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MÓDULO 2102- LA PSICOLOGÍA CIENTÍFICA Y SUS SISTEMAS TEÓRICOS 1 Para profundizar en este tipo de contenidos consulte la obra: Tortosa, G.F. (1998) Una Historia de la Psicología Moderna. Madrid. McGraw Hill Lectura 2 Tortosa, G. F. (1998) Una Historia de la Psicología Moderna. Madrid. McGraw Hill P.P. 293-314 Tortosa (1998) te mostrará cómo J. B. Watson dio a la psicología el carácter de estudio de la conducta, y con esta lectura cubrirás la segunda unidad mínima de aprendizaje de la unidad V titulada La nueva era de la Psicología Americana. L L A A P P R R O O P P U U E E S S T T A A C C O O N N D D U U C C T T I I S S T T A A D D E E J J . . B B . . W W A A T T S S O O N N U U N N I I D D A A D D V V . . L A N UEVA ERA DE LA P SICOLOGÍA A MERICANA 1. Introducción La primera década de nuestro siglo fue un período de transición durante el cual numerosos psicólogos manifestaron una generalizada sensación de insatisfacción con la psicología tradicional, luchando por clarificar, aunque fuera en forma mínima, qué es y de qué se ocupa la psicología. La psicología norteamericana estuvo muy marcada por una profunda revisión de los objetivos, métodos, alcance y concepciones fundamentales de la psicología, manifestándose una fuerte tendencia a incorporar el estudio de los fenómenos más manifiestos del proceso de adaptación, la conducta abierta de los organismos. El replanteamiento se centró en la naturaleza de la conciencia y la validez del método introspectivo. Se estaba demandando una nueva sistematización y Watson sería uno de los primeros investigadores en plasmar ese estado de cosas en un programa definido. «Los tiempos estaban maduros para una mayor objetividad en la psicología» (Boring, 1950), y, al iniciarse la segunda década de nuestro siglo, se habían asentado ya las fuerzas que iban a desplazar la psicología desde el mentalismo hasta el conductismo. El idealismo se había visto reemplazado por el pragmatismo, el realismo y el instrumentalismo. La conciencia había pasado a ser un mero postulado cada vez de menos utilidad, especialmente entre los psicólogos animales; además, la teoría ideomotora había acabado reduciéndola a un concepto relaciona]. El dominante funcionalismo se orientaba crecientemente hacia la determinación objetiva de la influencia de los ambientes sobre unos organismos que se servían de la conducta para intentar satisfacer sus necesidades dentro de un esquema E-O-R. La utilidad de la psicología era un activo social que ninguna presunta comunidad de expertos podía despreciar. Así, cuando Watson ofreció su propuesta, existía ya en la psicología norteamericana una generalizada puesta en cuestión de los «viejos dioses de la introspección, la conciencia y la sensación» (Dunlap, UNIDAD V LA NUEVA ERA DE LA PSICOLOGÍA AMERICANA

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MÓDULO 2102- LA PSICOLOGÍA CIENTÍFICA Y SUS SISTEMAS TEÓRICOS 1

Para profundizar en este tipo de contenidos consulte la obra: Tortosa, G.F. (1998) Una Historia de la Psicología Moderna. Madrid. McGraw Hill

Lectura 2 Tortosa, G. F. (1998) Una Historia de la

Psicología Moderna. Madrid. McGraw Hill P.P. 293-314

Tortosa (1998) te mostrará cómo J. B. Watson dio a la psicología el carácter de estudio de la conducta, y con esta lectura cubrirás la segunda unidad mínima de aprendizaje de la unidad V titulada La nueva era de la Psicología Americana.

LLAA PPRROOPPUUEESSTTAA CCOONNDDUUCCTTIISSTTAA DDEE JJ.. BB.. WWAATTSSOONN

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LA NUEVA ERA DE LA PSICOLOGÍA AMERICANA

1. Introducción La primera década de nuestro siglo fue un período de transición durante el cual numerosos psicólogos manifestaron una generalizada sensación de insatisfacción con la psicología tradicional, luchando por clarificar, aunque fuera en forma mínima, qué es y de qué se ocupa la psicología. La psicología norteamericana estuvo muy marcada por una profunda revisión de los objetivos, métodos, alcance y concepciones fundamentales de la psicología, manifestándose una fuerte tendencia a incorporar el estudio de los fenómenos más manifiestos del proceso de adaptación, la conducta abierta de los organismos. El replanteamiento se centró en la naturaleza de la conciencia y la validez del método introspectivo. Se estaba demandando una nueva sistematización y Watson sería uno de los primeros investigadores en plasmar ese estado de cosas en un programa definido.

«Los tiempos estaban maduros para una mayor objetividad en la psicología» (Boring, 1950), y, al iniciarse la segunda década de nuestro siglo, se habían asentado ya las fuerzas que iban a desplazar la psicología desde el mentalismo hasta el conductismo. El idealismo se había visto reemplazado por el pragmatismo, el realismo y el instrumentalismo. La conciencia había pasado a ser un mero postulado cada vez de menos utilidad, especialmente entre los psicólogos animales; además, la teoría ideomotora había acabado reduciéndola a un concepto relaciona]. El dominante funcionalismo se orientaba crecientemente hacia la determinación objetiva de la influencia de los ambientes sobre unos organismos que se servían de la conducta para intentar satisfacer sus necesidades dentro de un esquema E-O-R. La utilidad de la psicología era un activo social que ninguna presunta comunidad de expertos podía despreciar. Así, cuando Watson ofreció su propuesta, existía ya en la psicología norteamericana una generalizada puesta en cuestión de los «viejos dioses de la introspección, la conciencia y la sensación» (Dunlap,

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1932), y un decidido apoyo al modelo naturalista de ciencia, y por tanto a una oferta de predicción y control. 2. Por el animal hacia el ser humano Mucho tiempo antes de que Koestler (1967) bautizase el conductismo como «la filosofía del ratomorfismo», diversos comentaristas de la obra de Watson y el propio Watson habían reconocido ya la obvia conexión entre psicología animal y conductismo. La experimentación animal fue el principal agente causal de la orientación conductualista del funcionalismo, básicamente se ampliaron los métodos y puntos de vista de la psicología animal a la psicología humana.

Biólogos y psicólogos habían aportado su grano de arena a la constitución de un ámbito propio de psicología animal que había ido, con los años, cobrando forma y peso dentro de la psicología americana. En el tránsito al siglo XX, en el campo de la psicología comparada y en el de la biología, los estudios sobre la conducta de los seres vivos, la aplicación del método experimental v la preocupación por la construcción de una ciencia objetiva acerca de la conducta eran valores bien establecidos (Boakes, 1989). Una interpretación relacional de lo psíquico, como experiencia peculiar, que lo reducía a mera conexión de fenómenos había ido teniendo un cierto grado de concreción en el horizonte de ciencia natural.

J. Loeb (1859-1924), uno de los maestros de Watson a pesar de la brevedad de su relación, consideraba la conciencia un término metafísico que, en realidad designaba fenómenos determinados por la memoria asociativa, siendo ésta el «mecanismo mediante el cual un estímulo provoca, no sólo los efectos que su naturaleza y la estructura específica del órgano irritable determinan, sino que provoca también los efectos de otros estímulos que anteriormente actuaron sobre el organismo a la vez o casi simultáneamente a hacerlo el estímulo en cuestión» (Loeb. 1900). Se ve, pues que la conciencia es aquí un mero nombre para referirse a las conexiones entre un estímulo actual y una huella psíquica previa. En su influyente debate con Jennings (Pauly, 1981), Loeb enfatizaría cada vez más la importancia explicativa, no de causas internas al organismo, sino de los factores situados en el exterior del mismo, acentuaría la simplicidad y el carácter global de la respuesta y su

posible generalización a muy diversos tipos de organismos, e intentaría más que conocer cómo actuaba el organismo y cómo se automantenía en un entorno cambiante, lograr controlar diversos aspectos de la conducta modificando las condiciones externas con las que aquélla se relacionaba. Su postura tendría una fuerte influencia sobre los futuros planteamientos de Watson, pese a que sus relaciones en Chicago duraron menos que las que éste mantendría con Jennings en Johns Hopkins.

En este proceso también jugaron un papel clave los investigadores inscritos en la corriente funcionalista de la psicología animal, caracterís-ticamente representada por las investigaciones de Small, Thorndike, Yerkes, Angell y, pronto, el propio Watson. Numerosos funcionalistas practicaron rigurosos experimentos con animales y defendieron ardorosamente la teoría de la selección natural y la continuidad de las especies (Logue. 1985. Los funcionalistas se interesarían en la psicología animal y en la psicología genética porque suministraban procedimientos objetivos para observar las capacidades que ayudaban al organismo a tener éxito; posteriormente alguno de ellos se desplazaría al ámbito educativo y la psicología infantil, propiciando la aceptación de las ideas objetivas del conductismo (O'Donnell, 1985).

La influencia del evolucionismo sobre los estudios de la conducta animal es indudable, como lo es el de algunos psicólogos británicos —Romanes, Morgan y Spalding—. Durante la segunda mitad del siglo XIX, aquéllos progresaron desde la utilización del método anecdótico hasta la del experimental. Las técnicas que desarrollaron en vistas a ejecutar sus experimentos, así como los datos que obtuvieron, ejercieron un fuerte y casi inmediato impacto sobre los psicólogos que, en EE.UU., estaban trabajando con especies subhumanas antes de la llegada del conductismo (Richards, 1977; Logue, 1985)1. Pero Gran Bretaña no fue el único país en contar con

1 «Las pretensiones de objetividad, propias de toda ciencia empírica (...) se habían acentuado especialmente en psicología animal, donde no cabe obtener informes introspectivos de los sujetos. De las observaciones naturalistas y anecdóticas de Romanes, se había pasado al control más riguroso de Lloyd Morgan, y a los trabajos estrictos de Thorndike y Small, en situaciones experimentales cada vez más simples y controladas. El psicólogo iba limitándose progresivamente a describir los estímulos que constituyen la situación animal —cajas experimentales, laberintos—, las respuestas motoras y las asociaciones regulares entre unos y otros que se observan de hecho en la conducta» (Yela, 1980, 152).

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una investigación experimental sobre sujetos infrahumanos que afectase a la psicología estadounidense; en Rusia, los fisiólogos, más que los biólogos, habían iniciado un programa de investigación también experimental con ani-males que sería conocido algo más tardíamente2.

En aquel marco se produjo la incorporación de Watson a la investigación animal. Encontró en Chicago a los psicólogos Dewey y Angel], especialmente el segundo le orientó definitivamente hacia la psicología experimental, al neurólogo Donaldson y el biólogo de origen alemán Loeb. Su influencia directa, junto a la más lejana ejercida por la investigación sobre animales de Thorndike, Small y Yerkes, acabarían decantando a Watson hacia la psicología comparada. Centró su investigación en sujetos experimentales tan diversos como ratas, primates y aves. Estudió patrones conductuales simples y complejos en especies domésticas y no domésticas, en cautividad y en sus medios naturales, por lo que se vio abocado tanto a estudios de campo como experimentales. Sería en este campo donde labraría su reputación científica de la mano de un riguroso programa claramente condicionado por las pre-ocupaciones de la psicología animal norteamericana. Subyacía el debate postdarwinista sobre la evolución de la mente (Boakes, 1989, 1995).

La hipótesis general era que la comprensión y explicación de la mente humana podía beneficiarse mucho de las comparaciones sistemáticas entre las habilidades mentales de las diferentes especies, esto es lo que otorgó a la psicología comparada un lugar, aunque modesto, en el marco de la psicología experimental (Campfield, 1969; O'Donnell, 1985).

John Broadus Watson (1878-1958) obtuvo su MA en la Universidad Fur-man, marchando a Chicago a realizar su formación de postgrado. Se doctoró (190_) bajo la dirección de Donaldon y Angell, incorporándose a la plantilla académica de la prestigiosa Universidad de Chicago. En 1908, sucedía a Baldwin como director de departamento en otra de las grandes universidades (Johns Hopkins), encargándose editorialmente del

influyente Psychological Review. Fue propuesto como secretario del fallido XI Congreso Internacional de Psicología, a celebrar en EE.UU. en 1913. Sólo diez años después de doctorarse daba a conocer su propuesta conductista en Columbia y a través del Review, y un año después, con sólo treinta y seis años era nominado como futuro presidente de la APA. Una trayectoria inusualmente rápida para los estándares incluso de nuestros años. Independientemente de coyunturas y factores extracientíficos, estos logros reflejan su muy considerable contribución al desarrollo de la disciplina, y una indudable situación de poder. Su control sobre revistas (y secciones editoriales) clave (por ejemplo, Journal of Comparative Neurology and Psychology, The Journal of Animal Behavior; Behavior Monographs; Psychological Review, Psychobiology, Journal of Experimental Psychology) le llevó a conocer bien y pronto los desarrollos que se iban produciendo en la psicología de su tiempo y le facilitó la difusión de sus propias ideas, y de quienes las compartían, sobre una ciencia conductual. Formó parte del Committee on the Clasification of Personnel in the Army. Una vez finalizada la

2 Watson editó el número del Psvchological Bulletin en el que Yerkes y Morgulis presentaban la aplicación del método de Pavlov al estudio del comportamiento animal, y, desde luego, fueron leídas las traducciones francesas de piezas importantes de la tradición reflexológica rusa. Watson, por ejemplo, dedicaría un semestre entero a la traducción y discusión del libro de Bechterev La Psicología Objetiva, publicado por Félix Alean en 1913.

guerra, en noviembre de 1918, regresa a su Universidad, pero su trabajo fue bruscamente interrumpido (1920) a causa de un escandaloso divorcio por el que se le obligó a dimitir. Participa activamente en la Scott Company y en la Psychological Corporation. Se incorpora a la Agencia de Publicidad multiservicios J. Walter Thompson Co., de la que acabaría siendo vicepresidente gracias a exitosas campañas publicitarias; en 1936 se convierte en vicepresidente de la Williams Esty and Company, jubilándose en 1945. Meses antes de su muerte recibió el Premio de la APA por su labor en psicología.

