se

refiere al conocimiento omnisciente que Dios tiene de toda la gente. Moisés argumentó que sin

lugar a duda, Jehová conocía el corazón de todos y sabía que un solo hombre había pecado (Coré

el instigador y dirigente de los demás).

Entonces el Señor ordenó a la congregación a través de Moisés que se separara de Coré y sus

colegas y que ni siquiera tocaran alguna cosa suya, porque ellos y todas sus pertenencias serían

objeto de la ira divina. Así que la gente se apartó, dejando solamente a Coré … Datán y Abiram

con sus familias delante de Dios.

16:28–35. Entonces Moisés declaró las reglas del concurso. Si los rebeldes continuaban con vida y

morían hasta una edad avanzada, la nación sabría que Moisés no tenía ningún llamamiento especial

de Dios. Mas si Jehová hiciere algo nuevo—como que la tierra se abriera y se tragase a Coré y los

demás—entonces todos sabrían que el liderazgo de Moisés venía de Jehová y que Coré había

actuado pretenciosa y pecaminosamente.

Justo después de que se explicaron esas condiciones, se abrió la tierra … y los tragó a ellos, a

Coré, sus amigos, sus familias y todos sus bienes, los cuales desaparecieron de la vista de los

demás. A ellos los cubrió la tierra ocultando toda evidencia de que alguna vez hubieran existido.

Aterrorizado por todo eso, todo Israel huyó para protegerse e impedir que los tragara también la

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tierra. Entonces un fuego de … Jehová … consumió a los doscientos cincuenta hombres que

ofrecían el incienso.

El hecho de que las esposas y los hijos de Coré, Datán y Abiram fueran incluidos en ese terrible

juicio de Dios (vv. 27, 32) ilustra el principio de la solidaridad familiar que había en el A.T., así

como el castigo colectivo aunque no hubiera culpa por parte de los hijos de los que pecaban contra

Dios (Éx. 20:5–6; 34:6–7; Jos. 7:16–26). Sin embargo, ya que cada individuo es responsable

solamente por su propio pecado (cf. Dt. 24:16), debemos concluir que las familias de Coré, Datán y

Abiram, contribuyeron a la rebelión de alguna manera (cf. Jos. 7:22–25).

Seol (Nm. 16:30, 33) es la trad. de še ō , que en general también se refiere al lugar de los muertos.

En ocasiones se entiende como ―inframundo‖ o el ―infierno‖ (cf. gr. ha ēs). Sin embargo, aquí no

hay nada más que el hecho de que en la tierra se abrió una gran grieta que fue, en efecto, una tumba

colectiva.

16:36–40. Después de esa asombrosa manifestación de su ira, el Señor ordenó a Eleazar el

sacerdote que juntara los inciensarios que habían estado en manos de los doscientos cincuenta

rebeldes, pues en el momento de haberlos presentado ante Dios, habían quedado santificados.

Aunque quienes los usaron eran pecadores, los incensarios habían sido apartados (―santo‖ significa

apartado) para la adoración a Jehová. Además, podrían ser santos nuevamente para el Señor si se

hacían planchas batidas (de bronce, v. 39) para cubrir el altar. De esa manera, serían un recuerdo

continuo (i.e., una señal) de lo que había acontecido ese día. El pueblo no debía olvidar nunca que

solamente la descendencia de Aarón podía estar delante de Dios para realizar el santo oficio del

sacerdocio.

3. REBELIÓN POPULAR RESULTANTE (16:41–50)

16:41–50. Sin embargo, en lugar de obtener el fin esperado, la demostración de la ira divina

solamente provocó más quejas de parte de la gente. Ya que persistieron en su oposición contra

Moisés y Aarón … apareció la gloria de Jehová nuevamente en el tabernáculo y el Señor dijo a

Moisés que se hiciera a un lado, amenazando de nuevo con destruir a la nación (cf. 14:10–12;

16:21). Una vez más, y como una manifestación de su verdadera humildad, ellos se postraron ante

el Señor.

No obstante, esa vez Moisés tomó medidas para impedir el juicio divino. Pidió a Aarón que tomara

el incensario y que fuera de prisa a colocarse en medio de la congregación de los israelitas y

buscara la gracia perdonadora de Dios. Pero cuando Aarón llegó, encontró que la mortandad había

comenzado—evidencia de la ira divina—y que muchos ya habían muerto. De cualquier manera, él

ofreció el incienso en expiación por el pueblo. Pero para cuando cesó la mortandad … catorce

mil setecientos ya habían muerto. Entonces volvió Aarón a Moisés al tabernáculo.

Puesto que el incienso era símbolo de la oración (Éx. 30:8; Sal. 141:2; Lc. 1:10; Ap. 5:8; 8:3–4)

Aarón en efecto se había puesto entre la gente para interceder por ellos en oración. Debía ser claro

para todos que un incensario en la mano de un hombre de Dios era mucho más efectivo que 250 de

esos aparatos en manos de esa cantidad de pecadores.

C. Reivindicación de Aarón (cap. 17)

17:1–9. La autoridad sacerdotal de Aarón había sido retada (cap. 16), así que Jehová le mostró a

todo el pueblo que su siervo poseía toda la potestad del sacerdocio, lo cual implicaba que los

rebeldes quedaban completamente excluidos. El Señor dijo a Moisés que tomara una vara de los

príncipes de cada tribu y que escribiera sus nombres en cada una de ellas. Aarón también debía

escribir su nombre en la vara de Leví. Colocaron las 12 varas en el tabernáculo delante del

testimonio (el lugar santísimo) donde el Señor se reuniría con Moisés y haría que reverdeciera la

vara de la tribu sacerdotal legítima.

Al día siguiente vino Moisés al tabernáculo y vio que la vara de Aarón no solamente había

reverdecido, sino que también había echado flores, y arrojado renuevos, y producido

almendras. Cuando se presentó esa irrefutable evidencia a los líderes de las tribus y al pueblo, lo

único que pudieron hacer fue aceptar en silencio la reivindicación de Aarón manifestada claramente

por Dios.

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17:10–13. Para que no olvidaran lo aprendido, el Señor les indicó que la vara de Aarón debía

mantenerse delante del testimonio (el lugar santísimo) por señal (cf. 16:38). Eso les recordaría que

no debían murmurar ni cuestionar la voluntad de Dios respecto al liderazgo. Como era característico

de aquella gente, sobrereaccionaron y asumieron que la presencia de la vara pondría en peligro para

siempre a cualquier persona que se acercare … al tabernáculo. Para una explicación acerca de la

posición de la vara de Aarón, V. el comentario de 2 Crónicas 5:10.

D. Responsabilidades y privilegios de los sacerdotes y levitas (cap. 18)

18:1. Probablemente a la luz del relato recién expuesto acerca de la rebelión contra el sacerdocio

aarónico (caps. 16–17), este cap. es un recordatorio y amplificación de las responsabilidades

sacerdotales y levíticas. El ministerio dentro del tabernáculo correspondía solamente a los

sacerdotes, al menos en lo que concernía al pecado del santuario; y … el pecado de su sacerdocio.

Esas palabras incluyen más que la intercesión sacerdotal, también abarcan los pecados de los

mismos sacerdotes y levitas con respecto a ministrar las cosas sagradas del Altísimo en el

tabernáculo. El oficio del sacerdote incluía la asombrosa responsabilidad de manejar los

instrumentos santos en el tabernáculo y seguir los rituales divinamente establecidos por un Dios

infinitamente santo.

18:2–7. A pesar de que la mayoría de los de la tribu de Leví no eran sacerdotes y, por lo tanto, no

gozaban de todos los privilegios sacerdotales, les eran permitidas algunas funciones limitadas como

asistentes de los sacerdotes. El marco de su ministerio incluía todo, excepto manejar los utensilios

santos y el altar del holocausto. De otra manera, morirían tanto los levitas como los sacerdotes (v.

3); la falta de responsabilidad de parte de los sacerdotes atraería la ira de Dios sobre los hijos de

Israel (v. 5). Excluyendo esas limitaciones, los levitas podían entrar en contacto con el tabernáculo

y el servicio dentro de él. Los sacerdotes tenían una labor muy pesada, pero Dios les había dado a

los levitas como un don (cf. 3:9) para ayudarles en cualquier forma, siempre y cuando se apegaran

a las especificaciones de trabajo previamente mencionadas.

18:8–11. A cambio de su servicio, el Omnipotente daría a los sacerdotes y levitas una porción de las

ofrendas que el pueblo presentaba en su adoración. Específicamente, retendrían todas las partes de

los sacrificios que no eran consumidos por el fuego en el altar, pero las que sí habían sido

consumidas claramente pertenecían a Dios. En la mayoría de los sacrificios, la parte quemada al

Señor consistía de las grosuras y órganos internos tales como los riñones e hígados (V., e.g., Lv. 3).

Ya que esas eran ofrendas santas, solamente los sacerdotes y los varones de sus familias podían

comerlas (cf. Lv. 6:18, 29; 7:6). Pero todos los miembros de la familia podían participar de las

ofrendas mecidas de los hijos de Israel (Nm. 18:11; cf. v. 8). Esas eran las mismas que se llaman

ofrendas de paz (Lv. 7:11–18).

18:12–19. Además de lo anterior, los sacerdotes y sus familias podían tomar para sí las primicias

de las cosechas de Israel que incluían aceite … mosto y … trigo (v. 12). Aunque se daban al Señor

como ofrenda (cf. Dt. 26:1–11), esas primicias no se consumían en el altar, sino que se entregaban a

los sacerdotes. Lo mismo sucedía con todo lo ofrecido a Jehová (cf. Lv. 27:1–33). A continuación

se mencionan los primogénitos tanto de hombres como de animales. Los del hombre y de animal

inmundo eran redimidos por cinco siclos de plata (60 grs. aprox.). El oferente pagaba esa cantidad

al sacerdote en lugar de sacrificar al primogénito (cf. Nm. 3:44–51). Los primeros nacidos de los

animales limpios, sin embargo (i.e., de vaca … oveja, y … de cabra), debían ser entregados al

Señor, degollados y quemados en ofrenda … a Jehová. No obstante, la carne no se quemaba en el

altar como sacrificio normal, sino que se daba a los sacerdotes.

Todas esas provisiones de las ofrendas sagradas para los sacerdotes eran señal de las bendiciones

pactadas de Dios para con ellos. Su herencia era un pacto de sal perpetuo, lo cual probablemente

es una metáfora para indicar su duración. Así como la sal mantiene su sabor, el pacto del Señor

estaría en vigor por siempre (cf. 2 Cr. 13:5). También se espolvoreaba sal en las oblaciones (Lv.

2:13), quizá como muestra de la relación pactada.

18:20–24. Pasando a otro aspecto del servicio sacerdotal y levítico, el Todopoderoso dijo a Aarón

que aunque los sacerdotes y levitas no tenían herencia territorial, tendrían una mayor—él mismo.

Eso significaba que los levitas recibirían los diezmos del pueblo como fuente de ingresos y en

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compensación por su servicio en el tabernáculo. Los hijos de Israel no podían acercarse al

tabernáculo, por tanto, los levitas serían sus representantes.

18:25–32. De la misma manera, los levitas debían dar el diezmo de los diezmos de sus ingresos y

presentarlos ante Jehová. Este diezmo se les contaría como grano de la era, y como producto del

lagar (v. 27). Debían considerarlo como si ellos mismos lo hubiesen trabajado (v. 30). También

debía ser de todo lo mejor que tenían (vv. 29–30, 32). El diezmo levítico se daba directamente al

sacerdote Aarón (v. 28) y debía guardarse en el tabernáculo como ofrenda consagrada al Señor (vv.

29–30). El resto de las ofrendas que recibieran los levitas podían comerlas y beberlas en cualquier

lugar que escogieran porque eran suyas y no del sacerdote. Cuando recibían los diezmos de la gente

y daban el diezmo de los diezmos al Señor, estaban usando las ofrendas del pueblo tal como Dios

había prescrito y estarían libres de toda culpa ante el Juez justo (v. 32).

E. Leyes de la purificación (cap. 19)

Algunas experiencias o contactos que se daban en Israel podían provocar la impureza ceremonial de

una persona. La razón de esto era que toda la vida era esencialmente religiosa y estaba cargada de

significado religioso. Además, toda la existencia estaba completamente llena de simbolismos. E.g.,

una enfermedad de la piel implicaba una impureza porque tipificaba o simbolizaba el pecado. María

quedó impura por haberse contagiado de una enfermedad parecida, pero también señalaba su

pecado de rebelión (12:9–15). De manera similar, la enfermedad de Naamán fue sintomática de su

condición pecaminosa. Al ser sanado reconoció que solamente el Señor de Israel era Dios (2 R.

5:15).

