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OBRAS PUBLICADAS

POR EL AUTOR

1917 Pantheos (Poemas) 19Zl V. Basso Maglio (Ensayo cri-

tico) 1921 Poemas del hombre:

Libro de la Voluntad 1921 Poemas del hombre:

Libro del Corazón 1921 Poemas del hombre :

Libro del Tiempo 1922 Poemas del hombre:

Libro del Mar 1923 Vidas (Poemas) 1925 El vuelo de la noche (P.:>e-

mas) 1929 Los Juegos de la Frente

(Prosas) 1929 Los Adioses (Sonetos) 1930 Poemas del · hombre:

Libro del Amor 1930 Julio Herrera y Reissig (En-

sayo critico) 1933 Lírida (Poema) 1935 El D'emonio de Don Juan

(Poema Dramático) 1937 P·oemas del Hombre :

Sinfonía del Río Uruguay 1938 Máximo Gorki (Ensayo crí-

tico) 1938 Himno a Rodó y Oda a Ru­

bén Daría 1939 Geografía : En el R lo Cebo­

l latí 1940 Oda a Luis Gil Salguero 1940 Verbo de A mérica :

Discurso a los jóvenes 1940 Cántico d esde m i muerte

U ros · Re 1~t~s - n] - lavallej Du rt -T ristan ~'arvaja 168 )

--

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CARLOS SABAT ERCASTI

EL MITO

DE PROMETEO

MONTEVIDEO URUGUAY 1 9 6 o

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Todo1 101 derecho1 1011 re1er{Jados para el autor

Qu•da h•cho •l depóaito que preoiene La ley Nro. 9. 799

EL MITO DE PROMETEO

1

DE las siete tragedias de Esquilo que han llegado hasta nos­

otrós, sobre las muchas que la tradición literaria le atribuye, la que más ha conmovido al lector moderno, y la que más imitadores y continuadores ha te­nido, es su "Prometeo Encadenado", uno de los tres eslabones de su "Pro-meteida". Las otras dos tragedias que integraban la vasta trilogía, se han per­dido. Y ésa que nos queda es muy posible que haya sido la más intensa­mente dramática, y la que, por violen­cia interior y exterior, esculpiese, con rasgos más vigorosos, el carácter de Prometeo.

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EL MITO DÉ PROMETEO

El mito del titán rebelde nos lo ofre­ce ya, completo, la sagrada inspiración de Hesíodo. El viejo poeta de Ascra, jerarquizador y ordenador del Unive1•­so y de los dioses, le llamaba, al roba­dor del fuego, sutil, por el afinamiento de su inteligencia, y describe y narra el ingenio con que engañó a Zeus, ins­truyéndonos todavía de su astucia, de su eterna sabiduría, de su lúcida habi­lidad, y del castigo que impone Zeus a él y a sus hermanos, los hombres, ne­gándoles antes " la :fuerza del fuego in­extinguible a los miserables mortales que habitan sob1·e la tierra".

Lo que nos resta del mito prome­teano, tal como lo dramatizó después el poeta de Eleusis, es el proceso de

6

EL :MITO DE PROMETEO

la lucha desigual entre el tiránico i·ey del Olimpo y el rebelde titán, salvador de los hombres, tomado en su faz más dolorosa y trágica. Ambos contendores son por igual enérgicos e implacables en sus pasiones, ~de corazón firme, de entera voluntad en las resoluciones, ilimitados en sus empeños y dados a

no ceder en el conflicto. Zeus, como

dios supremo, dueño del rayo y amo de las fuel'Zas y los dioses que lo se­cundan, aventaja podel'Osamente a Pro­

meteo, cuyo recurso es la inteligencia y el don profético, y cuyo pecado, para las divinidades olímpicas, es s~ desme­dido amor a los hombres, cuando éstos no se sospechaban a sí mismos en sus ocultas posibilidades.

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EL MITO DE PROMETEO

No obstante, señalemos desde ahora que hay algo invisible, tremendo, ine­luctable, que gravita sobre toda la Creación, sobrepuesto a los dioses, a

la tierra, y a su hijo predilecto, el hombre. Y ese algo, que no se define,

pero que actúa desde su propio miste· rio, es el Destino. Saber leerlo, en el encadenamiento de los hechos futuros,

es el arma única que puede esgrimir el

Titán encadenado contra su juez des­

pótico, y contra los ejecutores de sus órdenes. Sin el hado, sin la fatalidad, y sin la inteligencia adivinadora de Prometeo, no habría dnma posible. Esquilo ha utilizado profundamente ese elemento terrible, implacable po­der de todos los poderes, clave de to-

8

EL MITO DE PROMETEO

dos los actos, orden supremo que gra­vita sobre la totalidad del cosmos. Esta

circunstancia. fundamental es la que proporciona el tono a toda la tragedia, y la que iguala la situación de Prome­teo con respecto a Zeus. El presente es del Dios, del tirano enceguecido por la venganza. Dispone de su eri~migo, lo encadena, lo humilla, lo veja con la voz de sus vasallos. Lo amenaza, y

cumple estrictamente sus amenazas. El activo Titán, está inmovilizado. El li­bertador, el salvador de los efímeros, el creador de una humanidad cuya marcha es una aproximación hacia los dioses mismos, una irrupción de la Tie­rra hacia el Olimpo, padece la peor de las condenas que pueda sobrevenir a

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EL MITO DE PROMETEO

una conciencia: ser interiormente li­bre, y ser exteriormente esclava. ¡Es lo más que 'puede una tiranía contra los hombres que no renuncian a ser h~m­bres !

10

EL MITO DE PROMETEO

II

EL mito ~e Prometeo nos s~mer· ge en un i·emotísimo pasado,

tan hondo y brumoso en los siglos, co­mo el mito de Adán, en la Biblia.

Es la trasmutación de la inocente

animalidad, tal como la ha procreado

la Tierra, en la humanidad, tal como

la han elaborado la audacia y la volun-.

tad de los hombres, al salta;· del ciego

instinto a la vidente inteligencia.

El proceso ha sido enorme. Organi­

zación geológica de los minerales. Equi­

librio y coo~eración entre el aire, el

fuego, la tierra y el agua. Emergimien-

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EL MITO DE PROMETEO

to y ordenación del mundo vegetal.

Germinación y distribución del reino

animal. Escala ascendente de la vida.

Imperio del instinto. Salto del hombre

posesionándose de la inte1igencia y

aplicándola al dominio del planeta y

al c1·ecimiento de sí mismo.

