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HISTORIA DE LA IGLESIA Siglos I - IV per Josep M. Martí i Bonet Barcelona, 21 de setembre de 2012

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HISTORIA DE LA IGLESIASiglos I - IV

per Josep M. Martí i Bonet

Barcelona, 21 de setembre de 2012

© autor del text

Autoedició setembre 2012

“Nosotros somos los testigos”Proponerse escribir una historia de la Iglesia católica puede parecer un atrevimiento y tal vez lo es. Asimismo debo confesar que circunstancias varias me han impelido a hacerlo. Son tantas las clases, conferencias, congresos, estudios, artículos, etc., que al final, no sé porqué, me he visto obligado a plasmarlo todo sin más miramientos. No sé si debo pedir perdón, pero sí que suplico al lector paciencia e indulgencia. Es cierto que he dudado si calificar estas líneas como un prólogo o como un epílogo, ya que más bien se trata una introducción-prólogo que intenta expresar el porqué de este voluminoso libro. También debo decir que no se trata sólo de un estudio histórico más sobre la Iglesia, sino que es más bien la plasmación escrita de una fuerte experiencia propia sin ningún tipo de pretensión, con toda sencillez; simplemente porque me gusta, porque me divierto. Pese a todo, esta publicación ha sido fruto de un conjunto de esfuerzos, estudios y de un saber escuchar a los numerosos alumnos que he tenido durante más de cincuenta años de docencia en el Seminario, Facultad de Teología, Instituto Superior de Ciencias Religiosas, Universidad (aulas de la gente mayor), congresos, y últimamente en la Universidad Ramon Llull (facultades de Filosofía y de Humanidades). También debo decir que esta tarea no ha sido consecuencia de una simple y superficial profesión, sino de una divertida, folgada y ferviente vocación que paulatinamente ha ido creciendo dentro de mí. De todas estas experiencias, profesión y vocación, deseo hacer partícipes a mis pacientes lectores. Que el buen Dios —el gran protagonista de la historia— nos ayude, y a mí me perdone tan exagerado atrevimiento.

1. INTRODUCCIÓN

• “Nosotros somos los testigos” • La gran prueba • Explicando algunas páginas de la historia • Cristo histórico • División de la historia de la Iglesia. Fuentes y tradición • Esquema cronológico

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Como acabo de manifestar, por encima de todo, en mi ánimo, tengo una fuerte sensación de agradable, tenaz y permanente experiencia, al comprobar, a través de tantos documentos —de los cuales tengo la custodia como archivero— la belleza, el encanto y el atractivo de la obra creada y fundada por Jesucristo: cómo es su Iglesia, de la cual yo mismo formo parte. Cuanto más la conozco, más la admiro con los ojos del corazón (según palabras del mismo san Pablo). En ella existe muchísima sublimidad y esplendor, pese a las deficiencias y pecados de algunos de sus miembros a lo largo de su prolongada historia y todavía actualmente.

He dicho que me gustaría plasmar por escrito un conjunto de experiencias —algunas de ellas muy íntimas— que me han marcado al conocer la vida de esta Iglesia a través de su historia. Es cierto que he tenido la sensación —o tal vez la certeza— de haber captado las dos ideas claves gracias a las cuales podemos definir qué es la edad antigua y la medieval de la historia de la Iglesia; o al menos las características que yo considero esenciales. Son las claves explicativas —siempre según mi parecer— del conjunto de los hechos, causas y evoluciones que forman el tejido histórico de estos trece primeros siglos de historia. He aquí el enunciado de estas dos ideas, que he querido que formasen parte de los subtítulos de las dos partes de este libro: ‘Su fe —la de la primitiva Iglesia— es la nuestra’ y ‘Europa nació cristiana’. En la primera aseveración se indica que la fe y la vida caritativa de la Iglesia primitiva son idénticas —en lo esencial— a las de la Iglesia del siglo XXI. Y eso da la seguridad y a la vez la certeza de estar en el buen camino de lo que quería y quiere Jesús. En la segunda afirmación se determina el origen de la sociedad medieval, de la que cabe destacar la característica más eminente y definitoria: la conciencia de Europa, una Europa esencialmente cristiana. ¡Qué diferente es el concepto de Europa plasmado en la Constitución de 2005! En ella no se hace ni la más mínima mención de sus raíces cristianas.

La primera constatación que observamos es que, entre los cristianos de la Iglesia primitiva, reinaba la certeza, convencimiento y seguridad del mensaje cristiano, que no era otro que la afirmación de que Jesucristo-Dios se había revelado con los grandes misterios de la redención; especialmente su encarnación y resurrección. Es muy grande el impacto que los apóstoles y discípulos recibieron ante la presencia de Jesús resucitado. San Juan fue uno de los primeros —por no decir el primero— testigos de la existencia, vigor y esplendor de Jesús resucitado. Juan, exuberante, nos expresa en qué ha consistido su experiencia histórica y vital: “Nosotros lo hemos oído, lo hemos visto con nuestros propios ojos, lo hemos contemplado, lo hemos tocado con nuestras propias manos. Queremos decir la Palabra de la vida (la persona de Jesucristo), ya que la vida se ha manifestado, y nosotros la hemos visto y dando fe de ello os anunciamos la vida eterna, que estaba con el Padre y ahora se nos ha aparecido. Y ahora os anunciamos también a vosotros lo que hemos visto y sentido para que tengáis comunión con nosotros, que estamos en comunión con el Padre y con Jesucristo, su Hijo” (Juan 1, 1-3).

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Conociendo la vida de Jesús y la continuación de la misma, que es la historia de la Iglesia, percibiremos la revelación del mensaje de Cristo, hecho carne e historia para nuestra salvación. He aquí la grandeza de su historia. Consiste en esta sublime experiencia, gracias a la cual, nos encontramos ante el mismo Cristo, al que tocamos, palpamos, sentimos y amamos. Y así es cómo la historia de la Iglesia no se convierte en un elenco de hechos pretéritos, sino en una vivencia y permanencia de Cristo en nosotros. Jesús se hace presente en la historia de la Iglesia y en cada uno de nosotros. He aquí su excelencia.

La gran pruebaEn este momento me gustaría hacer con el lector lo mismo que haría con los alumnos al mostrarles por primera vez este libro, ya que una de las sensaciones más agradables que puede tener el autor de un libro es hacer partícipes a los otros de su obra. Empezaré con la grande y aterradora prueba que la persecución supuso para la Iglesia primitiva entre los años 43 y 313. Descubrir la condición de ser discípulo de Jesús representaba la condena más ignominiosa, una muerte con terribles suplicios. Nos debemos poner en la piel de aquellos perseguidos, infamados y ajusticiados cristianos primitivos para entender la gran prueba a la que la misma historia les sometió. En este preciso momento, cuando empieza a tratarse el tema de las persecuciones de los cristianos, hay que recordar las palabras del primero de los mártires, el inocente Jesús: “A vosotros que escucháis —que leéis el evangelio— yo os digo: amad a los enemigos, haced el bien a los que no os aman, bendecid a los que os maldicen, rogad por aquellos que os ofenden. Si alguien te pega en una mejilla, ponle la otra. Si amáis a quien os ama, ¿quién os lo debe agradecer? También los pecadores aman a quienes les aman. Si hacéis el bien a aquel que también os lo hace a vosotros ¿quién os lo tiene que agradecer? También lo hacen los pecadores. Vosotros tenéis que amar a los enemigos. Entonces vuestra recompensa será grande y seréis hijos del Altísimo, que es bueno con los desagradecidos y con los malos. Debéis ser compasivos como lo es vuestro Padre. No juzguéis y Dios no os juzgará. No condenéis y Dios no os condenará. Absolved y Dios os absolverá. Dad y Dios os dará. Volcará sobre vuestro regazo una buena medida atiborrada y rebosante hasta derramar. Dios os hará la medida que vosotros habréis hecho” (Lc 6, 27-38). Y en otro fragmento del evangelio de san Lucas, Jesús predice las persecuciones inminentes: “Pero antes de todo eso os cogerán, os perseguirán, os llevarán a las sinagogas y a las prisiones y os harán comparecer ante los reyes y los gobernadores a causa de mi nombre. Será el momento de dar testimonio. Debéis estar decididos a no preparar ninguna defensa: yo mismo os daré una elocuencia y una sabiduría que ninguno de vuestros adversarios será capaz de resistir o de contradecir. Seréis traicionados incluso por vuestros padres, hermanos, parientes y amigos, y matarán a algunos de vosotros a causa de mi nombre” (Lc 21, 12-17). Pero siempre habrá que perdonar de corazón a los verdugos y calumniadores. En el evangelio de san Marcos, Jesús vuelve a predecir las persecuciones: “Quien quiera salvar su vida, la perderá; pero quien la pierda por mí y por el Evangelio la salvará” (Mc 8, 35).

INTRODUCCIÓN

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La persecución y el dar testimonio de la creencia cristiana serán retribuidos con un gozo inmenso y la gloria del cielo: “Felices vosotros cuando, por causa del Hijo del hombre, la gente os odiará, os rechazará, os insultará y denigrará el nombre que lleváis (“ser cristianos”). Aquel día, alegraros y haced fiesta, porque vuestra recompensa será grande en el cielo. Lo mismo hacían sus padres con los profetas” (Lc 6, 22 y 23).

Calumnia, acusación, martirio, muerte y seguridad de alcanzar el premio eterno, son los hitos del itinerario de muchísimos cristianos primitivos y, pese a todo, los discípulos de Jesús perdonaban; siempre iban al martirio con la alegría de quién espera que el buen Dios premie tanta pena y sufrimiento. No obstante, es preciso recordar, que las persecuciones son el efecto de un gravísimo enfrentamiento de ideas de dos mundos que no se entendían. Sería injusto imaginarse que todos los paganos fuesen gente sedienta de sangre; pero la causa de las persecuciones será siempre un enigma para todos aquellos que las estudian con unos criterios objetivos e históricos. Este enigma no logró nunca resquebrajar la monolítica fidelidad a Jesucristo, que quiere que se perdone hasta siete veces siete a quienes nos ofende. Por otra parte, no hay duda de que en aquel periodo, entre los paganos, encontramos hombres de gran humanidad; algunos eran emperadores (Tito, Trajano, Marco Aurelio, Septimio Severo e incluso el mismo Diocleciano), otros magnánimos filósofos (estoicos y platónicos), pero serían muchos los que no podían estar de acuerdo con la lastimosa e injusta muerte de tantos inocentes. El fenómeno de las persecuciones continúa siendo hoy un insondable enigma, pese a que los que promulgaban y ejecutaban los edictos, con rescriptos y leyes contra los cristianos, serían culpables de un monstruoso delito. Los discípulos de Jesús siguiendo el ejemplo del divino Maestro, perdonaban de corazón a sus verdugos.

Explicando algunas páginas de la historiaCreo que es importante explicar algunos aspectos y puntos que me han llamado la atención durante la redacción de esta primera parte —de historia antigua— del libro. Los presentamos, de forma que tal vez parezca inconexa, siguiendo el orden de las páginas.

• Me impresiona el esfuerzo que hicieron los cristianos primitivos, ya muy tempranamente, por recoger todos los datos para la historia. Así Papías quiere explicar los “hechos del Señor” haciendo constar todo cuanto los apóstoles habían expuesto de Jesucristo: hechos, milagros y doctrina. El mismo Ireneo, conocedor de la tradición de la predicación de san Juan en Éfeso, afirma que de pequeño le gustaba escuchar con toda diligencia, procurando tomar nota de todo, no sobre el papel sino en el corazón. Entendía y amaba.

• El autor de la Carta a Diogneto afirma de los cristianos que “son el alma del mundo, son los que salvan la humanidad. Sin embargo ellos viven en el mundo pero no son del mundo; a pesar de no ser diferentes, viven en

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sus patrias, pero como si fuesen forasteros. Toda tierra extraña es patria para ellos y toda patria les es tierra extraña, pues su patria es el cielo”.

• Los cristianos vivían la alegría del mensaje de Cristo. Eran hombres y mujeres inmensamente alegres que huían, pese a las persecuciones, de la malvada tristeza.

• Existe un curioso testimonio que nos da a conocer quiénes eran los parientes de Jesús: hombres sencillos, que no se distinguían por sus cualidades humanas, sino por su tenaz creencia en que Jesucristo había muerto y resucitado. El emperador Domiciano les despreció, pero dejó de perseguirlos, pues consideró que eran gente inculta e incapaz de hacer daño al Imperio.

• En la carta de Plinio el Joven dirigida a Trajano encontramos un retrato de los cristianos a inicios del siglo II: qué hacían, qué creían y cómo se reunían para celebrar la eucaristía entonando cánticos a Jesús y como Dios que era.

• Arístides de Atenas nos explica detalles muy significativos de los cristianos: “Son del linaje de Jesucristo. María es la madre de Jesús, ella lo alumbró sin fecundación ni desfloración...”. Los cristianos se caracterizan por una estricta moral y por una fe inalterable y un seguimiento infranqueable a la doctrina de Jesucristo; doctrina que en sus principales rasgos coincide con la fe y el modo de actuar de los cristianos del siglo XXI. Esta constatación es de gran importancia para todos nosotros.

• Una de las ilusiones más grandes y gratificantes para los que estudiamos la historia de la Iglesia primitiva es el profundo conocimiento de la vida de las primitivas comunidades. Entre los capítulos 18 y 23 intentamos responder a los siguientes interrogantes: ‘¿Quiénes eran los cristianos de la Iglesia primitiva?’ ‘¿Por qué eran perseguidos?’ ‘¿Cuál era su moral?’ ‘¿Cuáles eran sus virtudes?’ ‘¿Cómo se puede definir la Iglesia y cuáles eran las características fundamentales de esta ecclesia instituida por Jesucristo?’ ‘¿Cuáles eran los sacramentos de los cristianos y sus libros sagrados?’ ‘¿Qué esperaban los cristianos, que hasta daban sus vidas por alcanzar un deseo tan constante como intenso?’

• Los consejos evangélicos, especialmente la pobreza, aparecen en la literatura de los cristianos primitivos insistentemente, ya que para ser cristiano había que romper con las malicias del mundo. A los cristianos se les exigía mucho. En primer lugar los catequistas les enseñaban que los pobres eran los predilectos de la Iglesia a la vez que los incitaban a poner en común todos sus bienes. De aquí el elogio a la pobreza. Minucio Félix (siglo II) afirma: “Los cristianos tenemos fama de ser pobres y eso no es ninguna deshonra para nosotros, todo lo contrario, es nuestra gloria. Pues si el lujo debilita las almas, la vida sencilla las fortalece. A

INTRODUCCIÓN

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nosotros nos pasa lo mismo que a aquel caminante que avanza cada vez más contento cuanta menos carga lleva”. Si los cristianos son pobres en favor de los indigentes, la pobreza deviene caridad.

• El amor al prójimo o caridad fraterna es constante en el cristiano primitivo. En primer lugar hay que amar a quien nos transmite el mensaje cristiano. Pseudo-Bernabé afirma: “No seas de los que extienden la mano para recibir y la retiran cuando se trata de dar. Amarás como a las niñas de tus ojos a quienes te hablen del Señor”. Los cristianos forman un solo cuerpo. Son como las piedras que levantan el templo del Señor y su altar (véase Orígenes y Tertuliano). Y el Pseudo-Bernabé afirma: “Me veo absolutamente forzado a amaros más que a la propia vida, porque son grandes la fe y la caridad que tenéis por la esperanza en la vida divina”.

• Es admirable observar que las características fundamentales del dogma cristiano expuestas antes del concilio de Nicea por los padres apostólicos y los apologistas, coinciden con las de los primeros grandes concilios trinitarios y cristológicos (de Nicea a Calcedonia). Se confiesa que Dios es ‘uno’ y ‘trino’, que el Verbo (segunda persona de la Trinidad) es Dios como también lo es el Espíritu Santo, que Jesucristo es verdadero Dios y verdadero hombre, que en Jesucristo existe una sola persona con dos naturalezas inseparables gracias a la unión hipostática, que Jesucristo murió y resucitó por la salvación de la humanidad, que María —virgen y madre— es la Zeotokos. Estas creencias forman un bloque inalterable y constante, a pesar de las ricas y variadas formulaciones.

• Si seguimos el índice temático del pensamiento cristiano y las características fundamentales de su vida (índice que va desde san Clemente Romano (a. 88) hasta san Cipriano (a. 250)), encontramos, otros temas más allá de los anteriores: las actas de los martirios, fidelidad en el matrimonio, ágape y eucaristía, agua y creación (“Dios mandó a las aguas que produjesen vida. Es digno de admiración que en el bautismo a través de ella se dé nueva vida”). También en el índice encontramos los siguientes temas: la alegría de los cristianos, ángeles, Antiguo Testamento y alegorías, el aborto y los cristianos, obispos, blasfemias contra Jesús, causa común de los cristianos, conocimiento de Dios, cuerpo místico, Cristo pontífice es propiciación, cristianos y filosofía, los cristianos y los herejes, los cristianos y los judíos, los cristianos y el amor a la vida, los cristianos iguales a los otros hombres, los cristianos no deben ser gandules, los cristianos son buenos ciudadanos, el ayuno entre los cristianos, diáconos, el domingo y los cristianos, las mujeres y los cristianos, la escatología de los cristianos, concepto de la Iglesia, Eva y María, gnosis y gnósticos, jerarquía, liturgia, el problema del mal, oración de los cristianos, primado del Papa, Pascua, el pecado entristece el Espíritu Santo, rezar de rodillas, presbíteros, resurrección, sacrificios

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antiguos, sagrada escritura y tradición, soldados y cristianos, sucesión apostólica, unidad de los cristianos, viudas, virginidad, visión beatífica, etc.

He mencionado los cuarenta y cuatro puntos que, según mi criterio, pueden interesar más en el estudio de la historia de la Iglesia antigua. A pesar de que pueda parecer que no existe entre ellos una conexión lógica, no es así, pues todos los temarios que presento tienen una obvia vinculación interna y se pueden agrupar en grandes bloques:

1. Fuentes y testimonios de la Iglesia primitiva desde el año 88 hasta el 250. Ministerio en la Iglesia hasta el año 150. Apologistas y opositores de la herejía gnóstica.

2. Las persecuciones y sus causas.3. Clemente de Alejandría, Orígenes, Hipólito romano, Tertuliano y Cipriano.4. La vida de las primitivas comunidades.5. La paz y la tolerancia desde el periodo de Constantino (capítulo 14).6. Las herejías de los siglos IV-VI y los grandes concilios ecuménicos.

Cristo históricoEncontramos frases en los evangelios que por más que las leamos nos resultan nuevas y impresionantes. Por ejemplo: “La Palabra se ha hecho hombre” (Ju 1, 14), “Ha venido a su pueblo” (Jo 1, 11). La encarnación del Verbo, Jesucristo, verdadero Dios y verdadero hombre, es un altísimo misterio a la vez que un gran hecho histórico de la humanidad: “Cuando llegó la plenitud de los tiempos —nos dice san Pablo—, Dios envió al mundo a su Hijo” (Gal 4, 4). Es el inicio del itinerario del cristianismo. No está de menos, pues, comenzar la historia eclesiástica con estas afirmaciones y constataciones históricas. Son la raíz de la historia eclesiástica; la existencia histórica comprobada de Jesucristo y la fundación de su Iglesia. Que Jesús existió no se puede poner en tela de juicio. Son tan numerosas las fuentes que lo testifican que sería escandalosa su negación: los Evangelios (san Mateo, san Marcos, san Lucas, san Juan), los Evangelios Apócrifos, los Hechos de los Apóstoles, las epístolas de san Pablo (a los romanos, a los de Corinto, 1ª y 2ª, a los de Galacia, a los de Éfeso, a los de Filipos, a los de Coloses, a los de Tesalónica (1ª y 2ª), a Timoteo (1ª y 2ª), a Tito, a Filemón, epístola a los hebreos), las epístolas de san Jaime, de san Pedro (1ª y 2ª), de san Juan (1ª, 2ª y 3ª), de san Judas, y el Apocalipsis. Todos ellos son testimonios históricos de la existencia, doctrina y obra de Jesucristo —la Iglesia—, pero no son los únicos; existe una multitud de fuentes muy próximas a Jesucristo. Nos referimos a los textos de los Padres Apostólicos, o sea, los discípulos de los apóstoles: san Clemente Romano, san Ignacio de Antioquía, san Policarpo de Esmirna, Papías, el pastor de Hermas, el Pseudo-Bernabé y la didajé (o doctrina de los doce apóstoles). También encontramos testimonios en fuentes no cristianas: Tácito en sus Annales, Suetonio en su vida de Claudio, Plinio el Joven en una carta que envió al emperador Trajano y, por último, el mismo Flavio Josefo, así como la famosa tradición talmúdica en el ámbito de los judíos.

INTRODUCCIÓN

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Obviamente, la existencia histórica de Jesucristo era aceptada por la comunidad cristiana, y en siglos posteriores hubo intentos de concretar su cronología; así en el año 526 un monje escita llamado Dionisio el Exiguo, hizo cálculos para fijar la fecha del nacimiento de Cristo, y señaló el año 753 de la fundación de Roma. Sin embargo, según la cronología moderna, Dionisio se equivocó de cuatro años. Por lo tanto, vamos cuatro o cinco años atrasados, y podemos decir que Cristo nació en el año 749 de la fundación de Roma. Pero dejemos a los biblistas el estudio de la vida de Jesucristo y del Nuevo Testamento. En ellos depositamos nuestra plena confianza. Ellos son auténticos científicos y nosotros tendremos que dedicarnos a la historia posterior de la Iglesia. Pero de los grandes estudios sobre la Biblia es preciso pedir prestado un concepto esencial: Jesús quiso continuar su existencia en la tierra (después de su resurrección en la Iglesia). Ésta es la continuación de la vida de su fundador, haciéndose realidad aquella frase de Jesús: “Yo permaneceré con vosotros hasta el fin del mundo”. Es la continuación de la vida del cuerpo místico de Jesucristo, del cual Él es la cabeza, y el Espíritu Santo su alma. Jesucristo reanuda su existencia viviendo entre nosotros. Esta afirmación es totalmente histórica y verificable.

División de la historia de la Iglesia. Fuentes y tradiciónLa Iglesia será una institución histórica y a la vez que un hecho revelado. En este binomio radica tanto su historicidad como su misterio. Es evidente que la exposición de los hechos pretéritos de la Iglesia —objeto de la historia de ésta— suponen la existencia de un organismo viviente que se desarrolla, evoluciona e incluso cambia. No obstante, es preciso observar en la Iglesia —teniendo presente el pensamiento de su fundador, Jesucristo— unos elementos inmutables y divinos que conviven con los elementos humanos y mutables. No es, entonces, nada atrevido intentar una posible definición. Entendemos que la Historia de la Iglesia es la ciencia que investiga y expone, con un nexo causal, la evolución y progreso interno y externo de aquella sociedad fundada por Jesucristo y dirigida por el Espíritu Santo para hacer partícipes a todos los hombres de los frutos de la redención. A todo este marco conceptual nos referiremos acto seguido. No obstante, es preciso mencionar el elenco de unos puntos de referencia como son las fuentes, la división de la historia y la historiografía y los testimonios más primitivos.

Se consideran fuentes de la Historia de la Iglesia los escritos o restos monumentales que aportan el testimonio del pasado de ésta. Por su origen, estas fuentes pueden ser: reveladas (divinas) y humanas; por su carácter social: públicas y privadas; por su tiempo: contemporáneas, próximas o remotas; por su autor: auténticas, apócrifas o anónimas; y por su forma: orales, figuradas o escritas.’¿Cuándo empieza la historia de la Iglesia?’, nos podemos preguntar. Es preciso afirmar que la Iglesia tiene su origen en el momento álgido de la redención de Jesucristo, o sea, en la tarde del Viernes Santo: día en que la humanidad fue redimida. Con su muerte se inició la Iglesia y su historia. Pero hay quién afirma que el inicio de la Iglesia debe fijarse en el día de Pentecostés. Sea el Viernes

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Santo o el día de la venida del Espíritu Santo. Es preciso observar que ya antes empieza un periodo, que podríamos llamar “fundacional”; nos refiramos a la creación la escuela de los doce, a la designación de san Pedro como primado entre los apóstoles y pilar de la Iglesia, así como a la institución de los sacramentos.

Cristo tenía una idea muy precisa de la institución que creaba. No lo hizo al azar ni dejó que las circunstancias históricas fuesen perfilando las características fundamentales de la Iglesia. Es preciso considerar que Cristo dejó su obra fundamental acabada ya en vida. Los apóstoles no hicieron otra cosa que seguir el mandamiento de extender en todas las direcciones el reino de Dios, la Iglesia. El periodo fundacional de la Iglesia tiene como fecha de inicio el año de la encarnación, y acaba el día de la muerte de Cristo por la que se realiza nuestra redención. Pese a estas afirmaciones aquí expuestas, cabe recordar que la revelación concluye con el último de los apóstoles.

La historia de la Iglesia —como ya hemos señalado al hablar del elemento divino— se puede considerar parte integrante de la tradición y por lo tanto de la revelación. Cristo nos ha hablado a través de su palabra y de su vida, y lo que ha dicho perdura en la historia de nuestra Iglesia, siendo la expresión más patente del rostro y la vida de Cristo entre nosotros. Así valoramos en gran medida su historia; es una exigencia de nuestra fe. Es preciso conocerla y quererla. El estudioso creyente estudia la historia de la Iglesia con ojos diferentes a los de los simples técnicos o historiadores. Para nosotros, la vida de Cristo y la de su reino es un hecho tan vivo que deja de ser pasado para ser presente. La historia eclesiástica para el hombre de fe hace menguar una de las características de la definición de Historia (hechos humanos pretéritos) para convertirla en vida presente. Son la voz y los hechos de nuestros antepasados los que reviven en nosotros cuando estudiamos la historia. Nos sentimos solidarios con aquellos hechos y de ellos aprendemos una lección sublime: la explicitación de la vida de Cristo en su Iglesia. Todos los creyentes nos sentimos identificados y, en parte, solidarios y protagonistas, tanto en los aciertos como en las deficiencias. Pero es necesario que la historia sea objetiva y científica, pues en caso contrario podría dañar nuestra fe. Nunca debemos tener miedo de la verdad. Su profundización seria y honrada en nuestra historia fundamentará nuestra fe. He aquí, pues, la importancia de la historia para aquellos que estudian teología; ésta es una pieza decisiva para construir el gran edificio de la ciencia teológica que tiene por objeto el mismo Dios y su gran obra: la Iglesia.

Siguiendo la propuesta de división de la historia de la Iglesia de la Facultad de Historia de la Gregoriana de Roma, podemos dividirla en los siguientes periodos:

1. Edad antigua, que abarca desde el año 33 después de Cristo hasta 692, con dos periodos: el de ‘La Iglesia en el Imperio romano pagano’ (1-313) y el de ‘La Iglesia en el Imperio romano cristiano’ (313-692).

INTRODUCCIÓN

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2. Edad media, que comprende dos hitos históricos como son el concilio Trulano II (692) y la muerte de Bonifacio VIII (1303). También se divide en dos periodos: la alta edad media (en alemán ‘alto’ quiere decir ‘viejo’) entre 692 y 1073, y la baja edad media entre 1073 y 1303. El primer periodo lo titularíamos ‘La Iglesia y la formación de Europa’, y el otro: ‘Reforma Gregoriana. Apogeo del poder temporal de los papas’.

3. Edad nueva, entre los años 1303-1648, es también divisible en dos periodos: ‘Decadencia del papado y tiempos de intentos de reforma’ (1303-1517), y ‘Reforma protestante con la respuesta católica al protestantismo’ (1517-1648).

4. Historia moderna, que situamos entre dos hitos de la Iglesia. El primero de ellos es obviamente la Paz de Westfalia e incluye como hecho importante la Revolución Francesa. El último hito es la celebración del Concilio Vaticano II. Los hechos posteriores a estos acontecimientos aún no tienen una perspectiva suficiente para poder ser considerados historia propiamente dicha. Por consiguiente, como todas las otras, la época moderna o contemporánea se divide en dos periodos: uno que va desde la Paz de Westfalia a la Revolución Francesa (1648-1789), y otro que va desde ésta hasta a la clausura del Concilio Vaticano II (1789-1965).

Esquema cronológicoPor último, creemos que puede ser útil presentar el esquema cronológico de los papas, emperadores y autores de la literatura eclesiástica de la historia de la Iglesia (años 88 - 258). Así pretendemos emplear un método singular: queremos fundamentar las afirmaciones con las fuentes que van de la época de los Padres Apostólicos hasta el concilio de Nicea I. Con otras palabras, intentamos unir la patrología de la Iglesia de estos primeros siglos a la historia eclesiástica.

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Papas EmperadoresAutores y testimonios documentales de la Iglesia primitiva (a. 88 - 258)

67 (muerte) Pedro67-76 Lino76-88 Cleto (o Anacleto)88-97 Clemente I97-105 Evaristo

105-115 Alejandro I115-125 Sixto I125-136 Telesforo136-140 Higinio140-155 Pío I155-166 Aniceto166-175 Sotero175-189 Eleuterio189-199 Víctor I

199-217 Ceferino217-222 Calixto I217-235 Hipólito (antipapa)222-230 Urbano I230-235 Ponciano235-236 Antero236-250 Fabiano251-253 Cornelio (Novaciano, 251)253-254 Lucio254-257 Esteban I257-258 Sixto II259-268 Dionisio269-274 Félix I274-283 Eutiquiano283-296 Cayo296-304 Marcelino308-309 Marcelo I309 Eusebio

311 Melquíades

314 - 335 Silvestre I

César (difunto año 27 a.C.)Augusto (27 a.C.-14)Dinastía Julia Claudia: Tiberio, Calígula, Claudio, NerónEfímeros reinados de Galba, Otón y VitelioDinastía Flavia: Vespasiano (69-79), Tito (79-81), Domiciano (81-96)

Dinastía de los Antoninos: Nerva (96-98), Trajano (98-117), Adriano (117-138), Antonino Pio (138-161), Marco Aurelio (161-180), Cómodo (180-192)

Imperio bajo la soldadesca (192-284)Pértinax y Didio Juliano (193)Dinastía de los Severos : Septimio Severo (193-211), Caracalla (211-217), Macri (217-218), Heliogábalo (218-222), Alejandro Severo (222-235)Anarquia militar (235-253): Maximino I, Gordiano I, Gordiano II, Pupieno, Balbino, Gordiano III, Filipo el Árabe, Decio,Emiliano, Valeriano emperador de Oriente (253-268), Galieno, emperador de Occidente (253-260)Emperadores en provincias (260-268) Claudio II (268-270) Aureliano (270-275) Tácito, Probo, Caro, Numetiano, Carino (275 - 283) Diocelciano (284-305)Tetrarquia (306-314) Diocleciano, Maximino, Galerio, Constancio CloroAsociados a la Tetrarquia: Severo, Licinio, Maximino, Daya, Majencio, ConstantinoConstantino I, único emperador (324-337)Constantino II, hijo de Constantino I (323-340)Constancio, hijo de Constantino II (337-361)Constante, hijo de Constantino I (337-350)

Siglo I:

Clemente Romano (88-97, difunto 97)*Didajé o doctrina de los 12 apóstoles (c. 90-100)Autor anónimo de la Carta del Pseudo-Bernabé (c.90-110)

Siglo II:

Ignacio de Antioquía (c. 110-117, difunto 117)Policarpo de Esmirna (c. 110-117, difunto 155)Papias de Hierápolis de Frigia (c. 125-130, difunto 130)Justino (c. 150-163, difunto 163)Autor de el Pastor de Hermes, hermano del papa Pío I (c. 140 - 155)Arístides de Atenas (c. 140-160)Autor de la Carta a Diogneto (c. 170-200)Aristón de Pella (c. 117-125)Cuadratus, autor de apología dirigida a Adriano, emperador (c. 117-138)Melitón de Sardes (c. 176, difunto 190)Atenágoras (c. 177)Taciano (c. 180-190)Apolinar de Jierápolis (c. 180)Milicíades (c. 180)Ermia (c. 180-190)Ireneo, obispo de Lyón (c. 180-200, murió mártir 200)

Siglo III:

Tertuliano (c. 197-217, difunto c. 240)Clemente de Alejandría (c. 202-215, difunto 215)Minucio Félix (c. 210-220)Orígenes (c. 218-247, difunto c. 253)Hipólito Romano (c. 218-235, murió mártir 235)Cipriano, obispo de Cártago (c. 249-258, murió mártir 258)

* Años de su producción literaria, la mayoría de los cuales son años aproximados.

