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Pit volorep udipsanis quunt dipsam asitatqui inctum velic toreperi accum vitempo sanimil ipsum qui voluptis AT IL MAGNAM FUGA. PA VELIA VOLESTEM MAGNAM FIRMA Cargo 2.XXX. X-X de mes de 2010 PLIEGO FORTALECER EL ESPÍRITU EN TIEMPO DE OCIO Convertir la vida en experiencia de Dios CONSUELO JUNQUERA, SAC Terapeuta del Instituto Teológico de Vida Religiosa 2.808. 7-13 de julio de 2012

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PLIEGO

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2.xxx. x-x de mes de 2010PLIEGO

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Convertir la vida en experiencia de Dios

Consuelo JunqueRA, sACTerapeuta del Instituto Teológico de Vida Religiosa

2.808. 7-13 de julio de 2012

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Rico sosiego para el alma

de tantos estímulos que nos reclaman a cada instante. el contexto social nos introduce en una vorágine de actividad en la que nos urge tener espacios de calma y sosiego para replantearnos la vida, para un contacto con nuestras propias aspiraciones, con Dios. el tiempo de ocio es una oportunidad para despertar y renacer. ofreceré algunas sugerencias para manejar mejor dichos espacios y para utilizarlos como recursos disponibles, dado que la interiorización es una necesidad íntima. nuestro tiempo de ocio nos ofrece la posibilidad de tocar más sosegadamente nuestra interioridad, ese lugar íntimo de la persona en el que sabemos que estamos con nosotros mismos, con lo que sentimos, con lo que de verdad somos y queremos, lejos de la presión de todo lo exterior.

He fragmentado el artículo en tres partes:

◼ En primer lugar, describo el tiempo de ocio como posibilidad para sentir que la vida es una experiencia entrañable, de la que no siempre sabemos extraer toda su riqueza; es un libro abierto para aprender la manera de actuar de Dios en sus proyectos, vida que se nos va yendo sin darnos cuenta, como se va el agua que intentamos retener entre los dedos. la propia biografía se hace patente en lo sencillo de cada día, en lo que podemos vivir de forma extraordinaria. Y ya que somos una historia sagrada en la que se realiza la gracia, podemos llenarla de sueños, aspiraciones, ilusiones, transcendencia, porque orar es posible en cualquier lugar, en cualquier momento, en cualquier circunstancia donde esté la vida, donde haya alegría o donde haya muerte, donde haya monotonía o donde haya una circunstancia que estrenamos. siempre

INTRODUCCIÓN

escribo este artículo partiendo de mi propia experiencia y de la experiencia de otras personas de las que conozco su intimidad a través de mi acción terapéutica. Deseo comunicar mi testimonio ante la riqueza y posibilidades que nos ofrece el tiempo de ocio y, al mismo tiempo, ante el riesgo de malgastarlo, huyendo de nosotros mismos al encontrarnos con nuestro propio vacío. Por eso lo escribo en primera persona.

el propósito de este artículo es suscitar, provocar la reflexión acerca de las posibles consecuencias de hacer de nuestro tiempo de ocio un consumo más y no aprovechar todas las oportunidades que nos brinda, dado que el contexto social que nos envuelve hoy no nos facilita una vida alejada del ruido,

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el ocio, y lo que hacemos con él, es tan importante y necesario como el trabajo mismo. emplearlo de una forma creativa y responsable nos ayudará a dar sentido a cuanto hacemos, nos enriquecerá y nos proporcionará el deseado equilibrio. en esta sociedad de las prisas y del ruido, urge tener espacios de calma para replantearnos la vida, para reconocer nuestras verdaderas aspiraciones, para acoger a Dios… Camino de las vacaciones estivales, la autora de estas páginas nos propone una guía interior en primera persona con la que convertir ese tiempo de ocio en una oportunidad para despertar de la mediocridad y la rutina, fortalecer el espíritu y renacer a la contemplación de Quien se nos revela en cada acontecimiento.

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podemos ser dueños y señores de tiempos y espacios para encontrarnos con Dios en la vida. el tiempo de ocio nos posibilita vivir atentos a lo que acontece, a lo que es. el camino hacia el interior requiere salir de la superficialidad y rutina y crear espacios de silencio.

◼ En segundo lugar, insisto en la importancia de elegir cómo vivir la vida. la actitud es una elección personal. en ella está la clave de la satisfacción interior o de la nostalgia y tristeza. Yo decido, o no decido, vivir con atención la vida, desarrollar mi capacidad de interioridad, mi capacidad de estar presente en mí misma. Yo decido comprender lo oculto de los sótanos del corazón, mis muros. Y mirar más adentro sin quedarme en las apariencias, con capacidad de sorpresa y ampliando mi percepción de la realidad. en ello queda echada mi suerte. ¿Me siento enamorada de la vida, o en conflicto con ella? ¿siento la necesidad de crecer hacia la altura, de buscar aspiraciones más hondas, utopías, retos, metas en mi rutina cotidiana? ¿qué sentimiento tengo yo hacia la vida? ¿Cómo ha de ser vivida por mí para que la experimente llena de sentido, profecía del Reino en esta sociedad secularizada de economía capitalista, que muestra desinterés por el sufrimiento de los más débiles, pero también muy necesitada de Dios?

◼ En un tercer momento, despliego la posibilidad que el tiempo de ocio nos ofrece para plantearnos desafíos personales, concretando alguno de ellos. Y hablo también de la importancia de recibir y de aceptar la realidad como don, realidad que nos modifica cuando la acogemos ampliando la conciencia de nosotros mismos y de Dios, haciendo una llamada a ser consciente de los procesos de transformación que tienen lugar en la propia vida y en los procesos de nuestro mundo, en esta hora concreta que vivimos, que también es Historia de salvación, la nuestra.

Termino con una conclusión que se desprende de todo lo narrado.

I. ¿QUÉ ENTENDEMOS POR TIEMPO DE OCIO?

Partimos de que el ocio es algo importante y que, a través de él, podemos constatar el baremo de nuestra felicidad. Destinar un tiempo a pensar en lo que me hace disfrutar, gozar, significa que me tengo en cuenta a mí misma y que me creo merecedora de la alegría que dota de equilibrio a mi vida. la mayoría de los adultos, aun inconscientemente, vivimos una vida planificada, con una rutina en que las horas transcurren sujetas a un programa que determina cada paso que damos. el ocio tiene valor en sí mismo. Rompe el ritmo de trabajo y se le relaciona con calma y tranquilidad. Me remite a dejar de hacer algo sistemáticamente. espacio y tiempo ideal para hacer un alto en el camino y permitirme descansar, encontrarme conmigo misma, conocerme más y desarrollar mi potencial en un sentido más amplio. Tengo el peligro de programar también el ocio, y entonces este se convierte en una prolongación de la actividad. Y no me queda tiempo para plantearme la vida, para vivir más en contacto conmigo, con las propias aspiraciones, con Dios.

