04. a manera de introducción. ciudad, modernidad y poder

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04. a Manera de Introducción. Ciudad, Modernidad y Poder.

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  • Este libro forma parte de una investigacin de mayor alcance, orientada aexplicar el trnsito de la ciudad seorial a la de la primera modernidad. Sucontexto es Quito a finales del siglo XIX e inicios del XX. Si bien se tratade una investigacin histrica, ha sido planteada desde problemas y pre-guntas del presente.

    La investigacin muestra los factores econmicos, sociales, culturales yurbansticos que operaron durante ese trnsito, para luego pasar al estudio dealgunos de los dispositivos de manejo de la poblacin que entraron en juegoen la poca sealada, as como los discursos e imaginarios que les sirvieronde base1. Me refiero a los dispositivos de atencin a los pobres que funcio-naron bajo la idea de la Caridad y su paso a la Beneficencia y AsistenciaPblica, as como a las relaciones ambivalentes entre los modernos dispositi-vos higienistas y de la planificacin urbana y los del ornato y la polica.

    En esta investigacin me ha preocupado, particularmente, entender lossistemas de administracin de poblaciones y los individuos en el contextode una ciudad andina; es decir, de una ciudad atravesada por profundasfronteras sociales y tnicas. Me interesan tanto los mecanismos de repre-

    A manera de introduccin Ciudad, modernidad y poder

    1 Para efectos de esta investigacin me preocupan tanto los discursos sobre la ciudad,como los discursos prcticos o incluso las prcticas no discursivas relacionadas con lacolocacin de hitos, las ordenanzas, catastros, cartografas, estadsticas y censos, o lasprcticas de ordenamiento urbano y de salubridad pblica. Valdra la pena examinar susrelaciones con tramas discursivas ms amplias (como las planteadas en torno a la ideade nacin o ciudadana) y saberes diversos, as como con los procesos econmicos, pol-ticos y sociales.

  • sentacin orientados a reproducir un orden estamental al interior de laurbe, como las medidas dirigidas a asumir a la ciudad como objeto deintervencin del Estado (y por tanto, como objeto de una biopoltica).

    Me ha interesado saber, sobre todo, y a partir del trabajo historiogrfi-co, hasta qu punto fue posible desarrollar dispositivos disciplinarios en uncontexto en el cual las actividades industriales estaban poco desarrolladas yen donde, hasta avanzado el siglo XX, dominaban formas de poder perso-nalizadas y un tipo de separacin, incorporada al habitus, entre plebe y gentedecente. Me parece, en este sentido, que muchos de los estudios de inspira-cin foucaultiana que se realizan en Amrica Latina, en el campo de la his-toria urbana, corren el riesgo de convertirse en una copia empobrecida deFoucault, en la medida en que renuncian a la realizacin de un trabajo cre-ativo basado en una lectura crtica de las propias fuentes documentales.

    En Vigilar y Castigar adverta Foucault (2001) que su preocupacinno era tanto la historia de los sistemas penitenciarios como los juegos depoder que se generaban a partir de ello: se trata de una precisin metodo-lgica importante que he tratado de tener presente a lo largo de este traba-jo. Por otra parte, en La Filosofa Analtica de la Poltica, el mismo Fou-cault destacaba la importancia que tena asumir como punto de partida dela investigacin sobre el poder, una microfsica. Deca que en vez de estu-diar el gran juego del Estado con los ciudadanos o con los otros estados,prefera interesarse por los juegos de poder ms limitados, ms humildes,que no tienen en la filosofa un estatuto noble que se reconoce a los gran-des problemas: juegos de poder en torno a la locura, en torno a la medici-na, en torno a la enfermedad, juegos de poder en torno al sistema penal yla prisin (Foucault 1999: 118).

    Ahora bien, en el caso de la investigacin histrica y antropolgica enEcuador, este tipo de microfsica tiene tanto un fin en s -ya que permiteentender formas especficas, no derivadas, de funcionamiento del poder- como un fin ms amplio - ya que constituye un prerrequisito, aunque noel nico (hasta el momento no cumplido o cumplido insuficientemente)para poder comprender las formas histricas de configuracin del Estado yla sociedad nacional en Ecuador2.

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    2 Un uso creativo de este tipo de perspectiva en contextos urbanos se puede encontrar enlos trabajos compilados por Sabato (2002).

  • El inters de la investigacin radica en lo social y en las formas derepresentacin de lo social, y esto incluso en los captulos en los que lanarrativa no toma como punto de partida los sectores y grupos sociales sinola ciudad. En realidad, tanto la ciudad como la arquitectura interior de loshospitales y los hospicios son asumidas como campos de fuerzas. Intentoestudiar lo urbano y los dispositivos urbanos de administracin de laspoblaciones (el ornato, la Polica, el salubrismo) como recursos de repre-sentacin y de organizacin de lo social: la ciudad concebida, a su vez,como metfora y como recurso de funcionamiento social (Sennet 1997).Se trata, si se quiere, de una preocupacin por lo arquitectural en el senti-do de Derrida, es decir, como categora social antes que tcnica: por la ciu-dad producida por los hombres, pero tambin por el papel jugado por lasciudades en la produccin y reproduccin de la condicin humana (Sig-norelli 1999: 119).

    Cabe insistir, aunque el estudio tope elementos relacionados con la his-toria del urbanismo y la historia de la medicina, no se inscribe dentro desus campos de discusin y anlisis. En realidad, se asumen esos aspectosslo en cuanto tienen que ver con una historia social o con una historia delas relaciones de poder, dejando para los especialistas otros campos de estu-dio, fundamentales, pero que rebasan mis propios intereses y posibilidadesde anlisis.

    La investigacin se inscribe dentro de un mbito poco explorado porlas ciencias sociales en los Andes, y por los estudios urbanos, de manerams especfica: el de las maneras de hacer (De Certeau 1995: 49) o rela-ciones cotidianas, concebidas no como entelequias alejadas de cualquierjuego de poder, sino como campos de fuerzas, condicionados por dispo-sitivos y aparatos de poder y por las relaciones de clase. Antes que unafenomenologa de la vida cotidiana, mi inters radica en analizar las for-mas en que entr en juego el poder en las relaciones cotidianas (Macha-do Pas 1986).

    Parto del criterio de que a finales del siglo XIX e inicios del XX, seconstituyeron buena parte de la cultura poltica y de los imaginarios quecondicionaron el funcionamiento de la vida social hasta los aos sesenta delsiglo pasado, y que su peso fue tan grande que, en muchos aspectos, esacultura comn contina gravitando hasta el presente (como negacin,pero tambin como espectro).

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  • Me refiero a las ideas de progreso y modernidad urbana, as como decivilizacin, distincin y diferenciacin social y tnica, en un contexto enel que haban dominado las relaciones personalizadas, el racismo y la mas-culinidad. Aunque esos contenidos han sido cuestionados en los ltimosaos, como resultado del mayor desarrollo econmico, social y cultural yde los cambios producidos por los movimientos sociales y ciudadanos, con-tinan operando en la vida cotidiana, de alguna manera, de modo prcti-co y como parte de un sentido prctico, a modo de sistemas clasificatoriosbinarios.

