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Relatos

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  • Hctor Germn Oesterheld PRESIDENTA DE LA NACINDra. Cristina Fernndez de KirchnerJEFE DE GABINETE DE MINISTROSDr. Anbal Fernndez

    MINISTRO DE EDUCACINProf. Alberto E. Sileoni

    SECRETARIO DE EDUCACINLic. Jaime Perczyk

    JEFE DE GABINETE A.S. Pablo Urquiza

    SUBSECRETARIO DE EQUIDAD Y CALIDAD EDUCATIVALic. Gabriel Brener

    PLAN NACIONAL DE LECTURACoordinadora del Plan Nacional de Lectura: Adriana RedondoCoordinacin editorial: Natalia Volpe Edicin: Jssica PresmanDiseo grfico: Mariel Billinghurst, Juan Salvador de Tullio, Elizabeth Snchez Seleccin de textos: Claudio PrezRevisin: Silvia Pazos

    Coleccin: Presentes

    Una muerte y Hagan juego, en Ms all de Gelo, Buenos Aires, Planeta, 2014. Herederos Hctor Germn Oesterheld

    Agradecemos a los familiares, amigos y editores de los autores que brindaron su aporte para hacer posible esta coleccin.

    Ministerio de Educacin de la NacinSecretara de EducacinPlan Nacional de Lectura. Pizzurno 935 (C1020ACA)Ciudad de Buenos Aires. Tel: (011) 4129-1075 / [email protected] - www.planlectura.educ.ar

    Repblica Argentina, febrero de 2015.

    Naci en Buenos Aires en 1919. Escritor, editor y guionista de historietas. Gelogo por la UBA, conoci gran parte del pas como pasante de YPF mientras trabajaba como corrector editorial. A mediados de los 40 se volc definitivamente a la escritura, a la que enriqueci con su conocimiento de la ciencia. En las editoria-les Codex y Abril produjo relatos de divulgacin cientfica y cuentos para chicos y adolescentes estuvo, adems, al frente de las mticas colecciones infantiles Bolsillitos y Gatito. Trabaj en la revista Ms all que practicamente dirigi, pionera de la ciencia ficcin en el mundo de habla hispana. En 1951 comenz a escribir para historietas y a mediados de la dcada fund junto a su hermano Jorge la Editorial Frontera, responsable de las revistas Frontera y Hora Cero. Con textos de los Oesterheld y dibujos de Francisco Solano Lpez, Hugo Pratt, Arturo Del Castillo, Carlos Roume y Alberto Breccia, entre otros, tomaron cuerpo personajes como Ernie Pike, Sherlock Time y El Eternauta. En 1976 comenz a salir la continuacin de esta exitosa tira, ya escrita desde la clandestinidad. La buena literatura es imperecedera y en ella estn los grandes temas del hombre. En definitiva se trata, guardando las distancias, de reflejar en las aventuras de la histo-rieta esos mismos temas, confi en una entrevista en 1975. El 27 de abril de 1977 fue secuestrado por las Fuerzas Armadas en La Plata, provincia de Buenos Aires. Se sabe que estuvo en varios centros clandestinos de detencin y se sospecha que muri en 1978. El Eternauta II continu publicndose hasta casi un ao despus de su desaparicin.

    ALGUNAS DE SUS PUBLICACIONESAlan y Crazy (1951); Bull Rockett (1952); Sargento Kirk (1953); Rolo, el marciano adoptivo, Ernie Pike, Randall y El Eternauta (1957); Patria Vieja y Sherlock Time (1958); Watami, Marcianeros y Mort Cinder (1962), Vida del Che (1968); La guerra de los Antares (1970); 450 aos de guerra contra el imperialismo (1973); El Eternauta II (1976); entre otras.

  • 1Hagan juego. . . . .

    Tres meses de soledad completa, y ahora estaban all, cla-ramente grabadas en la arena.

    Huellas.Una hilera de huellas pequeas, como de chico. O de mu-

    chacho.Lou Dillon se pas la mano por los ojos, apretando fuerte.

    Estara empezando a ver visiones. Desde aquella maana se senta raro, nervioso, con el pulso ms fuerte que nunca

    Pero no, las huellas seguan.Se enderez y mir en derredor. Todo igual, como siempre.