2.1. Investigación del comportamiento animal

Guiaron su investigación doctoral el interés de Angell en el desarrollo genético de la función, los sujetos experimentales de Donaldson y el diseño de Small para experimentos psicológicos con animales (O'Donnell, 1985). Además influyó su fuerte relación con Loeb, representante de la materialista fisiológica alemana propugnadora de explicaciones reduccionistas y mecanicistas del comportamiento.

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«En Chicago, comencé ya a realizar una formulación tentativa de mi punto de vista posterior. Nunca quise utilizar sujetos humanos para las investigaciones. Detestaba servir como sujeto experimental. No me gustaban las rígidas y artificiales instrucciones que se daban a estos sujetos. Siempre me sentí incómodo y actuaba sin naturalidad. Sin embargo, me sentía cómodo trabajando con animales. Sentía que, al estudiarlos me aproximaba a la biología manteniendo los pies en el suelo. Una y otra vez me asaltaba el mismo pensamiento: observando la conducta de los animales ¿no conseguiré descubrir eso que los otros estudiantes afirman descubrir en los sujetos humanos utilizando instrospección?»

Watson, 1936, 275

En su investigación doctoral (Watson, 1903) estudió la correlación entre la creciente complejidad de la conducta de la rata y la maduración de su sistema nervioso. Si bien utilizó el término «desarrollo psíquico», lo definía objetivamente en términos de la creciente habilidad de los animales para aprender a resolver tareas complejas (laberintos). Pensaba que el comportamiento animal se podía estudiar a través de su entramado biológico y cuestionaba los argumentos que proclamaban un estado consciente en los animales. Encontró que no existía una correlación necesaria entre el desarrollo neurológico y el psíquico. El éxito en recorrer el laberinto dependía fundamentalmente del «sentido muscular». Los éxitos de sus animales dependían, además considerablemente, del control del experimentador sobre las necesidades nutritivas y sexuales de éstos. No obstante, lo más relevante fue la afirmación de que la madurez psíquica no se definía sólo fisiológicamente, sino que se determinaba conductualmente, por el criterio funcional de la mente como resolutora de problemas. Al comentar la analogía con los seres humanos, sugería que las diferencias entre el adulto y el niño en madurez psíquica residen en que éste carece de las experiencias de aprendizaje que el adulto ha acumulado merced a su mayor edad.

Al frente del laboratorio de Chicago, Watson continuó su investigación con la colaboración de Carr, posteriormente su sucesor. Utilizando procedimientos de deprivación sensorial, estudió el papel de las distintas sensaciones en el aprendizaje de laberintos. El método experimental a emplear era claro: aislar cada uno de los sentidos corporales de las ratas hasta encontrar aquel cuya

pérdida provocara un grave deterioro en la resolución de la tarea. La destrucción quirúrgica o anestesia de los centros nerviosos de la visión, el olfato, la audición, etc., no mostró deterioros en la ejecución; sólo cuando se interfirieron las sensaciones cinestésicas, el llamado sentido muscular, se obtuvo el resultado hipotetizado, por lo que parecía quedar demostrado que era éste el sentido básico que permitía a las ratas orientarse en el laberinto (Watson, 1907). Dirigía su investigación, realmente, a establecer cómo una mente organizada reacciona frente a su entorno, determinándolo no por introspección, sino por medio de la observación de la conducta, con lo que po-dría intentar establecer una comparación funcional entre los procesos sensoriales de animales y humanos (Buckley, 1982)3. Subyacía la creencia en la continuidad de las especies, hipótesis que cambiaría posteriormente, convirtiéndose en uno de los pocos psicólogos discontinuistas que habían tenido una formación comparada (Logue, 1978).

También estudió, en primates, la conducta de imitación, tema sobre el que existían evidencias poco concluyentes. Siguiendo la línea de investigación iniciada por Thorndike y Hobhouse, se centró en la obtención de alimento mediante la solución de un problema perceptivo, y la manipulación para conseguir la entrada o la salida en la jaula. Su conclusión básica fue que existía un tipo rudimentario de imitación, aunque ésta no fuera el factor principal de aprendizaje (Watson, 1908). Comenzó también a estudiar con R. Yerkes (1876-1956), el más conocido divulgador del método pavloviano del reflejo condicionado en EE.UU. (Yerkes y Morgulis, 1909), la discriminación de colores4.

3 Las revistas científicas de la época acogieron relativamente bien los resultados publicados por Watson, aunque publicaciones de carácter divulgativo como Nation o Life, haciéndose eco de la voz de numerosos miembros del movimiento antiviviseccionista que se mostraban reacios al sacrificio de animales con pro-pósitos científicos, no vieron en estos experimentos otra cosa que un cruel e innecesario experimento llevado a cabo con organismos vivos, y publicaron incluso viñetas caricaturizadas que presentaban a Watson como asesino de indefensas ratas, saliendo en su defensa algunos importantes psicólogos, y especialmente Baldwin (Dewsbury, 1985, 1990).

4 Por ejemplo, acerca del espectro cromático de los pollos, comparando este espectro con el de los seres humanos (Watson & Watson, 1913). Además, el propio Yerkes llegó, un año después que Watson, a la Medical School de la Universidad de John Hopkins para trabajar sobre la respuesta glandular condicionada en perros.

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Simultaneó durante años la investigación experimental con la de campo. Así, desde 1906, estudió, durante varios veranos, en una estación biológica dependiente de la Institución Carnegie, la génesis y el desarrollo de patrones de conducta innatos y adquiridos (por ejemplo, intercambio de señales, hábitos migratorios, sistema de anidamiento, incubación de huevos, puesta, crianza, alimentación. defensa territorial, miedos, discriminación visual)5, a través de la observación continua de generaciones sucesivas. En general, sus observaciones parecían apoyar la hipótesis, mantenida por autores como Morgan o James, de que los instintos presentes al nacer son imperfectos, pero van perfeccionándose, progresivamente, a través de la formación de hábitos, o lo que es lo mismo, por intermedio del aprendizaje por ensayo y error, ya que el papel de la imitación era prácticamente inexistente.

Casi simultáneamente a su traslado a Baltimore, para ocupar la cátedra de psicología experimental y comparada de la Universidad de Johns Hopkins (curso 1908-1909)6, comenzó a defender públicamente (Watson, 1909) que la psicología experimental humana debía utilizar los métodos de la comparada, y poco después (1910), abiertamente, hablaba sobre una nueva ciencia del comportamiento animal. En la misma forma en que la generación previa de psicólogos había reemplazado una filosofía «especulativa o metafísica» con una «nueva psicología» basada sobre investigaciones experimentales realizadas en laboratorio, ahora los métodos e hipótesis de la psicología experimental comenzaban a verse modificados por la llamada nueva ciencia de la conducta animal7. Ésta, basada en la observación de conductas, se vincula con las respetables ciencias biológicas. Apunta el valor práctico de su

5 Incluso (cfr. Dewsbury, 1994) observó y describió el fenómeno del imprinting en aves jóvenes: «(...) la aves han desarrollado una fuerte vinculación conmigo. Me siguen alrededor de toda la habitación» (Watson, 1908, 240).

6 Acabaría supliendo a Baldwin, obligado a abandonar la Universidad al verse mezclado en un turbio escándalo público, al frente del departamento y laboratorio de psicología (Pauly, 1979).

7 Watson se encontraba ya en el camino hacia el conductismo. En una comunicación presentada a la Southern Society pregonaba la analogía entre conducta humana y animal y declaraba abiertamente que «explicar la conducta humana en términos de "conciencia" es un absurdo» (Watson, 1909).

propuesta al afirmar que el problema central de la psicología, animal y humana, lo constituye el aprendizaje, que tiene lugar básicamente por ensayo y error. Datos obtenidos a partir de la investigación animal podrían ex-trapolarse al reino humano, ayudando a mejorar la eficacia en las aulas. Era una calculada apelación a los educadores, a los que estaba ofreciendo una promesa de control. Latía en el fondo el problema de los instintos y la educabilidad. Watson reclamaba mayor control experimental en la investigación respecto al tópico, tanto en la vida animal como en la primera infancia del bebé, abogando por rigurosos estudios longitudinales (genéticos), utilizando instrumentos de registro visual (por ejemplo, cámaras), siempre dentro de su preocupación general por dotar de rigor la observación (Harris, 1984).

«¿Cómo realizar una investigación de laboratorio sobre la mente de un animal? Resulta imposible entrar en su mente y ver por nosotros mismos el drama de los eventos mentales que están teniendo lugar allí; por consiguiente. ¿cómo será posible conseguir alguna vez conocimientos claros respecto a cómo trabaja la mente? (...) llevamos a nuestros sujetos experimentales al laboratorio, preferiblemente cuando son jóvenes (muy a menudo al nacer), y observamos cómo se va desarrollando su vida instintiva. Esto nos ofrece una clave sobre lo que todos los animales de una misma especie hacen natural e instintivamente, por ejemplo, los actos que ejecutan sin entrenamiento, enseñanza o contacto social con sus congéneres. Además. esto enseña al psicólogo el camino a seguir en la educación del animal (...). El psicólogo no enfrentaría a una estrella de mar con el mismo problema que a un pájaro, ni a una ameba (la forma más simple de vida animal) con el mismo problema que a un mono. Por ello, antes de iniciar el laborioso trabajo de la educación de cualquier animal, resulta muy deseable conocer algo sobre la forma en la que trabajan sus órganos sensoriales. Debemos conocer las avenidas por las cuales podríamos atraerlo. ¿Nuestro animal tiene una visión normal del color? Si no es así, ¿cuáles son los defectos? (...) ¿Es tan aguda su capacidad para discriminar entre dos círculos iluminados como cuando difieren sólo en su tamaño? (...) Ya lo he dicho "mirando lo que hace"» (Watson, 1910, 348-349). «El hombre da sus primeros pasos exactamente de la misma forma que lo hace el animal (...). Sin embargo, la continuidad entre la mente del hombre y el bruto, la idea de los primeros investigadores, se mostrará que existe, no exaltando

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la mente del bruto, sino más bien por el proceso inverso de mostrar los defectos en la mente humana.»

Ibíd., 352-353

El marco científico inmediato de su programa procedía de la reducción de Thorndike de la inteligencia animal a un desarrollo de hábitos motores, y en la introducción de la rata y el laberinto en los laboratorios en un intento por establecer las habilidades sensoriales de las especies infrahumanas (Macphail, 1982). Más que intentar comprender os procesos psicológicos por medio de comparaciones sistemáticas entre especies, objetivo estricto de los psicólogos comparados, cambió de sujetos persiguiendo fines diversos. Subyace siempre la idea de que los animales son más adecuados para dotar a la investigación de cientificidad, dada la problemática que entrañaba interpretar los resultados de os experimentos con humanos, donde la variabilidad de la experiencia aportada dificulta la formulación de afirmaciones incontestables. Se mostró como un experimentador riguroso que trabajaba en problemas empíricos bien definidos, siendo el desarrollo y el estudio de la relación entre instinto y aprendizaje lo que más le atrajo8.

Su primer manual, Conducta: Una Introducción a la Psicología Comparada (Watson, 1914), constituyó un punto y final a casi quince años de investigación experimental con animales. Las ideas vertidas reflejan un estado de cosas sentido por muchos otros investigadores de su tiempo: biólogos, fisiólogos, neurólogos y psicólogos explicaban en términos mecanicistas la conducta. Se estaba produciendo, en las ciencias naturales y en las sociales, un fuerte movimiento crítico contra los restrictivos planteamientos de la psicología introspectiva, que circunscribía el objeto de la psicología al estudio de la mente.

8 En cambio, no estuvo experimentalmente implicado en otros problemas característicos de su época:

tardó en entrar en el desarrollo de tareas complejas de aprendizaje, en especial las que exigían una reacción demorada, y !as de discriminación múltiple (Boakes, 1989). Conoció, incluso reconoció, su valor potencial (Watson, 1914, 224-227), pero sólo tangencialmente entró en ellos. No ofreció ninguna contribución substancial a las teorías del aprendizaje, ya que su explicación del proceso en términos de los clásicos principios asociativos de frecuencia y recencia sería desarrollada con cierta sistematicidad por su estudiante H. Carr (Carr, 1914).

Ofrecía una psicología cuasireflexológica: la conducta debía analizarse en términos de conexiones mecánicas entre estímulos y respuestas; en ocasiones mostraba la presencia de reflejos aislados simples, en oteas, cuando discutía los instintos, señalaba que los reflejos podían llegar a concatenarse en largas secuencias para producir ajustes complejos, y, cuando hablaba del hábito, lo reducía a redes de reflejos interconectados, que diferían del instinto sólo en la génesis del patrón y en el orden de los movimientos individuales, pero no en los propios movimientos. En el libro aparece alguna de sus radicales ideas posteriores: elimina la conciencia y la introspección; entiende la conducta como una actividad de ajuste de un organismo globalmente considerado; descalifica el estudio de las imágenes —«no existen procesos iniciados centralmente»—; reduce la diferencia entre bestias y humanos a la existencia del lenguaje; identifica el lenguaje con el hábito; relega el pensamiento a hábitos en pequeña escala cuyos movimientos implí-citos deberían ser detectables y medibles con instrumentos adecuados; identifica la emoción con la estimulación sobre las zonas erógenas..., aunque todavía están ausentes otros de lo que luego serian aspectos definitorios de su conductismo, como el radical ambientalismo y la idea de que con un entrenamiento adecuado se puede llegar a hacer virtualmente cualquier cosa.

