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2912 DE OCTUBRE DE 2014 DOMINGO

AQUÍ LA POLICÍA ES

Por ALEJANDRA S. INZUNZA y PABLO FERRI /Fotos NATHALIE IRIARTE

UENOS AIRES, ARGENTI-NA.— Miguel Ángel Durrels, de28 años, iba sentado en la par-te trasera de un carro patrullaaquel domingo por la tarde.Los agentes le llevaban a la co-

misaría de Pilar, un pueblo de la provincia de Bue-nos Aires. Vestía medio de gaucho, con pantalonesbombachos oscuros y alpargatas blancas. Llevabael pelo corto, barba de un par de días. Cuandollegaron a la comisaría los agentes de la patrullacontaron que le habían agarrado con una bolsitacon 78 gramos de mariguana. Sus compañeros dela guardia lo encerraron en el calabozo. Parecía uncaso sencillo. La policía relató que unos chicos enmoto le habían pasado una bolsa a Durrels, que leshabía parecido sospechoso y entonces registraronal muchacho y encontraron la droga. En situacio-nes parecidas, el acusado siempre alega que la ma-riguana es para consumo personal y se libran deuna condena larga. Pero esta vez, horas más tarde

B

LA MAFIALas fuerzas de seguridad en Argentina están bajo sospecha

constante. En 2012 al menos 107 ciudadanos de la capitaly la provincia de Buenos Aires murieron a manos suyas.

Este es el retrato del colectivo Dromómanos —recién galardonadocon el Premio Nacional de Periodismo 2013 por esta serie

de reportajes—, de lo que sucede con “la bonaerense”,ese cuerpo policiaco que se convirtió en mafia

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el caso se complicó. Ya de madrugadael preso apareció muerto en el calabo-zo, colgando de un cable blanco atadoa la barra de una celda, ahorcado.

Al día siguiente, según el expedientedel caso, el comisario tomó declaracióna los cuatro agentes de guardia. DavidCordobés, el que había encontrado elcadáver, dijo que en torno a las 3 de lamadrugada, había bajado al calabozo atomar impresiones de las huellas deDurrels. Junto a la puerta había visto aSergio Rojas, el único preso que com-partía el calabozo con él aquella noche.Rojas dormía. No había electricidad, asíque Cordobés tuvo que forzar la vistapara localizar a Durrels. El agente dijoque entonces lo vio al fondo del ca-labozo, “parado, inmovilizado, rígido” yque le llamó sin obtener respuesta.Cordobés miró más de cerca y vio quetenía su cuello atado a las rejas, “en po-sición” de ahorcamiento. En ese mo-mento gritó pidiendo ayuda. En su de-claración ante el comisario, Rojas dijoque sólo se despertó cuando oyó gritaral policía. Miguel Ángel Durrels se ha-bía ahorcado a tres metros de dondeestaba, pero él no había oído nada.

La ambulancia llegó 15 minutos mástarde y el cuerpo acabó en la morguede Lomas de Zamora, un pueblo de laprovincia al este de la ciudad de Bue-nos Aires. Semanas después la familiaobtendría una copia de la autopsia. Mi-guel Ángel Durrels, varón, 1.68 de es-tatura, piel de color trigueña, cabellosnegros, ojos pardos, boca, nariz y orejasmedianas, barba y bigote de varios días,peso: 64 kilos, dentadura en buen es-tado a falta de algunas piezas. El infor-me decía que había muerto asfixiadopor ahorcamiento y que su cuerpo pre-sentaba lesiones en el rostro y el tron-co, pero no aclaraba si se había ahor-cado solo. Obviaba además si el cableque le había provocado la asfixia era elmismo que enlazaba su cuello cuandole encontraron. Un médico de la mor-