    Las mismas paredes altsimas, las mismas rocas angulosas, las mismas plantas de hojas redondas, gordas, pesadas, obscenas como trozos de carne violcea, colgando inmviles en el aire siempre sin viento. Y los restos de la cosmonave, brillando como sangre bajo los rayos despiadados del rojo sol de aquel extrao planeta.

    Todo igual, como siempre. Pero ya definitivamente distinto.Porque ahora estaban las huellas.Desde que los controles de la cosmonave se trabaron, como

    si alguien los manejara desde afuera, y terminara estrellndose en el fondo del crter, Lou Dillon no haba visto otro ser viviente que aquellas plantas de hojas violetas. Bill, el copiloto, haba muerto en el choque.

    Y ahora estaban las huellas.Absurdamente humanas en aquel planeta tan apartado de

    todas las rutas, ms imposible an en aquel crter sin salida.Por dnde entrara el muchacho?Lou Dillon haba reconocido metro a metro la pared del cr-

    ter, y saba que no haba escape.Casi sin pensarlo se encontr siguiendo las huellas.

  • 2 3

    Ahora haba una piedra en la mano del hombre.Lou Dillon se agach sin dejar de mirarlo, tante frentico el

    suelo, encontr otra piedra.Atacaron a la vez, los cuerpos chocaron, resbalosos de su-

    dor, se entrelazaron. Algo golpe con fuerza de estallido contra la cabeza de Lou, a la vez que una rodilla se le incrustaba con furia en la ingle, apenas a un centmetro del punto vital.

    Por instinto devolvi el rodillazo, debi acertar porque el otro se encogi con un gruido, aprovech para golpear con la pie-dra, para golpear y volver a golpear y golpear.

    Golpe hasta que lo tuvo en el suelo y sigui golpeando, gol-peando hasta que ya no encontr nada duro que golpear.

    Se incorpor. Gusto a sangre en la boca.All estaba la mujer. Ajena, indiferente, siempre echada en la

    arena, dndole casi la espalda.Salt hacia ella y plant la mano en la curva de la cadera.Los dedos se hundieron, la carne cedi.La carne? No, no era carne, era algo blando, algo que se

    deshaca al ser tocadoDebajo asom un tubo de metal oscuro, un engranaje mons-

    truoso.Aturdido, Lou Dillon le toc el hombro. Tambin all la car-

    ne se deshizo, tambin all apareci el metal negro.Lou Dillon comprendi. Y retrocedi espantado.Un robot!Pero Por qu? Quin lo haba enviado? Y para qu?

    YNo ms preguntas: el sol rojo se oscureca, una gran som-

    bra asomaba, increblemente gigantesca, por sobre la pared del crter.

    Y enseguida otra, otra sombra inmensa, tambin de contor-nos vagos

    Eres un torpe Ya te dije que nunca deben tocar el robot!.

    Lo s Pero nunca imagin que le saltara encima tan pronto No lo pude retirar a tiempo.

    Demasiado delicadas para ser de muchacho. Y si?Y si eran de muchacha?Una ola espesa le recorri las venas. Lou Dillon trot, corri,

    con el cerebro vaco de ideas, todo el cuerpo un enorme latido.Tenan que ser de muchachaBorde la espesura con las hojas redondas de siempre. Y se

    fren. Y all la vio. All estaba, cerca ya de la pared del crter, de pie sobre una roca.

    Desnuda, el cabello largo, hasta las caderas. El sol rojo le daba de lleno, aterciopelando los hombros, moldeando los se-nos, ahondando la sombra prometedora de los muslos.

    Lou Dillon reanud la carrera.Ella salt de la roca y desapareci tras otra espesura.No puede escapar La pared le cierra el paso!.Pero ya llegaba a la pared y ella no estaba.Solo sus huellas, en la arena oscura. Iban rectas hasta la

    pared rocosa, se perdan en ella.Se acerc y entonces la descubri: una abertura tan disimu-

    lada que solo sabiendo que estaba all poda hallrsela.Entr: un pasaje sinuoso, oscuro, con cosas duras, como

    races, que le araaban el torso desnudo, lastimndolo, impi-dindole avanzar. Pero sigui.

