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1 José María Iraburu José María Iraburu La adoración eucarística Fundación Gratis Date Pamplona 2001, 2ª ed. Bibliografía Ritual de la Sagrada Comunión y del culto a la Eucaristía fuera de la Misa, Comisión episcopal española de Liturgia, Madrid 1979. Angot, M-B., Las casas de adoración, Herder, Barcelona 1995; Arnau, R., La oración ante el Santísimo Sacramento como comportamiento eclesial, «Teología Espiritual» 26 (1982) 85-98; Bertaud, É., Dévotion eucharistique; esquisse histori- que, DSp IV, 1621-1637; Bourbonais, G., L'adoration eucharistique aujourd'hui , «Vie Consacrée» 42 (1970) 65-88; Croce- tti, G., L'adorazione a Cristo Redentore presente nell'Eucaristia , «La Scuola Cattolica» 110 (1982) 3-28; Fortún, F. X., OSB, El Sagrario y el Evangelio, Rialp, Madrid 1990; González, C., La adoración eucarística , Paulinas, Madrid 1990; González, ven. M., Qué hace y qué dice el Corazón de Jesús en el Sagrario, EGDA, Madrid 1986 12 ; Iraburu, J. M., La adora- ción eucarística nocturna, A. N. E. Pam- plona, 1999; Molien, O., Adoration, DSp I, 210-222; Jungmann, J. A., El sacrificio de la Misa , BAC 68, Madrid 1959 3 ; Longpré, É., Eucharistie et expérience mystique, DSp IV, 1586-1621; Olivar, A., El desarrollo del culto eucarístico fuera de la Misa, «Phase» 135 (1983) 187-203; Roche, J., Le culte du Saint-Sacrement hors Messe, «Esprit et vie» 92 (1982) 273- 281; Sadoux, D.-Gervais, P., L'adoration eucharistique, «Vie consacrée» (1983) 85- 97; Sayés, J. A., La presencia real de Cris- to en la Eucaristía, BAC 386, Madrid 1976; Solano, J., Textos eucarísticos pri- mitivos, BAC 88 y 118, Madrid 1978 2 y 1979 2 ; Tena, P., La adoración eucarísti- ca. Teología y espiritualidad, «Phase» 135 (1983) 205-218; Van Doren, Dom Rom- baut, La réserve eucaristique, «Questions Liturgiques» 63 (1982) 234-242; Vassali, G. - Núñez, E. G. - R. Fortin, R., Culte de la Présence réelle et Magistère, DSp IV, 1637-1648. 1 Historia Centralidad de la Eucaristía Desde el principio del cristianismo, la Eucaristía es la fuente, el centro y el culmen de toda la vida de la Igle- sia. Como memorial de la pasión y de la resurrección de Cristo Salvador, como sacrificio de la Nueva Alianza, como cena que anticipa y prepara el banquete celestial, como signo y causa de la unidad de la Iglesia, como actua- lización perenne del Misterio pascual, como Pan de vida eterna y Cáliz de sal- vación, la celebración de la Eucaristía es el centro indudable del cristianismo. Normalmente, la Misa al principio se celebra sólo el domingo, pero ya en los siglos III y IV se generaliza la Misa dia- ria. La devoción antigua a la Eucaristía lleva en algunos momentos y lugares a celebrar- la en un solo día varias veces. San León III

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Page 1: 1 Historia - fundación GRATIS · PDF fileRitual de la Sagrada Comunión y del ... La adora-ción eucarística nocturna, A. N. E. Pam-plona, 1999; Molien, O., Adoration ... hermanos

1José María Iraburu

José María IraburuLa adoración eucarísticaFundación Gratis DatePamplona 2001, 2ª ed.

Bibliografía

Ritual de la Sagrada Comunión y delculto a la Eucaristía fuera de la Misa,Comisión episcopal española de Liturgia,Madrid 1979.

Angot, M-B., Las casas de adoración,Herder, Barcelona 1995; Arnau, R., Laoración ante el Santísimo Sacramentocomo comportamiento eclesial, «TeologíaEspiritual» 26 (1982) 85-98; Bertaud, É.,Dévotion eucharistique; esquisse histori-que, DSp IV, 1621-1637; Bourbonais, G.,L'adoration eucharistique aujourd'hui,«Vie Consacrée» 42 (1970) 65-88; Croce-tti, G., L'adorazione a Cristo Redentorepresente nell'Eucaristia, «La ScuolaCattolica» 110 (1982) 3-28; Fortún, F. X.,OSB, El Sagrario y el Evangelio, Rialp,Madrid 1990; González, C., La adoracióneucarística, Paulinas, Madrid 1990;González, ven. M., Qué hace y qué dice elCorazón de Jesús en el Sagrario, EGDA,Madrid 198612; Iraburu, J. M., La adora-ción eucarística nocturna, A. N. E. Pam-plona, 1999; Molien, O., Adoration, DSpI, 210-222; Jungmann, J. A., El sacrificiode la Misa, BAC 68, Madrid 19593;Longpré, É., Eucharistie et expériencemystique, DSp IV, 1586-1621; Olivar, A.,El desarrollo del culto eucarístico fuerade la Misa, «Phase» 135 (1983) 187-203;Roche, J., Le culte du Saint-Sacrementhors Messe, «Esprit et vie» 92 (1982) 273-281; Sadoux, D.-Gervais, P., L'adorationeucharistique, «Vie consacrée» (1983) 85-97; Sayés, J. A., La presencia real de Cris-

to en la Eucaristía, BAC 386, Madrid1976; Solano, J., Textos eucarísticos pri-mitivos, BAC 88 y 118, Madrid 19782 y19792; Tena, P., La adoración eucarísti-ca. Teología y espiritualidad, «Phase» 135(1983) 205-218; Van Doren, Dom Rom-baut, La réserve eucaristique, «QuestionsLiturgiques» 63 (1982) 234-242; Vassali,G. - Núñez, E. G. - R. Fortin, R., Culte dela Présence réelle et Magistère, DSp IV,1637-1648.

1 Historia

Centralidad de la EucaristíaDesde el principio del cristianismo,

la Eucaristía es la fuente, el centro yel culmen de toda la vida de la Igle-sia. Como memorial de la pasión y dela resurrección de Cristo Salvador,como sacrificio de la Nueva Alianza,como cena que anticipa y prepara elbanquete celestial, como signo y causade la unidad de la Iglesia, como actua-lización perenne del Misterio pascual,como Pan de vida eterna y Cáliz de sal-vación, la celebración de la Eucaristíaes el centro indudable del cristianismo.

Normalmente, la Misa al principio secelebra sólo el domingo, pero ya en lossiglos III y IV se generaliza la Misa dia-ria.

La devoción antigua a la Eucaristía llevaen algunos momentos y lugares a celebrar-la en un solo día varias veces. San León III

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2 La adoración eucarística

(+816) celebra con frecuencia siete y aúnnueve en un mismo día. Varios conciliosmoderan y prohiben estas prácticas exce-sivas. Alejandro II (+1073) prescribe unaMisa diaria: «muy feliz ha de considerarseel que pueda celebrar dignamente una solaMisa» cada día.

Reserva de la EucaristíaEn los siglos primeros, a causa de

las persecuciones y al no haber tem-plos, la conservación de las especieseucarísticas se hace normalmente enforma privada, y tiene por fin la comu-nión de los enfermos, presos y ausen-tes.

Esta reserva de la Eucaristía, al cesarlas persecuciones, va tomando formasexternas cada vez más solemnes.

Las Constituciones apostólicas –haciael 400– disponen ya que, después de dis-tribuir la comunión, las especies sean lle-vadas a un sacrarium. El sínodo de Verdun,del siglo VI, manda guardar la Eucaristía «enun lugar eminente y honesto, y si los re-cursos lo permiten, debe tener una lámparapermanentemente encendida». Las píxidesde la antigüedad eran cajitas preciosas paraguardar el pan eucarístico. León IV (+855)dispone que «sólamente se pongan en elaltar las reliquias, los cuatro evangelios yla píxide con el Cuerpo del Señor para elviático de los enfermos».

Estos signos expresan la veneracióncristiana antigua al cuerpo eucarísticodel Salvador y su fe en la presencia realdel Señor en la Eucaristía. Todavía, sinembargo, la reserva eucarística tienecomo fin exclusivo la comunión de en-fermos y ausentes; pero no el culto a laPresencia real.

La adoración eucarísticadentro de la Misa

Ha de advertirse, sin embargo, queya por esos siglos el cuerpo de Cristorecibe de los fieles, dentro de la mismacelebración eucarística, signos clarosde adoración, que aparecen prescritosen las antiguas liturgias. Especialmenteantes de la comunión –Sancta santis,lo santo para los santos–, los fieles rea-lizan inclinaciones y postraciones:

«San Agustín decía: “nadie coma de estecuerpo, si primero no lo adora”, añadiendoque no sólo no pecamos adorándolo, sinoque pecamos no adorándolo» (Pío XII, Me-diator Dei 162).

Por otra parte, la elevación de la hos-tia, y más tarde del cáliz, después de laconsagración, suscita también la ado-ración interior y exterior de los fieles.Hacia el 1210 la prescribe el obispo deParís, antes de esa fecha es practicadaentre los cistercienses, y a fines del si-glo XIII es común en todo el Occiden-te. En nuestro siglo, en 1906, San PíoX, «el papa de la Eucaristía», concedeindulgencias a quien mire piadosamen-te la hostia elevada, diciendo «Señormío y Dios mío» (Jungmann II,277-291).

Primeras manifestaciones del cultoa la Eucaristía fuera de la Misa

La adoración de Cristo en la mismacelebración del Sacrificio eucarístico esvivida, como hemos dicho, desde elprincipio. Y la adoración de la Presen-cia real fuera de la Misa irá configurán-dose como devoción propia a partir delsiglo IX, con ocasión de las controver-

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sias eucarísticas. Por esos años, alsimbolismo de un Ratramno, se oponecon fuerza el realismo de un PascasioRadberto, que acentúa la presencia realde Cristo en la Eucaristía, no siempreen términos exactos.

Conflictos teológicos análogos seproducen en el siglo XI. La Iglesia re-acciona con prontitud y fuerza unáni-me contra el simbolismo eucarístico deBerengario de Tours (+1088). Su doc-trina es impugnada por teólogos comoAnselmo de Laón (+1117) o Guillermode Champeaux (+1121), y es inmedia-tamente condenada por un buen núme-ro de Sínodos (Roma, Vercelli, París,Tours), y sobre todo por los ConciliosRomanos de 1059 y de 1079 (Dz 690 y700).

En efecto, el pan y el vino, una vez con-sagrados, se convierten «substancialmenteen la verdadera, propia y vivificante carne ysangre de Jesucristo, nuestro Señor». Poreso en el Sacramento está presente totusChristus, en alma y cuerpo, como hombrey como Dios.

Estas enérgicas afirmaciones de la fevan acrecentando más y más en el pue-blo la devoción a la Presencia real.

Veamos algunos ejemplos. A fines delsiglo IX, la Regula solitarium estableceque los ascetas reclusos, que viven en lu-gar anexo a un templo, estén siempre porsu devoción a la Eucaristía en la presenciade Cristo. En el siglo XI, Lanfranco, arzo-bispo de Canterbury, establece una proce-sión con el Santísimo en el domingo deRamos. En ese mismo siglo, durante lascontroversias con Berengario, en los mo-nasterios benedictinos de Bec y de Clunyexiste la costumbre de hacer genuflexiónante el Santísimo Sacramento y de incen-sarlo. En el siglo XII, la Regla de los re-clusos prescribe: «orientando vuestro pen-

samiento hacia la sagrada Eucaristía, que seconserva en el altar mayor, y vueltos haciaella, adoradla diciendo de rodillas: “¡salve,origen de nuestra creación!, ¡salve, preciode nuestra redención!, ¡salve, viático denuestra peregrinación!, ¡salve, premio es-perado y deseado!”».

En todo caso, conviene recordar que«la devoción individual de ir a orar anteel sagrario tiene un precedente históri-co en el monumento del Jueves Santoa partir del siglo XI, aunque ya el Sa-cramentario Gelasiano habla de la re-serva eucarística en este día... El mo-numento del Jueves Santo está en laprehistoria de la práctica de ir a orarindividualmente ante el sagrario, devo-ción que empieza a generalizarse aprincipos del siglo XIII» (Olivar 192).