En especial, si alguien entraba en contacto con los muertos se contaminaba seriamente, porque la

muerte física tenía una estrecha relación con la espiritual (Gn. 2:17; Dt. 30:15, 19; Ro. 6:23). Así

que se proveyeron medios de purificación para aquéllos que llegaban a tener contacto con cadáveres

con el propósito de que pudieran restaurar su relación con la comunidad del Señor. El propósito de

Números 19 era explicar cómo ocurría la contaminación y qué debían hacer en cada caso para llevar

a cabo la purificación ceremonial.

19:1–2. Como es habitual, la purificación involucraba un sacrificio vicario, por lo que la comunidad

debía proveer una vaca alazana, perfecta …, sobre la cual no se hubiera puesto yugo. Aunque

esa era una ofrenda por el pecado (v. 9), era diferente, porque su propósito no era expiatorio. Su

intención no era quitar el pecado en sí, sino expiar la contaminación del pecado que la muerte

simboliza. Es probable que el uso de un animal rojo simbolizara la sangre. El hecho de que tuviera

que estar sin domar sugiere que debía estar saludable y completo, fuerte en todo sentido—un animal

puro y prístino, que fuera adecuado, para llevar a cabo el papel sagrado para el cual había sido

seleccionado.

19:3–8. Después de que el sacerdote oficiaba la ceremonia del degollamiento de la vaquilla fuera

del campamento (para representar la remoción física de la impureza de la gente), rociaba la

sangre … siete veces con dirección al tabernáculo. Eso indicaba que la ofrenda era hecha para el

Señor. Entonces se ponía al fuego para quemar totalmente la vaca, junto con la madera de cedro,

e hisopo, y escarlata (―cordón escarlata‖, BLA; ―tela roja‖ RVR95). Esos tres materiales también

se usaban en el ritual de la purificación de enfermedades cutáneas (Lv. 14:1–9). Se escogía el cedro

porque siempre se mantiene verde y aromático, el hisopo en memoria de la aplicación de la sangre

durante el éxodo (cf. Sal. 51:7; Éx. 12:22) y al cordón de lana de color escarlata porque simbolizaba

la sangre misma.

Las cenizas de esos tres elementos se mezclaban con las de la vaca y servían como el agente a

través del cual se llevaba a cabo la purificación (Nm. 19:9). Cuando terminaban de celebrar el ritual,

el sacerdote y su asistente (v. 8) quedaban impuros en virtud de haber preparado las cenizas de la

purificación. Es paradójico que manipular las cosas sagradas los volviera ceremonialmente impuros

(cf. Lv. 16:26–28). Eso era porque los objetos eran investidos con la impureza que a su vez debían

remover.

19:9–13. Cuando solamente quedaban las cenizas, un hombre limpio debía recogerlas y guardarlas

fuera del campamento en lugar limpio. Sólo entonces quedaban listas para ser usadas en la

preparación del agua de purificación, la cual era necesaria para purificar a cualquiera que tocare

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un cadáver y quedara inmundo por siete días. Se requería que tal persona se purificara al tercer

día … con aquella agua … y al séptimo día quedaría limpio, porque de otra manera seguiría

estando inmundo. Si se acercaba al tabernáculo estando en esa condición, esa persona sería

cortada de Israel, i.e., tendrían que darle muerte (Lv. 15:31).

19:14–16. Esa misma inmundicia se aplicaba al individuo que entrara en la tienda donde alguien

hubiera muerto. De hecho, la muerte tenía tal alcance, que aun corrompía toda vasija abierta que

se encontrara cerca. Asimismo, tener contacto con algún cadáver fuera de las tiendas, o con hueso

humano, o sepulcro, provocaba la inmundicia.

19:17–22. El ritual de la purificación consistía en mezclar la ceniza de la vaca quemada con agua

en un recipiente y rociarla con una rama de hisopo (arbusto con propiedades medicinales) en las

áreas u objetos que habían sido afectados por la muerte. El inmundo debía ser rociado al tercero y

al séptimo día, después de los cuales debía lavar sus vestidos y bañarse.

Si no seguía ese procedimiento, la persona inmunda no podría acercarse al tabernáculo so pena de

morir (esa persona será cortada de entre la congregación, v. 20). El que oficiaba la purificación

también debía lavar sus vestidos (y bañarse) así como cualquiera que hubiera tocado el agua

sagrada. Todo lo que el inmundo tocaba, era impuro y transfería su contaminación a cualquier

persona que tuviera contacto con él (cf. Hag. 2:13).

F. Viaje por el desierto de Zin (cap. 20)

1. MUERTE DE MARÍA (20:1)

20:1. En el mes primero del año cuarenta después del éxodo, las tribus de Israel llegaron a Cades

(la moderna ciudad de ‘Ain el Qades) donde murió María, y allí fue sepultada. No hay referencia

alguna a los eventos que ocurrieron entre el segundo año—cuando Israel fue sentenciado a vagar

por cuarenta años (14:34; cf. 10:11)—y la muerte de María. Pero ella murió en el año cuarenta,

porque el siguiente evento con fecha es la muerte de Aarón en el monte de Hor (20:27–28), que

ocurrió ―a los cuarenta años de la salida de los hijos de Israel de la tierra de Egipto, en el mes quinto,

en el primero del mes‖ (33:38). El ―mes primero‖ mencionado en 20:1 debe ser entendido en el

mismo contexto, ya que la sección narrativa del cap. 20 no puede entenderse de otra manera, ni

acomodarse a otro período que no sea el de entre tres o cuatro meses. La referencia a Cades no

significa que Israel llegó a ese lugar por primera vez, ya que los espías habían sido enviados desde

allí (12:16; 13:26). Simplemente quiere decir que regresaron a esa ciudad.

2. EL AGUA DE LA PEÑA (20:2–13)

20:2–13. Aunque normalmente Cades era un oasis que tenía mucha agua, cuando Israel llegó a él en

esa ocasión lo encontraron seco. Por esa razón, empezaron a discutir contra Moisés y Aarón en su

forma acostumbrada (Éx. 17:1–2; Nm. 14:2–3; etc.) y los reprendieron por haberlos sacado de

Egipto y por llevarlos a ese mal lugar. Tal como habían hecho en el pasado, Moisés y Aarón

buscaron el consejo de Dios, y se postraron sobre sus rostros (cf. 14:5; 16:4, 22, 45; 22:31) en

actitud de súplica. Jehová dijo a Moisés: toma tu vara en la mano y le dio instrucciones para que

hablara a la peña para que brotara el agua y la dieran de beber a la congregación y a sus bestias.

Probablemente de esa peña habían brotado manantiales y habían bebido de esa roca muchas veces.

Pero esa no es la roca a la cual Pablo hizo referencia en su epístola (1 Co. 10:4) puesto que él

hablaba de la ―roca espiritual‖ que provee ―bebida espiritual‖. La roca espiritual, dijo Pablo, era la

presencia de Cristo preencarnado.

El Señor dijo a Moisés que sólo hablara a la roca, ya que el milagro no debía atribuirse a los

esfuerzos humanos, sino a la milagrosa provisión del Señor. Sin embargo, Moisés, que ya se

encontraba en el punto de ruptura de su resistencia y paciencia (porque se refirió al pueblo

llamándolos rebeldes), golpeó la peña con su vara dos veces, atrayendo la atención del pueblo

hacia su autoridad como mediador del pacto. El agua brotó por la benéfica gracia de Dios, pero

porque Moisés y Aarón habían centrado la atención del pueblo hacia sí mismos en lugar de confiar

en el Señor, la entrada a la tierra prometida les fue vedada. El principio aquí es muy claro: ―… a

todo aquel a quien se haya dado mucho, mucho se le demandará‖ (Lc. 12:48). Tal vez un hombre

menos importante que Moisés no hubiera provocado tal desagrado a Dios. El milagro y sus

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consecuencias habían sido tan asombrosos, que se llamó a ese lugar las aguas de la rencilla

(Meriba, ―rencilla‖).

3. EDOM REHÚSA EL PASO A ISRAEL (20:14–21)

20:14–17. Después de la breve estancia de los israelitas en Cades, Moisés estaba ansioso por

emprender la marcha hacia Canaán. Obviamente había desechado cualquier idea de entrar desde el

sur debido a la derrota que Israel había sufrido en ese lugar (14:44–45). Así que pidió permiso al

rey de Edom de transitar por el famoso camino real (20:17), que era la ruta que iba desde el mar

Rojo (golfo de Aqaba) hacia el norte hasta Damasco vía Sela (conocida posteriormente como Petra),

ciudad de Edom. Moisés apeló a Edom llamándolo hermano (v. 14) porque los edomitas eran

descendientes de Esaú, hermano de Jacob (cf. Gn. 36:6–8). El legislador hizo un resumen de la

historia de Israel, comenzando con el momento en que Jacob descendió a Egipto hasta ese día (Nm.

20:15–16), un relato, dijo, que el rey de Edom conocía (v. 14). Entonces Moisés prometió que si

permitía que Israel pasara por territorio edomita, se mantendrían estrictamente en el camino real y

no comerían de su labranza ni de su viña, ni beberían de su agua (v. 17).

20:18–21. La petición cayó en oídos sordos. El rey de Edom les negó el uso del camino real que

pasaba por angostos desfiladeros, cuyo acceso podía fácilmente resguardarse e impedir el paso (cf.

Abd. 1–4). Nuevamente Moisés le suplicó ofreciendo pagar por las aguas que bebieran. Pero el

ruego fue rechazado y como muestra de la seriedad de su negativa, el rey de Edom envió tropas

para interceptar a Israel. Con gran desánimo, se desvió Israel de él.

4. MUERTE DE AARÓN (20:22–29)

20:22–29. Partiendo de Cades, Israel arribó al monte de Hor, probablemente ubicado en Gebel

Harun, que se encuentra a poca distancia al noroeste de Petra. Eso implica, sin duda, que a pesar de

que Moisés había abandonado cualquier plan de tomar la ruta más fácil por el camino real, estaba

decidido a marchar hacia el norte por la cañada de Arabá hacia la parte sudeste del mar Muerto,

dejando Edom hacia el oriente.

Después de haber subido al monte de Hor, Aarón murió allí en la cumbre del monte. Por eso,

sus vestiduras sacerdotales y su oficio fueron transferidos a Eleazar su hijo. Su muerte era

necesaria porque Dios le impidió entrar en Canaán debido al incidente de Meriba (vv. 12, 24). Sin

embargo, toda la congregación hizo duelo por treinta días. Más tarde hicieron lo mismo cuando

murió Moisés en Moab (Dt. 34:5, 8).

G. Viaje a Moab (21:1–22:1)

1. VICTORIA SOBRE ARAD EN HORMA (21:1–3)

21:1–3. Arad era una importante ciudad cananea situada a unos 32 kms. al noreste de Beerseba (V.

el mapa ―Posible ruta del éxodo‖ en el Apéndice, pág. 337). Probablemente el rey de Arad

interpretó el movimiento que hizo Moisés de Cades hacia el monte de Hor como una amenaza a su

propia seguridad, especialmente porque había oído que venía Israel por el camino de Atarim

(sitio de ubicación desconocida). Así que el rey peleó contra Israel, y tomó algunos prisioneros. A

continuación, Moisés hizo un voto a Jehová diciendo que si entregaba a ese pueblo (los cananeos)

en su mano, él destruiría sus ciudades. La palabra ―destruir‖ (ḥāram) significa que los consagraría

al Señor como un tipo de ofrenda o tributo, sin retener nada para sí o para los demás (cf. el

comentario acerca del sustantivo relativo ḥēr m en Jos. 6:21). Jehová escuchó esa súplica e Israel

destruyó muchas de las ciudades cananeas. Para conmemorar la fidelidad de Dios, llamaron a esa

región Horma, que significa ―destrucción‖. Probablemente la referencia a Horma de Números

14:45 refleja el incidente ocurrido aquí.

2. LAS SERPIENTES VENENOSAS (21:4–9)

21:4–5. Una vez más, Moisés pudo apreciar que era imposible entrar en Canaán por el lado sur.

Aparentemente desechó el plan de ir hacia el norte a través de Arabá y, dirigido por el Señor, tomó

una ruta periférica para rodear la frontera oriental de Edom. Eso explica por qué dirigió a Israel

hacia Hor, camino del Mar Rojo (el golfo de Aqaba). El pueblo debió haberse frustrado por el

cambio, porque empezaron a quejarse no solamente por eso, sino también por el desierto, por la

falta de pan (i.e., el maná) y de agua.

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21:6–9. En su ira, Jehová envió entre el pueblo serpientes ardientes … y murió mucho pueblo.

Ellos rogaron a Moisés que intercediera ante Dios, y él lo hizo. Después, les comunicó las

instrucciones de Jehová: el que fuera mordido por las serpientes, debía mirar hacia la serpiente de

bronce que Moisés había hecho y puesto en un asta. Los que la veían fueron sanados.

Evidentemente eso exigía que la mirada fuera de fe (cf. Jn. 3:14–15).

