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1 CONOCER Y CELEBRAR LA EUCARISTÍA Miguel Expósito Lastra PRÓLOGO He aquí un libro oportuno y útil. Son muchos los responsables de la pastoral que buscan un libro asequible, práctico, cómodo, que proporcione pistas para la acción celebrativa y, en concreto, para la celebración de la Eucaristía. Esta obra de Miguel proporciona a los servidores de la celebración, ya sean presidentes, promotores de su participación, lectores, cantores, iniciadores o catequistas, un verdadero material. En él se encuentra el sentido profundo de la Eucaristía, las características de cada una de sus partes o fases del desarrollo y las anotaciones prácticas para una buena celebración. Es un libro escrito por un pastor con espíritu de servicio, probado en las comunidades de la montaña perdida y de la ciudad. Por lo cual se tiene garantizado un buen olfato práctico. En este libro encontramos el ejemplo de cómo la reflexión teórica debe conducir inexorablemente a la praxis y de cómo una acción auténtica conlleva la reflexión. Sólo una buena teoría nos capacita para programar, potenciar, revisar y confrontar la acción pastoral diaria. El saber competente transforma el vivir concreto. Pero, a la vez, e indisolublemente unido, sólo una buena experiencia práctica genera una buena teoría. La teoría es necesaria para poder ahormar la experiencia. El vivir da el saber. Habría que revisar ese recelo que tantos agentes de la pastoral alimentan respecto de la reflexión y la teoría, despreciándolas so pretexto de divagación o utopía. Quien no tiene la idea clara de qué y cómo han de ser las cosas, se incapacita para vislumbrar las metas, para entrever las alternativas a lo que

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Conocer y Celebrar la Eucarista

Miguel Expsito Lastra

PRLOGO

He aqu un libro oportuno y til.

Son muchos los responsables de la pastoral que buscan un libro asequible, prctico, cmodo, que proporcione pistas para la accin celebrativa y, en concreto, para la celebracin de la Eucarista.

Esta obra de Miguel proporciona a los servidores de la celebracin, ya sean presidentes, promotores de su participacin, lectores, cantores, iniciadores o catequistas, un verdadero material. En l se encuentra el sentido profundo de la Eucarista, las caractersticas de cada una de sus partes o fases del desarrollo y las anotaciones prcticas para una buena celebracin.

Es un libro escrito por un pastor con espritu de servicio, probado en las comunidades de la montaa perdida y de la ciudad. Por lo cual se tiene garantizado un buen olfato prctico.

En este libro encontramos el ejemplo de cmo la reflexin terica debe conducir inexorablemente a la praxis y de cmo una accin autntica conlleva la reflexin.

Slo una buena teora nos capacita para programar, potenciar, revisar y confrontar la accin pastoral diaria. El saber competente transforma el vivir concreto. Pero, a la vez, e indisolublemente unido, slo una buena experiencia prctica genera una buena teora. La teora es necesaria para poder ahormar la experiencia. El vivir da el saber.

Habra que revisar ese recelo que tantos agentes de la pastoral alimentan respecto de la reflexin y la teora, desprecindolas so pretexto de divagacin o utopa. Quien no tiene la idea clara de qu y cmo han de ser las cosas, se incapacita para vislumbrar las metas, para entrever las alternativas a lo que se vive o se hace. El que ignora la realidad y sus inmensas posibilidades nunca se sentir movido a desarrollarlas, a moverse, a cambiar. La meta, el ideal de hacia dnde hay que ir, es el modo ms eficaz de comenzar a caminar y de acelerar el paso.

La pastoral se desarrolla a ras de tierra; pero no es ramplona. La falta de reflexin y de conocimiento hunde en la rutina, la vulgaridad, la banalidad y el maldito ritualismo.

En este libro se van a encontrar datos, conocimientos, reflexiones, criterios y una amplia visin de la celebracin de la Eucarista tomados de la cristologa, la eclesiologa, la sacramentologa y la historia. Pero en l hay, a la vez, mucha sensibilidad para promocionar la realizacin de la celebracin y la participacin de la comunidad.

Esta obra, centrada en la accin de la celebracin eucarstica, nos pone delante una urgencia pastoral: hoy es necesario volver a tomarse en serio la celebracin y la pastoral de la Eucarista.

Que la Eucarista es la "culminacin" y la "fuente" de toda la actividad y del ser mismo de la Iglesia - comunin, se nos ha convertido en un tpico.

Lugar comn que, pretendiendo expresar mucho, no dice nada, porque no se vive lo que con l se indica.

Hoy, por desgracia, est siendo necesario "volver a los primeros rudimentos", pues lo que fue una ilusin en la que creamos que todo iba a cambiar, se ha esfumado en la ms espantosa rutina y vaciedad.

El termmetro de una buena pastoral, de la vida de una comunidad, de la densidad cristiana y la seriedad del servicio solidario en la calle, es la celebracin de la Eucarista. Basta observar cmo se celebra para saber lo que se vive, cmo se vive y la responsabilidad como se afronta el servicio a los dems. Cmo celebrarn la comunin con los enfermos que no pueden asistir a la comunidad, los que no son capaces de celebrar dignamente la comunin con los que estn presentes? Cmo organizar el "compartir" -en todos los niveles- con los pobres, quien no es capaz de celebrar con profundidad la accin real del "compartir el pan y el cliz" eucarsticos?

Cmo entablar el dilogo con el mundo quien en la celebracin de la Palabra est completamente ausente y mudo? Cmo transformar la realidad quien no toma en serio la ms intensa accin transformadora de lo humano, que consiste en realizarse como la humanidad nueva gracias a la comunin fraternal realizada por el Espritu?

Esa pastoral que realiza tan lnguidamente la celebracin de la comunin, qu vida en comunin vive de verdad?

Felicito a Miguel por el planteamiento del libro. No slo porque explica la Eucarista desde su celebracin concreta, sino porque destaca los aspectos fundamentales de la misma y su hilazn lgica: comunidad en comunin, palabra entregada y recibida en comunin, comunidad entregada en comunin al Padre y a Cristo y donada tambin en comunin entre sus miembros.

Me ha llamado la atencin el estilo literario. El escrito es reflexivo, pero a la vez testimonial. Es explicativo, pero tambin implicativo. Es la exposicin de un servidor de la comunidad respetuoso y solidario con sus hermanos y hermanas, a los que "exhorta" a realizar en comn eso mismo que propone.

Esta obra est escrita en serio, pero viene acompaada con un fino humor, propio de este cntabro, que quita hierro a lo innecesario, para poner de relieve lo que verdaderamente interesa.

Te escribo estas lneas, Miguel, rememorando aquellos aos de Comillas, en los que tanto pasebamos y hablbamos, llenos de ilusin, entre los Picos de Europa, el mar Cantbrico y las suaves praderas cubiertas de algas secndose al sol. Con estas lneas quiero, adems, celebrar contigo una fraternidad ininterrumpida y vivida ms intensamente en los aos en que estuviste estudiando en el Instituto Superior de Pastoral y pudimos poner en comn la diversidad de los bienes de cada uno.

Deseo que quien acceda a tu escrito descubra tantas cosas buenas como en l has depositado.

JESS BURGALETA

INTRODUCCIN

Las pginas de este libro van a ocuparse de esa realidad, verdaderamente nuclear, de la liturgia y de la vida cristiana, que es la Eucarista; concretamente, la Eucarista parroquial (o equivalente) de los domingos, el ms familiar e importante acto litrgico que tenemos.

El hecho de que la celebremos cada domingo hace de ella algo tan cercano, que puede ocultarnos sus verdaderas riquezas, y tan repetido, que puede llevarnos a la rutina, al cansancio, a la celebracin superficial, inexpresiva, descuidada, falta de la necesaria preparacin.

No es fcil abordar con ilusin, cada semana, la tarea de lograr una celebracin de la Eucarista que sea digna, autntica, expresiva, viva, cuidada en todos sus aspectos. No es fcil, pero merece la pena que lo intentemos con renovado esfuerzo, que no renunciemos a mantener y mejorar, en lo posible, la calidad de nuestras Eucaristas dominicales.

En ellas tenemos el medio privilegiado de encuentro con aquello de lo que vivimos como cristianos, el centro, la fuente y culminacin de la vida y la accin pastoral de nuestras comunidades, su expresin y alimento imprescindibles.

No estara bien, y hasta sera un contrasentido, que programramos y cuidramos con esmero otras tareas de la accin pastoral, implicando en las mismas, y preparando para ello, a miembros de la comunidad, y abandonramos la celebracin litrgica de cada domingo a la improvisacin, o a la inercia de la costumbre.

Mantener vivas, participativas, estimulantes esas celebraciones es algo que requiere un gran esfuerzo y una gran tenacidad, estar dispuesto a empezar siempre de nuevo y descubrir nuevas posibilidades, tener el convencimiento de que es decisivamente importante la Eucarista dominical y de que siempre es posible mejorar en algo su celebracin. Y requiere tambin ser capaz de pararse, de vez en cuando, a reflexionar, a contemplar, como a distancia y con despacio, lo que celebramos; porque, de tan cercano y repetido, nos puede pasar inadvertido y, en alguna medida, desconocido.

Buena parte de los fallos que se dan en la celebracin se deben a la insuficiente comprensin que tenemos de la Eucarista y de sus valores fundamentales. Como el buen profesor o el buen alumno, de vez en cuando, hay que repasar los libros, releer lo ya ledo. Siempre se descubre algo que no se haba descubierto, o se recuerda algo que ya se haba olvidado.

Es lo que pretendo hacer con lo que les ofrezco bajo el ttulo que encabeza este libro: "Conocer y celebrar la Eucarista". Por supuesto, sin ninguna pretensin de originalidad, pero con la esperanza de que pueda resultar til a alguien.

Los dos verbos del ttulo sealan la doble direccin en que quiere moverse el trabajo que ahora inicio: una, ms terica -"conocer"- y otra, ms prctica -"celebrar"-. Conocimiento y prctica de la Eucarista, teora y praxis. Pero una teora lo menos terica posible; una teora para la prctica y desde la prctica litrgica, tal como esta ha quedado plasmada en los libros actuales (Misal y Leccionario). Y una prctica que no cierra sus ojos a la buena teora; que no ignora el sentido de la Eucarista en su estructura general y en cada una de sus partes y evita oscurecer y desfigurar su significado profundo.

Conocer mejor la Eucarista para celebrarla mejor. Es lo que quisieran conseguir y lo que se proponen facilitar las pginas que siguen. Ojal sirvan a algn responsable de la celebracin para mejorar su propia actuacin como presidente de la misma, y para la necesaria formacin de aquellos miembros de la comunidad que intervengan desempeando alguno de los restantes ministerios litrgicos; o para la catequesis litrgica de la comunidad, en general.

- I -

RITOS INICIALESDE APERTURA

"Hoy tu familia

reunida en la escucha de tu Palabra

y en la comunin del pan nico y partido

celebra el memorial del Seor resucitado

mientras espera el domingo sin ocaso

en el que la humanidad entera

entrar en tu descanso".

El Seor que nos rene en torno a un mismo altar

y nos alimenta con un mismo pan,

nos conceda tener un solo corazn y una sola alma,

para celebrar como conviene el sacramento eucarstico

signo de unidad y vnculo de caridad.

REUNIRSE, CONSTITUIR ASAMBLEA

"En la Misa o Cena del Seor, el pueblo de Dios es reunido bajo la presidencia del sacerdote que hace las veces de Cristo, para celebrar el memorial del Seor o sacrificio eucarstico" (IGMR 7).

