zygmunt bauman - s8e81299e138aa4ed.jimcontent.com · protagonistas de este volumen son hombres y...

32
ZYGMUNT BAUMAN Amor líquido © FCE - Prohibida su reproducción total o parcial 1 Zygmunt Bauman AMOR LÍQUIDO ACERCA DE LA FRAGILIDAD DE LOS VÍNCULOS HUMANOS Prólogo Ulrich, el héroe de la gran novela de Robert Musil, era tal como lo anunciaba el título de la obraDer Mann ohne Eigenschaften: el hombre sin atributos. Al carecer de atributos propios, ya fueran heredados o adquiridos irreversiblemente y de manera definitiva, Ulrich debía desarrollar, por medio de su propio esfuerzo, cualquier atributo que pudiera haber deseado poseer, empleando para ello su propia inteligencia e ingenio; pero sin garantías de que esos atributos duraran indefinidamente en un mundo colmado de señales confusas, con tendencia a cambiar rápidamente y de maneras imprevisibles. El héroe de este libro es Der Mann ohne Verwandtschaften, el hombre sin vínculos, y particularmente sin vínculos tan fijos y establecidos como solían ser las relaciones de parentesco en la época de Ulrich. Por no tener vínculos inquebrantables y establecidos para siempre, el héroe de este libro el habitante de nuestra moderna sociedad líquiday sus sucesores de hoy deben amarrar los lazos que prefieran usar como eslabón para ligarse con el resto del mundo humano, basándose exclusivamente en su propio esfuerzo y con la ayuda de sus propias habilidades y de su propia persistencia. Sueltos, deben conectarse… Sin embargo, ninguna clase de conexión que pueda llenar el vacío dejado por los antiguos vínculos ausentes tiene garantía de duración. De todos modos, esa conexión no debe estar bien anudada, para que sea posible desatarla rápidamente cuando las condiciones cambien… algo que en la modernidad líquida seguramente ocurrirá una y otra vez. Este libro procura desentrañar, registrar y entender esa extraña fragilidad de los vínculos humanos, el sentimiento de inseguridad que esa fragilidad inspira y los deseos conflictivos que ese sentimiento despierta, provocando el impulso de estrechar los lazos, pero manteniéndolos al mismo tiempo flojos para poder desanudarlos.

Upload: others

Post on 17-Apr-2020

15 views

Category:

Documents


0 download

TRANSCRIPT

ZYGMUNT BAUMAN Amor líquido

© FCE - Prohibida su reproducción total o parcial 1

Zygmunt Bauman

AMOR LÍQUIDO

ACERCA DE LA FRAGILIDAD DE LOS VÍNCULOS

HUMANOS

Prólogo

Ulrich, el héroe de la gran novela de Robert Musil, era –tal como lo anunciaba el título de la obra– Der Mann ohne Eigenschaften: el hombre sin atributos. Al carecer de atributos propios, ya fueran heredados o adquiridos irreversiblemente y de manera definitiva, Ulrich debía desarrollar, por medio de su propio esfuerzo, cualquier atributo que pudiera haber deseado poseer, empleando para ello su propia inteligencia e ingenio; pero sin garantías de que esos atributos duraran indefinidamente en un mundo colmado de señales confusas, con tendencia a cambiar rápidamente y de maneras imprevisibles.

El héroe de este libro es Der Mann ohne Verwandtschaften, el hombre sin vínculos, y particularmente sin vínculos tan fijos y establecidos como solían ser las relaciones de parentesco en la época de Ulrich. Por no tener vínculos inquebrantables y establecidos para siempre, el héroe de este libro –el habitante de nuestra moderna sociedad líquida– y sus sucesores de hoy deben amarrar los lazos que prefieran usar como eslabón para ligarse con el resto del mundo humano, basándose exclusivamente en su propio esfuerzo y con la ayuda de sus propias habilidades y de su propia persistencia. Sueltos, deben conectarse… Sin embargo, ninguna clase de conexión que pueda llenar el vacío dejado por los antiguos vínculos ausentes tiene garantía de duración. De todos modos, esa conexión no debe estar bien anudada, para que sea posible desatarla rápidamente cuando las condiciones cambien… algo que en la modernidad líquida seguramente ocurrirá una y otra vez.

Este libro procura desentrañar, registrar y entender esa extraña fragilidad de los vínculos humanos, el sentimiento de inseguridad que esa fragilidad inspira y los deseos conflictivos que ese sentimiento despierta, provocando el impulso de estrechar los lazos, pero manteniéndolos al mismo tiempo flojos para poder desanudarlos.

ZYGMUNT BAUMAN Amor líquido

© FCE - Prohibida su reproducción total o parcial 2

Al carecer de la visión aguda, la riqueza de la paleta y la sutileza de la pincelada de Musil –de hecho, cualquiera de esos exquisitos talentos que convirtieron a Der Mann ohne Eigenschaften en el retrato definitivo del hombre moderno– tengo que limitarme a esbozar una carpeta llena de burdos bocetos fragmentarios en vez de pretender un retrato completo, y menos aún definitivo. Mi máxima aspiración es lograr un identikit, un fotomontaje que puede contener tanto espacios vacíos como espacios llenos. E incluso esa composición final será una tarea inconclusa, que los lectores deberán completar.

El héroe principal de este libro son las relaciones humanas. Los protagonistas de este volumen son hombres y mujeres, nuestros contemporáneos, desesperados al sentirse fácilmente descartables y abandonados a sus propios recursos, siempre ávidos de la seguridad de la unión y de una mano servicial con la que puedan contar en los malos momentos, es decir, desesperados por “relacionarse”. Sin embargo, desconfían todo el tiempo del “estar relacionados”, y particularmente de estar relacionados “para siempre”, por no hablar de “eternamente”, porque temen que ese estado pueda convertirse en una carga y ocasionar tensiones que no se sienten capaces ni deseosos de soportar, y que pueden limitar severamente la libertad que necesitan – sí, usted lo ha adivinado– para relacionarse…

En nuestro mundo de rampante “individualización”, las relaciones son una bendición a medias. Oscilan entre un dulce sueño y una pesadilla, y no hay manera de decir en qué momento uno se convierte en la otra. Casi todo el tiempo ambos avatares cohabitan, aunque en niveles diferentes de conciencia. En un entorno de vida moderno, las relaciones suelen ser, quizá, las encarnaciones más comunes, intensas y profundas de la ambivalencia. Y por eso, podríamos argumentar, ocupan por decreto el centro de atención de los individuos líquidos modernos, que las colocan en el primer lugar de sus proyectos de vida.

Las “relaciones” son ahora el tema del momento y, ostensiblemente, el único juego que vale la pena jugar, a pesar de sus notorios riesgos. Algunos sociólogos, acostumbrados a elaborar teorías a partir de las estadísticas de las encuestas y de convicciones de sentido común, como las que registran esas estadísticas, se apresuran a concluir que sus contemporáneos están dispuestos a la amistad, a establecer vínculos, a la unión, a la comunidad. De hecho, sin embargo (como si se cumpliera la ley de Martin Heidegger, que afirma que las cosas se revelan a la conciencia solamente por medio de la frustración que causan, arruinándose, desapareciendo, comportándose de manera inesperada o traicionando su propia naturaleza), la atención humana tiende a concentrarse actualmente en la satisfacción que se espera de las relaciones, precisamente porque no han resultado plena y verdaderamente satisfactorias; y si son satisfactorias, el precio de la satisfacción que producen suele considerarse excesivo e inaceptable.

ZYGMUNT BAUMAN Amor líquido

© FCE - Prohibida su reproducción total o parcial 3

En su famoso experimento, Miller y Dollard observaron que sus ratas de laboratorio alcanzaban un pico de conmoción y agitación cuando “la adiance igualaba la abiance”, es decir, cuando la amenaza de una descarga eléctrica y la promesa de una comida apetitosa estaban perfectamente equilibradas…

No es raro que las “relaciones” sean uno de los motores principales del actual “boom del counselling”. Su grado de complejidad es tan denso, impenetrable y enigmático que un individuo rara vez logra descifrarlo y desentrañarlo por sí solo. La agitación de las ratas de Miller y Dollard casi siempre se diluía en la inacción. La incapacidad de elegir entre atracción y repulsión, entre esperanza y temor, desembocaba en la imposibilidad de actuar. A diferencia de las ratas, los seres humanos que se encuentran en circunstancias semejantes pueden recurrir al auxilio de expertos consultores que ofrecen sus servicios a cambio de honorarios. Lo que esperan escuchar de boca de ellos es cómo lograr la cuadratura del círculo: cómo comerse la torta y conservarla al mismo tiempo, cómo degustar las dulces delicias de las relaciones evitando los bocados más amargos y menos tiernos; cómo lograr que la relación les confiera poder sin que la dependencia los debilite, que los habilite sin condicionarlos, que los haga sentir plenos sin sobrecargarlos…

Los expertos están dispuestos a asesorar, seguros de que la demanda de asesoramiento jamás se agotará, ya que no hay consejo posible que pueda hacer que un círculo se vuelva cuadrado… Sus consejos abundan, aunque con frecuencia apenas logran que las prácticas comunes asciendan al nivel del conocimiento generalizado, y éste a su vez a la categoría de teoría erudita y autorizada. Los agradecidos destinatarios del consejo revisan las columnas sobre “relaciones” de los suplementos semanales o mensuales de los periódicos serios y menos serios buscando escuchar de las personas “que saben” lo que siempre han querido escuchar, ya que son demasiado tímidos o pudorosos como para decirlo por sí mismos; de ese modo se enteran de las idas y venidas de “otros como ellos” y se consuelan como pueden con la idea, respaldada por expertos, de que no están solos en sus solitarios esfuerzos por enfrentar esa encrucijada.