3. EL CIRCUITO DE MOAB (21:10–20)

21:10–13. Es difícil reconstruir la ruta que Israel tomó a partir de ahí, ya que no se pueden

identificar muchos de los lugares mencionados. Obot debe situarse en el itinerario más completo

que se explica en el cap. 33. En esa ruta se listan Salmona y Punón, localidades que estaban entre

las ciudades de Hor y Obot (33:41–43). La ruta parece seguir hacia el oriente de Edom porque se

sabe que Punón (o Feinan) era el lugar donde se encontraban las minas de cobre de esa región. El

bronce usado para la serpiente puede sugerir también una cercanía geográfica con los depósitos de

cobre. Es muy probable que Obot se encontrara en la frontera norte del Arabá, al norte de Punón.

Esto se apoya en el hecho de que las tribus viajaron hacia el norte después de tomar el camino

paralelo edomita de la región montañosa que iba en dirección hacia el sur (Dt. 2:1–3). El siguiente

lugar que se menciona es Ije-abarim (Nm. 21:11; cf. 33:44), en el desierto localizado al oriente de

Moab, pero que no puede ser identificado de otra manera. Partieron de allí hacia el valle de Zered

que entonces formaba la frontera entre Moab y Edom. El río Zered corre hacia el mar Muerto por su

lado suroriental. Luego avanzaron hacia el norte a través del territorio moabita hacia el río Arnón,

que era el límite de Moab, entre Moab y el amorreo que estaba en el norte (21:13). Ese río llega

hasta el centro del mar Muerto en su costa oriental.

21:14–15. El éxito de esa parte del viaje de los israelitas a través de Moab se plasmó en un poema

encontrado originalmente en un texto que ya no existe, llamado el libro de las batallas de Jehová.

La primera línea del poema es incomprensible, a menos que Vaheb (este término aparece en el

poema de la BLA: ―Vaheb que está en Sufa …‖, pero no se registra en la RVR60) sea el nombre de

un lugar. Probablemente ese verso en cuarteto declara que el Señor había ayudado a Israel a tomar

Vaheb, un lugar de Sufa, junto con el río y los arroyos de Arnón que estaban a lo largo de la

frontera moabita. Ar (o el Misna‗) era una ciudad que se encontraba en la parte norte de Moab a

unos 16 kms. al sur de Arnón (22:36; cf. Dt. 2:9, 18).

21:16–20. Saliendo del valle oriental de Arnón, el pueblo se dirigió hacia Beer (―pozo‖), llamado

así porque en ese lugar Dios les proveyó milagrosamente un pozo. El poema acerca del pozo (vv.

17–18) hace referencia en forma lírica a esa bendición. Yendo todavía hacia el norte, del lado del

desierto (v. 18b), llegaron a Matana (o Khirbet el-Medeiyinah), Nahaliel, y a Bamot (ciudad

ubicada a 13 kms. al sur de Hesbón) y finalmente llegaron al pie del monte Pisga. Ese monte se

encuentra a algunos kms. de distancia hacia el oriente de la orilla nororiental del mar Muerto, casi

llegando a los campos de Moab frente a Jericó. Finalmente, parecía que Israel estaba a punto de

invadir y conquistar la tierra prometida.

4. DERROTA DE SEHÓN (21:21–32)

21:21–25. La tierra de Moab debe haber sido un territorio muy disputado (v. 26) porque

aparentemente en ese entonces estaba bajo el control amorreo, aunque por lo regular era parte de

Moab. De cualquier manera, Moisés pidió permiso a Sehón rey de los amorreos para cruzar por su

territorio a través del camino real. Él prometió, tal como lo había hecho al rey de Edom (cf. 20:17),

que atravesaría pacíficamente y que no tomaría comida ni aguas de sus pozos (cf. Dt. 2:26–29). Sin

embargo, Sehón se negó (cf. Dt. 2:30) y además inició un ataque en Jahaza (la cual se encuentra a

pocos kms. al sureste de Pisga y peleó contra Israel, la cual venció a los amorreos (cf. Dt. 2:31–37)

y tomó todo el territorio de Sehón desde el río de Arnón por el sur hasta Jaboc al norte. La parte

oriental de Jaboc viraba hacia el sur, dando forma a las extensas propiedades amorreas, pero los

hijos de Amón se hallaban al oriente de Jaboc hacia el desierto. No invadieron la tierra de los

amonitas porque la frontera … era fuerte, y estaban emparentados con Israel por medio de Lot

(cf. Gn. 19:36, 38; Dt. 2:19). Así que Israel tomó todas las ciudades del amorreo incluyendo

Hesbón, capital de Sehón, que se encontraba a unos 40 kms. al oriente de Jericó.

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21:26–32. Con la derrota de Sehón se le hizo justicia, ya que originalmente toda la tierra al sur de

Arnón había pertenecido a los moabitas y Sehón la había robado. La conquista realizada por Sehón

también se había inmortalizado en poesía (vv. 27–30). Los poetas cantaban acerca de la destrucción

de Ar de Moab a manos de Sehón, quien evidentemente había reconstruido Hesbón para hacerla su

ciudad principal. Luego había marchado hacia el sur contra los moabitas, pueblo de Quemos (el

dios principal de los moabitas) y los había tomado en cautividad. Sehón había destruido todo,

desde Hesbón al norte hasta Dibón en el sur, incluyendo los lugares que se encontraban entre esas

ciudades tales como Nofa (lugar de ubicación desconocida) y Medeba (a 11 kms. al sur de Hesbón).

De acuerdo con esta interpretación, Moisés usó irónicamente un poema amorreo para describir la

destrucción que sufrieron los amorreos a manos de Israel. En otras palabras, Israel entonó una

canción para celebrar su victoria sobre los amorreos, la cual los mismos amorreos habían

compuesto para celebrar con orgullo su triunfo sobre la desventurada Moab. Después de esa gran

conquista, Israel expulsó a los amorreos de Jazer (o Khirbet Jazzir), ubicada a unos 24 kms. al

noroeste de Hesbón. Así habitó Israel en la tierra del amorreo.

5. LA DERROTA DE OG (21:33–22:1)

21:33–22:1. El territorio ubicado al norte del río Jaboc estaba bajo el control de Og, otro de los

reyes amorreos. Esa zona también era conocida como Galaad y Basán, de sur a norte,

respectivamente. Cuando Og escuchó que Israel marchaba hacia el norte, salió a su encuentro en

Edrei (o Der‗a), que era una ciudad importante situada a 64 kms. al sureste del mar de Cineret.

Jehová intervino una vez más a favor de su pueblo por lo que vencieron y aniquilaron a Og y sus

tropas (cf. Dt. 3:1–11). Así que Israel tomó el control y ocupó toda la parte de Transjordania

comprendida entre el monte Hermón (Dt. 3:8) y el río Arnón hasta la tierra de los amonitas por el

oriente. Después de eso avanzaron sin impedimento alguno a los campos de Moab en preparación

para la conquista de Canaán (Nm. 22:1).

IV. Los moabitas y Balaam (22:2–25:18)

A. El dilema de Moab (22:2–4a)

22:2–4a. Cuando Balac, rey de Moab, vio todo lo que Israel había hecho al amorreo, él y su

pueblo tuvieron gran temor y buscaron una solución para lo que percibían era su inevitable

destrucción a manos de Israel. Además, por ese tiempo los madianitas vivían en Moab y también se

sintieron amenazados. Los temores de Balac fueron inútiles, ya que por ser los moabitas parientes

de Israel (cf. Gn. 19:26–37) al igual que los amonitas, estaban exentos de los ataques de los

israelitas. De hecho, el Señor había revelado explícitamente por medio de Moisés que Israel debía

evitar a toda costa cualquier contacto bélico con los edomitas (Dt. 2:5–6), moabitas (Dt. 2:9) y

amonitas (Dt. 2:19). Aun los madianitas estaban emparentados lejanamente con Israel (Gn. 25:1–4),

así que presumiblemente tampoco tenían nada que temer.

B. Invitación a Balaam (22:4b–20)

22:4b–5. Balac sabía que Israel era demasiado poderoso como para enfrentársele militarmente, por

lo que decidió llamar a un adivino famoso (cf. 24:1; Jos. 13:22), Balaam hijo de Beor, para

maldecir a Israel. Balaam era de Petor, una ciudad que estaba junto al río, probablemente el

Éufrates. Quizás Petor no estaba lejos de la gran ciudad de Mari, la cual fue descubierta en el año

1933 en el valle del Éufrates. El descubrimiento de un vasto número de tablas cuneiformes en Mari

a partir de 1933, reveló, entre otras cosas, la existencia de una compleja secta de profetas y videntes

cuyas actividades se asemejan precisamente a las de Balaam. El hecho indudable es que él

representa las costumbres proféticas y cúlticas de Mari y sus alrededores, lo cual nos hace posible

entender mejor la narración acerca de ese adivino que aparece en el libro de Números.

22:6–8. Uno de los poderes que se atribuían a esos profetas era que podían hacer conjuros y

maldecir a las víctimas elegidas. Por supuesto que esas maldiciones debían expresarse en un

lenguaje especial, de tal modo que podían cumplirse de una forma u otra. Así que Balac pidió a

Balaam que viniera a Moab a maldecir a Israel, al menos hasta el punto en que fuera posible herirlo

y echarlo de la tierra; i.e., que se debilitara lo suficiente como para derrotarlo. Él sabía que

Balaam tenía reputación de pronunciar bendiciones y maldiciones que en efecto se cumplían.

Cuando Balaam recibió la delegación que envió Balac, dijo que los enviados debían pasar la noche

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allí mientras él determinaba la voluntad de Jehová. Tal petición proveniente de un profeta pagano

podría parecer sorprendente. Balaam pretendía tener contacto con el Dios de Israel, pero esto va de

acuerdo con las ideas de los paganos, que tenían una mente muy abierta y por lo tanto, aceptaban

que los dioses propios de los pueblos tenían mayor poder sobre esos pueblos, ya fuera para bien o

para mal.

22:9–12. Como muestra condescendiente de su gracia, y como anticipo de la bendición que enviaría

sobre su pueblo, Dios se apareció al adivinador y le advirtió que no cediera a las instrucciones de

Balac de maldecir al pueblo que él había bendecido. La aparición del Dios de Israel a profetas y

reyes incrédulos no fue exclusiva de Balaam. Dios se reveló a sí mismo a Abimelec, rey de Gerar,

en tiempos de Abraham (Gn. 20:6–7), así como al faraón de Egipto en sueños (Gn. 41:25), a

Nabucodonosor en un sueño y en visiones (Dn. 4:1–18), y a otros más. Como rey soberano, Dios

reina y rige tanto en la revelación profética como en todas las demás áreas de la vida. Así que

podríamos decir que él se sujetó a las manipulaciones crasas de un adivino amorreo, aunque al final

se manifestó con toda autoridad como el ―manipulador‖ divino.

22:13–20. Convencido por la advertencia del Señor, Balaam dijo a los mensajeros de Balac que

regresaran sin él porque Jehová le había prohibido ir con ellos. Impávido, Balac volvió a enviar

otra vez más príncipes, y más honorables, quienes reiteraron su requerimiento a Balaam y lo

hicieron más atractivo, prometiéndole incluso atractivos honorarios. Nuevamente Balaam se negó a

ir porque, según dijo, una gran cantidad de plata y oro no serían suficientes (cf. 24:13) para

persuadirlo que hiciera lo imposible—contravenir los propósitos de Jehová, el Dios de Israel. Sin

embargo, Balaam ofreció que consultaría al Señor una vez más. En esa ocasión, Dios otorgó

permiso a Balaam, no de maldecir a su pueblo, sino de ir a Moab para que él pudiera revelarse

gloriosamente a través de él.

C. Viaje de Balaam (22:21–35)

22:21–28. Al día siguiente, Balaam se levantó por la mañana y partió hacia Moab en su asna,

pero la ira de Dios se encendió contra él y el ángel de Jehová se interpuso en su camino. El Señor

ya le había dado permiso para ir (v. 20), así que la oposición divina no era contra su viaje, sino

contra su motivación oculta (porque ―amó el premio de la maldad‖, 2 P. 2:15), la cual obviamente

era contraria a la voluntad del Señor (cf. Nm. 22:32b, 34–35). El ángel de Jehová era una

manifestación de la presencia de Dios mismo, así que este relato es una teofanía. El hecho de que el

ángel de Jehová se equipare con frecuencia con la deidad y que se le ofrezca y acepte adoración,

algo que está terminantemente prohibido hacer con los ángeles comunes, es una evidencia de que la

aparición era de Dios mismo (V. el comentario de Gn. 16:7; y cf. Gn. 18:1–2; 22:14–18; Éx. 3:1–6;

Jos. 5:13–15; Jue. 6:20–22; 13:17–23; etc.).

