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  • eda rigurosamente prohibida, sin la autorizacin escrita de los titulares del copyright, bajo las sanciones establecidas por las leyes, la reproduccin total o parcial de esta obra por cualquier medio o proce-dimiento, comprendidos la fotocopia y el tratamiento informtico.

    1816, John William Polidori 2013, Elaleph.com S.R.L.

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    Sucedi en medio de las disipaciones de un duro invierno en Londres. Apareci en diversas fi estas de los personajes ms importantes de la vida nocturna y diurna de la capital inglesa, un noble ms notable por sus peculiaridades que por su rango. Miraba a su alrededor como si no participara de las diversiones generales. Aparentemente, slo atraan su atencin las risas de los dems, como si pudiera acallar-las a su voluntad y amedrentar aquellos pechos donde rei-naba la alegra y la despreocupacin. Los que experimen-taban esta sensacin de temor no saban explicar cul era su causa. Algunos la atribuan a la mirada gris y fi ja, que penetraba hasta lo ms hondo de una conciencia, hasta lo ms profundo de un corazn. Aunque lo cierto era que la mirada slo recaa sobre una mejilla con un rayo de plomo que pesaba sobre la piel que no lograba atravesar.

    Sus rarezas provocaban una serie de invitaciones a las principales mansiones de la capital. Todos deseaban verlo, y quienes se hallaban acostumbrados a la excitacin violenta, y experimentaban el peso del ennui, estaban sumamente contentos de tener algo ante ellos capaz de atraer su aten-cin de manera intensa. A pesar del matiz mortal de su sem-blante, que jams se coloreaba con un tinte rosado ni por

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    modestia ni por la fuerte emocin de la pasin, pese a que sus facciones y su perfi l fuesen bellos, muchas damas que andaban siempre en busca de notoriedad trataban de con-quistar sus atenciones y conseguir al menos algunas seales de afecto. Lady Mercer, que haba sido la burla de todos los monstruos arrastrados a sus aposentos particulares despus de su casamiento, se interpuso en su paso, e hizo cuanto pudo para llamar su atencin pero en vano. Cuando la joven se hallaba ante l, aunque los ojos del misterioso per-sonaje parecan fi jos en ella, no parecan darse cuenta de su presencia. Incluso su imprudencia pareca pasar desaperci-bida a los ojos del caballero, por lo que, cansada de su fra-caso, abandon la lucha.

    Mas aunque las vulgares adlteras no lograron infl uir en la direccin de aquella mirada, el noble no era indiferente al bello sexo, si bien era tal la cautela con que se diriga tanto a la esposa virtuosa como a la hija inocente, que muy pocos saban que hablase tambin con las mujeres. Sin embargo, pronto se gan la fama de poseer una lengua meritoria. Y bien fuese porque la misma superaba al temor que inspiraba aquel carcter tan singular, o porque las damas se quedaron perturbadas ante su aparente odio del vicio, el caballero no tard en contar con admiradoras tanto entre las mujeres que se ufanaban de su sexo junto con sus virtudes domsticas, como entre las que las manchaban con sus vicios.

    Por la misma poca, lleg a Londres un joven llamado Aubrey. Era hurfano, con una sola hermana que posea una fortuna ms que respetable, habiendo fallecido sus padres siendo l nio todava.

    Abandonado a s mismo por sus tutores, que pensaban que su deber slo consista en cuidar de su fortuna, en tanto descuidaban aspectos ms importantes en manos de perso-nas subalternas, Aubrey cultiv ms su imaginacin que su

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    buen juicio. Por consiguiente, alimentaba los sentimientos romnticos del honor y el candor, que diariamente arruinan a tantos jvenes inocentes. Crea en la virtud y pensaba que el vicio lo consenta la Providencia slo como un contraste de aquella, tal como se lee en las novelas. Pensaba que la desgracia de una casa consista tan slo en las vestimentas, que la mantenan clida, aunque siempre quedaban mejor adaptadas a los ojos de un pintor gracias al desarreglo de sus pliegues y a los diversos manchones de pintura. Pen-saba, en suma, que los sueos de los poetas eran las realida-des de la existencia.

    Aubrey era guapo, sincero y rico. Por tales razones, tras su ingreso en los crculos alegres, lo rodearon y atosigaron muchas mujeres, con hijastras casaderas, y muchas espo-sas en busca de pasatiempos extraconyugales. Las hijas y las esposas infi eles pronto opinaron que era un joven de gran talento, gracias a sus brillantes ojos y a sus sensuales labios. Adherido al romance de su solitarias horas, Aubrey se sobresalt al descubrir que, excepto en las llamas de las velas, que chisporroteaban no por la presencia de un duende sino por las corrientes de aire, en la vida real no exista la menor base para las necedades romnticas de las novelas, de las que haba extrado sus pretendidos conocimientos. Hallando, no obstante, cierta compensacin a su vanidad satisfecha, estaba a punto de abandonar sus sueos, cuando el extraordinario ser antes mencionado y descrito se cruz en su camino.

    Lo escrut con atencin. Y la imposibilidad de formarse una idea del carcter de un hombre tan completamente absorto en s mismo, de un hombre que presentaba tan pocos signos de la observacin de los objetos externos a l aparte del tcito reconocimiento de su existencia, implicado por la evitacin de su contacto, dejando que su imaginacin ideara

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    todo aquello que halagaba su propensin a las ideas extrava-gantes pronto convirti a semejante ser en el hroe de un romance. Y decidi observar a aquel retoo de su fantasa ms que al personaje en s mismo. Trab amistad con l, fue atento con sus nociones, y lleg a hacerse notar por el miste-rioso caballero. Su presencia acab por ser reconocida.

    Se enter gradualmente de que Lord Ruthven tena unos asuntos algo embrollados, y no tard en averiguar, de acuerdo con las notas halladas en la calle, que estaba a punto de emprender un viaje. Deseando obtener ms informacin con respecto a tan singular criatura, que hasta entonces slo haba excitado su curiosidad sin apenas satisfacerla, Aubrey les comunic a sus tutores que haba llegado el instante de realizar una excursin, que durante muchas generaciones se crea necesaria para que la juventud trepara rpidamente por las escaleras del vicio, igualndose con las personas maduras, con lo que no pareceran cados del cielo cuando se mencio-nara ante ellos intrigas escandalosas, como temas de placer y alabanza, segn el grado de perversin de las mismas. Los tutores accedieron a su peticin, e inmediatamente Aubrey le cont sus intenciones a Lord Ruthven, sorprendindose agra-dablemente cuando ste lo invit a viajar en su compaa.