    Hasta que otra vez vio la luz y otra vez estuvo al sol.Otro crter igual al suyo, ms grande. Las mismas plantas

    de hojas redondas yAll estaba ella, recostada en la arena, estirada en abandono

    completo, como aguardando.Dio un paso, con cada clula de su cuerpo gritando por ella.

    Pero se detuvo.All, surgiendo de entre las rocas, vena otro hombre.Otro hombre semidesnudo como l, el torso araado, los

    ojos enloquecidos.All, tras l, le pareci ver brillar algo, otros restos de cos-

    monave, quiz.Pero Lou Dillon solo pens que aquel hombre se interpona

    entre l y la mujer.

  • 4 5

    Este hombre no querr pelear nunca ms Has arruinado a uno de los mejores ejemplares que jams tuvimos!.

    Lou Dillon no oye nada, pero en su crneo, como en una bveda, retumban los pensamientos: adivina que son los pen-samientos que las dos moles estn cambiando entre s

    Y en un instante lo entiende todo. Su cosmonave fue obli-gada a descender en el crter Para usarlo a l como gallo de ria El crter era la jaula Lo cebaron, lo hicieron sentirse ms fuerte que nunca lo tentaron con un robot en forma de mujer Haba cado lo mismo que un galgo que se lanza tras una liebre mecnica Solo que Lou Dillon haba matado a otro desdichado como l

    Ya sabes lo que se hace con un hombre que descubre al robot.

    S, ya lo s.Otra vez el dilogo.Una de las sombras alza algo oscuro, pesado, algo que tiene

    un punto brillante que se agranda, se agrandaNo!La voz de Lou Dillon es un alarido desgarrado.El punto luminoso ya es un destello violento.Todo el crter relampaguea por un instante.Y nada ms.Nada queda del cuerpo de Lou Dillon. Ni del otro hombre.

    Solo queda sobre la arena la armazn metlica del robot...

    una muerte. . . . .

    Yo andaba investigando la muerte del Jon.Las huellas, luego de contornear todo el pueblo, me lle-

    varon hasta la pequea casa junto al ro, casi perdida entre los juncos.

    No haca fro, pero igual me sub las solapas del abrigo y hund las manos en los bolsillos.

    Sub cinco escalones no muy seguros, empuj las puer-tas, entr.

    Jaulas, pajareras por todas partes. De fabricacin casera.Pjaros de colores: cotorras, cardenales, pechos colora-

    dos, canarios. Pjaros grises, pjaros marrones. Grandes y chicos.

    Avanc; fue como entrar en una nube de pos, trinos, gor-jeos. Y de olor denso, clido.

    De entre dos pajareras sali el hombre. Tricota agujerea-da, cabeza blanca. Ojos curiosamente grandes y claros en el rostro ceniciento, lleno de arrugas; un rostro muy gastado, pero abierto, cordial.

    Hace tres das... empec. Y me detuve.Me mir por un momento. Mir al piso, volvi a mirarme.

    Ya nos estbamos entendiendo.Amigo suyo?Asent.Sabe lo que..., lo que le pas?Me lo imagino. S que estaba muy enfermo.Me acerc una silla de paja. l se sent en un cajn

    vaco.Ahora que lo pienso se rasc la cabeza, quizs deb

    decrselo a la polica. Pero cuando sucedi no me pareci ne-cesario. No hubieran comprendido nada; usted me entiende.

    Por supuesto.

  • 6 7

    Por los pjaros? le pregunt.S... Quiero pedirte un favor... Podrs prestarme uno,

    uno cualquiera, hasta... hasta que no lo necesite ms?Contest que s y le traje a la Manolita, la cotorra; es la

    ms mansita de todas. Se la ofrec.Gracias... la mano le tembl cuando le puse el pjaro.

    Y Manolita se qued tan quieta, tan cmoda entre los siete dedos. Gracias... No tienes idea, pajarero, cmo tus pjaros se parecen a los scalos nuestros... Son tan iguales...

    Le cost levantar la mano, pero igual se tom el trabajo, quera ver bien a Manolita.

    Si uno sabe mirar, un solo pjaro..., un solo scalo..., resume todas las bellezas de los mundos...

