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GABRIEL LOBO LASSO DE LA VEGA Y EL DISCURSO POLITICO CENTRALIZADOR EN LA ESPAÑA DE
FINES DEL SIGLO XVI
Alfredo Hermenegildo Université de Montréal
La crisis política que sacudió la España filipina en el último tercio del
siglo XVI ha sido descrita en trabajos históricos relativamente recientes. Me referí a ellos en el estudio que precede la edición de la Tragedia de la destruyción de Constantinopla, de Gabriel Lobo Lasso de la Vega, publicada últimamente1. La denuncia del peligro interior que representaba el morisco, con las correspondientes consecuencias determinantes de las relaciones españolas con los turcos, y la reacción contra la puesta en tela de juicio del sistema político instaurado por Carlos V y Felipe II, son las dos coordenadas fundamentales "que aparecen como inspiraciones profundas del quehacer literario de Gabriel Lobo Lasso de la Vega, miembro de la nobleza media e inferior del reino y beneficiario de los favores filipinos por sus servicios cortesanos"2.
Esta conclusión, salida del análisis de la tragedia citada, es complementaria de la que surgía de mi introducción a la edición de la Tragedia de la honra de Dido restaurada3, en que se ponía de manifiesto la presencia de los rasgos conformadores de una ideología marcada por el respeto y la defensa del sistema político vigente, a través de unos signos dramáticos y de unas estructuras narrativas claramente establecidas.
En el presente trabajo, y como complemento a los estudios lassianos ya aparecidos4, ofrecemos los resultados de una investigación hecha utilizando
1.-‐ Gabriel Lobo Lasso de la Vega, Tragedia de la destruyción de Constantinopla. Introducción, edición y notas de Alfredo Hermenegildo. Kassel, Edition Reichenberger, 1983, pp. 3-‐8. 2.-‐ Idem, p. 8. 3.-‐ Gabriel Lobo Lasso de la Vega, Tragedia de la honra de Dido restaurada. Introducción, edición y notas de Alfredo Hermenegildo. Kassel, Edition Reichenberger, 1986. 4.-‐ Véase, además de los dos precedentes, el estudio "Teatro y consolidación de estructuras político-‐sociales: el caso de Gabriel Lobo Lasso de la Vega" (Segismundo, 15: 1981, 51-‐93), utilizado abundantemente en la introducción a la edición de La honra de Dido restaurada.
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otro corpus, el que forman las dos colecciones de romances que han llegado hasta nosotros.
Dentro del volumen Primera parte del romancero y tragedias5, aparece una serie de setenta y seis romances, impresos varios de ellos en el Romancero General6 y en el Romancero publicado por Durán dentro de la Biblioteca de Autores Españoles. Una segunda colección, la titulada Manojuelo de romances nuevos, y otras obras7, incluye un conjunto de 137 poemas, algunos ya aparecidos en el Romancero y tragedias, aunque con variantes que no podemos estudiar sistemáticamente en este corto trabajo.
Nuestra hipótesis, teniendo en cuenta los resultados obtenidos en los estudios ya citados, es que, a través del corpus romanceril, se manifiesta una serie de signos que denuncian la ideología lassiana, basada en una defensa a ultranza del orden monárquico y centralizador reinante en España, en la promoción de un nacionalismo purista, excluyente de toda concesión a la extranjería, y en la edificación de un país articulado en torno a consideraciones salidas del discurso dominante, el de las clases sociales privilegiadas en Castilla, dentro del espacio histórico llamado el "antiguo régimen".
El Lasso conservador de las dos tragedias hace uso ahora, en los romances, de dos temas principales: el del rey, como instrumento de la "verdad" nacional, y el de los "moros" y moriscos, como objeto del rechazo propuesto por quien necesita asegurar una España fuerte, centralizada, salida de la tradición gótica e incontaminada por la presencia musulmana.
No vamos a recurrir a los presupuestos metodológicos de una sociología de la literatura basada en el establecimiento de paralelos primarios surgidos de la comparación del contexto histórico y del texto escrito. Nos guían, en cambio, las luminosas consideraciones de Lucien Goldmann en torno a las relaciones entre la conciencia de un grupo social y el universo de la obra considerada, vistas a través de la homología de sus estructuras profundas8.
