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Pit volorep udipsanis quunt dipsam asitatqui inctum velic toreperi accum vitempo sanimil ipsum qui voluptis AT IL MAGNAM FUGA. PA VELIA VOLESTEM MAGNAM FIRMA Cargo 2.XXX. X-X de mes de 2010 PLIEGO El lector católico siempre se ha quejado –y con razón– de la ausencia de buenas novelas que aborden la vivencia de la fe. El debate no es solo contemporáneo. J. L. López Aranguren lo remitía prácticamente al siglo XIX, mientras se preguntaba ya en 1955: “¿Por qué no hay novela religiosa en España?”. Carmen Laforet, Miguel Delibes o José Jiménez Lozano han escrito, sin embargo, títulos significativos. En los últimos veinte años, Gustavo Martín Garzo, Fanny Rubio, Eduardo Mendoza, Francisco González Ledesma y Álvaro Pombo, además de Jesús Sánchez Adalid y Pablo d’Ors, han publicado novelas entorno a qué significa ser católico. NOVELA CONTEMPORÁNEA ESPAÑOLA Y PRESENCIA DE DIOS JUAN CARLOS RODRÍGUEZ 2.861. 7-13 de septiembre de 2013

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PLIEGO

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2.xxx. x-x de mes de 2010PLIEGO

el lector católico siempre se ha quejado –y con razón– de la ausencia de buenas novelas que aborden la vivencia de la fe. el debate no es solo contemporáneo. J. L. López

Aranguren lo remitía prácticamente al siglo XiX, mientras se preguntaba ya en 1955: “¿Por qué no hay novela religiosa en españa?”. Carmen Laforet, Miguel Delibes o José Jiménez

Lozano han escrito, sin embargo, títulos significativos. en los últimos veinte años, Gustavo Martín Garzo, Fanny Rubio,

Eduardo Mendoza, Francisco González Ledesma y Álvaro Pombo, además de Jesús Sánchez Adalid y Pablo d’Ors, han

publicado novelas entorno a qué significa ser católico.

novelA ContemPoRÁneA esPAÑolA Y PResenCiA De Dios

JUAN CARLOS RODRÍGUEZ

2.861. 7-13 de septiembre de 2013

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¿Podemos hablar de Dios?autores españoles contemporáneos, habría, no obstante, que matizar que ya parten de una desventaja patente: tampoco en la segunda mitad de siglo XX, y marcando a la generación posterior, ha habido en la literatura española una notable novelística religiosa. Sin embargo, no todo es –ni mucho menos– silencio.

1. DE DónDE vEniMOS: LA DuDA unAMOniAnA

José Luis López Aranguren (Ávila, 1909-Marid, 1996) ya se preguntó –en 1955, justo el año de la muerte de Claudel– “¿Por qué no hay novela religiosa en España?”. Lo hizo en un artículo publicado en Cuadernos Hispanoamericanos, y precisamente así titulado. Para el filósofo y ensayista, incluso en todo el siglo XIX, apenas hay alguna buena novela católica. Salva tan solo en la primera parte del siglo XX a San Manuel Bueno, mártir (1931), donde Miguel de Unamuno refleja su atormentada religiosidad –“la agonía de la fe”– y que es, para Aranguren, la mejor novela de la increencia y, seguramente, también de la creencia. El texto de Aranguren tiene en la memoria la peripecia de Mi idolatrado hijo Sisí (1953), la novela más fervientemente católica de Miguel Delibes; sin embargo, tan mal leída por la crítica y la cúpula eclesiástica, que su condena –provocada por aspectos marginales, como una atrevida sensualidad y la descripción de un suicidio– hace que el escritor “se sienta vejado, se encierre en la Castilla rural y se dedique a los personajes que llamó de la etapa paleolítica”, según describe Ramón Buckley, autor de Miguel Delibes, una conciencia para el nuevo siglo (Planeta).

La desafortunada travesía con la censura de Delibes –“mi libro no solamente es moral, sino altamente aleccionador”, dijo entonces– le sirve a Aranguren, aunque lejos de nombrarla, para dictaminar por qué no hay novela religiosa en España. No la hay comparada con ese maná literario que viene de Francia –Paul Claudel, George Bernanos, François Mauriac– e incluso de los Estados Unidos, como Julien Green o Grahan Greene. Pero la ausencia de grandes novelas católicas, como lo escribe Aranguren, se debe a que el único camino para escribir de Dios en aquella España de posguerra es hacerlo como Rafael Sánchez Mazas en La vida nueva de Pedro de Andía (1951), novela que desestima y rechaza como católica, porque describe, literalmente, una fe “idealizada” o “enclaustrada”, como era aquella de la posguerra y la dictadura. “Justamente por esto, no hay, no puede haber, auténticas novelas religiosas, contaminadas de palpitante realidad. En vez de ellas, tenemos ‘sublimes’ construcciones mentales”, según Aranguren. El padre Antonio Blanch Xiró, autor de un sugestivo ensayo, El espíritu de la letra. Acercamiento