Algunas personas articulan en dos el tiempo de su vida: en tiempo

de trabajo, y en este caso las horas dedicadas a él son horas de esclavitud, de desgaste; y en tiempo de ocio, al que ven como el único tiempo para vivir. la vida para ellos es el fin de semana o el mes de descanso. nosotros planteamos el tiempo de ocio como un tiempo oportuno, tiempo de tomar conciencia, tiempo de gratitud. este espacio disponible constituye una de las principales riquezas por la oportunidad para interiorizar, para experimentar la entrega, para vivir la alegría. no cabe duda de que el tiempo que puedo dedicar a vivir espacios serenos en mi vida es una inversión en mí, en mi sensibilidad, en mi afán de conocimiento, en mis búsquedas, en aquello que me conmueve, me cautiva o en lo que favorece mi realización. es una inversión para cultivar mi espíritu captando la huella de transcendencia que la vida misma me ofrece.

el ocio no significa inactividad, es la libertad de hacer algo que yo elijo hacer, sin obligación ni imposición de nadie y que, posiblemente, no puedo hacer habitualmente. Dispongo de tiempo de ocio y con él tengo la llave para mi enriquecimiento y desarrollo personal y para recrear la fantasía, crear, vivir mi propia vida, imprimiendo en ella el sello de mi personalidad irrepetible. También puedo en el ocio lograr momentos de oración más prolongados, dialogar con otros, hacer una contemplación sosegada, vivir el silencio. “Hasta el necio, cuando calla, es contado por sabio” (Prov 17, 28). necesito espacios de tiempo para mantener fresca la memoria del amor de Dios por mí y reconocer cómo va pasando con sus caricias por mi vida, por mi historia, cómo me va ofreciendo mensajes concretos que aprender. el reto está en mantener viva la consciencia de que Dios se hace presente en cualquier instante.

la verdad es que, en nuestra vida actual, todo está lleno de ruido y de movimiento, aunque a veces demos vueltas y nos movamos sin ir a ninguna parte. quizás uno de los mayores inconvenientes de esta sociedad deshumanizada es el de haber convertido el ocio en consumo.

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profundas para comprobar el punto de donde mana su belleza, su espíritu o mi propia contradicción interna. Contemplo cuando puedo encontrar en el rostro de las personas su alma; en los árboles, la savia; en los objetos alumbrados, al sol, fuente de toda luz. Contemplo cuando sé gozar la vida que vibra y resuena tras la fachada de cada paisaje, de cada palabra, de la risa, del canto o del gemido. Y ensancho la mirada y penetro en el secreto de las cosas para detenerme, admirando. Pienso que contemplar es acoger al Dios que se manifiesta y se revela en todo lo que vivo en mi cotidianidad. Y contemplo cuando me acerco a la historia, a mi propia historia, para libar toda la sabiduría que encierra y que no puedo percibir con el primer golpe de mirada. Y, al acercarme a ella, puedo percibir que emanan sentimientos nobles. Con ellos traspaso fronteras sin abandonar por ello mi propia casa, mi propio interior, y descubro prados verdes que están reverdeciendo. Me acerco a las personas, a lo ordinario, a lo profano. Y, cuando contemplo, salgo de mí y dejo de intentar ser el centro de mi propia atención y/o de la atención de otros, para captar el detalle de la vida, para relacionarme con todo lo exterior, desde el centro de mí misma donde Dios se manifiesta. se trata de que aprenda a mirar, con sus ojos, los pequeños signos de su Reino en mi vida, dejando que Él se manifieste. se trata de preguntarme dónde y cómo hoy está presente, cómo me habla y me comunica su vida, aunque a veces venga envuelta por una cáscara de frialdad que trata de esconderlo y ocultarlo. situarme contemplativamente es un determinante para que la vida entera sea el lugar de encuentro con Él, un lugar de “historia de salvación”. Y en el camino místico es donde por primera vez encontramos nuestra verdad y nuestra libertad. “estemos donde estemos allí está Dios también… nuestras idas y venidas, aunque sean breves, como pasar de una habitación a otra, los momentos en los que nos vemos obligados a esperar, para pagar en una caja, para que el teléfono esté libre, para que haya sitio en el autobús, son momentos de oración preparados para nosotros en la medida en que nosotros estamos preparados

con ruido o lo llenan de actividades para evitar encontrarse con su propio silencio. Muchas personas tienen puesta la radio y la televisión como fondo, porque temen la soledad. Así, encuentran motivo para enfadarse con lo que están oyendo o mirando, motivo para volcar su resentimiento contra las personas que hablan o para identificarse con vidas que solo existen en su imaginación o en sus sueños. los medios las mantienen despiertas, impidiendo que se aletarguen o que degeneren mentalmente. Mi experiencia terapéutica me muestra reiteradamente de qué modo la gente se desajusta más cuando se sale de las rutinas de la vida organizada.

Yo encuentro en el tiempo de ocio grandes posibilidades, y una de ellas es lanzarme a gustar la vida en la faceta que implica contemplarla dentro y fuera de mí. esto requiere el coraje y la fuerza para traspasar estos límites de miedo ante mí misma y poder escuchar el silencio. la contemplo cuando me dejo afectar, tocar por la realidad que estoy viviendo. Contemplar va más allá del mirar. es atención al detalle y es atención al sentimiento que emerge de aquello que contemplo. Y contemplo cuando quito cerrojos a mi imaginación y penetro bajo la corteza de las cosas, traspasando la tela que las cubre. Cuando llego hasta sus raíces más

Y yo quiero prevenirme y saber desarrollar perspectivas creativas para él. Puedo utilizarlo adecuadamente o puedo malgastarlo. Cuando lo utilizo de forma creativa, estoy llenando de contenido mi vida y estoy dando al ocio una dimensión de nuevos horizontes. entonces, escucho a Dios en la historia, en la cultura, en los anhelos de la humanidad. entonces soy capaz de darme cuenta del vacío que me deja la prisa, la inconsciencia, la superficialidad, y siento la necesidad de crear el hábito de ahondar, de profundizar la vida. Me sorprendo ante la maravilla de vivir. quiero saber leer en el pozo de mi experiencia porque sé que esto me enriquece el alma. Fortalecer el hábito de relacionarme con el Dios de la Vida, en la vida.

