2003-representaciones e identidad de genero en la prensa local del siglo xx. decadas del 20 y 80

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UNIVERSIDAD NACIONAL DE RÍO CUARTO FACULTAD DE CIENCIAS HUMANAS LICENCIATURA EN CIENCIAS DE LA COMUNICACIÓN TRABAJO FINAL REPRESENTACIONES DE IDENTIDADES DE GÉNERO EN LA PRENSA LOCAL DEL SIGLO XX -Décadas del ‘20 y ‘80- NILL SILVINA OLMEDO NATALIA ZAVALA CECILIA Dirección: Brandolín Analía Co-dirección: Llobet Liliana

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Autores: NILL, Silvina/OLMEDO, Natalia/ZAVALA, Cecilia

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Page 1: 2003-REPRESENTACIONES E IDENTIDAD DE GENERO EN LA PRENSA LOCAL DEL SIGLO XX. DECADAS DEL 20 Y 80

UNIVERSIDAD NACIONAL DE RÍO CUARTO FACULTAD DE CIENCIAS HUMANAS LICENCIATURA EN CIENCIAS DE LA COMUNICACIÓN

TRABAJO FINAL

REPRESENTACIONES DE IDENTIDADES DE GÉNERO EN LA PRENSA LOCAL DEL

SIGLO XX -Décadas del ‘20 y ‘80-

NILL SILVINA OLMEDO NATALIA ZAVALA CECILIA

Dirección: Brandolín Analía Co-dirección: Llobet Liliana

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AGRADECIMIENTOS

A Analía Brandolín y Liliana Llobet porque colmaron nuestras

expectativas como orientadoras.

También lo hacemos extensivo al Archivo Histórico Municipal.

A Ivana Funes por su disposición desinteresada y sus aportes

tecnológicos.

Es nuestro compromiso para que permanezca la educación pública y

gratuita.

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DEDICATORIAS

A mis padres Celia y Oscar por su inconmensurable apoyo.

A mi hijo Esteban , gracia pequeña que alegra mi vida.

NATALIA

A mis padres Lila y Segundo por postergar sus desarrollos personales

por el mío.

SILVINA

Mi enorme agradecimiento y a quienes dedico este trabajo es a Chacho

y Negra, mis viejos por su apoyo incondicional; también a mis golitos

Emilia, Esteban y Paula.

Del mismo modo, mi admiración y cariño a Sil, por estar y además, por

resistir las consecuencias de vivir sin hipocresías.

CECILIA

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INTRODUCCIÓN.......................................................................................................8

1. LA IMPORTANCIA DEL GÉNERO EN LOS ’20 Y EN LOS ’80............................10

1.1. Un recorrido por 1920: los años locos................................................................10

1.2. Democracia y género en la Argentina en la década del ‘80...............................13

2. ALGUNOS SUPUESTOS ORIENTADORES........................................................15

3. OBJETIVOS DEL TRABAJO.................................................................................15

CAPITULO I. CONCEPTOS ANALÍTICOS

1. INTRODUCCIÓN..................................................................................................18

2. GÉNERO E IDENTIDAD......................................................................................18

3. LAS DICOTOMÍAS DE GÉNERO EN LA MODERNIDAD....................................20

3.1. División de tareas..............................................................................................22

3.2. Atributos femeninos y masculinos.....................................................................23

3.3. Relaciones de sumisión y autoridad..................................................................24

3.4. Participación social: Inclusión y exclusión.........................................................25

3.5. Prácticas de tiempo libre...................................................................................26

3.6. Artefactos femeninos y masculinos...................................................................27

4. HEGEMONÍA Y GÉNERO....................................................................................28

5. PERMANENCIA Y CAMBIO DE LOS SIGNIFICADOS........................................30

6. MEDIOS DE COMUNICACIÓN Y SIGNIFICACIÓN SOCIAL..............................32

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CAPITULO II. PROCEDIMIENTOS METODOLÓGICOS

1. METODOLOGÍA EMPLEADA.............................................................................35

2. CRITERIOS DE SELECCIÓN.............................................................................36

2.1. Con respecto a la prensa en general.................................................................36

2.2. Con respecto a diarios y revistas.......................................................................37

2.3. Con respecto a los artículos..............................................................................38

3. ORGANIZACIÓN DEL ANÁLISIS.........................................................................39

CAPITULO III. INTERPRETACIÓN DE LOS TEXTOS

1. DIVISIÓN DE TAREAS: VIDA DOMÉSTICA /LABORAL....................................41

1.1. Década del ’20...................................................................................................41

1.2. Década del ’80...................................................................................................50

1.3. Algunas conclusiones........................................................................................54

2. TIPOS DE RELACIONES: SUMISIÓN FEMENINA/ AUTORIDAD

MASCULINA............................................................................................................56

2.1. Década del ’20...................................................................................................56

2.2. Década del ’80...................................................................................................61

2.3 Algunas conclusiones.........................................................................................68

3. INCLUSIÓN MASCULINA/ EXCLUSIÓN FEMENINA EN LA VIDA SOCIAL.......70

3.1. Década del ’20..................................................................................................70

3.2. Década del ’80...................................................................................................75

3.3. Algunas conclusiones........................................................................................77

4. USOS FEMENINOS Y MASCULINOS DEL TIEMPO LIBRE...............................78

4.1. Década del ’20...................................................................................................79

4.2. Década del ’80...................................................................................................81

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4.3. Algunas conclusiones.......................................................................................84

5. ARTEFACTOS FEMENINOS Y MASCULINOS..................................................85

5.1 Década del ’20...................................................................................................85

5.2. Década del ’80..................................................................................................88

5.3. Algunas conclusiones.......................................................................................88

IV. CONCLUSIONE

S CONSIDERACIONES FINALES..............................................................................90

BIBLIOGRAFÍA CITADA.........................................................................................98

BIBLIOGRAFÍA CONSULTADA..........................................................................103

ANEXOS

1. REFERENCIAS DEL MATERIAL ESCOGIDO PARA EL ANÁLISIS.................106

2. CARACTERÍSTICAS DE LAS EDITORIALES QUE ANALIZAMOS..................107

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CAPÍTULO I

CONCEPTOS ANALÍTICOS

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1. INTRODUCCIÓN

omo explicamos en la introducción de nuestra investigación, ésta tiene como objetivo general analizar las representaciones de identidades de género en la prensa local de las décadas del ’20 y ‘80 para compararlas en términos de movilidades y continuidades de significados en torno al género y respecto a las concepciones dicotómicas dominantes o hegemónicas de éste último. Por tanto, en este capítulo desarrollamos los conceptos teóricos que están comprendidos precisamente en este objetivo de investigación comenzando por la definición de género y continuando por lo que entendemos suponen las concepciones dominantes del género en la modernidad, para finalizar con lo que comprendemos es la hegemonía y cómo creemos se construye ese proceso de significación social en los medios de comunicación.

2. GÉNERO E IDENTIDAD

En cada cultura en particular se transmiten esquemas o estructuras de

significados sobre un modo de ser mujer y un modo de ser varón. Esto es, se

construye la categoría de género entendida como: “...una construcción simbólica

establecida sobre los datos biológicos de la diferencia sexual” (Lamas, 1996 a: 12).

Estudiosos del género sostienen que las diferencias entre hombres y mujeres no

están constituidas sólo por las diferencias biológicas, sino por construcciones

culturales como, por ejemplo, la que entiende que la actividad procreadora de la

mujer debe estar restringida a prácticas determinadas como lo son el cuidado de

los hijos. Y en el caso del hombre, las referidas a sus supuestas aptitudes y

habilidades instrumentales y racionales que lo disponen para desarrollar

actividades que trascienden el ámbito de lo doméstico para vincularlo a la esfera de

lo público con el trabajo y la actividad política.

C

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Respecto a esas divisiones de género, Bourdieu sostiene: “...ese programa

social naturalizado construye -o instituye- la diferencia entre los sexos biológicos

conforme a los principios de división de una visión mítica del mundo... como la

justificación indiscutible de la diferencia socialmente construida entre los sexos”

(1996:27-28).

Si el género es entonces, una forma de distinguir culturalmente al hombre de la mujer y viceversa, sustentando esas

diferencias en las de índole biológica, podemos observar que estas distinciones culturales se relacionan íntimamente con

el concepto de identidad, ya que éste se funda en las diferencias. Mariángela Rodríguez nos propone que la identidad

“es un proceso a través del cual el individuo se concibe a sí mismo en relación con el otro, a través de signos tanto de

diferenciación como de reconocimiento” (1998: 253). Las prácticas culturales llevan a establecer el reconocimiento y la

diferencia con el otro y, por lo tanto, proporcionan una determinada jerarquía frente a otros (Chantal Mouffe, en Lamas,

1996 b).

Así, a grandes rasgos podemos decir que las identidades se conforman a través

de características, atributos y prácticas sociales asociados a los individuos en

interacción con otros y por vivir inmersos en una sociedad. Los signos a los que

alude Rodríguez (1998) son los que podemos considerar para la diferenciación

entre hombres y mujeres, por ejemplo, pensemos en la dotación expresiva de

uno u otro sexo, el comportamiento que se espera de hombres y mujeres en

interacción, la división de espacios y de tareas y otros aspectos de particular

importancia asignados culturalmente para uno y otro sexo. Bourdieu (1996)

menciona que estas divisiones se constituyen inscriptas en los cuerpos y en las

mentes como estructuras cognitivas y bajo un principio de oposición binaria entre

lo femenino y masculino, división que clasifica a las cosas, personas y todas las

prácticas.

Estas oposiciones a las que hace alusión el autor son las que han signado las

identidades de hombres y mujeres y son transmitidas culturalmente a través de

prácticas, valores, creencias, códigos morales donde instituciones sociales como

la familia, la escuela y los medios de comunicación entre los principales, serían

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las encargadas de organizar y transmitir dichas significaciones a través del

proceso de socialización1.

El antropólogo Claude Lévi-Strauss también reconoce que la lógica del género, como la de toda la sociedad, está

mayoritariamente escindida en un sistema de clasificación de oposiciones binarias; dicho de otra forma, las categorías

que se integran en oposiciones no significan nada si no es por su par opuesto. El mismo autor menciona para la oposición

mujer/ hombre las siguientes derivaciones, respectivamente asociadas: naturaleza/ cultura; interés privado/ interés social

y esfera privada/ ámbito público (Lévi-Strauss en Lamas, 1996).

3. LAS DICOTOMÍAS DE GÉNERO EN LA MODERNIDAD

Esas polarizaciones anteriormente mencionadas que ejemplifica Lévi-Strauss

están fundamentadas en una concepción filosófica naturalista /culturalista que

deviene de una de las formas de la dicotomía patriarcal propuesta por

Aristóteles, quien asoció a la mujer con lo biológico (la reproducción de la

especie) y al hombre posicionado con la cultura (la razón) (Guerra, 1995). Esta

concepción filosófica de Aristóteles influyó notablemente para que en la etapa de

la modernidad, con la industrialización, se trasladaran las diferencias biológicas

del hombre y la mujer a la división de tareas, a las prácticas y expectativas, a las

creencias y los valores; y también se derivó de aquélla la división de espacios

con sus respectivas asignaciones para cada sexo: para la mujer la exclusividad

en el espacio privado y para el hombre el dominio del espacio público.

Para poder definir qué es lo público necesitamos reconocer su opuesto y viceversa y así, ver cuáles son los límites entre

uno y otro. Grillo (1999) entiende que es substancial aclarar que estas esferas se interconectan, porque cada una de

éstas suponen asuntos que son un poco públicos y un poco privados.

La esfera pública entendemos que incluye prácticas que se desarrollan en el exterior, el afuera del hogar, y que se

muestran como las relacionadas al trabajo, a las funciones políticas y a la educación. En cambio, lo privado integra lo que

1 Biancucci( 1980): ”El proceso por el cual se le enseña al individuo a acomodarse a la vida en su sociedad se llama socialización. Es un proceso que implica una influencia mutua entre una persona y los demás que la rodean. El resultado es la aceptación, más o menos completa y total, de los modelos de comportamiento. El proceso de socialización es un proceso socio-psicológico por el cual se va formando la persona bajo la influencia de distintos agentes;

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se oculta, la intimidad de los individuos, las relaciones familiares, las prácticas ejercidas en la intimidad del hogar con una

fuerte asociación con lo doméstico. (Grillo, Berti y Rizzo, 1999).

Estas polarizaciones sobre lo público/ privado, para varios autores, se

acentuaron en la modernidad. Lola Luna nos introduce en el tema al explicar: “con

el capitalismo, el Estado y el mercado se separaron de la familia y las mujeres

quedaron limitadas a la esfera privada (doméstica) y desenganchadas de la esfera

pública (política, económica y laboral), controlada y habitada por los hombres”

(1994: 157). Se produjo entonces un espacio público racionalizado y otro privado y

sentimentalizado; piezas claves en el ordenamiento social moderno y, de este

modo, la matriz binaria de división de espacios así concebida dio origen a otras

dicotomías que se fueron desarrollando con el tiempo.

Con todo, hemos seleccionado para nuestro trabajo algunas de esas

polarizaciones que representan la concepción moderna descripta y que han

diferenciado y jerarquizado las identidades de género, de manera tal que

representan las visiones sobre el hombre y la mujer dominantes. Según los textos

que analizamos, pudimos reconocer los binomios siguientes y que en la próxima

sección definimos: ámbito doméstico/ ámbito laboral, atributos femeninos/

masculinos; sumisión/ autoridad, exclusión femenina/ inclusión masculina de la vida

social, artefactos femeninos/ artefactos masculinos y tiempo libre femenino/ tiempo

libre masculino.

3.1. División de tareas

La dicotómica vida doméstica/ vida laboral la analizamos desde aquellos

significados presentes en el texto que suponen el status social y las prácticas

Sean ellos personas aisladas o instituciones”. Véase también, Berger, Peter (1979). La construcción social de la realidad. Amorrortu. Bs. As.

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relacionadas con la labor femenina dentro del hogar en la esfera privada, en el caso

de la mujer y el trabajo asalariado del hombre en el mundo público.

El status lo definimos como la posición de un individuo en un grupo relativa a

otro o a otros en el sistema social. El status está siempre acompañado por roles

específicos2. Más compleja es una sociedad, más grande parece ser la cantidad de

roles que una persona asume simultáneamente. Por ejemplo, el ser empleado es

un posicionamiento social en ese sentido, el ser padre, también. Por su parte, el

concepto de rol o roles asociados serán las conductas esperadas socialmente de

quien ocupa un determinado status. Así, el término rol implica ciertas relaciones y

expectativas de comportamiento de un individuo o grupo dentro de un contexto

social. Por ejemplo, la de proveer recursos económicos para la reproducción del

núcleo familiar, como función reconocida, dentro de la familia, del varón. En ese

sentido, nos formamos en una sociedad en donde se nos prescribe lo que es

femenino y lo masculino; y así aprendemos a desarrollar roles de acuerdo a la

disposición social para cada sexo.

Los roles sociales de la mujer, desde una visión hegemónica, se refieren a

tareas y actividades en el ámbito de lo doméstico que incluye el desempeño de

ciertas prácticas como, por ejemplo, la crianza de los hijos, el cuidado del marido, la

atención de la casa y la transmisión de los valores sociales instituidos a la familia.

En definitiva, ésta es la única manera de incluir a la mujer como ciudadana, en

tanto su realización personal debe estar circunscripta al contexto privado del hogar

y a su ejercicio de la maternidad. Según Lucía Guerra (1995) el ámbito doméstico

es un espacio perpetuo para la mujer mientras que para el hombre es un espacio

transitorio.

En oposición, para el varón las funciones esperables suponen un espacio

diferente al de la mujer. Será el espacio público donde se desarrolla su

competencia como hombre proveedor a partir del trabajo remunerado. La única

función del hombre en el hogar es la de ser el intermediario entre el espacio público

2 Véase, para una reflexión más acabada de los conceptos de status y rol, Berger, Peter (1979). Introducción a la sociología. Limusa. México.

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y el privado (Uzín en Dalmasso, 1999). Restringir a la mujer y al hombre a ocupar

espacios específicos, acorde a la diferencia de los sexos, conduce al error de creer

que hay una naturaleza para la mujer y otra distinta para el varón.

3.2. Atributos femeninos y masculinos

La visión dominante concibe que hay atributos diferenciados para uno y otro

sexo: a la mujer se la identifica con la afectividad, la debilidad, la ternura, la

delicadeza y la dulzura y al hombre se lo vincula con la inteligencia, con el uso eficaz

de la razón, la dureza y agresividad, el empuje y la iniciativa. Lucía Guerra nos

explica que estos atributos también se encuentran institucionalizados en las leyes

civiles; por ejemplo, el código de matrimonio en México estipula: “El hombre, cuyas

dotes sexuales son principalmente el valor y la fuerza. La mujer, cuyas principales

dotes son: la abnegación, la belleza, la compasión, la perspicacia y la ternura” (1995:

71).

Bourdieu (1996) también señala que la visión dominante le atribuye a las

mujeres, desde el orden moral, virtudes negativas como la astucia, la intuición y una

naturaleza maléfica. En suma todas estas cualidades asignadas al género tal como

explica Bourdieu son internalizadas y construidas desde temprana edad a través de

un programa social naturalizado que funciona como categorías de percepción,

pensamiento y acción justificando el sistema de diferencias culturales entre el

hombre y la mujer.

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3.3. Relaciones de sumisión y autoridad

Bourdieu en su libro Dominación Masculina (1996) nos dice que la diferencia

entre los sexos es una institución que se encuentra inscripta, desde hace milenios,

tanto en la objetividad de las estructuras sociales como en la subjetividad de las

estructuras mentales. En ese contexto, la dominación masculina instaura un tipo de

relación desigual entre el hombre y la mujer donde lo masculino es tomado como

parámetro de razonabilidad y, además, aparece como incuestionable la autoridad

patriarcal del hombre. “El hombre es un ser particular que como ser universal

(homo), tiene el monopolio de hecho y de derecho de lo humano, y ese dominio

ocupa la esfera de lo privado y lo público” (Bourdieu, 1996: 23). Cabría entonces

preguntarnos por dos cuestiones: ¿Cómo opera la dominación en el ámbito de las

relaciones en la vida privada y cómo en el de la esfera pública? ¿Cuál es la

concepción de base que genera una relación de dominación en ambas esferas?

Estos interrogantes lo podemos responder, en parte, a partir del binomio sumisión/

autoridad que caracteriza un tipo de relación particular, en cuanto creemos que esa

división de significados que se instaura desde lo hegemónico se constituye a partir

de prácticas de interacción entre hombre y mujeres tanto privadas como públicas.

Para el análisis vamos a presentar el tipo de relación complementaria3 de sumisión/ autoridad entendiéndolo como el

modelo dominante de relación en que se constituye el matrimonio. Al respecto, Lola Luna (1995) cuenta que, en el

contrato matrimonial, las esposas aceptan ser sometidas y dan su consentimiento a la autoridad natural del marido

porque el patriarcado postula que las mujeres necesitan protección. Si la visión dominante así construida concibe que hay

un hombre racional y un ser femenino emocional pues entonces será el hombre el único que podrá constituirse como

autoridad en la casa, mientras que a la mujer se la asociará “naturalmente” a la crianza de los hijos, y su función será

meramente expresiva. El hombre, bajo el principio de racionalidad universal ocupa el lugar de protector, juez y tomador

de decisiones.

3 Watzlawick (1986) sostiene que las interacciones humanas se caracterizan por pautas de relación basadas en la simetría y en la complementariedad. La interacción simétrica se caracteriza por la igualdad o diferencia mínima y la complementaria por la desigualdad o diferencia máxima entre conductas que se intercambian. En el caso de las relaciones complementarias, en oposición a las simétricas, los interactuantes tienden a la desigualdad en las conductas, como en el caso del esposo que ejerce su autoridad y la mujer se somete. Esto, pensado desde un modelo circular de comunicación supone que las conductas en interacción tienden a favorecerse mutuamente. Es decir, ninguno de los participantes impone al otro una conducta sino que se comporta de una manera que presupone la conducta del otro, al tiempo que ofrece motivos para ella: sus definiciones de la relación “encajan”.

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Así lo expone Rosseau, uno de los filósofos que caracterizó la cultura patriarcal: “La sociedad familiar se rige por la ley

del padre, que es de carácter natural y está guiada por los intereses que convienen al bien de la familia, sin necesidad de

contrato como en la sociedad política” (en Guerra, 1995: 155 ).