INTRODUCCIÓN

Cristo le lava los pies a san Pedro.

2. EL CONVENCIMIENTO DE QUIENES TRANSMITEN

EL MENSAJE CRISTIANO

Vinculación de la patrología con la historia de la Iglesia primitivaEn el presente tema aportamos unas referencias que bien se pueden considerar introductorias al estudio propiamente dicho de la historia eclesiástica.

Para el estudio de los dos primeros siglos de la historia de la Iglesia no sólo son esenciales los libros del Nuevo Testamento, sino una multitud de escritos que se han conservado, procedentes de la misma comunidad cristiana. En ellos nos presentan de forma muy admirable los acontecimientos e incluso la vida cotidiana de la Iglesia más primitiva. Es posible que al separarse la Historia eclesiástica de la Patrología —o estudio de los Santos Padres y escritores antiguos eclesiásticos— se haya privado de una visión más armónica y comprensiva de los hechos y evolución histórica de aquella institución fundada por Jesucristo. Nosotros —como ya hemos indicado antes— queremos reunir los testimonios literarios más importantes de aquel exuberante periodo a la historia propia de la Iglesia postapostólica. Quizás parezca un despropósito, pero es necesario que nos adentremos en estas fuentes para poder captar la vida primitiva de la Iglesia; así, añadiremos los textos o conceptos que dimanan de la misma Iglesia en estos primeros siglos. De este modo podremos palpar la riquísima vida de la institución fundada por Jesucristo.

• Vinculación de la patrología con la historia de la Iglesia primitiva • Padres apostólicos • Definición de los ‘Santos Padres’ • División de la patrología • Santos Padres griegos • Santos Padres latinos

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Padres apostólicosDurante el periodo que va de la revelación de Jesucristo hasta la muerte del último de los apóstoles, el ‘depósito de la revelación’ —término utilizado por los ‘escritores eclesiásticos’— fue enriqueciéndose progresivamente con las enseñanzas de los mismos apóstoles, haciendo realidad aquellas palabras de Jesús: “Todavía tengo muchas cosas por deciros, pero ahora no las podéis entender. Cuando él, el Espíritu de la verdad, venga, os guiará a la verdad total” (Jo 16, 12-13). Así mismo nos lo describe el célebre escritor cristiano del siglo III, Tertuliano, al cual nos referiremos muchas veces en el transcurso del estudio que hacemos de la historia de la Iglesia primitiva: “Los sucesores inmediatos de los apóstoles eran conscientes de que ellos eran los herederos de este depósito que debían transmitir y custodiar”.

El mencionado depósito estaba vivo, y se comunicaba a través de la predicación tal y como lo había hecho el mismo Jesús, el gran predicador de la verdad revelada. Los apóstoles eran conscientes de su compromiso de evangelizar todo el mundo hasta el fin de la tierra, amparándose precisamente en la predicación oral, ya que la escrita es muy escasa durante el siglo I y la primera mitad del II. Pese a todo, no faltaron algunos textos importantes, pero el motivo de su composición fue ocasional.

Los autores de estos escritos son los llamados ‘Padres Apostólicos’, porque directa o indirectamente son herederos de las enseñanzas de los apóstoles. La primera constatación que se recibe de su lectura es una evolución y un progreso desde la primitiva evangelización en el mundo, iniciada ya antes de la caída de Jerusalén. Eusebio de Cesarea —el padre de la historia eclesiástica— ya en el siglo IV es un gran especialista en este campo, y tanto es así que incluso se atreve a describir la división de las zonas de influencia en que los apóstoles ejercían su misión. Asia Menor fue donde el cristianismo tuvo más éxito, tal vez debido a la larga pervivencia de Juan. En esta zona debemos recordar a Ignacio de Antioquía, Policarpo, Papías y Ireneo; todos ellos alrededor de Éfeso y Esmirna. También estos autores nos dan testimonio de la Iglesia primitiva, su vida, su culto y su fe, y eso a nosotros nos interesa mucho para investigar las bases de la misma historia de la Iglesia, a la vez que nos descubre unas características y elementos que perdurarán hasta la actualidad del siglo XXI.

El lector de estos escritos que proceden del corazón y de la pluma de los Padres Apostólicos, buscará principalmente el testimonio que la primitiva Iglesia daba de sí misma y no tanto el carácter de unas obras orgánicas y doctrinalmente elaboradas. Más adelante aparecerán las apologías de la doctrina y costumbres de la Iglesia contra los ataques de los hombres de cultura del Imperio. También es preciso observar que la lengua utilizada será el griego, siguiendo la tradición de los evangelistas (autores del Nuevo Testamento). Este detalle tiene una gran relevancia, pues significa que la Iglesia se encarnaba en el mundo en que vivía.

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Los Padres Apostólicos o discípulos de los apóstoles —especialmente Clemente de Roma, Ignacio de Antioquía, Policarpo y Papías— poseen una gran fuerza expresiva y un altísimo convencimiento de lo que ellos quieren transmitir. Por eso éste nos parece un buen comienzo para iniciar el estudio de la historia de la Iglesia. Sus escritos tienen una fuerza tan grande que transmiten la sensación de poder palpar la vida apostólica. No encontramos en ellos —ciertamente— las fórmulas magistrales de la posterior teología cristiana, pero admiramos el convencimiento en una multitud de verdades reveladas que nos hacen percibir la vida y creencia de aquellos cristianos primitivos. La historia vivida por estos hombres será un modelo para muchísimos creyentes de siglos posteriores y también para nosotros, cristianos del siglo XXI. Recordemos, por ejemplo, a un santo Domingo o a un san Francisco de Asís, la beata Teresa de Calcuta, el beato Juan XXIII o el beato Juan Pablo II.

Nos complace señalar que con todo cuanto los mencionados Padres Apostólicos dicen y enseñan, nos quieren demostrar también a nosotros, hombres y mujeres del siglo XXI, el carácter y talante del cristiano, o sea que los miembros de la Iglesia no podemos prescindir de la comunidad que nos hermana y por eso debemos vivir en hermandad y en asamblea permanente y sentida. El cristianismo para los Padres Apostólicos no es sólo una religión personal para vivirla intensamente, sino que hay que compartirla y celebrarla en comunidad.

Los Padres Apostólicos también empiezan a determinar los diferentes estamentos de la Iglesia, aunque con amplitud de denominaciones; por ejemplo, a veces el concepto ‘presbítero’ se puede confundir con el de ‘obispo’. Pese a todo, ya se divisan unas comunidades formadas y, según las cartas —por ejemplo las de san Ignacio— suponiendo que no han sido manipuladas, los obispos son el eje vertebrador de las comunidades, ya que no se puede hacer nada sin ellos, tanto en la liturgia (bautismo y eucaristía) como en el gobierno.

Debemos hablar aquí de la pugna de corrientes judaizantes. No se sabe, o tal vez no se ha encontrado, el equilibrio entre la aceptación de las grandes doctrinas del Antiguo Testamento y las novedades del Nuevo Testamento.

En los escritos de los Padres Apostólicos encontramos una constatación de gran importancia: el mensaje de Jesús no se encuentra exclusivamente en los evangelios y la otra tradición escrita inspirada (la de los autores del Nuevo Testamento), sino también en la viva transmisión de la predicación.

También debemos señalar que el mensaje evangélico de los Padres Apostólicos es muy sencillo: no se busca una ciencia profundizada y enriquecida con mitos, sino simplemente la repetición casi monótona de la predicación de la resurrección de Cristo. El cristianismo es más bien kerygma o anuncio nuevo. Aún así, se quiere concretar el símbolo o formulación catequética de los apóstoles.

Conviene que nos adentremos en el estudio de la vida y pensamiento de estos

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pilares de la historia de la Iglesia. Empezaremos por los más significativos. Sin embargo, debemos averiguar el significado especial de estos testimonios documentales literarios: no son simples fuentes históricas, sino que tienen un valor teológico que nos obliga a creer sus enseñanzas cuando hay unanimidad y son aceptados por la Iglesia. Por ello, en esta introducción a nuestra historia presentamos una síntesis del concepto de ‘Santos Padres de la Iglesia’ y una cronología de los mismos.

Definición de ‘Santos Padres’El estudio de los Padres Apostólicos o discípulos de los apóstoles nos introduce a un concepto más amplio: el de Santos Padres de la Iglesia y los escritores eclesiásticos antiguos. Los mismos Padres Apostólicos son Santos Padres.

El término ‘patrología’ como tratado de las obras y vida de los Santos Padres, fue utilizado por primera vez en el año 1653 por un teólogo protestante: Job Gerhardus. El título de su libro era Patrología, o sea las obras póstumas sobre la vida y las búsquedas de doctores de la Iglesia cristiana primitiva. En la patrología debemos advertir que hay muchos conceptos y términos con una significación muy específica en la rama de las ciencias teológicas y que afectan directamente a la historia de la Iglesia: por ejemplo, se habla de patrología o patrística, de los Santos Padres y de los escritores eclesiásticos primitivos, de los padres de la Iglesia y de los padres de los concilios, de los doctores de la Iglesia, de la literatura primitiva cristiana, etc. Todos estos son conceptos muy empleados por los teólogos y estudiosos de las ciencias eclesiásticas cristianas.

Desde el principio y antes del siglo XX ‘patrología’ y ‘patrística’ eran términos sinónimos pese a que hoy se haga una distinción. Según algunos estudiosos, la patrología será la colección y estudios literarios de las obras de los Santos Padres, como una historia de la literatura pero aplicada a ellos; mientras que la patrística será el tratado del pensamiento de los Santos Padres. De la patrística, en el sentido más estricto, surge la que se denominará ‘teología patrística’. Pese a todo, como ya hemos insinuado, se pueden tomar los dos vocablos —patrología y patrística— como sinónimos.

El primer patrólogo, en el sentido de que recogió todas las obras de los Santos Padres y estudió sus contenidos, fue san Jerónimo con su libro De viris illustribus (392). Pero posteriormente, ya en los siglos VI y VII, serían dos obispos, san Idelfonso y san Isidoro de Hispania, los que emularon el intento de san Jerónimo recogiendo de nuevo las vidas y obras de muchos Santos Padres. Ya en el siglo IX, fue el célebre Focio —patriarca de Constantinopla y uno de los causantes del cisma de Oriente— quien escribió un importante tratado siguiendo el De viris illustribus. Focio llamó a su obra Bibliotheca, y con ella amplió la de san Jerónimo con la aportación de doscientas setenta y nueve obras históricas y teológicas, de las que tenía conocimiento porque habían sido consultadas por él personalmente.

‘Terminus a quo’ en patrología se refiere a los Padres Apostólicos (los discípulos

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inmediatos de los apóstoles). Pero el terminus ad quem se refiere a todos los Santos Padres, que son unos noventa y cinco, y van hasta el año 750 con san Juan Damasceno. Éste será ‘terminus ad quem’.

Debemos observar que la patrología no excluye las obras que aparecieron simultáneamente a las de los Santos Padres. Aquéllas, a pesar de su origen judaico o herético, pueden ayudar en la comprensión de las obras de los Santos Padres y serían, algunas de ellas, el motivo por el cual respondieron los Santos Padres. De este modo la patrología propiamente dicha coincide, ya sea en el tiempo o incluso en los temas, con la llamada literatura antigua cristiana.

Por lo tanto, hablar y tratar de la patrología es equivalente a referirse a una larga serie de autores que van desde el primer siglo del cristianismo hasta el siglo VIII, conocidos con el nombre de ‘Padres de la Iglesia’.

Obsérvese que esta denominación es muy distinta a la de ‘Doctores de la Iglesia’. La primera hace siempre referencia a los autores antiguos de la Iglesia, mientras que la segunda nos habla de personajes que han sido declarados ‘Doctores’ por el Papa o por un concilio; éstos podrían ser contemporáneos nuestros o de época medieval, como santo Tomás, san Buenaventura, san Antonio de Padua, etc., que no son Padres de la Iglesia pero sí son Doctores de la Iglesia.

Ya podemos ir perfilando el concepto de ‘Padres de la Iglesia’: en primer lugar deben ser autores antiguos (de los siglos I-VIII) que destaquen por su ortodoxia. Según esta nota no serán Padres de la Iglesia: Tertuliano, Orígenes, etc., porque cometieron algunos errores en sus escritos. A éstos se les denominará ‘escritores eclesiásticos’. Más allá de la antigüedad y la ortodoxia, para ser Padres de la Iglesia, es necesario que sean canonizados o sean declarados ‘Santos’, tanto por haber vivido una vida ejemplar y cristiana como por sus escritos.

Concluyendo, un autor antiguo, ortodoxo, santo,..., se convierte en Padre de la Iglesia cuando la misma Iglesia (papas, concilios, obispos...) lo declara ‘Santo Padre’ con una declaración obvia —tal vez implícita— pero con suficiente consenso universal.

El término ‘Santos Padres’ siempre es plural en la medida en que tienen validez y coinciden en sus afirmaciones, que son tenidas como artículos de fe y doctrina a creer. Tanto es así, que su coincidencia es decisiva en el ‘depósito de la fe’ y en su interpretación. Pero es preciso advertir que en la literatura cristiana primitiva sólo se hablaba de ‘Santos Padres’ al referirse a obispos, y no a presbíteros, no a diáconos ni a laicos. Sin embargo, paulatinamente se irá dando mayor importancia a sus escritos que al hecho de ser obispo, y los textos deberán cumplir con las características anteriormente expuestas: ortodoxia, santidad, coincidencia entre los Padres de la Iglesia y, por supuesto, antigüedad y reconocimiento por parte de la Iglesia. Éste es el caso de san Jerónimo, al que el mismo san Agustín —pese a las discusiones que hubo entre los dos— consideró

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como un Santo Padre.San Vicente de Lerins, en su Commonitorium, amplía y fija el concepto de ‘Padres de la Iglesia’. Éstos serán —según Vicente de Lerins— los que definan la ortodoxia o heterodoxia de las doctrinas; con otras palabras, la coincidencia entre ellos será principio de seguridad en las afirmaciones dogmáticas. Son admirables las definiciones que hace este autor y la exposición de cómo sirven los Padres de la Iglesia para fijar las doctrinas o dogmas. Afirma en su Commonitorium: “Si nace una nueva doctrina de la cual no hay decretos de los concilios ni constancia explícita en las sagradas escrituras, es necesario que el cristiano consulte y pregunte los pareceres o pensamientos de nuestros antepasados mayores; que los ponga en comparación entre ellos. ¡No obstante, alerta! Éstos que consulta y pone en comparación, deben ser aquellos antepasados que han conservado la comunión y la fe en la Iglesia única católica, aunque sean de tiempos diversos y de lugares distintos. También deben ser tenidos como maestros, pero éstos no serán uno solo (o dos) sino prácticamente la totalidad, y con idéntico pensamiento. Este pensamiento también debe ser bien patente con frecuentes y constantes profesiones tanto en sus escritos como en sus enseñanzas. Todos a la una. Si se da esta admirable coincidencia, hay que dar por bueno lo que enseñan, y además hay que tenerlo como artículo de fe”. De aquí podemos deducir que las características de los ‘Santos Padres de la Iglesia’ son: 1/ autores (de obra literaria) antiguos (siglos I-VIII); 2/ no una doctrina singular sino universal; 3/ consenso al querer enseñar aquella doctrina; éste debe ser un consenso universal y vinculante para toda la Iglesia universal.

División de la patrologíaLa patrología se divide en tres grandes periodos:

1. El periodo que va desde los inicios de la patrología (a. 88), hasta el concilio de Nicea I (a. 325). Se desarrolla paralelamente a la historia de la Iglesia: empieza en época apostólica y llega a la de conciliación entre Iglesia y el Imperio gracias a Constantino (306-337). En el aspecto doctrinal, encuentra su punto álgido en el concilio de Nicea (325). En los tres siglos que abarca este periodo, la Iglesia no sólo había conocido las persecuciones por parte de la mayoría de emperadores, sino también las primeras luchas en el campo de la fe y de su doctrina; paganos, judíos y herejes, habían empezado a dar los primeros embates y, lógicamente, la Iglesia no podía menos que reaccionar. El mencionado periodo se subdivide en: 1/ la edad de los denominados ‘Padres Apostólicos’ (herederos de la predicación apostólica); 2/ la edad de los ‘apologistas’ del siglo II (autores de los escritos contra las calumnias de los paganos); y 3/ la época en que surge la literatura antignóstica, contra las interpretaciones erróneas de la trascendencia divina y del mundo de la materia. Precisamente, en este último periodo surgen nombres tan singulares como eminentes: Clemente de Alejandría y Orígenes en Oriente; y Tertuliano y Cipriano en Occidente. De todos ellos presentaremos fragmentos de sus obras que nos permitirán describir la

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vida de la Iglesia primitiva.2. Periodo áureo de la literatura patrística (a. 325 - 431/451). El segundo

periodo se extiende desde el concilio de Nicea I (a. 325) hasta los dos concilios de Éfeso (a. 431) y de Calcedonia (a. 451). Hacia finales de esta misma época sucede la muerte del último de los grandes representantes de la patrística oriental, san Cirilo de Alejandría (a. 444), y la del gran exponente de su pensamiento teológico en Occidente, san Agustín (a. 430). Muy pronto estallaron las profundas y peligrosas crisis teológicas que caracterizarán todo el periodo (controversias arriana, cristológica y pelagiana), sin embargo aparecen paralelamente los mayores genios de la doctrina católica: san Atanasio, los tres capadocios (Basilio, Gregorio Nazianceno y Gregorio Niceno) y san Juan Crisóstomo en Oriente; y san Ambrosio, san Jerónimo y san Agustín en Occidente.

3. El periodo denominado de la decadencia (a. 451-750). Después de la muerte de san Agustín (a. 430) se llega al final de la edad patrística. Los factores externos a la Iglesia consistentes en la lenta e inexorable caída del Imperio romano, sofocaron el esplendor anterior del pensamiento y de las grandes personalidades. Estas carencias serían en parte compensadas por las laboriosas síntesis de teología sistemática, de la moral ilustrada especialmente por la exégesis y la predicación. La figura del papa Gregorio Magno (590-604) es emblemática en este periodo: fue un importante predicador, exegeta, moralista y gran conocedor de la literatura anterior cristiana, el puente —junto con san Isidoro— que transmitió la doctrina cristiana antigua a unas nuevas generaciones, o si se quiere protagonizó el tránsito hacia una nueva edad en la historia: la medieval.

Debemos observar que, desde muy atrás en el tiempo, el pensamiento y la doctrina cristiana no se desarrollan del mismo modo en Oriente y Occidente. Es obvio que en Oriente se inclina más hacia la especulación ya desde los inicios, tal y como sucede con Clemente de Alejandría y Orígenes; mientras en Occidente se mantiene una actitud más conservadora y, si queréis, más prudente tal y como puede verse en Ireneo y Tertuliano. Sin embargo, también en Occidente, después del concilio de Nicea y con las intrincadas y especulativas controversias arrianas y semiarrianas, se quieren averiguar las razones teológicas, aunque hay que reconocer que es en Oriente donde se ocultan y germinan las nuevas herejías y constantemente se reclaman nuevos concilios para encontrar una respuesta a tan inquietantes interrogantes doctrinales. Existen, evidentemente, relaciones entre Oriente y Occidente, ya que se tenía la clara idea de una única Iglesia, la católica, pero paulatinamente va penetrando en Occidente la idea de un corpus doctrinal, especialmente después de la gigantesca obra de san Agustín. Gracias a él, el pensamiento teológico será casi completo o al menos así lo pensaban los latinos de Occidente, y por eso no se molestaban en nuevas profundizaciones ni en tentativas teológicas. Esta ciencia decae notoriamente. En cuanto a Oriente se continuaron las especulaciones, pero sin posibilidades de creatividad, y más cuando san Agustín prácticamente era desconocido en Oriente.

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Los autores del primer periodo son veinticinco, y van desde Clemente Romano hasta Cipriano (a. 88-255). Acto seguido presentaremos fragmentos de sus obras que nos ayudarán a edificar el estudio de la historia de la Iglesia primitiva (entre el año 88 y el concilio de Nicea). Haremos una breve síntesis de los otros Santos Padres de la Iglesia y escritores eclesiásticos que van desde las primeras décadas del siglo IV hasta san Isidoro de Hispania, que murió en el año 636.

La paz concedida por el Imperio a la Iglesia y las luchas contra los herejes fomentaron la ciencia eclesiástica a partir del siglo IV. Las resoluciones de los concilios ecuménicos que estudiaremos, sirvieron de base a las investigaciones de los teólogos. Las diferentes ciencias teológicas van adquiriendo fisonomía propia. Se estudian separadamente y se escriben manuales sistemáticos completos de cada disciplina eclesiástica. Se crean las escuelas, cada una con sus tendencias ideológicas propias. Junto a la Escuela de Alejandría, que siguió con la tradición de subordinar la razón a la fe y sus métodos alegóricos en la explicación de la Sagrada Escritura, surge la Escuela de Antioquía, que seguía exactamente el método contrario, gramaticohistórico, basado en la exégesis escripturaria y la exaltación de la razón. Ambas escuelas se enfrentarán, causando cismas y herejías.

En la segunda mitad del siglo V empieza la decadencia de la ciencia eclesiástica. No por falta de escritores, sino porque no hay entre ellos, a excepción de san Gregorio el Grande en Occidente y san Juan Damasceno en Oriente, ninguno de primera magnitud. Únicamente la literatura ascética y la lírica sagrada tendrán algunos representantes de importancia. En realidad las circunstancias exteriores no permitirán una dedicació y éxito absolutos de las ciencias eclesiásticas; los trastornos económicos y sociales, producidos por las invasiones bárbaras, paralizaron el desarrollo teológico y literario de la centuria anterior.

Santos Padres Griegos1. Eusebio de Cesarea (†340). Padre de la Historia Eclesiástica. Escribió también algunas obras teológicas: Preparación evangélica y Demostración evangélica.

2. San Atanasio (†373). Considerado el padre de la ciencia teológica. Discípulo de san Antonio anacoreta. Fue el mazo de los arrianos. Sufrió cinco veces el destierro por su fe. Durante más de un siglo, Atanasio fue el padre de la ortodoxia. Sus escritos despertaron la admiración en toda la Iglesia. Sus obras más importantes serían cuatro discursos contra los arrianos, tres apologías de su conducta, Discurso contra los gentiles y Sobre la encarnación del Verbo.

3. San Cirilo de Jerusalén (†386). Su obra maestra son sus Veinticuatro catequesis predicadas a los catecúmenos de su Iglesia (347-348).

4. San Basilio el Grande (†397). Destacó como teólogo y filósofo. Arzobispo de Cesarea de Capadocia. Autor de varias homilías, su obra más importante son sus

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dos Reglas. Contra los arrianos escribió Contra Eunomio y Sobre el Espíritu Santo.5. San Gregorio Nazianceno (†389). Amigo de san Basilio. Fue durante unos meses patriarca de Constantinopla. Tuvo que dimitir con motivo del concilio de Constantinopla (381), porque había sido obispo de Nazianz, y los cánones no permitían el traslado de una sede episcopal a la otra. Sus cinco Discursos sobre la Trinidad le han dado el sobrenombre de ‘teólogo’. También fue un gran poeta; compuso 507 poemas.

6. San Gregorio Niceno (†395). Hermano de san Basilio, que lo consagró obispo (371). Como buen exegeta y buen teólogo, sus mejores obras son de carácter dogmático: Gran discurso catequético, Contra Eunomio, en defensa de su hermano Basilio, y Macrina, discurso sobre la escatología que pone en boca de su hermana Macrina

7. Dídimo el Ciego (†395). Ciego desde los cuatro años, llegó a ser uno de los sabios más grandes de su tiempo. Fue director de la Escuela de Alejandría. Su mejor obra es la disertación Sobre el Espíritu Santo.

8. Epifanio (†403). Obispo de Salamina. Gran polemista que escribió un tratado de todas las herejías conocidas en su tiempo: Panarion.

9. Teodoro de Mopsuestia (†428). Discípulo de Diodoro de Tarso (†399). Ambos serían buenos escripturistas. Pero sus escritos teológicos favorecieron el nestorianismo.

10. San Juan Crisóstomo (†407). Fue abogado, monje y patriarca de Constantinopla. Lo desterraron dos veces por orden de la emperatriz Eudoxia. Es el príncipe de los exegetas. Sus obras más importantes serían Veintiuna homilías sobre las estatuas, Homilías sobre el evangelio de san Mateo, y Sobre el sacerdocio.

11. San Cirilo de Alejandría (†444). Pugnó el nestorianismo y escribió numerosas obras teologicopolémicas contra Nestorino, Apolinar, Teodoro de Ciro, etc. Destacan sus Comentarios y homilías sobre casi todos los libros de la Sagrada Escritura.

12. Entre los historiadores de la Iglesia, además de Eusebio de Cesarea, debemos citar a Filostorgio (†380), Sócrates (†449), y Sozomeno (†450).

13. Isidoro Pelusiota (440†). Es autor de más de dos mil cartas.14. Paladio (†430). Escribió la Historia lausíaca, colección de vidas de monjes. Tuvo mucha influencia sobre los escritores ascéticos.

15. Dionisio Areopagita o Pseudo-Dionisio. Es un enigma. Autor de un conjunto de importantísimas obras, que tuvieron una poderosa influencia durante toda la época medieval, atribuidas a Dionisio Areopagita, el discípulo de san Pablo: Sobre los nombres divinos, Sobre la jerarquía eclesiástica, Sobre la jerarquía

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celestial y Sobre la teología mística.16. Sofronio de Jerusalén (†638). Fue orador, poeta y apologista contra los monotelitas. Es autor de Prado espiritual, una colección de ejemplos de virtudes practicadas por algunos contemporáneos.

17. Juan Clímaco (†600). Autor de La escalera del Paraíso.

18. Máximo el Confesor (†662). Escribió de Mistagogía y Comentario sobre Dionisio Areopagita.

19. Crónica Pascual. Es una crónica cristiana fechada del reinado de Heraclio (610-641).

20. Constituciones Apostólicas. Se trata de una colección de escritos de varios autores y de diferentes épocas del siglo V.

21. Ya desde el siglo II Siria había sido un centro importante de actividad literaria cristiana. En el siglo IV destaca la Escuela de Edesa. Entre sus autores destacan Afrates (†345) y san Efremo (†373), autor de Himnos religiosos y Homilías.

Santos Padres latinosTambién durante los siglos IV y V Occidente vivirá un momento de esplendor de la literatura eclesiástica. Los escritores occidentales, generalmente menos especulativos que los orientales, fueron hombres orientados hacia la práctica.

1. San Hilario de Poitiers (†366). Es el ‘Atanasio de Occidente’; por haber vivido desterrado en Oriente (356-360) a causa del arrianismo, conoció mejor a los Padres de la Iglesia oriental. Pasó la vida enfrentándose a los arrianos y contra ellos escribió su obra Sobre la Trinidad y Tres escritos historicopolémicos. A pesar de conservar algunos fragmentos de su obra exegética, Hilario se mostró como el exegeta más importante de Occidente de aquel tiempo.

2. San Ambrosio (†397). Nacido en Tréveris (340), fue abogado y gobernador de Milán. Cuando se dirigía a la Iglesia para apaciguar los alborotos producidos por la elección del obispo, un niño le proclamó obispo, y todo el pueblo lo aclamó, a pesar de que Ambrosio era un simple catecúmeno. El vacío de su formación teológica lo llenó dedicándose de lleno al estudio de los Padres griegos. Aparte de sus trabajos y cuantiosas gestiones como obispo y como consejero de los emperadores Graciano y Teodosio, dejó muchos escritos, destacando Sobre los oficios eclesiásticos, Sobre las vírgenes (a su hermana Marcelina), Sobre la fe (a Graciano) y Oración fúnebre a Teodosio el grande (emperador).

3. Prudencio (†405). Fue más grande de los poetas cristianos latinos. Nació en Calahorra (348) y dominaba el latín a la perfección: Cathemerinon (Libro diurno), doce odas piadosas, Peristephanon (Libro de las coronas), catorce poemas

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dedicados a los mártires, Hamartigenia (Origen del pecado) y Apotheosis.4. San Paulino de Nola (†431). Poeta muy excelente: Carmina natalicia (Himnos natalicios).

5. Sulpicio Severo (†420). Historiador del cual destacan dos obras: Dos libros de Crónicas y Vida de san Martín.

6. Rufino de Aquilea (†410). Su amistad con san Jerónimo se transformó al final de su vida en una auténtica guerra literaria debido a las disputas origenistas. Literariamente se distingue por sus traducciones de Orígenes y de Eusebio. También compuso una obra muy original denominada Comentario al símbolo de los apóstoles.

7. San Jerónimo (†420).Por sus estudios escriturísticos se le considera el ‘san Juan Crisóstomo de Occidente’. Nació en Estridón (Panonia). Estudió en Roma, Tréveris y Constantinopla. Fue llamado a Roma por el papa Dámaso (382-386). Se trasladó a Belén (386), donde se dedicó por completo al estudio de la Sagrada Escritura. Su principal obra es la Traducción de la Biblia (Vulgata). También tradujo algunas obras de Orígenes y escribió algunos Comentarios a la Sagrada Escritura. Es autor de una Crónica.

