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Universidad de Buenos Aires Facultad de Filosofía y Letras Monografía de ficción caribeña anglófona, mestizaje y cruces culturales La identidad caribeña como cruce de miradas Seminario: “Ficción caribeña anglófona, mestizaje y cruces culturales” Titular de cátedra: Dra. Márgara Averbach Alumno: Julián D’Alessandro

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Universidad de Buenos AiresFacultad de Filosofía y Letras

Monografía de ficción caribeña anglófona, mestizaje y cruces culturales

La identidad caribeña como cruce de miradas

Seminario: “Ficción caribeña anglófona, mestizaje y cruces culturales”

Titular de cátedra: Dra. Márgara Averbach

Alumno: Julián D’Alessandro

1º cuatrimestre de 2009

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Introducción

Durante el siglo XX, los autores caribeños han concebido la ficción como un discurso de

resistencia y una fuente de identidad política frente al discurso historiográfico imperialista de

los “países centrales”. Para demostrar eso, la presente monografía propone un análisis

comparativo de seis cuentos caribeños de autores anglófonos a través del tópico del viaje de la

ex colonia a la metrópoli. Nuestro principal interés radica en el estudio de las representaciones

que traslucen estos relatos acerca de los países desarrollados de Occidente (Inglaterra, Estados

Unidos, Canadá) tanto como de las perspectivas de los escritores antillanos sobre sus propias

naciones. Con relación a ello, nuestra lectura pondrá una mayor atención en el tratamiento de

“la mirada” de los personajes y en el modo en el que esta delimita “lo propio” y “lo ajeno” en

relación con la identidad caribeña.

Para organizar el esquema comparativo, proponemos dos posibles ejes de análisis. El

primero sigue un criterio extra-textual a las narraciones, el cronológico, y postula tres

agrupaciones. La primera de ellas engloba a los autores nacidos entre 1900 y 1925, y abarca el

cuento del jamaiquino Roger Mais (1905-1955), “Lookout” (“Mirar hacia afuera”, MHA),

aparecido en 1986 en el volumen póstumo Listen, the wind and other stories, y el relato “My

girl and the city” (“Mi novia y la ciudad”, MNC), del trinitense Samuel Selvon (1923-1994),

aparecido en Ways of Sunlight (1957). La segunda reúne las narraciones de los autores de la

década de 1930: “Barbados” (“Barbados”, B), de la estadounidense-barbadense Paule Marshall

(n.1929), presente en el libro Soul Clap Hands and Sing (1961), y “I hanging on, praise God!”

(“Yo, sigo aguantando, ¡alabado sea el Señor!”, YSA) del barbadense-canadiense Austin

Clarke (n. 1934), publicado en la revista BIM (1963). Por último, están los cuentos de los

autores nacidos después de 1940: “Country of the One Eye God” (“País del dios de un solo

ojo”, PDO), de la jamaiquina Olive Senior (n. 1941), publicado en Summer Lightning (1986), y

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"Eat Labba and Drink Creek Water” (“Come paca y bebe agua del arroyo”, CBA), de la

guyanesa Pauline Melville (n. 1948), aparecido en Shape-Shifter (1991).

El otro eje de análisis propuesto sigue un criterio intra-textual, es decir, argumental, y

organiza los cuentos en tres grupos de acuerdo al lugar desde donde se ubica el narrador:

adentro de la ex colonia (MHA y PDO), afuera de la ex colonia (MNC y YSA) y, por último,

afuera y adentro de la ex colonia (B y CBA).

Previamente al trabajo sobre las obras en sí, estableceremos el marco teórico desde el

cual se articulará nuestro análisis. En primer lugar, tomaremos en consideración el planteo de

Edward Said en su libro Cultura e imperialismo (2004). Allí el autor concibe la “cultura” como

un conjunto de “artefactos culturales”, una “fuente beligerante de identidad” y un “teatro”

donde se dirimen “causas políticas e ideológicas”, y no como meras manifestaciones creativas

incondicionadas de genios solitarios (2004: 14). Said entiende que particularmente la narrativa,

en manos de la sociedad burguesa de los “países centrales”, ha sido funcional al imperialismo1,

pues ha contribuido a forjar sentimientos, actitudes e ideas de dominio sobre los países

colonizados (2004: 132). Desde esta perspectiva, uno de los grandes tópicos de la cultura

colonial ha sido la búsqueda y el viaje hacia lo desconocido2. A su vez, señala que el tópico del

viaje ha sido reutilizado por los novelistas de las “naciones periféricas” para sus pronósticos

post-coloniales y advierte la necesidad de un análisis de “sus obras en la medida en que

comparten importantes preocupaciones con las minorías y con las voces ‘suprimidas’ dentro de

la misma metrópoli” (2004: 105). El presente trabajo pretende responder a esta demanda al

centrar su análisis en las narrativas de las naciones caribeñas y en las perspectivas que sus

narradores articulan en torno a las metrópolis y a sus propios países.

1 Con el término “imperialismo” nos referimos a “la práctica, la teoría y las actitudes de un centro metropolitano dominante que rige un territorio distante.” Said, Edward W. Cultura e imperialismo. Traducción de Nora Catelli. Barcelona: Anagrama, 2004, p. 43.2 “(…) los relatos de viajes y de exploración de los siglos XVI y XVII (…) sentaron las bases de los grandes imperios coloniales (…).” Ibíd., p. 126.

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Por otra parte, nuestro planteo responde al importante trabajo Twentieth-Century

Caribbean Literature (2006) de Alison Donnell. Esta autora polemiza con la corriente de los

estudios clásicos del Black Atlantic, pues sostiene que los discursos de la diáspora “have

generated a preference for dislocation over location, rupture over continuity, and elsewhereness

over hereness” (2006: 83). Además, señala que la mayoría de las conceptualizaciones e

investigaciones post-coloniales (principalmente las de Gilroy y las de Said) han asociado la

poética de emancipación (liberatory poetics) principalmente con las experiencias del migrante

antes que con las del residente (settler), dejando veladas las historias que no involucran a las

metrópolis (2006: 82). Donnell deduce que eso ha servido para naturalizar una versión de la

identidad caribeña como identidad siempre dislocada (as always elsewhere) (2006: 79). Frente

a ello, reconocemos que nuestra perspectiva no escapa al lugar común de la crítica

especializada: la de definir la identidad caribeña en términos de migración e intercambios con

la metrópolis. Pese a ello, este análisis busca trascender el binarismo permanecer-migrar y

entender la idea de “permanencia” en un sentido psicológico y dinámico (y no meramente

físico). Como demostraremos más adelante, los personajes de los relatos analizados, presos del

ansia de migrar, padecen la “reclusión” (la forma más traumática de permanencia) tanto adentro

como afuera de su tierra natal. Otros, en cambio, paradójicamente la experimentan en el viaje

entre uno y otro sitio. La postulación de esta dialéctica pretende contribuir a superar los

planteos binaristas que Donnell denuncia.