    Tal como se han ido constituyendo las ciencias sociales en los Andes,uno de sus problemas, sobre todo en la ltima dcada, ha radicado en laprdida de perspectiva histrica. Esto limita sus miras, ya que las conducea una preocupacin excesiva por las urgencias del presente. En algunoscasos, esta situacin se traduce en un anlisis externo de lo social. Sabemos,por el contrario, que las relaciones sociales, tnicas y de gnero no se cons-tituyen de la noche a la maana. Aunque los acontecimientos puedendarnos algunas pistas significativas sobre el funcionamiento de la vidasocial, no nos permiten entender, por s solos, las estructuras ms profun-das. Los propios acontecimientos slo se perciben en su complejidad conrelacin a lo que permanece en medio de los cambios coyunturales. Conesto no quiero defender la existencia de matrices invariables o de unos or-genes a los que siempre se retorna. A lo que hago referencia es a un con-junto de factores constituido en el largo y mediano plazos, que entran enjuego en cada coyuntura, condicionando el campo de fuerzas en el que semueven los grupos sociales, as como sus imaginarios y sistemas de repre-sentacin.

    Es interesante observar cmo la crisis actual del Estado nacionalmonotnico, y de las estrategias generadas a partir de las ideas de moder-nidad y progreso, secularizacin, y racionalizacin -por ende masculiniza-cin- de la vida social, nos remiten a los distintos momentos en los quehistricamente se constituyeron esas metanarrativas, tanto en los centrosculturales de Occidente como en todos y cada uno de los espacios perif-ricos de poder.

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  • Ciudades andinas: orden social y orden urbano

    Las ciudades andinas surgieron como resultado de las estrategias colonialesde control territorial y administracin de las poblaciones indgenas, yexpresaron (y en parte expresan hasta el presente) las ambigedades de esapoltica.

    Las ciudades sirvieron de base para el desarrollo de oficios y obrajes ypara la organizacin de mercados regionales de productos agrcolas, ascomo para el control y distribucin de la mano de obra. Se constituyeron,al mismo tiempo, como espacios de poder y prestigio, as como de acu-mulacin de capital cultural y simblico.

    Las ciudades coloniales y las del siglo XIX se caracterizaron por serfuertemente corporativas, estamentales y jerrquicas. Se trataba de ciuda-des seoriales, pero que daban lugar, a su vez, a un cruce constante entrelos distintos estamentos sociales. En trminos de Duby (1992) se podradecir que ese tipo de ciudad responda tanto a un orden social estructura-do en la larga duracin como a un orden imaginario. Ese orden nos remi-te a la idea de comunidad o corporacin de vecinos3. Ahora bien, la par-ticipacin de los vecinos en el gobierno de la ciudad se daba de acuerdo aun estatus. La propia nocin de ciudadano, tal como se utilizaba en esapoca, no se identificaba con la participacin en un universo polticoigualitario, sino privilegiado, correspondiente a la tambin privilegiadacalidad de ciudad (Chiaramonte 2002). A la vez que nos remite a un pro-yecto imaginado de Nacin, la ciudadana se constituye histricamentecomo una condicin privilegiada que se deriva del ser habitante de unaciudad (no tanto en sentido fsico como cultural) y de la de ser parte deun estamento.

    Esta condicin ciudadana no impeda, en todo caso, la participacinde otros estamentos en la vida urbana. Se trataba de una situacin aparen-temente contradictoria en la que se reproduca el privilegio y, al mismotiempo, se promova la participacin. Al interior de esas ciudades, y comoparte de una cultura que a pesar de los proyectos ilustrados continuabasiendo barroca, se daban encuentros permanentes entre los diversos esta-mentos, sincretismos y transculturaciones, cuya mejor expresin fueron los

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    3 La ciudad no es concebida tanto en trminos demogrficos como polticos.

  • usos que se dieron de la plaza pblica4. Por otro lado, ese cruce social y cul-tural llevaba a una preocupacin permanente por la reproduccin de unorden o una jerarqua - en lo ritual, lo ceremonial, lo gestual y lo escritu-ral - entre lo aristocrtico, lo indio, lo mestizo, lo cholo y entre los dis-tintos estamentos existentes al interior de ello5.

    Glave muestra el funcionamiento de la economa, la sociedad y lasmentalidades en el contexto de la ciudad barroca. En este tipo de ciudadse haba desarrollado el gusto por las representaciones: Lima, era unaautntica comunidad de fiestas, en donde las grandes celebraciones delbarroco daban una expresin integral y grfica del esplendor del que loshabitantes de Lima se sentan reflejo (Glave 1998: 147). Estas grandescelebraciones incluan tanto a los blancos como a los mestizos, los indios ylos negros. Se trataba de un tipo de sociedad o de cultura que alcanz sumayor esplendor en el siglo XVII, pero que de un modo u otro continureproducindose en los siglos siguientes. El proyecto fue impulsado, ini-cialmente, por los jesuitas, como una forma de modernidad no seculariza-da, pero continu reproducindose luego de su expulsin, como parte dela vida cotidiana. Se trataba de procesos de transculturacin (Lafaye 1983)en los que tanto los dominadores como los dominados ensayaron distintasformas de mezcla, incorporacin y resignificacin de las culturas del Otro.

    Se trataba de pequeas ciudades pegadas al campo y atravesadas por elcampo ellas mismas. Ciudades que se llenaban con una poblacin flotanteque vena del campo o que tena doble domicilio, en las que se reprodu-can los espacios del mundo indgena, y en las que los distintos sectoressociales se encontraban e incluso, en determinados momentos de inter-cambio material y simblico, se confundan. Las descripciones de Quito enel siglo XVIII y en la primera mitad del XIX, dan cuenta del desarrollo de

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    4 La utilizacin que hago de la nocin de barroco en esta investigacin, nos remite a uncontexto americano en el cual el barroco se convierte en la mejor expresin del dobleproceso cultural que vivan (y en parte viven) nuestros pases: por un lado, la coexis-tencia de distintos rdenes jerrquicos y por otro, el mestizaje y la hibridacin. Se tratade una nocin descriptiva que nos ayuda entender los procesos culturales en AmricaLatina, pero que requiere de otros instrumentales de anlisis econmicos y sociales. Veral respecto la discusin planteada por Manrique (1994).

    5 En Quito, en particular las dos plazas principales, la Plaza Mayor y la de San Francisco,podan ser utilizadas indistintamente como espacios de representacin de un orden esta-mental o como espacios de intercambio y socializacin entre distintos sectores sociales.

  • lazos patrimoniales basados en la diferenciacin de rdenes jerrquicos, ymuestran, al mismo tiempo, una ciudad plebeizada en donde las formasculturales que escapaban a las normas estaban generalizadas y en la quese haban mezclado los estilos de vida.

    Este orden seorial, estamental y al mismo tiempo diverso, comenz amodificarse en trminos sociales y culturales, y en el caso especfico deQuito a finales del siglo XIX y las primeras dcadas del XX, con las trans-formaciones liberales, el desarrollo de las vas (particularmente el ferroca-rril) y la dinamizacin del mercado. Todo esto coincidi con una relativasecularizacin de la vida social y una poltica de adecentamiento. Se tra-taba de cambios dirigidos no slo a generar modificaciones urbansticas yarquitectnicas, sino a la diferenciacin social de los espacios, as como aintroducir lmites imaginados entre la ciudad y el campo. Los criteriosque sirvieron de base a esa diferenciacin no fueron nicamente tcnicos,sino que estuvieron relacionados con una trama de significados culturales6.