3.4. Participación social: Inclusión y exclusión

Una consecuencia importante de la anterior dicotomía descripta, se desprende

para el espacio público en términos de las desigualdades en la participación social

entre hombres y mujeres. La visión dominante también legitima que el varón ejerza

la participación social en el sentido del ejercicio de la ciudadanía en las

instituciones. Se trata de un principio de división asimétrica que sitúa al hombre en

el exterior, lo público (derecho a voto, a la educación, a la política, por ejemplo) y,

como contrapartida, las mujeres quedan excluidas del mismo. Podemos reforzar lo

dicho a través de lo que plantea Bourdieu (1996) sobre la manera en que la visión

hegemónica, al concebir una naturaleza racional y otra femenina emocional,

justifica que el hombre sea el centro del espacio público tanto a nivel laboral,

político como de autoridad doméstica y que la mujer quede excluida de esos

ámbitos. La inclusión de las mujeres en el mundo moderno se abordó desde la

asignación de la tarea formadora del nuevo ciudadano, pero siempre desde su

lugar de esposa, madre o hija. Al decir de Fraisse: “las mujeres son productoras de

moral y de costumbres” (En Luna, 1994: 156). Por su parte la mujer, sacralizada en

su función materna, queda sólo ligada a la función afectiva y de sometimiento. Por

tanto, excluida del espacio exterior donde se halla el pensamiento político y civil y

cuyo protagonista es “el arquetipo viril” (Amparo Moreno, en Luna, 1995: 154).

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3.5. Prácticas de tiempo libre

Así como se explicó la organización de roles de hombres y mujeres con

respecto a las tareas en el mundo doméstico y laboral, es decir el tiempo que

permanecen ocupados en sus asignaciones funcionales a la sociedad, también

indagamos sobre qué comportamientos se legitimaban y cuáles no en referencia al

tiempo libre de hombres y mujeres, formulando el eje dicotómico tiempo libre

femenino/ masculino.

Para explicar mejor el concepto de tiempo libre es necesario recurrir a su

opuesto, el tiempo ocupado, como bien nos lo aclara Joseph M. Fericgla. Este autor

nos introduce a la cuestión del tiempo libre apelando al concepto de obligación para

explicar que “el tiempo libre es por oposición a un tiempo obligadamente ocupado:

es el que resta después de haber cumplido las obligaciones laborales o sociales

que llenan el tiempo ocupado” (1992:21). Así, si el tiempo ocupado se relaciona con

las obligaciones sociales que se han de cumplir, el tiempo libre es independiente de

las obligaciones, es el tiempo del que se dispone con el fin de ocupar el ocio

(distracción, diversión, desarrollo personal, esparcimiento, etc.)

Hemos visto que bajo la concepción moderna formulada, el tiempo ocupado

en relación al género se establece a partir de la división de tareas vinculadas al

ámbito de lo doméstico para las mujeres y al laboral para el caso de los hombres.

En la misma dirección, el tiempo libre también revela diferencias y jerarquizaciones

entre hombres y mujeres en las estructuras de significados y en las prácticas. Así,

por ejemplo, la mujer estaba sujeta a limitaciones en el espacio público, la

presencia de mujeres en ciertos espacios públicos como cafés, restaurantes, clubes

era valorado negativamente; en cambio éstos eran considerados espacios

exclusivos del varón. Modrich nos cuenta que en Argentina, en 1890, “nadie

recuerda haber visto en un café a una señora bien....” (en Félix Luna, 1992a: 23).

Por su parte, la maestra norteamericana Howard cuenta que “las jóvenes eran

mantenidas en parcial reclusión durante su más temprana doncellez. Nunca se las

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veía en público sino bajo la custodia de algún familiar de más edad o de alguna

dama de compañía...” (en Luna, 1992b: 23).

3.6. Artefactos femeninos y masculinos

Las prescripciones para las identidades de género, en la etapa de la

modernidad se evidencian también en una parte importante de la dotación

expresiva de hombres y mujeres. Esta última debía responder a la condición

hegemónica que distinguía a una mujer de un hombre y viceversa. Para analizar

esos mandatos diferenciadores utilizamos el binomio artefactos femeninos/

artefactos masculinos.

El concepto de artefactos comprende la manipulación de objetos con

personas interactuantes que pueden actuar como estímulos no verbales. Esos

artefactos pueden ser “el perfume, la ropa, el lápiz de labios, las gafas, la peluca y

otros objetos como el cabello, pestañas postizas, pinturas de ojos y todo el

repertorio de postizos y productos de belleza” (Knapp, 1988: 25). Por poner sólo un

ejemplo, esos artefactos a los que hace alusión el autor, para el género, están

relacionados con en el uso tradicional del color celeste para el hombre y rosa para

la mujer.

El uso de artefactos femeninos tiene estrecha relación con las represiones;

decimos represiones porque desde una concepción hegemónica no se permitía el

desenvolvimiento y todo aquello que negara la identificación de la mujer con su

naturaleza débil. Así lo explica Reuther: “La ropa, el confinamiento, la falta de

desarrollo físico, la represión directa del cuerpo por medio de corsés, la atadura de

pies o los velos moldean a las mujeres, en especial en las clases ociosas, para que

se caractericen físicamente. Por una debilidad antinatural y psicológicamente, por la

timidez” (1973: 25). Julio Irazusta explica esa tendencia de la mujer a ocultar el

cuerpo: “todo parecía hecho para recelar del público extraño los encantos

femeninos del torso para abajo; y cuando alguno atisbaba una pantorrilla se

consideraba privilegiado” (en Félix Luna, 1992b: 21).

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Con todo, y como ya hemos señalado, las categorías dicotómicas que hemos

establecido y descrito hasta aquí nos permiten reconocer lo que se consideraba lo

hegemónico a instancias de la modernidad. De estas categorías partimos, para así

poder comparar la década del ’80 con respecto a la del ’20 y observar qué

significados permanecen o cuáles cambian en la conformación de las identidades

de género que representa la prensa local, en el terreno de los textos seleccionados.

Pero antes, es necesario comprender cómo opera la hegemonía y qué entendemos

por ese concepto.

4. HEGEMONÍA Y GÉNERO

Para Raymond Williams (1980) la hegemonía es una visión totalizadora del

mundo que está inmersa y articulada en todas las prácticas, valores, creencias,

expectativas, ideas, experiencias vividas de las personas en todas las esferas:

cultural, social, política, etc.

Un ejemplo de exposición de lo hegemónico podemos presentarlo con el texto

del suplemento Sin Libreto del 20 de marzo de 1988 del Diario Puntal titulado La

mujer, lo débil de la sociedad, de la sección Nosotras, hoy y aquí:

“Esta cultura patriarcal ha establecido que dentro de la familia la mujer será la que en mayor

medida eduque a los niños”... “Las niñas desde pequeñas recibirán estímulos para pertenecer

al ámbito privado.... Mientras que los niños serán incentivados hacia lo público, las tareas

científicas” (19 y 20. Párrafo, 4ta. Columna, pp. 6).

En este ejemplo podemos observar cómo su autor expone el que se transmitan en la socialización espacios diferenciados

para el varón y la mujer (lo público y lo privado), en los mismos términos en que lo hemos ya expuesto.

Asimismo, podemos interpretar que para Williams la hegemonía no es pasiva, sino un proceso activo, ya que pueden

aparecer o enfrentársele movimientos contrahegemónicos, que pueden también ser denominados oposicionales o

alternativos a aquella. Cuando ocurren esos movimientos contrahegemónicos, la hegemonía trata de fijarle límites,

neutralizarlos, cambiarlos o incorporarlos a sus procesos porque, contradictoriamente, la hegemonía necesita ser

renovada, redefinida y modificada continuamente para seguir vigente. Tal como lo plantea el autor, lo contrahegemónico

debe ser entendido así como esencialmente opuesto a lo hegemónico, es decir un estado o movimiento oposicional al

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orden dominante que intenta alterar, desafiar resistir el proceso hegemónico que siempre está alerta y receptivo frente a

aquél.

Dentro de la fase de los procesos de incorporación hegemónica el más

poderoso y activo es el de la tradición selectiva, que Williams explica como “lo que

debe decirse entonces acerca de toda tradición, en este sentido, es que constituye

un aspecto de la organización social y cultural contemporánea del interés de la

dominación de una clase específica ... en la práctica, lo que ofrece la tradición es

un sentido de predispuesta continuidad” (1980: 138). Se trata de un pasado

significativo, seleccionado intencionalmente que ratifica el presente a través de la

reinterpretación, disolución, proyección, inclusión, exclusión de elementos del

pasado que se pretenden acentuar y mantener, preconfigurando de este modo la

permanencia de la organización social y cultural (Williams, 1980).

La tradición selectiva contiene tres elementos dinámicos del proceso cultural:

lo dominante, lo residual y lo emergente. Por el primer término Williams entiende

que “debemos hablar de lo dominante y lo efectivo, y en estos sentidos, de lo

hegemónico” (1980:144).

Lo residual, por su parte, es la continuidad de lo hegemónico constituida por

características que pertenecen al pasado pero que continúan activas en el

presente. Es decir, el proceso de tradición selectiva va a discriminar qué elementos

quedarán arcaicos y cuáles quedarán activos y serán significativos en el presente.

“Lo residual, por definición, ha sido formado efectivamente en el pasado, pero

todavía se halla en actividad dentro del proceso cultural; no sólo como un elemento

del pasado, sino como un efectivo elemento del presente” (Williams ,1980:144).

Por emergente Raymond Williams entiende: “Los nuevos significados, valores,

nuevas prácticas, nuevas relaciones y tipos de relaciones que se crean

continuamente” (1980: 145). Estos significados, más allá de ser nuevos, tienen la

característica fundamental de ser de naturaleza oposicional. Como ya dijimos las

prácticas emergentes comienzan siendo oposicionales, pero en la medida que pone

en riesgo la existencia del orden dominante, la tradición selectiva puede operar

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incorporando rasgos emergentes del orden de lo contrahegemónico, como una

forma de fijarle límites o reducirle el valor oposicional, hasta el punto, en

determinados casos, de excluirlos totalmente.

Para introducir un ejemplo de cómo opera la tradición selectiva podemos

mencionar los resultados de un trabajo denominado Mujer, comunicación y

desarrollo en América Latina auspiciado por la UNESCO (s/f) que presenta un

estudio de las imágenes de las mujeres en distintos ámbitos institucionales. Los

autores llegan a la conclusión de que una forma de incorporar a la mujer en la

participación política era la de convocarla como fiscales del gobierno en la

supervisión y congelamiento de precios. Si bien lo emergente se observa en la

incorporación de la mujer en la esfera de la acción política en altos cargos (ámbito

público reservado tradicionalmente para el hombre), el elemento residual se

manifiesta cuando el cargo político ofrecido se vincula a la proyección del rol

tradicional de la mujer en el manejo de la economía familiar (control de precios).

Con este ejemplo se visualiza cómo opera la tradición selectiva ya que a la

participación política de la mujer se la limita a la práctica de control de precios, si

bien en la esfera de lo público, como actividad propia del ámbito privado que se le

tiene hegemónicamente reservado a la mujer.

5. PERMANENCIA Y CAMBIO DE LOS SIGNIFICADOS

Para Giddens (1967) la estructura social está gobernada por un conjunto de

esquemas de significación que funcionan como reglas abstractas de la que los

sujetos hacen uso en la interacción social, esto es lo que él denomina el proceso de

estructuración social o proceso simultáneo de continuidad y disolución de las

estructuras. La estructuración social, como proceso dinámico, es la modalidad

mediante la cual las estructuras llegan a existir y es lo que le da continuidad o

permanencia a este orden social. Dada la variedad de interpretaciones, los juegos

de intereses y las relaciones de poder que se suscitan entre los actores en la

interacción social, la reproducción o permanencia de la estructura va a dar lugar a

la producción de nuevas prácticas, siendo esto lo que el autor denomina la dualidad

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contradictoria de la sociedad dada a partir de su carácter dinámico. Así, para el

autor, toda reproducción es necesariamente una producción, esta última definida

como significado novedoso o cambiado. Esta relación producción-reproducción de

las estructuras sociales es posible de ser analizada a través de las nociones de

hegemonía y contrahegemonía que plantea Raymond Williams (1980), puesto que

el autor también observa, a partir de la dialéctica de esas dos categorías, la

simiente del cambio y la continuidad del sistema social.

Respecto al concepto de identidad al cual hicimos referencia anteriormente,

las identidades también entran en juego en el proceso de estructuración.

Rodríguez explica esa relación de la identidad con la permanencia y el cambio que

“puede definirse como una producción en la que caben nuevas prácticas inventadas

que se hacen aparecer como tradiciones.... se trata de un proceso en permanente

definición, en el cual hay elementos que se transforman y otros que permanecen”

(1998: 256).

Teniendo en cuenta lo dicho, las identidades de género no son fijas o

esenciales, sino móviles. En ese proceso de interacción de significados nuevos y

viejos las identidades de género pueden presentar una tendencia hacia el cambio o

la permanencia debido a la producción-reproducción de la estructura social que

explica Giddens y al movimiento de tradición selectiva apuntado por Williams.

Esa relación entre los conceptos de identidad, hegemonía y estructuración

social, la podemos ejemplificar preliminarmente con uno de los artículos de las

revistas seleccionadas para este estudio titulado Se necesita una muchacha de la

Revista Río Cuarto Ilustrado N° 6, del 8 de agosto de 1920:

“Se necesita una muchacha... que haya aprendido a jugar a las muñecas, a cocinar, a coser y

hacer sus propios vestidos y que haya cursado por lo menos el sexto grado... que sea en su

casa o en la escuela veraz, sincera y discreta...” (1er. Párrafo, 1era. Columna, s/pp.).

En este ejemplo, la visión hegemónica se manifiesta con argumentos

prescriptivos para la identidad de la mujer circunscribiéndola al espacio privado

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desde niña a adulta; se reproducen esquemas de significados relacionados con la

práctica de la maternidad en el ámbito lúdico de la niñez, siendo ésta una manera

de proponer la internalización del rol que debe tener la mujer en la adultez y

también un modo de fijar límites a las prácticas de juego según el género. El

proceso de tradición selectiva nos permite reconocer qué prácticas de género de

este tipo permanecen y cuáles se resignifican o cambian. Y con las nociones de

Giddens podremos observar qué valores presentes en la estructura social se

reproducen en torno al género y cuáles constituyen una producción.

Como hemos dicho, si el objetivo de nuestro trabajo es reconocer aquellos

significados que permanecen y cambian en las representaciones de identidades de

género que se construyen en las revistas del ‘20 y del ‘80 seleccionadas de la

prensa local, es necesario discutir en la próxima sección las funciones que los

medios tienen a la hora representar esos procesos de significación.

6. MEDIOS DE COMUNICACIÓN Y SIGNIFICACIÓN SOCIAL

Nos dice Williams (1980) que los medios de comunicación son una de las

instituciones que proporcionan una relevante función para mantener la

hegemonía en tanto que acentúan, confirman, controlan esferas de significados

priorizando unos, excluyendo otros. Para el autor los medios “materializan las

noticias y la opinión seleccionadas y también una amplia gama de percepciones

y actitudes seleccionadas” (1980: 140).

Este planteamiento nos ubica entonces en la comprensión de cómo los medios

pueden ser herramientas poderosas en su acción de reforzar y/ o legitimar

valores dominantes asignados a lo femenino y masculino. Al respecto Lozano

Rendón (1996) sostiene que los mensajes de los medios de comunicación

reproducen las visiones de la hegemonía, pero este autor le da relevancia

también a los significados oposicionales que pudieran aparecer en los medios.

Con relación a esto sostiene que los contenidos oposicionales: “cuestionan y

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critican a la propia clase dominante que tiene la propiedad y el control de los

medios” (1996: 169-171).

La fase de incorporación de los rasgos oposicionales como sostiene el autor se

debe al intento del medio de maximizar los públicos para hacer más rentable el

mensaje; y en ese mismo proceso de incorporación los medios corren el riesgo

que en la decodificación los mensajes, los significados aceptados sean los

alternativos y no los dominantes.

Si bien en los medios de comunicación pueden incorporar significados

alternativos al orden dominante, es importante destacar que las tendencias que

prevalecen en sus contenidos, según esta corriente de pensamiento, son

hegemónicas porque la clase dominante incorpora los movimientos

oposicionales, pero neutralizando, fijando límites o modificando esa

incorporación. Ese proceso de selección que realizan los medios suele ser sutil y

un modo de hacerlo es naturalizar los significados y convertir la ideología en un

mensaje inocente, por eso también resulta interesante analizar aquellos

supuestos básicos que no están explícitos, es decir lo incuestionable del

mensaje, lo que se da por sentado y no se dice.

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CAPÍTULO II

PROCEDIMIENTOS METODOLÓGICOS

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1.

METODOLOGÍA EMPLEADA

a interpretación de los artículos es trabajada desde la perspectiva

hermenéutica siguiendo el planteo de Gadamer (1994) y Habermas (1990). La

concepción hermenéutica supone una filosofía con consecuencias metodológicas

que implican la mediación entre un intérprete y el texto de un autor y, donde se

busca, como dice Gadamer, poder ampliar las visiones del mundo en todas sus

formas. El intérprete, para poder entender el texto, se vale de sus propios prejuicios

que le sirven a manera de comprensión anticipada de la totalidad del texto, pero

esta aplicación de los prejuicios es crítica, ya que esa precomprensión se va

corrigiendo cuando uno va cotejando las distintas partes del texto. Con respecto al

modo de interpretar de esa manera los textos Jürgen Habermas sostiene: “...sólo

podemos descifrar las partes de un texto, anticipando una comprensión del todo,

siquiera difusa. Y, al revés, esa anticipación sólo podemos corregirla a medida que

vamos explicando las distintas partes” (1990: 237).

El entendimiento hermenéutico, además, tiene que poder vencer la distancia

entre la época cultural y la ubicación del intérprete para poder apropiarse del

sentido del texto. Para esto se nutre entonces de la tradición, del contexto familiar,

se pone en el lugar del otro (del autor) para ensanchar la propia comprensión. El

intérprete busca, de esa manera, tanto los significados ocultos de un texto -aquello

que se da por sentado- como así también intenta desplegar todos los niveles de

significación implicados en el texto.

Hacer interpretación hermenéutica implica captar nuevas líneas de sentido,

más allá de las evidentes; el intérprete tiene que captar el juego de fuerzas

opuestas (creencias, argumentos, experiencias) que imperan en un texto para

trascender la situación particular en que éste se enuncia. Al respecto Gadamer

L

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afirma que “la reflexión hermenéutica se limita a abrir posibilidades de conocimiento

que sin ella no se percibirían. No ofrece un criterio de verdad”. (1994: 254).

2. CRITERIOS DE SELECCIÓN

2.1. Con respecto a la prensa en general

Esta investigación refiere al análisis de medios gráficos de Río Cuarto de la década

del ’20 y del ’80, pues nos interesa conocer cómo se configura la representación de

identidades de género desde la perspectiva de los medios de comunicación. Escogimos,

sin embargo, un tipo de medio de comunicación en particular dada la necesidad de

delimitar nuestro objeto de estudio a la par de constatar que la accesibilidad del material

gráfico era mayor en la medida que contábamos con la posibilidad de manejar los

documentos a través de ejemplares archivados en los dos períodos mencionados.

Por otra parte, la tendencia de la prensa sobre las identidades de género nos

pareció atinado analizarla en aquellos artículos de opinión de diarios y revistas

donde se comentaran temas relacionados con la problemática del género dado

que el formato de opinión tiene como característica central tomar posición ante

los hechos con carácter valorativo4. Es decir, es bien sabido que la opinión,

4 Los estilos de contenidos de opinión escogidos han sido: la columna, el ensayo y el suelto. La columna es un comentario “razonador, orientador, analítico, enjuiciativo, valorativo- según los casos-“ J. L. Martínez Albertos, en Lionel Gioda, 1994: 80). Además, la columna se caracteriza por estar firmada por su autor, aunque no se presente siempre así. González Reyna agrega: ”la columna como artículo de opinión, es el género periodístico que con frecuencia determinada, interpreta, analiza, valora y orienta al público con respecto de sucesos noticiosos diversos”. (1997: 89). Por otra parte, González Reyna (1997) explica que el ensayo tiene el estilo libre, similar al de la prosa, es más bien literario, tiene una orientación temática, resultado de la meditación del autor, su propósito es causar emociones en la exposición de sus ideas, revela la personalidad del autor. Puede ser escrito de manera formal e informal, mayoritariamente en primera persona gramatical, en su encabezamiento figura el nombre del autor. Se basa en el relato, descripciones, son juicios de valor expuestos metafóricamente, en enunciados largos y directos. Por último, el suelto, como género, suele aparecer en diarios y revistas, en forma de opinión sobre algún hecho o suceso, pero su característica principal es que a diferencia del

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como formato de la prensa, se construye sobre la base de las noticias, pero se

diferencia de éstas puesto que supone una forma de representación

argumentativa que por su contenido valorativo conforma lo evaluativo, lo que se

piensa es correcto o incorrecto, bueno o malo sobre algo.

Con todo, el análisis del formato de opinión nos permitió extraer diferentes

interpretaciones sobre valores de género, motivo central de nuestra indagación.

