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La muerte de Oscar Terán, ocurrida en Bue -nos Aires en marzo de este año, afecta muy ín -timamente a quienes hacemos esta revista.Aunque sólo sea un camino indirecto para es -bozar la magnitud que asume su ausencia antenosotros, conviene recordar aquí que fue Teránquien, a partir de 1994, reunió en la Uni versidadNacional de Quilmes al grupo de investigado-res que comenzaría a editar Prismas en 1997.El grupo, por añadidura, provenía mayormentede dos ámbitos académicos que dirigía el mis -mo Terán en la Uni versidad de Buenos Aires:la Cátedra de Pensamiento Argentino y Lati noa -mericano, en la Facultad de Filosofía y Letras,y el Semi nario de His toria de las Ideas, los Inte -lectuales y la Cultura, en el Instituto Ravignani.La nueva agrupación en Quilmes se llamó, alcomienzo, Programa de Historia y Análisis Cul-tu ral y, a partir de 1997, Programa de HistoriaIntelectual, que Terán integró hasta su muerte,habiendo sido su director hasta el año 2005.

Esta centralidad de Terán en la existenciamisma del grupo, la importancia decisiva queha tenido en la formación de varios de sus in -tegrantes, y la amistad, de la que gozába mosentrañablemente otros tantos, nos ha llevado aorganizar este Dossier aun a sabien das de que,a tan poco tiempo de su muerte, resultaría im -po sible dar cuenta acabada mente de su legadointe lectual. Hemos reunido aquí, como recuer -do y tributo, un trabajo suyo inédito, el textosobre Amauta que escribió para el proyecto“Hacia una historia de los intelectuales enAmérica Latina”, y la desgrabación delhomenaje que se le rindió en el Seminario deHistoria de las Ideas, los Intelectuales y laCultura, el viernes 25 de abril de 2008.

Grupo PrismasPrograma de Historia Intelectual

Un camino intelectual: Oscar Terán, 1938-2008

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1En la década de 1920 en que vio la luz larevista Amauta, creada y dirigida por José

Carlos Mariátegui, el Perú había ingresadoen un evidente proceso de modernización.Este proceso se desplegó durante el llamado“Oncenio” del régimen de Augusto Leguía(inaugurado en 1919 con un golpe de Estadoy cerrado con otro en 1930).

La modernización no fue sólo económica.También el crecimiento se vio acompañadopor una notoria movilización popular y obre -ro-estudiantil. Ensamblado con la ReformaUniversitaria, este último movimiento prota-gonizó en 1918 una huelga que confluyóprontamente con el movimiento obrero. Alaño siguiente un paro general marcó un hitoen las luchas populares y en la condensaciónde algunos agrupamientos de izquierda. Sig-nificativamente, la asamblea constitutiva dela Confederación General del Trabajo (CGT)estuvo presidida por el entonces estudianteHaya de la Torre (1895-1979), provenientede Trujillo y futuro creador de la Alian za

Popular Revolucionaria Americana (APRA), delarga e influyente presencia en la políticaperuana.

En el plano de la vida cultural, el Perú deMariátegui vivirá una auténtica “moviliza-ción intelectual”. Por un lado, se asiste a unproceso de incremento de las prácticas edu-cativas formales. Entre 1906 y 1930 se regis-tra un importante aumento tanto de las tasasde alfabetización y escolarización como de lamatrícula universitaria y magisterial, dentrode una expresión más del ascenso de las cla-ses medias en el escenario social y acadé-mico. Y en el lapso 1918-1930 se triplican laspublicaciones de toda índole, incluyendoperiódicos y revistas. Por otra parte, entre1900 y 1930 se asiste a la emergencia rele-vante de una intelectualidad regional, dedonde provendrá la ofensiva indigenistaabierta a mediados del siglo XIX y potenciadapor la obra de Clorinda Matto de Turner(1852-1909). Ella fue afianzada por la funda-ción en 1909 de la Asociación Pro-Indígena yproseguida ya en tiempos de Mariátegui porel libro Tempestad en los Andes, de Luis E.Varcárcel (1891-1986). Por fin,

el Estado leguiísta buscó incorporar en sudiscurso una temática indigenista, concesiónretó rica que, con todo, hace que por prime -ra vez se incluya en la constitución el reco -

* Este texto fue preparado por Oscar Terán para elproyecto “Hacia una historia de los intelectuales”que está actualmente en prensa en Carlos Altamirano(dir.), Entre cultura y política: historia de los inte-lectuales en América Latina, Buenos Aires, Katz Edi-tores, vol. 1. Agradecemos a Katz Editores por haberautorizado generosamente la publicación anticipadaen este Dossier.

Amauta: vanguardia y revolución*

Oscar Terán

Prismas, Revista de historia intelectual, Nº 12, 2008, pp. 173-189

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nocimien to de las comunidades indígenas(Deustua y Rénique, 1984: 78-79).

Como parte de un fenómeno en expansión,nacen diversas revistas indigenistas, como LaSierra, Boletín Kuntur o el Boletín de la Edi-torial Titikaka. Una experiencia particularestuvo asociada con la creación de las Uni-versidades Populares González Prada, moto-rizada a partir de 1921 por Haya de la Torre.Como parte de dicha actividad, Mariáteguidictará sus conferencias sobre la crisis euro-pea al retornar en 1923 del Viejo Mundo.

Aquel proceso modernizador operabaempero sobre el sustrato fuertemente tradi-cionalista que había caracterizado la vida dela nación peruana, y sobre una realidad queheredaba dos profundas marcas negativas:las fuertes rémoras provenientes del fondocolonial de su pasado y los efectos de laderrota en la guerra del Pacífico frente aChile (1879-1884). En ese panorama devas-tado, Manuel González Prada (1844-1918)había surgido como la conciencia crítica yregeneracionista de su sociedad, haciéndolodesde posiciones anarquistas y positivistas.Precisamente, al mirar ese pasado reciente,la generación de Mariátegui encontrará en elautor de Páginas libres una tradición porrecuperar. En los 7 Ensayos, Mariátegui con-siderará justamente que González Prada“representa, de toda suerte, un instante –elprimer instante lúcido– de la conciencia delPerú” (Mariátegui, 1977: 255).

Junto con ello, y como dato significativodentro de la institucionalidad intelectual de laépoca, cuando Magda Portal (1900-1989)–figura destacada del círculo mariateguiano ydel núcleo aprista– estudiaba en San Marcos,esta universidad contaba con no más de 2.000estudiantes, en un momento en que Lima tenía200.000 habitantes y el país, unos cuatro mi -llones (Burga y Flores Galindo, 1979: passim).Este proceso se desplegaba sobre la base deuna estructura educativa donde la elitización

se hallaba presente ya en la escuela secundariay crecía al llegar a los colegios privados, mu -chos de ellos confesionales. La desigualdadregional obligaba además a quienes estaban encondiciones de cursar carreras universitarias aemigrar a Lima. Más aún: el respeto deferen-cial de las jerarquías simbólicas, de origen cul-tural y social, resultará notorio incluso “paralos intelectuales indigenistas en el triánguloLima-Cuzco-Puno” (Leibner, 2003: 475).Otros datos que ilustran aquella realidad socialindican que para el mismo período las dos ter-ceras partes vivían en la sierra y casi el 80%del país era rural. La mayoría de su poblaciónera analfabeta y el monolingüismo en quechuay aymara superaba el 50%.

En la arena política, en el período 1895-1919 había imperado la “República aristocrá-tica” (en 1919 vota el 3% de la poblaciónhabilitada), caracterizada por un Estado oli-gárquico y un capitalismo de explotación quemantenía el predominio latifundista de lahacienda. El partido Civil nucleaba a la frac-ción agroexportadora y había modelado hastaentonces la conducción del Estado (Burga yFlores Galindo, 1999).