Esta última etapa, la más genial, la

más atrevida y temeraria de todas, es

la que podemos designar como la Eta­

pa-Prometeo. La separación entre todo

lo anterior al Titán y al hombre pro­meteano, es el hecho más grande, más trascendente, y hasta, si se quiere, más terrible en el desarrollo del proceso planetario. Antes, todo en hecho y na­da era sabido. Toda creación se encua­draba exclusivamente- en la voluntad

12

EL MITO DE PROMETEO

cósmica y en Ja fatalidad causal. Todo

acontecimiento y toda vida venían di­

rigidos y terminaban en sí mismos. No había esfinge, ni destino pensado ni

previsto, pues sólo la conciencia orea la esfinge y la interrogación. Las leyes naturales regían sin ser interpretadas

ni juzgadas. Si nos colocamos dentro de la religión y de l~s ,mitos helénicos,

y contemplamos el mundo, diremos que antes de Prometeo, el Titán-Hombre,

los dioses eran los únicos amos. Nada era rebelde a su gobierno, pues la re­beldía dimana de un acto consciente.

La irrupción del hombre a la concien­cia, he ahí el hecho prometeano en su más estricto sentido. Pero la concien­cia implica posesión de sí mismo, que

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EL MITO DE PROMETEO

es tanto como decir que el homh1·e se enfrenta al Dios, y dueño de- su ser,

elige y actúa según su propia elección.

Es dec!r, pues, que en medio de una Creación, donde todo obedece mecáni­camente, donde la causalidad cumple las leyes dentro de un determinismo

riguroso, o acaso bajo la voluntad de

los dioses, ahora existe un ser capaz del pensamiento. y capaz de posesionarse, gracias a él, de las claves de la Natu­

raleza o del secreto de las divinidades.

Si los dioses emanan y sostienen el mo­vimiento del Universo, si la actividad cósmica proviene de ellos, si sólo sus poderes están destinados a posesionarse del drama terrestre, entonces Prometeo y el hombre prometeano, aparecen an-

EL MITO DE PROMETEO

,

te el Olimpo como ladrones del enig­ma, que los envuelve, velándose a sí mismo, y pueden ser mirados como audaces y temibles, al hurtar tan sa­grados atributos.

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EL MITO DE PROMETEO

III

EruGIDA la conciencia sobre la ciega mecánica del instinto,

dueños los efímeros de su propio pen­samiento, miden, .con sus ojos profun­dos y celosos, los dones divinos y los dones humanos, y sienten el dolor del despojo, la miseria de sus días, su po­breza y sus limitaciones de simple

animal Y no se resignan. El privile­gio de los dioses es crear. El destino de los hombres, no crear.

Ellos son los amos, los hombres son los esclavos. E.s necesario irrumpir

hacia la creación, y apoderarse de las

claves secretas. Abrir entrañablemente

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EL MITO DE PROMETEO

la Naturaleza y leer en sus tinieblas.

He aquí el primer paso hacia la liber·

tad. Al desobedecer conscientemente

el orden pre-establecido, el hombre

avanza en su nuevo ser, y desaf~ndo a los dioses, comienza a crear su do­

minio sobre la Naturaleza, Ja oscura

hermética.

La razón enraizada en la conciencia

comienza a ser la gran separada. No

importa saber si es divina o terrestre,

y descendió de lo alto o a~cendió de lo

bajo. ¡Es! Es la sublime separada, tal vez la sublime dolorosa. Se afirma en sí misma, y desafía a toda luz que no sea la suya propia. Desarraiga al hom· bre. Lo independiza. Es un martirio, pero es también una dignidad. Está

il8

EL MITO DE PROMETEO

demasiado sola. Es un aislamiento, una I

soledad en medio de la solidaridad cós-

mica. Y al ser un pei·sonaje aislado,

único, capaz de sí mismo, pero a la

vez incompleto ante lo absoluto, su

sentido es trágico, y su drama es sa­

berse a sí misma en su terrible soledad, en su angustiosa separación.

Hasta que el hombre no llegó a la.

luz de la conciencia, no hubo dnma,

puesto que ningún ser significaba una

oposición. Ni el bien ni el mal se ha·

bían instalado en una frente apta para pensarlos. Pero Prometeo, el temerario taumaturgo, acaba de convertir la mo­rada del hombre en un inmenso esce: nario. El es el primer personaje. Desa­fiante, orgulloso, rebelde, henchido de

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EL MITO DE PROMETEO

humano amor, crea la lucha y la lleva

a la máxima tensión, sacrificándose

entero por el hombre. Ese riesgo an­

sioso, penetrando en el juego de los contrarios, ese erguimiento del titán­

homhre, esa arrogancia para no dete­

nerse en el proceso de sus conquistas,

subliman su ser y acendran su heroís­

mo, dándole ya el tono y el indomable

brío de su carácter. En su forma míti­

ca, ese descubrimiento del hombre por

sí mismo, esa superación de sus oscuros

siglos de esclavo frente a los dioses y bajo el yugo de la materia, está repre­sentado por una mínima y resplande­ciente chispa celeste que Prometeo hurta al cielo divino para incmstarla en la frente del hombre.

20

EL MITO DE PROMETEO

Los efímeros estaban sentenciados

al aniquilamiento por la violencia de

Zeus, que tras vencer al poder telúrico

, de los titanes y hundirlos en el Tár­

taro, tal' vez por un prudente presen­

timiento, determina la desaparición de

los hombres. Inermes ante las deida­

des, éstos no podrán resistir a quien

dispone del rayo y a quien acaba de

domar, con él, a las potencias desor­

denadas de la Naturaleza. Pero Pro­

meteo, el hermano sabio de esos mis­

mos hombres, hijo con ellos de la ma­_dre Tierra, intuye la intención del dios, y se apresta a la defensa de los efí. meros. Prometeo es el' hombre mismo que ha encontrado su genio. Robar el fuego, fue peµ.sarlo y crearlo. He ahí

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EL MITO DE PROMETEO

la clave y el arma. El fuego interior, es la idea. El fuego exterior, es la ac­ción. El primero, hace al hombre due­ño de sí mismo. El otro, lo convierte _en amo de la Naturaleza. El pensamiento

era sólo divino, tal la ventaja del Olim­

po. Suscitarlo en los hombres amena­zados por e} dios, para sobreponerse al dios mismo, era tanto como levantar sobre el hombre-animal, al homhre­

dios. El rayo del tirano fue contrape­

sado por el rayo del esclavo. La chispa prometeana se hizo dignida_d, concien­cia, rebeldía, bien y mal, placer y dolor sabidos, acción y drama meditados. ¿Cómo no irritar así a la orgullosa sen­e;ibilidad de los olímpicos? ¿Cómo una aceptación tranquila y complaciente de

22

EL MITO DE PROMETEO

aquella entrada sutil y honda en las claves del ser universal? ¿Cómo com­partir un secreto con los sojuzgados, sin que ello ~o importase un descenso de lo divino y una elevaci(ln de lo te- · rrestre?