Aversión y devoción en el siglo XIIIPor esos tiempos, sin embargo, no

todos participan de la devoción euca-rística, y también se dan casos horri-bles de desafección a la Presencia real.Veamos, a modo de ejemplo, la infinitadistancia que en esto se produce entrecátaros y franciscanos. Cayetano Esser,franciscano, describe así el mundo delos primeros:

«En aquellos tiempos, el ataque más fuer-te contra el Sacramento del Altar venía departe de los cátaros [muy numerosos en lazona de Asís]. Empecinados en su dualis-mo doctrinal, rechazaban precisamente laEucaristía porque en ella está siempre eníntimo contacto el mundo de lo divino, delo espiritual, con el mundo de lo material,que, al ser tenido por ellos como materianefanda, debía ser despreciado. Por opor-tunismo, conservaban un cierto rito de lafracción del pan, meramente conmemora-tivo. Para ellos, el sacrificio mismo deCristo no tenía ningún sentido.

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4 La adoración eucarística

«Otros herejes declaraban hasta malvadoeste sacramento católico. Y se había exten-dido un movimiento de opinión que rehu-saba la Eucaristía, juzgando impuro todo loque es material y proclamando que los “ver-daderos cristianos” deben vivir del “alimen-to celestial”.

«Teniendo en cuenta este ambiente, secomprenderá por qué, precisamente en estetiempo, la adoración de la sagrada hostia,como reconocimiento de la presencia real,venía a ser la señal distintiva más destacadade los auténticos verdaderos cristianos. Elculto de adoración de la Eucaristía, que enadelante irá tomando formas múltiples, tie-ne aquí una de sus raíces más profundas.Por el mismo motivo, el problema de lapresencia real vino a colocarse en el pri-mer plano de las discusiones teológicas, yejerció también una gran influencia en laelaboración del rito de la Misa.

«Por otra parte, las decisiones del Con-cilio de Letrán [IV: 1215] nos descubrenlos abusos de que tuvo que ocuparse enton-ces la Iglesia. El llamado Anónimo de Peru-sa es a este respecto de una claridad espan-tosa: sacerdotes que no renovaban al tiem-po debido las hostias consagradas, de for-ma que se las comían los gusanos; o quedejaban a propósito caer a tierra el cuerpoy la sangre del Señor, o metían el Sacra-mento en cualquier cuarto, y hasta lo deja-ban colgado en un árbol del jardin; al visi-tar a los enfermos, se dejaban allí la píxidey se iban a la taberna; daban la comunión alos pecadores públicos y se la negaban agentes de buena fama; celebraban la santaMisa llevando una vida de escándalo públi-co», etc. (Temi spirituali, Biblioteca Fran-cescana, Milán 1967, 281-282; +D. Elcid,Clara de Asís, BAC pop. 31, Madrid 1986,193-195).

Frente a tales degradaciones, se pro-ducen en esta época grandes avancesde la devoción eucarística. Entre otrosmuchos, podemos considerar el testi-

monio impresionante de san Franciscode Asís (1182-1226). Poco antes de mo-rir, en su Testamento, pide a todos sushermanos que participen siempre de lainmensa veneración que él profesa ha-cia la Eucaristía y los sacerdotes:

«Y lo hago por este motivo: porque eneste siglo nada veo corporalmente del mis-mo altísimo Hijo de Dios, sino su santísi-mo cuerpo y su santísima sangre, que ellosreciben y sólo ellos administran a los de-más. Y quiero que estos santísimos miste-rios sean honrados y venerados por encimade todo y colocados en lugares preciosos»(10-11; +Admoniciones 1: El Cuerpo delSeñor).

Esta devoción eucarística, tan fuerteen el mundo franciscano, también mar-ca una huella muy profunda, que durahasta nuestros días, en la espiritualidadde las clarisas. En la Vida de santa Cla-ra (+1253), escrita muy pronto por elfranciscano Tomás de Celano (hacia1255), se refiere un precioso milagroeucarístico. Asediada la ciudad de Asíspor un ejército invasor de sarracenos,son éstos puestos en fuga en el con-vento de San Damián por la virgen Cla-ra:

«Ésta, impávido el corazón, manda, pesea estar enferma, que la conduzcan a la puertay la coloquen frente a los enemigos, lle-vando ante sí la cápsula de plata, encerradaen una caja de marfil, donde se guarda consuma devoción el Cuerpo del Santo de losSantos». De la misma cajita le asegura lavoz del Señor: “yo siempre os defenderé”,y los enemigos, llenos de pánico, se dis-persan» (Legenda santæ Claræ 21).

La iconografía tradicional representaa Santa Clara de Asís con una custodiaen la mano.

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Santa Juliana de Mont-Cornillony la fiesta del Corpus Christi

El profundo sentimiento cristocén-trico, tan característico de esta fase dela Edad Media, no puede menos deorientar el corazón de los fieles hacia elCristo glorioso, oculto y manifiesto enla Eucaristía, donde está realmente pre-sente. Así lo hemos comprobado en elejemplo de franciscanos y clarisas. Esahora, efectivamente, hacia el 1200,cuando, por obra del Espíritu Santo, ladevoción al Cristo de la Eucaristía va adesarrollarse en el pueblo cristiano connuevos impulsos decisivos.

A partir del año 1208, el Señor se apa-rece a santa Juliana (1193-1258), primeraabadesa agustina de Mont-Corni-llon,junto a Lieja. Esta religiosa es una ena-morada de la Eucaristía, que, inclusofísicamente, encuentra en el pan del cie-lo su único alimento. El Señor inspira asanta Juliana la institución de una fiestalitúrgica en honor del Santísimo Sacra-mento. Por ella los fieles se fortalecenen el amor a Jesucristo, expían los pe-cados y desprecios que se cometen confrecuencia contra la Eucaristía, y al mis-mo tiempo contrarrestan con esa fiestalitúrgica las agresiones sacrílegas co-metidas contra el Sacramento porcátaros, valdenses, petro-brusianos, se-guidores de Amaury de Bène, y tantosotros.

Bajo el influjo de estas visiones, elobispo de Lieja, Roberto de Thourotte,instituye en 1246 la fiesta del Corpus.Hugo de Saint-Cher, dominico, carde-nal legado para Alemania, extiende lafiesta a todo el territorio de su legación.

Y poco después, en 1264, el papa Ur-bano IV, antiguo arcediano de Lieja, quetiene en gran estima a la santa abadesaJuliana, extiende esta solemnidadlitúrgica a toda la Iglesia latina median-te la bula Transiturus. Esta carta mag-na del culto eucarístico es un himno ala presencia de Cristo en el Sacramen-to y al amor inmenso del Redentor, quese hace nuestro pan espiritual.

Es de notar que en esta Bula romana seindican ya los fines del culto eucarísticoque más adelante serán señalados porTrento, por la Mediator Dei de Pío XII opor los documentos pontificios más recien-tes: 1) reparación, «para confundir la mal-dad e insensatez de los herejes»; 2) ala-banza, «para que clero y pueblo, alegrán-dose juntos, alcen cantos de alabanza»; 3)servicio, «al servicio de Cristo»; 4) ado-ración y contemplación, «adorar, venerar,dar culto, glorificar, amar y abrazar el Sa-cramento excelentísimo»; 5) anticipacióndel cielo, «para que, pasado el curso de estavida, se les conceda como premio» (DSpIV, 1961, 1644).

La nueva devoción, sin embargo, yaen la misma Lieja, halla al principio nopocas oposiciones. El cabildo catedra-licio, por ejemplo, estima que ya bastala Misa diaria para honrar el cuerpoeucarístico de Cristo. De hecho, porun serie de factores adversos, la bulade 1264 permanece durante cincuentaaños como letra muerta.

Prevalece, sin embargo, la voluntaddel Señor, y la fiesta del Corpus va sien-do aceptada en muchos lugares:Venecia, 1295; Wurtzburgo, 1298;Amiens, 1306; la orden del Carmen,1306; etc. Los títulos que recibe en loslibros litúrgicos son significativos: dieso festivitas eucharistiæ, festivitasSacramenti, festum, dies, sollemnitas

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6 La adoración eucarística

corporis o de corpore domini nostriIesu Christi, festum Corporis Christi,Corpus Christi, Corpus...

El concilio de Vienne, finalmente, en1314, renueva la bula de Urbano IV.Diócesis y órdenes religiosas aceptanla fiesta del Corpus, y ya para 1324 escelebrada en todo el mundo cristiano.

Celebración del Corpusy exposiciones del Santísimo

La celebración del Corpus implica yaen el siglo XIII una procesión solemne,en la que se realiza una «exposición am-bulante del Sacramento» (Olivar 195).Y de ella van derivando otras proce-siones con el Santísimo, por ejemplo,para bendecir los campos, para reali-zar determinadas rogativas, etc.

Por otra parte, «esta presencia pal-pable, visible, de Dios, esta inmediatezde su presencia, objeto singular de ado-ración, produjo un impacto muy nota-ble en la mentalidad cristiana occiden-tal e introdujo nuevas formas de pie-dad, exigiendo rituales nuevos y crean-do la literatura piadosa correspondien-te. En el siglo XIV se practicaba ya laexposición solemne y se bendecía conel Santísimo. Es el tiempo en que secrearon los altares y las capillas delsantísimo Sacramento» (Id. 196).

Las exposiciones mayores se van implan-tando en el siglo XV, y siempre la patria deellas «es la Europa central. Alemania, Es-candinavia y los Países Bajos fueron loscentros de difusión de las prácticas euca-rísticas, en general» (Id. 197). Al principio,colocado sobre el altar el Sacramento, esadorado en silencio. Poco a poco va desa-rrollándose un ritual de estas adoraciones,con cantos propios, como el Ave verumCorpus natum ex Maria Virgine, muy po-

pular, en el que tan bellamente se une la de-voción eucarística con la mariana.

La exposición del Santísimo recibeuna acogida popular tan entusiasta queya hacia 1500 muchas iglesias la practi-can todos los domingos, normalmentedespués del rezo de las vísperas –tra-dición que hoy perdura, por ejemplo,en los monasterios benedictinos de lacongregación de Solesmes–. La cos-tumbre, y también la mayoría de los ri-tuales, prescribe arrodillarse en la pre-sencia del Santísimo.

En los comienzos, el Santísimo semantenía velado tanto en las procesio-nes como en las exposiciones eucarís-ticas. Pero la costumbre y la disciplinade la Iglesia van disponiendo ya en elsiglo XIV la exposición del cuerpo deCristo «in cristallo» o «in pixide crista-lina».

Las Cofradías eucarísticasCon el fin de que nunca cese el culto

de fe, amor y agradecimiento a Cristo,presente en la Eucaristía, nacen las Co-fradías del Santísimo Sacramento, que«se desarrollan antes, incluso, que lafestividad del Corpus Christi. La de losPenitentes grises, en Avignon se iniciaen 1226, con el fin de reparar los sacri-legios de los albigenses; y sin duda noes la primera» (Bertaud 1632). Con unosu otros nombres y modalidades, las Co-fradías Eucarísticas se extienden ya afin del siglo XIII por la mayor parte deEuropa.

Estas Cofradías aseguran la adoracióneucarística, la reparación por las ofensas ydesprecios contra el Sacramento, el acom-pañamiento del Santísimo cuando es lleva-do a los enfermos o en procesión, el cui-

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dado de los altares y capillas del Santísi-mo, etc.

Todas estas hermandades, centradasen la Eucaristía, son agregadas en unaarchicofradía del Santísimo Sacramen-to por Paulo III en la Bula Dominusnoster Jesus Cristus, en 1539, y tienenun influjo muy grande y benéfico en lavida espiritual del pueblo cristiano. Al-gunas, como la Compañía del Santísi-mo Sacramento, fundada en París en1630, llegaron a formar escuelas com-pletas de vida espiritual para los laicos.

Su fundador fue el Duque de Ventadour,casado con María Luisa de Luxemburgo. En1629, ella ingresa en el Carmelo y él tomael camino del sacerdocio (E. Levesque, DSpII, 1301-1305).

Las Asociaciones y Obras eucarísti-cas se multiplican en los últimos siglos:la Guardia de Honor, la Hora Santa,los Jueves sacerdotales, la Cruzada eu-carística, etc.

Atención especial merece hoy, por sudifusión casi universal en la Iglesia Ca-tólica, la Adoración Nocturna. Aunquetiene varios precedentes, como más tar-de veremos, en su forma actual proce-de de la asociación iniciada en Paríspor Hermann Cohen el 6 de diciembrede 1848, hace, pues, ciento cincuentaaños.

La piedad eucarísticaen el pueblo católico

Los últimos ocho siglos de la historiade la Iglesia suponen en los fieles cató-licos un crescendo notable en la devo-ción a Cristo, presente en la Eucaristía.

En efecto, a partir del siglo XIII, comohemos visto, la devoción al Sacramen-to se va difundiendo más y más en el

pueblo cristiano, haciéndose una parteintegrante de la piedad católica común.Los predicadores, los párrocos en suscomunidades, las Cofradías del Santí-simo Sacramento, impulsan con fuerzaese desarrollo devocional.