    Ahora bien, una de las propuestas que intento probar con esta investi-gacin es que en Quito, como en otras ciudades de los Andes, se adopt elespritu moderno, pero las bases que sirvieron para ello no fueron siempremodernas. El trnsito de la ciudad seorial a la de la primera modernidadfue resultado del incremento del capital comercial y de las rentas prove-nientes del sistema de hacienda antes que de la introduccin de relacionessociales modernas. La adopcin de cdigos y prcticas culturales moder-nos sirvi como un mecanismo de distincin con respecto a lo no moder-no, lo no urbanizado y lo indgena, antes que como una estrategia dedemocratizacin de las relaciones sociales. El sistema de oposiciones bina-rias a partir del cual las elites comenzaron a percibir la vida social, puederesumirse en los siguientes trminos:

    - La ciudad como oposicin al mundo rural. Lo que constitua un des-propsito ya que estamos hablando de un tipo de economa regionalbasado, en gran medida, en el sistema de hacienda y en el intercambiode bienes, servicios y mano de obra entre ciudad y campo. La dinmi-ca del mercado interno, generada a partir de la construccin del ferro-

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    6 Que constituye uno de los objetivos de anlisis de esta investigacin. Ver al respecto eltercer captulo.

  • carril, incorpor a buena parte de la poblacin rural a este sistema,aunque bajo formas y grados diversos.

    - La ciudad como oposicin a las pequeas ciudades de provincia y lospoblados. Aunque las distintas ciudades y poblados tendieron a formarparte de una misma red, se estableci una jerarqua al interior de lourbano, cuyos elementos de valoracin eran, por una parte, la idea delornato, as como el capital de prestigio y el confort; y por otra, lamayor o menor relacin con las formas de vida rural. Una ciudad comoLatacunga era vista por los quiteos como demasiado aldeana, mien-tras que Quito era el referente jerrquico de los ciudadanos de las pro-vincias.

    Se diferenciaba a la ciudad como centralidad de lo que quedaba fuera de sumbito, estaba disperso, formaba parte de sus arrabales o la circundaba.Una categora intermedia en el siglo XIX eran los barrios, a medio cami-no entre la ciudad y el campo. Las villas y ciudadelas que comenzaron aconstruirse en las primeras dcadas del siglo XX expresaron la necesidad deestablecer una diferenciacin espacial y social con respecto a los otrosbarrios, los cuales comenzaron a ser percibidos como ambiental y social-mente contaminados a partir de las propuestas de los higienistas.

    Lo urbano se identific con determinadas formas culturales. Estas for-mas culturales eran asumidas, muchas veces, como mecanismos de distin-cin (en el sentido de Bourdieu) o como preocupacin de las elites porreinventar su origen: las ideas del Patrimonio, los ciclos fundacionales, laHispanidad; en otros casos, como futuro deseado o nostalgia de futuro.Al interior de lo urbano exista lo no urbano (me refiero a la presenciaindgena en la ciudad) pero era invisibilizado, no se haca un registro deello o, en otros casos, se lo asimilaba a la barbarie o a la suciedad, la enfer-medad, la anomia.

    Si a finales del siglo XIX y en los primeros aos del XX lo que rigi conrelacin a la ciudad fue el ornato, lo que comenz a operar a partir de losaos treinta fueron parmetros positivistas - salubristas, primero y de pla-nificacin urbana, despus - orientados a establecer criterios clasificatoriosde organizacin de la sociedad y de los espacios as como a intervenir sobrela vida de los grupos sociales y los individuos. Los aos treinta coincidie-

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  • ron con momentos de crisis econmica y social, y crisis del propio sistemade gobernabilidad tradicional, as como con procesos de modernizacin delEstado. Como toda crisis, sta no puede medirse slo en trminos negati-vos, sino como un momento creativo, en primer lugar, porque no afect atodas las regiones por igual y en segundo, porque dio paso al surgimientode nuevos sectores sociales que daran lugar, a su vez, a nuevos juegos depoder y correlaciones de fuerza. En el caso de Quito, en particular, se asis-ti a un relativo desarrollo industrial y a un incremento de las capas mediasy populares, como resultado de las migraciones desde el campo y las peque-as ciudades de provincia. Todo esto dio lugar a procesos de movilidadsocial y a cambios en los sistemas de representacin y en la vida cotidiana.Estos cambios, muchas veces imperceptibles, se expresaron en la vida de lasinstituciones educativas, de salud y de organizacin de la ciudad. En estainvestigacin me interesa examinar el paso de la Caridad a la Beneficenciaa la Seguridad Social, as como el paso desde los criterios del ornato a lossalubristas y de la planificacin en el manejo de la ciudad.

    Horizonte temporal de la investigacin

    La documentacin utilizada en este estudio abarca un espacio temporalubicado hacia el ltimo tercio del siglo XIX y las primeras dcadas del sigloXX, sin embargo, en determinadas circunstancias se introduce informacinde otros momentos histricos, y se lo hace ah donde la comprensin de talo cual proceso lo vuelve necesario.

    Si en trminos de la problemtica analizada podemos ubicar el presen-te estudio en esos aos, lo que marca realmente su mbito temporal sonms unos contenidos que una cronologa. En realidad, se trata de un corterealizado a partir de un problema analtico: el trnsito de la ciudad seo-rial a la de la primera modernidad. Es difcil sealar cundo comienzan ycundo terminan la ciudad seorial y la ciudad moderna, y menos an entrminos sociales y culturales.

    En cuanto a las fuentes orales, se trata de un trabajo con unos pocosentrevistados, pero que de un modo u otro, han acompaado a esta inves-tigacin. La memoria no nos devuelve la realidad de los hechos, sino for-mas de ver, representaciones que, adems, han sido transformadas por la

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  • vida y el trabajo de la memoria. Pero hay adems, otro elemento que noshace relativizar cualquier corte epocal y es la existencia de fenmenos queatraviesan perodos mucho ms amplios, a veces diversas pocas, como lacondicin colonial o el proceso civilizatorio. La discusin sobre la moder-nidad en los Andes, por ejemplo, nos remite al siglo XVIII y an antes.

    Si los cambios en la estructura fsica de la ciudad o la secularizacin dela vida cotidiana pueden ser asumidos como signos de modernidad relati-vamente tempranos, existen otros elementos relacionados con la organiza-cin misma de la vida social, o con el campo de las representaciones, quese modifican de modo mucho ms lento: as, el peso de las relaciones deservidumbre o de los vnculos patrimoniales. No olvidemos que las modi-ficaciones en la estructura agraria que sirven de base a los cambios ms pro-fundos que se producen en las relaciones entre las clases y sectores sociales,y en la relacin de los individuos en la vida cotidiana, toman forma yaavanzado el siglo XX, en la dcada de los sesenta (Guerrero 1992) aunqueevidentemente muchas cosas estn cambiando desde inicios de ese siglo.