Aquellas ausencias y la escasa elaboración de algunas de sus ideas originales facilitó una relativamente buena crítica. No se le valora como proponente de un sistema diferente de la dominante tendencia funcionalista, pese a algunos de sus juicios extremos. Quizás por ello el libro se percibió como una obra importante, pero no substancialmente diferente de otras que, en rápida progresión, estaban apareciendo dentro del laxo marco teórico americano9. Watson compartía con muchos contemporáneos, incluso con algunos de sus predecesores, la esperanza de que la psicología se

9 «Cada profesor de psicología que reconozca la necesidad de proporcionar cono-cimientos relativos a

la psicología animal está en deuda con Watson (...) Se capta el celo del investigador por fundamentar la investigación y la confianza del científico en el tema del control y la predicción como justificación de la ciencia (...) he hecho constar estas objeciones a los puntos de vista de Watson fundamentalmente porque me pa-rece deseable mantener las finalidades y los métodos generales de la psicología objetiva separados de las hipótesis explicativas concretas de cualquiera de los que como nosotros está estudiándola» (Thorndike, 1915).

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convirtiera en una ciencia natural, sujeta a comprobación experimental, y capaz de establecer sus leyes en términos de lo que puede observarse. La guerra contra la utilización acrítica de la introspección prácticamente estaba ganada antes de empezar, las revistas veían sus páginas llenas de discusiones sobre la validez de aquel método, y de investigaciones en las que el término conducta era habitual. El importante papel que desempeñaba la investigación dé la conducta animal quedaba fuera de discusión. Las relaciones entre psicología y biología se aceptaban prácticamente sin voces discordantes. La dimensión tecnológica y profesional de la psicología era algo compartido por quienes luchaban por definir su rol en un ambiente generalmente hostil (por ejemplo, Birnbaum, 1965; Joncich, 1968; O'Donnell, 1979, 1985).

Desde entonces, la aportación de Watson al campo de la psicología comparada iría haciéndose más escasa, hasta desaparecer por completo. Su Introducción se puede considerar como un puente entre su inicial trayectoria de investigación y la nueva, centrada en seres humanos. En febrero de 1916, Watson comenzó a estudiar la conducta infantil en la Clínica Psiquiátrica Phipps (Samelson, 1980), y, poco después (Watson. 1917), anunciaba que había decidido abandonar el trabajo con animales, para comenzar un amplio programa de investigación sobre «la naturaleza instintiva hereditaria del niño».

No es fácil saber cuál fue el porqué del cambio, pero sí ha habido diversos intentos explicativos. Samelson (1994) sugiere que puede haberse debido a una especie de burnout, como consecuencia, bien de la laboriosidad de unos experimentos que permitían obtener sólo magros resultados, bien de que el programa hubiese llegado a un punto muerto. Otros autores (por ejemplo, Cohen, 1979; Buckley, 1989; Boakes, 1989) arguyen que hubo dos determinantes: la presión de su elevado estatus, que le llevó a intentar demostrar la validez de sus puntos de vista para toda la psicología, y la oportunidad que se le ofreció de estudiar el desarrollo (y la relación instinto-aprendizaje) en un sujeto experimental de otra especie. Desde esta última perspectiva, lo que suele presentarse con una abrupta ruptura aparece como una continuidad lógica en su programa investigador. Sus nuevos datos hicieron emerger un tema que había estado larvado ya en su trabajo, el marcado efecto que las experiencias tempranas tienen sobre el desarrollo posterior, un efecto que varía ampliamente entre las diversas especies,

siendo los seres humanos los que exhiben la forma más extrema de plasticidad (Pérez-Garrido, 1996).

«Las ideas conductistas son idóneas para predecir y controlar la "má-quina orgánica" que es el hombre, lo mismo que podemos hacer con otras máquinas. (...) Si se adopta la perspectiva general de que no existe nada en una persona salvo lo que puede observarse, y si se piensa en esa persona como en una máquina —una máquina orgánica—, entonces no existe razón alguna en el mundo por la que no podamos aprender tanto sobre los seres humanos como sobre cualquier otra máquina. La única diferencia es que la máquina humana es más complicada y requiere más estudio (...).»

Watson, 1935

3. El ser humano, un mecano

«La psicología, tal como la ve un conductista, es una rama experimental puramente objetiva de la ciencia natural. Su meta teórica es la predicción y el control de la conducta. La introspección no constituye una parte esencial de sus métodos, ni el valor científico de sus datos depende de cuán fácilmente sean interpretables éstos en términos de conciencia. El conductista, en sus esfuerzos por lograr un esquema unitario de la respuesta animal, no reconoce línea divisoria alguna entre el ser humano y el animal. La conducta del ser humano, con toda su sofisticación y complejidad, tan sólo forma parte del esquema total de investigación del conductista.»

Watson, 1913, en Pérez-Garrido y Tortosa, 1993, 367

Es un grito de protesta contra las interpretaciones antropomórficas de la conducta animal y el desprecio hacia los hechos objetivos de ésta. Pero además es una crítica contra la tradicional psicología de la conciencia, principal causante de ese estado de cosas al haber fracasado en su tarea de conseguir un estatus científico entre las ciencias de la naturaleza. «Parece haber llegado el tiempo de que la psicología elimine cualquier referencia a la conciencia; no debe continuar engañándose considerando los fenómenos mentales objeto de observación» (ibíd., 368). Atribuye el fracaso a las

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limitaciones impuestas por su objeto, la conciencia, y, correlativamente, por su método, la introspección —«La psicología, tal y como suele ser considerada, tiene algo de esotérico en sus métodos. Si no consigues reproducir mis resultados, ello no puede achacarse a fallos en el aparato o en el control del estímulo, sino a que la persona que se introspecciona no ha sido suficientemente entrenada (...) en física y química estos fallos serían atribuidos a las condiciones experimentales» (ibíd., 368)—. Ni la psicología estructuralista, sumida en un caos de opiniones contrarias, ni la funcionalista, que en el fondo se distinguía poco de aquélla, habían logrado alcanzar respetabilidad científica.

La segunda parte del artículo esboza un programa de psicología conductista que prescinde de la conciencia y de la introspección. Ofrece una ciencia de la conducta, cuya meta es la predicción y el control, y cuyos métodos son estrictamente experimentales. Esta psicología parte del estudio del estímulo y la respuesta, y no establece línea divisoria alguna entre la conducta humana y animal. Es una psicología práctica, enraizada en la vida y útil para la sociedad. No entra en el problema mente-cuerpo, evitando así «la Scilla del paralelismo y el Caribdis de la interacción» (ibíd., 369), con lo que, de hecho, elude pronunciarse respecto al problema metafísico de la conciencia, quedándose en un nivel puramente metodológico. La última nota del texto contiene el germen de una teoría motora del pensamiento concebido como movimiento muscular, y, por ello, accesible al método experimental.

Si la psicología tiene que ser una ciencia, debe emular a las que estudian eventos públicamente observables frente a estados privados. Debe abandonarse la «ilusión» de que es posible estudiar la conciencia, puesto que no es ni un término definible ni un concepto utilizable. No hay necesidad de la introspección, ésta conduce únicamente a interminables argumentaciones y debates sobre «pseudoproblemas» tales como la naturaleza de la atención y la aprehensión, los tiempos de reacción sensoriales y motores, el pensamiento con o sin imágenes y el error del estímulo. Los psicólogos tienen que estudiar la conducta con el método de la ciencia: «el mundo del físico, del biólogo y del psicólogo es el mismo, un mundo consistente de objetos (...) observables con un método que no es substancialmente diferente en ninguna de las tres ramas de la ciencia» (Watson, 1913). Defiende la unificación epistemológica entre

todas las ciencias en torno a un solo método10.

«Creo que podemos escribir una psicología (...) no haciendo uso en ningu-na ocasión de términos como los de conciencia, estados mentales, mente, contenido, verificable por introspección, imaginería, etc. (...) Podemos hacerlo recurriendo a términos como estímulo y respuesta, formación e integración de hábitos y otros similares (...) La psicología que yo pretendería elaborar tomaría como primer punto de partida el hecho observable de que cualquier organismo, tanto animal como humano, se adapta al medio gracias a su dotación hereditaria y hábitos. Puede tratarse de ajustes adecuados o tan inadecuados que el organismo apenas pueda conservar su vida: y, en segundo lugar, el hecho de que ciertos estímulos empujan a los organismos a emitir determinadas respuestas. En un sistema psicológico totalmente elaborado, dada la respuesta, pueden predecirse los estímulos', y dados los estímulos, es posible predecir la respuesta. (...) Mi objetivo último al realizar todo este trabajo es aprender métodos generales y particulares mediante los cuales podamos controlar la conducta.»

Watson, 1913, en Pérez-Garrido y Tortosa, 1993, 370

Otro motivo de insatisfacción se unía a esa escasa cientificidad del enfoque tradicional, la nula preocupación mostrada por la aplicabilidad de los conocimientos psicológicos —«Una de las primeras cosas que me hizo sentirme insatisfecho con la psicología actual fue la carencia de ámbitos de aplicación para los principios elaborados en términos de contenidos» (ibíd., 370)—. Erigiéndose en portavoz de muchos insatisfechos, declaró que la psicología por la que abogaba —«el único funcionalismo consistente y lógico» (ibíd., 369)— era una psicología del uso, una tecnología: «Si la psicología siguiera el plan que estoy proponiendo, nuestros datos podrían, una vez

10 «Era pragmática en el sentido de que insistía en que el objeto de estudio propio de la psicología no era

la mente, sino la conducta. Era naturalista puesto que procedía directamente de la psicología animal. Era positivista porque no admitiría estudiar nada que no pudiera observarse y verificarse a partir de la conducta abierta. En síntesis, Watson do-taba a la psicología de una teoría y una metodología que satisfacían los requisitos exigibles por aquel entonces para convertir un cuerpo de conocimientos en una ciencia. Además, el conductismo satisfacía también los requisitos contemporáneos para los usos de la ciencia. Es decir: la predicción y el control de los fenómenos naturales (en este caso, la conducta humana) en vistas a la eficacia, el orden y el progreso» (Buckley, 1982).

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obtenidos con el método experimental, ser utilizados en su actividad cotidiana por educadores, médicos, juristas, hombres de negocios» (ibíd., 370).

Utilizando la retórica propia de cualquier manifiesto programático, reconoce la continuidad con su trabajo previo y le augura, aun reconociendo la fragilidad de su propuesta, un influyente futuro. En los siguientes diez años fue conformando, ahora con escasa apoyatura experimental, un sistema teórico y una tecnología11. La reacción en los medios académicos ante su propuesta fue positiva, pero desde luego no entusiástica, muchos se consideraban a sí mismos ya como conductistas conformando esa «mayoría silenciosa» de psicólogos, que más que aceptar ideas específicas de Watson, compartían «su conceptualización general del propósito y ámbito de la psicología» (O'Donnell, 1985)12

«La psicología, tal como la ve un conductista, es una rama experimental puramente objetiva de la ciencia natural. Su objetivo teórico es la predic-ción y el control de la conducta. La introspección no forma parte esencial de sus métodos, ni el valor científico de sus datos depende de la facilidad con que se prestan a interpretaciones en términos de conciencia. El con-ductista intenta ofrecer un esquema unitario de la respuesta animal. No

reconoce línea divisoria alguna entre el hombre y el bruto. La conducta del hombre, con todo su refinamiento y complejidad constituye tan sólo una parte de su campo total de investigación.»

11 «Una de las motivaciones más fuertes que he mantenido al intentar ofrecer un punto de vista simple e incontrovertido en psicología es la de lograr que los estudian-tes que entran en nuestro campo no se estropeen con un esquema lógico antes de que sean capaces de hacer algo. Mucho de ellos llegan a convertirse en psicólogos artistas de la palabra, psicólogos lógicos, psicólogos pseudo-filósofos y psicólogos pseudo-clínicos. por no tener la oportunidad de hacer algo sin verse bloqueados por un sistema. Ésta es la razón del influjo en el campo de los tests mentales. los tests de selección y cosas similares. Estamos agotando nuestra reserva de material, el mundo de la ciencia continúa avanzando y la psicología como ciencia debe mantener su contacto con otras ciencias, pero también debe realizar avances en los ámbitos peculiarmente suyos. Por ello, si nosotros debemos formar a nuestros estudiantes, debemos tener una introducción a la psicolgía más simple y más práctica. Si no hacemos esto ahora, nunca dispondremos de aplicaciones prácticas y sociales de la psicología para su futura utilización. En otras palabras, la psicología técnica o aplicada, como la química aplicada, no puede avanzar más sin investigación de laboratorio» (Watson a Rusell, 21 de febrero de 1917, en Russell, 1968).

12 El conductismo era, en realidad, «una gran empresa inclusiva» en la que muchos podían reclamar con justicia la patente del término conductismo, y como tal no podía reducirse en exclusiva a la «neuromecanicista interpretación de la psicología asociada al nombre de Watson» (Woodworth, 1924)

Watson, 1914, 1

«El presente volumen violenta un poco la clasificación tradicional de los tópicos psicológicos, así como su tratamiento convencional. Por ejemplo, el lector no encontrará discusión alguna sobre la conciencia, ni referencias a términos tales como sensación, percepción, atención, voluntad, imagen y cosas similares. Esos términos gozan de buena reputación, pero yo he en-contrado que soy capaz de avanzar sin recurrir a ellos, tanto en mis inves-tigaciones como al presentar la psicología como un sistema a mis estudiantes. Francamente no sé lo que significan, ni creo que nadie pueda utilizarlos consistentemente. En cambio, he retenido términos tales como pensamiento y memoria, pero redefiniéndolos cuidadosamente de acuerdo con la psicología conductista.»