El asna vio al ángel de Jehová y se apartó del camino, yendo hacia el campo. Entonces azotó

Balaam al asna, y ella regresó para volver a encontrarse con el ángel en una senda angosta que

tenía pared a un lado y pared al otro. Con gran temor, la bestia apretó contra la pared el pie de

Balaam, por lo cual recibió un azote más. Finalmente, la procesión continuó hacia un lugar donde

el camino era tan angosto, que el asna no podía apartarse ni a derecha ni a izquierda, pues el ángel

había bloqueado el camino. Así que el asna … se echó. Una vez más, el profeta la golpeó y

entonces ésta habló (por la intervención milagrosa de Dios) y le preguntó por qué la había azotado

tres veces (cf. ―tres veces‖ en Nm. 22:32–33).

Parece que a Balaam no le sorprendió mucho lo sucedido. Sin duda la razón es que como adivino

pagano, ya había presenciado tales manifestaciones con anterioridad. Gran parte del éxito de

quienes practicaban lo oculto radicaba en que ellos o bien la víctima con quien estaban tratando

recibían la inspiración demoniaca. La serpiente, e.g., pudo hablar porque fue encarnación de

Satanás (Gn. 3:1). Jesús echó fuera demonios de un hombre e hizo que se fueran a un hato de cerdos.

Aunque no hay registro de que los demonios hablaran a través de los cerdos, podían y, de hecho, se

identificaban con el mundo animal (Lc. 8:26–39). Así que es probable que Balaam, debido a su

relación con el mundo espiritual, había tenido experiencias con animales que hablaban. Pero esta

vez, fue Jehová, y no Satanás o un demonio, el que hizo que el animal hablara.

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22:29–35. La única reacción de Balaam fue de ira. Había sido humillado públicamente y de haber

tenido una espada a mano, dijo, hubiera matado a su bestia al instante. Pero el asna dijo que puesto

que nunca antes se había portado así, debía haber una explicación para su comportamiento.

Entonces Jehová abrió los ojos de Balaam—dándole percepción espiritual—para que pudiera ver

al ángel en el camino, que tenía su espada desnuda en su mano. Entonces Balaam se inclinó

sobre su rostro y aceptó la reprensión de Jehová por haberse embarcado en una misión tan

temeraria. Eso implica que las intenciones de Balaam no estaban de acuerdo con los deseos del

Señor. Seguía con vida sólo porque el asna había visto al ángel y se había echado a un lado. Así que

Balaam tuvo que reconocer su pecado al oponerse al Señor y al no ver la dirección divina en el

comportamiento de su bestia. Ofreció entonces regresar a su hogar en Petor, pero el Altísimo le dijo

que continuara su camino, siempre y cuando hablara solamente la palabra que él le ordenara (cf. v.

20).

D. Oráculos de Balaam (22:36–24:25)

1. PREPARACIÓN PARA LOS ORÁCULOS (22:36–23:6)

22:36–38. Cuando Balac rey de Moab salió al encuentro de Balaam, lo reprendió por haber tardado

tanto tiempo en llegar. Le preguntó si había dudado de su solvencia para pagarle. (¿No puedo yo

honrarte?) El profeta solamente contestó que ya estaba allí, pero que tan sólo hablaría la palabra

que Dios pusiere en su boca.

22:39–23:6. Los dos hombres fueron a Quiriat-huzot (cuya ubicación es desconocida), donde

comenzaron los rituales de adivinación. Con frecuencia se incluían sacrificios y el examen de los

órganos internos del animal. Esa práctica se conocía como hepatoscopía o augurio. A la mañana

siguiente subieron a Bamot-baal (―las alturas de Baal‖) desde donde podía verse parte del pueblo

de Israel. Es probable que Bamot-baal se encontrara en lo alto de una montaña desde donde se veían

los campos de Moab. Su asociación con Baal sugiere que era un lugar alto donde se llevaban a cabo

ceremonias cúlticas de los cananeos. Balaam pidió a Balac que edificara siete altares para

sacrificar siete becerros y siete carneros, un becerro y un carnero en cada altar (cf. 23:14, 29–

30). No hay instrucción bíblica o precedente alguno para lo que Balaam hizo, así que se infiere que

los sacrificios eran parte de un ritual pagano. Después de que se ofrecieron las ofrendas, Balaam se

retiró a solas para recibir una revelación de parte de Jehová. Todavía deseaba cooperar con el Dios

de Israel, aunque sus métodos no estaban autorizados en la ley de Israel. Y vino Dios al encuentro

de Balaam y le dio el mensaje que debía transmitir a Balac.

2. EL PRIMER ORÁCULO (23:7–12)

23:7–12. El primero de los cuatro oráculos principales de Balaam fue una breve oración que narra

cómo había llegado a estar ahí y lo que se le había pedido hacer (v. 7). A continuación preguntó

cómo era posible maldecir a Israel, el pueblo a quien Jehová había bendecido (v. 8; cf. Gn. 12:1–3).

Balaam dijo que podía ver desde su encumbrado y ventajoso punto de vista a los benditos que

formaban un pueblo que habitaría confiado y no sería contado entre las naciones (cf. Dt. 32:8–

10). En número eran como el polvo (cf. Gn. 13:16) e identificarse con ellos en la vida y en la

muerte era una bendición de Dios (Nm. 23:10). Parece que Balaam deseaba ser uno de ellos. La

reacción de Balac al oráculo era predecible, ya que Balaam no había maldecido a Israel (v. 11).

Pero Balaam reiteró que solamente podía decir lo que Jehová pusiera en su boca (v. 12; cf. 22:38;

23:3).

3. EL SEGUNDO ORÁCULO (23:13–26)

23:13–24. Esta vez Balac cambió la adivinación a otro lugar … a la cumbre de Pisga (v. 14; cf.

21:20). Allí edificaron otros siete altares y ofrecieron siete becerros y siete carneros más.

Nuevamente Balaam se apartó a un lugar solitario para tener comunión con Dios y volvió a Balac

con un mensaje (23:15–17). El oráculo que profirió consiste de una oración introductoria (vv. 18–20)

por la cual comunicó directamente a Balac que el inmutable Dios de Israel había prometido

bendecir a su pueblo y no se arrepentiría. Además, Balaam había recibido la orden de bendecir al

pueblo y ante el inquebrantable compromiso que Dios había hecho con Israel, Balaam no tenía

poder para hacer lo contrario.

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Entonces Balaam dijo que por causa del éxodo de Egipto (cf. 24:8), Israel contaba con una

prosperidad sobrenatural (no iniquidad ni perversidad, 23:21a), con la presencia del Omnipotente

(v. 21b) y con un poder sobrenatural (v. 22b).

Se debe entender que el júbilo de rey en él fue una amenaza militar que implica que Jehová es un

guerrero que dirige a sus huestes hacia la victoria (cf. Jos. 6:5, 20; Sal. 47:5; Jer. 4:19; 49:2). Su

poder convierte todo agüero y adivinación en nada. Todo lo que les queda a las naciones por hacer

es ver hacia Israel y maravillarse de la gracia protectora de Dios (Nm. 23:23). La palabra ―agüero‖

(naḥaš) tiene que ver con el uso de este tipo de adivinaciones. En el Cercano Oriente primitivo se

determinaban los agüeros observando las entrañas de un animal, o el humo, o las distintas formas

que hacía el aceite cuando se vertía en agua, o los defectos de nacimiento, o fenómenos inusuales

del clima y en el cielo y una gran variedad de otras cosas. Al estudiar esos materiales o

movimientos, los adivinadores trataban de relacionarlos con la historia y, por medio de la

extrapolación, con el futuro. Es probable que la ―adivinación‖ (qesem) tenga un mayor énfasis en

echar la suerte que los agüeros (Ez. 21:21; cf. el comentario de Dt. 18:14). En lugar de ser vencido,

Israel se levantaría para destruir a sus enemigos como hace un león (cf. Nm. 24:9).

23:25–26. En su humillante consternación, Balac suplicó a Balaam que aceptaba que no profiriera

maldiciones, pero que tampoco bendijera a Israel. Sin embargo Balaam le recordó que no tenía

poder alguno, puesto que estaba en la mano de Jehová—solamente podía hacer lo que se le había

ordenado.

4. EL TERCER ORÁCULO (23:27–24:14)

23:27–30. Por tercera y última ocasión, Balac preparó el escenario para que Balaam maldijera a

Israel. Supersticiosamente Balac creía que cambiarse a un nuevo escenario proporcionaría el

ambiente propicio para que pudiera proferirse la maldición. Por ello, llegaron a la cumbre de Peor,

una montaña cerca de la ciudad de Bet-peor (Dt. 3:29; 4:46), cerca del campamento de Israel en los

campos de Moab. Una vez más prepararon los siete altares y los sacrificios (cf. Nm. 23:1–2, 14)

necesarios para el ritual de la adivinación.

24:1–3a. Habiendo entendido por fin la inutilidad de maldecir al pueblo que Dios había

determinado bendecir, Balaam abandonó sus técnicas usuales y vio a Israel alojado por sus tribus,

i.e. formado en el orden tribal prescrito. Entonces, el Espíritu de Dios vino sobre él … y dijo su

tercer oráculo. Esa venida del Espíritu no es indicación de que Balaam fuera un verdadero profeta,

como tampoco lo fue la venida del Espíritu sobre Saúl (V. el comentario de 1 S. 10:6, 10–11) ni

sobre los discípulos (Jn. 20:22), lo cual no los hizo profetas del Señor. Hay una gran diferencia

entre la venida del Espíritu para capacitar sobrenaturalmente a ciertos individuos y venir para

habitar dentro de ellos (V. el comentario de Jn. 7:39).

24:3b–7. El tercer mensaje de Balaam empieza con el testimonio del profeta de que (quizá por

primera vez) sus ojos y sus oídos fueron abiertos a la verdad de Dios y que había recibido la visión

acerca de los propósitos divinos para los hebreos. Luego describió a Israel como una hermosa y

vasta hueste extendida por el desierto como oasis, reverdecientes y fructíferos. Él profetizó que

produciría aguas abundantes (símbolo de su prosperidad futura) y que gozaría de la bendición de

una monarquía benigna y poderosa. Muchos eruditos piensan que la referencia a Agag es

anacrónica, ya que ese rey amalecita apareció por primera vez en la historia de Samuel y Saúl, más

de trescientos años después de Balaam (cf. 1 S. 15:8). Sin embargo, es probable que Agag fuera un

título como el de faraón, o que una larga línea de reyes amalecitas llevara el nombre de Agag. Se

puede apreciar cierto paralelismo con Abimelec (Gn. 20:1–2; 26:1) y Jabín (Jos. 11:1; Jue. 4:2). La

profecía de que Israel tendría un rey concuerda con la revelación más antigua (Gn. 17:6; 35:11;

49:10).

24:8–9. Luego Balaam repasó la obra redentora y protectora de Dios a favor de Israel (cf. 23:22) y

repitió que ese pueblo era como león a quien nadie debía tratar de despertar (cf. 23:24). Balaam

concluyó con esta afirmación: ¡Benditos los que te bendijeren, y malditos los que te maldijeren!

Al hacer esa declaración, a sabiendas o no, Balaam estaba repitiendo la promesa hecha a Abraham y

a los patriarcas respecto al papel especial que tendría Israel en la redención (Gn. 12:3).

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24:10–14. Al fin, Balac comprendió claramente que Balaam no proferiría maldición contra Israel o

que no podría hacerlo, así que lo despidió sin pagarle por sus servicios. Balaam no expresó sorpresa

alguna por esto y, de hecho, reiteró que ninguna cantidad de dinero podría haber cambiado su

disposición de hacer la voluntad de Dios (cf. 22:18). Él regresaría a su hogar, dijo, pero primero

tenía que expresar una palabra más, no solicitada, de Dios respecto a Israel y Moab.

5. EL CUARTO ORÁCULO (24:15–19).

24:15–16. La cuarta profecía de Balaam comienza como la tercera—con el reconocimiento de que

el verdadero entendimiento proviene solamente de Dios (cf. vv. 3–4). El adivino pagano mencionó

tres nombres o definiciones del Señor: Jehová ( , ―el poderoso‖), Altísimo (ʿ yôn, ―el más

elevado‖) y el Omnipotente (ša ay, ―el abundante‖ o ―el más poderoso‖; cf. el comentario de Gn.

17:1). Esos nombres eran conocidos en el antiguo Cercano Oriente y no se usaban exclusivamente

para el Dios de Israel. Pero el contexto de los oráculos de Balaam indican, fuera de toda duda, que

se estaba refiriendo solamente a Jehová. Él había sido la causa de que el profeta hubiera caído y

estando en esa postura, tener abiertos los ojos a la verdad divina.