A través de la experiencia de otros lectores, reciclada por los counsellors, los lectores se enteran de que pueden intentar establecer “relaciones de bolsillo”, que “se pueden sacar en caso de necesidad”, pero que también pueden volver a sepultarse en las profundidades del bolsillo cuando ya no son necesarias. O de que las relaciones son como la Ribena:1 si se la bebe sin diluir, resulta nauseabunda y puede ser nociva para la salud… –al igual que la Ribena, las relaciones deben

1 Una bebida frutal concentrada que se diluye, consumida comúnmente en el Reino

Unido.

ZYGMUNT BAUMAN Amor líquido

© FCE - Prohibida su reproducción total o parcial 4

diluirse para ser consumidas–. O de que las “parejas abiertas” son loables por ser “relaciones revolucionarias que han logrado hacer estallar la asfixiante burbuja de la pareja”. O de que las relaciones, como los autos, deben ser sometidas regularmente a una revisión para determinar si pueden continuar funcionando. En suma, se enteran de que el compromiso, y en particular el compromiso a largo plazo, es una trampa que el empeño de “relacionarse” debe evitar a toda costa. Un consejero experto informa a los lectores que “al comprometerse, por más que sea a medias, usted debe recordar que tal vez esté cerrándole la puerta a otras posibilidades amorosas que podrían ser más satisfactorias y gratificantes”. Otro experto es aún más directo: “Las promesas de compromiso a largo plazo no tienen sentido… Al igual que otras inversiones, primero rinden y luego declinan”. Y entonces, si usted quiere “relacionarse”, será mejor que se mantenga a distancia; si quiere que su relación sea plena, no se comprometa ni exija compromiso. Mantenga todas sus puertas abiertas permanentemente.

Si uno les preguntara, los habitantes de Leonia, una de las “ciudades invisibles” de Italo Calvino, dirían que su pasión es “disfrutar de cosas nuevas y diferentes”. De hecho, cada mañana “estrenan ropa nueva, extraen de su refrigerador último modelo latas sin abrir, escuchando los últimos jingles que suenan desde una radio de última generación”. Pero cada mañana “los restos de la Leonia de ayer esperan el camión del basurero”, y uno tiene derecho a preguntarse si la verdadera pasión de los leonianos no será, en cambio, “el placer de expulsar, descartar, limpiarse de una impureza recurrente”. Si no es así, por qué será que los barrenderos son “bienvenidos como ángeles”, aun cuando su misión está “rodeada de un respetuoso silencio”. Es comprensible: “una vez que las cosas han sido descartadas, nadie quiere volver a pensar en ellas”.

Pensemos…

¿Los habitantes de nuestro moderno mundo líquido no son como los habitantes de Leonia, preocupados por una cosa mientras hablan de otra? Dicen que su deseo, su pasión, su propósito o su sueño es “relacionarse”. Pero, en realidad, ¿no están más bien preocupados por impedir que sus relaciones se cristalicen y se cuajen? ¿Buscan realmente relaciones sostenidas, tal como dicen, o desean más que nada que esas relaciones sean ligeras y laxas, siguiendo el patrón de Richard Baxter, según el cual se supone que las riquezas deben

“descansar sobre los hombros como un abrigo liviano” para poder “deshacerse de ellas en cualquier momento”? En definitiva, ¿qué clase de consejo están buscando verdaderamente? ¿Cómo anudar la relación o cómo –por si acaso– deshacerla sin perjuicio y sin cargos de conciencia? No hay respuestas fáciles a esa pregunta, aunque es necesario formularla, y seguirá siendo formulada mientras los habitantes del moderno mundo líquido sigan debatiéndose bajo el peso abrumador

ZYGMUNT BAUMAN Amor líquido

© FCE - Prohibida su reproducción total o parcial 5

de la tarea más ambivalente de las muchas que deben enfrentar cada día.

Tal vez la idea misma de “relación” aumente la confusión. Por más arduamente que se esfuercen los desdichados buscadores de relaciones y sus consejeros, esa idea se resiste a ser despojada de sus connotaciones perturbadoras y aciagas. Sigue cargada de vagas amenazas y premoniciones sombrías: transmite simultáneamente los placeres de la unión y los horrores del encierro. Quizás por eso, más que transmitir su experiencia y expectativas en términos de “relacionarse” y “relaciones”, la gente habla cada vez más (ayudada e inducida por consejeros expertos) de conexiones, de “conectarse” y “estar conectado”. En vez de hablar de parejas, prefieren hablar de “redes”. ¿Qué ventaja conlleva hablar de “conexiones” en vez de “relaciones”?

A diferencia de las “relaciones”, el “parentesco”, la “pareja” e ideas semejantes que resaltan el compromiso mutuo y excluyen o soslayan a su opuesto, el descompromiso, la “red” representa una matriz que conecta y desconecta a la vez: la redes sólo son imaginables si ambas actividades no están habilitadas al mismo tiempo. En una red, conectarse y desconectarse son elecciones igualmente legítimas, gozan del mismo estatus y de igual importancia. ¡No tiene sentido preguntarse cuál de las dos actividades complementarias constituye “la esencia” de una red! “Red” sugiere momentos de “estar en contacto” intercalados con períodos de libre merodeo. En una red, las conexiones se establecen a demanda, y pueden cortarse a voluntad. Una relación “indeseable pero indisoluble” es precisamente lo que hace que una “relación” sea tan riesgosa como parece. Sin embargo, una “conexión indeseable” es un oxímoron: las conexiones pueden ser y son disueltas mucho antes de que empiecen a ser detestables.

Las conexiones son “relaciones virtuales”. A diferencia de las relaciones a la antigua (por no hablar de las relaciones “comprometidas”, y menos aún de los compromisos a largo plazo), parecen estar hechas a la medida del entorno de la moderna vida líquida, en la que se supone y espera que las “posibilidades románticas” (y no sólo las “románticas”) fluctúen cada vez con mayor velocidad entre multitudes que no decrecen, desalojándose entre sí con la promesa “de ser más gratificante y satisfactoria” que las anteriores. A diferencia de las “verdaderas relaciones”, las “relaciones virtuales” son de fácil acceso y salida. Parecen sensatas e higiénicas, fáciles de usar y amistosas con el usuario, cuando se las compara con la “cosa real”, pesada, lenta, inerte y complicada. Un hombre de Bath, de 28 años, entrevistado en relación con la creciente popularidad de las citas por Internet en desmedro de los bares de solas y solos y las columnas de corazones solitarios, señaló una ventaja decisiva de la relación electrónica: “uno siempre puede oprimir la tecla ‘delete’”.

ZYGMUNT BAUMAN Amor líquido

© FCE - Prohibida su reproducción total o parcial 6

Como si obedecieran a la ley de Gresham, las relaciones virtuales (rebautizadas “conexiones”) establecen el modelo que rige a todas las otras relaciones. Eso no hace felices a los hombres y las mujeres que sucumben a esa presión; al menos no los hace más felices de lo que eran con las relaciones previrtuales. Algo se gana, algo se pierde.

Tal como señaló Ralph Waldo Emerson, cuando uno patina sobre hielo fino, la salvación es la velocidad. Cuando la calidad no nos da sostén, tendemos a buscar remedio en la cantidad. Si el “compromiso no tiene sentido” y las relaciones ya no son confiables y difícilmente duren, nos inclinamos a cambiar la pareja por las redes. Sin embargo, una vez que alguien lo ha hecho, sentar cabeza se vuelve aún más difícil (y desalentador) que antes –ya que ahora carece de las habilidades que podrían hacer que la cosa funcionara–. Seguir en movimiento, antes un privilegio y un logro, se convierte ahora en obligación. Mantener la velocidad, antes una aventura gozosa, se convierte en un deber agotador. Y sobre todo, la fea incertidumbre y la insoportable confusión que supuestamente la velocidad ahuyentaría, aún siguen allí. La facilidad que ofrecen el descompromiso y la ruptura a voluntad no reducen los riesgos, sino que tan sólo los distribuyen, junto con las angustias que generan, de manera diferente.