Watson, 1919, viii «La psicología es aquella división de la ciencia natural que toma la actividad humana y la conducta como su objeto de estudio. Intenta formular a través de la observación sistemática y la experimentación las leyes y principios que subyacen a las reacciones humanas (...) En vistas a formular tales leyes debemos estudiar al hombre en acción —sus ajustes a las situaciones cotidianas de su vida, y a las inusuales que deba afrontar—. Cuando se haya trabajado suficientemente en ello. los principios obtenidos permitirán dos generalizaciones:1)Predecir la actividad humana con un nivel razonable de certeza (...) 2) Un resultado igualmente importante que se desprende de nuestro estudio psicológico es nuestra formulación de leyes y principios por los que las acciones de los hombres pueden ser controladas por la sociedad organizada.» Ibíd..,1-2 «El conductismo —según intenté explicarlo en mis conferencias en Columbia

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(1912) y en mis primeros escritos— proponíase lo siguiente: aplicar al estudio experimental del hombre iguales procedimientos y el mismo lenguaje descriptivo que muchos investigadores habían empleado con éxito durante largos años en el examen de animales inferiores al hombre. Creíamos entonces, como creemos todavía, que el hombre es un animal distinto de los demás únicamente en las formas de comportarse.»

Watson, 1930, 16

Watson, influido por el doctorando de Jennings K. Lashley (1890-1958)13, acabaría haciendo del condicionamiento la piedra angular de su propuesta. considerándolo una metodología adecuada para el estudio de la conducta humana y explicativo del proceso de formación de hábitos. «En una carta que yo recibí de Watson en 1937, aquél atribuía su interés en los reflejos condicionados como unidad del hábito a su estudio de la edición francesa de la psicología objetiva de Bechterev, titulada La Psvhologie Objective (1913) (...) yo había trabajado ya en términos de formación de hábitos. Sería más tarde, cuando comencé a profundizar en la vaga palabra hábito, que descubrí la enorme contribución realizada por Pavlov y comprendí cuán fácilmente la respuesta condicionada podía considerarse como la unidad de lo que yo había estado llamando hábito. Ciertamente desde este punto de vista, le ofrezco al maestro el crédito debido» (Watson a Hilgard, 18-2-1937). Aunque los métodos utilizados fueron básicamente los de Bechterev, la terminología fue la

13 «Al inicio de 1914, creo, Watson llamó la atención de su seminario hacia la edición francesa de Bechterev [publicado en 1913] y dedicamos nuestro seminario, durante todo el invierno, a traducir y discutir dicho libro. En primavera actué como una especie de ayudante sin sueldo y construimos aparatos y planificamos experimen tos juntos. Simplemente planeamos repetir los experimentos de Bechterev. Trabajamos sobre reflejos de retracción, patelares, pupilares. Watson tomó la iniciativa en todo ello (...) Pero yo hice mucho de su trabajo experimental. Construí tubos de drenaje para los conductos y planifique el trabajo salivar que más tarde publiqué» (Lashley a Hilgard, 14 de mayo de 1935; en Bruce, 1982). «Lashley, que llegó a mi siendo ya un biólogo perfectamente formado por Jennings, contribuyó a mi planteamiento más de lo que su propia modestia le permitirá expresar. Gran parte del material que sinteticé en mi conferencia como presidente de la American Psychological Association, en 1915, fue contribución suya. Estoy seguro al recordar que fue el primero en utilizar el término reflejo emocional condicionado en uno de mis seminarios» (Watson, 1936).

de Pavlov. Desde los mismos presupuestos explicó la «enfermedad mental». La tesis

básica de Watson es que ésta es en realidad un conflicto entre distintos sistemas de reacción —innatos y/o adquiridos—, siendo los síntomas externos conductas desajustadas adquiridas. Así, un trastorno puede explicarse y describirse «en términos conductuales», en términos de «perturbaciones del hábito». El condicionamiento permite explicar los síntomas emocionales que caracterizan la «enfermedad mental». e incluso abre la puerta a un nuevo concepto de terapéutica: «(...) el organismo humano es instintivamente capaz de desarrollarse a lo largo de muchas líneas diferentes, pero que debido a la presión de la civilización algunas de esas capacidades instintivas deben frustrarse. Además de esos impulsos que son instintivos, y por tanto hereditarios, hay muchos impulsos aprendidos que son también fuertes y que por razones similares no pueden realizarse (...) Algunas de las tendencias instintivas nacidas con nosotros constituyen una pobre herencia, algunos de los hábitos que desarrollamos tempranamente son igualmente pobres pose-siones (...) tales sistemas de hábitos no necesitan haber sido "conscientes" (y aquí todo lo que yo entiendo por ser "consciente" —y todo lo que creo que deben entender los psicopatólogos— es que el paciente no puede expresar en términos de palabras el paciente no puede expresar en términos de palabras habito desajustado que se ha convertido en parte de su equipamiento biológico). La implicación es clara en el caso de las psiconeurosis. Buscaría trastornos de los hábitos —desadaptaciones— e intentaría describir mis hallazgos en términos de inadecuación de las respuestas, de respuestas equivocadas, y de completa ausencia de respuestas a los objetos y situaciones de la vida cotidiana del paciente. De igual forma, intentaría averiguar las condiciones que llevaron al desajuste y las causas que condujeron a su continuación» (Watson, 1916).

Conductismo (1924-1930) es la última versión global de su sistema. Radicaliza algunos de sus planteamientos, pero continúa manteniendo la propuesta de una psicología reducida a ciencia natural (experimental y aplicada) de la conducta, a costa de eliminar la conciencia la introspección y la mente. Acentúa todavía más el énfasis positivista sobre la objetividad, el valor de lo empírico, el rigor y el control, llegando a unas explicaciones ambientalistas y periferalistas, ancladas en el condicionamiento, que justifican intervenciones tecnológicas. Considera al ser humano como una «totalidad

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animal» que responde ante las exigencias del medio físico «con cada una de todas las partes de su cuerpo».

Siempre que reaccionamos frente a cualquier objeto (por ejemplo. S1). No sólo lo hacemos con los músculos estriados de los brazos (RK1), sino también verbalmente (RV1) y visceralmente (RG1)» (Watson, 1930, 242). El punto de partida lo constituye el conjunto de reacciones globalmente

identificado como «conducta no aprendida». Estas reacciones son posibilitadas porque se «nace con ciertos tipos definidos de estructura. Y dado que posee tales estructuras, ya desde su nacimiento necesariamente responde a los estímulos en forma determinada (...) Tal conjunto de respuestas es, en general, el mismo para todos nosotros. No obstante, en cierto grado, en cada uno se dan variaciones, las cuales probablemente sean proporcionales a las diferencias que existen en la estructura (desde luego, en esta última incluimos la constitución química)» (ibíd., 100). En franca continuidad con el funcionalismo, admite la herencia de estructuras y conexiones que posibilitan el inicial repertorio de respuestas que le permiten al animal sobrevivir hasta que la conducta aprendida vaya adueñándose del proceso, pero no sitúa en ese repertorio los instintos.

«El conductista pregunta: ¿por qué no hacer de lo que podemos observar el verdadero campo de la psicología? Limitémonos a lo observable, y for-mulemos leyes sólo relativas a estas cosas. Ahora bien: ¿qué es lo que podemos observar? Podemos observar la conducta —lo que el organismo hace o dice—. Y apresurémonos a señalar que hablar es hacer, esto es, comportarse. El hablar explícito con nosotros mismos (pensar) representa un tipo de conducta exactamente tan objetivo como el béisbol (23). El conductismo ( _.) es, pues, una ciencia natural que se arroga todo el campo de las adaptaciones humanas (...) al conductismo le importa intrínsecamente lo que el animal —como un todo— hace desde la mañana hasta la noche y desde la noche hasta la mañana El interés del conductista en las acciones humanas significa algo más que el del mero espectador: desea controlar las reacciones del hombre, del mismo modo como en la física los hombres de ciencia desean examinar y manejar otros fenómenos naturales. Corresponde a la psicología conductista poder anticipar y fiscalizar la actividad humana. A fin de conseguirlo, debe reunir datos científicos mediante procedimientos experimentales. Sólo entonces al

conductista experto le será posible inferir, dados los estímulos, cuál será la reacción; o, dada la reacción, cuál ha sido la situación o estímulo que la ha provocado (27-28).»

Watson, 1930

Este planteamiento le obliga a ofrecer una definición refleja de ser humano: «(...) existen miles de respuestas no aprendidas e incondicionadas (...) Estos son los elementos con los cuales se integrarán nuestras respuestas organizadas, aprendidas, evidentemente por el proceso de condicionamiento. Estas respuestas simples, incondicionadas, embriológicas, en virtud de la presentación de estímulos apropiados (la sociedad lo hace por nosotros), pueden agruparse e integrarse en respuestas condicionadas complejas, o hábitos (...)» (Watson, 1930, 41). Una tesis central de su propuesta es, pues, «que todo comportamiento complejo es un crecimiento o desarrollo de respuestas simples» (ibíd., 137), un aspecto que gráficamente plasma en la noción de «corriente de actividad»14 Parte del comienzo no aprendido de los principales sistemas de actividad, o de hábitos (viscerales, manuales y laríngeos), para pasar a indicar que cada uno de esos sistemas se va complicando por condicionamiento: «Todos los problemas que trata el conductista encajan de alguna manera en esta corriente de acontecimientos definidos, tangibles y realmente observables. Presenta, asimismo, el criterio fundamental del conductista: a fin de comprender al hombre hemos de conocer la historia vital de sus actividades. También demuestra, en forma muy convincente, que la psicología es una ciencia natural, una parte delimitada de la biología» (ibíd., 139).

El primer sistema de hábitos que analiza es el que regula la vida emocional, nos referimos al sistema visceral. Clasifica las no aprendidas formas de respuesta emocional en tres tipos básicos, ligados a series de estímulos concretos: miedo (provocado por los ruidos fuertes o la pérdida de

14 El propio Watson escribe que la corriente de actividad reemplaza a la corriente de conciencia que James convirtió en punto seminal de su propuesta (véase Watson, 137-139).

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la base de sustentación), ira (por la obstaculización o restricción de los movimientos corporales) y amor (la caricia y estimulación de zonas erógenas) —«pero debemos agregar que empleamos estas palabras despojándolas de todas sus antiguas connotaciones. Hemos de considerar las reacciones que con estos nombres designamos del mismo modo como hemos considerado (...) la respiración, los latidos del corazón, el agarrarse y otras respuestas innatas» (ibíd., 150)—. Aunque no está seguro de que estos tres tipos de respuesta emocional sean los únicos de base hereditaria, sí lo está de que «constituyen el núcleo del cual proceden toda las futuras reacciones emocionales» (ibíd., 154). Sostiene que la compleja conducta emocional del adulto está constituida por cadenas de hábitos, convirtiendo el condicionamiento de las respuestas emocionales en el núcleo de su propuesta sobre la adquisición y modificación de respuestas y hábitos. Mediante la acción de los factores ambientales, situaciones que originalmente no provocaban una respuesta emocional lo harán a partir de determinado momento debido a la influencia de hábitos o a la sustitución de estímulos: «La vida emocional crece y se desarrolla como los demás equipos de hábitos» (ibíd., 163) (...) estímulos incondicionados, con sus respuestas incondi-cionadas relativamente simples, son nuestros puntos de partida en el establecimiento de las complicadas pautas de hábitos condicionados que más tarde denominamos emociones. En otras palabras, las reacciones emocionales se forman como la mayor parte de nuestras otras pautas de reacción y siguiendo un orden parecido. No sólo aumenta el número de los estímulos que provocan la respuesta (sustitución) por condicionamiento directo y transferencia (ampliándose así enormemente el campo de estímulo). sino que además se introducen pronunciadas adiciones y otras modificaciones de las respuestas» (ibíd., 162).

El segundo sistema de hábitos es el de los manuales. «La organización manual [hace referencia al] control de los brazos, piernas y tronco (...) el armazón muscular de esta organización está constituido, en su mayor parte por los músculos estriados del cuerpo» (ibíd., 189-190). El ambiente interno (no compartido por otros) y el externo (compartido) someten a los animales a una continua estimulación frente a la que se ve obligado a reaccionar y, por tanto, a moverse. Como en los otros sistemas, el organismo comienza a intentar adaptarse con sus reacciones básicas no aprendidas, que van perfeccionándose por aprendizaje hasta conformar hábitos. Para explicar el

proceso sitúa frente al efecto la frecuencia y recencia de las respuestas, planteando ya desde el principio una separación de las influyentes ideas de Thorndike. Supongamos, decía Watson, a una rata motivada enfrentada a la resolución de una caja-problema; la secuencia de movimientos es refleja y aleatoria, pero esa actividad termina artificialmente cuando se produce el movimiento crítico, y, a partir de ahí, ese movimiento ocurrirá más a menudo que cualquier otro, con lo que el patrón de movimientos irá evolucionando hacia la configuración más económica y eficaz. También discutió la importancia de la «recencia», otro de los temas favoritos de los psicólogos clásicos de la memoria, que sostiene, sencillamente. que, permaneciendo todo lo demás igual, la respuesta más reciente resulta más probable que se repita que otra menos reciente. De nuevo aquí aplica los frutos de su investigación previa, y señala una serie de factores que influyen en la formación de los hábitos, destacando el efecto de la edad, la distribución de la práctica, el ejercicio de las funciones adquiridas y el efecto de las drogas.

