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En la estela de la Reforma, se desarrolló en el norte de Europa una nueva actitud con respecto a la política y a la filosofía. Su emergencia como reacción contra el período de guerras religio- sas y de sumisión a Roma se centró en Inglaterra y Holanda. En gran medida, Inglaterra no conoció los horrores subsiguientes al cisma religioso del continente. Es cierto que protestantes y cató- licos se persiguieron mutuamente un poco de mala gana, y que el puritanismo, bajo Cromwell, tuvo choques con la Iglesia. Pero no se cometieron atrocidades en gran escala, y, sobre todo, no hubo intervención extranjera de carácter militar. Por otra parte, los holandeses sufrieron todo el impacto de las guerras religio- sas. Tras una larga y áspera lucha contra la católica España, consiguieron finalmente el reconocimiento provisional de la in- dependencia en 1609, la cual fue ratificada por el tratado de Westfalia de 1648. Esta nueva actitud respecto a los problemas existentes en las es- feras intelectual y social se llama liberalismo. Bajo esta denomi- nación un tanto vaga, puede discernirse cierto número de rasgos bastante distintos. En primer lugar, el liberalismo fue esencialmen- te protestante, aunque no de una manera estrecha y calvinista. Fue más bien el desarrollo de la idea protestante, según la cual, cada hombre debe saldar sus cuentas con Dios a su manera. Además, el fanatismo es malo para los negocios. Puesto que el liberalismo fue un producto de las clases medias en auge, en cuyas manos se estaban desarrollando el comercio y la indus- tria, se oponía por igual a las tradiciones atrincheradas del pri- vilegio, tanto de la aristocracia como de la monarquía. La tónica es, pues, la tolerancia. En el siglo XVII, en una época en que la mayoría de Europa estaba desgarrada por las contiendas reli- giosas y torturada por un fanatismo intransigente, la República holandesa era un asilo para los no conformistas y librepensa- dores de todas las clases. Las Iglesias protestantes no alcan- zaron jamás el poder político de que había gozado el catolicis- mo durante la Edad Media. El poder estatal, por consiguiente, se hizo cada vez más importante. El arbitrario poder de los monarcas vino a ser considerado con disgusto por los mercaderes de la clase media, que se habían enriquecido en virtud de su espíritu emprendedor. El movimien- to se orientaba, pues, hacia la democracia basada en los dere- chos de la propiedad y la reducción de los poderes regios. Junto con la negación del derecho divino de los reyes, surgió el senti- miento de que los hombres pueden elevarse por encima de sus circunstancias, a través de sus propios esfuerzos, y, en conse- cuencia, empieza a subrayarse con más fuerza la importancia de la educación. En general, se miraba con recelo al gobierno como tal, como en- te que se interfería en la necesidad de expansión comercial, res- tringiendo el libre desarrollo de este. Al mismo tiempo, se recono- ció como esencial la necesidad de la ley y el orden, y esto atem- peró un tanto la actitud de oposición al gobierno. De este período heredaron los ingleses su típico amor por el compromiso. En el terreno social, ello implica mayor atención al progreso que a la revolución. El liberalismo del siglo XVII fue así, como en verdad sugiere su nombre, una fuerza de liberación. Liberó a aquellos que lo practicaron de todas las tiranías, políticas y religiosas, eco- nómicas e intelectuales, a las que todavía se aferraban las mori- bundas tradiciones del medievalismo. Asimismo, se opuso al ciego fervor de las sectas protestantes extremistas. Rechazó la autoridad de la Iglesia para legislar sobre cuestiones propias de la ciencia y la filosofía. Hasta que el Congreso de Viena hundió a Europa en el pantano neofeudal de la Santa Alianza, el liberalis- mo de los primeros tiempos, enardecido por una concepción opti- mista e impulsado por una energía ilimitada, dio tremendos pasos sin sufrir retrocesos de consideración. En Inglaterra y Holanda, el desarrollo del liberalismo estuvo tan ligado a las condiciones ge- nerales de la época, que no dio lugar a muchos trastornos. Pero en otros países, especialmente en Francia y Norteamérica, ejerció una influencia revolucionaria en la preparación de acon- tecimientos subsiguientes. Rasgo dominante de la actitud libe- ral fue su respeto por el individualismo. La teología protestante había subrayado la incompetencia de la autoridad para establecer la ley en materia de conciencia. El mismo individualismo penetraba en las esferas económica y filo- sófica. En el campo de la economía, ese individualismo se ma- nifiesta en el laisser faire y su racionalización en el utilitarismo UNTREF VIRTUAL | 1 La Sabiduría de Occidente Bertrand Russell El empirismo británico

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En la estela de la Reforma, se desarrolló en el norte de Europauna nueva actitud con respecto a la política y a la filosofía. Suemergencia como reacción contra el período de guerras religio-sas y de sumisión a Roma se centró en Inglaterra y Holanda. Engran medida, Inglaterra no conoció los horrores subsiguientes alcisma religioso del continente. Es cierto que protestantes y cató-licos se persiguieron mutuamente un poco de mala gana, y queel puritanismo, bajo Cromwell, tuvo choques con la Iglesia. Perono se cometieron atrocidades en gran escala, y, sobre todo, nohubo intervención extranjera de carácter militar. Por otra parte,los holandeses sufrieron todo el impacto de las guerras religio-sas. Tras una larga y áspera lucha contra la católica España,consiguieron finalmente el reconocimiento provisional de la in-dependencia en 1609, la cual fue ratificada por el tratado deWestfalia de 1648.

Esta nueva actitud respecto a los problemas existentes en las es-feras intelectual y social se llama liberalismo. Bajo esta denomi-nación un tanto vaga, puede discernirse cierto número de rasgosbastante distintos. En primer lugar, el liberalismo fue esencialmen-te protestante, aunque no de una manera estrecha y calvinista.Fue más bien el desarrollo de la idea protestante, según la cual,cada hombre debe saldar sus cuentas con Dios a su manera.Además, el fanatismo es malo para los negocios. Puesto que elliberalismo fue un producto de las clases medias en auge, encuyas manos se estaban desarrollando el comercio y la indus-tria, se oponía por igual a las tradiciones atrincheradas del pri-vilegio, tanto de la aristocracia como de la monarquía. La tónicaes, pues, la tolerancia. En el siglo XVII, en una época en que lamayoría de Europa estaba desgarrada por las contiendas reli-giosas y torturada por un fanatismo intransigente, la Repúblicaholandesa era un asilo para los no conformistas y librepensa-dores de todas las clases. Las Iglesias protestantes no alcan-zaron jamás el poder político de que había gozado el catolicis-mo durante la Edad Media. El poder estatal, por consiguiente, sehizo cada vez más importante.

El arbitrario poder de los monarcas vino a ser considerado condisgusto por los mercaderes de la clase media, que se habían

enriquecido en virtud de su espíritu emprendedor. El movimien-to se orientaba, pues, hacia la democracia basada en los dere-chos de la propiedad y la reducción de los poderes regios. Juntocon la negación del derecho divino de los reyes, surgió el senti-miento de que los hombres pueden elevarse por encima de suscircunstancias, a través de sus propios esfuerzos, y, en conse-cuencia, empieza a subrayarse con más fuerza la importanciade la educación.

En general, se miraba con recelo al gobierno como tal, como en-te que se interfería en la necesidad de expansión comercial, res-tringiendo el libre desarrollo de este. Al mismo tiempo, se recono-ció como esencial la necesidad de la ley y el orden, y esto atem-peró un tanto la actitud de oposición al gobierno. De este períodoheredaron los ingleses su típico amor por el compromiso. En elterreno social, ello implica mayor atención al progreso que a larevolución. El liberalismo del siglo XVII fue así, como en verdadsugiere su nombre, una fuerza de liberación. Liberó a aquellosque lo practicaron de todas las tiranías, políticas y religiosas, eco-nómicas e intelectuales, a las que todavía se aferraban las mori-bundas tradiciones del medievalismo. Asimismo, se opuso alciego fervor de las sectas protestantes extremistas. Rechazó laautoridad de la Iglesia para legislar sobre cuestiones propias dela ciencia y la filosofía. Hasta que el Congreso de Viena hundió aEuropa en el pantano neofeudal de la Santa Alianza, el liberalis-mo de los primeros tiempos, enardecido por una concepción opti-mista e impulsado por una energía ilimitada, dio tremendos pasossin sufrir retrocesos de consideración. En Inglaterra y Holanda, eldesarrollo del liberalismo estuvo tan ligado a las condiciones ge-nerales de la época, que no dio lugar a muchos trastornos.

