* en realidad no le gustan. y tengo que admitir que ... · —no hay leche —dijo mi hermana. mi...

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E n la nevera solo quedaba zumo de naran- ja. No había nada más para acompañar los cereales, salvo que te gusten los Toastios con ketchup, mayonesa o el vinagre de los pepinillos, y a mí no me gustan, ni a mi hermana pequeña tampoco, aunque ella ha llegado a comer cosas bastante raras, como chocolate con champiñones. * —No hay leche —dijo mi hermana. —No —dije yo, mientras miraba de- trás de la mermelada por si acaso—. No queda nada. * En realidad no le gustan. Y tengo que admitir que no le dije que había champiñones en el chocolate. Era un experimento.

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Page 1: * En realidad no le gustan. Y tengo que admitir que ... · —No hay leche —dijo mi hermana. Mi padre se quedó pensando en ello. Parecía que estaba a punto de sugerir que desayunáramos

En la nevera solo quedaba zumo de naran-ja. No había nada más para acompañar los cereales, salvo que te gusten los

Toastios con ketchup, mayonesa o el vinagre de los pepinillos, y a mí no me gustan, ni a mi hermana pequeña tampoco, aunque ella ha llegado a comer cosas bastante raras, como chocolate con champiñones.*

—No hay leche —dijo mi hermana.

—No —dije yo, mientras miraba de-trás de la mermelada por si acaso—. No queda nada.

* En realidad no le gustan. Y tengo que admitir que

no le dije que había champiñones en el chocolate. Era un

experimento.

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Nuestra madre se había ido a un congreso a pre-sentar un trabajo sobre las lagartijas. Antes de mar-charse, nos repitió todas las cosas importantes que debíamos recordar mientras ella estuviera fuera.

Mi padre estaba leyendo el periódico. Normalmente no presta mucha atención a lo que pasa a su alrededor mientras lee la prensa.

—¿Me has oído? —le preguntó mamá, que es un poco desconfiada—. ¿Qué acabo de decir?

—No olvides llevar mañana a los niños al ensayo

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de la orquesta; el miércoles por la noche toca clase de violín; os he dejado las cenas en el congelador para las noches que voy a pasar fuera, cada una con su correspondiente etiqueta; les he dejado una copia de las llaves a los Nicolson; el fontanero vendrá el lunes por la mañana, así que no uséis la cisterna del lavabo de arriba hasta que lo haya arreglado; no olvidéis dar de comer a los peces; nos quieres mucho y volverás el jueves —dijo mi padre.

Creo que a mi ma-dre le sorprendió.

—Sí, eso es —dijo.Nos dio un beso a cada

uno y luego dijo:

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—Ah, y casi no queda leche. Tendrás que ir a comprar.

Cuando se marchó, papá se preparó una taza de té. Todavía quedaba algo de leche.

Descongelamos la Cena Número Uno, pero aca-bamos liándola, así que nos fuimos al restauran-

te indio. Antes de acostarnos, papá nos preparó un chocolate caliente para compensarnos

por la ausencia de mamá.

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ESO

fue anoche.

ausencia de mamá.

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Hoy papá entró en la cocina y dijo:—Comeos los cereales. Y recordad que esta tarde

tenéis ensayo con la orquesta.—No podemos comernos los cereales —dijo mi

hermana, con tristeza.—No veo por qué no —replicó mi padre—. Tene-

mos toda clase de cereales. Hay Toastios y también muesli. Tenemos cuencos. Tenemos cucharas. Las cucharas son fantásticas. Son como tenedores, pero no pinchan.

—No hay leche —dije.—No hay leche —dijo mi hermana.Mi padre se quedó pensando en ello. Parecía que

estaba a punto de sugerir que desayunáramos algo para lo que no hiciera falta leche, como salchichas, pero entonces debió de recordar que, sin leche, tam-poco él podía tomarse su té. Puso esa cara que pone cuando no hay té.