Tal y como había encontrado en su investigación sobre el papel del equipamiento sensorial en la adquisición de hábitos, hace del llamado sentido muscular —las sensaciones cinestésicas procedentes de los movimientos musculares— el principal responsable de la integración automática de los hábitos. Efectivamente, una vez bien establecido un hábito, no necesita ya de los distintos estímulos físicos (visuales, auditivos, táctiles) que ayudaron a establecerlo. «¿Qué ha ocurrido? Ha tenido lugar una segunda etapa de condicionamiento. En los primeros períodos del proceso de aprendizaje, toda vez que se da un estímulo visual respondemos a dicho estímulo muscularmente (sobre todo con los músculos estriados). En muy breve tiempo, la respuesta muscular misma podrá servir de estímulo para movilizar la respuesta motriz que le sigue en orden, y de la misma manera esta última es susceptible de despertar la respuesta motriz siguiente (...) Los estímulos musculares provenientes de los movimientos de los propios músculos es todo lo que necesitamos para que nuestras respuestas manuales se produzcan en el debido orden de sucesión» (ibíd., 208-209).

Indica que parece «existir una fuerte tendencia de todos nuestros hábitos a alcanzar este segundo estadio» al que denomina hábito cinestésico o muscular, siendo «unos ejemplos muy apropiados de tales hábitos (...) Nuestros hábitos del lenguaje interior (pensar)» (ibíd., 210). Así llega al tercer sistema de hábitos, el de los laríngeos. Como en los casos anteriores a su

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raíz, la corriente de actividad, de las primeras reacciones no aprendidas, en este caso sonidos vocales, se llega, por condicionamiento, al habla y al habla silenciosa (pensamiento): «Establecidas parcialmente las respuestas monopalábricas condicionadas, empiezan a formarse los hábitos de la frase y de la oración. Naturalmente, no se detiene el condicionamiento de la palabra aislada. Todos los tipos de hábitos de palabras, frases y oraciones desarróllanse así simultáneamente» (ibíd., 218).

Defiende que cada vez que el ser humano forma un hábito corporal, simultáneamente forma un hábito verbal paralelo, pero «puesto que muchos millones de ajustes del "hombre" son verbales, la organización verbal pronto se convierte en dominante»; así pues, de las tres organizaciones paralelas de hábitos, la verbal controla15. Teóricamente, pues, «el ser humano pronto llega

15 Este planteamiento le permite reducir el inconsciente freudiano a lo no verbalizado de la conducta humana. La organización emocional que, por condicionamiento, está formándose desde la misma infancia, carece de paralelo verbal no sólo en la parte adquirida en los tres primeros años, sino también en buena medida en la adquirida posteriormente, como consecuencia de la presión social, «por 10 que una gran parte de nuestra organización visceral se adquiere desde la infancia hasta la vejez sin la corres pondiente verbalización». Todo ello le lleva a establecer varios aspectos: «1. Que un enorme número de hábitos manuales se forman, especialmente durante la infancia. sin los correspondientes hábitos verbales paralelos. 2. Que una todavía grande cantidad de la organización visceral (...) se está formando constantemente sin organización verbal, no sólo durante la infancia, sino a lo largo de toda la vida. 3. Parece razonablemente bien asentada la suposición de que esta organización no-verbalizada constituye el "in-consciente" freudiano. Otra posible fuente del así llamado "inconsciente", en línea con la ciencia natural, podría encontrarse en casos en los que por una u otra razón la organización verbal es bloqueada. Por ejemplo, cuando en un caso amoroso se encuentra simultáneamente presente un estímulo para pronunciar el nombre de la amada y otro para callarlo. En tales casos, sólo aparece la organización visceral, bajo la forma de sonidos inarticulados, sonrojamiento, etc.) (...) 4. Que la regla genética, cuando llega la edad apropiada, es adquirir simultáneamente palabra y organización manual. 5. Que cuando comienza la verbalización de lo manual, la organización de palabras pronto se convierte en dominante porque el hombre tiene que resolver sus problemas verbalmente. Desde entonces el estímulo verbal podrá provocar cualquier respuesta organizada en el organismo o modificar cualquier actividad en marcha... 6. Que ese aspecto de la "memoria" que suponen los introspeccionistas que es dificil de afrontar por los conductistas, es sencillamente la provocación del paralelo verbal de los hábitos previamente adquiridos. La memoria en sentido conductista es cualquier exhibición de la organización manual, verbal o visceral adquirida con anterioridad a la prueba» (Watson, 1920).

a poseer en sí mismo un sustituto verbal para todo objeto existente. Merced a esta organización desde entonces lleva el mundo consigo, y puede manejar este mundo verbal en el aislamiento de su cuarto o cuando yace en su cama a oscuras. Muchos de nuestros descubrimientos se deben en gran parte a esta aptitud para manejar un mundo de objetos en verdad no presente en nuestros sentidos» (ibíd., 222). Para él, estos hábitos del lenguaje constituyen «un vasto campo de actividades aprendidas donde el bruto ni siquiera puede en-trar y mucho menos competir» (ibíd., 215).

El lenguaje se reduce a conductas serialmente ordenadas. Los hábitos verbales se forman exactamente igual que los manuales, por lo que también ahora el estadio final de la organización verbal de cualquier animal humano es el de un hábito cinestésico, los estímulos musculares toman el lugar de los físicos externos: «Supongamos que usted está leyendo en un folleto (su madre presenta generalmente un modelo auditivo): "Ángel-de-la-Guarda-dulce-compañía". La visión de la palabra "Ángel" suscita la pronunciación de "ángel (respuesta 1); la visión de "de", la respuesta verbal "de" (respuesta 2), y así continúa la serie. Pronto la mera pronunciación de "ángel" se convierte en él estímulo motriz (kinestésico) para decir "de". Ello explica por qué podemos prescindir del mundo de los estímulos y hablar libremente acerca de cosas vistas y oídas en lugares distantes, así como de cosas que acontecieron años atrás» (ibíd., 223).

«(...) el pensamiento comprendería el uso subvocal de cualquier lenguaje o todo material relacionado con aquél, tal como la repetición implícita de poesías, las ensoñaciones, la reformulación de procesos verbales en términos lógicos, el repaso verbal de los acontecimientos del día o la planificación implícita del mañana y la elaboración verbal de situaciones cotidianas com-plicadas. El término "verbal" aquí debe ser lo suficientemente amplio como para incluir a procesos sustituibles por la actividad verbal, tales como el fruncir el ceño o el encogerse de hombros. Debe incluir los movimientos implicados en la escritura o los movimientos implícitos exigidos en el lenguaje manual de los sordomudos que son, en su esencia, actividad lingüística. Entonces, el pensamiento podría llegar a convenirse en un término general que cubriese toda la conducta subvocal. Resulta obvio que esta definición puede explicar desde los más mecánicos y profundamente enraizados hábitos de nuestro lenguaje, tales como los utilizados en la repetición subvocal de versos durante la infancia. la repetición de estrofas de una poesía, o de chanzas jocosas, etc.;

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aquellos que dependen más concretamente de estímulos emocionales como las ensoñaciones, así como aquellos procesos verbales no muy habituales tales como el preparar una conferencia, o planificar un libro; y finalmente aquellos en los que debe afrontarse nuevos datos (...) En nuestra opinión este proceso representa una unidad de conducta por parte del animal humano que cuando se la despoja de lo accidental, es exactamente igual que la unidad de conducta que la rata muestra cuando es introducida por primera vez en un laberinto complicado (...).»

Watson, 1920

Desde estos planteamientos le resultaba sencillo explicar el pensamiento,

puesto que no podía ser otra cosa que '«un hablar con nosotros mismos»», o como el propio Watson destaca: «Nuestra tesis sostiene que los hábitos musculares aprendidos en el lenguaje explícito son los causantes del lenguaje implícito o interior (pensamiento)» (ibíd., 226), así: «El término "pensar" debería abarcar toda conducta verbal, o de cualquier índole, que se desarrolle subvocalmente» (ibíd., 230)16

El producto final de nuestros tres sistemas de hábitos es eso que habitualmente se llama personalidad. En realidad, no podía haber otra interpretación, la corriente de actividad, como para James la de pensamiento, es, antes que nada, personal, propia de cada cual, que se manifiesta a los ojos de los demás en lo que podría denominarse las constancias conductuales. «Los legos piensan en la personalidad como en algún vago y misterioso poder nacido con el hombre (...) es probablemente el tema psicológico sobre el que se han dicho y escrito un mayor número de tonterías (...) El conductista, observando cuidadosamente cómo crecen y se desarrollan los seres humanos desde la infancia a la edad adulta, no encuentra ningún

16 Ni siquiera tiene problemas para explicar el proceso de creación de lo nuevo: «La contestación es: manejando palabras, mezclándolas hasta hallar una nueva pauta» (Watson, 1930, 233).

misterio en este tema (...) Esta perspectiva nos enseña que el ser humano se construye, no nace. Se nace con dos piernas, dos ojos. dos brazos, un tronco y con un conjunto de movimientos muy simples y desorganizados. La sociedad toma este material sin refinar y sin ayuda de arriba o de abajo y sin ayuda de la herencia (el conductista no cree en la herencia de los rasgos mentales, las habilidades especiales, las inclinaciones vocacionales, la moralidad o la inmoralidad) construye a John Jones y Paul Smith (...) En otras palabras, la personalidad no es sino el producto final de nuestro sistema de hábitos, de nuestro condicionamiento.» (Watson, 1927).

4. El ser humano, armable y desarmable

Watson, desde el principio de su propuesta, tuvo muy presente que un sistema científico, además de un cuerpo de conocimientos y métodos (una actividad teórico-investigadora), es, o al menos puede ser, una actividad tecnológico-investigadora dirigida a elaborar y optimizar instrumentos técnicos y/o tecnologías sociales. El mejor ejemplar de esta dimensión de su obra es una de sus últimas investigaciones, publicada cuando ya se encontraba fuera del marco universitario, la que se conoce como «caso Alberto». Su situación segó cualquier posible desarrollo de un programa de investigación propio, pero no le impidió aplicar el condicionamiento de las reacciones emocionales al campo de la planificación familiar y social y la publicidad.

4.1. Planificación y control social

Separar la conducta instintiva del hábito resultaba de importancia crucial para Watson, dado que el objetivo último de su sistema, tal y corno lo había expresado, era facilitar el control social sobre individuos y grupos. La acción social exigiría una remodelación de ciertas conductas, por lo que el conocimiento del repertorio de conductas inconscientes (reflejos, instintos, emociones) y de los mecanismos de formación de hábitos, era parte substancial de su programa. La forma más científica de comprobar ese desarrollo era la investigación evolutiva —genética o longitudinal— de

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cuantos más niños humanos mejor. Eligió para el estudio patrones simples de conducta motora, como los reflejos motores y respuestas emocionales simples.

Así, en 1916, Watson iniciaba, en la Clínica Universitaria Phips, un ambicioso estudio longitudinal del desarrollo psicofísico de los niños17. El programa se centró en una serie de observaciones sistemáticas sobre recién nacidos, y en la aplicación de una serie de tests conductuales a bebés hasta la edad de un año. Puesto que todas las respuestas humanas eran, o bien instintivas, o bien hábitos, su enfoque genético le permitió establecer un catálogo de respuestas en el infante, así como pautas en el proceso de desarrollo durante ese primer año de vida. El objetivo último no era otro que llegar a establecer las leyes que regulan la conducta humana: un planteamiento consonante con su idea de la psicología como ciencia predictiva: «Esta muestra prácticamente aleatoria de nuestros estudios de laboratorio sobre las actividades instintivas y las resultantes de la formación de hábitos en los niños nos enseña primero que existe una gran abundancia de material a observar y estudiar en el niño en cada edad, y que cuando este material se haya investigado será útil, tanto desde un punto de vista científico como práctico» (Watson y Rayner, 1921 ). Se situaba del lado de quienes abogaban por la reforma del sistema educativo, y vinculando este afán reformista e innovador a la investigación universitaria, abogó por la creación de instituciones experimentales donde científicos naturales y sociales ayudasen a formar niños socialmente útiles.