gue de Lomas —que prefiere su nom-bre en el anonimato—, criticó que el es-tudio tampoco contemplaba si la hen-didura en el cuello coincidía con el ca-ble. Además, dijo, omitía la forma de lamarca que había dejado el nudo del ca-ble en su piel. El médico apuntó que laslesiones en el rostro y el tronco podíandeberse a golpes que el mismo Durrelsse habría dado contra las rejas, pero quetambién podían ser “t r o m p a da s ” de lospolicías. Insistió en que en un caso deposible enfrentamiento entre un presoy personal policial, el fiscal debe liderarla investigación, cosa que no hizo: losinterrogatorios a los agentes de guardialos hizo el comisario jefe. Tampoco sehabía hecho una pericia genética quemostrase, por ejemplo, si Miguel ÁngelDurrels se había agarrado a los barrotes,

Apenas en mayo de 2014El secretario de Seguridad de Argentina, Sergio Berni, exhibió en Buenos Aires,las armas decomisadas en un operativo en el que se desarticuló una bandaque traficaba cocaína desde Argentina hacia México

si había tratado de resistirse. La autop-sia no determinaba si se había suici-dado o había muerto asesinado.

En los meses que siguieron a sumuerte, familiares y amigos del jovense manifestaron en Pilar, pidiendo jus-ticia en varias ocasiones. El 9 de oc-tubre de 2013, un mes después de sumuerte, el padre, Roberto Durrels, dosde sus hijas y un puñado de familiaresy amigos recorrieron las calles de Pilarbajo una lluvia torrencial. Roberto Du-rrels llevaba una camiseta blanca conuna foto de su hijo y una frase: “Ju s t i c i apara Miguel Ángel”. Una hora más tardellegaron a la comisaría de la policía bo-naerense, responsable del centro, yempezaron a gritar: “Asesinos, asesi-nos”. Dejaron decenas de velas en lapuerta de la comisaría, pegaron fotos

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de Miguel Ángel en las paredes y pin-taron con spray: “¡ Ju s t i c i a ! ”.

Días más tarde acompañamos a Du-rrels padre a la calle donde habían de-tenido a su hijo. Roberto Durrels, ungaucho moreno y flaco que fuma ávi-damente cigarrillos Philip Morris, mi-raba a todos lados como buscando aalguien que llega tarde. Estaba en lamisma banqueta donde se había sen-tado su hijo días atrás. Enfrente habíaun supermercado chino y detrás unaglorieta. A unos 50 metros un señor depelo blanco cuidaba de su kiosco. “P uesde aquí se lo llevaron”, suspiró minutosmás tarde, “de aquí se llevaron a MiguelÁngel”. Entonces pidió que nos fuéra-mos, quitó esos ojos de búsqueda y en-cendió otro cigarro.

Antes de marchar preguntamos a losdueños del supermercado, al señor delkiosco y a una vecina de enfrente. Nin-guno había visto cómo detuviron a Mi-guel Ángel Durrels.

COMPRAR DELINCUENTESLas sospechas de la familia coincidíancon las que manejaban varias Ong’s deBuenos Aires especializadas en viola-ciones a los derechos humanos. Lucia-na Pols, investigadora del Centro de Es-tudios Legales y Sociales (CELS) bus-caba similitudes aquellos días entre elcaso de Miguel y otros anteriores. En-contró varios en un par de minutos.“Estaba este pibe de Mendoza, WilliamVargas. Lo agarraron porque tenía seisplantas de mariguana en casa y le me-tieron en prisión preventiva. Entre queempezaba la causa penal contra él es-tuvo un mes preso y en ese tiempo letorturaron un grupo de siete agentespenitenciarios. Lo grabaron en video ylo subieron a internet”. Aquello ocurrióen 2011. Ese mismo año la policía bo-naerense mató a un joven de 17 añosen la ciudad de Balcarce. Al parecer aca-baba de comprar varios gramos de ma-riguana. El agente que le perseguía le

disparó y el chico murió. Fue conde-nado hace unos meses. Declaró que elarma se le había disparado accidental-mente.

