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11. Los mecanismos del poder y el miedo en En el tiempo de las mariposas de Julia Álvarez KAREM LANGER Independent Scholar La historia de algunas naciones ha estado marcada por la ambición particular de sus líderes, quienes, cuando acceden al poder, pasan de ser meros ciudada- nos a ser los gobernantes del destino de sus conciudadanos. El poder al que acceden es a veces ilimitado, tanto así que algunos gobernantes se convierten en dictadores que pretenden perpetuarse en aquel estrado omnipotente al que se niegan a renunciar. La ambición del poder es tan fuerte que algunas veces solo ceden ante él porque la muerte acaece aún en funciones, o debido a una revolución del pueblo, que cansado de ser subyugado se subleva y decide aca- bar con la bestia que los ha estado maltratando. La figura de los dictadores se convierte en el centro alrededor del cual gira todo lo que ocurre y nos enfren- tamos entonces a un poder abusivo que se ejerce sin control alguno y que recurre a herramientas como el miedo, la violencia o el terror para controlar a los ciudadanos y asegurarse una perpetuidad. Es necesario anotar también que el poder que se concentra en estas figuras, lo hace de forma completamente arbitraria. Los dictadores no deben justificar sus acciones, ni su proceder. No hay leyes que vayan contra las suyas, y así acallan la voz del pueblo y aniquilan a cualquier posible detractor. Teniendo en cuenta las consideraciones anteriores, partimos de la defini- ción de Alain Rouquié para establecer en qué consiste este tipo de gobierno: “Llamaremos pues dictadura a un régimen de excepción que, por circunstan- cias particulares, se ejerce sin control” (1). Desgraciadamente, este fenómeno político ha sido una constante en América Latina y produce tal interés tanto en académicos como en escritores. Observamos que hay un afán por reconstruir

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11. Los mecanismos del poder y el miedo en En el tiempo de las mariposas de Julia Álvarez

KAREM LANGER Independent Scholar

La historia de algunas naciones ha estado marcada por la ambición particular de sus líderes, quienes, cuando acceden al poder, pasan de ser meros ciudada-nos a ser los gobernantes del destino de sus conciudadanos. El poder al que acceden es a veces ilimitado, tanto así que algunos gobernantes se convierten en dictadores que pretenden perpetuarse en aquel estrado omnipotente al que se niegan a renunciar. La ambición del poder es tan fuerte que algunas veces solo ceden ante él porque la muerte acaece aún en funciones, o debido a una revolución del pueblo, que cansado de ser subyugado se subleva y decide aca-bar con la bestia que los ha estado maltratando. La figura de los dictadores se convierte en el centro alrededor del cual gira todo lo que ocurre y nos enfren-tamos entonces a un poder abusivo que se ejerce sin control alguno y que recurre a herramientas como el miedo, la violencia o el terror para controlar a los ciudadanos y asegurarse una perpetuidad. Es necesario anotar también que el poder que se concentra en estas figuras, lo hace de forma completamente arbitraria. Los dictadores no deben justificar sus acciones, ni su proceder. No hay leyes que vayan contra las suyas, y así acallan la voz del pueblo y aniquilan a cualquier posible detractor.

Teniendo en cuenta las consideraciones anteriores, partimos de la defini-ción de Alain Rouquié para establecer en qué consiste este tipo de gobierno: “Llamaremos pues dictadura a un régimen de excepción que, por circunstan-cias particulares, se ejerce sin control” (1). Desgraciadamente, este fenómeno político ha sido una constante en América Latina y produce tal interés tanto en académicos como en escritores. Observamos que hay un afán por reconstruir

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en igual medida la historia de quienes sufrieron las dictaduras como por inda-gar acerca de la figura del dictador y en algunas ocasiones por darle un rostro a quienes hicieron posible que los regímenes dictatoriales llegaran a su fin. Se puede afirmar que entre los autores latinoamericanos de los últimos años del siglo XX, así como de aquellos que vivieron una dictadura, hay un grado de conciencia y un sentido del deber moral. La literatura, como otra forma de expresión, actúa como medio para denunciar, reescribir o reconstruir los periodos más significativos de nuestra historia política. En muchos casos se trata de un ejercicio de la memoria, un intento por exorcizar los demonios y evitar que la historia se repita.

En esa línea de ideas proponemos analizar en el presente trabajo la obra En el tiempo de las mariposas, de la autora estadounidense de familia domi-nicana Julia Álvarez, publicada en 1994. Nos interesa estudiar dicha novela por dos razones principales: la autora es una de las pocas mujeres que ha escrito sobre el tema de la dictadura dominicana, y además vivió casi toda su infancia y el principio de su adolescencia en la isla durante los últimos años de la Era Trujillo. De otro lado, las protagonistas de su novela son las hermanas Mirabal, símbolo de la resistencia contra el régimen trujillista que se extendió desde 1930 hasta 1961, año en el que Rafael Leonidas Trujillo es abatido por un grupo de rebeldes, cuando se dirigía a la Casa de Caoba, residencia conocida por ser el lugar de sus encuentros amorosos. Las herma-nas, además, fueron líderes del Movimiento 14 de junio, uno de los grupos opositores que más hizo mella en el régimen dictatorial. La historia de las hermanas es el relato de una lucha constante no solo contra el régimen tru-jillista, sino también contra la institución patriarcal en sí, que sigue estando tan fuertemente arraigada en América Latina. Mi objetivo es analizar En el tiempo de las mariposas a la luz de la relación tripartita que existe entre el poder, la violencia y el miedo. Me interesa particularmente estudiar el miedo como una de las herramientas más fuertes con las que contaba el régimen en tanto mecanismo de control y subyugación de todos los ciudadanos, particu-larmente en el caso de las mujeres que sufrieron los vejámenes a los que eran sometidas durante el trujillato.