Así, nos dispusimos primeramente a revisar todo el material archivado, con dicho

contenido, en la hemeroteca del Archivo Histórico Municipal de Río Cuarto donde

se desarrolló el trabajo de campo.

Respecto al material hallado de la década del ’20 nos encontramos con la

particularidad de que la narrativa sobre género en el formato de opinión se

encontraba solamente en las revistas y no así en los diarios, por lo cual esta

década quedó constituida únicamente por revistas. Con respecto al material de los

’80 observamos que pocas eran las revistas que no contenían las temáticas de

género en el formato de opinión, en tanto que durante la búsqueda de los

periódicos de los ’80, la temática de género aparecía en determinados suplementos

de diarios del día domingo, predominando el tratamiento en el formato periodístico

que buscábamos. Es probable que esto se deba a que los suplementos, al igual

que las revistas tienden a un tratamiento más valorativo de los hechos, sin otorgarle

tanta prioridad a las noticias del día. Por tanto, el corpus de la década del ’80 quedó

constituido por algunos artículos de revistas y, en su mayoría, por los suplementos

de diarios del día domingo.

2.2. Con respecto a diarios y revistas

Las revistas seleccionadas de interés general fueron Ariel, Iris, Vida

Riocuartense y Río Cuarto Ilustrado. Con respecto a los suplementos de la década

editorial no tiene lugar fijo para su publicación, suele no llevar firma y no tiene una aparición periódica. ( Gioda 1994)

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del ‘80, se extrajeron los del Diario Puntal5. En cuanto a los suplementos, fue

necesario acotar la muestra debido a la gran cantidad de números aparecidos en el

período que va de 1983 hasta 1989. Luego de hacer un estudio exploratorio sobre las

unidades y ubicar los artículos sobre género, vimos que éstos se repetían cada

domingo en el suplemento Sin Libreto a través de las secciones Nosotras, hoy y aquí

y La cocina de mi tía, así como en otros comentarios de opinión sueltos, por lo que

decidimos buscar algún criterio de selección.

En consecuencia, seleccionamos los meses de marzo y diciembre. Al mes de

marzo lo escogimos porque lo consideramos óptimo ya que trae consigo el reinicio de

actividades como la parlamentaria y el comienzo de un nuevo año escolar. Con el

inicio del año los medios de comunicación en general van acompañando este proceso

con los temas que interesan a nivel social. Y, dentro de ese marco, es más probable

encontrar temáticas sobre género en las dimensiones de participación política, trabajo

y en el plano cotidiano de la vida privada. El mes de diciembre, lo consideramos

relevante, ya que como contrapartida del mes de marzo, diciembre es la época de

cierre y de balance de todo un año recorrido, por lo tanto, se profundiza sobre los

temas que aparecieron a lo largo de todo un año.

Por otra parte, dentro del período que va de marzo a diciembre, se decidió que

la selección de los meses se haría al azar (por sorteo). Como resultado, los

suplementos reunidos para el análisis correspondieron a los meses de junio y

septiembre para todos los años de vigencia del suplemento.

En síntesis, nuestras unidades de análisis en la década del ’20 quedaron

constituidas por artículos de revistas y para la década del ’80 por suplementos de

diarios y algunas revistas, tomados a partir de 1983 y ubicados en los meses de

marzo, junio, septiembre y diciembre.

2.3. Con respecto a los artículos

5 En la sección Anexos hemos incluido las referencias de todos los artículos analizados, así como destacamos las características de las editoriales que fueron elegidas para nuestra investigación.

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Para la selección de los artículos tuvimos en cuenta que éstos fuesen del

género de opinión, como ya lo expresamos, y que además en ellos se plantearan

situaciones problemáticas de género en el espacio privado y en el espacio público,

acorde con nuestras categorías principales de investigación. Así los clasificamos

según temáticas y de cada grupo surgieron las dicotomías planteadas para este

análisis.

Teniendo el conjunto de los artículos así seleccionados el paso siguiente

consistió en escoger nuestras unidades de análisis, es decir los párrafos de cada

uno de los artículos a analizar. Cada unidad de observación fue escogida de

acuerdo a la representatividad de las mismas en el terreno de las categorías

construidas en torno a representar lo hegemónico y a partir de los binomios: vida

doméstica-vida laboral, sumisión femenina-autoridad masculina, exclusión

femenina-inclusión masculina en la participación social, tiempo libre femenino-

masculino y artefactos femeninos-masculinos, como así también sobre atributos

femeninos/ masculinos.

3. ORGANIZACIÓN DEL ANÁLISIS

Dividimos el análisis estructurándolo a partir de ejes problemáticos derivados

de las dicotomías propuestas. Se constituyeron así las partes centrales de este

trabajo: vida doméstica y laboral, relaciones de sumisión- autoridad, participación

en la vida social, prácticas de tiempo libre y artefactos femeninos y masculinos. Al

interior de cada eje subdividimos el análisis de los textos según las décadas del ’20

y del ’80 escogidas, en procura de facilitar su comparación en términos de la

movilidad de significados entre aquéllas y así poder reconocer qué

representaciones sobre identidades de género permanecen y cuáles cambian para

cada dicotomía de estudio.

Es menester explicar que el eje dicotómico atributos femeninos/ masculinos no

tiene un apartado de análisis específico puesto que se trabaja en todas las

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dicotomías restantes, ya que las cualidades dominantes asignadas tanto a hombres

como a mujeres atraviesan éstas últimas.

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CAPÍTULO III

INTERPRETACIÓN

DE LOS TEXTOS

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1. DIVISIÓN DE TAREAS: VIDA DOMÉSTICA Y LABORAL

omo hemos señalado en el capítulo I, la relación entre los conceptos

doméstico y laboral respectivamente vinculados, bajo la concepción dominante, a

las prácticas de la mujer y el hombre a continuación lo analizamos teniendo en

cuenta principalmente los roles que en los textos aparecen como asignados para

uno u otro sexo y según ámbitos donde se cree éstos deben desempeñarse: la

esfera privada y el mundo público.

1.1. Década del ’20

Comenzaremos nuestro análisis con el artículo titulado Se necesita una

muchacha perteneciente a la editorial Río Cuarto Ilustrado N° 6 del 8 de Agosto de

1920 donde se observa que se refuerza la vida doméstica femenina,

configurándose la representación de mujer obediente que debe desarrollarse

eficazmente en el hogar. Para ello, se le prescribe, desde la niñez hasta la edad

adulta, roles que debe cumplir según sea su edad:

“que haya aprendido a jugar a las muñecas...” (1er. Párrafo, 1ra. Columna. s/pp.).

“Una vez que sepa hacer la cuenta del mercado...” (2do. Párrafo, 2da. Columna, s/pp.).

“...y cuando sea novia, mirar recto al corazón del hombre, y no a su bolsillo...” ( 4to. Párrafo,

2da. Columna, s/pp.).

“...respete a su padre y sea solícita con su madre...” (5to. Párrafo, 2da. Columna, s/pp.).

“...el primer deber de la mujer Argentina, no es la indolencia estéril, sino la disciplina

doméstica...” (4to. Párrafo, 2da. Columna, s/pp).

En el texto vemos que, desde temprana edad, se le prescribe a la mujer que

reproduzca, a través de la práctica del juego, el rol de madre que se cree deberá

asumir luego en la adultez. Por otra parte, se supone que en la elección del hombre

(novio) debe primar el amor y no el poder adquisitivo de aquel. Otra asignación

C

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moral para la mujer es no desobedecer a sus padres, quienes son los encargados

de reproducir el orden patriarcal en la familia.

En cuanto al proceso de aprendizaje de roles, Berger (1979) ha señalado que

comienza en la infancia y continúa durante toda la vida. Se instruye al infante en los

futuros roles de su sexo mediante los tipos de juguetes que se le ofrecen. Estas

experiencias son la base de la representación de roles adultos. Se prepara a la niña

para su rol de ama de casa y madre, mientras al niño se lo induce a elegir una

ocupación formulándole la pregunta ¿qué harás cuando seas grande?.

Tal como lo deja explicitado el autor, estas prescripciones culturales que se

imponen para niñas y niños van configurando poco a poco normas de

comportamiento que se adquieren respecto de cada sexo. Esas normas son

simplemente la idea que la sociedad tiene acerca de lo que es masculino y

femenino, y que en el proceso de aprendizaje uno y otro sexo internalizan lo que le

es asignado a cada uno de ellos. Así se reproducen los mitos sobre los sexos ya

que se asumen y transmiten funciones asignadas por un orden dominante.

Otro mandato para la mujer al que se hace alusión en la cita anterior, y se

sostiene en la siguiente, es el de aprender a administrar la economía doméstica a

partir de ciertas prácticas que la ella debe realizar dentro del hogar. De ese modo,

lo que se postula es que el aprendizaje femenino debe estar orientado a reforzar

roles tradicionales de la mujer en el hogar:

“...que haya aprendido...a hacer sus propios vestidos, y que haya cursado por lo menos, el

sexto grado, con buenas notas...”.(1er. Párrafo,1er. Columna, s/pp.).

En cuanto a la educación, podemos ver que desde una imagen social

acreditada se le exige a esa mujer obediente un nivel de escolarización primaria

con cierto grado de aplicación. Además, deberá ser la encargada, no sólo de la

práctica del trabajo doméstico, sino también de la formación moral del hombre y de

transmitirle el sentimiento de nacionalidad:

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“...que plasme, fecunde y ayude a ‘aquel otro muchacho’, estimulándolo al honor y a la virtud,

a la acción, a la riqueza y a la gloria, empujándolo a lo bueno, a lo verdadero y a lo bello, con

la mirada fija en la patria” (5to. Párrafo, 2da. Columna, s/pp.).

Según Amelia Valcárcel: “las elites renovadoras han querido iniciar en sus

países cambios en profundidad, han comprometido siempre en su causa a las

mujeres porque deseaban un nuevo tipo de mujer capaz de ser madre y educadora

del nuevo ciudadano que debía realizar y consolidar las conquistas por lo que se

luchaba” (1997: 74).

Un aspecto central asignado a la mujer y que se plantea desde una visión

institucionalizada es la condición de ser madre como status fundamental. Toda la

formación intelectual, moral y doméstica de la mujer deberá estar orientada a esa

función. La mujer es concebida bajo el signo de debilidad y fragilidad, pero a partir

de su condición de madre le expropia al hombre los atributos a él naturalmente

asignados de fuerza, valor y protección:

“...protectora resuelta, heroica defensora... grato e inolvidable refugio...Y, sobre todo, una vez

madre, será la fortaleza misma” (La mujer fuerte, en Revista Iris N° 74. 5 de diciembre de

1926. 2do. párrafo, 2da. columna, pp.13).

Rosemary Radford Reuther explica: “el rol central de la madre como dadora

de la vida de cada hijo, convierte a la mujer en símbolo de la naturaleza (1973: 26).

Por otro lado, Montesquieu “reitera y refuerza los lazos del cuerpo maternal para

hacer de la crianza de los hijos y los deberes conyugales la única imagen restrictiva

de la identidad femenina”. (en Guerra, 1995: 62).

La asociación de la mujer con lo natural está basada en su función de

reproductora, de la cual se derivan otras funciones sociales como, por ejemplo,

administrar las tareas y la economía doméstica y educar a la familia. Por tanto, es

un error aseverar que el único papel que le corresponde a las mujeres es el

reproductivo de la especie, sin tener en cuenta las diferentes asociaciones

vinculadas a esa ubicación que se tiene reservada a la mujer.

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En la columna Se necesitan madres del 10 de Mayo de 1925, de la Editorial

Vida Riocuartense N° 13 se destaca una valoración de mujer desviada que es

excluida por el orden dominante, puesto que no cumple con el mandato asociado al

ámbito de lo privado y es seducida exclusivamente por la estética física:

“...conocen los secretos del tocador antes que las más rudimentarias nociones culinarias”

(3er. Párrafo, 1ra. Columna, pp. 7).

“...A ellas las inculpo de esas desviaciones, porque en su debida hora no las desviaron de la

atracción subyugante, que para seres inexpertos posee lo puntualizado; carecieron de tacto, y

ello por lo deficiente de su preparación, para alejarlos de la pléyade que va ciega, convulsa,

tras el vacío tintineo de oropeles” (4to. Párrafo, 2da. Columna, pp.7).

En este relato se puede ver cómo el autor presenta la idea de desviación de la

mujer madre producto de una educación deficiente, a tal punto que se considera

que es la causa primordial del derrumbe del hogar al ser tentada por los placeres

mundanos. Esa noción de desviación no sólo se percibe como peligrosa si es

asumida por la mujer, sino que ese peligro se extiende a la posibilidad de que

eduque de esa manera a sus hijas, lo que conduce al autor a expresarse en torno a

recuperar la posición tradicional de la mujer:

“...porque allí se necesita no una maestra en flirteo, ni una figura decorativa, sino una mujer... con

nociones de una finalidad del hogar” (5to. Párrafo, 2da. Columna, pp. 7).

Retomando la idea de asociar a la mujer con la maternidad, en el artículo

titulado Los Solterones de la Revista Iris N° 13 del 4 de Octubre de 1925 se

representa a la mujer soltera negativamente por su imposibilitad de ser madre. En

el texto se deja sentado que el orden dominante legitima la reproducción de la

mujer únicamente en el matrimonio:

“...Y una mujer que, al doblar la cumbre de treintena, pierde las esperanzas de ser madre, es

un ser digno de piedad y respeto” (1er. Párrafo, 1ra. Columna, pp. 5).

“Es algo inútil, fracasado, anormal, enojoso. Y ella lo sabe...” (1er. Párrafo, 1ra. Columna, pp.

5).

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“...se siente sola en medio de la muchedumbre y abandonada allí donde todos la oprimen”

(1er. Párrafo, 1ra Columna, pp. 5).

Así como hemos advertido sobre esa valoración positiva de la mujer madre,

en contraposición, la mujer soltera es excluida de lo social, al considerarse

disfuncional para la sociedad el hecho de ser mujer y no procrear. Al respecto Abba

Ferri y otros sostienen que “mientras la mujer siga teniendo miedo a quedarse

soltera, la coacción al matrimonio seguirá siendo un hecho; piénsese solamente en

la sanción económica y cultural que recae sobre la madre soltera. Sin la estabilidad

que proporciona la relación con el hombre, la mujer no puede y no debe tener hijos

porque no puede mantenerlos” (1972: 226).

Desde la misma concepción, el autor se dirige a todos los hombres con la idea

de mujer madre como positiva, legitimándose así la ubicación de aquella como

figura central del espacio privado:

“Para los hombres de corazón la mujer más bella, más santa, más sublime es aquella que

sabe ser madre...” (La mujer fuerte, en Revista Iris N° 74. 5 de diciembre de 1926. 2do

Párrafo, 2da.Columna, pp. 13).

Con todo, los ordenamientos sociales que se imponen como modelos de lo

femenino y lo masculino precisan determinadas concepciones que muestran que la

realización personal de la mujer es la maternidad. Esta función social de la mujer

como madre es legitimada por el orden dominante sólo en el matrimonio, entonces

el acceso al matrimonio ofrecería a la mujer la posibilidad de realizarse

sexualmente y como madre, mientras que ese mismo orden excluye a la mujer

soltera por no cumplir con esa condición.

Por otra parte, y tal como hicimos notar a partir del artículo Se necesita una

muchacha la mujer obediente debe casarse por amor y no por interés económico.

En el caso de los artículos La vida de muchas jóvenes del 18 de septiembre de

1927 N° 106 y El matrimonio del 2 de Enero de 1927 N° 78, ambos de editorial Iris

se describe la existencia de tal mujer que aspira a casarse por interés material,

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tendencia que parece ir instaurándose socialmente y que más adelante es

cuestionada por el autor:

“La mujer averigua si el prometido es rico, si tiene posición social, y a lo sumo si es honrado y

tiene talento” (El matrimonio, 2do. Párrafo, 2da. Columna, pp. 10).

“El matrimonio es para ellas una manera de ganarse el pan...” (La vida de muchas jóvenes,

1er. Párrafo, 1ra. Columna, pp. 15).

Es curioso observar que si bien en los textos aparece reforzado el rol del

hombre proveedor para la mujer, por otro lado, dicho esquema parece ponerse en

peligro si se hace explícita o se devela la posibilidad de que la mujer pueda casarse

por interés material, cuando dicha práctica podría ser considerada una

consecuencia lógica de aquella posición acreditada al hombre. Con respecto al

mismo papel de hombre proveedor Lucía Guerra nos explica que es cierto para la

época que “si los hombres dependen de las mujeres por sus deseos éstas

dependen de los hombres tanto por sus deseos como por sus necesidades

económicas.” (1995: 64).

Asimismo, “las artes que se emplean para la caza del marido y que provocan

las risas masculinas expresan con exactitud el hecho de que el sexo es función de

supervivencia de la mujer. La belleza aumenta su precio mucho más que un título...

Y el varón, por su parte, sabe que su nivel económico es decisivo para tener

mujeres valiosas” (Abba, Ferri, Lazzaretto y otros, 1972: 225).

Sin embargo, para el hombre, el matrimonio simbolizaría la búsqueda de la

belleza física y la juventud de la novia, así como el prestigio económico de la familia

a la cual pertenece. Con lo cual, aunque desde un orden más complejo, el varón

también accede al matrimonio por interés:

“El hombre busca novia hermosa, rica o aristócrata” (El matrimonio, 2do Párrafo, 1er..

Columna, pp. 10).

En resumen, los diversos artículos analizados nos muestran que el matrimonio

por interés se valora negativamente tanto para hombres como para mujeres porque

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se considera una práctica que al reproducirse cuestiona la concepción dominante

del casamiento por amor, al tiempo que se intenta recuperar esa idea:

“Se unen temperamentos similares, fuerzas paralelas, disposiciones patológicas; la belleza se

casa con el dinero, la juventud se junta con la vejez...” (El matrimonio, 3er. Párrafo, 2da. y

3era Columna, pp. 10).

”No es ya el amor el niño ciego de los antiguos poetas, sino un viejo empedernido y vicioso

que se casa al fin, por conveniencia o por cálculo” (El matrimonio, 2do. Párrafo, 1ra. Columna,

pp. 10).

A propósito de esa valoración sobre el hombre proveedor, es unificada la

concepción que aparece en diversos textos. Uno de los artículos de opinión

representativo es el que se presenta en la Revista Iris N° 107 titulado Jugando con

el amor del 2 de Octubre de 1927:

“...mientras su novio pasa el tiempo trabajando, preparando el porvenir para los dos... se

quema las pestañas estudiando” (5to. y 7mo. Párrafo, 1ra. y 2da. Columna, pp. 16).

“...esta ocupadísimo terminando sus estudios de medicina...” (2do Párrafo, 1ra. Columna, pp.

16).

En primer lugar podemos destacar una representación de hombre que tiene

como mandato social asumir con exclusividad la vida laboral para el futuro

mantenimiento de la pareja en su aspecto económico. Sobre este punto Reuther ha

sostenido: “El marido debe alcanzar el éxito económico antes del matrimonio para

acumular la propiedad que le permitirá acceder al matrimonio y a los hijos”

(1973:186).

Para lograr tal fin, surge la necesidad de la educación universitaria como

preparación prioritaria del hombre, lo cual establece un principio de diferenciación

con respecto a la mujer; si recordamos el artículo Se necesita una muchacha citado

anteriormente vimos que aparecía la idea de que la educación de la mujer se

limitaba sólo la primaria completa. Lucía Guerra explica la significación de esa

jerarquización a partir de Rosseau: “...la educación de la mujer debe ser muy

diferente a la del hombre... que toda su educación debe estar dirigida a agradar al

hombre y serle útil” (1995: 65).

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Con todo, la función del varón se ciñe únicamente a la preparación que le

requiere la responsabilidad social en su rol de futuro proveedor económico, la cual

le permitirá supuestamente, si lo vinculamos con la idea de matrimonio por interés,

tener más éxito con las mujeres que se convertirán en sus futuras esposas.

Por otra parte, si el hombre no responde al mandato legitimado de hombre

proveedor es pasible de ser sancionado socialmente por considerárselo

incapacitado de sostener una familia, como bien se ilustra en uno de los párrafos de

El Solterón del 30 de Mayo de 1926, de la Revista Iris N° 47:

“Rara vez confiesa que no cambia de estado porque no le alcanza el sueldo o no tiene el valor

para llevar la carga de una familia (9no. Párrafo, 2da. Columna, pp. 12 .

En algunos países estos hombres pagan un impuesto o derecho de piso, cuyo producto se

emplea en obras de asistencia social...” (11avo. Párrafo, 3era.Columna, pp. 12).

No es casual que se plantee que los fondos de ese impuesto sean destinados

a una tarea de bien social, puesto que ese hecho coincide con la visión dominante

del hombre en el matrimonio donde debe convertirse en el protector y benefactor de

la familia.

