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TEJIENDO SUEÑOS ENTRE LA GUERRA Y LA ESPERANZA LINSUCINDY FONSECA Código 868137 Trabajo de grado presentado para optar al título de Especialista en Acción sin Daño y Construcción de Paz COORDINACIÓN ESPECIALIZACIÓN MARTHA NUBIA BELLO ALBARRACÍN UNIVERSIDAD NACIONAL DE COLOMBIA FACULTAD DE CIENCIAS HUMANAS DEPARTAMENTO DE TRABAJO SOCIAL Bogotá, 2010

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TEJIENDO SUEÑOS ENTRE LA GUERRA Y LA ESPERANZA

LINSUCINDY FONSECA

Código 868137

Trabajo de grado presentado para optar al título de Especialista en Acción sin Daño y Construcción de Paz

COORDINACIÓN ESPECIALIZACIÓN

MARTHA NUBIA BELLO ALBARRACÍN

UNIVERSIDAD NACIONAL DE COLOMBIA

FACULTAD DE CIENCIAS HUMANAS DEPARTAMENTO DE TRABAJO SOCIAL

Bogotá, 2010

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ÍNDICE

1. TEJIENDO SUEÑOS ENTRE LA GUERRA Y LA ESPERANZA 3

1.1. Objetivo general 4

1.2. Metodología 4

2. CONTEXTO DEL CONFLICTO ARMADO EN CÓRDOBA 5

3. LA VIOLENCIA Y LA GUERRA LAS UNIÓ 9

3.1. Historias compartidas del desplazamiento 11

3.2. La génesis del Valle Encantado 14

3.3. La llegada a Valle Encantado1

4. VALLE ENCANTANDO ES UN HOSPITAL DE RECUPERACIÓN

DEL ALMA 19

5. Conclusiones 32

1 Fragmento del reportaje a María Zabala, publicado en el libro: ‘Una Colombia que nos queda’,

escrito por Linsu Fonseca, en 1997.

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1. TEJIENDO SUEÑOS ENTRE LA GUERRA Y LA ESPERANZA Este trabajo busca, a partir de los relatos de algunos de los hijos e hijas de las mujeres fundadoras del Valle Encantado (departamento de Córdoba), poder desentrañar desde el enfoque ético de Acción sin Daño los impactos psicosociales que generó en sus proyectos de vida el proceso de reubicación. Valle Encantado es el nombre casi poético que lleva esta comunidad, cuyas fundadoras son 15 mujeres y sus familias. Muchas de ellas son cabezas de hogar y son sobrevivientes de masacres y hechos de horror generados por el conflicto armado durante las décadas de los 80 y 90 en departamentos como Chocó, Antioquia y Córdoba. A sus hogares llegó la violencia y muchas de ellas perdieron seres queridos, algunas presenciaron junto a sus hijos el asesinato de familiares y amigos a manos de distintos actores de la guerra que deambulan por estos territorios colombianos. Entonces, y tras perder no solo la vida de sus seres queridos y sus tierras, llegaron en situación de desplazamiento a poblar diferentes asentamientos en la ciudad de Montería (capital del departamento), donde mujeres, hombres y niños como ellas y sus familias compartían el horror de la guerra y, a la vez, el don de la vida. Allí vivieron durante largos años tratando de rehacer sus vidas y en medio de la precariedad económica brindarles un sustento a sus familias. En 1995 entraron a participar de un proceso liderado por organizaciones sociales de la región que buscaba darles un territorio en el campo para mejorar sus condiciones de vida. Este documento está construido a partir de tres secciones. La primera en donde se hace una descripción del contexto del conflicto social y armado en el que se encuentra ubicado el Valle Encantado y se describe el proceso de la reubicación a partir de la combinación entre los recuerdos de las mujeres fundadoras de la comunidad y sus hijos/as, y los documentos de información secundaria recopilados a través del ejercicio de indagación bibliográfica. Una segunda sección en la cual se describen los impactos generados por la reubicación en algunos de los hijos e hijas del Valle Encantado. Este aparte se construye a partir de los testimonios de Juan Pablo y Esther Polo Zabala, hijos de María Zabala; William Ramírez Causil, hijo de Arsenia Causil; José Alfredo Gutiérrez, hermano de María Zabala y Marco Fidel Suárez Julio, hijo de Piedad Julio. Y para cerrar el documento se plantean algunas conclusiones a manera de recomendaciones y lecciones aprendidas sobre el proceso que podrían ser consideradas en el desarrollo de futuros proceso de reubicación con comunidades en situación de desplazamiento forzado desde el enfoque de Acción sin Daño.

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1.1. Objetivo general Identificar los impactos psicosociales generados por la reubicación en los proyectos de vida de los hijos/as del Valle Encantando. Objetivos específicos � Describir cómo fue el proceso de reubicación. � Describir los impactos psicosociales generados por la reubicación en los

proyectos de vida de los hijos/as del Valle Encantado. � Presentar conclusiones a manera de lecciones aprendidas y recomendaciones.

Metodología El punto de partida para el planteamiento de este trabajo de grado fue la consulta a la comunidad sobre su participación, si el objeto de estudio y si sus posibles hallazgos podían aportar algún elemento al proceso social y quiénes de sus integrantes querían dar sus testimonios. La comunidad, a través de su lideresa María Zabala, aceptó participar. Ante todo se le manifestó a la comunidad del Valle Encantado que este es un trabajo de grado para optar a un proceso de formación y que los alcances de este documento pueden ser limitados. Se tuvo en cuenta no generar expectativas más allá de estas limitantes y que se compartiría el documento final para recibir retroalimentación de las personas participantes en el mismo. Un segundo momento en el desarrollo metodológico fue la recolección del material bibliográfico relacionado con el proyecto de reubicación y sobre el contexto en el cual se encuentra enmarcada la comunidad del Valle Encantado. Se realizó una visita al Valle Encantado del 28 al 31 de marzo de 2010 para compartir con la comunidad y poder aplicar tres herramientas diseñadas para la obtención de la información primaria. También se tuvo en cuenta material recopilado durante los últimos cinco años de proceso de esta comunidad y las entrevistas y apuntes recogidos durante la visita realizada a la comunidad en julio de 2006. Durante el trabajo de campo para el proyecto de grado se realizaron entrevistas en profundidad a Juan Pablo y Esther Polo Zabala, hijos de María Zabala; a William Ramírez Causil, hijo de Arsenia Causil; José Alfredo Gutiérrez, hermano de María Zabala y Marco Fidel Suárez Julio, hijo de Piedad Julio. Se desarrolló un grupo focal con María Zabala, Piedad Julio, Obeida Tamar y Gloria Ibáñez, cuatro de las madres fundadoras de la comunidad. También se realizó un taller con 5 de los hijos/as y 2 nietas/os de las fundadoras del Valle Encantado. Adicional a este trabajo se realizaron entrevistas a Lina Arrieta y Libia Luna, de la organización María Cano, que fueron acompañantes del proceso de formación del Valle Encantado.

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2. CONTEXTO DEL CONFLICTO ARMADO EN CÓRDOBA Las 128.18 hectáreas de la Finca la Duda el Tomate, que es el nombre original de Valle Encantado, están ubicadas en la vereda La Puente, del corregimiento Las Palomas, en Montería, capital del departamento de Córdoba. Tan sólo 48 kilómetros separan a Valle Encantado de esta ciudad, pero cuando estas 15 mujeres y sus familias llegaron a habitar estas tierras pensar en ir a su nuevo hogar era una travesía que implicaba hasta 10 horas de camino por una vía sin pavimento y hasta más horas si se trataba de las temporadas de invierno que hacen que la carretera se llene de barro y que sea casi imposible transitarla. Este mismo recorrido hoy, 12 años después, se hace en 3 horas y media ya que una buena parte de la carretera se ha pavimentado. Según los relatos de los vecinos del lugar, este hecho ha sido producto de “señores importantes del país” que han comprado tierras y que han impulsado buena parte de la pavimentación de la vía. Este pedazo de tierra que recibieron María Zabala, sus 14 compañeras y familias está ubicado en uno de los departamentos que más ha tenido que saber de historias de corrupción, guerra y violencia desde hace más de 50 años. De hecho, ellas mismas son los testimonios vivientes de una serie de masacres y desplazamientos ocurridos en Córdoba, Antioquia y Chocó a finales de los años 80 y comienzos de los 90. En los 23.980 kilómetros cuadrados que componen el departamento de Córdoba palpitan 1’462.909 personas, según el último censo realizado por el Dane (Departamento Administrativo Nacional de Estadística) en el año 2005. Estas tierras y sus habitantes han sido bendecidos con una diversidad territorial que se evidencia en extensas planicies hacia el norte y centro del departamento bañadas por los ríos Sinú y San Jorge. Y un relieve montañoso hacia el sur del departamento que está compuesto por las serranías de Abibe, San Jerónimo y Ayapel, que son parte de la cordillera Occidental. Es en esta parte del territorio donde se encuentra el Parque Natural del Paramillo, una de las reservas ambientales de flora y fauna más importantes del país y de Suramérica. Las riquezas de estas tierras se materializan en terrenos fértiles para la agricultura y la producción ganadera. El Observatorio del Programa Presidencial de Derechos Humanos y Derecho Internacional Humanitario en su diagnóstico de 2003-2008 sobre el departamento de Córdoba plantea que a pesar de que el subsuelo emana yacimientos de oro, ferroníquel y carbón, este es uno de los cinco departamentos más pobres del país, en donde un 28% de su población se encuentra bajo la línea de indigencia y su cobertura de acueducto apenas llega a un 33%. De hecho, la vereda La Puente, en el corregimiento Las Palomas, donde se encuentra el Valle Encantado, no cuenta con acueducto y los pobladores de la

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zona tienen que ingeniárselas para traer agua desde los pozos más cercanos. Cuando María, sus 14 compañeras y familias llegaron a poblar Valle Encantado tenían que recorrer hasta un día de camino para traer agua y purificarla por medios caseros para hacerla consumible. Tampoco hay alcantarillado y apenas hace tres años empezaron a tener luz eléctrica, y de muy mala calidad porque a veces funciona y a veces no. Este territorio también cuenta con el desarrollo de megaproyectos hidroeléctricos como el caso de la central hidroeléctrica Urra I, localizada sobre el río Sinú a 30 kilómetros al sur del municipio de Tierralta, operada por la empresa Urrá S.A. Este proyecto, cuya idea inició a comienzos de los años 70 y solo hasta mediados de los 80 inició oficialmente su construcción, ha generado gran desconcierto y rechazo especialmente por el pueblo Embera Katío que ha visto como la construcción de este complejo hidroeléctrico ha sepultado 7.400 hectáreas de selva húmeda generando un daño ambiental de proporciones incalculables. Pero este pueblo indígena no solo plantea su pena por la pérdida de la tierra madre, sino por todo el conflicto de tipo armado que producto de este megaproyecto ha afectado a sus comunidades:

“Incluso pensando en proyectos de gran envergadura, como lo puede ser un megaproyecto -en el Valle del río Sinú se podría ver un megaproyecto-, se explicaría el genocidio de los Embera Katíos. El debate de Urrá generó una gran controversia por los enormes daños ambientales y sociales a costa de unos beneficios controvertibles, una represa que embalsaba las aguas del río Sinú, en la que se instalaron 320 MW de potencia cuando en el país están instalados 12.000 MW a costa de un enorme impacto social y ambiental. Pero la construcción de Urrá puede verse también como el eje de un proceso de transformación integral del territorio, como un ambicioso proyecto que convierte a las planicies de Córdoba en un poderoso enclave agroindustrial insertado en la economía globalizada, en el que la regulación de los caudales de agua del río que llegó con la represa condicionó absolutamente todas las actividades antrópicas del valle”. (Observatorio Social de Empresas Transnacionales, Megaproyectos y Derechos Humanos de Colombia para OMAL, 2005)

Pero quizá una de las razones por las que este territorio ha vivido tanta violencia y sabe de guerra es por su posición geoestratégica que lo convierte en foco de disputa entre la amplia gama de actores armados que van desde los primeros grupos guerrilleros del Ejército Popular de Liberación (EPL) y las Fuerzas Armadas Revolucionarias de Colombia (Farc) a mediados de los años 60, hasta la aparición en los 80 de autodefensas, paramilitares y grupos de justicia privada promovidos por sectores dirigentes de la economía y la política.

“Desde que Córdoba es departamento hace cincuenta y seis años ha padecido el conflicto armado por la actividad de diversos grupos armados presentes en la zona. Aunque ha habido avances importantes en cuanto al proceso de pacificación, la presencia y control de estos grupos, con

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métodos, ideología y acciones diferentes, han generado cambios coyunturales y duraderos en lo económico, social, ambiental, cultural y político en el conjunto de la población”. (Negrete, 2008a)

El departamento cuenta con varios corredores estratégicos para el tránsito de hombres, de armas, de droga y de insumos para su procesamiento de alcaloides: entre el Paramillo y el Urabá antioqueño, entre Ayapel y el sur de Bolívar, entre el sur de Bolívar y el Urabá chocoano y antioqueño, entre San Andrés de Sotavento y Chinú y los Montes de María. También permite la comunicación entre el Alto de San Jorge y el Alto Sinú y las zonas costeras, explica el Observatorio del Programa Presidencial de DH y DIH 2003-2008. El fenómeno de cultivos de usos ilícito también se presenta en este territorio. Víctor Negrete (2008) plantea que aunque las autoridades no suministran cifras oficiales de las hectáreas de coca sembradas es sabido que abundaban en los sectores de El Loro, Prumilla, Guarumal y Crucito en el Alto Sinú y en los corregimientos de Tierradentro, Juan José y San Juan en las estribaciones montañosas del San Jorge. En la actualidad hay cultivos detectados en Crucito, Batata, Saiza y área arriba del embalse de Urrá en jurisdicción de Tierralta (2008: 29). En la historia de las últimas dos décadas en este territorio muestra como la mezcla entre conflicto armado, narcotráfico y corrupción produce las más terribles consecuencias: asesinatos selectivos, masacres, desplazamientos y deslegitimación del Estado. Esta tierra también ha sido testigo de cómo los tentáculos del paramilitarismo se fueron extendiendo hasta convertir al departamento de Córdoba en uno de sus feudos más consolidados:

“Todo ello en una estrategia claramente diseñada que tenía objetivos y metas precisas. No es raro entonces que las llamadas Autodefensas Campesinas de Córdoba y Urabá (Accu) fueran el grupo madre de las Autodefensas Unidas de Colombia (Auc), una federación de grupos paramilitares que en 1996 se trazó como meta cubrir buena parte del país para acabar con la guerrilla. Eso en su discurso público porque de fondo el paramilitarismo, allí y en muchos sitios de Colombia, pasó a ser básicamente un modelo de acumulación de capital por la vía armada, de instrumento para manejar negocios lícitos e ilícitos (principalmente el narcotráfico), de control territorial, de presión social y de captura de las instituciones públicas, empezando a nivel municipal como primer paso en su camino hacia los niveles regional y nacional, porque tenían en mente “refundar el Estado”. Tampoco es raro entonces que allí el Gobierno Nacional y los jefes de esas organizaciones hayan celebrado las negociaciones de Santa Fe de Ralito (un pueblo minúsculo en el mapa cordobés) que llevaron a la entrega de armas de 32 mil combatientes en todo el país entre 2005 y 2006”. (Fonseca, 2007)

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En las mentes de los pobladores cordobeses aún resuenan escenas de tiempos no muy lejanos en los cuales las masacres ocupaban las primeras planas de los diarios, en donde el miedo se apoderó de campos y poblados enteros. La disputa por el territorio entre la guerrilla y las autodefensas fue dejando a su paso hambre, miedo, el desarraigo de miles de familias y una huella imborrable en la mente y los corazones de las comunidades afectadas.

“Dentro de esta estrategia de terror, con fines de provocar el desplazamiento forzado, el abandono de tierras o simplemente evitar la organización comunitaria, se pueden nombrar masacres como la ocurrida en Saiza (Tierralta) en julio de 1999, cuando las autodefensas asesinaron a 13 personas, lo que provocó el desplazamiento de cerca de 500 familias y la sucedida en septiembre de 2000 en la vereda Naín (Tierralta), donde las autodefensas ultimaron a 11 personas y donde a orillas del río Sinú fueron encontrados un año más tarde 11 campesinos con muestras de haber sido asesinados a garrotazos y posteriormente descuartizados con machetes”. (Observatorio del Programa Presidencial de DH y DIH., 2003-2008).

Montería, la capital del departamento, vio surgir decenas de nuevos barrios de invasión levantados por personas que se empezaron a conocer como ‘desplazados‘:

“Desde 1985, cuando comenzó a llegar un número importante de personas desplazadas a la región, hasta el 2003, ha habido en Montería cerca de 30 invasiones con un gran número de desplazados, invasiones que hoy son consideradas como asentamientos subnormales”. (Negrete, 2008b).

Y es allí, en Montería, a donde llegan a vivir, en la década del 90, María y las 14 mujeres que hoy habitan el Valle Encantado.

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3. LA VIOLENCIA Y LA GUERRA LAS UNIÓ

*Unidos por la violencia “La violencia y la guerra nos unió y es por eso que hoy luchamos con valor.

Pa´ vencer el odio y la tristeza, que dejaron dentro de mi corazón. Somos 15 mujeres campesinas y al mundo le queremos mostrar

que el desamor, la guerra y la violencia son instrumentos que no alcanzan la paz. La violencia y la guerra que nos une es el motivo que nos pone a luchar.

De la mano con varias entidades: el Incora, María Cano y Prodesal. Oye amigo, ayúdame a pedirle a Dios que me sane y me cure este dolor

que dejaron aquellos que murieron y no vieron esta gran reubicación. Valle Encantado es el nombre que llevamos, en Valle Encantado

se lucha con amor. Pa´ buscar el bien de la familia y brindarles un mundo mejor”.

*Himno de Valle Encantado 3.1. Historias compartidas del desplazamiento La creación del Valle Encantado es un canto seco y ronco en las voces de sus protagonistas. Un recuerdo que se describe en el cántico de su himno y que rememora la alegría que vivieron las 15 mujeres y sus familias que llegaron, a través de un proceso de reubicación, a vivir desde 1998 en estas tierras cordobesas. María Zabala, Obeida Tamar, Alicia Arroyo, Carmela Burgos, Claudia Garcés, Gladys Pereira, Berlides Méndez, Olga Ibañes, Piedad Julio, Gregoria Gutiérrez, Arsenia Acosta, Arsenia Causil, Margarita Torres, Teresa Álvarez y Zaida Moreno son las mujeres cabeza de hogar que junto a sus familias llegaron a vivir en Valle Encantado. Estas familias tienen en la historia de sus vidas hechos que han marcado de dolor sus recuerdos y las han convertido en la larga lista de colombianos/as que ha vivido hechos de violencia, barbarie y el desplazamiento forzado por causa de la guerra. A Alicia Arroyo y a su familia los sacaron de su tierra en Narajito (Arboletes, Antioquia), a Carmela Burgos unos hombres armados llegaron como a las 9:30 de una noche y se les llevaron a su marido y a tres hombres más de la familia; a todos los asesinaron. Claudia Garcés recuerda que vivía en Apartadó (Antioquia), en donde vendía pescado los fines de semana y trabajaba en una empresa de plátano: le mataron a su hermano y tuvieron que salir de su tierra por miedo de que le pasara lo mismo.

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A Gladis Pereira y a su familia, en una víspera de Navidad, unos hombres armados llegaron hasta su parcela en Tierralta (Córdoba), se llevaron a tres hombres de su comunidad y hasta el día de hoy no se sabe nada de ellos. Toda la comunidad fue amenazada y tuvieron que salir del predio. A María Zabala una mañana de diciembre unos hombres armados asesinaron en frente de ella y sus hijos a su esposo, su hijo mayor y un tío; le quemaron su casa y la obligaron a salir de su tierra. Doce de estas mujeres y sus familias, tras sus desplazamientos y la barbarie que presenciaron, llegaron a vivir a barrios de Montería como San Cristóbal, La Candelaria, Edmundo López, Paz del Río y Mocarí, zonas colonizadas por personas en situación de desplazamiento provenientes de diversas partes del país que al no encontrar un lugar digno donde vivir armaron allí sus cambuches. “Estos barrios tienen características tuguriales, no cuentan con servicios públicos y son afectados por la contaminación que producen los canales de aguas servidas que se desbordan durante las lluvias e inundan las calles y viviendas, y por la no recolección y manejo de los residuos sólidos que en ellos se originan” (Rodríguez, A., 2003: 42). Las tres mujeres restantes que completan el grupo de las 15 fundadoras del Valle Encantado no hicieron parte del proceso de formación y fueron incluidas por el Incora cuando el predio estaba en su proceso de adjudicación. Sin embargo, estas tres mujeres también compartían el hecho de estar en situación de desplazamiento y querer retornar al campo para recomponer sus vidas. La mayoría de ellas campesinas, muchas con esposos poseedoras de tierras y terrenos que les brindaban un sustento para sus familias, tras perder a sus esposos se vieron en la ciudad obligadas a velar por que sus hijos tuvieran un techo y al menos una comida diaria. Al llegar a la ciudad todo su contexto cambió y se vieron enfrentadas a una nueva realidad muy diferente a la del campo. Olga Ibañes rememora todo lo que producían sus 15 hectáreas de tierra en Mulaticos (Antioquia), sus 22 reses y todos sus cultivos de pan coger y de frutales. Obeida Tamar recuerda que ellas en el campo tenían todo lo que pudieran necesitar: si tenían hambre, sus cultivos de la huerta les ofrecían alimento; tenían gallinas, marranos, “que la leche de la vaca...” En la ciudad no tenían nada y todo se movía con dinero. Dinero que ninguna de ellas tenía porque a muchas les tocó salir de sus propiedades con lo que llevaban puesto. Algunas mujeres como María Zabala, Obeida Tamar y Berlides Méndez encontraron en el lavar ropa ajena y hacer aseo en casas de familia una fuente de sustento para sus niños y hay que decir que cada una de estas familias tenía en promedio entre 5 y 8 hijos.