24:17. La revelación que Balaam vio tuvo que ver primordialmente con la estrella y el cetro que se

originarían en Israel en un futuro. Poéticamente, la estrella se pone en forma paralela con el cetro,

así que la estrella también se refiere a la realeza. Eso se confirma asombrosamente en los textos

proféticos de Mari, que describen a los diversos reyes usando el epíteto de ―estrella‖. Es muy

evidente la relación que hay entre esa profecía y la hecha por medio de Jacob, en la cual predijo

que un gobernador de Israel vendría de Judá (Gn. 49:10). Balaam siguió diciendo que ese rey heriría

las sienes de Moab y destruiría a todos los hijos de Set. La palabra que se trad. como ―sienes‖

(pē âh) usualmente se trad. como ―lado‖, ―orilla‖ (―punta‖, Lv. 19:27; 21:5), pero también puede

significar ―sien‖ (como en Jer. 9:26). [BLA], 25:23). Con la presencia del vb. ―machacar‖ (mahaṣ),

la palabra pē âh casi con toda seguridad debe trad. ―sien‖ (―coronilla‖, nota mar. BLA). El término

paralelo ―cráneo‖ (BJ, NC) trad. la palabra qoḏqōḏ. (El TM contiene el confuso término qarqar,

palabra que aparece solamente en este texto y no tiene un significado claro). La validez de esta

propuesta se apoya en Jeremías 48:45c que dice: ―quemó el rincón [pē âh como en Nm. 24:17] de

Moab, y la coronilla [qoḏqōḏ] de los hijos revoltosos‖. El vocablo hebr. trad. ―hijos revoltosos‖ en

Jeremías 48:45 es lit. ―los hijos de conmoción‖ (benē šā’ôn), no ―los hijos de Set‖ (benē šēṯ) como

en Números 24:17. La trad. ―Set‖ proviene de una etimología dudosa, pero probablemente, como

Jeremías, sugiere confusión o tumulto. En los pasajes de Números y Jeremías las palabras ―revuelta‖

(šēṯ) o ―alboroto‖ (šā ôn) tienen su paralelismo con Moab, así que es una manera de describir a los

moabitas como un pueblo que estaba en continua conmoción. Esto puede ser una alusión al terror y

pavor que sintió Moab cuando Israel acampó en su territorio (22:3).

24:18–19. Edom también recibió la amenaza de ser conquistada por Israel. Seir era otro de los

nombres de Edom, tal como lo indica la construcción gramatical paralela (cf. Gn. 32:3; Dt. 2:4).

Balaam dijo que un dominador vendría de Israel para destruir lo que quedare de la ciudad. Esa

ciudad era probablemente Sela, capital de Edom, conocida más tarde como Petra. Las profecías

acerca de Moab y Edom ya se han cumplido en algunos aspectos (cf., e.g., 1 R. 11:15–18) pero

todavía tienen algunas connotaciones proféticas. Moab y Edom todavía deben sufrir el juicio del rey

de Israel, Jesucristo (cf. Is. 15–16; 21:11–12; Jer. 48; 49:7–11; Abd. 15–18, 21).

6. ORÁCULOS FINALES (24:20–25)

24:20. Balaam también tenía que hacer un pronunciamiento contra Amalec. Ya había mencionado

a Agag (v. 7), rey de los amalecitas. Estas referencias a Amalec indican que esos pueblos vivían

entre los moabitas. Los amalecitas también habían atacado a Israel poco después del éxodo (Éx.

17:8–16) y fueron puestos bajo el juicio de Jehová (cf. 1 S. 15:1–3). Fueron cabeza de naciones en

el sentido de que sus ancestros podían trazarse hasta Esaú, lo cual los señala como un pueblo muy

antiguo (cf. Gn. 36:16).

BJ Biblia de Jerusalén

NC Nácar Colunga

TM texto masorético

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24:21–22. Luego Balaam se refirió al ceneo y dijo que aunque tenía un lugar fuerte como su

habitación, sería llevado cautivo por los asirios. Los ceneos eran idénticos a, o parte de, los

pueblos madianitas. El cuñado de Moisés, Hobab, se describió anteriormente como un madianita

(10:29), pero él y su padre eran ceneos (Jue. 1:16). Sus territorios se encontraban principalmente en

las áreas desérticas de las penínsulas arábiga y de Sinaí.

La referencia que se hace a Asiria es una predicción de la conquista del occidente por mano de

Tiglat-pileser III y Salmanasar V. A pesar de que los ceneos no se mencionan en el período

comprendido entre los años 745 a 722 a.C., cuando ocurrieron las cautividades, no hay razón para

dudar de que formaban parte de una gran hueste de prisioneros que fueron sojuzgados por los

asirios. La mención de los asirios tan antiguamente como en los tiempos de Balaam (ca. 1400), no

es problema, ya que para ese entonces el período del reino medio asirio estaba en proceso, y estaba

a punto de llegar a ser una gran potencia internacional (V. ―Los reyes de los reinos asirios medio y

nuevo‖ en el Apéndice, pág. 333).

24:23–25. Finalmente, Balaam vio hacia el futuro y habló de la venida de las naves de Quitim que

destruirían a Asiria y a Heber. Muchos eruditos piensan que Quitim se refiere no sólo a Chipre,

sino que también incluye a todas las potencias marítimas occidentales del Mediterráneo,

específicamente a Roma (Jer. 2:10; Ez. 27:6; Dn. 11:30). Esa profecía tan asombrosa tuvo su

cumplimiento cuando Asiria fue derrotada como representante de Mesopotamia y Persia, así como

de Heber, que fue el nombre original de los hebreos, o israelitas. Posteriormente, Roma incorporó

dentro de su dominio universal al remanente del imperio asirio y de Israel.

Habiendo terminado su misión, Balaam … se fue, y volvió a su lugar (en Petor, Nm. 22:5,

Mesopotamia).

E. Idolatría de Israel (cap. 25)

25:1–9. Aunque Balaam fracasó en su intento de maldecir al pueblo de Israel, se las arregló para

influir en ellos y seducirlos para que dieron culto a Baal-peor (―el santuario que estaba en Peor‖ cf.

31:16; Ap. 2:14). Cuando moraba Israel en Sitim, justo al oriente del río Jordán, lugar donde

acamparon antes de cruzar ese río (Jos. 2:1), los varones israelitas decidieron fornicar con las hijas

de Moab. Esa costumbre era parte integral de los ritos cananeos de la fertilidad (cf. Dt. 23:17–18; 1

R. 14:22–24) y se practicaba en los rituales regulares que celebraban en sus templos (Nm. 25:2). El

aspecto físico y carnal de esa idolatría atrajo a los israelitas y los llevó a la apostasía espiritual

inclinándose ante Baal. Tan seria fue esa violación del pacto, sobre todo porque estaban en el

umbral de la tierra prometida, que Jehová ordenó a Moisés que tomara acciones severas—todos los

príncipes del pueblo culpables debían morir.

Mientras Moisés daba el veredicto, un varón de los hijos de Israel (Zimri, v. 14) tuvo el descaro

de traer a una madianita (llamada Cozbi, v. 15), prostituta de esa secta, y la puso en medio del

campamento. El sacerdote Finees hijo de Eleazar se encolerizó tanto ante ese pecado flagrante y

abierto, que tomó una lanza … y fue tras el varón de Israel a la tienda y alanceó a ambos, al

hombre y a la mujer. Y cesó la mortandad, que se sugiere por la declaración del v. 3: el ardor de

la ira de Jehová. Pero no antes de que veinticuatro mil personas hubieran muerto. Ese incidente

en Baal-peor también se menciona en Deuteronomio 4:3–4; Salmos 106:26–29; Oseas 9:10; 1

Corintios 10:8.

Primera Corintios 10:8 dice que veintitrés mil personas murieron en ese incidente, mientras que

Números 25:9 dice que fueron veinticuatro mil. La aparente discrepancia puede explicarse por la

mención por Pablo de la frase ―un día‖. Así que otros mil pudieron haber muerto al siguiente día o

en otra fecha. O bien, veinticuatro mil puede haber incluido a los líderes y los veintitrés mil, no.

25:10–13. Entonces Jehová habló a Moisés diciéndole que el valor de Finees al confrontar y

detener el pecado manifestaba el gran celo que tenía por el Señor, así que hizo un pacto de paz con

él … y su descendencia. Eso significaba que tendría un sacerdocio perpetuo. Una promesa

semejante había sido hecha primero a Aarón y a sus hijos (Éx. 29:9), pero en aquel tiempo no se

especificó que también era para el nieto de Aarón, Finees. Esto implica que el oficio del sacerdocio

ahora debía canalizarse a través de Finees y no a través de otro descendiente de Aarón (cf. 1 Cr.

6:4–15).

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25:14–18. Los nombres de la pareja culpable, del israelita y de la madianita, Zimri (de la tribu de

Simeón) y Cozbi, aparecen aquí quizá para dar énfasis a que el asunto se hizo público y que se hizo

una cuidadosa investigación de los detalles. Otra razón puede ser para explicar la reducción en la

población de varones simeonitas entre el primer censo (59,300, 1:23) y el que se levantó después

del incidente (22,200, 26:14). Si ellos fueron los principales involucrados en la inmoralidad y la

idolatría, se reflejó en la diferencia que hay entre los dos totales. También se puntualiza la identidad

de la mujer para explicar la siguiente acción de Israel, que mató gran número de madianitas (25:16–

18; cf. 31:1–24).

V. Preparativos finales para entrar en Canaán (caps. 26–36)

A. Provisión de una herencia (26:1–27:11)

1. RECUENTO DE LAS ONCE TRIBUS (26:1–51)

26:1–51. La generación de israelitas que había salido de Egipto ya había muerto, o estaba a punto

de perecer antes de iniciar la conquista. Así que era necesario contar a la segunda generación como

preparación para las campañas militares que pronto se llevarían a cabo en Canaán. Ese censo, así

como el primero (1:20–46), incluía solamente a los varones de veinte años arriba y que fueran

aptos para la guerra. Las cuatro casas de Rubén sumaron cuarenta y tres mil setecientos treinta

(26:5–7). La familia de Falú se menciona con especial énfasis porque Datán y Abiram, parte de

los rebeldes que murieron con Coré (16:1), pertenecían a esa familia (26:8–11).

Al contar a las cinco familias de Simeón resultó que eran veintidós mil doscientos (vv. 12–14).

Esa fue la tribu con menor población porque fue la que se entregó a la idolatría en Baal-peor

(25:14–15). Los contados de los siete grupos de Gad fueron cuarenta mil quinientos varones

(26:15–18). Las familias principales de Judá y las dos secundarias de Fares sumaron en total

setenta y seis mil quinientos (vv. 19–22). Los descendientes de Judá que se mencionan en este

pasaje eran, en realidad, hijos de su único hijo sobreviviente Sela y de sus hijos ilegítimos Fares y

Zera (cf. Gn. 38:5, 11, 26–30). Er y Onán murieron en la tierra de Canaán (cf. Gn. 38:6–10)

pero no tuvieron descendencia. Los cuatro grupos de Isacar fueron en total sesenta y cuatro mil

trescientos varones (Nm. 26:23–25) y los tres de Zabulón, sesenta mil quinientos (vv. 26–27).

Las dos familias principales y las seis secundarias de Manasés, una de las dos tribus de José,

contaban con cincuenta y dos mil setecientos hombres (vv. 29–34). La referencia a Zelofehad hijo

de Hefer (v. 33) se hace en anticipación de la instrucción posterior acerca de la herencia de sus

hijas porque él no tuvo hijos (27:1–11).

Las tres familias prominentes y la secundaria de Efraín, otra tribu de José, sumaron treinta y dos

mil quinientos (26:35–37). La tribu de Benjamín consistía de cinco familias mayores y dos

menores, con un total de cuarenta y cinco mil seiscientos varones (vv. 38–41). Dan solamente

contaba con una familia, Súham y eran sesenta y cuatro mil cuatrocientos (vv. 42–43). Aser

estaba formado de tres familias y dos subgrupos dando un total de cincuenta y tres mil

cuatrocientos (vv. 44–47). Finalmente Neftalí, la tribu formada por cuatro familias, contaba con

cuarenta y cinco mil cuatrocientos hombres de guerra (vv. 48–50).

El gran total (excluyendo a la tribu de Leví) fue de seiscientos un mil setecientos treinta (v. 51).

Al comparar el total de 603, 550 del censo levantado 38 años antes, con esta cifra, se obtiene un

saldo muy similar (1:46). A pesar del hecho de que la generación anterior había muerto, el Señor

hizo que esa nueva progenie fuera próspera y fructífera para que pudiera entrar en Canaán con toda

su fuerza.