    Muy ufano de esta prueba de afecto por parte de una per-sona que aparentemente no tena nada en comn con los dems mortales, acept encantado. Unos das ms tarde, ya haban cruzado el Canal de la Mancha. Hasta entonces, Aubrey no haba tenido oportunidad de estudiar a fondo el carcter de su compaero de viaje, y de pronto descubri que, aunque gran parte de sus acciones eran plenamente visibles, los resultados ofrecan conclusiones muy diferen-tes, de acuerdo con los motivos de su comportamiento.

    Su compaero era muy liberal: el vago, el ocioso y el por-diosero reciban de su mano ms de lo necesario para ali-

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    viar sus necesidades ms perentorias. Pero Aubrey observ asimismo que Lord Ruthven jams aliviaba las desdichas de los virtuosos, reducidos a la indigencia por la mala suerte, a los cuales despeda sin contemplaciones y aun con burlas. Cuando alguien acuda a l no para remediar sus necesida-des, sino para poder hundirse en la lujuria o en las ms tre-mendas iniquidades, Lord Ruthven jams negaba su ayuda. Sin embargo, Aubrey atribua esta nota de su carcter a la mayor importunidad del vicio, que generalmente es mucho ms insistente que el desdichado y el virtuoso indigente.

    En las obras de benefi cencia del Lord haba una circuns-tancia que qued muy grabada en la mente del joven: todos aquellos a quienes ayudaba Lord Ruthven, inevitablemente vean caer una maldicin sobre ellos, pues eran llevados al cadalso o se hundan en la miseria ms abyecta. En Bruse-las y otras ciudades por las que pasaron, Aubrey se asombr ante la aparente avidez con que su acompaante buscaba los centros de los mayores vicios. Sola entrar en los garitos de faro, donde apostaba, y siempre con fortuna, salvo cuando un canalla era su antagonista, siendo entonces cuando per-da ms de lo que haba ganado antes. Pero siempre con-servaba la misma expresin ptrea, imperturbable, con la que generalmente contemplaba a la sociedad que lo rodeaba. No suceda lo mismo cuando el noble se tropezaba con la novicia juvenil o con un padre infortunado de una familia numerosa. Entonces, su deseo pareca la ley de la fortuna, dejando de lado su abstraccin, al tiempo que sus ojos bri-llaban con ms fuego que los del gato cuando juega con el ratn ya moribundo.

    En todas las ciudades dejaba a la fl orida juventud asis-tente a los crculos por l frecuentados, echando maldicio-nes, en la soledad de una fortaleza del destino que la haba arrastrado hacia l, al alcance de aquel mortal enemigo.

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    Asimismo, muchos padres se sentaban colricos en medio de sus hambrientos hijos, sin un solo penique de su ante-rior fortuna, sin lo necesario siquiera para satisfacer sus ms acuciantes necesidades. Sin embargo, cuanto ganaba en las mesas de juego, lo perda inmediatamente, tras haber esquilmado algunas grandes fortunas de personas inocen-tes. ste poda ser el resultado de cierto grado de conoci-miento capaz de combatir la destreza de los ms experi-mentados. Aubrey deseaba a menudo decirle todo esto a su amigo, suplicarle que abandonase esta caridad y estos pla-ceres que causaban la ruina de todo el mundo, sin produ-cirle a l benefi cio alguno. Pero demoraba esta splica por-que un da y otro esperaba que su amigo le diera una opor-tunidad de poder hablarle con franqueza y sinceridad. Cosa que nunca ocurri.

    Lord Ruthven, en su carruaje, y en medio de la natura-leza ms lujuriosa y salvaje, siempre era el mismo: sus ojos hablaban menos que sus labios. Y aunque Aubrey se hallaba tan cerca del objeto de su curiosidad, no obtena mayor satisfaccin de este hecho que la de la constante exaltacin del vano deseo de desentraar aquel misterio que a su exci-tada imaginacin empezaba a asumir las proporciones de algo sobrenatural. No tardaron en llegar a Roma, y Aubrey perdi de vista a su compaero por algn tiempo, dejndolo en la cotidiana compaa del crculo de amistades de una condesa italiana, en tanto l visitaba los monumentos de la ciudad casi desierta.

    Estando as ocupado, llegaron varias cartas de Inglaterra, que abra con impaciencia. La primera era de su hermana, dndole las mayores seguridades de su cario; las otras eran de sus tutores; y la ltima lo dej asombrado. Si antes haba pasado por su imaginacin que su compaero de viaje posea algn malvado poder, aquella carta pareca reforzar

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    tal creencia. Sus tutores insistan en que abandonase inme-diatamente a su amigo, urgindolo a ello en vista de la mal-dad de tal personaje, a causa de sus casi irresistibles poderes de seduccin, que tornaban sumamente peligrosos sus hbi-tos para con la sociedad en general. Haban descubierto que su desdn hacia las adlteras no tena su origen en el odio a ellas, sino que haba requerido, para aumentar su satis-faccin personal, que las vctimas los compaeros de la culpa fuesen arrojadas desde el pinculo de la virtud inma-culada a los ms hondos abismos de la infamia y la degrada-cin. En resumen: que todas aquellas damas a las que haba buscado, aparentemente por sus virtudes, se haban quitado la mscara desde la partida de Lord Ruthven, y no sentan ya el menor escrpulo en exponer toda la deformidad de sus vicios a la contemplacin pblica.

    Aubrey decidi al punto separarse de un personaje que todava no le haba mostrado ni un solo punto brillante en donde posar la mirada. Resolvi inventar un pretexto plau-sible para abandonarlo, proponindose, mientras tanto, continuar vigilndolo estrechamente y no dejar pasar la menor circunstancia acusatoria. De este modo, penetr en el mismo crculo de amistades que Lord Ruthven, y no tard en darse cuenta de que su amigo estaba dedicado a ocu-parse de la inexperiencia de la hija de la dama cuya man-sin frecuentaba ms a menudo. En Italia, es muy raro que una mujer soltera frecuente los crculos sociales, por lo que Lord Ruthven se vea obligado a llevar adelante sus planes en secreto. Pero la mirada de Aubrey lo sigui en todas sus tortuosidades, y pronto averigu que la pareja haba con-certado una cita que, sin duda, iba a causar la ruina de una chica inocente, poco refl exiva.