    Yo no deca nada. Me daba tanta pena verlo respirar tan mal; adems, cuando uno anduvo mucho entre animales sabe enseguida cundo alguno se muere, as sea un perro o una persona o...

    El pajarero me tendi el humeante jarrito. Lo tom con cuidado, para no quemarme.

    Su amigo apoyaba ahora la mano en la mesa, y no deja-ba de mirar la cotorra. Y volvi a hablar:

    El pjaro..., el scalo..., es los das perdidos, es la in-fancia... Cuidar un pjaro es revivir la infancia... Por eso t, pajarero, cuidas pjaros... No quieres desprenderte de la in-fancia...

    No lo s le dije por decir algo. Pero... y los chicos que cuidan pjaros?

    Los chicos que cuidan pjaros... Tienes razn... Los chi-cos no pueden recordar la infancia... hizo una pausa, se qued mirando largamente la cotorra, que segua quietecita en su mano; y de pronto agreg: Los chicos que cuidan pja-ros estn tambin recordando, estn tambin reviviendo, sin saberlo, los das perdidos, la infancia de la especie...

    Su amigo volvi a callar, sigui mirando a Manolita. Y mirando, tambin, vaya uno a saber qu imgenes de otros tiempos, de otros lugares.

    Ya todos me creen loco, sin necesidad de un cuento se-mejante sacudi la cabeza, tena las manos sobre las ro-dillas flacas; manos de dedos largos, delicados. Adems, por qu habra de elegir mi casa para morir? El comisario no lo entendera nunca. Claro, poda haber ido al mdico. O a ver al cura. Pero no, tuvo que caminarse toda la distancia hasta aqu.

    Yo solo saba que el Jon estaba muerto. Lo dej hablar.Aunque creo saber por qu me eligi a m, al Churrinche,

    el loco Churrinche, el pajarero... l adivin que yo era el nico en todo el pueblo capaz de dejarlo morir tranquilo y sin pregun-tas. De tanto andar con animales uno termina por amigarse, por entender a todo lo vivo, venga de donde venga...

    Me mir con los ojos claros: tenan algo de charcos de agua quieta. Yo hubiera hecho lo mismo que el Jon, me hu-biera confiado en l.

    Claro, al principio me tom por sorpresa; yo no estaba preparado para verlo continu el hombre. Lleg del lado del ro, lo sent chapotear en el juncal. Cuando subi los es-calones cre que era Jos, o el Negro, o cualquiera de los vagabundos de siempre. Tard en entrar, el ltimo escaln le cost mucho trabajo; pens que estara borracho, no le hice caso. Pero al llegar a la puerta se apoy en el marco, y recin entonces me di cuenta, al verle la mano, tan verde y con los siete dedos.

    Se levant, fue hasta un brasero donde temblaba una pava.

    Un matecito?Dije que s con la cabeza.Estaba que se caa mientras hablaba puso yerba en

    un jarrito enlozado. Me di cuenta de que se mora, pero no quiso que lo acostara; insisti en sentarse ah, donde est usted. Y se qued medio cado, los ojos cerrados.

    S que eres amigome dijo de pronto, marcando mucho las letras. Por eso hice toda la distancia hasta aqu... S que cuidas pjaros... Por eso vine.

  • 8Quiere agua? le pregunt. Est realmente cmo-do?

    No me contest.Afuera se acababa la tarde, igual que ahora.Pens que alguno podra venir La sorpresa que se lle-

    vara al verlo all.Manolita se alborot de pronto, alete, se me vino hasta

    el hombro...La mano verde segua igual, apoyada sobre la mesa.No tuve que tocarlo para saber que ya estaba muerto.Cav una fosa en el albardn, lo enterr en el mismo

    lugar donde entierro a los pjaros que se me mueren.Y all est ahora. Pens ponerle una cruz, pero no... Qu

    mejor cruz para l que la misma cruz de los pjaros, el sol de cada da?

    Me levant. Ya saba todo lo que quera sobre la muerte del Jon.