creyente a la literatura (PPC, 2002), ya llamó la atención sobre este

El novelista español, el contemporáneo, tiene una sola pregunta pendiente: ¿podemos

hablar de Dios? Desde 1955 –desde La mujer nueva, la novela católica y renovadora de Carmen Laforet (Barcelona, 1921-Madrid, 2004), más allá de la fama de Nada–, la literatura española prácticamente ha dado la espalda a la confesionalidad católica, a lo que un día se llamó la novela militante, la que se interrogaba a la manera de Paul Claudel: ¿qué es creer? Sin embargo, aunque el número de novelas propiamente católicas –más allá de las denominadas espirituales– es escaso, es cierto que en los últimos veinte años, desde 1994, es posible repasar, al menos, una docena de grandes novelas que tienen la fe en el eje de su argumento. Diversas, marcadamente diferentes, algunas están firmadas por autores católicos, algunos a la manera de unamuno, o incluso ateos. Estamos hablando de Gustavo Martín Garzo, Miguel Delibes, Fanny Rubio, Eduardo Mendoza, Francisco González Ledesma y Álvaro Pombo, además de Jesús Sánchez Adalid y Pablo d’Ors, dos destacados sacerdotes y novelistas, los más importantes de cuantos escriben hoy día. A ellos hay que sumar otros escritores más desconocidos, como Miguel Aranguren, Enrique Álvarez o Pablo Bujalance, entre otros.

Es cierto que la frase “hoy no se escribe novela católica” la seguimos oyendo en boca de muchos lectores, pero no es del todo justo –admitiendo el reducido número de ellas– dar por cierta la frase sin más matices. “Para encontrar una novela religiosa interesante y potente, hay que remontarse a Chesterton o a Paul Claudel. Es decir, ¿qué novela religiosa hemos leído? No hay, no existe”, afirma d’Ors, que acaba de publicar, precisamente, su novela más abierta y directamente –todas en cierto modo lo son– católica. En beneficio de los

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Carmen Laforet

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aspecto. Para Blanch, como escribió Aranguren, “un catolicismo puramente ‘recibido’, ‘seguro’, ‘aproblemático’ y simplista no puede interesar vitalmente: es un puro ‘tópico’”.

2. LA MODERniDAD DE CARMEn LAFOREt

En esas concomitancias que rodean a las fechas, 1955 fue el año en el que una joven Carmen Laforet publica –una década después de ganar el premio Nadal con su ópera prima, Nada– esa otra novela aún no suficientemente leída, innovadora y atractiva, que es La mujer nueva, galardonada con los premios Menorca (1955) y Nacional de Literatura (1956). Laforet plantea todos los problemas de la vivencia religiosa a través de Paulina Goya, su protagonista: el descubrimiento de Dios, las dudas, los conflictos con la Iglesia, el diálogo con Cristo, la pasión mística. “Una novela demoledora para un creyente y antipática para quien no cree, ya que trata de la fe”, en definición de su hijo, Agustín Cerezales.

Laforet escribió lo que ella misma estaba viviendo, especialmente desde 1951, cuando su vida, en plena fama literaria, atravesó una etapa de “fervor espiritual”, como la ha descrito el profesor israel Rolón Barrada. Laforet se plantea, nada más y nada menos, el diálogo entre su hondo catolicismo y su incipiente feminismo de mujer moderna. “Utiliza el vehículo de su relación con la religión católica –dice Rolón Barrada– para expresar sus preocupaciones y como reflejo de la madurez alcanzada en esta etapa de su vida y de su carrera (…) traza sus nuevas inquietudes. Estas son, además

de asuntos religiosos o espirituales, las diferencias entre el hombre y la mujer y sus respectivos papeles en la sociedad española”. Laforet hace algo que, desde Unamuno, no se había mostrado: la naturalidad de un escritor que escribe sobre su fe, o sus dudas, la pone en relación con su realidad inmediata y la comparte con el lector.