Este libro está dedicado a los riesgos y angustias de vivir juntos, y separados, en nuestro moderno mundo líquido.

ENAMORARSE Y DESENAMORARSE

Zygmunt Bauman

"Mi querido amigo, le envío un pequeño trabajo del que podría decirse, sin ser

injusto, que no tiene pies ni cabeza, ya que por el contrario todo en él es,

alternativa y recíprocamente, pies y cabeza. Le suplico considere la admirable

conveniencia que tal combinación nos ofrece a todos: a usted, a mí y al lector.

Podemos interrumpir, yo mis cavilaciones, usted el texto, y el lector su lectura,

ya que no pretendo mantener interminablemente la fatigosa voluntad de

ninguno de ellos unida a una trama superflua. Retire uno de los anillos, y otras

dos piezas de esta tortuosa fantasía volverán a encajar sin dificultad. Recorte

varios fragmentos y advertirá que cada uno de ellos se sostiene por sí mismo.

Me atrevo a dedicarle a usted la serpiente entera con la esperanza de que

algunos de sus tramos le gusten y lo diviertan."

De esta manera, Charles Baudelaire presentaba Spleen de París a sus lectores. Es una

pena que lo haya hecho. De no ser así, yo mismo hubiese querido componer un

preámbulo igual o similar para lo que sigue a continuación. Pero lo hizo, y yo sólo puedo

citar. Walter Benjamin, por supuesto, eliminaría la palabra "sólo" de esta última frase.

Y si lo pienso dos veces, yo también.

"Recorte varios fragmentos y advertirá que cada uno de ellos subsiste por sí solo."

Mientras que los fragmentos salidos de la pluma de Baudelaire sí lo hicieron, sólo el

justo derecho del lector, ya que no el mío, decidirá si los dispersos tramos de

pensamiento reunidos a continuación subsisten o no. En la familia de los pensamientos

hay enanos en abundancia. Por eso fueron inventados la lógica y el método, y una

vez inventados fueron adoptados con gratitud por los pensadores de pensamientos.

Los enanos pueden esconderse, y en medio del poderío esplendoroso de las legiones

en marcha y las formaciones para la batalla, terminan por olvidar su enanismo. Una

vez que se han cerrado las filas, ¿quién notará la diminuta estatura de los soldados?

Es posible reunir un ejército de aspecto temible y poderoso alineando en formación

de batalla a filas y más filas de pigmeos...

Quizás, y tan sólo para complacer a los adictos al método, debería haber hecho lo mismo

con estos fragmentos y recortes. Pero como no me queda tiempo para terminar esa

tarea, sería tonto de mi parte ocuparme del orden de las filas y dejar el reclutamiento

para más tarde...

En cuanto a pensar las cosas dos veces, quizás el tiempo que tengo disponible resulte

poco, no a causa de mi edad, sino porque cuanto más viejos somos, mejor

comprendemos que por más grandes que parezcan las ideas, jamás lo serán tanto como

para abarcar, y menos aún contener, la copiosa prodigalidad de la experiencia humana.

Lo que sabemos, lo que deseamos saber, lo que nos esforzamos por saber, lo que

intentamos saber acerca del amor y el rechazo, del estar solos o acompañados y morir

solos o acompañados... ¿Acaso es posible racionalizar todo eso, ponerlo en orden,

ajustarlo a los estándares de coherencia, cohesión y totalidad establecidos para temas

menores? Quizás sea posible, es decir, sólo en la infinitud del tiempo.

¿0 acaso no sucede que cuando se dice todo acerca de los temas fundamentales de la

vida humana las cosas más importantes siempre quedan sin ser dichas?

Amor y muerte, los dos protagonistas de esta historia que no tiene argumento

ni desenlace pero que condensa la mayor parte del sonido y la furia de la vida,

admiten esta clase de reflexión/escritura/lectura más que ningún otro tema.

Ivan Klima dice: casi nada se parece tanto a la muerte como el amor realizado. Cada

aparición de cualquiera de los dos es única pero definitiva, irrepetible, inapelable e

impostergable. Cada aparición debe sostenerse "por sí sola", y lo hace. Toda vez que

aparecen nacen por primera vez, o renacen, saliendo de la nada, de la oscuridad del no-

ser, sin pasado ni futuro. Cada una, cada vez, empieza desde el principio, dejando al

desnudo lo superfluo de las tramas del pasado y la vanidad de cualquier trama del

porvenir.

Sólo se puede entrar en el amor y en la muerte una única vez: menos aún que en el río

de Heráclito. De hecho, son sus propios pies y cabeza, desdeñosos y negligentes con

respecto a todo lo demás.

Bronislaw Malinowski solía burlarse de los difusionistas por confundir las colecciones de

los museos con genealogías: al ver utensilios rústicos de pedernal ordenados en las

vitrinas delante de otros más sofisticados, hablaban de "historia de las herramientas".

Esa actitud, se burlaba Malinowski, era equivalente a considerar que un hacha de piedra

daba origen a otra, del mismo modo que, digamos, el hipparion dio origen, en su

momento, al equus caballus. El origen de los caballos puede rastrearse en otros caballos,

pero las herramientas no son antecesoras ni descendientes de otras herramientas. Las

herramientas, a diferencia de los caballos, no tienen una historia propia. Son, se podría

decir, marcas que puntúan las biografías individuales y las historias colectivas de la

humanidad: son manifestaciones o sedimentos de esas biografías e historias.

Y lo mismo puede decirse del amor y de la muerte. El parentesco, la afinidad, los vínculos

casuales son características del ser y/o de la unión de los humanos. El amor y la muerte

no tienen historia propia. Son acontecimientos del tiempo humano, cada uno de ellos

independiente, no conectado (y menos aún causalmente conectado) a otros

acontecimientos "similares", salvo en las composiciones humanas retrospectivas,

ansiosas por localizar -por inventar- esas conexiones y comprender lo incomprensible.

Y por eso es imposible aprender a amar, tal como no se puede aprender a morir. Y nadie

puede aprender el elusivo -el inexistente aunque intensamente deseado- arte de no caer

en sus garras, de mantenerse fuera de su alcance. Cuando llegue el momento, el amor

y la muerte caerán sobre nosotros, a pesar de que no tenemos ni un indicio de cuándo

llegará ese momento. Sea cuando fuere, nos tomarán desprevenidos. En medio de

nuestras preocupaciones cotidianas, el amor y la muerte surgirán ad nihilo, de la nada.

Por supuesto, tendemos a recapitular para ser más sabios después del hecho: tratamos

de rastrear los antecedentes, de aplicar el infalible principio de que un post hoc es

seguramente el propter hoc, de concebir un linaje "que dé sentido" al acontecimiento, y

con frecuencia nuestros esfuerzos se ven coronados por el éxito. Necesitamos ese éxito

por el consuelo espiritual que proporciona: resucita, aun de manera indirecta, nuestra

fe en la regularidad del mundo y la previsibilidad de los acontecimientos, que resulta

indispensable para nuestra salud y cordura. También conjura la ilusión de que hemos

adquirido un nuevo saber, de que hemos aprendido y, sobre todo, de que se trata de

algo que podemos aprender, tal como es posible aprender las leyes de la inducción de

J. S. Mill o a conducir autos o a comer con palitos en lugar de tenedor, o a causar una

impresión favorable en los entrevistadores.

En el caso de la muerte, se admite que el aprendizaje se limita a la experiencia de otras

personas y es, por lo tanto, una ilusión ¡n extremis. La experiencia de otras personas no

puede aprenderse verdaderamente como experiencia; en el producto final del

aprendizaje del objeto, no es posible separar el Erlebnis original de la contribución

creativa de las capacidades imaginativas del sujeto. La experiencia ajena sólo puede

conocerse como una historia procesada, interpretada según lo que los otros vivieron. Tal

vez algunos gatos verdaderos tienen, como Tom de Tom y Jerry, nueve vidas o más, y

tal vez algunos conversos pueden llegar a creer en la reencarnación, pero el hecho es

que la muerte, como el nacimiento, se produce sólo una vez; no hay manera de aprender

a "hacerlo bien la próxima vez", ya que se trata de un acontecimiento que nunca

volveremos a experimentar.

El amor parece gozar de un estatus diferente que los otros acontecimientos

excepcionales.

De hecho, podemos enamorarnos más de una vez, y algunas personas se enorgullecen

o se quejan de que se enamoran y se desenamoran (al igual que algunos de los que

llegan a conocer en ese proceso) con demasiada facilidad. Todo el mundo ha escuchado

historias acerca de esas personas "proclives al amor" o "vulnerables al amor".