«Nuestra propia perspectiva después de estudiar muchos cientos de niños es que se puede formar o deformar al niño en lo que a su personalidad hace referencia mucho antes de que cumpla los cinco años. Estamos convencidos de que hacia el final del segundo año de vida el patrón de

17 Su programa de investigación en Baltimore (1917-1920) se vio posibilitado por una beca de la American Association for the Advancement of Science.

comportamiento del futuro individuo está ya formado (...) La pregunta de si el niño poseerá una personalidad estable o inestable, si será tímido y se verá acosado por muchos temores y sujeto a explosiones de cólera y rabietas, de si mostrará tendencias hacia la sensiblería o la frialdad, y cosas similares, ya ha sido respondida hacia el final de los primeros dos años» (Watson y Rayner, 1921). Puesto que los patrones emocionales de los niños son bastante simples, la complejidad de la vida emocional de la que se hace gala en la edad adulta es fruto de la educación. Pero, y ahí está el meollo de su propuesta, «esta educación ha tenido ya un carácter accidental y no ha estado sometida al control ni de la persona en la que se construyó la emoción, ni de sus padres ni de otras personas afines. [Por ello] Nos pareció útil y valioso someter a prueba experimental esta hipótesis, ya que era importante someter la vida emocional a algún tipo de control científico y práctico, y para lograr esto debíamos estudiar cómo el primer ambiente del niño genera estados emocionales en él. Esperábamos que este tipo de estudio pudiera darnos un procedimiento práctico por medio del cual se pudiera moldear la vida de los niños de tal forma que no llegasen a implantarse emociones indeseables» (ibíd.). «Gastamos una enorme suma de dinero anualmente para la educación de nuestros jóvenes en institutos y universidades. El hecho de que se esté considerando actualmente al College, esa institución en la que se enseña al adolescente a convenirse en un hombre, en una forma muy crítica, y el que además a las universidades llega un porcentaje extremadamente pequeño de la población (...), nos lleva a preguntarnos si no sería un experimento valioso para el Gobierno o cualquier otra institución el emplear una pequeña cantidad de los enormes fondos dedicados a educación, en enseñar al bebé a convertirse en niño. Cuando uno comprueba que probablemente varios millones de dólares se gastan cada año en diversas instituciones biológicas marinas para estudiar formas muy bajas de vida marina (...) no parece irrazonable apuntar que no sería una mala inversión económica tener una o más instituciones donde pudieran realizarse investigaciones en forma continua sobre la progenie humana. Una institución donde los bebés humanos pudiesen estudiarse desde su nacimiento hasta al menos los tres años de edad sería una de las más provechosas inversiones que podrían realizarse actualmente. Llevaría a una inédita abundancia de nuevas conclusiones científicas y a un conjunto de datos prácticos y de sentido

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común sobre el cuidado psicológico del niño.»

Ibíd.

En el otoño de 1919, llevó a cabo una serie de seminarios en Hopkins dirigidos a docentes de guarderías y parvularios, cuyo tema fundamental era el desarrollo de la vida emocional de los niños, conferencias que despertaron un gran interés en todo el país (Samelson, 1982). Durante aquellos meses, uno de los niños de la Clínica fue trasladado al laboratorio. Su nombre era Alberto. Watson le sometió a una serie programada de experimentos encaminados a demostrar la naturaleza aprendida de los miedos infantiles y las técnicas de condicionamiento en las que se apoyaban. Se publicaron los resultados en el conocido Reacciones emocionales condicionadas.

Los experimentos tenían como objetivo demostrar «la posibilidad de condicionar diversos tipos de respuesta emocional» (Watson y Rayner, 1920), algo sobre lo que se había especulado pero que carecía de evidencia experimental directa. Puesto que los patrones emocionales básicos son escasos, «debe existir algún método simple por medio del cual el rango de estímulos que puede elicitar esas emociones y sus compuestos pueda incrementarse considerablemente. De otra forma no podría explicarse la complejidad observable en la respuesta adulta».

La descripción de este método (el condicionamiento de respuestas emocionales) constituye el cuerpo de un artículo que se divide en cuatro etapas: 1) Establecimiento de una respuesta emocional condicionada de temor a un objeto, en este caso una rata blanca. 2) Verificación de la existencia de transferencia a otros objetos. 3) Análisis del efecto que tiene el tiempo sobre tales respuestas emocionales condicionadas. 4) Descubrir cómo puede lograrse la «rotura del vínculo» o la supresión de las respuestas emocionales condicionadas. El trabajo experimental comenzó con un bebé de nueve meses, al que se habían realizado, previamente algunas pruebas de tipo emocional. Se le presentaron, súbitamente, y sin preparación alguna, una serie de objetos y animales (una rata blanca. un conejo, un perro, un mono, máscaras con y sin pelo, un paquete de algodón desecho, papel quemado). En ningún caso la reacción fue de miedo o ansiedad, si no más bien de manipulación y juego; no obstante constataron que podía inducirse una

reacción de miedo natural incondicionada, presentando sonidos intensos fuera de la vista del bebé. Tras un período de dos meses, con el fin de no provocar respuestas desadaptativas, el bebé regresó al laboratorio, sin mostrar reacciones de sobresalto. Una vez allí, le acercaron una rata blanca; cuando el bebé la vio, pretendió cogerla, momento en el cual se presentó el ruido, el niño retiró la mano cayendo hacia adelante; se realizaron varios ensayos cada vez que iba a tocar la rata, hasta provocar una respuesta intensa de sobresalto y llanto. Tras una semana con el fin de no perturbar al niño, en una nueva sesión se hicieron nuevos ensayos experimentales (presentación simultánea de rata y ruido), con ensayos de prueba (rata sólo) para ver la reacción, hasta que finalmente la sola presencia del animal provocaba la respuesta de temor (llanto y evitación o huida). Transcurridos cinco días, se comprobó que la respuesta de temor ante la rata se había transferido (generalizado) a otras situaciones u objetos (conejo, perro, abrigo de piel, paquete de algodón abierto, cabellos, careta de Papá Noel...). Si inicialmente no manifestaba temor ante la rata, tras la presentación contigua de ésta con un ruido intenso (que sí provocaba una reacción natural de temor) el bebé había aprendido a unir ambos fenómenos, ofreciendo la reacción emocional de temor (sobresalto, llanto y evitación) ante un estímulo que antes no la provocaba (la rata), y ello en un proceso que necesitó de pocos intentos. Además, generalizó esa respuesta de temor, originalmente condicionada a la rata, a otros animales y objetos sin mediar aprendizaje alguno en estos otros casos, aunque variando la intensidad de la reacción: «(...) la mayoría de las fobias son en realidad respuestas emocionales condicionadas directamente o por generalización (...) Las alteraciones emocionales no pueden retrotraerse exclusivamente al sexo. El proceso debe seguir al menos tres líneas colaterales —hasta el conjunto de respuestas condicionadas y generalizadas en los tres tipos de emociones humanas fundamentales, adquiridas durante la infancia y la primera juventud» (ibíd.)18. La organización emocional está sujeta a las mismas leyes que el resto de hábitos, lo que posibilita un estudio de las

18

«En un primer momento teníamos cierta resistencia hacia esos experimentos, pero era tal la necesidad de este tipo de estudio, que finalmente decidimos experimentar la posibilidad de fabricar miedos en los niños y estudiar luego los métodos prácticos para eliminarlos» (Watson, 1926).

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emociones sobre una base científica natural19.Sus ideas sobre la crianza aparecerían publicadas en El cuidado

psicológico del bebé y del niño, un auténtico bestseller de la época. Su eslogan era claro: «No más niños, sino niños mejor educados». La tesis central era que «la paternidad es una ciencia» y que, como tal, «debe aprenderse, actuando su libro como guía»20. Pero no se trataba de una educación ideal descarnada de la sociedad, ya que «es indudable que existen tantas formas de educar al niño como civilizaciones (...) el niño debe educarse a lo largo de líneas prácticas para adaptarse a una civilización concreta» (Watson y Rayner, 1928).

Para Hilgard (1987), los estudios publicados con Morgan y Rayner proporcionaron la única base experimental sólida de todos los pronun-ciamientos posteriores de Watson sobre el desarrollo y el cuidado de los niños. En el primero se afirmaba que la dotación natural del niño parecía reducirse sólo a tres reacciones emocionales patrón, lo que suponía un duro cuestionamiento a su propia previa posición instintivista, sentando las

19 Pocos años después, en 1923, cerraría, indirectamente, el inconcluso experimento al facilitar la obtención de una beca de la Laura Spellman Rockefeller Foundation para que Mary Cover Jones, y su esposo Harold Jones. continuasen, bajo su supervisión, las investigaciones iniciadas en Hopkins. El más conocido de los resultados fue el llama-do «caso Pedro», en el que se eliminó una respuesta emocional condicionada de temor a las ratas. «Pedro era un niño activo y vehemente de aproximadamente tres años de edad. El niño estaba bien ajustado a las situaciones cotidianas excepto por su organización de temor. Tenía miedo a las ratas blancas, conejos, abrigos de piel, plumas, paquetes de algodón, ranas, peces y juguetes mecánicos. A partir de la descripción de sus temores, podría pensarse que Pedro era sencillamente Alberto B. ... ya crecido. Tan sólo debo recordar que los temores de Pedro fueron "adquiridos en casa", y no experimentalmente producidos, como lo fueron los de Alberto» (Watson y Rayner, 1928). Esos trabajos ejercieron una influencia decisiva en el desarrollo de la modificación de conducta. Mediante la formación y la eliminación de las reacciones de miedo, fomentaron la aplicación de los conceptos del condicionamiento a la explicación de la conducta normal y anormal, y a la generación de métodos directos de cambio de conductual. Y ello a pesar de que fracasaron diversas replicaciones del mismo (por ejemplo, English, 1929; Valentine, 1930; Bregman, 1934), de sus serios problemas metodológicos y de su tergiversación en la literatura posterior (Harris, 1979).

20Estructura el libro en siete capítulos: 1. Cómo estudia el conductista a los bebés y a los

niños. II. Los temores de los niños y cómo controlarlos. 111. Los peligros del excesivo amor de madre. IV. La ira y las rabietas de mal genio y cómo controlarlas. V. Cuidado diurno y nocturno de los niños. VI. ¿Qué debo decirle a mis niños sobre el sexo? VII. La apología del conductista.

primeras bases de su posterior ambientalismo (Tortosa y Mayor, 1992). El segundo estudio parecía demostrar experimentalmente que una respuesta emocional innata podía vincularse a nuevos objetos ambientales merced al mecanismo de la respuesta condicionada, la opción ambientalista cobraba progresivo protagonismo, llevándole a afirmar que todos los cambios surgidos con la edad deben ser fruto del aprendizaje21. Este redescubrimiento del niño y el valor social atribuido a su crianza, la mujer y la familia, temas siempre importante en la sociedad americana (Napoli, 1980), le muestran como un hombre preocupado por temas, no sólo de discusión científica, sino también popular. Dentro del ambiente reformista imperante durante las primeras décadas del siglo xx, el papel de la familia y la formación fueron tópicos de investigación clave, dada su potencial importancia profesional y social, pero también ideológica, ya que acabó encarnando, a un tiempo, las aspiraciones raciales de eugenistas y ambientalistas22

.

4.2. Planificación y control de la conducta de consumo

Cuando Watson llego al campo de la publicidad, ya existía una cierta tradición de estudios psicológicos en el campo; desde principios del siglo xx, algunos empresarios habían comenzado a recurrir a los psicólogos experimentales para intentar que éstos aplicasen métodos y teorías psicológicas al negocio de

la publicidad23. En torno a los años veinte, los publicistas no podían limitarse a

21 «Su visión del futuro conductista implicaba una confianza ciega en los beneficios de una sociedad tecnocrática con sus valores del orden y la eficacia» (Buckley, 1982).

22 Watson publicó en Liberty su visión utópica de la sociedad humana (Wat-son, 1929).

23 La psicología de la publicidad comenzó en EE.UU cuando H. Gala, un psicólogo de la Universidad de Minnesota, comenzó a experimentar sobre el valor atencional de aspectos concretos de los anuncios. Poco después, en 1901, una empresa contrató a Walter Dill-Scott, un psicólogo de la Universidad de Northwestern, para desarrollar investigaciones sobre la aplicabilidad de los conocimientos psicológicos a la publicidad (La Teoría de la Publicidad, 1903, y Psicología de la publicidad, 1913). La contribución más destacada de éste fue su sistemático uso del concepto de sugestión, concepto que resultaba intelectualmente aceptable para los psicólogos americanos, muy familiarizados ya con la ley de la «acción ideo-motora» adaptada y popularizada en la psicología estadounidense por James (Kuna, 1976: Coon. 1994).

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informar al público de que sus productos existían, tenían que convencerle de que los comprase, y no cualquier otro, frecuentemente tan bueno como aquél, en un mercado de competidores en el que el número se modificaba también al alza. La consecuencia sería, a nivel gubernamental- un control sobre los pro-ductos, su descripción y su publicidad, evitando contenidos falsos o en-gañosos, y, a nivel publicitario, una llamada a los motivos, deseos e impulsos más irracionales, en detrimento de las apelaciones a la capacidad de discernimiento racional de los consumidores24.

Watson contribuiría, desde su llegada al mundo de las agencias de publicidad, al cambio, que ya había comenzado en los años diez, desde un modelo de consumidor racional —que llevaba centrar la publicidad en informar con razones y argumentos lógicos sobre la utilidad de los productos— a otro más irracional —al que se intentaba persuadir y generar deseos, apelando a recursos de tipo emocional—. Watson apostó por la maleabilidad de la conducta humana, aplicando directamente los principios de su ciencia conductual para lograr orientar la conducta de los consumidores en la dirección prevista. El condicionamiento de respuestas emocionales sería el principio crucial del que iba a servirse para sus nuevos fines publicitarios: «no somos las criaturas de la razón que pensamos que somos. Incluso los más austeros no son sino criaturas de los persuasores sistemas emocionales» (Watson, 1928, 49).

La moderna industria de la publicidad floreció principalmente en aquellos países en los que el capitalismo industrial privado fue capaz de proporcionar una significativa cantidad de excedente de riqueza, y de sostener, para un gran número de personas, un considerable grado de tiempo libre y un alto nivel de consumo. En EE.UU. concurrieron esos

24 Kuna señala tres grandes aproximaciones durante los años previos a la Primera Guerra: 1) La mentalista, que definía la publicidad como el intento de influir en la mente de los otros, por lo que se concentraban sobre los procesos cognitivos implica-dos en el proceso decisional. 2) La conductual, que consideraba la conducta del consumidor como causalmente ligada al anuncio entendido como estímulo, por lo que se estudiaban las características del anuncio como provocador de la conducta de consumo. 3) La dinámica, que introdujo como principal cambio la consideración del consumidor como una criatura más emocional que racional, incluso en ocasiones irracional, y siempre impulsiva y sugestionable (Kuna, 1976).

factores y, además, se produjo una afortunada absorción de multitudes de inmigrantes, lo que incrementó la demanda de bienes, y una expansión a gran escala de los mass media —las publicaciones periódicas y, sobre todo, la radio se convirtieron en instrumentos claves en la actividad de los publicistas— (Noble, 1977). Buena prueba de ello fue el brutal incremento que experimentaron los gastos anuales en publicidad, especialmente a partir del final de la Primera Guerra Mundial (Pease, 1958), una guerra que tuvo un efecto catalizador sobre la industria publicitaria y su imagen pública: «la publicidad no ganó la guerra, pero prestó su servicio con tanta eficacia que cuando terminó la guerra la publicidad y sus múltiples medios tenían el reconocimiento de todos los gobiernos como un factor esencial en cualquier gran empresa para cuyo éxito fuera clave lograr el apoyo activo de toda la gente».