    Sin prdida de tiempo, se present en el apartamento de su amigo y bruscamente le pregunt cules eran sus inten-

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    ciones con respecto a la joven, manifestndole al propio tiempo que estaba enterado de su cita para aquella misma noche. Lord Ruthven contest que sus intenciones eran las que podan suponerse en semejante menester. Y al ser inte-rrogado respecto a si pensaba casarse con la muchacha, se ech a rer. Aubrey se march e inmediatamente redact una nota alegando que desde aquel momento renunciaba a acompaar a Lord Ruthven durante el resto del viaje. Luego le pidi a su sirviente que buscase otro apartamento, y fue a visitar a la madre de la joven, a la que inform de cuanto saba, no slo respecto a su hija, sino tambin al carcter de Lord Ruthven.

    La cita qued cancelada. Al da siguiente, Lord Ruthven se limit a enviar a su criado con una comunicacin en la que se avena a una completa separacin, mas sin insinuar que sus planes hubieran quedado arruinados por la intromi-sin de Aubrey. Tras salir de Roma, el joven dirigi sus pasos a Grecia y, tras cruzar la pennsula, lleg a Atenas. All fi j su residencia en casa de un griego, no tardando en hallarse sumamente ocupado en buscar las pruebas de la antigua glo-ria en unos monumentos que, avergonzados al parecer de ser testigos mudos de las hazaas de los hombres que antes fue-ron libres para convertirse despus en esclavos, se hallaban escondidos debajo del polvo o de intrincados lquenes. Bajo su mismo techo habitaba un ser tan delicado y bello que poda haber sido la modelo de un pintor que deseara llevar a la tela la esperanza prometida a los seguidores de Mahoma en el Paraso, salvo que sus ojos eran demasiado pcaros y vivaces para pretender a un alma y no a un ser vivo.

    Cuando bailaba en el prado, o correteaba por el monte, pareca mucho ms gil y veloz que las gacelas, y tambin mucho ms grcil. Era, en resumen, el verdadero sueo de un epicuro. El leve paso de Ianthe acompaaba a menudo a

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    Aubrey en su bsqueda de antigedad. Y a veces la incons-ciente joven se empeaba en la persecucin de una mari-posa de Cachemira, mostrando la hermosura de sus formas al dejar fl otar su tnica al viento, bajo la vida mirada de Aubrey que as olvidaba las letras que acababa de descifrar en una tablilla medio borrada. A veces, sus trenzas relucan a los rayos del sol con un brillo sumamente delicado, cam-biando rpidamente de matices, pudiendo ello haber sido la excusa del olvido del joven anticuario que dejaba huir de su mente el objeto que antes haba credo de capital importan-cia para la debida interpretacin de un pasaje de Pausanias. Pero, por qu intentar describir unos encantos que todo el mundo vea, mas nadie poda apreciar?

    Era la inocencia, la juventud, la belleza, sin estar an con-taminadas por los atestados salones, por las salas de baile. Mientras el joven anotaba los recuerdos que deseaba conser-var en su memoria para el futuro, la muchacha estaba a su alrededor, contemplando los mgicos efectos del lpiz que trazaba los paisajes de su solar patrio. Entonces, ella le des-criba las danzas en la pradera, pintndoselas con todos los colores de su juvenil paleta; las pompas matrimoniales entre-vistas en su niez; y, refi rindose a los temas que evidente-mente ms la haban impresionado, hablaba de los cuentos sobrenaturales de su nodriza. Su afn y la creencia en lo que narraba, excitaron el inters de Aubrey. A menudo, cuando ella contaba el cuento del vampiro vivo, que haba pasado muchos aos entre amigos y sus ms queridos parientes ali-mentndose con la sangre de las doncellas ms hermosas para prolongar su existencia unos meses ms, la suya se le helaba a Aubrey en las venas, mientras intentaba rerse de aquellas horribles fantasas.

    Sin embargo, Ianthe le citaba nombres de ancianos que, por lo menos, haban contado entre sus contemporneos con

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    un vampiro vivo, habiendo hallado a parientes cercanos y algunos nios marcados con la seal del apetito del mons-truo. Cuando la joven vea que Aubrey se mostraba incr-dulo ante tales relatos, le suplicaba que le creyese, puesto que la gente haba observado que aquellos que se atrevan a negar la existencia del vampiro siempre obtenan alguna prueba que, con gran dolor y penosos castigos, les obligaba a reconocer su existencia. Ianthe le detall la aparicin tradi-cional de aquellos monstruos y el horror de Aubrey aument al escuchar una descripcin casi exacta de Lord Ruthven.

    Pese a ello, el joven persisti en querer convencer a la joven griega de que sus temores no podan ser debidos a una cosa cierta, si bien al mismo tiempo repasaba en su memoria todas las coincidencias que le haban incitado a creer en los poderes sobrenaturales de Lord Ruthven. Aubrey cada da se senta ms ligado a Ianthe, ya que su inocencia, tan en contraste con las virtudes fi ngidas de las mujeres entre las que haba buscado su idea de romance, haba conquistado su corazn. Si bien le pareca ridcula la idea de que un mucha-cho ingls, de buena familia y mejor educacin, se casara con una joven griega, carente casi de cultura, lo cierto era que cada vez amaba ms a la doncella que lo acompaaba constantemente. En algunas ocasiones se separaba de ella, decidido a no volver a su lado hasta haber conseguido sus objetivos. Pero siempre le resultaba imposible concentrarse en las ruinas que lo rodeaban, teniendo constantemente en su mente la imagen de quien lo era todo para l.

    Ianthe no se daba cuenta del amor que por ella experi-mentaba Aubrey, mostrndose con l la misma chiquilla casi infantil de los primeros das. Siempre, no obstante, se despe-da del joven con frecuencia, mas ello se deba tan slo a no tener a nadie con quien visitar sus sitios favoritos, en tanto su acompaante se hallaba ocupado bosquejando o descu-

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    briendo algn fragmento que haba escapado a la accin des-tructora del tiempo. La joven apel a sus padres para dar fe de la existencia de los vampiros. Y todos, con algunos indi-viduos presentes, afi rmaron su existencia, plidos de horror ante aquel solo nombre. Poco despus, Aubrey decidi rea-lizar una excursin que le llevara varias horas. Cuando los padres de Ianthe oyeron el nombre del lugar, le suplicaron que no regresase de noche, ya que necesariamente debera atravesar un bosque por el que ningn griego pasaba una vez que haba oscurecido, por ningn motivo.