Existen fundamentos sólidos para considerar el amor, y particularmente el "estar

enamorado", como -casi por naturaleza- una situación recurrente, susceptible de

repetirse y que incluso favorece la repetición del intento. Si nos interrogan, la mayoría

de nosotros llegaremos a nombrar la cantidad de veces que nos enamoramos. Podemos

suponer (y con fundamento) que en nuestros tiempos crece rápidamente la cantidad de

personas que tiende a calificar de amor a más de una de sus experiencias vitales, que

no diría que el amor que experimenta en este momento es el último y que prevé que

aún la esperan varias experiencias más de la misma clase. Si esa suposición demuestra

ser acertada, no hay de qué asombrarse. Después de todo, la definición romántica del

amor -"hasta que la muerte nos separe"- está decididamente pasada de moda, ya que

ha trascendido su fecha de vencimiento debido a la reestructuración radical de las

estructuras de parentesco de las que dependía y de las cuales extraía su vigor e

importancia. Pero la desaparición de esa idea implica, inevitablemente, la simplificación

de las pruebas que esa experiencia debe superar para ser considerada como "amor". No

es que más gente esté a la altura de los estándares del amor en más ocasiones, sino

que esos estándares son ahora más bajos:

como consecuencia, el conjunto de experiencias definidas con el término "amor" se ha

ampliado enormemente. Relaciones de una noche son descriptas por medio de la

expresión "hacer el amor

Esta súbita abundancia y aparente disponibilidad de "experiencias amorosas" llega a

alimentar la convicción de que el amor (enamorarse, ejercer el amor) es una destreza

que se puede aprender, y que el dominio de esa materia aumenta con el número de

experiencias y la asiduidad del ejercicio. Incluso se puede llegar a creer (y con frecuencia

se cree) que la capacidad amorosa crece con la experiencia acumulada, que el próximo

amor será una experiencia aún más estimulante que la que se disfruta actualmente,

aunque no tan emocionante y fascinante como la que vendrá después de la próxima.

Sin embargo, sólo es otra ilusión... La clase de conocimiento que aumenta a medida que

la cadena de episodios amorosos se alarga es la del "amor" en tanto serie de intensos,

breves e impactantes episodios, atravesados a priori por la conciencia de su fragilidad y

brevedad. La clase de destreza que se adquiere es la de "terminar rápidamente y volver

a empezar desde el principio", en la que, según Sören Kierkegaard, el Don Giovanni de

Mozart era el virtuoso arquetípico. Pero por estar guiado por la compulsión a intentarlo

otra vez, y obsesionado con la idea de impedir que cada intento sucesivo interfiriera con

los intentos futuros, Don Giovanni era también el "impotente amoroso" arquetípico. Si

el propósito de la infatigable búsqueda y experimentación de Don Giovanni hubiera sido

el amor, su propia compulsión a experimentar hubiera descalificado ese propósito.

Resulta tentador señalar que el efecto de esa ostensible "adquisición de destreza" está

destinado a ser, como en el caso de Don Giovanni, el desaprendizaje del amor, una

"incapacidad aprendida" de amar.

Ese resultado -la venganza del amor, por así decirlo, contra los que se atreven a desafiar

su naturaleza- era de esperar. Se puede aprender a desempeñar una actividad que posee

un conjunto de reglas invariables que se corresponden con un entorno estable,

monótonamente repetitivo que favorece el aprendizaje, la memorización y,

ulteriormente, "el paso a la práctica". En un entorno inestable, la retención y la

adquisición de hábitos -que son las marcas registradas del aprendizaje exitoso- no sólo

son contraproducentes, sino que sus consecuencias pueden resultar fatales. Lo que una

y otra vez demuestra ser letal para las ratas en las cloacas de la ciudad -esas criaturas

muy inteligentes, capaces de aprender rápidamente a distinguir los restos de alimentos

entre los cebos venenosos- es el elemento de inestabilidad, que desafía a la regla y que

se inserta en la red de túneles y pozos subterráneos debido a la inaprensible,

impredecible y verdaderamente impenetrable "alteridad" de otras –humanas- criaturas

inteligentes: criaturas notorias por su tendencia a romper la rutina y a crear confusión

con la distinción entre regla y contingencia. Si esa distinción no se mantiene, el

aprendizaje (entendido como adquisición de hábitos útiles) no existe. Los que insisten

en condicionar sus acciones a los precedentes, como los generales que vuelven a

conducir una nueva guerra exactamente igual a su última guerra victoriosa, corren

riesgos suicidas y se exponen a infinitos problemas.

La naturaleza del amor implica -tal como lo observó Lucano dos milenios atrás

y lo repitió Francis Bacon muchos siglos más tarde- ser un rehén del destino.

En el Simposio de Platón, Diótima de Mantinea le señaló a Sócrates, con el asentimiento

absoluto de éste, que "el amor no se dirige a lo bello, como crees", "sino a concebir y

nacer en lo bello". Amar es desear "concebir y procrear", y por eso el amante "busca y

se esfuerza por encontrar la cosa bella en la cual pueda concebir". En otras palabras, el

amor no encuentra su sentido en el ansia de cosas ya hechas, completas y terminadas,

sino en el impulso a participar en la construcción de esas cosas. El amor está muy

cercano a la trascendencia; es tan sólo otro nombre del impulso creativo y, por lo tanto,

está cargado de riesgos, ya que toda creación ignora siempre cuál será su producto final.

En todo amor hay por lo menos dos seres, y cada uno de ellos es la gran incógnita de la

ecuación del otro. Eso es lo que hace que el amor parezca un capricho del destino, ese

inquietante y misterioso futuro, imposible de prever, de prevenir o conjurar, de

apresurar o detener. Amar significa abrirle la puerta a ese destino, a la más sublime de

las condiciones humanas en la que el miedo se funde con el gozo en una aleación

indisoluble, cuyos elementos ya no pueden separarse. Abrirse a ese destino significa, en

última instancia, dar libertad al ser: esa libertad que está encarnada en el Otro, el

compañero en el amor. Como lo expresa Erich Fromm: "En el amor individual no se

encuentra satisfacción [...] sin verdadera humildad, coraje, fe y disciplina"; y luego

agrega inmediatamente, con tristeza, que en "una cultura en la que esas cualidades son

raras, la conquista de la capacidad de amar será necesariamente un raro logro".1

Y lo mismo ocurre en una cultura de consumo como la nuestra, partidaria de los

productos listos para uso inmediato, las soluciones rápidas, la satisfacción instantánea,

los resultados que no requieran esfuerzos prolongados, las recetas infalibles, los seguros

contra todo riesgo y las garantías de devolución del dinero. La promesa de aprender el

arte de amar es la promesa (falsa, engañosa, pero inspiradora del profundo deseo de

que resulte verdadera) de lograr "experiencia en el amor" como si se tratara de cualquier

otra mercancía. Seduce y atrae con su ostentación de esas características porque supone

deseo sin espera, esfuerzo sin sudor y resultados sin esfuerzo.

Sin humildad y coraje no hay amor. Se requieren ambas cualidades, en cantidades

enormes y constantemente renovadas, cada vez que uno entra en un territorio

inexplorado y sin mapas, y cuando se produce el amor entre dos o más seres humanos,

éstos se internan inevitablemente en un terreno desconocido.

Eros, tal como afirma Levinas,2 es diferente de la posesión y del poder; no es

una batalla ni una fusión, y tampoco es conocimiento.

Eros es "una relación con la alteridad, con el misterio, es decir, con el futuro, con lo que

está ausente del mundo que contiene a todo lo que es...". "El pathos del amor consiste

en la insuperable dualidad de los seres." Los intentos de superar esa dualidad, de

domesticar lo díscolo y domeñar lo que no tiene freno, de hacer previsible lo

incognoscible y de encadenar lo errante son la sentencia de muerte del amor. Eros no

sobrevive a la dualidad. En lo que al amor se refiere, la posesión, el poder, la fusión y el

desencanto son los Cuatro Jinetes del Apocalipsis.

En ese punto radica la maravillosa fragilidad del amor, junto con su endemoniada

negativa a soportar esa vulnerabilidad con ligereza. Todo amor se debate por

concretarse, pero en el momento del triunfo se topa con su derrota última. Todo amor

lucha por sepultar las fuentes de su precariedad e incertidumbre, pero si lo consigue,

pronto empieza a marchitarse, y desaparece. Eros está poseído por el espectro de

Tánatos, que ningún hechizo mágico puede exorcizar. No es que Eros sea precoz, y

ninguna dimensión ni intensidad de educación ni de métodos de autoaprendizaje

conseguirán liberarlo de su patológica tendencia suicida.

El desafío, la atracción, la seducción que ejerce el Otro vuelve toda distancia, por

reducida y minúscula que sea, intolerablemente grande. La brecha se siente como un

precipicio. La fusión o la dominación parecen ser los únicos remedios para el tormento

resultante. Y sólo hay una delgadísima frontera, que muy fácilmente puede pasarse por

alto, entre una caricia suave y tierna y una mano de hierro que aplasta. Eros no puede

ser fiel a sí mismo sin practicar la caricia, pero no puede practicarla sin correr el riesgo

del dominio. Eros impulsa a las manos a tocarse, pero las manos que acarician también

pueden oprimir y aplastar.