En el crecimiento de la piedad euca-rística tiene también una gran impor-tancia la doctrina del concilio de Trentosobre la veneración debida al Sacra-mento (Dz 882. 878. 888/1649. 1643-1644. 1656). Por ella se renuevan de-vociones antiguas y se impulsan otrasnuevas.

La adoración eucarística de las Cuaren-ta horas, por ejemplo, tiene su origen enRoma, en el siglo XIII. Esta costumbre, mar-cada desde su inicio por un sentido de expia-ción por el pecado –cuarenta horas perma-nece Cristo en el sepulcro–, recibe enMilán durante el siglo XVI un gran impul-so a través de San Antonio María Zaccaria(+1539) y de San Carlos Borromeo des-pués (+1584). Clemente VIII, en 1592, fijalas normas para su realización. Y UrbanoVIII (+1644) extiende esta práctica a todala Iglesia.

La procesión eucarística de «la Miner-va», que solía realizarse en las parroquiaslos terceros domingos de cada mes, pro-cede de la iglesia romana de Santa Mariasopra Minerva.

Las devociones eucarísticas, que he-mos visto nacer en centro Europa, arrai-gan de modo muy especial en España,donde adquieren expresiones de granriqueza estética y popular, como los sei-ses de Sevilla o el Corpus famoso deToledo. Y de España pasan a Hispano-américa, donde reciben formas extre-madamente variadas y originales, tantoen el arte como en el folclore religioso:capillas barrocas del Santísimo, pro-cesiones festivas, exposiciones monu-

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8 La adoración eucarística

mentales, bailes y cantos, poesías yobras de teatro en honor de la Eucaris-tía.

El culto a la Eucaristía fuera de la Misallega, en fin, a integrar la piedad comúndel pueblo cristiano. Muchos fielespractican diariamente la visita al San-tísimo. En las parroquias, con el rosa-rio, viene a ser común la Hora santa,la exposición del Santísimo diaria osemanal, por ejemplo, en los Jueveseucarísticos.

El arraigo devocional de las visitas al San-tísimo puede comprobarse por la abundan-tísima literatura piadosa que ocasiona. Porejemplo, entre los primeros escritos de sanAlfonso María de Ligorio (+1787) está Vi-site al SS. Sacramento e a Maria SS.ma,de 1745. En vida del santo este librito al-canza 80 ediciones y es traducido a casi to-das las lenguas europeas. Posteriormenteha tenido más de 2.000 ediciones y reim-presiones.

En los siglos modernos, hasta hoy, lapiedad eucarística cumple una funciónprovidencial de la máxima importancia:confirmando diariamente la fe de los ca-tólicos en la amorosa presencia real deJesús resucitado, les sirve de ayuda de-cisiva para vencer la frialdad del janse-nismo, las tentaciones deistas de un ilu-minismo desencarnado o la actual hori-zontalidad inmanentista de un secula-rismo generalizado.

Congregaciones religiosasInstitutos especialmente centrados en

la veneración de la Eucaristía hay muyantiguos, como los monjes blancos ohermanos del Santo Sacramento, fun-dados en 1328 por el cisterciense An-drés de Paolo. Pero estas fundacionesse producen sobre todo a partir del si-

glo XVII, y llegan a su mayor númeroen el siglo XIX.

«No es exagerado decir que el con-junto de las congregaciones fundadasen el siglo XIX –adoratrices, educado-ras o misioneras– profesa un culto es-pecial a la Eucaristía: adoración perpe-tua, largas horas de adoración comúno individual, ejercicios de devoción anteel Santísimo Sacramento expuesto,etc.» (Bertaud 1633).

Recordaremos aquí únicamente, amodo de ejemplo, a los Sacerdotes y alas Siervas del Santísimo Sacramento,fundados por san Pedro-Julián Eymard(+1868) en 1856 y 1858, dedicados alapostolado eucarístico y a la adoraciónperpetua. Y a las Adoratrices, siervasdel Santísimo Sacramento y de la ca-ridad, fundadas en 1859 por santaMicaela María del Santísimo Sacra-mento (+1865), que escribe en una oca-sión:

«Estando en la guardia del Santísimo... mehizo ver el Señor las grandes y especialesgracias que desde los Sagrarios derramasobre la tierra, y además sobre cada indivi-duo, según la disposición de cada uno... ycomo que las despide de Sí en favor de losque las buscan» (Autobiografía 36,9).

Es en estos años, en 1848, como ya vi-mos, cuando Hermann Cohen inicia en Pa-rís la Adoración Nocturna.

En el siglo XX son también muchoslos institutos que nacen con una acen-tuada devoción eucarística. En Espa-ña, por ejemplo, podemos recordar losfundados por el venerable ManuelGonzález, obispo (1887-1940): lasMarías de los Sagrarios, las Misione-ras eucarísticas de Nazaret, etc. EnFrancia, los Hermanitos y Hermanitas

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de Jesús, derivados de Charles de Fou-cauld (1858-1916) y de René Voillaume.También las Misioneras de la Caridad,fundadas por la madre Teresa de Calcu-ta, se caracterizan por la profundidadde su piedad eucarística. En éstos y enotros muchos institutos, la Misa y laadoración del Santísimo forman el cen-tro vivificante de cada día.

Congresos eucarísticosÉmile Tamisier (1843-1910), siendo

novicia, deja las Siervas del SantísimoSacramento para promover en el siglola devoción eucarística. Lo intenta pri-mero en forma de peregrinaciones, ymás tarde en la de congresos. Éstosserán diocesanos, regionales o interna-cionales. El primer congreso eucarísti-co internacional se celebra en Lille en1881, y desde entonces se han seguidocelebrando ininterrumpidamente hastanuestros días.

La piedad eucarísticaen otras confesiones cristianas

Ya hemos aludido a algunas posicio-nes antieucarísticas producidas entrelos siglos IX y XIII. Pues bien, en laprimera mitad del siglo XVI resurge lacuestión con los protestantes y por esoel concilio de Trento, en 1551, se veobligado a reafirmar la fe católica fren-te a ellos, que la niegan:

«Si alguno dijere que, acabada la consa-gración de la Eucaristía, no se debe adorarcon culto de latría, aun externo, a Cristo,unigénito Hijo de Dios, y que por tanto nose le debe venerar con peculiar celebraciónde fiesta, ni llevándosele solemnemente enprocesión, según laudable y universal ritoy costumbre de la santa Iglesia, o que nodebe ser públicamente expuesto para ser

adorado, y que sus adoradores son idóla-tras, sea anatema» (Dz 888/1656).

El anglicanismo, sin embargo, reco-noce en sus comienzos la presencia realde Cristo en la Eucaristía. Y aunquepronto sufre en este tema influjos lute-ranos y calvinistas, conserva siempremás o menos, especialmente en su ten-dencia tradicional, un cierto culto deadoración (Bertaud 1635). El acuerdoanglicano-católico sobre la teologíaeucarística, de septiembre de 1971, esun testimonio de esta proximidad doc-trinal («Phase» 12, 1972, 310-315). Entodo caso, el mundo protestante actual,en su conjunto, sigue rechazando el cul-to eucarístico.

En nuestro tiempo, estas posicionesprotestantes han afectado a una buenaparte de los llamados católicos progre-sistas, haciendo necesaria la encíclicaMysterium fidei (1965) de Pablo VI:

En referencia a la Eucaristía, no se pue-de «insistir tanto en la naturaleza del signosacramental como si el simbolismo, queciertamente todos admiten en la sagradaEucaristía, expresase exhaustivamente elmodo de la presencia de Cristo en este sa-cramento. Ni se puede tampoco discutirsobre el misterio de la transustanciación sinreferirse a la admirable conversión de todala sustancia del pan en el cuerpo de Cristoy de toda la sustancia del vino en su sangre,conversión de la que habla el concilio deTrento, de modo que se limitan ellos tansólo a lo que llaman transignificación ytransfinalización. Como tampoco se pue-de proponer y aceptar la opinión de que enlas hostias consagradas, que quedan despuésde celebrado el santo sacrificio, ya no sehalla presente nuestro Señor Jesucristo»(4).

Las Iglesias de Oriente, en fin, to-das ellas, promueven en sus liturgias un

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10 La adoración eucarística

sentido muy profundo de adoración deCristo en la misma celebración del Mis-terio sagrado. Pero fuera de la Misa, elculto eucarístico no ha sido asumidopor las Iglesias orientales separadas deRoma, que permanecen fijas en lo quefueron usos universales durante el pri-mer milenio cristiano. Sí en cambio porlas Iglesias orientales que viven la co-munión católica (+Mysterium fidei 41).En ellas, incluso, hay también institu-tos religiosos especialmente destinadosa esta devoción, como las Hermanaseucarísticas de Salónica (Bertaud 1634-1635).

2

Doctrina espiritual

Maestros espirituales dela devoción a la Eucaristía

El más grande teólogo de la devo-ción a la Eucaristía es santo Tomás deAquino (1224-1274). Según datos his-tóricos exactos, sabemos que santo To-más era en su comunidad dominica «elprimero en levantarse por la noche, eiba a postrarse ante el Santísimo Sa-cramento. Y cuando tocaban a maiti-nes, antes de que formasen fila los reli-giosos para ir a coro, se volvía sigilo-samente a su celda para que nadie lonotase. El Santísimo Sacramento erasu devoción predilecta. Celebraba to-dos los días, a primera hora de la ma-

ñana, y luego oía otra misa o dos, a lasque servía con frecuencia» (S. Ramírez,Suma Teológica, BAC 29, 1957,57*).

Él compuso, por encargo del Papa, el ma-ravilloso texto litúrgico del Oficio del Cor-pus: Pange lingua, Sacris solemniis, Lau-da Sion, etc (+Sisto Terán, Santo Tomás,poeta del Santísimo Sacramento, Univ.Católica, Tucumán 1979). La tradicióniconográfica suele representarle con el solde la Eucaristía en el pecho. Un cuadro deRubens, en el Prado, «la procesión del San-tísimo Sacramento», presenta, entre variossantos, a santa Clara con la custodia, y jun-to a ella a santo Tomás, explicándole elMisterio. Sobre la tumba de éste, en Tou-louse, en la iglesia de san Fermín, una esta-tua le representa teniendo en la mano dere-cha el Santísimo Sacramento.

Desde el siglo XIII, los grandes maes-tros espirituales han enseñado siemprela relación profunda que existe entre laEucaristía –celebrada y adorada– y laconfiguración progresiva a Jesucristo.Recordaremos sólo a algunos.

Guiard de Laon, el doctor eucarístico, re-lacionado con Juliana de Mont-Cornillony el movimiento eucarístico de Lieja, pu-blica hacia 1222 De XII fructibus vene-rabilis sacramenti. San Buenaventura(+1274) expresa su franciscana devocióneucarística en De sanctissimo corporeChristi, partiendo de los seis grandes sím-bolos eucarísticos anticipados en el Anti-guo Testamento. El franciscano Roger Ba-con (+1294), la terciaria franciscana santaÁngela de Foligno (+1309), los dominicosJean Taulero (+1361) y Enrique Suso(+1365), el canciller de la universidad deParís, Jean Gerson (+1429), Dionisio elcartujano, el doctor extático (+1471), sedistinguen también por la centralidad de ladevoción eucarística en su espiritualidad.La Devotio moderna, tan importante en laespiritualidad de los siglos XIV y XV, estambién netamente eucarística. Podemos

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comprobarlo, por ejemplo, en el libro IVde la Imitación de Cristo, De SacramentoCorporis Christi.

Esta relación de maestros espiritua-les acentuadamente eucarísticos podríaalargarse hasta nuestro tiempo. Peroaquí sólamente haremos mención es-pecial de algunos santos de los últimossiglos.

En el XVI, pocos hacen tanto por di-fundir entre el pueblo cristiano el amoral Sacramento como san Ignacio deLoyola (1491-1556). En seguida de suconversión, estando en Manresa (1522-1523), en la Misa, «alzándose el Cor-pus Domini, vio con los ojos interio-res... vio con el entendimiento claramen-te cómo estaba en aquel Santísimo Sa-cramento Jesucristo nuestro Señor»(Autobiografía, 29).

Recordemos también las visiones que tie-ne de la divina Trinidad, con tantas lágrimas,en la celebración de la Misa, y «acabandola Misa», al «hacer oración al CorpusDomini», estando en el «lugar del Santísi-mo Sacramento» (Diario espiritual 34: 6-III-1544).