La anécdota que aflora en la superficie textual responde a unos condicionamientos del individuo, del escritor, causados por su pertenencia a un
5.-‐ Alcalá de Henares, 1587. 6.-‐ Romancero general (1600, 1604, 1605). Edición, prólogo e índices de Ángel González Palencia. Madrid, C.S.I.C., 1947. 2 vols. 7.-‐ Zaragoza, 1601. Ha sido reeditada, con una introducción, por Eugenio Mele y Ángel González Palencia (Madrid, S.A.E.T.A, 1942). 8.-‐ Lucien Goldmann, Le dieu caché. Etude de la vision tragique dans les "Pensées" de Pascal et les tragédies de Racine. París, Gallimard, 1964; Pour une sociologie du roman. París, Gallimard, 1964.
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estamento social determinado, por los intereses de clase, etc... El sujeto transindividual que anida bajo las manifestaciones del aspecto exterior de la fábula, vive integrado, o en oposición dialéctica, dentro de la estructura englobante, la que organiza la vida histórica de una determinada sociedad. De ahí la posibilidad de explicar la anécdota del texto, por medio de la identificación de la estructura profunda que la genera, dentro del haz de luz que proyecta la estructura englobante.
El escritor Lasso de la Vega, en una buena parte de sus romances, confía la narración a un sujeto, un "yo" narrante, identificado como pobre, huraño, conformista y unido gloriosamente, por vínculos familiares, a la empresa destructora de la presencia musulmana, "mora", en la historia española. El sujeto del romance 50, del Manojuelo9, se autopresenta como "un hidalgo pobre", que vive en la corte "pendiente / de unas remotas promesas, / que de ciertos personajes / tengo por vías secretas" (M: 137-‐138). Si se alimenta "de pepinos / de rábanos y de arbejas / y de fáciles legumbres, más que costosas, digestas" (M: 138), no por eso renuncia a la identificación de nombres conocidos que le unen a familias ilustres de la historia española: Zald�var, Saavedra, Lobo, Santa Cruz y Lasso de la Vega (M: 139).
El romance 88 de M, vuelve a presentar la triste situación económica del sujeto, ahora identificado como poeta de vida mísera, cuya familia ayunaba por necesidad. "Yo con mi cruz acuestas -‐dice (M: 235)-‐ / afanaba porque hubiese humos en mi chimenea". La broma, las "tres chufetas" (M:236) con que los suyos se iban a acostar, eran el sustituto del "pan y lentejas" (M: 236) con que pasaban a veces, rezongando, la miseria colectiva.
Sobre este cañamazo teje el autor otros signos que acompañan a los distintos sujetos -‐o al mismo sujeto de la narración de los distintos romances-‐. Su carácter huraño le hace decir que "huygo del humano trato, / con la soledad me entiendo, / quizá nací para planta / y si no lo soy, serélo" (M: 46), o que "soy algo desabrido / y tengo pocas palabras" (M: 49).
Ni la pobreza ni el carácter huraño empujan al sujeto de los romances a enfrentarse con el sistema social que le pone en tal situación. Al contrario, adoptando el lugar común literario del beatus ille10, con la subversión o, mejor, la
9.-‐ Citaré. a partir de ahora, las dos colecciones de romances, con las siglas M (para Manojuelo de romances, según la edición de Mele-‐González Palencia, Madrid, 1942)) y RyT (para Primera parte del romancero y tragedias, Alcalá de Henares, 1587) 10.-‐ En La destruyción de Constantinopla (vv. 129-‐136) y en La honra de Dido restaurada (vv. 399-‐414) Lasso ha manipulado la tradición literaria, la genealogía
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perversión de sus valores, el romancero lassiano se limita a agredir oralmente a quienes disfrutan, quizás indebidamente, de los puestos públicos, pero no pone en tela de juicio la existencia de dichos puestos segregados por el sistema vigente. Entre el rechazo del poder que alienta en la Vida retirada de fray Luis de León, y la agresión contra los que disfrutan el cargo que uno mismo podría ocupar, hay un abismo que sólo puede llenar y explicar el conformismo de quien acepta el sistema y espera su propio turno. En el romance 11 de M, se propone el abandono de las ambiciones y el confinamiento en la mediocridad por parte de quien prefiere la dificultad e incomodidad de lo conocido al riesgo de lo ignoto:
oigo una comedia, que es gustoso rato: si la alaba el vulgo yo también la alabo; cálome el sombrero, noto lo que es malo, río los donaires, que ahora no acabo. [...] Veo cien mil coches cargados de sapos, que adquieren grandeza con ir muy despacio; veo en puestos buenos asnos empinados, a quien sólo faltan orejas y rabos, y para moler engañan callando. [...] Crío buena sangre, de cintura ensancho, y a los pretendientes
intertextual del beatus ille, usándola como instrumento de compensación en el enfrentamiento entre dominantes y dominados. El tópico de la desdicha del rico se convierte, en manos de Lasso, en el vehículo de una ideología conservadora, predicada desde el poder.