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EL MITO DE PUOMETEO

VI

Z EUS, el dios implacable, que no se ha diferenciado aún de las

tuerzas cósmicas, aunque las supere, cuya voz es el trueno, cuya arma es el rayo, cuyo símbolo visible es el águila imperiosa, surge en este drama primiti­vo, que coincide con la aurora de la humanidad y que tiene como escena­

rios la Tierra toda y ~l vasto Ether, con un orgullo que es como una hipérbole gigantesca del futuro orgullo hu~ano, peca, como si se tratase de un ser limi­

tado, por exceso de egoísmo. Se diría

un dios que se está haciendo a sí mismo

todavía, y que no ha logrado su ple-

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EL MITO DE PROMETEO

nitud. Sufre el robo realizado por el hombre, como si éste no fuese una parte de su reino. Acaba de vencer a los titanes, y lo embriaga el humo de Ja victoria y la humillación del ene· migo. Todo debe obedecer a su man­dato, todo debe estrecharse en sus }í.

mites. Su ley no cede ante ninguna voluntad autónoma. Por es~ mismo, Prometeo, que antes fue su amigo y su aliado, ahora es su enemigo y su prisio­nero. Es necesario domeñar al rebelde que hizo estallar el círculo que ceñía el destino de los humanos. El acto, inte­ligente y libre del Titán, al entregar la sabia chispa creadora a los hombres, no es interpretado en su profundidad divina por los propios dioses. Los ha traspasado la sabiduría prometeana.

EL MITO DE PROMETEO

Incrustada en la frente del homh1·e

la luz espiritual, la conciencia se arroja

a la interpretación de cada hecho. Y

saber las causas es un privilegio exce­

sivo, y mucho más, manejarlas en pro­

vecho propio. Zeus, el animador, el

creador de los instantes llenos de rea­

lidad, tiene. ahora un testigo y un juez,

pues ningún acontecimiento puede ser

indiferente al bien y al mal. La con­

ciencia humana, erguida en el f~ir de

la acción cósmica, reflejando los he­chos e interp1·etándolos, es una potes­tad nueva. No ya una fue1·za ciega y abrupta como la de los titanes, apenas desprendidos del Caos y ciegamente rebeldes, ni una idea pura como la de las mentes divinas. El dios sabe sin pensar, es la sabiduría prerreflexiona·

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EL MITO DE PROMETEO

da. No necesita el doloroso esfuerzo de

la reflexión, ni oscila en ·difíciles tan·

teos. El dios ~s la actualidad perma­nente de la verdad en un pensamiento

. total que existe por sí mismo. El hom­

bre, en cambio, le roba la idea al dios,

extrayéndola ansiosamente del Univer­

so y de sí mismo, la conquista por gra­

dos, y mientras medita y sufre su pro­

pia meditación, padece su pecado, lo acrecienta, y desafía con él al gran si­

lencio divino. Su conciencia· es el es­pejo extendido entré la sombra y la luz. Y lo humano, por esa misma posi­ción intermedia, que es su virtud y su límite, al no ser ni el dios ni la materia, es el único verdadero testigo de la crea­ción, su juez, y por ello mismo, su con­ciencia.

28

EL MITO DE PROMETEO

V

Los mitos del bien y del mal, dan la medida de los hombres, en

cada estadio del tiempo. No importan los nombres.

Los rótulos son ~ircunstanciales,

el contenido esencial es lo eterno. Or-

muz y Arimán en el Avesta, Ravana e I

Indra en el Ramayana, Dios y Satán

en la vieja y en· la nueva Ley, todo

vale lo mismo cuando borramos las pa­

labras y sólo nos quedamos con esas

dos creaciones contrapuestas del hom­

bre, que acaso para concebirlas éste no

ha hecho más que tomarse a sí mismo

y proyectarse a Ja vez hacia la luz y

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EL MITO DE PROMETÉO

hacia Ja sombra, hasta el límite de sus

intuiciones. Donde terminan el bien y

el mal, allí el hombre mismo levanta sus dos creaciones supremas: Dios. y

Satán. A veces estas mismas palabras

incomodan. Participan demasiado del

mito, y son como murallas verbales que

denuncian nuestra propia relatividad.

Pei:o no olvidemos que ahora nos he­

mos hundido en la edad de los mitos,

y que tal vez no hayamos saJido todavía

de esa etapa.

El hombre prometeano aparece así en una difícil posición intermedia. No es la inocencia cósmica ni la omniscien­cia divina. Es más, y es menos. Tiene en su poder una sola chispa del fuego celeste, y esta chispa está sumergida en

30

\

'

EL MITó DE PROMETEO

su naturaleza animal, donde anidan, dentro de las cuevas de la carne, los fieros instintos. Es el caballo blanco y

el caballo negro que manejan la inte­ligencia y la voluntad humanas en el mito del Fedro de Platón, el Ariel y

el Calibán, en uno, que como desdo­blamiento del hombre aparecen en el mito shakespeareano, o como las dos etapas de fiera y ángel del Segismundo del drama calderoniano. El interior del hombre es un escenario donde la con­ciencia recibe la doble marea del bien y del mal, de la afirmación y de la negación, de la libertad y de la escla­vitud, del pensamiento y del instinto, del dios y de la bestia. Toda la historia del hombre radica en este drama de incontables alternativas. Prometeo es

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EL MITO DE . PROMETE'?

su creado1· y su profeta? y dentro del mito helénico, su primer sacrificado, y

en una etapa final, su primer triunfa.

dor, acaso.

. .

32

EL MITO DE fROMETEO

Vi EL MITO DE PROMETEO

¿ QUIEN encadena al Titán? La voluntad de Zeus.