    Le describieron dicho lugar como el paraje donde los vampiros celebraban sus orgas y bacanales nocturnas. Y le aseguraron que sobre el que se atreva a cruzar por aquel sitio recaan los peores males. Aubrey no quiso hacer caso de tales advertencias, tratando de burlarse de aquellos temores. Pero cuando vio que todos se estremecan ante sus risas por aquel poder superior o infernal, cuyo solo nombre les helaba la sangre, acab por callar y ponerse serio. A la maana siguiente, Aubrey sali de excursin, segn haba proyec-tado. Lo sorprendi observar la melanclica cara de su hus-ped, preocupado asimismo al comprender que sus burlas de aquellos poderes hubiesen inspirado tal terror. Cuando se hallaba a punto de partir, Ianthe se acerc al caballo que el joven montaba y le suplic que regresase pronto, pues era por la noche cuando aquellos seres malvados entraban en accin. Aubrey se lo prometi.

    Sin embargo, estuvo tan ocupado en sus investigaciones que no se dio cuenta de que el da iba dando fi n a su reinado y que en el horizonte apareca una de aquellas manchas que en los pases clidos se convierten muy pronto en una masa de nubes tempestuosas, vertiendo todo su furor sobre el des-dichado pas. Finalmente, mont a caballo, decidido a recu-perar su retraso. Pero ya era tarde. En los pases del sur ape-

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    nas existe el crepsculo. El sol se pone inmediatamente y sobreviene la noche. Aubrey se haba demorado con exceso. Tena la tormenta encima, los truenos apenas se concedan un respiro entre s, y el fuerte aguacero se abra paso por entre el espeso follaje, en tanto el relmpago azul pareca caer a sus pies. El caballo se asust de repente y emprendi un galope alocado por entre el espeso bosque. Por fi n, ago-tado de cansancio, el animal se par, y Aubrey descubri a la luz de los relmpagos que estaba en la vecindad de una choza que apenas se destacaba por entre la hojarasca y la maleza que lo rodeaba. Desmont y se aproxim, cojeando, con el fi n de encontrar a alguien que pudiera llevarlo a la ciudad, o al menos obtener asilo contra la furiosa tormenta.

    Cuando se acercaba a la cabaa, los truenos, que haban callado un instante, le permitieron or unos gritos femeni-nos, gritos mezclados con risotadas de burla, todo como en un solo sonido. Aubrey qued turbado. Mas, soliviantado por el trueno que retumb en aquel momento, con un sbito esfuerzo empuj la puerta de la choza. No vio ms que den-sas tinieblas, pero el sonido lo gui. Aparentemente, nadie se haba dado cuenta de su presencia, pues aunque llam, los mismos sonidos continuaron, sin que nadie reparase al parecer en l. No tard en tropezar con alguien, a quien apres inmediatamente. De pronto, una voz volvi a gri-tar de manera ahogada, y al grito sucedi una carcajada. Aubrey se encontr al momento asido por una fuerza sobre-humana. Decidido a vender cara su vida, luch aunque en vano. Fue levantado del suelo y arrojado de nuevo al mismo con una potencia enorme. Luego, su enemigo se le ech encima y, arrodillado sobre su pecho, le rode la garganta con las manos. De repente, el resplandor de varias antor-chas entrevistas por el agujero que haca las veces de ven-tana, vino en su ayuda. Al momento, su rival se puso de pie

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    y, separndose del joven, corri hacia la puerta. Muy poco despus, el crujido de las ramas cadas al ser pisoteadas por el fugitivo tambin dej de orse.

    La tormenta haba cesado y Aubrey, incapaz de moverse, grit, siendo odo poco despus por los portadores de antor-chas. Entraron a la cabaa y el resplandor de la resina que-mada cay sobre los muros de barro y el techo de blago, totalmente lleno de mugre. A instancias del joven, los recin llegados buscaron a la mujer que lo haba atrado con sus chillidos. Volvi, por tanto, a quedarse en tinieblas. Cul fue su horror cuando de nuevo qued iluminado por la luz de las antorchas, pudiendo percibir la forma etrea de su amada convertida en un cadver. Cerr los ojos, esperando que slo se tratase de un producto espantoso de su imagina-cin. Pero volvi a ver la misma forma al abrirlos, tendida a su lado. No haba el menor color en sus mejillas, ni siquiera en sus labios, y en su semblante se vea una inmovilidad que resultaba casi tan atrayente como la vida que antes lo animara. En el cuello y en el pecho haba sangre, en la gar-ganta las seales de los colmillos que se haban hincado en las venas.

    Un vampiro! Un vampiro! gritaron los componentes de la partida ante aquel espectculo.

    Rpidamente construyeron unas parihuelas, y Aubrey ech a andar al lado de la que haba sido el objeto de tan bri-llantes visiones, ahora muerta en la fl or de su vida. Aubrey no poda ni siquiera pensar, pues tena el cerebro ofuscado, pareciendo querer refugiarse en el vaco. Sin casi darse cuenta, empuaba en su mano una daga de forma espe-cial, que haban encontrado en la choza. La partida no tard en reunirse con ms hombres, enviados a la bsqueda de la joven por su afl igida madre. Los gritos de los explorado-res al aproximarse a la ciudad advirtieron a los padres de

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    la doncella de que haba sucedido una horrorosa catstrofe. Sera imposible describir su dolor. Cuando comprobaron la causa de la muerte de su hija, miraron a Aubrey y seala-ron el cadver. Estaban inconsolables, y ambos murieron de pesar.

    Aubrey, ya en la cama, padeci una violentsima fi ebre, con mezcolanza de delirios. En estos intervalos llamaba a Lord Ruthven y a Ianthe, mediante cierta combinacin que le pareca una splica a su antiguo compaero de viaje para que perdonase la vida de la doncella. Otras veces lanzaba imprecaciones contra Lord Ruthven, maldicindolo como asesino de la joven griega.