Las protagonistas de esta obra son las hermanas Mirabal, conocidas como “las mariposas” por sus compañeros revolucionarios y quienes se resistieron a vivir en un país en donde no podían expresarse. Minerva, junto a sus her-manas Patria, Mate y Dedé (aunque por motivos diferentes y en distintos momentos de su vida), decide luchar contra el régimen que imperaba en la isla, desafiando el orden social establecido. El destino aciago de tres de las hermanas Mirabal, sin embargo, es el que las convertiría en mártires de la causa anti-trujillista, y cuya historia quedará en la memoria de la única

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sobreviviente, Dedé. La novela, escrita a modo de diario, cuyas entradas con fechas y lugares precisos que se van intercalando entre las cuatro hermanas, da cuenta de un relato íntimo a modo de autorreflexión sobre la situación de la isla y de su rol en la lucha en contra del Benefactor y Padre de la Patria nueva. La narración comienza en 1994, cuando una periodista norteamericana llega a casa de la única mariposa superviviente para hacerle una entrevista acerca de la historia de sus hermanas:

¡Dios mío, otra más! Ahora, después de treinta y cuatro años, las conmemora-ciones y entrevistas y presentaciones de honores póstumos casi se han terminado, de modo que durante meses Dedé puede reasumir su vida normal. Pero ya está resignada a lo que pasa cada noviembre. Año tras año, cuando llega el 25, apa-recen los equipos de televisión. Se produce la infaltable entrevista. Luego tiene lugar la gran celebración en el museo, con delegaciones que llegan hasta del Perú y el Paraguay. (Álvarez 13–14)

Para Dedé el hecho de recordar a sus hermanas en medio de tanto público venido de distintos países era un suplicio; casi hubiera preferido seguir su vida en el anonimato. Pero a su vez, ella sabe que es la memoria viva no solo de sus hermanas, sino de todos aquellos que murieron luchando contra el régimen de Trujillo. Las memorias de la mujer, anciana ya, están cargadas de alegría al recordar la valentía de sus hermanas, pero a la vez de horror y miedo, porque para ella, como para muchos dominicanos, Trujillo y su obra siguen vivos en la isla. El haber vivido bajo una dictadura tan cruenta ha producido una frac-tura social que será difícil de sanar en los sobrevivientes de la “Era Trujillo”. La crítica se refiere a dicho fenómeno y a sus manifestaciones literarias como el “fantasma de Trujillo”. Al respecto Gallego Cuiñas comenta lo siguiente:

Por ello ha de emprenderse un proceso que calibre la dimensión de la cicatriz que ha dejado el trujillato en la sociedad, y hay que iniciar una investigación más exhaustiva y profundizar en las lecturas del texto del trujillato, para evaluar cau-sas y no sólo efectos —formas de lectura y escritura—, hasta dar caza, por fin, al fantasma de Trujillo. (“Denuncia y univocidad” 433)

Es por lo anterior que consideramos que la novela de Álvarez es un buen ejercicio en tanto plantea una desmitificación, desacralización si se quiere, de la tiránica figura a la que muchos dominicanos adoraron no solo por respeto sino por miedo, lo cual multiplicó el horror y la violencia en la isla. Además, la novela cuestiona a los que pertenecían a las fuerzas policiales de Trujillo y que se encargaron de difundir dicho miedo siguiendo las órdenes de Trujillo, sin siquiera cuestionarlas.

Hannah Arendt, quien años atrás ya había reparado en la cuestión del poder y la obediencia, estudia en su ensayo Eichmann en Jerusalén el caso

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del oficial alemán Otto Eichmann, llevado ante la justicia israelí por haber participado en la matanza de millones de judíos en los campos de exterminio. El acusado alegaba que dicha participación no se debía a ninguna razón de odio en particular; de hecho, recuerda Arendt, “Seis psiquiatras habían certi-ficado que Eichmann era un hombre «normal» […] Más normal que yo, tras pasar por el trance de examinarle”, se dijo que había exclamado uno de ellos y otro consideró que los rasgos psicológicos de Eichmann, su actitud hacia su esposa, hijos, padre y madre, hermanos, hermanas y amigos, era “no solo nor-mal, sino ejemplar” (Eichmann 21). Del caso de Eichmann podemos extrapo-lar que los individuos con relativamente poco poder, como lo son los soldados o agentes de las fuerzas policiales, pueden llegar a cometer actos de la peor índole, cuando están poseídos por un poder superior al que simplemente obe-decen. En este sentido, la novela de Álvarez dibuja a través de sus personajes un país conducido por la ignorancia y el miedo. Trujillo había creado el SIM para tal fin y sus agentes eran los encargados de sembrar el terror en la isla. Ciudadanos y servidores del régimen por igual, habían aprendido a adorar a Trujillo. Si bien al principio lo hacían por convicción, con el tiempo se había vuelto un acto reflejo, motivado por el miedo a perder la vida. Mate, ya lo adivinaba así cuando apenas era una adolescente:

– ¡Viva Trujillo!– ¡Viva Trujillo! —coreó MateY luego un par de voces más unieron sus buenos deseos a nuestro dictador, hasta que la obediencia atemorizada a causa de la repetición, se convirtió en un chiste. Pero yo sentía que los hombres aguardaban mi grito de lealtad. (Álvarez 137)

Los agentes del orden que estaban encargados de vigilar a las hermanas Mira-bal no se distanciaban mucho del resto de la población, en tanto todos sentían el mismo miedo a Trujillo. Ninguno se atrevía a rebelarse contra el régimen, bien fuera por enajenación y miedo, en el caso de los civiles, o por verda-dera devoción en algunos casos. En cuanto respecta a los militares, podemos afirmar que la institución castrense los había adoctrinado bien, premiando a aquellos que demostraran lealtad y siguieran las órdenes al pie de la letra, y por el contrario aniquilando a los que desobedecieran.

La desgracia caería sobre la familia Mirabal precisamente cuando, en un baile ofrecido por Trujillo, Minerva se rehúsa a ser víctima del acoso sexual del Jefe y en pleno baile le reprocha la proximidad exagerada de su pelvis contra su cuerpo: “Me tira de una muñeca, haciendo un movimiento vulgar con la pelvis, y veo que mi mano se levanta, como con una mente propia, y descarga una bofetada sobre la alelada, maquillada cara” (Álvarez 136). El desencuentro entre Minerva y Trujillo, aunado a que el régimen descubrió unas cartas dirigidas a Minerva por su amigo revolucionario Virgilio Morales,

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solo serán el comienzo de una serie de desafortunados encuentros entre las Mirabal y el régimen. Será Manuel de Moya, a nombre de Trujillo, quien trate de pactar un acuerdo menos burocrático que saque a la hermana Mirabal de todo ese “malentendido”. Es así como el celestino de Trujillo le propone a Minerva “Estoy seguro de que el general Fiallo estaría de acuerdo en que una reunión privada con el Jefe sería la manera más rápida y efectiva de terminar con estas tonterías. Me gustaría llevársela personalmente a él, a su suite en El Jaragua y terminar con toda esta burocracia” (117). Minerva, ante la pro-puesta, se niega y por lo tanto su familia es puesta bajo supervisión constante de los agentes del SIM. La hermana Mirabal es la primera de su familia que no está dispuesta a agradar a Trujillo ni a obedecer sus órdenes. Es ella quien infunde en sus hermanas el deber de reaccionar en contra de un régimen que ha cegado a los dominicanos y los ha convertido en verdugos de sus propios compatriotas.

Es por lo anterior que será Minerva la que sufra las peores consecuen-cias por no querer agradar al Jefe. Y fue en ese momento que se dio cuenta de la verdadera naturaleza del régimen bajo el cual habían estado viviendo ella y toda su familia. La mariposa, como muchos dominicanos, veneraba a la imagen de Trujillo, haciendo de él una suerte de escudo, como aquellas estampitas de santos que se distribuían para recibir protección. Sin embargo, en el caso de las mariposas, dicha veneración tiene dos fases. En la primera, a la que vamos a denominar como la etapa de la inocencia, las jóvenes hermanas Mirabal respetaban al Jefe puesto que sus padres lo hacían. De hecho, todos sus conocidos eran fieles al régimen: “Nos habían dado un retrato de Trujillo en la clase de Cívica. Ahora lo busqué en el fondo del cajón, donde lo había sepultado por consideración a Sinita, y lo puse debajo de la almohada, para que me protegiera contra las pesadillas” (39). El Jefe era visto como el pro-tector de todos los dominicanos, el Padre de la Patria Nueva, quien además de ejercer una función reproductora, cumplía una encomienda creadora. Con esto, además de transformarse en la figura paterna, la mayoría de los domini-canos le consideraba como el creador de una nueva era en la isla caribeña. A propósito de lo anterior, William Galván comenta en su libro, Minerva Mira-bal: historia de una heroína (1982), que durante la campaña del gobierno se trataba a Trujillo como una figura divina: “Las fotografías del Papa y Trujillo [juntos] circularon por todo el país e inundaron muchos hogares domini-canos, en algunos las colocaban junto a litografías de santos, es decir en el altar de la casa a fin de que nadie osara profanarlas” (222). Esta campaña de divinización evidentemente contribuyó a que se tratara a Trujillo como un enviado de Dios y, por tal razón, se le obedecía sin siquiera cuestionar sus actos. Temerás a Dios y a Trujillo sobre todas las cosas, era el mantra tácito de los dominicanos.