Tan sólo en 2012, según los datos delCELS, 107 ciudadanos de la ciudad y laprovincia de Buenos Aires murieron amanos de las fuerzas de seguridad. En49 estaba involucrada la bonaerense.Este mismo año una adolescente mo-ría por una supuesta bala perdida delmismo cuerpo policial. La niña, de 15años, estaba en el patio de su escuelaen el municipio de Morón, en la pro-vincia de Buenos Aires. También enMorón, un teniente de la policía pro-vincial permanece detenido por ase-sinar a un menor por la espalda en2008. Está condenado a seis años. ElCELS y otras organizaciones como laCoordinadora contra la Represión Po-licial e Institucional (CORREPI) hablande “gatillo fácil”, de que a la policía sele va la mano continuamente.

El periodista Ricardo Ragendorfer,autor del libro La Bonaerense, un re-trato de las corruptelas de la policía dela provincia más poblada del país, do-

cumenta: “En países como México, Co-lombia o Rusia hay policías corruptosporque los compró la mafia. Acá encambio la policía compra delincuen-tes. Dicen que las mafias tradicionalessiempre fueron reticentes a instalarseen Argentina a lo largo del siglo XX porla hostilidad que sentían por parte dela policía”.

Un alto cargo del ministerio de se-guridad —que prefiere el anonimato—contaba un chiste aquellos días, queresume la visión que se tiene en Ar-gentina de las fuerzas de seguridad: “Sereúnen representantes de tres cuerpospoliciales para ver cuál es más efectivo.Están Scotland Yard, el FBI y La Bo-naerense. Se trata de una prueba sen-cilla, el árbitro suelta un conejo, se ledan cinco minutos de ventaja y los po-licías salen a buscarle. El que menostiempo emplee en volver con el conejogana. Sueltan al primer conejo, se le dala ventaja correspondiente y sale Sco-tland Yard, que tarda 22 minutos envolver con el animal en custodia. Lomismo con el FBI, que tarda 18 minu-tos. Sueltan el conejo de La Bonaeren-

DESCONFIANZA.Como en cualquier

país, es difícilgeneralizar, pero lasospecha sobre el

actuar de loscuerpos policiacos

en Argentina, escomún

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se, le dan cinco minutos de ventaja ylos agentes salen a buscarlo. Cinco mi-nutos más tarde llegan con un cerdoensangrentado y malherido aseguran-do que es un conejo”.

INFILTRACIÓN DEL NARCOAquel 2 de junio de 2013, Nestor Ron-caglia, jefe de la superintendencia deDrogas Peligrosas de la Policía Federal,terminó un procedimiento y se fue acasa. Al llegar bajó del coche y vio a treshombres que apuraban el paso haciaél. Dijo “h o l a”, pero en ese momento,uno de ellos sacó una pistola y le apun-tó. Rocanglia, policía desde hace tresdécadas, sacó la suya de la cintura ydisparó al mismo tiempo en que lasbalas le llovían. Recibió tres disparos.Cayó de rodillas. Al mismo tiempo,uno de los hombres que intentaba ma-

tarlo se desvaneció en el suelo. Los cri-minales huyeron y el jefe antidrogasquedó tirado en la vereda hasta quesalió su mujer a recogerlo. “Me salvépor 20 centímetros”, dice el agentemientras ve una y otra vez en su com-putadora aquel vídeo de 30 segundosdel día en que casi pierde la vida.

Un jefe antidrogas tiene decenas deposibles enemigos. Hasta hoy, Ron-caglia no sabe quien intentó asesinar-lo. Detuvieron al hombre que resultóherido, pero sólo determinaron queera un asaltante de casas. Que él y suscompinches provenían de la coloniaGeneral Rodríguez, un barrio margi-nal a las afueras de Buenos Aires. “Miprimera hipótesis es que fueron otrospolicías quienes entregaron mi casapara que me mataran. Los maleantesvivían a 70 kilómetros y no sabían que

yo era policía”, dice en las oficinas dela Policía Federal.