En contrapartida, y con respecto a la inserción de la mujer en el mundo del

trabajo en el artículo La mujer y el trabajo del 10 de Septiembre de 1926 de la

editorial Ariel en la sección Colaboración femenina N° 4, podemos observar que en

determinados discursos se acepta la incorporación del trabajo femenino, no

obstante, paralelamente a este nuevo esquema de significados opuesto al orden

tradicional, se le prescribe a la mujer actividades laborales acordes con las pautas

culturales que asocian a la mujer con la debilidad:

“Por eso el feminismo debe cuidar de hacer mujeres masculinas, sino más bien de exaltar las

cualidades eminentemente femeninas. Esto no incapacita a la mujer para toda la labor o

actuación en la vida; al contrario, ya que es preciso que la mujer trabaje al igual del hombre,

hay que luchar porque su labor sea siempre adecuada a su naturaleza...” (2do Párrafo, 2da y

3er Columna, pp. 3 y 4).

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Si bien en la cita anterior se observa una postura aparentemente negociada,

en el párrafo siguiente el discurso vuelve sobre los valores dominantes, ya que al

trabajo femenino se lo jerarquiza y discrimina por sector social: a la mujer de bajos

recursos no se le cuestiona que realice trabajos pesados como lo hace el hombre,

mientras que es a la mujer de sectores medios a la que se le fija límites en cuanto a

que no pierda esos valores de femeneidad:

“Con la organización de las condiciones económicas modernas, el trabajo es indispensable a

la mujer. Nos referimos a las mujer de clase media, ya que la mujer de clase baja ha trabajado

y trabajará siempre”. (1er. Párrafo, 1ra. Columna, pp. 3).

Al respecto Reuther manifiesta: “La mujer de clase trabajadora demostraba

que las mujeres eran capaces de realizar tareas pesadas, mientras que asumían

también el peso doble de la atención de su hogar. El mito de la dama delicada es

una ficción burguesa que racionaliza una relación de propiedad y de dependencia”

(1973:184). Así, la concepción naturalista que le asigna a la mujer el atributo de la

debilidad se reproduce al resguardarse la idea de cuáles son los trabajos para las

mujeres que resguardarían esa valoración de femenidad según el sector social al

que pertenece:

“...Del mismo modo hay labores de tal tensión mental y nerviosa, por su responsabilidad y

complejas atenciones, que, aun siendo de categoría adecuada a una mentalidad y educación

refinadas, han de causar el agotamiento de las fuerzas femeninas” (1er. Párrafo, 2da

columna, pp. 3).

“El arte, la literatura, el periodismo, la medicina de hospitales, la labor de oficinas en miles de

comercios.... pero una mujer dirigiendo el tráfico o guiando un automóvil o un tranvía, pierde

por completo su feminidad” (segundo párrafo, 4ta. columna, pp. 4).

En el artículo La mujer y la sociedad del 20 de Agosto de 1926 ubicado en la

sección Colaboración femenina de la editorial Ariel N° 2 se menciona la

problemática del trabajo femenino en cuanto a la categoría de mujer de doble

responsabilidad (peso doble), en cuanto asignarla supone que la inserción

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laboral femenina mantiene el significado residual de la mujer vinculada también a

las tareas del hogar:

“...están obligadas a trabajar tanto como el hombre y aún más por el hecho de que en ciertos

momentos deben añadir el trabajo fisiológico de la maternidad, al trabajo de orden económico”

(11avo. Párrafo, 2da. Columna, pp. 8).

Con respecto a esta idea negociada de mujer de doble responsabilidad, en el

siguiente texto observamos cómo se inferioriza la práctica laboral de la mujer en

la vida pública considerándola sólo como una “contribución” a la familia cuando,

en realidad, la autora considera que la mujer en muchos casos se convierte en

sostén de hogar:

“...se tiene la errónea creencia de que el salario que percibe la mujer es sólo un apoyo para su

familia; pero con frecuencia lo que gana la mujer, no sólo sirve para mantenerse a sí misma y

a sus hijos, sino también a su marido” (5to. Párrafo, 1ra. Columna, pp. 8).

1.2. Década del ‘80

En el artículo titulado La mujer en Río Cuarto perteneciente a la Revista Río

Revuelto N° 1 de 1986 la autora describe su representación de la mujer ama de

casa del sector medio de Río Cuarto a partir de prácticas naturalizadas:

Detengámonos en la mujer que diariamente espera a su familia con comida en la mesa, la

casa limpia y las ropas zurcidas...” (5to. Párrafo, 1ra. Columna, s/pp.).

Así concebida, la mujer como ama de casa se comprende la afirmación de

Rosseau sobre ella como ese “ser virtuoso que asumirá el rol de ángel del hogar,

que construirá un trono en su propio corazón y que hará del ámbito doméstico ’el

noble imperio de la mujer’ ” (en Guerra, 1995: 66).

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En la nota Adaptación a lo cotidiano del suplemento Sin libreto del diario

Puntal del 13 de Marzo de 1988 observamos que al reproducirse esa idea de

exclusividad femenina en el ámbito de lo doméstico, no se valora positivamente la

ocupación femenina en el ámbito laboral y su posible función proveedora, como en

el caso del varón. Que la mujer salga a trabajar se lo asocia a una expectativa

difusa o deseo de aventura; al mismo tiempo que así se naturaliza el rol de la mujer

de doble responsabilidad:

“Otras muchas mujeres que están en el hogar ‘sueñan’ con salir de la casa y

trabajar sin abandonar el otro anterior. Si esto ocurre se transforman en una

persona que realiza doble turno de las tareas. Porque fuera del horario de

trabajo hay que ocuparse de los niños, de sus tareas escolares, de ropa, de la

comida, de la limpieza, controlar sus horarios, su higiene, etc. (10mo. Párrafo,

2da. y 3ra. Columna, pp. 8).

“Así analizado, la aventura de trabajar fuera de la casa se convierte también

en una rutina. Con el paso del tiempo aquello que tanto se ‘soñó’ se convierte

en una carga más” (12avo. Párrafo, 3ra. y 4ta. Columna, pp. 8).

Reuther (1973) explica, en ese sentido, que una mujer que desempeña roles

‘afuera’ que exigen largas horas de trabajo y es aún capaz de volver al hogar para

realizar varías horas más de faenas domésticas molestas, no podrá ser igual en el

trabajo que el hombre hasta que no se la libere por completo de esa segunda tarea.

En el artículo Masculinización de la mujer del 8 de Diciembre de 1985

perteneciente a la sección Nosotras, hoy y aquí del suplemento Sin Libreto de diario

Puntal, podemos ver que su autor, desde una visión hegemónica, valora

negativamente las expropiaciones que ha hecho la mujer con respecto a la

categoría vida laboral, al punto que sostiene que la mujer de esa manera, al adquirir

atributos propios del hombre, se masculiniza, es decir, abandona su femeneidad:

“Los factores de adquisición que consumen las reservas de femeneidad...

adquisición desmedida del poder material, independencia económica,

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menosprecio de la vida doméstica, colocación del prestigio personal por

encima de la maternidad...” (19 Párrafo, 2da. Columna, pp.7).

“Muchas mujeres se vanaglorian de su libertad porque ganan dinero y evitan

la maternidad. Están expuestas al fracaso sentimental porque el hombre

varonil frente a ella no siente el contraste y la polaridad normales,

esquivándolas decididamente” (16. Párrafo, 2da Columna, pp. 7).

“Integran una minoría las mujeres que pueden destacarse en la producción

creadora fuera del hogar y ser una madre perfecta” (14 Párrafo, 2da.

Columna, pp. 7).

Es residual, con respecto a los textos analizados en la década del ’20, la idea

de que la mujer debe permanecer en el hogar y que su rol de mujer de doble

responsabilidad será valorado positivamente sólo si cumple con éxito ambas

actividades, es decir que la incorporación de la mujer al trabajo está sujeto a que

ella no abandone su rol de madre y la tarea dentro de su casa.

Por otra parte, para la misma década también encontramos discursos

cuestionadores de las ideas de mujer “ama de casa” y de “doble responsabilidad

que venimos presentando. Por ejemplo, en el artículo Viendo espejismos del 2 de

Diciembre de 1984 del suplemento Sin libreto del Diario Puntal, en su sección La

cocina de mi tía, se critica la concepción dominante a la que veníamos haciendo

alusión y referida a mujer asociada a la vida doméstica puesto que con ello se

subestima su capacidad de razonamiento y, paradójicamente, se le atribuye como

responsabilidad la educación de sus hijos, al mismo tiempo que se le asigna la

categoría de mujer de doble responsabilidad:

“Así que las descerebradas deben educar bien a los chicos, cocinar, limpiar, cuidar que el

presupuesto alcance y en algunos casos engrosarlo ganando otro sueldo, pero sin desatender

esos famosos deberes” (3er. Párrafo, 1ra. Columna, pp 7).

Además, en el artículo La figura paterna ayer y hoy del 21 de Junio de 1987

del suplemento Sin Libreto del mismo diario, observamos que se reproduce la idea

expuesta en los textos de la década del ’20 sobre la contribución al hogar de la

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práctica laboral femenina; sin embargo, a diferencia de aquellos, se reconoce que

esa participación de la mujer puede llegar a derivarse en más que un simple “apoyo

familiar” y asumir una mayor igualdad con respecto al hombre a quien ahora se lo

observa “como un posible integrante más” dadas las circunstancias económicas

que lo han llevado a no poder cumplir totalmente con su rol de proveedor:

“...El hombre que antes era el único encargado de mantener y ‘llevar adelante’

a la familia (es decir a su esposa y a sus hijos) hoy es un integrante más del

grupo familiar que aporta con su trabajo... Hoy la mujer en un porcentaje cada

vez más elevado, sale fuera del hogar para contribuir a la economía familiar”

(6to. Párrafo, 2da. Columna, pp.5).

“A este hombre que muchas veces quisiera olvidar... tensiones, el horario, las

horas extras, el sueldo que no alcanza... A este hombre, que la contradicción

absurda de este modo de vida le exige invertir demasiadas horas fuera de su

casa....” (5to. Párrafo, 3ra. Columna, pp. 5).

En un artículo de la revista Viva del Diario Clarín (2000) se menciona que en

el período de 1980 a 1999 la contribución femenina va en aumento y se piensa

desde la visión dominante que el sueldo de la mujer es un complemento del ingreso

fuerte del hogar.

Por otra parte, si bien se deja sentado, para la década, que la mujer avanza

cada vez más en el ámbito público como consecuencia de su creciente

participación en la vida laboral, del lado de lo doméstico no se visualiza que se

produzca, a la inversa, una incorporación del hombre en el mismo. Por el contrario,

se reproduce la idea, como lo ilustramos a continuación con el mismo artículo ya

citado Adaptación a lo cotidiano, que al varón se lo excluye del ámbito de lo

doméstico, por ejemplo, del cuidado de los hijos y, en consecuencia, se refuerza

sólo la noción de su participación en el ámbito público, a partir de su status

determinante:

”...Un marido que vuelve agotado del trabajo... una persona irritable, que sólo

aspira a tirarse por algún lado sin que nadie lo moleste ni siquiera para

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pensar. Menos aún que los niños le salten encima...” (9no. Párrafo, 1ra.

Columna, pp. 8).

“...pues es él que trae las noticias del mundo exterior, del centro él le hablará

del trabajo, de lo que pasó durante la jornada y de los problemas que

ocurrieron”.(8vo. Párrafo, 1ra. Columna, pp. 8).

Esa idea sobre la falta de igualdad en la participación del hombre y la mujer en las

tareas del hogar es reforzada por la misma autora del artículo Viendo espejismos,

anteriormente citado, cuando señala irónicamente que no cree que haya habido nuevas

producciones en cuanto a la distribución de tareas en el hogar entre el varón y la mujer,

porque aún no se ha modificado la configuración del orden patriarcal que nos remite a la

idea de que sólo la mujer es quien realiza las tareas del hogar. Con todo, se sintetiza en el

discurso la ausencia de tal cambio con la frase, justamente, que titula su nota:

“¡Menos mal que la nueva generación de hombres viene más coherente! ¡ Menos mal que los

jovencitos comparten todo, deberes y derechos con sus parejas! Puuff ¡Qué alivio, cada vez

hay menos machistas! Pero yo creo que algún sociólogo debería analizar el fenómeno e

informarnos, no vaya a ser que de puro perdidas en el desierto estemos viendo espejismos...”

(4to Párrafo, 1ra. Columna, pp.7).

1.3. Algunas conclusiones

En la década del ’20 se representa en los discursos analizados, desde una

visión hegemónica, una mujer obediente que debe permanecer en el hogar en sus

múltiples status de madre, hija, novia, y aunque en el ’80 se reproduce la idea de la

mujer “en el hogar”, no se encuentra puesto en este tema el acento tan

profundamente como parece presentarse en la década del ’20 y de manera tan

prescriptiva.

En los corpus de los ’20 se resalta que la mujer obediente no sólo tiene que

cumplir con la maternidad a partir de ser fuerte y proteger a sus hijos tanto como

educarlos, sino también con las tareas del orden de lo doméstico y de formación

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moral del hombre y de la transmisión del sentimiento de identidad nacional su

familia. Por el contrario, aquella mujer que no cumple con esos mandatos la

denominamos mujer desviada. En los ’80 se refuerza sólo el aspecto del trabajo

doméstico y la jerarquización de la maternidad, pero la representación de mujer

desviada no aparece, probablemente porque en la denominada cultura del

“hedonismo” (Lipovestky, 1998), prime la búsqueda de los placeres tanto estéticos

como mundanos, aunque, aún así, es valorada, peyorativamente, como masculina,

a la mujer que se opone al mandato de la maternidad.

Otra representación que no aparece en los ’80 es la de mujer soltera que es

valorada negativamente en las narraciones de los ’20 por no cumplir con la

prescripción hegemónica de la maternidad. Una explicación posible de la no

aparición de esta representación puede ser la de pensar que la tradición selectiva,

al estar en proceso de incorporación de otros roles de la mujer tales como la salida

laboral femenina y su profesionalización, excluyó la temática de la maternidad como

prioridad.

La incorporación del trabajo femenino, en los ’20 se valora a partir de una

postura negociada. Si bien se acepta, se minimiza su importancia en términos del

tipo de contribución que debe entenderse que hace la mujer, se valora el

surgimiento de la participación laboral de la mujer con la categoría de ser el “sostén

del hogar”, al tiempo que se prescriben determinadas tareas que puede hacer la

mujer en tanto no atenten con sus atributos de femeneidad y acorde con el sector

social al que pertenece.

Sin embargo, en el análisis de los ’80, y sobre el mismo tema de la inserción

laboral del la mujer, los textos no se presentan de manera homogénea, como en la

década del ‘20. Por un lado, parece legitimarse la idea de trabajo femenino sin

hacer mención a que se resguarde la femeneidad; también observamos que en

algunos artículos de índole hegemónica se reproduce la valoración de mujer como

contribuidora y no como proveedora tal cual se explicitaba en los ‘20. Asimismo, si

pensamos teóricamente en la dicotomía hegemónica analizada, vida doméstica/

vida laboral, vemos que para el caso del hombre no existe un desplazamiento hacia

su polo opuesto -incorporación en lo doméstico- como sí ocurre en el caso de la

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mujer en su incorporación a una vida de “doble responsabilidad”, cualquiera sean

las visiones o los términos en que esta última es analizada.

Por último, podemos encontrar en la narrativa de los ’20, el sentido de que la

mujer tiene que ser mantenida económicamente por el hombre en su condición de

proveedor, por lo cual, es consecuencia lógica que termine casándose por interés;

sin embargo, es resistido este hecho desde la visión dominante. En los ’80 esa

problematización no aparece probablemente porque al haber aumentado la

posibilidad de trabajo femenino asalariado que conlleva independencia económica,

se desvanezca la discusión en torno a la búsqueda por interés de un supuesto

capital económico de quien será futuro marido.

2. TIPOS DE RELACIONES: SUMISIÓN FEMENINA/ AUTORIDAD

MASCULINA

En este apartado, tal como se explicó en el capitulo I, analizamos el tipo de relación

complementaria entre hombre y mujer. Lo analizaremos en el marco de los espacios tales

como el matrimonio, el hogar y la conquista que aparecen en los textos, teniendo en

cuenta los esquemas de significados dominantes otorgados respectivamente a hombres y

mujeres y que se categorizan bajo el binomio sumisión-autoridad.

2.1. Década del ‘20

Con respecto a la discusión de la categoría sumisión/ autoridad que

representa el tipo de vínculo relacional dominante entre el hombre y la mujer, para

la década del ’20, hemos encontrado en determinados textos representativos de la

época, tres tipos de lecturas posibles referidas a la mujer en su relación al hombre

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a saber: la que legitima su actitud sumisa, la que la rechaza y, finalmente, una

postura negociada que si bien acepta aquella condición para la mujer, la relativiza

en términos de la responsabilidad que a la mujer le compete en la construcción y

sostenimiento de esa imagen.

En cuanto a la primera interpretación, en el artículo Se necesita una

muchacha perteneciente a la Revista Río Cuarto Ilustrado del 8 de Agosto de 1920

N° 6 podemos ver cómo se le prescribe a la mujer los atributos que ella debe

reproducir para reforzar el significado de su naturaleza femenina sumisa tales como

la delicadeza, la dulzura, el resguardo y la pulcritud, además de sostenerse que una

buena mujer es la que adopta tal atributo de sumisión:

“...que sea... confiada, sumisa al deber, valiente y simpática y que tenga su cuarto, su cuerpo

y su alma, como una tacita de plata...” (2do. Párrafo, 2da. Columna, s/pp.).

Dentro de esta misma lectura nos encontramos con una serie de artículos

donde se expone la relación que la mujer establece con el hombre en el contexto

de la conquista. En las de la Revista Iris aparecen los artículos: Los artificios

femeninos, El cuerpo del 15 de noviembre de 1925 N° 19; y en la sección

denominada Sociales aparecer el artículo A la Conquista del Hombre, las

Añagazas femeninas del 16 de agosto de 1925 N° 6. En ellos se presenta a la

mujer que denominamos diabólica y que es aquella que emprende maligna y

exacerbadamente la práctica de la conquista del hombre a través de su capacidad

para explotar sus atributos de delicadeza y debilidad, cualidades que se resaltan

como asociadas también a la actitud sumisa de la mujer:

“Al diablo se le ocurrió inventar una pequeña máquina, más delicada, más frágil, juguete

seductor cargado de vicios y malicias, destinado a perturbar la madura razón del hombre”.

(Los artificios femeninos, El cuerpo, 6to. Párrafo, 1ra y 2da Columna, pp. 8).

Bourdieu nos explica que esa modalidad femenina hace correr el “pundonor

masculino por el hecho de que ella encarna la vulnerabilidad del honor, de la

h’urma, izquierda sagrada, siempre expuesta a la ofensa, y que encierra siempre la

posibilidad de la astucia diabólica... arma de la debilidad que opone el recurso del

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engaño y de la magia a los recursos de la fuerza y del derecho, la mujer encierra la

posibilidad de acarrear el deshonor y la desgracia” (1996: 55)

En el siguiente párrafo, metafóricamente, la mujer es comparada con una fiera

(por su carácter instintivo y agresivo) y con un hada por su asociación con el

hechizo que ésta le puede causar al hombre:

“...es la mujer en toda su feminidad, con sus picarescas intenciones felinas, con sus recursos

de encantadora hada; es obra de domadora encadenando fieras ...(A la conquista del hombre,

Las añagazas femeninas 5to.Párrafo, 2da. Columna, pp. 8)

... son más numerosas que las estrellas del firmamento” ( A la conquista del hombre, Las

añagazas femeninas, 8 avo. Párrafo, 2da. Columna, pp. 13)

Se excluye así a la mujer diabólica del orden establecido puesto que a través

de los mismo atributos definidos para la mujer desde el orden dominante, tales

como el encanto, la dulzura y la astucia -y que caracterizan su rol de sometimiento

frente al hombre- paradójicamente, en el ámbito de la conquista, la mujer ejerce un

poder sometedor (de autoridad) sobre el hombre. En ese aspecto la dicotomía

autoridad-sumisión se invierte. En el artículo de la Revista Iris N° 7 del 23 de agosto

de 1925 en la sección sociales el artículo titulado A la conquista del hombre, Las

armas del combate, se ejemplifica lo expresado:

“La gracia, el encanto y la hermosura son las armas de que se sirve en esa guerra... el talento

y la destreza se añaden a esas armas...” (6to. y 7mo. Párrafo, 2da. Columna, pp.8).

“ En el templo misterioso halla el arsenal donde están depositadas las numerosas armas de

que la mujer dispone para arrollar a su adversario; armas formidables, mortales

frecuentemente, que ella maneja con destreza, teniendo bajo su pié dominador a la víctima

agonizante y cuyas postreras convulsiones prolonga a su antojo” (5to. Párrafo, 2da. Columna,

pp. 8).