Por más que uno haya aprendido sobre el amor y sobre amar, su sabiduría sólo

llegará, al igual que el mesías de Kafka, un día después de su llegada.

Mientras está vivo, el amor está siempre al borde de la derrota. Disuelve su pasado a

medida que avanza, no deja tras de sí trincheras fortificadas a las que podría replegarse

para buscar refugio en casos de necesidad. Y no sabe qué te espera ni qué puede

depararle el futuro. Nunca adquiere la confianza suficiente para dispersar las nubes y

apaciguar la ansiedad. El amor es un préstamo hipotecario a cuenta de un futuro incierto

e inescrutable.

El amor puede ser -y suele ser- tan aterrador como la muerte; sólo que, a diferencia de

la muerte, encubre la verdad bajo oleadas de deseo y entusiasmo. Es sensato equiparar

la diferencia entre el amor y la muerte a la que existe entre la atracción y la repulsión.

Si lo pensamos dos veces, sin embargo, ya no podemos estar tan seguros. Las promesas

del amor son, generalmente, menos ambiguas que sus ofrendas. De ese modo, la

tentación de enamorarse es avasallante y poderosa, pero también lo es la atracción que

ejerce la huida. Y el señuelo que nos induce a buscar una rosa sin espinas está siempre

presente y resulta difícil de resistir.

Deseo y amor. Hermanos. A veces, mellizos, pero nunca gemelos idénticos.

El deseo es el anhelo de consumir. De absorber, devorar, ingerir y digerir, de aniquilar.

El deseo no necesita otro estímulo más que la presencia de alteridad. Esa presencia es

siempre una afrenta y una humillación. El deseo es el impulso a vengar la afrenta y

disipar la humillación. Es la compulsión de cerrar la brecha con la alteridad que atrae y

repele, que seduce con la promesa de lo inexplorado e irrita con su evasiva y obstinada

otredad. El deseo es el impulso a despojar la alteridad de su otredad, y por lo tanto, de

su poder. A partir de ser explorada, familiarizada y domesticada, la alteridad debe

emerger despojada del aguijón de la tentación, sin ningún acicate. Es decir, si es que

sobrevive a tal tratamiento. Sin embargo, lo más posible es que, en el curso del proceso,

sus restos no digeridos hayan pasado del terreno de lo consumible al de los desechos.

Lo que se puede consumir atrae, los desechos repelen. Después del deseo llega el

momento de disponer de los desechos. Según parece, la eliminación de lo ajeno de la

alteridad y el acto de deshacerse del seco caparazón se cristalizan en el júbilo de la

satisfacción, condenado a desaparecer una vez que la tarea se ha realizado. En esencia,

el deseo es un impulso de destrucción. Y, aunque oblicuamente, también un impulso de

auto-destrucción; el deseo está contaminado desde su nacimiento por el deseo de

muerte. Sin embargo, éste es su secreto mejor guardado y, sobre todo, guardado de sí

mismo.

Por otra parte, el amor es el anhelo de querer y preservar el objeto querido. Un impulso

centrífugo, a diferencia del centrípeto deseo. Un impulso a la expansión, a ir más allá, a

extenderse hacia lo que está "allá afuera". A ingerir, absorber y asimilar al sujeto en el

objeto, y no a la inversa como en el caso del deseo. El deseo es ampliar el mundo: cada

adición es la huella viva del yo amante; en el amor el yo es gradualmente transplantado

al mundo. El yo amante se expande entregándose al objeto amado. El amor es la

supervivencia del yo a través de la alteridad del yo. Y por eso, el amor implica el impulso

de proteger, de nutrir, de dar refugio, y también de acariciar y mimar, o de proteger

celosamente, cercar, encarcelar. Amar significa estar al servicio, estar a disposición,

esperando órdenes, pero también puede significar la expropiación y confiscación de toda

responsabilidad. Dominio a través de la entrega, sacrificio que paga con

engrandecimiento. El amor y el ansia de poder son gemelos siameses: ninguno de los

dos podría sobrevivir a la separación.

Si el deseo ansía consumir, el amor ansía poseer. En cuanto la satisfacción del deseo es

colindante con la aniquilación de su objeto, el amor crece con sus adquisiciones y se

satisface con su durabilidad. Si el deseo es auto destructivo, el amor se autoperpetúa.

Como el deseo, el amor es una amenaza contra su objeto. El deseo destruye su objeto,

destruyéndose a sí mismo en el proceso; la misma red protectora que el amor urde

amorosamente alrededor de su objeto, lo esclaviza. El amor hace prisionero y pone en

custodia al cautivo: arresta para proteger al propio prisionero.

El deseo y el amor tienen propósitos opuestos. El amor es una red arrojada sobre la

eternidad, el deseo es una estratagema para evitarse el trabajo de urdir esa red. Fiel a

su naturaleza, el amor luchará por perpetuar el deseo. El deseo, por su parte, escapará

de los grilletes del amor.

"Las miradas se encuentran a través de una habitación atestada; se enciende

la chispa de la atracción. Conversan, bailan, se ríen, comparten un trago o una

broma y, antes de darse cuenta, uno de los dos dice: '¿Tu casa o la mía?'.

Ninguno de los dos está en busca de una relación seria, pero de alguna manera

una noche puede convertirse en una semana, después en un mes, en un año o

más tiempo" , señala Catherine Jarvie.3

Ese imprevisible resultado del fogonazo del deseo y de una sola noche para sofocarlo es,

según Jarvie, "un punto intermedio entre la libertad de los encuentros ocasionales y la

seriedad de una relación importante" (aunque la "seriedad", tal como la propia Jarvie

recuerda a sus lectores, no sirve para proteger a una "relación importante" ni impide

que ésta termine en "dificultades y amarguras" cuando un miembro de la pareja "sigue

comprometido con la relación mientras el otro ansía buscar nuevos campos de

pastoreo"). Los puntos intermedios -como todos los otros acuerdos "hasta nuevo aviso"

dentro de un entorno fluido en el que comprometerse con el futuro es tan imposible

como ofensivo- no son necesariamente malos (según la opinión de Jarvie y la doctora

Valerle Lamont, una psicóloga colegiada a quien cita en su nota), pero cuando "se

comprometa, aun a medias", "recuerde que le está cerrando la puerta a otras

posibilidades románticas" (es decir, renunciando al derecho de "buscar nuevos campos

de pastoreo", al menos hasta que su pareja reclame primero ese derecho).

Una observación aguda, un cálculo sensato: usted se encuentra ante una elección. Elige

el amor o elige el deseo.

Más observaciones agudas: sus miradas se cruzan a través de la habitación y antes de

darse cuenta... El deseo de compartir la cama brota de la nada, y no necesita golpear

muchas veces a la puerta para que lo dejen entrar. Aunque no es una característica

común de nuestro mundo obsesionado por la seguridad, esas puertas tienen pocos

cerrojos, o ninguno. Nada de circuito cerrado de televisión para estudiar detalladamente

a los intrusos y distinguir a los perversos merodeadores de los visitantes de buena fe.

Simplemente, comprobar la compatibilidad de los signos del zodíaco (como ocurre en

los comerciales de una marca de teléfonos móviles) será suficiente.

Tal vez decir "deseo" sea demasiado. Como en los shoppings: los compradores de hoy

no compran para satisfacer su deseo, como lo ha expresado Harvey Ferguson, sino que

compran por ganas. Lleva tiempo (un tiempo insoportablemente largo según los

parámetros de una cultura que aborrece la procrastinación y promueve en cambio la

"satisfacción instantánea") sembrar, cultivar y alimentar el deseo. El deseo necesita

tiempo para germinar, crecer y madurar. A medida que el "largo plazo" se hace cada

vez más corto, la velocidad con que madura el deseo, no obstante, se resiste con

terquedad a la aceleración; el tiempo necesario para recoger los beneficios de la

inversión realizada en el cultivo del deseo parece cada vez más largo, irritante e

insoportablemente largo.

A los gerentes de los shoppings, los accionistas no les han dado ese tiempo, pero

tampoco quieren dejar que la decisión de compra sea determinada por motivos que

surgen y maduran arbitrariamente, ni abandonar su cultivo en las manos inexpertas y

poco confiables de los compradores. Todos los motivos necesarios para que los

compradores compren deben surgir de inmediato, mientras caminan por el centro de

compras. Y también deben morir de inmediato (gracias a un suicidio asistido, en la

mayoría de los casos), una vez que han cumplido su cometido. Su expectativa de vida

se reduce al tiempo que le lleva a los compradores recorrer el shopping desde la entrada

hasta la salida.