¿Quiénes cumplen el mandato? Cratos y Bía, la fuerza y la violencia, y ade­más Hef estos, el poder irresistible del fuego uránico. Los tres son simples proyecciones de Zeus, son sus atribu­tos, desdoblados, que obran a modo de esclavos de un amo implacable .

El espectador contempla la escena, y de un salto del co1·azón, toma partido

por Prometeo, el sacrificado. ¿Pero es que el Titán, el sacrificado, el ser ínter-

' medio, el desprendido de la Tierra y el exilado del Cielo, no es el hombre mis­mo? Prometeo es inmortal. Lo es gra-

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EL MITO DE PROMETEO

cias a sí mismo. Se ha hecho inmortal

creando el encadenamiento de la con·

ciencia en el fluir del tiempo, atando

los años a la memoria, interpretando

los valores de cada presente que se

precipita en su drama, ahodando en la

causalidad que a1·ticula los hechos,

uniendo el presente al pasado y soñan­

do, con ambos, el porvenir. Su con­

ciencia se ha señoreado del tiempo. Ha

unido las generaciones muertas a cada

generación actual, y éstas, a las que

advendrán. Como hombre, como sim­ple individualidad, muere; como es­tirpe, como especie, tiene a su favor la inmortalidad y la procreación, más la acumulación de una herencia que se va acrecentando y que constituye el

34

/

EL MITO DE PROMETEO

vencimiento de la muerte. Se desliza por el devenir, y espfritualizándolo, in­tuye y prevé ese deslizamiento. En él se ejercita como actor consciente.• De­bajo de sus pies tiene la Tierra, el útil y la herramienta, para fecundar el tiempo. En lo alto de su mente, tiene el fuego y la luz interior, la simiente fecundadora. Discieme. Elige las alter­nativas. Obra en pensamiento. Se des­liga de la causalidad física, y la dirige como un semidiós. Tiene un sí y un no por acto y poder espiritual. Medita, calcula, sutiliza los posibles y los impo­sibles. Bien y mal lo tientan. Entre ambos, coloca su libertad. La tiranía primaria ha desaparecido. Los dioses lo . celan. Ha ido demasiado lejos. El dolor baja a la Tierra y encadena a la

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EL MITO DE PROMETEO

conciencia. Tal vez el hombre, con su

audacia, apresuró su propia evolución.

Tal vez sea ésta su falta fundamental.

Rompió la obediencia, y asaltó el Olim·

po. Y ese mismo Olimpo lo engrilla

por los deseos insensatos que hace su·

bir desde el espesor de la Tierra. Pero

esa misma angustia crea la solidaridad.

Por e¿o mis~o el hombre se compren·

de más por el dolor que por la dicha.

Por eso también, cuando Cratos y Bía

y Hef estos encadenan a Prometeo en

la escena ateniense, los hombres todos saltan sobre las deidades para abrazar al Titán, al humillado, al sufriente. En ese instante ha nacido el amor, la más grande f~erza humana positiva. Las Oceánidas que acuden y se conmueven

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r

EL MITO DE PROMETEO

ante el salvador de la especie humana, no son en realidad las ninfas de los manantiales y los ríos, son los espec­tadores mismos, lo humano puro en sublime catarsis que acaba de ser redi­mido, y que al fuego del pensamiento arroja el fuego del corazón.

¡Inteligencia y amor! La hum~nidad entera, en lo más noble, en lo más he-

' llo y en lo más conmovido de sus atri­butos, estremece ahora la escena donde el cuerpo del Prometeo padece el sar­casmo y la violencia de la tiranía.

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1

o

EL MITO DE PROMETEO

VII

RESUENAN ásperos los martillos y los eslabones en las rocas.

El cuerpo de Prometeo va quedando adherido a l~ solitaria montaña de Es­citia. Cratos, vengativo y cmel, dialoga con Hefestos, compasivo y solidario, pero abediente al amo. Son dos estilos de una misma esclavitud. Uno, se com­place en la venganza, la destila en hiel hablada, i·encoroso en sus palabras. El otro, padece la afrenta cobarde de cum­plir una orden que su alma, repugna­da, la repudia. Los dos contrastan en­tre sí, pero sobre todo contrastan con Prometeo.

Mientras los verdugos hablan entre·

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EL MITO DE PROMETEO

'

mezclando los martillazos a las pala­

bras, el Titanida calla desde la infinita

soledad de su heroísmo. Es el gran si­

lencio de Prometeo. Desp1·ecia a sus

verdugos. No son almas, son herra­

mientas del tirano; No valen más como

seres que el rudo martillo y la anillada

cadena. Decir es siempre, o debe ser­

lo, en acto de sinceridad, revelarse a sí mismo. Pero callar, a veces, es la su­prema expresión. La cólera y el dolor de Prometeo, estallarán después en los oídos del Cosmos, cuando los es· clavos del tirano dejen de humillarlo con su ciego sometimiento y su cínica presencia.

¿A quién invocará el liberador de 101:1 hombres? Escuchémoslo, imaginán-

40

EL MITO DE PROMETEO

dolo tenso en sí mismo, en medio de

un silencio universal, no más grande,

solemne y sublime que ese mismo si­

lencio que quebrará en sus labios con los aletazos de su voz, libre y caliente:

· "¡Oh divino éther, y alígeras auras,

y fuentes de los i·íos, y perpetua risa

de las marinas ondas ; y tierra madre

común, y tú, ojo del sol omnividente; yo os invoco. Vedme cual padezco, dios como soy, por obra de los dioses. Con­templad cargado de qué oprobios lu­charé por espacio de años infinito. Tal cadena tuvo para mí el nuevo rey de los felices".

Es impresionante escuchar esa des­nuda voz que arroja su coraje y su pro­testa desde la Ti~rra profunda al levan·

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EL M1To DE PnoMETEO

tado Éther. Ha despojado de dioses a la ' Creación, y ha convertido el Cosmos entero en testigo de la injusticia divi­na. Uniendo las partes en un solo oído, crea la Unidad atenta en un solo ser, y a ella le habla como si ese dios entre­visto, inmanente en el Universo, total en una concepción panteísta, fuera concebido como una futura ve1·dad del hombre y como superando la fragmen­tada divinización de los mitos griegos. Estamos dentro de la misma atrevida concepción de Píndá'ro, cuando, des­plazándose de las mismas divinidades que canta, en un rapto de genialidad, se pregunta y se contesta: "¿Qué es aquello que es Dios? Aquello que es el todo". Es que Prometeo, en la expe­.riencia de su ser ha depurado su pro-

42

J

· ¡

/

EL MITO DE PROMETEO

pia fe y ha intuído, perfeccionando el orden cósmico, un poder único, supe­rior a las voluntades divinas que lo condenan a la soledad y al dolor. Y más tarde, cuando Zeus centuplique el suplicio, recurrirá a la misma presen­

cia del ser universal. En esa forma Prometeo ha apelado ante un juez más alto y poderoso que sus propios jue­ces. En esa apelación desesperada se

percibe el regusto audaz de quien su­

pera al tirano con la majestad y la va­

lidez de una ley superior y perfecta.