1. El tiempo de ocio me da la oportunidad de fortalecer el hábito de contemplar la vida

uno de los aspectos más sensibles en este tiempo que todos disponemos en algunos momentos de la vida es la ruptura de rutinas, una experiencia que suscita preguntas. en algunas personas emergen la propia soledad y el vacío mientras lo viven; la ansiedad, que se ha quedado agazapada durante las horas programadas de actividad y ritmo, aflora. otras no saben qué hacer, en qué ocupar sus horas. se distraen

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para ellos…” (Madeleine Delbrêl, La alegría de creer, sal Terrae, santander, 1997, pp. 216-220).

Contemplar la vida empieza a ser posible cuando soy capaz de captar y comprender el caos interior que puede alejarme de la felicidad que necesito y sueño, y que algunas veces me sumerge en la confusión y en el vacío. Cuando soy capaz de comprender la raíz de mi incapacidad de amarme a mí misma y/o a los otros, cuando soy capaz de comprender cómo me privo de experiencias de riqueza y cómo actúo de acuerdo a otro orden de necesidades, cuando vivo en el mundo de lo relativo o vivo en la competición y los otros se convierten en enemigos; entonces, gasto la energía en pretender más y no puedo gozar amándolos. Y para todo esto necesito tiempo, necesito pararme y mirar. necesito espacios serenos de ocio.

2. El tiempo de ocio me posibilita vivir atenta a lo que acontece, a lo que es

Durante el tiempo de ocio solemos cambiar y dejar el lugar acostumbrado; mucha gente de la ciudad entra en contacto con el campo, el mar… entra en relación con otras personas, se perciben otras formas de vivir y otros valores; se hace una experiencia nueva del cuerpo descansado y relajado que, en forma de sensaciones, nos plantea nuevos interrogantes y nos responde a otras cuestiones planteadas. Debemos convencernos de que el tiempo de ocio no es el que se requiere para descansar después de una jornada de trabajo. es el tiempo que nos merecemos, que delimitamos para hacer lo que realmente deseamos. un tiempo que tiene la misma categoría que el dedicado al trabajo. Por eso, durante estas horas disponibles, puedo pasear por el campo y observar una flor, captando de ella todo lo bello y atractivo que la conforma, olerla. escuchar los sonidos y los cantos de los pájaros, el agua de los riachuelos, los murmullos de los árboles, incluso el ruido de las máquinas o de los coches. Captar todo lo bello y dejarlo resonar en mi cuerpo, en mi mente y en mi afectividad, de manera que quede grabado en mi interior todo el impacto que me produce. sumergirme en esas placenteras sensaciones, evocando

imágenes y hechos de mi propia vida, alabando a Dios que se manifiesta en la maravilla y grandeza de todo lo creado y gozando el hecho de existir, de tener vida. una presencia que unifica totalmente mi ser. Puedo sentir su aliento en todas las criaturas, en todas las voces, puedo contemplar su rostro en todas sus obras, especialmente en los seres humanos que son su “icono” más perfecto. Puedo gozar y saciarme de su rostro en las realidades más profanas. Y puedo descubrir los dinamismos divinos que actúan en las personas y en los grupos humanos. Puedo en otro momento hacer recorridos por la ciudad y observar lo menos agradable del entorno cercano, del barrio, de un río próximo, de la playa misma. Y puedo realizar una acción renovadora sobre todo ello: pintar una gaviota, un arco iris o una flor en la pared de mi mente. en otro recorrido puedo captar lo bello, lo que gusta y atrae a todos. Y entrando en un templo o iglesia,

puedo observar también sus distintos detalles: sus capiteles, sus retablos, sus adornos, sus imágenes, su luz y el colorido de sus vidrieras. Y quedarme con la foto impresa en sus detalles más pequeños, sentir al Dios que desde el centro de la misma se está comunicando. Puedo, en definitiva, hacer mi rato de oración-contemplación de una manera más sosegada, más pausada, sin que el reloj me marque la hora del fin para dar paso a cualquiera de mis actividades del día a día. el ocio vivido como un proyecto de realización personal es una opción que puedo tomar siempre desde mi capacidad de elección.

II. EL TIEMPO DE OCIO ME PERMITE MIRAR FRENTE A FRENTE LAS SITUACIONES QUE AFECTAN Y DIFICULTAN MI VIDA PARA TRANSCENDERLAS

Durante este tiempo que no tenemos programado se pueden fortalecer los lazos de amistad y disfrutar de las relaciones, de los amigos, de los seres queridos, de la vida familiar. Pero también se puede percibir mejor el propio vacío, la superficialidad y tal vez el conflicto de las relaciones conyugales y/o comunitarias. Me encuentro cada día, en mi condición de terapeuta, con la dificultad de los seres humanos para encajar las experiencias de insatisfacción y fracaso a la hora de vivir ciertas relaciones. Gran parte de las consultas se relacionan con el sufrimiento que el mundo relacional nos origina a todos. el tiempo de ocio me aporta el espacio para que yo pueda extraer la sabiduría y el aprendizaje de mis experiencias menos gratas e incluso amargas de mi tiempo presente o pasado, y pueda obtener de la dificultad una escuela de aprendizaje y transcendencia. Y, sobre todo, pueda encontrar el sentido de lo que me está sucediendo. Cuando soy capaz de elaborar mis dificultades, es cuando puedo ofrecer a las personas que acompaño la experiencia que yo he logrado interiorizar en ese tiempo de ocio. Poder aprender de mis propios errores es mi mejor escuela, me da sabiduría.