Se compara así la relación establecida para la conquista con una guerra y, en

ese contexto, es vista la mujer liderando un combate, con las armas de seducción

de las que dispone y en el cual, inevitablemente, el hombre será vencido, pues ante

tal seducción, pierde sus condiciones de autoridad propias de la ubicación que le

confiere la visión hegemónica. En el establecimiento de esta subversión del orden

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dicotómico, observamos que la mujer, por sus atributos de femeneidad

considerados inherentes a ella, adquiere autoridad y dominio y, por el contrario, el

hombre pierde esas mismas cualidades, que caracterizan su masculinidad, y se

convierte en víctima fácil de tales circunstancias.

En otros textos de la época, también se refuerza esa idea de femeneidad, esta vez a

partir del rescate de la belleza, en cuanto la mujer recurra a técnicas que le ofrece la

ciencia para conservarla:

“Nuestras contemporáneas sienten tanta avidez, como sus abuelas, de conservar durante el

mayor tiempo posible, esos bienes que constituyen su fuerza; quieren retardar la llegada de

los años tristes y seguir encadenando corazones, y la ciencia las ayuda” (Los artificios

femeninos, La mujer, N° 28. 17 de Enero de 1926. 6to. Párrafo, 3ra. Columna, pp. 15).

En síntesis desde el orden dominante se representa a las mujeres con los

atributos expuestos, pero cuando la mujer utiliza esos mismos atributos para ejercer

la dominación del hombre es excluida en determinados textos dado que no legitima

la asimetría en la relación de pareja y que hemos representado con el binomio

sumisión femenina-autoridad masculina.

También, en la columna titulada Los artificios femeninos en el subtitulo La

Mujer, su encanto del 24 de enero 1926 de la Revista Iris N° 29, se presenta una

visión dominante que valora como negativas las prácticas feministas porque éstas

rechazan la condición de sumisión de la mujer con respecto al hombre. Así, el autor

ve al movimiento feminista como masculino denominándolo irónicamente los

feministas:

“Inasexuales son aquellas que, despreciando el título de mujer, y los derechos de sostenimiento

por el hombre, pretenden seguir solas su camino y renunciar a servir a aquel que, esclavo

obediente, sólo pide la aceptación del yugo amado” (10mo Párrafo, 3ra. Columna, pp. 15).

En contrapartida, y respecto a la segunda lectura mencionada, otros discursos

de la época rescatan esa visión contrahegemónica expuesta por las feministas.

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Podemos ilustrar tal hecho con una nota de la editorial Ariel N° 5 del 30 de

setiembre de 1926 de la sección colaboración femenina titulada La mujer como

valor social donde se le propone a las mujeres que desafíen el mito de la

subordinación femenina y adopten los nuevos esquemas de significados que lleva

adelante el movimiento emergente de mujeres emancipadas:

“Hagan las mujeres tabla rasa de las costumbres, rompan las cadenas de la esclavitud,

abominen de su sumisión, desplieguen las alas para la libertad, y entrarán a ser entonces un

valor social poderoso que hará reflexionar al más terco de los hombres” (Ultimo Párrafo, 2da.

Columna, pp. 4 ).

Anthony Giddens (1997) destaca que uno de puntos que procuraba la política

emancipatoria, en la modernidad, era la liberación de las trabas de la tradición y las

costumbres. Este ha sido, sin duda, uno de los planteos que ha llevado adelante los

movimientos feministas de todo el mundo cuestionando a diferentes instituciones

por contribuir a la reproducción de una imagen de mujer sometida. Pilar Pérez

Cantó (2000) cuenta que el feminismo ya desde finales del siglo XVlll tuvo como

uno de los principios el desterrar los prejuicios que negaban a las mujeres la

capacidad de autoridad, para atribuirle el elemento de sumisión.

Por último, en la nota Conserva tu individualidad perteneciente a la Revista Iris

N° 106 del 18 de Septiembre de 1927, la reflexión de su autor nos remite a la

misma dicotomía sumisión- autoridad, en términos de una lectura negociada en

su análisis sobre vínculo hombre-mujer en el hogar. Por un lado, concibe y

acepta la relación tradicional complementaria en el matrimonio cuando

representa a una mujer que debe adaptarse al hombre, quien, por su parte

construye su jerarquía al imponer sus intereses por sobre los de ella. Pero; por el

otro, el elemento oposicional a destacar se observa cuando el autor interpela a la

mujer para plantearle que la sumisión que adopta no sea excesiva en la pareja,

es decir, se apela a que la mujer le ponga límites a una supuesta máxima

asimetría existente entre ella y el varón:

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“Él tiene sus ideas, sus deseos, sus caprichos y probablemente tendrás, durante el primer año

de casada, bastante trabajo para satisfacerlos y comprenderlos. Esto te impedirá, al principio,

pensar en los tuyos” ( 4to Párrafo, 1er Columna, pp.16 ).

“Pero eso no dura para siempre” ( 5to Párrafo, 1era Columna, pp. 16 )-

Si quieres que tu sociedad conyugal triunfe, procura dominar ese insaciable deseo tuyo de dar,

dar sin cuenta ni medida y deja que el socio principal tenga también ocasiones de hacerlo”

(Ultimo Párrafo, 2da. Columna, pp. 16 )

“En cualquier sociedad de dos, se considera tonto que uno haga de todo y el otro nada. Poco

importa que tú deses darlo todo. Tienes deberes contigo misma y careces del derecho de

hacerlo” (3er. Párrafo. 1er Columna, pp.16 ).

En el artículo el autor reconoce que la mujer ha internalizado el esquema de

dominación patriarcal donde no es sólo víctima sino también responsable de la

reproducción del binomio, por lo cual le propone revertir tal situación de

sumisión. Al respecto muchas estudiosas del género hablan de una gran

producción ideológica potenciada a través de las instituciones y que conformó

esa idea de la mujer subordinada como responsable de la reproducción del

modelo hegemónico.

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2.2. Década del ’80

Es necesario aclarar que al introducirnos en los corpus de los ‘80 con el binomio autoridad-sumisión pudimos ver que la

mirada sobre las relaciones trasciende la discusión exclusivamente centrada en el tema de la pareja al incluir el

significado de la relación familiar de los esposos con los hijos.

En el artículo La mujer lo débil de nuestra sociedad perteneciente a la sección

Nosotras, hoy y aquí del suplemento Sin libreto del Diario Puntal 20 de Marzo 1988

la autora cuestiona la posición de debilidad de la mujer frente al hombre porque

supone que ese atributo es el resultado de una relación impuesta desde el orden

patriarcal. Dicho esquema ha sido internalizado tanto por hombres como por

mujeres y su aplicación nos muestra, como dice también Bourdieu (1996), que el

hombre tiene el monopolio de hecho y de derecho de lo humano:

“La mujer es considerada ‘lo débil’, ‘lo otro’ de nuestra sociedad, no por una debilidad en sí,

sino porque el hombre se erigió como paradigma de su especie...” (4to. Párrafo, 1ra.

Columna, pp. 6).

“La mujer gira en torno de reglas y valores de origen patriarcal que sirven para tenerla alejada

de toda esfera de poder ...” (8vo. Párrafo, 1ra. Columna, pp. 6).

Esta visión dominante que la autora analiza como actual en los ‘80 y a la cual

critica, sitúa a la mujer en el marco de esquemas de socialización que la orientan

en su comportamiento de inferioridad y, al hombre, lo sitúa en una jerarquía varonil

con el principio de autoridad. Así, la interacción en el marco de la pareja se

establece sobre pautas de relación complementarias del tipo hombre protector-

mujer protegida que refuerzan y mantienen el binomio sumisión-autoridad:

“...él siempre la ayudará y le dará la última palabra de todo... La mujer es educada, formada

en función de valores que la condicionan a cumplir ese rol lamentable de ‘ser una débil’, ella

será la que necesitará protección por parte del hombre” (9no. Párrafo, 1ra. Columna, pp. 6).

Por otro lado, la autora representa al varón con atributos dominantes que ella

vincula al concepto de autoridad y superioridad tales como la fuerza, el poder, la

agresividad, y otros:

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“Es que el hombre se ha autodeterminado ’fuerte’ hasta tal punto que la agresión es una

característica que en el varón puede llegar a resultar una virtud o una desventaja de su

personalidad” (6to. Párrafo, 1ra. Columna, pp. 6).

Más adelante, en el desarrollo de la nota, la misma autora cuestiona los

mensajes dominantes que transmiten determinadas instituciones como, por

ejemplo, la educación y la familia porque acentúan y refuerzan la desigualdad de

género. “El trabajo milenario de la socialización de lo biológico y de la biologización

de lo social hace aparecer una construcción social naturalizada, fruto de las

diversas condiciones producidas socialmente como la justificación natural de la

representación arbitraria de la naturaleza que le dio origen” (Bourdieu, 1996: 28):

“Así es como resultaría la propia mujer la encargada de reproducir los esquemas opresivos

que más tarde se volverán en su contra” (18. Párrafo, 4ta. Columna, pp.6).

“Las niñas desde pequeñas recibirán estímulos para pertenecer al ámbito privado... Mientras

que los niños serán incentivados hacia lo público y científico...” (20 Párrafo, 4ta. Columna, pp.

6).

También se observa en la cita anterior cómo la educación en el hogar produce

efectos determinantes para la reproducción de los valores femeninos y masculinos,

en tanto se supone que la propia mujer reproduce la estructura dominante al

relacionar a la mujer con la vida privada y al varón con la racionalidad y el espacio

público.

La autora no solamente se resiste a la aceptación de los valores dominantes

que rigen para el vínculo hombre-mujer, sino que también trata de proponer

cambios en las estructuras de significados patriarcales, evidenciándose así, una

propuesta de política igualitaria para ambos sexos:

“Querernos independientes, fuertes y emancipadas requiere transgredir reglas, correr

riesgos... cuanta satisfacción hay para los seres en general si permitimos y buscamos seres

nuevos, completos, diversos, pero no desiguales” (13. Párrafo, 2da. Columna, pp. 6).

Desde una postura similar, dentro de la sección La cocina de mi tía en el

artículo Viendo espejismos del 2 de diciembre de 1984 del diario Puntal, la autora

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manifiesta una postura contrahegemónica con respecto a la posición de subestimar

a la mujer en el aspecto de su racionalidad y sólo destacan aspectos superficiales

como su única preocupación tales como la estética y la moda: las editoriales de

revistas femeninas que seleccionan para la mujer temáticas relacionadas con lo

sentimental. En la nota, cuestiona la identidad de mujer frívola que se configura en

textos orientados a lo femenino, sosteniendo que:

“...para los dueños de las editoriales, o directivos de las publicaciones para las mujeres, nada

profundo o serio es para ellas...” ( 2do. Párrafo, 1era. Columna, pp. 7 ).

“Sólo las frivolidades, los chismes y los consejos dirigidos a que las pobres ‘descerebradas’

de la especie humana, compren, voten de determinada manera, se corten el pelo como

colimba... compren todas las baratijas promocionadas sin descuidar por supuesto sus deberes

“ ( 3er. Párrafo, 1ra. Columna, pp. 7 ).

Por otra parte, en los ’80, también encontramos textos representativos de una

interpretación dominante que reproduce el binomio sumisión-autoridad en el

análisis de los vínculos familiares; y sobre todo, en determinados textos, aparece la

idea de hombre que se erige como el único representante de la autoridad del hogar

y protector de esa supuesta jurisdicción. Así se muestra en los artículos La figura

paterna ayer y hoy del 21 de Junio 1987 y Paternalmente del suplemento Sin libreto

de la sección La cocina de mi tía del 21 de junio de1986 del Diario Puntal que a

continuación analizaremos.

En el primer artículo mencionado su autora, al advertir una posible inversión

de la dicotomía sumisión/ autoridad (pérdida del ejercicio de autoridad del hombre

frente al avance de la mujer en ese terreno) reacciona negativamente interpelando

al hombre a enrolarse nuevamente en su rol tradicional:

“...aquel hombre encargado de estimular, formar la autoafirmación del niño,

aquel hombre que ejercía y transmitía valores firmes y estables... a ese

hombre ... le falta un concepto claro de lo que es autoridad y mucho lo

confunde con unos cuantos gritos (10mo. Párrafo, 2da y 3ra. Columna, pp. 5 ).

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Entonces, delega, calla, deja que otros guíen los pasos de sus hijos. Así, de a

poquito la madre tiene, en la práctica, que ejercer roles de autoridad” (13

Párrafo, 3ra. Columna, pp. 5 )

La expresión “calla” que es utilizada es un atributo asociado, desde lo

instituido, con la mujer, pero en este caso es proyectado al hombre de los ochenta

por ser percibido sin su “natural” ejercicio de autoridad en el vínculo familiar. En

consecuencia se advierte, de acuerdo con la concepción patriarcal explicitada por la

autora, que ésta no legitima que el hombre le expropie a la mujer la posición de

inferioridad cuya competencia exclusiva parece estar asociada a ella.

Si bien se evidencia una resignificación de lo hegemónico cuando la autora

reconoce en su interpretación la idea de autoridad femenina, paralelamente se

subestima el papel de la mujer en el ejercicio de su autoridad. Esto ocurre,

probablemente, porque entre las concepciones hegemónicas que ubican a la mujer

en el ámbito de lo doméstico, como mostramos anteriormente, no está contemplada

la idea del ejercicio de poder femenino en la familia. Por otra parte, la autora

reafirma que ésta práctica dentro de la familia es una función del varón, por lo cual

lo responsabiliza de las consecuencias que puedan traer a los hijos su no ejercicio.

La fuerza de la tradición selectiva actúa así intentando recuperar el atributo

masculino de autoridad y reestablecer el lugar de cada sexo que, por definición

acreditada socialmente, les corresponde.

“Muchos niños adolescentes, y jóvenes necesitan de ese hombre, que tan

sólo utilizando ‘sentido común’ y razonamiento práctico les oriente, les aclare

‘mensajes’ que vienen del medio ambiente y que muchas veces no pueden

descifrar” (14. Párrafo, 4ta. Columna, pp.5).

“...Y así es que cuando en un hogar no existe una sensación de seguridad y

autocontrol afloran los problemas de comportamientos de las mas variadas

gamas...” (13 Párrafo, 2da. Columna, pp. 5).

Sintetizando las ideas anteriores podemos ubicar las interpretaciones

realizadas como un esfuerzo por volver al esquema sumisión/ autoridad dado que

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resiste la resignificación de roles femeninos y masculinos dentro del ámbito familiar,

en tanto se sanciona negativamente la tendencia a la pérdida del varón de la

autoridad, al tiempo que se considera que la mujer no puede ser entonces

competente para ejercerlo. Como expusimos en el capítulo I, en la dicotomía

Sumisión- autoridad, Luna interpretaba que Rosseau consideraba que la familia se

regía por la ley del padre de carácter natural (1995).

Ahora bien, el mismo artículo también avanza sobre la crítica a la pérdida de

autoridad del padre en cuanto a la transmisión de valores culturales a sus hijos, por

competir esta función con la presencia de otros agentes en el mundo exterior, vistos

negativamente en su función socializadora:

“El padre (en una concepción clásica) representaría la ley, el guardián de los valores que se

manejan en la cultura durante bastante tiempo, el padre representó ‘el mensajero del mundo

exterior’.(4to. Párrafo, 1ra. Columna, pp.5).

“Y se apoltrona en una imagen muchas veces, desvalorizada de sí mismo,

pues se siente impotente de controlar otras variables de códigos, modas,

órdenes y sugerencias que el medio ambiente y los medios de comunicación

ejercen sobre los niños; y los ya no tan niños también” (12do. Párrafo, 2da.

Columna, pp. 5).

La dominación del hombre sobre el mundo público y el ejercicio de autoridad

masculina en el mundo privado que le atribuían su superioridad con respecto a la

mujer son hechos interpretados como tendencias a debilitarse y, como

consecuencia, tiende a desdibujarse también la otra parte de la dicotomía referida a

la sumisión femenina. Esas producciones así identificadas en torno al género que

se suscitan en la década del ’80, no son legitimadas entonces por los textos

presentados, en los cuales se propone más bien una perspectiva de recuperación

del mencionado binomio.

Hay que destacar que si bien no se legitima la sumisión masculina, sí se

incorpora la práctica emergente de la afectividad en la relación con los hijos, lo cual

manifiesta una movilidad de significados en cuanto a la representación de hombre:

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“A este hombre... necesita, aquietar el ritmo, saborear las horas, los minutos

con esos niños que tal vez pronto emigrarán...” (16 Párrafo, 4ta Columna,

pp.5).

Por último, también en el segundo artículo mencionado, Paternalmente, dentro

de la sección La cocina de mi Tía, se rescata, desde una concepción dominante, la

idea del hombre como principal representante de autoridad dentro de la familia, en

este caso dada su capacidad de razonamiento. Se muestra así, como el encargado

de orientar a sus hijos en cuestiones relevantes y que trascienden el mundo

privado:

“...Lo que debe ser la figura del padre: protector dentro de su jurisdicción, ejemplificador de

buenas costumbres, comprensivo de las verdaderas jerarquías humanas y de la personalidad

de sus hijos. Al menos -debo aclararlo- esa es mi propia concepción de la figura del padre, un

tanto antigua, pero gracias a Dios todavía vigente” (11. Párrafo, 2da. Columna, pp.7).

Con respecto a la configuración femenina nos encontramos que en la nota La

plenitud de la vida después de los 40 a 50 años del 20 de Diciembre de 1987 de la

sección Nosotras, hoy y aquí del diario Puntal, la autora presenta una imagen de

mujer cuyos atributos son la sensibilidad, dulzura, suavidad y postergación, signos

de sumisión, es decir, que esta configuración tiene atributos residuales con

respecto a los textos del ’20:

“Somos las mujeres seres dotados de una especial sensibilidad, por lo tanto amor, sexo,

decepciones; pasiones, renunciamientos, comienzo y música suave están siempre presentes

en nosotras...” (12. Párrafo, 2da. Columna, pp. 6).

Reafirmando ese atributo de sensibilidad, en el artículo Adaptación a lo

cotidiano del suplemento Sin libreto del diario Puntal del 13 de Marzo 1988, se

diferencia a la mujer del hombre a través de atributos como afectividad femenina y

racionalidad masculina, al igual que la posición encontrada en el análisis de la

década del ’20:

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“En la mujer las respuestas son sensitivas, prima más lo afectivo que lo lógico”

(6to. Párrafo, 1ra. Columna, pp. 8).

Esta misma representación de mujer la hallamos en otro artículo de la de la

revista Río Revuelto N° 1 del año 1986 titulado La mujer en Río Cuarto, donde

nuevamente es ubicada en términos de la asimetría dicotómica, es decir, del lado

de la sumisión:

“...Y dentro de su casa es la eterna ‘mujer para otros’, ya sean estos sus hijos o su esposo

(5to. Párrafo, 2da Columna, s/pp.).

“Cuanto dolor para esta mujer, ella habita en Río Cuarto y es casi la madre de una

generación” (7mo. Párrafo, 2da Columna, s/pp.).

No obstante, en el siguiente párrafo, la misma autora reconoce el hecho de

que la idea de mujer se ha resignificado al iniciarse un cuestionamiento a las

estructuras patriarcales, frente a lo cual se las descalifica desde el orden

dominante, denominándola como loca, histérica:

“Claro que es posible que ésta misma mujer haya perdido su dulzura y tranquilidad junto a la

última puntada de su ajuar de novia y hoy sea llamada loca, histérica y digna de ser

encerrada”.(7mo. Párrafo, 2da. Columna, s/pp).

Es importante aclarar, finalmente, que la problematización sobre la figura

masculina aparece únicamente en la década del ’80, como lo hemos hecho notar.

Si bien los textos seleccionados aparecen en el contexto de la celebración del día

del padre, no obstante resulta llamativo que el planteo de las notas responda a si el

hombre debe o no abandonar su lugar de autoridad en la casa. Esta idea que

aparece en los textos se contrapone con la conceptualización que Bourdieu realiza

sobre la dominación masculina al decir que “está suficientemente arraigada que no

necesita justificación” (1996: 15). Esta visión nos lleva a preguntarnos lo siguiente

¿Está suficientemente arraigada la posición de autoridad del hombre en los ’80? Y

si está suficientemente bien arraigada ¿por qué se problematiza tratando de

reforzarla?

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Es evidente, en ese marco, que el varón de los ’80, se comprueba a partir de

la narrativa analizada, está asistiendo a cambios culturales que ponen en cuestión

su patriarcado y, por tal motivo quienes adhieren a una visión hegemónica, intentan

recuperarlo.

