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12 DE OCTUBRE
Hoy es un día triste para los primeros pueblos. La única conmemoración posible es su marcha
hacia el olvido y la extinción, las leyendas, los sueños, los mitos, los hombres y mujeres del
extenso territorio del Abya Yala habrían de diluirse irremediablemente en la brutalidad de la
conquista hispánica. Una sistemática y exitosa empresa de exterminio imposible de redimensionar
en sus justas proporciones a la luz de las conceptualizaciones modernas, sobre la justicia y la
verdad. Lo que nuestros ancestros le hicieron a los otros ancestros necesita un ritual de perdón
como el ho-oponopono donde se expresa aquel sentimiento de invocar el “lo siento”
“perdóname””gracias” y “te amo”; para tratar de subsanar en niveles más profundos de la
consciencia las memorias históricas fragmentadas y enfermas que nos acosan.
Si bien nuestros ancestros en el frenesí de la sangre y el despojo consolidaron para nosotros su
visión eurocentrista, su lengua y patológica cultura; esta tierra sorprendente de altas montañas y
selvas húmedas pertenece a un mito antiguo que reclama nuestras almas; que otra cosa puede
explicar nuestra infinita fascinación por el universo indio que sedujo nuestros abuelos con el brillo
de su oro, la sexualidad y la gracia de sus mujeres y hasta el día de hoy en sus inagotables relatos
legendarios de mágicos encantamientos.
Indisolublemente unidos a la tierra, los habitantes no indios deberíamos reconocer e incluir los
descendientes de los primeros pueblos y ellos a su vez abandonar la pretensión tribal de exclusión
que parece animar sus expresiones sociales de protesta. Obligados a coexistir en el mismo
territorio más allá de las causas del origen tenemos que buscar una construcción social favorable
para que los sueños y la felicidad de todos sean posibles. A todos nos ha tocado experimentar la
exclusión de las estructuras del poder que legó la vieja España y que de alguna manera al
permanecer prácticamente con cambios superficiales hasta la fecha, carecen de la capacidad de
integrar la humanidad del hombre colombiano dispersa a lo largo de la extensa y diversa
geografía, sus climas y subculturas tan marcadamente diferentes.
No soy indio pero tampoco soy europeo, mi identidad y mi construcción consensual admiten tanto
el fervor religioso como la magia y la brujería prehispánica, soy tanto hijo del conquistador que me
dejo la armonía de su lengua como de la madre india conquistada que guardo en su corazón la luz
del horizonte ancestral; en la vivencia de sus leyendas aun corriendo de boca en boca por nuestros
pueblos, caminos y trochas campesinas. Que el sincretismo oculto de los antiguos dioses no pinte
nuestra cara de rojo con los signos del ritual, no quiere decir que bajo ella deje de subyacer la
ternura de la madre tierra que también nos reconoce como suyos. Hoy en lengua ancestral y en
lengua hispánica vamos a entonar nuestras canciones, sonaran nuestros tambores y se agitaran
nuestros sonajeros, a la sentida memoria de todos los ancestros; será un canto de perdón y será
un canto de amor bajo el cielo sagrado que nos ha visto nacer y bajo este sol divino que nos
conforta y alimenta a todo lo largo y ancho del legendario territorio del Abya Yala.