Después de Laforet, apenas Hicieron partes, de José Luis Castillo-Puche, y La frontera de Dios, de José Luis Martín Descalzo. Es decir, en la literatura española a partir de 1955, apenas hay ejemplos de un “catolicismo existencialista”. Aranguren reincidiría en ese acepción de “novela católica” en Catolicismo día tras día o Catolicismo y protestantismo como formas de existencia, dos de sus libros esenciales. Es también la que difundiría Charles Moeller en un libro referencial: Literatura del siglo XX y cristianismo (Gredos, 1958). El espíritu de la letra de Antonio Blanch es un magnífico epílogo del mismo. Pero fue el propio Castillo-Puche quien quizás dio una definición de lo que se debe entender por novela católica: “Desde el punto de vista edificante, también es novela católica, y decisiva novela católica, aquella que, dejando a un lado adversarios hipotéticos, se dedica a la noble tarea de la autocorrección y la autocrítica, la que inventa e instaura caminos de perfección, porque de nada está tan necesitado nuestro catolicismo como de arduos mensajes de renovación personal y colectiva. Quiero decir que es novela católica de primera calidad aquella que, sin miedos ingenuos, se dedica a hacer expedito, eficaz y exigente el clima del propio catolicismo”.

3. EL REFEREntE iMPRESCinDiBLE DE MiGuEL DELiBES

La senda marcada por Aranguren y seguida por Laforet se revitaliza en torno al Concilio Vaticano II, con un nuevo intento de Delibes de escribir novela católica, aunque desde la decepción: Cinco horas con Mario (1966). Delibes había cubierto el Concilio, junto a José Jiménez Lozano y Martín Descalzo: “Les une una gran admiración por las tesis del Concilio y por Juan XXiii –afirma Ramón Buckley– (…). Pero el Concilio dura cuatro años, y las cosas cambian de 1962 a 1966. Acaba con cierto desencanto, porque los resultados no son todos los deseados y la nueva Iglesia no llega a España”. Desde este antecedente, es el que hay que interpretar Cinco horas con Mario y su clave religiosa. Según el profesor Luis López Martínez, “lo que Delibes quiere darnos es el documento social de una época contraponiendo el antiguo catolicismo español, tradicional y conservador, reflejado en la figura de Carmen, y las nuevas tendencias de la Iglesia defendidas y llevadas a la práctica por Mario. El hecho de que Delibes haya dedicado esta novela a José Jiménez Lozano (…) muestra ya de antemano el fondo combativo y polémico de la misma”.

Para Ramón Buckley, gran conocedor de la obra del autor de Cinco horas con Mario, “Delibes siempre dijo que Mario era 50% él y 50% Jiménez Lozano, aclarando que quien ponía la profundidad era José y la superficialidad él. Carmen, la mujer de Mario, le reprocha que vaya a rezar con nuevos cristianos, que es lo que son ambos periodistas, y le advierte de que si es un renegado no volverá a ver a sus hijos. Eso que nos suena a broma hoy, se tilda de herejía, y el

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Miguel Delibes

José Jiménez Lozano

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forma de hacerlo. Porque me parecía que era un ser demasiado cargado de cosas y no supe muy bien desenvolverme. Y por eso lo conté con los ojos de José, que era un personaje que me daba más libertad para imaginar aquello que sucedió porque estaba más al margen de toda la historia. De alguna manera, y aunque le tengo mucho cariño, aquella fue una novela que me dejó insatisfecho”.

No le ha ocurrido con Y que se duerma el mar: “Creo que el personaje esencial, el que verdaderamente me fascina, que era el de María, se había quedado en un papel secundario en El lenguaje de las fuentes. Y no dejaba de pensar en ello, hasta que se me ocurrió que podía escribir un libro en el que, esta vez, narrara la infancia de María y en el que tuviera todo el protagonismo. Lo que contaría sería justo hasta que el personaje aparece en los Evangelios. En la medida que en ellos no se dice nada de la infancia de María, sentía que tenía una libertad enorme como narrador para inventarme un modo y recrear ese personaje que luego vivirá una historia que todos conocemos. Era una historia que yo tenía pendiente, que yo quería contar”. Lo que narra Martín Garzo es una verdadera historia de amor de madre. “Clarísimamente, esta es una novela que tiene mucho que ver con el misterio de la maternidad. Habla de ello de la manera en que cualquier mujer del mundo vive su maternidad. Primero está la perplejidad, lo extraño que resulta todo ese fenómeno, que de pronto haya una criatura, un ser, dentro de su cuerpo y que, a partir de un determinado momento, se separe de él. En ese instante, llegan todos los temores que cualquier madre siente sobre lo que le va a suceder a su hijo. Por eso, más que del amor, creo que habla de la intuición del amor”.