Mas si bien el fuerte rasgo tradicionalistade la formación de la nación peruana resul-tará perdurable, poco a poco en las primerasdécadas del siglo pasado se abrieron algunasfisuras. De hecho, fue en Lima donde seconstituyó un lugar de encuentro de los jóve-nes de diversas partes del Perú para proseguirestudios universitarios o encontrar un empleoburocrático. Y fue también en Lima dondeemergieron aquí y allá variadas manifestacio-nes de rebeldía entre bohemia y política en laciudadela tradicionalista.

La biografía de Mariátegui contiene precisa-mente rasgos provenientes de esos fenóme-nos colectivos, fuertemente asociados con supertenencia a un grupo social diferenciado delas elites tradicionales. Por todo ello Mariáte-gui se tornaría así en un hijo de sus obras.

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En ese ámbito, la bohemia y la marginali-dad definieron hasta principios de los añosveinte la reducida geografía del Palais Con-cert, esa gran confitería en Baquíjano y Mine-ría, estilo art nouveau con orquesta de señori-tas que tocaba valses vieneses y lied alemanes.A mediados de la segunda década del siglo, unpequeño pero significativo episodio en laLima tradicional agitó con rasgos de escán-dalo las buenas conciencias, cuando Mariáte-gui y los suyos organizaron en el cementeriolimeño la ejecución de la marcha fúnebre deChopin danzada por la bailarina rusa NorkaRouskaya. La ocurrencia terminó con la inter-vención policial y un escándalo público. Tam-bién en ese espacio bohemio, con la jefaturade Abraham Valdelomar (alias “el Conde deLemos”), se instaló un círculo decadentistanutrido por la tertulia de cafés y las redaccio-nes de periódicos. O sea que, como en tantasotras partes, la prensa y el periodismo resulta-ron ámbitos estratégicos de sociabilidad y pro-ducción literaria. En el caso de Mariátegui,resultó nítida la curva que desde el “literatoinficionado de decadentismo finesecular” seabriría paso a las preocupaciones sociales ypolíticas. Ello sucedió en el contexto de laradicalización política obrero-estudiantil y delfugaz experimento del diario La Razón a fina-les de la segunda década del siglo.

Ese surco ya no dejaría de profundizarse,aunque estuvo cruzado por los vaivenes delconfuso plegamiento de Mariátegui a la pro-puesta de Leguía como Agente de Propa-ganda del Perú en Europa. No obstante, laexperiencia europea de Mariátegui desple-gada entre fines de 1919 y comienzos de 1923marcará de manera irreversible su itinerariopolítico-intelectual. En el centro de dichaexperiencia se ubicó su estadía en Italia, atra-vesado por la profunda crisis de posguerra, elbienio rojo y la marcha fascista sobre Roma.Y así como José Ingenieros había visto en laprimera guerra un “suicidio de los bárbaros”europeos que sería seguido por una recompo-

sición civilizatoria a la luz de la experienciabolchevique, y como Lugones propondríaante la crisis del sistema demoliberal la nece-sidad de inspirarse en el modelo fascista,Mariátegui leerá, en el interior del entramadotejido por Spengler y Sorel, los signos quecolocaban en el conflicto bélico el límite entredos épocas y dos concepciones de la vida. Porello, mientras a su entender el ideal anteriorconsistía en “vivir dulcemente”, al resucitar“el culto de la violencia” e insuflar en laRevolución Rusa “un ánima guerrera y mís-tica”, los revolucionarios, como los fascistas–escribirá Mariátegui–, se propusieron “vivirpeligrosamente” (Mariátegui, 1970: 15 y 17).

De allí en más las presencias de Spenglery Sorel ya no lo abandonarán. El primero fuecaracterizado como “uno de los pensadoresmás originales y sólidos de la Alemaniaactual”, que en un libro notable había desa-rrollado la tesis de que “el fenómeno másimportante de la historia humana es el nacer,florecer, declinar y morir de las culturas”(Mariátegui, 1975: 78). Georges Sorel, por suparte, de modo aún más poderoso, le otorgarála consigna de un diagnóstico entre decaden-tista y agonal:

La civilización burguesa sufre de la falta deun mito, de una fe, de una esperanza. […] Laburguesía no tiene ya mito alguno. […] Elproletariado tiene un mito: la revoluciónsocial. […] La fuerza de los revolucionariosno está en su ciencia; está en su fe, en supasión, en su voluntad. Es una fuerza reli-giosa, mística, espiritual. Es la fuerza delMito (Mariátegui, 1970: 22).

En la primera conferencia que pronunció alregresar al Perú, reforzó esa referencia cen-tral y se desmarcó asimismo de la socialde-mocracia alineada en la que fuera la posicióndel Maestro de la Juventud Alfredo Palaciospor “su injustificable prescindencia del pen-samiento de Georges Sorel” (Mariátegui,1978: 100).

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Sólo faltaban algunas piezas estratégicasen la articulación mariateguiana de su pro-puesta. En el seno de la militancia intelectuallabrada por Haya de la Torre y las Universi-dades Populares González Prada, esas piezasestuvieron talladas en los moldes no siempreunívocos del latinoamericanismo y el mar-xismo de la III Internacional. Pero de un lati-noamericanismo siempre apoyado en los bor-des complejos de un movimiento de suturaentre el Viejo y el Nuevo Mundo.

Yo no me sentí americano –expresó– sino enEuropa. Por los caminos de Europa encontréel país que yo había dejado y en el que habíavivido casi extraño y ausente. Europa mereveló hasta qué punto pertenecía yo a unmundo primitivo y caótico; y al mismotiempo me esclareció el deber de una tareaamericana (Mariátegui, 1970: 162).

Poco antes, en Temas de Nuestra Américaregistró las brechas que progresivamente iríandemarcando las distancias con el aprismo.

La realidad nacional –volvió a escribir– estámenos desconectada, es menos indepen-diente de Europa de lo que suponen nuestrosnacionalistas. […] La mistificada realidadnacional no es sino un segmento, una parcelade la vasta realidad mundial. […] El Perú estodavía una nacionalidad en formación. […]La conquista española aniquiló la culturaincaica. Destruyó el Perú autóctono. Frustróla única peruanidad que ha existido (Mariáte-gui, 1978: 26).

Ése fue exactamente el extremo anterior deun giro decisivo, en el cual se propuso unatorsión compleja y típica del vanguardismode los años veinte. Puesto que si aún ennoviembre de 1924 afirmaba que la conquistaespañola había aniquilado a la cultura incaicay con ello a “la única peruanidad que ha exis-tido”, cuando descubra ese “Perú autóctono”que no había resultado extinguido por com-

pleto, que no había sido homogeneizado porla modernidad burguesa, podrá imaginarse lacoincidencia de las temporalidades, operandosobre el presente precisamente para unificarpasado y futuro. Por ello Mariátegui resolvióla ecuación declarando inexistente el con-flicto entre el revolucionario y la tradición;conflicto que sólo existe “para los que conci-ben la tradición como un museo o unamomia” (Mariátegui, 1978: 15). Ella, la tra-dición, en cambio, está viviente porque yaceen un tiempo que es el eterno presente delmito, esto es, en un hecho absolutamentenovedoso que sin embargo se comunica conun tiempo originario.

Pero esta concepción prontamente genera-ría tensiones teóricas y políticas (sobre lasque volveremos) que estallarían hacia 1928en la ruptura con Haya y el aprismo.