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Apoyarme en la fuerza de hacer el bien, en la sensación que me produce ahogar el mal con bien, me fortalece. Y me ayuda también sentir las palabras de Jesús cuando susurra: “Te basta mi gracia, mi fuerza se perfecciona en la debilidad” (2 Cor 12, 9). Junto a la posibilidad de hacer el mal, siempre reposa la posibilidad creativa de hacer el bien: “Elegid la vida y viviréis” (Dt 30, 19).

no puedo dejar de aludir al neuropsicólogo Paul Pearsall, profesor adjunto de la universidad de Hawai, que explica de qué modo, cuando abrimos nuestros corazones y extendemos la mano a otros en bondad, en bien, nuestro cerebro suelta endorfinas, productos químicos parecidos a la morfina, que producen sentimientos de alegría y de esperanza. Y los actos de bondad también hacen que el cerebro suelte una sustancia química, un neurotransmisor, que bloquea el dolor y produce un estado de bienestar. estos dos poderosos procesos fisiológicos tienen una inmensa influencia en nuestro cuerpo/mente/afectividad/espíritu y en la manera en que percibimos y experimentamos la vida. es verdad que mi cabeza lo tiene claro, y lo cree, pero es también verdad que, cuando llegan estos días grises donde todo está triste y alejado del color que podía alumbrar y embellecer mi vida, quizá de modo instantáneo me pongo a pensar en el pasado con nostalgia

desde mi mente que interpreta, desde mi afectividad y sensibilidad que se resisten a sufrir; es decir, sufro porque pretendo que un nivel inferior me dé lo que corresponde a un nivel superior. en este caso, me expongo a frustraciones y decepciones constantes y me inclino a buscar en lugares donde no está lo que busco. no precisamente es esa Fuente de donde surgen todas mis aspiraciones más profundas a amar, a crecer, a ser feliz. Allí he de buscar, pero, en esos casos, allí no busco. el ocio me da tiempo para replantearme por qué sufro, qué parte de responsabilidad tengo yo en ese dolor mío y cómo quiero vivir.

Porque lo cierto es que el mal ocurre y es incontrolable. Jesús habló del mal, no como una fuerza ajena, sino como una opción personal que atañe a la voluntad humana. es el mal que hacemos como fruto de nuestra sed de poder o como fruto del desequilibrio de nuestro egoísmo, de nuestro amor propio herido; es el mal de la envidia, de las malas intenciones que derivan de ella y que hieren, que desprecian. Todos en algún momento de nuestra vida hemos padecido el mal; también yo lo he padecido, he sufrido la incomprensión y ha venido a mi mente y a mi corazón aquella circunstancia en la que Jesús fue despreciado por los suyos, cuando dudaron de su conducta y le echaron en cara hacer el bien: “No despreciarán a un profeta más que en su tierra, entre sus parientes y en su casa” (Mc 6, 4).

Parto de la convicción de que la felicidad no es ausencia de dolor, sino que el dolor, el sufrimiento, del mismo modo que el gozo, son compañeros de camino del ser humano: dolor corporal (la enfermedad nos hace palpar nuestra finitud), psíquico (las agresiones del mundo nos permiten descubrir nuestra sensación de indefensión y pequeñez), existencial (en las relaciones palpamos las injusticias e incomprensiones que producen sentimientos vitales), y espiritual (que atañe a nuestra interioridad una especie de dolor moral). Y parto de la convicción de que la Historia de la salvación nos presenta hombres y mujeres que, en el realismo de la vida, aprendieron a vivir el dolor con un talante de sentido. A estas personas, en las experiencias de adversidad, Dios les reveló su rostro y encontraron gracia en la desgracia. “Si el grano de trigo no muere, no puede dar fruto” (Jn 12, 24). Frase que me atrajo desde mis primeros pasos en la fe, aunque no entendiera al principio su gran significado.

las experiencias tienen el sentido que nosotros mismos les damos. Por eso estoy captando que las dificultades de mi vida amplían la conciencia de mí misma y puedo dar nombre a los conflictos internos que intento ensordecer con la prisa de la vida, haciéndome insensible y viviendo de espaldas a ellos sin pararme a leerlos. el tiempo de ocio me ofrece esta posibilidad de comprender. Comprender que la Felicidad es una elección que yo puedo hacer en cualquier momento y en cualquier lugar. Mis pensamientos, mi interpretación de la realidad y mi manera de vivir lo que vivo son los que me hacen sentirme feliz o desgraciada. no son mis circunstancias, aunque ellas puedan favorecer o dificultar mi bienestar. lo sé. Pero, en parte, causamos lo que sentimos. quiero tener presente que el entorno puede condicionarme, pero no puede determinarme. soy yo quien, consciente o inconscientemente, escojo mi actitud frente a las circunstancias de mi vida. soy yo quien decide si lucho o me acobardo, si miro las luces o miro las sombras que me rodean, si dejo que me lastimen o les doy otro significado más relativo. Y sé que sufro cuando valoro

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o en el futuro con ansiedad. Y yo dudo. A veces, me cuesta mucho descubrir a Dios en esos momentos en los que viene disfrazado, escondido entre violencia, injusticia, abandono, soledad, humillación.

el tiempo de ocio me ha permitido muchas veces encontrarme con mi duda, con mi resistencia a sufrir, con mi propia tristeza. no es malo que algo me ponga triste, lo que sí es malo es que yo alimente mi tristeza con mi pensamiento. esto sí es responsabilidad mía. Además, mi tristeza me puede acercar al dolor de otros, y eso es bueno. Jesús experimentó varias veces la tristeza: “Cuando Jesús estuvo cerca de Jerusalén y contempló la ciudad, lloró por ella” (lc 19, 41). Y ante el sepulcro de su amigo Lázaro, “Jesús lloró” (Jn 11, 35). Por eso, en esas circunstancias de dolor, trato de agarrarme a Cristo en su oración de Getsemaní. Horas de amargura humana para Jesús. A Él no tuvo que resultarle nada fácil la vivencia de abandono en el que lo dejaron sumergido los suyos, aquella soledad y angustia que le llevó a sudar sangre. sobre Jesús cayeron las piedras del pecado de otros, las piedras de la inconsciencia, de la dureza de corazón, de la cobardía. Y Jesús le gritó al Padre su miedo en aquella hora, pero rendido a su voluntad: “Padre, haz que pase de mí este cáliz, pero no se haga mi voluntad, sino la tuya” (Mt 26, 39; Mc 14, 36; lc 22, 42). Momentos

de paz inefable en lo más profundo de su espíritu al rendirse a la voluntad de su Padre. supongo que Jesús trajo a su mente y a su corazón aquellas palabras que pronunció un día: “No me quita nadie mi vida… yo la entrego, libremente la doy” (Jn 10, 18). Y supongo que Jesús tenía bien presente su motivación más genuina, la que le daba la energía y la fuerza ante su propio desfallecimiento humano: dar respuesta al grito de los seres humanos, a la inconsciencia de la gente, al vacío y al sinsentido de la muchedumbre. ¿Cómo dejarme iluminar los momentos duros y difíciles de mi vida con esta imagen de Getsemaní? “El Espíritu viene en ayuda de nuestra flaqueza. Pues nosotros no sabemos cómo pedir para orar como conviene; mas el Espíritu mismo intercede por nosotros con gemidos inefables” (Rom 8, 26). ¿Cómo agarrarme a una motivación dinámica e impulsora de vida que, también y sobre todo, en estos momentos, me ayude a trascender? Paul Pearsall, que investiga con profundidad los principales paradigmas de la autoayuda (El último libro de autoayuda que vas a necesitar, ed. Granica, Barcelona, 2006, 288 pp.), nos invita a liberar la esperanza, a disfrutar el hoy en vez de concentrarnos en el mañana. Y afirma que sufrir no es un síntoma, es un proceso necesario en la vida.