La Eucarista es, antes que nada, reunin. Lo primero que hacemos para celebrarla es reunimos con otros cristianos. Todo empieza con esa reunin, de la que nace la asamblea litrgica, que es el sujeto integral de la celebracin.

La Eucarista es celebracin de la comunidad cristiana, del pueblo santo de Dios. Sacramento de la alianza nueva y eterna, memorial de Cristo Jess, que derram su sangre para reunir a los que el pecado haba dispersado, o para crear un pueblo nuevo, no la celebramos individualmente y por separado, sino juntndonos, reunindonos con los dems cristianos.

La Eucarista es fiesta del Seor, la celebracin de su victoria sobre el poder del mal y de la muerte. Y no se hace fiesta, no se celebra en solitario, sino compartiendo el gozo de los dems y con los dems. Eucarista y comunidad se reclaman mutuamente. Una remite a la otra: la Eucarista, a la comunidad, que es su sujeto propio, y la comunidad, a la Eucarista, que es su acto ms caracterstico y diferenciador.

Antigedad y permanencia de una prctica

Los cristianos se renen cada domingo para celebrar la Eucarista. Es algo que se hace desde los comienzos mismos de la Iglesia y que nunca ha dejado de hacerse. As lo atestiguan textos preciosos, algunos tan antiguos que pertenecen a escritos del Nuevo Testamento. Por ejemplo, el libro de los Hechos de los Apstoles, que hace referencia clarsima a la Eucarista ("fraccin del pan"), celebrada "el primer da de la semana", segn el calendario judo, es decir, el domingo, "da del Seor", segn el calendario cristiano (Ap 1,10): "El primer da de la semana, estando nosotros reunidos para la fraccin del pan, Pablo, que pensaba marchar al da siguiente, les estuvo hablando y alarg la charla hasta la medianoche" (Hch 20,7). Da del Seor y asamblea eucarstica son realidades que van unidas ya "de forma inseparable y habitual en la primera comunidad apostlica".

La insistencia de los evangelistas en sealar "el primer da de la semana" como da de las apariciones del Seor no hace sino corroborar lo que se acaba de decir (Mt 28,1; Mc 16,1-8; Jn 20,19-29, y sobre todo, Lc 24,13-16.28-43, que, narrando la aparicin a los discpulos de Emas, emplea unos trminos que, sin duda, hay que referir a la experiencia eucarstica que tienen los cristianos que le leen). El domingo es el da en que los cristianos se renen para celebrar la Eucarista y, al hacerlo, tienen conciencia de encontrarse con el Seor, con Jess resucitado.

Merecer la pena recordar tambin algn testimonio no bblico, de entre los textos patrsticos ms conocidos.

La Didaj, importantsimo documento de la era postapostlica, escrito probablemente hacia el ao sesenta, anterior por tanto a algunos escritos del Nuevo Testamento, se refiere en estos trminos a la Eucarista del domingo: "El da del Seor congregaos en asamblea para la fraccii del pan y la eucarista, tras haber confesado vuestros pecados, para que vuestro sacrificio sea puro" (Didaj, 14,1-3).

Aproximadamente un siglo ms tarde, a mediados del siglo segundo, el filsofo y mrtir san Justino, en la Apologa que escribe en defensa de la fe cristiana, testimonia lo que ya sabemos (que los cristianos se renen cada domingo para celebrar la Eucarista) y, adems, nos ofrece una preciosa informacin acerca de cmo se celebra esa Eucarista:

"El da que se llama del Sol se celebra una reunin de todos los que habitan en las ciudades o en los campos, y all se leen, en cuanto el tiempo lo permite, las Memorias de los Apstoles o los Escritos de los Profetas. Luego, cuando el lector termina, el presidente, de palabra, hace una exhortacin e invitacin a que imitemos estos bellos ejemplares. Seguidamente, nos levantamos todos y elevamos nuestras preces. Cuando se terminan, se presentan pan y vino y agua, y el presidente, segn sus fuerzas, eleva igualmente a Dios sus plegarias y acciones de gracias y todo el pueblo aclama diciendo: Amn. Despus viene la distribucin y participacin que se hace a los presentes de los alimentos consagrados por la accin de gracias, y su envo por medio de los diconos a los ausentes. Los que tienen y quieren, cada uno segn su libre determinacin, da lo que bien le parece, y lo recogido se entrega al presidente y l socorre con ello a hurfanos y viudas...

Y celebramos esta reunin general el da del Sol, por ser el da primero, en que Dios, transformando las tinieblas y la materia, hizo el mundo, el da tambin en que Jesucristo, nuestro Salvador, resucit de entre los muertos; pues es de saber que le crucificaron el da antes al de Saturno, y al siguiente al da de Saturno, que es el da del Sol, aparecindose a sus apstoles y discpulos, nos ense estas mismas doctrinas que nosotros os exponemos para vuestro examen" (Apol. 1, 67).Otro famoso testimonio acerca de la asamblea cristiana de los domingos es el que nos da Plinio el Joven, un no cristiano, que, en su condicin de gobernador de Bitinia, tena como uno de sus cometidos, precisamente, impedir esas reuniones prohibidas por el emperador de Roma. En una carta que dirige al emperador Trajano, el ao 112, se expresa en los siguientes trminos, refirindose a los cristianos que haban renegado o abandonado el cristianismo: "Afirman, sin embargo, que esta era su mayor culpa o error: que haban tenido por costumbre reunirse un da determinado antes del alba y cantar entre s alternativamente un himno a Cristo como a un Dios".

Est claro. Los cristianos tenan la costumbre de reunirse un da determinado (no se precisa cul, pero, prcticamente, es seguro que se trata del domingo, como consta por otros testimonios). A los que se refiere Plinio no se renen ya, porque han dejado de ser cristianos.

El texto que acaba de citarse, al recordarnos que los cristianos tenan prohibidas sus reuniones cultuales y que algunos, ante el peligro que corran, preferan abandonar, hace que nos acordemos espontneamente de aquellos otros cristianos que, mantenindose fieles en medio de la persecucin, se convirtieron en "mrtires del domingo" o de la asamblea eucarstica; porque esa reunin de los domingos era para ellos tan importante que no podan pasar sin ella, la sentan como una necesidad vital. Es conocido, e impresionante, el testimonio de los Mrtires de Abitinia (ao 304), donde encontramos la famosa expresin "sine dominico non possumus".

"Fueron presentados al procnsul por los oficiales del tribunal. Se le inform que se trataba de un grupo de cristianos que haban sorprendido celebrando una reunin de culto con sus misterios. El primero de los mrtires torturados, Tlica, grit:

- Somos cristianos: por eso nos hemos reunido.

El procnsul le pregunt: Quin es, junto contigo, cabeza de vuestras reuniones?

El mrtir respondi con voz clara: El presbtero Saturnino y todos nosotros.

Victoria, una de las cristianas declar: Todo lo que he hecho, lo he hecho espontneamente y por mi propia voluntad. S, yo he asistido a la reunin y he celebrado los misterios del Seor (dominicum cum fratribus celebravi) con mis hermanos, porque soy cristiana.

El presbtero Saturnino experimentando las torturas en su cuerpo, fue llevado delante del procnsul, que le dijo: T has obrado contra el mandato de los emperadores reuniendo a todos estos.

Saturnino, lleno del Espritu, le respondi: Hemos celebrado tranquilamente el da del Seor, porque la celebracin del da del Seor no puede omitirse.

Mientras atormentaban al sacerdote, salt Emrito, un lector: Yo soy el responsable, pues las reuniones se han celebrado en mi casa. Y lo hemos hecho porque el da del Seor no puede omitirse: as lo manda la ley.

El procnsul le pregunt: En tu casa se han tenido estas reuniones?, por qu les permitiste entrar?

- Porque son mis hermanos y no poda impedrselo.

- Pues tu deber era impedrselo.

- No me era posible, pues nosotros no podemos vivir sin celebrar el misterio del Seor (sine dominico non possumus).

Asimismo varios de los cristianos salieron a declarar: Nosotros somos cristianos, y no podemos guardar otra ley que la ley santa del Seor.

El procnsul les dijo: No os pregunto si sois cristianos, sino si habis celebrado reuniones.

El autor de la crnica comenta a este punto: "Necia y ridcula pregunta del juez.

Como si el cristiano pudiera pasar sin celebrar el da del Seor. Ignoras, Satans, que el cristiano est asentado en la celebracin del da del Seor?".

Un joven, Flix, dio valiente testimonio: Yo celebr devotamente los misterios del Seor, y me junt con mis hermanos, porque soy cristiano.

Un nio, Hilariano, sin miedo a los tormentos, tambin dijo: Yo soy cristiano, y espontneamente y por propia voluntad asist a la reunin, junto a mi padre y mis hermanos...".Ms all de la simple reunin material

Tal como decan los mrtires de Abitinia, el cristiano no puede pasar sin celebrar "los misterios del Seor", sin celebrar "el da del Seor"; y lo celebra con la Eucarista, que es recuerdo y actualizacin sacramental de Cristo Jess y de su obra salvadora, banquete pascual donde l alimenta a los suyos con el pan de su Palabra y de su Cuerpo.

Para celebrar esa Eucarista, el cristiano ha de reunirse con los hermanos.

Pero ello es mucho ms que coincidir con otros cristianos all donde va a celebrarse la Eucarista. Es integrarse en la comunidad, sentirse miembro vivo de ella y actuar como tal, formar, con los dems, asamblea celebrante: asamblea que ora, que escucha, que da gracias, que canta y hace silencio, que ofrece el sacrificio del Seor y se ofrece con l, que comulga el Cuerpo de Cristo. Es lo primero que se nos pide cuando vamos a participar en la fiesta de la familia cristiana, o banquete fraterno, que es la Eucarista: hacer comunidad de oracin y alabanza, comunidad "de mesa" y de corazn con los que, unidos por la misma fe y el mismo bautismo, se disponen a celebrar el memorial del Seor.

l es el que convoca, el que rene, el que congrega a su pueblo sin cesar.

"El pueblo de Dios es reunido" (IGMR 7). Es decir, no se rene a s mismo, o por cuenta propia, sino que es reunido por la iniciativa amorosa del Seor. No nos reunimos a nosotros mismos, ni porque s, porque nos gusta, por propia iniciativa; sino que lo hacemos en respuesta a la llamada del Seor. l es quien tiene la iniciativa, quien nos convoca cada domingo, quien nos congrega para que, juntos, como una sola familia, como un solo pueblo, como miembros de un mismo cuerpo, celebremos el banquete pascual de su amor.

Riqueza y misterio de la asamblea litrgica

El Seor, que nos convoca, acude a la cita, se hace presente, cumple la promesa del Evangelio: "Donde dos o tres estn reunidos en mi nombre all estoy yo en medio de ellos" (Mt 18, 20). Esa afirmacin de Jess los santos Padres la aplican a la asamblea litrgica, en la que reconocen, por tanto, una presencia especial del Seor. Y el Misal se expresa en estos trminos: "Cristo est realmente presente en la misma asamblea congregada en su nombre" (IGMR 7).

S, va a hacerse presente en la persona del ministro que preside, en la Palabra que es proclamada y, de modo muy especial, en el Pan eucarstico.