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déles Dios mal año (M: 35-‐37) Ni la pobreza, ni el carácter huraño, ni el conformismo del "yo" sujeto
de los romances, quitan al autor el deseo de cantar las excelencias de su propio nombre. En los romances 49 de RyM y 95 de M, el sujeto es "Garci Laso de la Vega", valeroso soldado que, a la edad de diecisiete años, lucha en combate singular con el moro Tarfe, le corta la cabeza y se la presenta al monarca. El actante que representa el poder, el rey don Fernando, le recompensa con el nombre que, a partir de entonces, sería el de su familia:
Valeroso Garcilaso llamaos tambien de la Vega pues en ella aueys ganado oy el inmortal renombre por esse indomito braçoo" (RyT: fol. 85v)
Y como Garcilaso había rescatado el "letrero de la Auemaria" que
exhibía provocativamente el moro Tarfe, el rey le autoriza a poner la divisa "Ave Maria" en sus armas y blasón, al tiempo que le nombra caballero de Santiago y capitán. Gabriel Lobo, en el escudo que aparece en la edición de la Primera parte del Cortés Valeroso y Mexicana (Madrid, 1588), imprime, en efecto, las palabras otorgadas al capitán que venció a Tarfe, estableciendo así relaciones familiares con el héroe del romance y, en consecuencia, con la nobleza española salida de las luchas contra los musulmanes. En la versión que del romance da M (258), se afirma que la nobleza de la familia es anterior a la hazaña contra Tarfe y al premio real.
En las dos colecciones de romances estudiadas, se utilizan numerosos temas históricos, en que, más allá de la anécdota superficial, se hacen afirmaciones inequívocas sobre el concepto de la figura del rey, el respeto que le es debido, y la necesidad de defender una institución real fuerte y eficaz, como encarnación de los valores patrios y vehículo privilegiado de su mantenimiento. El yo narrante pobre, huraño, conformista e identificado a la nobleza tradicional en la persona del héroe Garcilaso de la Vega, se manifiesta en algunas composiciones como defensor de la figura real, cualquiera que sea la circunstancia histórica en que tal figura está implicada.
La peligrosidad inherente a la vida del gobernante, cuya casa es menos "quieta y segura" que la choza "de esteril junco formada / con vnos fragiles leños / que sufren la leue carga" (RyT: fol. 22r), va acompañada de la afirmación típica de quien defiende el estatuto de la clase dominante y rechaza la
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ingratitud del pueblo contra su soberano. El romance 14 de RyT (fols. 26v y 27r) describe la muerte de Julio César en el senado a manos de los conjurados. La fortuna ha abandonado al poderoso. Y añade el narrador:
que luego dio en desabrirse con el el pueblo Romano, y a darle con suelta lengua nombre injusto de tirano, paga que al bien recibido haze continuo el ingrato do pocas vezes se vee, bien hecho sin este pago amigo de nouedades, el pueblo desuergonçado, sin considerar de Iulio los beneficios tan altos [...]
El rechazo del pueblo ingrato, desvergonzado, de suelta lengua,
injusto y desabrido, va más allá de la anécdota que describe la muerte de César. Incluso en la superficie textual, hay una voluntad de generalización marcada por "continuo" y "pocas vezes", a través de la que se perfila la estructura profunda en la que el sujeto [rey] sufre la agresión, oral y física, de un oponente [pueblo] eternamente actuante como ingrato e injusto.
Frente a esta visión del pueblo, se alza la que de la nobleza proporciona otro romance, repetido con variantes no significativas en RyT (fols. 50v-‐52v) y M (79-‐82). Es el que describe el "sentimiento que hizo Bernardo del Carpio quando supo la muerte de su padre". Hay un pasaje en que el narrador quiere señalar la necesidad de restablecer el brillo de la figura del rey. Bernardo se prepara para ir armado a ver al monarca, quien ha matado al padre del héroe. El gesto puede ser interpretado como un peligro para el sistema político. Por ello se añaden unas reflexiones de Bernardo a través de las que queda a salvo la integridad real. Irá prevenido con armas
no para en el Rey tocar que soy su vasallo al fin sino por si algun ruyn se quisiere adelantar. (RyT, fol. 51v)
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Las armas del héroe no servirán para agredir al rey, ser intocable, sino para defenderlo, acción que debe realizar incluso quien ha sufrido injustamente la intervención del poder.