Pero en otros países, especialmente en Francia y Norteamérica,ejerció una influencia revolucionaria en la preparación de acon-tecimientos subsiguientes. Rasgo dominante de la actitud libe-ral fue su respeto por el individualismo.

La teología protestante había subrayado la incompetencia de laautoridad para establecer la ley en materia de conciencia. Elmismo individualismo penetraba en las esferas económica y filo-sófica. En el campo de la economía, ese individualismo se ma-nifiesta en el laisser faire y su racionalización en el utilitarismo

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del siglo XIX en filosofía, sitúa en primer término el interés porla teoría del conocimiento, que en tan amplia medida ha ocupa-do desde entonces a los filósofos. La célebre fórmula de Des-cartes "Pienso, luego existo" es típica de este individualismo,puesto que remite todo el mundo a su propia existencia perso-nal como base de conocimiento. Esta doctrina de individualismofue, en lo fundamental, una teoría racionalista, considerándosea la razón de la máxima importancia. El dejarse gobernar por laspasiones era generalmente tenido por un signo de incivilización.Sin embargo, durante el siglo XIX, la doctrina individualista seextendió a las pasiones mismas y, en la cima del movimientoromántico, condujo a ciertas filosofías del poder que exaltabanla voluntad del más fuerte. Esto desemboca, naturalmente, enalgo totalmente opuesto al liberalismo. Estas teorías son, en ver-dad, auto-derrotistas, puesto que el hombre que llega a la cúspi-de debe destruir la escalera que lleva a la misma, por temor a lacompetencia de otros hombres igualmente ambiciosos. El mo-vimiento liberal influyó en el clima intelectual de la opinión en ge-neral. No es, pues, sorprendente que pensadores que de otraforma acaso hubiesen sostenido criterios filosóficos radicalmen-te diferentes se mostrasen, sin embargo, liberales en sus teoríaspolíticas. Spinoza fue liberal en la misma medida en que lofueron los filósofos empíricos británicos.

Con el nacimiento y desarrollo de la sociedad industrial del sigloXIX, el liberalismo fue una poderosa fuente de mejora social paralas clases trabajadoras miserablemente explotadas. Esta misiónfue tomada más tarde por las fuerzas más militantes del nacientemovimiento socialista. El liberalismo fue, en conjunto, un movi-miento sin dogmas. Como fuerza política, ahora está completa-mente agotado por desgracia. Es un triste hecho de nuestra épo-ca, y tal vez el resultado de las catástrofes internacionales del pre-sente siglo, el que la mayoría de los hombres ya no tengan elvalor de vivir sin un rígido credo político.

La obra filosófica de Descartes dio origen a dos corrientes prin-cipales de desarrollo. Una de ellas es la resucitada tradición ra-cionalista, cuyos principales portadores en el siglo XVII fueronSpinoza y Leibniz. La otra es la que se denomina, generalmen-te, empirismo británico. Es importante advertir que no deben

aplicarse estas etiquetas con excesiva rigidez. Uno de los gran-des obstáculos con que tropieza el entendimiento en el terrenode la filosofía, como en cualquier otro campo realmente, es laciega y excesivamente rígida clasificación de los pensadoresmediante etiquetas. No obstante, la división convencional no esarbitraria, sino que apunta a algunos rasgos y directrices de lasdos tradiciones. Y esto es verdad aun cuando en la teoría políti-ca los empiristas británicos muestren una marcada faceta depensamiento racionalista.

Los tres grandes representantes de este movimiento, Locke,Berkeley y Hume, abarcaron, aproximadamente, el período queva desde la guerra civil en Inglaterra hasta la Revolución france-sa. John Locke (16321704) recibió una severa educación puri-tana. Su padre luchó con las fuerzas del Parlamento durante laguerra. Uno de los dogmas básicos de la concepción de Lockefue la tolerancia, lo cual le llevó finalmente a romper con amboslados en conflicto. En 1646, ingresó en Westminster School, endonde adquirió la tradicional instrucción en clásicos. Seis añosdespués se trasladó a Oxford, en donde pasó los quince añossiguientes, primero como estudiante y luego como profesor degriego y filosofía. El escolasticismo entonces predominante enOxford no era de su agrado, y le vemos interesándose por losexperimentos científicos y por la filosofía de Descartes. La Iglesiaestablecida no ofrecía perspectivas para un hombre de su tole-rante concepción, de modo que, finalmente, emprendió el estudiode la medicina. En esta época conoció a Boyle, que estaba rela-cionado con la Royal Society, fundada en 1668. Mientras tanto,había acompañado a una misión diplomática enviada al electorde Brandenburgo en 1665, y al año siguiente conoció a lord Ash-ley, más tarde primer conde de Shaftesbury. Locke se convirtióen amigo y ayudante de Shaftesbury hasta 1682. La obra filosó-fica más famosa de Locke es el Ensayo sobre el entendimientohumano, empezado en 1671 como resultado de una serie dediscusiones con sus amigos, en las que quedó claro que unafijación preliminar del alcance y limitaciones del conocimientohumano podría ser de mucha utilidad. Cuando Shaftesbury cayóen 1675, Locke se marchó al extranjero y pasó en Francia lostres años siguientes, en donde entró en contacto con muchos delos pensadores más destacados de la época. En 1675, Shaf-tes- UNTREF VIRTUAL | 2

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bury volvió a emerger en la escena política, llegando a ser lordPresidente del Consejo Privado. Locke ocupó nuevamente supuesto de secretario del conde al año siguiente. Shaftesbury seestaba esforzando por impedir el acceso al trono de Jacobo II yestuvo complicado en la abortada rebelión de Monmouth. Al final,murió en el exilio, en Amsterdam, en 1683. Locke fue sospecho-so de complicidad y huyó a Holanda en el mismo año. Durantecierto tiempo, vivió bajo un seudónimo para evitar la extradición.Fue en esa época cuando concluyó el Ensayo. Al mismo períodopertenecen su Carta sobre la tolerancia y los Dos tratados sobreel Gobierno. En 1688, Guillermo de Orange tomó la corona deInglaterra, y Locke regresó a su patria poco tiempo después. ElEnsayo fue publicado en 1690, y Locke pasó la mayor parte desus últimos años preparando ediciones posteriores y sostenien-do controversias originadas por su obra.

En el Ensayo, por primera vez, nos encontramos con un abiertointento de establecer las limitaciones de la mente y la clase deindagaciones que nos es posible emprender. Mientras los racio-nalistas habían asumido tácitamente el criterio de que el cono-cimiento perfecto era finalmente asequible, la nueva concepciónera menos optimista a este respecto. El racionalismo es, en con-junto, una doctrina optimista, y, hasta ese punto, carente de sen-tido crítico. La indagación epistemológica de Locke, por otraparte, es el fundamento de una filosofía crítica, que es empíricaen dos sentidos. Primero, no prejuzga, como había hecho elracionalismo, el alcance del conocimiento humano, y segundo,pone de relieve el elemento de la experiencia sensorial. Por con-siguiente, esta concepción no solo marcó d comienzo de la tra-dición empirista llevada adelante por Berkeley, Hume y J. S. Mill,sino que fue el punto de partida de la filosofía crítica de Kant.Así, pues, el Ensayo de Locke más que ofrecer un nuevo siste-ma lo que pretende es barrer viejos prejuicios y preconcepcio-nes. En esto se había asignado una tarea que consideraba másmodesta que la obra de maestros tales como el "incomparableseñor Newton". Por su parte considera que "es bastante ambi-ción actuar como un modesto obrero en la tarea de desbrozarun poco el terreno, quitando parte de los escombros que obs-truyen el camino del conocimiento".

El primer paso de este nuevo programa fue basar el conocimien-to estrictamente en la experiencia, lo que significaba que las ideasinnatas de Descartes y Leibniz debían ser rechazadas. De ma-nera universal, se admite que desde nuestro nacimiento posee-mos cierta especie de bagaje innato capaz de desarrollo y quenos permite aprender cierto número de cosas. Pero es inútil asu-mir que la mente no adiestrada posee un contenido aletargado.Si esto fuese así, nunca podríamos distinguir entre este y otroconocimiento que genuinamente proceda de la experiencia. Lomismo podríamos decir entonces que todo conocimiento esinnato. Esto es precisamente lo que se dice en la teoría de laanamnesis, que fue mencionada al hablar del Menón.