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Pero será la misma Minerva, quien dormía con la imagen de Trujillo bajo su almohada para protegerse de las pesadillas, la que sería recordada como la más rebelde de las mariposas, la primera en advertir que el régimen trujillista no era tan bueno como el “Benefactor” proclamaba. En el internado, y gracias a la confesión de su amiga Sinita, descubrió al verdadero monstruo que era Trujillo: “Me dijo cosas acerca de ella que yo no sabía. Pensaba que siempre había sido pobre, pero resultó que su familia antes era rica e importante. Tres de sus tíos hasta eran amigos de Trujillo. Pero se volvieron contra él cuando vieron que estaba haciendo cosas malas” (Álvarez 32). Minerva, que en aque-lla época del internado era una adolescente, rápidamente se da cuenta de que Trujillo, como decía Sinita, no era un un ser divino, sino todo lo contrario, un monstruo humano. Y desde entonces la perspectiva de Minerva sobre Trujillo cambió radicalmente, hasta que se convirtió en una de sus mayores críticas y detractoras.

Minerva es, además, la única de las hermanas que logró ir a la universi-dad. Es ella quien tiene el poder, o cree tenerlo, de luchar contra el régimen. Pero, en su deseo de querer sobresalir en una sociedad machista, se enfrentará a un poder más grande. En este punto nos gustaría precisar que el poder de Minerva y el de Trujillo son de naturaleza muy distinta. Podemos diferen-ciar la “motivación de logro” y la “motivación de poder”. Comenta Antonio Marina al respecto de ambas, que mientras la primera “tiene como meta la perfección de una competencia personal”, la segunda “tiene como meta uti-lizar a otras personas para nuestros proyectos” (14). Es interesante que en la novela de Álvarez encontremos los dos tipos de poder. Las mariposas albergan en cada una de ellas el primer tipo denominado por Marina como “moti-vación del logro”, al querer alcanzar sus metas. De las hermanas Mirabal, Minerva es quien tiene desde niña muy claro lo que quiere hacer como mujer dominicana: “No me interesan los admiradores antes de obtener mi diploma de abogada” (Álvarez 134). De hecho, El “Benefactor” había autorizado a que la hermana Mirabal se registrara en la universidad, hiciera cinco años de carrera e incluso recibiera su diploma. Pero, como Dios, Trujillo también castiga a sus hijos:

Recibimos un golpe al enterarnos de que a Minerva se le daba el título de abo-gada, pero no la licencia para ejercer. ¡Nosotros que creíamos que El jefe se había aplacado con nuestra familia al permitir que Minerva se inscribiera en la facultad! En realidad, había planeado dejarla estudiar durante cinco años para luego infor-marle que todo había sido inútil. ¡Cuánta crueldad! (184)

A Trujillo no le interesa que ninguno de los pobladores de la isla sea capaz de pensar por sí mismo. El miedo a que sus pobladores se subleven lo aterra: “La universidad no es un buen lugar para las mujeres estos días […] Está llena de

comunistas y agitadores que quieren derrocar el gobierno. Ellos estuvieron detrás de ese problema de Luperón” (134).

Mientras que Minerva representa la “motivación de logro”, al querer lograr sus objetivos en una sociedad machista, Trujillo encarna la “motiva-ción de poder”, ya que se vale del pueblo dominicano para lograr sus propios objetivos, sin que esto le suponga ningún tipo de cuestionamiento ético. Es decir que, a pesar de que Trujillo se autoproclamaba el “Benefactor” de la Patria, en realidad impuso un régimen del terror en el que los ciudadanos vivían subyugados a sus deseos, e incluso a sus caprichos.

Es por lo anterior y por su prematura conciencia de lo que en realidad sucede en la isla, que el personaje de Minerva será decisivo en la novela. Es ella quien representa la conciencia de todo un pueblo que calla y obedece. De acuerdo con David T. Abalos, en The Latino Family and the Politcs of Transformation, la falta de reacción por parte de los ciudadanos con respecto a los actos violentos cometidos por el régimen trujillista – la de las mujeres en particular – al no denunciar los constantes acosos sexuales por parte del dicta-dor responden al proceso por medio del cual Trujillo, como Jefe del Estado, ha estado manipulando el juicio de quienes gobierna: “The politician as a kind of abusive father does not want his children to become mature, critical citizens” (xviii). Es por lo anterior que Minerva aparece como la voz de la reflexión constante aun cuando sus hermanas tratan de disuadirla de unirse a la facción disidente cuyo objetivo último sería derrocar a Trujillo:

No sólo mi familia hacía una gran demostración de lealtad, sino todo el país. Ese otoño, de vuelta en el colegio, recibimos nuevos libros de historia con un retrato de ya saben quién grabado en relieve en la tapa […] Nuestra historia ahora seguía el argumento de la Biblia. Los dominicanos habíamos aguardado durante siglos el advenimiento de nuestro Señor Trujillo. Era un asco. (Álvarez 41–42)

Los dominicanos, como hijos obedientes, se han vuelto individuos permisivos que acatan la norma por miedo a recibir un castigo por parte del “Padre de la Patria Nueva”. Trujillo era Dios en la tierra, tanto así que su retrato presidía sagradamente cada casa e institución dominicana. Incluso el nacimiento de Trujillo era tratado como un suceso bíblico: “En toda la naturaleza hay una sensación de éxtasis. Una extraña luz sobrenatural impregna la casa; huele a trabajo y santidad. El 24 de octubre de 1891 la gloria de Dios hizo carne el milagro. ¡Ha nacido Rafael Leonidas Trujillo!” (42).