(1992)–, quizás la obra en torno a la fe más significativa de este Jiménez Lozano son sus ensayos, difíciles de separar, no obstante, de su obra literaria, y que no se pueden enmarcar en estudios teológicos: Un cristiano en rebeldía (1963), Meditación española sobre la libertad religiosa (1966) y Los cementerios civiles y la heterodoxia española (1978), su mejor obra, que se adentra en el verdadero “símbolo de la intolerancia religiosa y filosófica, social y política que nos ha separado en la vida y en la muerte”. Pero que, ante todo, es una historia de la espiritualidad en España, es decir, “de lo que significó en Europa la crisis del protestantismo liberal o el modernismo católico”.

5. EL ORiGEn DE LA nOvELA RELiGiOSA COntEMPORÁnEA:

El lEnguajE dE las fuEntEs (1994)

Una mirada a veinte años vista nos permite fijar la fecha de 1994 como punto de partida del recorrido por la novela católica actual. Ese fue el año en el que Gustavo Martín Garzo (Valladolid, 1948) obtuvo el Premio Nacional de Narrativa por El lenguaje de las fuentes. Aquella novela ponía en escena a la Virgen María y su esposo, José, quien relataba, desde un punto de vista insólito, su emoción ante el nacimiento de Jesús. Consolidado como un referente en la literatura española contemporánea, Martín Garzo regresó a la Virgen María con Y que se duerma el mar (Lumen). Son, sin embargo, novelas radicalmente distintas en el tono y concepción. “En cierta medida, el origen de esta novela está en El lenguaje de las fuentes –admite el novelista–. Porque, entonces, mi idea inicial era escribir esa historia desde el punto de vista de María, pero no di con la

propio Jiménez Lozano lo dice en alguna crónica”. Lo que el escritor de Langa (Ávila) responde en El Norte de Castilla a quienes les critican es: “Por favor, no nos llamen ustedes todavía herejes (…). Esperemos a que acabe el Concilio. Entonces sabremos si son ustedes o nosotros quienes estábamos con la Iglesia”, escribió Jiménez Lozano.

Sea como sea, unos años después, en 1971, el catedrático Andrés Amorós sostenía que la “inexistencia de la novela religiosa en España no deja de plantear curiosos interrogantes sobre la índole de nuestra religiosidad”. El propio José Jiménez Lozano ha hablado alguna vez del “catetismo teológico de la cultura española…” como razón de ser de la falta de legado novelístico, no ya canónico, sino mínimo de la literatura católica del siglo XX en España.

4. JiMénEz LOzAnO, EL OtRO DE LOS “CRiStiAnOS nuEvOS”

El propio Jiménez Lozano es uno de los pocos autores que se preocupó por conformar una serie de novelas verdaderamente católicas al estilo de Laforet: reflexivas, vivas, inquietas, personales –al fin y al cabo, un hombre, una mujer, frente a su fe–, pero que encerraban una profunda preocupación por los destinos de la Iglesia. La dimensión religiosa de Jiménez Lozano está en cada uno de sus libros. No la abandona. Mira lo católico como lo vive, un poco a lo Unamuno, examinando también la increencia, la herejía, la negación, influido por Georges Bernanos y por Grahan Greene. Huyendo, pues, del dogmatismo para reivindicar la libertad de la fe. El origen de la obra de Jiménez Lozano es puramente la de un autor que se pregunta por lo que cree. Lo es ya en Historia de un Otoño (1971), su primera novela, una versión del conflicto jansenista con las monjas del convento de Port Royal como protagonistas, y en El sambenito (1971), más conseguida, una revisión biográfica del proceso inquisitorial de Pablo de Olavide en 1778.

Aunque siguió publicando títulos religiosos –La salamandra (1973), Duelo en la casa grande (1982), Parábolas y circunloquios (1985), El mudejarillo

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Pablo Bujalance

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6. EL tEStAMEntO DE MiGuEL DELiBES

Miguel Delibes publicó su última novela, El hereje (Destino), en 1998. En ella, noveló con maestría un paisaje de la historia del cristianismo durante el reinado de Carlos v, a través de las peripecias vitales y espirituales de Cipriano Salcedo y un grupo de luteranos en Valladolid. Y lo hizo con un conocimiento profundo de lo que hablaba, citando libros como el Enquiridion, de Erasmo de Rotterdam; La libertad del cristiano, de Lutero; el Diálogo de las cosas acaecidas en Roma, de Alfonso de valdés; o El beneficio de Cristo, de Benedetto de Mantua. Tanto que El hereje, además de una novela histórica muy bien construida, es también una novela testimonio, pero que representa a la perfección la cita de Juan Pablo ii con la que se abre el texto literario: “¿Cómo callar tantas formas de violencia perpetradas también en nombre de la fe? Guerras de religión, tribunales de la Inquisición y otras formas de violación de los derechos de las personas… Es preciso que la Iglesia, de acuerdo con el Concilio Vaticano II, revise por propia iniciativa los aspectos oscuros de su historia, valorándolos a la luz de los principios del Evangelio”.