Así, pues, y para empezar, la mente es como una hoja de papelen blanco. Lo que la llena de contenido mental es la experiencia.A este contenido le llama Locke ideas, utilizando el término demanera muy amplia. De modo general, las ideas se dividen endos clases, según su objeto. Primero, están las ideas de sensa-ción, que proceden de la observación del mundo exterior através de nuestros sentidos. La otra clase es la de las ideas dereflexión, que surgen cuando la mente se observa a sí misma.Hasta aquí la doctrina no introduce nada que suponga una no-vedad sorprendente. Que en la mente no hay nada a menos deque haya llegado a través de los sentidos fue una vieja fórmulaescolástica, y Leibniz había añadido una cualificación exceptuan-do a la mente misma de la fórmula general. Lo que es nuevo y ca-racterístico del empirismo es la sugerencia de que estas son lasúnicas fuentes de conocimiento. Así, en el curso del pensamientoy la especulación, nunca podemos ir más allá de los confines delo que hemos recogido mediante la sensación y la reflexión.

Locke procede a dividir las ideas en simples y complejas. Noofrece, sin embargo, un criterio satisfactorio en cuanto a la sim-plicidad, porque él califica de simples a las ideas cuando no pue-den descomponerse en partes. Pero esto no ayuda mucho comoexplicación, y además Locke no se muestra consecuente en eluso que hace de la frase. Sin embargo, está claro lo que se estáesforzando por hacer. Si solamente hay ideas de sensación yreflexión, entonces debe ser posible mostrar cómo el contenido

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mental está formado por ellas, o, dicho con otras palabras, cómolas ideas complejas nacen de la combinación de las simples.Las ideas complejas se subdividen en sustancias, modos y rela-ciones. Las sustancias son ideas complejas de cosas que pue-den existir por sí mismas, mientras los modos son dependientesde las sustancias. Las relaciones, como el propio Locke llegó acomprender, no son realmente ideas complejas en el sentidoque él daba a la expresión. Constituyen una clase propia y na-cen de la operación mental de comparar. Tómese, por ejemplo,el caso de la causalidad. Esta idea de relación sobreviene comoconsecuencia de la observación del cambio. Locke sostuvo quela noción de la conexión necesaria se basaba en una suposiciónanterior y no se fundaba en la experiencia. Hume insistiría, mástarde, en el segundo de estos puntos, y Kant en el primero.

Para Locke, decir que uno conoce esto o lo otro implica que unoestá seguro. En esto no hace más que seguir la tradición racio-nalista. Es un uso de la palabra "conocer" que se remonta a Pla-tón y Sócrates.

Ahora bien, lo que nosotros conocemos, según Locke, sonideas, y estas, a su vez, se dice que pintan o representan almundo. La teoría representativa del conocimiento lleva a Lockedesde luego, más allá del empirismo que con tanta vehemenciadefiende. Si todo lo que conocemos son ideas, nunca podremossaber si estas corresponden al mundo de las cosas. De todosmodos, este concepto del conocimiento lleva a Locke a susten-tar el criterio de que las palabras representan a las ideas demanera muy similar a como las ideas representan a las cosas.Existe, sin embargo, la siguiente diferencia: que las palabrasson signos convencionales en un sentido en que no lo son lasideas. Puesto que la experiencia nos ofrece solamente ideasparticulares, es la operación de la mente misma la que producelas ideas abstractas, generales. En cuanto a su opinión sobre elorigen del lenguaje expresada incidentalmente en el Ensayo,comparte con Vico el reconocimiento del papel de la metáfora.

Una de las principales dificultades con que tropieza la teoría delconocimiento de Locke es la explicación del error. La forma delproblema es exactamente la misma que en el Teeteto, si susti-

tuimos la jaula de pájaros de Platón por la hoja de papel en blan-co de Locke, y los pájaros por las ideas. Entonces parece que,con semejante teoría, jamás podríamos incurrir en error, peroLocke no se preocupa usualmente por esta clase de problemas.No es sistemático en su manera de tratar las cuestiones y fre-cuentemente abandona el razonamiento cuando surgen dificul-tades. Su disposición mental práctica le llevó a tratar los proble-mas filosóficos de manera fragmentaria, sin enfrentarse con latarea de alcanzar una posición consecuente. Como dijo él mis-mo, Locke fue un modesto obrero.

En materia de teología, Locke aceptó la tradicional división de laverdad en racional y revelada, y siempre fue un devoto, aunqueindependiente, creyente en el cristianismo. Lo que aborrecía so-bre todas las cosas era el "entusiasmo", en el sentido griego yoriginal de la palabra. Ello significa un estado de ser poseído porinspiración divina, y fue característico de los jefes religiosos delos siglos XVI y XVII. Locke consideró que el fanatismo de estosdestruía tanto la razón como la revelación, un criterio espantosa-mente justificado por las atrocidades de las guerras de religión.En suma, Locke realmente sitúa la razón en primer lugar, si-guiendo en esto la tendencia filosófica general de su época.

La misma mezcla de razón y empirismo fragmentario se encuen-tra en las teorías políticas de Locke, que se hallan expuestas ensus dos Tratados sobre el Gobierno, escritos en 1689-90. El pri-mero de ellos es una refutación del folleto de sir Robert Filmer,titulado Patriarcha, que contenía una extrema formulación delderecho divino de los reyes. Esta teoría se basa en el principiohereditario, cuya demolición no ofrece ninguna dificultad aLocke, aunque debe observarse que el principio, como tal, no seopone a la razón humana. De hecho, es ampliamente aceptadoen la esfera económica.

En el segundo Tratado, Locke expone su propia teoría. Lo mismoque Hobbes, opina que, antes de que hubiese un gobierno civil,los hombres vivieron en un estado de naturaleza regido porleyes naturales. Todo esto es escolasticismo tradicional. El crite-rio de Locke sobre el nacimiento del gobierno se basa, como enHobbes, en la doctrina racionalista del contrato social. En su UNTREF VIRTUAL | 4

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marco, esto representó un progreso en relación con aquellosque sostenían el derecho divino de los reyes, aunque era infe-rior a la teoría de Vico.

El motivo primordial que se ocultaba tras el contrato social era,para Locke, la protección de la propiedad.

Sujetándose a tales convenios, los hombres renuncian al dere-cho a actuar como únicos defensores de sus propias causas.Este derecho se transfiere ahora al gobierno. Puesto que en unamonarquía el mismo rey puede verse envuelto en una disputa,el principio de que ningún hombre debe juzgar su propio casoexige que el poder judicial sea independiente del ejecutivo. Ladivisión de poderes fue tratada subsiguientemente con grandetalle por Montesquieu. En Locke, encontramos la primera ex-posición completa de estas materias. Lo que de manera parti-cular tiene muy presente Locke es el poder ejecutivo del reyfrente a la función legislativa del Parlamento. Es la legislatura laque debe poseer la supremacía, siendo solamente responsableante la comunidad como un todo, de la cual comunidad ella esrepresentante. Qué hacer criando se enfrentan el poder ejecuti-vo y la legislatura? Evidentemente, en tales casos, el ejecutivodebe ser obligado a someterse. Esto es lo que le había sucedi-do a Carlos I, cuyas maneras autocráticas contribuyeron a pro-vocar las guerras civiles.

Queda en pie la cuestión de cómo decidir cuándo puede em-plearse justamente la fuerza contra un soberano reacio. En lapráctica, estas cuestiones se deciden usualmente por el éxito oel fracaso de la causa en cuestión. Aunque Locke parece vaga-mente consciente de este hecho, su propio criterio está en líneacon la tendencia generalmente racionalista del pensamientopolítico de su época. Dábase por descontado que todo hombrerazonable sabía lo que era justo. Aquí, una vez más, la doctrinade la ley natural se cierne en el fondo de la escena. Porque sola-mente sobre la base de algún principio intrínseco de esta clasepuede apreciarse la justeza de una acción. Y es aquí donde elpoder judicial tiene un peculiar papel que representar. El mismoLocke no discute el judicial como poder separado. Pero, donde-quiera que vino a aceptarse la división de poderes, el judicial

alcanzó con el tiempo una posición plenamente independiente,permitiéndole juzgar las disputas entre otros poderes cualesquie-ra. De este modo, los tres poderes constituyen un sistema de mu-tuos frenos y equilibrios, que tiende a impedir el nacimiento deuna autoridad sin trabas. Ello es vital para el liberalismo político.