Prometeo está ahora en la .frente del propio Esquilo, infuso en su pensa­

miento, actuante en su creación. Lo ha levantado de la roca y lo ha corrido por los siglos para que su pensamiento

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EL MITO DE PROMETEO

sea contemporáneo al de la Atenas que lo contempla en el escenario de la tra- '

gedia. El Zeus primitivo, el Zeus ven­gador y tirano, ha desaparecido. La ley de Atenas es la más libre ley de

, Grecia, después de las reformas de So· Ión y Clístenes. El fuego prometeano ha creadd al hombre prometeano, y la luz que inadia es la libertad de cada conciencia. Pensar libremente es una virtud, y no un delito. La asamblea

tiC?ne tantas voces como hombres. El poder ha escapado de los puños de la fuerza, y se ejerce desde la equidad de la ley. La razón y la idea, al combatir a su vez con l~ idea, es batalladora; sí, ejerce su misión en el ágora, no tiene más arcp que la persuasión, ni máij

.(

I

EL MITO DE PROMETEO

saeta que la verdad. De esa actitud po· lémica, que ejercita las mentes y las depura en Ja lógica, dimana el respeto sagrado a la ley, que es más grande que cada hombre, porque es la suma d~ todos esencializada, y se afirma en el arquetipo de la justicia, hacia la cual tiende, en su perpetua catarsis, toda sociedad que levanta el derecho sobre la soberbia y el engreimiento del dés­pota.

I

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1 EL MITO DE PROMETEO

VIII

prometeano, pues, no es la calma lograda para siempre,

no es la ley rígida en un dogma que rehuye . la polémica para mantenerse estéril y fuera de un perpetuo devenir, como asegurándose en una perfección paralizante.

Tras de variados ensayos, por ejemplo, termina en una concepción

democrática en el orden político, pero

no elude jamás el porvenir y la conti­

nuidad del desenvolvimiento, no inte­

rrumpe la aspiración a lo mejor, estẠtoda abierta hacia la esperanza acumu­lando nuev_as experiencias que pl'Ovie­nen de la lucha eterna de los contrarios

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EL . MITO DE PROMETEO

EL MITO DE PROMETEO

y de la irradiación de las trasmutacio­

nes. Esa es su salud. El dinamismo, el

impulso ascensional. El Zeus primario

incubaba los déspotas e imponía la es­clavitud y el sometimiento. El Zeus nuevo, crea hombres dueños de sí mis­mos, y por ello, cada uno de esos hom­bres es un obstáculo para la tiranía.

Prometeo se define, pues, a sí mis­mo, como acción y reacción. En el es­

tilo del océano, se expande o se contrae en eterno flujo y reflujo. Es dinámico en todo sentido. Si detiene su paso, es porque se concentra para afirmarse en su conciencia antes de aventurar nue­vamente su pie. Dentro y fuera, su ser es lucha. Rompe lo hecho, porque su pensamiento ha ido ya más lejos y su

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EL MITO DE PROMETEO

destino es avanzar libremente, lleván­

dose entero detrás de sus ideas. No te­

me el pasado. Va a veces hacia él, por­

que en él acumuló sus propias expe­

riencias, pero ese mismo pasado lo pro­yecta hacia el futuro, porque el don más grande que ha otorgádo a los hom­

bres, es la esperanza. Su palanca es la desconformidad, germen del ideal, y su

punto de apoyo es el pensamiento. Su voluntad gravita sobre el entusiasmo.

Vive y vibra e~ eterna emulación. Su razón de ser es la libertad integral, y educa en ella a sus hermanos, porque lo prometeano es una pugna perenne. El tiempo vale en él a modo de puente entre el pasado, que es su historia, y

el porvenir, que es su justificación y

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EL MITO DE PROMETEO

su sueño, y el germen d.e una historia no vivida todavía. Hasta cuando i·etro­

cedef avanza. Necesita ejemplos, mate­

riales, justificaciones. Los arranca de

lo que ya fue para !mpulsarse a sí mis­

mo hacia lo que será, que él intuye con

su virtud adivinatoria. Su apetencia, ante su actividad fatal, es devoradora. Lo consume todo, hermanándose al fuego. Es el hambre de se1· que necesita ~Íimentarse en los manantiales del

tiempo. No le hasta ni le confor~a el advenimiento del presente efímero, porque esa conducta implicaría el ani­quilamiento de su libre intervención. Roba la llama de los dioses, porque se siente capacitado para sustentarla siem­pre y sin retardo alguno. Atento al

50

EL MITO DE PROMETEO

acontecer incesante, Argos de mil ojos,

espera, no en las quietas márgenes de

la vida, sino en su torrente mismo. Es

la anticipación pensada sobre el azar

arbitrario y caprichoso, o sobre la dog­

mática rigidez de toda ley. Organiza

en acción. No espera el futuro, lo asal­ta y lo apresura de nuevo. Sabe profun­damente su limitación, pero cuenta con la avizorada perspectiva del infinito. No puede resignarse jamás. Cuando lo pierde todo, se crece en su dolor, y.

pulsa de nuevo sus fuerzas. Por eso, su fondo es tt·ágico, pero afirmativamente trágico, pues le está impedida la re­nuncia y el ciego acatamiento. Igual entre iguales, libre entre libres, lucha­dor entre luchadores, erige la tentación

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EL MITO DE PROMETEO

de la discordia para evitar el morte­

cino hastío y la podredumbre del es­

tancamiento.