    Por casualidad, Lord Ruthven lleg por aquel entonces a Atenas. Cuando se enter del estado de su amigo, se pre-sent inmediatamente en su casa y se convirti en su enfer-mero particular. Cuando Aubrey se recobr de la fi ebre y los delirios, se qued horrorizado, petrifi cado, ante la ima-gen de aquel a quien ahora consideraba un vampiro. Lord Ruthven con sus amables palabras, que implicaban casi cierto arrepentimiento por la causa que haba motivado su separacin y la ansiedad, las atenciones y los cuidados prodigados a Aubrey, hicieron que ste pronto se reconci-liase con su presencia.

    Lord Ruthven pareca cambiado, no siendo ya el ser ap-tico de antes, que tanto haba asombrado a Aubrey. Pero tan pronto termin la convalecencia del joven, su compaero volvi a ofrecer la misma condicin de antes, y Aubrey ya no distingui la menor diferencia, salvo que a veces vea la mirada de Lord Ruthven fi ja en l, al tiempo que una sonrisa maliciosa fl otaba en sus labios. Sin saber por qu, aquella sonrisa le molestaba. Durante la ltima fase de su recupe-racin, Lord Ruthven pareci absorto en la contemplacin de las olas que levantaba en el mar la brisa marina o en

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    sealar el progreso de los astros que, como el nuestro, dan vueltas en torno al Sol. Y ms que nada, pareca evitar todas las miradas ajenas. Aubrey, a causa de la desgracia sufrida, tena su cerebro bastante debilitado, y la elasticidad de esp-ritu que antes era su caracterstica ms acusada pareca haberlo abandonado para siempre. No era tan amable del silencio y la soledad como Lord Ruthven, pero deseaba estar solo, cosa que no poda conseguir en Atenas. Si se dedicaba a explorar las ruinas de la antigedad, el recuerdo de Ianthe a su lado lo atosigaba de continuo. Si recorra los bosques, el paso ligero de la joven pareca corretear a su lado, en busca de la modesta violeta. De repente, esta visin se esfumaba, y en su lugar vea el rostro plido y la garganta herida de la joven, con una tmida sonrisa en sus labios.

    Decidi rehuir tales visiones, que en su mente creaban una serie de amargas asociaciones. De este modo, le propuso a Lord Ruthven, a quien se senta unido por los cuidados que aquel le haba prodigado durante su enfermedad, que visitasen aque-llos rincones de Grecia que an no haban visto. Los dos reco-rrieron la pennsula en todas las direcciones, buscando cada rincn que pudiera estar unido a un recuerdo. Pero aunque lo exploraron todo, nada vieron que llamase realmente su inte-rs. Oan hablar mucho de diversas bandas de ladrones, mas gradualmente fueron olvidndose de ellas atribuyndolas a la imaginacin popular, o a la invencin de algunos individuos cuyo inters consista en excitar la generosidad de aquellos a quienes fi ngan proteger de tales peligros. En consecuencia, sin hacer caso de tales advertencias, en cierta ocasin viaja-ban con muy poca escolta, cuyos componentes ms deban servirles de gua que de proteccin. Al penetrar en un estre-cho desfi ladero, en el fondo del cual se hallaba el lecho de un torrente, lleno de grandes masas rocosas desprendidas de los altos acantilados que lo fl anqueaban, tuvieron motivos para

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    arrepentirse de su negligencia. Apenas se haban adentrado por paso tan angosto cuando se vieron sorprendidos por el silbido de las balas, que pasaban muy cerca de sus cabezas, y las detonaciones de varias armas.

    Al instante siguiente, la escolta los haba abandonado, y resguardndose detrs de las rocas, empezaron todos a disparar contra sus atacantes. Lord Ruthven y Aubrey, imi-tando su ejemplo, se retiraron momentneamente al amparo de un recodo del desfi ladero. Avergonzados por asustarse tanto ante un vulgar enemigo, que con gritos insultantes les conminaban a seguir avanzando, y estando expuestos al mismo tiempo a una matanza segura si alguno de los ladro-nes se situaba ms arriba de su posicin y los atacaba por la espalda, determinaron precipitarse al frente, en busca del enemigo Apenas abandonaron el refugio rocoso, Lord Ruthven recibi en el hombro el impacto de una bala que lo envi rodando al suelo. Aubrey corri en su ayuda, sin hacer caso del peligro a que se expona, mas no tard en verse rodeado por los malhechores, al tiempo que los com-ponentes de la escolta, al ver herido a Lord Ruthven, levan-taron inmediatamente las manos en seal de rendicin.

    Mediante la promesa de grandes recompensas, Aubrey logr convencer a sus atacantes para que trasladasen a su herido amigo a una cabaa situada no lejos de all. Tras haber concertado el rescate a pagar, los ladrones no lo molestaron, contentndose con vigilar la entrada de la cabaa hasta el regreso de uno de ellos, que deba percibir la suma prome-tida gracias a una orden fi rmada por el joven. Las energas de Lord Ruthven disminuyeron rpidamente. Dos das ms tarde, la muerte pareci ya inminente. Su comportamiento y su aspecto no haba cambiado, pareciendo tan inconsciente al dolor como a cuanto lo rodeaba. Hacia el fi n del tercer da, su mente pareci extraviarse y su mirada se fi j insistente-

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    mente en Aubrey, el cual se sinti impulsado a ofrecerle ms que nunca su ayuda.

    S, t puedes salvarme Puedes hacer an mucho ms No me refi ero a mi vida, pues temo tan poco a la muerte como al trmino del da. Pero puedes salvar mi honor. S, puedes salvar el honor de tu amigo.

    Decidme cmo asinti Aubrey, y lo har.Es muy sencillo. Yo necesito muy poco Mi vida nece-

    sita espacio Oh, no puedo explicarlo todo Mas si callas cuanto sabes de m, mi honor se ver libre de las murmura-ciones del mundo, y si mi muerte es por algn tiempo des-conocida en Inglaterra yo yo ah, vivir.

    Nadie lo sabr.Jralo! exigi el moribundo, incorporndose con

    gran violencia. Jralo por las almas de tus antepasados, por todos los temores de la naturaleza, jura que durante un ao y un da no le contars a nadie mis crmenes ni mi muerte, pase lo que pase, veas lo que veas!