8. San Paciano (†392). Fue obispo de Barcelona. San Jerónimo dice de él: “preclaro escritor tanto en su vida como en su lenguaje de elocuencia esmerada”. Escribió Tratado sobre le bautismo, Tres cartas a Semproniano, Paerensis u opúsculo sobre la penitencia, y Cervus contra las malas costumbres (perdido). Véase nuestro libro Barcelona y Égara... (Barcelona, 2004).

9. San Agustín (†430). Uno de los genios más grandes de todos los tiempos. Nació en Tagaste (Numidia, a. 354). De joven se convirtió al maniqueísmo y llevó una vida licenciosa. Mientras era profesor de retórica en Milán conoció a san Ambrosio, que lo convirtió y bautizó (387). De retorno a África pasó tres años de retiro monástico. En el año 391 fue ordenado sacerdote por la iglesia de Hipona y después obispo auxiliar. Al morir el obispo de la ciudad, Agustín fue elegido su sucesor (395). Pasó toda su vida escribiendo y luchando contra las herejías: maniqueísmo, donatismo y pelagianismo. Murió durante el asedio de los vándalos a su ciudad (430). Su producción literaria es sorprendente. Citamos algunos títulos importantes: Confesiones (historia de su vida), La Ciudad de Dios, Enchiridion ad Laurentium (exposición sistemática del dogma católico), De Doctrina Christiana y De Trinitate, sobre la Trinidad.

10. Casiano (†435). Es autor clásico de la vida monástica gracias a sus obras Collationes Patrum (conferencias de los Padres del desierto) y Instituta coenobiorum (sobre las instituciones de los cenobios).

11. Vicente de Lerins (†450). Autor del Commonitorium, explicación de la Regla católica de fe.

EL CONVENCIMIENTO DE QUIENES TRANSMITEN EL MENSAJE CRISTIANO

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12. San León Magno (†461). Fue uno de los papas más ilustres de toda la antigüedad cristiana. Es autor de 96 homilías y de la Carta Dogmática al patriarca Flaviano de Constantinopla, donde expone la doctrina católica sobre las dos naturalezas de Cristo contra Eutiques.

13. Salviano de Marsella (†480). Escribió un tratado sobre el Gobierno de Dios.

14. San Fulgencio (†533). Uno de los mayores teólogos occidentales de su tiempo. Su obra maestra es Sobre la fe y sobre la regla de la auténtica fe.

15. Casiodoro (†570). Secretario del rey Teodorico, abandonó la corte para hacerse monje en el monasterio de Vivario (Italia), por él mismo fundado. Autor de una Historia eclesiástica.

16. Venancio Fortunato (†603). Sus himnos de la Pasión son de muy buen estilo y de gran inspiración: Pange lingua gloriosi lauream certaminis y Vexilla regia prodeunt.

17. San Gregorio Magno (†604). Nacido en Roma, fue magistrado y después monje en el monasterio fundado por él mismo en el Monte Celio (Roma). Durante siete años estuvo en Constantinopla como apocrisario o legado pontificio ante el emperador. Fue elegido Papa en el año 590. Se conservan 848 cartas que son una muestra de su actividad en el gobierno de la Iglesia. Sus obras más importantes son Libro de la regla pastoral, Exposición sobre el Libro de Job (Morales) y Diálogos.

18. San Isidoro de Sevilla (†636). Es el hombre más polifacético de su tiempo. Nacido en Cartagena, fue el sucesor de su hermano Leandro en la sede de Sevilla. Es más un sintetizador del pensamiento y la cultura del momento, que un pensador original. Sus obras más importantes son: Etimologías y los Comentarios a casi todos los libros de la Sagrada Escritura.

19-21. Entre los obispos de Barcelona y de Égara del periodo visigótico, destacan por sus escritos: san Paciano, san Nebridio de Égara (516-527), Quirze de Barcelona (640-666) y san Indalecio de Barcelona. Véase nuestro estudio Barcelona y Égara-Terrassa, història primerenca fins l’alta Edat Mitjana de les dues esglésies diocesanes (Barcelona, 2004), pág. 113-114, 120-136 y 120-128.

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Clemente I. Pintura de Rafael. Palacio Vaticano.

3. LOS DISCÍPULOS DE LOS APÓSTOLES

• Tres Padres Apostólicos • Clemente de Roma

La carta a los cristianos de CorintoFuentes y traduccionesFragmentos de la carta a los de CorintoLas letras clementinas

• Ignacio de AntioquíaTemas tratados en sus cartasFuentes y traduccionesFragmentos de sus cartasLa fe y la ilusión de san Ignacio

• Policarpo, obispo de EsmirnaPolicarpo y JuanFuentes y traduccionesLa carta a los de Filipos

Fragmentos de sus cartas

Tres Padres ApostólicosDespués de haber introducido el estudio de la historia de la Iglesia primitiva, citando a los autores eclesiásticos y su producción literaria como testigos documentales gracias a los cuales se podrá construir el edificio de la historia de la vida de nuestra Iglesia, queremos presentaros primero una selección de los fragmentos más importantes de la obra de tres grandes personajes, de tres de los llamados ‘Padres Apostólicos’: Clemente de Roma, Ignacio de Antioquía y Policarpo.

El método que queremos seguir consiste en conocer bien las fuentes, de las cuales no sólo deduciremos los hechos históricos y evolución de los mismos,

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sino que también sacaremos el núcleo o el nervio de lo que aquellos primitivos cristianos pensaban, confesaban y practicaban. Es un objetivo bastante atrevido, pero también muy interesante e incluso urgente para nosotros, puesto que para los cristianos la referencia a su vida y pensamiento primitivos es necesaria. De este modo se forma una cadena que nos une a Jesucristo, y la primera anilla la forman los apóstoles con estos Padres Apostólicos. Nuestra creencia e incluso nuestra vida cristiana tendrán validez si existe conexión con Jesucristo y los apóstoles. Por eso en el transcurso de la historia, en los momentos de más progreso y reforma de la Iglesia, esta referencia a la Iglesia apostólica y post-apostólica se ha hecho constante, viva y exuberante. También, en el siglo XXI, los cristianos debemos mirar nuestros orígenes para emular lo más bueno y lo mejor de aquellos cristianos, que daban su propia vida en la confesión del Señor —Jesucristo— tan próximo a ellos históricamente. Debemos leerlos con gran interés, afán y ansia, y con no menos fruición y goce, estando seguros de que así alcanzaremos una de las finalidades más importantes del estudio de la historia de la Iglesia antigua.

Clemente de RomaDel papa Clemente I de Roma, el célebre obispo de Lyón Ireneo nos dice que fue el tercer sucesor de san Pedro en la sede de Roma, después de Lino y Anacleto. Sin embargo Tertuliano le hace sucesor inmediato de san Pedro. Otros autores le colocan en el tercer lugar de la lista de papas; son de esta opinión Eusebio de Cesarea (en el libro Constitución apostólica, VII, 46), el Catálogo Liberiano, Optato de Mileto, el de Schimate donastiorum, y el mismo san Agustín (Carta 53, 2). Por lo tanto, según estos últimos, la lista de los papas estaría encabezada por san Pedro y Lino, seguidos de san Clemente; por lo tanto, este último en tercer lugar después del primer obispo de Roma. Los años que duró su pontificado en la sede romana se pueden deducir de lo que dice Eusebio de Cesarea en su Historia eclesiástica, entre los años 88 y 97, hasta su martirio, muriendo por Jesucristo.

Clemente, según se puede deducir de su Carta a los de Corinto fue educado en el judaísmo helénico. Tuvo relaciones personales con Pedro y Pablo, y, según algunos autores antiguos, habría que identificarlo con el Clemente de la carta de san Pablo a los de Filipos (4, 3). No es segura la identificación con Titus Flavius Clemens, primo de Domiciano, martirizado en el año 95, ya que sólo nos lo dicen los apócrifos clementinos. Pese a todo, nuestro Clemente Romano recibió culto de mártir ya en el siglo IV. Su festividad se celebra el 23 de noviembre.

La carta a los cristianos de CorintoEl papa Clemente Romano es célebre por la autenticidad de la carta que de él nos ha llegado dirigida a los cristianos de Corinto para pacificar la disensión existente entre los miembros de aquella comunidad; algunos se sublevaron contra los ancianos (presbíteros) y diáconos. El texto de esta carta ya lo encontramos en el siglo V, anexo al códice bíblico alejandrino con el Nuevo Testamento. También lo encontramos en el códice griego número 54 de la Biblioteca Patriarcal de Jerusalén (siglo XI). Existen dos versiones: la siríaca y la latina. La carta, aunque

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no está firmada por el papa Clemente, le fue unánimemente atribuida por autores casi contemporáneos: el Pastor de Hermas, Egesipo, Dionisio de Corinto, Clemente de Alejandría, Orígenes, Eusebio de Cesarea, etc.

En ella encontramos alusiones a la persecución de Nerón y a la de Domiciano. De la primera afirma que en ella murió una multitud ingente de cristianos con san Pedro y san Pablo; y de la de Domiciano que fue interrumpida debido a la visita que hicieron al emperador algunos familiares de Jesús provenientes de Palestina (haremos una trascripción de ella cuando tratemos esta persecución). Las anteriores alusiones a las persecuciones nos permiten colocar la redacción de la carta en el Imperio de Nerva (18 septiembre 96 - 25 enero 98). La ocasión, como ya hemos apuntado, es la sedición —casi un cisma— entre algunos fieles de Corinto y su obispo, presbíteros y diáconos. Debemos precisar que en este tiempo se decía ‘presbítero’ u ‘obispo’ indistintamente. Es decir, la sedición fue contra el estamento dirigente de la Iglesia de Corinto. Clemente se queja de un descenso muy rápido de la Iglesia en Corinto.

La carta se divide en dos partes: en la primera se expone la envidia como causante de la caída de la Iglesia en Corinto. Seguidamente expone que este mal puede subsanarse mediante la penitencia, obediencia, hospitalidad, piedad y especialmente una actitud de mucha humildad. Es necesario —continúa— estar atentos a las exhortaciones de la Escritura y obedecer a Dios tal y como lo hacen sus criaturas. Dice: “A quien es obediente a Dios, éste le concede muchísimos beneficios. Dios les recompensa, porque Dios es omnipresente y conoce a todas sus criaturas; además él se ve obligado a beneficiar a los hombres, ya que Jesús ha vencido la muerte por la resurrección”.

En la segunda parte de la carta se concreta el motivo de la misma, es decir la sedición contra la jerarquía de la Iglesia. Afirma que oponerse a la jerarquía que fue establecida por Jesucristo es oponerse al mismo Jesucristo. Él exige el orden y la disciplina tanto en la liturgia como en el gobierno de la Iglesia.

San Clemente Romano recomienda la caridad. Y precisamente dentro del marco de esta virtud, presenta la Iglesia de Roma como ejemplo de caridad, porque, como pretenden algunos autores, preside toda la Iglesia en su “primado de caridad”. Por último, hace una plegaria por la Iglesia y los poderes públicos.

Esta carta fue leída en muchísimas iglesias y copiada en muchos códices junto a la Biblia, en concreto después del Nuevo Testamento.

Históricamente es muy importante por los detalles que da de la persecución de Nerón, en la cual murieron san Pedro y san Pablo, y por las noticias referentes a los siete viajes de san Pablo, así como del viaje de éste a Hispania. También nos indica cómo estaba formada la comunidad de Corinto: sus líderes (presbíteros y obispo) y los grupos que se oponían a éstos.

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También nos habla ampliamente de la plegaria litúrgica y de que no sólo hay que rezar por los fieles de la Iglesia, sino por todo el mundo, incluso por quienes ostentan el poder público. En todo el texto y contexto se encuentran referencias a la doctrina trinitaria (un solo Dios y tres personas) y al dogma de Jesucristo verdadero Dios y verdadero hombre. Habla de todas estas doctrinas con gran amor y con una admirable sencillez.

La carta de san Clemente también sigue muchos puntos del evangelio, siendo de gran utilidad al probar la autenticidad e incluso la exégesis de los libros canónicos. Clemente tiene un concepto espléndido del cuerpo místico de Jesús y por lo tanto de la Iglesia, de sus miembros, y de los ministerios de la jerarquía a la que considera de institución divina, compuesta por obispos, a los cuales algunas veces también llama ‘ancianos’ o ‘presbíteros’. Entre los estamentos de la Iglesia figuran los diáconos como servidores de la palabra y grandes evangelizadores de zonas a las cuales el evangelio no ha llegado.

También aparece el ministerio del romano pontífice (ministerio Petrino) o del primado del obispo de Roma, sucesor de san Pedro. Clemente es consciente de que el Papa es sucesor de Pedro, y por lo tanto tiene el deber de intervenir cuando la comunión o unidad de la Iglesia se tambalea. Y así como él tiene esta obligación, se puede deducir de la carta de Clemente que los miembros de la Iglesia (de Corinto) deben rendir obediencia al Papa.

Fuentes y traducciones D. RUIZ BUENO, Padres Apostólicos, BAC 65 (Madrid, 6a edición, 1993); J. VIVES, Los padres de la Iglesia (Barcelona, 1982), pág. 4-16. Pares apostòlics, (Barcelona, Clàssics del cristianisme, 2000), pág. 49-83.

Fragmentos de la carta a los de CorintoPresentamos a continuación dos fragmentos de esta carta que no son los comunes que ya hemos indicado anteriormente. En estos fragmentos Clemente nos invita a seguir el camino de la verdad y hace un cántico a los admirables dones del Señor: “Revistámonos de concordia, llenémonos del espíritu de humildad y de continencia, lejos de todo rumor y calumnia, justificándonos por nuestras obras y no por nuestras palabras. Dice la Escritura: ‘Yo te contestaría a ti, que hablas tanto, que no deben tener siempre la razón quienes más gritan’”.

‘No seáis gandules’“Debemos ser siempre activos y fervorosos para hacer el bien, ya que de Dios nos viene todo. Él nos predice: ‘Aquí tenéis vuestro Dios, le preceden los trofeos y paga a cada cual según sus obras’. Con estas palabras nos incita a que creamos en él de todo corazón, a que no seamos gandules ni remisos en hacer buenas obras. En él está nuestra gloria y nuestra confianza; sujetémonos a su voluntad y pensemos en cómo obedecen su voluntad y como le sirven las multitudes de sus ángeles. Dice la Escritura: ‘Sus servidores eran mil veces mil, sus asistentes

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diez mil miríadas, y gritaban: ¡Santo, santo, santo es el Señor del universo, toda la tierra está llena de su gloria!’”.

‘Las promesas magníficas’“También, nosotros, reunidos en la unidad de la concordia, conscientes de nuestro deber, gritémosle fervorosamente a una sola voz, para llegar a participar de sus magníficas y gloriosas promesas. Porque dice: ‘Ningún ojo ha visto nunca, ni ninguna oreja ha oído, ni el corazón del hombre ha soñado, eso que Dios tiene preparado para los que le aman’”.

‘Los dones de Dios’“Hermanos queridísimos; ¡Que magníficos son los dones de Dios! Vida en inmortalidad, esplendor en justicia, verdad en libertad, fe en confianza, continencia en santificación, y, aún, eso es lo que atañe ahora a nuestra inteligencia. Y, ¿qué será lo que él ha preparado para los que le aman? Sólo el artífice y padre de los siglos, el santo por esencia, sabe la cuantía y la belleza de ello.

Nosotros, entonces, luchemos por ser contados entre los que le esperan, para obtener también los dones prometidos. Pero, ¿cómo llegar a eso? Lo conseguiremos si nuestra mente está fielmente con Dios, si buscamos en todas partes lo que Él quiere y le es agradable, si, finalmente, cumplimos exactamente con lo que nos dicen sus designios irrefutables y seguimos el camino de la verdad, expulsando lejos de nosotros la injusticia”.

‘El camino del cristiano’“Y, ¿cómo obtendremos eso, queridísimos? Lo obtendremos si nuestra mente es fiel a Dios, si buscamos en todas partes aquello que le place y le es aceptable, si finalmente cumplimos de manera perfecta todo cuanto él nos dice con sus designios irrefutables y seguimos el camino de la verdad, expulsando lejos de nosotros cualquier injusticia, maldad, avaricia, malicia y engaño.

Éste es el camino, hermanos queridísimos, en el cual hemos encontrado nuestra salvación. Jesucristo, el gran sacerdote de nuestro sacrificio, es el que protege y ayuda nuestra flaqueza. Por él aspiramos a las alturas del cielo, por él contemplamos como en un espejo la faz inmaculada y soberana de Dios, por él se nos abrieron los ojos del corazón, por él nuestra inteligencia, necia y atenebrada antes, vuelve a florecer en la luz admirable de Dios, por él el Amo soberano quiso que probásemos el conocimiento inmortal: ‘Él que es resplandor de la gloria de Dios y ocupa un lugar tanto más superior a los ángeles cuanto más incomparable es el título que posee en herencia’”.

‘El cuerpo que configuran los cristianos’“Militemos, pues, hermanos, con todo fervor bajo sus órdenes perfectas. Los grandes no pueden subsistir sin los pequeños, y tampoco los pequeños sin los grandes; en la conjunción de todos es donde radica su utilidad. Tomamos el ejemplo de nuestro cuerpo: la cabeza sin los pies no es nada, pero tampoco son

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nada los pies sin la cabeza. Y es que los miembros más pequeños de nuestro cuerpo son necesarios y útiles para el conjunto, y todos colaboran y se ordenan de común acuerdo para la conservación de todo el cuerpo.

Ahora que nuestro cuerpo se conserve íntegro en Cristo Jesús, y que cada cual se someta a su prójimo según el don de la gracia que se le ha dado. Que el fuerte cuide al débil, y que el débil respete al fuerte; que el rico suministre al pobre, y que el pobre dé gracias a Dios, que le ha proporcionado alguien que ponga remedio a su necesidad. Que el sabio demuestre su sabiduría no en palabras, sino en buenas obras; que el humilde no dé testimonio de él mismo, que deje que los otros lo hagan por él. Sea como sea tenemos todas estas cosas de la mano de Dios, y tenemos que darle gracias por todo. Que esté en la gloria por los siglos de los siglos. Amén”.

‘El programa cristiano’Por lo tanto, en su espléndida carta, Clemente invita a los cristianos a revestirse de concordia, unidad y a que no sean gandules ni remisos a la hora de hacer buenas obras. Evidentemente, todas estas invitaciones que hace Clemente son como el programa que tendría que seguir la vida e historia de la Iglesia. Son un buen inicio programático, como también lo es la expresión según la cual el papado y su Iglesia romana son el principio de unidad de la Iglesia universal, ya que juntos (Roma y el Papa) presiden toda la comunidad de iglesias por su primado de caridad. Vemos, entonces, que el ministerio Petrino debe ser una preeminencia no tanto de imposición y dominio, sino de caridad. Todas estas expresiones gozan de gran actualidad en la Iglesia: recordemos cuando el mismo papa Juan Pablo II pedía perdón por los pecados de desunión y, por parte del ministerio Petrino, por no haber seguido esta presidencia de caridad en algunas ocasiones. Con estas exhortaciones de Clemente Romano, no podríamos haber empezado mejor nuestra historia de la Iglesia.

Las letras clementinasSan Clemente tiene y tuvo en la historia eclesiástica un grandísimo prestigio. Eso hace que ya en los primeros siglos se le atribuyese la autoría de muchas obras. Son los ‘apócrifos’ o ‘letras clementinas’. Entre éstas encontramos la denominada II Carta de san Clemente, de la primera mitad del siglo II. Fue escrita en Siria y la ocasión fue la lectura de un texto bíblico, con una glosa bíblica: “El mundo actual —dice este apócrifo— está inclinado al adulterio y a la corrupción. Hay que renunciar a todo eso; es preciso conservar el bautismo; es preciso hacer penitencia”.

Entre los apócrifos atribuidos a san Clemente, son también célebres las cartas denominadas A las vírgenes, La liturgia de san Clemente, Las veinte homilías clementinas y una carta desgraciadamente famosa que se incluyó en los decretos del Pseudo-Isidoro del siglo IX, gracias a la cual algunos asignaron al papado un poder excesivo y abusivo respecto a los otros obispos. Sin embargo creemos que nuestro san Clemente no tiene ni la más mínima responsabilidad ante estos

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apócrifos, y las falsas atribuciones estarían basadas en el gran prestigio que éste tuvo en la historia de la Iglesia. Por eso es muy conveniente que aclaremos lo que es auténtico y lo que es falso, para así poder avisar sobre los malentendidos de algunos historiadores aduladores del primado. Debemos clarificar los hechos y las fuentes históricas desde un principio. O, si se quiere, en una frase del papa Juan Pablo II, hay que revisar y “purificar la memoria de nuestra Iglesia”, incluso pidiendo perdón por los pecados de los que la verdadera historia nos puede acusar como continuadores de la Iglesia.

Ignacio de AntioquíaFue constituido y elegido obispo de Antioquía. Unos años después fue condenado a las fieras en época de Trajano (98-117). Por este motivo fue enviado a Roma con un pelotón de soldados. Allí murió en los juegos de gladiadores. Durante este viaje a Roma tuvo la oportunidad de ir escribiendo algunas cartas, de las cuales nos han llegado siete, que son las más fiables históricamente. Iban dirigidas a las comunidades cristianas por las cuales Ignacio iba pasando, y también a la comunidad romana. Existe una carta enviada al venerable obispo Policarpo de Esmirna. Estas cartas habrían sido escritas en momentos de gran intensidad interior, ya que reflejan la actitud espiritual de un hombre que ha aceptado plenamente la muerte por Jesucristo, y sólo anhela el momento de unirse definitivamente a Él. El deseo de alcanzar a Jesucristo se expresa en ellas con un vigor inigualable. También sobresalen en él las preocupaciones en relación a los peligros doctrinales de las iglesias. Por una parte quiere asegurar la recta interpretación del sentido de la encarnación de Cristo, tanto contra los judaizantes que minimizan el valor de la venida de Cristo en la carne, como la superación de la doctrina difundida por los “docetas” que negaban la realidad de la misma encarnación, afirmando que el Verbo de Dios sólo había tomado una apariencia humana. De esta forma ya podemos hablar en san Ignacio del inicio de la cristología. También se preocupa por asegurar la unidad amenazada, y por eso insiste en la unión con el obispo como principio de unidad. Las cartas son a Éfeso, a Magnesia, a Tralles y a Roma. Éstas las envía desde Esmirna. De Alejandría de Tróade envía otras tres cartas: a la comunidad de Filadelfia, a la de Esmirna, y la que envía a Policarpo, obispo de aquella ciudad.

Posteriormente a las citadas siete cartas, se añaden seis que debemos considerar espúreas. También hay quien afirma que algunas de las siete anteriores han sido manipuladas, pero hoy se aceptan como auténticas.

Temas tratados en sus cartasDestaca el origen apostólico explícito de la jerarquía: se viene a afirmar que el máximo poder viene de los obispos. Todos los presbíteros diáconos fieles deben obediencia a los obispos. También se deduce de la lectura de san Ignacio que su liturgia es la equivalente a la de la primitiva Iglesia (bautismo, ágape, eucaristía...), así como la profesión dogmática de san Ignacio se basa en la concepción inicial cristológica perfecta. Sorprende enormemente que en la carta a Roma figure el reconocimiento de la primacía romana: Roma, que preside en

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el territorio de los romanos, es la que preside en la caridad; precisamente en el lugar donde el obispo de Antioquía desea consumar su martirio para convertirse en “pan puro de Cristo”.

Fuentes y traduccionesRUIZ BUENO, D., Padres Apostólicos, BAC 65 (Madrid, 6a edición, 1993); FUNK-BIHLMEYER, Patres Apostolici, (Tubinga, 1924); Patrología Griega (París) vol. 5. VIVES, J., Los padres de la Iglesia, (Barcelona, 1982), pág. 25-34. Pares apostòlics (Barcelona, 2000) p. 129-173.

Fragmentos de las cartasPresentamos a continuación algunos fragmentos en los que sobresalen los temas más importantes de las cartas de san Ignacio y que nos pueden ayudar a captar los elementos conceptuales de la historia primitiva de la Iglesia.

Carta a los romanos“Encadenado por Cristo Jesús espero poderos saludar si por voluntad del Señor soy digno de llegar hasta el fin.

Pido, por favor, que no busquéis ningún indulto a mi suerte de ser sacrificado por Cristo; ya que sé que nunca jamás tendré ninguna oportunidad parecida a la presente para conseguir a Dios; colaborad vosotros no diciendo nada a nadie, quiero morir por Cristo, no pongáis ningún impedimento. No os preocupéis de otra cosa sino de que yo pueda ser ofrecido en libación a Dios mientras haya un altar preparado para mi sacrificio.

Escribo a todas las iglesias y a todas ellas manifiesto que estoy dispuesto a morir gustosamente por Dios, si vosotros no ponéis dificultades. A vosotros os pido que no tengáis en favor mío una benevolencia intempestiva. Dejadme ser alimento de las fieras, por las que yo pueda alcanzar a Dios. Trigo soy de Dios que debe ser molido por los dientes de las fieras, para así ser presentado como pan puro y limpio de Cristo.

En todo caso, azuzad las fieras para que se conviertan en mi sepulcro sin dejar rastro de mi cuerpo; así no seré molesto a nadie ni tan siquiera después de muerto. Hasta el presente soy esclavo, pero si sufro el martirio seré liberto de Jesucristo y resucitaré libre como él. Desde Siria hasta Roma vengo atado a diez leopardos que son los soldados de los que no recibo otra cosa que malostratos y blasfemias del nombre de Jesucristo”.

Carta a los efesios“Jesucristo, Nuestro Señor, fue concebido en el seno de María según el designio de Dios; era parte del linaje de David y obra del Espíritu Santo. Nació y fue bautizado para que así el agua fuese purificada con la pasión. La virginidad y el parto de María quedarán ocultos al príncipe de este mundo, así como la muerte del Señor. Son estos los tres misterios sonoros que se cumplieron en el silencio de Dios.

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Dios se manifestó en forma humana, de aquí la Epifanía y la estrella fulgente. Hay un médico, carnal y espiritual, engendrado y no engendrado, Dios hecho hombre y carne, vida verdadera pese a que mortal, hijo de María e hijo de Dios, primero pasible y después impasible, Jesucristo nuestro Señor”.

Carta a la Iglesia de Magnesia“Procurad aunaros en una sola Eucaristía, sólo así se mira a un único Jesucristo con una única carne, con un único cáliz que nos une con su sangre y un único altar como lo es el obispo con el colegio de ancianos y de diáconos que me sirven. De esta manera, obrando así, obraréis según Dios.

Procurad reuniros más a menudo para celebrar la Eucaristía de Dios y glorificarlo.

La fe en Jesucristo es el principio y la caridad es el objetivo final. Las dos, trabadas en la unidad, son Dios, y todas las virtudes morales siguen de ellas. El árbol se manifiesta gracias a sus frutos, al igual que quien profesa ser de Cristo se pondrá de manifiesto por sus obras”.

Carta a los de Esmirna“Hay que seguir al obispo como a Jesucristo, al Padre y al colegio de ancianos (presbíteros), como a los apóstoles. En cuanto a los diáconos, es preciso reverenciarlos como al mandamiento de Dios.

Que nadie haga nada en lo que atañe a la Iglesia sin el obispo. Sólo se tendrá por válida la eucaristía si la hace el obispo o aquel que ha sido autorizado por él. ¡Que donde aparezca el obispo vaya el pueblo! Así como donde está Cristo está la Iglesia universal (Katholiké). No es lícito celebrar el bautismo o la eucaristía sin el obispo. Lo que él apruebe eso es también agradable a Dios, a fin de que todo cuanto hagáis sea firme y válido. Lo que honra al obispo es honrado por Dios. El que hace algo y lo oculta al obispo rinde culto al diablo.

Es preciso convenir con el pensamiento de vuestro obispo como ya lo hacéis, porque en efecto vuestro colegio de presbíteros (ancianos), digno de este nombre y digno de Dios, está con vuestro obispo en una armonía comparable a la de las cuerdas de la cítara; vuestra concordia y vuestra unísona caridad levantan así un himno a Cristo. Es conveniente que mantengáis una unidad incuestionable, a fin de estar en todo momento en comunión con Dios.

Yo poco tiempo he podido llegar a una gran intimidad con vuestro obispo —intimidad no humana, sino espiritual— , por eso cuanto más os tengo que llamar afortunados a vosotros que estáis compenetrados con vuestro obispo, como la Iglesia con Jesucristo y como Jesucristo con el Padre, a fin de que todo suene armoniosamente en la unidad! Que nadie os engañe; a quien no está dentro, el ámbito del altar lo priva del pan de Dios. Porque si la oración de uno o dos tiene tanta fuerza, más tendrá la del obispo con toda la Iglesia.

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Quien no se presenta a una reunión común es ya un soberbio y se condena a él mismo.

Hagamos todo lo posible por no enfrentarnos al obispo, ya que si estamos con el obispo estamos unidos a Dios. Debemos mirar al obispo como al mismo Señor.

Os exhorto a hacer todo lo posible y a hacerlo todo en concordia con Dios, bajo la presidencia del obispo; el cual tiene el lugar de Dios y de los presbíteros que tienen el lugar del colegio de los apóstoles y de los diáconos para mí dulcísimos que tienen confiado el servicio de Jesucristo que está con el Padre desde antes de los siglos y se manifestará al final de los tiempos.

¡Que no haya nada entre vosotros que os pueda dividir! Formad una unidad con el obispo y con quienes os presiden. Así como el Señor no hizo nada sin el Padre, siendo una misma cosa con Él, del mismo modo vosotros no hagáis nada sin el obispo y los presbíteros.

Entre vosotros debe haber una sola oración común, una sola súplica, una sola mente, una esperanza en la caridad, en la alegría sin barreras, que es Jesucristo. No hay nada mejor que Él. Corred todos a la una, como un único templo de Dios, como un solo altar, un solo Jesucristo que procede de un solo padre, el único, al cual volvió y con el que vive eternamente”.

La fe y la ilusión de san IgnacioNo es necesario hacer ni un solo comentario más para reforzar las expresiones del gran Ignacio de Antioquía. Hace afirmaciones que tendrán grandes consecuencias en la historia de la Iglesia, y lo más importante es la conexión con la doctrina de los apóstoles, tanto en el tiempo, como en la exposición de los grandes contenidos de la fe cristiana, en la cual se manifiesta de una manera definitiva la ilusión por unirse a Jesucristo y con todos sus miembros mediante el martirio. Creemos que en todas sus expresiones se encuentra un cántico a la unidad de los cristianos, bajo la figura de aquellos que presiden las comunidades. Sin embargo, la lectura de las cartas de Ignacio de Antioquía nos puede conducir a una desilusión si tenemos en cuenta lo que sucederá a lo largo de la historia de la Iglesia, o al menos en muchas de sus páginas. No entendemos por qué razón esta suspirada unidad no se hizo realidad en muchos momentos de la vida de la Iglesia.