2.3. Algunas conclusiones

Es importante señalar que en los corpus de los ’20 aparece la mirada

hegemónica y contrahegemónica sobre la sumisión de la mujer de manera clara,

así como se postula una lectura negociada respecto al mismo concepto que tiende

a aceptar esa condición para la mujer, al mismo tiempo que hacerle tomar

conciencia, a esta última, sobre qué responsabilidades le competen al haber

adquirido tal posición excesiva de subordinación. Respecto de la postura

contrahegemónica aparece la reivindicación del movimiento emergente-feminista-

que rechaza la polarización analizada y propone nuevos esquemas de significados

como lo es la idea de la liberación femenina.

En cuanto a la lectura hegemónica de los ‘20 se rechaza al movimiento

emergente de las feministas porque desafía la relación tradicional representada por

la misma polarización, y también nos encontramos con que se excluye la

configuración de mujer diabólica porque con los propios atributos conferidos por el

orden dominante como la afectividad, delicadeza, belleza y astucia, logra invertir la

dicotomía y situar al hombre en posición de desventaja, en tanto la mujer ejerza

autoridad en el plano de la conquista.

Es importante destacar que en los ’20 la dominación femenina en el tema de

la conquista reproduce el esquema de significado que consiste en asociar a la

mujer con lo afectivo. Resulta curioso observar que la representación de mujer

diabólica en los ’80 no aparece. Esto nos lleva a suponer que la tradición selectiva,

al incorporar la liberación sexual femenina, por ende también incorporó la libertad

femenina en la conquista, por lo cual probablemente en los ‘80 no se hable más de

la temática.

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En los ’80 la postura oposicional respecto al eje sumisión/ autoridad, propone

la igualdad de derechos entre los sexos, culpabilizando al orden patriarcal de

aquella condición femenina que aparece sólo como efecto del mismo orden y no

contribuyendo -como sí aparece en una interpretación del ’20- de manera

responsable a su generación. Nos encontramos con un elemento oposicional

común tanto en los ‘20 como en los ‘80 que tiende a alterar y desafiar la

polarización analizada afirmando la capacidad de razonamiento femenino y de

afectividad masculina.

Una mirada excluyente para los ’20, se constituye en los textos de los ’80

relativos al análisis de la categoría de autoridad del varón, tratando de reforzar los

significados dominantes que la definen. Esa diferencia en la discusión se podría

llegar a suponer que responde a que la mirada hegemónica va al rescate de

aquellos aspectos que tienden a resignificarse sobre su ejercicio, en los términos

que teóricamente opera la tradición selectiva, fundamentalmente en una etapa

histórica consolidada a partir de multiplicidad de cambios suscitados en el género

como, por ejemplo, los que se produjeron a partir de la emancipación femenina, la

reconfiguración de roles tradicionales que trajo aparejado la crisis económica de los

’80. Como ejemplo de entre los múltiples aspectos que hacen tambalear la

representación de autoridad masculina y que, por tanto, se intentan rechazar

podemos citar el caso de las interpretaciones de los ’80 que aparecen insertas en el

marco de la relación familiar. En ese sentido, se manifiesta una representación,

opuesta a la hegemónica, de hombre con los atributos de afectividad y debilidad

que pierde la autoridad en la familia, superado por diversos códigos, tanto internos

como externos que cuestionan su posición de dominación en el mundo público y

privado. Ante este peligro, la valoración dominante que emerge de los textos es la

de recuperar la autoridad masculina y rechazar la expropiación que hace la mujer al

adoptarla.

También hemos observado por comparación entre décadas que se incorpora

la práctica emergente de la afectividad del varón, pero se le fija límites en cuanto el

hombre expropia a la mujer el concepto de debilidad.

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Por último podemos decir que la concepción hegemónica de mujer débil se

mantiene en los ´80 manifestándose atributos residuales como los de dulzura,

suavidad, delicadeza y postergación, que para aquella visión, están vinculados a la

idea de sumisión.

3. INCLUSIÓN MASCULINA/ EXCLUSIÓN FEMENINA EN LA

VIDA SOCIAL

La polarización que da nombre a esta sección se deriva del eje dicotómico

sumisión/ autoridad anteriormente analizado. Aquí estudiamos las desigualdades

en el plano de la participación social en el espacio público, teniendo en cuenta que

hay una división asimétrica dominante que excluye a la mujer de la vida pública e

incluye al hombre en la misma.

3.1. Década del ’20

Hemos reunido, para esta sección algunos artículos pertenecientes a la

editorial Ariel y ubicados en la sección “Colaboración Femenina” que

fundamentalmente describen cómo la mujer lucha por insertarse en la vida pública

a través de su participación activa, ya sea en el orden de la política como en el de

la educación.

En el artículo titulado La Mujer como valor social del 30 de septiembre de

1926, perteneciente a la sección Colaboración Femenina de la editorial Ariel N° 5,

se puede comprender, a través de la descripción que hace la autora, que hay una

identidad de mujer que comienza a emerger interviniendo en los aconteceres

sociales y, al mismo tiempo, tienden a desaparecer aquellos residuos de un pasado

que excluía a la mujer de la vida social y la subordinaba al espacio privado:

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“Los tiempos que conducían a la mujer apartarse de los problemas sociales planteados para

su solución definitiva en nuestra época y que parecían reducir definitivamente su estrecho

dominio, se ven cada día más extinguidos” (1er. Párrafo, 1ra. Columna, pp. 4).

Esta descripción de mujeres partícipes de los problemas sociales forma parte

del percibirse, para la época, como un colectivo social que, habiendo pasado por un

proceso de concientización sobre una realidad pública que lo excluyó, se conforma

como organización política que tiene como propósitos resistir y desafiar valores del

pasado tales como “la religión, las costumbres y la ley” y que ubicaron a la mujer en

una posición de subordinación con respecto al hombre. Este grupo identitario es

denominado en el texto “las rebeldes” o “revolucionarias” y estas ideas

corresponden a la visión de las feministas de la época en su confrontación con el

orden dominante:

“Lo que las adaptadas ... no osaban decirlo, lo han dicho mujeres rebeldes, lo han gritado las

mujeres revolucionarias que han hecho tabla rasa de las costumbres y esclavitudes que atan

al pasado histórico lleno de ignominias” (4to. Párrafo, 1ra. Columna, pp.4).

En el texto se puede ver cómo este grupo político emergente de mujeres

rebeldes, que tiende a reproducirse y a extenderse cada vez más en la época,

produce una movilidad en la identidad de la mujer. Ya no es la identidad unívoca de

mujeres sumisas, puesto que se introducen esquemas de significados novedosos

tales como los contenidos en la idea de educarse, participar y adquirir igualdad de

derechos:

“A ellas siguieron muchas mujeres que ya no pertenecen más al número de las adaptadas, y

sumisas, que hoy también gritan sus derechos, que hoy también escriben sus proclamas de

subversión justiciera” (6to. Párrafo, 1ra. Columna, pp. 4).

Lola Luna (1994) cuenta que en América Latina la exclusión de las mujeres de la

ciudadanía y de la política se visualizó entrado el siglo XX con la incorporación

paulatina de grupos de mujeres al mundo del trabajo asalariado. Se iniciaron así

reivindicaciones laborales, sociales y políticas que pusieron de manifiesto las

limitaciones de la ideología liberal. En el siguiente texto se evidencia

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predominantemente una postura contrahegemónica que cuestiona justamente

aquella visión dominante que limitaba el espacio de acción de la mujer a lo

doméstico y en su condición de sumisión. Por el contrario, el movimiento

emergente de mujeres desafía el orden reinante proponiendo la liberación de las

estructuras patriarcales que impedían su participación social:

“Aunque los sociólogos censores que denigran los derechos de igualdad y libertad queriendo

constreñir a la misma a ser a la mujer de casa y juguete para uso del adulto masculino,

fracasarán.... porque la mujer precisamente en nuestros días ha adquirido un grado de cultura

y elevación mental que frustran los esfuerzos estériles... de quienes se encargan de obstruir

su verdadera emancipación” (7mo. Párrafo, 1ra. Columna, pp. 4).

Dentro de la misma sección aparece el artículo La mujer y el niño ante la ley del

30 de agosto de 1926 ubicado en la sección Colaboración Femenina de la

Revista Ariel N° 3 que reclama el reconocimiento de derechos necesarios para la

mujer que se orienten a dejar atrás su situación de exclusión en la sociedad. En

el texto que sigue podemos ver cómo las luchas de las feministas, en defensa de

las mujeres ciudadanas, se apropia de principios modernos de los cuales es

excluida. Alaine Touraine (1994) menciona que el movimiento de las feministas

como grupo opositor es tan moderno como su adversario desde el momento que

lucha por la igualdad de oportunidades, tanto en la vida económica como

profesional:

“...nos sublevan todas estas desigualdades monstruosas, luchamos contra todas estas

bárbaras injusticias, elevando y dignificando la mentalidad femenina, para que ella

únicamente conquiste el respeto, la libertad y el derecho a que es acreedora, como ser

orgánica que vive y se mueve en el circulo de la sociedad” (12avo. Párrafo, 3ra. Columna, pp.

4).

En la nota La mujer y la sociedad del ‘20 de agosto de 1926 ubicado en la

sección Colaboración Femenina de la editorial Ariel N° 2 también se critican los

principios modernos ya que su autora visualiza una contradicción en lo

concerniente a la igualdad de derechos entre el hombre y la mujer. Por tanto,

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para la época, el contenido de esta nota aparece como emergente, resistiendo a

los esquemas establecidos y tratando de resignificarlos discursivamente:

“La equidad más elemental indica que los derechos deben ser los mismos para uno y otro

sexo. Pero la verdad es que no es así. En todos los ordenes de la vida se considera a la mujer

siempre inferior al sexo masculino” (4to. Párrafo, 1ra. Columna, pp. 8).

Desde una concepción feminista también se cuestionan los procesos educativos

dirigidos a la mujer por considerarlos responsables de reproducir una esfera de

significados restringida para la mujer. Por ejemplo, esto se muestra en la

presentación de la sección Colaboración Femenina del 10 de agosto de 1926

perteneciente a la Editorial Ariel N° 1, donde se expone cómo se han

manifestado esos procesos educativos que orientaron a la mujer hacia la

actividad reproductiva y la vida doméstica:

“Su mentalidad está completamente atrofiada a causa de una educación perniciosa que desde

niña se le ha dado...” (3er. Párrafo, 1ra. Columna, pp. 10).

Bourdieu habla de un programa social naturalizado que llevan a cabo las

instituciones y que contribuye a formar las estructuras de lo que se piensa y

hace: ”...las mujeres, sometidas a un trabajo de socialización que tiende a

disminuirlas y negarlas, hacen el aprendizaje de las virtudes negativas de la

abnegación, la resignación y el silencio...” (1996: 54).

Esa educación perniciosa del orden hegemónico a la que la autora hace

referencia en la nota anterior se puede ver también en el artículo Se necesita una

muchacha del 8 de agosto de 1920 de la Revista Río Cuarto Ilustrado N° 6, en la

cual se le resalta el cómo debe ser la preparación de la mujer para el hogar:

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“...que haya aprendido ... a hacer sus propios vestidos, y que haya cursado por lo menos, el

sexto grado ...que sea en su casa o en la escuela, veraz, sincera y discreta...” (1er. Párrafo,

1ra. Columna, s/pp.).

Retomando el texto de “Colaboración Femenina” donde se legitima la posición

del feminismo, también se advierte un significado dominante que asocia a la

mujer con lo doméstico cuando propone difundir en secciones femeninas algunos

consejos para la mujer:

“...Además contendrá consejos útiles para las madres, como nociones de higiene, y de salud

para las jóvenes, y otras recetas y consejos no menos importantes para la mujer” (Ultimo

Párrafo, 4ta. Columna, pp. 11).

Nos encontramos también, en el artículo Feminismo del 23 de mayo 1926 de

la Revista Iris N° 46 que el autor presenta una postura negociada dado que se

manifiesta de acuerdo con el grupo emergente del feminismo que postula la

igualdad en el plano civil, por un lado, pero rechaza la idea de participación política

de la mujer, por el otro:

“...la elevación moral y social... no tiene por qué estar en diferente nivel civil y político con

respecto al hombre”... En todo estamos de acuerdo menos en lo de la igualdad política” (2do.

y 4to. Párrafo, 1ra. Columna, pp. 4).

En el siguiente párrafo, el columnista expresa, desde una concepción

hegemónica, su opinión sobre la práctica política, precisamente sobre el derecho a

voto del hombre y de la mujer. A través de un diálogo imaginario se representa una

mujer “politizando” desde lo sentimental y afectivo, mientras que, por otra parte, se

representa a un hombre que en su elección hace prevalecer el atributo de la

racionalidad. Queda claramente expuesto, entonces, a través de dicho diálogo, que

la afectividad- racionalidad es la justificación que se arguye para excluir a la mujer

de la política, ámbito exclusivo de inclusión del hombre:

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“El esposo dirá: ‘debes votar por nuestro candidato X porque es un estadista inteligente y

versado en negocios públicos’. Y responderá la esposa: ‘Pero el nuestro es además muy

simpático, muy caballero y baila muy bien’” (5to. y 6to. Párrafo, 2da. Columna, pp. 4).

Siguiendo con ese diálogo, el autor excluye finalmente de la participación

política a la mujer al quitarle mérito y desvalorizar su ejercicio, al tiempo que

refuerza la división de espacios: privado-femenino- público-masculino. “La propia

base de la exclusión de las mujeres de la política tiene como única finalidad reforzar

la reproducción de la especie y, por tal motivo, es excluida de todo ejercicio

personal de su razón. Se le pide que sea esposa, madre y educadora y, sobre todo

que no sea cortesana ni ciudadana” (Luna, 1994: 22):

“...el marido afligido llamará a su consorte por que el nene tiene hambre y llora, y la madre

responderá paseándolo un rato hasta ‘que termine este discurso que debo pronunciar esta

noche en el comité del barrio las ranas’...” (8vo. Párrafo, 3ra, Columna, pp. 4).

En otro texto de la Revista Iris N° 29, Los artificios femeninos; la mujer, su

encanto del 24 de enero de 1926, se puede observar que la visión hegemónica

excluye de las prácticas emancipatorias a la mujer porque tienden a alteran los

significados que el naturalismo propone para ella: debilidad, delicadeza, necesidad

afectiva y, además porque se le expropian al hombre atributos que le competen

como, por ejemplo, lucha política. Por eso para referirse a este movimiento

emergente de mujeres el autor utiliza la noción “los feministas”:

“Su encanto es irresistible; nace de su fragilidad misma; de esa protección constante, que se

le otorga implícitamente, a pesar de las protestas de los feministas, quienes queriendo hacer

obra de virilidad, sólo aciertan a llegar al hemofrodismo” (9no Párrafo, 3ra.Columna, pp. 15).

Por último, es de destacar que la concepción hegemónica expresa el género

de una manera sexista a punto tal que pareciera ser que si el hombre o la mujer

alteran el significado que les ha sido prescripto a partir del orden dominante, se

convierten en un género híbrido difícil de categorizar y, por tanto, de gobernar.

3.2. Década del ‘80

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En el artículo Masculinización de la mujer del 8 de diciembre de 1985 del

suplemento sin libreto de la sección Nosotras hoy y aquí el autor, desde una

postura negociadora, reconoce la validez del movimiento político identitario de las

feministas y, al mismo tiempo, excluye y valora negativamente a las mujeres porque

al adquirir prácticas antifemeninas, corren el riesgo de la masculinización:

“La masculinización de la mujer es cada vez más frecuente con el mundo

civilizado. Si bien su emancipación en una sociedad de pautas marcadas por

el hombre es justa y humana para cultivar las posibilidades de toda mujer,

varios tratadistas han señalado los peligros de la masculinización. (13 Párrafo,

2da. Columna, pp 7).

En el artículo Nos falta piolín del 16 de marzo de 1986 de la sección La

Cocina de mi Tía del suplemento Sin libreto del diario Puntal la autora compara

metafóricamente a la mujer con un barrilete, particularmente a partir del enunciado

“nunca levantan vuelo porque el hilo es corto”, De ese manera hace referencia a las

autolimitaciones que sufre la mujer de Río Cuarto en la realización de diversas

prácticas como, por ejemplo, la de no intervenir en la toma de decisiones en la casa

y no participar de organizaciones políticas. Respecto a la participación pública

Bourdieu nos explica que: “excluir a la mujer del ágora y de todos lugares públicos

donde se desarrollan las tareas que suelen considerarse las más serias de la

existencia humana, como la política o la guerra, equivale impedirle de hecho a

apropiarse de las disposiciones que se adquieren al frecuentar esos lugares y esas

tareas...” (1996: 56).

“...¿Ustedes no creen que a las mujeres nos falta piolín? Como a esos barriletes que nunca

levantan vuelo porque el hilo es corto, nos falta que nos den ese margen de confianza como

para que podamos volar, alto, muy alto” (1er. Párrafo, 1ra. Columna, pp 7).

“...En el trabajo, en la casa, en el gobierno, en los lugares claves, allí donde se

incide, la confianza en nosotras es corta, demasiada corta”.(2do. Párrafo, 1ra.

Columna, pp. 7).

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La autora representa una identidad de mujer ama de casa que tiene

internalizado el esquema de significados dicotómico exclusión femenina- inclusión

masculina en la política y otras áreas de interés social:

“Aquí estamos cómodamente instaladas en nuestras seguridades hogareñas,

y los grandes problemas sociales que no conocemos no nos sacan de esa

modorra” (10mo. Párrafo, 2da. Columna, pp.7).

Se evidencia una producción oposicional al orden hegemónico, ya que a partir

del mismo texto, más adelante se le propone a las mujeres desafiar su exclusión de

la vida social, con su inserción en organizaciones femeninas:

“Si alguna vez nosotras también comenzáramos a organizarnos para algo,

quizá empezaríamos a ganarnos esa confianza que nos haga independientes

y resueltas...” (Ultimo Párrafo, 2da. Columna, pp. 7).

Con respecto a esas nuevas estructuras de significados que son propuestas a

la mujer, rescatamos, por último, la nota La mujer en Río Cuarto de la Revista Río

Revuelto N° 1 de 1986 donde se proponen la participación de la mujer en la vida

pública desde distintos ámbitos (arte, política, profesionalización). Sin embargo se

nos advierte que esos esquemas oposicionales se enfrentan con residuos de orden

de lo hegemónico que aún continúan concibiendo al dominio masculino como única

estructura significativa para la definición del accionar de la mujer:

“...Hay otras mujeres que no son ni unas ni otras, las que militan, las que estudian, las que

escriben, las que pintan, las que psicoanalizan, las que cantan... las intelectuales que, a

veces con claridad, a veces no tanto, levantan alguna voz, rápidamente invalidada por sus

compañeros de clase que temen los cambios, temen más que ellas perder sus privilegios y

su poder” (8vo. Párrafo, 3ra. Columna, s/pp.).

3.3. Algunas conclusiones

En los enunciados de la década del ’20, se representa una identidad de mujer

emergente que resiste y desafía el orden social instaurado en la religión, en las

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costumbres y en la ley porque se constata que su historia de sometimiento la ha

circunscripto al espacio doméstico excluyéndola de la vida social. Esta postura

contrahegemónica propone la participación y educación femenina y, en general, la

liberación femenina de las estructuras dominantes a la vez que reclama los

derechos de igualdad para la mujer, es decir, que se propone trasvasar el mundo

privado en el cual la mujer estaba recluida para insertarla en el espacio público de

la participación social.

En los ‘80 las representaciones de mujer oposicional coinciden con los ‘20 en

el sentido que proponen alterar y desafiar la exclusión femenina del espacio

público a través de la participación en organizaciones femeninas, pero con la

propuesta agregada de incluirla en el sistema de profesionalización.

Otro elemento aparece en la década del ’80, al igual que en el ’20, es el

cuestionamiento a los valores dominantes que transmiten instituciones tales como

la educación y la familia porque reproducen el esquema de mujer inserta en el

ámbito doméstico y la excluyan también de la participación social. No obstante, en

los ’80, la visión oposicional introduce una nueva producción al mencionar que lo

que más restringe la esfera de significados definitorios del género está en el propio

esquema cognitivo de la mujer que se autolimita para ingresar en el ámbito de la

participación política y tomar decisiones en el hogar.

Respecto de la práctica política en los ‘80 se reproduce el mismo significado

negociado que en los ‘20 y que consiste considerar como justa la lucha feminista

porque se reconoce que hay desigualdades entre los sexos, pero no se legitima la

participación política de mujeres cuando ésta, al proporcionarle competencia

masculina, le hace correr el riesgo de perder sus atributos de femeneidad.

Un argumento hegemónico para excluir del ejercicio de la práctica política a

la mujer, resultante de los textos de los ‘20 consiste en desacreditar y desvalorizar

su accionar porque supone que politiza desde lo afectivo, mientras que se afirma,

por el contrario, que el hombre lo hace a través de la racionalidad; esta visión

refuerza la división de espacios público / privado, respectivamente, para uno y otro

sexo.