Y donde hay acritud, una actitud de frialdad y distanciamiento, no está el amor, no está el espíritu de Jesús. Viviendo el dolor, experimento el límite,

pero también quiero experimentar nuevas posibilidades. “Si alguien quiere venir en pos de mí, tome su cruz y sígame” (Mt 16, 24). el tiempo de ocio me permite encontrarme con mi dolor, y puedo aprender a vivirlo de otra forma. A través de estas experiencias (acontecimientos, personas, situaciones, hechos…), deseo saber preguntarme y responderme: ¿Señor, qué me quieres decir aquí y ahora? (Jn 6, 28-29). ¿qué quieres que yo aprenda de esta realidad?

Reconozco que soy reacia a rendirme al dolor. Me sorprendo haciendo un gran esfuerzo. Como si solo dependiera de mí que la semilla, plantada en mi corazón, germinara y diera fruto. lo único que me corresponde es que yo no oponga resistencia alguna a lo que Dios va haciendo conmigo. Cuando uno mi oración a la oración de Jesús en Getsemaní, quizás aprendo mejor a desear y querer lo que Dios desea y quiere; y en ese momento es donde puedo hacer un camino de aceptación serena que le va dando sentido a mi dolor y me va capacitando para entender el sufrimiento de los otros. Me da una nueva forma de pensar y de ver la realidad, brota una nueva luz para vivirlo todo con un nuevo sentido, en solidaridad con los que sufren. Por eso soy capaz de mirar y ver un profundo dolor en la expresión de aquel anciano que suelo cruzarme casi a diario cuando voy hacia el trabajo, un anciano con las arrugas que, en su rostro, han marcado los años y la preocupación

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a mis sufrimientos, que me libere mágicamente de mis angustias y de mis miedos, de mis malos tragos. Y me decepciona cuando no se me presenta así. Dios es irreconocible, muchas veces, por mis ojos terrenos porque sigo esperando al Dios que no es Dios. quiero despertar y desarrollar en mí la actitud de ser buscadora del Dios verdadero, del Dios de Jesús, y de buscar mi propio rostro. encontrarlo como sentido y fundamento último de mi vida, como Víktor Frankl señala en sus escritos cuando expresa que la enfermedad psiquiátrica es producida, en ocasiones, porque el ser humano no encuentra sentido a su vida. Hay que encontrarlo.

◼ Tener desafíos como persona. un desafío nunca es una amenaza, sino una conquista. una de las características esenciales del ser humano es su capacidad de proyectar o forjar su propia formación, es decir,

◼ Buscar a Dios en la vida, aventura en la que me merece la pena embarcarme, porque siento la confianza y la esperanza de que “el que busca encuentra” (Mt 7, 8). el diario de Etty Hillesum muestra una experiencia religiosa vivida desde una situación dramática de sufrimiento en las absurdas y difíciles circunstancias de la persecución nazi a los judíos. Tratando de encontrarse a sí misma, se convierte en buscadora de Dios. Y lo va encontrando dentro, sintiéndose habitada. escribe: “Dentro de mí hay un pozo muy profundo. Y ahí dentro está Dios. A veces me es accesible. Pero a menudo hay piedras y escombros taponando ese pozo, y entonces Dios está enterrado. Hay que desenterrarlo de nuevo. Me imagino que hay gente que reza con los ojos dirigidos hacia arriba. Ellos buscan a Dios fuera de sí mismos. También hay otras personas que agachan la cabeza profundamente y que la esconden entre sus manos; creo que esa gente busca a Dios dentro de sí misma” (26 de agosto de 1941).

◼ Y buscar también mi verdadero rostro detrás del personaje que estoy representando, es un buen reto para mí misma, es caminar hacia el objetivo de llegar a ser una persona humana y espiritual, plena. solo desde esta experiencia puedo hacer el movimiento de pasar de una vida atraída y movida por valores de poder, placer, tener, saber, dominar, a una vida en la que Dios se convierte en el centro como fuente de felicidad verdadera. es llegar a encauzar el antagonismo de fuerzas que me constituyen y que, a veces, se expresan en mi búsqueda de un Dios que no existe, que no es el Dios de Jesús, el verdadero Dios. Me sorprendo yo también, como los de emaús, buscando a un Dios triunfador, apasionante, espectacular, que resuelva mis problemas y que se anticipe

por esa hija deficiente que arrastra sin apenas fuerzas. Y en aquel joven cuya mirada veo perdida en el horizonte, reflejo de una vida sin sentido; y en el mendigo que me pide en la calle; y en el bautizo y en la boda; y en la alegría y en las buenas noticias. en todo está presente Dios, comunicándose. en todas estas realidades puedo estar más atenta a descubrirle, a decirme a mí misma: “Es el Señor” (Jn 21, 7), y escuchar lo que quiere decirme a través de estos disfraces con los que se me hace presente en cada uno de mis días. Y cuando lo descubro también en la persona que me molesta y que me hiere, en aquella que no tiene en cuenta mis necesidades, soy capaz de mirar con lucidez bañada en misericordia. solo deseo que ni los agobios de la vida ni mi debilidad lleguen a frustrar el proyecto que Dios tiene sobre mí, sino que el dolor vuelva mi corazón verdaderamente humano, porque el dolor me prepara el terreno para que yo pueda dar mis mejores frutos. que yo sepa integrarlo y descubrir su sabiduría, mirar hacia atrás, al pasado, solo para leerlo y sacar el mejor aprendizaje para mi presente. en este tiempo de ocio, quiero poder rumiar la verdad más grande: sigo a un Crucificado y sigo a un Resucitado.

