07 opiniones sobre "el plagio de cipriani"

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07 opiniones sobre: EL PLAGIO de CIPRIANI Rogelio Edgard Vilcherrez Chozo Página 1 https://sites.google.com/site/literaturalambayecanarovich/ La República: Los plagios que realizó el cardenal Juan Luis Cipriani en sus columnas de opinión, desde la perspectiva de Carlín. http://larepublica.pe/impresa/carlincatura/399154-carlincatura-del-lunes-17-de-agosto-del-2015

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Apreciados amigos pueden analizar las 07 opiniones sobre el plagio del Arzobispo Cipriani.

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07 opiniones sobre: EL PLAGIO de CIPRIANI

Rogelio Edgard Vilcherrez Chozo Página 1 https://sites.google.com/site/literaturalambayecanarovich/

La República:

Los plagios que realizó el cardenal Juan Luis Cipriani en sus columnas de opinión, desde

la perspectiva de Carlín.

http://larepublica.pe/impresa/carlincatura/399154-carlincatura-del-lunes-17-de-agosto-del-2015

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01. EL PLAGIO

Gustavo Faverón

La República, 18 de Agosto de 2015

Consideren estos dos hechos. El primero es que tenemos un cardenal arzobispo de

Lima y primado de la Iglesia Católica en el Perú que, según ha confirmado El Comercio,

plagia textos escritos por los sumos pontífices de esa Iglesia. El segundo es que descubrir

eso no ha desembocado en un escándalo mayúsculo.

Los plagios de Cipriani documentados hasta la fecha en portales online y redes

sociales, se produjeron, dos de ellos, en artículos de El Comercio, y, el tercero, en el

sermón del Te Deum del 2014, es decir, en una ceremonia religiosa en la Catedral de Lima

que fue atendida por el presidente de la República, ministros y embajadores, y que se

transmitió en vivo por radio y televisión a todo el país. Los plagiados han sido un papa

muerto, Pablo VI, y un papa retirado, Benedicto XVI, quien, recluido en un monasterio del

Vaticano, debe de haber leído, nunca sabremos si con desencanto o sin sorpresa, la historia

de cómo lo ha plagiado uno de sus cardenales favoritos durante sus años en el papado.

En manos de un cuentista experto, esa historia resultaría una sátira mortífera sobre

la decrepitud ética de las altas esferas de la Iglesia y la corrupción de las figuras de

autoridad moral en nuestra sociedad. Fuera de la ficción, es exactamente lo mismo, solo

que sin sátira de por medio: es una fotografía de nuestra lamentable realidad.

Sospecho que la falta de escándalo no tiene solo un motivo moral —en el Perú ya

nada parece indignante— sino además un motivo, digamos, educativo: para la mayoría de

los peruanos ha de ser irrelevante que alguien asuma como propio el trabajo intelectual de

otro. Una especie de hurto inmaterial no suena real en un país donde políticos poderosos

están acusados de crímenes más tangibles sin que eso melle su éxito. ¿Robar ideas, robar

palabras? ¿Cuánto mal puede haber en eso? La respuesta es: mucho mal. Pensar que este

cardenal es quien pretendía regir el destino de la Universidad Católica, donde se enseña a

respetar el pensamiento como un bien sagrado.

Fuente:

http://larepublica.pe/impresa/la-contra/399399-el-plagio

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02. EL PLAGIO DE CIPRIANI

Nelson Manrique

La República, 18 de Agosto de 2015

El escándalo provocado por las denuncias del portal Útero.pe, acusando al cardenal

Juan Luis Cipriani de haber copiado textualmente párrafos de la encíclica Ecclesiam Suam del papa Pablo VI y del libro Communio del papa Benedicto XVI, sin entrecomillarlos ni

reconocer la propiedad intelectual de los autores, continúa. El diario El Comercio, donde se publicaron los textos cuestionados, dio cuenta de los descargos de Cipriani, lamentó lo ocurrido, anunció que en adelante no volvería a publicar sus textos, recordando que no citar

las fuentes es “una mala práctica periodística”, y retiró de su portal web los artículos cuestionados.