2Para entonces, la revista Amauta llevabaya unos dos años de existencia, y en el

total de sus 29 números editados por Mariá-tegui se puede seguir la trama y los hilos desentido complejamente urdidos. Y urdidos enel meollo de la redefinición política que loalejó de Haya, así como del nacionalismopopular y antiimperialista, para proyectarseen la construcción de una versión del socia-lismo latinoamericanista.

Dentro de ese conjunto de textos, de posi-cionamientos político-intelectuales y deconstrucciones de una figura de intelectual,la revista Amauta diseñó un emprendimientodecisivo y notable. Fue de tal modo parte dela constelación de revistas de vanguardia lati-noamericanas que en esos mismos años,como Martín Fierro en la Argentina o la quedesde México llevó el nombre-programa deContemporáneos, habían llegado para intro-ducir el valor de “lo nuevo”.

Aparecida en septiembre de 1926, Amautase presentó como una “Revista Mensual deDoctrina, Literatura, Arte, Polémica”, diri-gida por José Carlos Mariátegui y con la ge -

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rencia de su amigo y compañero de militan-cia político-intelectual Ricardo Martínez dela Torre. El valor de la suscripción en Lima yprovincias era de $4.00 por año y de $2.20por un semestre. La edición corriente (habíaotra de cien ejemplares de mejor calidad)costaba 40 centavos, y desde el número 17aumentó a 60 centavos. Comparativamente,cuan do apareció el libro de Mariátegui Laescena contemporánea, se vendió a $ 1.80,mientras Las cien mejores poesías peruanasse vendía a 2 pesos.

Por la correspondencia de su director sabe-mos empero que la revista se solventaba conla venta de otro tipo de textos, sobre todoescolares, editados por la Imprenta Minerva,propiedad de la familia Mariátegui.

A pesar de este apoyo financiero, la Socie-dad Editora Amauta solicita en el número 8,de abril de 1927, apoyo financiero dada, dice,la expansión de su venta en provincias y enHispanoamérica. En ese mismo mes larevista registra 957 suscripciones. Ya en elnúmero 20 lanza un llamamiento a amigos ysimpatizantes para superar sus dificultadeseconómicas, y en el ocaso del número 32 (yamuerto Mariátegui) amenaza con publicaruna lista de morosos de la revista.

Más allá del Perú, Amauta se caracterizópor generar una amplia red de distribución,aun con sus limitados medios, en todo elámbito hispanoamericano. Tanto las recen-siones de libros peruanos, chilenos, argenti-nos y mexicanos, así como la corresponden-cia con los lectores nos permiten verificarque dicha red alcanza a autores como CarlosSánchez Viamonte, Arturo Capdevila, Julio V.González, José Vasconcelos, Manuel Seoaney tantos otros, así como manifiestos del tipodel que le dirige Alfredo Palacios como pre-sidente de la Unión Latinoamericana, unmanifiesto de Manuel Ugarte a la juventudlatinoamericana, y, junto con un largo etcé-tera, hasta una foto de Sandino autografiadapara Amauta.

En cuanto al clima ideo-sentimental de eseperíodo, el mismo fue ilustrado por Parra delRiego, el poeta peruano que fue el primermarido de la uruguaya Blanca Luz Brum,cuando expresó: “Vivo en el siglo en que damás pena morirse, en el de Lenin, Einstein…,en que todo es posible”. En el mismo sentido,y ahora a la luz de la revolución rusa, RicardoMartinez de la Torre –el segundo en la jerar-quía de la revista–, escribió:

¡Moscú, eje del Mundo hoy, hija de Espar-taco, cuyo alarido repercute a través de lossiglos y de las generaciones! […] ¡Nacerdentro de cien años y decir de pronto: Yo vivíentonces, yo viví durante aquellos años!(Amauta, Nº 10: p. 76).

Resulta asimismo elocuente que al regresarde Europa, de los tres nombres que Mariáte-gui ofrece como epítomes de “los tiemposnuevos” dos son los de Einstein y Lenin y elotro del capitán de industria sueco HugoStinnes. Eran sin duda los héroes moderniza-dores que habían asaltado los cielos del espa-cio-tiempo cósmico y del poder zarista, ytodos ellos compartían el nervio energéticoque los colocaba en las antípodas del adoce-nado y timorato burgués producto del –comose decía– “aburrido siglo XIX”.

En el plano de las ideas, lo nuevo moder-nizador de Amauta agrupa un conjunto denúcleos de significación que cobran sentidocon relación al giro antipositivista puesto enmarcha en la cultura europea desde la crisis“tardo-moderna” de fines del siglo XIX.Esquemáticamente recordaré que dicha quie-bra de la razón occidental tiene su monu-mento en la obra de Nietzsche, que obtuvocondiciones propicias para su expansión trasla gigantesca crisis civilizatoria inducida por laguerra de 1914.

En sede hispanoamericana, la fortaleza delpositivismo y la estructura de su campo desaberes –mucho más literario que filosófico–,

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junto con las notorias diferencias histórico-culturales respecto de Europa, determinaronque lo que en el Viejo Mundo siguiera elcurso de las filosofías de la conciencia a laBergson, o vitalistas, relativistas, pragmatis-tas e irracionalistas, resultara tramitado enuna primera etapa en el seno del modernismoliterario y de lo que Real de Azúa definieracomo la ideología del modernismo cultural.De hecho, el ensayo identitario de mayoréxito resultó el Ariel de Rodó (1900), encua-drado explícitamente en el canon rubenda-riano. Fue así como el modernismo (su esté-tica, sus motivos y sus ideologemas) circulóconfundido hasta bien entrado el siglo conlos mensajes de las filosofías espiritualistasde otro cuño, y que en nuestra región tendríansu exponente y difusor privilegiado enOrtega y Gasset y su emprendimiento edito-rial centrado en la Revista de Occidente.Dentro del clima de la “nueva sensibilidad”orteguiana, se tornarán familiares los nom-bres de Spengler, Simmel o Dilthey, que po -blarían las bibliotecas y los imaginarios his-panoamericanos de nuestra intelectualidadhasta mediados del siglo pasado.

La Sección Libros y Revistas de Amautaofrece un muestrario elocuente de estasinfluencias y de la red de publicacionesextranjeras. Allí figuran, entre tantas otras,recensiones de revistas como la costarricenseEl Repertorio Americano, la argentina Sagi-tario, La Revue Marxiste y La InternationaleComuniste; Universidad, de Bogotá; LaCorrespondance Internationale, Monde y LaNouvelle Revue Française, también editadasen París; Renovación de la Argentina, al igualque Nosotros y Claridad, la madrileñaGaceta literaria…

En el plano de los contenidos del pensa-miento mariateguiano, y en una línea quecompartió sin saberlo con los jóvenes argen-tinos de la revista Inicial (1923-1927), laradicalización del discurso bergsoniano

encontró su realización en las mencionadasestribaciones del pensamiento de GeorgesSorel. En su obra final (Defensa del mar-xismo), retornan una y otra vez en Mariáteguilos elogios hacia el anarcosindicalismo sore-liano, asociándolo fructíferamente con elpensamiento de Bergson.

Y en efecto, en la lectura de Amautaresulta fácil reconocer la presencia de todasestas marcas ideológicas, algunas de las cua-les (como el biologismo positivista) son evi-dentemente residuales, otras lucen activas(como el modernismo rubendariano y el deca -dentismo) y otras por fin emergentes, comoel americanismo, el indigenismo, el freudis -mo, el antiimperialismo, el marxismo, el vi -talismo soreliano y a su través nietzschea no,junto con la sensibilidad y las expresiones delas vanguardias estéticas (futurismo, cu bis -mo, surrealismo).