Pero, ya desde el comienzo, sin pasar el umbral de la celebracin, sin adentrarnos en la accin litrgica, la misma asamblea o grupo reunido para celebrar, es ya lugar y signo privilegiado de la presencia del Seor.

l est siempre presente en la asamblea de los fieles congregados en su nombre. Por pobre que sea la asamblea litrgica, en cuanto al nmero de participantes y a los medios humanos de que dispone, es una asamblea enriquecida y honrada siempre con la presencia del Seor. Esa es la grandeza; ese, el misterio de la asamblea litrgica, que para el creyente no debiera pasar nunca inadvertido. La reunin o asamblea eucarstica es la primera y ms fundamental realidad litrgica, que hemos de aprender a respetar y valorar (y construir...) porque es convocacin del Seor y signo eficaz de su presencia.

Y, porque es convocacin del Seor, que se hace presente en ella y la asocia a su obra sacerdotal de glorificacin de Dios y redencin humana (cf. SC 7), la asamblea litrgica es tambin el signo ms expresivo de la Iglesia, su manifestacin concreta y visible. "La palabra Iglesia -recordaba Pablo VI- significa precisamente asamblea, y es la asamblea festiva la que nos hace caer en la cuenta de que somos y debemos ser Iglesia".

Reunindose en asamblea litrgica, sobre todo para la Eucarista de los domingos, la comunidad cristiana se construye y manifiesta visiblemente como Cuerpo de Cristo y convocacin del Seor, es decir, como Iglesia.

El rostro de la asamblea se convierte, pues, en el rostro de la Iglesia y est llamada a reflejarlo de la manera ms digna y adecuada. El domingo, que es "el da del Seor", puede ser llamado tambin, con toda razn, "da de la Iglesia", por ser el da en que esta se muestra tal, reunida con gozo en torno a su Seor.

Papel de la asamblea en la celebracin

La asamblea, como totalidad, como pueblo de Dios "reunido bajo la presidencia del sacerdote que hace las veces de Cristo" (IGMR 7), tiene el papel ms relevante, sin duda. Habitada por la presencia del Resucitado, que la incorpora en su acto de culto al Padre, a la asamblea le corresponde el verdadero protagonismo visible de la celebracin: ella es la que celebra, la que ora, la que aclama, la que da gracias... Ella, el sujeto integral de la celebracin.

La recuperacin de la asamblea como sujeto activo de la liturgia fue, como se sabe, uno de los grandes objetivos que se propuso el Concilio Vaticano II y que ha sido muy tenido en cuenta por los libros litrgicos postconciliares, concretamente por el Misal, o libro que, juntamente con el Leccionario, ordena la celebracin de la Eucarista. Si en el Misal anterior -el de Po V- se ignoraba prcticamente la presencia y la accin de la comunidad y se fijaba la atencin exclusivamente en la persona y accin del sacerdote y de sus ministros, en el actual no ocurre nada de eso. Tiene permanentemente en cuenta la presencia de la comunidad reunida y su participacin activa en la celebracin. Ya afirma, desde el comienzo, que la celebracin de la Misa es accin de Jesucristo (protagonista invisible) y del pueblo de Dios (jerrquicamente ordenado, es verdad).

No hay que confundir participacin activa con intervencin personal, o prestacin de algn servicio o funcin especial en la celebracin. Pongamos un ejemplo. Cuando se proclama la primera, o la segunda lectura, en la liturgia de la Palabra, ha de buscarse, ciertamente, la participacin activa de toda la asamblea, incluido el que la preside y cualquier otro ministro de la misma; pero, en qu consiste fundamentalmente esa participacin?

En la escucha atenta y receptiva de la Palabra de Dios que es proclamada.

En funcin de esa participacin, o de esa escucha, actuar el lector.

Acta, pues, uno solo; pero participan, o para que participen todos. A esa participacin esencial de la escucha, en s misma no perceptible, se aade, cuando termina la lectura, la intervencin hablada o cantada de la asamblea, que, en respuesta a la aclamacin del lector/a, "Palabra de Dios", responde "Te alabamos, Seor". Esta aclamacin de la asamblea, en dilogo con el lector/a (aclamacin que, s, es ya perceptible o audible), pone de manifiesto su implicacin o participacin activa en la proclamacin de la Palabra.

Cada cual ha de hacer todo y slo aquello que le corresponde (IGMR 58; SC 28). No todos tendrn que hacerlo todo, ni actuar de la misma manera en la celebracin; pero nadie queda excluido, porque tampoco nadie tiene la exclusiva. Unos intervendrn con el ejercicio de alguna funcin especial o ministerio en la celebracin y otros no; pero nadie ha de quedar por ello relegado a la condicin de sujeto pasivo, ni sentirse tal. Todo bautizado, que no est legtimamente excluido, tiene el derecho y el deber de participar activamente en la celebracin litrgica.

Los ministerios o funciones que realizan algunos en la celebracin no son la participacin, sino medios para conseguirla. Se ordenan a esa activa y provechosa participacin de toda la asamblea, estn en funcin y al servicio de la misma. Entre los ministerios hay que destacar, por su especial significado y singular importancia, el del sacerdote que preside la celebracin eucarstica, "haciendo las veces de Cristo" (IGMR 60).

Miembro tambin l de la asamblea, su servicio consiste en significar la presencia de Cristo, en ser signo visible de la presencia invisible del Resucitado en medio de su comunidad y en coordinar toda la celebracin y todos los servicios dentro de ella. l es quien dice las oraciones ms importantes de la celebracin, pero sta no es obra suya, sino obra de toda la asamblea; por eso, al decirlas, no lo hace en singular, en nombre propio, sino en plural, en nombre de todos.

Cmo hacer asamblea

Entrar en asamblea litrgica, formar parte de ella, es un don que se nos hace, pero tambin una tarea, algo que requiere el esfuerzo y la generosidad de todos. Ya hemos dicho que hacer asamblea es algo ms que coincidir con otros all donde va a celebrarse la Eucarista. Es formar, realmente, grupo de celebracin con ellos, comunidad fraterna, donde todos se acogen mutuamente y se saben acogidos por el Seor, que convoca, se hace presente y celebra con los suyos el sacramento de la alianza eterna, el banquete pascual donde todos se alimentan con el mismo Pan.

Si ha de haber asamblea, hay que estar dispuesto a construirla. No puede ir cada uno a lo suyo, desentenderse de la celebracin comn, aislarse de los hermanos, rehuirlos, distanciarse de ellos. Nos une a todos algo demasiado importante como para no tenerlo en cuenta: la misma llamada y el mismo Espritu del Seor, la misma fe y el mismo bautismo, el mismo Padre y el mismo Pan. Hay que redescubrir el misterio de la asamblea convocacin del Seor, signo eficaz de su presencia, automanifestacin privilegiada de la Iglesia- y despertar o avivar el espritu comunitario; pasar del yo individualista al nosotros solidario; ser capaces de reconocer la presencia de aquel en cuyo nombre estamos reunidos y experimentar el gozo de compartir la fe; sobreponerse a la inercia de la costumbre, a la desgana, a la indolente pasividad y tener voluntad de meterse en la celebracin, implicarse en ella, colaborar. Hay que "sentirse responsables de la asamblea y en la asamblea, si queremos que exista verdaderamente asamblea eucarstica".

Como detalles concretos de esa celebracin responsable, pueden sealarse, entre otros, los siguientes:

Llegar con puntualidad, entrar a tiempo en la iglesia, no hacerse esperar. Por consideracin a los hermanos, por respeto a la asamblea, por la importancia que tienen esos minutos primeros, en orden a crear el clima adecuado para la celebracin. Es muy distinto poder comenzar una celebracin cuando ya estn todos reunidos, que tener que hacerlo cuando buena parte de los que van a participar estn por llegar, o llegando. Y cmo pensar siquiera en dedicar unos minutos a la preparacin inmediata de la celebracin (ensayo de cantos, concrecin de algn servicio pendiente, etc.), si los llamados a participar en ella no entran hasta que no est ya iniciada? Deca alguien: "Bienaventurados vosotros si pertenecis a una comunidad que valore los primeros cinco minutos!".

Colocarse lo ms cerca posible del altar, no en los ltimos bancos, si no es necesario (por qu seremos en esto tan evanglicos?...). La asamblea, ya lo sabemos, es ms que reunin material, pero tambin es eso. Mostrarn voluntad de unirse espiritualmente y formar un solo cuerpo, una sola familia, los que tanto rehyen la cercana fsica y parecen evitarse unos a otros? Hay iglesias grandes en las que, a punto de comenzar ya la celebracin eucarstica, los all "reunidos" parece que estuvieran jugando a las cuatro esquinas, tan separados entre s como resulta posible. Veinte personas pueden estar ocupando dieciocho bancos. La Iglesia -deca san Juan Crisstomo- est hecha no para dividir a los que se renen en ella, sino para reunir a los que estn divididos, que es lo que significa la asamblea.Expresar de algn modo la acogida mutua, tener un gesto sencillo, una palabra, una sonrisa, un intercambio discreto de saludo con quien se tiene al lado. Aunque sea un desconocido, es un hermano en la fe, con quien se va a compartir la celebracin de los sagrados misterios. Nadie puede resultar extrao a nadie cuando comparte la misma celebracin, la misma mesa. Habr lugares u ocasiones especiales donde convenga, adems, tener algo as como un servicio de acogida: personas de la comunidad que se encarguen de recibir amablemente a los que llegan y orientarlos, o acompaarlos hacia el sitio que han de ocupar, para que no se sientan extraos, sino acogidos y se integren ms fcilmente en la asamblea.

Responder con decisin, sin desgana, al saludo y dems invitaciones del que preside. Un "amn" apenas perceptible, como respuesta a las palabras con que el sacerdote acompaa el signo de la cruz que abre la celebracin ("en el nombre del Padre, y del Hijo...") y, sobre todo, un "y con tu espritu" sin espritu, desmayado del todo, como respuesta al saludo que el sacerdote dirige a los reunidos, produce una tristsima impresin y un efecto muy negativo. No es lo mejor que puede ocurrir, precisamente, cuando empieza a constituirse la asamblea. Sobreponerse en esos momentos a la pereza, o a la indecisin, y responder con firmeza, con ganas, a esos, digamos, requerimientos del sacerdote es colaborar muy positivamente a la construccin de la asamblea, porque tiene siempre una fuerza de provocacin y de estmulo positivo para los dems. No digamos nada del canto. Basta que unos pocos "rompan el hielo", para que, prcticamente, toda la asamblea se ponga a cantar, cuando se trata, claro est, de un canto conocido.

Mostrarse disponible para ejercer alguna funcin o servicio en la celebracin. Esta aparece ms claramente como fiesta de una comunidad estructurada, plural y diversificada, como la misma Iglesia, si las distintas funciones recaen sobre distintos miembros y no slo sobre uno, el sacerdote, dando lugar al llamado "sacerdote-orquesta", que lo hace todo en la celebracin, quiz porque no ha descubierto posibles colaboradores en la comunidad. "No rehsen los fieles servir al pueblo de Dios con gozo cuando se les pida que desempeen en la celebracin algn determinado ministerio" (IGMR 62).

No singularizarse en los gestos y actitudes corporales, para que la diversidad de estos no d pie para pensar que tambin son diversos los sentimientos interiores y que se rompe, de algn modo, la unin con los hermanos. "Eviten... toda apariencia de singularidad o de divisin, teniendo presente que es uno el Padre comn que tienen en el cielo, y que todos, por consiguiente, son hermanos entre s. Formen, pues, un solo cuerpo. Esta unidad se hace hermosamente visible cuando los fieles observan comunitariamente los mismos gestos y actitudes corporales". "La postura uniforme, seguida por todos los que forman parte en la celebracin, es un signo de comunidad y unidad de la asamblea, ya que expresa y fomenta al mismo tiempo la unanimidad de todos los participantes" (IGMR 62.20).