III. EL TIEMPO DE OCIO ME DA LA OPORTUNIDAD DE PARAR Y PLANTEARME DESAFÍOS PERSONALES

el ocio ha de tener una proyección de recreo, descanso, desconexión de la rutina. Creo en la importancia de hacer compatible diversión, creación y crecimiento; promover pasarlo bien y hacer cosas distintas que no nos permite el tiempo de trabajo o intensificar algunas.

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la capacidad de crear un proyecto único e irrepetible. A través de la reflexión, de encuentros con los distintos ámbitos de mi vida, puedo descubrir con ternura los patrones mentales, emocionales y físicos con los que he construido mi identidad personal. las diferentes máscaras y disfraces de actitudes y comportamientos que diseñé para protegerme y que en el presente esconden y limitan mi potencial de ser y hacer auténticos. Puedo tomar conciencia de todo con respeto, para transformar y expandir la conciencia de quién soy hacia un nuevo renacer a la vida.

si toda la historia de Dios con el hombre es la historia de una Alianza, el paso a la plenitud solo puede darse con la fe, con la apertura al Espíritu, con la madurez afectiva, psíquica y emocional y con la madurez existencial y espiritual. el poder de establecerse

metas es indiscutible. estos son algunos de los desafíos que yo delimito y reviso durante mis espacios de ocio:

1. Crecer psicológica y espiritualmente

los dos crecimientos han de ser entroncados.

◼ El crecimiento personal es un proceso de auto-descubrimiento y desarrollo de algunos aspectos de la personalidad. Para que se dé un crecimiento psicológico, han de ir creciendo simultáneamente todos los sectores de mi persona: el emotivo-afectivo, los afectos. la vida se juega en el corazón. Toda la persona gira alrededor de un eje afectivo en el que hay pendientes necesidades y carencias. es nuestra afectividad, el mundo de las emociones, motivaciones, prejuicios, estereotipos, etc., que ejercen un profundo influjo sobre nuestra manera

de interpretar la realidad y vivir. es imprescindible que yo reconozca el impacto de todas esas fuerzas interiores y discrimine los motivos inmaduros, aprovechando también los efectos positivos que la propia dinámica afectiva me puede estar ofreciendo. si mis emociones están integradas porque las voy nombrando y aceptando, traen la armonía y la paz a mi vida, me van permitiendo desarrollar mi capacidad de amar y ser amada, y mi corazón puede ir quedando polarizado por Dios, que pertenece a mi estructura afectiva.“Donde está tu tesoro, allí está tu corazón” (Mt 6, 21).

Otro sector es el intelectual y cognoscitivo. la cabeza puede interceptar el crecimiento con creencias irracionales y falta de sentido, o puede favorecerlo. Cuando este sector ha crecido y lo escucho, me aporta la lucidez necesaria para encontrar mi propio lugar en el mundo, dándome la apertura a horizontes más amplios, a alcanzar retos que valoro positivamente, moviendo mi voluntad hacia ellos. el pensamiento ve la verdad del ser, con sus riquezas y sus límites. Ya no hay alienación, porque los instintos están regulados por la vida profunda y porque encuentra la fuerza dentro, habiendo asumido las carencias y necesidades. El sector moral es mi guía interior, mi conciencia, que controla y dirige mis impulsos y mis instintos. El social incorpora las normas, hábitos de convivencia. su desarrollo me produce una adecuada adaptación al medio. es mi cuerpo el que recibe el impacto de todos los sectores. He de vivir conectada a él para escucharlo, pues guarda mucha sabiduría en las distintas grabaciones que mi historia personal le ha dejado marcadas y que afloran en forma de sensaciones. estamos sometidos a altos niveles de estrés en los tiempos actuales, que hacen que sea difícil mantenernos sanos, ágiles y con energía. el ocio nos proporciona la calma que necesitamos para renovarla.

Con el crecimiento psicológico alcanzo la madurez afectiva (capacidad de amar y ser amada, relaciones positivas sanas, autonomía, discernimiento con motivaciones auténticas, seguridad y solidez para afrontar mi propia vida). se va consolidando mi madurez

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expresada por Moisés en estas palabras: “Escoge, pues, la vida… amando a Yahvé tu Dios, atendiendo a su voz, y siguiéndole a él; porque él es vida para ti, y prolongación de tus días…” (Dt 30, 19-20). Él hizo la elección de vivir de acuerdo a Dios en lugar de envolverse de todo el materialismo que egipto le ofrecía. Él hizo una determinación por su fe. lo cotidiano es muchas veces el terreno donde se juega mi opción por Dios y la autenticidad de mis elecciones. la vida carece de sentido cuando me da igual hacer el bien que el mal.

3. Ser una persona unificada, afectiva y vitalmente libre

la unificación es un proceso que une distintos aspectos de la vida de la persona bajo un principio único, bajo un valor que aporta unidad. se realiza en el núcleo de la persona y le proporciona vigor, energía espiritual, psicológica y moral. Pero gran parte de los seres humanos vivimos fragmentados: pensamos de un modo, sentimos de otro y actuamos de manera distinta. somos incoherentes, y esto nos hace sufrir. las personas con una estructura personal poco sólida están a meced de sus propios conflictos internos y carecen de estabilidad emocional y, por lo tanto, espiritual. sin embargo, una persona con unidad interior va polarizando, concentrando sus energías y su afectividad en un centro vital, unificador: Dios, su amor incondicional y gratuito. entonces, va logrando tener una dirección que la trasciende y hacia la que los demás sectores de su identidad están orientados. Para mantener su unidad, todos los sectores necesitan una motivación unificadora, un “ceñidor de la unidad”. Allport, Maslow, Vergote, V. Frankl. Todos estos autores atribuyen a la fe una especial aptitud motivadora y unificadora. Algo por lo que merezca la pena entregarse (sin un sentido vital no se puede vivir).

nos urge a todos una palabra: unificación. A mí no me resulta nada fácil lograr una vivencia unificada de todos los aspectos que me llevan a vivirme dividida. lo personal, lo religioso, lo profesional, lo espiritual, lo pastoral no forman en mí aquella unidad que daría el tipo de persona integrada, unificada, que

2. Hacer una opción por Dios y decidir vivir de acuerdo con ella

la libertad de elegir es un tremendo poder. Todo en la vida es una elección. Hay siempre una elección posible. Muchas veces he dado por supuesta mi fe. He creído que dejaba a Dios expresarse a través de mi vida y que Él estaba impulsando mis motivaciones más profundas. Pero no se cumplen los supuestos sin más. Hay siempre una opción disponible, es decir, las elecciones se hacen porque las posibilidades existen. He de hacer una elección entre Dios y la multitud de dioses falsos que me rodean. Dios ha de ser la decisión clave de mi vida. “… porque han abandonado la Alianza que Yahvé Dios había hecho con ellos al sacarlos de Egipto y se han ido a servir a otros dioses” (Dt 29, 24). la elección es obvia y está claramente

humana en el proceso por el que me voy haciendo sujeto de mi propia historia y me voy guiando por los valores que creo significativos porque nacen de mi centro interior y me unifican. Mis convicciones van tomando una orientación clara.