No es extraño, pues, que san Ignacio fo-mentara tanto en el pueblo la devoción a laEucaristía. Así lo hizo, concretamente, consus paisanos de Azpeitia. En efecto, cuan-do Paulo III, en 1539, aprueba con Bula laCofradía del Santísimo Sacramento funda-da por el dominico Tomás de Stella en laiglesia dominicana de la Minerva, San Ig-nacio se apresura a comunicar esta gracia alos de Azpeitia, y en 1540 les escribe:«ofreciéndose una gran obra, que Dios N.S. ha hecho por un fraile dominico, nuestromuy grande amigo y conocido de muchosaños, es a saber, en honor y favor del santí-simo Sacramento, determiné de consolar yvisitar vuestras ánimas in Spiritu Sanctocon esa Bula que el señor bachiller [Anto-nio Araoz] lleva» (VIII/IX-1540). Los je-

suitas, fieles a este carisma original, serándespués unos de los mayores difusores dela piedad eucarística, por las Congregacio-nes Marianas y por muchos otros medios,como el Apostolado de la Oración.

Santa Teresa de Jesús (1515-1582),en el mismo siglo, tiene también una vidaespiritual muy centrada en el SantísimoSacramento. Ella, que tenía especial de-voción a la fiesta del Corpus (Vida30,11), refiere que en medio de sus ten-taciones, cansancios y angustias, «al-gunas veces, y casi de ordinario, almenos lo más continuo, en acabandode comulgar descansaba; y aun algu-nas, en llegando a el Sacramento, lue-go a la hora quedaba tan buena, alma ycuerpo, que yo me espanto» (30,14).

Confiesa con frecuencia su asombroenamorado ante la Majestad infinita deDios, hecha presente en la humildad in-decible de una hostia pequeña: «y mu-chas veces quiere el Señor que le veaen la Hostia» (38,19). «Harta misericor-dia nos hace a todos, que quiere en-tienda [el alma] que es Él el que está enel Santísimo Sacramento» (CaminoEsc. 61,10).

La Eucaristía, para el alma y para elcuerpo, es el pan y la medicina de Te-resa: «¿pensáis que no es mantenimien-to aun para estos cuerpos este santísi-mo Manjar, y gran medicina aun paralos males corporales? Yo sé que lo es»(Camino Vall. 34,7; +el pan nuestro decada día: 33-34).

Ella se conmueve ante la palabra in-efable del Cantar de los Cantares, «bé-same con beso de tu boca» (1,1): «¡OhSeñor mío y Dios mío, y qué palabraésta, para que la diga un gusano de su

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Criador!». Pero la ve cumplida asom-brosamente en la Eucaristía: «¿Qué nosespanta? ¿No es de admirar más la obra?¿No nos llegamos al Santísimo Sacra-mento?» (Conceptos del Amor de Dios1,10). La comunión eucarística es unabrazo inmenso que nos da el Señor.

Para santa Teresa, fundar un Carmeloes ante todo encender la llama de unnuevo Sagrario. Y esto es lo que más leconforta en sus abrumadores trabajosde fundadora:

«para mí es grandísimo consuelo ver unaiglesia más adonde haya Santísimo Sacra-mento» (Fundaciones 3,10). «Nunca dejéfundación por miedo de trabajo, conside-rando que en aquella casa se había de alabaral Señor y haber Santísimo Sacramento...No lo advertimos estar Jesucristo, verda-dero Dios y verdadero hombre, como está,en el Santísimo Sacramento en muchas par-tes, grande consuelo nos había de ser»(18,5). Hecha la fundación, la inauguracióndel Sagrario es su máximo premio y gozo:«fue para mí como estar en una gloria verponer el Santísimo Sacramento» (36,6).

Por otra parte, Teresa sufre y se an-gustia a causa de las ofensas inferidasal Sacramento. Nada le duele tanto.

Mucho hemos de rezar y ofrecer para que«no vaya adelante tan grandísimo mal y des-acatos como se hacen en los lugares adon-de estaba este Santísimo Sacramento entreestos luteranos, deshechas las iglesias, per-didos tantos sacerdotes, quitados los sacra-mentos» (Camino Perf. Vall. 35,3)... «pa-rece que le quieren ya tornar a echar delmundo» (ib. Esc. 62,63; +58,2).

Pero aún le horrorizan más a Teresa lasofensas a la Eucaristía que proceden de losmalos cristianos: «Tengo por cierto habrámuchas personas que se llegan al Santísi-mo Sacramento –y plega al Señor yo mien-ta– con pecados mortales graves» (Concep-tos Amor de Dios 1,11).

En la España de ese tiempo, la devo-ción eucarística está ya plenamentearraigada en el pueblo cristiano. SanJuan de Ribera (1532-1611), obispode Valencia, en una carta a los sacer-dotes les escribe:

«Oímos con mucho consuelo lo que mu-chos de vosotros me han escrito, afirmán-dome que está muy introducida la costum-bre de saludarse unas personas a otras di-ciendo: Alabado sea el Santísimo Sacra-mento. Esto mismo deseo que se observeen todo nuestro arzobispado» (28-II-1609).

En Francia, en el siglo XVII, las másaltas revelaciones privadas que recibiósanta Margarita María de Alacoque(1647-1690), religiosa de la Visitación,acerca del Sagrado Corazón se produ-jeron estando ella en adoración del San-tísimo expuesto.

Y como ella misma refiere, esa devocióninmensa a la Eucaristía la tenía ya de joven,antes de entrar religiosa, cuando todavíavivía al servicio de personas que le eranhostiles: «ante el Santísimo Sacramento meencontraba tan absorta que jamás sentía can-sancio. Hubiera pasado allí los días ente-ros con sus noches sin beber, ni comer ysin saber lo que hacía, si no era consumir-me en su presencia, como un cirio ardien-te, para devolverle amor por amor. No mepodía quedar en el fondo de la iglesia, y porconfusión que sintiese de mí misma, no de-jaba de acercarme cuanto pudiera al Santí-simo Sacramento» (Autobiografía 13).

De hecho, la devoción al Corazónde Jesús, desde sus mismos inicios, hasido siempre acentuadamente eucarís-tica, y por causas muy profundas,como subraya el Magisterio (+Pío XII,1946, Haurietis aquas, 20, 35; Pablo VI,cta. apost. Investigabiles divitias 6-II-1965).

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13José María Iraburu

En el siglo siguiente, en el XVIII, pode-mos recordar la gran devoción eucarísti-ca de san Pablo de la Cruz (+1775), elfundador de los Pasionistas. Él, comodeclara en su Diario espiritual, «de-seaba morir mártir, yendo allí donde seniega el adorabilísimo misterio del San-tísimo Sacramento» (26-XII-1720).Captaba en la Eucaristía de tal modo lamajestad y santidad de Cristo, que ape-nas le era posible a veces mantenerseen la iglesia:

«decía yo a los ángeles que asisten aladorabilísimo Misterio que me arrojasenfuera de la iglesia, pues yo soy peor que undemonio. Sin embargo, la confianza en miEsposo sacramentado no se me quita: ledecía que se acuerde de lo que me ha deja-do en el santo Evangelio, esto es, que no havenido a llamar a los justos, sino a los pe-cadores» (Diario 5-XII-1720).

En cuanto al siglo XIX, recordemosal santo Cura de Ars (1786-1859). JuanXXIII, en la encíclica Sacerdotii Nostriprimordia, de 1959, en el centenario delsanto, hace un extenso elogio de esadevoción:

«La oración del Cura de Ars que pasó, di-gámoslo así, los últimos treinta años de suvida en su iglesia, donde le retenían sus in-numerables penitentes, era sobre todo unaoración eucarística. Su devoción a nuestroSeñor, presente en el Santísimo Sacramen-to, era verdaderamente extraordinaria: Allíestá, solía decir» (16).

Otro gran modelo de piedad eucarís-tica en ese mismo siglo es san AntonioMaría Claret (1807-1870), fundador delos Misioneros del Inmaculado Cora-zón de María, los claretianos. En suAutobiografía refiere: cuando era niño,«las funciones que más me gustabaneran las del Santísimo Sacramento»

(37). Su iconografía propia le representaa veces con una Hostia en el pecho,como si él fuera una custodia viviente.

Esto es a causa de un prodigio que él mis-mo refiere en su Autobiografía: el 26 deagosto de 1861, «a las 7 de la tarde, el Se-ñor me concedió la gracia grande de la con-servación de las especies sacramentales, ytener siempre, día y noche, el Santísimo Sa-cramento en el pecho» (694). Graciasingularísima, de la que él mismo no esta-ba seguro, hasta que el mismo Cristo se laconfirma el 16 de mayo de 1862, de ma-drugada: «en la Misa, me ha dicho Jesucris-to que me había concedido esta gracia depermanecer en mi interior sacramental-mente» (700). El Señor, por otra parte, lehace ver que una de las devociones funda-mentales para atajar los males que amena-zan a España es la devoción al SantísimoSacramento (695).

Frutos de la piedad eucarísticaEl desarrollo de la piedad eucarística

ha producido en la Iglesia inmensos fru-tos espirituales. Los ha producido enla vida interior y mística de todos lossantos; por citar algunos: Juan de Ávila,Teresa, Ignacio, Pascual Bailón, Maríade la Encarnación, Margarita María,Pablo de la Cruz, Eymard, Micaela,Antonio María Claret, Foucauld, Tere-sa de Calcuta, etc. Ellos, con todo elpueblo cristiano, contemplando a Je-sús en la Eucaristía, han experimenta-do qué verdad es lo que dice la Escri-tura: «contemplad al Señor y quedaréisradiantes» (Sal 33,6).

Pero la devoción eucarística ha pro-ducido también otros maravillosos fru-tos, que se dan en la suscitación de vo-caciones sacerdotales y religiosas, enla educación cristiana de los niños, enla piedad de los laicos y de las familias,

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14 La adoración eucarística

en la promoción de obras apostólicaso asistenciales, y en todos los otroscampos de la vida cristiana. Es, pues,una espiritualidad de inmensa fecundi-dad. «Por sus frutos los conoceréis»(Mt 7,20).

Hoy, por ejemplo, en Francia, los mo-vimientos laicales con más vitalidad, yaquellos que más vocaciones sacerdo-tales y religiosas suscitan, como Em-manuel, se caracterizan por su profun-da piedad eucarística.

En las Comunidades de las Bienaven-turanzas, concretamente, compuestas ensu mayor parte por laicos, se practica la ado-ración continua todo el día. Iniciadas hacia1975, reunen hoy unos 1.200 miembros enunas 70 comunidades, que están distribui-das por todo el mundo. Y recordemos tam-bién la Orden de los laicos consagrados(Angot, Las casas de adoración).

¿Deficienciasen la piedad eucarística?

La sagrada Eucaristía es en la Iglesiael misterio más grandioso, es el miste-rio por excelencia: mysterium fidei. Ex-cede absolutamente la capacidad inte-lectual de los teólogos, que balbuceancuando intentan explicaciones concep-tuales. Y también es inefable para losmás altos místicos, que se abisman ensu luz transformante.

No es, pues, extraño que, al paso delos siglos, las devociones eucarísticashayan incurrido a veces en acentua-ciones o visiones parciales, que no al-canzan a abarcar armoniosamente todala plenitud del misterio. No se trata enesto de errores doctrinales, pero sí decostumbres piadosas que expresan yque inducen acentuaciones excesiva-

mente parciales del misterio inmenso dela Eucaristía. Escribe acerca de estoPere Tena:

«“El Espíritu de verdad os guiará hasta laverdad completa” (Jn 16,13)... Desde la pri-mitiva comunidad de Jerusalén, que partíael pan por las casas y tomaba alimento conalegría y simplicidad de corazón (Hch2,46), hasta la solemne misa conclusiva deun Congreso Eucarístico internacional, pa-sando por las asambleas dominicales de lasparroquias y por las prolongadas adoracio-nes eucarísticas de las comunidades reli-giosas especialmente dedicadas a ello, larealidad de la Eucaristía se ha visto cons-tantemente profundizada, y continúa sien-do fuente renovada de vigor cristiano.

«Esto no significa que en todo momentohaya habido, o haya en la actualidad inclu-so, una armonía perfecta de los diversosaspectos (...) Un aspecto legítimo de laEucaristía puede, en determinadas circuns-tancias espirituales, adquirir tal intensidady tal valoración unilateral, que llegue casi arelegar a un segundo plano los aspectos másfundamentales y fontales del misterio. Peroestas desviaciones de atención no nieganel valor de acentuación que tal aspecto con-creto representa para la comprensión de laEucaristía, ni pueden ser relegados al olvi-do tales aspectos en la práctica históricade la comunidad eclesial, una vez han en-trado a formar parte del patrimonio de lasexpresiones de la fe cristiana» (205-206).

Es una trampa dialéctica, en la queciertamente no pensamos caer, decir:«cuanto más se centren los fieles en elSacramento, menos valorarán el Sacri-ficio»; «cuanto más capten la presen-cia de Cristo en la Eucaristía, menos loverán en la Palabra divina o en los po-bres»; etc. Un san Luis María Grignionde Montfort, por ejemplo, ya conocióampliamente este tipo de falsas contra-posiciones –«a mayor devoción a Ma-

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15José María Iraburu

ría, menos devoción a Jesús»–, y lasrefutó con gran fuerza.

