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  • DEL CIPRSLA SOMBRA Sbado 2.12.17 EL NORTE DE CASTILLA

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    A principios de ao, durante las vaca-ciones navideas, se me murieron en pocos das, sin haber ganado respectivamente el Cervantes y el Nobel, el argentino Ricar-do Piglia y el ingls John Ber-ger. Sent lo mismo que al mo-rirse anteriormente, por ejem-plo, el irlands Seamus Hea-ney o el hngaro Imre Kertsz, que s fueron premio Nobel. Cuando se ha conectado ple-namente con la obra de un au-tor, su muerte me niego a es-cribir, como cada vez se estila ms, su desaparicin o su mar-cha deja una sensacin de pr-dida, incluso de orfandad: ya no van a poder escribir para nosotros aquello que solo re-conocemos por sus palabras, nunca leeremos lo que hemos sentido o pensado y no somos capaces de expresar, luego vi-viremos menos.

    Unos meses despus de su muerte, han aparecido sendos libros pstumos suyos. De Ber-ger, Y nuestros rostros, mi vida, breves como fotos (Nr-dica), un homenaje en toda re-gla, ya que el volumen en su conjunto, de tapa dura, es una maravilla para la vista y el tac-to, con el aadido de las ilus-traciones hermosas y delica-das de Leticia Ruifernndez, en las que ya estaba trabajan-do cuando falleci. Hace ms o menos una veintena de aos, uff, apareci ntegro y con la misma traduccin, como se-gunda parte de la antologa P-ginas de la herida (Visor). Pero releerlo ahora, exento e ilus-trado, con los poemas tambin en el ingls original, es un pla-cer grande.

    El libro toma el ttulo del ltimo verso del primer poe-ma y se gemina entre lo tem-poral y lo espacial, alternando el verso y la prosa. Los poemas con frecuencia completan o amplan el sentido de las pro-sas, que a su vez recuperan la poesa que emana de la gracia infantil, como la inicial, con varios animales (lucirnaga, pato, liebre, gatito) presenta-dos en lugares o circunstan-cias inslitos. En general, los fragmentos prossticos desta-can por su aliento lrico, de he-cho varios se adentran (trans-portamos poesa/como los tre-nes de mercancas del mun-do/transportan ganado) en la naturaleza de la poesa, los poetas y los poemas. Realmen-te puede considerarse un poe-mario neto, por cuanto, aun con los tintes ensaysticos de algunas apreciaciones sobre parejas de conceptos abstrac-tos como el placer y el dolor, el amor y la muerte o el tiem-po y la conciencia, los textos se dirigen siempre hacia el mis-terio de todas las cosas lorquia-no.

    Para m la lectura de Berger ha sido desde Puerca tierra (Alfaguara) hipntica y prove-chosa, ms que en los propios renglones siempre lo he segui-do y disfrutado entre lneas.

    Se puede estar ms o menos de acuerdo con sus ideas, dis-cutibles sobre todo en el pla-no sociopoltico, pero sus ar-gumentos nunca defraudan, jams recurre a lo trillado. Y bastaran sus escritos sobre la emigracin bellsimos los que aparecen en estas pginas o sobre el ocaso del campesina-do europeo y no digamos en lo referente a la pintura Van Gogh, Caravaggio, el inmen-so Rembrandt o Vista de Delf a partir de Vermeer para cerrar el libro, con la que tanto con-vivi, en la que tanto trabaj y se mir y nos ense a mi-rar, para aconsejar su lectura.

    Con Un da en la vida con-cluyen Los diarios de Emilio Renzi (Anagrama) de Piglia, grafmano impenitente: no poder escribir es el infierno. La primera parte, que comien-za, a sus treinta y seis aos, donde acab la entrega ante-rior, en el infausto 1976, cuan-do el golpe de estado de Vide-la se muestra dursimo con Sbato o Borges, a quienes tan-to admir pero no duda en lla-mar canallas, y el pramo intelectual subsiguiente, aun-que lo peor es la siniestra sen-sacin de normalidad, se de-sarrolla bajo la amenaza cons-tante del arresto, la desapari-cin o la espada de Damocles del exilio, no en vano este tra-mo de tiempos sombros, que desembocan en la guerra de las Malvinas, lo titula Los aos de la peste.

    Mantiene, eso s, las cons-tantes de tono y estilo de los dos volmenes anteriores, igual de recomendables. Piglia, a travs de su lter ego Renzi, sigue con sus amoros, avan-ces novelsticos y miserias co-tidianas, como un flneur de las ciudades y de la historia universal de la escritura, un tanto diletante, pero una m-quina literaria perfectamente engrasada desde un cmulo de lecturas, sean tcnicas, fic-cionales o estratgicas, febril, masivo, inabarcable (Mada-me Bovary para empezar), des-de el ejercicio minucioso y res-ponsable de la crtica textual (arranca con Sarmiento, El Quijote y el inevitable Arlt) y desde la experiencia con es-critores (visita de Roa Bastos para abrir boca) y pensadores (Barthes y Lacan de inicio). Todo ello conforma una cos-movisin personal de una sin-gularidad terica portentosa, nica en la narrativa en espa-ol contempornea. Baste la entrada de obertura: Alguien que escribe un cuaderno alfa-btico y ordena las emociones, las letras guan los sentimien-tos (qu sintaxis puede resis-tir el descubrimiento de la pa-sin?). O la del descubrimien-to de Alan Pauls, el encontro-nazo con John Barth en Ber-keley o cuando observa en una Feria del Libro, sin atreverse a hablarle, a Juan Rulfo, solo, firmando y trasegando coca-colas.