Valorar y cuidar el rito de entrada, que, en definitiva, lo que se propone es hacer asamblea, formar comunidad para la celebracin.

DESARROLLO LITRGICO DE LOS RITOS INICIALES

Sentido global

Se trata de unos ritos que, sin pertenecer a los elementos fundamentales de la celebracin, ni haber formado siempre parte de la misma, tienen una gran importancia en orden a conseguir la adecuada disposicin de los presentes y su activa y fructuosa participacin a lo largo de la celebracin. Como su mismo nombre indica, son ritos de inicio, de apertura, de introduccin, de entrada.

Hemos entrado ya en el lugar de la celebracin; se trata ahora de "entrar" en la celebracin misma. Fsica, materialmente, estamos ya reunidos; pero para empezar bien la celebracin hace falta algo ms: que los que estamos unidos materialmente, en un mismo lugar, estemos unidos tambin espiritualmente, en un mismo espritu y una misma oracin; que no seamos una masa informe, un conglomerado de individuos aislados en nosotros como un todo, como un cuerpo, en la accin comn; a participar como una sola familia, en el banquete pascual de su Seor.

Constituir, pues, asamblea eclesial, implicar a todos en la celebracin comn, disponer el nimo de los reunidos para el encuentro con el Seor, que se hace presente entre los suyos y quiere drseles en el pan de la Palabra y de la Eucarista: eso es lo que se proponen los ritos de entrada. "La finalidad de estos ritos es hacer que los fieles reunidos constituyan una comunidad y se dispongan a or como conviene la Palabra de Dios y a celebrar dignamente la Eucarista" (IGMR 24).

Se habla de ritos, en plural, porque el rito de entrada consta, como se sabe, de varios elementos, o pequeos ritos, que, segn cmo se desglosen, pueden concretarse en unos diez. Se trata de un rito bastante complejo, que puede dar la impresin de reiterativo, o innecesariamente repetitivo y "abarrocado" Quiz se le entienda mejor si se le ve no slo como preparacin, sino como anticipo de lo que va a ser la celebracin en su parte ms central, o liturgia eucarstica. Puede decirse de l que introduce a la liturgia de la Palabra y preludia globalmente toda la celebracin, en lo que esta tiene de gozosa celebracin de la presencia del Seor, aclamacin de su misericordia, alabanza agradecida de su grandeza y de su obra salvadora.

No slo prepara para la celebracin, sino que la inicia y adelanta, dando un avance y resumen de lo que luego, a lo largo de la celebracin, va a encontrar ms desarrollo. Su funcin puede compararse con la que cumple la obertura de ciertas obras musicales, que introduce en la obra y la preludia, adelantando sus temas principales. Tambin podra verse reflejada la funcin del rito de entrada, en la que cumplen muchos prticos de catedrales: mediando entre estas y la calle, hacen ms suave y eficaz la entrada, acostumbran la mirada y la sensibilidad del que entra, adecundolas a la grandiosidad y belleza que va a encontrar en el interior.

Pasar, de los ruidos y reclamos de la calle y de la vida ordinaria, a implicarse personalmente en la accin festiva comunitaria es algo que lleva su tiempo y exige su esfuerzo. Por eso conviene realizar cuidadosamente y sin prisas el rito de entrada.

Sentido y realizacin de cada rito

Canto de entrada

En su origen histrico, este canto era efectivamente un canto de entrada, un canto que acompaaba la entrada procesional del presidente y dems servidores de la celebracin ("ministros") en el culto solemne de las baslicas romanas. Al ser estas de grandes proporciones y tener situada la sacrista a la entrada, en la parte de atrs, la ms alejada del altar, daban lugar a un amplio recorrido a travs del pasillo central, que se haca con toda solemnidad. Esa solemne entrada, o procesin hacia el altar, estaba pidiendo un complemento sonoro, que no poda encontrar en el rgano, que no exista, ni en otros instrumentos musicales, que estaban prohibidos; lo encontraba en el canto, que, por razn de la funcin que desempeaba, era canto de entrada, o "introito".

Actualmente, junto a esa funcin para la que naci, el canto de entrada cumple otras ms importantes o, al menos, ms habituales, por cuanto no siempre hay procesin de entrada en las eucaristas dominicales. Es un canto para entrar en la celebracin, para abrirla o iniciarla como accin comunitaria y festiva del pueblo de Dios. Ese es su primer objetivo: abrir la celebracin y fomentar la unin de quienes se han reunido (IGMR 25), es decir, hacer comunidad de celebracin, crear asamblea. Esa finalidad, comn a todo el rito de entrada, le incumbe a este canto de un modo especial, ya que, por ser, diramos, la entrada del rito de entrada, o el primer elemento del rito, es tambin el primer acto que aglutina a la asamblea.

Pocas cosas habr que tengan la capacidad del canto para cohesionar, para unir, para crear sentido de comunidad. Tiene mucha ms fuerza que la sola palabra y puede lograr por s mismo lo que no lograran muchas moniciones. Unir las voces ayuda a unir los corazones, y cantar juntos hace sentirse juntos. Iniciar la celebracin participando en un canto comn es algo que obliga a superar, ya desde el comienzo, la pasividad y hace salir de uno mismo, para sintonizar con los otros en un mismo ritmo y un mismo tono; hace pasar del yo al nosotros, de la dispersin individualista, a la convergencia y expresin comunitaria en una misma celebracin. No cabe duda de que el canto de entrada es "particularmente apropiado para favorecer la unin interior de todos los asistentes".

Otra funcin o cometido del canto de entrada, que seala tambin el Misal (IGMR 25), es la de introducir en el misterio litrgico, o fiesta, que se celebra, ofreciendo la clave para identificarlo. El canto de entrada debe permitir conocer si la celebracin eucarstica que inicia es una celebracin de Cuaresma, o de Adviento, de Navidad, o de Pascua, una fiesta de la Virgen Mara, o del Seor. Si est bien escogido, este canto da el tono litrgico y hace vivir el talante de la celebracin del da.

As, pues, abrir la celebracin, cohesionar a los reunidos, introducir en el misterio del da y acompaar, si la hay, la procesin de entrada: he ah la finalidad propia, o los objetivos especficos, del canto de entrada.Habra que referirse, finalmente, a otra funcin, que, sin ser especfica del canto de entrada, s que le compete a l muy especialmente: la de expresar el carcter festivo de la Eucarista dominical y el gozo del reencuentro de los hermanos entre s y con el Seor. Una asamblea que se sabe convocada por el Seor y se dispone a celebrar el memorial de su victoria pascual, una asamblea que reconoce presente en ella al Resucitado y su fuerza salvadora, es una asamblea llamada a alegrarse, a hacer fiesta; y el canto de entrada, el canto que entona cuando aparece el sacerdote que le recuerda y visibiliza la presencia de Cristo, puede ser signo y expresin de ese gozo festivo.

Habida cuenta de las funciones que est llamado a desempear, el canto de entrada debe ser:

- Un canto consistente, que tenga la suficiente entidad y duracin como para ir cohesionando a la asamblea; sin, por otra parte, llegar a cansarla; un canto lo bastante largo como para que puedan tener los que lo cantan la sensacin de estar haciendo algo juntos.

- Un canto que sea lo suficientemente sencillo y conocido como para que pueda cantarlo la asamblea sin miedo y con entusiasmo.

- Un canto que d el tono o el colorido litrgico del misterio o del tiempo que se celebra; que revele desde el comienzo su contenido. Si para un tiempo fuerte, o una celebracin especial del ao litrgico, la comunidad no conoce ms que un canto, es ese el que debe entonar como canto de entrada. Porque, como se ha dicho, uno de los cometidos del mismo es introducir en el sentido del tiempo litrgico, o del misterio que se celebra.

- Un canto solemne, festivo, con sentido de marcha.

Y, a quin corresponde cantar el canto de entrada? Por lo que llevamos dicho, parece claro que el canto de entrada debe ser cantado preferiblemente por el conjunto de los reunidos. Es un canto del que no debe quedar excluida la asamblea. Pero ello no quiere decir que no pueda intervenir tambin el coro. De hecho, los ms de los cantos que suelen utilizarse constan de estrofas y estribillo; un tipo de canto que se presta para ser interpretado en dilogo coro-asamblea, cantando esta el estribillo y el coro (o, a falta de coro, un solista), las estrofas.

Incluso, puede haber ocasiones en que, por requerir la liturgia un canto de entrada propio de la fiesta, o del tiempo litrgico que se celebra, y no conocer ninguno la asamblea, est indicado que lo interprete slo el coro.

Sabemos que es un canto con varias funciones; y, en el caso indicado, se prestara atencin especial a una de ellas: la de introducir al misterio litrgico que se celebra y adelantar o revelar desde el comienzo su sentido. Tambin y excepcionalmente, podra cantarlo el coro, para expresar el carcter especialmente solemne de alguna celebracin determinada. El Misal no baja a detalles y da cabida a todas las posibilidades (IGMR 26).

Cundo empieza y cundo termina el canto de entrada! Normalmente, el canto de entrada debe empezar cuando comienza la solemne procesin de entrada, si la hay, o cuando el que preside la celebracin hace su entrada ante la asamblea. Y terminar, cuando haya cumplido razonablemente ya su funcin. Que no deba ser demasiado corto tampoco quiere decir que pueda alargarse desmesuradamente en un rito que es slo introductorio. Si en una iglesia de dimensiones normales, hay procesin e incensacin, el canto terminar cuando, terminada la incensacin, el presidente se dirija ya a la sede. Si no hay procesin, cuando se hayan cantado, al menos, un par de estrofas, o algo ms si se trata de la inauguracin de un tiempo litrgico fuerte, o de la celebracin de alguna solemnidad cuyo contenido convenga explicitar en el canto. "Este canto, advierte J. Lligadas, no es necesario terminarlo cuando el celebrante llega a la sede: ms bien ser recomendable que el celebrante tambin pueda cantar al llegar a la sede".

Puede darse el caso de que sea el mismo sacerdote que preside el que tenga que entonar el canto, para que pueda cantarlo la asamblea. En ese caso, y segn las circunstancias, puede ser preferible que, una vez en la sede, haga la seal de la cruz, salude a la asamblea (el primer contacto oral con la asamblea debe ser el saludo) y entone el canto.

Entrada procesional

La entrada procesional, propiamente dicha, es la que realiza, entrando desde el fondo del templo hasta el altar, el que celebra como presidente, precedido de los que celebran como "ministros" o ejecutores de otros ministerios litrgicos (y de los presbteros concelebrantes, si los hay).

Tiene como elemento sonoro de solemnizacin el canto de entrada, y como elementos visuales, el incensario, la cruz, los cirios y el Evangeliario, o Leccionario, llevado, si no hay dicono, por un lector o lectora.

Esta procesin, que solemniza la entrada de la celebracin, puede verse como un smbolo de la asamblea que camina hacia el Seor y de la condicin peregrinante del pueblo de Dios. No ser algo a realizar todos los domingos, ni con cualquier asamblea, pero, si resulta posible, no sera acertado relegarlo permanentemente al olvido. Puede ser un buen modo, un modo expresivo, de iniciar la celebracin de, al menos, ciertos domingos y solemnidades.