Empero, aquí y allá aparecen en Amautaindicios de una progresiva definición noexenta por cierto de fricciones. En principio,porque para Mariátegui no todo lo nuevo espertinente para un proyecto de transforma-ción revolucionaria, dado que también existe“lo nuevo burgués”, en cuyos extremos haflorecido el fascismo. Tales son, en escalaminimalista, los rechazos frente a algunasmodas en curso. Así, mientras en el número13 de Amauta, de marzo de 1928, EnrikePeña Barrenechea entona el “Elogio a MissBacker”, allí mismo Martín Adán se colocadel lado de Mariátegui contra esa “mulatanorteamericana pasteurizada que se alimentade zanahorias crudas”. Por lo demás, ya en elnúmero 5 Modesto Villavicencio había soste-nido que el chárleston era el equivalente alfascismo en la política, y sus “movimientosepileptoides y arrítmicos” “como el símbolode la cachiporra y del aceite de castor”,donde el burgués encontraba un modo degastar energías (N° 5: 36). Tempranamente elartículo de Mariátegui “Arte, revolución ydecadencia” (N° 3) había tratado de separar

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la paja del trigo. En el corsi e ricorsi entrerevolución y decadencia, el sentido revolu-cionario está –sostenía Mariátegui– en laburla al “absoluto burgués”.

Mas si estas definiciones corrían por carrilesexploratorios, a partir de enero de 1928 Hayade la Torre redefinió el carácter y el objetivo desu proyecto político y precipitó la institucióndel Partido Nacionalista Peruano en desme-dro de la anterior forma de alianza y frenteúnico. Fundó en esa fecha desde México elPartido Nacionalista Peruano, “Organizaciónpolítico-militar revolucionaria, que reconocecomo fundador y jefe supremo en ambos órde-nes a Víctor Raúl Haya de la Torre” (Martínezde la Torre, 1947-1949: 290-293). Dicho par-tido resultó encuadrado en una concepciónpoliclasista que en el número 9 de AmautaHaya de la Torre describió de este modo:

Nuestro Partido Anti-Imperialista es una“Alianza Popular”. Alianza de todas las fuer-zas populares nacionales afectadas por elimperialismo. Alianza o Frente Único de lasclases productoras (obreros, campesinos) conlas clases medias (empleados, trabajadoresintelectuales, pequeños propietarios, peque-ños comerciantes, etc.). Nuestra APRAimplica, pues, un Partido de Frente Úniconacional, popular. Así fue fundado en 1924 yasí subsiste hasta hoy probando con la reali-dad misma su necesidad (Haya de la Torre,Amauta, Nº 9, año II, mayo de 1927).

Como contraataque, en la carta que Mariáte-gui envía en abril de 1928 a la célula apristade México caracteriza la pieza política delaprismo como perteneciente a “la más detes-table literatura eleccionaria del viejo régi-men”, así como de cimentar un movimientoen “el bluff y la mentira” y de incurrir en“ramplona demagogia criolla” (Mariátegui,1984: 372).

La ruptura devino total, y será en el defi-nitorio artículo “Aniversario y balance”, de

septiembre de 1928, donde la revista se des-pedirá del arielismo y declarará que “ya no esnecesario llamarse revolucionario de la‘nueva generación’ o de la ‘nueva sensibili-dad: esas palabras han envejecido, lo mismoque ‘izquierda’, ‘vanguardia’, ‘renovación’”.También los adjetivos “antiimperialista”,“agrarista”, “nacional-revolucionario”, dadoque “el socialismo los supone, los antecede,los abarca a todos”. Ahora todos esos califi-cativos resultaban subsumidos en el términoRevolución, y éste a su vez remitía al socia-lismo. Por eso a Amauta le bastaba con ser“una revista socialista” (Amauta, año III, Nº17, septiembre 1928).

Amauta –prosiguió– no es una diversión niun juego de intelectuales puros: profesa unaidea histórica, confiesa una idea activa ymultitudinaria, obedece a un movimientosocial contemporáneo […] En nuestra ban-dera inscribimos esta sola, sencilla y grandepalabra: Socialismo (con este lema afirma-mos nuestra independencia frente a una ideade Partido Nacionalista pequeño burgués ydemagógico).

Y concluía:

No queremos ciertamente que el socialismosea en América calco y copia. Debe ser crea-ción heroica. Tenemos que dar vida, connuestra propia realidad, en nuestro propiolenguaje, al socialismo indo-americano. Deahí una misión digna de una generaciónnueva (Amauta, Nº 17, septiembre 1928, p. 3).

El intercambio de cartas de abril y mayo de1928 desembocó en la acusación de Hayacalificándolo de enfermo de “tropicalismo” y“europeizante”, y cortó el nudo gordiano enestos términos:

APRA es partido, alianza y frente. ¿Imposi-ble? Ya verá usted que sí. No porque enEuropa no haya nada parecido no podrá dejarde haberlo en América.

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En Europa –ironizó– tampoco hay rascacie-los ni hay antropófagos… Póngase en la rea-lidad y trate de disciplinarse no con Europarevolucionaria sino con América revolucio-naria. Está usted haciendo mucho daño porsu falta de calma. Por su afán de aparecersiempre europeo dentro de la terminologíaeuropea.

Concluía reconviniéndolo a ponerse a tonocon la realidad y “disciplinarse no con Euro -pa revolucionaria sino con América revolu-cionaria” (Mariátegui, 1984: 378-379).

El diferendo resultó central, y hacia el finalla correspondencia de Mariátegui mostrará lasnuevas búsquedas políticas e intelectuales.Atenazado entre el nacionalismo popular deHaya y la ortodoxia de “clase contra clase” de laIII Internacional, Mariátegui tratará de zafarde los lazos estrechados y articulará diversosmovimientos en general fallidos.

En el impulso desencadenado por Amauta esposible establecer un balance mucho másrico y complejo, puesto que sus temáticas yestilos desbordaron la centralidad del ejepolítico partidario. De tal manera, los núme-ros de Amauta compusieron mes a mes unespacio poblado por tensiones provenientestanto de tratarse de un cuerpo de ideas in fiericuanto de las voces plurales que la constru-yeron, aun cuando siempre bajo la guía másintelectual que política de Mariátegui. Ento-naron así una pluralidad de voces en los lími-tes de la disonancia, típica de esa figuramariateguiana de “un hombre en marcha”.

En ese derrotero Mariátegui se acompasónuevamente al movimiento disruptivo de lasvanguardias estéticas y teóricas. Elaboróentre otros un ideologema compuesto en lasantípodas de los módulos despreciados delas convenciones burguesas. Para entonces elburgués operó como soporte de aquellaslacras babittianas o mediocráticas descriptaspor Sinclair Lewis, que en cierto modohabían tenido en toda la tradición arielista y

más extrema su propia expresión latinoame-ricana: autosatisfacción en la vida de losnegocios, mediocridad intelectual, incapaci-dad consustancial para el goce estético.Sobre el mismo surco ya labrado, en elnúmero 24 Xavier Abril sintetizó la disrup-ción al proclamarse marxista y freudiano, yen el número 28 sostuvo que Chaplin ySpengler ayudaban a dar “la síntesis de lahistoria. El uno, Chaplin, psicológica; elotro, Spengler, sociológica” (Amauta, pp. 94y 30 respectivamente).

Aquellas tensiones siempre prontas a esta-llar en la publicación mariateguiana puedenagruparse en epítome en la vacilación sobreel nombre de la revista (“Amauta” o “Van-guardia”), que en rigor remitía a dos de lasalmas que la habitaron: por un lado el intentode determinación de la especificidad nacionalperuana (que resultaría proyectado hacia elpasado indígena) y, por el otro, su tramita-ción ideológica en el interior de las corrientesvanguardistas de los años veinte. Así, la elec-ción final del nombre de Amauta es unamarca indicial, sintomática y diacrítica, quedistingue a la revista peruana de las que en lamisma época fundaron su proyecto en unposicionamiento fundamentalmente estéticoy distante de la problemática político-social.El vanguardismo será así el suelo sobre elcual de hecho se imprimirá su socialismo, sumarxismo, su sorelismo, y no a la inversa.