Policarpo, obispo de EsmirnaNos imaginamos a Policarpo como un anciano obispo, pacífico. Él mismo escribirá: “No devolvamos mal por mal, ni insultemos a los que nos insultan, ni demos golpe por golpe o maldición por maldición”. Destaca por su intento de pacificar una controversia muy dura entre Roma y Oriente a causa de la fijación del día para celebrar la Pascua. Viajó a Roma hacia el año 155 y discutió pacíficamente con el papa Aniceto (155-166). Sin embargo no se aceptaron las propuestas de Policarpo y éste volvió a su sede de Esmirna (Asia Menor). Este

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talante pacífico posiblemente influyó en un discípulo suyo, Ireneo, que después sería obispo de Lyón y el símbolo de la pacificación en la Iglesia primitiva. Tanto es así que decir ‘irenismo’ ha llegado a ser lo mismo que decir ‘pacificación’, condescender de lo que no es esencial. Policarpo no logró convencer al Papa, pero no por eso rompió con él. La comunión quedó asegurada. Creemos que es ésta la característica más importante que Policarpo y su discípulo aportan a la historia de la Iglesia: pese a las discusiones —algunas de ellas muy fuertes— que pueden darse entre sus miembros, no se rompe la unión. Habrá que respetarse siempre, aceptar que haya alguien que piense diferente, habrá que convivir pacíficamente con todos los que no se manifiesten abiertamente contra Jesucristo y contra su mensaje esencial. Ésta es una postura y un equilibrio muy difícil de conseguir, pero Ireneo y Policarpo nos demuestran que ya al principio de la historia de la Iglesia era posible.

Policarpo y JuanComo ya hemos mencionado, Policarpo era obispo de Esmirna. Conocía muy bien a san Juan. Aunque hay quien cree que éste no era el apóstol, sino un discípulo directo de Jesucristo muy importante en el primer siglo de la Iglesia. El hecho es que Policarpo constituye una notabilísima anilla de conocimiento entre los apóstoles y las primeras generaciones de los grandes evangelizadores. Policarpo estableció en Esmirna una especie de escuela de propagadores del evangelio, de la cual destacaremos, entre otros, al mencionado Ireneo y a Papías.

Precisamente Ireneo, en un fragmento de singular fuerza evocadora, apela a Policarpo como fiel transmisor de la doctrina de los apóstoles.

Tienen también un gran interés histórico y religioso las actas del martirio de Policarpo, de las que se reconoce su autenticidad. Se trata de un documento por el cual la Iglesia de Esmirna hace conocer a otras iglesias hermanas la forma en que su obispo, junto con otros de sus fieles, había sufrido una muerte ejemplar probablemente hacia el año 155. En este momento tenía ochenta y seis años, y de ahí deducimos la fecha de su nacimiento, entre el año 69 y el 70. Tertuliano nos dice que fue ordenado por san Juan.

Sabemos también por las cartas de Ignacio de Antioquía que cuando éste era conducido a Roma para ser martirizado, fue acogido con gran delicadeza y amor por Policarpo, obispo de Esmirna.

Fuentes y traducciones D. RUIZ BUENO, Padres Apostólicos, BAC 65 (Madrid, 6a edición, 1993); FUNK-BIHLMEYER, Patres Apostolici (Tubinga, 1924); J. VIVES, Los padres de la Iglesia (Barcelona, 1982), pág. 35-43. Pares apostòlics (Barcelona, Clàssics del cristianisme, 2000), pág. 177-189.

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Carta a los de FiliposIreneo dice que Policarpo escribió muchas cartas a las comunidades cristianas, pero sólo nos ha quedado la dirigida a los de Filipos. Esta carta es muy importante, ya que aporta la garantía de autenticidad de las cartas de Ignacio, afirmando que él mismo envió una copia de éstas. En esta carta a los de Filipos también habla de la organización de la Iglesia, y nos dice que en ella hay diáconos y presbíteros. Por último, se debe considerar que la carta de Policarpo da a conocer la predicación y la moral de los cristianos de principios del siglo II y también insiste en la tradicional doctrina cristológica: Cristo es verdadero Dios y hombre, hijo de María, recordando el lenguaje de la primera carta de san Juan. Policarpo quiso combatir la herejía gnóstica y docetista. Precisamente entre los gnósticos se encontró con Marción. La famosa carta a los filipenses es probablemente un grupo de dos cartas en una sola. La primera sería del año 110 y la segunda del 130.

Fragmentos de sus cartasPresentamos a continuación unos significativos fragmentos de la carta a los de Filipos, así como el acta de su martirio.

La voluntad de Dios“Policarpo y los presbíteros que están con él en la Iglesia de Dios que habita como forastera en Filipos: que la misericordia y la paz de parte de Dios omnipotente y de Jesucristo, salvador nuestro, se multipliquen entre vosotros.

El que resucitó entre los muertos, también nos resucitará a nosotros con la única condición de que hagamos su voluntad, que cumplamos sus mandamientos, que amemos lo que Él quiso, y nos apartemos de la iniquidad de los fraudes, de la maledicencia, de los falsos testimonios. No devolvamos mal por mal, ni insultemos a los que nos insultan, ni demos golpe por golpe o maldición por maldición. Recordemos mejor lo que el Señor dijo para enseñanza nuestra: ‘No juzguéis y Dios no os juzgará’ y ‘Felices los pobres y los perseguidos por el hecho de ser justos: el reino del cielo es para ellos’.

Los presbíteros deben tener entrañas de misericordia y ser compasivos con todo el mundo; deben procurar llevar por buen camino a los extraviados, deben visitar a los enfermos, y deben velar por las viudas, los huérfanos y los pobres, procurando siempre hacer el bien ante Dios y ante los hombres”.

Obedecer a la Palabra, o sea Jesucristo“Os exhorto a obedecer a la palabra de la santidad y a que obréis con toda paciencia, la que visteis con vuestros mismos ojos, no sólo en los bienaventurados Ignacio, Zósimo y Rufus, sino también en otros entre vosotros mismos, e incluso en la misma Paz y en otros apóstoles. Imitadlos con la convicción de que todos ellos no corrieron vanamente, en fe y santidad, con la convicción también de que ahora se encuentran en el lugar que se merecen, al lado del Señor, con el que sufrieron. Estoy muy triste por el caso de Valiente, que fue contado una

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temporada entre vuestros presbíteros, pero que desconoce totalmente el honor que le fue concedido. Os amonesto, en consecuencia, a que os abstengáis de la avaricia y seáis castos y veraces. Apartaos de todo mal.

Rezad por todos los santos. Rezad también por los reyes, por las autoridades y por los príncipes y por quienes os persiguen y os aborrecen, y por los enemigos de la cruz, para que vuestro fruto sea patente en todas las cosas, y seáis perfectos en Cristo. Vosotros me escribisteis, así como lo hizo Ignacio, que si alguien va a Siria se lleve mis cartas. Yo lo procuraré cuando se presente una oportunidad”.

El martirio y muerte de san PolicarpoPolicarpo sufrió el martirio hacia el año 155 en una hoguera en el estadio de su ciudad, Esmirna. Es una carta de esta iglesia la que nos lo cuenta: “Ya habían preparado la pira; Policarpo se quitó los vestidos, se desciñó el cinturón y se descalzó. Un rato antes no habría tenido que hacer eso, porque todos los fieles se hubieran adelantado en prestarle este servicio y se hubiera peleado por tocarle antes que los otros el cuerpo, porque Policarpo era venerado ya por todo el mundo por la santa vida que llevaba.

“Pusieron a su alrededor todos los instrumentos preparados para la pira. Se le acercaron, porque tenían que atarlo en un palo, pero él les dijo: ‘Dejadme tal y como estoy, porque lo que me da fuerza para soportar el fuego también me la dará para permanecer inmóvil en medio de la hoguera: no es necesario asegurarme con esos clavos’.

Finalmente no lo clavaron, pero sí lo ataron. Él, entonces, con las manos en la espalda y atado como un cordero excelso escogido de un gran rebaño como holocausto aceptado por Dios, levantó los ojos hacia el cielo y exclamó: ‘Señor Dios omnipotente, Padre de vuestro amado y bendecido sirviente Jesucristo, por quién hemos recibido el conocimiento de Vos, Dios de los ángeles y de las potestades, de toda la creación de todos los justos que ahora viven ya en vuestra presencia: yo os bendigo porque me habéis tenido por digno de esta hora, para que, contando entre vuestros mártires, participase del cáliz de Cristo y resucitase en la vida eterna, en la incorrupción del alma y del cuerpo, por el Espíritu Santo. Sea yo recibido hoy con ellos en vuestra presencia como sacrificio abundante y aceptable según lo que me habíais preparado, lo que me habíais revelado y ahora cumplís, ya que sois el Dios infalible y verdadero. Por eso os alabo por todas las cosas, os bendigo y os glorifico por medio del eterno y celestial Pontífice Jesucristo, vuestro Hijo amado, el cual esté en gloria con vos y el Espíritu Santo por los siglos de los siglos. Amén’.

En el mismo instante en que envió al cielo su “Amén”, acabando así su plegaria, los encargados del fuego encendieron la leña.

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Se levantó una gran llamarada, y nosotros vimos un prodigio; sí, nos fue concedido verlo y ahora hemos sobrevivido para poder explicar a todo el mundo lo que sucedió. El fuego hizo como una especie de campana o como la vela de un barco inflada por el viento; rodeaba por todas partes como una muralla el cuerpo del mártir, y él permanecía en medio de las llamas no como la carne que se asa, sino como el pan que se cuece o bien como el oro y la plata que funden en el crisol. Y no os engaño: percibimos un perfume tan intenso como si se levantase una nube de incienso o de otra sustancia aromática preciosa”.

Testimonio de san IreneoPor último, añadamos el interesante testimonio de Ireneo de Lyón que hace referencia a Policarpo y a otros muchos detalles de la vida primitiva de la Iglesia: “Siendo yo niño, conviví con Policarpo en Asia Menor. Conservo una memoria de las cosas de aquella época mejor que la de ahora. Podría decir incluso el lugar en el cual Policarpo acostumbraba a sentarse para conversar, sus ideas, el carácter de su vida, sus discursos al pueblo... Explicaba cómo había convivido con Juan y con quienes habían visto el Señor. Decía que recordaba muy bien sus palabras y explicaba lo que había escuchado de ellos, referente al Señor, sus milagros y sus enseñanzas. Había recibido todas estas cosas de los que habían sido testimonios oculares del Verbo de la Vida, Policarpo lo explicaba todo en consonancia con las escrituras. Por mi parte, por la misericordia que Dios me dio, escuchaba con toda diligencia todas estas cosas, procurando tomar nota de todo no sobre papel, sino en el corazón.

Policarpo no sólo recibió la enseñanza de los apóstoles y conversó con muchos de los que habían visto a Nuestro Señor, sino que fue constituido obispo de Esmirna en Asia por los mismos apóstoles. Yo le conocí desde mi infancia, ya que vivió mucho tiempo, y dejó esta vida siendo ya muy anciano con un gloriosísimo martirio. Enseñó siempre lo que había aprendido de los apóstoles, que es lo que enseña la Iglesia y la única verdad. Policarpo, en su viaje a Roma, en tiempos de Aniceto, convirtió muchos herejes a la iglesia de Dios, proclamando que había recibido de los apóstoles la única verdad, idéntica a la transmitida por la tradición de la Iglesia. Hay quien escuchó que Juan, discípulo del Señor, una vez fue a los baños de Éfeso vio allí al hereje Cerinto y acto seguido salió de aquel lugar sin bañarse diciendo que tenía miedo de los baños, ya que estaba allí dentro el enemigo de la verdad, Cerinto. El mismo Policarpo se encontró una vez con Marción y éste le dijo: ‘¿No me conoces?”, y el otro le contestó: “Te conozco como el primogénito de Satanás’”.

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Sarcófago de la ciencia sagrada. Roma, Museo de Arte Cristiano del Vaticano.

• Testimonios cristianos de finales del siglo I y del siglo II • Papías

Fuentes y traduccionesFragmentos

• Pastor de HermasFuentes y traduccionesEl enigma de su visiónTemas de su escritoFragmentos

• Carta del Pseudo-BernabéFuentes y traduccionesFragmentos

• La Didakhé o doctrina de los doce apóstolesFuentes y traduccionesFragmentos

• Carta a DiognetoFuentes y traducciones

Fragmentos

4. OTROS TESTIMONIOS DEL

CRISTIANISMO PRIMITIVO

Testimonios cristianos de finales del siglo I y del siglo II Debemos presentar otros autores del siglo II, que aunque no destacan como los tres Padres Apostólicos anteriores (Clemente de Roma, Ignacio y Policarpo), son muy importantes en el objetivo de nuestro estudio, que es poder presentar testimonios documentales gracias a los cuales podamos estructurar la descripción de la historia primitiva de la Iglesia. Éstos son Papías y tres autores anónimos: el de la carta del Pseudo-Bernabé, el del Pastor de Hermas y el también anónimo autor de la Didakhé o Doctrina de los doce apóstoles. También

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expondremos un testimonio excepcional del mismo siglo II, la famosa Carta a Diogneto, que pese a no ser considerada del grupo de los Padres Apostólicos, sino de los padres apologistas, nos da una multitud de detalles de cómo vivían los cristianos del siglo II.

PapíasFue obispo de Hierápolis de Frigia. Nació alrededor del año 65 y murió en el 130. Evangelista y contemporáneo de Policarpo, según Ireneo de Lyon fue quiliasta, o milenarista. Debido a su antigüedad y como autor de una obra hermenéutica sobre las palabras o sentencias (logia) de Jesús —conservada muy fragmentariamente sobre todo en la obra de Eusebio— es importante en la historia de la tradición neotestamentaria incipiente y ha dado pie a una famosa controversia, hoy superada, sobre la autoría del evangelio de san Juan al introducir en escena como posible autor a un tal Juan, presbítero, tal vez diferente del apóstol. Papías escribió hacia el año 130 los cinco libros de Explicaciones de las afirmaciones del Señor que se consideran la primera obra de exégesis de los evangelios.

Fuentes y traduccionesD. RUIZ BUENO, Padres Apostólicos, BAC 65 (Madrid, 6a edición, 1993); FUNK-BIHLMEYER, Patres Apostolici (Tubinga, 1924). Pares apostòlics (Barcelona, Clàssics del cristianisme, 2000) pág. 193-202.

FragmentosHe aquí algunos fragmentos de su obra.

“No dudaré en ofrecerte, junto con mi propia interpretación, todo cuanto en otro tiempo aprendí muy bien de los ancianos y grabé en mi memoria. Yo sólo quiero enseñar los mandamientos que serían dados por el Señor a nuestra fe y que proceden de la misma verdad, de lo que habían dicho Andrés, Pedro, Felipe, Tomás, Jaime, Juan, Mateo, o cualquier otro discípulo del Señor o lo que dicen Aristino y Juan el presbítero, discípulos del Señor.

Marcos fue intérprete de Pedro y escribió con fidelidad, aunque desordenadamente, lo que acostumbraba a interpretar, que eran las afirmaciones y hechos del Señor. Él mismo no los había oído del Señor, ni había sido su discípulo; no obstante, más adelante había sido discípulo de Pedro, el cual daba sus instrucciones según las necesidades, pero sin pretensión de componer un conjunto ordenado de sentencias del Señor. Mateo ordenó en lengua hebrea las sentencias del Señor e interpretó cada una según su capacidad”.

Pastor de HermasHermas es de la segunda mitad del siglo II y escribió el libro titulado Pastor, ya que destaca el hecho de la aparición en una visión de un pastor con un mensaje de perdón. Según este fragmento, Hermas fue hermano del papa Pío I y compuso su obra en Roma durante el pontificado del mismo Papa, es decir entre el año 140 y 155.

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Fuentes y traducciones M. WHITTAKER, Der Hirt des Hermas (Berlín, 1956); R. JOLY, Hermas. Le Pasteur: Sources Chrétiennes n. 53 (París, 1985); J. VIVES, Los padres de la Iglesia (Barcelona, 1982) pág. 52-59. Pares apostòlics (Barcelona, Clàssics del cristianisme, 2000) pág. 209-301.

El enigma de su visiónEl escrito es muy complejo, compuesto según el género apocalíptico y visionario, probablemente hacia mediados del siglo II, a pesar de que podemos encontrar en él elementos de varias épocas. Se puede dividir en una serie de visiones, comparaciones y alegorías, algunas de ellas de sentido bastante confuso que se refieren a varios aspectos de la vida cristiana. Según se desprende del escrito, Hermas, su autor, era un cristiano sencillo y un poco elemental, pero lleno de preocupaciones religiosas y con una particular conciencia de sus propias carencias morales. Pesa sobre él especialmente el remordimiento por no haber sabido mantener las buenas relaciones familiares con su mujer y sus hijos, y por no haber sabido hacer buen uso de sus bienes, que perdió. Siente culpabilidad, y destaca en sus escritos el tema de la penitencia y del perdón que, contra las concepciones rigoristas, podía ser repetido al menos una vez más después del bautismo si había arrepentimiento sincero. Hermas, simple laico, es consciente de que eso se opone a la enseñanza de algunos doctores de la Iglesia, que no admiten la posibilidad del perdón a quien haya pecado gravemente después del bautismo, y presenta sus ideas como el anuncio especial de un mensajero o heraldo de Dios que se aparece en forma de pastor (de ahí viene el título).

Temas de su escritoAdemás del tema de la penitencia, es importante cómo aparece el tema de la Iglesia: bajo la alegoría de una torre en construcción, de la que pueden formar parte diferentes tipos de piedra, que representan los diferentes géneros o estamentos de fieles. Algunas piedras son perentoriamente rechazadas para la construcción y otras son admitidas definitivamente, representando unas y otras los fieles que podrán o no a su tiempo hacer penitencia.

Aparecen otros temas en el escrito de Hermas, como pueden ser los peligros que suponen las riquezas para el fiel, las relaciones entre los ricos y los pobres, o la necesidad de saber distinguir los signos de la influencia del bien o del mal espíritu en nosotros y en los otros. En este último tema Hermas es el autor que encabeza la copiosa literatura cristiana referente al discernimiento del espíritu.

El escrito está lleno de divagaciones imaginativas —algunas poéticas— pero tiene poca profundidad teológica en general, con una actitud meramente moralista. Aún así, tiene mucha importancia, ya que nos da a conocer lo que el cristiano pensaba en el siglo II.

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Fragmentos Presentamos a continuación los fragmentos del Pastor de Hermas que más nos han gustado:

‘Si escuchas estas palabras obtendrás misericordia’ “Habiendo yo hecho ayuno y oración pidiendo insistentemente al Señor que me escuchase, he recibido el convencimiento de que él me ha dado el auténtico sentido de la escritura. Lo que estaba escrito era lo siguiente: ‘Tus hijos, Hermas, se enfrentaron a Dios, blasfemaron contra el Señor y traicionaron a tus padres con gran perversidad. Y no tuvieron suficiente con eso, añadiendo insolencias y perversas contaminaciones’.

De todos modos, haz saber a tus hijos y a tu esposa estas palabras. Tu esposa no se modera en la lengua, con ella obra el mal, pero si escucha estas palabras obtendrá misericordia. “A quien escuche estas palabras se le perdonarán todos los pecados que anteriormente haya cometido”. Pero el Señor hizo este juramento por la gloria del respeto a sus elegidos: si después de fijado este día de perdón aún cometen pecados, no tendrán salvación, ya que la penitencia para los justos tiene un límite. Por lo tanto, quienes obráis la justicia manteneros firmes y no vaciléis, así se os concederá la entrada a los santos ángeles. Bienaventurados vosotros, que soportáis la gran tribulación de las persecuciones, porque el Señor ha jurado por su propio Hijo que quienes nieguen sean privados de su propia vida, o sea, quienes niegan desde ahora hasta los días futuros. Pero quienes le hubiesen negado antes obtendrán perdón por su gran misericordia.

Referente a ti, ¡oh Hermas! No guardes más rencor a tus hijos, no abandones a tu hermana (esposa). Así tendrán posibilidades de purificarse de sus pecados pasados, porque si tú no eres rencoroso ellos serán educados justamente. El rencor produce la muerte. Tú Hermas, has sufrido grandes tribulaciones en tu persona debido a las transgresiones de los de tu casa, ya que no cuidaste de ellos, porque tenías otras preocupaciones y te enrolabas en negocios malvados. Pero te ha salvado el hecho de no haber apostatado del Dios vivo, así como tu sencillez y tu gran continencia: eso es lo que te ha salvado y lo que salvará a cuantos hagan lo mismo y vivan en inocencia y simplicidad. Éstos vencerán toda maldad y perseverancia hasta la vida eterna. Bienaventurados todos los que obran la justicia, porque no se perderán nunca”.

’Arrepentimiento, penitencia y perdón’“‘¿No te parece —me dijo el pastor— que el mismo arrepentimiento es ya una especie de sabiduría?’ Sí —afirmo—, el hecho de arrepentirse es signo de una sabiduría muy grande, porque el pecador se da cuenta ante el Señor de que ha hecho daño y penetra en su corazón el sentimiento de las obras que hizo. El que se arrepiente ya no vuelve a obrar mal, sino que se pone a practicar todo tipo de bien, y humilla y atormenta su alma por haber pecado. Ya ves, como en el arrepentimiento se encuentra una gran sabiduría.

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Señor —le dije— he escuchado de otros maestros que no se da nueva penitencia fuera de aquella por la cual bajamos al agua (del bautismo o baptisterio) y alcanzamos el perdón de nuestros pecados anteriores.

Él me dijo: ‘Has escuchado bien, ya que es así; porque quién ha recibido el perdón de sus pecados ya no debería pecar de nuevo, sino que debería vivir puro. Pero, ya que quieres, te explicaré otra cosa sin que eso quiera decir que se permite pecar. Es cierto que para quienes fuesen llamados a participar de la comunidad cristiana antes de estos días presentes, el Señor tiene establecida una penitencia —perdón de pecados—; porque el Señor conoce sus corazones y sabe perfectamente que hará el hombre antes de hacerlo, conoce perfectamente la debilidad de los hombres y la gran astucia del diablo, que quiere hacer daño a los sirvientes de Dios y quiere rebajarse con ellos. Por ello, siendo grandes las entrañas de la misericordia del Señor, se apiadó de su criatura y dispuso esta penitencia. Sin embargo, si alguien tentado por el diablo comete algún pecado, sólo tiene posibilidad de una penitencia, pero si continuamente peca y vuelve a arrepentirse de poco le sirve a este hombre, ya que difícilmente alcanzará la vida eterna’”.

‘Los ricos y pobres’“Así como la piedra redonda no puede convertirse en sillar si no es cortada y se saca algo de ella, tampoco los ricos pueden ser útiles al Señor si no se les recortan sus riquezas. Esto que acabo de decir lo puedes comprobar por ti mismo, ya que cuando eras rico eras inútil para las cosas del Señor: pero ahora que eres pobre, te has convertido en útil y de provecho para la vida.

El rico pese a que tenga mucho dinero, es pobre ante el Señor, ya que es esclavo de la riqueza: muy pocas veces hace acción de gracias y poca oración eleva al Señor o al menos la hace muy corta, sin intensidad y sin fuerza para elevarla hasta las alturas del cielo. Pero cuando el rico se mezcla con el pobre y le proporciona lo necesario, creemos que podrá encontrar en Dios la recompensa de lo que ha hecho para el pobre: ya que el pobre es rico en la oración y en acción de gracias, y sus peticiones tienen fuerza ante el Señor, entonces el rico atiende al pobre en todas las cosas sin reservas. Por su parte, el pobre, atendido por el rico, reza por él y da gracias a Dios por aquél de quien recibe beneficios. Y así es como el rico toma más interés por el pobre, ya que sabe que la oración del pobre es rica y aceptable ante Dios. De modo que el uno y el otro llevan la obra en común: el pobre coopera con su oración, la que el rico recibe del Señor. Es una gran obra, agradable a Dios. De esta forma los pobres rezando al Señor por los ricos dan sentido a su riqueza y a la vez los ricos, socorriendo a los pobres, alcanzan la plenitud en lo que faltaba a su alma. Así se hacen los unos por los otros colaboradores en la obra de la justicia. Por lo tanto, el que así obra ante el Señor no será por él abandonado, sino que restará inscrito en el libro de los vivos. Bienaventurados los que poseen y entienden que sus riquezas las tienen del Señor; porque quien entiende esto podrá cumplir el servicio que debe”.

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‘Dos ángeles’“Dos ángeles acompañan al hombre; uno de justicia y el otro de maldad. El ángel de justicia es delicado, canta dulce y tranquilo. Cuando este ángel penetre en tu corazón, te hablará inmediatamente de justicia, de pureza, de santidad, de contentarse con lo que se tiene, de toda buena obra y de toda virtud reconocida. Cuando sientas que tu corazón está penetrado de estas cosas, entiende que el ángel de justicia está contigo, porque éstas son su obra. Debes creer en él y en sus obras.

Considera, por otra parte, que el ángel de la maldad en primer lugar es impaciente, amargado e insensato: sus obras son malas y capaces de abatir a los siervos de Dios. Cuando este ángel penetra en el corazón debes saber que lo puedes conocer por sus obras. Cuando sientas alguna impaciencia o amargura, entiende que él está dentro de ti; así como cuando desees mujeres o posesiones de gran soberbia y otras cosas por el estilo. Cuando estas cosas penetran en tu corazón, debes saber que el ángel de la maldad está dentro de ti. Así conocemos sus obras. Apártate de él y no creas en nada de lo que te dice, ya que sus obras son malvadas y no aportan nada a los siervos de Dios”.

‘El espíritu de la verdad’“¿Cómo se puede reconocer si un hombre es auténtico o falso profeta? ‘Al hombre que tiene el Espíritu divino debes examinarlo por su vida. En primer lugar, quien tiene el Espíritu divino es tranquilo y humilde; se aparta de toda maldad, así como de los vanos deseos de este siglo y se hace a él mismo el más pobre de todos los hombres; no empieza a dar respuestas a nadie sólo porque se le pregunte, ni habla en secreto, porque no habla el Espíritu Santo cuando el hombre quiere, sino que habla cuando Dios quiere que hable. Así, si un hombre es llevado por el espíritu divino a una reunión de hombres justos que tienen fe en el espíritu divino, y en aquella reunión se hace oración a Dios, el ángel del espíritu profético que está en él llena aquel hombre y, lleno así del Espíritu Santo, habla a la multitud como quiere el Señor’.

‘Escucha ahora lo que se refiere al espíritu terrenal que no tiene ninguna virtud. En primer lugar, el hombre que afirma tener el Espíritu se exalta a sí mismo y quiere ocupar la sede presidencial e inmediatamente se manifiesta ligero, sinvergüenza y hablador, vivo entre muchos placeres y con muchos engaños. Hace pagar sus profecías y si no se le paga no profetiza: ¿es que el Espíritu divino puede cobrar sus profecías? No puede hacer tal cosa un profeta de Dios, el espíritu de estos profetas es de la tierra. Cuando un atuendo vacío choca con otros igualmente vacíos no se rompe, sino que todos resuenan con el mismo sonido. Cuando un falso profeta llega a una reunión llena de hombres justos que ponen el espíritu en la divinidad y en la oración, se queda vacío y su espíritu terrenal huye de él asustado, y el hombre queda mudo y totalmente destrozado sin poder articular palabra. Donde habita el Señor, hay inteligencia. Únete al Señor y lo entenderás todo’”.

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‘La alegría de los cristianos’“Arranca de ti la tristeza y no entristezcas al Espíritu Santo que habita dentro de ti, no vaya a ser que la oración a Dios se te rebele en contra y Él se aparte de ti. Porque el Espíritu de Dios que ha sido dado en esta carne tuya no tolera la tristeza ni la angustia. Revístete de alegría, que encuentra siempre gracia ante Dios y siempre le es agradable y se complace en ella. Porque todo hombre alegre obra bien, piensa el bien y no hace caso de la tristeza. El hombre triste, en cambio, siempre va por mal camino. En primer lugar, entristece al Espíritu Santo que fue dado con alegría al hombre. En segundo lugar, comete la iniquidad al no rezar ni dar gracias a Dios, ya que la oración del hombre triste nunca tiene la fuerza suficiente para subir al altar de Dios. Si la tristeza está en tu corazón, y al mezclarse con la oración no subirá pura hasta el altar de Dios. Purifícate de esa malvada tristeza”.

Carta del Pseudo-BernabéEste importante documento ha sido atribuido durante muchos años a san Bernabé, compañero de san Pablo. El mismo Clemente de Alejandría (siglos II y III) lo cita frecuentemente en su libro Stromata, y, según Eusebio de Cesarea, lo contaba (en su obra Hypotyposeis) entre las “epístolas católicas”. En la primera mitad del siglo III, Orígenes la denomina también ‘Epístola Católica’. El Códice Sinaítico —también alejandrino— la transcribe entre los libros del Nuevo Testamento después del Apocalipsis, no obstante la considera apócrifa. Después de san Jerónimo se considera de gran importancia, pero no formando parte de las escrituras del Nuevo Testamento, y se niega que fuese escrita por san Bernabé, aunque se desconoce el autor.

Por su contenido se trata de dar respuesta a la cuestión sobre el valor y sentido de la revelación del Antiguo Testamento por los cristianos. Se observa que aquellos cristianos primitivos estaban preocupados por su relación con los judíos. Obviamente, por la lectura de la misma, se ve que el autor anónimo de la carta era antisemita, y él sólo admitía en el Antiguo Testamento un valor alegórico en tanto que profetiza lo que sucedería en el Nuevo Testamento, que es lo que en definitiva tiene pleno valor de revelación. Por tanto, la carta de Bernabé es como la continuación de la polémica iniciada por san Pablo referente al valor de la ley. El autor, además, llega a afirmar que la interpretación literal de la ley que dan los judíos, no es otra cosa que un “engaño diabólico”. Él está convencido de que la fe debe culminar en el conocimiento perfecto que denomina ‘teleia gnosis’, es decir una explicación alegórica y tipológica del Antiguo Testamento que se refiere a Cristo y a los cristianos.

La carta también tiene una sección moral que recoge una catequesis judía teniendo en cuenta tanto los mandamientos y virtudes como los pecados y vicios.

Los patrólogos discuten si esta importante carta fue redactada en Alejandría o en Siria-Palestina. Parece más probable la primera opinión, pues si nos fijamos en ella observamos la presencia del judaísmo helénico alejandrino. Los contrarios a

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esta teoría quieren ver el origen palestino basándose en las coincidencias con la Regla de Qumram o instrucciones de estos círculos de pensamiento.

También habría que decir que el autor posiblemente sea un judío converso ya que, pese a las expresiones antisemitas, no llega a prescindir de la tradición judía.