    Sus ojos parecan querer salir de sus rbitas.Lo juro! exclam Aubrey.Lord Ruthven de dej caer sobre la almohada, lanzando

    una carcajada, y expir. Aubrey se retir a descansar, mas no durmi pues su cerebro daba vueltas y ms vueltas sobre los detalles de su amistad con tan extrao ser, y sin saber por qu, cuando recordaba el juramento prestado se senta invadido por un fro extrao, con el presentimiento de una desgracia inminente.

    Se levant muy temprano al da siguiente, e iba ya a entrar en la cabaa donde haba dejado el cadver, cuando uno de los ladrones le comunic que ya no estaba all, puesto que l y sus camaradas lo haban transportado a la cima de la montaa, segn la promesa hecha al difunto de que lo deja-ran expuesto al primer rayo de luna despus de su muerte.

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    Aubrey se qued atnito ante aquella noticia. Junto con varios individuos, decidi ir adonde haban dejado a Lord Ruthven, para enterrarlo debidamente. Pero una vez en la cumbre de la montaa, no hall ni rastro del cadver ni de sus ropas, aunque los ladrones juraron que era aquel el lugar en que dejaron al muerto. Durante algn tiempo su mente se perdi en conjeturas, hasta que decidi descender de nuevo, convencido de que los ladrones haban enterrado el cadver tras despojarlo de sus vestiduras.

    Harto de un pas en el que slo haba padecido tremendos horrores, y en el que todo conspiraba para fortalecer aquella supersticin melanclica que se haba adueado de su mente, resolvi abandonarlo, no tardando en llegar a Esmirna.

    Mientras esperaba un barco que lo condujera a Otranto o a Npoles, estuvo ocupado en disponer los efectos que tena consigo y que haban pertenecido a Lord Ruthven. Entre otras cosas hall un estuche que contena varias armas, ms o menos adecuada para asegurar la muerte de una vctima. Dentro se hallaban varias dagas y yataganes. Mientras los examinaba, asombrado ante sus curiosas formas, grande fue su sorpresa al encontrar una vaina ornamentada en el mismo estilo que la daga hallada en la choza fatal. Aubrey se estremeci, y deseando obtener nuevas pruebas, busc la daga. Su horror lleg a su culminacin cuando verifi c que la hoja se adaptaba a la vaina, pese a su peculiar forma. No necesitaba ya ms pruebas, aunque sus ojos parecan como pegados a la daga, pese a lo cual todava se resista a creerlo. Sin embargo, aquella forma especial, los mismos esplendo-rosos adornos del mango y la vaina, no dejaban el menor resquicio a la duda. Adems, ambos objetos mostraban gotas de sangre.

    Parti de Esmirna y, ya en Roma, sus primeras investiga-ciones se refi rieron a la joven que l haba intentado arran-

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    car a las artes seductoras de Lord Ruthven. Sus padres se hallaban desconsolados, totalmente arruinados, y a la joven no se la haba vuelto a ver desde la salida de la capital de Lord Ruthven. El cerebro de Aubrey estuvo a punto de des-quiciarse ante tal cmulo de horrores, temiendo que la joven tambin hubiese sido vctima del mismo asesino de Ianthe. Aubrey se volvi ms callado y retrado y su sola ocupacin consisti ya en apresurar a sus postillones, como si tuviese necesidad de salvar a un ser muy querido. Lleg a Calais, y una brisa que pareca obediente a sus deseos no tard en dejarlo en las costas de Inglaterra. Corri a la mansin de sus padres y all, por un momento, pareci perder, gracias a los besos y abrazos de su hermana, todo recuerdo del pasado. Si antes, con sus infantiles caricias, ya haba conquistado el afecto de su hermano, ahora que empezaba a ser mujer toda-va la quera ms.

    La seorita Aubrey no posea la alada gracia que atrae las miradas y el aplauso de las reuniones y fi estas. No haba en ella el ingenio ligero que slo existe en los salones. Sus ojos azules jams se iluminaban con ironas o sarcasmos. En toda su persona haba como un halo de encanto melanclico que no se deba a ninguna desdicha sino a un sentimiento interior, que pareca indicar un alma consciente de un reino ms brillante. No tena el paso leve, que atrae como el vuelo grcil de la mariposa, como un color grato a la vista. Su paso era sosegado y pensativo. Cuando estaba sola, su sem-blante jams se alegraba con una sonrisa de jbilo. Pero al sentir el afecto de su hermano, y olvidar en su presencia los pesares que le impedan el descanso, quin no habra cam-biado una sonrisa por tanta dicha? Era como si los ojos de la joven, su rostro entero, jugasen a la luz de su esfera propia. Sin embargo, la muchacha slo contaba dieciocho aos, por lo que no haba sido presentada en sociedad, habiendo juz-

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    gado sus tutores que deban demorarse tal acto hasta que su hermano regresara del continente, momento en que se cons-tituira en su protector.

    Por tanto, resolvieron que daran una fi esta con el fi n de que ella apareciese en escena. Aubrey habra prefe-rido estar apartado de todo bullicio, alimentndose con la melancola que lo abrumaba. No experimentaba el menor inters por las frivolidades de personas desconocidas, aun-que se mostr dispuesto a sacrifi car su comodidad para pro-teger a su hermana. De esta manera, no tardaron en llegar a su casa de la capital, a fi n de disponerlo todo para el da siguiente, elegido para la fi esta.

    La multitud era excesiva. Una fi esta no vista en mucho tiempo, donde todo el mundo estaba ansioso de dejarse ver. Aubrey apareci con su hermana. Luego, estando solo en un rincn, mirando a su alrededor con muy poco inters, pen-sando abstradamente que la primera vez que haba visto a Lord Ruthven haba sido en aquel mismo saln, se sinti de pronto cogido por el brazo, al tiempo que en sus odos reso-naba una voz que recordaba demasiado bien.

    Acurdate del juramento.Aubrey apenas tuvo valor para volverse, temiendo ver a

    un espectro que lo podra destruir; y distingui no lejos a la misma fi gura que haba atrado su atencin cuando, a su vez, l haba entrado por primera vez en sociedad. Contem-pl a aquella fi gura fi jamente, hasta que sus piernas casi se negaron a sostener el peso de su cuerpo. Luego, asiendo a un amigo del brazo, subi a su carruaje y le orden al cochero que lo llevase a su casa de campo. Una vez all, empez a pasearse agitadamente, con la cabeza entre las manos, como temiendo que sus pensamientos le estallaran en el cerebro.