¿Terminará aquí el problema? Es difícil, porque el examen de conciencia que

monseñor Cipriani viene ofreciendo adolece de serios vicios, que no se limitan a una

justificación tan pueril como que no puso comillas porque no le alcanzó el espacio. En la carta que inicialmente envió a El Comercio Cipriani reconoció haber utilizado ideas ajenas

sin citarlas: “Lamento que la brevedad del espacio me llevó a omitir las fuentes y reconozco este error”. Como justificación alegó que las enseñanzas de la Iglesia no tienen propiedad intelectual: “Este patrimonio común de nuestra fe no tiene, por decirlo así, una

propiedad intelectual, pero es habitual y correcto citarlos para una mejor comprensión” (El Comercio 12 de agosto de 2015, http://bit.ly/1E0EaU4).

Es importante hacer una precisión. El plagio no alude a las ideas (el “patrimonio

común” al que alude Cipriani), que son de libre disposición, sino a la forma de expresión de

estas. “Lo que sustrae el plagiario es la originalidad, la forma de expresión, la impronta del autor original” (Gonzalo del Río Labarthe y Juan Astocóndor Valverde: “El Plagio: delito

contra el derecho de autor”, http://bit.ly/1HSgH2t). Y el plagio no es sólo un pecado (“No robarás”) sino un delito claramente tipificado: “Será reprimido con pena privativa de libertad no menor de cuatro ni mayor de ocho años y noventa a ciento ochenta días multa,

el que con respecto a una obra, la difunda como propia, en todo o en parte, copiándola o reproduciéndola textualmente, o tratando de disimular la copia mediante ciertas

alteraciones, atribuyéndose o atribuyendo a otro, la autoría o titularidad ajena” (Código Penal, Artículo 219).

El inicial reconocimiento en El Comercio de su “error”, el 12, fue abandonado por Cipriani tres días después en su programa radial “Diálogo de fe”, en RPP. Ahora atribuyó el

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problema a una mala percepción de sus lectores, ofreciéndoles disculpas de carácter

condicional: “si ha habido una impresión de haber utilizado unas ideas, unos planteamientos, sin citar las fuentes” (el énfasis es mío).

Otra dimensión de la cuestión ha sido abierta por el propio Cipriani al puntualizar

en su intervención radial que él es doctor en Teología. El doctorado no es, como suele

utilizarse, un apelativo de cortesía sino un elevado grado académico, que trae reconocimiento social pero a su vez entraña serias responsabilidades. La primera obligación

de un doctor es la honestidad intelectual, y el atentado más grave contra ésta es el plagio. Varios académicos vieron truncada su carrera ahí donde se comprobó que habían plagiado textos de sus colegas. Ante esto no se puede invocar el “espíritu deportivo” que propone

Cipriani, para seguir la vida hacia adelante.

Esto plantea un problema delicado a la Pontificia Universidad Católica del Perú. De

acuerdo a sus estatutos, el arzobispo de Lima ostenta el cargo de Gran Canciller de la

Universidad y en esa condición Cipriani es autoridad universitaria. En la PUCP se sanciona

severamente la deshonestidad intelectual y los alumnos sorprendidos plagiando son

castigados con un semestre de suspensión la primera vez y pueden ser separados

definitivamente de la universidad si reinciden. Las sanciones son mayores en el caso de los

profesores, y eventualmente de las autoridades, y más de uno fue obligado a renunciar

cuando se comprobó esta falta. Está por ver qué sucederá en el caso Cipriani.

¿Cómo reaccionará la Iglesia? Se ha citado un precedente cercano. En diciembre del

2012 el Papa Benedicto XVI citó ante la Curia romana un ensayo que criticaba el

matrimonio entre parejas del mismo sexo. El autor del ensayo era Gilles Uriel Bernheim,

Gran Rabino de Francia, considerado una autoridad en el tema. Poco después se denunció

que Bernheim había plagiado un texto de Joseph-Marie Verlindre, robando además frases

de otros autores. Aunque inicialmente Bernheim quiso aferrarse a su cargo, la presión de la

comunidad judía francesa lo obligó a renunciar (“¿Ejemplo para Cipriani? El caso de un

Gran Rabino que renunció por plagio”, http://bit.ly/1E0w3Hb ).