En este terreno, basta con evocar la polé-mica con Luis Alberto Sánchez, quien acusa ala revista de revelar una línea ideológicamenteecléctica en la aceptación de ciertas publica-ciones. Es interesante recordar la respuesta deMariátegui allí donde dice que “Amauta hapublicado artículos de índole diversa porqueno es sólo una revista de doctrina –social, eco-nómica, política, etc.– sino también unarevista de arte y literatura” (Mariátegui, “Polé-mica finita”, en Amauta, Nº 7).

Empero, un programa de tal modo insta-lado en el estrecho filo entre una pulsión

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política y una reivindicación del vanguar-dismo estético y cultural resultaría el campopropicio de disputas para quienes considera-ran imposible o inconveniente semejantecohabitación. Los ejemplos abundan. En elnúmero 22, Martí Casanovas le recuerda aAmauta desde México que “vanguardismo”es un término que pertenece al universo de laestética pura, y que por ende no debe en nin-gún caso confundirse con el arte revoluciona-rio. En la misma dirección encontramos ar -tículos como el de Bela Uitz, “Arte burgués yarte proletario”, o de Esteban Pavletich sobreDiego Rivera, en los cuales se sostiene laheteronomía del arte respecto del clasismo yla política. O la apelación al lenguaje de lascosas de Ricardo Martínez de la Torre cuandoen el número 16 sostiene que “la revoluciónrusa posee el argumento poderoso y concretode su realidad aplastante” y que por ende“toda polémica de interpretación es vana,intelectual, burguesa [y] perjudica la acción”(Amauta, Nº 16, p. 33).

El militantismo en pro de la Revoluciónrusa y de la III Internacional merecerán asi-mismo notas permanentes tanto abonadas porel prestigio del intelectual y educador rusoLunatcharski (Nº 15) como por las nueva-mente no menos encomiásticas páginas deMartínez de la Torre exponiendo el argu-mento irrefutable de la revolución bolchevi-que (Nº 16).

Otra tensión notable, y notablementeresuelta, es la que atraviesa a la revista en ladicotomía nacionalismo-internacionalismo.Para Mariátegui se trató de manera complejade permanecer en ese borde entre el interna-cionalismo comunista y una vocación indige-nista y revolucionaria. Allí sancionó la ati-nencia de un proyecto universal como elsocialista fusionado con otro indoamericanocomo el peruano. Para ello consideró necesa-rio que el socialismo ya estuviera “en la tra-dición americana”, tal como lo mostraría laorganización comunista primitiva incaica.

En este punto resulta por cierto fascinanteobservar cómo, para la fundamentación deeste postulado, recurrirá a un aspecto radica-lizado de las filosofías de la nueva sensibili-dad: más precisamente, aquel que a través deSorel lo remitía a Bergson, y que en la mis -ma revista había modulado tanto el artículo“Los dos misticismos”, del número 3, comode uno de los primeros libros de la editorial,ambos de Ibérico Rodríguez.

En esa dirección se despliegan una serie deartículos de Antenor Orrego, quien en eviden-tes términos orteguianos sostiene que la razóndebe ser y es “instrumento de expresión vitale histórica” (Nº 4). Pero ya en el número 20 elmismo Orrego –en “Algunas notas de ver yandar”– arremete contra el apoliticismo de losintelectuales y denuncia el pensamiento deOrtega como “representativo de cierta zonaeuropea y de cierta zona envejecida y preté-rita de América”, que ha desnudado su verda-dera naturaleza frente a la dictadura españolade Primo de Rivera, para reforzar la procla -ma de que “es europeísmo decadente la fábulamonstruosa de la poesía PURA y del pensamien -to PURO que quieren inhibirse de dar la bata-lla POLÍTICA de su tiempo”.

leyendo con estas lentes la realidad pe -ruana, Amauta efectivizaba una operación tí -pi camente vanguardista al encontrar en elantiprogresismo soreliano un modo de des-quiciar la temporalidad liberal (acumulativa,cuantitativa, homogénea) y de eludir el eta-pismo segundo internacionalista. Entonces larevolución podía devenir el acontecimientoque horadaba el tiempo uniforme y comuni-car un futuro utópico (el socialismo) con unpasado mítico (el mundo indígena), medianteun gesto que descoyuntaba la temporalidaddel progreso acumulativo.

El marxismo también le resultará funcionalpara encarar su “Requisitoria contra el gamo-nalismo o la feudalidad” y para articular laproblemática indígena con una razón funda-mentalmente económica (Nº 10, p. 9), pero

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dejando una y otra vez en claro que el pro-blema de la tierra no era para el universo indí-gena una cuestión solamente económica sinotambién profundamente simbólica y cultural.

Es la renovación del marxismo por fin laque aportó el Marx que llamará “esencial ysustantivo” que implicó la recomposiciónidealista y energética del marxismo revolu-cionario. Desprendiéndose del pesado lastrepositivista y racionalista, bergsonismo y prag-matismo curaron al marxismo del aburguesa-miento parlamentarista y mansamente evolu-cionista para instalar en la teoría de los mitosrevolucionarios las bases de una filosofíarevolucionaria (Mariátegui, 1978b: 20-21).

Otra vez, esos párrafos sobreescritos en unsorelismo crispado resultan atravesados por elduro marxismo positivista y economicista delmarxismo-leninismo profesado en la ortodo-xia tercer internacionalista de Eudocio Ravi-nes. El artículo “La actual etapa del capita-lismo” despliega según su matriz la raigambredel imperialismo en su carácter netamenteeconómico. Desde notas como las dedicadaslargamente al estudio de “Los instrumentosdel capital financiero” (Nº 20) o a fragmentosde Materialismo y empirocriticismo en la crí-tica de Lenin al kantismo (Nº 22), Ravinesbusca afanosamente el cristal de la infraes-tructura que torne transparente la realidad y“sin cuyo conocimiento la política, la guerray la Historia serán ininteligibles” (Nº 10).

No es preciso reiterar empero la anchasenda ideológica que el sorelismo ofrecerá deallí en más a Mariátegui para fundamentarsus posicionamientos ético-políticos, queprecisamente se despliegan en Amauta en lasaga que compondría su libro Defensa delmarxismo, editado poco antes de morir. Elloshan quedado sintetizados en la frase multici-tada que luego formó parte del Prefacio aTempestad en los Andes, de Valcárcel: “No esla civilización, no es el alfabeto del blanco, loque levanta el alma del indio. Es el mito, esla idea de la revolución socialista” (Mariáte-

gui, 1927: 3). Esta presencia y el lugar delsorelismo en el discurso son realmente estra-tégicos, ya que emergen en el tratamiento dela cuestión indígena y le permiten la “nacio-nalización” del marxismo.

Indigenismo y marxismo o nacionalismo ycosmopolitismo: entre estos términos osci-lará otro fiel de la balanza persiguiendo unpunto de síntesis. Aquí es donde un aspecto“ma terialista” especifica el carácter de la cues-tión indígena, introduciendo un desequilibrioentre indigenismo y modernidad. Por un lado,la teoría del mito soreliano permitía un saltovoluntarista y antiintelectualista para asaltarlos cielos. Pero al mismo tiempo los 7 Ensa-yos definían que la cuestión indígena no eraun problema moral sino económico y social ypolítico (Mariátegui, 1977: 36). Más precisa-mente, en el número 5 de Amauta leemos queel indigenismo, según Mariátegui,

recibe su fermento y su impulso “del fenó-meno mundial”. Su levadura es “la ideasocialista”, no como la hemos heredado ins-tintivamente del extinto inkario sino como lahemos aprendido de la civilización occiden-tal, en cuya ciencia y en cuya técnica sóloromanticismos utopistas pueden dejar de veradquisiciones irrenunciables y magníficas delhombre moderno (Nº 5).