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Pero tal vez el elemento residual más notorio, tanto en los ’20 como en los

’80 se evidencia con la valoración que sugiere que la mujer que le expropia al

hombre la lucha política altera esquemas naturalizados como el de mujer sumisión/

autoridad y, como consecuencia de esa inversión, la mujer se masculiniza,

denominándolas en los 20 “los feministas” y en los ’80 “masculinas”.

4. USOS FEMENINOS Y MASCULINOS DEL TIEMPO LIBRE

Así como a partir del binomio vida doméstica/ vida laboral analizamos los roles

y división de tareas que realizan hombres y mujeres en el tiempo ocupado situados

en una marcada división de espacios –público y privado-; a continuación

analizaremos las prácticas desarrolladas en el tiempo que se le opone al mundo del

trabajo, por considerarse tiempo de ocio o de esparcimiento indagando cómo se

manifiestan las diferencias y jerarquías en el uso que de del tiempo libre hacen,

tanto hombres como mujeres.

4.1. Década del ‘20

Comenzamos el análisis con el artículo Se necesita una muchacha de la

Revista Río Cuarto Ilustrado del 8 de agosto de 1920 N° 6 en el cual se

representan prácticas femeninas desde una visión hegemónica que prescribe

actividades para el tiempo libre femenino en la intimidad del hogar:

“...que aprenda a cantar, a tocar el piano, a pintar, a cuidar pájaros y flores y a recitar poesías

argentinas” (2do. Párrafo, 2da. Columna, s/pp.).

Podemos ver que esta serie de prácticas asociadas a la mujer para su disfrute

del tiempo libre mantienen un status femenino definido desde lo artístico, lo

biológico y lo patriótico; esto es, se fijan límites a las acciones de tiempo libre que

puede desarrollar la mujer en el terreno de adquirir destrezas que no atenten contra

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su femeneidad y su tiempo ocupado en el hogar. Beatriz Sarlo (1999), en una

interpretación de la vida de Nora Lange, describe el ámbito privado, en ese sentido

como un espacio literario, culto, estricto y respetable. Asimismo, el texto propone

también delimitar prácticas de tiempo libre femenino en la esfera pública,

relacionadas con el desarrollo espiritual y cultural de la mujer, determinando

nuevamente lo que a la mujer debe acatar por estar así legitimado:

“...debe gustar tanto de la cocina como del salón, y de los saludables ejercicios del campo,

como del teatro, y otros sanos placeres del espíritu” (3er. Párrafo, 2da. Columna, s/pp.).

Con la frase “sanos placeres del espíritu” podemos entender que si se valora

el tiempo libre de manera positiva, por oposición, se comprende que serán

consideradas enfermas todas aquellas prácticas corporales o carnales.

Por su parte, en el artículo titulado Jugando con el amor del 2 de octubre de

1927, de la editorial Iris N° 107 se manifiesta un rechazo a la práctica emergente

femenina que consiste en salir a divertirse en el espacio público, incorporándole el

sentido de que con esa actitud, se le expropia al hombre la libertad que éste tiene

de relacionarse e interaccionar con el sexo opuesto en su tiempo libre:

“Me parece que si una niña ama verdaderamente ... debería preferir permanecer en su casa

tejiendo, u ocupada en cualquier otra tarea doméstica a divertirse diariamente bailando con

otros hombres...” (5to. Párrafo,1ra. Columna, pp. 16).

En un intento por limitar el mundo de la diversión femenina, en el texto se

propone que la mujer convierta ese espacio libre en un tiempo ocupado en la esfera

privada, sin dejarle opción para desarrollar el real sentido de su tiempo libre fuera y

dentro del hogar.

En el siguiente párrafo podemos observar como el autor hace explícita

finalmente su postura hegemónica al legitimar el rol de novia que espera a su novio

en el espacio privado y, por otro lado, rechaza a la mujer así comprometida que

altera el orden establecido al insertarse en el espacio público, pues dispone de su

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tiempo libre en prácticas nocturnas, como bailar tango o interaccionar con el sexo

opuesto, situaciones no aceptadas para la época:

“Pero existe una enorme diferencia entre permanecer en un rincón en espera de que el novio

pueda acompañarla, o brindar al mundo el poco edificante espectáculo de una novia que se

pasa el tiempo bailando tangos... con cuanto hombre lo solicite” (7mo. Párrafo, 2da Columna,

pp. 16).

Del mismo modo, se hace referencia al tiempo ocupado masculino, en tanto

el hombre lo emplee en el ejercicio de una carrera universitaria que lo prepare

como futuro proveedor, privilegiándose de esa manera el tiempo ocupado por

encima del tiempo libre y valorando positivamente la idea de dicho ejercicio:

“...El la acompaña todo lo que le es posible, pero está ocupadísimo terminando sus estudios

de medicina y no puede disponer de su tiempo en forma de salir todas las tardes y todas las

noches asistiendo a las diversiones a las cuales ella es tan aficionada” (2do. Párrafo, 1ra.

Columna, pp. 16).

En suma podemos afirmar que, para la década, los textos presentados no

legitiman para ninguno de los dos sexos el tiempo libre: por un lado, porque se

jerarquiza el tiempo ocupado del novio y se excluyen las prácticas femeninas de

diversión y, por otro porque, consecuentemente, se representa a un hombre que

cumple con el mandato dominante y una mujer que lo resiste, por lo cual esta última

termina siendo valorada negativamente en los discursos propuestos en contraste

con la valoración positiva que recae en el hombre.

4.2. Década del ‘80

El artículo titulado Adaptación a lo cotidiano del suplemento Sin Libreto del

diario Puntal del 13 de marzo de 1988, define el tiempo libre femenino como

asociado con las prácticas del chisme y de mirar telenovelas, caracterizadas como

maneras de escapar de lo doméstico:

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“...Muchas mujeres se sumergen en un mundo de fantasías y ensueños, que compensan la ‘crueldad’ de

la realidad. Así se llenan las horas con telenovelas, revistas de chismes o sencillamente se deleitan (¿y

a quién no le gusta?) chismeando con alguna vecina sobre algo nuevo que ocurre en el barrio” (9no.

Párrafo, 2da. Columna, pp.8).

Se supone aquí que determinados factores sociales de la realidad que vive la

mujer en el ámbito de lo doméstico crean necesidades que luego ella tratará de

satisfacer a través de ciertos medios como las telenovelas: La necesidad de huida o

evasión respecto de conflictos y tensiones cotidianas lleva a buscar alivio mediante

el consumo de medios (Katz, Blumler y Gurevitch, en Moragas, 1986).

Representar a la mujer como consumidora de telenovelas en su tiempo libre

es hegemónico en cuanto responde a la concepción naturalista que vincula a la

mujer con atributos como la afectividad, lo sentimental y que supone que el interés

femenino gira en torno a las relaciones amorosas de la vida privada. Agunos

estudiosos sobre la telenovela explican: ”que es un género de notable éxito popular

de fácil asimilación, con abundante emotividad y con una baja exigencia intelectual.

Es sin duda un espectáculo ya conocido previsto por el espectador”. (Aluzio y

Rector,1993: 47).

Por otra parte, con la práctica del chisme, la mujer pasa del mundo privado al

mundo público, es decir, que si bien su rol de ama de casa permanece, en ese uso

del tiempo libre que ella hace puede ejercer también su vida social. Al respecto, una

investigación realizada por Cecilia Inés Luque acerca de la historia de la narrativa

de escritoras hispanoamericanas nos explica cómo en esas conversaciones

(chisme) las interlocutoras hablan en privado y en confianza de su propia

experiencia, pero también de terceros y agrega que “’chismosear’ sirve para....

incorporarse eficientemente a la vida social... (en Forastelli y Triquell, 1999: 215).

Representar a la mujer inmiscuida en los asuntos de la vida privada implica

configurarla desde una visión hegemónica. En el mismo artículo se despliega

también un cuestionamiento al tiempo ocupado de la mujer, en tanto se resignifica

el sentido de utilidad del tiempo libre:

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“...excesos de horarios... retribuciones que no alcanzan, etcétera, tendremos

un panorama en donde no queda espacio para el esparcimiento, la lectura, el

ocio, la investigación, la creación”. ( 17 Párrafo, 3ra. Columna, pp. 8).

Gilles Lipovetsky explica esta tendencia generalizada de necesidad de tiempo

libre: “la cultura hedonista del consumo ha exacerbado las aspiraciones de disponer

de más tiempo libre, más vacaciones y más diversiones, a la vez que ha ido

minando el culto al trabajo; .el placer y el pleno desarrollo del individuo se han

convertido en la finalidad máxima de la existencia” (en Casado y Agudíez, 1990:

49).

El artículo La plenitud de la vida después de los 40 a 50 años del diario puntal

del suplemento Sin libreto del 20 de diciembre de 1987 de la sección Nosotras, hoy

y aquí, nos muestra cómo una vez liberada de sus obligaciones en el ámbito de lo

doméstico, la mujer se encuentra con un tiempo libre que no sabe cómo desarrollar:

“...los hijos ya se han realizado... y abandonaron el hogar. La mujer que sólo se ha dedicado a

su hogar se encuentra vacía y sufre porque no sabe cómo desarrollar su vida y es altamente

peligroso ese momento si no hay posibilidades claras y definidas para llenar ese vacío” (3er.

Párrafo, 1ra. Columna, pp. 6).

Una manera dominante de integrar a la mujer en la vida social es orientarla

para su tiempo libre en actividades deportivas siendo esta sugerencia un modo de

reproducir la concepción naturalista que relaciona a la mujer con el atributo de

belleza femenina. Esta práctica no debe ser considerada como una obligación sino

como un esparcimiento para mejorar la calidad de su vida, con el objetivo -en este

caso- de obtener mayor placer sexual:

“Los ejercicios gimnásticos nos darán un cuerpo esbelto y nos harán sentir mejor, así como

podremos gozar en plenitud de nuestro sexo...” (6to. Párrafo, 2da Columna, pp.6).

Gilles Lipovetsky interesado en la transformación de las sociedades modernas

explica que en la mayoría de las sociedades democráticas hay un boom deportivo e

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interpreta que “cada cual practica el deporte ante todo para sí mismo, para

mantenerse en forma o para conservar la línea ...y sobre todo por el gusto. El auge

del deporte considerado como un placer y no como una actividad rigurosa sometida

a una disciplina“ ( en Casado y Agudíez, 1990: 53)

Analizando el artículo Masculinización de la mujer del 8 de diciembre de

1985 de Puntal vemos que la representación de mujer desviada aplicado en los

textos escogidos para la década del ’20, nos sirve aquí también para analizar

representaciones de identidades de género. Desde una visión hegemónica hay

rasgos residuales de la mujer desviada de los ’20, en cuanto al menosprecio de la

vida doméstica que ésta representa. La mujer de clase alta de Río Cuarto es

valorada negativamente por realizar prácticas vinculadas con la estética y el uso del

tiempo libre en la esfera pública; por tanto, se legitima más el tiempo ocupado

femenino que el tiempo libre:

“Muy distinta es la situación de las mujeres pudientes que carecen de vocación hogareña.

Siempre se quejan de nervios y dolorcitos. Y ocupan 44 horas por semana en deportes,

bailes, visitas, beneficencia, peluquería, canastas y modas” (Ultimo Párrafo, 3ra. Columna, pp.

7).

También es curioso observar cómo el autor valora como viciosas prácticas

masculinas de tiempo libre cuando son realizadas por la mujer:

“...Promiscuidad en las diversiones, adquisición de los vicios masculinos”

(19no Párrafo, 2da. Columna, pp. 7).

4.3. Algunas conclusiones

Hemos podido ver en el análisis de esta dicotomía que la visión hegemónica,

en la década del ’20, le prescribe explícitamente a la mujer las prácticas que ella

debe realizar tanto en el espacio privado como el público, las cuales siempre deber

estar resguardando su femeneidad a través del desarrollo espiritual y culto.

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Un elemento significativo que llama la atención en los ’20 es que las

actividades de tiempo libre que ella debe realizar requieren de cierto aprendizaje

para adquirir destrezas, por lo cual ese tiempo libre es al mismo tiempo un uso del

tiempo ocupado; en cambio en los ’80 la mujer no parece requerir ninguna

preparación previa ya que el significado de tiempo libre se diferencia claramente de

las ocupaciones. Por ejemplo, la mujer se ocupa de sus hijos y de la casa y en su

tiempo libre consume telenovelas y chismea con la vecina como una manera de

intervenir en la esfera pública.

Es importante señalar que las prácticas del tiempo libre que se mencionan en

los ’80, como el chisme y el consumo de telenovelas reproducen la idea de asociar

a la mujer con lo afectivo y refuerzan la concepción de vincular el interés femenino

a las prácticas del mundo privado; no obstante el uso del tiempo libre femenino se

legitima aún más cuando la mujer ya se ha liberado de tareas domésticas tales

como la crianza de los hijos.

Una movilidad importante de significados se produce en la propia visión

hegemónica dado que en los ’20 el espacio hogareño es descripto como el lugar

ideal de cualquier mujer en cambio, en los textos de los ’80, la vida doméstica es

vista como un lugar rutinario, agobiante y del cual hay que escapar

En la década del ’20 se advierte en los artículos la manifiesta intención de

encaminar a la mujer en su tiempo libre hacia prácticas relacionadas con el espacio

privado. Probablemente esto se deba a la emergencia de las diversiones nocturnas

con el sexo opuesto en lo público. Por tanto, observamos cómo, desde una postura

hegemónica, se opera para controlar y frenar el movimiento que tiende a alterar el

significado de mujer inserta preponderantemente en el espacio privado.

Tanto en la década del ’20 como en el ‘80 se muestra como ciertas prácticas

de tiempo libre están destinadas a mantener el significado de femeneidad y belleza;

por ejemplo, en los ’80 se le sugiere a la mujer que en su tiempo libre haga

gimnasia y cuide su aspecto estético.

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Finalmente, en los ’80, desde una postura hegemónica, se plantea la

necesidad de tiempo libre para ambos sexos. Posiblemente esto se deba a que la

tradición selectiva incorpora así la disponibilidad del tiempo libre en una cultura que

Lipovetsky (1998) denomina hedonista por contribuir a la búsqueda del placer y

desarrollo individual a través de prácticas de esparcimiento.

5. ARTEFACTOS FEMENINOS Y MASCULINOS

A continuación analizaremos cómo desde una visión hegemónica se prescribe

el empleo de artefactos que diferencia a hombres y mujeres, teniendo en cuenta lo

que estos artefactos comunican.

5.1. Década del ’20

El artículo Se necesita una muchacha de la revista Río Cuarto Ilustrado del 8

de agosto de 1920 N° 6 puede observarse claramente cómo la modernidad impone

sus mandatos con respeto al uso de artefactos femeninos; es decir, como permite

que la mujer acceda al consumo de los mismos, pero fijándosele límites en lo que

respecta a lo que debe transmitir, con aquellos, a los demás. Podemos ver como se

reprime a la mujer con el término “sencillez”, es decir que no trascienda con su

vestir el orden establecido, y a la vez se que ese pasar sencillo no le haga perder

femeneidad:

“...que vista a la moda, con sencillez y elegancia; que no envidie la suerte ni el collar de su

amiga...” (3er. Párrafo, 2da. Columna, sin/pp.).

Continuando con el mismo planteo, en los siguientes dos artículos de la

Revista Iris ubicados en la sección De Todo un Poco titulado Las flores y las damas

del 13 de febrero de 1927 N° 84 y Melenas y pantalones del 27 de marzo de 1927

N° 88 y se describen prácticas emergentes en cuanto al uso de artefactos que

invierten los modelos asignados tradicionalmente a hombres y mujeres. Para el

caso de la mujer se postula que le expropia al varón el cortarse el cabello y fumar

en público y, en el caso del hombre, al usar pantalón Oxford, expropia el ancho

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similar al de la pollera. Estas mutuas expropiaciones en el uso de artefactos de

hombres y mujeres es cuestionada desde una visión hegemónica:

“...siguiendo la moda talan sus cabellos... fuma cigarrillos rubios apestando su aliento con el

aroma de la nicotina; acorta sus polleras... y ensanchan sus escotes dejando maltrecho el

pudor...” (Las flores y las damas, 2do. Párrafo, 1ra. Columna, pp.2).

“...se han dado escándalos callejeros con motivo de que varios jovencitos se han lanzado a

exhibir pantalones “Oxford“, exageradamente anchos” (Melenas y pantalones, 1er. Párrafo,

1ra. Columna, pp.3).

En esta época, llamada los años locos, como es bien sabido emerge un

cambio importante en cuanto a las modas femeninas y masculinas en el mundo, lo

cual es vivido como parte de un sentimiento de emancipación. En el diario La

Gaceta se describe algunos de estos cambios en la mujer: “se deja de lado el corsé

(aunque se sigue usando la faja) y el talle baja las caderas. Las faldas se acortan a

la mitad de la pantorrilla. Se impone el cabello corto: con ricitos o con la nunca

afeitada, y a la garzón, de marcada tendencia varonil” (2000: 2).

Al principio del artículo Melenas y Pantalones su autor, aunque plantea su

postura favorable a la libre expresión de ideas, excluye los cambios

contrahegemónicos que parecen estarse produciendo en la sociedad con respecto

al uso de ciertos artefactos para hombres y mujeres que alteran las prescripciones

para uno u otro sexo asignadas:

“Hay sin duda, un derecho a vestir cada cual como le plazca, del mismo modo que el

pensamiento en su libertad magnífica, no admite modas ni uniformes” (2do. Párrafo, 2da.

Columna, pp. 3).

Nos repugna la mujer que se masculiniza tanto como el hombre que se afemina”.(5to. y 6to.

Párrafo, 4ta Columna, pp 4).

Se puede apreciar como hombres y mujeres que usan artefactos

considerados oposicionales a los esquemas culturales dominantes son valorados

entonces con las categorías de masculino para la mujer y afeminado en el caso del

varón. Se sanciona negativamente tanto al hombre como a la mujer porque esos

artefactos que usan no ayudan a identificar diferencias claras entre ellos desde los

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valores acreditados socialmente para cada uno por lo que el autor sanciona estas

apariencias y modales emergentes por referirse a una inversión de la dicotomía que

nos hace entrar en el terreno de la opacidad. Aquí se puede apreciar cómo es

necesaria una fachada personal predecible y fácilmente identificable para poder

interactuar en sociedad y no ser sancionado, y cuando esto no ocurre es posible

que corra riesgo la interacción misma así como sus participantes. Goffman se

refiere a la fachada personal como aquellos elementos de la dotación expresiva que

nos informan tanto del status como el rol del actuante e incluye entonces, además

de los artefactos aquí analizados, todos aquello que debemos “identificar

íntimamente con el actuante mismo y que, como es natural, esperamos que lo

sigan dondequiera que vaya” (1981: 53).

“Todo lo que tiende a trastocar la verdad de la Naturaleza nos producirá siempre un

movimiento de repulsa”.(Melenas y pantalones, 3er. Párrafo, 2da. Columna, pp. 3 ).

“Siempre habrá inversiones, como la naturaleza da monstruos...” (Melenas y pantalones, 5to.

Párrafo, 3ra. Columna, pp.4).

5.2. Década del ‘80

En el artículo Masculinización de la mujer del Diario Puntal del suplemento Sin

Libreto, correspondiente a la Sección Nosotras Hoy y Aquí del 8 de diciembre del

año 1985, su autor nos advierte sobre determinadas prácticas femeninas que

tienden a invertir lo que es propiamente femenino y lo que se considera

propiamente masculino. Se evidencia así un movimiento residual con respecto a los

textos de la Década del ’20 ya que en artículos de los años ’80 se cuestiona

también la adquisición de artefactos y prácticas masculinos, por parte de la mujer,

al tiempo que se invita a los lectores a valor tal hecho de manera negativa:

“Llaman la atención, por su aspecto, ropas y lenguaje. Consumen tabaco,

alcohol y practican el noctambulismo” (17mo. Párrafo, 2da. Columna, pp 7).

”...¿para Usted es femenina o masculina una mujer que fuma, bebe, trasnocha

y toma anticonceptivos?” (22do. Párrafo, 2da. Columna, pp. 7).

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5.3. Algunas conclusiones

En los ’20 observamos una representación hegemónica de mujer que accede

al consumo de artefactos, pero se la reprime al prescribirle que estos objetos deben

transmitir sencillez y femeneidad.

En cuanto al uso de artefactos femeninos y masculinos advertimos que se

reproduce la idea, en los discursos de la prensa de ambas décadas, de que debe

haber artefactos femeninos y masculinos claramente identificables para uno y otro

sexo. La visión hegemónica tanto en los ’80 como en los ’20 reproduce el mismo

significado de rechazo al juego de expropiaciones mutuas, entre sexos, en términos

de artefactos y prácticas, puesto que no se logra diferenciar una identidad de

hombre de una de mujer y viceversa. En consecuencia, esas expropiaciones son

valoradas negativamente al considerarse que masculinizan a la mujer y afeminan al

hombre.