La afirmación de la respetabilidad, de la autoridad del monarca sobre los nobles revoltosos o burlones, es la nota que queda flotando a través de la anécdota desarrollada en un romance inscrito en las dos colecciones, el 28 de RyT y el 39 de M. Se presenta "vn memorable hecho del Rey don Ramiro de Aragon", quien no es muy considerado ni respetado por los grandes de su tierra. En M (109) hay un comentario determinante:
pero como la virtud suele lo más ordinario ser en los Reyes odiosa para los vasallos malos, [...]
El pasaje falta en RyT, menos dado a la moralización y a la puesta en
guardia de la nobleza alta. En los dos casos, el rey reacciona y manda degollar a once nobles, porque
algunos grandes del Reino con indecente y mal trato, se reían de sus cosas sin poder disimularlo (M: 109)
En todo caso, las variantes del romance en las dos colecciones, no
siendo notables, sí manifiestan los resultados de ciertos retoques en que se aumenta el elemento moral, la dimensión ejemplar, el apoyo y fortalecimiento de la figura real como clave del sistema vigente. El referente histórico es el mismo, pero hay detalles que señalan una insistencia particular en la prevención contra cierta inclinación del estamento noble a no tomar en serio al rey. En RyT, impreso el año 1587, la lección moral salida de la anécdota se expresa en estos términos:
nunca risa costo tanto veys como ya no se rien estos de reyrse hartos, [...] que no es justo haga burla de su Rey ningun vassallo (RyT: fol 54r)
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El Manojuelo, en 1601, cuando ya ha muerto Felipe II y los nobles
asaltan los puestos destacados del poder político -‐es el principio de la época de las privanzas-‐, inscribe una variante significativa, en que se pone de manifiesto la eficacia del poder real contra las veleidades de la nobleza:
Nunca risa costó tanto: que al que a su Rey no respecta este fin le esta aguardando. Y advertid bien que los Reyes tienen los brazos muy largos. (M: 111)
Frente a la nobleza inconsiderada e irrespetuosa del poder real, se
alza la otra, la que se identifica en el comentario ampliamente moralizador integrado en romance 40 de RyT. "Luys Fernandez Portocarrero Señor de Palma", encargado por el rey Fernando de la defensa contra los moros que atacan Jerez, les hace frente
arrojandose al peligro de nobles cosa ordinaria por cumplir con lo que deuen y adquerir eterna fama. (RyT: fol 72r)
La observación sobre el comportamiento heroico, "cosa ordinaria"
entre los miembros de la clase dominante, trivializa el esfuerzo. El noble, por el hecho de serlo, tiene el deber de ser normalmente heroico en sus acciones. Por ello, cuando dicho noble actúa dentro de las normas previstas, recibe el premio de rey, quien comparte el poder con él. Al final de romance se explicita la recompensa. La reina, a quien Portocarrero había entregado las quince banderas conquistadas,
"la qual desde alli adelante por tan notable hazaña siempre el dia de los reyes dio a la Condesa de Palma [la mujer de Portocarrero] doña Francisca Manrique las ropas que ella estrenaua y esto duro hasta oy de tal hecho justa paga." (RyT: fol. 72v)
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El noble, fiel servidor del rey, héroe por el simple hecho de ser noble,
comparte las vestiduras reales, vive dentro de los atributos de la realeza, de los signos del poder, de las marcas que constituyen y delimitan la cúspide del sistema.
Además del tema del rey, como instrumento de la "verdad" nacional, Lasso utiliza el de los moros, moriscos, etc..., como objeto del rechazo propuesto por quien necesita asegurar una España fuerte, centralizada, apoyada en la tradición gótica e incontaminada por la presencia musulmana. En la colección lassiana de romances, los personajes "moros" y moriscos se utilizan como signos manipulados desde un discurso que considera la unidad patria, las glorias nacionales y el centralismo político castellano en calidad de ejes organizadores de la convivencia colectiva. El morisco y el "moro", su versión menospreciada, son considerados como enemigos potenciales instalados dentro de las fronteras del reino y como instrumentos de la acción de potencias extranjeras. La calidad y pureza de los godos, el pueblo que cayó bajo la presión musulmana, son invocadas como signos estabilizadores y conformadores del orden interior.