Fuente:

http://larepublica.pe/impresa/opinion/399374-el-plagio-de-cipriani

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03. DEJAD QUE LOS TEXTOS VENGAN A MÍ

Jorge Bruce

La República, 17 de Agosto de 2015 En una columna reciente en estas páginas, Augusto Álvarez Rodrich me invita a analizar

desde mi especialidad los motivos que pueden haber llevado a dos personas tan exitosas en sus ámbitos, como Alfredo Bryce y Juan Luis Cipriani, a plagiar textos en sus columnas periodísticas. Acepto la invitación, por ser de interés público, pero antes es preciso explicar algunas precauciones. Uno de los dilemas que enfrentamos los psicoanalistas que opinamos en los medios es el de los límites de nuestras intervenciones. En otras palabras, hay una fina línea divisoria entre poner a disposición de los lectores las herramientas psicoanalíticas, y especular acerca de la personalidad de algún personaje, sea público o no. Precisamente porque es un límite impreciso, siento que a veces lo he rebasado y lo lamento. Pero empecemos con Alfredo Bryce. Esta es la primera vez que abordo su caso. No lo hice antes porque lo conozco hace mucho tiempo y me apenaba su situación. Ahora pienso que fue un error callar. Principalmente porque hubiese sido útil para él, no solo para dar más elementos a los lectores, hacerlo. Mi impresión es que el nivel de plagios era tan abundante y notorio hacia el final, que en realidad estaba pidiendo a gritos que alguien lo detenga. Recuerden que todo se destapó cuando publicó en El Comercio una columna de Oswaldo de Rivero que se había publicado pocos días antes en Quéhacer. Esta es una manera inconsciente de pedir ayuda, como los niños que cometen fechorías groseras para dar la voz de alarma sobre sus impulsos incontrolables. Pero durante un tiempo no le hicieron caso, por ser un escritor respetado y querido. Esa protección, incluida la legal, le hizo más daño pues continuó su carrera imparable de transgresiones ostensibles. El caso de Cipriani es distinto. Mi impresión es que plagiar a Papas expone su fantasía inconsciente: ocupar el lugar de los jefes de la Iglesia. La soberbia con la que responde a la primera carta de El Comercio y la negación que exhibe en su programa de radio al comentar lo ocurrido, revelan que su plagio es egosintónico: no se da cuenta de lo que ha hecho porque se siente infalible como el vicario de Cristo. Esta omnipotencia le ha sido fatal. Acostumbrado a vivir en un mundo maniqueo de fieles incondicionales y adversarios implacables, le resulta inadmisible aceptar sus errores (en este caso un delito sancionado por la ley peruana y prohibido expresamente por la editorial que publica al Papa) pues Dios, a quien siente representar (por no decir encarnar), no se equivoca ni menos delinque. No seré yo quien tire la primera piedra. Los seres humanos somos frágiles y el narcisismo nos juega malas pasadas. Al ver la reacción desesperada de sus defensores a rajatabla, quienes se resisten a aceptar lo que todos los demás vemos, comprendo que se está desmoronando un pilar fundamental del proyecto de un poder político-religioso ultraconservador en el Perú. No me alegra su dolor pero me tranquiliza que se debilite el afán de mantener al país en el oscurantismo tanático. Fuente:

http://larepublica.pe/impresa/opinion/399088-dejad-que-los-textos-vengan-mi

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04. PLAGIO, ESA COJUDEZ

Pedro Salinas

La República, 16 de Agosto de 2015

“Lamento que la brevedad del espacio me llevó a omitir las fuentes y reconozco este error”, dijo el purpurado Xerox para justificar su grosero pirateo. Y es que, gracias a Útero.pe y al escritor José Carlos Yrigoyen, nos enteramos de que el cardenal Juan Luis Cipriani le rapiñó unos textos a Ratzinger y a Pablo VI. Y lo cierto es que, con ese par de raterías, nos ha quedado la sospecha latente de que incluso podrían haber más latrocinios por ahí.

Pero en fin. Como era previsible, Cipriani, además de echarle la culpa a la falta de extensión (que, dicho sea de paso, no fue así, porque El Comercio le concedió prácticamente toda una página para su disertación sobre el cristianismo en el Perú), esgrimió que las tesis que expuso en la mencionada página eran parte del patrimonio de las enseñanzas de la iglesia católica, y, en consecuencia, dicho “patrimonio” no tendría propiedad intelectual. Tal cual.

Por supuesto, El Comercio, que demostró mayor dignidad y honestidad y modestia que el arzobispo limeño, lamentó profundamente, como correspondía, lo ocurrido con los dos últimos artículos de Cipriani. Y reconoció la incriminatoria evidencia.