Beso al altar

"Segn la costumbre tradicional de la liturgia la veneracin del altar ... se expresa con el beso" (IGMR 232). Efectivamente, el beso al altar, y concretamente este beso del comienzo de la celebracin eucarstica, es una "costumbre tradicional", una prctica muy antigua, y no slo de la liturgia romana, sino tambin de varias liturgias orientales (bizantina, armenia y sirio-occidental).

Una vez realizada la procesin de entrada, o llegado al altar, el primer gesto que realiza el que preside es besar ese altar, que es la mesa donde se celebra el memorial del Seor, la mesa del banquete festivo que nos alimenta con el Cuerpo de Cristo. El altar simboliza a aquel cuyo misterio actualiza en la celebracin: a Cristo Jess. "El altar es Cristo", dicen los autores eclesisticos. Al besarlo en ese momento, el sacerdote oficiante est reconociendo a Cristo Jess como el verdadero protagonista de la celebracin y expresndole su afectuoso respeto. El beso al altar, adems del que preside, lo da tambin el dicono, si lo hay, y cuando se trata de la llamada Misa concelebrada, tambin los concelebrantes (IGMR 27.163).

Seal de la cruz

Venerado el altar, el que preside la celebracin se dirige a la sede y, cuando termina el canto de entrada, hace juntamente con todos los fieles la seal de la cruz, diciendo el que preside: "En el nombre del Padre, y del Hijo, y del Espritu Santo" y respondiendo el pueblo: "Amn" (IGMR 86).

"Santiguarse", hacer sobre s mismo el signo de la cruz invocando a la Santsima Trinidad, es recordar el bautismo, que nos fue conferido en nombre de las tres divinas personas y nos incorpor a Cristo Jess.

Si celebramos la Eucarista, memorial de Cristo muerto y resucitado, y supremo acto de culto al Padre, es porque el bautismo nos hizo seguidores de Cristo y nos constituy pueblo sacerdotal suyo.

Hacer la seal de la cruz en los comienzos de la celebracin nos recuerda tambin que la Eucarista tiene mucho que ver con la cruz de Cristo Jess: es recuerdo vivo de su muerte salvadora. "Empezar conscientemente la Eucarista con este doble recuerdo del bautismo -la cruz y el nombre de la Trinidad- es dar a nuestra celebracin su verdadera razn de ser".

Saludo del presidente

Un elemento especialmente importante, y de la mayor antigedad, en el rito de entrada es el saludo que el sacerdote celebrante dirige a la asamblea reunida. Este saludo representa el primer contacto hablado, o la primera comunicacin oral, entre la asamblea y el que preside. Es un saludo que cumple la funcin de todo saludo entre quienes se encuentran y se disponen a realizar juntos una accin (expresarse la acogida, la buena voluntad, el reconocimiento mutuo); pero sirve, adems, para recordar y poner de relieve el sentido cristiano y el misterio de la asamblea litrgica. Lo expresa as el Misal: "El sacerdote, por medio del saludo, manifiesta a la asamblea reunida la presencia del Seor. Con este saludo y con la respuesta que da el pueblo queda de manifiesto el misterio de la Iglesia congregada" (IGMR 28).

Los reunidos para la Eucarista son una asamblea convocada y presidida por el Seor. Cuando el sacerdote celebrante mira a esa asamblea, reconoce en ella la presencia del Resucitado. Y cuando la asamblea ve delante de ella al que la preside visiblemente, en nombre y representacin sacramental de Cristo, reconoce en l, igualmente, la presencia del Seor. Evocar e invocar, en el saludo que se intercambian el que preside y la asamblea, esa presencia del Seor sirve para recordrsela mutuamente y animarse a vivirla. Conscientes de esa presencia, podemos actuar con la conviccin de que "no somos nosotros solos los que celebramos (o slo el presidente con sus mritos y cualidades el que va a animar y dirigir la celebracin). Cristo y su Espritu van a ser protagonistas, dndonos su presencia y se fuerza para que sea eficaz la Eucarista".

El Misal propone varias frmulas para ese saludo, pero la ms caracterstica y, al mismo tiempo, la ms antigua en la liturgia (y a la que, en cierto modo, son reducibles todas las dems, en cuanto a su intencin y significado) es: El Seor est con vosotros. Pertenece a esas frases o expresiones que se quedan siempre cortas (o, mejor, en cuya traduccin e interpretacin uno se queda siempre corto), porque dicen mucho ms que lo que aparentemente, o a primera vista (a primer odo), parecen decir. De ah la conveniencia de pararse de vez en cuando a reflexionarlas, para que no se nos escape su rico significado.

Tal como suena en castellano la frase, parece claro que expresa un deseo. El verbo en subjuntivo, "est", no tiene sentido afirmativo, sino optativo. Pero en latn, como ocurre muchas veces, la frase no tiene verbo; dice: "Dominus vobiscum", "el Seor con vosotros". El verbo que se sobreentiende hay que traducirlo en subjuntivo -est-, o en indicativo -est- (como en la conocida escena de la Anunciacin a Mara, en Lc 1,28: "El Seor est contigo")? Se sabe que los que trabajaron en la traduccin de los textos latinos al castellano, en su momento, tuvieron dudas y discusiones al respecto. Y es que, ciertamente, cualquiera de las dos traducciones hubiera sido acertada y, al mismo tiempo, limitada; porque la expresin latina tanto puede entenderse en un sentido como en otro, y en este caso, contiene ambos sentidos a la vez.

El Seor est con vosotros! Pues, s. Es la traduccin que ha elegido el Misal, y qu deseo mejor pueden tener y manifestarse mutuamente los que se disponen a celebrar la Eucarista? Pero la fe en el misterio de la asamblea litrgica nos dice que el Seor est en la asamblea reunida y est en el que va a presidirla representndole a l. Es bueno que recuerden desde el comienzo que no estn solos, que est con ellos el Seor: El Seor est con vosotros. Pero tambin es bueno que se exprese ese deseo de que est con ellos el que est; es decir, que se abran todos a la presencia del Seor y no la olviden. Porque nadie est con otro (con presencia eficaz de amigo) si ese otro no quiere, o no presta atencin, o no acoge: la presencia ofrecida no se completa como tal hasta que no es aceptada y acogida.

"El Seor est con vosotros, es decir, que a la presencia objetiva de Cristo en medio de sus fieles responda tambin por parte de estos una conciencia cada vez ms viva y una fe cada vez ms plena en esta presencia de Cristo en la asamblea": que estn ellos tambin con quien con ellos est.

Las palabras con que los fieles responden al que preside, tambin parecen tener una riqueza de significado a la que no se hara justicia si la expresin y con tu espritu se la viera, sin ms, como equivalente de "y contigo".

Ciertamente, la asamblea desea al que la preside que tambin est con l el Seor; pero que est con l, precisamente, como llamado a presidirla y a representar a Cristo Pastor y Sacerdote; que est con l para avivarle el Espritu que recibi en la ordenacin y, as, pueda ejercer con ejemplaridad y eficacia el ministerio de la presidencia litrgica.

Un saludo, o un rito? No hay por qu aceptar tal disyuntiva. Se trata de un saludo y de un rito; de un saludo que es ritual; de un saludo litrgico, llamado a ser verdadero saludo: un saludo que ha de hacerse con toda la verdad y la expresividad que lleva consigo el saludo, cuando quien saluda es una persona seria y sincera. Que sea ritual no quiere decir que tenga que ser fro ni, mucho menos, mentiroso. Quiere decir que se trata de un saludo cristiano, para abrir una celebracin cristiana, hecho con palabras de la tradicin bblico-cristiana, que hacen referencia expresa al don de Dios, palabras parecidas a las que se usan en todas las iglesias cristianas. No es un dar los "buenos das", o decir "hola, qu tal?".

Lo que importa es que ese saludo, que representa el primer contacto del que preside con la asamblea, tenga vida y sea, realmente, comunicativo.

Hacerlo de forma rutinaria, distrada, sin prestarle atencin, ocupndose el que lo pronuncia en otra cosa, sera perder la primera oportunidad de encuentro con la asamblea y marcar el comienzo de la celebracin con una impresin muy negativa, de ritualismo vaco y de mentira. Dice el Misal que el saludo se hace con las manos extendidas: "extendiendo las manos" (IGMR 86). S, no se hace slo con la palabra, sino tambin con el gesto, con la expresin corporal, con las manos, con la mirada; es decir, no slo diciendo palabras, sino dicindose en ellas, manifestando la acogida de corazn. Y ello, segn el propio modo personal de ser y las caractersticas del grupo reunido. Seguramente, no requiere, ni soporta, la misma amplitud de gesto el saludo que se hace a una pequea comunidad, que el que se hace a una gran asamblea. Lo importante es que el saludo tenga vida y verdad.

"El Seor est con nosotros"? Al saludar a la asamblea, el que preside no ha de incluirse a s mismo. Debe decir "El Seor est con vosotros".Porque es lo propio de todo saludo: expresar el buen deseo para aquellos a quienes se saluda, dejando que sean ellos los que respondan a la recproca. Si uno se incluye ya como destinatario del saludo que hace, diciendo "con nosotros", no tiene sentido la respuesta de la asamblea, que dice: "y con tu espritu". En el fondo de esta prctica, objetivamente desacertada, est, sin duda, el deseo de igualarse con los dems miembros de la asamblea, de no distinguirse; en definitiva, un negarse a asumir en su totalidad el ministerio de la presidencia; ministerio que no debe ser visto como un honor, sino, eso, como un servicio, y un servicio necesario para que pueda hablarse de asamblea cristiana.

El que preside no est, ciertamente, fuera de la asamblea, ni por encima de ella. Es un miembro ms de esa asamblea; pero un miembro llamado a significar la presencia de Cristo, a representarle ante los suyos. Alguien tiene que significar que el Seor est en medio de su pueblo y que es l quien lo rene, lo encabeza y lo gua. El llamado a prestar ese servicio ha de hacerlo con toda humildad, ciertamente, pero sin negarse a actuar en nombre de aquel que le ha llamado, y a quien tiene que representar, o visibilizar, como "icono" o "signo sacramental" suyo.

Monicin

El Misal dice que puede hacerse, y que ha de ser brevsima (IGMR 86). El Directorio litrgico-pastoral La celebracin de la Misa afirma que es muy conveniente hacer esta monicin, y aade que nunca debiera faltar. Si el rito de entrada tiene como finalidad cohesionar al grupo, implicarle en la celebracin comn, y disponerle para el encuentro con el Seor en la celebracin, parece que esta primera posibilidad de encuentro personal, espontneo y vivo del presidente con la asamblea, una vez hecho el saludo ritual, normalmente, debiera aprovecharse.

Pero aprovecharse para qu? No para dar mil explicaciones, ni para adelantar en ese momento lo que la celebracin ha de ir diciendo por s misma a lo largo de su desarrollo, ni para hacer un resumen anticipado de la liturgia de la Palabra, ni una introduccin a las lecturas que se van a escuchar, ni para fatigar desde el comienzo a la asamblea con frases hechas y abstractas, o con palabras, no ya espontneas, sino improvisadas y titubeantes, que no traducen ningn mensaje claro y que no resistiran ser puestas por escrito.