El romance 21 de RyT, que trata "de la entrada de los moros de Africa por [...] Tarifa en España, y su sangrienta y lamentable perdicion", es el ejemplo más significativo de una visión bélica del reino, de la promoción de un país en el que el estar en pie de guerra se convierte en una necesidad, y de la condenación de todo esfuerzo que vaya dirigido contra la eliminación de las armas y su transformación en instrumentos agrícolas. El rey que actúe en sentido contrario, el rey que desarme el reino, será condenado al fracaso, a la humillación, a la derrota, a perder incluso el nombre de godo, símbolo de la pureza racial invocada repetidas veces por Lasso. Los "moros" entran destruyendo "la fertil Andaluzia"
sin hallar defensa alguna que ya oluidado tenian el militar exercicio, porque derribado auian las murallas y castillos por orden del Rey Bectisa indigno de que se tenga de que fue Godo noticia, que del que procede mal solo es bien el mal se diga y se calle de a do viene, pues a dezirlo no obliga
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hizo tambien de las armas en los Godos tan temidas hazer açadones, rejas, y herramientas infinitas para cultivar los campos11 temiendo que su malicia y abominables peccados los reynos leuantarian, pero no fue sin castigo que el cielo todo lo mira pues como puertos seguros Miramamolin tenia hecho doze mil cauallos [...]" (RyT: 38r y 38v)
La justificación de la España imperial, eternamente alzada en armas,
dando la espalda a cualquier intento de transformación del esfuerzo bélico en promoción de la agricultura, a la que tan íntimamente estaban unidos los moriscos de Aragón, Cataluña, Valencia y Andalucía, surge como parte de la estructura englobante sobre la que se proyecta y se explica la estructura profunda que alienta bajo la anécdota del rey Bectisa. Es necesario tener un ejército armado para que el cielo no castigue al reino. Y el rey que desarma al pueblo, creando una comunidad de agricultores más que de guerreros, corre irremediablemente hacia su perdición. La tendencia de Lasso al militarismo es algo ya señalado en la anécdota que rodea la reconstrucción del reino de Cartago por Dido, en La honra de Dido restaurada12, cuando la soberana recibe un contingente de soldados con los que construirá su ejército, elemento constitutivo del armazón básico de la nueva sociedad.
Señalábamos líneas arriba que Lasso invoca a los godos como símbolo de la nobleza española. En los romances 24, 25 y 26, de RyT, y sus corrrespondientes versiones en M, que tratan de Bernardo del Carpio, se cita repetidas veces el carácter heroico del godo, su condición aristocrática frente a la "canalla vil" -‐"no os llamo canalla vil, / sólo porque os llaman godos", dice
11.-‐ La anécdota es la antítesis de lo que la Unión Soviética proponía cuando regaló la estatua pacifista a la sede de las Naciones Unidas en Nueva York, estatua en la que se presenta a un obrero transformando, a martillazos, una espada en una hoz. 12.-‐ vv. 1073 a 1104.
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Bernardo del Carpio en la versión del romance que recoge M: 66)-‐. La España "verdadera", la que alienta en el discurso noble, es la que se identifica con la Gotia anterior a la invasión musulmana. El modelo propuesto es el del "Godo Infante Pelayo" (RyT: fol. 40r), que arenga a sus gentes para luchar contra el invasor musulmán, extranjero (M: 25-‐28), y para restaurar "la perdida de España" (RyT: fol. 40r). En el romance 27 de M, que narra la batalla de Roncesvalles y el triunfo de Barnardo del Carpio, se dice que el héroe cristiano que "el paso al Francés ataja" (M: 74), lo hizo "ayudado de Marsilio [rey musulmán de Aragón] / y de la Gotia pujanza", en que se marcan claramente las diferencias entre el elemento "moro", extranjero, de otro reino, y el empuje de lo gótico, identificado como nacional, como cristiano. La oposición [musulmán/godo], paralela a la de [extranjero/nacional] está en la base misma del discurso lassiano.