Así como Trujillo parecía ser la salvación para el pueblo dominicano, el dictador era sinónimo de miedo y desolación. Entonces cabe pregun-tarse en qué radica que tantas personas estuvieran hechizadas tanto tiempo por aquel personaje. Gallego Cuiñas comenta, en Trujillo: El fantasma y sus escritores, que gran parte del éxito que tuvo el dictador se debía a su

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especificidad como un político al que los dominicanos nunca habían visto. El Generalísimo no era un soldado cualquiera, recordemos que había asis-tido a la escuela de los Marines de la cual se había graduado con honores y donde había forjado una carrera prometedora. Es por esto que “El resultado de todo este «ceremonial cosmeológico» era el encanto y la fascinación que producía en las masas, que le vieron, desde un principio, como un político y un militar distinto a los caudillos de montoneras y a los pocos impresio-nables líderes urbanos de la época” (Trujillo: El fantasma, 128). Sin dicha singularidad, “El Chivo” no habría llegado a ser tan conocido entre amigos y enemigos y jamás habría podido llegar tan lejos. Además, quisiéramos añadir que el poder que Trujillo llegó a ostentar se debe en gran parte a lo que Max Weber denomina como carisma. Weber propone que gracias a ese elemento dichos regímenes tiránicos son posibles e incluso legítimos. El pensador alemán propone que el carisma se basa principalmente en la relación que se establece entre un líder y sus seguidores. Así, podemos entender que este fenómeno se presenta en “self-appointed leaders who are followed by those who are in distress and who need to follow the leader because they believe him to be extraordinarily qualified” (Weber 53). Lo anterior quiere decir que el carisma, para Weber implica una relación que se establece entre dos partes. La primera, de la que emana el carisma, es la del líder; la segunda, se deja cautivar por el carisma del líder. Marina anota al respecto de dicha particularidad de algunos líderes que “Debe entenderse por carisma la cualidad de una personalidad, por cuya virtud se la consi-dera en posesión de fuerzas extraordinarias, o como enviado de un dios, o como ejemplar jefe, caudillo, guía o líder” (29). Y en este sentido Trujillo contaba con una gran habilidad de hacerse querer por el pueblo domini-cano, siendo el Padre de la Patria Nueva, haciéndoles creer que sin él la isla no existiría. Sin su protección paternal, los dominicanos no tendrían qué comer.

Es interesante observar que el discurso de Trujillo en realidad carece de sentido, pues evidentemente no se trataba de un semidiós que hubiera sido enviado a la Tierra, ni de un verdadero líder, pues su herramienta principal era el miedo, generado por una continua opresión. Este tipo de regímenes, sin embargo, ha pululado en todo el mundo y en especial en América Latina, en donde han encontrado un nicho que les ha permitido prosperar. El discurso de los dictadores ha sido estudiado por pensadores como Hannah Arendt, cuyos postulados son de ayuda para comprender el fenómeno del trujillato. La autora explica en Between Past and Future que la obedicencia obcecada y el fervor por el líder se debe principalmente al empleo de un discurso que parece prometedor, pero que en realidad no tiene bases sólidas.

Arendt explica dicha organización a través de la metáfora de una pirámide, en la que la base sería el pueblo y la punta estaría ocupada por los líderes. Pero en el caso del régimen de Trujillo, los estratos que separaban al vértice de la base se han destruido, dejando al primero “suspended, supported only by the proverbial bayonets, over a mass of carefully isolated, disintegrated, and completely equal individuals” (Between Past and Future 99). En el caso de la dictadura de Trujillo, las “bayonetas proverbiales” constituían el discurso carente de sentido que el dictador se había encargado de difundir por toda la isla. El discurso del “Benefactor” constituía en hacer creer a los isleños de que no había nadie más indicado para modernizar y sacar adelante al país, y que ese era su encargo divino. En toda la isla se leían avisos como “Dios y Truji-llo”, y cuando se deseaba que algo ocurriera, los isleños aprendieron a recitar “Si Dios y Trujillo quieren”. Asimismo, Trujillo se encargó de que ningún detalle estropeara la flamante imagen que había querido crear en torno de su figura de héroe mítico. Es así como contrató a Manuel de Moya, quien tenía como misión asesorar su imagen para distinguirse del resto de la población. De hecho, tanto así que polveaba su cara con talco para parecer más blanco, y ordenaba que trajeran zapatos que elevaran su estatura.

La imagen celestial de Trujillo tenía otra cara muy distinta cuando se tra-taba de reprimir a quienes se opusieran a él. Hay que recordar que el régimen de Trujillo no solo combatía a sus detractores, sino también a todos aquellos que querían adherirse a la causa comunista que ya se había instalado en Cuba. Es por esto que Virgilio Morales, Lío, como lo conocían las hermanas Mirabal representa un peligro tan inminente para el régimen trujillista. Gracias a su relación con Lío, Minerva Mirabal cobró una conciencia mucho más sólida de lo que en realidad estaba pasando en la isla. Sus hermanas también compren-derían por qué unirse a la causa revolucionaria era decisivo si querían acabar con el régimen de terror que se había apoderado de la isla y, por esto, toda su familia sufriría un interminable acoso por parte del régimen. Entre todas las hermanas, el caso de Patria es el más dramático, pues supone una verdadera transformación desde la sumisión y pasividad absoluta a un estado de acción revolucionaria que la llevaría a hacer parte del famoso movimiento “14 de junio”.