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Fueron largos años en la ciudad antes de que se empezara a pensar en el sueño de Valle Encantado. William, el hijo de Arsenia Causil, que para el momento del desplazamiento tenía 12 años, recuerda que su vida se partió en dos y que al llegar a la ciudad le tocó empezar adaptarse a la nueva realidad y vender su fuerza de trabajo en lo que saliera para poder apoyar la economía familiar. Juan Pablo y Martha, los hijos mayores de María Zabala, también manifiestan que sus vidas cambiaron tras el desplazamiento. Martha recuerda: “Mi vida era feliz en San Rafaelito con mi mamá, mi papá y mis hermanos. Era tan feliz... Pero después de lo que nos pasó todo se vino al piso”. María estaba embarazada para el momento en que fue el desplazamiento y al llegar a la ciudad sus hijos mayores tuvieron que asumir la responsabilidad del hogar. Aún así, ella salía a lavar tandas enteras de ropa para conseguir lo de la sopa de sus hijos pequeños. En la ciudad Juan Pablo tuvo que emplearse como recogedor de basuras y Martha haciendo aseo en casas de familia. 3.2. La génesis del Valle Encantado Carmela Burgos rememora que ella conoció a quienes hoy en día son sus compañeras gracias a la olla comunitaria: “Unas señoras de la ong María Cano nos llevaban alimentos y con eso hacíamos una gran comida”. Berlides Méndez agrega que por 500 pesos tenían derecho a un plato de sopa, lentejas, verduras, carne y un vaso de jugo. El sueño de Valle Encantado empezó a tejerse desde que conocieron a la organización María Cano. Lina Arrieta, representante legal de María Cano, recuerda hoy, 12 años después, que ellas trabajaban en los años 90 con comunidades en estos barrios en donde vivían María y sus compañeras. Que la organización para entonces tenía trabajo comunitario especialmente con enfoque de género y de derechos humanos. “En este proceso conocimos a María Zabala y nos pareció que era una líder innata. Con ella y otras mujeres que la propia María invitaba al proceso iniciamos un trabajo que buscaba fortalecerlas como líderes, en el empoderamiento, en el conocimiento de sus derechos, apoyarlas para que se constituyeran como organización y de paso ofrecerles algunos elementos para que pudieran subsistir en la ciudad”, recuerda Lina. María Zabala dice que a todas las asaltaba la misma preocupación: “Los pelaos están por ahí creciendo y vai se pongan a fumar de la hierba esa mala o terminen de pandilleros”. Fue entonces cuando de la mano de la organización María Cano empezaron a cocinar la idea de volverse para el campo. Para muchas de ellas el campo era sinónimo de tragedia, pero aunque parezca contradictorio también representaba salir de la jaula de cemento en la que se habían metido.

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Se podría decir que el sueño del Valle Encantado tuvo a su favor una serie de factores que se juntaron para que fuera una realidad. Para 1995 se constituye el Grupo Interinstitucional de Atención Integral a la Población Desplazada (GIAD) que estaba conformado por varias ong y por ocho organizaciones de desplazados/as y se buscaba coordinar acciones con los entes gubernamentales para el trabajo con estas poblaciones. El objetivo del GIAD era “capacitar, asesorar y apoyar integralmente a los desplazados por violencia política en la emergencia y en sus iniciativas de organización y reubicación rural o urbana en el departamento de Córdoba, y fortalecer a sus organizaciones miembras” (Rodríguez, A., 2003:52). Para entonces María Zabala lideraba un grupo de 45 mujeres, todas en situación de desplazamiento que venían de la formación y acompañamiento ofrecido durante esos años por María Cano y que se habían constituido como organización bajo del nombre de Corporación de Mujeres Siempre Unidas del Medio Sinú (Musumesi). Ella recuerda que en esta organización trabajaban un fondo rotarorio, la olla comunitaria para que las mujeres tuvieran alimentación para ellas y sus familias y pequeños proyectos de trabajo manual. Libia Luna, de la organización María Cano, cuenta que las organizaciones de población en situación de desplazamiento tenían expectativas de vida muy diversas y que no todas querían regresar al campo. Algunas de las personas querían seguir en la ciudad y otras empezar una nueva vida en el campo. A raíz de estos intereses el GIAD se conforma con dos programas, uno de reubicación urbana y otro de reubicación rural. El grupo de Musumesi que lideraba María queda en el programa de reubicación rural que estaba conformado además por la Corporación Prodesal y la Organización Femenina de Córdoba (Orfedec). Hasta entonces todo parecía indicar que el proyecto de reubicación sería una realidad. Paralelo a esta conjugación de acciones surge en 1995 el documento Conpes 2804 que “desarrolla los lineamientos que la política del Salto Social enuncia en relación con la atención integral a la población desplazada por la violencia. Por tanto, el documento hace parte de la estrategia social del Gobierno y de su política de promoción y protección de los derechos humanos presentada en el Plan Nacional de Desarrollo y de Inversiones 1995-1998” (Conpes, 1995). El Conpes 2804 plantea para atender a la población desplazada estrategias de prevención, estrategias de acción inmediata, estrategias de consolidación y estabilización comunitaria que incluirían proyectos productivos y dentro de los cuales se encuentran la adjudicación de tierras a campesino e indígenas, asistencia y capacitación técnica, créditos para crear e impulsar microempresas y estrategias de comunicación, divulgación e investigaciones.

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Además, surge el acuerdo del Incora N. 18, del 17 de octubre de 1995, que reglamenta la dotación de tierras para desplazados. A partir de estos documentos la Comisión Rural, de la que hacían parte las mujeres lideradas por María Zabala, empiezan a ver cada día más cerca su sueño de acceder a tierras. Para Arsenia Causil la imagen que más se le quedó grabada de toda esa época es a María diciéndoles toda animada: “¡Mujeres, tenemos que organizarnos. Ir a las reuniones de Prodesal para capacitarnos y poder pedirle al gobierno tierra!”. Arsenia apenas se ríe y dice que le parece que eso fue ayer no más: “Nosotras queríamos tener otra vez nuestras vaquitas, que la gallina, el marrano. Cosechar la tierra. Todo eso que uno hace en el campo y en la ciudad ya no puede”. Volver a la tierra era un deseo que compartían las mujeres con algunos de sus hijos. William hoy tiene 28 años y para él “volver al campo era como regresar a casa”. Lina Arrieta, de la organización María Cano, recuerda que en alguno de los encuentros que sostenían con las mujeres para hablarles de sus derechos se les había puesto a dibujar el sitio en el que querían vivir. Ellas pintaban un campo verde, con animales, casas, como un valle. María escarba en su memoria y dice que esos dibujos eran tan bonitos, como de un valle encantado. Así que entre todas las mujeres decidieron que su nuevo hogar se llamaría Valle Encantado, un lugar en donde ni la violencia y el dolor de los efectos de la guerra pudieran llegar. Musumesi le dio paso al Grupo de Mujeres del Valle Encantado que se constituyó como organización de hecho a finales de marzo de 1996 y contaba con 31 mujeres en situación de desplazamiento, cabezas de familia y sus familias. Pero la violencia que por entonces se daba en toda Córdoba tocó fibras sensibles del proceso y entre mayo y junio de 1996 una serie de asesinatos ocurridos en Montería hicieron que el miedo se tomara a las organizaciones que conformaban el GIAD y que éste se desintegrara. Entre las personas asesinadas estaba el profesor Alzate, un hombre que para las organizaciones que formaban el proceso era como un asesor. Libia Luna lo recuerda como un hombre comprometido y sabio que orientaba muchos procesos en la región y que representó una gran pérdida para las organizaciones sociales de Montería. Luna agrega que cada quien con lo que pudo siguió apoyando a María Zabala y las mujeres del Valle Encantado. El proceso interinstitucional se rompió y el miedo se percibía más fuerte. No fue fácil articular con otras organizaciones bajo el contexto de amenaza que se presentaba en la región. Prodesal siguió acompañando el proceso de estas mujeres y en 1997 el gobierno nacional, a través del Incora, inició el proceso de reasentamiento de población desplazada en el departamento de Córdoba con la compra de predios entre los que se encontraba La Duda El Tomate, hoy conocido como Valle Encantado:

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“Hasta el momento han adquirido seis predios con un área de 3.482,4 hectáreas para 357 familias. De estos, tres están localizados en el municipio de Montería: El Quindío, en el corregimiento de Nueva Lucía con 510,27 hectáreas para 61 familias; La Duda El Tomate y La Duda Los Llantos en la vereda Los Llantos del corregimiento Las Palomas con 128,18 hectáreas para 15 familias en el caso del primero y con 968,52 hectáreas para 111 familias del segundo”. (Negrete y Acción Contra el Hambre. 2002: 33)

Al comienzo de esta experiencia eran 31 mujeres pero como no fue un proceso rápido muchas de ellas fueron claudicando y al final solo quedaron 12. Luego llegarían tres mujeres más para completar el grupo de 15. Fueron casi dos años en que el grupo andando y desandando logró encontrar el horizonte. Olga Ibáñez, hoy 12 años después, sigue empecinada en que esta tierra es su sueño y reconoce que la negociación del terreno de la manera como se hizo fue un error: “Nos pareció tan bueno eso de poder comprar el terreno. Nos metimos en eso sin saber cuánto podía valer una hectárea. Nosotras ni nos fijamos en eso, lo único que queríamos era estar lejos de la ciudad”. María dice que habían visto varias fincas pero que cuando llegaron a la finca La Duda El Tomate les pareció que ese era el sitio donde podrían comenzar de nuevo: “128 hectáreas, cada una a 2’700.000 pesos. El Estado nos daba el 70 por ciento y nosotras teníamos que hipotecar la finca con la Caja Agraria por el 30 por ciento restante”. María Zabala, Olga Ibáñez, Obeida Tamar y Piedad Julio reconocen hoy que se dejaron llevar por la emoción y que entonces no midieron las consecuencias. María agrega que no fue mucho lo que las entidades acompañantes pudieron hacer para que ellas entraran en razón y no se metieran de cabeza en esa deuda y mucho menos lo que pudieron hacer para reversar el hecho de que ellas se fueran para allá sin haber garantían para su supervivencia. El siguiente reto para estas mujeres fue llegar a un territorio nuevo, empezar de cero y construir con sus familias ese horizonte de vida que habían pintado en esos dibujos y que con tanto anhelo habían llamado Valle Encantado. 3.3. La llegada a Valle Encantado2 Una antena de radio, una planta solar y un burro viejo llamado “Camión” era los únicos bienes que tenía la finca La Duda El Tomate. Eso no fue impedimento para María y sus compañeras: “Con el Ejército nos conseguimos prestado un camión y en eso nos vinimos para acá en abril del 98”. Como en sonsonete, repite que ella fue la primera en coger los “motetes” (la mudanza) y venirse para esta tierra.