Más allá, es también la novela de un autor que siempre, al hablar de

catolicismo, lo ha hecho teniendo en cuenta la actualidad. “El tema religioso no lo he rehuido nunca”, contestó en alguna entrevista. “Me reconozco cristiano y católico, aunque, desgraciadamente, no libre de dudas que en ocasiones me torturan”, reconocía. Su definición como “cristiano nuevo”, como defensor del Concilio Vaticano II, como erasmista incluso, le hacía a veces verse a sí mismo como un “hereje”. Cipriano Salcedo tiene mucho, en este sentido, del propio pensamiento de Delibes –que escribe con 78 años este testamento vital–, a veces unamuniano, a veces cercano al protestantismo, pero que nunca dejó de ser católico; un católico que defiende, como se extrae de la lectura de El hereje, el mensaje de amor, la tolerancia, la libertad, la modernidad, la omnipotencia de Dios.

7. El dios dormido O EL AMOR DE DiOS

Ese mismo año, en 1998, la poetisa Fanny Rubio (Linares, Jaén, 1949) publicó El dios dormido (Alfagura), otra magnífica novela sobre el modo de vivir –y sentir– la cercanía de Dios: “Para mí, el gran regalo de María Magdalena en esta novela son las palabras, los diálogos amorosos, esa manera de hacer que se despierte el Dios que tenemos dentro, el Dios dormido que habita dentro de los humanos, ese Dios que es Amor”. La protagonista es Mariam de Betania, que, en soledad y en duelo, rememora la muerte de su amado: el “Sanador”, Jesús, un amor imposible, al que aún podrá ver una última vez, ya resucitado. “Era una mujer inteligente, rica, fascinante, enigmática”, señala. “Es verdad que hay una tendencia moderna a escudriñar su figura –explicó hace ya unos años–. Es verdad que mi novela fue, si no la primera, de las primeras en recuperarla en España. Hay un libro que a mí me gusta mucho, porque coincido plenamente con él, escrito por la teóloga Carmen Bernabé, que es importante para mí. Mariam de Magdala era realmente una aristócrata judía que siguió a Jesús, no una prostituta arrepentida como se nos ha hecho creer. No podemos obviar que, en todos los evangelios gnósticos, aparece como una seguidora de Jesús, como la persona que recibe el legado de la resurrección, como el gran símbolo del duelo”.

Más allá del duelo, sin embargo, El dios dormido es una novela de amor, de fe, de preocupación, de apuesta por una vida más plena. Narra, en boca de

Gustavo Martín Garzo

Fanny Rubio

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9. DiOS AntE LAS ELECCiOnES DE EE.uu.

Francisco González Ledesma (Barcelona, 1927) publicó bajo el heterónomo de Enrique Moriel El candidato de Dios (Destino, 2008), en la que Cristo se reencarna en un candidato a las elecciones norteamericanas, en Christian Earth, metafóricamente incardinado en la carrera electoral entre Hillary Clinton y Barack Obama. Sin pretensión teológica alguna, valiente cuando la literatura española vive de espaldas a la fe, plantea si las enseñanzas de

Jesús están “deformadas”, si la Iglesia se ha apartado de su mensaje original, a la vez que reivindica, y transcribo literalmente, “virtudes sencillas y elementales: la caridad, la compasión, la hermandad. A veces, hasta la simple amabilidad es una virtud religiosa. La paciencia, la tolerancia”.

González Ledesma confiesa que, como todo escritor y como toda persona reflexiva, “me pregunto quiénes somos, de dónde venimos y a dónde vamos. Estas son preguntas que tienen mucho que ver con la Iglesia en la cual fui educado. Y yo quiero creer que existe algo por encima de nosotros y que venimos de la cultura del amor, de la caridad, la comprensión. Y ahora quizás no lo seamos tanto. Y es esa reflexión la que he querido compartir en la novela”. Es consciente, en cualquier caso, de que esa reflexión crece sobre terreno delicado, pero afirma: “A un lector que sienta su fe y sienta su Iglesia, yo creo que esta novela le gustará, otra cosa es que pueda estar de acuerdo o no. Aunque yo creo que muchos católicos lo estarán, porque no he tratado de ofender a nadie. Es una novela, pienso, muy realista, escrita desde el corazón y

los sentimientos”.

de profesión y filósofo por inclinación”,

según se describe a sí mismo–, una falsa acusación de asesinato sobre san José. “Pese a que tiene un componente de irreverencia, no es de modo alguno un libro que pueda ofender a nadie”, explica Mendoza, que no ignora los paralelismos histriónicos de esta novela con aquella famosa Sin noticias de Gurb.