Para Patria el despertar del largo letargo en el que había vivido se dio precisamente gracias al grupo religioso al que pertenecía. Durante un retiro espiritual en Salcedo vio cómo decenas de muchachos dominicanos, que se habían entrenado en Cuba con el apoyo de Fidel Castro, caían muertos frente a ella a manos del ejército trujillista que procuraba aplacar un intento de rebe-lión contra el régimen. El bombardeo ocurrió un 14 de junio, por lo cual los revolucionarios adoptarían esta fecha convirtiéndose así en el “Movimiento

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14 de junio”, al que Patria decide unirse. El padre de Jesús, confesor de Patria, había decidido, junto a algunos sacerdotes, hacer un frente de oposición al régimen que por tantos años había contado con la bendición de la Iglesia para someter al pueblo. En ese momento y con casi toda la familia en la cárcel, Patria se quedó a cargo de la casa familiar y al cuidado de los hijos de sus her-manas. En vistas de que Trujillo parecía inflexible con respecto a la liberación del clan Mirabal y luego de haber agotado todos los recursos, Patria decide, así como lo había hecho Minerva cuando era apenas una niña en el colegio, comenzar a rezarle a Trujillo, a pesar de ser parte del “14 de junio”. Decidió poner su fotografía en un altar lleno de flores que estaban siempre frescas. Esperando a que ocurriera un milagro:

Le cambiaba las flores todos los días, y decía unas palabras. Mamá creía que estaba haciendo teatro, para Peña y sus hombres del SIM, que pasaban con fre-cuencia para controlar a la familia. Pero Fela entendía, sólo que pensaba que yo estaba haciendo un trato con el maligno. No era así, en absoluto. Yo quería apelar a su mejor naturaleza (Álvarez 314).

Patria se había ofrecido como cordero propiciatorio a cambio del regreso de toda su familia. Ella podía ofrecérsele a Trujillo, ya que sabía que el Jefe la desearía como mujer y ella estaba dispuesta a hacer ese sacrificio. De nuevo, observamos de qué forma hay una suerte de trasmutación entre Dios y Tru-jillo, ya que el temor hacia el primero es menor que el temor hacia el segundo.

Además de los motivos personales de Trujillo contra Minerva, la cons-tante persecución a las hermanas Mirabal se basaba en las actividades subversi-vas de corte comunista a las que, una a una, se habían adherido las mariposas. Recordemos que los últimos años del régimen trujillista estuvieron en cons-tante peligro no solo gracias a que el régimen contaba con más y más detrac-tores, sino también porque el comunismo se planteaba como una amenaza inminente que ya se había instalado en Cuba. Es por lo anterior que, a pesar de que la reputación del régimen trujillista era la de ser un gobierno violento y represivo, ningún país hizo nada para detenerlo sino hasta casi el final, pocos meses antes de que Trujillo fuera asesinado con ayuda de agentes de la CIA. Para los Estados Unidos Trujillo siempre fue una figura conveniente y estraté-gica, precisamente porque la isla actuaba como una suerte de contingente del comunismo. En este sentido, y con el apoyo de los Estados Unidos e incluso del Vaticano, Trujillo pudo cometer todos los abusos que le parecieron con-venientes y necesarios para impedir el avance de la mancha comunista. De esta forma todos los “verdaderos dominicanos” debían poner de su parte para encontrar a los subversivos. Es a causa de ese miedo al comunismo que los sol-dados de Trujillo tenían la misión de ejecutar a los traidores. De esta forma, todos los isleños creían tener la responsabilidad cívica de proteger su nación,

pero en realidad lo que el régimen estaba creando era un complejo sistema de culpabilidad. Si el proyecto nacional fallaba, era porque los isleños no habían obedecido ciegamente las órdenes del “Benefactor”.

La obediencia tanto de la población en general como de los que confor-man los cuerpos policivos ha sido un tema recurrente entre los estudiosos de los regímenes autoritarios. Arendt comenta con respecto a la responsabilidad civil y a la conciencia de los actos que se estaban cometiendo, que en el argu-mento presentado por Eichmann a la defensa, él en todo momento insistía que “estaba obligado a obedecer las órdenes que se le daban, y que […] había realizado hechos «que son recompensados con condecoraciones, cuando se consigue la victoria, y conducen a la horca, en el momento de la derrota»” (Eichmann 19). Las palabras de Eichmann no solo lo exculpaban de toda responsabilidad, aparentemente, ya que estaba siguiendo órdenes, sino que también ponían en entredicho el nivel de alienación en el que cayeron todos los que participaron en las ejecuciones masivas.

En la novela de Álvarez podemos observar que la obediencia estaba ínti-mamente ligada con una devoción ciega por el Jefe de parte de quienes lo rodeaban. De esta forma, ser amigo de Trujillo o incluso haberse cruzado con él, podía sacar de apuros a una familia condenada a la cárcel y a la muerte. El haber conocido al “Benefactor” era equiparable a haber sido tocado por una mano bendita, que fungiría de manto protector en momentos de terror. De otro lado, la obediencia estaba acompañada de la admiración que Trujillo causaba entre los hombres que lo rodeaban. Así, sus más íntimos servidores sentían que le debían fidelidad hasta tal punto que se dejaban humillar por Trujillo y permitían que cortejara a sus mujeres delante de ellos. Nos pregun-tamos entonces qué tipo de sociedad se deja subyugar de esa forma, incluso tratándose de hombres poderosos y educados. El régimen había impuesto un sistema de terror, que era incluso más fuerte en los estratos más altos del poder. En este caso, los senadores y ministros de Trujillo no le servían fiel-mente por el miedo a ser asesinados ni encarcelados, sino por el miedo a ser expuestos ante la sociedad, a perder el favor del Jefe.