2 Fragmento del reportaje a María Zabala, publicado en el libro: ‘Una Colombia que nos queda’, escrito por Linsu Fonseca, en 1997.

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De ahí le siguieron la familia de Gregoria, Olga, Obeida, Alicia y Carmela. Cuando llegaron a la casa grande, la única que había en todo los alrededores, ya estaban allí Zaida y Claudia. Después llegaron Teresa, Gladis y Berlides. Poco a poco se fue llenando el lugar. Para los hijos de María, la llegada a Valle Encantado es una de las escenas de sus vidas que sí quieren recordar: “La venida para acá despertó mucha motivación. Sentíamos que podíamos respirar, era como estar en otro mundo”, asegura César. Juan Pablo se une al comentario agregando que su mamá es una mujer fuerte: “Solo ella podía convencernos a todos de volver al campo después de todo lo que nos pasó por allá”. Olga se pone las manos en la cara, se limpia el sudor, arruga los ojos y sentencia que no fue fácil la llegada a esta tierra: “Nos tocó a toditicos vivir bajo el mismo techo. Una casa grande de tabla que llamamos La Mayoría”. Dormían todos en el piso y con los días fueron organizando a la gente en unas carpas que les regalaron. Todo era comunitario, había un solo baño, no tenían luz, la carretera era mala y para rematar el pozo más cercano estaba a un día de camino. Según recuerdan todas, los días transcurrían tratando de colonizar esa tierra. No había nada sembrado, no tenían ganado y la maleza le había ganado la batalla al pasto. Olga señala que al comienzo era difícil y todo tocaba con acuerdos: “Los fulanos se van a machetear el campo y las mujeres que tiene habilidad para la cocina, a cocinar, y así”. Antonio, a quien todos llaman Tito, señala con el dedo y como en verso recita: “Eso era un solo campamento. Una mosquitera que jamás en mi vida había visto, culebras por todos lados, matábamos 20 y hasta 30 animalejos de esos al día. Y no había ni una matica, ni un platanito, nada pa´ comer”. Cada vez que se habla de Valle Encantado don Tito recuerda que a él le picó una culebra y que se le hinchó toda la pierna. Que de seguro era tiernita porque no lo mató, pero que la misma suerte no corrió un compañero suyo que si se murió al año, cuando una se le metió entre la cama, le picó y amaneció muerto. María trata de resumir la experiencia de vivir las 15 familias juntas en una sola casa: “Fue un reto. Me sentía como la mamá de todo este poco de gente. María arreglaba los problemas de la una, de la otra, de las familias, hacía curaciones y hasta servía de consejera matrimonial”. Los amigos de Prodesal y María Cano hacían cuanto podían por asegurarles un mercado grande para que pudieran subsistir esos primeros meses. La vieja Arsenia Causil desempolva su memoria y dice que volvieron a hacer la olla comunitaria pero ahora en La Mayoría: “Nos turnábamos para cocinarle a todo ese reguero de peladitos”.

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Para Obeida sobrevivir fue un milagro, más para una familia como la suya que era numerosa: “Cuando llegué con mis hijos eso era como ver cuando sacan el ganado mamón para venderlo. Pero ahí con la olla nos fuimos componiendo”. También recuerda que los hombres empezaron a sembrar yuca, arroz y plátano. La felicidad de esos primeros meses terminó cuando se dieron cuenta que los pocos cultivos que la plaga no acabó, los ahogaron las lluvias. Con los problemas de la tierra que no daba llegaron también las diferencias entre unas familias y otras: cada uno veía que vivir juntos no era tan buena idea. Olga cuenta que cada familia hizo su cambuche. Unas compraron unas casitas ya hechas de palma. Otras se fueron llevando las carpas y armando rancho aparte. Entonces empezaron a vivir como en un pueblito. Por las noches se reunían en torno al fogón porque la luz apenas la vinieron a tener hace dos años. “Nos reuníamos por grupitos a echar cuentos de brujas, de duendes o de cualquiera de esas historias que dan miedo pero entretienen”, señala María. Los relatos de Berlides y Carmela hacen ver que toda esa generación de jóvenes creció junta. Su único interés era jugar, comer y volver a jugar. No tenían ninguna prisa por crecer. Cuando se le pregunta a Claudia por esos primeros años en esta tierra apenas si arruga la cara: “Duro, duro. Noooo, eso sí fue duro”. Para ella regresar no fue una buena idea. Dice que ha tenido muchos problemas, no se siente cómoda y hasta el día de hoy ha querido entregar esa tierra y buscarse otro camino. Olga asegura que no fue por maldad ni nada de eso, pero la mayoría de las mujeres dieron su voto a favor de dividir la tierra: “María lloró y lloró. Eso hasta quería irse de Valle Encantado cuando se planteo la posibilidad de dividir definitivamente la parcela”. Berlides narra que si no fuera por Juan Pablo y su esposa Udilia, María a lo mejor quién sabe dónde estuviera: “Eso ellos le hablaron, que mamí no se vaya, que mamí yo me vine pa´ acá a ayudarleX Eso qué no le dijeron, pero María era pura lágrima y tristeza”. Así fue que el mismo Incora hizo la división de la finca. Cada mujer escogió su parcela. Berlides en tono medio triste y nostálgico añade: “María no quiso escoger parcela. Las otras mujeres querían echarla para la cuatro. Eso por allá es bien lejos y es puro pantanal. A mí me daba tristeza con María porque ella es partera y a la hora que la llamen ella arranca”. Si hay uno de los momentos que a María más le ha dolido en la vida fue cuando cada mujer arrancó con sus cosas para su propia parcela. Aunque ella no lo dice

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muy fuerte también sintió mucho que muchas de ellas a las que tanto había ayudado no les importara su dolor y hubieran querido meterla en un pantanal. Berlides le cedió a María la parcela que había escogido para ella y se pasó para la segunda, que hasta ese momento no tenía dueño. Allí se cerró un capítulo de Valle Encantado. La independencia y la propiedad de un pedazo para cada familia hicieron que algunos de los inconvenientes se superaran. Pero el hambre y la falta de dinero seguían siendo una constante. Las mujeres empezaron a buscarse la vida armando pequeñas propuestas. Las que sabían escribir hacían las peticiones. Con la ong Consejería en Proyectos lograron una vaca y un burro para cada una. “Fíjese que no pedimos un toro. Como casi todas no teníamos marido, pues no pensamos en el marido para las vacas. ¿Cómo iban a parir sin toro?”, se ríe a carcajadas María. Se compraron vacas recién paridas y con eso se garantizaba la leche. A la cruzada que se había convertido subsistir en Valle Encantado se fueron uniendo Médicos sin Fronteras y la Cruz Roja. Las mujeres decidieron alquilar los pastos a sus vecinos y con ese dinero comprar el mercado para comer. Era, como dice María, “un paso pa’ adelante y dos pa’ atrás”. Pero como dice el saber popular, Dios aprieta pero no ahorca. Berlides señala que la separación de las casas trajo también sus cosas buenas. A cada una el Incora les dio para hacerse un ranchito. “La carretera cuando eso era mala y nos tocaba irnos a recoger los materiales para la casa hasta el puente –como a 20 minutos a pie- y subirlos al burro para llevarlos hasta la parcela”. Con lluvia, sol o lo que fuera ellas salían a buscar la arena, el cemento, el hierro, todo para construir cada una su propio techo. Berlides dice que con sus propias manos armó su ranchito y ya cuando el maestro de obra vino desde Montería a ayudarle, ella ya tenía media casa montada. Las mujeres se dedicaron a armar sus vidas olvidando que ese terreno donde estaban construyendo sus ilusiones aún no les pertenecía del todo. Cuando regresaron a la realidad se dieron cuenta que la deuda con el banco había crecido a 350 millones de pesos. Corrían el riesgo de perderlo todo nuevamente pero dicen que el cielo escuchó las súplicas de María y sus compañeras: era 2004 y María fue nominada y luego ganó el Premio Cafam a la mujer. Los 16 millones de pesos que le dieron de premio los abonaron al banco y pudieron respirar tranquilas por algún tiempo. Más adelante la deuda seguiría provocándoles angustias. Las mujeres narran que hasta en un conversatorio en Córdoba María expuso su situación al mismo presidente de la República, Álvaro Uribe: “Señor Presidente, por favor ayúdenos para no perder nuestros ranchitos en Valle Encantado”, recuerda que le dijo. “Él solo supo preguntarle a sus ministros qué se podía hacer para ayudar y ellos le respondieron que si me condonaban la deuda a mí tendrían