En nuestros días, los centros de compras suelen ser diseñados teniendo en cuenta la

rápida aparición y la veloz extinción de las ganas, y no considerando el engorroso y lento

cultivo y maduración del deseo. El único deseo que debe emanar de una visita al centro

de compras es el de repetir, una y otra vez, el jubiloso momento en que uno "se deja

llevar" y permite que su propio anhelo dirija la escena sin ningún libreto prefijado. La

breve expectativa de vida de las ganas es una de sus mayores ventajas, que le confiere

superioridad sobre los deseos. Rendirse a las propias ganas, en vez de seguir un deseo,

es algo momentáneo, que infunde la esperanza de que no habrá consecuencias

duraderas que puedan impedir otros momentos semejantes de jubiloso éxtasis. En el

caso de las parejas, y especialmente de las parejas sexuales, satisfacer las ganas en vez

de un deseo implica dejar la puerta abierta "a otras posibilidades románticas" que, tal

como sugiere la doctora Lamont y reflexiona Catherine Jarvie, pueden ser "más

satisfactorias y plenas".

Como los actos nacidos de las ganas ya han sido profundamente implantados

por los enormes poderes del mercado de consumo, seguir un deseo parece

conducirnos, de manera incómoda, lenta y perturbadora, hacia el compromiso

amoroso.

En su versión ortodoxa, el deseo necesita atención y preparativos, ya que involucra

largos cuidados, complejas negociaciones sin resolución definitiva, algunas elecciones

difíciles y algunos compromisos penosos, pero peor aún, implica también una demora

de la satisfacción., que es sin duda el sacrificio más aborrecido en nuestro mundo

entregado a la velocidad y la aceleración. En su radicalizada, reducida y sobre todo

compacta encarnación en las ganas, el deseo ha perdido casi todos esos atributos

desalentadores, concentrándose más exclusivamente en el objetivo. Como lo

expresaban las publicidades que anunciaban la novedad de las tarjetas de crédito, ahora

es posible concretar "el deseo sin demora".

Cuando la relación está inspirada por las ganas ("las miradas se encuentran a través de

una habitación atestada"), sigue la pauta del consumo y sólo requiere la destreza de un

consumidor promedio, moderadamente experimentado. Al igual que otros productos, la

relación es para consumo inmediato (no requiere una preparación adicional ni

prolongada) y para uso único, "sin perjuicios". Primordial y fundamentalmente, es

descartable.

Si resultan defectuosos o no son "plenamente satisfactorios", los productos pueden

cambiarse por otros, que se suponen más satisfactorios, aun cuando no se haya ofrecido

un servicio de posventa y la transacción no haya incluido la garantía de devolución del

dinero. Pero aun en el caso de que el producto cumpla con lo prometido, ningún producto

es de uso extendido: después de todo, autos, computadoras o teléfonos celulares

perfectamente usables y que funcionan relativamente bien van a engrosar la pila de

desechos con pocos o ningún escrúpulo en el momento en que sus "versiones nuevas y

mejoradas" aparecen en el mercado y se convierten en comidilla de todo el mundo.

¿Acaso hay una razón para que las relaciones de pareja sean una excepción a la regla?

Las promesas de compromiso, escribe Adrienne Burgess, "no significan nada a

largo plazo" 4.

Y prosigue con esta explicación: El compromiso es resultado de otras cosas: del grado

de satisfacción que nos provoca la relación, de si vemos para ella una alternativa viable,

y de si la posibilidad de abandonarla nos causará la pérdida de alguna inversión

importante (tiempo, dinero, propiedades compartidas, hijos)". Pero estos factores

"tienen altibajos, al igual que los sentimientos de compromiso de las personas", según

Caryl Rusbult, una "experta en relaciones" de la Universidad de Carolina del Norte.

Un verdadero dilema: usted es reticente a cortar por lo sano y reducir sus pérdidas, pero

aborrece despilfarrar su dinero. Una relación, le dirán los expertos, es una inversión

como cualquier otra: usted le dedica tiempo, dinero, esfuerzos que hubiera podido

destinar a otros propósitos, pero que no destinó esperando hacer lo correcto, y lo que

usted perdió o eligió no disfrutar se le devolverá en su momento, con ganancias. Usted

compra acciones y las conserva durante todo el tiempo que prometen aumentar su valor,

y las vende rápidamente cuando las ganancias empiezan a disminuir o cuando otras

acciones prometen un ingreso mayor (el asunto es no pasar por alto el momento

adecuado). Si usted invierte en una relación, el provecho que espera de ella es en primer

lugar seguridad, en sus diversos sentidos: la cercanía de una mano que ofrezca ayuda

en el momento en que más la necesite, que ofrezca socorro en el dolor, compañía en la

soledad, que ayude cuando hay problemas, que consuele en la derrota y aplauda en las

victorias; y que también ofrezca una pronta gratificación. Pero escuche esta advertencia:

las promesas de compromiso en una relación, una vez establecida, "no significan nada

a largo plazo".

Por supuesto, una relación es una inversión como cualquier otra, ¿y a quién se le ocurriría

exigir un juramento de lealtad a las acciones que acaba de comprarle al agente de bolsa?

¿Jurar que será semper fidelis, en las buenas y en las malas, en la riqueza y en la

pobreza, "hasta que la muerte nos separe"? ¿No mirar nunca hacia otro lado, donde

(¿quién sabe?) otros premios nos esperan?

Los tenedores de acciones que valen la pena (y atención: los tenedores de acciones sólo

tienen acciones, y uno siempre puede soltar lo que tiene) leen cada mañana en primer

lugar las páginas del diario dedicadas a la bolsa para descubrir si es el momento de

seguir conservándolas o de venderlas. Y lo mismo vale para las relaciones. Sólo que en

ese caso no existe la bolsa y nadie hará por usted el trabajo de evaluar las probabilidades

(a menos que contrate un consejero experto, del mismo modo que contrata un agente

de bolsa experto o un contador, aunque en el caso de las relaciones, innumerables

programas testimoniales y "dramas de la vida real" intentan hoy ocupar el lugar del

asesor experto). De modo que usted tiene que hacerlo, cada día, por sí solo. Si comete

un error, se le negará el consuelo de echarle la culpa al hecho de haber sido

erróneamente informado. Deberá estar constantemente alerta. ¡Pobre de usted si

duerme una siesta o baja la guardia! "Estar en una relación" significa un montón de

dolores de cabeza, pero sobre todo una perpetua incertidumbre. Uno nunca puede estar

verdadera y plenamente seguro de lo que debe hacer, y jamás tendrá la certeza de que

ha hecho lo correcto o de que lo ha hecho en el momento adecuado.

Parece que el dilema no tiene solución. Y peor aún, parece plantearnos una paradoja

absolutamente injusta: la relación no sólo no cumple en satisfacer una necesidad, tal

como se esperaba de ella, sino que además convierte esa necesidad en algo aún más

irritante y enloquecedor. Usted buscó esa relación con la esperanza de mitigar la

inseguridad que lo acosaba en soledad, pero la terapia sólo ha servido para agudizar los

síntomas, y tal vez ahora usted se siente menos seguro que antes, aun cuando la "nueva

y agravada" inseguridad emana de otra parte. Si usted pensaba que los intereses de su

inversión en la compañía serían pagados con la moneda de la seguridad, evidentemente

ha actuado sobre la base de presupuestos equivocados.

Esto es un problema, y un problema grave, pero allí no termina el tema. Comprometerse

con una relación que "no significa nada a largo plazo" (¡y de esto son conscientes ambas

partes!) es una espada de doble filo. Eso deja librado a su cálculo y decisión la posesión

o el abandono de la inversión, pero no hay motivo para suponer que su pareja, si lo

desea, no ejercerá a discreción el mismo derecho, y que no estará libre para hacerlo

cuando a él o a ella se le antoje. La conciencia de ese hecho aumenta aún más su

inseguridad, y ese aumento es lo más insoportable de todo: a diferencia del caso en que

usted mismo decide si "lo toma o lo deja", no está en su poder impedir que su pareja

opte por romper el acuerdo. Sí puede hacer pequeñas cosas para inclinar a su favor la

decisión de su pareja. Para el otro, usted representa acciones a vender o pérdida con la

que se debe terminar, y nadie consulta a las acciones antes de devolverlas al mercado,

o a las pérdidas en el momento que se producen.

Considerar una relación como una transacción comercial no es, en ningún aspecto, una

cura para el insomnio. La inversión hecha en la relación es siempre insegura y está

condenada a seguir siéndolo aunque uno desee otra cosa: es un dolor de cabeza y no

un remedio. Mientras las relaciones se consideren inversiones provechosas, garantías de

seguridad y solución de sus problemas, usted estará sometido al mismo azar que cuando

se tira al aire una moneda. La soledad provoca inseguridad, pero las relaciones no

parecen provocar algo muy diferente. En una relación, usted puede sentirse tan inseguro

como si no tuviera ninguna, o peor aún. Sólo cambian los nombres que pueda darle a

su ansiedad.