La invocación de la Gotia como símbolo de las esencias patrias y la consiguiente exclusión de los elementos considerados como impuros o extraños, es la base sobre la que Lasso articula su rechazo del extranjero. Cuando Catilina se dirige al Senado romano haciendo el balance de sus propios servicios a la nación, el texto del romance ofrece una reflexión que encaja perfectamente dentro de la línea que vamos descubriendo:
mas si en aprieto se viere la republica afligida defiendala Ciceron pues de estrangero se fia y dexa la natural por la gente aduenediza cuyo proceder es tal que los animos indigna, con quien no vale nobleza, antes al noble anichilan, [...](RyT: fols. 17r-‐17V)
La reclamación de las glorias nacionales como fuente de inspiración
literaria tiende a rechazar la presencia de míticos personajes romanos o de fabulosos caballeros medievales. Y haciendo una larga enumeración de más de treinta nombres famosos, que van de don Pelayo a Vasco de Gama, se pregunta
¿Por qué en naciones extrañas hemos de andar mendigando, como si en ésta faltsasen
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hechos de varones claros? (M: 38)
Al fin del romance lleva Lasso la reflexión a otro nivel distinto, rebajado, en que la condición de extranjero, la identificación de la cultura ajena, la romana, es despreciada con una pirueta de gusto menos que relativo. De las glorias romanas, lo más estimable "son los melones y gatos" (M: 39).
El referente más utilizado en el romancero lassiano es, sin duda
alguna, el morisco, moro, musulmán, etc... El autor lo toma como pretexto para "dramatizar" una serie de situaciones en las que dicho personaje es protagonista, antagonista u objeto de las iras del narrador omnisciente. Es sintomático que, ya que el romancero lassiano se escribe durante el período en que hay en España una gran agitación en torno al problema morisco -‐las convulsiones de Aragón y ejecución del Justicia, la guerra de las Alpujarras, el malestar generalizado en Castilla a causa de la presencia morisca, considerada como componente extranjero y ajeno a las esencias nacionales, como una auténtica quinta columna clavada en el corazón del país y como un posible agente desestabilizador del sistema en beneficio de potencias extranjeras, etc...-‐, sea el "tema moro" el que más abunda en sus páginas.
El discurso nacionalista y estabilizador que alimenta la escritura lassiana se manifiesta, de modo preponderante, cuando surgen, entre sus anécdotas, estructuras profundas que organizan situaciones en las que se tiende a favorecer la línea de la pureza nacional frente a toda presencia no identificada como tal y, considerada, consecuentemente, como extranjera. La superficie textual puede recoger casos en que el monarca protagonista es un musulmán. Así ocurre en el romance 18 de M, en que Acabat, recién elegido rey, hace un escarmiento entre los nobles y corta más de trescientas cabezas. Añadiendo:
[...] Hasta aquí no ha tenido Rey España; agora lo tiene, y tal cual conviene que le haya, y es bien primero lanzar los enemigos de casa, despues de dar en los de fuera que es empresa menos ardua; que no se pelea bien con recatadas espaldas. (M: 54-‐55)
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La afirmación de la autoridad frente al adversario interior, afirmación frecuente entre la clase política centralista castellana, se manifiesta, de modo espectacular, en el hecho de que el último romance impreso en el RyT (fols. 131v-‐134r) trate precisamente de la liquidación de la rebelión morisca en las Alpujarras y la consiguiente pacificación de aquellas tierras, con la eliminación del enemigo interior que, años más tarde, se vería expulsado de su propia patria.
Dentro del gran texto romanceril, el "moro" es el sujeto de muchas anécdotas de las que se desprenden estructuras narrativas homólogas de las que fundamentaban la existencia colectiva de los españoles. Así ocurre en el romance 37 de RyT, en que Alnayar, señor de Almería y deudo del rey de Castilla, expulsa de Granada al tirano rey Hizquierdo, quien, más tarde, ayudado por "el moro Rey de Tunez" (RyT: fols. 66v-‐68r), va a atacar la estructura política granadina, protegida por el rey castellano, poniendo así en peligro el orden imperante en el reino.
Es cierto que el morisco fue idealizado en toda la literatura castellana, una vez terminada la conquista de Granada en tiempos de los Reyes Católicos. Pero la presión del discurso centralista, nacionalista, antimorisco, tratará de desarticular esa imagen, proponiendo, frente al moro atractivo de ciertos romances -‐también se cuentan entre ellos varios salidos de la pluma de Lasso: romances 41 y 42 de RyT (fols. 72v-‐73v y fols. 73v-‐74v), por ejemplo-‐, la imagen degradada de moriscos entregados a menesteres carentes de la heroica actitud y grandeza de alma con que pueblan las fábulas de Ginés Pérez de Hita, Hurtado de Mendoza, etc...