El sentido y la finalidad de esta monicin vienen dados por el lugar que ocupa en la celebracin: en el rito de entrada, inmediatamente despus del saludo ritual. Es como prolongar ese saludo con una palabra cordial y sencilla de acogida y de invitacin a abrirse a la accin de aquel cuya presencia acaba de recordarse. Un ayudar a todos a situarse ante el misterio que se celebra, a entrar, a pasar de la vida cotidiana a la celebracin, "de la calle al amn" (J. Gelineau).

Ha de hacerse con brevedad y claridad, teniendo en cuenta la realidad concreta, tanto de los reunidos, como del domingo o fiesta que se celebra, buscando implicar, ms que explicar, rehuyendo el peligro de caer en frases hechas, o en la rutina de empezar siempre de la misma manera. Si se canta un canto de entrada adecuado, puede ser conveniente aludir alguna vez al mismo, tenerle en cuenta al hacer la monicin. Tambin puede ser til enlazarla con el rito penitencial, haciendo que las ltimas palabras de la monicin sean el comienzo, o invitacin, de ste.

No se excluye que sea otro distinto del presidente el que haga la monicin de entrada. Pero, dado el lugar estratgico que ocupa en la celebracin, es ms propia del sacerdote celebrante que de ningn otro. Con todo, "en algunos casos puede ser muy elocuente y significativo para el pueblo de Dios" que haga la monicin de entrada un laico. Aunque, entonces, parece que el momento ms indicado para hacer tal monicin es al comienzo de todo, inmediatamente antes de que aparezca ante la asamblea el sacerdote que la va a presidir y se entone el canto de entrada (al que puede servir tambin de introduccin).

Acto penitencial

Este rito constituye una novedad del Misal actual. No hay ningn testimonio acerca del mismo en la tradicin litrgica, ni oriental ni occidental. Pero, correctamente realizado y mantenido en su justa medida, no cabe duda de que encaja perfectamente en la celebracin y de que no est fuera de sitio en ese primer momento de la misma. No es un objetivo del rito de entrada lograr que los reunidos se sientan asamblea convocada y presidida por el Seor? Pues caer en la cuenta de la presencia del Seor lleva espontneamente a experimentar la propia indignidad, a reconocerse pecador, a sentirse pobre y necesitado. Saberse en presencia de aquel que quita el pecado, de aquel que acoge a los pecadores y los sienta a su mesa ha de producir en la comunidad pecadora, pero creyente, un sentimiento de humildad y de gozo, de conversin y de apertura a la gracia que se le ofrece en la celebracin.

Ni como personas individuales, ni como comunidad, los que se encuentran reunidos han alcanzado ya la perfeccin. Son una comunidad necesitada de conversin, necesitada del Cristo compasivo que pasa junto a ellos celebracin y se les hace presente con su gracia salvadora. Y esa comunidad, o asamblea litrgica, es signo de una Iglesia que, por ser Iglesia de Jesucristo, es santa, pero que abraza en su seno a los pecadores y est por lo mismo, necesitada siempre de purificacin. Somos pecadores, aunque, eso s, pecadores salvados, pecadores alcanzados ya por la gracia de Jesucristo (CCE 823.827). En el acto penitencial del rito de entrada reconocemos esa doble realidad: la de nuestro pecado y la de la gracia de Cristo. Es confesin de nuestro pecado, pero, sobre todo, confesin de la Misericordia del Seor. Hecho en ese momento de la celebracin, aparece como un reconocimiento de la propia indignidad ante el Seor, en sus variadas presencias; una preparacin para el encuentro con Cristo, que se nos va a dar, no slo en el pan eucarstico, sino tambin en el Pan de su palabra.

Aunque en la presentacin que hace del rito el Misal (IGMR 29) parece identificarlo con una sola de sus formas posibles (la primera), en realidad, el Ordinario de la Misa, propone tres formularios distintos para realizar el acto penitencial (a los que puede aadirse, como rito sustitutorio, para los domingos, especialmente, los domingos de Pascua, la aspersin del agua bendita).

Los tres formularios tienen una estructura comn, con los siguientes elementos: a) monicin-exhortacin-invitacin del que preside, en orden a despertar la actitud penitencial; b) breve pausa de silencio, o recogimiento, que permita interiorizar o vivir personalmente cada uno esa actitud; c) expresin comunitaria de la penitencia (distinta en cada uno de los formularios); d) plegaria conclusiva del que preside, invocando el perdn de Dios.

El tercer elemento, es decir, la expresin comunitaria de la penitencia, se realiza de la siguiente manera: a) en el primer formulario: haciendo todos en comn (la asamblea y el que la preside, que en este momento es un miembro ms de ella) la confesin general de sus pecados: "Yo confieso..."; b) en el segundo formulario: diciendo, en forma dialogada entre el sacerdote que preside y la asamblea, dos breves oraciones, o jaculatorias, inspiradas en los salmos: "Seor, ten misericordia de nosotros"...; c) en el tercer formulario: diciendo, o cantando, en forma litnica, el "Seor, ten piedad", precedido, normalmente, de invocaciones dirigidas a Cristo Jess.

Cada una de estas formas de expresar comunitariamente la penitencia tiene su carcter propio: en la primera, reconociendo ante Dios y los hermanos nuestros pecados y nuestra responsabilidad, pedimos que interceda por nosotros la Iglesia del cielo y de la tierra. En la segunda, sabiendo que hemos pecado contra l y haciendo nuestra la actitud de los pobres de Yahv en el Antiguo Testamento, suplicamos la misericordia y la salvacin de Dios. En la tercera, aclamamos a Cristo Jess, vencedor del pecado y de la muerte, y nos acogemos a su misericordia.

Teniendo la misma finalidad los tres formularios y siendo distintos entre s, conviene usar los tres, para dar ms variedad y riqueza expresiva al rito y evitarle monotona y rutina. De los tres, el ms indicado para la Misa de los domingos parece el tercero: el canto aclamatorio-invocatorio a Cristo Jess, "Seor, ten piedad". Resulta ms adecuado al carcter festivo-pascual de todo domingo, y encuentra, por otra parte, variedad en s mismo, ya que las aclamaciones son cambiantes. Si se tiene en cuenta que el "Seor, ten piedad" no es elemento opcional, sino elemento normal de toda celebracin eucarstica, usarlo como parte integrante del acto penitencial contribuye a aligerar esta parte introductoria de la celebracin, bastante recargada.

Otra cosa a tener en cuenta: la mayor parte de los domingos (todos excepto los de Adviento y Cuaresma) tienen tambin "Gloria", que, de suyo, pide canto. Si no se hace el acto penitencial con el tercer formulario, tenemos dos cantos absolutamente pegados, unidos, que, si no estn pensados musicalmente para ser interpretados as, uno a continuacin del otro, sin ninguna solucin de continuidad, entraa su dificultad. (Supongo que el "Seor, ten piedad" se hace tambin cantado; porque, si acaba de realizarse el acto penitencial, el sentido que puede tener en ese momento el "Seor, ten piedad" no ser ya penitencial, sino aclamatorio, y, como tal, pide canto).

Las invocaciones o tropos que preceden al "Seor, ten piedad..." conviene que mantengan, como ocurre en el Misal, su carcter doxolgico de homenaje a Cristo y reconocimiento de su bondad, de su poder salvador; que se refieran a l, ms que a nosotros y a nuestros pecados. Hay que preferir el "T, que...: ten piedad" al "Porque hemos...: ten piedad".

Este segundo modo de expresarse, en el que hacemos enumeracin de nuestros fallos, es ms propio de una celebracin penitencial que de una celebracin eucarstica.

En el acto penitencial de la Misa no se trata, precisamente, de hacer un examen detallado de conciencia, sino de tomar conciencia, o caer en la cuenta, de nuestra situacin ante Dios, que no es otra que la de personas necesitadas de salvacin, la de pecadores a quienes Dios ofrece perdn, a quienes Cristo acoge y sienta al banquete de la reconciliacin. No ha de convertirse en una "introspeccin culpabilizante, lacrimosa y moralizante", sino en una aclamacin de la misericordia de Dios y de su salvacin, una alabanza de su amor.

Las invocaciones y el primer "Seor, ten piedad, Cristo, ten piedad...", que da lugar a la respuesta del pueblo, no est reservado al que preside.

Puede hacerlo l, u "otro ministro idneo" (que, si se canta todo ello, ser un cantor, o incluso el coro).

El acto penitencial tiene, ciertamente, su importancia en el rito introductorio de entrada. Pero no hay que sobredimensionarlo, ni por el tiempo, ni por el modo de realizacin que se le concede. Ha de mantener su carcter de rito "modesto".

La pausa de silencio, despus de la introduccin del que preside, no larga, pero s significativa, ha de mantenerse; es parte esencial del rito. "Ese silencio -dice Martn Velasco- es ms que un momento para recordar y reconocer los pecados. Debidamente introducido, es una ocasin nica para ponerse en presencia de Dios, para hacer la experiencia de que en la asamblea hay alguien ms que los que estamos reunidos: precisamente, el que nos congrega a todos y al que remiten todos los smbolos que vamos a expresar, realizar y vivir en la celebracin".

Seor, ten piedad

Con esta invocacin, formulada as, en castellano, podra haber ocurrido algo parecido a lo que cuentan que ocurri con el saludo Dominus vobiscum, cuando comenz a decirse en lengua verncula. Una de las viejecitas asistentes a Misa, al or por primera vez El Seor est con vosotros, se volvi a la que tena al lado y le dijo: "Quiere decir Dominus vobiscum".

Pues Seor, ten piedad quiere decir Kyrie, eleison... Despus de siglos con una liturgia que no usaba las lenguas vivas, ni siquiera para proclamar los textos de la Sagrada Escritura en la liturgia de la Palabra, se pas a traducir a las lenguas vernculas incluso expresiones como esta, que la liturgia romana no haba traducido al latn, sino conservado en su original griego. Puede lamentarse que la traduccin de esa antiqusima plegaria haga caer en el olvido la expresin griega de que procede, la nica que la liturgia pronunciaba en la lengua de los evangelios.

Kyrie Eleison (o su forma ms primitiva, eleeson), es la splica de algunos salmos, en su versin griega: "Misericordia, Seor, que desfallezco" (Sal 6,3), "Seor, ten misericordia, sname, porque he pecado contra ti... Apidate de m, haz que pueda levantarme" (Sal 40,5.11), "Misericordia, Seor, misericordia, que estamos saciados de desprecios" (Sal 122,3). Es, sobre todo, la splica que dirigen a Cristo Jess los enfermos y necesitados del Evangelio: los ciegos (Mt 9,27; 20,30; Mc 10,47; Lc 18,38), los leprosos (Lc 17,13), el padre del nio epilptico (Mt 17,15), la mujer cananea (Mt 15,22); splica con la que expresan su fe en el poder de Jess y en su cercana salvadora. Fuera ya de.la Biblia y de la tradicin cristiana, se sabe que era una frmula utilizada para invocar a la divinidad (por ejemplo, al dios sol: Helie, Kyrie, eleeson: sol, seor, ten piedad) y para aclamar al emperador romano, o general victorioso, cuando haca su entrada triunfal en la ciudad.El uso de esta aclamacin en la liturgia es atestiguado ya por Egeria, en el siglo IV. Cuenta nuestra peregrina que en Jerusaln, al final de las Vsperas, un dicono expresaba una serie de peticiones por personas determinadas y que "mientras deca los nombres de cada uno, estaban continuamente los nios respondiendo: Kyrie, eleison... y sus voces eran infinitas". En otras horas era el mismo obispo el que deca los nombres o las intenciones. El libro de las Constituciones Apostlicas, que refleja la liturgia antioquena de fines del siglo IV, en su libro octavo, recoge el texto de las intenciones que pronunciaba el dicono despus del evangelio, antes de despedir a los catecmenos, e indica que el pueblo y, sobre todo, los nios, deban responder: Kyrie, eleison.