Si no existe una buena solución para un dilema, si ninguna de las actitudes

sensatas y efectivas nos acercan a la solución, las personas tienden a

comportarse irracionalmente, haciendo más complejo el problema y tornando

su resolución menos plausible.

Tal como concluye Christopher Clulow, del Instituto Tavistock de Estudios Maritales, otro

experto en relaciones citado por Adrienne Burgess: "Cuando los amantes se sienten

inseguros, tienden a comportarse de manera poco constructiva, tratando de complacer

o de controlar, e incluso con agresiones físicas: todas ellas actitudes que ahuyentan aún

más a la pareja". Una vez que se filtra la inseguridad, la navegación no es más segura,

estable ni reflexiva. Sin timón, la frágil balsa de la relación se bambolea entre los dos

peñascos de mala fama, contra los que muchas relaciones naufragan: la sumisión total

y el poder absoluto, la sumisa aceptación y la conquista arrogante, borrando así tanto

la autonomía propia como la de la pareja. Chocar contra una de ambas rocas haría

naufragar incluso a un barco de buen tamaño con tripulantes veteranos, y hasta una

balsa timoneada por un marino inexperto que, por haber crecido en la época de las

piezas de repuesto, nunca tuvo la oportunidad de aprender el arte de reparar los daños.

Ningún marino de hoy perdería el tiempo reparando la parte que ya no sirve para

navegar, sino que más bien la reemplazaría con una pieza de repuesto. Pero en la balsa

de una relación no hay piezas de repuesto.

El fracaso de una relación es con frecuencia un fracaso de comunicación.

Tal como observó Knud Lögstrup -primero, el amable evangelista de la parroquia de

Funen y, más tarde, el filósofo ético con voz de clarín de la Universidad de Aarhus-, hay

"dos perversiones divergentes" que esperan, emboscadas, al comunicador desprevenido

o irreflexivo5. Una es "la clase de asociación que, debido a la pereza, el miedo a la gente

o una propensión por las relaciones cómodas, consiste simplemente en tratar de

complacer al otro evitando siempre el tema. Con la posible excepción de una causa

común contra un tercero, no hay nada que promueva tanto una relación cómoda como

la mutua adulación". Otra perversión consiste en "querer cambiar a la gente. Tenemos

opiniones definidas acerca de cómo hacer las cosas y de cómo deberían ser los otros.

Estas opiniones carecen de comprensión, porque cuanto más definitivas son las

opiniones, tanto más necesario es que no nos distraigamos comprendiendo demasiado

a los que queremos cambiar".

El problema es que ambas perversiones suelen ser hijas del amor. La primera perversión

puede ser resultado de mi deseo de comodidad y paz, tal como sugiere Lögstrup. Pero

también puede ser -y suele ser así- producto de mi amoroso respeto por el otro: te amo,

y por eso te dejo ser como eres y como quieres ser, por más que dude de la sabiduría

de tu elección. A pesar del daño que tu obstinación pueda causarte, no me atrevo a

contradecirte, para que no te veas obligado a elegir entre tu libertad y mi amor. Puedes

contar con mi aprobación, pase lo que pase… Y como el amor sólo puede ser posesivo,

mi generosidad amorosa está asistida por la esperanza: este cheque en blanco es un

don de mi amor, un don precioso que no se encuentra en otra parte. Mi amor es ese

tranquilo refugio que buscabas y que necesitabas aunque no lo buscaras. Ahora puedes

descansar y dejar de buscar...

Es la posesividad del amor en acción, pero una clase de posesividad que se manifiesta

en la contención y el autodominio.

La segunda perversión es la de la posesividad del amor dejada en libertad sin ninguna

restricción. El amor es una de las respuestas paliativas a la bendición/maldición de la

individualidad humana, uno de cuyos atributos es la soledad que provoca la condición

de estar separado del resto (tal como sugiere Erich Fromm 6, los humanos de todas las

épocas y culturas se enfrentan con la respuesta a la misma pregunta: la que plantea

cómo superar la separación, cómo lograr la unión, cómo trascender la propia vida

individual y encontrarse "siendo uno con otros"). Todo amor está teñido del impulso

antropofágico. Todos los amantes quieren dominar, extirpar y limpiar la irritante

alteridad que los separa del amado; la separación del amado es el miedo más intenso

del amante, y muchos amantes llegan a cualquier extremo por exterminar de una vez

por todas al espectro de la despedida. ¿Y qué mejor medio de alcanzar ese objetivo que

convertir al amado en parte inseparable del amante? Adonde vayas, yo voy; lo que

hagas, lo hago; lo que yo acepte, tú lo aceptas; lo que yo aborrezca, lo aborrecerás tú.

Si no puedes ser mi gemelo siamés... ¡sé mi clon!

La segunda perversión tiene también otra raíz, que se hunde en la adoración del amante

por el amado. En su introducción a la colección de textos que lleva como título

Philosphies of Love 7, David L. Norton y Mary F. Kille relatan la historia de un hombre

que invitó a cenar a sus amigos para que conocieran a "la perfecta encarnación de la

Belleza, la Virtud, la Sabiduría y la Gracia, en suma, a la mujer más adorable del mundo";

más tarde, ese mismo día, ante la mesa del restaurante, los amigos invitados "se

esforzaron por ocultar su asombro": ¿era ésta "la criatura cuya belleza obnubilaba la de

Venus, Elena y lady Hamilton?". A veces resulta difícil distinguir la adoración del amado

de la adoración a uno mismo; se puede atisbar el rastro de un ego expansivo pero

inseguro, desesperado por confirmar sus inciertos méritos por medio de su reflejo en el

espejo o, mejor aún, de un adulador retrato, laboriosamente retocado. ¿No es cierto,

acaso, que algo de mi valor único se le ha contagiado a la persona que yo (repito: que

yo mismo, ejerciendo mi soberana voluntad y capacidad) he elegido -la que he elegido

entre la multitud de personas comunes y corrientes para que sea mi -y sólo mi-

compañera? En el deslumbrante brillo de la elegida, mi propia incandescencia encuentra

su reflejo centelleante. Eso aumenta mi gloria, la confirma y la respalda, transmite la

noticia y la prueba de mi gloria a cualquier parte donde vaya.

¿Pero puedo estar seguro? Lo estaría, si no fuera por las dudas que hacen sonar sus

grilletes en el oscuro calabozo de lo no-pensado, donde las encerré con la vana

esperanza de no volver a oír jamás de ellas. Reparos, recelos, la aprensión de que la

virtud pueda ser defectuosa y la gloria pura fantasía... de que la distancia entre yo tal

como soy y el yo verdadero que pugna por salir, pero que aún no lo ha logrado todavía,

debe ser franqueada, y eso es algo muy difícil.

Mi amada podría ser una tela donde pintar mi perfección en toda su magnificencia y

esplendor, ¿pero no aparecerán también manchas y borrones? Para limpiarlos, o para

ocultarlos en caso de que estén muy adheridos y sea imposible eliminarlos, hay que

limpiar y preparar el lienzo antes de empezar a pintar, y luego estar muy atento para

asegurarse de que los rastros de la antigua imperfección no emergerán de su escondite

bajo sucesivas capas de pintura. Cada momento de descanso tiene un precio, hay que

restaurar y repintar sin descanso...

Ese esfuerzo infinito también es una labor amorosa. El amor estalla de energía creativa;

una y otra vez esa energía se libera a través de una explosión o de un flujo constante

de destrucción.

Mientras tanto, la persona amada se ha convertido en una tela. Preferentemente, una

tela en blanco. Sus colores naturales se han desteñido, de modo de no alterar o

desfigurar el retrato del pintor. El pintor no necesita preguntarse cómo se siente la tela

allá abajo, sosteniendo toda esa pintura. Las telas de lienzo no hablan. Pero las telas

humanas a veces pueden hacerlo.

Puede ser un flechazo, amor a primera vista, pero debe transcurrir un tiempo,

breve o prolongado, entre la pregunta y la respuesta, entre la propuesta y su

aceptación.

El tiempo que transcurre nunca es tan breve como para permitir que la persona que

pregunta y la persona que responde sigan siendo, en el momento de la respuesta, los

mismos seres que en el momento en que se formuló la pregunta. Tal como lo expresa

Franz Rosenzweig, "inevitablemente, la respuesta es pronunciada por otra persona

diferente de la que fue interrogada, y está dirigida a otra que ya no es la misma que la

formuló. Es imposible conocer la profundidad de esos cambios"8. Formular la pregunta,

esperar la respuesta, recibir la pregunta, debatirse con la respuesta: eso provoca el

cambio.

Ambas partes sabían que el cambio se avecinaba, y ambos lo recibieron con beneplácito.