    Cuando hablo de ciudad seorial me referiero a un tipo de ciudadconstituida sobre la base de relaciones jerrquicas, lo que Basadre y mstarde Flores Galindo, en el Per, llamaran Repblica Aristocrtica. Sesupone que la modernidad introduce cambios en esas relaciones y generauna dinmica de intercambios orientada por la nocin de ciudadana.Ahora bien, Quito guarda muchos de los rasgos de una ciudad seorialhasta avanzado el siglo XX. Al mismo tiempo, no se puede decir que nohubiese accedido a la modernidad, slo que el proyecto de modernidad nose realiz en los trminos clsicos. Existen, por otra parte, varias moderni-dades que entran en juego con procesos culturales diversos. Bajo estas cir-cunstancias cualquier corte temporal tiene sus riesgos.

    Juan Maiguashca muestra en qu medida la historia vista desde el cen-tro poltico, nos devuelve una visin distorsionada del pas. Desde estaperspectiva, el siglo XIX es un siglo de ruptura: independencia, repblica,secularizacin, liberalismo. Sin embargo, visto desde la periferia, estemismo siglo luce diverso. Puesto que a la periferia las rupturas llegaron len-tamente, lo que en ellas se capta con claridad son las continuidades (Mai-guashca 1994: 14). Y puedo decir algo parecido en cuanto a los diversossectores sociales: unas son las repercusiones del ferrocarril en la vida ciuda-dana y otras en la dinmica de las comunidades indgenas. Igualmente,

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  • cuando hablamos de ciudad seorial o de ciudad moderna, tendemos aperder de vista la dinmica generada por las relaciones entre la ciudad y elmundo indgena, tanto con el que existe en la zona circunquitea, como laque se reproduce en la propia urbe. La investigacin histrica no ha estadoen condiciones de ubicar estas diferencias, no slo por la perspectiva de suenfoque, sino por el tipo de fuentes utilizadas. Todo esto relativiza, adems,cualquier intento por hacer periodizaciones lineales a partir de la poltica ode la economa, aunque, sin duda, un referente necesario de este trabajoson las periodizaciones hechas a partir del marxismo y que establecen laexistencia de distintas formaciones sociales, as como momentos de transi-cin entre unos y otros.

    Como en toda investigacin, en la actual me he visto obligado a renun-ciar a examinar todos los factores en juego. En todo caso, algunos aspectoshan sido subsumidos en el anlisis o incorporados al contexto (es el caso dela separacin Iglesia-Estado, y la secularizacin de la vida social, que nohan podido ser analizadas de modo explcito pero que constituyen ele-mentos fundamentales para el desarrollo de nuestro tema). Antes de entraren materia, discutamos determinados aspectos conceptuales relacionadoscon la modernidad.

    Modernidad y ciudad: algunos criterios de anlisis

    La ciudad ha sido percibida en los Andes como sinnimo de modernidad,en oposicin al campo, concebido como espacio de atraso y de barbarie. Setrata de una construccin imaginaria que an cuando no responde a losprocesos reales de urbanizacin, se halla incorporada al sentido comn7.

    Hoy sabemos que ese tipo de divisin no tiene sentido (Leeds 1994;Pujadas 1996), no slo porque la urbanizacin abarca tanto a la ciudadcomo al campo, sino porque vivimos una dinmica de organizacin del

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    7 La formulacin clsica de esta tesis fue hecha por Marx (1971) y Engels (1981), quie-nes, al mismo tiempo, vislumbraron la posibilidad histrica de superacin de estas con-diciones. Raymond Williams, por su parte, muestra en qu medida esta percepcindicotmica continu reproducindose en la literatura inglesa, mucho tiempo despusde que la sociedad en su conjunto pasase a ser predominantemente urbana (Williams2001: 26).

  • espacio en un mbito global en el que el sentido de la localidad ha cam-biado (Sassen 1999). Al mismo tiempo, entiendo que esa dinmica noincorpora a todas las zonas por igual (Castells 1998). Los Andes no hansido ajenos a ese proceso contradictorio. Tambin aqu la antigua separa-cin campo-ciudad se ha desvanecido. Los flujos de informacin, inter-cambios econmicos, movimientos de poblacin, se han vuelto muchsimoms amplios que en el pasado, de modo que la posibilidad de mirar los pro-cesos econmicos y sociales nicamente desde una perspectiva local, haperdido asidero8.

    Nuestras culturas estn sujetas a un proceso de transterritorializacin yfronterizacin, de asimilacin de cdigos culturales diversos y, en mucho,contradictorios, al cruce de repertorios mltiples y a la utilizacin obliga-da de vas de comunicacin heterogneas (Garca Canclini 1990). No obs-tante, nuestras ciudades siguen siendo fuertemente excluyentes y las posi-bilidades de acceso a recursos (entre los que se incluye la informacin) porparte de la mayora, contina siendo limitada. La globalizacin se hallalejos de disminuir las brechas entre los distintos grupos sociales y las ahon-da entre las regiones. La urbanizacin, por otra parte, no siempre es com-patible con una dinmica de construccin de ciudadana y de formacin deuna esfera pblica moderna, abierta al conjunto de la poblacin, en la quese defina la poltica. Muchas de las ciudades se encuentran dbilmenteincorporadas al sistema mundo y an en el caso de mega ciudades, comoLima y Bogot, la modernidad capitalista se combina con ritmos y formasde vida que no caben en el esquema preestablecido de lo moderno. Es elcaso de las relaciones de afinidad y parentesco y su reproduccin ms allde la localidad de origen (Espinoza 1999; Roberts 1995; Altamirano1988); pero tambin de la posibilidad de construccin de modernidades

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    8 El papel de las ciudades en este contexto se ha modificado ya que no se las puede mirarcon relacin a un territorio o en una relacin univoca campo-ciudad, sino a una din-mica de flujos transterritorializados. De acuerdo a Nivn (1994), en la actualidad, elpapel productivo de las grandes aglomeraciones metropolitanas (entre las cuales hay queincluir algunas latinoamericanas como Sao Paulo, Bogot o Mxico), radica menos enlas ventajas comparativas derivadas de la aglomeracin que consista en la dotacin delos insumos, mano de obra y mercados para el funcionamiento de los emplazamientosindustriales, que en los apoyos que brindan a los staffs de las empresas, a travs de ase-soras de inversin, mercados de exportacin, servicios informticos. No conozco estu-dios que muestren el papel de las pequeas ciudades del Tercer Mundo en ese proceso.

  • alternativas desde el mundo indgena y de las comunidades, los negros, lossectores populares urbanos, o desde las mujeres, los jvenes, los gay. Porltimo, y de manera ms relacionada con las preocupaciones de esta inves-tigacin, cabe preguntarse hasta qu punto el sentido comn ciudadanosigue percibiendo al campo como en el pasado: bajo las figuras del atraso yla barbarie, algo ajeno a la dinmica de urbanizacin y globalizacin en laque tanto los espacios de la ciudad como los rurales se hallan insertos? Sepodra decir que se trata de una oposicin imaginaria (y de alguna maneraimaginada) entre espacios histricamente conectados; sin embargo, esto nosignifica que debamos restarle importancia, ya que es a partir de ah, antesque desde los proceso materiales, que se definen muchas relaciones cultu-rales, sociales y polticas.