Otras voces sostienen en la revista posicionesinestables. En carta publicada por ManuelSeoane en nombre del Grupo “Resurgimien -to” en el número 8, se estampa que el pro-blema del indio peruano es principalmente unproblema económico, es decir, vinculado conla actual organización social. Todo lo demáses adjetivo, al tratarse de una cuestión princi-palmente económica y en modo alguno espi-ritual o siquiera racial. Antenor Orrego en“Americanismo y peruanismo” determinaráigualmente que “el único peruanismo de quese puede hablar y que corresponde a una reali-dad efectiva y privativa es ese peruanismo

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retrospectivo de las culturas incaica y pre-incaica, que no puede tener ya para nosotrossino una virtualidad arqueológica, una virtua-lidad de pinacoteca y museo” que debe impe-dir el absurdo de resucitar el pasado remotopara realizar el porvenir (Amauta, N° 8).

Lejos de sancionar empero un desliza-miento total hacia el energetismo vitalista, lareflexión mariateguiana mantiene ese pie entierra del “dato económico” que la teoríamarxista le inspira y que opera como límite ycontrol del voluntarismo espiritualista. Elsocialismo le ha enseñado en suma que elproblema indígena no es moral sino econó-mico y socio-político, pero aun en los pro-nunciamientos más claros existe la vocaciónde fusionar esas determinaciones con los fac-tores decididamente culturales.

Las fricciones persisten, no obstante, comopuede verse en el Programa del Partido Socia -lista del Perú que Mariátegui fundó. Allí apa-re ce uno de los pocos textos donde puedeencontrarse una adscripción al marxismo-leni-nismo como el “método revolucionario de laetapa del imperialismo y de los monopolios”.Ese posicionamiento resignifica la importan-cia de la comunidad agraria indígena, queahora va a ser descrita en términos más ade-cuados a la ortodoxia comunista como unaposibilidad de solución para “la cuestión agra-ria” (Mariátegui, 1980: 140). Pero nuevamen -te en “El problema de las razas en AméricaLatina” (Mariátegui, 1977a: 104), Mariáteguiretorna a una caracterización que permitafusionar la etnicidad con el clasismo. Concre-tamente sostiene que “el factor raza se com-plica con el factor clase en forma que una polí-tica revolucionaria no puede dejar de tener encuenta”. Los apuntamientos señalan así unconglomerado económico-cultural, desmar-cándose del economicismo e introduciendo laproblemática de la subsistencia de la comuni-dad agraria andina como “un factor natural desocialización de la tierra”. En este aspectopue de señalarse la posibilidad de incluir la no -

ción de hegemonía gramsciana (desagrega dade la idea de dominación) dentro de algunoshilos de la reflexión de Mariátegui. Por ello,“su figura evoca irresistiblemente la de esegran renovador de la teoría política marxistaque fue Antonio Gramsci” (Aricó, 1978: xiii).

Sea como fuere, esa heterodoxia no habríade escapar a la vigilancia de Vittorio Codovilla,máximo dirigente del Partido Comunista argen-tino. No se trata, dice no sin ironía este miem-bro poderoso de la Comintern, de abundarsobre las condiciones de la “realidad peruana”,dado que ellas no se diferencian sustancial-mente de las del resto de América Latina. Ensuma, frente al Perú se está ante “un país semi-colonial como los otros”, y sobre ellos debeimplementarse una misma política (Martínezde la Torre, 1947-1949: 428).

Es en el seno de esta conflictiva situaciónentre el aprismo y la Comintern que Mariáte-gui proyecta su traslado a Buenos Aires.

3Al socaire de esas intervenciones, tam-bién las ideas volcadas en Amauta perfi-

laron el tipo de intelectual imaginario queMariátegui albergó, articulado con las condi-ciones materiales que lo ubicaron en esepunto dentro del campo intelectual peruano.

Todo en la curva de la vida de Mariáteguidibuja un permanente cruce de senderos quese bifurcan y se entretejen según las diversasalmas que lo compusieron. Esas tiranteceshan sido ya en parte agrupadas en torno de laconocida discusión sobre el nombre de la re -vista y del proyecto de determinación de laespecificidad nacional peruana (que resultaríaproyectado hacia las raíces prehispánicas), y,por el otro, de su tramitación ideológica en elinterior de las corrientes vanguardistas querecorrían el continente latinoamericano.

En este último caso, el vitalismo –como vi -mos– le ofreció a Mariátegui unas ideas-fuer zaque debían contraponerse a la autoimagen delintelectual abocado exclusivamente a la teoríao a las formas. Ya había escrito que “el hom-

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bre iletrado […] encuentra, mejor que el lite-rato y que el filósofo, su propio camino. Pues -to que debe actuar, actúa. Puesto que debecreer, cree… Su instinto lo desvía de la dudaestéril” (Mariátegui, 1970: 27). Trató de cons-truir entonces una figura diferenciada de inte-lectual militante, y las páginas de Amauta fue-ron testigos de la polémica con Haya de laTorre que desembocó en el mencionado edito -rial del número 17 donde se opuso al aprismo(ese “Partido Nacionalista pequeño burgués ydemagógico”).

Pero justamente en esta encrucijada sucolocación debía resultar compleja y sujeta aequívocos. Por un lado, puesto que Haya dela Torre no dejará de acosarlo tras la impug-nación de que Mariátegui era un “intelectual”que desnudaba un radical abismo entre teoríay práctica. Y por el otro, su ubicación másque ambigua respecto del comunismo real-mente existente le vedaba el carácter de inte-lectual orgánico, tanto por la inexistencia deun partido al estilo del comunista italianocuanto por el carácter movimientista y poli-clasista de la APRA.

Imposibilitado así de fungir como intelec-tual orgánico a la Gramsci dada la inexisten-cia de un partido comunista (incluso socialista,en el Perú), tampoco acepta serlo de la APRA entanto agrupamiento populista y caudillesco.De allí que Mariátegui termine formando partede una coalición de intelectuales (en tantosociedad de ideas, capilla de discurso y orga-nización de publicaciones) centrado en unavoluntad política dirigida hacia el mundoobrero y sindical (la revista Labor formó partede este proyecto) y hacia el movimiento indi-genista (la sección “El proceso del gamona-lismo” en Amauta recogió este propósito).

Ni jacobino ni bolchevique, confiando en quela vanguardia no se escinde de la sociedad(Sobrevilla, 2005: passim) y que por ende elproceso revolucionario tiene un tempo demaduración y penetración entre las masas,

Mariátegui quedará marginado de las corrien-tes políticas orgánicas fundamentales. Juntocon ello, en el campo estético confiesa no inte -resarle la posición ideológica del escritor, yopina además de que no se debe imprimir a suscolaboradores “una ortodoxia rigurosa”. Todoello porque, en definitiva, Amauta “ha venidopara inaugurar y organizar un debate; no paraclausurarlo. Es un comienzo y no un fin” (Nº 7,J. C. M., “Polémica finita”, pp. 6 y 23).