    Tras un largo parntesis de

    La lectura como homenaje

    UN NGULO

    ME BASTA

    FERMN HERRERO

    IN MEMORIAMJohn Berger. :: S. DI NOLFI

  • Sbado 2.12.17 EL NORTE DE CASTILLA

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    fragmentos en tercera perso-na con Renzi como protago-nista de conatos de narracio-nes, el tomo y los diarios se cie-rran con apuntamientos suel-tos, en los que mejor demues-tra, creo, su clarividencia ex-trema y su capacidad metaliteraria, desde sus das en Princeton como profesor donde escribi la narrativa que ms me gusta hasta su muerte. Las ltimas anotacio-nes, a modo de telegramas, son sobrecogedoras, cabe imagi-narlas al hilo del avance ine-xorable de la enfermedad de-vastadora que sufri, la ELA. La cabeza intacta (me he re-fugiado en la mente, el len-guaje y el porvenir) como tes-tigo de la destruccin corpo-ral y vital implacable: No pue-do ya vestirme solo [] La si-lla de ruedas, el andar mec-nico, el cuerpo metlico. Estremecedor, la enferme-dad como garanta de lucidez extrema. Hasta el final.

    Como un homenaje a tres de las plumas, como se dira en aquel entonces, ms desta-cadas de la Repblica, en ge-neral injustamente posterga-das o silenciadas tras la guerra, se puede tomar Tres periodis-tas en la revolucin de Astu-rias (Libros del Asteroide), que ana la visin de los trgicos acontecimientos de 1934 de Jos Daz Fernndez, Manuel Chaves Nogales y Josep Pla. Y qu plumas, son tres prosistas de una enjundia y altura ex-cepcionales. Ms de la mitad del volumen lo ocupa el repor-taje a modo de narracin Oc-tubre rojo en Asturias, del in-fortunado Daz Fernndez, re-construccin al hilo del fragor de los acontecimientos, de la sublevacin armada de los mi-neros, con cuyo arrojo teme-rario simpatiza. Parte del es-tallido de la barahnda revo-lucionaria en Mieres, hasta su aplastamiento, la fuga de los comits, la huida por el mon-te y la capitulacin. Entre me-dias, saqueos, bombardeos, fu-silamientos, uso enloquecido de la dinamita, voladura de la universidad y destrozo de la catedral, que casi fue de la ciu-dad entera, devastada por com-pleto, reducida en buena par-te a escombros: la ciudad muerta, la llama Chaves No-gales. Unos 1.500 muertos.

    Complementan esta narra-cin pormenorizada sobre la revuelta unas crnicas del pers-picaz Pla para La veu de Cata-lunya, primero desde Madrid un bosquejo del conato sub-versivo, luego desde Bilbao y por ltimo ya sobre el terre-no, conmocionado, en los es-tertores de la insurreccin. Su anlisis en crudo y en directo es lcido, preciso su ojo cl-nico barrunta claramente la guerra civil, demoledor, en el buen sentido de la palabra. Debera ser obligatorio, ahora que mientras escribo segui-mos con la matraca del desa-fo nacionalpopulista desde la cesada y dispersa, presa y fu-

    gada Generalidad. Chaves No-gales, por su parte, lleg a As-turias el mismo da que Pla y escribe seis artculos para el diario Ahora del que fuera di-rector. Su reconstruccin re-corre con su habitual maestra y el bistur bien afilado los in-trngulis y fases de la utpi-ca revolucin social y deslin-da los terribles hechos de los rumores truculentos sobre la barbarie desencadenada.

    Como homenaje a su autor, con un doble motivo: el cen-tenario de su nacimiento y el cuarto de siglo que alcanza el premio que lleva su nombre, debe tomarse tambin la An-tologa potica (Hiperin) de Ricardo Molina, que de paso rinde tributo al grupo cordo-bs Cntico, a cuyo ncleo fundacional, junto a Juan Ber-nier y Pablo Garca Baena per-teneci por derecho propio este articulista, crtico, traduc-tor y flamenclogo, amante del campo solitario. Aunque solo public siete libros, su obra completa en dos volme-nes, que inclua adems sus poemarios pstumos, se me hizo en su da un tanto cansi-na. De ah la pertinencia de esta analecta muy bien selec-cionada y prologada por Pedro Roso. Molina me parece un poeta ms bien de antologa. Y quin no, cabra puntuali-zar.

    Sus dos libros ms destaca-dos son elegas, las de Sandua y las de Medina Azahara. En muchos de sus poemas logra lo mejor de s mismo cuando acompasa sus serenos e impe-cables alejandrinos, de cesura y hemistiquios, con imgenes luminosas, muy plsticas, que encarecen la belleza cotidia-na de cuanto nos rodea, el amor y la dicha de disfrutarla, con cierto deje entre nostlgi-co y melanclico, a travs de una semntica cuidada y de una destreza retrica sin aspa-vientos, que rebaja el esteti-cismo de Cntico hasta la so-briedad meditativa, mante-niendo la sensibilidad a flor de verso en pos de la plenitud de la unidad primigenia median-te un sensualismo hedonista y un pantesmo helnico.

    Y NUESTROS ROSTROS, MI VIDA, BREVES COMO FOTOS John Berger, Nrdica, 206 pp., 21,50 .

    LOS DIARIOS DE EMILIO RENZI (UN DA EN LA VIDA) Ricardo Piglia, Anagrama, 296 pp., 21,90 .

    TRES PERIODISTAS EN LA REVOLUCIN DE ASTURIAS Jos Da