    Pero, qu suceda en la poca objeto de este estudio? Cul era elalcance de la modernidad en el contexto social de esos aos? De qu modose representaban los distintos sectores sociales urbanos el mundo rural?Qu percepcin tenan de la propia ciudad, tanto de su presente como desu futuro?

    Cuando se habla de modernidad, se tienden a hacer caracterizacionesgruesas, fuera de cualquier contexto y periodizacin. En realidad, se tratade asumir la modernidad como una nocin histrica, antes que como cate-gora terica: como algo relativo a cada poca y a las mentalidades de cadapoca. Para efectos de este estudio he preferido hablar de primera moder-nidad, para diferenciarla de la modernidad contempornea9. An cuandoen determinados momentos he utilizado el trmino modernidad perifri-ca, acuado por Beatriz Sarlo (1999), soy consciente de las grandes dife-rencias existentes entre ciudades como Quito y Buenos Aires. Sarlo hablade una ciudad cosmopolita, resultado de una cultura de la mezcla, en laque se han ido formando espacios pblicos alternativos que entran en dis-puta con la cultura criolla tradicional. No creo que ese sea el caso de Quitoen esos aos.

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    9 Los estudios clsicos sobre el desarrollo del capitalismo en Amrica Latina identificabaneste momento con una suerte de acumulacin originaria. En trminos econmicos ysociales podramos hablar de un momento de transicin en el que se estn formandonuevos sectores sociales, con sus propios intereses y necesidades, pero en el que, al mismotiempo, continan teniendo un peso significativo las antiguas relaciones de produccin.

  • Cuando nuestras elites miraban a Europa, pensaban en ciudades. Lamodernidad se identifica histricamente con el mundo urbano y, particu-larmente, con determinadas ciudades. Son Pars, Londres o Nueva York y,en menor medida, otras ciudades como Madrid o Barcelona. Sin embargo,sabemos desde Marx, en su estudio sobre la Acumulacin Originaria delCapital, que la modernidad se constituye tanto en la ciudad como en elcampo y tanto desde lo que incluye como desde lo que aparentemente pos-pone y deja de lado. La ciudad constituye, de acuerdo a Weber, un mode-lo propio de Occidente. Como modelo responde a un proceso de raciona-lizacin creciente de la vida social. Las preguntas que cabe hacer, entonces,son las siguientes: En qu medida ese modelo podra ser aplicable a ciu-dades como las nuestras e incluso al desarrollo concreto de muchas ciuda-des europeas? La modernidad tuvo en los Andes visos particulares e inclu-so dio lugar (y en parte se siguen dando) a tendencias no modernas y anti-modernas que convivieron con ella. A partir de qu parmetros se podamedir la supuesta racionalidad poltica y cultural de esas ciudades?

    Hacia la segunda mitad del siglo XIX e inicios del siglo XX, la moder-nidad en los Andes se identificaba con la idea del Progreso y con el orna-to10, pero a diferencia de Pars o de Londres (aunque posiblemente no deotras ciudades europeas, como algunas espaolas) estas ideas no eran resul-tado de la industrializacin, ni de la formacin de sectores sociales moder-nos sino de un ethos internacional, basado en la adopcin de nuevos patro-nes de consumo, cuyo teln de fondo era la insercin creciente al mercadomundial en calidad de proveedores de materias primas y consumidores deproductos manufacturados provenientes de los pases industrializados11.

    En los aos veinte y treinta del siglo pasado se produjo una cierta dina-mizacin de la industria en muchas ciudades andinas, y se asisti al naci-miento de nuevos sectores sociales inscritos en el proceso de moderniza-cin. Lo que est en cuestin, sin embargo, son los patrones de moderni-dad por los que optaron estos sectores12.

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    10 A este tema he dedicado la ltima parte de esta investigacin.11 Lo que no deberamos perder de vista es que tanto Pars como Londres atravesaron por

    procesos manufactureros e industriales en los cuales, junto a las formas modernas, sedieron diversas formas premodernas e incluso antimodernas, tanto en trminos econ-micos y sociales como de mentalidades. Ver al respecto Duby y Mandrou (1981).

  • La modernidad, tal como se la concibi en los Andes, y de maneraespecfica en Ecuador, no constitua un proyecto aplicable de manerahomognea al conjunto de sectores sociales. Si bien en esos aos asistimosa una ampliacin y mejoramiento de los medios de transporte, fundamen-talmente gracias al ferrocarril y a una renovacin del ambiente de las ciu-dades, la modernizacin, y menos an la modernidad, llegaron de igualmanera a todas partes. La mayora de la poblacin conservaba an ele-mentos de sus culturas locales y aunque se haba generado un mercadointerno, segua teniendo peso un tipo de economa domstica de autosub-sistencia y una economa simblica basada en el intercambio de dones. Elmercado, en el cual participaban de manera activa muchos grupos indge-nas, no era incompatible con la reproduccin de formas sociales y cultura-les premodernas. Todo esto estaba relacionado con la imposibilidad delpropio Estado para incorporar al conjunto de sectores sociales a la ciuda-dana, dadas sus bases patriarcales, y la existencia de profundas fronterastnicas de raz colonial, sobre las cuales se levantaba, de manera paradji-ca, el propio proyecto nacional. Recordemos, por ejemplo, que la mayorade la poblacin era analfabeta, y a su vez, estaba escasamente secularizada,de modo que no participaba de buena parte de los imaginarios a partir delos cuales se intentaba construir la sociedad nacional.

    Las propias elites no eran completamente modernas y en muchosaspectos su modernidad se reduca a los signos exteriores. En el caso deQuito, en concreto, los seores de la ciudad eran, al mismo tiempo, seo-res de la tierra, de modo que su paso a la modernidad fue resultado delincremento de las rentas hacendatarias y el desarrollo del capital comercialy bancario, hasta los aos treinta y cincuenta, antes que de una incursinen la industria o un desarrollo manufacturero. Se trataba de una moderni-dad incipiente, y excluyente a la vez, que se expresaba sobre todo en el con-sumo y en la secularizacin de los gustos y costumbres. Se trataba, en todocaso, de una modernizacin tradicional en la que se seguan reprodu-ciendo muchos elementos de la sociedad de Antiguo Rgimen, tanto entrminos sociales, como culturales y morales.

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    12 Sabemos que hasta poca relativamente reciente era posible pensar en diversas formasde modernidad alternativa (Echeverra 1994) o, lo que puede ser ms preciso an,formas negociadas de modernidad (Poole 2000); y esto ha de entenderse tanto en tr-minos econmicos como sociales y culturales.

  • Tampoco para el caso de Guayaquil podemos perder de vista culeseran las bases de su modernidad. La poblacin del puerto pas de 20.000habitantes en 1857 a 44.000 en 1890; 60.433 en 1899, y 80.000 en190913. El dinamismo de la ciudad se expres tanto en las acciones dirigi-das a su saneamiento y mejoramiento como puerto, como en el desarrollode una arquitectura art nouveau y neoclsica, encargada a arquitectosextranjeros, por una elite con nuevos requerimientos funcionales y estti-cos, cuya vida se desarrollaba, en gran parte, en Europa14.