Fuentes y traducciones P. PRIGENT - R.A. KRAFT, Epître de Barnabé: “Sources Chrétiennes” núm. 172 (París, 1971); FUNK-BIHLMEYER, Patres Apostolici (Tubinga, 1924); D. RUIZ BUENO, Padres Apostólicos, BAC 65 (Madrid, 6a edición 1993); J. VIVES, Los padres de la Iglesia (Barcelona, 1982), pág. 44-49. Pares apostòlics (Barcelona, Clàssics del cristianisme, 2000), pág. 93-120.

Fragmentos‘Del Señor habéis recibido la semilla plantada en vuestras almas’“Salud, en la paz, hijos e hijas, en nombre del Señor que nos ha amado.

Puesto que las gracias que os da el Señor son muchas y muy grandes, yo me alegro muchísimo de ello y, por encima de cualquier otra cosa, me alegro de que vuestros espíritus sean felices y gloriosos, porque del Señor habéis recibido la semilla plantada en vuestras almas, el don de la gracia espiritual. De ahí que me felicite yo más aún a mí mismo con la esperanza de salvarme, ya que contemplo de verdad entre vosotros como el Señor ha derramado sobre vosotros su Espíritu. Cuando estuve entre vosotros, me conmovió mucho veros, cosa tan anhelada por mí.

Estoy convencido —y lo siento íntimamente— de que, después de haberos dirigido muchas veces la palabra, todavía me quedan muchas cosas que decir, porque el Señor me condujo por el camino de la justicia, y me veo absolutamente forzado a amaros más que a mi propia vida, porque son grandes la fe y la caridad que tenéis por la esperanza de la vida divina. Pienso que, si procuro cuidar de vosotros, debo comunicaros como mínimo una pizca de lo que yo mismo he recibido, y que no me debe faltar la recompensa por este servicio. Por eso me he apresurado al escribiros brevemente, para que vuestra fe llegue al conocimiento perfecto”.

Tres revelaciones: ‘El amor con alegría’“Tres son las grandes realidades reveladas del Señor: la esperanza de la vida, que es el principio y el fin de nuestra fe; la justicia, que es el principio y el fin del juicio; y el amor con alegría y gozo, que son testimonio de las obras de la justicia. Sí, el Señor, a través de sus profetas, nos hizo conocer el pretérito y el presente, y nos anticipó la primicia de gozar de las cosas futuras. Si vemos, como vemos, que estas cosas se cumplen sucesivamente, tal y como el Señor dijo, tenemos el deber de progresar, con espíritu generoso y pleno. Cuanto a mí, no como maestro, sino como uno más entre vosotros, quiero exponer a vuestra consideración unos puntos que harán que os alegréis de la situación presente.

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Puesto que los días son malos y que es el Maligno quien tiene la potestad, es nuestro deber, si nos miramos a nosotros mismos, inquirir la voluntad del Señor. Mirad: los auxiliares de nuestra fe son el temor y la paciencia, nuestros aliados son la generosidad de alma y la continencia. Si en lo que respecta al Señor mantenemos firme y santamente estas virtudes, entonces tendremos con ellas la sabiduría, la inteligencia, la ciencia y el conocimiento”.

’El Señor no necesita de nuestros sacrificios’“Efectivamente. El Señor, mediante todos sus profetas, nos ha manifestado que no necesita sacrificios ni holocaustos ni ofrendas. En una ocasión dijo: “Me da igual que me ofrezcáis tantas víctimas. ¡Estoy empachado de los corderos que quemáis y de la grasa de los corderos! La sangre de los terneros, de los carneros y de los cabritos no me dicen nada. ¿Quién os ha pedido todo eso? Cuando me venís en ver, estáis atropellando los atrios de mi templo. No me vengáis más con ofrendas sin valor, me repugna el perfume de los sacrificios. Días de luna nueva, reposo festivo, reuniones religiosas, descanso y ayunos, ya no los puedo sufrir.

Pues bien, el Señor invalidó todos los sacrificios antiguos, para que la nueva Ley de nuestro Señor Jesucristo, que no está sometida al yugo de ninguna necesidad, tenga una ofrenda no hecha por la mano de hombre. Por eso pregunta: ‘¿Tal vez yo mandé a vuestros padres, cuando salían de la tierra de Egipto, que me ofreciesen holocaustos y sacrificios? ¿No os mandé que nadie de vosotros guarde rencor en su corazón contra su hermano y que no améis los falsos juramentos? ¿Por qué pasáis el ayuno pleiteando y peleando?’ Pero a nosotros, nos dice: ‘El Único ayuno que yo aprecio es este: deja que se marchen los que has encarcelado injustamente, libra a los que tienes sometidos al yugo, libera a los oprimidos, acaba con los yugos de todo tipo. Comparte tu pan con los que pasan hambre, acoge en tu casa a los pobres vagabundos, y si alguien no tiene ropa, vístelo’”.

‘Los cristianos deben formar una comunidad’“Huyamos de toda vanidad, odiemos mortalmente las obras del mal camino. No viváis aislados y replegados en vosotros mismos, como si ya estuvieseis justificados, no, reuniros en un lugar común para todos e investigad juntos lo que conviene a todos. Porque dice la Escritura: ‘¡Ay de quienes se tienen a ellos mismos por sabios y entendidos!’. Hagámonos espirituales, hagámonos templo perfecto de Dios. En la medida de nuestra fragilidad, no olvidemos el temor de Dios y luchemos para guardar sus mandamientos, para alegrarnos de la santidad que él nos da. El Señor juzgará el mundo sin hacer distinciones. Cada cual recibirá según sus obras: si el hombre se comporta correctamente, su justicia caminará ante él; si no lo hace, el precio de su pecado también le precederá. Haced memoria, no vaya a ser que fuésemos tranquilos a descansar, creyendo que somos los llamados, y resultase que nos adormecemos encima de nuestros pecados, y el Príncipe de la maldad se enseñorease de nosotros y nos ahuyentase del Reino del Señor.

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Y considerad lo que sigue, hermanos míos. Después de tantos signos y prodigios ocurridos en medio de Israel los hebreos fueron rechazados; tengamos cuidado que no nos pase lo mismo: ‘Los llamados son muchos, pero no tantos los elegidos’”.

‘La remisión de los pecados’“El Señor entregó su carne a la destrucción para que nosotros fuésemos purificados por la remisión de los pecados, que es lo que nos es concedido por la aspersión de la sangre. Efectivamente, sobre esta cuestión existe un escrito que nos afecta en parte a nosotros, y en parte a Israel, que es lo siguiente: ‘Por nuestras faltas, moría malherido, destrozado por nuestras culpas, y sus heridas nos curaban. Como los corderos llevados a matar, o las ovejas mientras las esquilan, él callaba y no abría ni siquiera la boca’. Por lo tanto, debemos dar muchísimas gracias a Dios porque nos hizo conocer el pasado, nos enseñó el camino del presente y no nos encontramos desvalidos por lo que respecta al futuro. Ya lo dice la Escritura: ‘No se ponen inútilmente trampas a los pájaros’. Eso quiere decir que bien merecidamente se perderá el hombre que, a pesar de conocer la justicia, se precipita solo por el camino de las tinieblas”.

‘Jesucristo manifestó su muerte y resurrección’“Meditemos aún otra cosa, hermanos míos: si es cierto que el Señor se dignó a sufrir por nuestra alma y es, como lo es de verdad, Señor de todo el universo, a quien dijo Dios desde la constitución del mundo ‘Hagamos el hombre a imagen nuestra, parecido a nosotros’, ¿cómo se dignó, entonces, a sufrir bajo la mano de los hombres? Aprendedlo. Los profetas tenían su gracia, y en vista a Él profetizaron. Pues bien, para destruir la muerte y manifestar su resurrección, puesto que debía manifestase en la carne, primero sufrió para cumplir la promesa hecha a los padres, y después, al mismo tiempo que se preparaba un pueblo nuevo para él cuando estaba sobre la tierra, dijo que, una vez resucitado, lo juzgaría. Finalmente, predicó, enseñó en Israel e hizo grandes prodigios y señales, y demostró así su amor inmenso”.

‘La nueva creación’“Cuando nos hubo renovado mediante el perdón de los pecados, hizo de nosotros una nueva creación, y hemos llegado al extremo de tener almas de niños, ya que él nos ha plasmado de nuevo. Sí, la Escritura dice de nosotros lo mismo que Dios dijo a su Hijo: ‘Hagamos el hombre a imagen nuestra, parecido a nosotros, y que tenga sometidos a los peces del mar, a los pájaros, y a los animales domésticos y torvos, y a todos los bichos que se arrastran por la tierra’. Y después de contemplar nuestra belleza, añadió: ‘Debéis ser fecundos, multiplicaos, llenad la tierra y dominadla’. Dijo todo esto a su Hijo.

Pero también te enseñaré cómo nos lo dice a nosotros. La segunda creación fue acabada en los últimos tiempos, ya que el Señor dice: ‘Las últimas cosas las hago como las primeras’. Con referencia a esto, también dijo el profeta: ‘Entrad en la tierra de la que brotan leche y miel, y dominadla’. La consecuencia somos nosotros, los plasmados de nuevo, de la forma en que dice otro profeta: ‘Dice

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el Señor, sacaré de vosotros este corazón de piedra —se refiere a aquellos que el Espíritu del Señor ya había previsto— y os daré uno de carne’. Eso es porque él debía manifestarse como hombre y tenía que vivir entre nosotros. Y, efectivamente hermanos míos, para el Señor nuestro corazón es un templo santo. Dice otra vez el Señor: ‘Os daré gracias en medio del pueblo reunido, ante todo el mundo os alabaré en días de fiesta’. No lo dudemos, somos nosotros los que él introdujo en la tierra buena”.

‘El camino de la luz’“El camino de la luz es este. Si alguien quiere hacer su camino hacia un lugar determinado, que se apresure por medio de las obras, pues el conocimiento que nos ha sido dado para caminar por el camino de la luz es el siguiente: amarás al que te creó, temerás al que te formó, glorificarás al que te redimió de la muerte. Serás sencillo de corazón y rico de espíritu. No te unirás a los que caminan por el camino de la muerte, aborrecerás todo cuanto no sea agradable a Dios, odiarás todo tipo de hipocresía, no abandonarás los mandamientos del Señor. No te ensalzarás a ti mismo, sino que serás humilde en todo. No te atribuirás gloria a ti mismo. No decidirás cosas que puedan perjudicar a tu prójimo. No pondrás temerariamente tu alma en peligro.

Amarás a tu prójimo más que a tu propia vida. No matarás al hijo en el seno de la madre, tampoco le matarás cuando ya haya nacido. No te despreocupes de tu hijo o de tu hija, bien al contrario, ya de pequeños les enseñarás el temor de Dios. No codiciarás los bienes de tu prójimo, no serás avaro. No te mezcles con los soberbios, trata siempre con hombres humildes y justos.

Cualquier cosa que te pase, la aceptarás como un bien, ya que sabes que no hay nada que ocurra si no es por disposición divina. No será falsa tu intención ni tu lengua, porque una lengua doble es una trampa mortal.

Compartirás todas tus cosas con tu prójimo, y no dirás que son de tu propiedad, porque, si todos participáis en común de las cosas eternas, con mucha más razón debéis repartiros las cosas efímeras. No serás precipitado en tus palabras, porque la boca es una red mortal. Guardarás tanto como te sea posible la castidad de tu alma. No seas de los que extienden la mano para recibir, y la retiran cuando se trata de dar. Amarás como a las niñas de tus ojos a aquel que te hable del Señor.

Recordarás noche y día el día del juicio y buscarás todos los días personas santas. O bien por el ministerio de la palabra, caminando para consolar y meditando para salvar un alma por medio de tu palabra; o bien trabajando en un oficio manual procurarás redimir tus pecados.

No dudes nunca en dar, y cuando des no lo hagas murmurando; conoces bien quién es el que te premiará con tu galardón. Guardarás el depósito confiado, sin añadir ni sacar nada. Aborrecerás totalmente al hombre malvado; juzgarás con justicia.

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No harás partidos, al contrario, guardarás la paz y procurarás reconciliar a los que luchan. Confesarás tus pecados. No te acerques nunca a la oración con pecados en la conciencia. Este es el camino de la luz”.

La Didakhé o doctrina de los doce apóstolesAunque pongamos esta obra casi al final del grupo de escritos de los Padres Apostólicos, no quiere decir que no le demos importancia. Según afirman algunos, puede situarse a finales del siglo I y es como un manual que expone las verdades fundamentales del cristianismo pensado para ser utilizado por el catequista o, si se quiere, por el evangelizador que quiere tener catalogado todo lo que expone a sus oyentes.

Este escrito fue encontrado en Constantinopla en el año 1883, pese a que antes ya era conocido en sus rasgos fundamentales. Hay quien quiere ver en él un texto arcaizante, tal vez de origen montanista, que sería anterior a los últimos años del siglo II. Sin embargo hoy en día la crítica histórica quiere demostrar que se trata de una compilación de elementos muy antiguos del cristianismo anterior al siglo II, situado concretamente entre los años 70 y 90, y utilizado por los evangelizadores (o catequistas) itinerantes. Por lo tanto, bien se puede decir que en él encontramos los elementos más antiguos —no del Nuevo Testamento— del cristianismo, como la catequesis moral (con influencia judaizante), las referencias más antiguas de la liturgia bautismal y eucarística, así como la organización eclesiástica en el momento en que, junto con la predicación itinerante y carismática, empezó a surgir una jerarquía estable y una organización en las iglesias locales.

Fuentes y traducciones FUNK-BIHLMEYER, Patres Apostolici (Tubinga, 1924); RUIZ BUENO, D., Padres Apostólicos, BAC 65 (Madrid, 1950); RORDORF, W. - TUILIER, A., La Doctrine des Douze Apôtres: “Sources Chrétiennes” núm. 248 (París, 1978); VIVES, J., Los Padres de la Iglesia (Barcelona, 1982) pág. 17-30. Pares apostòlics (Barcelona, Clásicos del cristianismo, 2000) pág. 23-85.

FragmentosPresentamos, a continuación, algunos fragmentos de la Didakhé: “Existen dos caminos; el de la vida y el de la muerte, y es grande la diferencia que hay entre estos dos caminos. El camino de la vida es éste: ‘Amarás en primer lugar al Dios que te ha creado y en segundo lugar al prójimo como a ti mismo. Todo cuanto no quieras que se haga para ti, no lo hagas para otro’. Ésta es la enseñanza de este discurso: ‘Bendecid a los que os maldicen y rezad por vuestros enemigos, ayunad por quienes os persiguen’. Porque, ¿qué gracia tiene amar a los que os aman? ¿No hacen también eso los gentiles? Vosotros, amad a los que os odian y no tengáis enemigos. También se ha dicho: ‘Que la limosna esté en tus manos hasta que sepas a quien la tienes que dar’.

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El segundo mandamiento de la doctrina dice: ‘No matarás, no adulterarás, no corromperás a los menores, no fornicarás, no robarás, no practicarás la magia, no matarás al hijo en el seno materno, no truncarás la vida del recién nacido. No codiciarás los bienes del prójimo, no perjurarás, no darás falso testimonio, no calumniarás ni guardarás rencor. No serás doble de mente o de lengua, ya que es el doble lazo de la muerte. Tu palabra no será mentirosa, ni vana sino que cumplirá por la obra. No serás avaro ni hipócrita, ni malvado, ni soberbio. No tramarás planes malvados contra el prójimo, no odiarás a ningún hombre sino que a unos convencerás, a otros rogarás y a otros amarás como si fuesen tu propia alma’”.

Todos los preceptos que propone la Didakhé son de gran contenido cristiano y aún recuerdan el vigor de los evangelios. También cuando se refiere a las tradiciones y a lo que el Señor mandó que hiciesen sus discípulos y continuadores, tiene un encanto extraordinario. Veamos un fragmento que se refiere a la Eucaristía.

‘Eucaristía’“En lo que concierne a la acción de gracias (eucaristía), hacedlo como sigue. Primero sobre el cáliz: ‘Os damos gracias, Padre nuestro, por la vid santa de David, vuestro sirviente, la cual nos habéis hecho conocer por Jesucristo, servidor vuestro. A vos la gloria por los siglos’.

Después sobre el pan partido: ‘Os damos gracias, Padre nuestro, por la vida y el conocimiento que nos habéis manifestado por medio de Jesús, vuestro sirviente. A vos la gloria por los siglos. Así como estos trozos estaban dispersos sobre las montañas y reunidos forman un solo pan, que se congregue igualmente vuestra iglesia en vuestro Reino, desde todos los confines de la tierra. Porque por Jesucristo tenéis la gloria y el poder eternamente’.

Cuando ya estéis saciados, dad gracias tal y como sigue. ‘Os damos gracias, Padre santo, por vuestro santo nombre que habéis hecho habitar en nuestros corazones, y por el conocimiento, la fe y la inmortalidad de que nos hicisteis sabedores mediante Jesucristo, vuestro sirviente. A vos la gloria por los siglos’.‘Vos, Señor omnipotente, habéis creado todas las cosas por la gloria de vuestro nombre y disteis a los hombres comer y beber para que gozasen y os diesen gracias. A nosotros nos habéis concedido el don de la comida y bebida espirituales y de la vida eterna por medio de vuestro sirviente. Por encima de todo, os damos gracias porque sois poderoso. A vos la gloria por los siglos’.

‘Recordad, Señor, a vuestra iglesia, libradla de todo mal y hacedla perfecta en vuestro amor; congregadla desde los cuatro vientos, santificada en vuestro Reino que ya habéis preparado. Porque vuestros son el poder y la gloria por todos los siglos’.

‘¡Que venga la gracia y que pase este mundo! ¡Hosanna al Dios de David! Quien sea santo, que se acerque. El que no lo sea, que haga penitencia. Venid, Señor. Amén’.Reuniros en el día del Señor, partid el pan y dad gracias, cuando hayáis

OTROS TESTIMONIOS DEL CRISTIANISMO PRIMITIVO

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confesado vuestros pecados; así vuestro sacrificio será puro. Pero todo aquel que se haya peleado con su amigo, que no se una a vosotros si no ha hecho las paces con él; de otro modo vuestro sacrificio resultaría profanado. Porque éste es el sacrificio del que el Señor dijo: ‘En todo lugar, y en todo tiempo se me ofrece un sacrificio puro, porque yo soy un gran rey, y mi nombre es admirable entre las naciones’”.

Carta a DiognetoEs un curioso e interesante anónimo y a la vez un tratado apologético dirigido a un tal Diogneto que había preguntado sobre algunas cuestiones de la doctrina y vida de los cristianos: “¿Quién es este Dios en el cual tanto confían (los cristianos) y cuál es la religión que les hace menospreciar la muerte sin admitir los dioses griegos ni las supersticiones de los judíos?”. Es muy probable que el autor de este librito sea de finales del siglo II.

Fuentes y traduccionesH.Y. MARROU, À Diognète: “Sources Chrétiennes”, núm. 33 (París, 1952); RUIZ BUENO, Padres Apostólicos, BAC (Madrid, 1950); J. VIVES, Los Padres de la Iglesia (Barcelona, 1982) pág. 65-72.

FragmentosLa Carta a Diogneto se manifiesta muy espiritual. Probablemente sea la mejor obra de los autores que llamamos apologistas de principios del cristianismo. Una buena muestra de ello son los siguientes fragmentos.

‘¿Cómo son los cristianos?’“Los cristianos no son diferentes de los otros hombres ni por la tierra ni por el habla ni por las costumbres. No habitan ciudades que sean sólo de ellos, no hablan un lenguaje extraño ni llevan una vida muy particular, alejados de todo el mundo. Es cierto que esta doctrina no es invención de ellos como fruto del talento y de la especulación de unos hombres estudiosos, ni profesan tampoco, como otros hacen, una filosofía humana.

Porque viven en ciudades griegas o bárbaras, según la suerte que ha correspondido a cada cual, y se adaptan al vestido, a la comida, a los hábitos y a las costumbres de cada país, pero tienen un modo especial de comportarse que es admirable y, tal y como lo reconoce todo el mundo, sorprendente. Viven en sus patrias, pero como si fuesen forasteros. Participan en todas las actividades de los buenos ciudadanos y aceptan todas las cargas, pero como si fuesen romeros. Toda tierra extraña es patria para ellos, y toda patria les resulta tierra extraña. Se casan como todo el mundo, y como todo el mundo engendran hijos, pero no exponen a los nacidos. La mesa les es común, pero no la cama.

Están en la carne, pero no viven según la carne. Pasan el tiempo en la tierra, pero tienen su ciudadanía en el cielo. Observan las leyes promulgadas, pero con su vida van más allá de las leyes. Todo el mundo les persigue, pero ellos aman

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a todo el mundo. No les conocen, y son condenados. Son asesinados, pero así les dan la vida. Son pobres, y enriquecen a muchos. Les falta todo, pero nadan en la abundancia. Son ultrajados pero en los mismos ultrajes radica su gloria. Son maldecidos, pero declarados justos. Son insultados, y ellos bendicen. Son injuriados, pero ellos honran. Hacen el bien, y se les castiga como si fuesen malhechores; condenados a muerte, se alegran como si les fuese dada la vida. Los judíos les atacan como si fuesen extranjeros, los griegos también les persiguen; sin embargo, los mismos que les aborrecen no saben decir el motivo de su odio”.

‘Los cristianos son el alma del mundo’“Lo diré brevemente: lo que el alma significa para el cuerpo, es lo que son los cristianos en el mundo. El alma está esparcida por todos los miembros del cuerpo; cristianos los hay por doquier, en todas las ciudades. El alma vive en el cuerpo, pero no procede del cuerpo; los cristianos viven en el mundo, pero no son del mundo. El alma invisible está recluida en la cárcel del cuerpo visible; igualmente, los cristianos son conocidos como unos que viven en el mundo, pero su auténtico culto a Dios siempre es invisible. La carne aborrece el alma y lucha en su contra a pesar de no haber recibido ningún agravio de ella, pero es que no le permite disfrutar de los placeres; el mundo aborrece a los cristianos, que tampoco le han hecho ningún agravio, pero es que ellos rechazan los placeres del mundo.

Aunque la carne y sus miembros aborrecen el alma, ella los ama. Igualmente los cristianos aman a quienes les odian. El alma está recluida en el cuerpo, pero es ella la que mantiene la unión; igualmente los cristianos son prisioneros en el mundo, a la vez que son ellos los que sostienen el mundo. El alma inmortal habita una tienda mortal; igualmente los cristianos viven de paso en unas moradas corruptibles mientras esperan la incorrupción en el cielo, el alma mejora con la abstinencia de comida y bebida; igualmente los cristianos, castigados de muerte todos los días, se multiplican más y más. Dios les ha señalado un lugar altísimo, y no les es lícito desertar de él”.

‘Dios se ha manifestado por la fe’“Ninguno de los hombres ha visto nunca a Dios ni le conoce; sino que Dios mismo es quien se ha manifestado. Se ha manifestado mediante la fe, que es la única a la cual se permite que se vea Dios. Y, efectivamente, aquel Dios que es el amo supremo y el artífice del universo, el que creó todas las cosas y las eligió según su orden, se mostró no sólo benigno con el hombre, sino también paciente. Él fue siempre así, lo es y lo será: será clemente, bueno y veraz; es más, es lo único bueno. Y, habiendo concebido un designio grande e inefable, hizo partícipe de ello sólo a su Hijo.

Mientras mantenía el secreto y guardaba su sabia determinación, parecía que no se preocupaba de nosotros y que no le importábamos. Pero cuando se reveló por medio de su amado Hijo y nos manifestó lo que había dispuesto ya desde el principio, entonces nos lo dio todo de golpe: no únicamente participando de su beneficio, sino también viendo y entendiendo algunas cosas que ninguno de nosotros habría podido esperar”.

OTROS TESTIMONIOS DEL CRISTIANISMO PRIMITIVO

Iglesia de San Clemente romano, en Roma. Mosaico de ábside. De la Cruz nacen los ministerios de

5. LOS MINISTERIOS DE LA IGLESIA PRIMITIVA

• Época de la comunidad cristiana primitiva de Jerusalén (30-43) • Época apostólica (43-65) • Época de los evangelizadores (65-95) • Época de los Padres Apostólicos (95-150)

Jesús quiso que su obra, la Iglesia, fuese continuada por lo que nosotros llamamos ‘ministerios’. En pocos años el cristianismo se extendió a todos los rincones del mundo conocido (Imperio romano) y arraigó gracias a los ministerios. El concepto de éstos y los contenidos han sido muy discutidos entre los católicos y protestantes. Pero hoy en día, gracias al ecumenismo, podemos —coincidiendo las diversas confesiones cristianas— presentar el siguiente esquema: 1/ Época de la comunidad primitiva de Jerusalén (30-43); 2/ Época apostólica (43-65); 3/ Época de los evangelizadores y pastores (65-95); y 4/ Época de los Padres Apostólicos (95-150).

Época de la comunidad cristiana primitiva de Jerusalén (30-43)En los Hechos de los Apóstoles se nos dice que los cristianos dan con ilusión testimonio de la Resurrección y están unidos en la plegaria y en la caridad, tanto en el exterior como en el interior. Pero no faltan persecuciones ni dificultades de organización. Véase, por ejemplo, Hechos de los Apóstoles 1, 15-26 y 6, 1-6.

Jesús instituyó los ‘dodeka’, los ‘doce’. El ‘Colegio de los doce’ fue creado por Jesucristo para juzgar a las doce tribus de Israel (Mt 19, 48). Es decir que, según Jesucristo, su Iglesia —la nueva Israel— sería regida por los ‘12’ que se sentarían en doce tronos. Estos doce estarían presididos por Pedro, el primero en este Colegio que pronto estaría mutilado, ya que uno de sus miembros, Judas, se suicidó. Habría que completar el número de nuevo. La elección es de base democrática: la misma comunidad escoge a sus candidatos, pero la última palabra sería la de Dios, manifestada a través de la suerte. Y así se elige a Matías. La tarea fundamental de los dodeka es la de proclamar a los ‘varones de

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Israel’ (Hechos 2, 22; 3, 12; 5, 35) la Resurrección de Jesús (Hechos 1, 22).

La predicación de los doce tuvo un gran éxito, pero al mismo tiempo originó un nuevo problema. Nos dice el relato de los Hechos de los apóstoles: “Al aumentar el número de discípulos, los de lengua griega se quejaron a los de lengua hebrea, pues éstos únicamente cuidaban de sus viudas” (Hechos 6, 1). Se determinó que se instituyese un nuevo colegio, el de los ‘7’, que se organizaría para predicar la ‘Buena Nueva’ (Evangelio) a los helénicos y también para cuidar de sus viudas.

Esteban, el líder de los ‘7’, predicaba con tanto vigor y eficacia que fue detenido y ejecutado. La persecución se extenderá a los ‘12’. El rey Herodes mandó matar a san Jaime, hermano de Juan, e hizo detener a Pedro (Hechos 12, 2-3). Los ‘doce’ también se tuvieron que dispersar (Hechos 12, 17). Con todo esto surgiría un problema: ¿por qué no se eligió el sucesor de san Jaime? Muy probablemente debido a las persecuciones y a la sucesiva dispersión de los ‘12’. Era el año 43. Los once predicaban incluso fuera de Palestina a los paganos, de forma que muchos de ellos se convirtieron. Por ello, se pierde el símbolo de los 12 y de las 12 tribus de la nueva Israel; había que buscar una nueva organización que se adaptase a las circunstancias y que fuese fiel a la idea de Jesucristo. Los ‘12’ ya no se podían reunir para elegir un nuevo sucesor de san Jaime, porque en Jerusalén eran perseguidos.

Época apostólica (43-65)Los ‘doce’ vieron que era providencial que la persecución les impeliese fuera de Israel, pues Jesús les había mandado predicar el evangelio por todo el mundo. Así se convirtieron en apóstoles, en enviados, en misioneros. Esta idea, o mejor dicho el poner en marcha el mandamiento de Jesús, muy probablemente surgiría de la comunidad de Antioquía. En esta ciudad, por primera vez, se anunció el evangelio a los griegos. Y aquí, por primera vez también, serían enviados oficialmente misioneros o apóstoles para predicar a otras ciudades del Mediterráneo (Hechos 13, 1-3). Destacaron dos apóstoles provenientes de esta dinámica comunidad de Antioquía: Pablo (Saulo) y Bernabé. Pablo recordó a la nueva comunidad de Corinto cómo estaba organizada la comunidad de Antioquía: «Dios, en primer lugar, ha establecido unos apóstoles; en segundo lugar, unos profetas; y en tercer lugar, maestros» (Cor 12, 28). La misma organización (apóstoles, profetas y maestros o doctores) se encuentra en la Didakhé —que es, como hemos visto, una especie de manual del misionero redactado entre los años 70-90, probablemente en Antioquía.

Pero no todas las comunidades cristianas de esta época se regían por el mismo esquema organizativo. Jerusalén, por ejemplo, seguía el modelo judío. Al frente de ellos había un grupo de presbíteros presididos por san Jaime, ‘hermano del Señor’. Los presbíteros velaban colegialmente tanto por el orden material (Hechos 11, 29-30; Gal 2, 10), como pastoral (Hechos 15). Lo mismo sucedía en las comunidades judeo-cristianas y del sur de Asia Menor, donde los apóstoles (Judas y Silas) designaban presbíteros para cada iglesia (Hechos 14, 23; 15,

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22-35). Cuando Pablo se dirigió a la iglesia de Filipos en Macedonia, lo hizo a aquellos que eran los encargados o vigilantes y servidores (Episcopoi kai diaconoi) de la dicha comunidad. Posteriormente, la Didakhé recomienda que las comunidades elijan a los episcopoi y diáconos dignos del Señor, que sean hombres pacíficos, desinteresados, probados y amantes de la verdad: «Ellos podrán ejercer el ministerio de profetas y de maestros» (Didakhé 15, 1).

Por lo tanto, la época apostólica se caracteriza por una extraordinaria difusión de las comunidades cristianas gracias a los apóstoles, admitiéndose una gran variedad de estructuras en las iglesias locales.

Época de los evangelizadores y pastores (65-95)Hacia el año 65 el evangelio ya había llegado a los principales centros de la cuenca mediterránea: encontramos comunidades importantes de cristianos en Roma, Corinto, Éfeso, Antioquía, Jerusalén y probablemente en Alejandría. Esta nueva época se caracteriza por el intento de consolidación y por el deseo de unidad de las diferentes comunidades, ya manifestado por Jesús. Será la época de los denominados ‘evangelizadores y pastores’ (Ef 4, 11).

Los escritos de esta época insistirán mucho en el deber de cuidar el rebaño. Los episcopoi, nombrados por el mismo Espíritu Santo, debían procurar ser buenos pastores de la Iglesia de Dios (Hechos 20, 28). Éstos, afirma Pedro, no tiranizarán el rebaño, sino que deben ser el modelo de todas las ovejas (1 Pet 15, 2). No siempre sucedía así en algunas comunidades; san Pedro afirma: “Ya sé que después de mi partida, cuando yo no esté, se mezclarán entre vosotros lobos rapaces que no cuidarán del rebaño” (Hechos 20, 29-31). Estas advertencias significan que la Iglesia de esta época ya pasa momentos de dolorosa experiencia motivada por la mala conducta de algunos pastores indignos.