Presbrey, 1929, 566

Cuando Watson se incorporó a la Walter Thompson llevaba consigo una doctrina que hacía de la predicción y el control del comportamiento su estandarte, y del condicionamiento emocional su instrumento básico. Objetivo y procedimiento que no sólo encajaba perfectamente con los más amplios fines del movimiento progresista, sino también en los más concretos objetivos del mundo de los negocios, y más todavía con los de la industria de la publicidad, que también buscaba la predicción y el control de la conducta... de compra, en este caso25.

«Sabía muy poco sobre el gran mundo de la publicidad y del consumidor 1...) 1e llevó algo más de un año encontrarme a mi mismo en la agencia. Comencé a aprender que tan interesante es observar el crecimiento de las

25 Kreshel (1989) reproduce algunas afirmaciones de Resor que muestran esta coincidencia.

como por ejemplo la siguiente: «Existen indicaciones de que los intercambios humanos. cuando los consideramos globalmente, están sujetos a leyes muy con-cretas en las que el entorno indudablemente desempeña un papel crucial. Una vez descubiertas, esas leyes podrían aplicarse y generalizarse a todos los problemas que implican a s. res humanos, tanto en aspectos de vida y muerte, como en comprar un par de zapatos (...) Es misión de la publicidad controlar y diseñar las condiciones que llevan a la gente a tomar decisiones».

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ventas de un nuevo producto como observar la curva de aprendizaje de los animales o los hombres.»

Watson. 1936, 280

Su fulgurante carrera profesional26 parecía una especie de sanción externa a su sistema. No obstante, no se debe olvidar que el carácter tecnológico de la psicología, tan válida para muchos en el laboratorio como en la vida real, lo defendían muchos psicólogos de la época también con éxito, y que sus técnicas publicitarias eran comúnmente empleadas incluso antes de su llegada. Watson formaba parte de esa nueva generación de psicólogos nacidos en el último cuarto del siglo pasado, que iban a revolucionar la psicología en la primera mitad de nuestro siglo. Este grupo, socialmente móvil, se encontró con los grandes problemas creados por una situación socioeconómica que ofrecía buenas oportunidades a los profesionales capaces de aportar soluciones técnicas.

«Este movimiento conductista comenzó hace diez o quince años. Estaba harto de leer toda una serie de viejos textos de psicología que no cesaban de hablar sobre el "alma" y la "conciencia" y de muchas otras cosas que yo no podía comprender, aunque se suponía que yo era un profesional en el campo, así pues, intenté ver si podía introducir un poco de sentido común en la psicología. Omití la palabra "psicología" y llamé a todo el campo "conductismo", no significando con este nombre nada más que esto, que si uno observa su propia conducta durante bastante tiempo o la conducta de cualquier otro, será capaz de formarse una idea de su propia estructura, y esto sin ninguna trampa como que alguien hubiera leído las huellas de sus pies o las palmas de sus manos o las protuberancias sobre su cabeza. Sencillamente por el buen viejo método del sentido común de observar lo que uno mismo o los otros realizan, se alcanzará finalmente el punto en el que uno puede predecir su propia conducta o en el que puede controlar la conducta de los otros en una cierta medida, y después de

26 Llevó con gran éxito las cuentas de firmas tan conocidas como General Motors

(Internacional). Johnson & Johnson, Pinaud o Pond's.

todo, ese elemento de predicción y control, tan simple como es, realmente constituye la esencia de cualquier tipo de ciencia.»

Texto de una clase de formación de vendedores de la J. Walter Thompson Company,

ofrecida el 27 de abril de 1931

5. LA CONTROVERSIA DEL INSTINTO A FINALES DE LOS AÑOS VEINTE

5.1. Algunos antecedentes de la polémica Se atribuye a la escuela de filosofía estoica introducir la formulación completa de los instintos como impulsos caracterizados por su independencia de la experiencia, su uniformidad y su utilidad para la adaptación y la supervivencia así como la idea de que la conducta de los animales podía explicarse principalmente en términos de éstos. Se evitaba de esta manera reconocer que los animales poseyeran un alma capaz de gobernar las funciones orgánicas básicas, siquiera fuera un alma inferior como la que Platón y Aristóteles les concedían, o un alma sensitiva única, a diferencia del hombre que tenía también un alma racional, como diría después Santo Tomás de Aquino27.

Esta consideración de los instintos, reservados casi exclusivamente para explicar la conducta de los animales, como una fuerza motivacional, contrapuesta a la razón y la inteligencia, cuyas consecuencias escapaban al control del sujeto llegó hasta el siglo XVIII. Al desdibujarse las fronteras de separación, antes nítidas, entre la conducta humana y la animal. a partir de la obra de Lamarck y de Darwin. comenzó un cambio esencial: el primero hacía notar los rasgos de inteligencia presentes en la conducta animal, mientras que

27 Según resume Wilm (1925), los estoicos planteaban que «los instigadores naturales, llamados instintos. son actividades intencionales implantadas en el animal, por la naturaleza o por una razón o creador universal, para guiar su propia preservación o para la preservación de la especie, y para evitar que suceda lo contrario» (40).

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el segundo estimulaba la búsqueda de los instintos en los seres humanos y la capacidad de razonamiento inteligente en los animales. Pese a ello, la dualidad instintos/razón iba a perdurar en la explicación de la conducta (Beach, 1955).

El paso de la observación sistemática a los laboratorios de las ciencias físico-químicas y la entronización del afán de explicar científicamente la realidad crearon las condiciones en las cuales pudo surgir El origen de les especies (1859) de Darwin. Esta obra iba a producir un fuerte impacto en la psicología naciente, abría el período científico de la psicología motivacional e introducía en ella la problemática instintiva. La posición determinista acabaría consolidándose, a comienzos del presente siglo, con la crítica de Sigmund Freud (1856-1939) a cualquier distinción radical entre el hombre y los animales basada en la racionalidad de su conducta.

Dos son las ideas básicas que hacen de El origen de las especies el auténtico punto de arranque de la concepción motivacional contemporánea y explican que su influencia siga presente en diversas corrientes actuales de la psicología: la consideración de que existe una continuidad de desarrollo desde las formas de vida más elementales a las más desarrolladas. y su énfasis en la necesidad de adaptación al medio como una manera de sobrevivir (Mayor y Sos-Peña, 1992).

En torno al concepto de instinto, se articularía una de las líneas fundamentales del curso histórico de la psicología de la motivación. La psicología del aprendizaje, la psicología de la personalidad y la psicología de los procesos cognoscitivos de diferente modo todas ellas ligadas al influjo de la obra de Darwin han sido las otras direcciones básicas de la psicología motivacional a lo largo de su reciente evolución (Madsen, 1974).

La idea de que algunas conductas humanas tenían una base instintiva fue adoptada por muchos de los primeros psicólogos, como Herbert Spencer y William James. Pero los funcionalistas, aunque propugnadores de un planteamiento motivacional no reducían la motivación a lo biológico y, menos aún, a lo instintivo.

5.2. Un ejemplar de la polémica: McDougall vs. Watson

El marco inmediato de la polémica quedó definido, en EE.UU., en la concepción de James. Éste definía el instinto «como la facultad de actuar en un modo determinado, y con un fin determinado, sin conocer el fin en el

momento de actuar, y sin educación previa al respecto» (James, 1892, 358). Aunque afirmaba que podían encontrarse más instintos en los humanos que en los animales, la influencia que les reconocía sobre la conducta humana quedaba desdibujada por el papel del aprendizaje. Gran parte de la conducta humana no era para él instintiva, sino que estaba determinada por la ideación y el hábito.

El británico, luego afincado en EE.UU., William McDougall (1871-1938), uno de los primeros psicólogos en definir la psicología como la ciencia de la conducta, propuso una concepción instintiva de ésta, formulada en su Introducción a la psicología social (1908). Consideró que los instintos eran los motores exclusivos de la conducta, definiéndolos como «una disposición psicofísica heredada o innata que determina que su poseedor perciba objetos de cierta clase y les dirija su atención, que experimente una excitación emocional de una cualidad determinada al percibir dicho objeto, y que actúe respecto a él de una manera particular o, por lo menos, que experimente un impulso a efectuar tal acción» (McDougall, 1908, 25). En esta definición pueden observarse los tres elementos principales que McDougall veía en la acción instintiva: el cognitivo-perceptivo, el emocional y el estrictamente motor-conductual.

Los instintos eran para McDougall «esfuerzos intencionales» hacia alguna meta, más que una fuerza mecánica que empujara al organismo en una u otra dirección, y les atribuía dos notas fundamentales: la activación o alertamiento de la conducta y su direccionalidad hacia determinados objetos. Subrayaba también en su formulación que la motivación se refiere, sobre todo, a los factores internos desencadenantes de la conducta.

El exclusivismo y dogmatismo de su teoría dieron lugar a la conocida como «gran controversia del instinto». La teoría de McDougall fue criticada con dureza particularmente por Watson y los conductistas. El tratamiento de Watson al tema de los instintos fue evolucionando al hilo de sus cambios de perspectiva respecto de la continuidad de las especies. En un primer momento, Watson aceptaba el papel de los instintos en la determinación de la conducta, y se apoyó sistemáticamente en este concepto: «Los instintos humanos determinan en gran medida nuestra elección de compañeros, ocupaciones, y nuestros placeres» (Watson, 1912). En su Introducción a la Psicología Comparada, pensaba que «a pesar de su pasado, el término es útil y conveniente», puesto que gran parte del comportamiento animal puede

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describirse en términos de «respuestas congénitas que se despliegan ante la estimulación apropiada»- y describía con detalle nada menos que once instintos, entre ellos uno relativo a las conductas azarosas (Watson, 1914).

En Psicología desde el punto de vista conductista (1919) su posición era ya muy diferente. En este libro se ocupa casi exclusivamente del comportamiento humano y, si bien describe una larga lista de conductas humanas afectadas por los instintos: caza, lucha, cuidado maternal, espíritu gregario, juego..., entiende que todas ellas son «consolidaciones de los instintos y del hábito» (Watson, 1919). En 1924, en Conductismo, el ascenso del hábito había sido ya completo, y su concepción acerca del instinto, como la del pensamiento o la emoción (Tortosa y Mayor, 1992), había acabado de ajustarse a su intento de explicar la conducta objetivamente en términos de estímulo-respuesta. Watson incluye dos capítulos -5.° y 6.°— con la provocativa pregunta «¿Existen instintos humanos?». A ella responde negativamente: somos agresivos porque hemos aprendido a comportarnos de esa forma; para disminuir o eliminar dicho comportamiento, los padres deben aprender a educar a su descendencia. Desde los mismos inicios de la década de los veinte, el término instinto había dejado de ocupar un lugar en la psicología de Watson: todo lo viejo y lo nuevo en la psicología' debía, o bien explicarse a partir del reflejo condicionado, o bien ser erradicado de ella (Tortosa, Mayor, Pérez y Bañuls, 1991). Los hábitos adquiridos durante la primera infancia, e incluso —admitirá luego— durante la vida intrauterina, orientan de forma decisiva la conducta posterior del individuo, sin que sea necesario invocar una misteriosa transmisión hereditaria de caracteres mentales; la dotación de respuestas incondicionadas que trae consigo el recién nacido es el origen de la compleja serie de respuestas condicionadas que se ostenta después. Rechaza así, de plano, la virtualidad explicativa del concepto y transforma su anterior posición instintivista en otra ambientalista, rechazando que hubiera capacidades, temperamentos o talentos de cualquier tipo heredados. Llegó a defender la imagen del recién nacido como una «no entrenada bola de protoplasma» completamente mutable y conductualmente inocente (Watson. 1928).

«Para nosotros no existen, pues, instintos —ya no necesitamos semejante término en psicología—. Todo cuanto solía llamarse "instinto", es, en nuestro entender, aprendizaje —pertenece a la conducta aprendida del hombre—. De lo que antecede derivamos el corolario siguiente: no hay tal

herencia de capacidad, talento, temperamento, constitución mental y rasgo de carácter. Todo ello depende asimismo del entrenamiento que, en su mayor parte, tiene lugar en la infancia. El conductista no diría: hereda del padre su capacidad o talento de buen esgrimista. Sino: "este niño posee evidentemente la ágil contextura física de su padre, el mismo tipo de ojos (...)". Y seguiría diciendo: "su padre lo quiere mucho: cuando frisaba el año de edad puso en sus manos una minúscula espada, y cuando salen de paseo, continuamente le habla de esgrima, de ataque y defensa, del código del duelo, etcétera". Un determinado tipo de estructura, más un entrenamiento precoz —inclinación— explican las hazañas realizadas en la edad adulta.»