No. En la teoría y también en la prác-tica, es decir, de suyo y en la inmensamayoría de los casos, «a más amor ala Virgen, más amor a Cristo», «dondehay mayor devoción al Sacramento, haymás y mejor participación en el Sacrifi-cio», «a más captación de la presenciade Cristo en la Eucaristía, mayor facili-dad para reconocerlo en la Palabra di-vina o en los pobres».

¿Cómo puede contraponerse en se-rio, concretamente, devoción a Cristoen la Eucaristía y devoción servicial alos pobres? ¿Qué dirían de tal aberra-ción Micaela del Santísimo Sacramen-to, Charles de Foucauld o Teresa deCalcuta?... Son trampas dialécticas sinfundamento alguno doctrinal o prácti-co. Pablo VI, por el contrario, afirmaque «el culto de la divina Eucaristíamueve muy fuertemente el ánimo a cul-tivar el amor social», y explica cómo ypor qué (Mysterium fidei 38).

Siempre se ha entendido así. El artículo 15de los Estatutos de la Compañía del Santí-simo Sacramento, fundada en Francia el1630, dispone que «el objeto de la caridadde los hermanos serán los hospitales, pri-siones, enfermos, pobres vergonzantes, to-dos aquellos que están necesitados de ayu-da», etc. (DSp II/2, 1302).

El venerable Alberto Capellán (1888-1965), labrador, padre de ocho hijos, miem-bro de la Adoración Nocturna, en la que pasa660 noches ante el Santísimo, escribe:«Dios me encomendó la misión de recogera los pobres por la noche». Hace un refugio,y desde 1928 hasta su muerte acoge a pobresy les atiende personalmente (G. Capellán, Lalucha que hace grande al hombre. El vene-rable Alberto Capellán Zuazo, c/ Ob. Fidel1, 26004 Logroño, 1998).

La madre Teresa de Calcuta refiere en unaocasión: «En el Capítulo General que tuvi-mos en 1973, las hermanas [Misioneras dela Caridad] pidieron que la Adoración alSantísimo, que teníamos una vez por sema-na, pasáramos a tenerla cada día, a pesardel enorme trabajo que pesaba sobre ellas.Esta intensidad de oración ante el Santísi-mo ha aportado un gran cambio en nuestraCongregación. Hemos experimentado quenuestro amor por Jesús es más grande,nuestro amor de unas por otras es más com-prensivo, nuestro amor por los pobres esmás compasivo y nosotras tenemos el do-ble de vocaciones» («Reino de Cristo» I-1987).

Ahora bien, ¿significa todo eso quela devoción eucarística, al paso de lossiglos, de hecho, no ha sufrido defi-ciencias o desviaciones? Por supuestoque las ha sufrido, y muchas, como to-das las instituciones de la Iglesia. Pero¿el monacato, la educación católica, lasmisiones, la misma celebración de laMisa, el clero diocesano, la familia cris-tiana, no han sufrido deficiencias y des-viaciones muy graves en el curso delos siglos? «El que de vosotros estésin pecado, arroje la piedra el primero»contra la piedad eucarística (Jn 8,7).

El monacato, por ejemplo, ha conocidoen su historia desviaciones o deficienciasmuy considerables. En la historia del mo-nacato ha habido ascetismos asilvestrados,vagancias ignorantes, erudiciones sin vir-tud, semipelagianismos furibundos, conde-naciones maniqueas de la vida seglar, ro-manticismos del claustro y del desierto,etc. Pero no por eso dejamos de conside-rar la vida monástica como una forma ma-ravillosa de realizar el Evangelio. Nada noscuesta admitir que en esa forma de vida ad-mirable han florecido santos de entre losmás grandes de la Iglesia. Y no se nos ocu-rre decir de la vida monástica lo que algu-no ha dicho de la piedad eucarística: que

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16 La adoración eucarística

«aunque legítima, está fundada en una vi-sión parcial del misterio» cristiano, por loque «está expuesta a tambalearse por sí sola,si se pone en contraste con formas de vidacristiana más plenas», sobre todo cuando«se funda más en el sentimiento que en larazón». Por el contrario, nosotros decimossimplemente y con toda sinceridad que lavida monástica –aunque no ignoramos susdiversas deficiencias históricas– es una delas maneras más bellas y santificantes devivir el Evangelio.

Hubo deficienciasPues bien, es evidente que en la his-

toria de la devoción eucarística, segúntiempos y lugares, se han dado desvia-ciones, acentuaciones excesivamenteunilaterales, incluso errores y abusos,unas veces en las exposiciones doctri-nales, otras en las costumbres prácti-cas. Y por eso ahora, al tratar aquí dela espiritualidad eucarística, es necesa-rio que señalemos esas deficiencias, almenos las que estimamos más impor-tantes.

En efecto, una acentuación parcial dela Presencia real eucarística ha llevadoen ocasiones a devaluar otras modali-dades de la presencia de Cristo en laIglesia: en la Palabra, por ejemplo, o enlos pobres o en la misma inhabitación.

Otras veces la devoción centrada enla Presencia real ha dejado en segundoplano aspectos fundamentales de la Eu-caristía, entendida ésta, por ejemplo,como memorial de la pasión y de la re-surrección de Cristo, como actualiza-ción del sacrificio de la redención,como signo y causa de la unidad de laIglesia, etc.

Los fieles, entonces, más o menos cons-cientemente, consideran que la Misa se ce-

lebra ante todo y principalmente para con-seguir esa presencia real de Jesucristo.Olvidando en buena medida que la Misa esante todo el memorial del Sacrificio de laredención, «la Eucaristía se ha transforma-do en una epifanía, la venida del Señor, queaparece entre los hombres y les distribuyesus gracias. Y los hombres se han reunidoen torno al altar para participar de estas gra-cias» (Jungmann I,157).

En esta perspectiva, no se relacionaadecuadamente la presencia real deCristo y la celebración del sacrificioeucarístico, de donde tal presencia sederiva.

No siempre se ha entendido tampo-co, como se entendía en la antigüedad,que la reserva de la Eucaristía se reali-za principalmente para hacer posiblefuera de la Misa la comunión de enfer-mos y ausentes.

Esto ha dado lugar, en ocasiones, a unamultiplicación inconveniente de sagrariosen una misma casa, orientando así la reser-va casi exclusivamente a la devoción.

En algunos tiempos y lugares la ve-neración a la Presencia real se ha esti-mado en forma tan prevalente que lasMisas más solemnes se celebran anteel Santísimo expuesto (+JungmannI,164).

Con relativa frecuencia, por otra par-te, la solemnización sensible de la pre-sencia real de Cristo en el Sacramento–cantos, órgano, número de cirios en-cendidos, uso del incienso– ha sido no-tablemente superior a la empleada en lacelebración misma del Sacrificio.

Y a veces, en lugar de exponer la sa-grada Hostia sobre el altar, según la tra-dición primera, que expresa bien la uni-dad entre Sacrificio y Sacramento, se

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ha expuesto el Santísimo en ostensoriosmonumentales, muy distantes del altary mucho más altos que éste.

Deficiencias del lenguaje piadosoOtra cuestión, especialmente delica-

da, es la del lenguaje de la devoción ala Eucaristía. También aquí ha habidodeficiencias considerables, sobre todoen la época barroca.

«¡Oh, Jesús Sacramentado, divino prisio-nero del Sagrario! Acudimos a Vos, que enel trono del sagrario te dignas recibir el ren-dimiento de nuestra pleitesía», etc.

No debemos ironizar, sin embargo,sobre estas efusiones eucarísticas pia-dosas, tan frecuentes en los libros deVisitas al Santísimo y de Horas san-tas. Son perfectamente legítimas, des-de el punto de vista teológico. Mere-cen nuestro respeto y nuestro afecto.Han sido empleadas por muchos san-tos. Han servido para alimentar en in-numerables cristianos un amor verda-deramente profundo a Jesucristo en laEucaristía. Y más que expresiones in-exactas, son simplemente obsoletas.

Por lo demás, los cristianos de hoy, en loreferente a la devoción eucarística, no es-tamos en condiciones de mirar por encimadel hombro a nuestros antepasados. Al atar-decer de nuestra vida, vamos a ser juzga-dos en el amor, más bien que por la calidadestética y teológica de nuestras fórmulasverbales o de nuestros signos expresivos.

Pero tampoco debemos ignorar que,no pocas veces hoy, la sensibilidad delos cristianos, por grande que sea suamor a la Eucaristía, suele encontrarsemuy distante de esas expresiones depiedad. Hoy, quizá, el sentimiento reli-gioso, al menos en ciertas cuestiones,

está bastante más próximo a la Anti-güedad patrística y a la Edad Media oal Renacimiento, que al Barroco o alRomanticismo. También en las devo-ciones eucarísticas.

Recordemos, por ejemplo, la ternura tanelegante de la devoción franciscana haciael Misterio eucarístico. Recordemos eltemple bíblico y litúrgico, así como la pro-fundidad teológica y la altura mística de lasoraciones eucarísticas de santo Tomás o desanta Catalina de Siena... Por eso, entre losautores del siglo XX, las expresiones devo-cionales de mayor calidad teológica y es-tética hacia la Eucaristía las hallamos jus-tamente en aquellos autores, como los be-nedictinos Dom Marmion o Dom Vonier,que están más vinculados a la inspiraciónbíblica y litúrgica, y a la tradición teológicay mística de la Edad Media.

Deficiencias históricasPero, volviendo a la cuestión central,

todas éstas son deficiencias históricas –que en seguida veremos corregidas porla renovación litúrgica moderna–, y enmodo alguno nos llevan a pensar quela piedad eucarística es en sí mismadeficiente. Alguno, sin embargo, arro-gándose la representación del movi-miento litúrgico, se expresa como si lofuera:

«El movimiento litúrgico ha reconocidoque [la piedad eucarística] se trata de unapiedad legítima, fundada empero en unavisión parcial del misterio de la eucaris-tía; por esto mismo dicha piedad está ex-puesta por sí sola a tambalearse cuandose la contrasta con cualquier forma de es-piritualidad que ofrezca una visión completadel misterio de Cristo, del mismo modo queestán expuestas a perder actualidad otrasdevociones que tengan una visión parcialde la historia de la salvación, sobre todo

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las que se fundan más en el sentimientoque en la razón [sic; querrá decir que enla fe]» (subrayados nuestros).

¿Cómo se puede decir que la devo-ción eucarística, la devoción predilec-ta de Francisco y Clara, de Tomás eIgnacio, de Margarita María, de Anto-nio María, de Foucauld o de Teresa deCalcuta, la mil veces aprobada y reco-mendada por el Magisterio apostólico,la piedad tan hondamente vivida por elpueblo cristiano en los últimos ochosiglos, está fundada en una visión par-cial del misterio de la fe, se apoya másen el sentimiento que en la fe, y en símisma se tambalea? Y por otra parte,¿qué fin cauteloso se pretende al de-clarar legítima una devoción que se juz-ga de tan mala calidad?

Renovación actualde la piedad eucarística

El movimiento litúrgico y el Magiste-rio apostólico, por obra como siempredel Espíritu Santo, al profundizar másy más en la realidad misteriosa de laEucaristía, han renovado maravillosa-mente la doctrina y la disciplina del cul-to eucarístico.

Por lo que al Magisterio se refiere, losdocumentos más importantes sobre el temahan sido la encíclica de Pío XII MediatorDei (1947), la constitución conciliar Sa-crosanctum Concilium (1963), la encícli-ca de Pablo VI Mysterium fidei (1965),muy especialmente la instrucción Eucha-risticum mysterium (1967) y el Ritual parala sagrada comunión y el culto a la Eu-caristía fuera de la Misa, publicado en cas-tellano en 1974. Y la exhortación apostóli-ca de Juan Pablo II, Dominicæ Cenæ(1980). La devoción y el culto a la Euca-ristía, en fin, es recomendada a todos los

fieles en el Catecismo de la Iglesia Cató-lica (1992: 1378-1381).

Diversas modalidades dela presencia de Cristo en su Iglesia

El concilio Vaticano II, en su consti-tución sobre la liturgia, SacrosanctumConcilium, da una enseñanza de sumaimportancia para la espiritualidad cris-tiana:

«Cristo está siempre presente a su Igle-sia, sobre todo en la acción litúrgica. Estápresente en el sacrificio de la Misa, sea enla persona del ministro, “ofreciéndose aho-ra por ministerio de los sacerdotes el mis-mo que entonces se ofreció en la cruz”[Trento], sea sobre todo bajo las especieseucarísticas. Está presente con su virtud enlos sacramentos, de modo que cuando al-guien bautiza, es Cristo quien bautiza [S.Agustín]. Está presente en su palabra, puescuando se lee en la Iglesia la Sagrada Es-critura, es Él quien habla. Está presente, porúltimo, cuando la Iglesia suplica y cantasalmos, el mismo que prometió: “donde es-tán dos o tres congregados en mi nombre,allí estoy yo en medio de ellos” (Mt18,20)» (7).