Cuando ya lo vemos encadenado en

la tragedia de Esquilo, y el coro de las oceánidas, rodeándolo, le interroga so­bre el origen del castigo que padece, Prometeo nos instruye de sn actividad y de su obra. En la guerra entre·Zens y los titanes, se decide por la potencia ordenadora, por la inteligencia supe-

• rior contra el ciego huracán de las energías ·indisciplinadas. Pero cuando

el dios vence gracias a Ja astucia de su aliado terrestre, y determina enton­ces extirpar el linaje de los hombres y promover una nueva estirpe, Prome­teo, que ha previsto ya el alto destino

52

EL MITo DE PROMETEo·

en la semidormida capacidad de sus

hermanos, rompe interiormente el pac­to con el pritaneo del Olimpo, herido

por su injusticia. La discordia, Eris, generadora de las más ardientes lu­

chas, se interpone entre ambos. Pro­meteo no elude el com~ate. Lo prevé y lo acepta, aunque sabe los tremendos poderes de que dispone su despótico enemigo. Humeaba aun sobre el pla­neta el rayo con que sojuzgara a los titanes.

Clavado en su roca, exclama el titán: "Por esto me veo ahora abrumado con tan fieros tormentos, dolorosos de su­frir, lastimosos de ver. Movime a pie­

dad de los hombres, y no soy tenido por digno de ella, mas tratado sin mi-

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EL MITO DE PROMETEO

sericordia" . Con esas palabras enuncia su amor a los hombres, la inteligencia con que pudo desbaratar el propósito de Zeus, la voluntad inmediata con que movió la acción tras la idea, por encima de todo egoísmo y de todo te­mor, y aun le escuchamos estas pala­bras con que cierra su discurso y en las que surge como juez de su juez y como verdugo moral de su verdugo físico : "Espectáculo ignominioso para Zeus".

54

.EL MITO DE PROMETEO

IX

Es impresionante pensar que el primer capítulo de la historia

humana que concibe la mitología grie­ga, sea, tan luego, el de la lucha de un espíritu libre y rebelde contra un despotismo totalitario, 01·gulloso y cruel. Y es mucho más impresionante todavía pensar, que no obstante la lec­ción de Prometeo, y a pesar de los si­glos de civilización que ha vivida la humanidad, la Tierra nos enseña aun el vergonzoso cuadro de tantas tiranías y de tantos hombres encadenados por la impúdica depravación de los déspo­tas, o por legislaciones que mutilan la personalidad en forma no menos opro-

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EL MITO DE PROMETEO

biosa que la rigidez del instinto en la era preprometeana.

Y es que en la eterna dispari­dad de las cosas, de los hechos, de los impulsos, frente al poder de pro· gresión surge mil veces el poder de regresión, es decir, la allernancia de aquellos pares de opuestos de los que Heráclito, el más trágico de los filó­sofos griegos, hacía emanar el devenir, dentro de su concepto dumático del Universo. Por eso el pensador de Efe. so, frente a aquel verso que pone Ho­mero en boca de Aquiles, ante la muer­te de su amigo Patroclo: "perezca la discordia, odiada por los hombres y

los dioses", el agónico filósofo, que no concibe el ser como ser sino como cambio y trasmutación, advie1·te al

56

Er, MzTo DE PROMETEO •

homh1·e sobre el peligro de esa ense­

ñanza del poeta, y, como espíritu pro­

meteano, considera que el cantor de

la Ilíada, estaba rogando por la des­trucción del universo, por cuanto si la plegaria de Aquiles fuese oída y

realizada, perecerían todas las cosas. Heráclito, valiente y temerario ante el drama cósmico, añade aun· que lo

opuesto es lo que nos conviene a todos. , Con la misma resolución con que Pro­

meteo sube al hombre desde la ani­malidad a la inteligencia y a un des­tino creador, esa ansiedad dinámica que germina en la desconformidad del hombre despoj~do, se afirma en Herá­clito, el eterno joven de la filosofía helena, cuando predica que debemos

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EL MITO DE PROMETEO

' saber que la lucha es común a todos,

que la lucha es justicia, y que todas

las cosas nacen y mueren por la lucha.

¿No es esto penetrar en un tremen· do destino de lucha, de esfuerzo, de

sacrificio, no es la irrupción inteli­

gente del hombre en la Naturaleza y en su propia vida? El salto prome­teano del animal al hombre, del ins­tinto a la conciencia, de la ciega resig­nación de un orden cerrado, al lumi­

noso esfuerzo, implica una guerra eterna. Cuando la sabiduría antigua afirmaba que la Naturaleza se com·

place en ocultarse, nos hace ver cuá~to silencio hay en sus entrañas y qué os­cm·o es el tejido de la infinita Esfinge. Pero el hombre prometeano busca ar-

58

EL MITO DE PROMETEO

dientemente las claves que abren esa

oscuridad, y aplica el oído en lo más recóndito para recibir el mensaje, sólo escuchado por los dioses. Y cuando

capta ese mensaje, cuando ha comen­zado a vulnerar el secreto, intenta to­dos los caminos de la acción para lle­

var hacia esos mismos dioses egoístas las condiciones de su vida y las ·esen­cias de su propio ser. ¿No es un com­bate también, acaso, ese ahin~amiento de la sed ante los límites que nos im­pone el misterio, y esa conquista de la

verdad activa, humana palanca que tras mil ensayos, va levantando el ni­vel del hombre y el nivel de las socie-

- dades? ¿No es lo más grande del hom­bre mismo el don de la esperanza que

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EL MITO DE PROMETEO

le otorga P1·ometeo? ¿Qué aguarda la

r9ca en su rígida inmovilidad? ¿Qué

aguarda la ola que se i·epite siempre

igual en las vibrantes llan-µras del

océano? ¿Qué aguarda el águila que

va desde el huevo vital a la mortal ce­

niza, sin cambiar uno sólo de sus im­

pulsos? ¿Qué aguarda el árbol en cu­

ya semilla sólo deja la exacta copia

de sí mismo? La· roca, la ola, el águila,

el árbol, son destinos acabados. Nada esperan. Ningún Prometeo les ha in­crustado la chispa celeste. Subsisten mecanizados. Son la Natu,raleza que no se ha desprendido de sí misma. En tanto, el hombre es el gran separado.

Su conciencia, la chispa de Prometeo, es el ojo infinito que recoge la ima-

60

\

EL MITO DE PROMETEO

gen del cosmos, y la abre para beberle el zumo revelador de sus entrañas. Y por eso necesita ser libre, ser prome­teanamente libre, porque al conver­tirse en el gran separado, creó en sí mismo la conciencia de su individua· lidad. La medida de toda cultura la d.a esa significación de lo humano. No hay humanidad verdadera sin liber­tad verdadera.

/

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...