“El protagonista llega a Palestina, que siempre ha sido un territorio de una extremada complejidad, entendible porque es el eje del norte y del sur, del este y del oeste. En Nazaret ha habido un crimen y se va a ajusticiar al asesino, un carpintero, quien tiene un hijo que cree en la inocencia de su padre, que pide ayuda a Pomponio Flato –va explicando Mendoza–. El hijo de este carpintero es, obviamente, el niño Jesús, que en los Evangelios no sale, solo se cuenta brevemente el nacimiento con grandes contradicciones históricas y temporales solo para cumplir las profecías”. No se trata únicamente de una novela a la vez humorística, hagiográfica y detectivesca, sino que El asombroso viaje de Pomponio Flato encierra una reflexión particular de un autor que, aun no reconociéndose católico, admite su deuda cultural y su cercanía con el personaje de Jesús. Aunque, como se lee, prefiera el de las bienaventuranzas al de la pasión, al que irrumpe en el templo al crucificado, al que da ejemplo con sus enseñanzas al de la muerte redentora.

María Magdalena, los tres días que siguen a la muerte de Jesús en la cruz. Y el recuerdo del Amado durante ese tiempo se sustenta en las conversaciones mantenidas con el Sanador antes del sacrificio, en esas palabras dichas al calor de la confidencia y a la luz resplandeciente de la revelación y de la esperanza. “Quizás estos momentos de crisis, de carencia, quizás nos pueden hacer descubrir que estamos innecesariamente rodeados de materiales, de objetos, de residuos –afirma Rubio–. Y eso nos haga prestarle más atención a ese Dios que todos tenemos dentro, que todos llevamos con nosotros, que es la voz de la conciencia, de la fraternidad, del encuentro con el otro… y que tenemos que despertar. En mi novela, esos discípulos que siguen a Jesús son un grupo de utópicos rebeldes que quieren crear un mundo distinto. Y, en ese sentido, yo creo que estamos muy cerca de volver a la rebeldía, a la búsqueda de un mundo mejor, que tantos religiosos y laicos están queriendo construir”.

8. EL ASOMBROSO viAJE DE EDuARDO MEnDOzA

Eduardo Mendoza (Barcelona, 1943), novelista reverenciado y popular, escribió una novela peculiar, atrevida, cómica: El asombroso viaje de Pomponio Flato (Seix Barral, 2008). “Es una broma honesta y afectuosa, para todos y para el lector, sean cuales sean sus creencias –señaló entonces–. Si algo lo define, es que es un libro con buen rollo”. Su confesión viene a aclarar que, en el trasfondo, lo que ha escrito es una parodia múltiple: de los best sellers pseudorreligiosos, de los thrillers, de las novelas históricas y, curiosamente, de los evangelios apócrifos. Pero Jesús, el niño Jesús, está tratado con respeto y admiración. Ocupa un papel protagonista, ejerciendo de un particular Watson, que investiga, junto a Pomponio Flato –“ciudadano romano, del orden ecuestre, fisiólogo

Eduardo Mendoza

Francisco González Ledesma

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10. REACCión AntE DAn BROwn

Todo lo contrario de lo que sucede con González Ledesma –o Mendoza– ocurre con la novela católica francesa (Bernanos, Mauriac…), cuyo gran logro es precisamente –paradójicamente– el retrato fascinante del mal… Ese mal es el que representa Enrique Álvarez con la selección de cuentos de El trino del diablo (Menoscuarto, 2006), con los que culmina una trayectoria de inquietudes religiosas que ya desarrolló en una novela como Hipótesis sobre Verónica, premio Ciudad de Barbastro, 1994, una ficción breve que aborda el tema de la presencia del Diablo en el mundo actual a través de un caso de posesión maligna y muerte posterior de una joven, con el cúmulo de aparentes circunstancias casuales que impiden la ayuda de quienes la amaban.