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que hacerlo con todos los desplazados que han tomado tierras. Los ministros decidieron que nos metiéramos a un programa para refinanciar la deuda. Así fue”. Con el dinero del premio Cafam y la refinanciación de la deuda el monto descendió a 150 millones, dinero que aún hoy en día siguen tratando de conseguir; de no hacerlo corren el riesgo de convertirse nuevamente en desplazados. En Valle Encantado han tenido que lidiar problemas de todo tipo, desde las riñas entre mujeres hasta la situación que se vivía en la zona con los paramilitares. María narra que cuando llegaron todo eso era controlado por las autodefensas. De vez en cuando pasaban por ahí haciendo sus rondas. Una vez llegaron a Valle Encantando justo cuando estaban a la mitad de una capacitación sobre derechos humanos. “¡Vea que venimos mujeres trayendo mercados para todas!”, cuenta María que entraron diciendo unos 15 hombres armados. Todas se fueron poniendo verdes del susto. La última vez que muchas de ellas vieron llegar hombres armados tuvieron que presenciar escenas de muerte que aún hoy en día las persiguen en sus sueños. Ninguna se atrevía a decir nada, estaban a la espera de que María se levantara a hablar en nombre de la comunidad. “Gracias señores por su buena voluntad, pero por aquí tenemos suficiente comida. Es mejor que lleven todo ese poco a otras mujeres que de verdad la necesiten”, dice María que sacó fuerzas de adentro y respondió sin que le temblara la voz. A ninguna le sobraba un mercado pero sabían que si les recibían algo ellos luego vendrían a cobrar, quién sabe de qué forma. “Ese día yo me sentí orgullosa de mi comunidad. Ninguna de las mujeres les recibió nada”. Más de una vez el miedo ha mantenido unida a esta comunidad. Así fue hace cinco años cuando tuvieron que rescatar a unos muchachos de ahí y otros de La Puente: “Unos hombres se los llevaron para el Alto Sinú con el pretexto de que se iban a trabajar la tierra. Algunos dicen que los pusieron a raspar coca. Entre esos se fueron dos hermanos míos”, solloza narrando María. Con los meses vino la noticia que había combates en la zona y los muchachos estaban muertos. Hubo revuelo en Valle Encantado. El run run corrió rápido y las mujeres armaron una comisión para irse a buscar lo que hubiera quedado de ellos. María continúa la historia: “Nos fuimos a hablar con Adolfo Paz, líder paramilitar de la zona, por allá arriba en la montaña. Le dijimos que esos pelados eran la mano de obra de nosotras y que tenían traumas por el desplazamiento”. Hubo lágrimas, ruegos y reclamos en ese encuentro. María señala que esos hombres le decían que ellos no se habían llevado a los muchachos a la fuerza pero que si tanto era el trauma y la necesidad pues que se fueran tranquilas que ese mismo viernes bajaban los muchachos. Fue un gran logro para las mujeres poder recuperar a sus hijos. Y más allá de eso lograr que en una tierra armada y gobernada por hombres su clamor fuera escuchado. En otras ocasiones apenas si

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son escuchadas en tiempo de campaña, cuando los políticos llegan por ahí echando sus cuentos. Para Piedad, todo en Colombia se mueve a través de la política: “No debería ser así, pero si uno no tiene influencias políticas no consigue un profesor o que se le construyan una escuela”. Casi todas las señoras de por aquí dicen que eso es cierto, que de cuenta de aliarse con los políticos han conseguido la luz, el puente y el arreglo de la carretera. Con terquedad las mujeres de Valle Encantado siguen en la lucha por sobrevivir. Lo que está en juego ahora es dejarles algo a las generaciones que vienen, Porque, como dicen ellas, el tiempo ya les pasó cuenta de cobro y todavía hace falta mucho por hacer. 6. VALLE ENCANTANDO ES UN HOSPITAL DE RECUPERACIÓN DEL ALMA

“La gente que se enfrenta a las peores situaciones de degradación humana, violencia y abusos, a menudo encara el reto del auténtico cambio constructivo con una aguda visión. Quizás sea porque para estas personas la supervivencia depende en gran medida de una

intuición visceral, un sentido de lo que las cosas significan y quienes son realmente las personas, más allá de las palabras que usen. O quizás se deba a la callosidad,

trabajosamente ganada, de la cautela y la desconfianza que han ido acumulando tras décadas de dolor, injusticia y violencia”.

John Paul Lederach (2008: 101). Valle Encantado es un lugar que ha significado la esperanza de tener un bienestar representado en un hogar propio y cultivar la tierra como lo hacían antes de vivir el desplazamiento forzado. También de tener un sitio para reconstruir los lazos de familia que muchos se rompieron por vivir el día a día en la ciudad pensando solo en la supervivencia. De tener un espacio en donde los hijos crecieran lejos de los peligros que acechan los lugares en donde estas poblaciones llegan a vivir. Este proceso del Valle Encantado ha estado marcado por la resistencia de unas madres en su sueño de una tierra donde volver a empezar, sanar sus heridas y vivir en paz. Resistencia y sueños que comparten con algunos de sus hijos/as que también han sido testigos de este camino emprendido hace 12 años. Pero además, capacidad de adaptación y de entender el contexto en el que se mueve y que a pesar de la guerra la violencia y todo lo duro de vivir en una ciudad que no es la de uno, estas familias rechazan la muerte y le apuestan a la vida. La

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vida como un don sagrado y el perdón como motor para no irse por el camino de la venganza y las armas. Hoy, 12 años después, hay un poco de pesimismo en el ambiente pero éste no ha logrado quebrantar la esperanza que se niega a salir de sus vidas. Tal vez es ese pesimismo del que habla John Paul Lederach, que les ha servido para mantenerse alerta y como mecanismo de control de la realidad para asegurar que el cambio no sea superficial, eternamente optimistas o que no encuentre otras intenciones. El siguiente análisis se construye a partir de los testimonios de Juan Pablo (33 años) y Esther Polo Zabala (19 años), hijos de María Zabala; William Ramírez Causil (28 años), hijo de Arsenia Causil; José Alfredo Gutiérrez (30 años), hermano de María Zabala y Marco Fidel Suárez Julio (35 años), hijo de Piedad Julio. También se usaron los resultados del grupo focal con María Zabala, Piedad Julio, Obeida Tamar y Gloria Ibáñez, cuatro de las madres fundadoras de la comunidad y del taller con 5 de los hijos/as y 2 nietas/os de las fundadoras del Valle Encantado. Los impactos psicosociales causados en los jóvenes entrevistados de esta comunidad después de su reubicación en Valle Encantado son diversos. Los siguientes son los principales: Impactos positivos 1. Volver al campo representó la ilusión y la esperanza de recuperar un

poco de su origen campesino La salida violenta de sus regiones de origen representó para las familias de estos jóvenes una ruptura igualmente violenta de sus proyectos de vida, los cuales se hallan muy ligados a su tierra y a su lugar de origen. Por eso, en sus conversaciones es reiterativo que estos jóvenes insistan en decir que ellos nacieron en el campo y que tienen en su mente su origen campesino. Un dictamen de la Corte interamericana de Derechos Humanos, citado en el módulo “El daño desde el enfoque psicosocial”, indica sobre el proyecto de vida que:

“El proyecto de vida se asocia al concepto de realización personal, que a su vez se sustenta en las acciones que el sujeto debe tener para construir su vida y alcanzar el destino que se propone. El rigor, las opciones son la expresión y garantía de la libertad. Difícilmente podría decirse que una persona es verdaderamente libre si carece de opciones para encaminar su existencia y llevarla a su natural culminación”. (Bello, 2009: 5)

Solo una de las entrevistadas no ha nacido en el campo sino en Montería, justo después del desplazamiento. Sin embargo, ella tiene aferrado en sus imaginarios

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su origen campesino y hace reconocimiento del mismo en los diferentes espacios en donde se mueve dentro de su cotidianidad. Los otros muchachos entrevistados aseguran que estando en la ciudad añoraban sus fincas porque de ellas sus familias obtenían de la huerta la comida, de los animales la carne y, tan importante como todo eso, vivían con tranquilidad frente al futuro. Asimismo, dicen que el cambio de vida a la ciudad representó para ellos el salto a una realidad dura y desconocida porque “en la ciudad todo se compra con dinero” (como dijeron textualmente varios). Por eso, adicionalmente, en un comienzo todos se sintieron mal porque no sabían hacer otra cosa que desempeñarse en las faenas agropecuarias y eso, en una capital como Montería, no les servía de nada. Poder regresar al campo e instalarse en Valle Encantado fue entonces, para muchos de ellos, volver a pensar en reconstruir su proyecto de vida personal y familiar: cuando llegaron a Valle Encantado empezaron a sentir que sus madres, por ejemplo, estaban mejor anímicamente pues regresar era como volver a su origen, volver a tener bienestar y la sensación de que todo podía ser “como antes”. Y eso representó esperanza para todo el grupo familiar. “Uno en el campo tiene tranquilidad y libertad. Muchas cosas que uno no tiene en Montería. En Valle Encantado uno se siente tranquilo, siente en el campo unos aires que en la ciudad no, sin tanta carrera, sin afanes. Eso es muy distinto a la ciudad y era lo que muchos de nosotros queríamos volver a vivir”. (Testimonio de uno de los jóvenes entrevistados) 2. Llegar a Valle Encantado fue la posibilidad de reconstituir sus familias El desplazamiento forzado de sus familias generó la desarticulación de los espacios familiares que compartían. Casi todos los hogares de estos muchachos presentaron la pérdida del padre como parte de la tragedia que implicó el desplazamiento y ellos tuvieron que cambiar sus roles dentro de la familia: pasar de ser hijos que acompañaban a sus padres en las labores del campo, jugaban con sus hermanos y compañeros de vereda y disfrutaban de crecer libres de responsabilidades, a ser los proveedores del hogar. En la ciudad, estos de estos jóvenes tuvieron que salir a ofrecer su mano de obra en trabajos informales para poder conseguir el dinero que sirviera para sostener el grupo familiar. A algunos de ellos incluso les tocó salir de Montería y buscar en otros municipios empleo para seguir aportando a la economía familiar. En sus recuerdos están por ejemplo escenas como:

“Antes en el campo uno se reunía a contar chistes e historias de brujas en las noches. Se le recostaba uno a la mamá en las piernas y ella lo consentía a uno. Hasta tiempo para regañarlo a uno se tenía. En la ciudad eso era más la sobrevivencia porque uno salía a trabajar temprano y llegaba muy cansado por

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la noche. Qué tiempo para familia ni que nada”. (Testimonio de uno de los jóvenes entrevistados)

En sus conversaciones es reiterativo que al volver a Valle Encantado muchos de esos recuerdos que tenía del pasado se hicieron nuevamente realidad. Que el proyecto de volver a la tierra reactivó en ellos la ilusión de tener nuevamente espacios en donde estuvieran juntos. Una de las entrevistadas manifestó que aunque ella apenas si alcanzaba los ocho años cuando volvieron al campo, lo mejor de volver fue que empezó a conocer a su mamá y a compartir con ella. Porque antes todo su tiempo lo pasaba con su abuela, que era quien la cuidaba mientras la mamá salía a ganarse el día para la comida. 3. Sentirse “libres y autónomos” en el campo “En la ciudad yo me sentía como un león enjaulado”. (Testimonio de uno de los muchachos entrevistados).