De oriente pasa a la liturgia romana en el siglo V, y forma parte de la Misa, primero como respuesta Iitnica a diversas peticiones y, ms tarde, como aclamacin independiente, o canto autnomo, que se repeta al comienzo de la Misa, cuantas veces hiciera falta, hasta que el Papa, colocado ya en la sede, diera la seal de acabar. A diferencia de las liturgias orientales, que slo conocan el Kyrie, en la liturgia romana se introdujo la costumbre de alternar esta aclamacin con la del Christe; lo cual, con el tiempo, dara lugar a interpretarlo en sentido trinitario: los tres primeros Kyries, se entendan como dirigidos al Padre, los tres Christes, como dirigidos, naturalmente, a Cristo, el Hijo, y los tres ltimos Kyries, al Espritu Santo.

Pero el sentido original de la aclamacin era cristolgico. Tambin los Kyries se dirigan a Cristo Jess, el Kyrios, o Seor Glorioso.

Para el misal actual el "Seor, ten piedad" es "un canto con el que los fieles aclaman al Seor, y piden su misericordia" (IGMR 30). Se reafirma su sentido original de aclamacin al Seor, es decir, a Cristo resucitado, el que ha sido "enviado", el que ha "venido", el que est "sentado a la derecha del Padre", "para sanar los corazones afligidos", "para buscar a los pecadores", "para interceder por nosotros". Como se ve, las invocaciones que preceden al "Seor, ten piedad", cuando este forma parte del acto penitencial, se dirigen todas a Cristo. Se aclama a Cristo como Seor, como triunfador, como vencedor del mal y de la muerte, de nuestro mal y de nuestra muerte. Por eso, al mismo tiempo que se le aclama, se pide su misericordia.

Ni siquiera cuando se usa la tercera frmula del rito penitencial, el "Seor, ten piedad" tiene sentido exclusivamente penitencial. Se pide perdn, ciertamente, pero, sobre todo, se aclama al que perdona, al que muri y resucit para el perdn de los pecados. Pidiendo perdn, se aclama al Seor del perdn, se aclama a Cristo, y, aclamando a Cristo, confesando su poder y su misericordia, se pone ante l la miseria y la necesidad humanas (que no puede bendecir la luz el ciego, sin lamentar la propia ceguera y buscarle remedio; ni puede glorificar al amor misericordioso el pecador, sin poner ante l los propios pecados y pedir que se le perdonen). No est excluida la peticin de perdn para los pecados, pero ni el pecado es toda la miseria humana, para la que se busca misericordia, ni la peticin de misericordia es toda la razn de ser del "Seor, ten piedad" -"Kyrie, eleison"-, que es, ante todo, aclamacin, homenaje, glorificacin del Cristo Jess a quien la resurreccin ha constituido Kyrios, Seor victorioso.

Decir el verbo sin complemento ninguno, decir "ten piedad", sin ms, y no ten piedad de nosotros, ten piedad de mi, ten piedad de mi hijo, como las plegarias del Evangelio, da a esta aclamacin de la Misa una universalidad en la que tiene cabida cualquier miseria humana. Al empequeecerse en palabras la plegaria, se agranda en contenido y, de afectar a la necesidad de una persona o de un grupo determinado de personas, pasa a afectar a la necesidad de la humanidad entera. "La letana del Kyrie es la letana de la miseria humana" (L. Deiss), la letana de los que confiesan la misericordia del Seor y la aclaman confiados. Una "splica concisa, cargada de tradicin; por la que se expresan, sin apenas palabras, las ansias de perdn y ayuda del corazn humano".

En cuanto a la forma de realizarlo, hay que decir que, dado el carcter aclamatorio del "Seor, ten piedad", su forma ms indicada, su forma propia, es el canto. As lo llama el Misal: "Un canto con el que los fieles aclaman al Seor" (IGMR 30). Y, de suyo, un canto es para ser cantado. Pero el mismo Directorio litrgico-pastoral publicado por el Secretariado Nacional de Liturgia dice: "Se canta o recita". Puede haber ocasiones en las que no sea posible cantarlo, o en las que, siendo posible cantarlo, se prefiera prescindir del canto, para no recargar en exceso un rito de entrada que es slo introductorio y tiene, adems de este, el canto de entrada, y, muchas veces, el del Gloria.

Ya se ha dicho que lo mejor es usar los domingos el "Seor, ten piedad" como parte integrante del acto penitencial (tercera frmula). Ah colocado, no pierde su carcter aclamatorio-doxolgico, pero tiene un colorido, o un acento, ms penitencial, que soporta mejor la simple recitacin. Y, si se canta en ese momento, entre l y el canto del Gloria media la oracin conclusiva del rito penitencial. Usado como pieza autnoma, despus del acto penitencial, aparece ms en su carcter aclamatorio, y, para que tenga todo su sentido, parece que exige el canto; ello dara lugar a un canto tras otro, sin ningn tipo de separacin.

"Siendo un canto con el que los fieles aclaman al Seor, y piden su misericordia, regularmente, debern hacerlo todos, es decir, tomarn parte en l el pueblo y los cantores" (IGMR 30). Que es tanto como decir que no se excluya al pueblo en este canto que, originariamente, fue litnico-popular. La forma binaria, o doble canto, repeticin de la misma expresin, pide tambin la intervencin del grupo de cantores, o del solista, que, cantando la primera de cada una de las aclamaciones, facilite y promueva la respuesta del pueblo. No es funcin presidencial el entonarlo. Solamente cuando no se canta puede ser conveniente que el sacerdote alterne con la asamblea". Cuando se canta, si hay alguien que pueda entonarlo (coro o solista), es preferible que no lo haga el que preside, sino que, en ese momento, funda su voz con la de la asamblea, de la que forma parte.

Naturalmente no est prohibido cantarlo en su lengua original. El Directorio-litrgico- pastoral sobre canto y msica en la celebracin, del Secretariado Nac. de Liturgia, habla expresamente de esa posibilidad, y ms de un pastoralista, por ejemplo, L. Deiss y J. Aldazbal, se refieren a ello, no ya como posibilidad, sino como conveniencia; algo que tendra el significado ecumnico de unirnos con los cristianos orientales en una misma y antiqusima aclamacin litrgica.

Gloria

De lo que fue una abundante floracin de cnticos populares en la Iglesia primitiva, cnticos de inspiracin bblica, compuestos a imitacin de los himnos y salmos de la Sagrada Escritura, sobrevivi, junto a algunos otros pocos, como el Oh luz gozosa o el Te Deutn, el Gloria de nuestra Misa; el llamado himno anglico (por las palabras que lo inician: las que pone san Lucas en boca de los ngeles en el relato del nacimiento de Jess), o gran doxologa (por comparacin con la pequea doxologa, antiqusima tambin, del Gloria al Padre..?). Se ha dicho del Gloria que es "el ms bello, el ms popular, el ms antiguo canto cristiano llegado hasta nosotros".

Conoci varias versiones, entre ellas, la griega de la liturgia bizantina, que se encuentra en un manuscrito del siglo V, el Codex Alexandrinus de la Biblia, que coincide, prcticamente en su totalidad, con la versin latina que nos es familiar y que tiene su testigo ms autntico en el antifonario de Bangor (siglo VIII).

Al igual que el Kyrie, tampoco el Gloria naci como un canto para la Misa. Era un canto que se utilizaba en la oracin de la maana, como se utilizaba el "Oh luz gozosa", en la oracin de la tarde. El P. Roguet llega a preguntarse si no sera ste el himno que cantaban los cristianos "a Cristo como a un Dios", segn confesin de los cristianos renegados a quienes alude Plinio el Joven, en la carta que dirige al emperador Trajano, el ao 112. La liturgia romana comenz a utilizarlo dentro de la eucarista comienzos del siglo IV, en la Misa de Navidad, pero slo cuando era presidida por el obispo. Tuvo, como se ve, una entrada tmida, reducida; sin embargo, se ira extendiendo progresivamente, hasta llegar, en el siglo X-XI, a formar parte ordinaria de la Misa de domingos y fiestas, excepto en las de Cuaresma, tanto si estaban presididas- por obispos, como por presbteros.

Nuestro Misal se refiere al Gloria en estos trminos: "Es un antiqusimo y venerable himno con que la Iglesia, congregada en el Espritu Santo, glorifica a Dios Padre y al Cordero y le presenta sus splicas" (IGMR 31).

Se trata, ciertamente, de uno de los ms hermosos himnos de la tradicin cristiana; no tanto por su expresin literaria (que la belleza de la prosa rtmica se qued en el texto griego), cuanto por la riqueza de su contenido teolgico-espiritual, como alabanza o glorificacin a Dios.

Esa alabanza a Dios es su nota dominante, pero con ella incluye las ms variadas formas de oracin cristiana -bendicin, adoracin, accin de gracias, splica-. Alguna de ellas, presente ya en otros elementos del rito de entrada (como la splica de perdn), y otras, que encontrarn pleno desarrollo cuando vaya ms avanzada ya la celebracin. En el Gloria se cumple, de forma muy especial, lo que se dijo del conjunto del rito de entrada: que preludia y anticipa lo que va a ser la celebracin en su parte ms central, o liturgia eucarstica. Como all, se glorifica, se bendice, se alaba, se da gracias a Dios y se celebra su santidad: "Solo t eres Santo".

Pueden distinguirse en el himno tres partes: el comienzo bblico con el canto de los ngeles en la noche de Beln, las alabanzas a Dios Padre y las aclamaciones y splicas a Cristo, que terminan con una breve inclusin o recapitulacin, en la que se nombra al Espritu Santo, dando as un carcter trinitario al himno, o cerrndole con una frmula trinitaria.

Las palabras que el evangelista Lucas (2, 14) pone en boca de los ngeles dan nombre al himno: "Gloria a Dios en el cielo". Parece que en la antigedad cristiana hubo la costumbre de encabezar los himnos con una frase de la Biblia, que fuera como su tema. El del nuestro sera la Gloria de Dios y la paz-salvacin de los hombres, que es Jesucristo.