Las cartas apostólicas de Tito y Timoteo nos exponen unas normativas claras respecto al orden en la organización de las comunidades. “Mi intención —afirma el autor de la carta a Tito— al dejar Creta fue que acabases de organizar lo que faltaba y que nombrases presbíteros en cada una de las ciudades. Éstos tendrán las siguientes cualidades...” (Tit 1, 5-6).

De todo esto se puede deducir que al frente de cada comunidad existía un grupo de presbíteros que aseguraban la presidencia y que se dedicaban a predicar y enseñar (1 Tim 5, 17). Éstos debían ser hábiles para enseñar (1 Tim 3, 2), y debían ser buenos padres de familia, ya que “si uno no sabe gobernar en su casa, ¿cómo podrá cuidar de la iglesia o Asamblea de Dios?” (1 Tim 3, 5).Los presbíteros tenían por encima de ellos al obispo (episcopoi). Aunque debemos advertir que algunas veces los dos términos ‘presbítero’ y ‘obispo’ se utilizan como sinónimos.

La comunidad de Éfeso disponía también de diáconos. Éstos tenían una función itinerante; salían de los grandes centros e iban a evangelizar los lugares rurales

LOS MINISTERIOS DE LA IGLESIA PRIMITIVA

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(véase 1 Tim 3, 8-13; 2 Tim 4, 5 y Felipe de Cesarea, Hechos 21, 8). Probablemente también había mujeres diaconizas (véase la Carta de Plinio el Joven).

Entonces, en esta época se constata la presencia de obispos, presbíteros, diáconos, diaconizas, evangelizadores y pastores. Todos ellos con una tarea concreta pero poco definida para nosotros. Lo que se ve claramente es que no se miran tanto las atribuciones jurídicas, como que sean auténticos animadores de las comunidades locales y que aseguren la unidad y fidelidad al gran maestro Jesús.

Época de los Padres Apostólicos (95-150)Como ya hemos mencionado, la tradición nos ha conservado varios escritos de finales del siglo I y de principios del siglo II. Dos documentos proceden de Roma: las cartas de Clemente de Roma a los corintios y el Pastor de Hermas. Los otros documentos proceden de Asia Menor: la carta de san Ignacio de Antioquía y la de Policarpo.

En Corinto, según se puede deducir de la carta del papa Clemente, algunos de sus miembros se rebelaron contra los presbíteros. Todos deseaban que el obispo de Roma fuese el árbitro de esta revuelta para encontrar una solución eficaz. Clemente afirmó que al no haber cometido estos presbíteros ninguna falta grave, no podrían ser excomulgados ni suspendidos de sus ministerios. Por eso, la comunidad de Corinto continuaría obedeciéndolos. Eso quiere decir que el presbiterado se consideraba vitalicio y que este cargo no se podía quitar a quien no hubiese cometido ninguna falta grave. Así lo vemos en el lamentable caso del presbítero Valiente, que al haber malversado dinero de la comunidad fue destituido de su cargo y acusado de corrupto (véase la Carta de Policarpo a la comunidad de Filipos).

Pero existía una coincidencia: después de la muerte de los apóstoles, se insiste más en el ministerio pastoral (fidelidad doctrinal o continuación de las doctrinas del Señor y sus apóstoles) que en el ministerio de la palabra. Éste ya estaba concluido con los apóstoles y en la época que podríamos denominar profética. Por ello ya se determina cuáles son los libros canónicos. La palabra divina queda fijada después de la muerte de los apóstoles y se insiste más en el pastoreo y en la unidad.

San Ignacio de Antioquía en sus cartas a Asia Menor nos dice que hay que salvaguardar por encima de todo la unidad de las comunidades, y por ello todos los miembros deben obedecer a un solo líder denominado ‘obispo’: “Quien así no lo haga, está al servicio del diablo”. El obispo estaba rodeado de un consejo de presbíteros. Los diáconos estaban directamente vinculados al obispo, el cual les encomendaba varias misiones itinerantes. Los diáconos servían de lazo de unión entre las iglesias y la participan del ministerio de la Palabra de Dios (San Ignacio en la iglesia de Filadelfia 11, 1).

Como conclusión, podemos decir que no nos debe extrañar que hubiera varios

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ministerios en la Iglesia primitiva: los doce, los maestros, los profetas los presbíteros, los vigilantes (episcopoi), los diáconos, diaconisas..., adaptándose así a cada una de las épocas que hemos señalado. Pero las misiones quedan muy claras, y cada uno de ellos participa de un modo concreto: misión de servir, de unidad de la palabra, de presidir, de gobernar la Iglesia. La autoridad se consideraba como un servicio a la comunidad. Así lo afirma el mismo Cristo y los apóstoles: “Los pastores no deben tiranizar el rebaño, estarán a su servicio”.

Después de una atenta lectura de las fuentes, es preciso remarcar que la autoridad en la Iglesia primitiva es un servicio; un servicio a la Palabra de Dios y a la comunidad reunida por el Espíritu Santo.

LOS MINISTERIOS DE LA IGLESIA PRIMITIVA

Los juegos de circo. Museo de Trípoli, Libia.

6. PERSECUCIONES DE LOS AÑOS 68-71

CAUSA JURÍDICA

• Fundamento jurídico de las persecuciones • Sistema coercitivo • Sistema de leyes penales comunes • La ley especial contra los cristianos • El último detonante de la persecución • Nerón y su edicto contra los cristianos

Fundamento jurídico de las persecucionesLe preguntan a Jesús: “¿Está permitido o no, pagar tributo al César?”. Jesús responde a los fariseos: “Dad al César lo que es del César y a Dios lo que es de Dios” (Mt 12, 17-22). La respuesta supone una separación entre el poder temporal y el poder espiritual, pero también se sobreentiende que Jesús acepta la autoridad romana sobre el mundo palestino. No sólo evita el conflicto con los romanos, sino que pide a sus discípulos que reconozcan la autoridad constituida y sean sumisos a ella. Cuando el pueblo le quiere hacer rey, o sea usurpador de Roma, él huye. Jesús hará saber a Poncio Pilato que su reino no es de este mundo. Los apóstoles tampoco querrán provocar a las autoridades, y recomiendan que las comunidades de creyentes obedezcan al poder establecido: “Que todo el mundo sea sumiso a las autoridades, porque no hay autoridad que no proceda de Dios y cuantas existen han sido establecidas por Él. Así que quien se opone a la autoridad se rebela contra el orden establecido por Dios” (Rom 13, 1-2). San Pedro ruega a los cristianos que sean sumisos a toda autoridad humana, por amor al Señor, ya sea al rey como soberano, o a los gobernadores enviados por Él para castigar y premiar a los que hacen el bien (1 Pe 2, 13). Los cristianos, si bien consideraban que su ciudadanía era el reino eterno, se comportaban con gran respeto hacia la sociedad en la

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que vivían. Nos agrada recordar unas palabras de san Pablo a los cristianos de Filipos (Fl 3, 17 - 4, 9): “Nosotros tenemos nuestra ciudadanía en el cielo; de ahí esperamos un Salvador, Jesucristo, el Señor que transformará nuestro pobre cuerpo para configurarlo en su cuerpo glorioso. Vivid siempre felices en el Señor; lo repito: vivid felices. Que todo el mundo os conozca como gente de buen trato. ¡Hermanos! Interesaos por todo aquello que es verdad, respetable, justo, limpio, amable, de buena reputación, virtuoso y digno de elogio”. ¿Cómo se entienden, pues, las persecuciones? Según los cálculos más fidedignos, más de 150.000 cristianos sufrieron el martirio. La mayoría de ellos eran juzgados. La ley o el derecho definen como característica fundamental el Imperio romano. ¿Qué sucedió en las persecuciones? He aquí un complicado interrogante: ¿Cuál fue la causa de las persecuciones? Es preciso advertir que hay que distinguir entre las primeras persecuciones, hasta el año 150, y las que van desde el año 150 hasta el edicto de Milán (313). También habrá que afinar mucho en el origen de las persecuciones, concretamente en el caso de la de Nerón.

El Imperio romano era proverbialmente tolerante. Al extenderse por todo el mundo, el estamento dominante se caracterizó por su sincretismo: todos los pueblos que estaban bajo el poder del Imperio debían encontrarse cómodos en él, decían. Por lo tanto, había que respetarlos, especialmente en su religión. Todos los dioses podían ser adorados en el Pantheon (templo que aún puede visitarse en la Roma contemporánea, ahora dedicado a la Virgen María). Este planteamiento no era sólo teórico, sino también jurídico: los romanos tenían libertad de culto. Se pedía que todos los sacerdotes ofreciesen sacrificios a sus dioses para proteger así el Imperio. De este modo todas las religiones se admitían, e incluso en el aspecto jurídico había tolerancia, pero con una sola excepción: se prohibían todas las religiones que fuesen contra la seguridad del Estado o perturbasen el orden público. Pero, como hemos podido ver, los cristianos eran incapaces de perturbar la seguridad del Estado; no eran unos terroristas. Ya hemos visto las expresiones de los apóstoles a favor del orden instituido. Eran gente ‘de buen trato’, buenos ciudadanos.

Pese a este principio de tolerancia, encontramos en las fuentes de la historia romana (entre el año 186 antes de Cristo y el 42 después de Cristo) algunas acciones que lo contradicen. Por ejemplo, Tito Livio nos explica que en el año 186 fueron expulsados de Roma e Italia los adoradores de Bacus; de éstos, más de 7.000 serían ajusticiados. En el año 136 a.C. serían expulsados y perseguidos los caldeos. También los judíos fueron expulsados por el emperador Tiberio (38) y por Claudio (42) respectivamente, según nos explican Flavio Josefo y Suetonio, aunque estas últimas persecuciones fueron más benignas.

Vistas estas persecuciones esporádicas en las que es preciso admitir que el Imperio era mucho más tolerante que intolerante, ¿a qué se debió, entonces, una persecución tan amplia y tan extensa de los cristianos por todo el Imperio? Habrá que analizar minuciosamente la primera persecución y sus características para poder descubrir el fundamento jurídico.

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Si contrastamos la lectura de las fuentes de los autores no cristianos con la de los cristianos, observaremos las siguientes acusaciones: ‘Es una religión extranjera, supersticiosa, nueva y maléfica’; ‘los cristianos no adoran a los dioses del Imperio’; ‘no rinden el homenaje adecuado a los emperadores’; ‘son una secta tenebrosa y noctámbula’; ‘son gente de la peor condición social, comen niños y seducen a las mujeres’. Estas acusaciones, junto con otros conceptos jurídicos romanos, fundamentan diversas opiniones sobre la causa jurídica de las persecuciones. Hay tres grupos de teorías:

1/ Las persecuciones son la aplicación del sistema romano coercitivo o leyes de policía. 2/ Provienen de la ejecución de las leyes romanas penales comunes. 3/ Son la consecuencia de unas leyes especiales dictadas específicamente contra los cristianos.

Sistema coercitivoEl primer grupo de teorías afirma que los magistrados de primera instancia (serían como los actuales jueces de paz) podían señalar los delitos, establecer la forma de juicio y las correspondientes penas. Por lo tanto, el emperador no intervenía en las persecuciones, sino sólo estos magistrados.

Pese a los argumentos que exponen los que afirman estas teorías, las fuentes nos dicen que eran los mismos emperadores los perseguidores de los cristianos. Más aún, en las actas de los mártires, los magistrados siempre invocaban los preceptos del emperador. Además, las persecuciones tenían entre sí un vínculo común: siempre se dice que un emperador anterior así lo había decretado.

Sistema de leyes penales comunesLos que afirman que los cristianos fueron perseguidos por la aplicación de leyes penales comunes, se apoyan en las leyes siguientes:

1/ La ley de ‘lesa majestad’.2/ La ley que protege la religión oficial. 3/ Las leyes que van contra los delitos que atentan contra las buenas costumbres. 4/ Las leyes que van contra las reuniones prohibidas.

La ley de ‘lesa majestad’, instaurada en tiempos de Augusto, se concreta en actos de grave desacato al emperador y a su imagen. De modo que se castigaba, incluso con la pena de muerte: quitarse las vestiduras ante la estatua del emperador, pegar ante ella a un sirviente, quemarla u otros hechos considerados denigrantes ante él o ante sus estatuas. En los procesos contra los cristianos no parece que cometiesen estos delitos, ni que fuesen acusados de cosas parecidas.

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Las leyes que dictaban penas por los delitos contra la religión oficial romana eran muy benignas. Sólo se legislaban algunos casos externos, nunca internos, y sabemos que los romanos eran muy tolerantes. En la práctica, los legisladores eran agnósticos o sincretistas. De modo que la causa jurídica no provenía de los delitos contra la religión oficial, ni tampoco de la ley que mandaba que se adorase al emperador. El culto al emperador se licitó después de la victoria de Julio César contra Pompeo. Había imágenes suyas colocadas entre los dioses, pero no se le consideró divinidad hasta después de su muerte. En cambio a Augusto, en los últimos años de su vida, se le rendía culto como dios junto a la diosa Roma. La primera ciudad que edificó un templo al dios emperador (Augusto) fue Tarragona. Este culto, sólo estaban activamente obligados a tributarlo los sacerdotes romanos. Por ello es inconcebible que fuese la causa de las persecuciones, como tampoco se puede admitir que lo fuesen los sacrilegios contra los dioses paganos. Los cristianos, si bien no daban culto a los dioses, tampoco destruían, ni robaban imágenes u objetos del culto de los dioses paganos.

La acusación de que los cristianos atentaban contra las buenas costumbres fue sólo una calumnia. Los jueces nunca los acusaron de estos delitos.

En cuanto al delito de participar en reuniones prohibidas no podía ser la causa o fundamento jurídico de los juicios contra los cristianos. Las reuniones prohibidas eran castigadas con una fuerte carga de los centuriones contra los reunidos y con el juicio del organizador de la reunión, pero nunca eran condenados a muerte, ni los participantes en la reunión vetada ni el responsable de ella.

La ley especial contra los cristianosEntonces nos volvemos a preguntar: ¿cuál fue la causa o fundamento jurídico de las persecuciones?:

Fue la teoría o ‘ley especial’ ya promulgada por Nerón, en la cual se decía simplemente que los cristianos tenían que morir si no abjuraban de su religión. Esta ley tendría vigencia desde Nerón (a. 64) hasta Decio, excluido (a. 249). Pero los argumentos son siempre indirectos, deducidos de otros hechos. Por ejemplo, Tertuliano, en su escrito Ad nationes (cap. VI) hace una crítica a los magistrados romanos que sin pensarlo aplican el edicto imperial contra los cristianos por el simple hecho de serlo. Tertuliano afirma que no se hace ninguna reflexión sobre si esta ley, que llama Institutum Neronianum, es justa o injusta. En su obra Apologeticus Tertuliano afirma que esta ley es injusta, ya que va contra la ley natural. Plinio pide consejo en una carta al emperador Trajano sobre qué hacer con los cristianos y le expone cómo actúa él en estos casos; en este importante documento, se da por supuesto existe una ley contra los cristianos, pero debido a que el hecho de decir ‘no es lícito ser cristiano’ es tan general, no sabe cómo hay que aplicarla. De modo que le pregunta si conviene hacer alguna excepción con los más jóvenes o ancianos, si es preciso tener presente los que ya no lo son, si se debe hacer caso de las denuncias, incluso anónimas, etc. El emperador le contesta que él actúa bien según la ley, pero que debe hacer unas

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matizaciones: por supuesto, hay que condenar a los que se demuestre que son cristianos. No se condenaría a quienes que se demuestre que no lo son, ni a aquellos que lo fueron y en el momento de la acusación demuestran que han dejado de serlo.

Esta teoría, o sea la existencia de una ley especial promulgada por Nerón, se confirma leyendo las actas de los mártires, en las cuales, si bien es cierto que se les exige que rindan culto al emperador, no quiere decir que el no hacerlo sea la causa de la condena, sino que es un simple procedimiento para constatar que eran cristianos, y sólo por esta última razón se les condenaba.

Concretemos más: fue un ‘edicto imperial’, y no un senatus consultus (ya que no consta en las fuentes), ni un edicto del pretor (ya que estos edictos sólo tenían vigencia durante un año). El proceso del juicio era el siguiente: se definía el delito (si eran o no cristianos); no había defensa; el juez procuraba persuadirlos o hacer que abjurasen empleando diferentes martirios. Inmediatamente se fijaba la pena, que podía ser la decapitación, la crucifixión, la cremación, entrega a las bestias, a los gladiadores y a otros juegos, así como a las minas, etc. Si se trataba de mujeres o niñas, las condenaban a vivir en casas de prostitución.

El último detonante de la persecuciónPero debemos preguntarnos cuál fue la causa última y decisiva para que el Imperio condenase a los cristianos.

Pese a las muchas explicaciones que nos dan los historiadores, la respuesta a este interrogante siempre quedará en la esfera de las incógnitas. He aquí las explicaciones que se dan: ‘los cristianos serían condenados porque no se distinguían de los judíos’; ‘los cristianos llevaban siempre un secreto en su interior que les hacía odiosos; ‘la vida de los cristianos chocaba con las malas costumbres de los romanos’; ‘los cristianos, al extenderse por todo el Imperio, suponían un peligro para la misma institución romana’; ‘los cristianos se ayudaban mutuamente: algunas comunidades vivían en régimen, diríamos, íntegramente comunista (ponían a los pies de los apóstoles todos sus bienes), y eso hacía que fuesen un peligro para la estructura económica romana’. Todas estas razones y otras que los historiadores proponen no son suficientes para explicar las persecuciones. Nosotros creemos que el detonante último y decisivo fue el mismo emperador: un hombre loco que, atrapado por las circunstancias adversas a su supervivencia en el Imperio, acusó a unos inocentes, los cristianos, que eran calumniados por el pueblo romano. Ésta es la causa última: la combinación de unas calumnias y la locura de Nerón. No obstante habrá que estudiar cada caso particular, pero nunca se puede olvidar que en la misma sociedad romana existen dos talantes, opuestos entre sí: el tolerante y el intolerante. Cuando el emperador tenía un carácter más intolerante, los cristianos eran sistemáticamente perseguidos, y cuando, en cambio, dominaba la tolerancia, los cristianos tenían una tregua que no dejaba de ser muy inestable y que podía acabarse en cualquier momento. En principio las leyes del

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emperador eran sagradas y aspiraban a ser eternas, debían ser acatadas por todos, incluso por los emperadores futuros. Eso era la teoría, pero la práctica podía ser diferente.

Nerón y su edicto contra los cristianosSe dice que ‘Nerón era un mal hombre, un monstruo, la misma encarnación del diablo’. Estas y otras calificaciones parecidas se ganó el autor de la primera persecución contra los cristianos. Las fuentes cristianas no son benignas cuando se refieren a Nerón, pero tampoco lo son las fuentes no cristianas contemporáneas al tirano de Roma. Según estas crónicas, Nerón aprovechó el envenenamiento de Claudio para ser proclamado emperador por la guardia imperial y por el Senado (18 de octubre del 54). Acto seguido se manifestó cruel para asegurar su lugar en el Imperio. Hizo envenenar a Británico, hermano de Octavia, hijo de Claudio. También se deshizo de sus preceptores, Séneca y Burrus. Semejante suerte tuvo Agripina. Su mujer Octavia, acusada de adulterio, fue desterrada y asesinada en la isla de Pandataria.

Nerón se creía un gran poeta, y por eso inició unas fiestas, denominadas ‘Neronianas’. Peligraba la vida del que no adulaba su poesía.

Es cierto que Nerón conocía a los cristianos y los distinguía de los judíos. Sabemos que Popea, una concubina suya, era judía. Probablemente gracias a ella el emperador tenía noticia de los rifirrafes entre los sectores religiosos. Tácito en los Annales y Suetonio en la Vita Neronis nos explican cómo el día 19 de julio del año 64 se inició un gran incendio que duraría tres días, en el transcurso de los cuales quedaron totalmente destruidas tres zonas de la ciudad y siete parcialmente. El fuego no llegó a las cuatro restantes. Además de estos historiadores contemporáneos que hemos nombrado, debemos citar a Plinio el Viejo, Flavio Rústico, Rufo, Casiano y otros. Según todos ellos no hay duda de que el autor del incendio fue el mismo emperador.

La relación entre el incendio y la persecución, según Tácito, fue indirecta: “Por lo tanto, para sofocar el rumor de que había sido el emperador, Nerón buscó a los culpables. Éstos —afirma— serían los cristianos, gente malsana y odiados por el pueblo”.

Muchos habían visto cómo guardianes pretorianos del emperador, con antorchas, incendiaban los barrios de Roma. La parte más afectada fue la que estaba cerca del Palatino y el montículo Celio. Nerón estaba fuera de Roma y no se personó hasta que el incendio se acercó a su palacio. En él presenció el macabro espectáculo y cantó —recordemos que era un poetastro— la destrucción de la vieja ciudad y auguró una nueva ciudad a la que impondría el nombre de ‘Neroniana’. Pero el pueblo sabía que él mismo había provocado el incendio. Por ello Nerón, queriendo disimular, abrió sus palacios y dio trigo a los ciudadanos de Roma. Aún así, todo el mundo le acusaba. Viendo que no podía acallar las voces acusatorias, el emperador hizo jurar en falso ante él que los cristianos habían

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sido los autores del incendio. Y sin ningún escrúpulo, los sentenció. Esto sucedía a principios de la primavera del año 65, o sea ocho meses después del incendio. En esta ocasión, aprovechó la muerte de Agripina —de la cual él era también el causante— para organizar unos días de juegos circenses y para abrir los nuevos campos de Marte donde —según dice Tácito— durante la noche hizo poner en los jardines antorchas humanas para alumbrar a la gente que paseaba. Nerón se mezclaba entre la gente para ver el espectáculo terrorífico, y algunas veces subía a una cuadriga en medio de aquellas antorchas humanas. En ocasión de estos juegos circenses, especialmente en el circo de Nerón —junto al actual Vaticano— también entregó los cristianos para divertimiento de los asistentes: unos serían entregados a los leones, otros —mujeres vestidas de Danaidas y de Dirces— a los bueyes, otros eran simplemente decapitados o crucificados. El espectáculo fue horripilante, y las fuentes nos dicen que la misma gente romana los compadecía, pero no por no creer que los cristianos debían morir, sino por la terrible muerte que sufrían.

Ésta fue la primera fase de la persecución. La segunda probablemente tuvo lugar durante el verano del año 66. En ella se dio el famoso Institutum Neronianum, o sea, un edicto que no fue circunstancial, como la primera persecución, sino para siempre y se extendió por todo el Imperio romano. El motivo de este edicto fue la constatación de que no habían muerto todos los cristianos y que estaban repartidos por el Imperio. Este edicto viene confirmado por muchos testimonios: Sulpicio Severo, carta de san Pedro (4, 12-16), y Tertuliano en su libro Ad Nationes. La persecución se inició en verano del año 66 y no cesó hasta la muerte de Nerón el 9 de junio del 68, fecha en la cual se suicidó después de enterarse de que en Hispania Galba se había sublevado. Dijo en aquella fatal ocasión: “¡Qué artista muere en mí! (...) vivo afrentosamente, por ello es preciso que me quite la vida”. Y él mismo se atravesó el cuello con una espada.

Según Tácito y el Papa romano Clemente I, en el primer periodo de la persecución neroniana murieron una ‘multitudo ingens’, y en el segundo periodo muchos más, ya que fue general. En esta etapa murieron san Pedro y san Pablo, Martiniano, Proces, Basilisa, Anastasia y otros.

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Roma en época de los Antoninos (maqueta).

7. PERSECUCIONES EN TIEMPOS DEL EMPERADOR

DOMICIANO (81-96) Y LOS ANTONINOS

• Domiciano • La familia de Jesús • Los Antoninos • Adriano y Antoninus Pius • Marco Aurelio y Cómodo • Plinio el Joven • Rescripto de Trajano

DomicianoSegún explican las fuentes contemporáneas y posteriores al emperador Domiciano, éste persiguió a los cristianos. El papa Clemente de Roma distingue entre la persecución de Nerón y la de su posterior emperador. También Plinio en su carta a Trajano afirma que hacía unos veinte años (coincidiendo con la época en que imperaba Domiciano) los cristianos fueron perseguidos. El Apocalipsis, escrito durante la última década del siglo I, nos habla de las persecuciones que sufren muchas iglesias, especialmente en los tres primeros capítulos. Melitón de Sardes nos dice explícitamente que hubo dos persecuciones: la de Nerón y la de Domiciano. El Pastor de Hermas también nos habla de esta última persecución. Tertuliano, Eusebio y otros muchos coinciden en la existencia de una persecución. La causa legal fue la aplicación del Institutum Neronianum. Todo cuanto hizo Nerón —afirma Tertuliano— fue abolido, menos el edicto perverso de perseguir cristianos; sólo había que demostrar que alguien era cristiano para condenarlo a muerte.

Los mártires de la persecución de Domiciano, además de san Juan que fue probado en la Puerta Latina, serían el cónsul Flavio Clemente, primo del mismo

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emperador, el cónsul Acilio Glabrión y la esposa de Flavio Clemente, Domitila, que fue exiliada. La persecución duró —según Hegesipo— hasta que el mismo emperador convocó a los parientes de Jesús en Roma para ver quiénes eran los que seguían a Jesús. Al ver que eran unos “pobres hombres, con las manos llenas de callos” concluyó que no había que perseguir a aquella ‘despreciable’ gente.

La familia de JesúsEl texto completo de Hegesipo nos lo transcribe Eusebio de Cesarea en su Historia eclesiástica, libro III, nº 20: “En este tiempo (el de Domiciano) vivían aún algunos parientes de Cristo, nietos de aquel Judas que decía ser hermano de Cristo según la carne. Descubiertos y delatados por algunos condescendientes que decían ser de la rama de David, fueron llamados a comparecer ante el tribunal del César en Roma, pues es bien conocido que Domiciano (como Herodes) recelaba de la venida del ‘Cristo’. Preguntados por él (Domiciano) sobre si eran de la estirpe de David, testificaron que sí lo eran, en efecto, que eran parientes de Jesús. Interrogados de nuevo por Domiciano sobre qué posesiones o bienes tenían, contestaron que ambos juntos —a partes iguales— sólo tenían 9.000 denarios, pero que ni eso poseían en monedas, sino en bienes inmuebles de tierras; es decir 39 yugadas las cuales tributaban al gobierno, además de la parte que corresponde a su mantenimiento y a su trabajo. Dicho esto, como prueba, mostraron sus ásperas manos, llenas de callos debido al constante trabajo para sobrevivir. Domiciano preguntó finalmente sobre Jesús y su reinado, en qué consistía éste, cuándo y dónde se realizaría. Ellos contestaron que este reinado no es terrenal ni de este mundo, sino celestial y angélico, que llegaría al final de los siglos. En éste, Cristo rodeado de gloria vendría para juzgar a vivos y muertos, y cada cual recibiría según lo que merece. Domiciano escuchó atentamente todo cuanto le decían, y no creyó necesario continuar el proceso ni actuar con dureza; todo se le decía, les dejó libres y ni tan siquiera fueron menospreciados como gente de bajo estrato social. Éste fue el motivo gracias al cual Domiciano publicó un edicto con el que ponía fin a la persecución. Los familiares de Jesús, cuando salieron del tribunal —según se dice— fueron puestos al frente de iglesias como mártires (testigos) y parientes que eran del Señor. Así gozaron de la paz hasta el reinado de Trajano”.

Los AntoninosDomiciano no sólo fue un auténtico tirano para los cristianos, sino que también desencadenó el terror entre los romanos. Fue asesinado y sustituido por Nerva (96-98). Con éste empieza la dinastía de los llamados Antoninos (96-192). Tácito afirma que inició uno de los siglos más felices del Imperio. Numerosos monumentos romanos son de este periodo. Si bajo la anterior dinastía Julio-Claudia aún triunfaba la aristocracia romana, con los Antoninos destacaron los altos estamentos provincianos. El Imperio autoritario fue reemplazado por el Imperio liberal. Los Antoninos no serían propiamente una dinastía tal y como la entendemos nosotros, porque sólo entre los dos últimos emperadores existía un vínculo de parentesco. Se asegura la continuidad del gobierno a través de la adopción o asociación al Imperio, de este modo Nerva, tres meses antes

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de morir, resolvió la sucesión asociando al trono un descendiente de colonos establecidos en Hispania, Trajano. Éste fue respetado como el mejor emperador por los romanos de su tiempo y de épocas posteriores. Con él el Imperio integró definitivamente las provincias, volviéndose, en una palabra, universal. Un 40% de los senadores ya no pertenecían a Roma. Es el periodo de máxima extensión gracias al éxito de las campañas de Trajano más allá del Danubio, a la reducción de Dacia (Romania) a provincia y a la conquista de la Arabia Pétrea, Armenia y Mesopotamia. Pese a todo, debemos considerar a Trajano como un perseguidor de los cristianos en sus últimos años. Uno de los testimonios más calificados de esta persecución nos lo da Plinio el Joven, gobernador de Trajano en Bitinia (111-113). Plinio, en una carta enviada a Trajano, afirma que durante el año 112 visitó la provincia y fueron acusados muchos cristianos. Le explica cómo actuaba: los que perseveraban eran ejecutados, pero se encontraba con acusaciones sin firmar, anónimas. Igualmente él citaba a los que estaban a estas listas. Algunos negaban haber sido nunca cristianos y otros afirmaban que durante un tiempo lo habían sido pero que ya no lo eran. Todos éstos sacrificaron. Por último, los más numerosos eran los que declaraban abiertamente ser cristianos y se negaban a sacrificar. Éstos últimos serían juzgados e incluso castigados, pero Plinio hizo suspender el juicio hasta conocer antes la respuesta del emperador.

Éste contestó con un rescripto, o sea, con la interpretación especial de una ley preexistente. Por lo tanto, Trajano aceptó que existía una ley contra los cristianos y que él como emperador la avalaba y la interpretaba de nuevo auténticamente. No suprime la ley, quiere que se cumpla. Pero afirma que no se debe proceder siempre de la misma manera, que hay que actuar en cada caso en función de la gravedad. Por supuesto �afirmaba Trajano� que los cristianos no se tenían que buscar. Habrá que condenar cuando se demuestre que son cristianos, sin hacer ninguna excepción por su condición social o edad. La manera más contundente de demostrar que son cristianos es hacerles sacrificar. Si no lo hacen, no cabe duda de que lo son. A aquellos que dejen de serlo hay que tratarlos con benevolencia. Posteriormente, el emperador no admitió que se aceptasen anónimos contra cristianos.

El mártir más importante de esta persecución fue Ignacio de Antioquía, que murió en el estadio de Domiciano, actual plaza Navona. También serían martirizados san Simeón, obispo de Jerusalén, y san Clemente I, obispo de Roma.