“En el contexto del conflicto armado colombiano son diversas las situaciones que afectan la autonomía de los sujetos individuales y colectivos. En efecto, si algo lesiona, obstaculiza e impide la libertad –de movimiento, pensamiento, decisión y expresión -, son las acciones armadas y violentas”. (Bello, 2009: 11)

Para estos muchachos la ciudad era en muchos casos una prisión. Una en la que aprendieron a adaptarse pero que les hacía recordar constantemente otros tiempos en el campo en donde no tenían que estar prestos al carro que los puede atropellar, a la contaminación que a muchos los enfermó al comienzo, al horario de trabajo que de no cumplirse puede generar la pérdida del mismo. A ser lo que otros les permitían ser y no lo que ellos quisieran o pudieran alcanzar ser.

“Uno en la ciudad cuando llega después de un desplazamiento muchas veces no tiene tiempo para soñar con el futuro. Uno como que pierde la noción de las cosas porque se siente mal con lo que le pasó. Todo se vuelve como negro. Uno no tiene muchas veces el tiempo y las ganas para decir, ay quiero esto o me pienso que en unos años tal cosa. Porque eso lo hacía uno antes y vea que la guerra le quita a uno todo. Uno trabaja y trabaja para conseguir el diario y así a muchos se les pasa la vida”. (Testimonio de uno de los muchachos entrevistados)

Estar en Valle Encantado les devolvió a algunos de estos jóvenes la ilusión de poder en ese pedazo de tierra decidir qué querían hacer y no depender de lo que otros quisieran hacer con ellos. De poder volver a planear un horizonte de vida, a soñar con cultivar la huerta, que con armar una cooperativa, tener una cría de pollos, de marranos, etc.

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Carlos Fernández, citado en el módulo “El daño desde el enfoque psicosocial” señala que:

“En virtud de nuestra calidad de ser libres decidimos por nosotros mismos, aquello que queremos “hacer”, lo que “proyectamos” realizar en nuestro vivir. A esta libertad le es inherente la capacidad o vocación de realizarse, es decir, de convertirse en acto, en conducta humana intersubjetiva, en comportamiento. Es en este tramo donde surge el segundo momento de la libertad. Ella aparece en el mundo exterior, se objetiva, se fenomenaliza, es conocida por los demás”. (Bello, 2009: 11)

4. Tener un “espacio propio” que no tenían en la ciudad

“Tener más que sea un ranchito pero que uno sabe que es de la familia de uno. Que ahí uno no tiene que estar pensando que si no paga lo sacan, o que en cualquier momento la ley viene a correrlo porque uno está invadiendo predios. Es que la gente no sabe lo duro que es saberse tener una finca con gallinas, palos de mango y marranos y que de un día para otro uno no tiene nada y llega a un lugar donde uno no conoce a nadie, no tiene donde meter la cabeza y nadie le brinda ni un vaso de aguaX” (Testimonio de uno de los muchachos entrevistados)

Para estos jóvenes, la propiedad de la tierra les concede identidad y capacidad de decisión. Es poder cumplir en parte ese deseo de ser y estar en un espacio en donde nadie pude venir a tomar decisiones por ellos.

“Es necesario tener en cuenta otras concepciones de autonomía, quizás más globales, como aquella promovida por comunidades negras e indígenas, y estrechamente ligada con el territorio como espacio necesario para crear y recrear sus proyectos de vida de manera autónoma. Desde esta concepción, sin territorio no hay posibilidad alguna de autonomía” (Rodríguez, 2009: 23).

5. Ese “compartir” unió a toda una generación de jóvenes que creció junta

“Cuando llegamos a Valle Encantado todos vivíamos como una sola familia. Los hijos de las unas se mantenían con los hijos de las otras. Es que compartíamos todo, que la comida, que nos repartíamos las labores del campo. Y ellos, los muchachos más grandes, apoyaban mucho las labores y eso de trabajar juntos para sacar adelante este campo los unió mucho”. (Testimonio de una de las madres del Valle Encantado)

Las condiciones en las que llegaron estos muchachos y sus familias a habitar el Valle Encantado hizo que se juntaran, que en medio de las carencias materiales, el saberse juntos como comunidad y a pesar de los problemas que pudieran presentarse, estaban todos ahí para responder, para apoyarse y hacerle frente a la vida.

“Nosotros logramos con los muchachos de Valle Encantado un proyecto para conformar grupos musicales de pitos y tambores. Y en las noches en que no

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había luz hacíamos la bulla. Eso se reunía la gente, los viejos se iban a compartir con uno lo que uno hacía ahí porque es una música tradicional. Entonces nosotros lo que hacíamos era eso: nos sentíamos bien y los otros se sentían muy bien también porque uno les ayudaba a recordar los tiempos pasados a través de la música”. (Testimonio de uno de los jóvenes entrevistados)

Puede parecer paradójico que en medio del dolor -porque estas familias tenían y tienen aún dolores guardados de su proceso de desplazamiento, de las pérdidas humanas que sufrieron, de la dureza de la vida- opten por la unidad, desplieguen lazos de solidaridad y no de venganza y de aislamiento. Valle Encantado ha sido un oasis para muchos de estos muchachos.

“Yo anduve por muchas partes y nunca sentí el calor de un hogar. Solo cuando llegué aquí, al Valle Encantado, fue que empecé a sentirme otra vez parte de algo. Como en casa porque me recibieron bien, me acogieron como en familia. Es muy duro vagar por tantas partes y no sentir que uno tiene una casa”. (Testimonio de uno de los entrevistados).

Trabajar en comunidad y repartirse las labores del campo también generó que el tejido social roto por la guerra se empezara a recomponer.

“Unos pelaos que se iban a desyerbar el monte con las mujeres y los pocos hombres adultos que habían, otras de las muchachas que a ayudar en la cocina y los pelaos por ahí jugando. Eso éramos como una sola familia. Yo digo que de ahí es que los hijos míos han aprendido a quererse con los otros hijos de las mujeres de aquí. Es que a toditos nos tocó duro al comienzo, pero estuvimos ahí todos haciendo por la vida”. (Testimonio de una de las madres del Valle Encantado).

6. Permitió la formación y fortalecimiento de liderazgos aprendidos de sus

madres

Las mujeres del Valle Encantado son en muchos aspectos un ejemplo de lo que el amor, la unidad y la perseverancia logra al vencer los odios, los egoísmos y los miedos. A ellas nadie les enseñó a ser lideresas sino que esos fueron aprendizajes que la propia vida les fue dejando. En muchos momentos cuando se escucha hablar a María Zabala, la cabeza visible de este proceso, ella repite que el ser líder o lideresa se lleva en la sangre y que la propia vida con sus momentos le va dejando lecciones para seguir alimentando ese proceso. Para estas mujeres el único tesoro que podrán heredarle a sus hijos es el ejemplo de ellas mismas, que a pesar de las dificultades no han dejado de buscar alternativas no violentas para sacar adelante su sueño del Valle Encantado.

“Uno aprendió aquí en el Valle Encantado que las personas son capaces de convivir y seguir adelante ante cualquier adversidad. Que frente a los hechos

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de dolor y los problemas uno puede ser solidario con las otras personas. En la convivencia uno aprende mucho de tolerancia, de que si uno tiene algo y puede compartirlo con el otro pues lo hace. Aquí aprendí a comprender el valor de la amistad, la tolerancia, aprendí a respetar a los demás, los mayores”. (Testimonio de uno de los jóvenes entrevistados)

Como explica Jo Rowlands, citado en el módulo “El daño desde el enfoque psicosocial”, “el empoderamiento es, por tanto, algo más que el simple hecho de abrir el acceso a la toma de decisiones; también debe incluir los proceso que llevan a las personas a percibirse a si mismas con la capacidad y el derecho a ocupar ese espacio decisorio” (Bello, 2009:14).

A estas mujeres nadie les enseñó que unidas es que salían adelante y que sus propias situaciones les han ido mostrando el camino para hacerlo. Que se han equivocado, pero que de esas equivocaciones han aprendido.

“Aquí toditicas hemos sido hermanas. Hermanas en el dolor y en la alegría. Que como hermanas también nos hemos peleado y reconciliado y vuelto a pelear. Pero siempre estamos ahí para cuando una tiene un problema ayudarle, que cuando una está en pena una está ahí para acompañarla, para abrazarla si necesita un abrazo. Y por qué no, hasta para regañarla cuando por ahí no obra bien”. (Testimonio de una de las madres del Valle Encantado).

El ejemplo vivo de las madres en sus procesos de formación como comunidad y en el desarrollo de estos largos años de vida en el Valle Encantado ha sido transferido a los hijos. Algunos de ellos en las entrevistas manifestaron que no hubo mejor lección y ejemplo que ver a sus madres luchando ahí con ellos por ese pedazo de tierra, por tener cosas para todas, por no dejarse vencer de la adversidad, verlas a ellas llorando por los hijos perdidos, por los maridos ausentes... Pero también luchando por conservar su territorio, incluso peleándose entre ellas por los proyectos pero al final trabajando juntas para sacar adelante a sus hijos.

“Yo vi a mi mami llorar mucho por la pérdida de mi papá. Pero también le he visto la cara de alegría cada vez que conseguimos algo para el Valle Encantado. También la he visto dar la buena batalla, como ella dice, cada vez que hemos tenido dificultades. Y no crea eso le va quedando a uno. Ojalá uno tuviera la mitad de la fuerza y las ganas que han tenido estas mamás para encarar la vida”. (Testimonio de una de las jovencitas del Valle Encantado).

7. Las dificultades les abrieron una visión más amplia del mundo y la

fortaleza para enfrentarlo

Los aprendizajes que les ha dejado la vida no han sido pocos para estos muchachos. El propio proceso comunitario les ha permitido entender lo que les ha sucedido, sus pérdidas y también los procesos que pueden desarrollar.

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Según Bessel A. Van Der Kolk, en su capítulo del libro de “Terapia de grupo”, citado en el documento “Impacto colectivo de la violencia sociopolítica” (Avre, 2002b: 17):

“La gente siempre se ha reunido en comunidades o en asociaciones para ayudarse mutuamente en el enfrentamiento de los retos diarios; las personas buscan relaciones emocionales estrechas que les ayuden a anticipar, conocer e integrar las experiencias difícilesX Las investigaciones más recientes han mostrado que mientras la red social de apoyo permanezca intacta, la gente seguirá relativamente bien protegida contra el estrés de cualquier tipo”.