En la Inglaterra de boy, la rigidez de la estructura de partidos yel poder ejercido por el gobierno disminuyen un tanto la divisiónentre el poder ejecutivo y la legislatura. El ejemplo más notablede la división de poderes, tal y como la concibió Locke, nos loofrece el gobierno de los Estados Unidos de América, en dondeel Presidente y el Congreso funcionan independientemente. Encuanto al Estado en general, su poder desde los tiempos deLocke se ha acrecentado hasta alcanzar enormes dimensiones,a expensas del individuo.

Aun cuando entre los pensadores Locke no es ni el más profun-do ni el más original, su obra ejerció una poderosa y duraderainfluencia tanto en el campo de la filosofía como en el de la polí-tica. Filosóficamente, Locke está al comienzo del nuevo empiris-mo, una línea de pensamiento que fue desarrollada en primerlugar por Berkeley y Hume, y más tarde por Bentham y JohnStuart Mill. Asimismo, el movimiento enciclopedista en la Franciadel siglo XVIII se inspiró en gran medida en Locke, con excep-ción de Rousseau y sus seguidores. También el marxismo debesu sabor científico a la influencia de Locke.

Políticamente, las teorías de Locke fueron un sumario de lo que,de hecho, se estaba practicando en Inglaterra. No hay, pues, queesperar un gran trastorno. En América y en Francia, el caso eradistinto. Como resultado de ello, el liberalismo de Locke provocóuna conmoción un tanto espectacular y revolucionaria. En Amé-rica, el liberalismo se convirtió en el ideal nacional, entronizado enla constitución. Sucede con los ideales que no siempre son fiel-mente observados, pero, como principio, el liberalismo primitivoha seguido funcionando en América casi sin sufrir alteraciones.

De manera singular, el inmenso éxito de Locke está ligado a laarrebatadora conquista de Newton. De una vez y para siempre,la física newtoniana había terminado con la autoridad de Aristó- UNTREF VIRTUAL | 5

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teles. Asimismo, la teoría política de Locke, aunque a duraspenas nueva, repudiaba el derecho divino de los reyes y tratabade establecer, sobre la base de la ley natural de los escolásticos,convenientemente alterada para amoldarse a las condicionesmodernas, una nueva doctrina del Estado. El carácter científico deestos esfuerzos se refleja en sus efectos sobre acontecimientossubsiguientes. La misma redacción de la Declaración de Inde-pendencia ostenta su sello. Cuando Franklin sustituyó la expre-sión de Jefferson "sagradas e innegables" por la suya propia de"autoevidentes" en la frase "consideramos estas verdades comoautoevidentes", se hacía eco del lenguaje filosófico de Locke.

En Francia, el impacto de Locke fue aún más vigoroso. La arcai-ca tiranía política del ancien régime contrastaba dolorosa y evi-dentemente, con los principios liberales de Inglaterra. Además, enel campo de la ciencia, las nociones newtonianas habían desalo-jado al antiguo concepto cartesiano del mundo. Asimismo, en elterreno económico, la política inglesa de libre comercio, aunqueparcialmente incomprendida, era muy admirada por los france-ses. Durante todo el siglo XVIII, reinó en Francia una actitudanglófila, asentada fundamentalmente en la influencia de Locke.

Con la filosofía de Locke aparece por primera vez en el campode la moderna filosofía europea la subsiguiente escisión. La filo-sofía continental, en conjunto, ha sido un sistema de construcciónen gran escala. Sus argumentos son de carácter apriorístico, y. ensu vuelo, desdeña a menudo cuestiones de detalle. La filosofíabritánica, en cambio, sigue más de cerca el método de investiga-ción empírica en el dominio de la ciencia. Se ocupa de un cúmu-lo de cuestiones menudas de manera fragmentaria, y, cuandoavanza principios generales, los somete a la prueba de la eviden-cia directa. Como resultado de estas diferencias de concepción,el sistema apriorístico, aunque consecuente por sí mismo, sedesplomará por entero si son desalojados sus dogmas básicos.La filosofía empírica, estando basada en los hechos observa-dos, no se hundirá, aun cuando descubramos defectos en algu-nos lugares. La diferencia es la misma que existe entre dos pirá-mides, una de las cuales ha sido construida al revés. La pirámideempírica se asienta sobre su base y no se desploma aunque se

le cercene un trozo en cualquier parte. La pirámide apriorísticadescansa en la cúspide, y se cae con solo mirarla.

En la esfera de la ética, los resultados prácticos de este métodoson incluso más evidentes. Una teoría del bien, elaborada comoun sistema rígido, puede causar terribles estragos si algún dés-pota carente de ilustración se imagina elegido por el destino paraponerla en práctica. Sin duda, puede haber quienes desprecien laética utilitaria por el hecho de que ésta parte del mezquino deseode felicidad. Es rigurosamente cierto, sin embargo, que el protag-onista de tal teoría hará en definitiva mucho más para mejorar lasuerte de sus semejantes que el austero reformador de menteexcelsa, que persigue un fin ideal sin parar mientes en los medios.Junto con estos diferentes puntos de vista en el dominio de la éti-ca, vemos cómo se desarrollan correspondientemente diferentesactitudes en la esfera política. Los liberales fieles a la tradición deLocke no sentían grandes anhelos de cambios espectacularesbasados en principios abstractos.Todo problema debe ser tratadosegún sus propios méritos en una discusión libre. Es este carác-ter fragmentario, tanteante y anti-sistemático, más que asistemáti-co, del gobierno y la práctica social ingleses lo que resulta tanexasperante para los continentales.

Los descendientes utilitaristas del liberalismo de Locke apoya-ron una ética de ilustrado interés propio. Puede que esta con-cepción no haya despertado los sentimientos más nobles delhombre; pero, por el mismo motivo, evitó las atrocidades verda-deramente heroicas cometidas en nombre de más elevados sis-temas, que se proponían objetivos más dignos, mientras ignora-ban el hecho de que los hombres no son abstracciones.

Una seria falla sin subsanar en la teoría de Locke es su expli-cación de las ideas abstractas. Desde luego, es este un intentode resolver el problema de los universales, pospuesto en lateoría del conocimiento de Locke. La dificultad consiste en que,si abstraemos de ejemplos específicos, lo que queda al final noes absolutamente nada. Locke ofrece como ejemplo la idea abs-tracta de un triángulo, que no debe ser "oblicuo ni rectángulo,equilátero ni escaleno, sino todas y ninguna de estas cosas al

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mismo tiempo". La crítica de la teoría de las ideas abstractas esel punto de partida de la filosofía de Berkeley.

George Berkeley (16851753), de ascendencia angloirlandesa,nació en Irlanda en 1685. A los quince años, ingresó en el TrinityCollege, de Dublín, en donde, junto con las materias tradiciona-les, empezaban a florecer las nuevas doctrinas de Newton y lafilosofía de Licke. En 1707, fue designado miembro de su cole-gio.Y dentro de los seis años siguientes publicó las obras sobrelas cuales descansa su fama como filósofo.

Antes de cumplir los treinta y un años, ya había llegado a lacima de su labor filosófica, y, a partir de entonces, dedicó susprincipales energías a otras causas. Desde 1713 hasta 1721,Berkeley vivió y viajó por Inglaterra y el continente. De regresoal Trinity College, aceptó la dignidad de miembro mayor, y en1724 convirtióse en el deán de Derry. En esta época empezó atrabajar para la fundación de un colegio misional en las islasBermudas. Con la seguridad de recibir ayuda del gobierno, par-tió para América en 1728, con el propósito de solicitar el apoyode los naturales de Nueva Inglaterra. Pero la ayuda prometidapor Westminster no llegó, y Berkeley tuvo que renunciar a susproyectos. En 1732 regresó a Londres. Dos años después, fuepromovido al obispado de Cloyne, puesto que ocupó hasta sumuerte. En 1752 fue a efectuar una visita a Oxford, en donde fa-lleció a principios del año siguiente.

La tesis fundamental de la filosofía de Berkeley consiste en queel existir de algo es lo mismo que ser percibido. Esta fórmula leparecía tan evidente por sí misma, que nunca pudo explicar asus menos convencidos coetáneos lo que estaba tratando dedecir. Porque, a primera vista, la fórmula está en absurda con-tradicción con el sentido común. Normalmente, nadie piensa,como este concepto parece exigir, que los objetos que uno per-cibe están en su mente. Sin embargo, el problema consiste enque Berkeley está sugiriendo implícitamente que, con respectoal concepto empírico, que Locke había predicado, pero no siem-pre practicado consecuentemente, hay algo equivocado en laidea de un objeto. Pretender refutar a Berkeley dando puntapiésa las piedras, como hizo el doctor Johnson, está totalmente

fuera de lugar. El que la propia teoría de Berkeley sea en defi-nitiva un remedio para las dificultades de Locke es, naturalmen-te, harina de otro costal. Entre tanto, debe recordarse que Ber-keley no está tratando de confundirnos con enigmas esotéricos,sino intentando rectificar ciertas inconsecuencias de Locke. Enesto, al menos, obtiene pleno éxito. La distinción entre un mundointerior y otro exterior no puede sostenerse adecuadamente en laepistemología de Locke. Es imposible sostener al mismo tiempouna teoría de las ideas de acuerdo con Locke y una teoría delconocimiento representativa. Con una dificultad muy similar se en-frentó después la concepción kantiana sobre el mismo problema.