2. REPARTICIÓN DE LA TIERRA POR SUERTES (26:52–56)

26:52–56. Habiéndose levantado el censo (vv. 1–51), había llegado el momento de asignar las

heredades para las tribus con base en las cifras de la población. Echar suertes (Jos. 14:2) no fue para

decidir la extensión de los territorios respectivos en ese momento, sino para determinar dónde se

establecerían en Canaán. Si una tribu era muy grande, ocuparía un área grande, pero la suerte

determinaría si sería en el norte, en el centro o en el sur. Es muy probable que esas suertes ( ôrā , sing.) se determinaran por medio del Urim y Tumim del sumo sacerdote (cf. Éx. 28:30).

sing. singular

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3. ASIGNACIÓN PARA LA TRIBU DE LEVÍ (26:57–65)

26:57–62. Los levitas no recibieron tierras junto con las demás tribus (v. 62) por la naturaleza de su

compromiso y servicio al Señor (cf. 3:11–13; 18:23–24). Por lo tanto, no fueron contados en el

censo con las demás tribus. Sin embargo, el censo levítico incluyó a las tres familias principales—

los gersonitas, coatitas y meraritas—y cinco familias secundarias. Los libnitas eran descendientes

de Gersón (3:18), los hebronitas provenían de Coat (3:19), los mahalitas y musitas, de Merari (3:20)

y los coreítas también descendían de Coat (16:1).

Por supuesto que una de las líneas levíticas que tenía una importancia singular para Moisés era la de

Amram, descendiente de Coat (v. 58). La mujer de Amram se llamó Jocabed, hija de Leví, de

la cual nacieron Aarón … Moisés, y … María (V. el cuadro ―Relación de Moisés con Leví‖ en el

Apéndice, pág. 334). Podría sugerirse que Moisés fue bisnieto de Leví (Leví-Coat-Amram-Moisés)

pero por razones de cronología, eso es imposible. Leví se trasladó a Egipto cuando tenía alrededor

de cincuenta años y Moisés salió de allí cuando tenía ochenta (Éx. 6:16–20; 7:7). Sin embargo, la

esclavitud en Egipto duró 430 años, así que es evidente que Amram no puede ser ubicado en la

generación inmediata a la de Coat, sino que fue un descendiente posterior (V. el comentario de 1 Cr.

6:1–3).

El siguiente en mencionarse es el linaje levítico con derecho sacerdotal (Nm. 26:60–61). Se da el

informe de que a Aarón le nacieron cuatro hijos de los cuales dos—Nadab y Abiú—murieron por

haber ofrecido fuego extraño (cf. Lv. 10:1–2; Nm. 3:4). Eleazar e Itamar fungieron como

sacerdotes al lado de Aarón (3:4). El número total de varones de un mes arriba fue de veintitrés

mil (26:62). Eso se puede comparar con los 22,000 del primer censo levantado 38 años antes (3:39).

26:63–65. De todos los israelitas (excluyendo a los levitas) que fueron contados en el primer censo

en el desierto de Sinaí (cf. 1:19), solamente dos de ellos sobrevivieron, Caleb … y Josué. Todos

los demás murieron en el desierto por su rebeldía (cf. 14:26–31).

4. HERENCIA DE LAS FAMILIAS SIN HIJOS VARONES (27:1–11)

27:1–4. Cuando llegó el momento de distribuir el territorio entre las tribus, familias y casas, hubo

un problema con la parentela de Zelofehad, de la tribu de Manasés (cf. 26:33). Zelofehad había

muerto, no por el incidente de Coré, sino por su propio pecado. Además no había tenido hijos (27:3),

sino que procreó cinco hijas (v. 1). Ya que las heredades se repartían entre las cabezas masculinas

de las familias, la casa y el nombre de Zelofehad se extinguirían porque no poseían territorio

asignado dentro de su tribu.

27:5–11. Moisés, desconcertado por esa peculiar situación, inquirió ante Jehová y él le autorizó a

dar a las hijas de Zelofehad una herencia, así como a los demás. Eso sentó un precedente y con

éste fueron dadas otras directrices. Cuando alguno muriere sin hijos, o hijas, sus hermanos

recibirían la herencia. Si no tuviere hermanos, sus tíos serían los siguientes beneficiarios en la

línea familiar. Y si no tuviera tíos, el pariente más cercano de su linaje recibiría la herencia. Así

que esa solución específica para el problema llegó a ser un estatuto de derecho permanente en

Israel.

B. Sucesión de Moisés (27:12–23)

27:12–17. Moisés y Aarón se descalificaron a sí mismos para entrar en la tierra prometida porque

no dieron la honra al Señor y golpearon la roca en Meriba, en el desierto de Zin (20:12). Aarón ya

había muerto (20:27–29) pero Jehová permitió a Moisés ver un atisbo de Canaán desde lejos. Desde

lo alto del monte Abarim pudo echar un vistazo hacia el poniente. Ese monte era el Nebo (Dt.

32:49), que se encontraba frente a Jericó.

En lugar de autocompadecerse como hubiera hecho cualquier otro hombre, Moisés expresó su

preocupación de que Israel tuviera un buen líder que ocupara su lugar. Por tanto, invocó a Jehová

Dios de los espíritus de toda carne pidiéndole que seleccionara a la persona adecuada. Ese título

tan inusual de Dios (que aparece sólo aquí y en Nm. 16:33) se refiere al conocimiento omnisciente

que tiene el Señor de todo el mundo, lo cual es garantía de la sabiduría en la elección. Moisés dijo

que su sucesor debía ser un pastor que guiara a los israelitas como ovejas, en sus salidas y entradas.

27:18–23. La respuesta del Señor fue inmediata: toma a Josué hijo de Nun. Ese hombre lleno del

Espíritu ya había demostrado grandes cualidades y capacidades (Éx. 17:8–10; 24:13; 33:11; Nm.

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11:28–29; 14:30, 38), y era el sucesor ideal de Moisés. Sin embargo, su designación debía hacerse

pública para que toda la congregación supiera que tenía todo el derecho de recibir el mismo

respeto que habían dado a Moisés y que obtendría parte de la dignidad de éste.

Después de imponerle las manos con el fin de comisionarle para su nuevo trabajo Moisés … tomó

a Josué y lo puso delante del sacerdote Eleazar, para representar la estrecha relación de la que

ambos gozarían de allí en adelante. Eleazar le revelaría la voluntad divina a través del Urim (cf. Éx.

28:30) y Josué la llevaría a cabo. Moisés cumplió con todas esas instrucciones.

C. Leyes de las ofrendas (caps. 28–29)

28:1–8. El pueblo estaba en vísperas de la conquista y ocupación de Canaán. Era necesario que la

generación joven fuera instruida acerca de las ofrendas que debían ofrecer en su nuevo estilo de

vida agrícola más estable. (V. el cuadro ―Calendario de ofrendas‖ en el Apéndice, pág. 335). La

primera de esas ofrendas era los holocaustos diarios, que ya se habían legislado en el monte Sinaí

(v. 6; cf. Lv. 1 y comentarios de Éx. 29:38–46; donde se dan las razones para presentarlas). Las

ofrendas diarias eran símbolo del tributo que el pueblo vasallo rendía ante el soberano Señor que se

reunía con ellos exclusivamente en el tabernáculo.

28:9–10. La segunda categoría de ofrendas concernía al día de reposo semanal. Aunque el sábado

había sido separado (Éx. 20:8–11), esta es la primera instrucción dada en relación con el ritual del

día de reposo. Consistía de las ofrendas ordinarias de holocausto, que se acaban de describir, más

dos corderos de un año con sus respectivas ofrendas de libación y oblación.

28:11–15. El primer día de cada mes, la comunidad debía ofrecer un adicional y mejor holocausto,

además del ordinario que se acaba de describir. Consistía de dos becerros de la vacada, un

carnero, y siete corderos de un año, sin defecto. Además, con cada cordero debía entregarse la

ofrenda correspondiente de oblación y libación. Asimismo, el festival de la luna nueva incluía la

ofrenda de un macho cabrío en expiación. El Señor instruyó al pueblo con anterioridad diciendo

que el sonido de las trompetas era una parte integral de las festividades de la luna nueva (10:10).

28:16–25. Las reglas concernientes a la pascua se elaboran sobre las bases dadas anteriormente (Éx.

12:3–11; Lv. 23:5–8). En el mes primero, a los catorce días del mes (i.e., Nisán) degollaban los

corderos pascuales. Empezando a los quince días del mes y por los siguientes siete días (hasta el

día 21) celebraban la fiesta de los panes sin levadura (cf. Éx. 12:15–20). El primero de esos siete

días era sábado, así que en ese día y en los subsiguientes seis, se requería la misma ofrenda que en

la luna nueva (Nm. 28:18–22, 24; cf. vv. 11–15) además de los que se ofrecían en el día de reposo

(vv. 9–10). Esas ofrendas se ofrecían además del holocausto (v. 23) por el resto de la semana. El

último de los siete días (v. 25) también se consideraba un sábado y en ése, tenían que presentar las

mismas ofrendas del primer día.

28:26–31. La fiesta de las semanas (cf. Lv. 23:15–21) señalaba la observancia del día de reposo

(Nm. 28:26) y la ofrenda de los mismos sacrificios que en la fiesta de la luna nueva (vv. 27–30).

Además, se presentaban las primicias de los granos, que era la razón principal del festival (V. el

comentario de Lv. 23:15–21).

29:1–6. En el séptimo mes, el primero del mes, era el día del año nuevo. Acompañando al sonido

de las trompetas, ofrecían un becerro …, un carnero, siete corderos … y un macho cabrío. Esas

ofrendas se presentaban además de los sacrificios del holocausto del mes (i.e. luna nueva; cf.

28:11–15), ya que éste no era un festival de luna nueva ordinario. También ofrecían el holocausto

continuo y su ofrenda (V. el comentario de Lv. 16).

29:7–11. El día de expiación, en el diez de este mes séptimo, era un sábado que prescribía las

mismas ofrendas que las de la fiesta del año nuevo, excepto por los elementos relacionados con la

época de la luna nueva. Sin embargo, se debía presentar la ofrenda de las expiaciones por el

pecado (V. el comentario de Lv. 16) junto con un macho cabrío por expiación.

29:12–40. La fiesta de los tabernáculos duraba desde los quince días del mes séptimo hasta el

vigésimo primer día (cf. Lv. 23:34) y requería de un gran número de sacrificios, porque celebraba el

fin de las cosechas anuales y era expresión de acción de gracias hacia el Señor. El primer día era

sábado, en el cual presentaban trece becerros …, dos carneros, y catorce corderos de un año …

sin defecto. Cada becerro, carnero y cordero debía ir acompañado de las ofrendas de oblación

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correspondientes (Nm. 29:14–15), aunque las ofrendas de libación no se mencionan explícitamente

para el primer día (excepto las que iban con los holocaustos ordinarios de cada día, v. 16). Sin

embargo, el ofrecimiento del macho cabrío de la expiación era reglamentario, así como las

ofrendas del holocausto continuo, con su ofrenda y su libación.

En el segundo día (vv. 17–19), todo era igual que en el primero, excepto que se ofrecían doce

becerros (no trece) y también incluían las libaciones correspondientes. En cada día sucesivo el

número de becerros se reducía por uno (vv. 20–31) hasta el séptimo día, en el cual se entregaban

siete becerros (v. 32). Ciertamente, el total de siete becerros ofrecidos en el séptimo día tenía un

significado simbólico, quizá como expresión de la perfección.

El octavo día de la fiesta de los tabernáculos era la ocasión para celebrar otro día de reposo (v. 35)

en el cual ofrecían los mismos sacrificios que en el día del año nuevo (vv. 1–6) con la excepción de

los elementos que tenían que ver con la luna nueva, pero agregando las libaciones. Todos esos

festivales debían celebrarse presentando las ofrendas correctas aprovechando la ocasión para

ofrecer aquellas que eran por votos, y … voluntarias (v. 39; cf. 15:1–12).

D. Leyes de los votos (cap. 30)

Así como se había señalado en la costumbre nazarea (6:1–12), un individuo podía hacer un voto al

Señor para hacer, o abstenerse de, algo por un período determinado de tiempo (V. el comentario de

Lv. 27). El propósito de Números 30 no es especificar qué tipo de votos podían hacerse o cómo

debían iniciarse o abrogarse, sino enseñar la importancia de cumplirlos.

30:1–8. Si una persona había hecho un voto (n ḏ r, una promesa de hacer algo) o un juramento

( issār, promesa de abstenerse de algo), debía cumplirlo sin vacilar (vv. 1–2). Si una hija soltera

había hecho tal promesa con la aprobación de su padre, ella debía acatarlo (vv. 3–4). Sin embargo,

si su padre le vedare el juramento, su promesa era nula (v. 5). Si era casada, su marido tendría la

misma autoridad sobre ella en tales asuntos (vv. 6–8).

30:9–16. Una viuda o repudiada (divorciada) quedaba ligada a su voto de la misma manera que un

varón (v. 9). Si su marido esperaba durante un tiempo después de que su esposa había hecho el

voto, él cargaría con la culpa de anularlo (vv. 10–15). Es decir, después de un período

indeterminado en que el voto estaba vigente, solamente podría abrogarse por medio de una ofrenda

por el pecado (Lv. 5:4–13).