Por último, las reflexiones en torno a la Historia, el mito y la contra-memoria presentes

en el libro Time Passages (2001) de George Lipsitz constituyen el fundamento a partir del cual

sostenemos la idea de que la ficción ha contribuido a la resistencia política y a la construcción

de una identidad propia en las naciones caribeñas.

Desarrollo

Eje generacional: 1900-1925 / 1930 / 1940

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Los dos primeros cuentos del primer eje, que congrega a los autores nacidos entre 1900 y 1925

(el jamaiquino Roger Mais y el trinitense Sam Selvon) bajo un criterio extra-textual, se

focalizan en las impresiones poéticas de los personajes y recurren principalmente a un lenguaje

poético. En MHA el narrador extradiegético aprovecha su omnisciencia para enriquecer el

insustancial diálogo entre una jovencita y un extraño con comentarios, suposiciones (por

ejemplo, el uso constante de la fórmula “como si…”) y fragmentos de monólogo interior. De

ese modo, en todo el relato sobrevuela la promesa de acciones que nunca se concretan: la lluvia

inminente que no cae, el extraño que no toma el autobús, el hermano de la joven que no regresa

y, finalmente, la protagonista que no acepta salir a pasear con el extraño. De igual forma, el

relato de Selvon, MNC, propone un “viaje circular” e introspectivo (“nos íbamos a tomar el

Círculo Interno”3) por la ciudad de Londres, donde el narrador intradiegético entremezcla

sensaciones y acciones. La circularidad de esas idas y venidas del suburbio al centro

(commuting) le hacen ver el sinsentido de la rutina en la metrópolis. Aquí la imposibilidad de

proyectarse un futuro no se debe al encierro en la casa de la gran ciudad como en MHA, sino a

la “condena” a un viaje permanente, sin destino. El protagonista “viaja” por Londres en un

viaje interior de búsqueda de sí mismo y de encuentro con “el otro” (su novia), pues ella y

Londres se identifican: a ambas las ama y a ambas desea conquistarlas con palabras. Su

incontinencia verbal deriva de la imposibilidad de decir algo que no haya sido dicho y la

búsqueda de un lugar (τόπος)4 del que aún no se haya hecho uso, dado que su afán por ocupar

un lugar deshabitado condice con el de encontrar un modo de expresión propio: “todo ya fue

dicho” y “sólo me queda esto: la pura expresión” (MNC).5 Este narrador, sobre el final, quiere 3 Círculo Interno (Circle Line) es el nombre con el que se conoce una de las líneas del subterráneo de Londres. Es un deta-lle elocuente el hecho de que también se la denomina "línea virtual", dado que enlaza la mayoría de las estaciones de tren de Londres y, como consecuencia, casi no tiene estaciones que se usen de forma exclusiva. La ficción caribeña, considera -da desde la metrópolis como un discurso subalterno frente al canon occidental, también puede pensarse como esta “línea virtual” que aún no tiene un reconocimiento como entidad propia y es pensada como una extensión de Inglaterra. Said se -ñala que en la ficción británica persistió por mucho tiempo el predominio de una “perspectiva departamental” sobre las colonias: “(…) la novela decimonónica inglesa subraya la continuidad (…) de la existencia de Inglaterra”. Ibíd. p. 133.4 Empleamos el término en el sentido ambiguo de “lugar topográfico” como de “lugar común” o “tópico literario”.5 Consideramos que esa sensación de fracaso a la hora de escribir la “historia” del relato de Selvon responde, en un sentido trascendente, a una parodia de la idea de que no existe “otra historia” fuera del discurso historiográfico que emana de Eu-ropa y los demás países centrales. Con referencia a esto, Dipesh Chakrabarty señala que “(…) a third-world historian is condemned to knowing ‘Europe’ as the original home of the ‘modern’, whereas the ‘European’ historian does not share a

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contarnos la historia de un anciano que ve en la calle, pero se interrumpe: “Pero no había

ningún anciano, no había nada, y nunca jamás hay nada” (MNC). Se trata de la historia del

cuento que no puede hacerse o escribirse, porque se sume en la contemplación extrañada de una

“mirada nueva” sobre un “paisaje viejo”.6 Del mismo modo que en el “diálogo insustancial”

entre los desconocidos no lleva a nada concreto en el cuento de Mais, en MNC la mirada

contemplativa y lo expresivo son los elementos que ocupan el centro del relato e impiden

contar la historia.

Según lo dicho anteriormente, ambos autores abordan los aspectos ideológicos siempre

desde una dimensión simbólica o alusiva. Por ejemplo, la niña de MHA está ubicada “adentro

del afuera” que implica la gran ciudad (reclusa en ese afuera-urbano que no es su casa), pues

no puede salir y hacer uso de su libertad, y como justificativo no hay una razón, sino una

prohibición impersonal: “Porque no se puede”. No obstante, ella se niega a aceptar el modelo

de mujer-madre-abnegada, reclusa entre las cuatro paredes, que representa su lunática cuñada.

El otro héroe que presenta este mismo relato es el hombre, ridiculizado como “el mono de los

cables”. Él es su primer contacto con el afuera y representa todo lo que la niña no es y desea en

el marco de una sociedad (la caribeña de principios del siglo XX) que recluye a las mujeres en

su casa. Él es hombre y adulto, es temerario, y hace una exhibición de su libertad y de su poder

de decisión de viajar/no viajar.