—Pobres hijos —dijo—. Voy a acercarme a la tienda de la esquina. Compraré leche.

—Gracias —dijo mi hermana.—Que no sea desnatada —le pedí yo—. Sabe a

agua.

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—Vale —dijo mi padre—. Sin desnatar.Se marchó.Me serví unos Toastios en un cuenco. Me que-

dé mirándolos.

Esperé.

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—¿Cuánto tiempo ha pasado? —preguntó mi her-mana.

—Siglos.—Eso me parece.Bebimos zumo de naranja. Mi hermana se puso a

practicar con el violín. Yo le sugerí que lo dejara, y lo dejó.

—¿Y ahora, cuánto tiempo ha pasado?—Siglos y siglos —le respondí.

—¿Y si no vuelve?—Pues tendremos que desayu-

nar pepinillos.—Los pepinillos no son para desa-

yunar —dijo mi hermana—. Y, de todos modos, a mí no me gustan los pepini-llos. ¿Y si le ha pasado algo horrible? Mamá nos echaría la culpa a nosotros.

—Imagino que se habrá encontra-do con algún amigo en la tienda —la

tranquilicé—. Se habrán puesto a hablar y habrá perdido la noción del tiempo.

Me comí un Toastio a palo seco a ver qué pasaba. No estaba mal, pero están mejor con leche.

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Oí que alguien abría y cerraba la puerta delan-tera, y entró mi padre.

—¿Dónde te habías metido? —preguntó mi hermana.

—Ah —dijo mi padre—. Hum, sí… Pues es curioso que me lo preguntes.

—Te has encontrado con un conocido y se te ha ido el santo al cielo.

—He comprado la leche —dijo mi padre—. Y la verdad es que sí que me he parado un momento a saludar al señor Ronson, el vecino de enfrente, que estaba comprando el periódico. Pero cuando he salido de la tienda, he oído un ruido extraño que venía de arriba. Era algo como: Al levantar la vista he visto un enorme disco pla-teado flotando sobre Marshall Road.

»“Caray”, me he dicho. “Esto no es algo que se vea todos los días.” Y entonces, ha sucedido algo muy extraño.

—¿Más extraño todavía? —pregunté.—Sí, francamente E X T R A Ñ O —dijo

mi padre—. Del disco ha salido un rayo de luz; una luz brillante y muy potente que se distin-

z u m m-zumm.

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guía perfectamente incluso a la luz del día. Y cuando he querido darme cuenta, me he visto absorbido ha-

cia arriba. Por suerte, me había metido la leche en el bolsillo del abrigo.

La cubierta del disco era de metal. Era tan grande como un campo de fútbol, O M Á S .

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O M Á S .

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Hemos venido a tu planeta desde un mundo muy lejano —me dijeron las personas que

iban en el disco.Los llamo «personas», pero eran más bien verdes

y un poco globosos, y parecían muy mosqueados.—Como representante de tu especie, te exigimos

que nos entregues todo el planeta. Vamos a remode-larlo.

—Ni hablar del peluquín —les dije.—Entonces —dijo uno de ellos— traeremos aquí

Y SALTÉ.

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a todos tus enemigos para que te hagan la vida imposible hasta que aceptes entregarnos el planeta.

Iba a explicarles que yo no ten-go enemigos cuando vi una gran puerta metálica con un cartel que decía:

Abrí la puerta.—No hagas eso —dijo un

ser globoso y verde—. Dejarás que entre el continuo espacio-tiempo.

Pero era demasiado tarde; ya había abierto la puerta.

Y SALTÉ.

SALIDA DE EMERGENCIA NO ABRIR BAJO NINGÚN CONCEPTO Y VA POR TI, SÍ

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Por suerte, tenía bien agarrada la leche, así que cuando caí al mar no la perdí.

—¿Qué ha sido eso? —dijo una voz de mujer—. ¿Un pez grande? ¿Una sirena? ¿O era un espía?