La novela de Álvarez no es la única que denuncia el estado de alienación en el que vivían los habitantes de la isla durante el régimen que se extendió por más de treinta años en la isla. Mario Vargas Llosa en La fiesta del chivo hace hincapié en la importancia que para los militares tenía ejecutar las órde-nes sin reflexionar sobre sus acciones. La lección que el régimen trata de incul-car en sus reclutas es que todos deben participar activamente en la protección continua del Estado ya que, además de honrar al Jefe, están cumpliendo con su deber de proteger a la isla de movimientos revolucionarios que puedan poner en peligro la seguridad nacional. En la novela del peruano, uno de

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los personajes principales, que luego participará en el complot para matar al Chivo, se ve abocado a una situación en la que el supuesto deber militar no deja lugar a la reflexión. El teniente Amado García Guerrero trabaja para Tru-jillo, quien personalmente le había negado permiso para casarse con su novia, pues el SIM había descubierto que su cuñado pertenecía al movimiento sub-versivo y antitrujillista “14 de junio”. El “Benefactor”, a modo de premio de consolación, le había otorgado el grado de teniente primero, pero antes tenía que demostrar que merecía dicho ascenso, probando su lealtad incondicional con el Jefe. Para dicha tarea, será el coronel Johnny Abbes García quien dé la orden a García Guerrero de ejecutar a un preso completamente descono-cido para el teniente. El hombre está encapuchado y Amado no tiene otra opción que ejecutar las órdenes de Abbes García. Después de todo, “debía” un favor a Trujillo y traicionar su confianza traería terribles consecuencias no solo para su carrera sino para su familia. Luego de la ejecución, el jefe del SIM añade, “Si uno se tira al agua, tiene que mojarse. Era uno del 14 de junio, el hermanito de su ex novia, creo” (Vargas Llosa 61). Por un lado, las palabras de Abbes García son una muestra del adoctrinamiento que Trujillo había impuesto en la isla entre todos sus servidores. Por el otro, la obra de Vargas Llosa ilustra de qué modo la violencia, las desapariciones y el miedo se habían convertido en las mejores armas con las que contaba el régimen para subyugar a sus ciudadanos. Si los dominicanos de verdad deseaban el bien común, obedecerían sin chistar las órdenes que el Generalísimo les diera. De esta forma, el constante control del régimen y el terror que reinaba no per-mitía que los ciudadanos ponderaran la verdadera naturaleza que engendraba el gobierno trujillista. Para algunos, la del “Benefactor” siempre sería la única palabra que debían obedecer. Para otros, como el teniente García Guerrero, el hecho de saberse asesino de su propio cuñado hace que entre en razón y se una al grupo de conspiradores que terminaría con la vida de Trujillo. Incluso, le confiesa a su mejor amigo Salvador Estrella: “La próxima vez que dispare, será para matar a Trujillo, Turco” (Vargas Llosa 61).

Como el teniente García Guerrero, las hermanas Mirabal también esta-rían dispuestas a participar en el complot para derrocar al régimen, lo cual las llevaría a la muerte. Por un momento parecía que las plegarias de Patria las habían escuchado Dios y Trujillo ya que sus hermanas habían vuelto a casa junto con Nelson, su hijo. Sin embargo, Trujillo todavía tenía otra carta para jugar. Como todas las mujeres de su época, las hermanas eran también madres y esposas. De modo que Trujillo no autorizó la liberación de sus esposos, con lo que se aseguraba de que las hermanas Mirabal tuvieran que visitarlos en prisión. La última vez que los vieron emprendieron un camino sin retorno; en la carretera de vuelta a Salcedo, de donde eran originarias, el régimen les había preparado un atentado que después harían parecer como si hubiera sido

un accidente. Dedé, quien no iba en el carro con ellas, narra los sucesos de esta forma:

Vi las marcas en la garganta de Minerva, y las huellas en el pálido cuello de Mate, claras como el agua. También las golpearon con la culata de sus armas: lo vi cuando les corté el pelo. Se aseguraron de que estuvieran bien muertas […] Pasando una curva cerrada, cerca de donde hay tres cruces, desbarrancaron el jeep por el acantilado. (Álvarez 376)