    Desde una perspectiva econmica y social, Guayaquil era a inicios delsiglo XX, una ciudad dinmica, estrechamente relacionada con los movi-mientos de capital, la agroexportacin y el comercio de importacin, perolas actividades industriales estaban escasamente desarrolladas. Para 1904,apenas haba en Guayaquil ocho industrias dedicadas a la produccin debienes de consumo popular (fideos, chocolates, galletas, cigarros y cigarri-llos, hielo y cerveza, as como dos aserraderos). Como parte de este proce-so, en Guayaquil se incrementaron los sectores asalariados y los trabajado-res autnomos pero no un proletariado moderno15.

    En Guayaquil como en Quito se haban dado transformaciones en elsentido del gusto, desarrollndose lo que, en trminos amplios, podramosllamar valores y sentidos burgueses; sin embargo, el tipo de relacionessociales en las que se basaba esa modernizacin, no era del todo moderno.

    La ciudad de Guayaquil estaba controlada por distintas fracciones eco-nmicas, con intereses tanto en las plantaciones cacaoteras como en labanca, el comercio y, en menor medida, la industria (Guerrero 1983; Chi-riboga 1980; De la Torre, P. 1999). No obstante, al interior de estos gru-pos se consolid, de manera relativamente temprana, un proyecto hege-mnico oligrquico, alrededor de la idea de la guayaquileidad. Se trata-

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    13 Los datos han sido tomados de Chiriboga (1989: 251).14 El gusto por lo clsico coincide, paradjicamente, con la introduccin del hierro y el

    cemento armado en las construcciones (Bock 1992: 50).15 De acuerdo a Rafael Guerrero (1979), la competencia de manufacturas importadas

    habra impedido el desarrollo de otro tipo de industrias que no fuesen las que produc-an bienes de bajo costo. Hacia 1909 se haban formado ocho nuevas empresas, ampa-radas por las leyes proteccionistas liberales; sin embargo, esas actividades no dieronlugar, en ningn momento, a la formacin de sectores empresariales independientes ymodernos.

  • ba de un grupo de poder mucho ms dinmico que el quiteo, de carctermercantil y financiero, interesado en el control del Estado y en extender sudominio a todo el territorio nacional, capaz de desarrollar instituciones decontrol de la poblacin como la Junta de Beneficencia de Guayaquil (Dela Torre, P. 1999). El poder estaba en manos de unas pocas familias que rei-vindicaban su condicin patricia y dejaban poco espacio para la participa-cin de otras capas sociales. Se trataba de una suerte de condicin hereda-da, que se encontraba acrecentada con las posibilidades abiertas por la par-ticipacin en un estilo de vida mundano (en eso cumplan un papel impor-tante los viajes al exterior, as como la participacin en actividades propiasde una clase).

    En Quito, la economa de la ciudad dependa, en gran medida, del sis-tema de hacienda, no se trataba de una economa esttica pero el tipo derelaciones que se daban bajo ese sistema era mucho ms lejano al desarro-llo de formas salariales que las que se dieron en el caso de la plantacincacaotera. Las formas de acumulacin de capital comercial eran, igual-mente, menos dinmicas que en la Costa. No obstante, en Quito como enGuayaquil, se asisti a un incremento de la poblacin y al surgimiento denuevos sectores sociales, tanto medios como populares16.

    A diferencia de Guayaquil, la sociedad quitea fue mucho menos per-meable al surgimiento de un empresariado desvinculado de una relacinterrateniente, en condiciones de disputar espacios de poder. Sin embargo,no podemos decir que la sociedad guayaquilea hubiese sido ms demo-crtica que la quitea, o que se hubiera constituido una opinin pblica,en el sentido moderno.

    Luis Alberto Romero distingue dos vas distintas de desarrollo de lamodernidad a finales del siglo XIX y la primera mitad del siglo XX, porun lado aquella en la que, en el marco de un Estado todava dbil, unasociedad homognea se escinde en una mitad decente y otra popular, yaquella otra, ampliamente trabajada por el desarrollo del Estado y las for-mas capitalistas de produccin, en las que comienzan a ser dominantes lasrelaciones capitalistas de clase (Romero, L. A. 1997: 189). Romero se basaen los casos de Santiago de Chile y Buenos Aires. Yo no me atrevo a hacer

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    16 El cuadro de actividades que presenta la Gua de Quito de 1914, y que incluyo comoanexo en este estudio, es una muestra de esa dinamizacin.

  • tipologas como stas para el caso de Quito, aunque es posible que Quitohubiese estado ms cerca del primer modelo que del segundo. No hay queperder de vista, en todo caso, que en nuestras ciudades la modernizacinde las instituciones se dio en un contexto en el que segua funcionando unasociedad tradicional, estamental y jerrquica. En un interesante estudiosobre los intelectuales cuzqueos, Marisol de la Cadena ha mostrado enqu medida la modernidad se haba convertido en un recurso de las elitesfrente a la mezcla social y racial. La modernidad urbana era, en gran medi-da, una construccin imaginaria que permita mantener la decencia en elcontexto de una ciudad de provincia.

    La imagen dominante del Cuzco urbano, construida por la lite cuz-quea, pero parcialmente aceptada por otros sectores de la sociedad, retra-taba una ciudad habitada por figuras decentes e indecentes. Estas figuras() eran representadas como si vivieran en barrios separados, y calles ycasas diferentes, lo que implicaba la existencia de fronteras fsicas que sepa-raban lo decente de lo indecente. Sin embargo, debido a la pequeas esca-la del escenario demogrfico y geogrfico, la segregacin y la imaginarialejana espacial, se contradeca con el permanente contacto social y la cer-cana de las viviendas (De la Cadena 1994: 102).

    No se puede separar la modernidad, tal como fue propuesta en el pasa-do, del mundo de la hacienda, la plantacin o el desarrollo de un tipo decapital no productivo, mientras que, ms recientemente, esta modernidadtiene que ver con los procesos de globalizacin y transterritorilizacin, eldesarrollo de tecnologas y medios informacionales, la concentracin derecursos, la diversificacin de las actividades17.

    Existe, adems, un contenido poltico en la definicin de la moderni-dad, que est relacionado con el gobierno de las poblaciones y la hegemo-na. Es por eso que desde mi perspectiva, pensar la modernidad es, en granmedida, tratar de pensar lo impensado, el otro lado de la racionalidad desu desarrollo, e incluso, el otro lado de la nostalgia. Cmo se podra pen-sar, por ejemplo, el juego entre la luz (smbolo de progreso) y la sombra (losespacios mal alumbrados, inseguros o sucios, la periferia)? Cmo pensar

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    17 La modernidad forma hoy parte de las necesidades del conjunto de la poblacin. Lejosest de constituir algo ajeno al mundo mestizo o al indgena o que pueda ser percibidocomo mera imposicin desde afuera (Kingman, Salman y Van Dan 1999: 22).