También el relato de Selvon presenta alusiones de índole socio-política: el titular de un

diario que reza “Suez, no hay acuerdo”, como alusión sutil al imperialismo inglés, y la mención

a una primera estadía en Londres referida al año 1950, década en la que efectivamente había

comparable predicament with regard to the pasts of the majority of humankind.” No obstante, lejos de tomar la condición de subalternidad de la historiografía no occidental como una fatalidad, la piensa optimistamente como una oportunidad: “Yet the understanding that ‘we’ all do ‘European’ history with our different and often non-European archives opens up the possibility of a politics and project of alliance between the dominant metropolitan histories and the subaltern periph-eral pasts.” Chakrabarty, Dipesh. “Postcoloniality and the Artifice of History”. En AA.VV. The post-colonial studies reader. London-New York: Routledge, 2006. p. 385. En relación con esto, precisamente el relato de Selvon constituye la búsqueda de “una expresión nueva” y, a su vez, la constatación de la decadencia de las otras historias occidentales. Su na-rrador es un marginal que “exhibe” esta oportunidad/posibilidad de escribir su historia como una verdadera “prerrogati -va”.6 Hacer una historia con este anciano inglés sería contribuir con la decadencia europea y sus historias ya conocidas por to-dos.

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comenzado la inmigración antillana allí. Pese a estos pequeños indicios, cabe señalar que estas

dos narraciones abordan principalmente temas universales, como el amor, la gran ciudad y el

miedo, porque sus autores abrigaban la pretensión de que sus obras tuvieran un alcance

mundial y creían prejuiciosamente que para ello debían evitar caer en el “regionalismo”.

En el segundo grupo están los cuentos de los barbadenses Austin Marshall (n. 1929) y

Paule Clarke (n. 1934), publicados a principios de la década de 1960. Ambos autores

comparten la concepción de que la emigración está movilizada por el American Dream y

ponen principal énfasis en la experiencia que atraviesan los migrantes en la metrópolis, tanto en

términos de “adaptación” como de “resistencia cultural”. Por ejemplo, en el título del cuento de

Clarke (“I hanging on, praise God”) confluyen ideas contradictorias como: la persistencia frente

a una dificultad (“sigo aguantando” o “sigo esperando”) y la resignación a una predestinación

divina (“¡Dios sea alabado!”). En este relato, Clemintine y Pinky son inmigrantes en Canadá

que se reparten estos roles, pues la primera de ellas, como lo sugiere su nombre, es sumisa y

creyente en Dios porque no tiene otra cosa que hacer, mientras que Pinky es extrovertida,

rebelde y celosa de la intimidad de su “cuarto propio” frente a las incursiones de su ama judía

(la señora Bergenstein), que aparece como avarienta y entrometida. Además, Pinky es quien

tiene la idea de ir a un lugar privado, donde no las miren. Esto conlleva un acto de rebeldía,

porque “escondidas” pueden hablar todo aquello que han callado antes y “emborracharse de

furia”, mientras se deja esperando (hanging on) a la señora Bergenstein. Este “acto de

resistencia” a “comparecer” ante su jefa es acompañado por el disfrute que las identifica como

barbadenses: el gusto por la charla y por el ron.7 Al final de la reunión (entendida

figuradamente como una “sentada” de descanso y de protesta a la vez -sit-in-), Pinky debe

volver corriendo a la casa de su patrona.

También en “Barbados” se hayan presentes dos actitudes contrapuestas con respecto al

lugar de poder que ocupa el hombre de la metrópolis y se muestra a través del antagonismo de 7 No obstante, ese pequeño acto de rebeldía aparece simbólicamente “dosificado”: Clem le sirve el alcohol en cucharadi -tas que se diluyen en el té (la bebida tradicional inglesa), por miedo a que su “señora” le sienta el aliento.

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dos generaciones: los barbadenses acostumbrados al amo blanco del antiguo régimen y los del

nuevo orden, los jóvenes que buscan una autonomía política real y no le temen a los blancos.

Watford es el epítome de lo caduco de esa generación de nativos que siempre descreyeron de

las fuerzas al servicio de la autonomía de la isla y que usaron su energía para servir al imperio

inglés. Todo en este hombre es incipiente: su país (donde “hacen de todo un poco, menos

trabajá”), su casa sin pintar, sus cocoteros enanos con troncos atrofiados y su apariencia

“absuelta por el tiempo, aún joven” pero demacrada por el servicio brindado en el exilio. Para

Watford el único destino lógico es aprender un oficio e ir a Inglaterra o a Estados Unidos

(como él hizo), pero al final de su vida “ve” que “vivió ciego”, que sirvió al amo equivocado

sin saber para qué, pues su nombre mismo evoca esa pregunta: what for? (¿para qué?).

En los dos relatos, la “mirada del amo”, tanto a nivel humano (la señora Bergenstein)

como simbólico (la metrópolis), es una presencia irredimible para los migrantes: esa mirada

está introyectada en Watford, que se auto-desprecia por ser negro y mira a los otros

barbadenses con “admiración” y “vergüenza”; de modo similar, las muchachas negras del

cuento de Clarke desean no ser objeto de la mirada de los canadienses, por eso se planchan el

pelo y reprimen lo estentóreo de sus voces en el transporte público. Por otra parte, la

representación de la isla natal (Barbados) en los dos cuentos es la de un lugar sin futuro, sin

progreso económico y sin tecnología, aunque también aparece como el verdadero lugar propio

en el mundo.8

De acuerdo con estos relatos el medro lo concede la metrópolis y esto es lo único que

garantiza el retorno a la tierra natal, pues la prosperidad del señor Watford en Barbados es

producto del oficio que desempeñó antes en Boston. Pinky también desea hacer dinero y

comprar propiedades en su país: “Y cuando tenga lo suficiente en esa cuenta bancaria, voy a

comprarme una hetárea o media en Highgate Garden. Una linda casita de piedra y un lindo auto

inglé marca Austin…” (YSA). Al igual que los protagonistas de ambas narraciones, estos 8 “Barbado donde la gente te sonríe y te dice bueno día” dice Pinky; “su lealtad, su lugar, estaban en otra parte” pensaba Watford, fuera de su patria.