E. Juicio de Dios contra los madianitas (cap. 31)

31:1–6. El último encargo de Dios a Moisés fue que cumpliera su venganza … contra los

madianitas. La razón de ello era el papel que Madián tuvo en la apostasía de Israel en Baal-peor (cf.

25:16–18). Esa fue una guerra santa evidenciada por la presencia de Finees … sacerdote junto con

los doce mil varones de guerra. La batalla santa difería de otro tipo de guerra en que era el

Todopoderoso quien dirigía al ejército (por lo tanto, se requería de la presencia del sacerdote y los

utensilios del santuario). El resultado debía ser la total aniquilación de todo ser viviente y la

consagración de todas las propiedades materiales al Señor (cf. Dt. 20:16–18; Jos. 6:15–19).

31:7–12. La campaña contra los madianitas fue un éxito y resultó en la muerte de todo varón (i.e.,

todos los soldados madianitas). Eso incluyó a los cinco reyes de Madián así como al profeta

Balaam quien obviamente había regresado de Petor en algún momento para unirse a los madianitas.

También destruyeron todas sus ciudades, aldeas y habitaciones y todo el botín fue de Jehová. Sin

embargo, dejaron con vida a las mujeres … sus niños, y todas sus bestias (v. 9).

31:13–18. Cuando Moisés salió al encuentro del ejército que regresaba, se enojó cuando vio a los

madianitas sobrevivientes. Dijo que las mujeres también debían haber muerto porque ellas fueron

las primeras culpables del pecado de Baal-peor. Por tanto, todas las mujeres, excepto las vírgenes,

fueron sentenciadas a muerte junto con todos los varones de entre los niños. Eso aseguraba la

exterminación de ese pueblo y así eliminaban cualquier posibilidad de seducir otra vez a Israel al

pecado. Sin duda, la referencia que se hace de los madianitas en la historia posterior (e.g., Jue. 6:1–

6) alude a un grupo o familia diferente a los que se mencionan en Números o a la posibilidad de que

algunos hayan escapado de la venganza divina. Perdonaron la vida de las vírgenes porque

obviamente ellas no habían participado en el incidente de Baal-peor ni podrían por sí mismas

perpetuar la descendencia de su nación. Sin embargo, la aplicación estricta de las reglas de una

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guerra santa dictaminaba que ellas también debían haber muerto (Dt. 20:16), así que solamente fue

por concesión de Moisés que les perdonaron la vida.

31:19–24. Al exterminar a los madianitas, muchos israelitas llegaron a estar ceremonialmente

impuros, así que ellos, sus prisioneros y todo vestido, y toda prenda de pieles, y toda obra de

pelo de cabra, y todo utensilio de madera, debía ser purificado por medio de los rituales

establecidos (cf. cap. 19). Todo lo que resistiera al fuego como el oro y la plata, el bronce, hierro,

estaño y plomo, debía ser purificado por fuego y por las aguas de purificación. Sin embargo, los

materiales inflamables debían purificarse solamente con agua.

31:25–47. Todos los cautivos y sus bienes debían dividirse de acuerdo a una fórmula estricta. (V.

―Repartición del botín entre los israelitas de los animales de los madianitas‖, en el Apéndice, pág.

336). Además de ese gran reparto de todos los animales del botín, los soldados tomaron dieciséis

mil vírgenes de las treinta y dos mil capturadas y dieron treinta y dos para el servicio del Señor

(vv. 35, 40). Esas mujeres deben haber servido como esclavas de los sacerdotes o del tabernáculo

(cf. 1 S. 2:22).

31:48–54. Cuando se hizo un recuento de los soldados israelitas, ¡ninguno faltaba de ellos! Los

jefes de los millares del ejército estaban tan agradecidos por esa salvación tan milagrosa, que

trajeron ofrendas voluntarias de alhajas de oro a Jehová. Lo hicieron para hacer expiación, lo que

significa que reconocían que la preservación de sus vidas había sido un acto de la gracia divina, más

allá de lo que merecían. El peso total de su ofrenda fue de dieciséis mil setecientos cincuenta

siclos (ca. 189 kgs. que valía varios millones de dólares actuales). Todo fue traído al

tabernáculo … por memoria de los hijos de Israel delante de Jehová (vv. 51–54). Esto es, fue

un tributo a la fidelidad y bendiciones divinas (cf. 1 Cr. 18:11; 2 Cr. 15:18).

F. Herencia de las tribus orientales (cap. 32)

1. LA PETICIÓN DE LA HERENCIA (32:1–5)

32:1–5. Las tribus de Rubén y … Gad fueron bendecidas con una muy inmensa muchedumbre

de ganado. Por eso deseaban quedarse en Transjordania, ya que era un lugar de abundantes

pastizales, específicamente en las tierras de Jazer y de Galaad. Jazer era un lugar (quizá la

moderna Khirbet Jazzir) que se encontraba a 11 kms. al oeste de Rabá Amón, en la gran meseta

sureña de Galaad (cf. 21:32). A la parte norte se le llamaba Galaad. Los líderes de esas dos tribus

solicitaron permiso para establecerse allí con el propósito de suplir sus necesidades y porque la

tierra ya había sido dominada y estaba lista para ser ocupada. Todos los lugares mencionados en

32:3 que pueden ser identificados se encuentran entre el río Arnón, ubicado en el sur y el río Jaboc,

al norte.

2. EL REQUISITO PARA RECIBIR SU HERENCIA (32:6–32)

32:6–15. La reacción inicial de Moisés a la petición de Rubén y Gad fue de desagrado, ya que

según él, era una solicitud negativa. El líder tenía temor de que al establecerse ya no quisieran

cruzar el río Jordán para ayudar a los demás israelitas a luchar contra los cananeos. Tal actitud

provocaría desánimo entre las demás tribus, las que probablemente querrían también quedarse allí.

Dijo que sus padres (i.e., ancestros), habían hecho exactamente lo mismo cuando oyeron el reporte

de los espías y se descorazonaron en relación con la conquista de la tierra prometida. Eso había

causado el enojo del Señor (v. 10), y provocó que aquella generación muriera en el desierto (cf.

14:1–35). Además les dijo que querían volver a cometer el mismo pecado de sus padres y que

provocarían que la ira de Jehová cayera sobre Israel.

32:16–32. Rubén y Gad se defendieron diciendo que no tenían deseo alguno de evadir su

responsabilidad de ayudar a conquistar las tierras que estaban al poniente del Jordán. Ellos

edificarían majadas para su ganado, y ciudades para sus esposas y sus niños y luego se unirían a

sus hermanos en la guerra contra Canaán (vv. 16–19).

Entonces Moisés aprobó su plan y les dijo que si cumplían su promesa, podrían recibir

Transjordania como herencia (vv. 20–22). Mas si no lo hacían, entonces estarían incurriendo en un

pecado ante Jehová y su pecado los alcanzaría (i.e., el castigo apropiado para ese pecado lo

conocerían en su momento). Nuevamente los hijos de Gad, y los hijos de Rubén confirmaron su

compromiso (vv. 25–27; cf. vv. 16–19, 31–32). Así que Moisés esbozó ante el sacerdote Eleazar,

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y … Josué, este acuerdo y la promesa. Les dijo que si cruzaban el río para ayudar a sus hermanos,

entonces podrían heredar Galaad; de otra manera, debían aceptar la herencia en … Canaán con el

resto de las tribus (vv. 28–30). Una vez más, las dos tribus en cuestión ratificaron su compromiso de

cumplir todo lo que habían prometido (vv. 31–32; cf. vv. 16–19, 25–27).

3. EL LUGAR DE LA HERENCIA (32:33–42)

32:33–38. Moisés dio a … Gad a … Rubén, y a la media tribu de Manasés (mencionada por

primera vez aquí en el libro de Nm. como parte de las tribus que ocuparon el territorio transjordano)

la demarcación que había pertenecido a los reyes amorreos Sehón … y … Og (cf. 21:21–35). Sehón

reinó en el sur (Galaad) y Og en el norte (Basán). Los hijos de Gad reconstruyeron las ciudades

del sur de Galaad desde Aroer cerca del río Arnón hasta el sur de Jogbeha, localizada a 16 kms. al

noroeste de Rabá Amón. Las ciudades rubenitas se ubicaron desde Hesbón hacia el poniente y

suroeste hasta llegar al río Jordán y el mar Muerto. Así que Rubén se estableció más o menos en la

zona poniente-central dentro del territorio de Gad.

32:39–42. La media tribu de Manasés estaba formada por el linaje de Maquir y la familia de

Galaad (cf. 26:29). Su territorio estaba ubicado al norte de Gad y de Rubén y consistía de varios

asentamientos llamados Havot-jair (―asentamientos de Jair‖) en honor de un hijo de Manasés (cf.

Dt. 3:13–15). Otro de sus descendientes, llamado Noba fue y tomó Kenat y sus aldeas, y lo llamó

Noba conforme a su nombre. Kenat estaba en Basán a unos 96 kms. al oriente del mar de Cineret.

G. Resumen del viaje desde Egipto (33:1–49)

33:1–5. Entre los registros que Moisés escribió siguiendo las instrucciones de Jehová, se encontró

el itinerario completo de las jornadas de los hebreos desde Egipto hasta la planicie de Moab (V. el

mapa ―Posible ruta del éxodo‖ en el Apéndice, pág. 337). No es posible saber con certeza si esa

lista fue exhaustiva o si solamente menciona los lugares que se consideraron importantes durante el

trayecto. Además, la mayoría de los sitios ya no pueden ser identificados o relacionarse con

nombres y lugares modernos. De Ramesés (ubicada en el delta egipcio, quizá el nombre tardío de

Tanis, la ciudad de los hicsos, Éx. 1:11; 12:37) salieron … en el segundo día de la pascua (Nisán

15) e hicieron su primera parada en Sucot. Probablemente esa ciudad ocupaba el lugar de la

moderna Tell el-Maskhutah, ubicada a unos 64 kms. al sudeste de Ramesés.

33:6–8. Luego salieron de Sucot y llegaron a Etam, que está al confín del desierto (cf. Éx. 13:20).

Luego volvieron sobre Pi-hahirot hacia el norte y al oriente de Baal-zefón, y acamparon delante

de Migdol (―torre‖). Parece que ahí fue donde quedaron acorralados por los egipcios entre el mar y

el desierto. Aparentemente, eso los forzó a dirigirse hacia el este o sudeste y así cruzaron un cuerpo

de agua (yām s p , el ―mar de Juncos‖ o ―mar de Carrizos de Papiro‖), equivocadamente llamado

Mar Rojo (V. el comentario de Éx. 14:2; cf. Éx. 15:22). Después de tres días … acamparon en

Mara en el desierto de Etam (o Shur, Éx. 15:22). El lugar llamado Mara no puede ser localizado

con precisión.

33:9–13. De Mara partieron hacia Elim (cf. Éx. 15:27), ciudad de ubicación desconocida en la

costa del Mar Rojo. De ahí llegaron al desierto de Sin por el centro de la península de Sinaí, en el

quinceavo día del segundo mes (Éx. 16:1), un mes después de haber salido de Egipto. Dejaron ese

lugar y llegaron a Dofca y luego a Alús, ciudades cuya ubicación se desconoce.

33:14–32. De ahí los israelitas partieron hacia Refidim (cf. Éx. 17:1–19:2) y luego tomaron la ruta

hacia el desierto de Sinaí en la punta sur de la península. Después de alrededor de once meses de

permanecer en ese lugar, (cf. Éx. 19:1; Nm. 10:11), donde Dios les dio el pacto mosaico, siguieron

su camino hacia Kibrot-hataava (cuya identificación se desconoce en el presente), un viaje que les

tomó tres días desde el monte Sinaí (10:33; 11:34). La siguiente etapa los llevó hasta Hazerot (cf.

11:35–12:16), cuya ubicación se desconoce, y seguidamente arribaron a Ritma, ciudad que sólo se

nombra en este v. Todas las paradas que hicieron y que se mencionan en los vv. 19–32 no pueden

ser identificadas con precisión.

33:33–39. El lugar llamado Jotbata podría ser Tabé, localizada a 11 kms. al sur de Elat sobre la

costa poniente del golfo de Aqaba. Se desconoce cuál es la ciudad de Abrona, pero Ezión-geber es

un famoso puerto del mismo golfo (cf. 1 R. 9:26). De Ezión-geber, Israel se dirigió hacia Zin, que

es Cades (Nm. 33:36). Esto se refiere a Cades-barnea (la moderna ciudad de ‘Ain el Qedes; cf. Dt.