Y bueno. Ya adivinarán. La reacción del cardenal fue un pelín diferente. Pues para Cipriani, la humildad, la autocrítica, el decoro y esas cosas, son palabras huecas, vacías, o carentes de algún sentido. O, en su caso, saben a farsa. Porque ya ven. Cipriani es arrogante y pedante hasta para pedir disculpas.

Ahora bien, sobre el asunto de fondo, para quienes leímos completito el artículo del cardenal, lo que decía era un disparate temerario y descomunal que, lamentablemente, muchos comparten en el Perú. Me refiero a la idea de que la iglesia católica y sus credos deben ejercer influencia sobre la política local.

“Por ello, el eje sobre el que debe girar la acción política responsable debe ser el hacer valer en la vida pública (…) el plano de los mandamientos de la ley de Dios”, subrayó, haciendo suya (robándose, o sea) una proposición de Ratzinger. Y como para darle fuerza a esta aproximación teocrática de la vida, citó algunos datos estadísticos. Que el 79% de la población opina que si los valores religiosos estuvieran más presentes en el gobierno, los peruanos estaríamos mejor. Que el 94% de los peruanos son cristianos. Que de ese 94%, el 80% es católico. Y en ese plan.

En buena cuenta, lo que nos quería vender el saqueador de párrafos ajenos es que, el Perú, en lugar de avanzar hacia la construcción de un Estado laico, debería apostar por un “Estado

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católico”, o algo así, de acuerdo a su particular lógica talibana y a su compulsiva necesidad de querer imponer sus escalofriantes creencias.

Estamos hablando, en resumen, de una reflexión en la que el cardenal pretendía contagiarnos sus fobias y doctrinas excluyentes y trasnochadas, para hacernos sentir que el Perú, si se descuida, podría caminar hacia una suerte de Estadolatría, en lugar de entregarse al “mensaje de Cristo”, aquel que, ya saben, interpreta Cipriani como una verdad de a puño. Como una verdad que, por lo general, apunta a restringir las libertades y/o a ejercer control sobre el sexo de los demás.

Porque Cipriani considera que todos, católicos y no católicos, debemos someternos a su fe, que es una fe ciega y aborregada. Para convertirnos en topos que se mueven en la oscuridad. Porque para Cipriani, la fe es como respirar; y como diría Antonio Gala, “contra la respiración no hay argumentos”.

Sé que estas líneas son inútiles, pues con un fanático no se puede discutir. Por la sencilla razón de que alguien como Cipriani no reconoce otras posibles verdades que no sean las suyas. Es así. Él quiere una teocracia solapada o un Estado confesional. Yo quiero un Estado laico. Él quiere que sus dogmas tengan injerencia sobre las políticas públicas. Yo quiero que se garantice la libertad individual y la libertad de decidir de las personas. Él quiere Te Deum. Yo quiero que las decisiones políticas estén separadas de la religión. Sobre todo en los ámbitos de la sexualidad, donde el catolicismo, por lo demás, siempre ha exhibido homofobia y misoginia. Y donde, si no me equivoco, nada ha cambiado.

Después de todo, como señala el escritor Arturo Pérez-Reverte, “la sotana ha sido durante muchos siglos símbolo de oscurantismo y reacción, con Torquemada y sus colegas”. Y es así. Pues si me apuran, les cuento que no me es difícil imaginar a Cipriani y a Torquemada, têtê à têtê, fumando Marlboros y tomándose unos piscos en El Cordano, planificando hogueras y la toma del poder. Fuente:

http://larepublica.pe/impresa/opinion/398941-plagio-esa-cojudez

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05. LOS AMIGOS DEL DUEÑO CARDENAL JUAN LUIS CIPRIANI COMO ACTOR POLÍTICO CLAVE.

Augusto Álvarez Rodrich

La República, 16 de Agosto de 2015 No hay duda, por las reacciones producidas, que más interesante que los plagios del

cardenal Juan Luis Cipriani, es la defensa en marcha para salvarlo así como al proyecto político al que él pertenece.

Quien escuche con regularidad su programa radial sabrá que, a diferencia de lo que dicen sus defensores, el cardenal no es justamente una luminaria. Su prédica se suele basar en argumentos mediocres. No estamos ante alguien que destaque por su capacidad intelectual. Sí, en cambio, por su vocación política.

El cardenal Cipriani es, para todo efecto práctico, un actor político, como señaló ayer Mario Ghibellini en Somos, y como se desarrolla en el libro Cipriani como actor político, editado por Luis Pásara.