El hombre a quien sus colegas lla-man Ronco —considerado un sabuesopolicial por las múltiples investigacio-nes que ha encabezado—, señala sucuerpo y presume los tres balazos querecibió aquel día. Dos en la mano decalibre 32 y uno del 45 en el torso. Ensu oficina tiene un póster de la película“Soy Leyenda”, con su cara, un obse-quio que uno de sus mejores amigosle regaló después del intento de ase-sinato. Su segunda hipótesis es que unnarcotraficante al que condenaron a 12años después de incautarle una tone-lada de cocaína en 2008 en la GeneralRodríguez, ordenó su muerte. La ter-cera, hipotesis del fiscal, es que la po-licía “liberó” la zona para robar casas. “Aveces la policía deja zonas libres sinvigilancia para que roben. Saben queuna banda de ladrones irá y les infor-man de las cuadras donde no habráagentes por unas horas. Pasa muchoen provincia, pero yo me sigo inclinan-do por la primera hipótesis”.

En los últimos años, Roncaglia haparticipado en varios de los casos másmediáticos de Argentina, como la in-vestigación a la llamada “mafia de losmedicamentos”, una organización de-dicada a la venta ilegal de fármacos; elcrimen del agente chileno ArancibiaClavel, acusado de asesinar a un ge-neral de alto nivel en su país; variosrobos importantes a bancos y el casode corrupción de Schokender II, ex di-rector de compras de la Fundación Ma-dres de la Plaza de Mayo. Semanas an-tes de entrevistarlo, había atrapado alDelfín Zacarías, uno de los mayoresnarcotraficantes en Rosario, un capoque era amigo del intendente, de la po-licía local y al que nadie investigaba.Roncaglia lo arrestó con 300 kilos dedroga. Las mayores bandas criminalesrosarinas, los canteros y los monos,vendían lo que les proveía Zacarías.

ACUSACIONES: NADA NUEVOLas denuncias sobre la policía argentina vienen de décadas atrás. El diputado local Marcelo Saín,quien colaboró en la reforma policial que se realizó de 2004 a 2007, dice que varios policíasestaban relacionados con torturas y asesinatos —como el caso de Miguel Ángel, hijo de RobertoDurrels (arriba)—, que se corrompían ante los delincuentes o se convertían en uno de ellos

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“Le llevamos a la dependencia de lapolicía de Santa Fe y a los dos minutosya tenía dos teléfonos celulares. Lo su-pimos porque investigábamos a partede la organización. Un policía federalen Rosario fue detenido por avisar a labanda de un allanamiento. El fiscalJuan Murray vino expresamente aBuenos Aires a pedir apoyo a la PolicíaFederal. Nos dijo: 'si voy a la fuerza lo-cal...'. La policía de Rosario nunca seenteró de lo que estábamos haciendo”,cuenta para detallar cómo las policíaslocales o incluso la propia Federal enlas provincias, están infiltradas por elnarcotráfico. “Salimos de una dictadu-ra violenta, pero ahora casi todos em-pezamos a trabajar con la democracia.Ocurren casos de abusos pero no tan-tos como antes”, defiende Roncaglia.

Las denuncias sobre la policía argen-tina vienen de décadas atrás. El dipu-tado Marcelo Saín, quien colaboró enla reforma policial que se llevó a caboentre 2004 y 2007, narra cómo variospolicías estaban relacionados con tor-turas, asesinatos, que liberaban terre-nos para que los delincuentes robaran(como se sospecha pasó en el caso deRoncaglia) y se corrompían ante losdelincuentes. Hace 10 años, se llevó acabo la descentralización de la policíapara diferenciar la investigación de lapráctica judicial y desencabezar la cú-pula corrupta del cuerpo. “Despedi-mos en aquel entonces a 3 mil de me-nos de 40 mil agentes, muchos casoseran de alto rango”, afirma MarceloSaín. La policía, agrega, era uno de losbastiones políticos de Buenos Aires,un tercio del sistema político argenti-no. Saín lamenta, después de la refor-ma, poco a poco, las cosas volvieron afuncionar como antes.