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autores forman parte de la generación de antillanos que se exiliaron y adoptaron la nacionalidad

de su país de recepción (Canadá y EE.UU.). Los relatos de los escritores de esta generación se

refieren al periodo de auge migratorio en la historia del Caribe y en ellos también se vislumbra

las desilusiones que trajo aparejadas.9

Para finalizar con este primer eje de análisis, el tercer grupo está integrado por cuentos

publicados entre 1986 y 1992 de escritoras nacidas en la década de 1940. En ambos se

recrudecen las relaciones conflictivas entre la metrópolis y los países caribeños. Notamos en

ellos que se disuelve el tono lírico de las narraciones de las primeras décadas del siglo y ocupa

su lugar la violencia como denuncia explícita al imperialismo. Los dos cuentos presentan las

diferentes perspectivas político-ideológicas de tres generaciones de caribeños. Las abuelas y las

tías ancianas, apegadas a la tierra natal y ponderativas del afuera, se sienten abandonadas por

sus hijos, esposos y nietos, quienes fueron arrastrados por la misma idealización de la

metrópolis10 y se consuelan con fetiches y supercherías: Ma Bell retiene el dinero con el que

comprará un hermoso ataúd para su entierro, como preparativo para una “magnífica” vida

ultraterrena, mientras que las abuelas le recriminan a la blanca narradora de CBA la inexorable

fatalidad de su sangre negra, en la cual se cifra mágicamente la perdición de la familia y, en un

sentido extendido, la de su país entero.

Los personajes tapan, a través del argumento positivista del atavismo de su “mala

sangre”11, las razones socio-culturales que llevaron a los nietos a ese estado de cosas (por un

lado, la delincuencia y la inseguridad social y, por el otro, el legado de un país desabastecido al

borde de la quiebra) y de ese modo se absuelve a los mayores de toda su responsabilidad. No

9 “Durante los años 50, la gran mayoría de los caribeños se sentía acosado por la pobreza y privaciones de su mundo y buscaron otros lugares que ofrecieran mejores oportunidades. El fenómeno se complicó por la creencia de que compartían una herencia común con la madre patria, Inglaterra. Al enfrentar la realidad se hizo pedazos la ilusión de siglos alimentada por la dependencia colonial y consolidada por la educación que los llevó al trauma y a la alienación (…).” Pérez Sisto, Edith. “The Lonely Londoners: metáfora del desarraigo”. En: Contexto. 2004, vol. 8, nº. 10, p. 66.10 “Es imposible ser un hombre hecho y derecho si no se conoce Londres” (CBA); “No é que toda tu generación está en el estranjero? Siempre estuviste orgullosa de eso” (PDO).11 “(…) cada pensamiento maléfico, de todas las generaciones, por fin se había destilado en este único chico” (PDO); “Te crees que porque tienes piel blanca y ojos azules, nada más, no tienes sangre de color en tus venas. Pero la tienes. Igual que yo. Está en tus venas. No puedes escaparte de ella” (CBA).

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obstante, Jacko, el delincuente adolescente, es consciente de que su situación es producto de los

desaciertos de sus mayores, dado que expresa: “lo único que tu generación sabe hacé. Cómo dá

golpe y castigá” (PDO).

Con estas menciones explícitas, ambas autoras denuncian el estado económico

deplorable que presentan las naciones caribeñas, aunque señalan diferentes causas: en CBA, los

males se originan en una política exterior perjudicial, con su primer antecedente en la época de

la Conquista (el relato de la búsqueda de El Dorado) y su punto máximo en el “servilismo”

(entendido en términos de “lealtad”) que los guyaneses rindieron al Imperio británico durante la

Segunda Guerra Mundial, al mandar a sus hombres a combatir (el servicio militar que presta el

abuelo de la narradora). En cambio, en el relato de Senior, la causa de los problemas

económicos es universal y tiene su asidero en la “ideología”12, que impide a las clases

sometidas tomar conciencia sobre su condición y sobre la lucha de clases (la abuela espera el

Día del Juicio, pero su nieto le hace ver que el dios de ese país es parcial, tiene un solo ojo13 y

lo abre solamente para aquellos que ya tienen todo). A diferencia del cuento de Clarke antes

analizado (YSA), en el relato de Senior la acción de cifrar las esperanzas en un dios recibe una

crítica explícita: “Dios (…) era, a veces, sordo y ciego” (PDO).

Por último, tanto en CBA como en PDO la idealización de la metrópolis (Londres) es

de índole cultural, mientras que la imagen ideal del Caribe (cuando aparece en boca de turistas

ingleses) suele delinearse en términos de riqueza natural (el hallazgo de oro y playas

paradisíacas), valores muy estimados para una conciencia colonizadora. Particularmente en

CBA, ese patrimonio físico “entra en competencia” con el patrimonio cultural de Gran Bretaña

(sus museos, monumentos, bibliotecas y demás artefactos tecnlógicos). El “intercambio

desventajoso” entre ambos capitales (el cultural y el físico) se lleva a cabo encubiertamente,

12 Desde una concepción marxista, nos referimos con “ideología” a una creencia que funciona como “velo” o “falsa con-ciencia” e impide ver la realidad concreta de las sociedades humanas como una lucha de clases. Por ejemplo, la creencia consolatoria en la existencia de un mundo celestial después de la vida forma parte de la ideología.13 El símbolo también remite al ojo de Horus, símbolo masónico que se halla encima de la “Pirámide con el Ojo que todo lo ve” en el billete de un dólar estadounidense.

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“por detrás del relato” (dado que nunca se presenta como un trueque): la narradora obtiene el

prestigio, el dinero y el acervo cultural que emanan del Imperio, mientras que se despoja a la

ex colonia (Guyana) de su fuerza de trabajo, de sus bienes y de su oro. También, en PDO, a

causa de los intercambios desfavorables con las metrópolis sobreviene la falta de oportunidades

que sume a Jacko y a sus pares en una situación de marginación e injusticia: este joven padece

“una vida por delante” porque vive en un “país sin futuro”. Estos ejemplos evidencian que “la

metrópoli adquiere su autoridad, en una considerable medida, mediante la devaluación y

también la explotación de las remotas posesiones coloniales” (Said, 2004:112).