  • la ciudad sin pensar el campo, con respecto al cual los modernistas trata-ban de establecer una separacin imaginada? Cmo analizar la racionali-dad de la modernidad sin examinar los sistemas de confinamiento de losmendigos, los locos, los enfermos incurables? Cmo entender la perversi-dad de los dispositivos de la modernidad emergente? o Cmo imaginar laformacin de dispositivos propios de la modernidad sin registrar, al mismotiempo, los dispositivos rutinarios, personalizados, domsticos, heredadosde la Colonia y el siglo XIX?

    La ciudad como locus de la modernidad, en oposicin a la rusticidaddel mundo rural, es asumida como tal en las primeras dcadas del siglo XX.Ciudad y modernidad se fueron naturalizando en el imaginario y en el sen-tido comn, hasta construirse en una certeza que no requera demostra-cin. Al mismo tiempo, y de modo paradjico, se desarroll una suerte desentimiento buclico, y el agro, con el sistema de hacienda, continu fun-cionando, junto al linaje, como uno de los mecanismos principales de dis-tincin. A ello se suma la idea de que al interior de la propia ciudad exist-an dos ciudades, con parmetros urbansticos, sociales y culturales distin-tos: la ciudad moderna y la ciudad resultado de la anomia o, si se quiere,de la degradacin de las relaciones y de los ambientes, formada por gentesvenidas de ninguna parte.

    Como he sealado anteriormente, en Quito ese tipo de percepcin fueconstruido por las elites a fines del siglo XIX e inicios del XX. Se abando-n el Centro como lugar contaminado; pero, al mismo tiempo, se cultivuna nostalgia de la centralidad, por su significado simblico. Ahora bien,en el desarrollo de este estudio me ha movido una pregunta que ha idoencontrando respuesta en la realidad, En qu medida esta idea continafuncionando hasta el presente? No es lo que opera de manera cotidiana, amodo de previsin o de alerta, organizando los recorridos por la urbe, laforma como se clasifican los espacios? Se tratara de una suerte de mapamental (Silva 1992) que gua la relacin social con los espacios: oposicionesbinarias, cierre de fronteras, separaciones sociales y fsicas. Y no son esosmapas mentales los que rigen al momento de definir polticas frente a lasurbes, limpiarlas y adecentarlas, como sucede con los centros histricos deLima, Quito, Bogot? Habra que saber en qu medida estos mapas men-tales, incorporados al habitus, se compadecen con la realidad de los cambiosculturales que viven actualmente las ciudades en medio del proceso de

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  • transterritorializacin e hibridacin (Garca Canclini 1990; Yudice 1992;Kingman, Salman y Van Dan 1999) y que hacen que aparentemente pier-dan sentido las separaciones, corteaguas, o cierres de fronteras.

    Por un lado, estn los procesos reales de mezcla cultural que viven lasciudades, por otro, un tipo de condicin incorporada al habitus, que sirvede base a las prcticas de exclusin que se desarrollan en la vida cotidianay en las que, muchas veces, son el fundamento de las acciones administra-tivas y policiales. Comprender las formas histricas de constitucin de estaspercepciones dicotmicas ha sido uno de los cometidos de esta investiga-cin, y lo que la ha llenado de actualidad.

    El punto de partida terico del presente estudio son las reflexiones deMarx, Weber y Elias sobre los procesos de transicin a la sociedad moder-na. Estos autores han sido utilizados (junto a otros como Habermas, Goff-man, De Certeau, Bourdieu, Sennet) de modo prctico, como una caja deherramientas. Ahora sabemos que el problema de la transicin es muchoms rico y complejo de lo que pareca cuando se inici este debate y queincluye tanto aspectos econmicos, sociales y polticos como otros, rela-cionados con la transformacin de las estructuras de la sensibilidad o elethos de una poca (Weber, Elias); la constitucin de esferas pblicasmodernas (Habermas) o el proceso de constitucin del sujeto moderno(Foucault, Castel).

    El surgimiento de la sociedad moderna conlleva, de acuerdo a Weber,un proceso de racionalizacin creciente de la sociedad y de desencanta-miento del mundo. Ahora bien, esto no slo provoca cambios en las ins-tituciones y aparatos sino en las estructuras de la sensibilidad. El mrito deNorbert Elias radica en examinar en Europa esos procesos, a los que deno-mina civilizatorios, y sentar las bases para una rica discusin sobre la cul-tura, que de algn modo, ha sido retomada por Pierre Bourdieu. La cons-titucin de una sociedad moderna supone, de acuerdo a Elias, tanto cam-bios en la estructura social y en el Estado, como modificaciones en la orga-nizacin de las estructuras de la sensibilidad as como en los habitus. Enesta investigacin me han interesado esos cambios: la constitucin dediversos dispositivos orientados en ese sentido, y las formas cmo los indi-viduos los van interiorizando, incorporando a su propia vida, a su manerade ser y de actuar, as como las formas cmo stos escapan o tratan de esca-par a esos condicionamientos.

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  • Resulta equivocado asumir a la modernidad como un modelo fijo apli-cable de modo mecnico a cualquier sociedad, menos an, a las no euro-peas. Da la impresin de que la propia secularizacin en los Andes, y demanera especfica en Quito, no cubri todos los mbitos de la vida social,y que en muchos aspectos, la sociedad continu encantada. El problema,en todo caso, consiste en saber cmo funcionan los procesos sociales y cul-turales propios de la modernidad en un mundo tan profundamente escin-dido como el de los Andes. La modernizacin no siempre es asimilable auna modernidad cultural, ni los procesos civilizatorios son equivalentes acivilizacin, en el sentido que Elias da a estos trminos. Las ideas de moder-nidad, progreso y civilizacin, tal como fueron entendidas por las elites, seconfunden con la asimilacin de habitus universales. Estos patrones deconducta, y de pensamiento a la vez, actuaron en un doble sentido: por unlado, sirvieron de base a prcticas de exclusin y, por otro, de manera con-tradictoria, a acciones de asimilacin. Se trataba de criterios clasistas, con-ducentes a ejercer formas de colonialismo interno. La perspectiva de Bak-tin y De Certeau nos permite oponer a estas estrategias civilizadoras ejerci-das desde un centro, la sospecha de que en el mbito social se desarrollasentcticas alternativas que condujeron, ms bien, a procesos de resistenciacultural y de transculturacin.

    Metodolgicamente, me ha interesado combinar una microfsica delpoder (las formas cmo es ejercitado en el interior de las instituciones deordenamiento de la ciudad y de las personas) con una perspectiva macro(del contexto o malla de relaciones y significados). An cuando la investi-gacin desplaz la mirada por distintos escenarios (sujetos a sus propiaslgicas internas) se inscribi dentro de un horizonte social y culturalcomn, una configuracin social y mental: la de Quito en un momento detransicin. La investigacin no tom como punto de partida al Estado o ala civilizacin sino los procesos concretos de formacin de dispositivos,como la planificacin, la salubridad pblica, dirigidos a organizar esferasdeterminadas de la vida social. En esta y otras investigaciones en curso meha interesado saber cmo, y en qu medida, esos dispositivos operan en lavida social urbana: de qu manera contribuyen a la clasificacin de los gru-pos sociales, a su ubicacin diferenciada, a la civilizacin de sus costumbresy sentimientos, qu tipo de relacin establecieron con antiguos dispositi-vos como los de la Caridad (objeto de otro estudio en proceso de edicin),

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  • la polica o el ornato. Tengo la sospecha de que esos dispositivos no consti-tuyen tan slo condicionantes externos, sino que fueron interiorizados,pasaron a formar parte de la vida misma de los afectados por ellos. Si estetrabajo tiene alguna limitacin es justamente aquello: el peso que tienen losdocumentos escritos sobre los testimonios directos; de ah que intento, entodo momento, hacer dobles lecturas, leer entre lneas.