UN CASO COMO MUCHOSEn 1998, Roque Molfese, un porteñodesempleado, llegaba todas las maña-nas a una iglesia en el barrio de Liniers,

Buenos Aires, que contaba con unabolsa de trabajo, en busca de una em-pleo temporal como albañil. Siemprellegaba con una mochila, donde guar-daba su ropa de trabajo y un tupper conel almuerzo preparado por su esposa.Un día, un señor bien vestido le ofrecióun trabajo para arreglar una casa enuna provincia aledaña. Pasó por él, lollevó a la estación de tren, le pidió quelo esperara un momento mientrascompraba los boletos y le dio una bolsapara cuidar. Minutos después, un ope-rativo policial llegó, abrió la bolsa y en-contró decenas de cigarros de mari-guana y varios sobres de cocaína. Ro-que Molfese fue a la cárcel. Daniel Ra-fecas recordaba el nombre de Molfese,después de haber participado en su jui-cio oral. Como fiscal adjunto, descu-brió, gracias al testimonio del sacerdo-te y dos desempleados más que solían

pasar los días en la bolsa de trabajo dela iglesia, que el albañil sólo llevaba unsandwich y un overol en su mochilacuando salió de casa. La droga no erasuya, alguien se la había sembrado.

“Era muy perverso. Para mí fue co-mo Alicia en el País de las Maravillas,trasponer una verdad policial que es-taba en el expediente y pasar a otrarealidad en la que los policías eran loscriminales y el autor, inocente”, apuntael ahora juez. “Lo más grave es que siesta víctima no era el autor, ¿quién loera? ¿de dónde surgió esa droga?¿quién la puso? La respuesta es ine-xorable y terrible: la propia policía”.

Molfese fue el primero de 100 casosdemostrados judicialmente en el lla-mado “Informe Rafecas””, donde secomprobó que unos 350 policías fe-derales armaron casos falsos culpandoa personas de bajos recursos, sexoser-vidoras, inmigrantes, mendigos y de-sempleados, de traficar droga, armas,robar autos y otros actos delictivos.

“¿Qué más facil hay que subir a unvehículo a dos mujeres que están ofre-ciendo un servicio sexual y despuésdejarlas en un auto lleno de droga?”,dice el ahora titular del Juzgado Cri-minal y Corrección Federal número 3en la capital federal. Por Molfese, Ra-fecas llegó a otro caso de dos herma-nos bolivianos que habían sido capta-dos en la misma iglesia. En total, en-contró 12 casos similares y decidióemitir un comunicado a otras fiscalíasy juzgados para saber si tenían expe-dientes con ese modus operandi. “Lapolicía se montaba sobre los estereo-tipos sociales que había sobre la gentey nadie dudaba”. A raíz del comunica-do, el número de casos subió a 50 y asíhasta duplicarse. En 2004, una vez fi-nalizado el Informe Rafecas, los 350agentes involucrados fueron expulsa-dos de la Policía Federal y algunos fue-ron procesados por privación ilegal dela libertad, encubrimiento agravado,

107ciudadanos

de la capital y laprovincia deBuenos Airesmurieron a

manos de loscuerpos deseguridaden 2012

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falso testimonio y falsificación de ac-tas. Desde entonces, apunta Rafecas,no ha habido ningún procedimientocon esas características. La corrupciónsigue presente aunque las prácticas deaquella época cambiaron.

Roncaglia admite las fallas dentro dela policía argentina. “45 mil policías nopueden controlar a todo el mundo”. Lapropia Policía Federal, que tiene un po-co más de prestigio que otros cuerpos,tiene que investigar constantemente alas policías provinciales por posiblescasos de corrupción. Con él coincideSaín: “Cuando llega el negocio de lasdrogas, con un alto nivel de rentabi-lidad e invisibilidad y poco esfuerzo, esdifícil que alguien que controlaba eljuego clandestino y la prostitución noentre en eso”.