Eje argumental: afuera / adentro / afuera-adentro.

El segundo eje sigue un criterio argumental y agrupa los relatos según la movilidad de sus

personajes. Esta agrupación nos permite focalizar el análisis en la conflictiva relación entre

metrópolis y ex colonias, y desarmar las representaciones sociales que pesan sobre ellas.

En el primer grupo, tanto en el relato de Selvon como en el de Clarke, los protagonistas

son isleños exiliados en países desarrollados (Inglaterra y Canadá, respectivamente). En el

primero de ellos, las mujeres se sienten “reclusas” dentro de la gran ciudad y, al mismo tiempo,

la contemplan como si estuviesen fuera de ella, sin participar de su ritmo social: “toda esa gente

contenta contenta y divirtiéndose y yo no soy parte de esa vida, pá nada. Yo estoy ahí mirando

como si fuera un maldito mono” (YSA). Las mujeres lo perciben como un “exilio total” (no se

sienten sólo afuera de la propia tierra, sino afuera de todo), y no se vinculan con la gente,

porque se ven a sí mismas como una alteridad escandalosa (“un maldito mono”). De ahí que

sus miradas sean indiferentes a los que pasan: “Solamente gente. Todo esto año, gente gente

gente y má gente” (YSA). No se “enredan con blancos” y desean pasar desapercibidas

alisándose el cabello, callando y recluyéndose en los espacios interiores, donde sí pueden

resistir (aguantar) siendo ellas mismas y haciendo proyectos.

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También en el relato de Selvon, el protagonista, del que sólo sabemos que proviene de

los suburbios, mira como un flâneur a la gente pasar14. La diferencia con las mujeres del otro

cuento es que él sí desea sentirse parte de esa multitud que ve día a día y su relato no llega a

contar más que la historia de ese deseo de arraigar allí, de escribir sobre él escribiendo en

Londres y de ese modo quedar inscrito en ella a través de su propio relato.15 El acto de escribir

sobre una ciudad que le es hostil tiene su paralelo contrapuesto en el acto de hablarle a su novia,

porque esto le impide escribir el cuento sobre Londres y también, a la inversa: “Yo tenía la

oportunidad de decir palabras preciosas, y venía un tren y ahogaba en un estruendo de acero

mis palabras. Aun así, hablar era importante” (MNC). Desde esta perspectiva, su novia y la

ciudad aparecen identificadas como iguales y rivales en su amor (se deja fascinar tanto por la

belleza de su novia como por los “lugares de prestigio” que la gran ciudad le ofrece) y, a su vez,

intenta “conquistar” con sus palabras tanto a una como a la otra, sin estar nunca muy

convencido de lograrlo. Al final lo supera la idea de que “todo ya fue dicho” y le resulta

imposible “contar” una historia sobre la gran ciudad. No obstante, le queda la “pura expresión”

y el amor de ella. Es la historia del eterno relato que no tiene historia que contar, de ahí la

incontinencia al expresar aquello que no puede decir y la incesancia como patencia de esa

imposibilidad.

Su relato implica también la búsqueda de una forma de expresión (su amor), esto es, “el

alma” que este “marginal” proveniente de los suburbios puede darle a la megalópolis. La

ficción, como “historia particular”, funciona aquí como una “barricada” ante la Historia general

(europea) y su discurso de pretensión totalizadora. Este relato de Selvon puede leerse en

términos de “contramemoria” en el sentido que propone George Lipsitz en Time Passages:

“(…) counter-memory starts with the particular and the specific and then builds outward

14 En ambos relatos, los citadinos nativos (canadienses e ingleses) aparecen despersonalizados con referencias genéricas como “gente”, “colas”, “humanidad” y “la vida”. También suelen ser calificados como “sin sangre”, “poco cálidos” (en contraposición con la gente del Caribe), “demasiado apurados” y con mirada desaprobatoria hacia los exiliados. 15 “Todas estas palabras que espero escribir, ya las escribí muchas veces en mi cabeza” (MNC).

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toward a total story. Counter-memory looks to the past for the hidden histories excluded from

dominant narratives” (2001: 213).

Otra manera de resistir al exilio, para el narrador-protagonista de MNC, es ocupar los

lugares públicos para volverlos privados: flirtea en el subterráneo, comen en un banco de plaza,

se besan en un parque y hasta buscan un “descampado” (como lo más ajeno de lo ajeno) para

hacerlo propio a través del acto carnal. En cambio, las mujeres del cuento de Clarke emplean

otra estrategia para apropiarse de la ciudad y resistir: a medida que van viajando por Toronto,

sus miradas nostálgicas “sobreimprimen” al paisaje urbano que tienen a la vista los sitios

específicos de la isla de Barbados (“la barraca Garrison”, “la vieja playa Silver Sand”, “la calle

Jessemy”, el “Highgate Garden”).

Finalmente, en ambos relatos, ninguno de los protagonistas logra escapar de la reclusión

en la gran ciudad: en MNC, el narrador está condenado a la circularidad del “viaje

introspectivo” que propone su escritura, precisamente en las líneas del “Círculo Interno” de

Londres, y, en YSA, las protagonistas tienen su “destino sellado”, pues cada pasaporte tiene el

sello rojo que reza “PERMANENTE”.16

En el segundo grupo, el de la permanencia en la ex colonia, se presenta una interesante

dialéctica entre “el adentro” y “el afuera” de la isla, con perspectivas contradictorias en los dos

relatos. Por una parte, tanto la niña de MHA como el adolescente (Jacko) del PDO comparten

la condición de “sentirse reclusos adentro del afuera” y, como menores de edad, ser incapaces

de hacer uso de la libertad que les promete el “panorama” que contemplan. Por ejemplo, la

pequeña está fuera de su hogar de campo y dentro de la casa de su hermano, de la cual tiene

prohibido salir para conocer la ciudad. Al igual que ella, Jacko está prófugo (“fuera de la ley”)

porque escapó de la prisión, pero a la vez se siente confinado en la pequeña Jamaica,

abandonado por sus padres, que emigraron a Inglaterra y lo dejaron con su abuela. Ambos

personajes encarnan las aspiraciones de las nuevas generaciones de caribeños que viven

16 “Y eso e justamente lo que quiere decí. ¡Estamo permanente en este infierno!” (YSA).