Quería decirle que yo no era ninguna de las tres cosas, pero tenía la boca llena de agua de mar. Noté que me subían a la cubierta de un pequeño barco. En la cubierta había varios hombres y una mujer, y todos parecían muy mosqueados.

—¿Se puede saber quién eres, marinero de agua

Me

C AÍIIII IIII.

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dulce? —me preguntó la mujer, que llevaba un som-brero grande en la cabeza y un loro en el hombro.

—¡Es un espía! ¡Una morsa con abrigo! ¡Una nue-va especie de sirena con pies en lugar de cola! —di-jeron los hombres.

—¿Qué estás haciendo aquí? —me preguntó la mujer.

—Pues he ido un momento a la tienda de la es-quina a comprar leche para el desayuno de mis hi-jos y para mi té de la mañana, y cuando me he dado cuenta...

—¡Miente, Su Majestad!La mujer desenvainó su alfanje.—¿Te atreves a mentirle a la Reina de los Piratas?

Por suerte, tenía la leche bien agarrada, y se la enseñé.

—Si no he ido a la tienda de la esquina a comprar, ¿de dónde he sacado entonces esta leche?

Al oír esto, los piratas se quedaron mudos del todo.

—Bueno —continué—. Si pudierais acercarme a mi destino os quedaría muy agradecido.

IIII.

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—¿Y adónde se supone que vas? —preguntó la Reina de los Piratas.

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—A la esquina de Marshall Road con Fletcher Lane —respondí—. Mis hijos me esperan para de-sayunar.

—Ahora estás en un barco pirata, amigo mío —dijo la Reina de los Piratas—. Y no te vamos a acercar a ninguna parte. Solo tienes dos opciones: unirte a mi tripulación como un pirata más, o negarte a hacerlo, y en ese caso rajaremos tu cobarde gargan-ta y acabarás en el fondo del mar, donde servirás de alimento a los peces.

—¿Qué tal un paseo por la tabla? —pregunté.—¿Y ESO qué es? —dijeron los piratas.—¡Un paseo por la tabla! —exclamé—. ¡Es lo

que hacen los piratas de verdad! Veréis, os lo voy a enseñar. ¿No tenéis alguna tabla por ahí?

Hubo que buscar un poco, pero encontramos una tabla, y les enseñé a los piratas dónde había que po-nerla.

Pensamos en fijarla con clavos, pero la Reina de los Piratas decidió que era más seguro que los dos piratas más gordos se sentaran en uno de los ex-tremos.

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—¿Y por qué quieres caminar sobre la tabla? —preguntó la Reina de los Piratas.

Me subí a la tabla. Las azules aguas del Caribe salpicaban con suavidad mis pies.

—Bueno, he leído muchas historias de piratas, y me parece que si voy a ser rescatado...

Los piratas se echaron a reír de tal forma que les temblaba la panza, y el loro alzó el vuelo, atónito.

—¿Rescatado? —dijeron—. Nadie va a venir a rescatarte. Estamos en mitad del mar.

—Sin embargo, siempre que alguien viene al res-cate lo hace justo cuando estás caminando sobre la tabla.

—Pero nosotros no hacemos eso —dijo la Rei-na de los Piratas—. Toma este DOBLÓN ESPAÑOL y únete a nosotros en nuestras aventuras piráticas. Es-tamos en el siglo xviii, y siempre hay hueco para otro pirata brillante y entusiasta.

Cogí el doblón al vuelo.—Ojalá pudiera aceptar tu propuesta, pero tengo

hijos. Y están esperando su desayuno.

Llegados a este punto,

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—¡En tal caso debes morir! ¡Camina por la tabla!

Fui hasta el extremo de la tabla. Los tiburones nadaban en círculos. Y también las pirañas...

Llegados a este punto,

POR PRIM ERA VEZ.

interrumpí a mi padre

—Un momento —dije—. La piraña es un pez de agua dulce, ¿qué hacían esas pirañas en el mar?

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