Pablo VI, en su encíclica Mysteriumfidei, hace una enumeración semejantede los modos de la presencia de Cris-to, añadiendo: está presente a suIglesia«que ejerce las obras de miseri-cordia», a su Iglesia «que predica»,«que rige y gobierna al pueblo de Dios»(19-20). Y finalmente dice:

«Pero es muy distinto el modo, ver-daderamente sublime, con el que Cris-to está presente a su Iglesia en el sacra-mento de la Eucaristía... Tal presenciase llama real no por exclusión, comosi las otras no fueran reales, sino porantonomasia, porque es también cor-

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poral y sustancial, ya que por ella cier-tamente se hace presente Cristo, Diosy hombre, entero e íntegro» (21-22;+Ritual 6).

Y aún se podría hablar de otros mo-dos reales de la presencia. La inha-bitación de Cristo en el justo que le amaes real, según Él mismo lo dice: «si al-guno me ama... vendremos a él, y en élharemos morada» (Jn 14,23).

En cuanto a la presencia de Cristo en lospobres, fácilmente se aprecia que es de otroorden. Tanto les ama, que nos dice: «lo queles hagáis, a mí me lo hacéis» (+Mt 25,34-46). En un pobre, sin embargo, que no amaa Cristo, no se da, sin duda, esa presenciareal de inhabitación.

Pues bien, la configuración de una es-piritualidad cristiana concreta se derivaprincipalmente de su modo de captarlas diversas maneras de la presencia deCristo. Desde luego, toda espiritualidadcristiana ha de creer y ha de vivir converdadera devoción todos los modos dela presencia de Cristo. Pero es eviden-te que cada espiritualidad concreta tie-ne su estilo propio en la captación deesas presencias. Hay espiritualidadesmás o menos sensibles a la presenciade Cristo en la Escritura, en la Eucaris-tía, en la inhabitación, en los sacramen-tos, en los pobres, etc. Ahora bien, sila presencia de Cristo por antonoma-sia está en la Eucaristía, toda espiritua-lidad cristiana, con uno u otro acento,deberá poner en ella el centro de su de-voción.

El fundamento primerode la adoración

La Iglesia cree y confiesa que «en elaugusto sacramento de la Eucaristía,

después de la consagración del pan ydel vino, se contiene verdadera, real ysubstancialmente nuestro Señor Jesu-cristo, verdadero Dios y hombre, bajola apariencia de aquellas cosas sensi-bles» (Trento 1551: Dz 874/1636).

La divina Presencia real del Señor,éste es el fundamento primero de la de-voción y del culto al Santísimo Sacra-mento. Ahí está Cristo, el Señor, Diosy hombre verdadero, mereciendo ab-solutamente nuestra adoración ysuscitándola por la acción del EspírituSanto. No está, pues, fundada la pie-dad eucarística en un puro sentimien-to, sino precisamente en la fe. Otrasdevociones, quizá, suelen llevar en suejercicio una mayor estimulación de lossentidos –por ejemplo, el servicio decaridad a los pobres–; pero la devo-ción eucarística, precisamente ella, sefundamenta muy exclusivamente en lafe, en la pura fe sobre el Mysterium fidei(«præstet fides supplementum sensuumdefectui»: que la fe conforte la debili-dad del sentido; Pange lingua).

Por tanto, «este culto de adoración seapoya en una razón seria y sólida, ya que laEucaristía es a la vez sacrificio y sacramen-to, y se distingue de los demás en que nosólo comunica la gracia, sino que encierrade un modo estable al mismo Autor de ella.

«Cuando la Iglesia nos manda adorar aCristo, escondido bajo los velos eucarísti-cos, y pedirle los dones espirituales y tem-porales que en todo tiempo necesitamos,manifiesta la viva fe con que cree que sudivino Esposo está bajo dichos velos, leexpresa su gratitud y goza de su íntima fa-miliaridad» (Mediator Dei 164).

El culto eucarístico, ordenado a loscuatro fines del santo Sacrificio, es cultodirigido al glorioso Hijo encarnado, que

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vive y reina con el Padre, en la unidaddel Espíritu Santo, por los siglos delos siglos. Es, pues, un culto que pres-ta a la santísima Trinidad la adoraciónque se le debe (+Dominicæ Cenæ 3).

Sacrificio y SacramentoPuede decirse que «para ordenar y

promover rectamente la piedad hacia elsantísimo sacramento de la Eucaristía[lo más importante] es considerar elmisterio eucarístico en toda su ampli-tud, tanto en la celebración de la Misa,como en el culto a las sagradas espe-cies» (Ritual 4).

Juan Pablo II insiste en este aspecto:«No es lícito ni en el pensamiento, nien la vida, ni en la acción quitar a esteSacramento, verdaderamente santísimo,su dimensión plena y su significadoesencial. Es al mismo tiempo Sacra-mento-Sacrificio, Sacramento-Comu-nión, Sacramento-Presencia» (Re-demptor hominis 20).

Ya Pío XII orienta en esta misma direc-ción su doctrina sobre la devoción euca-rística (cf. Discurso al Congreso inter-nacional de pastoral litúrgica, de Asís(A.A.S. 48, 1956, 771-725).

Esta doctrina ha sido central, concre-tamente, en la disciplina renovada delculto a la Eucaristía.

«Los fieles, cuando veneran a Cristo pre-sente en el Sacramento, recuerden que estapresencia proviene del Sacrificio y se or-dena al mismo tiempo a la comunión sa-cramental y espiritual» (Ritual 80).

Lógicamente, pues, «se prohibe la cele-bración de la Misa durante el tiempo en queestá expuesto el santísimo Sacramento enla misma nave de la iglesia» (ib. 83).

Esa íntima unión entre Sacrificio y Sa-

cramento se expresa, por ejemplo, en elhecho de que, al final de la exposición, elministro «tomando la custodia o el copón,hace en silencio la señal de la Cruz sobreel pueblo» (ib. 99). El Corpus Christi dela custodia es el mismo cuerpo ofrecidopor nosotros en el sacrificio de la reden-ción: el mismo cuerpo que ahora está re-sucitado y glorioso.

Devoción eucarística y comuniónLa presencia eucarística de Cristo

siempre «se ordena a la comunión sa-cramental y espiritual» (Ritual 80). Enefecto, la Eucaristía como sacramentoestá intrínsecamente orientada hacia lacomunión. Las mismas palabras deCristo lo hacen entender así: «tomad,comed, esto es mi cuerpo, entregadopor vosotros». Consiguientemente, lafinalidad primera de la reserva es hacerposible, principalmente a los enfermos,la comunión fuera de la Misa. En el sa-grario. como en la Misa, Cristo siguesiendo «el Pan vivo bajado del cielo».

En efecto, «el fin primero y primordialde la reserva de las sagradas especies fuerade la misa es la administración del Viático;los fines secundarios son la distribuciónde la comunión y la adoración de NuestroSeñor Jesucristo, presente en el Sacramen-to. Pues la reserva de las especies sagradaspara los enfermos ha introducido la lauda-ble costumbre de adorar este manjar delcielo conservado en las iglesias» (Ritual5).

Según eso, en la Eucaristía, Cristoestá dándose, está entregándose comopan vivo que el Padre celestial da a loshombres. Y sólo podemos recibirlo enla fe y en el amor. Así es como, ante elsagrario, nos unimos a Él en comuniónespiritual. En la adoración eucarísticaÉl se entrega a nosotros y nosotros nos

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entregamos a Él. Y en la medida en quenos damos a Él, nos damos también alos hermanos.

«En la sagrada Eucaristía –dice el Vatica-no II– se contiene todo el tesoro espiritualde la Iglesia, es decir, el mismo Cristo,nuestra Pascua y Pan vivo, que, mediantesu carne vivificada y vivificante por el Es-píritu Santo, da vida a los hombres, invitán-dolos así y estimulándolos a ofrecer sus tra-bajos, la creación entera y a sí mismos enunión con él» (Presbiterorum ordinis 5).

La adoración eucarística, por tanto,ha de tener siempre forma de comu-nión espiritual. Y según eso, «acuérden-se [los fieles] de prolongar por mediode la oración ante Cristo, el Señor, pre-sente en el Sacramento, la unión con élconseguida en la Comunión, y renovarla alianza que les impulsa a mantener ensus costumbres y en su vida la que hanrecibido en la celebración eucarísticapor la fe y el Sacramento» (Ritual 81).

Adoración eucarísticay vida espiritual

La piedad eucarística ha de marcar yconfigurar todas las dimensiones de lavida espiritual cristiana. Y esto ha devivirse tanto en la devoción más inte-rior como en la misma vida exterior.

En lo interior. «La piedad que im-pulsa a los fieles a adorar a la santa Eu-caristía los lleva a participar más plena-mente en el Misterio pascual y a res-ponder con agradecimiento al don deaquel que, por medio de su humanidad,infunde continuamente la vida en losmiembros de su Cuerpo. Permanecien-do ante Cristo, el Señor, disfrutan desu trato íntimo, le abren su corazón porsí mismos y por todos los suyos, y rue-

gan por la paz y la salvación del mun-do. Ofreciendo con Cristo toda su vidaal Padre en el Espíritu Santo, sacan deeste trato admirable un aumento de sufe, su esperanza y su caridad. Así fo-mentan las disposiciones debidas queles permiten celebrar con la devociónconveniente el Memorial del Señor yrecibir frecuentemente el pan que nosha dado el Padre» (Ritual 80).

Disfrutan del trato íntimo del Señor.Efectivamente, éste es uno de los aspectosmás preciosos de la devoción eucarística,uno de los más acentuados por los santos ylos maestros espirituales, que a veces ci-tan al respecto aquello del Apocalipsis:«mira que estoy a la puerta y llamo –diceel Señor–; si alguno escucha mi voz y abrela puerta, yo entraré a él, cenaré con él y élconmigo» (Ap 3,20).

En lo exterior, igualmente, toda la vidaordinaria de los adoradores debe estarsellada por el espíritu de la Eucaristía.«Procurarán, pues, que su vida discu-rra con alegría en la fortaleza de estealimento del cielo, participando en lamuerte y resurrección del Señor. Asícada uno procure hacer buenas obras,agradar a Dios, trabajando por impreg-nar al mundo del espíritu cristiano, ytambién proponiéndose llegar a ser tes-tigo de Cristo en todo momento enmedio de la sociedad humana» (Ritual81; +Dominicæ Coenæ 7).

Adoración y ofrenda personalAdorando a Cristo en la Eucaristía,

hagamos de nuestra vida «una ofrendapermanente». Los fines del Sacrificioeucarístico, como es sabido, son prin-cipalmente cuatro: adoración de Dios,acción de gracias, expiación e impetra-ción (Trento: Dz 940. 950/1743. 1753;

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+Mediator Dei 90-93). Pues bien, esosmismos fines de la Misa han de ser pre-tendidos igualmente en el culto euca-rístico. Por él, como antes nos ha di-cho el Ritual, los adoradores han de«ofrecer con Cristo toda su vida al Pa-dre en el Espíritu Santo» (80). Pío XIIlo explica bien:

«Aquello del Apóstol, “habéis de tener losmismos sentimientos que tuvo Cristo Je-sús” (Flp 2,5), exige a todos los cristianosque reproduzcan en sí mismos, en cuantoal hombre es posible, aquel sentimientoque tenía el divino Redentor cuando se ofre-cía en sacrificio; es decir, que imiten su hu-mildad y eleven a la suma Majestad divinala adoración, el honor, la alabanza y la ac-ción de gracias. Exige, además, que de al-guna manera adopten la condición de vícti-ma, abnegándose a sí mismos según los pre-ceptos del Evangelio, entregándose volun-taria y gustosamente a la penitencia, detes-tando y expiando cada uno sus propios pe-cados. Exige, en fin, que nos ofrezcamos ala muerte mística en la cruz, juntamente conJesucristo, de modo que podamos decircomo san Pablo: “estoy clavado en la cruzjuntamente con Cristo” (Gál 2,19)» (Me-diator Dei 101).

Adoración y súplicaEn el Evangelio vemos muchas ve-

ces que quienes se acercan a Cristo,reconociendo en él al Salvador de loshombres, se postran primero en ado-ración, y con la más humilde actitud,piden gracias para sí mismos o paraotros.

La mujer cananea, por ejemplo, «acercán-dose [a Jesús], se postró ante él, diciendo:¡Señor, ayúdame!» (Mt 15,25). Y obtuvo lagracia pedida.