Adriano y Antoninus PiusExiste constancia documental de un rescripto del emperador Adriano (117-138) dirigido a Minucio Fundano, procónsul de Asia, en el cual se confirma el procedimiento utilizado ya anteriormente por su antecesor Trajano. No obstante, exige que los cristianos sean sometidos a un proceso legal, que el denunciante debe probar que el acusado es cristiano y que hay que condenar más severamente a los falsos acusadores.

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Los mártires más notables de esta persecución fueron Eustaquio y Teopista con sus tres hijos, Sinforosa con sus siete hijos y Telésforo, Papa (125-136).

Antoninus Pius (138-161) también persiguió a los cristianos. Hay que citar al mártir san Policarpo, obispo de Esmirna, que murió junto a once compañeros.

Marco Aurelio y CómodoMarco Aurelio fue emperador entre el 161 y el 180, y persiguió a los cristianos durante los últimos años (174-178). Eusebio así nos lo confirma, Apolinar, Atenágoras y Melitón de Sárdica. Los mártires más importantes son Potino, obispo de Lyon, Justino (apologista romano), Cecilia romana, Ptolomeo, los diáconos Sancto y Attalo, Blandina, esclava de Lyón y 45 compañeros también de aquella ciudad.

Durante el Imperio de Cómodo (180-192), la Iglesia gozó de una relativa paz e incluso del favor del último de los Antoninos, gracias a Marcia, esposa del emperador, de la cual algunos historiadores suponen que era cristiana, o por lo menos catecúmena. A pesar de ello, continuaron los juicios esporádicos contra cristianos. Así consta que serían martirizados Apolonio, senador romano, los doce mártires sicilianos: Esperancio, Nazarino, y otros compañeros.

Plinio el JovenPodemos concluir este apartado de las persecuciones de los Antoninos presentando el texto íntegro traducido de la carta de Plinio el Joven a Trajano (Cartas del emperador, libro X, 96).

‘Carta de Plinio a Trajano emperador’“Es costumbre mía, Señor, en todos los casos oscuros que me encuentro, recorrer a Vos. ¿Quién puede mejor darme luz en la duda o instruirme en mi ignorancia? Nunca había intervenido en el asunto de procesos contra cristianos. Por este motivo ignoro qué, y hasta qué punto, se acostumbra en estos casos inquirir o castigar. Y no es pequeña mi perplejidad cuando me pregunto si conviene o no tener alguna consideración con la edad o si hay que aplicar el mismo castigo a los que tienen pocos años o son ya maduros; también me pregunto si es preciso perdonar a aquellos que se han arrepentido de haberlo sido o si no aprovecha nada ya el dejar de ser cristiano. También tengo mis dudas sobre si lo que se castiga es el nombre mismo de cristiano, pese a que éste esté exento de crímenes personales, o al revés el nombre de cristiano ya lleva inherente el crimen que hay que castigar. De una manera provisoria —esperando la respuesta del emperador— yo he actuado hasta el día de hoy teniendo presente la siguiente pauta con aquellos cristianos que me han sido delatados: les pregunto si en efecto son cristianos. A los que dicen que sí, les vuelvo a preguntar por segunda y tercera vez siempre amenazándolos con el suplicio. A los que persisten, mando que sean ejecutados, ya que no dudo que pese a lo que sea lo que profesan, es preciso castigar la pertinacia y la inflexible contumacia.

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Entre los seguidores de esta locura (profesión de cristianos) he encontrado algunos ciudadanos romanos. En este caso, he tomado nota para conducirlos (prisioneros) a Roma.

También, como sucede en el transcurso de los procesos, se juntan delaciones (acusaciones) de nuevos casos. Incluso ha sucedido que se ha presentado un escrito de un elenco con los nombres de muchos cristianos pero sin la firma del acusador (listas anónimas). Los cité a todos, y a los que negaban ser cristianos o haberlo sido antes, creí que debía absolverlos pronunciando yo la fórmula, invocando a los dioses y a vuestra imagen. Por cierto, esta imagen (la de Trajano dios) la hice trasladar a los mencionados procesos, así como otros noümens (divinidades). Pues bien: muchos de aquellos acusados ofrendaron incienso y vino y maldijeron a Cristo. Es preciso observar que los cristianos verdaderos —según se afirma— se obligan a no ofrendar incienso a estas divinidades, así como a no maldecir nunca a Cristo. Se dio también el caso de aquellos que, descubiertos por el acusador, confesaron primero haber sido ciertamente cristianos, pero que lo habían dejado (habían apostatado); unos hacía ya tres años (a. 109) y otros hacía incluso más de veinte años (a. 91, siendo emperador Domiciano). Todos éstos veneraron vuestra imagen y la de los dioses, y a la vez maldijeron a Cristo.

Afirmaban —lo deduje— que en eso consistía la síntesis de la culpabilidad y error: que en determinados días (los cristianos) acostumbran a reunirse en la alborada y a cantar —alternando entre ellos— a Cristo como Dios. Y en este acto, también, se obligan con un compromiso sagrado a no cometer ningún crimen y a no perpetrar ni hurtos, ni latrocinios, ni adulterios. Se obligan también con un compromiso sagrado a no faltar a la fidelidad (conyugal), ni renegar —si son reclamados— del depósito (de su fe). Concluidas estas ceremonias se disuelven según la costumbre, hasta volverse a reunir de nuevo para tomar el alimento (para comer). Pero todo eso lo hacen hombres y mujeres sin ningún delito (indecencia). Ahora, sin embargo, ya no se reúnen, ya que he promulgado un edicto en el cual se prohíbe que se reúnan las hecterias (sociedades secretas) tal y como se me anunció por vuestro mandamiento (del emperador).

Referente a todo cuanto he dicho de las reuniones de los cristianos, me enteré gracias a dos sirvientas que se decían ‘ministras’ (diaconizas) a las que sometí a varios tormentos. Finalmente he deducido que todo eso (de los cristianos) no es más que una superstición maligna y desenfrenada.

Es así como suspendí nuevas indagaciones, ya que creí mejor consultaros el caso (de los cristianos); tanto más cuando pienso que es muy digno de asesoramiento por causa de que es muy grande el número de acusados que están en peligro; ya que son muchos, de toda edad, clase social y sexo; ya que no sólo es en las ciudades, sino que también en el campo y en los pueblecitos se ha infiltrado el contagio de esta superstición, a pesar de que por otra parte parece que estamos a tiempo de poderla detener y enmendar. Es un hecho

PERSECUCIONES EN TIEMPOS DEL EMPERADOR DOMICIANO (81-96) Y LOS ANTONINOS

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que templos casi desiertos hayan vuelto en recuperar su culto por demasiado tiempo interrumpido. Y por doquier pueden verse sacrificios, participantes de las victimaciones, así como gente que compra estas víctimas, la que por cierto, anteriormente casi se había esfumado. Por todo cuanto he dicho, bien se puede deducir que esta masa de hombres (cristianos) pueden abjurar de su culto si se les da la oportunidad de la penitencia”.

Rescripto de Trajano‘Plinio querido mío:’“Has seguido la conducta que debías en el examen de las causas de aquellos que te habían sido denunciados como cristianos. Lo cierto es que no se puede establecer una regla general que tenga —por decirlo de algún modo— una forma fija. No es preciso perseguir a los cristianos por oficio. Pero si son denunciados y convictos, hay que condenarlos (a muerte), a pesar de ser necesaria la restricción siguiente: el que niega ser cristiano y da prueba de ello mediante sacrificios a nuestros dioses, pese a ser sospechoso en lo que se refiere a su pasado, obtendrá el perdón como premio de su enmienda. Referente a las denuncias anónimas, éstas no deben influir en las acusaciones, sean del tipo que sean. Hacerles caso sería un procedimiento de ejemplo detestable que ya no es propio de nuestros tiempos”.

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Catacumbas de san Calixto (siglo III). Roma.

8. PERSECUCIONES DEL SIGLO III

Y DE DIOCLECIANO

• Septimio Severo (193-211) • Caracalla (211-217), Alejando Severo (222-235) y Maximino (235-238) • Decio (249-250) • Valeriano (253-260) • Galieno y Aureliano (253-275) • Diocleciano (284-305) • Persecución iniciada en el año 303

Las persecuciones anteriores al siglo III se caracterizaban por la aplicación estricta del edicto de Nerón y la interpretación del mismo según el rescripto de Trajano. Eran persecuciones limitadas según el arbitrio del gobernador y siempre previa acusación particular. En el siglo III empiezan unas persecuciones mucho más extensas en todo el Imperio y con edictos mucho más concretos y con una finalidad determinada: ir contra el proselitismo, contra el culto, contra la construcción de templos cristianos, etc..., en una palabra, contra la difusión del cristianismo.

Septimio Severo (193-211)Septimio Severo fue un gran emperador. Estaba asesorado por eminentes juristas (Papiniano, Paulus, Ulpiano...). Los cristianos gozaron de una relativa paz durante nueve años. Pero cuando el emperador visitó Oriente pudo constatar que eran muy numerosos, y consideró que esto amenazaba la unidad del Imperio. Por ello, en el año 202 promulgó un edicto que prohibía el bautismo y la catequesis a los catecúmenos. Contra los transgresores de esta norma y contra los neófitos decretó una gran persecución con interrogatorios policiales y con

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grandes tormentos para descubrir a todo el que intentara bautizarse. Tenemos muchos testimonios de esta cruenta persecución en Alejandría y Cartago. Entre los mártires debemos recordar a Leónidas, padre de Orígenes. Este escritor tenía 16 años cuando escribió una carta a prisión para animar a su padre, para que fuese valiente en la confesión de la fe. De Cartago poseemos la colección de actas sobre el martirio de Felicidad y Perpetua (ésta de 22 años) junto a otros compañeros suyos. Estas actas son genuinas y constituyen una pieza de gran valor, incluso literario. En las Galias, posiblemente en esta persecución, murieron Ireneo, obispo de Lyon, Vicente de Valencia y los diáconos Fortunato y Aquileo.

La persecución contra los neófitos y catecúmenos duró poco, unos dos años, pero en el periodo que transcurre entre los años 205 y 235 encontramos algunos mártires: entre ellos cabe destacar al papa Calixto (a. 222).

Caracalla (211-217), Alejandro Severo (222-235) y Maximino (235-238)Los sucesores inmediatos de Septimio Severo se mostraron más benévolos con los cristianos. Nos consta que Caracalla, que tuvo a una cristiana por nodriza, sentía una cierta simpatía por ellos. Heliogábalo (218-222) quiso sincretizar el cristianismo con el culto al Sol Invicto. Alejandro Severo favoreció especialmente a los cristianos porque su madre, Julia Mammea, era admiradora de Orígenes, a pesar de no ser cristiana. Alejandro Severo introdujo una imagen de Cristo en su lugar de culto de los ‘Lares’ (Lararium), junto a la de Abraham y Apolonio de Tiana, y sentenció a favor de los cristianos en un pleito contra los boteros romanos. Eso significó un reconocimiento oficial de los cristianos. El pleito era sobre un puesto que los cristianos consideraban suyo y querían convertir en lugar de culto, mientras que unos boteros querían este lugar para producir los toneles.

En el año 235, Maximino I ‘el Tracio’ inició una persecución contra la jerarquía cristiana. Sabemos que en esta época habían dos papas: uno considerado verdadero (Ponciano) y el otro un antipapa (Hipólito). Ambos serían condenados a trabajos forzados en Cerdeña. Ponciano renunció al papado, ya que era muy viejo y no pensaba volver a Roma. Hipólito también renunció a sus pretensiones a favor del que debía ser elegido en Roma. Nos encontramos con el primer cisma, el primer antipapa y la primera abdicación de un Papa. Hipólito, pese a ser el causante del cisma, fue también martirizado. Por ello ambos (Papa y antipapa) son considerados santos. También recibió el martirio el papa Antero (a. 236).

Decio (249-250)La persecución de Decio contra la Iglesia fue muy dura. Utilizó el sistema de buscar apóstatas. Poco sabemos de su figura como emperador. La Historia augusta (crónica de los emperadores) no nos habla de él. Tenemos noticias en algunos papiros, monedas, inscripciones y en las fuentes cristianas, en las cuales nos es presentado como uno de los emperadores más feroces. En el mes de agosto de 249 los soldados de la Panonia, enterados de la muerte del

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emperador Filipo ‘el Árabe’, del que algunos (Eusebio) afirman que favoreció a los cristianos, ponen a Decio el manto púrpura y es proclamado emperador. Era un simple militar que provenía de la Iliria. Tenía un concepto muy elevado de los emperadores Antoninos, y por este motivo intentó restablecer las instituciones romanas de aquellos emperadores, especialmente en cuanto a seguridad del Imperio, la disciplina del ejército y el esplendor del culto primitivo romano. Creía que el cristianismo podía disgregar la unidad e integridad del Imperio, ya que una orden del Papa o de un obispo importante era más aceptada que las órdenes imperiales. “La Iglesia estaba —según afirmaba— demasiado organizada”.

En el edicto de Decio contra los cristianos, éstos no eran mencionados. Decía: “Todo ciudadano romano está obligado a ofrecer un sacrificio a los dioses o al menos a quemarles incienso”. La finalidad no era otra que la apostasía. “A quienes hayan sacrificado o quemado el incienso —continuaba el edicto— se les dará un documento que así lo acredite”. Se han encontrado unos 50 papiros en Egipto de entre el 12 y el 26 de junio, en los cuales figuran dos manos: la del que había sacrificado y la del testimonio. Hubo un ‘contrabando’ de ‘libella’. Algunos lo conseguían por dinero, otros lo recibían gracias a que era suficiente con que el cabeza de familia lo hiciera, para que así toda su gente tuviese el documento, como si todos los familiares hubiesen sacrificado.

Tenemos muchos testimonios de cómo se aplicó el edicto en las diversas regiones del Imperio, como por ejemplo en Alejandría, donde se produjeron alborotos porque un mago profetizó contra los cristianos. Esto motivó una aplicación muy estricta del edicto. Muchos cristianos cayeron en la apostasía, y otros huyeron, como el mismo Dionisio de Alejandría; éste finalmente fue capturado y encarcelado durante cuatro días, hasta que fue liberado por los nativos agricultores.

También Orígenes nos explica muchos casos. Él mismo murió después de recibir terribles tormentos. En Roma la persecución fue muy feroz. Murieron el papa Fabiano y Águeda. La pasión de san Trifón nos ofrece detalles como las largas colas de gente que iba a sacrificar. La carta VIII (del clero romano) dirigida a Cipriano dice que muchos cristianos iban a sacrificar y que otros procuraban arrancar a los que hacían cola para que no lo hiciesen. Pero muchos apostataron, incluso presbíteros, diáconos y posiblemente algún obispo. También en Cartago fue aplicado el edicto con todo rigor. Serían muchos los apóstatas. En Hispania apostataron dos obispos: Basílides y Marcial; otros se mantuvieron en la fe y fueron martirizados. Hubieron muchos mártires en Oriente (Bábilas, obispo de Antioquía; Néstor; Pío, presbítero; Alejandro, obispo de Jerusalén). Los jueces fueron más benignos en Oriente que en Occidente.

La nueva táctica utilizada por el gobierno romano sorprendió a los cristianos. Muchos de ellos tenían la cédula según la cual habían sacrificado, pese a no haberlo hecho. El Imperio creyó ingenuamente que se había abolido el cristianismo, pero la realidad era otra.

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La persecución se inició a finales del año 249 y finalizó en el verano del 250; duró casi un año, pero fue suficiente para causar una de las crisis más terribles en la Iglesia, dividiendo a los cristianos en confesores, los que habían sacrificado (sacrificati), los que habían quemado incienso (turiferatici), los que tenían la cédula falsa de haber sacrificado pero que no lo habían hecho (libellatici), y los que huyeron. Entre estos últimos es preciso mencionar al obispo de Cartago, Cipriano. La Iglesia estaba dividida. ¿Qué hacer ante una situación tan confusa? ¿Hizo bien san Cipriano al huir? Había quién pensaba que Cipriano fue un traidor; éste fue el caso del proceso que le abireron a cuatro presbíteros de Cartago (Novato, Fortunato, Luciano, y Felicísimo) que solicitaron la condena de Cipriano e impulsaron a un obispo que impusiera las manos a uno de ellos, Fortunato, para así sustituir a Cipriano, considerado indigno, y ocupar la sede de Cartago. Además de estas dificultades, los que habían sido fuertes en la persecución, o sea los confesores, tenían unas atribuciones exageradas. Los lapsi (apóstatas) podían obtener el perdón de manos de los confesores sin el consentimiento del obispo. San Cipriano volvió a Cartago durante el mes de abril del año 251 y convocó un concilio. En él se perdonó a todos los libellatici. Los sacrificati y los turiferatici entraron en el estamento de los penitentes. No podrían obtener el perdón si no era en peligro de muerte (‘in articulo mortis’). Pero en el mes de mayo del año 252, en un ambiente de persecución inminente, se reunió de nuevo el concilio y para que todos los penitentes pudiesen ir al martirio sin escrúpulos de conciencia se les dio la absolución general de todos los pecados de apostasía.

Los descontentos de Cipriano fueron a Roma. No había Papa, pues san Fabiano murió en la persecución de Decio. En una elección legítima Cornelio ocupó la sede romana, pero los que estaban influidos por los cismáticos de Cartago, especialmente por el presbítero Novato, eligieron a un tal Novaciano. Utilizaron a un obispo borracho que le impuso las manos, convirtiéndose en antipapa. Los partidarios de este antipapa y los del cisma de Cartago no aceptaban que se pudiese perdonar a los lapsi. Este cisma denominado ‘Novacianismo’ durará hasta el siglo V.

El estudio de estos episodios es muy importante. En ellos podemos observar la práctica de la reconciliación o sacramento de la penitencia, que sólo podían otorgar el obispo y los presbíteros, no los confesores, aunque éstos tienen un lugar de gran honor en las comunidades del siglo III. Todos estos detalles se pueden observar en las espléndidas cartas que nos han llegado de san Cipriano.

Valeriano (253-260)Con la desaparición de Decio y con la guerra contra los godos, una relativa paz se impuso de nuevo en la Iglesia. Valeriano fue emperador durante los años 253-260. La persecución se inició en el año 257. Pese a que al principio no tenía ningún problema con los cristianos debido a la influencia de un tal Marciano, en agosto de 257 promulgó un edicto por el que se exiliaban los

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obispos, presbíteros y diáconos, se vetaba el culto y se prohibía la entrada a los cementerios, o sea, a las catacumbas. Quien entraba en ellas o se reunía en los lugares de culto cristiano —ya establecidos—, era ajusticiado. Cipriano fue exiliado. Un año después promulgó otro decreto, en agosto de 258: “Todos los clérigos serán ajusticiados —afirmaba el decreto—, los nobles cristianos serán castigados hasta que apostaten de su fe, los de la corte del César serán convertidos en sirvientes y las matronas cristianas serán exiliadas”. En Roma murieron martirizados el papa Sixto II y 6 diáconos; en Cartago, el 14 de septiembre de 258, Cipriano, Montano, Lucio y otros; en Hispania, Fructuoso con dos diáconos, Augurio y Eulogio. Muchos más serían asesinados; entre ellos cabe destacar al joven Tarsicio, que murió resistiéndose a dar la eucaristía a los que le perseguían. También es preciso mencionar a Lorenzo, diácono, y a los denominados ‘Massa cándida’: 153 mártires en Útica (África) que fueron tirados a un pozo de cal.

Galieno y Aureliano (253-275)Galieno, hijo de Valeriano, le sucedió (260-268) y dio la paz a los cristianos, restituyendo los bienes que habían sido confiscados a la Iglesia. Se trata del primer edicto de libertad a favor de los cristianos que durará casi cuarenta años.

La persecución de Aureliano (270-275), iniciada en el último año de su Imperio por un edicto que no se llegó a publicar, no tuvo mucha difusión. Aún así, se cuentan algunos mártires, especialmente en las Galias: Reveriano, obispo de Autun, y Peregrino, obispo de Auxerre.

Diocleciano (284-313)Gracias al edicto de la tolerancia de Galieno (260-268) los cristianos gozaron de una paz efectiva, exceptuando algunas persecuciones aisladas. Galieno hizo restituir a la Iglesia los cementerios y lugares de culto confiscados por su padre Valeriano. Pero en el año 299 el emperador Diocleciano inició una captura sistemática de cristianos, considerada la persecución más feroz que la Iglesia ha sufrido. Murieron al menos 50.000 cristianos.

Diocleciano, famoso general que fue enviado por los emperadores Caro y Numerio para someter a los persas, recibió el manto de púrpura imperial de manos de sus soldados entusiasmados por las grandes victorias conseguidas (septiembre de 284). No era romano, sino de la Dalmacia. Sus primeros quince años serían muy pacíficos. Respecto a los cristianos no sólo era tolerante, sino que les tenía una cierta estimación.

En el año 286 dividió el Imperio con su amigo Maximiano y en el año 296 hizo una nueva reorganización. Él se quedaba con el área oriental, con capital en Nicodemia; Maximiano, Italia (capital Milán); Galerio, la Iliria (capital Sirmio) y Constancio Cloro las Galias (capital Tréveris). Los dos primeros serían nombrados ‘augustus’ y los otros dos ‘cesar’. Estas cuatro prefecturas se dividían en 14 provincias, y éstas a su vez se subdividían en diócesis. O sea, un total de

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100 diócesis. Esta división será admitida también por la Iglesia y perdurará hasta la época medieval. Las divisiones del Imperio fueron consignadas en un famoso códice llamado Notitiae dignitatum.

Los cuatro emperadores que formaban la tetrarquía estaban unidos por vínculos matrimoniales. Así, Constancio Cloro (padre de Constantino) tuvo que unirse a Fausta —hija de Maximiano— y repudiar a su legítima mujer, santa Helena.

El motivo de la división era fundamentalmente la defensa contra las invasiones —los emperadores podrían estar más atentos a sus fronteras—, pero también respondía a un motivo burocrático-financiero.

El Imperio en tiempos de Diocleciano tenía una estructura muy militar. Había numerosos soldados cristianos, y contra ellos se dirige la persecución. El causante fue Galerio, que en el año 298 había conseguido una gran victoria contra los persas. Exigió a todos los soldados que sacrificasen a los dioses. Y por esta causa sufrieron el martirio (a. 299) Julio Nicador y Marciano, en Mesia; Marcelo centurión y Casiano, escribano en Mauritania.

Persecución iniciada en el año 303Los historiadores distinguen cuatro edictos contra los cristianos: 1/ marzo de 303 (destruir los lugares de culto y entregar y quemar los libros sagrados); 2/ mayo de 303 (los clérigos son obligados a sacrificar a los dioses); 3/ octubre de 303 (reitera el edicto 2º); 4/ marzo de 304 (persecución general: quien no sacrifique a los dioses será ajusticiado).

El primer edicto —como hemos dicho— fue promulgado en el mes de marzo de 303. En él se mandaba que las iglesias fuesen destruidas y los códices quemados. También se exigía que todos sacrificasen. Si no lo hacían, serían infamados o reducidos a la esclavitud. Fue destruida la gran basílica cristiana de Nicodemia. El obispo Antimo de la misma Nicodemia (Turquía actual) y otros cristianos preeminentes de la corte fueron martirizados.

Se ha discutido mucho sobre cuál fue la causa de esta persecución. Lactancio nos dice que en un principio Diocleciano no quería perseguir a los cristianos. Un día, estando en Oriente, consultó a un mago, y he aquí que éste le dijo que no abriría la boca, ya que en el palacio habían cristianos. Por ello exigía que todos sacrificasen. A finales del año 302 —según Lactancio—, Galerio consultó el oráculo del Apolo, y éste le dijo que debía perseguir a los cristianos. En un principio esta persecución fue incruenta, porque así lo exigía Diocleciano. En marzo de 303 ambos emperadores (Diocleciano y Galerio) determinaron que era necesario perseguir a los cristianos, y así se promulgó el primer edicto. ¿Por qué se convirtió en tan violenta? Lactancio afirma que los cristianos rompieron el edicto y provocaron el incendio del palacio de Nicodemia (marzo de 303). Pese a este testimonio, hay quien cree que no se puede dar crédito a Lactancio, ya que éste sentía un gran odio hacia Galerio porque había cerrado la escuela de

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la cual él era su director. Es difícil averiguar hasta qué punto Galerio pudo ser el causante de la persecución; sabemos que dio la paz a la Iglesia por iniciativa propia en el año 311. ¿Qué papel jugó Diocleciano? No se sabe demasiado. Hay quien ve en la persecución cristiana la extensión del edicto que promulgó Diocleciano en el año 296 contra los maniqueos. Pero evidentemente Diocleciano distinguía perfectamente entre los cristianos y los maniqueos. Por lo tanto, ésta no puede ser la razón.

El tercer edicto se promulgó en otoño del mismo año 303. En él, los obispos tenían que ser encarcelados si no sacrificaban, y se tenía que cumplir el edicto anterior, o sea, quemar los códices. Los obispos y presbíteros no hicieron caso de los edictos. El emperador Galerio dio un nuevo paso: había que asesinar a aquellos que no hacían caso de él. Los cuatro emperadores aceptaron estos edictos contra los cristianos. Por eso la persecución se extendió a todo el Imperio, según consta en el cuarto edicto. Fueron muchos los mártires, recordemos por ejemplo a los mártires de la Tebaida. A pesar de ello, el emperador Constancio Cloro sólo destruyó algunas iglesias y no persiguió a los cristianos en la región que él gobernaba (las Galias). Constancio, llamado ‘cloro’ por su color pálido, fue emperador del Imperio romano del 305 al 306. Antes Constancio Cloro el 272 se casó con la rubia Helena, la madre de Constantino de cuyo origen los historiadores no se han puesto de acuerdo. Algunos afirman siguiendo las crónicas galesas que era hija del rey bretón, y según otras que era hija de una concubina. El mencionado cuarto edicto fue más concreto: todos ubique locorum ac gentium deben ofrecer públicamente sacrificios a los dioses.

En el año 305 abdicaron Diocleciano y Maximiano. El gobierno pasó a Maximino Daia, a Galerio, a Constancio Cloro (al cual sustituyó su hijo Constantino) y a Severo. La persecución se extendió con especial crudeza en Oriente.

Posteriormente, en el año 308, se volvió en reorganizar el Imperio. Encontramos seis emperadores (Licinio, Galerio, Maximino Daia, Constantino, Magencio —que se oponía a Severo— y Maximiano) los cuales, exceptuando a Constantino, perseguían la Iglesia. Pero también en las Galias, que incluía Hispania y Britania, encontramos mártires durante este periodo.

El historiador Eusebio nos dice que el número de mártires fue extraordinariamente elevado. Él fue testigo directo de los detalles horripilantes de los martirios en Palestina y Egipto. He aquí un elenco de los más importantes: en Roma, Sebastián, Pancracio, Inés, Sotero, Proto, Jacinto, Pedro, Marcelino y otros muchos. Poseemos las actas de un grupo de mártires de África: Saturnino y sus compañeros que fueron sorprendidos mientras celebraban el oficio dominical. Cabe destacar otros mártires: las dos Eulalias (de Mérida y Barcelona), Justo y Pastor de Alcalá, Leocadia de Toledo, Vicente y Sabina de Ávila, Ágape, Irene y otras mujeres de Salónica; Ireneo, obispo de Sirmio; Félix, obispo de África que se negó a entregar los libros; Eupilio, diácono de Catania; Fileas, obispo de Tmuis (Egipto); Claudio, Asterio y compañeros en Sicilia; Julio de Mesia, Dasio también

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de Mesia, Cristina de África. En Hispania, aunque en manos de Constancio Cloro y Constantino, se cuentan muchos mártires, ya que la prefectura de Daciano —que cumplió con rigor todos y cada uno de los edictos— fue brutalmente cruel contra los cristianos. Murieron miles de ellos durante los dos años escasos en los cuales Daciano fue prefecto de Hispania (303-305).

Los peores años se darían entre 303 y 305. A pesar de ello, aún en años sucesivos hubo mártires. Así, por ejemplo, en el año 311, el obispo Pedro de Alejandría sufrió el martirio. En este año, Galerio, en un sorprendente edicto que calumniaba a los cristianos, les dio la paz, o sea, toleraba que existieran y les devolvió los bienes confiscados. Dice textualmente que los cristianos no han seguido las instituciones de los antepasados. Por ello debían ser perseguidos, para así volver a las buenas tradiciones. Pero les concede veniam ad requirendam suam obstinationem y así que denuo sint christiani et convenicula sua componant. También Magencio, que gobernaba en Roma aunque no era reconocido como emperador por los otros emperadores, devolvió los bienes al papa Melquíades. Por lo tanto, no es del todo exacto decir que Constantino hubiese puesto fin a las persecuciones, o sea que él fuera el primero en conceder la paz a los cristianos.

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Daniel en la fosa de los leones. Catacumbas. Roma.

9. HABÍA QUE RESPONDER A LAS ACUSACIONES

CONTRA LOS CRISTIANOS

• La defensa de la nueva doctrina • Doctrina de los apologistas • Los apologistas cristianos • Fuentes y traducciones de los apologistas cristianos • Quadratus • Aristón de Pella • Melitón de Sardes • Arístides de Atenas

¿Quiénes son los cristianos? • Taciano

De cómo fue generado el VerboLa resurrección de los cuerpos y la inmortalidad del almaLos cristianos y el emperador

• Atenágoras de AtenasLos cristianos son gente corrienteLos matrimonios y el celibatoEl aborto es un homicidio

• Teófilo de Antioquía • Apolinar de Hierápolis de Frigia • Melcíades • Ermía

La defensa de la nueva doctrinaEn pocas décadas los discípulos de Jesús se extendieron por toda la geografía romana y también fueron calumniados y perseguidos por todo el Imperio. El recelo provenía de la novedad que suponía su doctrina y del comportamiento

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moral de la gran mayoría de ellos. Hemos visto cómo eran considerados gente despreciable por el pueblo romano y cómo eran perseguidos por los emperadores. En este contexto era lógico que algunos adeptos a la ‘nueva’ doctrina y religión cristiana intentaran defenderse de las calumnias, pese a que el mismo Jesucristo dejó constancia de la aceptación de la muerte de sus seguidores. De esta corriente de pensamiento nacen los llamados apologistas —del griego ‘apología’— ya a mediados del siglo II. Con sus escritos estos autores no sólo quieren defenderse, sino ir un poco más allá y exponer los contenidos de su fe, haciendo proselitismo.