Y sin embargo este proyecto de intelectualse mantuvo en conflicto con la del artistapuro. En este sentido debe interpretarse lapresencia en la revista de la poesía de JoséMaría Eguren (1874-1942). Después de todo,junto con González Prada es la única otra tra-dición que Amauta homenajea. Y si esta pre-sencia es significativa, ello se debe a su me -nor obviedad, ni bien nos acercamos a la obradel poeta peruano autor de “La niña de lalámpara azul” e instalado en las continuida-des del modernismo tardío. Sorprende asíencontrar en esta revista revolucionaria, jun -to con los duros esquemas económicos mar-xistas-leninistas de un Ravines sobre el capi-tal financiero, versos que riman así: “Vuelavolón / el azulón (…) / Las tardes rosadas /Los días azules”… (Amauta, Nº 27).

Por todo ello, el número 21 dedicado a Egu-ren se ha convertido visiblemente en la palestrade una polémica que lo desborda y que se abrecon una nota a Eguren del primer número deAmauta: “Estamos con el poeta Eguren en uncuarto lleno de luz y hermosos cuadros”. Entreesos cuadros resalta el cronista “un retrato suyoque ostenta la firma del querido ausente Abra-ham Valdelomar”. “Hablamos de música, depoesía, de pintura. De nada otra cosa se podráhablar con este artista de tanta pureza”(Amauta, Nº 2). Porque al mismo tiempo deverificar que Eguren no comprende al indiopero tampoco a la civilización burguesa,deduce que puede por eso mismo hacer brotarsu “poesía de cáma ra, que, cuando es la voz deun verdadero poeta, tiene el mismo encanto”.

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Sin embargo, mientras Xavier Abril novacila en identificar la poesía de Eguren con“nuestra felicidad”, la intervención zumbo -na de Luis Alberto Sánchez no oculta un ciertodesdén al diagnosticar que, de seguir así, fueradel tiempo y de la sociedad, el poeta “corre elpeligro de una infancia demasiado prolon-gada”. Pero basta leer la “Contribución de lacrítica de Eguren”, del propio Mariátegui, paraconvenir que la misma concluye por no ubi-carse en ninguno de estos campos polares.

Que esta consideración que puede separarel arte del compromiso político-social resul-tará perdurable y permanente lo testimonianlas últimas cartas que se intercambian, dondeEguren le habla desde Barranco de “misacuarelas imaginadas: las caritas amables y lanoche de las quimeras” (30 de abril de 1928).Mientras Mariátegui, llamándolo “queridopoeta”, le confiesa su enorme desazón porhaber tenido que postergar la edición de lospoemas de Eguren ante las necesidades mate-riales de la imprenta, concluyendo con unaexplicación que a la luz de los acontecimien-tos por venir se tornará reveladora: “Lo mate-rial –le dice– condiciona siempre nuestros iti-nerarios” (21/11/1928).

Puesto que a pocos como al autor de los7 En sayos le cabe la generalización enuncia -da por Julio Ortega al decir que

casi en todo intelectual limeño hay una fisuraen el origen; en el laberinto familiar y socialdel intelectual, no pocas veces un desajuste,un desbalance, marca el lugar social del inte-lectual con el drama de una remota cuentapendiente (Ortega, 1986: 59).

Y en rigor, las “cuentas pendientes” de Mariá-tegui resultan estremecedoras por lo abultadasni bien nos acercamos a su biografía.

Comenzando por su nombre que no es sunombre, ya que el originario es José del Car-men Eliseo, que él mismo sustituirá por aquelcon el cual lo conocemos. Descendiente asi-

mismo de uno de los próceres de la indepen-dencia (Francisco Javier), pero que apenasconoció a su padre, ya que éste abandonó a sumujer e hijos. Mestizo nacido en provincia,realizará la experiencia del migrante a la ciu-dad de Lima. Una herida de los 7 años deter-minó la inutilidad de una pierna. A los 14años tuvo por necesidades económicas delhogar materno que dejar los estudios forma-les y seguir su instrucción como autodidactamientras trabaja primero como ayudante deimprenta durante catorce horas diarias yluego como cronista y periodista. Sus posibi-lidades de acceso a la educación formal cho-caron con la estructura educativa elitista delPerú de entonces. La desigualdad regionalobligaba además a quienes estaban en condi-ciones de cursar carreras universitarias a emi-grar a Lima, y aun así las dificultades paraeste acceso incluso para un hijo de abogado ofuncionario de provincias se manifiestan conclaridad en el recorrido de César Vallejo. Detal modo, con una baja escolarización,librado al autodidactismo, su formación cen-tral provendrá de su viaje a Italia, mediante el“exilio beca” que le ofrece Leguía y queacepta, allí donde Haya lo rechaza. Luego deeste viaje a Europa padece en 1924 la ampu-tación de la pierna sana. De allí en más, suimagen quedó asociada a su mítica silla deruedas.

De modo que si aún en el Perú la legiti -midad intelectual está entrelazada con ele-mentos de clase y de casta, son evidentes lasmarcas de desclasado y de descastado queMariátegui conlleva. Una de las posibilidadesde salida para esta situación de intelectualfincó en formar parte de una cierta bohemiaconstituida en torno del poeta Valdelomar enla segunda década del siglo, cuando protago-nizarán algunas ya mencionadas actitudestípicas de provocación destinadas a épater lebourgeois.

La tertulia se instaló entonces en redaccio-nes de periódicos y comités de revistas, dado

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que –como es sabido– el trabajo en la prensase convirtió en el segundo oficio del literato,y el periodismo, en una profesión parcialmen -te independiente y con posibilidades de ascensosocio-cultural. Este primer lugar de in telectualdefinido en las antípodas del burgués segúnlos parámetros del modernismo dariano y eldecadentismo finisecular resultará en el casode Mariátegui complejizado por la adscrip-ción al marxismo y al ideario proveniente dela revolución rusa.

Aquí debe reforzarse la hipótesis de que eneste núcleo es donde vanguardia y revoluciónse anudan. Y lo hacen al replicar la vanguar-dia el proyecto político-cultural consistenteen renegar de la tradición del Perú oficialpara nutrirse de la tradición preburguesa, pre-moderna, en tanto en ella se encuentra un“anacronismo” que puede saltar al futuro: lacomunidad indígena.

En segundo lugar, en el caso de los inte-lectuales denominados por Natalia Maluf“periféricos cosmopolitas”, es preciso aten-der a la relación que mantuvieron con susfaros colocados en el escenario mundial. Yno fueron solamente aquellos ubicados en laszonas turbulentas del planeta como México,China o Rusia. Incluso en 1927 Mariáteguiapeló a un modelo de incorporación a lamodernidad recurrido desde el inicio mismodel siglo XX. El Japón –escribió– “nos ofreceel ejemplo de un pueblo capaz de asimilarplenamente la civilización occidental sin per-der su propio carácter ni abdicar su propioespíritu” (Flores Galindo, 1980: 45). Otraalternativa que lo tentó recuerda algunasintervenciones de Rosa Luxemburg apunta-das a un internacionalismo consumado. Así,un año antes de su muerte escribió en Reper-torio Hebreo de abril-mayo de 1929: “Elpueblo judío que yo amo no habla exclusiva-mente hebreo ni yiddish; es políglota, via-jero, supranacional”.

Justamente, sus ídolos intelectuales yartísticos Chaplin y Freud fueron reconoci-

dos por él mismo por ese carácter de com-partir la judeidad, tal como lo expresó al refe-rirse al segundo de ellos y vincularlo con undestino de marginalidad:

No es talvez por un simple azar que el pro-motor del psicoanálisis es un judío. Para sus-tentar el psicoanálisis era necesario estarampliamente preparado para aceptar el aisla-miento al cual condena la oposición, destinoque, más que a ningún otro, es familiar aljudío (Amauta, Nº 1, p. 11).