    Gracias le devolv el jarrito enlozado.El Jon, despus de todo, haba tenido una muerte buena.El pajarero se levant tambin.Eran muy amigos?Mucho.Me tendi la mano.Vacil un momento, le tend la ma.Sonri al sentir la presin de los siete dedos. Me dio una

    palmada en el hombro, me acompa hasta la puerta.Baj los escalones, me fui por el juncal.Ya haba estrellas. Pero no, el Gelo no se vea. Demasiado

    distante.Aunque no est tan lejos, pensndolo bien.Un pjaro nocturno pas volando bajo, en vuelo silencioso.Un pjaro o un scalo?

    Eje

    mpl

    ar d

    e di

    stribu

    cin

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    tuita.

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    hibi

    da s

    u ve

    nta.

  • Hctor Germn Oesterheld PRESIDENTA DE LA NACINDra. Cristina Fernndez de KirchnerJEFE DE GABINETE DE MINISTROSDr. Anbal Fernndez

    MINISTRO DE EDUCACINProf. Alberto E. Sileoni

    SECRETARIO DE EDUCACINLic. Jaime Perczyk

    JEFE DE GABINETE A.S. Pablo Urquiza

    SUBSECRETARIO DE EQUIDAD Y CALIDAD EDUCATIVALic. Gabriel Brener

    PLAN NACIONAL DE LECTURACoordinadora del Plan Nacional de Lectura: Adriana RedondoCoordinacin editorial: Natalia Volpe Edicin: Jssica PresmanDiseo grfico: Mariel Billinghurst, Juan Salvador de Tullio, Elizabeth Snchez Seleccin de textos: Claudio PrezRevisin: Silvia Pazos

    Coleccin: Presentes

    Una muerte y Hagan juego, en Ms all de Gelo, Buenos Aires, Planeta, 2014. Herederos Hctor Germn Oesterheld

    Agradecemos a los familiares, amigos y editores de los autores que brindaron su aporte para hacer posible esta coleccin.

    Ministerio de Educacin de la NacinSecretara de EducacinPlan Nacional de Lectura. Pizzurno 935 (C1020ACA)Ciudad de Buenos Aires. Tel: (011) 4129-1075 / [email protected] - www.planlectura.educ.ar

    Repblica Argentina, febrero de 2015.

    Naci en Buenos Aires en 1919. Escritor, editor y guionista de historietas. Gelogo por la UBA, conoci gran parte del pas como pasante de YPF mientras trabajaba como corrector editorial. A mediados de los 40 se volc definitivamente a la escritura, a la que enriqueci con su conocimiento de la ciencia. En las editoria-les Codex y Abril produjo relatos de divulgacin cientfica y cuentos para chicos y adolescentes estuvo, adems, al frente de las mticas colecciones infantiles Bolsillitos y Gatito. Trabaj en la revista Ms all que practicamente dirigi, pionera de la ciencia ficcin en el mundo de habla hispana. En 1951 comenz a escribir para historietas y a mediados de la dcada fund junto a su hermano Jorge la Editorial Frontera, responsable de las revistas Frontera y Hora Cero. Con textos de los Oesterheld y dibujos de Francisco Solano Lpez, Hugo Pratt, Arturo Del Castillo, Carlos Roume y Alberto Breccia, entre otros, tomaron cuerpo personajes como Ernie Pike, Sherlock Time y El Eternauta. En 1976 comenz a salir la continuacin de esta exitosa tira, ya escrita desde la clandestinidad. La buena literatura es imperecedera y en ella estn los grandes temas del hombre. En definitiva se trata, guardando las distancias, de reflejar en las aventuras de la histo-rieta esos mismos temas, confi en una entrevista en 1975. El 27 de abril de 1977 fue secuestrado por las Fuerzas Armadas en La Plata, provincia de Buenos Aires. Se sabe que estuvo en varios centros clandestinos de detencin y se sospecha que muri en 1978. El Eternauta II continu publicndose hasta casi un ao despus de su desaparicin.

    ALGUNAS DE SUS PUBLICACIONESAlan y Crazy (1951); Bull Rockett (1952); Sargento Kirk (1953); Rolo, el marciano adoptivo, Ernie Pike, Randall y El Eternauta (1957); Patria Vieja y Sherlock Time (1958); Watami, Marcianeros y Mort Cinder (1962), Vida del Che (1968); La guerra de los Antares (1970); 450 aos de guerra contra el imperialismo (1973); El Eternauta II (1976); entre otras.

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