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CAPÍTULO IV

CONCLUSIONES

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CONSIDERACIONES FINALES

ara desarrollar las conclusiones de esta investigación en la que

pretendimos observar y describir las movilidades y continuidades de las identidades

de género que se producen en la prensa en las década del ’20 y del ‘80 nos

remitimos a trabajarlas en función de la concepción naturalista-culturalista que

discutimos en el capítulo l y que fundaron las bases de la división en el género que

luego se acentuó en la modernidad a través del eje bipolar espacio público-privado

y sus concepciones derivadas.

En los medios que hemos analizado de los ’80, existe una tendencia naturalista

que refuerza la ubicación de la mujer en la vida privada, puesto que los textos se

orientan a legitimar una representación de mujer con base en la maternidad y en

el desempeño del rol doméstico, y aún cuando se produzca un reconocimiento

de la mujer trabajadora en el espacio público, (ejerciendo una doble tarea, dentro

y fuera del hogar), ese reconocimiento es subvaluado al tratar el espacio de la

mujer en el mundo del trabajo como una contribución menor y por lo tanto, seguir

suponiendo que el hombre es quien se encarga principalmente del rol de

proveedor.

Esa representación de mujer en el espacio se mantiene en las dos décadas

estudiadas, y no sólo en cuanto a las tareas domésticas, sino también en cuanto

a las prácticas de esparcimiento que están vinculadas al interior de la vida

privada. Respecto, de ese eje bipolar referido al tiempo libre, describimos que

en los ’20 las prácticas de hombres y mujeres se referían a tareas de “tiempo

ocupado”, mientras que en artículos de los ’80 surgen valoraciones críticas que

cuestionan el tiempo ocupado por rutinario y agobiante, lo cual genera el plantear

que existe una necesidad de tiempo libre para ambos sexos. Aún siendo así, en

la década del ‘80, a diferencia de los ’20, es de destacar que se cuestiona la vida

doméstica de la mujer, (se incorpora la valoración de ésta como rutinaria) pero,

P

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como hicimos notar en el análisis, sin discutir el hecho de que la mujer deba

estar vinculada a las actividades del hogar

En la década del ’20 se señaló que, desde una visión hegemónica, se pone

límites al ingreso de la mujer en el terreno laboral. Sin embargo, en los textos de

los ’80, donde se visualiza que hay una mayor aceptación de la mujer en ese

aspecto, resulta llamativo encontrarnos con una producción que consiste en

valorar la actividad de la mujer fuera del hogar, más que como una tarea de

tiempo ocupado, como una práctica de esparcimiento; naturalizando así el

ejercicio de la mujer en una doble tarea o doble rutina. Esto nos conduce a

pensar que esta valoración propuesta es una forma de fijarle límites a la salida

laboral femenina y, en consecuencia, reforzar su inclusión en el espacio privado.

¿Por qué la mujer es incorporada a la vida laboral? Touraine señala que esa

incorporación de principio de siglo se relaciona con el consumo: “La sociedad de

consumo impulsa masivamente a las mujeres y las transfiere desde los servicios

personales no mercantiles a otros sectores, especialmente los de la educación y

la salud“ (1994: 221). Con respecto al otro período estudiado, el ’80, vinculamos

esta mayor incorporación laboral femenina con los cambios que se suscitaron en

1983 con la crisis económica que afecta a la mano de obra masculina dejando

altos índices de desocupación, este avance femenino en el terreno laboral quedó

expuesto en democracia y género en la década del ’80.

Si detenemos ahora la mirada sobre cómo los discursos retomados de la prensa

representan al hombre desde lo dominante, en los ’20 y ‘80 observamos que se

mantiene a aquél alejado de la esfera privada. En lo que respecta a las tareas

del mundo doméstico, sin embargo, en los ‘80 se reconoce una producción

significativa que consiste en representar al hombre inserto en la vida privada en

interacción afectiva con los hijos. Consideramos que este desplazamiento es

importante porque la concepción naturalista, tal como quedó expresado en el

capítulo I, categoriza el atributo de la afectividad como válido para la mujer;

también esta representación es novedosa teniendo en cuenta que en la década

del ‘20 la paternidad no aparecía como temática en los discursos.

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Con todo, hemos destacado, en los ’80, el desplazamiento de la mujer hacia el

espacio público porque trabaja (sin considerarse proveedora) y del hombre hacia

el espacio privado en tanto se representa en su afectividad (sin dedicación en la

tareas domésticas). Sin embargo, vemos que para el eje sobre la participación

social (inclusión/ exclusión) no hubo movilidades en las valoraciones sobre

género manteniéndose la división de espacios. Lo que es más, en los textos de

los ‘80 se emplea el mismo fundamento de exclusión empleado en los ’20: se

supone que la mujer que participa en política pierde los atributos considerados

naturales, tales como la afectividad y la debilidad, ya que para tal postura, la

racionalidad, atributo opuesto y asociado necesariamente al quehacer político del

hombre, no se vincula a la mujer y, en ese sentido, no se legitiman las

expropiaciones.

Por otra parte, la comparación del desplazamiento femenino a la dimensión

laboral lo podemos cruzar con el eje dicotómico que caracteriza un tipo de

relación (sumisión/ autoridad) y que hemos empleado para analizar la vida de

hombres y mujeres representada en términos de sus interacciones en el ámbito

privado. Señalamos simplemente aquí, que al valorarse el trabajo femenino

como una contribución simplemente -lo que parece estar implicando que la mujer

no tiene aún la jerarquía necesaria para destacarse como verdadera proveedora

del hogar- no se legitima que la mujer tenga autoridad en la casa, y

probablemente, sea por eso que se mantiene la relación complementaria

descripta.

Luego de haber abordado las conclusiones que consideramos más relevantes

para nuestro trabajo y sus posibles interpretaciones estamos en condiciones de

responder a nuestro interrogante principal ¿Qué permanece y qué cambia en las

representaciones de identidades de género? Esta pregunta que puede parecer

simple, sin embargo posee cierta complejidad, por lo cual, teniendo en cuenta

que todo nuestro análisis gira sobre este interrogante, creemos conveniente

responderlo a partir del juego de expropiaciones mutuas sobre las

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representaciones de género puestas de manifiesto entre los opuestos de las

diferentes dicotomías y su posibles inversiones.

En cuanto a los binomios sumisión /autoridad, exclusión/ inclusión y artefactos

femeninos y masculinos, hemos visto que presentan conflictos, ya que en los

artículos, ante posibles expropiaciones, se ha “defendido” la posición del género

representada por cada categoría dicotómica; esto no significa que no haya

habido intentos de negociación o inversión, ya que de hecho en nuestro análisis

surgieron, sino más bien la afirmación de que para estos ejes existe una

marcada tendencia, principalmente, a la permanencia en el tiempo.

En cuanto a los ejes laboral/ doméstico y atributos femeninos y masculinos, ya

explicamos anteriormente cómo las representaciones habían presentado

desplazamientos hacia la categoría opuesta, pero no dejamos de reconocer en

estas movilidades ciertos elementos residuales. Teniendo en cuenta el enfoque

de Giddens sobre la teoría de la estructuración social vemos que en todo

proceso de cambio hay significados que permanecen, por ejemplo: la salida

laboral femenina es una expropiación de supuestos atributos asociados al

hombre, es decir un significado productor, que se incorpora al elemento que

permanece, cual es el de las funciones de la mujer asociadas a la vida privada.

Por otra parte, las dicotomías que no han sufrido movilidades entre décadas han

sido las de exclusión/ inclusión y sumisión/ autoridad, las cuales responden a

reglas circulares de relaciones asimétricas donde se instaura el poder masculino

y, en ese sentido, se hace evidente que en las argumentaciones expuestas, la

tendencia es hacia la resistencia en modificar aquello que compromete el

dominio de lo masculino.

Ante la evidente cantidad de artículos encontrados que representan a la mujer,

tanto en los ’20 como en los ’80, y observando que no sucede lo mismo en

cuanto a tematizar sobre el hombre, nos hemos preguntado a lo largo de esta

investigación: ¿porqué no se problematiza sobre género masculino y sí sobre

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mujeres? Nos resultó interesante saber que parte de la respuesta está en ver

que existe una relación directa entre lo que no se escribe con lo que no necesita

decirse en nuestra cultura. Reconocemos, entonces, que en las

representaciones sobre el hombre -tanto en los ‘20 como en los ’80- no hubo

movilidades ya que pudimos advertir, en los discursos analizados, que para el

género masculino parece casi siempre darse por sentado su posición y rol

tradicional y, por lo tanto, la visión hegemónica, en general, no necesita reforzar

ningún mandato. Excepto en los ’80, a partir del eje sumisión femenina/ autoridad

masculina donde la representación de hombre supone una perdida de su

autoridad en el hogar y se convierte en débil; esta inversión del posicionamiento

masculino conduce a algunos autores a verse en la necesidad de controlar este

cambio, haciendo explícita su tendencia a valorar al hombre positivamente si

cumple con su funciones naturalizadas.

También creemos que se problematiza más sobre género femenino porque a

través de los textos pudimos advertir que la mujer es quien está movilizando

estructuras de inversión de los ejes dicotómicos representantes de lo

hegemónico; es decir que se produce cambios en la realidad que los medios

resisten y valoran, según sean las concepciones dominantes de las diferentes

épocas. Con ello, confirmamos la postura de Williams cuando observa que la

visión hegemónica de los medios necesita reforzar roles, espacios y valoraciones

cuando se enfrenta con una oposición que tiende a alterar el orden dominante y,

para nuestro caso, léase feministas de los ’20 como de los ’80.

A lo largo del trabajo hemos reconocido un importante número de discursos

contrahegemónicos, en el marco de los cuales pudimos revelar que en los ‘80 este

discurso tiene una continuidad con respecto a los ‘20, ya que se reproducen

cuestionamientos a las estructuras patriarcales desafiando y resistiendo el orden

establecido; y demostrando así que las diferencias de género son sociales y no

naturales y se trata de identificarlas desde el plano de la significación. Además,

hemos podido reconocer que en las dos décadas hay argumentos que muestran un

paralelismo entre lo que la visión hegemónica refuerza y lo que la perspectiva

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oposicional cuestiona; sospechamos entonces que la fuerza del movimiento

emergente feminista de los ’20 orienta a los medios a reforzar lo dominante y a

excluir lo que se le opone.

Haciendo el intento de profundizar sobre la tendencia de los medios de

comunicación analizados en cada una de estas décadas, nos parece importante

mencionar concretamente el tratamiento periodístico por editorial, en la década del

’20, porque nos encontramos con posturas hegemónicas y oposicionales que se

encuentran claramente diferenciadas por revistas. Resumidamente podemos afirmar

que Río Cuarto Ilustrado, Vida Riocuartense e Iris tienen una tendencia

preponderantemente dominante en cuanto al género. En cuanto a la Revista Ariel se

caracteriza, a nuestro entender, por orientar sus contenidos en términos de un

directo enfrentamiento hacia lo instituido.

En cambio, en los ’80, observamos que un mismo medio posee una diversidad

de significaciones como lo es el suplemento Sin Libreto del Diario Puntal, el cual

presentaba en su interior discursos con posibilidades diferenciales de lectura,

dificultando reconocer la postura editorial con respecto al tema que nos ocupa. Esta

característica que encontramos en dicho medio creemos se corresponde con el

planteo de Lozano Rendón (1996) quien interpreta que esta diversidad discursiva se

debe al interés económico del medio por maximizar los públicos favoreciendo la

polisemia en sus mensajes.

Observamos que en los ’20 los medios de prensa con una posición dominante

prescriben mensajes de género y la tendencia general es controlar los

significados cuando se advierte movilidad en determinadas concepciones que

caracterizan las estructuras del patriarcado tradicional; sin embargo en los ’80

nos atrevemos a decir que los medios quizás refuerzan significados, pero a

modo de sugerencia y de manera más sutil por su carácter negociador, aún

cuando representen explícitamente mensajes oposicionales que como hicimos

notar introducen cuestionamientos que aparecen también en los ’20.

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De lo anteriormente expuesto, podemos afirmar que los medios en general

reproducen la visión hegemónica, ya que sus mensajes defienden

preferentemente las interpretaciones dominantes sobre género, es decir que

legitiman los ejes dicotómicos con los cuales hemos caracterizado la

modernidad. Se puede decir además que los medios estudiados introducen

contenidos que aparecen como incuestionables y una manera de hacerlo es

naturalizándolos a través de valoraciones acreditadas socialmente, por ejemplo,

si recordamos la exposición sobre la doble responsabilidad que le compete a la

mujer dando por sentado que es ella quien debe realizar las tareas del hogar

cuando trabaja afuera.

A lo largo de todo el trabajo el lector habrá podido apreciar -y esto se traduce

probablemente en una posible limitación de nuestro trabajo- que la dicotomía que

tal vez quedó pendiente de profundizar fue la de tiempo libre femenino y

masculino. Consideramos que sería interesante continuar investigando este

binomio en el contexto sobre todo de los ’80, donde parece cobrar notoriedad el

tema del ocio debido a la cada vez más baja propuesta laboral y a la decadencia

del “culto del trabajo”.

Creemos también que este trabajo, enmarcado en comunicación y género y que

comienza en un seminario de la carrera donde el estudio del tema se tradujo

únicamente para la mujer, se ha profundizado en esta instancia de tesis, ya que

se incorporaron reflexiones sobre las representaciones del hombre. Por lo tanto,

hemos redimensionado y ampliado el alcance del trabajo y, sumado a ello,

también incorporamos una mayor cantidad de discursos a ser analizados, así

como profundizamos sobre las discusiones teóricas con una nueva herramienta

teórica proporcionada por autores como Wiliams y Giddens que nos brindaron la

posibilidad de comprender mejor los complejos procesos de cambio y

permanencia de significados que se dan en los medios de comunicación.

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Y en suma, lo expresado viene a unirse con la incorporación del análisis

hermenéutico como metodología que nos fuera de utilidad para comprender de

manera más profunda la tendencia que se manifiesta en los discursos de los

medios frente a la problemática de género tomando como base los esquemas

dicotómicos representativos de la modernidad.

Page 91: 2003-REPRESENTACIONES E IDENTIDAD DE GENERO EN LA PRENSA LOCAL DEL SIGLO XX. DECADAS DEL 20 Y 80

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ANEXOS

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1. REFERENCIAS DEL MATERIAL ESCOGIDO PARA EL ANÁLISIS

TÍTULO ARTÍCULO FECHA SECCIÓN N° y pp.

ARIEL

Colaboración femenina 10de agosto de 1926 Colaboración

femenina

n° 1 pp. 10

La mujer y la sociedad 20 de agosto de

1926

Colaboración

femenina

N° 2 pp. 8

La mujer y el niño ante la

ley

30 de agosto de 1926 Colaboración

femenina

N° 3 pp. 4

La mujer y el trabajo 10 de setiembre de

1926

Colaboración

femenina

N° 4 pp.

3y4

La mujer como valor

social

30 de setiembre de

1926

Colaboración

femenina

N° 5 pp.

4y 5

VIDA RIOCUARTENSE

Se necesitan madres 10 de mayo de 1925 Sin Sección N°13 pp. 7

RÍ O CUARTO ILUSTRADO Se necesita una muchacha 8 de agosto de 1920 Sin sección N° 6 S/pp.

IRIS A la conquista del hombre,

las añagazas femeninas 16 de agosto de 1925 Sociales n° 6 pp.13

A la conquista del hombre,

las armas del combate 23 de agosto de 1925 Sociales n° 7 pp. 8

Los solterones 4 de octubre de 1925 Sin sección n° 13 pp. 5

Los artificios femeninos, el

cuerpo 15 de noviembre de 1925 Sin sección n° 19 pp. 8

Los artificios femeninos, la

mujer 17 de enero de 1926 Sin sección n° 28 pp. 15

Los artificios femeninos ,la

mujer, su encanto 24 de enero de 1926 Sin sección n° 29 pp. 15

Feminismo 23 de mayo de 1926 Sin sección n° 46 pp. 4 El solterón 30 de mayo de 1926 Sin sección n° 47 pp. 12

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La mujer fuerte 5 de diciembre de 1926 Sin sección n° 74 pp. 13 El matrimonio 2 de enero de 1927 Sin sección n° 78 pp. 10 La vida de muchas jóvenes 18 septiembre de 1927 Sin sección n° 106 pp. 15 Las flores y las damas 13 de febrero de 1927 De todo un poco n° 84 pp. 2 Melenas y pantalones 27 de marzo de 1927 Sin sección n° 88 pp. 3 Conserva tu individualidad 18 de setiembre de 1927 Sin sección n° 106 pp. 16

Jugando con el amor Del 2 de octubre de 1927 Sin sección n° 107 pp. 16

DÉCADA DEL ‘80

RÍO REVUELTO La mujer en río cuarto 1986 Sin sección n°1 s/pp

SUPLEMENTO SIN LIBRETO, DIARIO PUNTAL La mujer lo debil de la

sociedad 20 de marzo de 1988 Nosotras, hoy y aquí pp. 6

Adaptación a lo cotidiano 13 de marzo de 1988 Sin sección pp. 8 Masculinización de la mujer 8 de diciembre de 1985 nosotras, hoy y aquí pp. 7 La figura paterna ayer y

hoy 21 de junio de 1987 Sin sección pp. 5

La plenitud de la vida

después de los 40 a 50

años

20 de diciembre de 1987 Nosotras, hoy y aquí pp. 6

Viendo espejismos 2 de diciembre de 1984 Cocina de mi tía pp. 7 Nos falta piolín 16 de marzo de 1986 Cocina de mi tía pp. 7 Paternalmente 21 de junio de 1987 Cocina de mi tía pp. 7

2. CARACTERíSTICAS DE LAS EDITORIALES QUE ANALIZAMOS

Ariel: En 1926 se difunde la revista decenal “Ariel” dedicada a la parte cultural de

entonces. Esta publicación se adquiría por medio de suscripción. Es una revista

que destaca la valoración hacia el pueblo, lo popular, la clase trabajadora, la

juventud que estudia, avala la idea de progreso de la modernidad. En su interior

hay una sección denominada Colaboración femenina que cuenta con notas

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firmadas por distintas colaboradoras que tratan el tema de la mujer en el espacio

público: trabajo, participación política, derechos civiles y su papel en la sociedad.

Vida Riocuartense: es una publicación de muy corta duración, de tirada semanal,

aparecía los sábados y luego comenzó a circular los días domingos. Nace el 25 de

febrero de 1925 y desaparece el 7 de julio del mismo año para darle inicio a Iris (

otra revista de publicación local) . Vida Riocuartense era una revista de interés

general donde se trataban temas tanto agropecuarios como de interés para los

ciudadanos. Contenía comentarios de fútbol, sociales, mucha publicidad,

información de interés general, humor e incluía en sus notas las zonas vecinas de

Río Cuarto. Tenía un fuerte acento nacionalista.

Iris: Aparece en 1925, revista semanal que se adquiría por suscripción. La mayoría

de los artículos de género que encontramos para el análisis estaban relacionados

con aspectos de la vida privada más precisamente, la temática de la vida

sentimental, de la conquista, el galanteo, la relación matrimonial. Dentro de la vida

afectiva contiene dos secciones fijas de las cuales contamos con algunos números:

“ Los artificios femeninos “ y a “la conquista del hombre”. También seleccionamos

de las revistas otros artículos que si bien no estaban encuadrados dentro de las

secciones que mencionamos, igualmente nos parecieron relevantes, ya que eran

representativos para la construcción de identidad de hombre y mujer en la esfera

privado. Las temáticas de éstos incluyen estética, modos de actuar.

Río Cuarto Ilustrado: Nace en 1920 y como semanario ilustrado es de corta

duración. Esta revista se adquiría por suscripción, tenía corresponsales, el perfil

ideológico era fuertemente nacionalista. Entre sus contenidos figuraban notas sobre

arte, cultura, fútbol, música, también les brindaba un espacio a notas sobre turismo

y resaltaba la nueva arquitectura de la ciudad.

Sin Libreto: Este suplemento de la década del ‘80 corresponde a la editorial de

Puntal, publicado los días domingos, con artículos de interés general destinados a

la familia, las mujeres y hombres. Éste desaparece en 1989 para darle entrada a

otro suplemento que se llama “Rostros y Rastros”.

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Río Revuelto: Esta revista se edita en la década del ’80 con nueve números en los

años 1986 1987, cuyos directores eran Jericles y Ham, dos conocidos humoristas

gráficos de Río Cuarto, en esta década esta editorial se caracteriza por ser de humor

gráfico y dibujo de historietas, pero también se presenta con varios colaboradores

como Dillon Susana, Sánchez Ricardo, Aimar Oscar, Julián Juan Carlos, donde la

propuesta era brindar temáticas de interés general, artículos costumbristas y un poco

de satírica que en otros medios masivos de comunicación no se instalan.