◼ Crecer espiritualmente es experimentar la esencia de lo que verdaderamente soy a veces oculto bajo la negatividad aprendida a lo largo de mi historia y que condicionan los distintos sectores. Mi verdadero crecimiento espiritual contribuirá siempre a una sana madurez psicológica y, desde ella, las crisis evolutivas podrán ser asumidas y fecundas. Y a la inversa. una sana madurez psicológica permitirá vivir en plenitud una crisis espiritual. Mi vida será en sí misma profecía cuando se dé en mí el crecimiento psicológico y espiritual al unísono. es una realidad que las personas que tienen una fe activa viven con más coherencia en lo emocional y afectivo. el mismo Jesús nos recuerda: “… os digo: si tuviereis fe como un grano de mostaza, diréis a este monte: ‘Pásate de aquí allá’, y se pasará; y nada os será imposible” (Mt 17, 20). Desde que la persona es persona ha buscado trascender, elevarse sobre lo cotidiano con una fe que no se reduce a un aspecto de la vida, sino que es la vida misma en todas sus dimensiones. necesita vivir lo que cree y creer lo que vive. Mi fe no puede ser básicamente creer ni puede reducirse a los ritos que la expresan. Mi fe es una invitación de Dios, que toma la iniciativa y me llama por mi nombre para hacer su camino, y yo vivo la experiencia de esa llamada personal, que estremece, que atrae, que seduce… “Fuiste tú el que me moviste para que te buscase” (san Agustín). Pero si yo no tengo una estructura sólida, mi fe no tiene consistencia, se encuentra en el aire, desencarnada. Y como todo lo que no se personaliza, es una carga. Pasar de una fe ideológica a una fe personalizada es el reto, de esclavitudes a cotas de libertad interior. si re-leo mi propia historia, aquello que hubiera querido arrancar de mi vida (sufrimiento, injusticia…) comienza a tener sentido. Descubro un para qué en todo lo acontecido en ella. los dos crecimientos, el psicológico y el espiritual, han de ir al unísono para que el crecimiento religioso sea lúcido, consciente, coherente y libre.

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sabe incorporar todo lo que es a mi experiencia de cada día, a todas mis acciones. Tengo la impresión de que vivo las cosas de forma fragmentada, aunque tenga muchos deseos de unificarme. Toda la verdad que es verdad en mi mente y en mi corazón ha de ser también verdad en mi vida real, en mi vida cotidiana. Por eso, la contradicción es un conflicto en la personalidad que está mostrando su falta de unidad. son demasiadas cosas a integrar, y hasta puede aparecer la desesperanza al no verme muy capaz de conseguir lo que haría de mí una auténtica profeta. Me sobran palabras y me falta la Palabra.

sé que la persona que ha llegado a la unificación interior funciona externa e internamente con toda su potencialidad, funciona con todas las dimensiones de su propio ser y se encuentra irremediablemente volcada hacia los otros. sé que la experiencia de Dios produce un movimiento integrador y unificador de la persona (alguien que se está continuamente construyendo, alguien con la capacidad de ser lo que todavía no es). sé que no somos, vamos siendo. Hay siempre una posibilidad de más. Y Dios entra en relación con la persona en el ámbito de su libertad ejercida. “Donde hay Espíritu del Señor, hay libertad” (2 Cor 3, 17). Hay verdadera solidez cuando se tiene claro lo que se quiere hacer con la vida, cuando hay convicciones que se han hecho certezas. la soledad ya no se hace insoportable, sino que puede ser experimentada como una posibilidad de ser llenada.

el amor que siento por mí misma y que vivo hacia los otros es el grado de mi unificación interior. no se puede amar lo que está desintegrado, lo que todavía no es. Por eso el avance en el proceso de maduración es la integración personal, unificación, y es la comunión con los otros, integración interpersonal. Cuanto mayor sea mi densidad como persona, será mayor mi conciencia de que los demás son esenciales en mi vida. Y podré amarlos más allá de la relatividad, de la competición donde los otros se convierten en una amenaza (en ese caso, se gasta la energía en ser más y no se puede gozar amándolos). Hemos sido hechos por amor y para amar y solo amando puedo realizarme como persona

y puedo dar respuesta a la iniciativa de Dios con una causa por la que vivir e incluso morir y en conformidad con lo más profundo de mí misma. la vida es proyecto, tarea, llamada y don, y puedo elegir a qué o a quién quiero entregarla. el ocio me ofrece la posibilidad de replantearme todas estas realidades.

4. Una estructura antropológica que me permita salir de mí misma y dejar de ser el centro

Mi vida adquiere el valor de aquello en lo que la gasto. necesito conseguir una estructura que me permita no solo sentir a Dios en mi propia historia, sino también en la gente que encuentro en el camino. Más allá de mi pobreza, de mi limitación, de mi barro, de mi pecado, hay una capacidad de plenitud, de amor, de bondad desbordante. necesito hacer silencio dentro para

encontrarla y expresarla, mediante gratitud, admiración, alabanza, saliendo de mí misma, dejando de ser el centro y poniendo las necesidades de los otros por encima de mis planes. el lugar por excelencia para encontrar a Dios es la persona humana. Dios me habla en ella y por ella. “El otro es la metáfora de Dios” (Yves Cattin, en la revista Concilium, nº 242, agosto de 1992). que Jesús nunca tenga que reprocharme mi falta de reconocimiento, como nos comenta Marcos: “Le echó en cara su incredulidad y su terquedad” (Mc 16, 14). Reconocerlo con una mirada sensible al dolor y al sufrimiento y, por ello, generadora de misericordia, que es el signo unívoco de que Dios es, en mí, una experiencia. una mirada que sabe captar también signos de vida y de esperanza en mi historia y en la historia.