Los adoradores cristianos, con ab-soluta fe y confianza, piden al Salva-

dor, presente en la Eucaristía, por símismos, por el mundo, por la Iglesia.En la presencia real del Señor de la glo-ria, le confían sus peticiones, sabiendocon certeza que «tenemos un aboga-do ante el Padre, Jesucristo, el Justo.Él es la víctima propiciatoria por nues-tros pecados, y no sólo por los nues-tros, sino también por los del mundoentero» (1Jn 2,1-2).

En efecto, Jesús-Hostia es Jesús-Media-dor. «Hay un solo Dios, y también un soloMediador entre Dios y los hombres, Cris-to Jesús, hombre también, que se entregó aSí mismo como rescate por todos» (1Tim2,5-6). Su Sacerdocio es eterno, y por eso«es perfecto su poder de salvar a los quepor Él se acercan a Dios, y vive siemprepara interceder por ellos» (Heb 7,24-25).

Adoremos a Cristo,presente en la Eucaristía

Al finalizar su estudio sobre La pre-sencia real de Cristo en la Eucaristía,José Antonio Sayés escribe:

«La adoración, la alabanza y la acción degracias están presentes sin duda en la tra-ma misma de la “acción de gracias” que esla celebración eucarística y que en ella di-rigimos al Padre por la mediación del sa-crificio de su Hijo.

«Pero la adoración, que es el sentimien-to profundo y desinteresado de reconoci-miento y acción de gracias de toda criaturarespecto de su Creador, quiere expresarsecomo tal y alabar y honrar a Dios no sóloporque en la celebración eucarística parti-cipamos y hacemos nuestro el sacrificio deCristo como culmen de toda la historia desalvación, sino por el simple hecho de queDios está presente en el sacramento...

«Por otra parte, hemos de pensar que laEncarnación merece por sí sola ser reco-nocida con la contemplación de la gloria

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del Unigénito que procede del Padre (Jn1,14)... La conciencia viva de la presenciareal de Cristo en la Eucaristía, prolonga-ción sacramental de la Encarnación, ha per-mitido a la Iglesia seguir siendo fiel al mis-terio de la Encarnación en todas susimplicaciones y al misterio de la mediaciónsalvífica del cuerpo de Cristo, por el quese asegura el realismo de nuestra partici-pación sacramental en su sacrificio, se con-suma la unidad de la Iglesia y se participaya desde ahora en la gloria futura» (312-313).

Adoremos, pues, al mismo Cristo enel misterio de su máximo Sacramento.Adorémosle de todo corazón, en ora-ción solitaria o en reuniones comunita-rias, privada o públicamente, en formassimples o con toda solemnidad.

–Adoremos a Cristo en el Sacrificioy en el Sacramento. La adoración eu-carística fuera de la Misa ha de ser, enefecto, preparación y prolongación dela adoración de Cristo en la misma ce-lebración de la Eucaristía. Con razónhace notar Pere Tena:

«La adoración eucarística ha nacido enla celebración, aunque se haya desarrolla-do fuera de ella. Si se pierde el sentido deadoración en el interior de la celebración,difícilmente se encontrará justificaciónpara pomoverla fuera de ella... Quizá estaconsideración pueda ser interesante pararevisar las celebraciones en las que los sig-nos de referencia a una realidad transcen-dente casi se esfuman» (212).

–Adoremos a Cristo, presente en laEucaristía: exaltemos al humillado. Esun deber glorioso e indiscutible, que losfieles cristianos –cumpliendo la profe-cía del mismo Cristo– realizamos bajola acción del Espíritu Santo: «él [el Es-píritu Santo] me glorificará» (Jn 16,14).

En ocasión muy solemne, en el Credo delPueblo de Dios, declara Pablo VI: «la úni-ca e indivisible existencia de Cristo, Señorglorioso en los cielos, no se multiplica,pero por el Sacramento se hace presenteen los varios lugares del orbe de la tierra,donde se realiza el sacrificio eucarístico.La misma existencia, después de celebra-do el sacrificio, permanece presente en elSantísimo Sacramento, el cual, en el taber-náculo del altar, es como el corazón vivode nuestros templos. Por lo cual estamosobligados, por obligación ciertamente gra-tísima, a honrar y adorar en la Hostia Santaque nuestros ojos ven, al mismo Verbo en-carnado que ellos no pueden ver, y que, sinembargo, se ha hecho presente delante denosotros sin haber dejado los cielos» (n.26).

–Adorando a Cristo en la Eucaris-tía, bendigamos a la Santísima Trini-dad, como lo hacía el venerable Ma-nuel González:

«Padre eterno, bendita sea la hora en quelos labios de vuestro Hijo Unigénito seabrieron en la tierra para dejar salir estaspalabras: “sabed que yo estoy con vosotrostodos los días hasta el fin del mundo”. Pa-dre, Hijo y Espíritu Santo, benditos seáispor cada uno de los segundos que está connosotros el Corazón de Jesús en cada unode los Sagrarios de la tierra. Bendito, ben-dito Emmanuel» (Qué hace y qué dice elCorazón de Jesús en el Sagrario, 37).

–Adoremos a Cristo en exposicionesbreves o prolongadas. Respecto a lasexposiciones más prolongadas, porejemplo, las de Cuarenta Horas, el Ri-tual litúrgico de la Eucaristía dispone:

«en las iglesias en que se reserva habi-tualmente la Eucaristía, se recomienda cadaaño una exposición solemne del santísimoSacramento, prolongada durante algúntiempo, aunque no sea estrictamente con-tinuado, a fin de que la comunidad local

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pueda meditar y orar más intensamente estemisterio. Pero esta exposición, con el con-sentimiento del Ordinario del lugar, se harásólamente si se prevé una asistencia con-veniente de fieles» (86).

«Póngase el copón o la custodia sobre lamesa del altar. Pero si la exposición se alar-ga durante un tiempo prolongado, y se hacecon la custodia, se puede utilizar el trono oexpositorio, situado en un lugar más eleva-do; pero evítese que esté demasiado alto ydistante» (93).

Ante el Santísimo expuesto, el ministroy el acólito permanecen arrodillados, con-cretamente durante la incensión (97). Y lomismo, se entiende, el pueblo. Es el mis-mo arrodillamiento que, siguiendo muy lar-ga tradición, viene prescrito por la Orde-nación general del Misal Romano «duran-te la consagración» de la Eucaristía (21). Yrecuérdese en esto que «la postura unifor-me es un signo de comunidad y unidad dela asamblea, ya que expresa y fomenta almismo tiempo la unanimidad de todos losparticipantes» (20).

–Adoremos a Cristo con cantos y lec-turas, con preces y silencio. «Durantela exposición, las preces, cantos y lec-turas deben organizarse de manera quelos fieles atentos a la oración se dedi-quen a Cristo, el Señor».

«Para alimentar la oración íntima, hágan-se lecturas de la sagrada Escritura con ho-milía o breves exhortaciones, que lleven auna mayor estima del misterio eucarístico.Conviene también que los fieles respondancon cantos a la palabra de Dios. En momen-tos oportunos, debe guardarse un silenciosagrado» (Ritual 95; +89).

–Adoremos a Cristo, rezando la Li-turgia de las Horas. «Ante el santísi-mo Sacramento, expuesto durante untiempo prolongado, puede celebrarsetambién alguna parte de la Liturgia delas horas, especialmente las Horas prin-

cipales [laudes y vísperas].«Por su medio, las alabanzas y acciones

de gracias que se tributan a Dios en la cele-bración de la Eucaristía, se amplían a lasdiferentes horas del día, y las súplicas de laIglesia se dirigen a Cristo y por él al Padreen nombre de todo el mundo» (Ritual 96).Las Horas litúrgicas, en efecto, están dis-puestas precisamente para «extender a losdistintos momentos del día la alabanza y laacción de gracias, así como el recuerdo delos misterios de la salvación, las súplicas yel gusto anticipado de la gloria celeste, quese nos ofrecen en el misterio eucarístico,“centro y cumbre de toda la vida de la co-munidad cristiana” (CD 30)» (Ordenacióngeneral de la Liturgia de las Horas 12).

–Adoremos a Cristo, haciendo «vi-sitas al Santísimo». En efecto, comodice Pío XII, «las piadosas y aún coti-dianas visitas a los divinos sagrarios»,con otros modos de piedad eucarísti-ca,

«han contribuido de modo admirable a lafe y a la vida sobrenatural de la Iglesia mi-litante en la tierra, que de esta manera sehace eco, en cierto modo, de la triunfante,que perpetuamente entona el himno de ala-banza a Dios y al Cordero “que ha sido sa-crificado” (Ap 5,12; +7,10). Por eso la Igle-sia no sólo ha aprobado esos piadosos ejer-cicios, propagados por toda la tierra en eltranscurso de los siglos, sino que los harecomendado con su autoridad. Ellos pro-ceden de la sagrada liturgia, y son tales que,si se practican con el debido decoro, fe ypiedad, en gran manera ayudan, sin duda al-guna, a vivir la vida litúrgica» (Mediator Dei165-166).

Sagrarios dignosen iglesias abiertas

Procuremos tener sagrarios dignos eniglesias abiertas, para que pueda llevar-se a la práctica esa adoración eucarís-

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tica de los fieles. Así pues, «cuiden lospastores de que las iglesias y oratoriospúblicos en que se guarda la santísimaEucaristía estén abiertas diariamente du-rante varias horas en el tiempo másoportuno del día, para que los fielespuedan fácilmente orar ante el santísi-mo Sacramento» (Ritual 8; +Código937). «El lugar en que se guarda la san-tísima Eucaristía sea verdaderamentedestacado. Conviene que sea igualmenteapto para la adoración y oración priva-da» (Ritual 9).

«Según la costumbre tradicional, ardacontinuamente junto al sagrario una lámpa-ra de aceite o de cera, como signo de honoral Señor» (Ritual 11; puede ser eléctrica,pero no común: Código 940).

En cada iglesia u oratorio haya «un solosagrario» (Código 938,1). Y en los conven-tos o casas de espiritualidad el sagrario esté«sólo en la iglesia o en el oratorio princi-pal anejo a la casa; pero el Ordinario, porcausa justa, puede permitir que se reservetambién en otro oratorio de la misma casa»(ib. 937).

Devoción eucarísticay esperanza escatológica

Adoremos a Cristo en la Eucaristía,como prenda y anticipo de la vida ce-leste. La celebración eucarística es«fuente de la vida de la Iglesia y prendade la gloria futura» (Vat.II: UR 15a).Por eso el culto eucarístico tiene comogracia propia mantener al cristiano enuna continua tensión escatológica.

Ante el sagrario o la custodia, en lamás preciosa esperanza teologal, el dis-cípulo de Cristo permanece día a díaante Aquél que es la puerta del cielo:«yo soy la puerta; el que por mí entrare,

se salvará» (Jn 10,9).Ante el sagrario, ante la custodia, el

discípulo persevera un día y otro anteAquél «que es, que era, que vendrá»(Ap 1,4.8). El Cristo que vino en la en-carnación; que viene en la Eucaristía,en la inhabitación, en la gracia; que ven-drá glorioso al final de los tiempos.

No olvidemos, en efecto, que en laEucaristía el que vino –«quédate connosotros» (Lc 24,29)– viene a noso-tros en la fe, «mientras esperamos lavenida gloriosa de nuestro Salvador Je-sucristo». Así lo confesamos diaria-mente en la Misa. Como hace notarTena, «la presencia del Señor entre no-sotros no puede ser más que en la pers-pectiva del futuræ gloriæ pignus [pren-da de la futura gloria]» (217).

En los últimos siglos, ha prevalecidoentre los cristianos la captación de Cris-to en la Eucaristía como Emmanuel,como el Señor con nosotros; y éste esun aspecto del Misterio que es verda-dero y muy laudable. Pero los Padresde la Iglesia primitiva, al tratar de la Eu-caristía, insistían mucho más que no-sotros en su dimensión escatológica.En ella, más que el Emmanuel, veían elacceso al Cristo glorioso que ha de ve-nir. Y en sus homilías y catequesis se-ñalaban con frecuencia la relación exis-tente entre la Eucaristía y la vida futura,esto es, la resurrección de los muertos:«el que come mi carne y bebe mi san-gre tiene la vida eterna y yo le resucita-ré el último día» (Jn 6,54).

Esta perspectiva escatológica de laEucaristía no es exclusiva de los Pa-dres primeros, pues se manifiesta tam-

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bién muy acentuada en la Edad Media,es decir, en las primeras formulacionesde la adoración eucarística. Bastará,por ejemplo, que recordemos algunasestrofas de los himnos eucarísticoscompuestos por santo Tomás:

«O salutaris hostia, quæ cæli pandisostium» (Hostia de salvación, que abres laspuertas del cielo: Verbum supernum, Lau-des, Oficio del Corpus).