En términos parecidos se puede hablar de obras como La sangre del pelícano (Libros Libres, 2007), de Miguel Aranguren –reacción directa a El código Da Vinci–, o de Lázaro en Babilonia (Alfama, 2008), del poeta, periodista y crítico teatral Pablo Bujalance (Málaga, 1976), una historia que reúne zombis, humor, existencialismo y religión. “Me propuse hacer un poema épico que contara esta historia, al principio muy basada en el Lázaro bíblico. Pero a medida que avanzaba me planteé cambiar el formato (…) y tuve la idea de darle la vuelta al mito de Lázaro, que no es devuelto a la vida, sino que resucita a los muertos. De una manera muy kafkiana, descubre en su adolescencia que tiene ese poder sobrenatural, y descubre ahí una conexión con Dios. Se trata de reflejar esa revelación sorprendente”. Por eso añade que, “para escribir Lázaro en Babilonia, he sometido a crítica lo que he sido capaz de comprender de la Historia Sagrada. No había más interés por mi parte, ni me he enfrascado en una exégesis teológica para alumbrar tal o cual conclusión. Todo ha estado puesto al servicio de los personajes”.

Bujalance admite que, para afrontar su escritura, antepuso una “meditada lectura de la Biblia”. Y añade: “Por mi educación, ha sido

un libro importante. Luego lo siguió siendo, ya de manera mucho más libre, asumida como una creación literaria y mitológica. Creo que es el libro que mejor define las emociones humanas, más allá de otras interpretaciones que se quieran hacer. Refleja muy bien el comportamiento del corazón humano, sus contradicciones. También quise rastrear en un libro que define la base cultural de Occidente”. Más allá de Kafka o nietzsche, con la que no es tan evidente la comparación con Bujalance, la lectura de María zambrano y de Dostoievski está muy presente en ciertos temas como la culpa, la inocencia o la responsabilidad. “Especialmente sobre el cristianismo. Quería ahondar en la interpretación dogmática de que el dolor, el sufrimiento, las heridas y el fracaso conducen a la divinidad, de que son bien vistas incluso por Dios; sobre la imagen del Cristo crucificado que sirve de modelo para decir: ‘Cuanto más hundido estés, cuanto más cerca estés de la muerte, más cerca de ti estará Dios’. La Biblia permite otras interpretaciones, pero esta es la que

ha perdurado. Esto me ha obsesionado siempre, por eso la novela es un poco una crítica a esta idea”.

11. EL tEStiMOniO DE CuRAS nOvELiStAS

La intensa trayectoria de Jesús Sánchez Adalid (Don Benito, Badajoz, 1962) como ‘párroco best seller’ es inseparable del más del millón de ejemplares vendidos. Lo ha sumado con una decena de novelas históricas, como El mozárabe, La luz de oriente o El alma de la ciudad. En todas ellas, este cura con parroquia en Alange (Badajoz) da pie a reflexiones sobre la fe, la espiritualidad o el sentido de la vida, pero Los milagros del vino (Planeta) es quizás su mejor testimonio religioso. “Tal vez ha sido por una necesidad propia –explica–. Se dice con demasiada frecuencia que hoy lo religioso está obsoleto, que no interesa, que no ‘vende’… ¿De verdad se piensa eso honestamente? Yo creo que no. Por el contrario, nuestro hombre de hoy, como siempre fue, lleva dentro un anhelo, una gran sed espiritual. Entre otros temas, en Los milagros del vino destaco el miedo a la muerte, porque ninguna ideología o filosofía hoy te hablará de ella, sino del presente. Además de la evidente necesidad de creer, la novela aborda otros asuntos psicológicos actuales, como la depresión: uno de los males de nuestro tiempo que también aparecía entonces, o el existencialismo, porque aquí el protagonista se cuestiona su lugar en el mundo”.

Los milagros del vino es una hermosa novela que narra la conversión de un griego de Corinto, Podalirio, que viaja

Jesús Sánchez Adalid

Pablo d’Ors

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–por usar una palabra muy desgastada– o de Jesucristo,

es, a un tiempo, la experiencia de su desaparición”. Y lo explica

con sabiduría: “El objeto divino nos deslumbra y nos elude al

mismo tiempo. Esto significa que tiene que ser rehabilitado una y

otra vez, constituido una y otra vez, mediante la fe, en la conciencia.

No hay ninguna seguridad para el creyente, ni siquiera para creyentes

como los monjes de mi novela que creen dentro del marco institucional de la Iglesia católica, no hay ninguna certeza subjetiva que se fije de una vez por todas”.