Sin embargo, nos debemos preguntar por qué era necesario defenderse y cuáles eran las acusaciones concretas. Obviamente había acusaciones vulgares, y calumniosas que se alimentaban de la mala fama que tenían los cristianos posiblemente por ser una interpelación constante a las malas costumbres de los romanos. Hoy en día nos resulta muy difícil entender que se pudiesen difundir unas acusaciones tan nefastas, cuando era fácil ver que eran unas simples —pero graves— calumnias: los cristianos vienen descritos como caníbales que se alimentaban de la carne de un niño cubierto de harina —¡qué deformada les llegaba la doctrina eucarística!—; o eran considerados incestuosos y depravados debido a la predicación del amor fraterno; o también ateos por el total rechazo demostrado hacia los dioses de las tradicionales religiones paganas. Éstas y otras acusaciones los pobres cristianos debían soportar. Ellos sabían que había que aguantar con resignación y paciencia tal y como el divino Maestro les enseñó: devolver bien por mal. Sin embargo algunos no pudieron quedarse en silencio y creyeron que era mejor defenderse; éste es el origen de un numeroso grupo de apologistas. Su actividad empezó en tiempos de Adriano, continuó durante el Imperio de Antoninus Pius y sobre todo en tiempos de Marco Aurelio.

Los apologistas cristianos se opusieron con gran coraje a las supuestas barbaridades y calumnias que sobre los cristianos se propagaban por todo el Imperio romano. Pero las apologías no sólo se oponían a los propagadores paganos, sino también a la mayoría de los seguidores del judaísmo. Contra éstos presentan las escrituras y las explican ampliamente, demostrando que Jesús es el auténtico Mesías. La fórmula varía contra los paganos; aquí los apologistas exponen sencillamente todo lo que los cristianos creen y practican, demostrando que las acusaciones son calumnias y que ellos son víctimas inocentes.

Todos los apologistas escribieron en griego, aunque, como continuadores de los apologistas griegos, también debemos hablar de Tertuliano y Minucio Félix, que escribieron en latín en Cartago y en Roma respectivamente.

Doctrina de los apologistasEn cuanto a la doctrina podemos hacer una distinción: si los escritos van dirigidos a los judíos los apologistas subrayan el monoteísmo, pero no niegan en ningún momento la divinidad del Verbo y la paternidad del Padre. También quieren demostrar la unidad y continuación entre el Antiguo Testamento y el Nuevo

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Testamento, afirmando que tanto los profetas como los evangelistas recibieron la inspiración del único y mismo Espíritu Santo.

En cuanto a los argumentos que van contra los paganos, todos tienen la misma característica: el politeísmo de los paganos es un absurdo y la idolatría un nefasto pecado. Pese a todo, los apologistas utilizan las filosofías imperantes por aquel entonces, especialmente el platonismo.

Los apologistas cristianosLa lista de los apologistas cristianos de la Iglesia primitiva es la siguiente: 1/Quadratus, 2/Aristón de Pella, 3/Melitón de Sardes (Lidia, Asia Menor), 4/ Arístides de Atenas, 5/san Justino, 6/Taciano, 7/Atenágoras de Atenas, 8/Teófilo de Antioquía, 9/el autor de la Carta a Diogneto (de la cual ya hemos expuesto su contenido en capítulos anteriores), 10/Apolinar de Hierápolis de Frigia (Turquía actual), 11/Milcíades y 12/Ermía. Expondremos muy brevemente el pensamiento de todos ellos, poniendo de relieve a san Justino por la trascendencia doctrinal y por el valor en dar testimonio de Jesucristo.

Fuentes y traducciones de los apologistas cristianos De Quadratus, Aristón de Pella y Melitón de Sardes tenemos la siguiente bibliografía: G. OTTO, Corpus Apologetarum I-IX (Iena, 1847 ss); D. RUIZ BUENO, Padres Apologistas Griegos (s. II) BAC (Madrid, 2a edición 1979); Apologetes del segle II (Barcelona, Clàssics del cristianisme, 1984).

QuadratusEs de la segunda mitad del siglo II, y como otros Padres Apostólicos (Policarpo, Papías, Apolinar de Hierápolis y Milcíadas), era de Asia Menor. Es autor de una apología perdida que conocemos gracias a que Eusebio la cita en dos momentos de su historia eclesiástica: “Después de Trajano, que reinó durante veinte años menos seis meses, tomó el Imperio Elius Adriano. A éste, Quadratus consignó un discurso. Había compuesto esta apología a favor de nuestra religión, ‘porque ciertos hombres malvados buscaban molestar a los nuestros’. Todavía hoy —dice Eusebio— se puede encontrar este libro en nuestra casa, y en él se hallan pruebas espléndidas de la inteligencia del autor y de su fe apostólica”. El autor deja ver su antigüedad cuando se expresa en estos términos: “Las obras de Nuestro Salvador han durado siempre, porque éstas eran verdaderas; los enfermos que serían sanados, los muertos que resucitarían y no sólo serían vistos en los días de su resurrección, sino también después; vivían durante la vida terrestre del Salvador e incluso después de su muerte; más aún, en los días de Quadratus todavía vivían”.

Aristón de PellaEra un judío cristiano originario y habitante de Pella, ciudad que sirvió de refugio a la comunidad cristiana de Jerusalén en tiempos de la ocupación de Tito.

Es autor de un diálogo sobre Cristo entre Jansón —judío cristiano— y Papisco

HABÍA QUE RESPONDER A LAS ACUSACIONES CONTRA LOS CRISTIANOS

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(judío). Se trata de la obra literaria más antigua dirigida a combatir el judaísmo. Desgraciadamente se perdió, pero quedan algunas páginas de la traducción latina, falsamente atribuidas a san Cipriano en otros tiempos. La conversación se da en Alejandría. Afirma que las profecías del Antiguo Testamento se cumplieron en Jesucristo. Pese a todo, no tenemos las objeciones del judío Papisco, aunque parece que serían repetidas por Justino en el diálogo con Trifón, con una diferencia: que Trifón no pedirá el bautismo. Existe una objeción —según san Jerónimo—, y es que los judíos no podían admitir su culpabilidad en la ignominiosa muerte del Mesías.

Melitón de Sardes (Lidia, Asia Menor)Es un gran personaje cristiano del siglo II; sabemos que en el año 190 ya había muerto. Pese a su gran santidad, celebrada por sus contemporáneos y que hizo célebre el lugar del que era obispo, su recuerdo y su obra seránrápidamente olvidados. De él nos habla Eusebio en su historia eclesiástica y afirma que participó en la controversia sobre la determinación de la fecha de la Pascua; controversia que se dio en Laodicea en el año 169. Por parte de Tertuliano tenemos la noticia de que Melitón combatió el montanismo tan pronto como esta herejía apareció.

Melitón entregó una Apología a Marco Aurelio, posiblemente cuando este emperador pasó por Asia Menor (a. 176), y Eusebio transcribe algunos fragmentos de ésta. En ella se explica que hay edictos contra los cristianos por los que se perseguía a los discípulos de Jesús. Afirma también que la filosofía de inspiración cristiana aparece primero entre los bárbaros y después se va extendiendo por todo el Imperio.

Teníamos pocas referencias de las obras de Melitón hasta el año 1940, cuando el estudioso americano Campbell Bonner publicó una homilía completa de Melitón. El tema de la misma es la Pascua. En ella nos dice que la Pasión de Jesús estaba significada ya en el Éxodo (o tránsito del pueblo de Israel de Egipto a la Tierra Prometida): la pasión, la muerte y la resurrección de Cristo serían el precio de la emancipación de los fieles creyentes del pecado y de la muerte. Como se ve, su doctrina cristológica constituye un conjunto dogmático de gran importancia.

Melitón fue un grandísimo escritor por los argumentos que trató. Nos consta que escribió dos libros sobre la Pascua (166-167) en los que defendía la fecha de su celebración según la teoría de la iglesia de Asia Menor. Escribió también un libro sobre la Iglesia; otros sobre el día del Señor (el domingo); sobre la vida cristiana y los profetas (antimontanistas); y sobre la creación; siete libros extractos de la ley y de los profetas referentes al Salvador y a nuestra fe; un libro sobre la fe y el nacimiento de Cristo; tres libros sobre la encarnación de Cristo (antimarcionista).

Melitón fue un personaje de gran categoría teológica que gozó de una perfecta

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sintonía con el pensamiento de la Iglesia primitiva. En cuanto a las fuentes y las traducciones de sus obras se deben tener en cuenta la siguiente bibliografía: O. PERLER, Méliton de Sardes, sur la Pâque: ‘Sources Chrétiennes’, núm. 123 (París, 1966); J. IBÁÑEZ - F. MENDOZA, Homilía sobre la Pascua (Pamplona, 1975); J. VIVES, Los Padres de la Iglesia (Barcelona, 1982) págs. 100-110; Sobre la Pasqua (Barcelona, Clàssics del cristianisme, 1984).

Arístides de AtenasEscribió una apología probablemente al emperador Adriano, a pesar de que hay quién opina que iba dirigida al sucesor de éste, Antoninus Pius. Es preciso situar sus escritos a mediados del siglo II. Por lo que sabemos, su estilo y pensamiento son de una gran simplicidad. Según él, hay tres clases de hombres: los paganos, los judíos y los cristianos. La superioridad de los cristianos por su doctrina y moral (costumbres) es obvia.

Conocemos la obra de Arístides a través de traducciones armenias y siríacas, así como por algunos fragmentos traducidos al griego: RENDEL HARRIS - J.A. ROBINSON, The Apology of Aristides, Texts and Studies (Cambridge, 1893); D. RUIZ BUENO, Padres Apologistas Griegos (s. II) BAC (Madrid, 2a edición 1979).

Presentamos a continuación algunos fragmentos significativos de su apología.“Los cristianos somos del linaje de Jesucristo. Éste se confesó Hijo de Dios Altísimo que bajó del cielo mediante su Espíritu Santo para salvar a los hombres. Engendrado de una Virgen Santa sin fecundación ni desfloración. Tomó carne y se mostró a los hombres para que éstos se apartasen del error del politeísmo. Y una vez cumplido su maravilloso designio probó la muerte en la cruz por libre voluntad suya, y después de tres días volvió a la vida, y subió al cielo. Puedes conocer la gloria de su venida, ¡oh emperador!, si quieres leer la que ellos (los cristianos) llaman Escritura Santa de los evangelios. Tuvo doce discípulos, que después de la ascensión al cielo salieron por las provincias del mundo y enseñaron la grandeza de Cristo, y así uno de ellos recorrió nuestra propia región predicando la doctrina de la verdad”.

‘¿Quién son los cristianos?’“Desde este momento los que sirven a la justicia que ellos predicaron se llaman cristianos. Éstos son los que han encontrado la verdad, antes de que ninguna otra nación de la tierra lo hiciera, ya que reconocen al Dios creador y ordenador del universo en su Hijo unigénito y en el Espíritu Santo, sin adorar otro dios fuera de Éste. Y tienen grabados en sus corazones los mandamientos y los guardan con la esperanza de la resurrección de los muertos y de la vida del siglo que tiene que venir.

No cometen (los cristianos) adulterio, no fornican, no levantan falsos testimonios (calumnias), no sienten codicia de las cosas de otro, honran al padre y a la madre, aman a sus vecinos, juzgan con justicia. Lo que no quieren para ellos, no lo hacen a los otros; buscan reconciliarse con aquellos que les han ofendido,

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haciéndose amigos; se esfuerzan en hacer el bien a sus enemigos; son tranquilos y modestos. Se abstienen de toda unión ilegítima y de toda impureza. No menosprecian a las viudas ni hacen sufrir a los huérfanos. Lo que tienen (bienes) lo suministran sin tacañería a quien no tiene. Si viene un forastero lo acogen bajo su techo y se alegran con él como lo harían con un auténtico hermano. Se llaman entre ellos hermanos no según la carne, sino según el espíritu.

Están dispuestos a dar la propia vida por Cristo, ya que guardan firmemente sus mandamientos, viviendo en santidad y justicia como ordenó el Señor, Dios al que ellos (los cristianos) dan gracias en todo momento por la comida y la bebida y por los otros bienes que han recibido. Éste es el auténtico camino de la verdad que siguen los que por Él caminan hasta el reino eterno que Cristo prometió para la vida que vendrá. Y si quieres saber, ¡oh emperador!, que esto no lo digo yo de mí mismo, procura leer las Escrituras de los cristianos y verás que no digo otra cosa que la verdad”.

TacianoNació en Siria, hijo de una familia pagana, y fue a Roma donde se convirtió al cristianismo y fue discípulo de san Justino. De Taciano se conserva un discurso contra los griegos en el cual se opone al politeísmo y a la filosofía pagana. Llevado por el radicalismo, abandonó la doctrina católica, y hacia el año 170 fundó una especie de secta puritana de tendencia gnóstica que fue denominada ‘encratites’, en la cual se practicaba la abstinencia de comer carne y de beber bebidas alcohólicas. En esta secta también se condenaba el matrimonio e incluso se sustituyó el vino por el agua en la celebración eucarística. Su teología es de gran interés en cuanto al desarrollo de las teorías sobre la generación del Verbo, así como en la elaboración de la doctrina sobre la inmortalidad y la resurrección. También escribió contra la magia y la astrología. Taciano además es importante por un libro que tituló Diatessaron, que era una exposición de los cuatro evangelios que la iglesia de Siria utilizó en la liturgia hasta el siglo V. En 1934 la John Hopkins University descubrió unos fragmentos de esta obra en una expedición arqueológica a Dura Europos.

Las fuentes y traducciones que nos han llegado son: E. SCHWARTZ, Texte und Untersuchungen IV, 1 (Leipzig, 1888); D. RUIZ BUENO, Padres apologistas griegos BAC (Madrid, 1954); J. VIVES, Los Padres de la Iglesia (Barcelona, 1982); Apologetes del segle II (Barcelona, Clàssics del cristianisme, 1984).

Presentamos algunos fragmentos de su obra extraídos de los libros que acabamos de citar.

‘De cómo fue generado el Verbo’“Dios ya estaba en el principio, y hemos recibido de la tradición que este principio es la potencia del Verbo. Porque el Señor del universo, siendo él mismo soporte de todo, cuando la creación aún no se había efectuado, estaba solo; pero como en él estaba toda la potencia de aquello visible e invisible, todo lo sustentó en

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sí mismo y en el Verbo que estaba en él, mediante la potencia del Verbo. Y por voluntad de su simplicidad sale el Verbo; y el Verbo, que no se vierte sobre la nada, se convierte en la obra primogénita del Padre.

Sabemos que Él (el Verbo) es el principio del mundo, y se ha emanado por distribución y no por división. Pues aquello que se divide queda separado de lo primero; en cambio aquello que se da por distribución, tomando carácter de dispensación, no causa mengua en aquello de donde se ha tomado. En efecto, al igual que de una sola tea se encienden muchos fuegos, y por muchas que sean las teas que se enciendan la luz de la primera no mengua, lo mismo sucede con el Verbo: procediendo de la potencia del Padre, no dejó sin Verbo a su progenitor. Porque es como cuando yo hablo y vosotros me escucháis; está claro que no me quedo vacío de palabras a medida que, hablando, las voy emitiendo, sino que, al emitir mi voz, me propongo orientar la materia que en vosotros está desorientada. Y al igual que el Verbo, engendrado en el principio, una vez elaborada la materia, generó él mismo a su vez en ella nuestra creación por sí mismo, también yo, habiendo sido generado a semejanza del Verbo y acabada también la comprensión de la verdad, procuro orientar la confusión de la materia de la cual originariamente participo. Pues la materia no falta de un principio, como Dios, y aunque no tuviese principio tampoco sería igual en potencia a Dios. Ciertamente ha sido creada, y no lo ha sido por ningún otro, sino que ha sido dispuesta por el único Creador de todas las cosas”.

‘La resurrección de los cuerpos y la inmortalidad del alma’“Por eso también creemos que debe existir la resurrección de los cuerpos después de la consumación del universo, si bien no de la forma en que los estoicos dogmatizan —según los cuales las mismas cosas nacen y mueren después de determinados periodos cíclicos, sin ninguna utilidad—, sino de una sola vez, cuando totalmente cumplido nuestro tiempo, se dará la reintegración únicamente en los hombres, en razón del juicio. Y no nos juzgarán Minios y Radamant, antes de la muerte de los cuales, según dicen las fábulas, no se había juzgado ningún alma, sino que el juez es Dios mismo, el Creador. Y por más que nos tengáis por unos vulgares charlatanes sin sentido, nos da igual, ya que creemos en esta doctrina. Porque yo, al igual que, al no existir antes de nacer, ignoraba quién era y subsistía sólo en la sustancia de la materia carnal, y una vez nacido, yo, que antes no era, tuve noción de mi ser a causa de mi nacimiento, así mismo yo, que he nacido y por la muerte dejaré de ser y otra vez desapareceré de la vista de todo el mundo, volveré de nuevo a ser, como si no hubiese existido antes; y aunque el fuego deshaga mi carne, el universo debe recibir la materia desintegrada; y si me consumo en los ríos o el mar, o bien soy descuartizado por las fieras, quedo guardado en los depósitos de un amo rico. El pobre y ateo desconoce estas reservas, pero Dios, que es quien rige la sustancia que únicamente para él es visible, la restablecerá, cuando él quiera, conforme a lo anterior.

El alma, ¡oh griegos!, no es inmortal por sí misma, sino mortal; pero también

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es capaz de no morir. Ciertamente muere, y se deshace con el cuerpo, si es que no conoce la verdad, y por más que resucita finalmente con el cuerpo en la consumación del mundo, no es sino para recibir como castigo la muerte en la inmortalidad. En cambio no muere por segunda vez, por más que en su día se deshaga, si ha adquirido el conocimiento de Dios. Porque de hecho, por ella misma el alma es oscuridad, y no hay nada luminoso en ella, y es eso lo que sin duda quiere decir la expresión ‘Las tinieblas no comprenden la luz’ (Jn 1, 5). Efectivamente, no es el alma la que salva al espíritu, sino el espíritu el que salva al alma; y es la luz la que comprende las tinieblas, tal y como el Verbo es la Luz de Dios, y el alma ignorante, tinieblas. Por ello, cuando vive sola se decanta hacia abajo en la materia, muriendo junto a la carne; pero cuando se empareja con el Espíritu de Dios, ya no falta de ayuda y se eleva a las regiones donde el Espíritu la lleva. Porque el lugar del Espíritu está en las alturas, mientras que el origen del alma es inferior. Ahora bien, originariamente el Espíritu habitaba conjuntamente con el alma; pero al no querer seguirlo, el Espíritu la dejó, y ella, que conservaba como una chispa de su poder pero que debido a la separación ya no era capaz de contemplar lo que es perfecto, en su búsqueda de Dios concibió erróneamente una multitud de dioses, siguiendo a los demonios intrigantes. El Espíritu de Dios no se encuentra en todos los hombres, sino que solamente desciende sobre algunos que viven rectamente. Entonces estrechamente abrazado al alma, anuncia el incógnito y lo proclama a las otras almas; y aquellas que obedecen a la sabiduría atraen hacia sí el Espíritu que les es congénito; pero las que no quieren obedecer, sino que rechazan el sirviente del Dios que ha sufrido, se muestran más agresoras de Dios que reverentes hacia él”.

‘Los cristianos y el emperador’“¿Por qué motivo pretendéis que, así como si fuera un pugilato, la legislación se enfrente a nosotros? Y si no quiero acatar las normas de cierta gente, ¿por qué razón me tienen que aborrecer como si fuera el ser más abyecto? El emperador manda que se le paguen los tributos, y yo estoy dispuesto a pagarlos; mi amo me manda que le sirva y obedezca, y yo acepto mi servidumbre. Porque el hombre debe ser honrado humanamente, pero temer sólo hay que temer a Dios, el que no es visible a los ojos humanos ni comprensible por ningún tipo de ingenio. No obedeceré únicamente cuando se me pida negar a Dios; antes moriré para no ser condenado por mentiroso y desagradecido”.

Atenágoras de AtenasFue un apologista griego contemporáneo de Taciano. Una de sus obras es Súplica a favor de los cristianos, escrita en el año 177 y probablemente dirigida a Marco Aurelio. En ella niega la acusación de ateísmo e incesto de los cristianos. Sobre la resurrección de los muertos, quiere demostrar con argumentos racionales la doctrina de la resurrección. Atenágoras está a favor de la indisolubilidad del matrimonio y contra del aborto. En lo referente a fuentes y traducciones de su obra, tenemos: Texte und Untersuchungen IV, 2 (Leipzig, 1891); D. RUIZ BUENO, Padres apologistas

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griegos (Madrid, 1954); J. VIVES, Los Padres de la Iglesia (Barcelona, 1982) págs. 87-92; Apologetes del segle II (Barcelona, Clàssics del cristianisme, 1984).Presentamos a continuación algunos fragmentos sobre la vida de los cristianos, el matrimonio y el aborto.

‘Los cristianos son gente corriente’“Entre nosotros podéis encontrar a gente corriente, artesanos y ancianos que, si bien son incapaces de sostener de palabra la utilidad de esta doctrina, en cambio demuestran su eficacia con su comportamiento. Porque no se aprenden discursos de memoria, sino que muestran buenas acciones: al ser golpeados, no devuelven los golpes; al ser expoliados, no pleitean; dan a quien les pide, y aman al prójimo como a ellos mismos. Ahora bien, si no creyésemos que Dios rige la raza de los hombres, ¿podríamos llevar una vida tan pura? Como estamos convencidos de tener que rendir cuentas de toda nuestra vida terrenal al Dios que nos ha creado a nosotros y al mundo, escogemos una vida moderada, humanitaria e insignificante, porque creemos que no nos puede afectar ningún mal tan grande aquí —ni que nos quiten incluso la vida— como las compensaciones que podremos obtener allí del Gran Juez por nuestra vida afable, humanitaria y moderada. Es cierto que Platón dice que Minios y Radamante tienen que juzgar y castigar a los malvados, pero nosotros decimos que ya pueden ser Minios y Radamante, o su padre, que no se librarán del juicio de Dios. Además, para los que creen en una forma de vida al estilo de “comamos y bebamos que mañana moriremos” (Is 22, 13 / 1Co 15, 32) seguro que la muerte es un sueño profundo y es el olvido —‘el sueño y la muerte, hermanos gemelos’—, éstos son tenidos por piadosos. En cambio, las personas que consideremos la vida presente corta y de escaso interés, y que nos guiemos por el único deseo de conocer al Dios verdadero y a su Verbo (conocer la unidad del Hijo con el Padre, la relación del Padre con el Hijo, el Espíritu, cuál es la unión de éstos y cuál la diferencia de los unidos: del Espíritu, del Hijo y del Padre), y que sabemos que la vida que esperamos es bastante más excelente de lo que podemos expresar con palabras, si llegamos a ella puros de toda injusticia, y somos humanitarios hasta el punto de no amar sólo a nuestros amigos, ‘porque si amáis a quienes os aman —dice— y prestáis a quien os presta, ¿qué recompensa tendréis?’ (Lc 6, 32-34; Mt 5, 42-46), nosotros que somos así y vivimos este tipo de vida para escapar del juicio, ¿no somos tenidos por religiosos?”

‘El matrimonio y el celibato’ “Como tenemos esperanza de vida eterna, despreciamos las cosas de la vida presente, e incluso los placeres del alma. De este modo todos nosotros tenemos una esposa, la que tomó siguiendo las normas establecidas por nosotros, y de cara a la procreación; porque tal y como el labrador, una vez sembrada la semilla en el campo, espera el tiempo de la cosecha y no continúa sembrando, del mismo modo nosotros tenemos la procreación como medida del designio a pesar de que podríais encontrar también a muchos entre nosotros, hombres y mujeres, que llegan a la vejez célibes, con la esperanza de una relación con Dios más profunda. Si el hecho de permanecer en la virginidad del celibato acerca

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más a Dios, y sólo el pensamiento de deseos insanos nos aparta de Él, dado que escapamos de los pensamientos, con mucha más razón rechazaremos las obras, porque nuestra norma de vida no se basa en la confección de discursos, sino en la demostración y la enseñanza de las obras, eso es, o bien permanecer en el estado en que nacimos, o bien contraer un solo matrimonio, ya que el segundo constituye adulterio: ‘Quién deja —dice— su mujer y se casa con otra, comete adulterio’ ( Mt 19, 9; Mc 10, 11), cosa que no permite separarse de la virginidad la cual hizo perder, ni casarse de nuevo. Porque, quien se separa de la primera mujer, aunque ésta esté muerta, es un adúltero encubierto que va contra la mano de Dios, puesto que al principio Dios formó un solo hombre y una sola mujer, y deshace la unidad que hay en la igualdad de la carne con la carne en favor de la unión por sexos». Obsérvese que esta expresión no fue aceptada por una parte importante de los cristianos de aquel tiempo”.

‘El aborto es un homicidio’“Nosotros que consideramos que presenciar un homicidio se acerca al hecho de matar, rechazamos tales espectáculos. ¿Cómo podremos matar nosotros, que no queremos ni mirarlos por no contraer en nosotros mismos ninguna mancha ni impureza? Nosotros, que afirmamos que las mujeres que hacen uso de métodos abortivos cometen un homicidio y que deberán dar cuenta de ello a Dios, ¿por qué razón tendríamos que matar a nadie? Porque no puede considerarse a la vez que lo que lleva la mujer en el vientre es un ser vivo y, por lo tanto, que goza de la providencia de Dios, y después matar al que ya ha avanzado en la vida. Tampoco queremos exponer a los recién nacidos, porque aquellos que los exponen son infanticidas; ¿cómo podríamos a continuación quitar la vida al ser que ya ha sido criado? De ningún modo; nosotros somos en todo y para todo iguales y consecuentes, sirviendo a la razón y no forzándola”.

Teófilo de AntioquíaNació en la región del Éufrates y fue obispo (el sexto) de Antioquía, hacia el año 169. Se había convertido al cristianismo después de haber estudiado a los profetas. Sabemos que vivió hasta el año 180. Conservamos el escrito apologético dirigido a su amigo Autólico y dividido en tres libros. Conoce muy bien los escritos paganos y la Sagrada Escritura.

Nos consta que hizo un comentario exegético del Génesis, dándole una interpretación alegórica, y un comentario a los evangelios que se ha perdido. Doctrinalmente es de particular interés por su explicación del dogma trinitario. También se muestra como un gran místico.

Fuentes y traducciones: G. BARDY - J. SENDER, Trois livres à Antolycus: “Sources Chrétiennes” nº 20 (París, 1948); J. VIVES, Los Padres de la Iglesia (Barcelona, 1982) p. 93-98.

He aquí un fragmento del libro primero que dirige a su amigo Autólico: “Si dices: ‘enséñame tu Dios’ entonces yo te diré ‘enséñame el hombre que hay en ti y yo

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te enseñaré mi Dios’. Y después demuéstrame que los ojos de tu espíritu pueden ver y que las orejas de tu corazón pueden oír. Porque quienes miran con los ojos del cuerpo ven lo que se hace en esta vida terrenal y examinan los cambios en ella —si hay luz o tinieblas, si una cosa es blanca o negra, fea o bonita, proporcionada o desproporcionada, excesiva o deficiente—, y eso mismo ocurre en lo que concierne al oído —que distingue los sonidos agudos de los graves—, y exactamente igual ocurre con el oído del corazón y con los ojos del alma, para poder ver a Dios.

Dios es visto por quien puede verlo; sólo hay que tener abiertos los ojos del espíritu. No hay nadie que no tenga ojos, pero algunos hombres los tienen empañados, y no pueden ver la luz del sol; ahora, el hecho de que los ciegos no vean no quiere decir que la luz del sol no brille. Del mismo modo, los ciegos espirituales se deben acusar a ellos mismos, deben inculpar a sus propios ojos.

Tú, ¡oh hombre! tienes los ojos del alma empañados a causa de tus pecados y de tus malas obras.

El alma del hombre debe ser pura, tal y como brilla un espejo. Si en el espejo hay suciedad, el rostro del hombre no se puede reflejar en él: exactamente del mismo modo, el hombre manchado por el pecado no puede, de ninguna manera, contemplar a Dios. Pero si lo deseas, puedes ser sanado: entrégate al médico y te medicará los ojos del alma y del cuerpo. ¿Quién es este médico? Dios es quien cura y vivifica por la sabiduría de su Palabra. Dios lo creó todo mediante su Palabra y su sabiduría, porque su palabra ha hecho el cielo, con el aliento de la boca ha creado la estelada. La sabiduría de Dios es omnipotente: con ella Dios fundamenta la tierra. Además, Dios por su prudencia ordenó los cielos, los abismos se abrieron, y las nubes dejaron caer su rocío y su lluvia.

Si comprendes todo esto, ¡oh hombre!, y llevas una vida pura, piadosa y santa, podrás ver a Dios. Que haya en tu corazón fe y temor de Dios: sólo así entenderás todo cuanto te he dicho. Cuando te desnudes de la mortalidad y te revistas de inmortalidad, entonces tus méritos te permitirán contemplar a Dios. Porque él ensalzará, con tu alma, también tu cuerpo haciéndolo inmortal. Y cuando ya seas inmortal verás al Inmortal por antonomasia, porque ya antes habrás creído en él”.

Apolinar de Hierápolis de FrigiaNo conservamos ningún escrito suyo. Pero sabemos que coincide con el reinado de Marco Aurelio (161-180) y que fue el sucesor de Papías en la sede episcopal (Hierápolis). Según Eusebio de Cesarea fue un escritor muy fecundo. Escribió una apología dirigida al mencionado emperador. También tenemos referencia de otros libros suyos, pero como hemos dicho, todos se han perdido: cinco libros dirigidos a los griegos; dos a los judíos; dos referentes a la verdad; tres o cuatro contra los montanistas (herejía que en su tiempo ya se extendía a Frigia, que correspondería a la actual Turquía asiática); otro libro sobre la piedad y otro

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sobre la Pascua. Precisamente contra Montano, Apolinar destacó el papel de la jerarquía sobre los profetas. Sabemos que Montano empezó a profetizar hacia el año 172, proclamando que la Jerusalén celestial bajaría pronto a Perpuza, un pueblecito situado cerca de Filadelfia de Lidia. Tuvo muchos seguidores.

MelicíadesPertenece al grupo de los denominados apologistas menores, pese a que todos sus textos, escritos en griego, se han perdido. Vivió en el siglo II y era presbítero de Asia Menor. Fue a Roma, donde probablemente fue discípulo de san Justino. De él sabemos que envió una apología a favor de los cristianos a Marco Aurelio y también se opuso a Montano.

ErmíaConocemos pocas cosas de Ermía, ya que de él tampoco se ha conservado el conjunto de obras que se le atribuye. Lo que sí tenemos es un libro intitulado Sátira de los filósofos paganos escrita de Ermía filósofo. El opúsculo no comprende más que diez breves párrafos y se inspira en el contenido del artículo 19 del capítulo 3 de la segunda carta de san Pablo a los de Corinto: “La sabiduría de este mundo es para Dios una locura (stultitia)”. El autor en el mencionado opúsculo reseña las opiniones de los griegos sobre la naturaleza del alma y sobre el principio de las cosas.

Existen opiniones contradictorias entre los patrólogos, ya que se ve a Ermía no tanto como a un apologista, sino más bien como filósofo, ya que en ningún momento nos habla de Jesucristo, pese a hacer una clara referencia a san Pablo.

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