Watson. 1930, 100

Acepta la herencia de estructuras, pero no de funciones (véase Watson, 1930, 102-110), por lo que no acepta la transmisión directa de rasgos (por ejemplo, inteligencia), que estaban defendiendo los propugnadores de opciones eugenésicas: «(...) como el conductista no admite nada que se parezca a rasgos, disposiciones o tendencias mentales, resulta inútil plantearle el problema de la herencia del talento en la forma tradicional (ibíd., 103) (...) la formación del hábito empiezo con toda probabilidad, en la vida embrionaria, y (...) inclusive en el joven ser humano el ambiente moldea la conducta con tal rapidez que la totalidad de las viejas teorías acerca de cuáles tipos de conducta son hereditarios y cuáles aprendidos se desmorona. Admitamos variaciones estructurales congénitas y pronta formación de hábitos desde el momento del nacimiento, y dispondremos de una base para explicar muchos de los así denominados hechos de la herencia de las características "mentales"» (ibíd., 105).

Una vez propuesto, su artificioso modelo, que convertía el reflejo con-dicionado en la auténtica base del desarrollo conductual, los instintos dejaban de tener un lugar en su sistema, y con ello, indirectamente, negaba la posibilidad de una psicología comparada de la conducta (Logue, 1978, 1994: Samelson, 1981, 1994)28. Para llegar a pensar que los instintos no eran sino 28 «Los estudios animales nos han enseñado (...) cuán inseguro es generalizar sobre las bases de estudios con animales infrahumanos en lo que hace referencia al equipamiento no aprendido del hombre» (Watson, 1925). «El que [el ser humano de 1927] haya tenido una historia evolucionista no constituye ninguna prueba de que deba tener instintos como el tronco desde el que ha saltado» (Watson, 1927).

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otro artificio mentalista, se había apoyado en la obra de Zing Yang Kuo (1929), un psicólogo chino formado en los Estados Unidos para quien la conducta instintiva era realmente aprendida in útero (experimentos de 1921 y 1922), lo que le llevó a afirmar que era posible plantear una «psicología sin herencia» (Gottlieb, 1972), postura que ejercería indudable influencia en Watson, aunque no absoluta. Estos y otros estudios similares le convencieron de que conductas a primera vista instintivas eran en realidad aprendidas, aunque reconocía la dificultad de demostrarlo.

Pero existen otras razones de peso que ayudan a comprender el cambio que se opera en el pensamiento de Watson. Por un lado, el hecho de que en la investigación humana las conductas instintivas son menos claras que en la animal, apareciendo involucrado siempre el aprendizaje y el hábito, unido a que el siempre creciente catálogo de actividades humanas que podían ser explicadas como instintivas restaba poder explicativo o al concepto, y al descrédito del lamarckismo por parte de la moderna genética. Por otro, el que mientras el proceso de formación de hábitos podía estudiarse directamente, los instintos, al formar parte de la dotación genética del animal, sólo podían investigarse indirectamente unido a la acentuación de la dimensión práctica de la psicología, una perspectiva que sintonizaba mejor con la noción de la moldeabilidad completa del organismo. Todo ello obligó a Watson a renunciar a su inicial creencia en la validez de esas ideas. El proceso de aprendizaje constituía el único medio por el que el entorno podía afectar a la conducta y el método del condicionamiento le permitía precisamente explicar la forma en que aquél ocurría. Finalmente, llega a pensar que todos los aspectos del ser humano aparentemente instintivos son respuestas condicionadas por la vía social y, yendo si cabe más lejos, acaba postulando que no existe ningún tipo de capacidad, de temperamento o de talento hereditario. No hay instintos, las conductas que parecen ser instintivas constituyen un resultado del aprendizaje temprano, tal vez prenatal (Watson. 1930). Este cambio en la posición que mantiene Watson respecto a la controversia de los instintos se reflejará en su manera de conceptualizar la organización de las emociones: si en 1919 la incluía entre los modos hereditarios de respuesta, en 1930 había pasado a considerarla, por el contrario, un sistema de hábitos (Tortosa y Mayor, 1992).

Ahora se puede contextualizar adecuadamente una de las frases más citadas de toda la historia disciplinar: «"Dadnos una docena de niños sanos, bien formados y un mundo apropiado para criarlos, y garantizamos convertir a

cualquiera de ellos, tomado al azar, en determinado especialista: médico, abogado, artista, jefe de comercio, pordiosero o ladrón, no importa los talentos, inclinaciones, tendencias, habilidades, vocaciones y raza de sus ascendientes"» (Watson, 1930, 108-109). Y se puede entender su propia matización: «Lo confesamos: rebasamos lo hasta hoy establecido por nuestras experiencias, pero también lo han hecho así durante miles de años los defensores de la parte contraria. Por supuesto, de efectuarse este experimento, deberíamos ser nosotros quienes habríamos de especificar la forma de criarse a los niños y el tipo de mundo en el cual habitarían» (Watson, 1924, 109).

Esta afirmación se presenta como la prueba más concluyente de su extremo ambientalismo, y por extensión, del radical ambientalismo del conductismo como filosofía. Un ambientalismo que se generaliza a toda su obra, exagerándose su papel en el planteamiento sistemático de Watson. Durante la mayor parte de su carrera académica, defendió una perspectiva interaccionista respecto al papel de la herencia y el entorno en la conducta de los humanos y subhumanos. No sólo no se había opuesto en sus primeros años a los instintos, sino que en su manual de 1914, los consideraba «útiles y convenientes». Si es cierto que posteriormente abrazó el ambientalismo, no lo es menos que nunca negó que los seres humanos poseyeran un amplio repertorio de respuestas simples no aprendidas; de hecho, su sistema dependía de que los reflejos congénitos sirviesen como elementos clave para la construcción de conductas más complejas, y, además, nunca abandonó la perspectiva de que los organismos infrahumanos poseyesen amplios reperto-rios de conductas instintivas complejas. En torno a 1924 lo que hizo fue adoptar una perspectiva evolucionista no continuista, que rompía el programa continuista esbozado en su manifiesto. Los animales tenían instintos, mientras que los seres humanos sencillamente los habían perdido por acción de la selección natural.

5.3. El declive y transitorio soterramiento de las posturas instintivistas

Watson y McDougall dirimieron sus diferencias en un debate celebrado en 1924 en el Club de Psicología de Washington, y publicaron sus respectivos argumentos en La batalla del conductismo (1929). Si bien los jueces del debate votaron a favor de McDougall, el público se decantó hacia Watson: lo

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cierto fue que la teoría instintiva de McDougall rápidamente perdió aceptación a medida que el conductismo ganaba popularidad. Frente al determinismo y objetivismo de Watson, McDougall defendía también un lugar en la psicología para la libre voluntad, así como la necesidad de complementar la utilización de los datos conductuales con los datos de conciencia obtenidos por introspección.

La proliferación de instintos que postulaban sus defensores dio lugar a críticas cada vez más numerosas y acerbas que determinaron la práctica desaparición del término en la literatura científica a partir de los años veinte. Realmente, el dogmatismo y exclusivismo de la teoría de McDougall no encajaba en los supuestos de un saber científico-natural: además recurrir a los instintos de la forma que se hacía, más que explicar las conductas era describirlas de otro modo: la teoría del instinto tenía un lógica circular (Kuo, 1921; Tolman, 1923).

La eliminación del instinto del discurso científico planteó en toda su crudeza el tema motivacional y dejó un gran vacío teórico que pasaría a llenar el concepto de impulso (drive), el cual presentaba la enorme ventaja de su operatividad experimental. Fue Woodworth (1918) quien propuso la distinción entre los conceptos de drive y mechanism: el primero aludía a las funciones dinámicas y el segundo a las disposiciones directivas. El drive explicaba únicamente la activación de la conducta, mientras que la orientación de la misma quedaba asignada al aprendizaje a través de la noción de hábito. Esta nueva orientación de la teoría motivacional que iba a incluir los enfoques neoconductistas que tanto influjo ejercieron desde su formulación, tomaría dos importantes direcciones: una, que arrancaba de Thorndike, pasaba por Tolman, Hull. Spence- Miller y Mowrer; la segunda partía de Pavlov y se expresó a través de la obra de autores como Berlyne y Skinner. Bastantes años después. el instinto reaparecería en Europa, en formulaciones sustancialmente más objetivas, en la obra de los etólogos29 y

29 La etología que había arrancado en el siglo XIX, se formalizó como ciencia moderna en los años treinta del presente siglo con los trabajos de Konrad Lorenz (1903-1989) y Niko Tinbergen (1951). La actualización de muchas de las ideas etológicas en relación con el comportamiento humano corrió a cargo de 1. Eibl-Eibesfeldt (1970). Estos autores en lugar de hablar de «instinto», hablan en la actualidad de estructuras neuronales here dadas no alteradas por el ambiente durante el desarrollo, las cuales no determinan el comportamiento. sino sólo las conductas específicas llamadas «pautas de acción fijas».

la sociobiología30.

6. UN COMENTARIO FINAL SOBRE EL WATSONIANISMO

«Todavía hoy mantengo tan firmemente como siempre la posición conductista que planteé en 1912. Pienso, además, que esta posición ha influido en la psicología. Aunque parezca extraño, pienso que este proceso se ha visto retrasado porque los profesores más viejos no eran capaces de aceptarlo con entusiasmo y, por consiguiente, fracasaron en presentarlo convincentemente en sus clases. Los más jóvenes no recibieron una presentación imparcial, por tanto no se han embarcado con entusiasmo en el conductismo; a pesar de todo no aceptarán mucho tiempo más las enseñanzas de los James, Titchener y Angel]. Honestamente pienso que la psicología ha sido estéril durante varios años. Necesitamos profesores más jóvenes capaces de enseñar psicología objetiva sin ninguna referencia a la mitología con la que la mayor parte de nosotros, los psicólogos de hoy, hemos sido criados. Cuando llegue ese día, la psicología experimentará un renacimiento mayor que el que sufrió la ciencia en la Edad Media. Creo tan firmemente como entonces en el futuro del conductismo, conductismo como compañero de la zoología, la fisiología, la psiquiatría y la física-química.»

Watson, 1936, 281

30

La sociobiología es mucho más reciente, se formalizó con la obra de Wilson Sociobiología (1975). Esta corriente de pensamiento, surgida en EE.UU., se centra en la influencia de la evolución sobre la conducta animal y la humana. A través del estudio de temas como la conducta parental, la agresión, el altruismo y otras similares, busca las reglas que rigen la conducta social para tratar de explicar mejor, tanto la conducta animal como la actividad social humana (Barash, 1979; Ruse, 1979). Es motivo de controversia en qué medida difieren realmente las perspectivas sociobiológicas y las etológicas. Pese a los problemas que comportan, ambas explicaciones han marcado su influencia en la psicología actual. Pero el trecho que va de «explicar» las conductas complejas a través de «instintos», a tratar de explicar conductas específicas a través de «pautas de acción fijas», supone un cambio sustancial que evidencia el declive de las grandes teorías instintivas.

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Al recapitular su vida, se reafirmaba en su propuesta de unificación

epistemológica de todos los sistemas de conocimiento con pretensiones de cientificidad en tomo al positivismo, v en la consideración del conductismo como un instrumento al servicio de la reforma social, algo que no es extraño que surgiera en aquel momento de conflicto social. donde hubo un fuerte enfrentamiento entre ideas de tipo progresista e ideas conservadoras. El objetivo final de todos los esfuerzos de Watson fue lograr una redefinición del objetivo de la psicología, que, como repitió una y otra vez, no podía reducirse a la descripción y la comprensión, sino que debía ampliarse a la explicación y, con ella, a la predicción y el control. Unos esfuerzos que abarcaban, al menos, tres niveles: el método, el objeto de estudio y la propuesta de control.

El impacto que produjo el conductismo fue, fundamentalmente, metodológico y tecnológico. Más que una solución a un problema básico, el conductismo surgió de la creencia en la validez de una metodología objetiva, un compromiso que exigía el abandono de aquellos fenómenos que no eran compatibles con aquélla. Por lo que el cambio revolucionario, caso de haberse producido, se hubiera reflejado fundamentalmente en la forma de obtener evidencia por parte de una mayoría de los psicólogos, algo que además se hubiera incorporado en la formación de nuevas generaciones de psicólogos. Y eso, desde luego, no fue dominante en el escenario americano de la psicología humana. Bruner y Allport (1940) mostraron la pervivencia del enfoque metodológico tradicional, que fue cuestionado y mejorado, pero no erradicado. Los intereses de los miembros de la APA y sus publicaciones no acusaron el cambio de una forma radical, y muchos de los autores más influyentes del período siguieron defendiendo un enfoque funcional o ecléctico e, incluso algunos, puramente introspeccionista (Pérez-Garrido. 1996).

Así, el presunto cambio no sólo no ocurrió repentinamente, sino que nunca llegó a producirse del todo. Más bien se aceptó la propuesta en términos de complementariedad que de sustitución. Watson fue otro de los hijos de su tiempo, dentro de un ambiente positivista en lo científico y progresista en lo social, que preconizaba una revolución en la organización social, plasmada en el necesario alzamiento del intelecto contra el corazón. Esta corriente (Toulmin y Leary, 1985) incidiría particularmente en psicología, facilitando el nacimiento de una auténtica ciencia de la conducta (experimental, funcional y aplicada) cuyo último fin, como ya señalara Watson,

sería precisamente el cambio social. En aquella corriente ejerció el papel de un potente catalizador, y algunos psicólogos jóvenes gravitaron hacia su versión de la psicología objetiva (Hull, 1952), si bien en forma minoritaria. Además, su salida de la universidad coincidió con la propuesta de nuevas fórmulas de conductismo y un activo conjunto de programas experimentales de los que Watson estuvo ya ausente.

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