La primera obra en que Berkeley critica la teoría de las ideasabstractas es el Ensayo hacia una nueva teoría de la visión. Eneste libro, Berkeley empieza discutiendo algunas confusionesacerca de la percepción, que predominaban a la sazón. En par-ticular, da la solución adecuada al aparente enigma de que vea-mos las cosas en su posición normal, a pesar de que la imagenque se forma en la retina esté invertida. Este acertijo estaba muyen boga entonces, y Berkeley demostró que se debía por enteroa una simple falacia. La explicación consiste en que vemos connuestros ojos y no mirándolos desde detrás, como a una pan-talla. El negligente deslizarse de la óptica geométrica al lengua-je de la percepción visual es así la causa de esta mala inteligen-cia. Berkeley pasa a desarrollar una teoría de la percepción queestablece una distinción radical entre las clases de cosas quelos diferentes. sentidos nos permiten decir acerca de sus res-pectivos objetos.

Las percepciones visuales, dice Berkeley, no son de cosas ex-ternas, sino que son simplemente ideas en la mente. Las per-cepciones táctiles, aunque en la mente son ideas de sensación,se dicen, sin embargo, ser de objetos físicos, aun cuando en suobra posterior ya no se da cabida a este distingo, y todas laspercepciones producen ideas de sensación solo en la mente. Larazón de que los sentidos estén tan tajantemente separadosunos de otros radica en que todas las sensaciones son especí-ficas. Esto explica también la repulsa de Berkeley de lo que élllama "materialismo". Pues la materia es simplemente una por-tadora metafísica de cualidades, solamente las cuales dan ori- UNTREF VIRTUAL | 7

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gen a experiencias que son contenidos mentales. La materiapura, como tal, no puede ser experimentada, y, por consiguien-te, es una abstracción ociosa. La misma consideración se apli-ca a las ideas abstractas de Locke. Si, por ejemplo, se despojaa un triángulo de todos los caracteres específicos que posee, alfinal no queda estrictamente nada, y de la nada no se puedeobtener ninguna experiencia.

En los Principios del conocimiento humano, publicados en 1710,un año después que el Ensayo, Berkeley expone su fórmulabásica sin cualificación o compromiso: ser es ser percibido. Heaquí el resultado último del empirismo de Locke, si se toma se-riamente. Porque todo lo que podemos decir entonces es quetenemos experiencias de ciertas sensaciones o reflexiones cuan-do efectivamente las tenemos, y no en otros momentos. Así, pues,no solo estamos confinados a experiencias que, como tales, seregistran en la mente, sino que estamos reducidos a admitirlasúnicamente cuando las experimentamos. En cierto sentido, estono tiene nada de extraño: se perciben las experiencias cuandose perciben y no en otro momento. Hablar de algo como exis-tente solo tiene sentido en la experiencia y por medio de ella, y,por lo tanto, ser y ser percibido son una y la misma cosa. Desdeeste punto de vista, carece de sentido hablar de una experien-cia no experimentada, o de una idea no percibida, posición quecontinúa siendo sostenida por los filósofos contemporáneos quesustentan teorías del conocimiento fenomenalistas. De acuerdocon tales teorías, no existen datos sensoriales no sentidos. Encuanto a las ideas abstractas, si fuesen posibles en absoluto,deben representar alguna realidad que no puede ser experimen-tada, y esto es una contradicción del empirismo de Locke. Des-de el punto de vista empírico, la realidad es co-extensiva con loque puede ser experimentado.

¿Cómo abordar, pues, el problema de los universales? Berkeleyseñala que lo que Locke consideró como ideas abstractas eransimplemente nombres generales. Pero estos no se refieren auna cosa, más bien se refieren a una de un grupo de cosas. Así,la palabra "triángulo" se utiliza para referirse a cualquier triángu-lo, pero no se refiere a una abstracción. La dificultad inherente ala teoría de las ideas abstractas no es ajena, de hecho, a lo que

discutimos en relación con las formas socráticas. También ellas,de uno u otro modo, son totalmente inespecíficas, y, a causa deello, viven en otro mundo que el nuestro; sin embargo, se con-sideró posible conocerlas.

Berkeley, empero, no rechaza meramente las ideas abstractas,sino toda la distinción que establece Locke entre objetos e ideas,junto con la teoría representativa del conocimiento que resultade ello.Ya que, como empíricos consecuentes, ¿cómo podemossostener por una parte que toda la experiencia es de ideas desensación y reflexión, mientras por otra aseguramos que lasideas corresponden a objetos que no son conocidos ni siquieracognoscibles? En Locke ya apreciamos una anticipación de unadistinción, expuesta más tarde por Kant, entre las cosas en sí ylas apariencias. Berkeley no acepta las primeras, y está en lojusto al rechazarlas como incompatibles con el empirismo deLocke. Este es el quid del idealismo de Berkeley. Todo aquelloque realmente podemos conocer y de lo que podemos hablarson contenidos mentales. Junto con la teoría representativa delconocimiento, Locke sostuvo el criterio de que las palabras eransignos de ideas. A cada idea corresponde una palabra, y vice-versa. Es este criterio erróneo el responsable de la teoría de lasideas abstractas. Asf, pues, Locke se ve obligado a sostener quela emisión de una palabra en el discurso evoca la idea, y que deeste modo es como se transmite información de una persona aotra. Berkeley no tiene ninguna dificultad en demostrar que estainterpretación del lenguaje no es viable. Pues lo que nosotrosentendemos cuando escuchamos a alguien es el tenor de lo quedice, más que una serie de significados verbales aislados unosde otros y luego ensartados como cuentas. Podría añadirse que,de todos modos, la dificultad acerca de la representación vuelvea presentarse de nuevo.

¿Cómo asignar nombres a las ideas? Esto exigiría que uno pu-diese expresar de manera no verbal que en nuestra mente esta-ba presente una cierta idea definida, y proceder luego a darle unnombre. Pero, incluso así, seguirla siendo imposible descubrir laforma en que podría establecerse la correspondencia, ya que,según los términos de la teoría, la idea misma no es verbal. Laconcepción del lenguaje de Locke es, pues, gravemente deficiente. UNTREF VIRTUAL | 8

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Hemos visto que puede darse una explicación del idealismo deBerkeley, que le hace menos chocante de lo que pudiera pare-cer en principio. Algunas de las consecuencias que Berkeley seve obligado a considerar son menos convincentes. Así, parécelea él insoslayable la consideración de que, si existe una actividadperceptora, entonces debe haber mentes, o espíritus, que parti-cipen en ella. Ahora bien, una mente, aunque tenga ideas, no essu propio objeto de experiencia, y, por consiguiente, su existen-cia consiste no en ser percibida, sino en percibir. Este conceptode la mente, sin embargo, no es congruente con la propia posi-ción de Berkeley. Porque, al examinar detenidamente el caso,observamos que una mente concebida de esta manera es pre-cisamente la clase de idea abstracta que Berkeley ha criticadoa Locke. Es algo que percibe, no esto o lo otro, sino en abstrac-to. En cuanto al problema de qué le sucede a la mente cuandoestá inactiva, se requiere una solución especial. Evidentemente,si la existencia significa ora percibir, como en el caso de lasmentes activas, ora ser percibido, como en el caso de las ideas,entonces la mente inactiva debe ser una idea en la mente deDios, constantemente activa. Y es así, con objeto de resolveruna dificultad teórica, como se introduce a este Dios filosófico.Su función consiste meramente en asegurar la continuada exis-tencia de las mentes, e, incidentalmente, también de los que lla-mamos objetos físicos. Este es un modo un tanto liberal de re-trotraer toda la explicación a algo que se asemeje al sentidocomún. Este aspecto de la posición de Berkeley es la menosvaliosa y la menos interesante desde el punto de vista filosófico.