“En su calidad de arzobispo de Lima y primado del Perú, Cipriani se ha situado como un actor político de primer orden que opina y critica, adelanta iniciativas y debate acremente sobre los más diversos asuntos, incluidos aquellos de naturaleza estrictamente política, como candidaturas presidenciales, proyectos de ley y, en general, políticas públicas”, señala Pásara en el libro publicado el año pasado por el IEP.

En el Tedeum reciente varios se sorprendieron del documento entregado en la catedral con una encuesta que, como con un político, pregunta por el desempeño del cardenal.

Pero Cipriani no es buen político pues no sabe esconder bajo la sotana el fustán que revela su accionar político. Su suerte se empezó a mellar desde el colapso del fujimontesinismo en el año 2000, y se profundizó desde marzo de 2013 con la llegada de Francisco al Vaticano con un discurso que lo contradice en casi todo.

Estos plagios del cardenal llueven sobre mojado. Pero como Cipriani es punta de lanza de un proyecto político, sus aliados han salido a defenderlo, especialmente después de que el director de El Comercio, Fernando Berckemeyer, no tuvo otra opción que despedir al plagiario, pues mantener a alguien así en el equipo –sea quien sea– deshonra a un medio.

Los defensores del cardenal han procedido, entonces, al método clásico de enfrentar al director periodístico con los accionistas para que lo hagan retroceder, que es una forma de buscar que lo boten.

“Tengo amistad con varios miembros de la familia dueña de El Comercio, me extraña esta actitud”, dijo Cipriani ayer, y Jorge del Castillo preguntó en el twitter: “¿Veto (sic) al Cardenal en @elcomercio es decisión de su Director Berckemeyer o de los propietarios la familia Miró Quesada o del Directorio?”.

El Apra, como reconoció hace poco uno de sus distinguidos miembros, sabe que lo asuntos políticos se resuelven con los dueños, en este caso los de El Comercio. Y, créanme, yo sé de lo que estoy hablando. Fuente:

http://larepublica.pe/impresa/opinion/398947-los-amigos-del-dueno

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06. EL OCTAVO MANDAMIENTO LOS PLAGIOS LAMENTABLES DEL CARDENAL JUAN LUIS CIPRIANI.

Augusto Álvarez Rodrich

La República, 14 de Agosto de 2015 Un escritor, periodista o columnista puede ser simplón, enredado, repetitivo, previsible y

hasta aburrido, pero lo que no tiene perdón de Dios, pues constituye un pecado capital en este oficio, es ser un mentiroso que plagia los textos que publica como suyos, que es como lo acaban de ampayar al cardenal Juan Luis Cipriani.

Utero.pe encontró, en efecto, que el cardenal cometió al menos dos plagios en columnas publicadas con su firma en el diario El Comercio, pero desde entonces le están encontrando más copias lamentables.

Han sido tan contundentes los plagios que el cardenal no ha tenido más remedio que reconocerlos: “Lamento que la brevedad del espacio me llevó a omitir las fuentes y reconozco este error” (ya ve, su eminencia, qué fácil es poner comillas cuando se usan textos de otra persona, y así se evita este bochorno terrible).

El medio víctima del embuste –al igual que sus lectores– respondió del único modo como corresponde en estos casos: “El Diario lamenta profundamente lo ocurrido con estos artículos del cardenal Cipriani”.

Aunque más lamentable que los plagios del cardenal sean las explicaciones ofrecidas por sus publicistas y ayayeros, quienes, en lugar de reconocer el error, acusan que los que denuncian estos robos intelectuales lo hacen porque Cipriani “no ha permitido el avance del relativismo progre en el Perú” y porque son parte del “odio a la iglesia”.

Es el mismo tipo de respuesta que recibió este columnista, cuando Perú.21 –el diario que dirigía en ese momento– denunció los plagios sistemáticos realizados por Alfredo Bryce en sus artículos periodísticos, además de los insultos –estos sí bastante originales– del narrador.

Nada justifica un plagio, pero podría hasta entenderse que lo haga un estudiante mediocre y desesperado en una monografía que debe entregar en el colegio al día siguiente, o un practicante de periodismo negado para la escritura a quien el jefe de redacción lo va a ahorcar si no entrega a tiempo su artículo.