El recuento del día del asesinato fue construyéndose en la memoria de Dedé gracias a recuerdos ajenos de quienes habían presenciado las últimas horas de las tres hermanas Mirabal. En procesión iban pasando por casa de Dedé los testigos de la muerte de sus hermanas, que no habían querido, o no habían podido hacer nada para impedir que encontraran la muerte en aquella carretera de montaña a manos de los “caliés”, palabra que usaban para refe-rirse a los soldados de Trujillo. Dedé hace parte de aquellas generaciones que fueron marcadas por las vejaciones del régimen; sus memorias de aquellos tiempos se reviven frente al más mínimo ruido: “En realidad esa mujer no debería cerrar el auto de un portazo, y no alterar los nervios de alguien que está envejeciendo. Y no sólo yo, piensa Dedé. Cualquier dominicano de cierta generación hubiera dado un salto al oír ese ruido, como de un disparo” (En el tiempo 16). Sin embargo, la mariposa sobreviviente quiso que la historia fuera diferente para sus hijos y los de sus hermanas, y por eso le revela a la perio-dista “Yo no quería que se criaran con odio, los ojos fijos en el pasado. Los nombres de los asesinos no han atravesado mis labios ni una sola vez. Quería que los niños tuvieran lo que sus madres podrían haberles dado: la posibili-dad de ser felices” (375). Pero el silencio de Dedé con respecto al pasado no debe ser interpretado como indiferencia, sino como una clase de exorcismo del fantasma de Trujillo, dando paso a la posibilidad de que se construya otra historia sin el telón de fondo de la dictadura y el miedo que reinó en la isla por tantos años.

El fantasma de Trujillo, presente aún después de tantos años en la isla caribeña no ha desaparecido por completo, como tampoco los regímenes dic-tatoriales. Podemos decir que el miedo, como herramienta de poder de la que se valió Trujillo, es uno de los rasgos más característicos no solo del personaje sino también del régimen que impuso a lo largo de la isla, incluso aterrori-zando a sus vecinos haitianos. La presencia de Trujillo en la isla es sinónimo de amenaza constante, y para los dominicanos vivir o morir dependía ente-ramente de un solo hombre y de su ejército de asesinos. En este sentido, el miedo fungió como la herramienta más poderosa con la que contaba Trujillo, como indica Antonio Marina, cuando afirma que en la relación que se esta-blece entre la víctima del miedo y quien lo produce, siempre será una relación

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de ventaja del primero sobre el último, haciendo del miedo un mecanismo de poder infalible. Es por lo anterior que “Es fácil comprender la razón de su eficacia. El miedo impulsa a obrar de determinada manera para librarse de la amenaza y de la ansiedad que produce” (Marina, 43). Por lo mismo, quien provoca el miedo es capaz de apoderarse de la voluntad de quien lo sufre. En esta relación entre victimario y víctima, Trujillo se aprovechó del terror que impuso en la isla gracias, en parte, al temible Johnny Abbes García, encargado del SIM, para doblegar la voluntad y la sensatez de sus súbditos. La violencia, por su parte, es el vehículo por medio del cual se ejerce el miedo. Los encarce-lamientos y acosos constantes hacían que los dominicanos sintieran un cons-tante terror, en constante vigilancia de los movimientos de su vecino, en caso de que hubiera que denunciar a alguno, no solo para ganarse el beneplácito del Jefe, sino para salvar la vida y no terminar en el mar con los tiburones. Las muertes violentas provocadas por el régimen, incluidas las de las Mirabal, son una prueba de las atrocidades del régimen trujillista. Asimismo, nos gustaría recalcar que la muerte de las mariposas es, paradójicamente, la prueba de que es posible vencer el miedo provocado por el victimario, enfrentándose a él. Recoger su historia es una forma de exorcizar dicho miedo. Quisiéramos terminar diciendo que, a pesar de que el miedo sigue siendo una herramienta recurrente en muchos regímenes, muchos autores como Julia Álvarez han decidido vencer el miedo al fantasma del trujillato y en una muestra de con-ciencia y deber moral, la literatura actúa como medio para denunciar, reescri-bir o reconstruir periodos caóticos de la historia, como lo es sin duda el de las dictaduras en América Latina.

Obras citadas

Álvarez, Julia. En el tiempo de las mariposas. Bogotá: Alfaguara, 2001.Abalos, David T. The Latino Family and the Politics of Transformation. Westport: Praeger,

1993.Arendt, Hannah. Between Past and Future: Eight Exercises in Political Thought. New York:

Viking Press, 1968.———. The Origins of Totalitarism. New York: Hancourt Brace Jovanovich, 1973.———. Eichmann en Jerusalén. Trans. C. Ribalta. Barcelona: Lumen, 1999. Gallego Cuiñas, Ana. “Denuncia y univocidad: la narración del trujillato.” Hispanic Review

76.4 (2008): 413–434.———. “La fiesta de los sentidos: Un análisis de la narrativa del trujillato.” La litera-

tura hispanoamericana con los cinco sentidos: Actas del V Congreso Internacional de la AEELH. A Coruña: Universidad da Coruña, 2002. 293–300.

———. Trujillo: El fantasma y sus escritores. París: Mare y Martin, 2006.

———. Trujillo: El fantasma y sus escritores. Diss. Granada: Ediciones de la Universidad de Granada, 2005.

Galván, William. Minerva Mirabal: Historia De Una Heroína. Santo Domingo: CPEP, 2011.

Marina, José Antonio. Anatomía del miedo. Barcelona: Anagrama, 2006.Rouquié, Alain. “Dictadores, militares y legitimidad en América Latina.” Crítica & Utopía

5 (1981): 1–9.Vargas Llosa, Mario. La fiesta del chivo. Madrid: Alfaguara, 2000.Weber, Max. From Max Weber: Essays in Sociology. Ed. C. Wright Mills y H. H. Gerth.

Trans. C. Wright Mills y H. H. Gerth. New York: Oxford UP, 1946.

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