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psicológicamente “mirando hacia afuera”, más allá de su isla, porque ven en la gran ciudad

(como símbolo para la niña del cuento de Mais) o en Londres (como lugar concreto para el

joven del relato de Senior) la promesa de un cambio de vida, un contacto con lo que consideran

el “mundo verdadero”, donde sí es posible el progreso y la prosperidad.

Por otra parte, ambos narradores insinúan que fueron los “adultos” quienes inculcaron

en los “jóvenes” ese anhelo, esa “inclinación” a sentirse extranjeros en sus pequeñas islas y

vivir asomados contemplando a la distancia las grandezas del imperio británico. Por ejemplo,

Jacko le recrimina a su abuela: “¿No é que toda tu generación está en el extranjero? Siempre

estuviste orgullosa de eso. No como nosotro, lo pobre, que no quedamo aquí” (PDO), y el

narrador del otro cuento, expresa: “Estaba harta de quedarse dentro de la casa y no hacer nada.

(…) Ella no había supuesto que iba a ser así en la ciudad. Si no, por empezar, ni se hubiera ido

de su casa” (MHA).

Retomando esta última cita, en MHA “quedarse adentro de la casa” implica convivir

con la locura de la cuñada y respetar el mandato del hermano mayor, pues “estar afuera” es

“peligroso”. El “hombre de los cables”, el extraño que le habla y que trata de convencerla de

salir, es también una metáfora de la peligrosidad de “conectarse” con aquello que lleva y trae el

“Progreso”, pues implica escalar alto y asumir el riesgo de una descarga eléctrica. La casa (la

isla) aparece idealizada como un refugio amenazado por la occidentalización y la

modernización que esta trae aparejada. En cambio, en PDO esa idealización ya no tiene cabida,

dado que “vivir adentro” de la isla es como “estar a la intemperie”. Allí la gente común debe

enfrentar “muertes, hambre, huracán, cólera, fiebre tifoidea, malaria, tuberculosis, incendio,

difteria y viaje a lugares distantes y peligrosos en busca de trabajo” (PDO). Por eso, los

personajes se dividen entre quienes soportan estoicamente esa realidad creyendo en la promesa

del Más Allá, como la anciana que “estaba ansiosa por estar acostada sobre el esplendor del

satén blanco (…) en una ataúd tan pesado tan pesado que se necesitarían doce hombres para

levantarlo” (PDO), y el joven Jacko, que comparte la idea del movimiento rastafari de que

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Jamaica es una Babilonia: “No puedo buscá a nadie má que tenga dinero ahora que Babilonia

lo está vigilando” (PDO).17

Más allá de las perspectivas sobre la causa de los “males interiores”, tanto PDO como

MHA coinciden en denunciar la mirada extasiada, infantil, de los caribeños sobre un “centro

imaginario” (la metrópolis). Esta contemplación admirativa (la de la niña con el hombre de los

cables, la de Jacko y su abuela con lo inglés) tiene sus bases en el argumento imperialista de

que los pueblos menos poderosos son inferiores y, por lo tanto, gozan de menos derechos,

menos exigencia y menos moral (Said, 2004: 81).

Finalmente, el tercer grupo reúne narraciones que constituyen “biografías de pasaje”

entre la metrópolis y las ex colonias. Tanto el personaje principal del relato de Marshall (el

señor Watford) como la narradora protagonista del cuento de Melville tienen una identidad

híbrida que los coloca en la condición de liminales cuando retornan al Caribe: él, por haber

vivido la mayor parte de su vida trabajando en Boston, y ella, por tener un padre guyanés creole

y, al mismo tiempo, ser de tez blanca y tener nacionalidad y educación inglesas. Ambos

personajes se hallan a caballo entre dos universos culturales delineados jerárquicamente: lo

inglés o lo estadounidense se identifican con la alta cultura, la riqueza y la blancura de la piel,

mientras que lo caribeño se relaciona con la cultura popular, la pobreza y la negritud.

Lo paradójico de ambas historias es que la herencia que reciben de sus padres nativos

sea, en el caso de Watford, un pasaje para ir al país extranjero18 y, en el caso de la narradora de

CBA, el pasaporte inglés y el blanqueamiento progresivo de su piel gracias al mestizaje. Es

importante señalar que esta “anglización” de los personajes implica su desculturación19, pues se

17 Según María del Socorro Herrera, "Babilonia” es el nombre que se emplea para referirse a esta isla como un “sitio en donde se plasman la frustración bajo la esclavitud y el colonialismo con sus legados, pueblos y hogares rotos.” Herrera, María del Socorro. "Los rastafari de Jamaica: movimiento social de resistencia." En: América negra. 1995, nº 9, p. 110. En sentido amplio, con ese término se refiere a todo el sistema corrupto de la sociedad occidental construido sobre el capitalismo y el imperialismo y, en sentido estricto, alude a la policía, al ejército y a toda fuerza reaccionaria del sistema. 18 “(…) sus padres murieron dejándole sólo el dinero suficiente para el pasaje a los Estados Unidos” (B).19 La desculturación, entendida como la pérdida parcial de una cultura precedente, constituye la primera fase del proceso denominado por Fernando Ortiz como transculturación. Con este se describe el “proceso transitivo” de una cultura a otra, e implica dos momentos: (1) desculturación y (2) neoculturación. Este último presupone la creación de nuevos fenómenos culturales gracias al contacto entre culturas diversas. Ortiz, Fernando. Contrapunteo cubano del tabaco y el azúcar, Caracas, Biblioteca Ayacucho, 1978, p.86.

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realiza al costo de abandonar el carácter y las costumbres barbadenses para Watford y de

quemar la partida de nacimiento para ocultar la condición de creole para Frank (el padre de la

narradora en CBA).