EL MITO l>E PROMETEO

X

ES Prometeo, liberándose de Zeus y desgarrándose de la Tierra,

quien germina las civilizaciones y sus culturas.

Puso en las manos el esplendor del fuego para que, trabajando con

esa herramienta prodigiosa, cultiven

los hombres todas las artes. Les ense­

ñó a ver lo que veían y a oír lo que ,

oían, colocándoles la inteligencia de­

trás de los ojos y los oídos. Los hizo

arquitectos, navegantes, y subterráneos

mineros. Les trasmitió el don prof é­

tico para que pudiesen prever los

acontecimientos futuros. Los instruyó

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EL MITO DE PROMETEO

en el bronce, en el hierro y en el oro.

Convir tió el aliento en palabra y la

palabra en cavidad del pensamiento,

del color, y de la música. Hizo de las

líneas signos para que el pasado que­

dase escrito en el presente. Les descu~

brió la conciencia, los adoctrinó en el

bien y en el mal, y les fecundó el an­

helo de la perfección, arrojándolos

por caminos iluminados por la misma

luz que fulgura en el cielo.

En esa potencia temeraria radica su

crimen y en ella se origina su castigo. Mas a Prometeo no lo amedrenta ni intimida castigo alguno. El dolor de las cuñas y las sangrientas cadenas, lo ex­citan en su coraje y en su desafío al tirano, que le veda el goce de su li-

64

EL l\iiTo DE PRoMETEO

bertad y el ímpetu de sus fecundos tra­bajos. En su palabra, como en su pen­samiento, es libre. No hay prisión completa para un ser dé su temple. Centuplica su censura. Quema su bo­ca con el sarcasmo y con la blasfemia. Sabe, como Titán, lo que el mismo dios ignora como dios. El encadenado encadena al encadenador. Lector pro­digioso del destino, ha contemplado entre los dedos de las Parcas que tra­man la tela de los seres en los inmen­sos telares del tiempo, el hecho pro­fundo que lo hace más grnnde que al déspota de todos: la Fatalidad. En efec­to, él sabe que un día Zeus celebrará tales bodas que de ellas le nacerá un hijo :rp.ás fuerte que él. Y ese hijo lo despojará del cetro sublime del Olim-

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EL MITO DE PROMETEO

po. ¿Acaso no han caído ya oti·os amos,

no menos poderosos y despóticos que

Zeus?

El secreto de Prometeo va acrecen­tando la tensión del drama. No hay más movimiento exterior que el de los

personajes que llegan, dialogan y se retiran. Pero el secreto es el actor oculto. Salta de la Tierra al Olimpo.

Es invisible, es intangible, pero vuela hasta Zeus, destroza el escudo de su

orgullo, quebranta la prepotencia del déspota, martiriza su soberbia y ata su arrogancia al Titán, atado a su. vez a la roca por sus verdugos. ;No hay paz en las entrañas de ninguna tiranía. La f1,1erza sola, sin la justicia y sin la li­bertad, sufre la afrenta y el suplicio

66

EL MITO DE PROMETEO

de sus Ciegas inseguridades. La sutil inteligencia puede siempre más, en la extensión del tiempo, que la ruda fir. meza donde se cree seguro el. tirano. El pensamiento libre lo sentencia. Es vana la pretensión de ahogarlo. Es el vengador inevitable de quien pretende esclavizarlo. Sus mensajes sutiles vue­

lan con las alas impalpables del espí­ritu, y la saeta que oculta destroza la grosera dicha del déspota. Ese secre­

to, esa flor divina y humana de la con­

ciencia, es eterno. Detrás de cada

mandón está siempre el Prometeo que

lo intuye. Donde no hay libertad, no

hay cimiento. O Zeus liberta a Prome­

teo, o las cadenas de Prometeo serán

las de Zeus.

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EI. MITO DE PROMETEO

XI

H~rmes, el obediente, en humillante descenso. Es el

· Olimpo arrojado a los pies de la vícti­ma, aunque el dios mensajero hable, imperioso.

El secreto ha doblado la espalda del dios. El prepotente envía su emisario al encadenado. Nada más terrible que esa escena. Nunca un choque más tre­mendo de dos almas y de dos volunta­des. ¡Es todo Esquilo! . . . El ministro del tirano es insultante y conminato­rio. Prometeo lo atraviesa de saetas y lo quema entero en su fuego venga­dor. El esbirro amenaza con la cobarde valentía que le presta el amo. Pero

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EL MITO DE PROMETEO

dueño único del secreto, en desga­

rrante tensión, Prometeo, dios de 'los

destinos en ese itiptante supremo, es

más grande y más trágico que el Dios

del Olimpo. Esclavo, no hablará; li·

bre, sí, tal el único dogma del Titán.

Esa igualdad no es compre~dida por el servilismo de Hermes. ¡Cuánta se­

auridad en las claves de la sabiduría

~e Prometeo, qué confianza viril oo

el monte de su voluntad, qué hondo,

qué impenetrable refugio el de su li­bertad interior, qué invencible Pften­cia la de su conciencia rebosante de la . fe en su destino 1 Cuando lo humi­llan, humilla ; cuando Hermes lo sa-

" . t cude en su desgrada, ten por c1er o, le dice, que no troca1·ía yo mi desdi-

70

EL j MITO DE PROMETEO

cha por tu servil oficio; que juzgo por

mejor servir a esta roca que no ser

dócil mensajero de Zeus, tu pad1·e. Así

es razón que con ultrajes se responda

al que nos ultraja" . Prometeo lo sa­

be. Caerá el rayo, se crispará el hu­

racán, tronará la nube, se rajará la tie­rra, lo tragará el negro Tártaro. Al vol­

ver de nu.evo a la luz, lo morderán

el sol y el frío de la noche en la cum­

bre caucásica. Mas él callará siempre y sólo hablará cuando sea libertado.

Sabe más que el enceguecido Zeus.

Sabe que la justicia, aunque tardía, ha de llegar. Y siempre llega. Y que siem­pre también toda tiranía es tragada por su propia violencia. Su misma du-

1 reza, su misma opacidad, su obtusa ce-

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..

EL MITO DE PROMETEO

guera, la i-ompen. Sólo en la flexible modulación de la libertad, en ese apa· rente río movible de la lucha eterna de las ideas, la nave va segura.