Vale la pena subrayar aquí que la fórmula de Berkeley, según lacual ser es ser percibido, no expresa nada que él considere seacuestión a decidir por la experimentación. Lo que expresa, dehecho, es que solo necesitamos considerar cuidadosamente laforma en que usamos correctamente nuestro vocabulario paracomprender que su fórmula tiene que ser obviamente verdade-ra. Así, lo que Berkeley hace aquí no tiene significado metafísi-co, es más bien una cuestión de dejar sentado cómo han de serusadas ciertas palabras.

En tanto que decidiésemos utilizar "existencia" y "ser percibido"como expresiones sinónimas, no queda, desde luego, ningún

lugar a la duda. Pero Berkeley considera no solo que es así co-mo debemos utilizar estas palabras, sino que, hablando con cui-dado, ya las utilizamos de hecho de esta manera. Que este noes un criterio totalmente implausible es algo que nos ha costa-do nuestros apuros demostrar. Sin embargo, bien podría tenersela impresión de que esta forma de hablar no es tan apropiadacomo cree Berkeley.

En primer lugar, está el hecho de que Berkeley es llevado a unateoría metafísica de la mente y de Dios que se halla en completodesacuerdo con el resto de su filosofía. Sin llevar demasiado lejoseste punto, podemos percibir que la terminología de Berkeley estáinnecesariamente en desacuerdo con las formas de hablar co-rrientes y de sentido común, aunque esto pudiera ser discutible, y,en todo caso, no es razón suficiente para que uno deba aban-donarlo. Pero, aparte por completo de esto, existe una debilidadfilosófica en la concepción de Berkeley, que deja gran parte de lamisma abierta a la crítica. Y ello es tanto más notable cuanto elmismo Berkeley había denunciado precisamente esta clase deerror en conexión con la visión. Como vimos entonces, Berkeleyafirmaba justamente que un hombre ve con sus ojos, no los mira.

De igual modo, podría decirse en general que un hombre per-cibe con su mente, pero, al percibir, no se cierne, por así decir,sobre su mente, observándola. Así como no observamos nues-tros ojos, tampoco observamos nuestras mentes, y lo mismoque no diríamos que vemos lo que está en la retina, tampocodebemos decir que percibimos lo que está en la mente. Esto de-muestra, al menos, que la frase "en la mente" necesita ser obje-to de cuidadosa consideración, cosa que no le presta Berkeley.

Lo que prueba esta crítica es que habría muy buenas razonespara rechazar la manera de hablar de Berkeley y mostrarse afavor de una terminología diferente, y ello sobre la base de laanalogía en el ejemplo. Parece claro que, al menos a este res-pecto, la formulación de Berkeley puede ser sumamente deso-rientadora. Tal vez se pueda considerar que no es esta una man-era justa de tratar a Berkeley. Sin embargo, es precisamente estolo que probablemente él mismo hubiera deseado que hiciese uncritico. Porque él sostuvo que era misión del filósofo subsanar UNTREF VIRTUAL | 9

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modos de hablar susceptibles de inducir a error. En la introduccióna los Principios, se expresa así con respecto a esta cuestión: "Engeneral, me siento inclinado a considerar que la inmensa mayoríade las dificultades, si no todas, que han distraído hasta ahora a losfilósofos y han obstruido el camino del conocimiento, se debenenteramente a nosotros mismos. Primero hemos levantado la pol-vareda, y luego nos quejamos de que no podemos ver."

Otra obra filosófica importante de Berkeley, Diálogos entre Hy-las y Filonous, no presenta nuevo material para la discusión,pero reitera, bajo la forma más legible del diálogo, los puntos devista de las primeras obras.

La doctrina de las ideas, según fue expuesta por Locke, estáabierta a cierto número de serias críticas. Si la mente no conocemás que impresiones sensoriales, entonces la crítica de Berke-ley señala que no puede hacerse distinción entre cualidades pri-marias y secundarias. Un examen crítico completo, sin embar-go, debe ir más lejos incluso que el de Berkeley, que no dejó deadmitir la existencia de las mentes. Fue Hume quien desarrollóel empirismo de Locke hasta su conclusión lógica. En definitiva,es la extravagancia de la posición escéptica a que se llega deeste modo la que pone en evidencia las fallas de las presun-ciones iniciales.

David Hume (1711-1776) nació en Edimburgo, en cuya universi-dad ingresó a la edad de doce años. Tras un curso convencionalde estudios de arte, dejó la universidad antes de cumplir losdieciséis años, y durante algún tiempo trató de aplicarse al estu-dio de las leyes. Pero su verdadero interés estaba en la filosofía,a la que, por último, decidió entregarse. Una breve aventura enla esfera de los negocios fue rápidamente abandonada, y en1734 Hume partió para Francia, en donde permaneció tres años.No disponiendo de grandes medios económicos, tuvo que amol-dar su modo de vivir a las escasas comodidades que aquellosle permitían. Soportaba de buen grado estas restricciones, locual 1e permitía entregarse por entero a sus afanes literarios.

Hallándose en Francia, escribió su obra más famosa, el Tratadode la naturaleza humana. Al llegar a los veintiséis años de edad,

ya había concluido el libro sobre el cual descansaría posterior-mente su fama como filósofo. El Tratado fue publicado en Lon-dres poco después del regreso de Hume del extranjero. Sinembargo, al principio constituyó un resonante fracaso. El libromuestra huellas de la juventud de su autor, no tanto en su con-tenido filosófico como en el tono del mismo, un tanto impetuosoy franco. Ni tampoco contribuyó a incrementar la popularidad dellibro la repudiación sin rodeos que en el mismo se hace de losprincipios religiosos recibidos. Por razones similares, en 1744,Hume no obtuvo la cátedra de filosofía de la Universidad deEdimburgo. En 1746 entró al servido del general Saint Clair, conquien, al año siguiente, partió en misión diplomática para Austriae Italia. Estos deberes le permitieron ahorrar el suficiente dineropara retirarse en 1748, y dedicarse a partir de entonces a suspropios trabajos. En un período de quince años, publicó variasobras de epistemología, ética y política, y, para coronar toda es-ta labor, una Historia de Inglaterra que le proporcionó fama y for-tuna. En 1763 fue una vez más a Francia, en esta ocasión comosecretario particular del embajador británico. Dos años después,era nombrado secretario de la embajada, y, al ser llamado el em-bajador, actuó como encargado de negocios hasta que, avanza-do el año, se hizo un nuevo nombramiento. En 1766, regresó aInglaterra, siendo designado subsecretario de Estado, puestoque ocupó durante dos años, hasta que se retiró en 1769. Susúltimos años los pasó en Edimburgo.

Como manifiesta en la introducción del Tratado, Hume consideratoda investigación gobernada en cierta medida por lo que élllama la ciencia del hombre. A diferencia de Locke y Berkeley,Hume no solo se ocupa de desbrozar el terreno, sino que tienemuy presente el sistema que subsiguientemente puede levan-tarse. Y este sistema es una ciencia del hombre. El intento deofrecer un nuevo sistema revela la influencia del racionalismocontinental, debida al contacto de Hume con los pensadoresfranceses que seguían dominados por los principios carte-sianos. De todos modos, el pensamiento de una futura cienciadel hombre llevó a Hume a indagar en la naturaleza humana engeneral, y, para empezar, en el alcance y limitaciones del baga-je mental del hombre.

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Hume acepta el principio básico de la teoría de la sensación deLocke, y, sobre esta base, no tiene dificultad en criticar la teoríade la mente o el yo de Berkeley. Porque todo aquello de que te-nemos conciencia en la experiencia sensorial son impresiones,y ninguna de estas puede dar lugar a la idea de la identidad per-sonal. En verdad, Berkeley ya había sospechado que su trata-miento del alma como sustancia estaba injertado en su sistemade una manera artificial. No admitía que pudiéramos tener unaidea de ella, y, por consiguiente, sugiere que lo que tenemos esuna "noción" del alma. Pero no se explica en qué pudieran con-sistir estas nociones. No obstante, sea lo que fuere lo que pudie-ra decir, esto socava realmente su propia teoría de las ideas.

Los argumentos de Hume se basan en cierto número de suposi-ciones generales, que impregnan toda su teoría del conocimien-to. En principio, coincide con la teoría de las ideas de Locke,aunque su terminología es diferente. Hume habla de impresio-nes e ideas como el contenido de nuestras percepciones. Estadistinción no corresponde a la división que hace Locke de lasideas de sensación y las ideas de reflexión, sino que cruza estaclasificación.