El caso más grave y sonado fue el deLa Bonarense, que inspiró el libro ho-mónimo de Rogerdorfer. A raíz de supublicación cayeron varias cabezas dela policía de Buenos Aires, incluyendoal entonces ministro de seguridad. Du-rante varios años se intentó hacer unareforma policial, pero el grado de co-rrupción era tal que no se concretaba.Entre 2004 y 2007, el secretario de Se-guridad, Leon Arslanian, impulsó unareforma policial exitosa. Advirtió quela corrupción se articulaba de formapiramidal. Decide eliminar la figura deljefe, a donde llegaba todo ese dinero ydescuartiza esa estructura en 18 depar-tamentos autónomos. Así se rompe laruta del dinero, indica Rogerdorfer. “Loque no advirtió es que la Bonarense esun poco como el agua: toma la formadel envase que contiene”. La estruc-tura empresarial en la que operaba lapolicía, se transformó entonces en unaserie de hordas policiales autónomas,que según el periodista, se disputabanel gerenciamiento del delito en la ca-pital y alrededores. Con los cambios degobierno, la reforma perdió impulso,denuncia Ragerdorfer.

“Lo que hicieron es una contrarefor-ma que devolvía atributos de sus peo-res épocas a la policía. (…) El que era jefede la Maldita Policía, Pedro AnastacioClotzic, muere de cáncer en brazos desu abogado y le dice: ‘Viste Alejandro,estos hijos de puta no me pudieronmeter preso’”.

En el pequeño pueblo de Ibicuy, a140 kilómetros de Buenos Aires, el ho-gar de los Durrels Calero es un santua-rio de amor a los caballos. De las pa-redes color amarillo de la sala cuelganfotos de Fructis Good, un caballo decarreras que perteneció a la familia. Labombilla con que toman el mate vieneadornada con una herradura y el bustode un jamelgo. Roberto Durrels alternaPhilip Morris con cigarrillos JockeyClub. Su hijo Miguel Ángel vivía en Pi-lar la mayor parte del año. Pilar es lameca del polo en Argentina.

Miguel Ángel Durrels trabajaba depetisero en un club de polo a las afue-ras de Pilar. De enero a junio y de sep-tiembre a noviembre, cuidaba las cua-dras del club y alimentaba a los caba-llos. El día que fue detenido había sa-

lido a eso de las 10 de la mañana. El otropetisero del club dice que fue a com-prar pan, algo de comer, quizá cigarros.Durrels fumaba dos o tres al día. Habíaun supermercado cerca, a diez minu-tos en bicicleta. No tardaría en volver.Pero se retrasó. Ya en la tarde su com-pañero empezó a preocuparse. Le lla-mó, pero no contestaba. Para entoncesDurrels ya estaba en el calabozo.

Ni su padre ni sus hermanas dudande que la policía bonaerense lo mató.Decían que él nunca se habría suici-dado, que nadie se mata si le detienencon unos gramos de marihuana, que nisiquiera fumaba cannabis. Lo descri-bieron como un muchacho feliz,amante de los caballos. Fernanda nosmostró videos de su hermano en el ce-lular. Aparecía montando a caballo enIbicuy, bromeando con su hermanoCarlos, siempre de boina azul, panzu-da, parecida a la que usan los rastafaris.Fernanda decía que su hermano teníauna novia, Silvina, que tenía un affa i r econ un policía y que por eso lo habíanmatado. Pocos días después de lamuerte de Durrels, Silvina desapare-

BLANCOP E R F E C T O.En los últimosaños, la ciudad deRosario está en elojo del huracánpor encontrarse enmedio de la rutade la droga y seruna ciudadpeleada por lasbandas criminales

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ció. Cambió de casa y a veces mandabamensajes ambiguos en Facebook aotra de las hermanas de Durrels: “Undía hablemos, sí hablemos”. Pero nun-ca hablaron. En su declaración ante lafiscalía antes de desvanecerse, Silvinadijo que había conocido a Miguel Án-gel Durrels en marzo del año pasado yque eran “amigov ios”, que era “rechis-p it a” porque le gustaba hacer bromassiempre, que la última vez que lo viofue el jueves anterior a su muerte.