Y en su artículo “Esquema de una explica-ción de Chaplin”, ubica al actor como unbohemio y por ende como “la antítesis delburgués”. Precisamente por provenir del cir -co y no del teatro burgués que ha sido oficial -mente ejecutado por “el cinema”, las pelícu-las de Chaplin operan un renovado “retornosentimental al circo y a la pantomima” (Amau -ta, n. 18, p. 68).

Creo que no es ocioso reiterar que estemovimiento de ir hacia atrás para saltar haciaadelante, como capacidad prodigiosa de untipo de marginalidad, construye la mismaprotoforma o metáfora con la cual Mariáteguipensó la vanguardia y la revolución en elPerú. Esto es, como un renegar de la tradi-ción del país oficial para nutrirse de la tra -dición preburguesa y premoderna, en tanto enella se encuentra un “anacronismo” quepuede catapultarse al futuro; como un retornohacia la comunidad indígena y el incario parasaltar al socialismo. Esta posición ofrecióresistencias dentro de la misma revista, comoen el caso de Antenor Orrego en el citadonúmero 5. De allí que tempranamente sehayan señalado en las posturas de Mariáteguianalogías con el populismo ruso (Miroshev -ski, en Aricó, 1980: 55-70). Tampoco creoarbitrario postular que esta figuración se ar -ticuló con una posición primero padecidacomo un minus dados sus orígenes sociocul-turales, y luego potenciada como un plus

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para convertirla en una positividad y cons-truir una figura de intelectual. Imposible asi-mismo dejar de señalar la sospecha de quesemejante proceso donde las temporalidadesse dislocan y donde lo viejo convive demanera particular con lo nuevo y lo novísimose corresponde bien con el carácter señaladode la asincronía peruana dentro de la asincro-nía latinoamericana (del Perú, en suma, comoun extremo del “extremo Occidente”, segúnla caracterización de Alain Rouquié).

Sea como fuere, aquella alternativa revo-lucionaria vaciada en el molde del moder-nismo extremista no se realizó. Atenazadopor la doble presión de la III Internacionalque lo acusa de populista y de Haya de laTorre que lo descalifica por europeísta, losúltimos años de Mariátegui transcurriránsobre todo en el intento por proseguir su sor-prendente gestión cultural centrada en larevista Amauta.

En cuanto a la ambigua relación con Egu-ren, puede pensarse en ese tópico metafóricode que habla Hans Blumenberg al referirse ala separación casi melancólica entre amigosal emprender itinerarios divergentes. Peropuede pensarse que hablan asimismo de quesi la tensión entre “Amauta” y “Vanguardia”se había en efecto resuelto en Mariáteguihacia el primero de esos términos, dicharesolución no ocultaba por completo la otraalma de los años veinte.

La correspondencia de Mariátegui conSamuel Glusberg acerca del decidido viaje aBuenos Aires habla con elocuencia de losúltimos y estrictos condicionamientos de supropio itinerario. Hay algo del orden deltemor y temblor en ese epistolario entredecepcionante y esperanzado (Mariátegui,1984: passim).

He aquí una veloz y postrera secuencia dehechos y cartas. En junio de 1927 el gobiernoanunció el descubrimiento de un complotcomunista, y Mariátegui fue encarcelado

junto con otros intelectuales y obreros. Ya enseptiembre, producida la clausura policial deAmauta, le confiesa a Glusberg que trataráde reanudar en Lima la publicación de la revis -ta, pero que “si no pudiera conseguir la recon -sideración de su clausura, me dedicaré a pre-parar mi viaje a Buenos Aires”.

El 29 de noviembre de 1929, luego de dosaños de reanudada la publicación, Mariáteguile comunica a Joaquín García Monge, direc-tor de El Repertorio Americano, de CostaRica, que “desde las 7 y 45 p.m. del 18 hastalas 3 y 30 p.m. del 20 mi casa permanecióocupada por la policía. Yo y mi familia estu-vimos detenidos e incomunicados”.

Por fin, a fines de la década, cuando es underrotado político y bajo el asedio policial,programa su instalación en Buenos Aires de lamano de Samuel Glusberg. Entonces, otra vezle confiesa: “Por eso, se apodera de mí con fre -cuencia el deseo urgente de respirar la atmós-fera de un país más libre”. Pero a este deseo sele superpone otro lamento que ya toca elnúcleo de su capacidad productiva y proposi-tiva: “Mi libro no ha merecido sino una notade Sánchez, en la prensa de Lima” (10 dejunio 1929). Y a Palmiro Macchiavello: “‘7Ensayos’ no ha tenido mala prensa en el Perú.Mucho peor: no ha merecido de la prensa dia-ria limeña sino una nota de Armando Herreraen ‘El Tiempo’” (18 de septiembre de 1929).

Por el contrario, el implacable EudocioRavines el 24 de junio de 1929 prosigue consu insistencia y su recriminación. “Su perma-nencia en el país –le escribe– es indispen -sable, hoy más que nunca”. “Ud. compren -de que no es posible dejar a los camaradasabandonados a sus propias fuerzas”. Y arre-mete: “Aquí quiero, hablándole francamente,hacer le un ligero reproche, que se refiere alpasado”. “No sé por qué causas Ud. limitabademasiado su acción y parecía como quererinhibirse frente a la influencia más o menosprofunda sobre los agitados”. Por fin, esreprochable que su propaganda toque “con

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mayor intensidad las capas pequeño-burgue-sas que las masas proletarias”…

El 9 de febrero de 1930, nueva carta deMariátegui a Samuel Glusberg: “Tengo elpropósito, le repito, de realizar de toda suerteeste proyecto. Creo que en abril próximoestaré en aptitud de partir”. A José Malanca el10 de marzo: “Gran satisfacción me causanlas noticias de Seoane… Hágale usted saberque probablemente en mayo estaré en San-tiago, en viaje a Buenos Aires; y que mi viajeaconsejado por muchas razones, que Ud. engran parte conoce, está completamenteresuelto. Sólo una inesperada falla en misalud u otro accidente puede frustrarlo”.

Glusberg, 4 de abril: “Cuanto a la fecha desu viaje, creo que no tiene por qué apurarse.Hágalo con tranquilidad a mediados demayo. […] Lo recibiremos como se merece:con todas las luces encendidas”.

Doce días más tarde, el 16 de abril de1930, Mariátegui moría a la edad de 35 años.

Amauta le dedicó su siguiente número 30,de abril y mayo de 1930, que ya se caracterizacomo perteneciente a una “Tercera etapa”. Allímismo el equilibrio que Mariátegui había tra-tado de mantener entre su ideario socialista yuna adhesión a la Internacional Comunista hacomenzado a alterarse. En la nota sobre suvelatorio leemos así: “El proletariado organizóel desfile, constituyendo una vanguardia rojapara controlar el orden del sepelio y el relevode los obreros que portaban el ataúd”. El desfi -le fue además encabezado por la ConfederaciónGeneral de Trabajadores y se cantó la Interna-cional. En el sepelio habló el representante elsecretario de la CGT, quien pronunció “unaacer ba requisitoria contra la pequeña burgue-sía que pretende uncir a su carro a las masastrabajadoras y proclama que el destino de Amé -rica es original y extraño al ritmo de Occi-dente” y le atribuye “exotismo” a la obra deMariátegui. Conjuntamente, el Boletín extraor-di nario de Amauta defendía el carácter de Mariá -tegui en tanto “marxista convicto y confeso”.

Se iniciaba así el operativo destinado asostener la pertenencia de su escritura y de suacción a los lineamientos de la InternacionalComunista. Para ello, las profundas marcasdel pensamiento soreliano y de las vanguar-dias estéticas pretenderán de allí en más serborradas con la esponja de una ortodoxiamarxista sin fisuras. �

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