5. Orar los sentimientos, orar mis problemas

soy una vasija de barro que Dios recompone una y otra vez. Me cuesta mucho amar mi fragilidad, amar todo aquello que esconden mis necesidades y carencias. Yo creo que un obstáculo bastante común para descubrir a Dios y orar la vida es a menudo mi fracaso para ponerme en contacto con mis sentimientos, especialmente con los “negativos”. Me es más fácil ignorar los sentimientos de desaliento, desesperanza, miedo, cólera o culpa, que sentirlos y acogerlos. Y a veces me sorprendo, si los siento, deseando que estos sentimientos se vayan de mí, en lugar de compartirlos con Dios y permitirle amarme con ellos. Jesús está presente en mi impotencia y en propio vacío. Y esta certeza ha de ofrecerme la suficiente confianza para enfrentarlos y acogerlos a todos. Decidir no ignorar los sentimientos negativos, sino curar las situaciones que los causaron o que los siguen despertando en el presente, es permitir que mi relación con Dios deje de estar bloqueada por alguna experiencia dolorosa y pueda acceder a mis recursos internos. el camino es claro: experimentar mis sentimientos y tratar luego de mirar la experiencia de Jesús, para comprender en qué momentos de su vida sintió cada uno de ellos, dándome cuenta de su forma de actuar en tales circunstancias. Jesús

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es necesario que busquemos un tiempo para nosotros mismos, para nuestro descanso, para hacer lo que nos gusta, para replantearnos si estamos viviendo como hemos elegido, si sentimos la satisfacción de vivir en fidelidad a la verdad que somos. Aprender a valorar el ocio como un factor de equilibrio para un desarrollo armónico de la personalidad. Aprovecharlo, entrar en contacto con la vida de una manera más lenta y saboreando todos los instantes posibles. se trata tan solo de captar el deseo explícito que invade el corazón del ser humano, el deseo de lo que anhelamos, y que es el único capaz de llenar nuestro vacío, según la profunda intuición de san Agustín: “Nos hiciste Señor para Ti, y nuestro corazón está inquieto hasta que descanse en Ti”.

el tiempo de ocio es una oportunidad para replantear lo que somos, para eliminar los hábitos que nos hacen permanecer en la superficialidad, en un despiste permanente y alejados del Centro y del drama humano que nos rodea, que está clamando en la realidad que vivimos. lo que nos aleja de la interioridad es la falta de sentido de la vida, la superficialidad, la angustia, el materialismo. Y el Reino aparece cuando sembramos paz, justicia y libertad. “El Espíritu de Dios está sobre mí para dar la Buena Noticia a los pobres. Me ha enviado para anunciar la libertad a los cautivos, la vista a los ciegos, para poner en libertad a los oprimidos, para proclamar el año de gracia del Señor” (lc 4, 18-19). que el resto de nuestros días sean los más fecundos de nuestra vida porque extraemos de nuestro tiempo de ocio la mayor riqueza.

hacia fuera como un don. Mi quehacer es un valor cuando nace de lo que soy realmente. Y me he pasado buena parte de mi vida creyendo que soy una consecuencia del ambiente, de las circunstancias, de lo que me hacen o de lo que me dejan de hacer, pero soy lo que yo vivo dentro y aquello que sale de mí. Y la manifestación de esa postura interna es la que me lleva a reaccionar de una manera u otra. De mí depende la actitud, la determinación de vivir cada momento como don, despertando y desarrollando lo mejor de mí; no para ser apreciada y valorada, sino para regirme por una conciencia honestamente interpelada, que tiene como horizonte el camino de Jesús. Todas las respuestas que necesito acerca de la vida están ya dentro de mí. Por eso, mi verdadero auto-apoyo está en la apertura de mi corazón a mí misma, para vivir cada instante en su total plenitud, recibirlo como don y ser don.

Mi vida está tejida de aciertos y errores; por lo tanto, es sabiduría que yo no renuncie a nada de lo que he vivido, sino que puedo sacar pequeñas lecciones de los acontecimientos pequeños de mi vida ordinaria y puedo adquirir un conocimiento acumulado de todo lo que constituye la experiencia de mi vida. Y desde esta sabiduría puedo dejarme sorprender aceptando toda mi realidad como don. en mi tiempo de ocio puedo libar el néctar de mi propia vida, mientras la miro fijamente a los ojos y voy dejando una huella en ella.

CONCLUSIÓN

este artículo ha pretendido ser un recordatorio de valoración para darle al tiempo de ocio un lugar de relevancia en nuestra vida. el ocio, y lo que hacemos con él, es tan importante y necesario como el trabajo mismo. no nos resulta fácil saber qué es lo que nos gusta hacer durante ese tiempo disponible. Tenemos demasiadas costumbres. Pero, cuando lo utilizamos de forma creativa y responsable, estamos dando sentido a todo cuanto hacemos, es decir, nos enriquecemos personalmente, puesto que nos sentimos mejor, razonamos mejor y, en consecuencia, vivimos de forma más consciente.

no solo quiere sanar mis heridas, sino también sacar de ellas mis mejores dones. “Reconócelo en todos tus caminos, y él enderezará tus veredas” (Prov 3, 6).

6. En tiempo de ocio puedo fortalecer el hábito de aceptar la realidad como don

la vida pulsa y vibra en nosotros. es el don más precioso recibido por Dios. la percibimos como dinamismo y felicidad. es en el tiempo de ocio donde podemos más fácilmente pensar, disfrutar, tomar decisiones, sentir, desear, soñar, amar, gustar este don que es la vida. Y en esas actividades, sentimos que somos libres, que somos inteligentes, que poseemos voluntad y capacidad creativa. Y adquirimos nuevas experiencias de las cosas, de los acontecimientos, de las personas y, en especial, de nosotros mismos. Cada instante en la vida tiene la frescura de algo por estrenar y el imperativo de exprimirlo, porque no vuelve a repetirse.

Toda mi vida es un don y todo lo que en ella ocurre es una manifestación de ese don. el valor de mi vida no está en lo que hago, sino en lo que soy; está en el desarrollo de todo mi potencial y en el logro de mis aspiraciones más profundas. Tengo la capacidad de acoger esa fuerza vital, el espíritu, el ser, que está expresando continuamente llamadas hacia el crecimiento, hacia la vida. Y esto depende de mi nivel de conciencia, de las motivaciones más auténticas. Puedo decidir ser en profundidad y dejar fluir la experiencia

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