Para Hume, una impresión puede proceder tanto de la experien-cia sensorial como de actividades tales como la de la memoria.Las impresiones se dice que producen ideas que difieren de laexperiencia sensorial en que no tienen la misma viveza. Lasideas son pálidos reflejos de impresiones que, en algún momen-to, las han precedido en la experiencia sensorial. De todos modos,cuando la mente piensa, atiende a las ideas que hay en su inte-rior. El término "idea" debe entenderse aquí en el sentido griegoy literal de la palabra. Para Hume, pensar es pensar por medio deimágenes, o imaginar, para utilizar una palabra latina que originar-iamente significó lo mismo. En general, toda experiencia, ya seaen la sensación o en la imaginación, se llama percepción.

Es preciso tener en cuenta varios puntos importantes. Humesigue a Locke al sostener que las impresiones, en cierto senti-do, son separadas y distintas. Así, Hume sustenta la opinión deque es posible descomponer una experiencia compleja en susimpresiones constituyentes simples. De aquí se sigue que las

impresiones simples son el material de construcción de toda ex-periencia, y, por lo tanto, pueden ser imaginadas separadamente.Además, puesto que las ideas son pálidos reflejos de las impre-siones, de ello se desprende que, sea lo que fuere lo que noso-tros podamos imaginarnos en el proceso del pensamiento, pue-de ser el objeto de una posible experiencia. Aún más, llegamosa la conclusión, sobre la misma base, de que lo que no puedeser imaginado tampoco puede ser experimentado. Así, pues, elalcance de posibles imaginaciones es co-extensivo con el radiode acción de posibles experiencias. Es esencial tener esto muypresente si se quieren comprender los argumentos de Hume.Porque constantemente nos invita a tratar de imaginar esto o lootro, y al juzgarnos incapaces de hacerlo, como él mismo. afir-mará que la supuesta situación no es un posible objeto de expe-riencia. De modo que la experiencia se compone de una suce-sión de percepciones.

Más allá de esta sucesión, jamás se percibe ninguna otra conex-ión entre percepciones. Aquí radica la diferencia fundamentalentre el racionalismo cartesiano y el empirismo de Locke y susseguidores. Los racionalistas sostienen que existen estrechas eíntimas conexiones entre las cosas, y mantienen que estas pue-den ser conocidas. Hume, en cambio, niega que existan talesconexiones, o más bien sugiere que, aun cuando las hubiese,ciertamente no llegaríamos a conocerlas nunca. Todo lo que po-demos conocer son sucesiones de impresiones o ideas, y resul-ta ocioso, por consiguiente, incluso plantearse la cuestión de sihay o no otras y más profundas conexiones. A la luz de estosrasgos generales de la epistemología de Hume, podemos yaexaminar con más detenimiento los argumentos particulares ex-puestos en algunos puntos centrales de su filosofía. Empece-mos con la cuestión de la identidad personal, discutida en elTratado, al final del primer libro, que se titula Del entendimiento.Hume empieza diciendo que "hay algunos filósofos que se ima-ginan que somos conscientes en todo momento y de maneraíntima de lo que denominamos el "yo"; que percibimos su exis-tencia y su continuación en la existencia, y están seguros, porencima de la evidencia de la demostración, tanto de su perfectaidentidad como de su simplicidad". Pero una apelación a la ex-periencia muestra que ninguna de las razones sobre las cuales UNTREF VIRTUAL | 11

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se supone que el yo sustenta a la experiencia resistirá un exa-men serio: "Desgraciadamente, todas estas afirmaciones positi-vas son contrarias a esa misma experiencia que se invoca en sufavor. Ni poseemos idea alguna del "yo", según la manera aquíexplicada. Porque ¿de qué impresión se derivaría esta idea?"Entonces se nos muestra que semejante impresión no puedehallarse, y así, no puede existir ninguna idea del yo.

Existe otra dificultad, consistente en que no podemos ver cómonuestras percepciones particulares están relacionadas con elyo.Y aquí Hume, razonando según su modo característico, dicede las percepciones que "todas son diferentes, y pueden serconsideradas separadamente, y pueden existir separadamente,y no tienen necesidad de nada para apoyar su existencia. ¿Dequé forma, pues, pertenecen al yo, y cómo están relacionadascon el? Por mi parte, cuando buceo íntimamente en lo que yodenomino "mi yo", siempre tropiezo con una u otra percepciónparticular, ya sea de calor o frío, luz o sombra, amor u odio, doloro placer. Jamás he podido captar mi "yo", en ningún instante, sinuna percepción, y nunca he podido observar nada que no fuesela percepción". Y un poco más adelante añade: "Si cualquierpersona, tras una reflexión seria y exenta de prejuicios, piensaque tiene una noción diferente de su "yo", confieso que ya nopodría seguir razonando con ella. Todo lo que puedo admitir esque esa persona acaso esté en lo cierto, lo mismo que yo, y quesomos esencialmente diferentes en este particular." Pero, evi-dentemente, Hume considera a tales gentes como unos maniá-ticos, y sigue diciendo: "Puedo aventurarme a afirmar que el res-to de la Humanidad no es más que un acervo o una colecciónde percepciones diferentes, que se suceden unas a otras coninconcebible rapidez y se hallan en un estado de perpetuo flujoo movimiento."

"La mente es una especie de teatro, en donde diversas percep-ciones efectúan sucesivamente su aparición."

Pero esto se cualifica luego: "La comparación del teatro no debeinducirnos a error. Son únicamente las percepciones sucesivaslas que constituyen la mente Y no tenemos ni la más distantenoción del lugar en donde se representan estas escenas, ni de

los materiales de que se compone." La razón de que los hom-bres, erróneamente, crean en la identidad personal radica enque tendemos a confundir una sucesión de ideas con la idea deidentidad que nos formamos de algo que se conserva igual du-rante un período de tiempo. Así, se nos lleva a la noción del "al-ma", y el "yo", y la "sustancia", para disfrazar la variación que dehecho existe en nuestras experiencias sucesivas. "Así, pues, lacontroversia concerniente a la identidad no es una mera dispu-ta sobre palabras. Pues, cuando atribuimos identidad, en un sen-tido impropio, a objetos variables o interrumpidos, nuestro errorno queda confinado a la expresión, sino que comúnmente vaacompañado de una ficción, ora de algo invariable e ininterrum-pido, hora de algo misterioso e inexplicable, o, al menos, de cier-ta propensión a tales ficciones." Hume procede luego a mostrarcómo opera esta propensión, y explica, en términos de su psi-cología asociacionista, cómo sobreviene de hecho lo que pasapor ser una idea de identidad personal.

En seguida volveremos a ocuparnos del principio de asociación.En cuanto a nuestras citas literales de Hume, la elegancia de suestilo es excusa suficiente. Además, realmente no hay modo másclaro y perfecto de expresar sus ideas que utilizando las propiaspalabras de Hume. Esta circunstancia, en conjunto, ha sentadoun valioso precedente para los escritos filosóficos en Inglaterra,aunque tal vez no se haya igualado nunca la perfección de Hume.

La otra cuestión principal que hemos de examinar es la teoría dela causalidad de Hume. Los racionalistas sostienen que el víncu-lo entre causa y efecto es algún rasgo intrínseco en la naturalezade las cosas. Como ya vimos, al hablar de Spinoza por ejemplo,se consideraba posible, mediante un examen suficientementeamplio de las cosas, mostrar de manera deductiva que todas lasapariencias deben ser lo que son, aunque se admite usualmenteque solo Dios puede alcanzar tal visión. Según la teoría deHume, no pueden conocerse tales vínculos causales, por razo-nes muy semejantes a las que se expusieron en la crítica de laidea de la identidad personal. El origen de nuestra equivocadaconcepción en cuanto a la naturaleza de este vínculo está en lapropensión a atribuir la necesidad de una conexión entre losmiembros de ciertas secuencias de ideas. Ahora bien, la vincu- UNTREF VIRTUAL | 12

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lación de las ideas nace de la asociación promovida por las tresrelaciones de semejanza, contigüidad en el espacio y el tiempo,y causa y efecto. Hume las denomina relaciones filosóficas,porque representan un papel en la comparación de las ideas. Enciertos aspectos, corresponden a las ideas de la reflexión deLocke, que, como ya vimos, surgen cuando la mente comparasu propio contenido. La semejanza, en cierta medida, intervieneen todos los casos de relación filosófica, ya que, sin ella, la com-paración no podría existir. De tales relaciones, Hume distinguesiete clases: semejanza, identidad, relaciones de espacio y tiem-po, relaciones numéricas, grados de cualidad, contrariedad ycausalidad. De estas, Hume elige de manera particular la identi-dad, las relaciones de tiempo y espacio, y la causalidad, habiendomostrado que las otras cuatro dependen solo de la comparaciónde las ideas. Las relaciones numéricas en una figura geométricadada, por ejemplo, dependen solo de la idea de esa figura. Y seafirma que solamente estas cuatro relaciones dan nacimiento alconocimiento y a la certidumbre. Pero, en el caso de la identidad,de las relaciones espaciotemporales y de la causalidad, en dondeno podemos desarrollar razonamientos abstractos, hemos deapoyarnos en la experiencia sensorial. La causalidad es la únicade estas relaciones que ejerce una genuina función en el razon-amiento, puesto que las otras dos dependen de ella. La identidadde un objeto ha de ser inferida de algún principio causal, y lomismo ocurre respecto a las relaciones espaciotemporales. Valela pena observar aquí que a menudo Hume cae inadvertidamenteen el hábito corriente de hablar de objetos, cuando, con todo rigor,su teoría debería cons-treñirle a hablar solamente de ideas.