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1:2) en contraste con muchos otros lugares llamados Cades. Deben haber tardado varios días en

recorrer la distancia de casi 160 kms. desde Ezión-geber hacia el noroeste de Cades. Fue en Cades

donde María, la hermana de Moisés, murió, poco antes de que los israelitas entraran en la tierra

prometida (cf. el comentario de 20:1). Israel pasó en Cades y sus alrededores cerca de 38 años, que

fue el tiempo que transcurrió entre la rebelión contra Moisés (Nm. 14:26–35) y el momento en que

emprendieron el viaje hacia el monte de Hor (33:37; cf. 20:22). Allí murió Aarón a la edad de 123

años, a los cuarenta años del éxodo (33:38–39) en el mes quinto, en el primero del mes. Moisés

murió ese mismo año, a los 120 años de edad, así que él era tres años menor que Aarón (Dt. 1:3;

34:5–7).

33:40–49. Mientras Israel estuvo en el monte Hor, el rey de Arad oyó del plan de los hebreos de

viajar hacia Atarim (cf. 21:1) y los atacó. Sin embargo, Israel tomó venganza y destruyó varias

ciudades de los cananeos (21:3). Luego partieron hacia Zalmona, que probablemente es la moderna

es-Salmaneh, ubicada a unos 40 kms. al sur del mar Muerto. Luego llegaron a Punón (o Feinán),

que estaba ubicada a 24 kms. al sudeste de Zalmona, en el desierto de Arabá. De allí partieron hacia

Obot, lugar de ubicación desconocida. Aunque no se menciona en el libro de Números,

aparentemente los israelitas viajaron hacia el sur desde Punón en dirección hacia Ezión-geber y

luego hacia el este y después al norte alrededor de Edom ―para rodear la tierra‖ por ―el camino del

desierto de Moab‖ (cf. 21:4; Dt. 2:8). La siguiente parada fue en Ije-abarim, en la frontera de

Moab, probablemente cerca de la cabecera del Wadi Zered. Luego viajaron hacia Dibón-gad (o

Dibán), que se encuentra al norte del río Arnón (cf. 21:11–13).

Su siguiente parada fue Almón-diblataim, cuya ubicación probable está a unos 16 kms. al norte de

Dibón y a continuación acamparon en los montes de Abarim, delante de Nebo. Es factible que el

monte Nebo (Gebel Nabba) sea un pico, también conocido como Pisga (cf. Dt. 34:1), que se

encuentra en la cordillera de Abarim. Finalmente, los israelitas llegaron a los campos de Moab …

frente a Jericó (Nm. 33:50). Debido a la gran cantidad de gente, ocuparon toda el área desde Bet-

jesimot hasta Abel-sitim, i.e., un extensión de unos 9 kms. de sur a norte.

H. Instrucciones finales acerca de la conquista y la heredad (33:50–36:13)

1. DESTRUCCIÓN DE LOS CANANEOS (33:50–56)

33:50–56. En su discurso final a los hijos de Israel, Moisés los instruyó para que echaran a los

cananeos de delante de ellos, que destruyeran todos sus ídolos … y todas sus imágenes y …

todos sus lugares altos. Los ―lugares altos‖ (bāmôṯ) eran colinas sobre las cuales los cananeos

colocaban sus altares y lugares santos. Tal vez la razón de ubicarlos allí era para que los adoradores

de Baal y de otros dioses pudieran tener mejor acceso a ellos. Después de destruirlos, Israel debía

tomar posesión de la tierra y establecerse en ella de acuerdo con las promesas de Dios (cf. Gn.

13:17; 17:8; Éx. 6:2–5; etc.). La repartición debía apegarse a las instrucciones previas del Señor en

las que estipulaba que las tribus más numerosas tendrían mayor territorio (cf. Nm. 26:53–56). Si no

echaban a los moradores de la tierra, les causarían problemas constantes y el resultado final sería

la expulsión de Israel de la tierra de Canaán (cf. Jos. 23:13; 2 R. 17:7–20).

2. FRONTERAS DE LA TIERRA PROMETIDA (34:1–15)

34:1–5. Los límites del territorio asignado a Israel fueron definidos con mucha precisión. Por el sur

el límite partiría desde donde termina el Mar Salado (el mar Muerto). Seguía hacia el poniente y al

sur hasta la subida de Acrabim (probablemente la moderna Naqb es-Safa, que se encuentra a

alrededor de 32 kms. al suroeste del mar Muerto). La líneadivisoria seguía por el desierto de Zin

hasta Cades-barnea, ubicada a 104 kms. al suroeste del mar Muerto. De allí, llegaba por el

noroeste hasta Hazaradar (a 6 u 8 kms. de distancia) y Asmón (a unos 5 kms.), donde se

encontraba con el torrente de Egipto (Wadi el-Arish) y continuaba por el noroeste hasta el Mar

Grande, que se encuentra a unos 80 kms. al sur de Gaza.

34:6–9. La frontera occidental era el mar Mediterráneo (el Mar Grande). La frontera norte

abarcaba desde el Mediterráneo cerca del monte de Hor (Ras-Shakkah), no el monte Hor donde

murió Aarón (33:38), sino un pico que estaba ubicado a 16 kms. al norte de la ciudad fenicia de

Biblos. La frontera llegaba por el oriente hasta Lebo Hamat (cf. 13:21), ubicada a unos 80 kms. al

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norte de Damasco, siguiendo hasta Zedad (al nordeste de Lebo Hamat a unos 48 kms.) y Zifrón (a

16 kms. más hacia el oriente) terminando en Hazar-enán, a 112 kms. al nordeste de Damasco.

34:10–15. El límite al oriente comenzaba en el norte desde Hazar-enán, hacia el sur hasta Sefam

(ciudad de ubicación desconocida), y a Ribla (a 112 kms. al norte de Damasco) y por el oriente

hasta la costa del mar de Cineret (que llegó a llamarse mar de Galilea; V. el comentario de Jos.

11:2) y hasta el Mar Salado.

Esa descripción marcaba únicamente el territorio asignado a las nueve tribus, y a la media tribu,

porque Rubén y Gad …, y la otra media tribu de Manasés, ya habían recibido su heredad en

Transjordania (cf. Nm. 32:33–42).

3. LOS OFICIALES QUE SUPERVISARON LA DISTRIBUCIÓN (34:16–29)

34:16–29. La responsabilidad de supervisar la distribución de la tierra recayó en el sacerdote

Eleazar, y Josué (cf. 27:22), quienes seleccionaron de cada tribu a un príncipe para que les

ayudaran. El único conocido de la lista de los nombres dada aquí (34:19–28) es Caleb, quien se

menciona en primer lugar (cf. 13:6; 14:30; etc.).

4. LA HERENCIA DE LEVÍ (35:1–15)

35:1–15. La tribu de Leví, cuya herencia era el Señor (cf. 18:20) y el ministerio del tabernáculo (cf.

18:21), no recibió una herencia tribal. Sin embargo, los levitas debían contar con territorio y bienes

para que pudieran funcionar en forma práctica entre las tribus. La solución fue darles ciudades

esparcidas a lo largo de la tierra donde los levitas podían distribuirse ampliamente y desde donde

podrían servir a Jehová e Israel (cf. Lv. 25:32–34; Jos. 21:1–42). Esas ciudades también debían

incluir los ejidos circuncidantes, de mil codos alrededor (450 mts.) del muro de la ciudad para

afuera. Los ejidos de las ciudades debían extenderse dos mil codos (900 mts.) por cada lado a

partir de los muros de la ciudad. Es posible que esas medidas deban tomarse como promedio, pues

están basadas en una ciudad cuadrada cuyas murallas medían 450 mts. por lado.

Así que los ejidos en realidad serían de 225 mts. a partir de las murallas de la ciudad por cada uno

de los lados. Algunas de las ciudades eran más grandes y otras más pequeñas y ciertamente no todas

eran cuadradas, pero esas proporciones servirían de base para calcular las medidas (V.

―Dimensiones de las ciudades asignadas a los levitas‖, en el Apéndice, pág. 338).

5. LEYES RESPECTO A LOS HOMICIDIOS Y EL REFUGIO (35:6–34)

35:6–15. El número total de ciudades designadas para la tribu de Leví fue de cuarenta y ocho. Seis

de ellas debían ser ciudades … de refugio, donde los presuntos homicidas pudieran encontrar

amparo. Las cuarenta y ocho ciudades debían asignarse equitativamente en todas las tribus—las que

tenían mayor territorio debían donar más ciudades y las que poseían menor jurisdicción otorgarían

menos. Si una persona cometía un homicidio sin intención, podía huir hacia una de las ciudades de

refugio para escapar del vengador y preservar su vida hasta que llegara el tiempo del juicio. Tres

de las ciudades debían ubicarse al lado oriental del Jordán (Jos. 20:8) y las otras tres en el lado

occidental (Jos. 20:7). (V. el mapa ―Las seis ciudades de refugio‖ en el Apéndice, pág. 339)

Cualquier acusado de homicidio hallaría resguardo en medio de los levitas.

35:16–21. Si una persona golpeaba a otra con un objeto considerado como letal—ya fuera un

instrumento de hierro (v. 16), una piedra (v. 17) o un palo (v. 18)—y la víctima moría, el

perpetrador sería considerado homicida en virtud del instrumento utilizado. En tal caso no contaba

con el amparo de una ciudad de refugio y podía ser victimado por el vengador (v. 19; cf. Éx. 21:12,

14). Generalmente, un miembro de la familia del occiso era responsable de actuar en favor de la

sociedad y vengar el homicidio, dando muerte al asesino (cf. Gn. 9:5–6; Dt. 19:6, 12). La misma

suerte esperaba a cualquiera que matara a otra persona con premeditación, i.e., después de haber

mostrado evidencias de la hostilidad que sentía por la víctima (Nm. 35:20–21).

35:22–29. Sin embargo, si alguien mataba a alguien por accidente al empujarlo, tirar sobre él

cualquier instrumento, o al lanzar una piedra que le causara la muerte, podría hallar resguardo en

cualquiera de las ciudades de refugio (cf. Éx. 21:13) hasta que el asunto pudiera aclararse ante la

congregación de Israel y el vengador de la sangre. Si resultaba que el caso era homicidio

involuntario y no asesinato, el acusado podía volver a la ciudad de refugio y debía permanecer en

ella hasta que muriera el sumo sacerdote. Pero si el homicida salía fuera de los límites de la

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ciudad antes de ese tiempo, el vengador de la sangre podía matarlo con impunidad. Es muy

probable que la muerte del sumo sacerdote simbolizara la cancelación o remisión del pecado del

asesino.

35:30–34. En cualquier caso de homicidio, se requería de la presencia de testigos para que la culpa

pudiera ser establecida; un solo testigo no era suficiente (cf. Dt. 17:6; Mt. 18:16). Además, el

homicida no podía pagar una multa (precio) o redimirse a sí mismo—debía morir

indefectiblemente (Nm. 35:31). De la misma manera, un homicida involuntario que había sido

confinado a una ciudad de refugio no podía pagar una compensación monetaria (rescate) para

evitar ser confinado (v. 32). La razón de tales medidas tan estrictas era el hecho de que la sangre

que fue derramada contaminaba la tierra y el único agente ―purificador‖ era la misma sangre del

homicida (Gn. 4:10; 9:6). Así que no era correcto que Israel y Jehová, quien vivía en medio de

ellos, vivieran en la tierra contaminada. Por tanto, la venganza de sangre no era una opción, sino

una necesidad teológica.

6. HERENCIA DE LAS HIJAS CASADAS (CAP. 36)

36:1–12. En algunas de sus instrucciones previas, Moisés había decretado que la herencia de un

hombre que había muerto sin dejar hijos debía ser asignada a sus hijas. Esa situación se había dado

en el caso específico de las hijas de Zelofehad, descendiente de la familia de Manasés de Galaad

(cf. 27:1–11). La pregunta ahora era en cuanto a la disposición de las propiedades de esas hijas,

quienes tal vez quisieran casarse con algunos de los hijos de las otras tribus. ¿Sería esa tierra y

propiedad quitada de la herencia de Manasés para formar parte del patrimonio de las otras tribus?

¿Permanecería la heredad en manos de la otra tribu hasta que viniere el jubileo? El año de jubileo

era cada 50 años y requería que se devolvieran todas las propiedades compradas o hipotecadas a sus

dueños originales (cf. Lv. 25:8–17). Sin embargo, se suponía que eso no pasaría en el caso de que la

heredad pasara a otras manos por medio del matrimonio. Moisés aceptó lo dicho por ellos y previno

tales pérdidas de territorio familiar ordenando que las hijas de Zelofehad (y las mujeres que se

encontraran en situación similar) se casaran solamente dentro de sus clanes familiares. De esa

manera, cada tribu de Israel mantendría su integridad territorial (Nm. 36:7–9). Así que las hijas de

Zelofehad … se casaron … con hijos de sus tíos paternos, preservando así su herencia (vv. 10–

12).

36:13. El libro de Números concluye con la declaración de que su contenido fue comunicado por

Jehová a Moisés … en los campos de Moab (cf. 22:1). Sin duda alguna, esa afirmación resalta el

hecho de que el libro es la misma palabra de Dios revelada a través de su siervo Moisés.

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