Lasso propone, con frecuencia, unas siluetas moriscas degradadas, abyectas. Ya en el prólogo al Manojuelo, traza el autor el espacio en donde surgirán las viejas embaucadoras, las fregonas, los catarriberas
y a do las moras mugrientas, entapizadas de andrajos, vayan a vender buñuelos, pasas, higos, y garbanzos, no nos las vendan por damas que es ignominioso caso. (M: 8)
El romancero lassiano es un intento de desarticulación del discurso
que respalda la imagen respetada del moro en la literatura morisca. Se cruzan en él dos visiones contradictorias del mundo. La de quienes proponen la integración del morisco español y lo defienden -‐a condición, desde luego, de que adopte
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formas de vida, costumbres y creencias de la mayoría dominante-‐, y la de quienes ven en él un ser peligroso para la paz interior y despreciable por sus hábitos y costumbres. Lasso agrede la literatura idealizadora que los defiende y, bajo la apariencia de un lucha literaria, manifiesta un sentimiento excluyente de la minoría despreciada.
Entre el romance 8 y el 10, que tratan de la invasión de España por los árabes en tiempos de don Rodrigo, coloca Lasso el poema 9, donde se da una visión reductora y degradante de la herencia morisca que tal invasión dejó en España. El orden de los poemas debe considerarse como muy significativo. Se nos permitirá reproducir in extenso el romance en cuestión:
-‐ Señor Moro vagabundo, que el viejo acebuche esconde. Deje el apacible sombra y su recua apreste y tome de esa fruta verde y seca que ha tantos años que come; cargue y haga dinerillos, sacará para valones. No huya el cuerpo al trabajo con las escusas de amores que es hijo el amor de el ocio y caudillo de hobachones. Por modo de buen consejo antes que alguno le sople se lo advierto, porque escuse por lo menos cien azotes. ¡Por vida de su señora! que esas barbazas se corte y deje de ser salvaje pues que el traginar se corre. Acompañe a Abenazar que a la torre de Lodones con cuatro cargas de higo ha de allegar esta noche. Celin Gazul, con almendras, Audalla, con miel y arrope, y con turron de Alicante, Sarracino, por su porte;
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con pasas y arroz Azarque, Muley, con melocotones, Muza, con peras vinosas para proveer la Corte, donde un mozo de despensa les dará cincuenta coces y los traerán las fruteras cargados, y al estricote. Hagales unos gazpachos, que es justo los acomode, que después harán su cuenta y le pagarán su escote; pero avisoles que vayan estos fieros Rodamontes en casa del Regidor a postura, no se enoje. Si no quiere ser recuero haga ladrillo y adobes, mase yeso, ablande cal o venda aceite y tostones. Miren qué tiene que ver con estas ocupaciones el “a fuera”, “aparta”, “aparta”, “Reduan la tierra corre”, “aquel que para es Hamete”, “al tiempo quel Sol se esconde” “el valiente Abenhumeya” “Herbolán las hazes rompe”. Salga, podenco harón, de entre jara y alcornoques; deje el prolijo destierro, ansí en galera le doble; válgate el diablo por Moro, que ansí has cansado los hombres, con tu larga soledad y melancólicas noches, el potro rucio te dé en la barriga seis coces, y quien “amén” no dijere
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en malas galeras bogue. (M: 28-‐31)
La condena final de quien no comparta la opinión excluyente y rebajadora del "moro", de quien no asienta con el “amén” ritual, es el remate y el signo externo de un discurso que deja poco espacio a la disidencia.