Después, Hume da una explicación psicológica de cómo se lle-ga a la relación de causalidad partiendo de la experiencia. Lafrecuente conjunción de dos objetos de una determinada claseen la percepción sensorial forma un hábito mental que nos con-duce a asociar las dos ideas producidas por las impresiones.Cuando este hábito se hace lo bastante fuerte, la simple apa-riencia, en la sensación, de un objeto evocará en la mente laasociación de ambas ideas. No hay nada de infalible o inevitableen esto; la causalidad es, por así decir, un hábito mental.

Sin embargo, la exposición de Hume no es del todo consecuen-te, puesto que antes vimos que la asociación se afirma surge de

la causalidad, mientras aquí la causalidad se explica en funciónde ella. Como explicación de la forma en que se engendran loshábitos mentales, el principio asociacionista constituye, no obs-tante, un útil elemento de explicación psicológica, que continúaejerciendo considerable influencia. En cuanto a Hume, no le esrealmente permisible hablar de hábitos mentales o propensiones,al menos no de la formación de los mismos. Porque, como ya vi-mos, en sus momentos más estrictos, Hume afirma que la menteno es sino una sucesión de percepciones. Por consiguiente, nohay nada que pudiera desarrollar hábitos, ni tampoco es válidodecir que las secuencias de percepciones vienen en realidad adesarrollar ciertos sistemas, ya que la simple exposición de estohuele a misterio, a menos que encontremos un modo de hacerque esto no parezca justamente un accidente afortunado.

Ahora bien, es una verdad inconcusa que la necesidad de co-nexión entre causa y efecto, como exige el racionalismo, no pue-de ser extraída de la epistemología de Hume. Porque, por mu-cho que nos hallemos ante conjunciones constantes y regulares,en ningún momento podríamos decir que la impresión de lanecesidad había sobrevenido por encima de las secuencias deimpresiones. Así, pues, no es posible que exista la idea de lanecesidad. Pero, puesto que algunos hombres son racionalistasy están predispuestos a pensar de otro modo, debe haber algúnmecanismo psicológico que los desoriente. Aquí es precisamen-te donde los hábitos mentales entran en escena. Estamos tanacostumbrados, por la experiencia, a ver cómo los efectos si-guen a sus diversas causas, que, al final, terminamos por creerque ello debe ser así.Y es este último paso el que no puede jus-tificarse, si aceptamos el empirismo de Hume.

Hume concluye esta discusión acerca de la causalidad estable-ciendo ciertas "reglas mediante las cuales juzgar las causas ylos efectos". En esto se anticipa cien años a la declaración deStuart Mill sobre los cánones de la inducción. Antes de estable-cer las reglas, Hume recapitula alguno de los rasgos principalesde la causalidad. "Una cosa cualquiera puede producir otra cosacualquiera", dice él, recordándonos que no existe tal cosa comola conexión necesaria. Las reglas son en número de ocho. Laprimera proclama que "causa y efecto han de ser contiguos enel espacio y en el tiempo"; la segunda, que "la causa ha de ser

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anterior al efecto"; la tercera, que debe existir "una constanteconjunción entre causa y efecto". Siguen después varias reglasque prenuncian los cánones de Mill. En la cuarta, se nos diceque la misma causa produce siempre el mismo efecto, un prin-cipio que se nos asegura extraemos de la experiencia. De estase desprende la regla quinta, según la cual, cuando varias cau-sas producen el mismo efecto, debe ser por algo que todas ellastengan en común. Del mismo modo deducimos la sexta regla,de acuerdo con la cual, una diferencia en el efecto demuestrauna diferencia en la causa. No es necesario que consideremosaquí las dos reglas restantes.

El resultado de la epistemología de Hume es una posición es-céptica. En el lugar oportuno, vimos que los escépticos de laantigüedad fueron hombres opuestos a los constructores de sis-temas metafísicos. No debe entenderse el término escéptico enel sentido popular que ha adquirido desde entonces y que su-giere una especie de indecisión crónica. La acepción griegaoriginal significa sencillamente uno que indaga con atención. Allídonde los constructores de sistemas creían haber hallado lasrespuestas que buscaban, los escépticos se mostraban menosseguros y seguían inquiriendo. Al cabo del tiempo, fue su faltade confianza más que su continuada indagación lo que coloreóel nombre por el que se les conocía. La filosofía de Hume esescéptica en este sentido. Porque lo mismo que los escépticos,Hume llega a la conclusión de que ciertas cosas, que en la vidacotidiana damos por descontadas, no pueden ser justificadas enmodo alguno. No debe imaginarse, desde luego, que el escépti-co es incapaz de pronunciarse sobre los problemas corrientescon que se enfrenta en este negocio del vivir. Habiendo asenta-do la posición escéptica, Hume deja perfectamente claro queesto no trastorna nuestros afanes ordinarios. "Si al llegar aquí seme preguntase si convengo sinceramente en este argumento,para inculcar el cual parezco tomarme tantas molestias, y sirealmente soy uno de esos escépticos que sostienen que todoes inseguro, y que nuestro juicio no posee acerca de nada nin-guna medida de verdad o falsedad, respondería que tal preguntaes enteramente superflua, y que ni yo, ni ninguna otra persona,ha sido nunca sincera y constantemente de esa opinión. La Na-

turaleza, en virtud de una necesidad absoluta e incontrolable, hadeterminado que juzguemos lo mismo que respiramos y senti-mos... Quien quiera que se haya tomado la molestia de refutarlas cavilaciones de este escepticismo total, ha disputado real-mente sin tener antagonista..."

En cuanto a la doctrina de las ideas expuesta por Locke, eldesarrollo que Hume hace de la misma muestra con implacabletenacidad a dónde nos conduce finalmente esta clase de teoría.No se puede ir más lejos que esto a este respecto. Si se sos-tiene que, cuando hablamos ordinariamente de la causalidad, nonos referimos a lo que Hume dice que nosotros hacemos odebemos significar, entonces es preciso empezar de nuevo. Es-tá meridianamente claro que ni los científicos ni el hombre ordina-rio piensan en la causalidad en función meramente de la conjun-ción constante. La respuesta de Hume a esto sería que todosellos están equivocados si quieren decir otra cosa. Pero acasose desdeñe aquí de manera excesivamente rotunda la doctrinaracionalista. Lo que el científico hace en realidad está muchomejor descrito por el racionalismo, según vimos en conexión conSpinoza. El objeto de la ciencia es exponer las relaciones cau-sales en función de un sistema, deductivo, en donde los efectossigan a las causas como la conclusión de un argumento válidosigue a sus premisas, es decir, por necesidad. Pero la crítica deHume es válida también para las premisas. Con respecto a es-tas, debemos observar una actitud inquisitiva o escéptica.

Recordemos que el interés primordial de Hume está en la cien-cia del hombre. Aquí, la postura escéptica produce un cambioradical en los campos de la ética y la religión. Porque, una vezque hemos demostrado que no podemos conocer las conexio-nes necesarias, la fuerza de las exigencias morales queda igual-mente socavada, al menos si se desean justificar los principioséticos por el argumento racional. Los fundamentos de la ética noson entonces más firmes que la misma causalidad de Hume.Pero, naturalmente, como muestra el mismo Hume, esto nosdejará libres en la práctica para adoptar cualquier criterio quedeseemos, aun cuando no podamos justificarlo.

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La Sabiduría deOccidente

Bertrand Russell