    Lord Ruthven haba vuelto a presentarse ante l Y todos los detalles se encadenaron sbitamente ante sus ojos; la

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    daga, la vaina, la vctima, su juramento. No era posi-ble, se dijo muy excitado, no era posible que un muerto resucitara!

    Era imposible que fuese un ser real. Por eso, decidi fre-cuentar de nuevo la sociedad. Necesitaba aclarar sus dudas. Pero cuando, noche tras noche, recorri diversos salones, siempre con el nombre de Lord Ruthven en sus labios, nada consigui. Una semana ms tarde, acudi con su hermana a una fi esta en la mansin de unas nuevas amistades. Dejn-dola bajo la proteccin de la anfi triona, Aubrey se retir a un rincn y all dio rienda suelta a sus pensamientos. Cuando al fi n vio que los invitados empezaban a marcharse, penetr en el saln y hall a su hermana rodeada de varios caballe-ros, al parecer conversando animadamente. El joven intent abrirse paso para acudir junto a su hermana, cuando uno de los presentes, al volverse, le ofreci aquellas facciones que tanto aborreca. Aubrey dio un tremendo salto, tom a su hermana del brazo y apresuradamente la arrastr hacia la calle. En la puerta encontr impedido el paso por la multitud de criados que aguardaban a sus respectivos amos. Mientras trataba de superar aquella barrera humana, volvi a su odo la conocida y fatdica voz:

    Acurdate del juramento!No se atrevi a girar y, siempre arrastrando a su her-

    mana, no tard en llegar a casa. Aubrey empez a dar seales de desequilibrio mental. Si

    antes su cerebro haba estado slo ocupado con un tema, ahora se hallaba totalmente absorto en l, teniendo ya la certidumbre de que el monstruo continuaba viviendo.

    No paraba ya mientes en su hermana, y fue intil que sta tratara de arrancarle la verdad de tan extraa conducta. Aubrey se limitaba a proferir palabras casi incoherentes, que an aterraban ms a la muchacha. Cuando Aubrey ms

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    meditaba en ello, ms trastornado estaba. Su juramento lo abrumaba. Deba permitir, pues, que aquel monstruo ron-dase por el mundo, en medio de tantos seres queridos, sin delatar sus intenciones? Su misma hermana haba hablado con l. Pero, aunque quebrantase su juramento y revelase las verdaderas intenciones de Lord Ruthven, quin le iba a creer? Pens en servirse de su propia mano para desemba-razar al mundo de tan cruel enemigo. Record, sin embargo, que la muerte no afectaba al monstruo. Durante das per-maneci en tal estado, encerrado en su habitacin, sin ver a nadie, comiendo slo cuando su hermana lo apremiaba a ello, con lgrimas en los ojos. Al fi n, no pudiendo soportar por ms tiempo el silencio y la soledad, sali de la casa para rondar de calle en calle, ansioso de descubrir la imagen de quien tanto lo acosaba. Su aspecto distaba mucho de ser atil-dado, exponiendo sus ropas tanto al feroz sol de medioda como a la humedad de la noche. Al fi n, nadie pudo ya reco-nocer en l al antiguo Aubrey. Y si al principio regresaba todas las noches a su casa, pronto empez a descansar all donde la fatiga lo venca.

    Su hermana, angustiada por su salud, emple a algunas personas para que lo siguiesen, pero el joven supo distan-ciarlas, puesto que hua de un perseguidor ms veloz que aquellas: su propio pensamiento. Su conducta, no obstante, cambi de pronto. Sobresaltado ante la idea de que estaba abandonando a sus amigos, con un feroz enemigo entre ellos de cuya presencia no tenan el menor conocimiento, decidi entrar de nuevo en sociedad y vigilarlo estrecha-mente, ansiando advertir, a pesar de su juramento, a todos aquellos a quienes Lord Ruthven demostrase cierta amistad. Mas al entrar en un saln, su aspecto miserable, su barba de varios das, resultaron tan sorprendentes, sus estremeci-mientos interiores tan visibles, que su hermana se vio al fi n

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    obligada a suplicarle que se abstuviese, por el bien de ambos, de frecuentar a una sociedad que lo afectaba de manera tan extraa.

    Cuando esta splica result vana, los tutores creyeron su deber interponerse y, temiendo que el joven tuviera tras-tornado el cerebro, pensaron que haba llegado el momento de recobrar ante l la autoridad delegada por sus difuntos padres. Deseosos de prevenirlo de las heridas mentales y de los sufrimientos fsicos que padeca a diario en sus vaga-bundeos, e impedir que se expusiera a los ojos de sus amis-tades con las inequvocas seales de su trastorno, acudieron a un mdico para que residiera en la mansin y cuidase de Aubrey. ste apenas pareci darse cuenta de ello: tan com-pletamente absorta estaba su mente en el otro asunto. Su incoherencia acab por ser tan grande que se vio confi nado en su dormitorio. All pasaba los das tendido en la cama, incapaz de levantarse. Su rostro se torn demacrado y sus pupilas adquirieron un brillo vidrioso; slo mostraba cierto reconocimiento y afecto cuando entraba su hermana a visi-tarlo. A veces se sobresaltaba y, tomndole las manos, con unas miradas que afl igan intensamente a la joven, deseaba que el monstruo no la hubiese tocado ni rozado siquiera.

    Oh, hermana querida, no lo toques! Si de veras me quieres, no te acerques a l!

    Sin embargo, cuando ella le preguntaba a quin se refe-ra, Aubrey se limitaba a murmurar:

    Es verdad, es verdad!Y de nuevo se hunda en su abatimiento anterior, del que

    su hermana no lograba ya arrancarle. Esto dur muchos meses. Pero, gradualmente, en el transcurso de aquel ao, sus incoherencias fueron menos frecuentes y su cerebro se aclar bastante, al tiempo que sus tutores observaban que varias veces diarias contaba con los dedos cierto nmero,

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    y luego sonrea. Al llegar el ltimo da del ao, uno de los tutores entr en el dormitorio y empez a conversar con el mdico respecto a la melancola del muchacho, precisa-mente cuando al da siguiente deba casarse su hermana.