Y este proceso de aprendizaje a partir de la experiencia vivida y compartida les ha permitido hoy en día ver con otros ojos todo su panorama. Además, los muchachos/as entrevistados manifestaron que parte de su proceso social con Valle Encantado ha implicado capacitarse, abrir la mente a tratar de entender el contexto en que les tocó vivir y las posibilidades que existen y tienen para transformar su realidad. El conocimiento y la reflexión que como grupo han conseguido del lugar donde viven, de los hechos de violencia que les sucedieron y las razones por las que sucedieron, el saber que hacen parte de una larga lista de personas que han vivido escenas similares en medio del conflicto armado les han configurado a estos jóvenes una capacidad increíble para leer su realidad y para emitir conceptos sobre la misma. Impactos negativos 1. La tierra no tenía las condiciones productivas necesarias para vivir y eso

generó desesperanza

Si bien sus ilusiones y esperanzas estaban puestas en las 128.18 hectáreas que tiene el terreno de Valle Encantado, esa tierra no ha sido la más apta para desarrollar sus proyectos productivos agropecuarios.

Los primeros años viviendo en ese territorio mostraron que la zona tenía desniveles que ocasionaban, en épocas de lluvias, que se inundaran las cosechas y se perdieran. Además, la tierra era buena para la ganadería pero no para la agricultura.

Ni los jóvenes ni las mujeres habían tenido conocimientos previos en ganadería y mucho menos tenían animales como para vivir de ellos.

Uno de los aprendizajes que deja esta experiencia para el enfoque de Acción sin Daño es precisamente estructurar proyectos de vida de acuerdo con las condiciones que hayan tenido las comunidades a lo largo de los años: pensar muy bien que no se trata simplemente de dar tierra, por ejemplo, o de asignar grandes

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recursos económicos a modo de compensación o solución a problemas sentidos de dichas comunidades, sino que debe ello ser el resultado de un proceso integral de acompañamiento, diálogo y concertación con la propia gente para que sea ella la que diga qué es lo más adecuado para su caso.

“Comprender y analizar el contexto significa tener la capacidad para conocer de manera diferenciada las costumbres y las tradiciones de cada cultura; las distintas pautas de comportamiento, los orígenes y la trayectoria de los conflictos presentes o latentes en el medio; los tejidos sociales y las redes de solidaridad y apoyo; los tipos de relación existentes con las entidades públicas y privadas que trabajan en el medio; sus expresiones de confianza o distanciamiento, entre otros”. (Rodríguez, 2009: 27)

Muchos de los hijos del Valle Encantado han tenido que volver a la ciudad por este motivo: han debido regresar para obtener el sustento para sus familias ya que tampoco han logrado el capital suficiente para tener, por ejemplo, un hato que les permita vivir de manera tranquila.

2. Al llegar a Valle Encantado no hubo condiciones dignas para vivir

La tierra comprada fue solamente eso, tierra: no había vías de acceso y mucho menos viviendas; servicios públicos de luz, agua y comunicaciones; tenían que invertir casi un día completo para traer el agua necesaria; además, trabajar en forma intensa para tumbar el monte y abrir los espacios donde se ubicarían las casas, los cultivos y los establos; todo ello en medio de una gran cantidad de serpientes venenosas y, por ende, someterse a ellas sin la garantía de un servicio médico mínimo en caso de un accidenteX En síntesis, el terreno era muy hostil y difícil de trabajar para construir la infraestructura necesaria.

“Los cambios forzosos de lugar, las pérdidas materiales y de seres humanos, así como las lesiones físicas, representan para los sobrevivientes impactos múltiples y complejos, además de desencadenar una serie de situaciones capaces de configurar nuevas condiciones de vulneración y daño”, explica a este respecto Martha Nubia Bello en el Módulo 3 de la Especialización Acción Daño que plantea el daño desde el enfoque sicosocial.

3. No se pudieron dedicar por completo a hacer de la zona el lugar de vida

que deseaban Aún teniendo la propiedad de Valle Encantado y de tener la voluntad para enfrentar las difíciles condiciones en que tenían que vivir y para adecuar el lugar, el problema adicional fue poder destinar el tiempo necesario para acondicionar la zona como querían.

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Para estas familias continúa siendo un desafío poder sobrevivir día a día, conseguir el alimento, adaptarse al lugar, no romper el ciclo educativo que ya habían iniciado los niños y jóvenes en la ciudad. Por esa razón, los factores “tiempo” y “dedicación al trabajo” empezaron a jugar en su contra y se constituyeron también en elementos que frenaron el proceso organizativo. 4. Volver al campo significó extrañar el estilo de vida de la ciudad que ya

habían incorporado

Al comienzo del proceso de retorno, los jóvenes tuvieron una gran ilusión de volver a la tierra y restablecer su vida familiar como población campesina. Sin embargo, los años que pasaron en la ciudad (algunos cuatro, otros hasta seis) dejaron huellas profundas en su estilo de vida.

Por eso, aunque se identificaban como campesinos, también empezaron a sentir que ya eran habitantes de la ciudad y que muchas de sus rutinas, actividades, amistades, es decir, todo lo que constituye una mentalidad, eran ya parte de esa ciudad.

Muchos de ellos afirman hoy que ese proceso de adaptación a la ciudad no fue completo por cuanto no se convirtieron plenamente en habitantes de una urbe, pero de manera simultánea tampoco se identificaban ya como campesinos: el no sentirse completamente parte de un lugar ni del otro les generó angustia y temor frente al futuro.

“La identidad es un proceso de elaboración subjetiva que permite que cada individuo construya una versión(es) de sí mismo (que define roles y atributos), a partir de la relación con los otros, quienes a su vez dicen y otorgan. En esta versión o versiones sobre sí mismo, hablan las palabras de los otros (lo que nos atribuyen, cómo nos califican, lo que esperan de nosotros)”. (Bello, 2009: 6)

5. Volver al campo significó descubrir que ya no eran completamente

campesinos Pese a la esperanza y a la ilusión que en un primer momento acompañó la toma de la decisión de volver al campo, una vez se regresó muchos jóvenes empezaron a descubrir que ni ellos ni sus familias eran ya los mismos campesinos que habían dejado la tierra unos años atrás. Una situación paradójica y a la vez contradictoria.

Esta situación evidencia Carlos Alberto Reverón en su texto “Tensionalidades y aprendizajes de los proyectos de desarrollo”. En el apartado “Tradición o modernidad” explica que “los valores tradicionales y los modernos no son siempre excluyentes”.

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En el caso de Valle Encantado, los muchachos y muchachas mantuvieron intacto el valor tradicional de apego y sentido por la tierra donde vivieron sus ancestros y ellos mismos durante su niñez. Sin embargo, al retornar luego del desplazamiento forzado a la ciudad, hallaron que en su estancia en la ciudad habían adquirido valores y actitudes propios del mundo urbano, los cuales están presentes aún en una situación de pobreza como la que ellos vivieron en Montería.

Según Reverón, esta dualidad genera un “punto de tensión” porque en este caso en particular enfrenta diferentes concepciones sobre la ciudad y el campo. Y que eso está muy influenciado por la cultura de las personas. Lo que él advierte es que en casi todos los proyectos que tienen que ver con el “desarrollo”, “dichas matrices culturales pasan inadvertidas o ignoradas”, haciendo alusión a quienes tienen que tomar decisiones sobre dichos procesos. 6. La preocupación por la deuda de 150 millones de pesos desestimuló

muchas de sus iniciativas Si bien muchos de los impactos anteriores se ubican fundamentalmente en el campo emocional y lucharon por sobreponerse a ellos, adaptarse a las nuevas condiciones del retorno –cosa que para algunos fue más fácil que para otros–, una situación como era la deuda económica contraída para adquirir la tierra, se convirtió en un asunto externo muy difícil de manejar.

En este caso, el problema trascendía la capacidad individual de superar las dificultades e iniciar una nueva vida: este asunto ya estaba en manos de personas y entidades externas, ajenas a la comunidad, que se rigen por criterios estrictamente económicos y legales.

En este punto ya no se trataba de que la comunidad y los jóvenes trabajaran en un proyecto de vida el cual pasaba por construir iniciativas productivas, de organización comunitaria y de fortalecimiento familiar, sino de trabajar para pagar una deuda muy alta que de no cumplirse los convertiría nuevamente en población en situación de desplazamiento: un desplazamiento que ya no era forzado por motivos de la violencia, sino por razones económicas.

Ese temor a volver a ser desarraigados frenó su capacidad de convertirse en gestores de su propia vida y la de su comunidad, para progresivamente ser meros trabajadores que viven para pagar una deuda con un banco. 7. No tuvieron una libertad plena pues la presencia de grupos armados en la

región los intimidaba En todo trabajo desde el enfoque de Acción sin Daño hay que tener en cuenta las circunstancias particulares no sólo de los aspectos sociales, económicos,

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culturales o políticos, sino del contexto de confrontación armada. Y esto es fundamental para el caso de Colombia.

Valle Encantado no ha sido la excepción en la intimidación que han sufrido comunidades víctimas de la violencia y ahora en proceso de reorganización, debido a la acción armada de grupos ilegales que continúan en la zona.

El departamento de Córdoba y las regiones aledañas a Valle Encantado han visto en los últimos años, los que siguieron a la desmovilización de los grupos paramilitares que allí operaban, el rearme de bandas ligadas al narcotráfico y a la disputa violenta entre ellas por el control de territorios que siempre estuvieron ocupados o que fueron usados para actividades ilegales.

Los habitantes de Valle Encantado relatan que en la actualidad se presenta el resurgimiento de bandas armadas y los llamados “ajustes de cuentas” entre sus integrantes, lo que ha dejado asesinatos individuales y colectivos en los alrededores.

Esta situación ha causado gran temor a la población civil y el miedo al reclutamiento forzado y a ser señalados por los ilegales de cualquier bando como integrantes de un grupo enemigo. Aunque aún no han sido tocados por esta nueva ola de violencia, saben muy bien lo que ella significa para sus vidas y sus comunidades. El médico Saúl Franco, citado en el documento “Impacto individual de la violencia sociopolítica” (Avre, 2002b: 14) explica así esta clase de situaciones:

“Es múltiple y creciente el impacto de las diferentes formas de violencia sobre las personas y su salud, y sobre la sociedad en su conjunto. De un lado, la violencia deteriora de manera significativa la calidad de vida y las posibilidades de desarrollo y bienestar individual. Ella produce incertidumbre, miedo, dolor e inseguridad, alterando por tanto la salud mental y el desarrollo psicoafectivo de las personas. Pero altera también los proyectos colectivos, el funcionamiento social, el desarrollo económico y la legitimidad del Estado”.

8. El fuerte liderazgo de sus madres, en ocasiones les frenó su posibilidad

de convertirse en nuevos líderes Por un lado, la estructura cultural de estas familias depositó en las madres, en las mujeres de mayor experiencia y reconocimiento comunitario, el liderazgo del proceso de retorno a la tierra.