Eso es la novela, al fin y al cabo, un modo de enfrentarse como lector a la consolidación de la fe. Sucede en otras novelas no nombradas, como Misión olvido, de María Dueñas (Planeta, 2012), en la que construye un homenaje a “la fe férrea y la lealtad enorme” de los misioneros franciscanos en los Estados Unidos a principios del siglo XIX. Este aparente resurgir de la novela católica no es un fenómeno, en cualquier caso, exclusivo de España, sino que ha de enmarcarse en dos frentes. Por un lado, el que mana de Dan Brown que, apuntando a la Iglesia como misterio o como excusa, ha vendido innumerables títulos pseudo-religiosos, pero que también ha abierto la puerta a otras visiones más acertadas. Por otro lado, se ha detectado un repunte de novelas –en parte como consecuencias de la crisis– que reescriben los evangelios. Es decir, con Jesús como protagonista. Y escritas por Anne Rice, Philip Pullman o Cristopher Moore, James

Frey, David Safier o, entre otros, James BeauSeigneur.

12. EPíLOGO: LA viDA MOnÁStiCA SEGún POMBO

Reciente es también la última novela del académico y novelista Álvaro Pombo (Santander, 1939): Quédate con nosotros, Señor, porque atardece (Destino, 2013). Como en el caso de d’Ors, también es de todas sus novelas –siempre con alguna presencia de la fe– la más fervientemente católica. Pombo aborda la experiencia de la fe en la vida monástica, en un pequeño convento en La Gorgoracha, en Granada, cerca de la Sierra de Lújar. “En esta novela hay un elogio del recogimiento monástico por oposición a la alienación cotidiana en que más o menos vivimos todos, incluso los propios creyentes –apunta Pombo–. Me consta que ha habido en este siglo, y en el anterior sobre todo, intentos de santificar la vida cotidiana, pero yo estoy ahora interesado en ese especial giro radical de los monjes sin ninguna intención restauradora o de repetir fórmulas pasadas: solo trato de comprender la vida monástica como se está viviendo hoy mismo. Mi intención no es proponer un programa de vida espiritual, sino entender la radicalidad de la exigencia que sentirse lleno del Espíritu Santo puede tener en algunas vidas”.

Pombo asume, como Unamuno, que la fe incluye momentos de duda. Él mismo es testigo de ello. Por eso afirma que “la experiencia espiritual humana, la visión de Dios, el reconocimiento de Dios

a Palestina siguiendo el rastro de Jesús pocos años después de su Resurrección. “La visión del mundo que subyace en el Nuevo Testamento era tan diferente a la de los griegos y los romanos que podía ser casi su opuesto. Los griegos se encontraron de repente frente a una religión ‘de verdad’. Se trataba de una visión del mundo que no hacía énfasis en las excentricidades y caprichos de la divinidad, sino en la aventura del viaje íntimo con la divinidad, un viaje para toda la vida, en el que al ser humano se le invitaba a unirse a Dios, sin dejar de amar la vida”.

Otro de los sacerdotes narradores con más lecturas es Pablo d’Ors (Madrid, 1963), que ha escrito una magistral novela, El olvido de sí (Pretextos, 2013) que es, sin duda, la más propiamente católica de todas las suyas. Y lo hace con el ejemplo de Charles de Foucauld. “La primera vez que escuché hablar de Charles de Foucauld –admitió– fue hace treinta años, cuando era un joven, pero hasta hace diez años no comprendí que su figura merecía una novela y que no la tenía; aunque se ha publicado alguna en Francia, pero desde una perspectiva muy distinta porque hay muchas biografías que relatan su peripecia externa. Sin embargo, me he querido centrar en la peripecia interior, un recorrido por su conciencia”.

Para un autor como d’Ors, que ha escrito maravillosos ensayos sobre la fe como Sendino se muere, El olvido de sí tiene, ante todo, un objetivo de difusión. “Para mí, junto a Francisco de Asís, es el hombre de la Historia de la humanidad cuya existencia ha sido literalmente más parecida a Jesucristo. Lo que sucede es que así como la figura de Francisco de Asís es muy popular, la de Carlos de Foucauld sigue siendo muy ignorada, a pesar de que somos más de diez mil en el mundo –que no son pocos− los que todos los días recitamos la oración que él escribió, la oración del abandono, y queremos vivir conforme al espíritu que nos enseñó”. El otro objetivo es el reto literario. “Es una novela de aventuras con mensaje. Fue exactamente lo que quise hacer, y mostrar que la mayor aventura es la interior, acompañada en este caso de una aventura exterior”.

PL

IEG

O

Álvaro Pombo

María Due-ñas