72

rl

EL :MITO DE PROMETEO

( XII

TE invoco, sublime Titán, alto maestro del hombre, herma­

no mío én lo mejor de mi ser2 viejo ¡ altivo compañero de ruta del hombre, creador innume1·ahle en el templo cós-mico de la Tierra. Te invoco en tu he­roísmo, desde las entrañas de América, para que nos asistas en esta hora -de conmoción y lucha, en que las fuerzas negad.oras extienden su negro oleaje sohr~ las ciudades y los campos. Ilu­mina de nuevo a los hombres ahora, cuando en todas las conciencias de-

, rrotadas, tu llama palidece. Afírma­nos. Danos un nuevo coraje. Los tira­nos vuelven, con menos grandeza que Zeus, pero con más cínica insolencia.

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EL MITO DE PROMETEO

Por muchas partes la Tierra está man­

chada. ¿Es que la regresión ha comen­

zado? Y a los mutilados se cuentan por

millones. Tráélios la divina discordia

y ponte al frente de tus adeptos. Fuis­te siempre el salvador. Vuelve a serlo.

No te retardes. Si fuiste el profeta de la esperanza, tu nuevo patria no pue­de ser otra que América. Siémbrat~ en chispas, infúndete en entusiasmo, una

nueva era te aguarda. Todas las nue·

vas almas prometeanas esperamos

aquel secreto tuyo que pone en movi­

miento a la libertad. No hasta acumu­

lar riquezas, levantar grandes ciuda­des, erigir edificios magníficos, crear industrias sobre industrias, abrir ca­minos sobre las llanuras y las monta-

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EL MITO DE PROMETEO

ñas, sembrar el trigo que fructifica en

doradas cosechas, martillar en los asti­

lleros los barcos que unirán las más

lejanas tierras. ¡No! Eso no es más

que la materia estructur~da, el cuer­

po vigoroso y necesario a toda civili­

zación,. pero es sólo el cuerpo. Mas,

¿qué vale un cuerpo enorme y pode­roso si adentro de ese templo no hay un alma? ¡Oh, Prometeo, para que esa

alma se encarne en América, es nece­sario crear en ella otra vez tu hom­bre, es necesario encenderlo ·en el sen­tido de tu propia historia sobre el pla­neta, antes de que el planeta se aver­güence de sus hijos.

Ejemplaricemos, purifiquemos, ele­vemos nuestras democracias, y restitu-

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EL MITO DE PROMETEO

yamos sus leyes allí donde han sido

arrasadas.

Acaso el nuevo representante de la

humanidad, ese dios-hombre que ha

de ocupar el nuevo templo, existe ya,

·y sólo espera una mirada genial que

penetre en las entrañas del alma, para

revelarlo. Acaso cada uno de nosotros,

tengamos, en lo más profundo de la vida, la presencia de ese hombre que

llenará los siglos futuros de . América,

y que dé un nuevo acento a la vieja e infatigable Tierra. Acaso lo quere· mos construir, y él ya está completo en las potencias y esencias de nuestros seres. ¿No será la hora de romper los gastados moldes y decir, gloriosamente: Todo se ha acabado y todo comienza?

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EL MITO DE PROMETEO

Es necesario morir y nacer de nuestra propia muerte. Es necesario exclamar con valentía: Rotas están las tablas de las antiguas leyes. He construído un nuevo navío para llevar en él, el des· tino de la hu~anidad y he puesto por proa tu propio corazón, Prometeo !

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EL MITO DE PROMETEO

XIII

UENTRAS escribo estas líneas miro hacia el Oeste. Cae al

mar un sol magnífico, en un ocaso de encendidas púrpuras. Los instantes co-1-ren como si siguieran al astro. Poco a poco, por delicados desmayos, pali­dece el rojo trágico. El disco sangriento ha desaparecido. La sombra inmensa se levanta sobre su muerte, y en el or­gullo de su victoria, arden las estrellas, como ideas inmortales. La tierra, fe. cunda, duerme.

Un silencio inmenso pesa sobre las ciudades y los campos. ¿Lloraremos por la luz perdida? ¡No! Porque ha­cia Oriente, muy pronto, el arquero

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EL MITO DE PROMETEO

de la mañana rasgará las tinieblas, y

la luz irrumpirá de nuevo, espléndida y gloriosa, y sobre su nave de fuego, impulsado por el viento de la eterni­dad, el astro de los días, como la fren­te de un dios, volará por los caminos celestes, y la oscura tierra vestirá de nuevo la túnica de la esperanza.

La vida es fuerte, es trágica, es enorme. Esperémosla siempre para realizarnos en ella, para que el bien, la belleza, y la verdad y la justicia, sea~ algo más que sueños admirables!

Hagamos el escudo de América:

¡Un disco de luz, y un hombre libre abriendo el futuro con la llama de Prometeo entre sus puños!

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ESTA CONFERENCIA DICTADA

POR EL POETA CARLOS SABAT

ERCASTI, EN EL ATENEO DE

MONTEVIDEO EN 1969, FUE

EDITADA POR LA LISTA "U~IDAD ATENE I STA Y ACC I ON DEMO­

CRATICA" Y UN GRUPO DE

INTEGRANTES DEL "MOVIMIEN­TO NACIONAL PARA LA DEFENSA DE LA LIBERTAD"

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lmpri. tnió ClilESA Hnos. Yaguar6n !1060 1'eléfono 2 98 31

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OBRAS PUBLICADAS

POR EL AUTOR

1941 Artemisa (Poemas) 1944 El Espíritu de la Democra-

cia 1944 Romance d e la Soledad 1945 Himno Universal a R oosevelt 1946 Himno a Artigas 1947 Las sombras diáfanas (So­

n etos) !947 Poemas del H ombre:

Libro de la Ensoñación 1947 Oda a Eduard o Fabini 1948 Retratos del Fu<;go:

Antonio de Castro Alves 1943 Poemas del Hombre:

Libro de Eva Inmortal 19~ll Unidad y dualidad d e l sueño

y de la vida en la obra de Cervantes

1943 Lib ro de los Cánticos: Cántico de la presencia

W52 P rometeo (Poem a Dramáti­co)

1053 Poemas del Hombre: L ibro de José Martí

1953 R etratos d el Fuego: María Eugenia Vaz Fe­rrelra

1957 El Charrúa Veinte T oros 1958 Sonetos chilenos 1958 P oemas del H ombre :

Libro de los Mensaj es 1958 Sonetos ecuatorianos 1958 Retratos del f uego :

Car los Vaz Ferrelra 1959 El Mito de Prometeo 1959 Lucero, el caballo loco

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