Pero, por otro, en buena medida este liderazgo también fue “obligado” por la situación a que muchos de los núcleos familiares se vieron sometidos: la pérdida abrupta de los hombres cabeza de hogar por causa de asesinatos, desapariciones o simplemente ausencia de la casa.

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Esto llevó a que las riendas del hogar, pero también de procesos comunitarios, tuvieran que ser asumidos por las mujeres, quienes en forma valiente y decidida los enfrentaron. Eso, con el paso del tiempo, fortaleció a varias de ellas como líderes, se convirtió en un aprendizaje en la escuela de la vida y les dio gran credibilidad ante su propia gente, vecinos que conocieron sus historias e, incluso, ante instituciones públicas y privadas.

Ello, sin embargo, implicó dos situaciones negativas desde el punto de vista de la formación de líderes:

- Algunas de las madres no estaban preparadas para compartir el liderazgo con

los más jóvenes de la comunidad, quienes al ver su empoderamiento querían seguir sus pasos y desarrollar sus propias iniciativas. En parte, esto se debió a la sobreprotección que, como madres y cabezas de hogar, ejercían sobre sus hijos a quienes no querían ver como unos fracasados en la labor comunitaria.

- Algunas de las madres mostraron un cierto recelo a ceder el liderazgo ganado durante años y a un esfuerzo muy alto de su parte, por temor a que las actividades que lograran desarrollar los hijos fueran más exitosas que lo que ellas habían logrado. Uno de los jóvenes entrevistados manifestó: “A veces cuando salían proyectos para los pelaos ellas como que ponían el pero, como la barrera. A veces no nos apoyaron y había como rechazo”.

9. Las iniciativas productivas conjuntas no brindaron los ingresos

suficientes Lo económico siempre ha sido un factor desestabilizador del proceso organizativo de Valle Encantando. La ausencia de un buen capital a nivel individual, familiar y comunitario no les ha permitido estructurar y mucho menos consolidar los proyectos productivos que han iniciado.

“Los que ya tienen compromisos tienen que irse también del Valle Encantado porque lo que produce la parcela o lo que da no es mucho. Ahí como para supervivencia apenas. Una persona que tiene unos compromisos más grandecitos definitivamente tiene que venirse [para la ciudad] porque de lo contrario no le da para subsistir”. (Testimonio de uno de los jóvenes entrevistados)

Distintas iniciativas como la microempresa de lácteos, la cría de aves de corral y el levante de cerdos no han tenido impactos positivos debido a distintos factores. Algunos de esos factores son nos de carácter natural como la sequía, las inundaciones o la llega de plagas (para el caso del trabajo con las aves y los cerdos) y otras de falta de infraestructura básica, como por ejemplo la falta de luz eléctrica que les permita consolidar la empresa de lácteos. También se ha

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presentado la falta de acompañamiento real por parte de las organizaciones que han facilitado las iniciativas.

“Nosotros dijimos que vamos a hacer una planta de lácteos pa’ trabajar. Nos capacitamos, construimos la infraestructura, tenemos los materiales pero entonces ya se nos viene el cuento de que no hay luz, no hay vías. Esas víasX esas vías son, mejor dicho, casi que nos matan en ese tiempo cuando estábamos trabajando con los productos nuestros. Entonces, lo que de pronto nos podíamos ganar lo perdíamos porque el bus no entraba, no podíamos sacar el producto, se iba la luz y se nos dañaba el producto, todas esas cosas. Y uno tiene que suplir las necesidades de la casa, si la familia se va creciendoX entonces la gente piensa en eso: piensa en irse, piensa en que afuera consigue otras oportunidades”. (Testimonio de uno de los jóvenes entrevistados)

El ánimo, la esperanza y los esfuerzos puestos en un comienzo se empezaron a diluir cuando estos elementos adversos fueron imposibles de controlar de manera eficiente por los jóvenes y sus familias.

“Una de las situaciones más comunes es cuando se lleva a cabo proyectos de restablecimiento con comunidades receptoras y desplazadas y se les imponen talleres o línea de proyectos productivos o de servicios, aspectos sobre los cuales no están capacitados o no tienen vocación” (Rodríguez, 2009: 50).

10. Para poder continuar estudiando, algunos tuvieron que regresar a la

ciudad

Para los jóvenes de Valle Encantado uno de los mayores dilemas tiene que ver con el estudio y la formación académica. Para ellos, una de las manera de apoyar a la comunidad a salir adelante es formándose académicamente, pero para ello deben volver a la ciudad porque el nivel de las escuelas y colegios de la región donde está su lugar de vivienda es muy deficiente.

Allí, los planteles educativos a veces tienen docentes asignados y otras veces no; su infraestructura no ofrece las garantías, por ejemplo, para dar clases en épocas de lluvias porque el agua penetra a los salones; y no hay suficiente material didáctico.

“La mayoría de los pelaos, los que tienen una aspiración o tienen posibilidad de estudiar tienen que venirse porque allá esa situación era muy dura para uno estudiar. Mejor dicho, no hay condiciones”. (Testimonio de uno de los jóvenes entrevistados)

El modelo educativo, dicen algunos de los muchachos, no es tampoco el adecuado para una comunidad rural: sienten que el plan de estudios es muy general y enfocado a áreas de conocimiento que no tienen mucho que ver con su

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vida cotidiana en el campo. Por eso, destacan la necesidad no un sistema educativo clásico, sino especializado en materias agropecuarias.

El dilema entonces es quedarse o irse a la ciudad en busca de una mejor formación, con el riesgo de no volver a Valle Encantado por las oportunidades o la nueva vida que encuentren allí.

Conclusiones 1. Los impactos en Valle Encantados están ligados a dos factores que van

paralelos: tierra – proyecto de vida. Es entonces la relación entre espacio físico y condición emocional, a tener en cuenta como factor al momento de pensar en el daño que se hace a personas y a comunidades al alterar cualquiera de los dos.

2. Garantizar las condiciones dignas de vida para una comunidad en retorno debe ser un imperativo al que ninguna organización de la sociedad civil, por más expectativas que tenga frente al mismo, debe renunciar o conformarse. Las entidades estatales y las no gubernamentales deben igualmente tener esto siempre presente en la asignación de proyectos y de presupuestos para su acción.

3. Las organizaciones sociales acompañantes de procesos de retorno de

población a un territorio, así como las entidades estatales y no gubernamentales, deben garantizar un escenario en donde se reivindiquen realmente los derechos de las personas, se les reconozca su dignidad y la posibilidad de establecerse de manera sostenible en el tiempo.

4. Poder tener un pedazo de tierra en donde desarrollarse como personas,

reconstruir sus vidas y sus familias representó para algunos de los hijos del Valle Encantado la posibilidad de recuperar su estado de autonomía y de libertad, elementos sicosociales fundamentales para el desarrollo de un ser humano.

5. El dolor, las experiencias compartidas de la situación de desplazamiento, las

pérdidas humanas que vivieron hicieron que estos muchachos/as y sus familias optaran por tejer lazos de solidaridad y no de venganza y de aislamiento. La organización social y el tejido social se pueden reconstruir igualmente si se canalizan en forma adecuada aspectos dolorosos y complejos como estos.

6. El ejemplo vivo de las madres en sus procesos de formación como comunidad

y en el desarrollo de estos largos años de vida en el Valle Encantado ha sido transferido a los hijos. Para estos muchachos no hubo mejor lección de vida que el ejemplo de ver a sus madres luchando de manera pacífica por ese pedazo de tierra y el perseverar ante la adversidad con valentía y siempre

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conservando la esperanza en el futuro. El ejemplo fue más importante que el discurso y la retórica.

7. Para estos muchachos/as el proceso de Valle Encantado también ha

representado un espacio de reflexión y de conocimiento sobre la realidad colombiana, un proceso de apertura a entender los que les ha sucedido y a valorar el esfuerzo realizado. El conocimiento de lo que les sucedió también ha sido un camino hacia la sanación de sus mentes y sus almas.

8. Uno de los aprendizajes que deja esta experiencia para el enfoque de Acción

sin Daño es precisamente estructurar proyectos de vida de acuerdo con las condiciones que hayan tenido las comunidades a lo largo de los años: pensar muy bien que no se trata simplemente de dar tierra, por ejemplo, o de asignar grandes recursos económicos a modo de compensación o solución a problemas sentidos de dichas comunidades, sino que debe ello debe ser el resultado de un proceso integral de acompañamiento, diálogo y concertación con la propia gente para que sea ella la que diga qué es lo más adecuado para su caso.

9. Estos muchachos/as reconocen que han tenido que adaptarse tanto al

escenario de la ciudad como del campo. También cuentan que ha podido ver lo mejor y lo peor de esos dos espacios y a pesar de ello han podido reinventarse cada vez que han tenido que transitar por alguno de los dos. Esa capacidad de adaptación ha sido un elemento fundamental el proceso de reconstrucción de sus vidas y en el establecimiento de metas.

10. Parte de las condiciones dignas de retorno para una comunidad debe ser la

garantía de que los terrenos a los que irán a vivir están completamente saldados de deudas y perfectamente legalizados. El caso de Valle Encantado muestra que el no tener por completo la propiedad de la tierra frena el proceso organizativo, limita las expectativas a futuro, genera ansiedad y temor frente al futuro.

11. Parte de los aprendizajes como comunidad en retorno ha sido que es

importante generar el empoderamiento de todos los miembros de la comunidad y no concentrar el liderazgo en un sector solamente. El impulso presentado por las mujeres de Valle Encantado, aunque ha sido un factor determinante para la persistencia de este proceso, también ha disminuido los alientos de los más jóvenes para continuar con la tarea. Sin embargo, este es un hecho que se ha venido trabajando y que ha dado pie a que muchos de los más jóvenes se sientan herederos de los sueños de sus madres y a pesar de los momentos adversos y de tener que salir del territorio, no abandonen la esperanza de seguir construyendo vida en el Valle Encantado.

12. La situación del Valle Encantado frente al establecimiento de iniciativas

productivas muestra una vez más que estos procesos requieren de una estrategia fuerte y clara de concertación, seguimiento y monitoreo directo por

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parte de las organizaciones que apoyan este tipo de procesos. No vasta con dar un plante para realizar la iniciativa, se necesita estar ahí con la comunidad para acompañarla en su desarrollo y apoyar los procesos que de ahí se generen.

13. Son derechos de toda persona que nace en territorio colombiano poder

acceder a la educación. Pero a una educación que reivindique su condición de sujeto/a de derechos y acorde con el medio social y cultural de las comunidades.

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