«Tu qui cuncta scis et vales, qui nos pascishic mortales, tuos ibi comensales, cohe-redes et sodales fac sanctorum civium» (Tú,que conoces y puedes todo, que nos alimen-tas aquí, siendo mortales, haznos allí co-mensales, coherederos y compañeros detus santos: Lauda Sion, secuencia Misa delCorpus).

«Iesu, quem velatum nunc aspicio, orofiat illud quod tam sitio; ut te revelata cer-nens facie, visu sim beatus tuæ gloriæ» (Je-sús, a quien ahora miro oculto, cumple loque tanto ansío: que contemplando tu ros-tro descubierto, sea yo feliz con la visiónde tu gloria. Adoro te devote, himno atri-buido a Santo Tomás, para después de la ele-vación).

«O amantissime Pater, concede mihi di-lectum Filium tuum, quem nunc velatum invia suscipere propono, revelata tandem facieperpetuo contemplari» (Padre amadísimo,concédeme al fin contemplar eternamenteel rostro descubierto de tu Hijo predilec-to, al que ahora, de camino, voy a recibirvelado: Omnipotens sempiterne Deus, ora-ción preparatoria a la Eucaristía, atribuidaa Santo Tomás).

La secularización de la vida presente,es decir, la disminución o la pérdida dela esperanza en la vida eterna, es hoysin duda la tentación principal del mun-do, y también de los cristianos. Por esoprecisamente «la Iglesia y el mundo tie-nen una gran necesidad del culto euca-rístico» (Dominicæ Cenæ 3), porque

ésa es, sin duda, la devoción que conmás fuerza levanta el corazón de losfieles hacia la vida celestial definitiva.

Y «he aquí –escribe Tena– cómo a travésde esta dimensión escatológica de la ado-ración eucarística, reencontramos la moti-vación fundamental de la misma reserva:para el Viático, para que los enfermos pue-dan comulgar... Este pan de vida que estáencima del altar, así como procede del ban-quete celestial, continúa ofrecido como ali-mento de tránsito: es un viático, sobre todo.Cada uno de los adoradores puede pensar,en el instante de adoración silenciosa, eneste momento en que recibirá por últimavez la Eucaristía: “¡quien come de este panvivirá para siempre!” (Jn 6,58). La prendadel futuro absoluto está ahí: es la presen-cia del Señor de la gloria, que aparece enla Eucaristía» (217).

Los sacerdotes yla adoración eucarística

Si todos los fieles han de venerar aCristo en el Sacramento, «los pastoresen este punto vayan delante con suejemplo y exhórtenles con sus pala-bras» (Ritual 80). En efecto, los sa-cerdotes deben suscitar en los fieles ladevoción eucarística tanto por el ejem-plo como por la predicación. Es un de-ber pastoral grave.

La piedad eucarística de los fielesdepende en buena medida de que sussacerdotes la vivan y, consiguientemen-te, la prediquen –«de la abundancia delcorazón habla la boca» (Mt 12,34)–.Por eso la Congregación para la Edu-cación Católica, en su instrucción de1980 Sobre la vida espiritual en losSeminarios, muestra tanto interés enque los candidatos al sacerdocio seanformados en el convencimiento de que«el continuo desarrollo del culto de

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adoración eucarística es una de las másmaravillosas experiencias de la Iglesia».

«Un sacerdote que no participe de estefervor, que no haya adquirido el gusto deesta adoración, no sólo será incapaz detransmitirlo y traicionará la Eucaristía mis-ma, sino que cerrará a los fieles el acceso aun tesoro incomparable».

Y por eso la Congregación para elClero, en el Directorio para el ministe-rio y la vida de los presbíteros, de 1994,toca también con insistencia el mismopunto:

«La centralidad de la Eucaristía se debeindicar no sólo por la digna y piadosa cele-bración del Sacrificio, sino aún más por laadoración habitual del Sacramento. El pres-bítero debe mostrarse modelo de la grey[1Pe 5,3] también en el devoto cuidado delSeñor en el sagrario y en la meditación asi-dua que hace –siempre que sea posible–ante Jesús Sacramentado. Es convenienteque los sacerdotes encargados de la direc-ción de una comunidad dediquen espacioslargos de tiempo para la adoración en co-munidad, y tributen atenciones y honores,mayores que a cualquier otro rito, al Santí-simo Sacramento del altar, también fuerade la Santa Misa. “La fe y el amor por laEucaristía hacen imposible que la presen-cia de Cristo en el sagrario permanezcasolitaria” (Juan Pablo II, 9-VI-1993). La li-turgia de las horas puede ser un momentoprivilegiado para la adoración eucarística»(50).

De todo esto, ya hace años, dijo hermo-sas cosas el gran liturgista dominico A.-M.Roguet (L'adoration eucharistique dansla piété sacerdotale, «Vie Spirituelle» 91,1954, 11-12).

La devoción eucarísticadespués del Vaticano II

La piedad eucarística es en el sigloXX una parte integrante de la espiritua-

lidad cristiana común. Por eso San PíoX no hace sino afirmar una conviccióngeneral cuando dice:

«Todas bellas, todas santas son las devo-ciones de la Iglesia Católica, pero la devo-ción al Santísimo Sacramento es, entre to-das, la más sublime, la más tierna, la másfructuosa» (A la Adoración Nocturna Es-pañola 6-VII-1908).

¿Y después del Vaticano II? La granrenovación litúrgica impulsada por elConcilio también se ha ocupado de lapiedad eucarística.

Concretamente, el Ritual de la sa-grada comunión y del culto a la Eu-caristía fuera de la Misa es una reali-zación de la Iglesia postconciliar. An-tes no había un Ritual, y la devocióneucarística discurría por los simplescauces de la piadosa costumbre. Aho-ra se ha ordenado por rito litúrgico estadevoción.

Por otra parte, en el Ritual de la de-dicación de iglesias y de altares, de1977, después de la comunión, se in-cluye un rito para la «inauguración dela capilla del Santísimo Sacramento».Antes tampoco existía ese rito. Es nue-vo.

Son éstos, sin duda, gestos impor-tantes de la renovación litúrgica post-conciliar. Y los recientes documentosmagistrales sobre la adoración euca-rística que hemos recordado, más ex-plícitamente todavía, nos muestran elgran aprecio que la Iglesia actual tienepor esta devoción y este culto. Por eso,si la doctrina y la disciplina de la Iglesiaha querido en nuestro tiempo podar elárbol de la piedad eucarística, lo ha he-cho ciertamente a fin de que crezca más

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fuerte y dé aún mejores y más abun-dantes frutos.

Y por eso aquéllos que, en vez depodar el árbol de la devoción al Sacra-mento, lo cortan de raíz se están ale-jando de la tradición católica y, sin sa-berlo normalmente, se oponen al im-pulso renovador de la Iglesia actual.

Ya en 1983 observaba Pere Tena: «sabe-mos y constatamos cómo en muchos luga-res se ha silenciado absolutamente el sen-tido espiritual de la oración personal anteel santísimo sacramento, y cómo esto, jun-tamente con la supresión de las procesio-nes eucarísticas y de las exposiciones pro-longadas, se considera como un progreso»(209). En esta línea, podemos añadir, hayparroquias hoy que no tienen custodia, y enlas que el sagrario, si existe, no está ase-quible a la devoción de los fieles.

La supresión de la piedad eucarísticano es un progreso, evidentemente, sinomás bien una decadencia en la fe, en lafuerza teologal de la esperanza y en elamor a Jesucristo. Y no parece aventu-rado estimar que entre la eliminación dela devoción eucarística y la disminu-ción de las vocaciones sacerdotales yreligiosas existe una relación cierta, aun-que no exclusiva.

Juan Pablo II, en su exhortación apos-tólica Dominicæ Coenæ, no sólamentemanifiesta con fuerza su voluntad deestimular todas las formas tradiciona-les de la devoción eucarística, «oracio-nes personales ante el Santísimo, ho-ras de adoración, exposiciones breves,prolongadas, anuales –las cuarenta ho-ras–, bendiciones y procesiones euca-rísticas, congresos eucarísticos», sinoque afirma incluso que «la animacióny el fortalecimiento del culto eucarístico

son una prueba de esa auténtica reno-vación que el Concilio se ha propuestoy de la que es el punto central».

Y es que «la Iglesia y el mundo tienen unagran necesidad del culto eucarístico. Jesúsnos espera en este sacramento del amor.No escatimemos tiempo para ir a encon-trarlo en la adoración, en la contempla-ción llena de fe y abierta a reparar las gra-ves faltas y delitos del mundo. No cese nun-ca nuestra adoración» (3).

Secularización o sacralidadHoy se hace necesario en el cristia-

nismo elegir entre secularización y sa-cralidad.

–El cristianismo secularizado, declaras raíces nestorianas y pelagianas,deja en la duda la divinidad de Jesús yla virginidad de María, busca la salva-ción en el hombre mismo, ignorando lanecesidad de la fe y de la gracia para lasalvación, olvida la vida eterna, y alejaal pueblo cristiano de la Misa y de lossacramentos, especialmente del sacra-mento de la penitencia.

Este «cristianismo», por supuesto, su-prime la adoración eucarística, vacíalos templos, y consigue así tenerlos ce-rrados. De este modo evita que los cris-tianos se pierdan en pietismos alienan-tes, y fomenta que vayan entre los hom-bres, que es donde deben estar.

Hoy es bien conocido este falso cristia-nismo (+Iraburu, Sacralidad y seculariza-ción, Fundación GRATIS DATE, Pamplona1996): falsifica la acción misionera, niegala necesidad de la Iglesia, elimina la finali-dad sobrenatural de las obras misioneras yeducativas, caritativas y asistenciales, y se-cularizando todo en un horizontalismo in-manentista, acaba, claro está, con las voca-ciones sacerdotales y religiosas.

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29José María Iraburu

–El cristianismo sagrado, por el con-trario, el bíblico y tradicional, el pro-pugnado por el Magisterio apostólico,confiesa firmemente a Cristo como ver-dadero Dios y verdadero hombre, afir-ma que su gracia es en absoluto nece-saria para el hombre, y que su presen-cia en la Eucaristía, real y verdadera,debe ser adorada.

Los cristianos, en este verdadero cris-tianismo, permanecen en el mismo Se-ñor Jesucristo, como sarmientos en laVid santa, y se unen a él por el amorservicial y la oración, por la penitenciasacramental, y muy especialmente por

la celebración y la adoración de la Eu-caristía. Ésta es la Iglesia que, centradaen el Mysterium fidei, florece en voca-ciones, en familias cristianas y en innu-merables obras misioneras y educati-vas, sociales, culturales y asistenciales.

Escuchemos, pues, de nuevo a JuanPablo II (Dominicæ Coenæ 3): «Laanimación y el fortalecimiento del cultoeucarístico son una prueba de esa au-téntica renovación que el Concilio seha propuesto, y de la que es el puntocentral. La Iglesia y el mundo tienen unagran necesidad del culto eucarístico».

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Indice

La adoración eucarística

BIBLIOGRAFÍA, 3.

1. HistoriaCentralidad de la Eucaristía, 1. –Reserva de la Eucaristía, 2. –

La adoración eucarística dentro de la Misa, 2. –Primeras manifes-taciones del culto a la Eucaristía fuera de la Misa, 2. –Aversión ydevoción en el siglo XIII, 3. –Santa Juliana de Mont- Cornillon yla fiesta del Corpus Christi, 5. –Celebración del Corpus y exposi-ciones del Santísimo, 6. Las Cofradías eucarísticas, 7. –La pie-dad eucarística en el pueblo católico, 7. –Congregaciones religio-sas, 8. –Congresos eucarísticos, 9. –La piedad eucarística enotras confesiones cristianas, 9.

2. Doctrina espiritual–Maestros espirituales de la devoción a la Eucaristía, 10.–Fru-

tos de la piedad eucarística, 13. –¿Deficiencias en la devocióneucarística?, 14. –Hubo deficiencias, 16. –Deficiencias del len-guaje piadoso, 17. –Deficiencias históricas, 17. –Renovación ac-tual de la piedad eucarística, 18. –Diversas modalidades de lapresencia de Cristo en su Iglesia, 18. –El fundamento primero dela adoración, 19. –Sacrificio y Sacramento, 20. –Devoción euca-rística y comunión, 20. –Adoración eucarística y vida espiritual,21. –Adoración y ofrenda personal, 21. –Adoración y súplica,22. –Adoremos a Cristo, presente en la Eucaristía, 22. –Sagrariosdignos en iglesias abiertas, 24. –Devoción eucarística y esperanzaescatológica, 25. –Los sacerdotes y la adoración eucarística, 26.–La devoción eucarística después del Vaticano II, 27. –Seculari-zación o sacralidad, 28.

Indice, 30.