La alabanza a Dios Padre se realiza con una acumulacin, tanto de verbos expresivos de nuestra admiracin y alabanza agradecida -"te alabamos, te bendecimos, te adoramos, te glorificamos, te damos gracias"-, como de nombres y ttulos divinos -"Seor Dios, Rey celestial, Dios Padre todopoderoso"-. Esa acumulacin y repeticin de palabras es signo, por una parte, del entusiasmo doxolgico del creyente, que, puesto a alabar a Dios, parece no quedar satisfecho con nada, y por otra, de la insuficiencia de cualquier palabra humana para referirse a Dios y proclamar su grandeza como conviene. El creyente sabe muy bien que no puede aadir nada a esa grandeza de Dios, por mucho que la exalte, pero encuentra su propia grandeza en alabar y bendecir, cuanto pueda, la gloria divina. Y en este himno llega a dar gracias por esa gloria: "Por tu inmensa gloria... te damos gracias". Agradecemos la grandeza de Dios, nos alegramos de ella, porque es su grandeza, su gloria (y, en este sentido, parece ser un agradecimiento absolutamente desinteresado), pero tambin porque es la grandeza y la gloria de nuestro Dios, de nuestro Padre. Una grandeza y una gloria de Dios que no pueden dejar de repercutir en sus hijos y beneficiarles. Por eso, la alabanza de Dios deriva espontneamente en alabanza de Jesucristo, aquel en quien Dios se nos ha dado, aquel en quien la gloria de Dios se revela y se hace paz-salvacin de los hombres.Jesucristo es invocado, igualmente, con variedad de ttulos. Para empezar, se le llama Seor -el Kyrios de los Evangelios y de las cartas a san Pablo- Hijo nico, o Unignito, que era tenido como uno de los nombres ms solemnes de Jesucristo en la Iglesia primitiva, Seor Dios, probablemente para exaltar la consubstancialidad con el Padre, "Cordero de Dios".... Ese ttulo de Cristo, Cordero de Dios, que evoca toda la solidaridad salvadora de Jess, hasta cargar sobre s nuestros pecados e inmolarse por nosotros, da lugar a la splica tierna y confiada, en forma de breve letana: T que..., ten piedad de nosotros; T que..., atiende nuestra splica... El "Qui tollis" de aquellas misas que a tantos nos traen el recuerdo y la emocin de melodas entraables, que trataban de traducir la humilde y confiada splica de los creyentes a aquel que vivi nuestra existencia mortal y est ya "sentado a la derecha del Padre". Ningn otro merece adoracin y confianza absoluta, porque l solo es Seor, y Santo y Altsimo: Jesucristo, con el Espritu Santo en la gloria de Dios Padre. As, con esta breve doxologa y frmula trinitaria concluye el himno.

Cul es el sentido del "Gloria" en la celebracin? Colocado aqu, despus del acto penitencial (inmediatamente despus, si se hace con la tercera frmula), puede expresar el gozo agradecido de una comunidad de pecadores que, tras el humilde reconocimiento de sus culpas, se sienten perdonados y acogidos, alcanzados por el amor misericordioso y la gracia todopoderosa del Seor. Y, colocado en el rito de entrada, que abre y prepara la celebracin, de algn modo la adelanta y preludia, hacindonos entrar, desde el comienzo, en el gozo de la alabanza y la accin de gracias a Dios, y disponindonos para ello.

Se canta o se recita, dice el Misal (IGMR 31). Pero pienso que se entenderan mal estas palabras del Misal si de ellas se dedujera que igual da cantar el Gloria que recitarlo, cantarlo que rezarlo. Es un himno, el nico himno de esas dimensiones en la celebracin eucarstica y un himno reclama la msica; de suyo, es para ser cantado. Slo as resulta signo vivo de solemnidad y resalta con fuerza el carcter festivo de la celebracin.

Sin el canto, el Gloria no alcanza todo su sentido. Por eso, al hablar de la prctica del mismo en la celebracin, lo primero que dice el Misal es que se canta. Ahora bien, que sin el canto el Gloria no tenga todo su sentido, no quiere decir que, si no puede cantarse, quede por eso sin ningn sentido.

De ah que el Misal aada esa segunda posibilidad: la de recitarlo. Pero hay que ser conscientes de que no cantar el Gloria es privarlo de buena parte de su sentido. Si es un himno, en la medida de lo posible, debe aparecer como tal, y "resonar como el gran himno de la liturgia festiva dominical". "No resulta lgico -dice el Directorio sobre Canto y Msica en la celebracin que se canten otras partes menos festivas y el Gloria se recite".

A quin corresponde cantarlo"} La normativa al respecto es abierta, como siempre: "Lo canta o la asamblea de los fieles, o el pueblo alternando con los cantores, o los cantores solos" (IGMR 31). Pero que nada quede prohibido no quiere decir que todo lo que se haga sea igualmente acertado. Excluir sistemticamente a la asamblea de este canto no sera, precisamente, ningn acierto litrgico, ni estara de acuerdo con la prctica ms antigua. "Fuera de casos especiales, no conviene disociar al pueblo de este canto".

En cuanto al modo de cantarlo, de ser posible, es preferible que la asamblea pueda cantar por s misma, de seguido o alternando con el coro, el texto ntegro del Gloria, y no que se limite a repetir, a modo de antfona o estribillo, las primeras palabras o texto evanglico, del mismo. Este modo de cantar el Gloria facilita, ciertamente, a la asamblea el aprendizaje de la parte que le corresponde (y facilita mucho el trabajo de los compositores), pero le quita -al Gloria- algo de su carcter hmnico y le equipara demasiado a otras formas de canto que se repiten en la Misa. "Creo dice A. Taul-, que se abusa de la alternancia estribillo-versculo. A la postre, el canto resulta mucho ms largo y pesado".

De todos modos, siempre ser mejor cantarlo as -mediante el recurso al estribillo-, que no cantarlo de ninguna manera. Puede, adems, que ni siquiera esa forma de cantar el Gloria sea posible: que no haya nadie capaz de cantar, digamos, las estrofas, el texto del himno. En ese caso, nada impide que a la recitacin del texto acompae el canto del estribillo, al comienzo y al final, o, tambin, intercalado entre las diversas partes del texto.

Al no ser plegaria presidencial el Gloria, no es preciso que lo entone el sacerdote celebrante. Puede entonarlo el sacerdote o los cantores o toda la asamblea o, por qu no?, un cantor. Depender de cada asamblea y de cada Gloria, con sus distintas caractersticas musicales.Digamos para terminar, que un fragmento como el del Gloria, que, en lo esencial, se remonta a las primeras generaciones cristianas, merece permanecer tal cual, ser respetado en su contenido y en su texto, no ser substituido por otras cosas, aunque sean adaptaciones del mismo (que estn autorizadas slo para misas con nios; autorizadas, no mandadas).

Oracin colecta

El rito de entrada culmina y concluye con esta primera oracin presidencial, que es uno de sus elementos ms antiguos. Probablemente, en la liturgia romana del siglo V, el rito episcopal de entrada no conoca ms que el canto procesional del "introito" y esta oracin que segua a la procesin y la conclua. Su sentido actual contina siendo el mismo: concluir, completar, cerrar todo el movimiento de entrada o formacin de la asamblea litrgica, constituirla, efectivamente, en comunidad de oracin y disponerla, ya de inmediato, para la escucha de la Palabra.

Puede vrsela como oracin "colecta" en un doble sentido: porque es la oracin que termina de recoger, reunir, "colectar" a los fieles; porque es la oracin que recoge, rene, "colecta", unifica y hace oracin de la Iglesia la oracin que, invitados por el que preside, hacen esos fieles reunidos.

El Misal hace de ella la siguiente descripcin: "El sacerdote invita al pueblo a orar; y todos, a una con el sacerdote, permanecen un rato en silencio para hacerse conscientes de estar en la presencia de Dios y formular interiormente sus splicas. Entonces el sacerdote lee la oracin que se suele denominar 'colecta'. Con ella se expresa generalmente la ndole de la celebracin, y con las palabras del sacerdote se dirige la splica a Dios Padre por Cristo en el Espritu Santo. El pueblo para unirse a esta splica y dar su asentimiento, hace suya la oracin pronunciando la aclamacin: Amn" (IGMR 32).

Como se ve, la oracin que dice el que preside va seguida del Amn con que los fieles la ratifican y hacen suya, y precedida de la invitacin a orar y del espacio de silencio orante, en respuesta a la invitacin recibida.

En la oracin misma se distinguen estos tres elementos: la invocacin, o llamada a aquel a quien se dirige la oracin: Dios Padre (salvo alguna excepcin); la peticin o splica que se le hace; la conclusin, con frmula trinitaria, que afirma expresamente la mediacin de Cristo.

Normalmente, las colectas de la liturgia romana van dirigidas, o invocan, a Dios Padre. Slo en alguna ms tarda se invoca a Cristo Jess.

Probablemente, como reaccin a la hereja arriana, que negaba la divinidad de Jess, su igualdad de naturaleza con el Padre. De las que contiene el Misal actual para domingos y solemnidades del Seor, slo la del Santsimo Cuerpo y Sangre de Cristo est dirigida a Cristo, y no al Padre.

La invocacin del nombre de Dios, que puede consistir sencillamente en llamarle "Seor", generalmente se hace yuxtaponindole algn calificativo o predicado (como "todopoderoso", "omnipotente", "misericordioso", "eterno" o tambin "fuerza de los que en ti esperan", "fuente de todo bien", etc.) y, muchas veces, se enriquece con alguna frase de relativo o "predicacin relativa" (por ejemplo, "oh Dios, que manifiestas especialmente tu poder con el perdn y la misericordia", "oh Dios, que te has dignado redimimos y has querido hacemos hijos tuyos"). Este recurso de la predicacin relativa yuxtapuesta al nombre de Dios se emplea, sobre todo, en das festivos, y, al mismo tiempo que sirve para introducir al sentido de la fiesta, viene a poner un elemento de alabanza y accin de gracias en una oracin que, por lo dems, es slo oracin de splica. En la anmnesis o recuerdo de lo realizado por Dios en el pasado -en la Epifana de su Hijo, en la Pascua, etc.- que es a lo que alude la predicacin relativa, se encuentra el apoyo para la splica actual y el motivo para la alabanza agradecida. Referir los gestos salvficos de Dios es ya una forma de alabarle y darle gracias, aunque explcitamente no se haga en este momento, sino ms tarde, en la liturgia eucarstica.

El contenido de la peticin, sobre todo los domingos del tiempo ordinario, suele ser bastante general: que Dios escuche a su pueblo, que le preste la ayuda que necesita, para cumplir su voluntad, para fructificar en buenas obras, para alcanzar sus promesas, o la vida eterna. Y la oracin entera puede reducirse a decir: "Dios todopoderoso y eterno: te pedimos entregarnos a ti con fidelidad y servirte con sincero corazn" (XXIX dom. ordinario). Aunque, si bien se mira, no es poco lo que se pide en esta oracin tan concisa.

La conclusin de esta primera oracin, a diferencia de lo que ocurre con las otras dos oraciones de la Misa (la que se dice sobre las ofrendas y la que se dice despus de la comunin) es expresamente cristolgica y trinitaria. Se concluye con la frmula larga: "Por nuestro Seor Jesucristo, tu Hijo, que vive y reina contigo en la unidad del Espritu Santo y es Dios por los siglos de los siglos". Si se trata de una de esas oraciones que, excepcionalmente, no se dirige al Padre, sino al Hijo, la conclusin es: "T, que vives y reinas con el Padre, en la unidad del Espritu Santo y eres Dios por los siglos de los siglos".

Habra que ver aqu algo ms que una rbrica, o un detalle de legislacin litrgica intrascendente. Es importante, que cuando est comenzando la celebracin, se haga aparecer claramente su carcter trinitario y la mediacin de Jesucristo en ella. En la liturgia, al igual que en la historia de la salvacin por ella actualizada, se cumple el axioma patrstico: "Todo don viene del Padre, por el Hijo y Seor nuestro Jesucristo, en la unidad del Espritu Santo, y en el mismo Espritu, por Jesucristo retorna de nuevo al Padre".

Luis Maldonado advierte que no debiera anteponerse a las palabras "Por nuestro Seor Jesucristo..." el "Te lo pedimos"; para que, la afirmada mediacin de Cristo no quede reducida a una de sus significaciones, sino abierta a ambas direcciones: la ascendente y la descendente.

Ciertamente, nuestra peticin la dirigimos