    Instantneamente, Aubrey se mostr alerta, y pregunt angustiosamente con quin iba a contraer matrimonio. Encantados de aquella demostracin de cordura, de la que lo crean privado, mencionaron el nombre del Conde de Mars-den. Creyendo que se trataba del joven conde al que l haba conocido en sociedad, Aubrey pareci complacido, y an asombr ms a sus oyentes al expresar su intencin de asis-tir a la boda, y su deseo de ver cuanto antes a su hermana. Aunque ellos se negaron a este anhelo, su hermana no tard en hallarse a su lado. Aubrey, al parecer, no fue capaz de verse afectado por el infl ujo de la encantadora sonrisa de la muchacha, puesto que la abraz, la bes en las mejillas, baadas en lgrimas por la propia joven al pensar que su hermano volva a estar en el mundo de los cuerdos.

    Aubrey empez a expresar su clido afecto y a felicitarla por casarse con una persona tan distinguida, cuando de repente se fi j en un medalln que ella luca sobre el pecho. Al abrirlo, cul no sera su inmenso estupor al descubrir las facciones del monstruo que tanto y tan funestamente haba infl uido en su existencia. En un paroxismo de furor, tom el medalln y, arrojndolo al suelo, lo pisote. Cuando ella le pregunt por qu haba destruido el retrato de su futuro esposo, Aubrey la mir como sin comprender. Des-pus, asindola de las manos y mirndola con una fren-tica expresin de espanto, quiso obligarla a jurar que jams se casara con semejante monstruo, ya que l No pudo continuar. Era como si su propia voz le recordase el jura-mento prestado, y al girarse en redondo, pensando que Lord Ruthven se hallaba detrs suyo, no vio a nadie.

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    Mientras tanto, los tutores y el mdico, que todo lo haban odo, pensando que la locura haba vuelto a apoderarse de aquel pobre cerebro, entraron y lo obligaron a separarse de su hermana. Aubrey cay de rodillas ante ellos, suplicn-doles que demorasen la boda un solo da. Mas ellos, atribu-yendo tal peticin a la locura que se imaginaban devoraba su mente, intentaron calmarlo y lo dejaron solo.

    Lord Ruthven visit la mansin a la maana siguiente de la fi esta, y le fue negada la entrada como a todo el mundo. Cuando se enter de la enfermedad de Aubrey, comprendi que era l la causa inmediata de la misma. Cuando se enter de que el joven estaba loco, apenas si consigui ocultar su jbilo ante aquellos que le ofrecieron esta informacin.

    Corri a casa de su antiguo compaero de viaje, y con sus constantes cuidados y fi ngimiento del gran inters que senta por su hermano y por su triste destino, gradualmente fue conquistando el corazn de la seorita Aubrey. ien poda resistirse a aquel poder? Lord Ruthven hablaba de los peligros que lo haban rodeado siempre, del escaso cario que haba hallado en el mundo, excepto por parte de la joven con la que conversaba. Ah, desde que la conoca, su existen-cia haba empezado a parecer digna de algn valor, aunque slo fuese por la atencin que ella le prestaba! En fi n, supo utilizar con tanto arte sus astutas maas, o tal fue la volun-tad del Destino, que Lord Ruthven conquist el amor de la hermana de Aubrey.

    Gracias al ttulo de una rama de su familia, obtuvo una embajada importante, que le sirvi de excusa para apresurar la boda pese al trastorno mental del hermano, de modo que la misma tendra lugar al da siguiente, antes de su par-tida para el continente.

    Aubrey, una vez lejos del mdico y el tutor, trat de sobor-nar a los criados, pero en vano. Pidi pluma y papel, que le

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    entregaron, y escribi una carta a su hermana, conjurndola si en algo apreciaba su felicidad, su honor y el de quie-nes yacan en sus tumbas, que antao la haban tenido en brazos como su esperanza y la esperanza del buen nombre familiar a posponer slo por unas horas aquel matrimonio, sobre el que verta sus ms terribles maldiciones. Los cria-dos prometieron entregar la misiva, mas como se la dieron al mdico, ste prefi ri no alterar a la seorita Aubrey con lo que, consideraba, era solamente la mana de un demente.

    Transcurri la noche sin descanso para ninguno de los ocupantes de la casa. Y Aubrey percibi con horror los rumo-res de los preparativos para el casamiento. Vino la maana, y a sus odos lleg el ruido de los carruajes al ponerse en mar-cha. Aubrey se puso frentico. La curiosidad de los sirvien-tes super, al fi n, a su vigilancia. Y gradualmente se alejaron para ver partir a la novia, dejando a Aubrey al cuidado de una indefensa anciana. Aubrey se aprovech de aquella oportuni-dad. Salt fuera de la habitacin y no tard en presentarse en el saln donde todo el mundo se hallaba reunido, dispuesto para la marcha. Lord Ruthven fue el primero en divisarlo, e inmediatamente se le acerc, asindolo del brazo con inusi-tada fuerza para sacarlo de la estancia, trmulo de rabia.

    Una vez en la escalinata, le susurr al odo:Acurdate del juramento y sabe que si hoy no es mi

    esposa, tu hermana quedar deshonrada. Las mujeres son tan frgiles!

    As diciendo, lo empuj hacia los criados, quienes, alerta-dos ya por la anciana, lo estaban buscando. Aubrey no pudo soportarlo ms: al no hallar salida a su furor, se le rompi un vaso sanguneo y tuvo que ser trasladado rpidamente a su cama. Tal suceso no le fue mencionado a la hermana, que no estaba presente cuando aconteci, pues el mdico tema causarle cualquier agitacin.

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    La boda se celebr con toda solemnidad, y el novio y la novia abandonaron Londres.

    La debilidad de Aubrey fue en aumento y la hemorragia de sangre produjo los sntomas de la muerte prxima. Deseaba que llamaran a los tutores de su hermana, y cuando stos estuvieron presentes y sonaron las doce campanadas de la medianoche, instantes en que se cumpla el plazo impuesto a su silencio, relat apresuradamente cuanto haba vivido y sufrido y falleci inmediatamente despus. Los tutores se apresuraron a proteger a la hermana de Aubrey, mas cuando llegaron ya era tarde. Lord Ruthven haba desaparecido, y la joven haba saciado la sed de sangre de un vampiro.