    An cuando un punto de partida inevitable en esta lnea de trabajo esFoucault, cabe hacer algunas precisiones bsicas: a) La necesidad de hacerun uso no dogmtico de los criterios foucaultianos, asumindolos a la luzdel debate contemporneo y de los propios requerimientos de anlisis his-trico; b) Combinar una microfsica del poder con una perspectiva hist-rica, supone tomar en cuenta las formas especficas en que se constituyeronlas clases y las relaciones entre las clases en una formacin social especfica.El contexto social e histrico en el que se enmarca este trabajo es distintoal de los estudios foucaultianos; as, por ejemplo, los dispositivos discipli-narios que se desarrollaron en nuestros pases no tuvieron un carcter gene-ralizado, sino ms bien experimental; c) El estudio del poder supone unaperspectiva de anlisis relacional: no puede entendrselo sino al interior decampos de fuerzas; aspecto que no siempre se toma en cuenta en las lectu-ras que se hace del propio Foucault18.

    Como estrategia de trabajo interesa conjugar una perspectiva contex-tual con una suerte de anlisis interno de los diversos dispositivos y dis-cursos (cmo surgen dentro de un campo determinado, se relacionan conformas anteriores o intentan establecer un corte con respecto a ellas). Deeste modo, se pretende encontrar juegos de causalidades y relaciones diver-sas, en lugar de una causalidad comn o nica. Si bien una analtica delpoder o una microfsica del poder, es fundamental para este tipo de inves-tigacin, no se pueden perder de vista los contextos poltico, econmico ysocial de cada poca.

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    18 Algunos autores se han referido a la ausencia de una perspectiva de contrapoder en lostrabajos de enfoque foucaultniano. A mi criterio esto no obedece tanto a una falta deconciencia sobre el tema, sino al tipo de documentacin histrica que utiliza. Cosa queno es fcil de superar ya que son ms abundantes los documentos que muestran las for-mas cmo se organizan dispositivos y tecnologas de poder que los referentes a los dis-tintos tipos de resistencia a ellos.

  • Reconocimientos

    Para la realizacin de esta investigacin cont con un apoyo inicial de laFundacin Ford y el Consejo Nacional de Universidades del Ecuador. Enlos ltimos aos, he recibido la ayuda de la sede Ecuador de la FacultadLatinoamericana de Ciencias Sociales, institucin en la cual trabajo comoprofesor-investigador. Fernando Carrin y Adrin Bonilla, ex director ydirector actual de la sede, me apoyaron en ese sentido. Una beca de His-panistas obtenida con el auspicio del Consejo Superior de InvestigacionesCientficas de Espaa, me permiti revisar algunas bibliotecas espaolas.

    Quiero agradecer a Joan Josep Pujadas, catedrtico de la UniversitatRovira i Virgili, por el apoyo que me brind para la realizacin de este estu-dio, as como por su comprensin y paciencia durante estos aos. Sin supreocupacin, apoyo intelectual y amistad no me hubiera sido posible con-cluir este trabajo.

    Las conversaciones mantenidas en distintos momentos y circunstan-cias con Hernn Ibarra, Andrs Guerrero, Blanca Muratorio, Mireya Sal-gado, Carlos Arcos, Ton Salman, Rosmarie Tern, Guillermo Bustos,Mara ngela Cifuentes, Jorge Trujillo, sobre aspectos que, de un modo uotro, tenan que ver con los contenidos de esta investigacin, me han per-mitido avanzar sobre el trabajo. Ana Luca Alvear, Sergio Cullar y FelipeCorral, compartieron como estudiantes algunas de mis inquietudes inicia-les sobre este tema. Con Andrs Guerrero, Hernn Ibarra y mi hermanoSantiago Kingman, en particular, he mantenido en estos ltimos aos, unrico intercambio intelectual y humano que ha ayudado a mantener vivo miespritu crtico. Debo agradecer adems, las lecturas cuidadosas de la ver-sin final de esta investigacin realizadas por Josefa Cuc, Montserrat Ven-tura, Jos Mara Comelles, Pedro Fraile y Horacio Capel de las universida-des de Valencia, Autnoma de Barcelona, Rovira i Virgili, Lleida, y Uni-versidad de Barcelona, respectivamente. Los comentarios del profesorHoracio Capel, publicados originalmente en la revista Geocrtica, han ser-vido de base al prlogo de este libro.

    Quiero agradecer, asimismo, a mi padre, Nicols Kingman, y a misamigos, Nicols Pichucho y Marieta Crdenas por las ricas conversacionesque he mantenido con ellos y que me han permitido entender aspectos queno aparecen en los documentos histricos.

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  • Para realizar esta investigacin tuve que revisar una gran cantidad dematerial de archivo. Agradezco el apoyo brindado por el personal de lossiguientes archivos, bibliotecas y centros de documentacin: ArchivoNacional del Ecuador, Archivo Municipal de Quito, Archivo del PalacioLegislativo, Archivo del Banco Central de Ecuador, Archivo-BibliotecaAurelio Espinoza Plit, Archivo de Historia de la Medicina Eduardo Estre-lla, Biblioteca Hispnica de Madrid, Biblioteca de la Universitat Rovira iVirgili y de la Universitat de Barcelona, Biblioteca del Consejo Superior deInvestigaciones de Espaa, Archivo-biblioteca del Centro Bartolom de lasCasas, del Cuzco, Archivo Fotogrfico del Banco Central del Ecuador,Archivo Fotogrfico del Taller Visual.

    En la ltima fase de trabajo he contado con el apoyo puntual de DanielGonzles, becario de FLACSO, y de mi hijo Manuel Kingman. PedroMarta, de la Universitat Rovira i Virgili, me brind su valiosa ayuda tcni-ca al comienzo y al final de este trabajo. A Cecilia Ortiz le debo un espe-cial agradecimiento por su paciencia en el trabajo de edicin del texto, aligual que a Alicia Torres y Antonio Mena, a cuyo cargo estuvieron las artesfinales de este libro.

    A mis amigos catalanes y espaoles, Montserrat Ventura, Vctor Bre-tn, Graciela del Olmo, Maite Marn, Dolores Comas y Pepa Lansac, quie-nes me estimularon para que concluyera una tarea que yo ya daba por per-dida, y me apoyaron con su calor humano, les estar siempre agradecido.Un reconocimiento parecido debo a mis hermanas Carmen Elena y Simo-na y a Soledad Cruz.

    Finalmente, quiero agradecer a Ana Mara Goetschel, mi compaera,colega y amiga, quien ha sido la principal interlocutora en el desarrollo deeste trabajo y a mis queridos hijos Manuel, Delia y Salvador.

    Quito-Tarragona, septiembre de 2003

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