Ese "moro" literario, que contrasta fuertemente, en la opinión defendida por el romance citado, con la realidad cotidiana, es objeto de otros ataques en la colección de poemas lassianos. En el mismo Manojuelo, se rechaza el uso del tema morisco y se reclama el empleo de referentes salidos de la España nueva. El destinatario interno del poema 47 son los
Poetas a lo moderno, inventores de las zambras, que tan fuera de sazón arrojáis por esas plazas, embelesando modorros, dando papilla a novatas. (M: 130)
Luego pasa a hablar de las damas "moras" que pueblan las poesías,
denunciando la existencia contradictoria de unos referentes ofrecidos por la vida diaria. Esas bellas protagonistas de tantas historias de amor, en la realidad venden turrón en una mesa portátil en Bibarrambla, o aguardiente y naranjada en la calle Elvira; alguna es buñolera en el Albaicín; la dama de Abenzaide, que es la hija de un recuero que comercia con higo y jabón, hace pasas en Almuñécar, vende tostones y agua en Vibataubín, y alimenta a un "moro lacayo" "que mil azotes le daba" (M: 131). La regalada de Muza y la querida de Audalla son
unas moras pañalonas con sus bragas atacadas, con más trapos y antepuertas que una sala entapizada. (M: 131)
El romance continúa afirmando que, si los moros de que hablan los
poetas hubieran conocido el tiempo actual,
dieran al Diablo las Moras con sus zancajos de cabras, y anduviéranse hechos tontos desde Ulías a Cabañas,
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que son de sus mercancías puertos secos y aduanas. No nos quebréis las cabezas de aquí adelante en loarlas, que ya sabemos quién fueron; dadlas al Diablo, dexadlas, y vestid a lo moderno, que ya cansan antiguallas, tratad de Madrí y Toledo, dexá a Mahoma en Granada. (M: 132)
La explícita marginación de lo "moro" en Granada y la proclamación del centro peninsular, Madrid y Toledo, como único foco de atención para quienes buscan inspiración literaria en la actualidad, son completadas por algún otro ejemplo salido del Manojuelo, en que se predica brutalmente el desprecio de los personajes literarios "moros", su confinación a oficios viles, lejanos de toda consideración artística, y, finalmente, su valoración como objeto comercial y su confinamiento al servicio de las galeras. El romance 36 se burla de la literatura morisca en estos términos:
¡Quién compra diez y seis moros que han quedado de unas cañas como fiambre de boda, y otros tantos de una zambra? [...] Hasta que les ponga el día en las manos dos azadas, escabaránme las viñas, regá[sic]ranme huerta y granja y vender los he a galera cuando monedas no haya. (M: 101-‐103)
Y serán los personajes salidos de la historia nacional -‐de una cierta
historia nacional-‐, de la tradición épica que promocionó y cantó la independencia castellana frente a León y, en consecuencia, la aparición del modelo político subyacente en el discurso que condiciona la expresión literaria de Lasso de la Vega, quienes sean invocados como necesarios símbolos de la nueva literatura. En el romance 67 del Manojuelo, se rechaza una vez más la presencia morisca en las letras hispanas. Los Azarque, Herbolán, Audalla y Abenaya, "esa manada de
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perros" (M: 180), deben ceder el paso a los héroes integrados en la visión del mundo que ordena el texto lassiano. El romance dice así:
No lo consintáis, buen Cid [que los "moros" le suplanten], volved por vuestro derecho, que es vergüenza que se cante destos Moros trajineros, y que están vuestras hazañas dadas al mudo silencio, con las de un fuerte Pelayo terror del Libio soberbio, y las de un Fernán González asaz bastantes sujetos, para eternizar sus nombres los más sutiles ingenios. Desterrad esta canalla si no lo hicieron ellos, pues el cielo os concedió tan ilustres privilegios, que bien sabéis vos vencer batallas después de muerto, y echar duro yugo a Reyes y aun lanzarlos de sus Reinos, cuanto más a seis morillos alhajados de cencerros, con seis soñadas divisas del poeta Juan Ciruelo [...]" (M: 181-‐182)
El romance critica duramente la práctica "literaria" y el uso abusivo
de temas moriscos en la época de su autor. Pero tras el rechazo de lo puramente artístico, destaca la promoción de los héroes nacionales, el Cid, Pelayo, Fernán González, en calidad de protagonistas de la futura y necesaria creación. Los héroes míticos de la España eterna, la de los godos, la que se predica desde Madrid y Toledo, son el modelo único que propone el romance, al tiempo que lanza insultos e injurias contra los moriscos marginados y ocupados en oficios serviles de la España finisecular, la España en la que ciertas mentes se agitaban y denunciaban la inseguridad que la población "mora" suponía para el reino.
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Gabriel Lobo Lasso de la Vega, en actitud coherente con la estudiada en sus dos tragedias, deja transparentar en sus romances una visión del mundo centralizadora, defensora a ultranza de un poder real fuerte frente a la alta nobleza que intenta hacerse con el control político del país, control del que estuvo excluida durante muchos decenios. La obra lassiana responde a las coordenadas de una visión del mundo que ensalza los valores tradicionales de las clases dominantes, en las que él, a pesar de no gozar de una situación económica fácil, se siente integrado por vínculos familiares que trata de pregonar en sus obras. Y dichas clases dominantes, la nobleza castellana del "antiguo régimen", tienen tendencia a creer en una España centralizada, excluyente de las minorías y cerrada a la inserción de nuevos modelos de convivencia capaces de suprimir la barrera que oponía a los españoles "de siempre", los identificados como "godos", y a los que, por azares de la historia, llegaron a la península más tarde, en los albores del siglo VIII, es decir, los españoles de lengua árabe y de creencias y costumbres basadas en el Islam.
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