Por otra parte, las dos narraciones ponen el foco en las representaciones de los exiliados

acerca del tránsito entre esos dos “mundos". En el relato de Melville, Frank tiene la pesadilla de

no poder salir de la Isla Cangrejo (símbolo del retroceso que implicaría “quedarse” en

Guyana), y su hija, en cambio, sueña con puentes inmensos que atraviesan el Atlántico. Se trata

de dos generaciones con dos concepciones distintas del exilio. Mientras los padres lo sienten

como una “escapatoria”, los hijos lo piensan como la posibilidad del maridaje de dos polos

complementarios (la ex colonia y su metrópolis). Esta idea, junto con la expresión “no importa

de qué lado esté del Atlántico, el sueño es siempre del otro lado” (CBA), recalca su ilusión de

conciliar ambos horizontes y disolver las contradicciones de su naturaleza híbrida, pues su

“pasado oscuro” (su renegada condición de creole) le parecía “blanqueado”20 o disimulado por

la inocencia de sus recuerdos de infancia. No obstante, el camino de regreso de la protagonista

está jalonado de flashbacks donde esas evocaciones familiares “amables” dan al lector indicios

sutiles del sometimiento y sojuzgamiento de los nativos: por ejemplo, el retrato del indio que

observa calladamente a los hombres que “tramitan” el pasaporte a Inglaterra o el conjuro que la

amiga le hace a la narradora por envidia de su color de piel. Esta idealización de la tierra natal,

en la que cae por momentos la protagonista-narradora y que es producto de la introyección de

la cosmovisión imperialista, se desvanece al toparse finalmente con la cruda realidad familiar y

social de Guyana: “Aquí estamos todos arruinados. La familia está toda arruinada” (CBA).21

En contraposición a estas ideas, en B, el “blanqueamiento” es netamente cultural,

debido a que se expresa en las costumbres adoptadas por Watford durante su estadía en Boston.

20 Lejos de acordar ideológicamente con ello, empleamos la connotación de “oscuro” como negativo y “blanco” como positivo porque así funciona en el mundo ficticio de CBA.21 En cambio, la perspectiva de su amiga Evelyn (comprometida socialmente con su tierra) funciona como fuerza de contrapeso frente a la visión europea (extrañada) de la narradora, dado que le dice: “tendrías que quedarte (…), podríamos cambiar el rumbo de este país. (…) Este lugar podría ser un paraíso, te lo aseguro” (CBA).

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Por ejemplo, este señor cumple con el ritual de vestirse cada noche con “ropas blancas” para

sentarse a leer, trabaja su propio jardín usando un salacot (el sombrero que usaban los

colonizadores en las tierras cálidas) y se niega a los deleites populares de los nativos: apostar en

las carreras, ingerir alcohol o brindarse otros goces, como sí lo hace el señor Goodman. Estas

costumbres distintas lo llevan a ser visto como raro por sus compatriotas. La hibridez de

Watford radica en que sigue actuando como si adentro (en Barbados) se mantuvieran las

mismas condiciones de afuera (EE.UU.). Por ejemplo, actúa como si fuera su propio amo y

esclavo a la vez, pues es dueño de una casa inmensa y posee dinero, pero come en la cocina, de

pie, y realiza las labores domésticas, como si fuera su propio empleado doméstico. Por otra

parte, al principio su ida a Estados Unidos se presenta como una “huida”, pero luego, a la luz

del recuerdo, el personaje la denomina “exilio”, lo que para él salvaguarda su “lealtad” a la

tierra natal. Pero se trata de una lealtad paradójica, pues, al igual que el abuelo militar de la

protagonista del cuento de Melville, nunca creyó en el progreso de su propio país y el servicio

que prestó en Boston, a cambio de dinero contante y sonante, implicó el desgaste de su cuerpo.

Finalmente, en ambos relatos los personajes viajan cumpliendo el mandato parental y el

viaje los vuelve, al igual que la protagonista de la famosa novela de Jean Rhys, verdaderos

“negros blancos”, esto es, personas de ascendencia criolla y aspecto y formación cultural

metropolitana.22

Conclusión

A partir del eje cronológico, observamos en las narraciones un cambio progresivo en los

tópicos y su tratamiento. En el primer grupo (MNC y MHA) predomina el tema de la búsqueda

de una expresión propia, como exploración meta-narrativa en Selvon y como sondeo en la

propia identidad en Mais. Tanto uno como otro dejan de lado la narración de hechos concretos

y dan primacía al modo de narrar. El tono lírico y el registro coloquial son los recursos que

22 Rhys, Jean. Ancho mar de los Sargazos. Barcelona: Noguer, 1976.

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responden a la preocupación principalmente estética de estos autores de la primera mitad del

siglo XX.

En el segundo grupo (B y YSA) cobra relevancia la “historia” (fable) por sobre la

“narración” (sujet) al focalizarse en la experiencia traumática del exilio y en los ideales

truncados de los migrantes en los países extranjeros. Con su mayor interés en las

transformaciones culturales y sociales, estos relatos de mitad de siglo presentan un mayor

contenido de denuncia social.

En el último grupo (CBA y PDO) se acentúa el realismo social, hasta el punto de

proponerse como ficciones de resistencia al imperialismo. El tema central de la narrativa

finisecular es la actitud de las diferentes generaciones de antillanos respecto de las

representaciones y relaciones desafortunadas entre las ex colonias y las metrópolis. Ambos

narradores denuncian la realidad socio-económica calamitosa de su país, y Melville propone, a

su vez, una “Historia” que explica, a contramarcha de la “Historia oficial” occidental, las causas

de esa situación crítica. A lo largo del siglo XX, la ficción caribeña anglófona se abocó de una

forma progresivamente más explícita a denunciar cómo los prejuicios del imperialismo calaron

hondo en la mentalidad de muchos antillanos y determinaron en ellos actitudes de desprecio

hacia sus propias naciones. Hemos probado que el propósito de la mayoría de los textos aquí

analizados persigue desarmar esos prejuicios, muchas veces a través de las penalizaciones de

esas actitudes en la justicia poética de cada relato.

En cuanto al eje argumental propuesto, y en lo que atañe a las representaciones que

traslucen estos cuentos acerca de los “países desarrollados” de Occidente (Inglaterra, Estados

Unidos, Canadá), estas ficciones tienden a desmitificar las concepciones más idealizadoras del

viaje a la metrópolis; de este modo lo muestra la focalización en la experiencia traumática del

desarraigo, en las malas condiciones de trabajo y en la mirada prejuiciosa del europeo sobre el

americano. Pero esta actitud tampoco ha llevado a que los autores caribeños idealizaran su

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tierra natal, más bien lo contrario: luchan por desarmar aquella imagen imperialista del Caribe

como un pacífico paraíso de playas y palmeras.