Sergio Rojas, el preso que había com-partido calabozo con Durrels, tambiéndesapareció. La familia pensaba que aRojas le habían obligado a declarar loque la policía quería. La mamá de Ro-jas, Silvia Gómez, vivía entonces en unbarrio muy humilde de Pilar. Su hijavivía en la casa de al lado. Cuando mu-rió Miguel Ángel, contaron, su familiarestaba preso por alterar el orden pú-blico. Ambas decían que Rojas era muyviolento y que no les extrañaba que lohubiese matado. Gómez dijo quecuando su hijo volvió de la comisaríaaquel día contó que un joven habíamuerto. “Me dijo que él no lo había ma-tado”. Sergio se fue. Su madre tenía laesperanza de que volviera porque des-de hacía tiempo estaba en tratamientopsiquiátrico en un hospital de Luján,un pueblo próximo. No volvió.

Sin Rojas ni Silvina, la familia Durrelsse desesperaba. Roberto Durrels habíavisitado recientemente el calabozojunto a su abogado y el fiscal. La policíasuponía que Miguel Ángel había arran-cado un trozo de cable de la pared y se

había ahorcado con él. Durrels padre,que sabe de electricidad porque él mis-mo hizo la instalación de su casa, diceque el cable que le señalaron era másfino que el de su hijo. Además, añadió,no parecía arrancado, más bien corta-do con alicates.

Ni el petisero compañero de Durrelsni su patrón, Ignacio Negri, recuerdanhaberlo visto fumando mariguana. Ne-gri, un joven de clase media alta, negóque la mariguana que supuestamentele requisaron a Durrels fuese para él opara cualquier jugador de polo.

Durrels regresaba a Ibicuy cuando latemporada de polo paraba. Allí com-partía cuarto con Carlos, su hermanomenor. Sobre la cama del mayor unalámina de un caballo dominaba el con-junto de paredes. Un sombrero y unaboina marrón de gaucho pendían deltabique justo al costado. Del lado de-recho, apuntalado con clavos, un tacode polo completaba la ofrenda.

Carlos se fue a dormir al rato. Afuera,en la sala, Roberto Durrels apuraba suúltimo cigarro. Era de noche. Su mujerya se había acostado. En un momentose levantó, fue al cuarto y volvió a lasala. Traía un cinturón adornado conlas iniciales MD, Miguel Durrels, de pla-ta, muy hermoso. “Este era de mi padrey se lo iba a dar a Miguel”, dijo. Y se callóun buen rato. Luego señaló el techo.“¿Viste los cables? Yo los puse. Yo sé có-mo son los cables”. Los gauchos son gen-te solitaria y Roberto eligió la soledad desu mesa para pensar, otra vez, que a suhijo se lo habían matado.

Normalmente los policíasfacilitan el narcotráfico más quecontrolarlo. Convivimos con lo feode la sociedad...NÉSTOR RONCAGLIA, jefe de la Superintendencia Drogas

Peligrosas de la Policía Federal argentina

ALEJANDRA S. INZUNZA, PABLO FERRIy JOSÉ LUIS PARDO iniciaron en 2011 un recorridopor América para contar, país por país, cómo opera elnarcotráfico. Siguen en ruta de viaje. Por esta serie dereportajes publicada en “D o m i n g o” también fuerongalardonados con el Premio Ortega y Gasset dePeriodismo 2014. En web: dromomanos.com y en Twitter:@Dromomanos

Esta serie obtuvo el Premio Nacionalde Periodismo 2013 y fue finalistadel Premio Gabriel García Márquez

de Periodismo 2013

[ARGENTINA]