¿Pero qué puede empujar al plagio periodístico a un escritor que ha publicado una de las noveles más notables de la literatura peruana, o a quien ha llegado hasta cardenal en la jerarquía religiosa? Quizá Jorge Bruce nos lo podría explicar uno de estos lunes en su columna aquí en La República.

“No dirás falso testimonio ni mentirás” dice –uso comillas, por si acaso, su eminencia– el octavo mandamiento, y ese es el pecado cometido por el cardenal con sus plagios periodísticos, pero, me pregunto, cuando uno se confiesa usando otra mentira, ¿le dan la absolución? Porque eso de que, por falta de espacio, omitió la fuente, no se lo cree ni el más ayayero de sus acólitos.

Fuente:

http://larepublica.pe/impresa/opinion/398480-el-octavo-mandamiento

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07. SANTOS PLAGIARIOS, BATMAN

Marco Sifuentes

La República, 12 de Agosto de 2015

El señor Juan Luis Cipriani, actual Arzobispo de Lima, ha plagiado a, por lo menos, dos Papas: Ratzinger y Pablo VI. Uno de los plagios ocurrió en un artículo de este domingo, según reveló Utero.Pe, y el otro, en uno de mayo. Ambos plagios fueron publicados en el diario El Comercio, donde Cipriani es habitual colaborador.

Mientras tanto, el Poder Ejecutivo, en un decreto legislativo firmado por el presidente

Humala y el primer ministro Cateriano, también ha cometido plagio. El plagio ocurrió en la Exposición de Motivos de nada menos que la Ley del Gobierno Stalker (o #LeyStalker).

Según descubrió Hiperderecho, el Ejecutivo plagió partes del Preámbulo de la Ley 25/2007

de España sobre conservación de datos. Lo único que hizo fue cambiar el criterio del Tribunal Constitucional español por el de la Constitución peruana. Pero hay más. Según Hiperderecho:

“Cuatro de los cinco párrafos siguientes están copiados de un artículo del abogado

colombiano Juan Diego Castañeda, investigador de la Fundación Karisma, sin atribuirle su autoría.” (Por cierto, señores Humala, Cateriano y Cipriani, esas manchitas que encierran el párrafo

anterior se llaman comillas y sirven precisamente para evitar este tipo de desmadres). Lo más delirante del plagio de la #LeyStalker es que el texto de Juan Diego Castañeda es,

en realidad, un fervoroso alegato en contra de la retención de los datos privados de los ciudadanos por parte de los gobiernos (en su caso, el colombiano): “la retención de datos es una medida de seguridad injustificada contra toda la ciudadanía, y, como lo reconoce el Tribunal de Justicia de la Unión Europea, por sí misma una violación al derecho fundamental a la intimidad”.

Es decir, el gobierno plagia a un autor y les da a sus palabras un sentido absolutamente

opuesto al original, con la única intención de perpetuar una disposición abiertamente inconstitucional. Más o menos lo mismo ocurre con Cipriani y el texto de Ratzinger (aunque eso es algo que podrían discutir mejor los teólogos).

¿Alguno de los involucrados en estos bochornosos casos será castigado utilizando el

artículo 219 del Código Penal, que establece para el plagio una sanción no mayor de ocho ni menor de cuatro años? ¿Alguno saldrá a ofrecer –ya no disculpas– siquiera explicaciones a la ciudadanía? Y que esas explicaciones no sean, por favor, atribuirlo a un error de su secretaria (solo para que, meses después, terminen confesando que “mi secretaria era yo”, como Bryce).

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¿Cómo pretendemos que un estudiante universitario de la generación Wikipedia entienda lo nefasto del plagio si las cabezas de su gobierno incurren en él? Ya ni se diga nada del Cardenal Copy Paste, que pretendía apoderarse de una universidad privada en la que casos como este se sancionan con la suspensión por uno o dos ciclos, como mínimo.

Por lo menos, existe cierta coherencia entre los autores del plagio. Después de todo, ¿por

qué Cipriani debería preocuparse por pruritos morales cuando él encabeza una marcha para negarles a las mujeres derechos sobre su cuerpo? ¿Por qué el gobierno debería atender a minucias como el plagio cuando es evidente que sus cabezas sienten que pueden decidir unilateralmente qué derechos, como el de la inviolabilidad de las comunicaciones, sencillamente ya no valen?

Fuente:

http://larepublica.pe/impresa/opinion/398008-santos-plagiarios-batman