Por otra parte, ninguno de estos relatos se centra en la figura del residente, sino en la del

migrante. No obstante, y lejos de naturalizar una versión de la identidad caribeña como

identidad siempre dislocada (como teme Donnel), esto lo interpretamos como una búsqueda

consciente (por parte de los autores) de una dialéctica que escape de los parámetros

occidentales (consagrados antes por el colonialismo, hoy por el imperialismo) que han

concebido a las nacionalidades románticamente, como esencias desgajadas, puras y autónomas.

Con lo señalado hasta aquí, concluimos en que es un error definir la identidad de las

naciones caribeñas como una totalidad homogénea. También es erróneo pensarla en términos

de migración e intercambios con la metrópolis, si antes no se logra escapar del binarismo

permanecer-migrar en los términos de seguridad-peligro, decadencia-futuro, encerrarse-ser

libre o regionalismo-cosmopolitismo. Es preciso una perspectiva crítica que rehúya esos polos

inconciliables.

Este trabajo se ha centrado en el motivo de la reclusión y el motivo de la mirada.

Hemos comprobado que los personajes de los relatos sienten la “reclusión” como una

dimensión psicológica tanto adentro como afuera de su tierra natal. Este padecimiento es

producto de razones históricas y socio-culturales: de algún modo, los caribeños anglófonos han

aprendido del imperio británico la costumbre de “mirar hacia afuera” desde dondequiera que

estuvieren.

Por otro lado, desde una visión binarista, la mirada puesta en la metrópolis

(predominante en estos relatos) suele entenderse en términos de dependencia o nostalgia del

pasado colonial. Desde nuestra perspectiva dialéctica, se trata de una afirmación de “la

interdependencia de las sociedades contemporáneas una sobre la otra y la interacción necesaria

de las sociedades una con la otra” (Said, 2004: 83).23

23 La itálica no es nuestra.

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En conclusión, los escritores caribeños aquí analizados han concebido la ficción como

un discurso de resistencia cultural y, lejos de contribuir con el “color local” a forjar una esencia

nacional, se han ocupado de problematizar la idea de una identidad política de corte europeo.

Referencias

B: “Barbados” de Paule Marshall.CBA: “Come paca y bebe agua del arroyo” de Pauline Melville.MHA: “Mirar hacia afuera” de Roger Mais.MNC: “Mi novia y la ciudad” de Sam Selvon.PDO: “País del dios de un solo ojo” de Olive Senior.YSA: “Yo, sigo aguantando, ¡alabado sea el Señor!” de Austin Clarke.

Bibliografía primaria

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Clarke, Austin. “I hanging on, praise God!” (“Yo, sigo aguantando, ¡alabado sea el Señor!”, traducción del inglés de Ariel Paz Celso, corrección de Márgara Averbach). Original: AA.VV. Penguin book of Caribbean short stories, E. A. Markham (Ed.), London-New York: Penguin Books, 1996.

Mais, Roger. “Lookout” (“Mirar hacia afuera”, traducción del inglés de Valeria Rivero, corrección de Márgara Averbach). Original: AA.VV. Penguin book of Caribbean short stories, E. A. Markham (Ed.), London-New York: Penguin Books, 1996.

Marshall, Paule. “Barbados” (“Barbados”, traducción del inglés de Valeria Rivero, corrección de Márgara Averbach). Original: AA.VV. Penguin book of Caribbean short stories, E. A. Markham (Ed.), London-New York: Penguin Books, 1996.

Melville, Pauline. "Eat Labba and Drink Creek Water” (“Come paca y bebe agua del arroyo”, traducción del inglés de Cinthia Denoya y Paula Espinosa, corrección de Márgara Averbach). Original: AA.VV. Penguin book of Caribbean short stories, E. A. Markham (Ed.), London-New York: Penguin Books, 1996.

Selvon, Sam. “My girl and the city” (“Mi novia y la ciudad”, traducción del inglés de Rosario Vilgré La Madrid, corrección de Márgara Averbach). Original: AA.VV. Penguin book of Caribbean short stories, E. A. Markham (Ed.), London-New York: Penguin Books, 1996.

Senior, Olive. “Country of the One Eye God” (“País del dios de un solo ojo”, traducción del inglés de María Belén Bustos, corrección de Márgara Averbach). Original: AA.VV. Penguin book of Caribbean short stories, E. A. Markham (Ed.), London-New York: Penguin Books, 1996.

Bibliografía secundaria

Chakrabarty, Dipesh. “Postcoloniality and the Artifice of History”. En AA.VV. The post-colonial studies reader. London-New York: Routledge, 2006.

Donnell, Alison. Twentieth-Century Caribbean Literature. Critical moments in Anglophone literary history. London-New York: Routledge, 2006.

Herrera, María del Socorro. "Los rastafari de Jamaica: movimiento social de resistencia." En: América negra. 1995, nº 9, pp. 109-134. Disponible en internet: <http://www.javeriana.edu.co/Genetica/Libros%20America%20Negra/AmericaNegra9.pdf#page=109>..

Lipsitz, George. Time Passages. Collective Memory and American Popular Culture. Minneapolis-London: University of Minnesota Press, 2001.

Ortiz, Fernando. Contrapunteo cubano del tabaco y el azúcar, Caracas: Biblioteca Ayacucho, 1978, p.86.

Pérez Sisto, Edith. “The Lonely Londoners: metáfora del desarraigo”. En: Contexto. 2004, vol. 8, nº. 10, pp. 63-72. Disponible en Internet: <http://www.saber.ula.ve/ bitstream/123456789/18931/2/articulo4.pdf>.  ISSN 1315-9453

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Rhys, Jean. Ancho mar de los Sargazos. Barcelona: Noguer, 1976.

Said, Edward W. Cultura e imperialismo. Traducción de Nora Catelli. Barcelona: Anagrama, 2004.

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