Se arrojaron de cabeza en esas aguas desconocidas; la oportunidad de lanzarse a la

aventura de lo desconocido y lo impredecible fue para ellos el atractivo más grande del

amor. "El primer alivio de la tensión en el juego brujo del amor se produce usualmente

cuando los amantes se llaman por primera vez por el nombre de pila. Este acto

representa la solitaria promesa de que el ayer de los dos individuos se incorporará a su

presente." Y -quiero agregar- representa también la promesa de que ambos están

dispuestos a incorporar un futuro compartido a su presente a medias compartido y a

medias separado. El mañana siguiente a esa incorporación diferirá del hoy -tiene que

diferir- del mismo modo que difiere del ayer. John se convertirá en John y Mary, Mary

se convertirá en Mary y John.

Odo Marquard señaló, no de manera necesariamente irónica, el parentesco etimológico

que existe entre zwei y Zweifel -"dos" y "duda"- y sugirió que la relación entre ambos

trascendía la mera aliteración. Cuando hay dos, no hay certezas, y cuando se reconoce

al otro como a un "segundo" por derecho propio, como a un segundo soberano, no una

simple extensión, o un eco, o un instrumento o un subordinado mío, se admite y se

acepta esa incertidumbre. Ser dos significa aceptar un futuro indeterminado.

Franz Kafka observó que estamos doblemente separados de Dios. Haber comido del

árbol del conocimiento nos separa a nosotros de Él, mientras que el hecho de no haber

comido del árbol de la vida lo separa a Él de nosotros. Él (la eternidad en la que todos

los seres y sus actos están abarcados, en la que todo lo que puede ser es y todo lo que

puede suceder sucede) está cerrado para nosotros, destinado a seguir siendo un secreto,

para siempre, más allá de toda comprensión. Pero lo sabemos, y ese conocimiento no

nos da descanso. Desde el fallido intento de construir la Torre de Babel no podemos

dejar de intentar y errar y fracasar y volver a intentar.

¿Intentar qué? Intentar negar esa separación, negar la negativa de nuestro derecho al

fruto del árbol de la vida. Seguir intentando y fracasando en cada intento es humano,

demasiado humano. Si la alteridad, tal como repite Levinas, es el misterio último, lo

absolutamente desconocido y completamente impenetrable, no puede significar más que

una ofensa y un desafío; precisamente por ser algo divino, prohíbe el acceso, impide la

entrada, es inalcanzable. Pero (tal como Rosenzweig nos recuerda) "lo ¡limitado no

puede alcanzarse por medio de la organización [...]. Las cosas más elevadas no pueden

planearse: hay que estar permanente dispuestos".

¿Dispuestos a qué? "El habla está condicionada por el tiempo y nutrida por él... No sabe

anticipadamente dónde va a terminar. Depende de otros. De hecho, vive gracias a la

vida de otro... En la conversación real algo ocurre." Rosenzweig explica quién es ese

"otro" de cuya vida vive el lenguaje para que algo ocurra en la conversación: ese "otro"

"es siempre un alguien definido" que "no sólo tiene oídos, como 'todo el mundo', sino

también una boca".

Y eso es exactamente lo que hace el amor: arranca a otro entre "todo el mundo", y por

medio de ese acto convierte al otro en "un alguien bien definido", alguien con una boca

a la que escuchar, alguien con quien conversar para que algo pueda ocurrir.

¿Y qué es ese "algo"? El amor implica dejar en suspenso la respuesta, o abstenerse de

formular la pregunta. Convertir a otro en un alguien definido significa convertir en

indefinido al futuro. Significa estar de acuerdo con la indefinición del futuro. Aceptar vivir

una vida, desde la concepción hasta la muerte, en el único sitio asignado a los humanos:

el vacío que se extiende entre la finitud de sus acciones y la infinitud de sus propósitos

y consecuencias.

Las "relaciones de bolsillo", explica Catherine Jarvie, comentando las opiniones

de Gillian Walton de London Marriage Guidance,9 se denominan así porque uno

se las guarda en el bolsillo para poder sacarlas cuando le hagan falta.

Una relación de bolsillo exitosa es agradable y breve, dice Jarvie. Podemos suponer que

es agradable porque es breve, y que resulta agradable precisamente debido a que uno

es cómodamente consciente de que no tiene que hacer grandes esfuerzos para que siga

siendo agradable durante más tiempo: de hecho, uno no necesita hacer nada en absoluto

para disfrutar de ella. Una "relación de bolsillo" es la encarnación de lo instantáneo y lo

descartable.

Pero su relación no adquirirá esas maravillosas cualidades si no se han cumplido

previamente ciertas condiciones. Adviértase que es usted quien debe satisfacer esas

condiciones, y ése es indudablemente otro punto a favor de la "relación de bolsillo", ya

que su éxito depende de usted y sólo de usted; por lo tanto, es sólo usted quien ejerce

el control, y seguirá ejerciendo el control a lo largo de la corta vida de la "relación de

bolsillo".

Primera condición: debe embarcarse en la relación con total conciencia y claridad.

Recuerde, nada de "amor a primera vista". Nada de enamorarse... Nada de esas súbitas

marcas de emoción que lo dejan sin aliento: nada de esas emociones que llamamos

"amor" ni de ésas a las que sobriamente denominamos "deseo". Usted no debe permitir

que ninguna emoción lo embargue ni conmueva, y sobre todo, no debe permitir que

nadie le arrebate la calculadora de la mano. Y no se deje confundir con respecto a la

relación en la que está por embarcarse, en cuanto a lo que no es y nunca será. La

conveniencia es lo único que cuenta, y la conveniencia debe evaluarse con la mente

clara, y no con un corazón cálido (por no hablar de un corazón ardiente). Cuanto más

pequeño sea su préstamo hipotecario, tanto menos inseguro se sentirá cuando se vea

expuesto a las fluctuaciones del futuro mercado inmobiliario; cuanto menos invierta en

la relación, tanto menos inseguro se sentirá cuando se vea expuesto a las fluctuaciones

de sus propias emociones futuras.

Segunda condición: mantenga las cosas en ese estado, recuerde que la conveniencia

necesita poco tiempo para convertirse en su opuesto. Así que no permita que la relación

se escape de la supervisión de su cabeza, ni que desarrolle su propia lógica, ni -

especialmente- que ocupe otros territorios, saliéndose de su bolsillo, que es adonde

pertenece. Esté alerta. No baje nunca la guardia. Vigile cuidadosamente hasta la más

mínima alteración de lo que Jarvie denomina "las clandestinas corrientes emocionales"

(obviamente, las emociones tienden a convertirse en clandestinas cuando ya no están

sujetas al cálculo). Si advierte que aparece algo que no negoció y que no le interesa, ha

"llegado el momento de seguir viaje". Si viaja con cautela, evitará el hastío de la llegada.

El tráfico es lo que le depara el placer.

De modo que mantenga su bolsillo vacío y dispuesto. Muy pronto necesitará poner algo

allí y -cruce los dedos- lo hará...

Vale la pena leer cada semana la sección "Espíritu de las relaciones" del

Guardian Weekend, pero es mejor aún leerla varias semanas seguidas.

Cada semana, esta sección ofrece consejos acerca de cómo proceder al enfrentar un

"problema" que se supone que todos los hombres y mujeres (especialmente los lectores

del Guardian) deberán enfrentar en algún momento. Cada semana, un problema; pero

en una serie de semanas sucesivas, el lector atento puede adquirir mucho más que

ciertas específicas destrezas de política de vida que le pueden resultar útiles en

determinadas situaciones para resolver ciertos problemas específicos. En realidad,

puede adquirir destrezas que, una vez combinadas, pueden contribuir a crear la clase

de situaciones para las que esas mismas destrezas han sido concebidas y a localizar los

problemas que deben resolver. Un lector regular y dedicado, dotado de una memoria

que abarque más de una semana, puede dibujar y completar un mapa completo de la

vida en el que tienden a aparecer los "problemas", registrar el inventarlo completo de

los "problemas" y formarse una opinión acerca de la frecuencia relativa o la rareza de

cada aparición. En un mundo en el que la gravedad de las cosas o los acontecimientos

sólo se representa por medio de números, por lo cual sólo puede percibirse de esa

manera (el impacto del éxito según el número de discos vendidos, el de un

acontecimiento público o representación según el número de televidentes, el de una

figura pública según el número de personas que asiste a su velorio, el de los intelectuales

según el número de veces que son citados o mencionados), la frecuencia con que ciertos

"problemas" aparecen en la columna, bajo diversas formas, semana tras semana, es

todo el testimonio que uno necesita para advertir su relevancia en una vida exitosa y,

por lo tanto, la importancia de las destrezas que uno desarrolle para resolverlos.

Por lo tanto, en lo referido a las relaciones tal como se las ve a través del prisma de la

columna "Espíritu de las relaciones", ¿qué puede aprender un lector leal acerca de la

importancia relativa de las cosas y de las técnicas con las cuales debemos manejarlas?

El lector puede enterarse de algunos datos útiles con respecto a los sitios en los que

pueden hallarse parejas potenciales en mayor cantidad que la usual, y acerca de las

situaciones en las que, una vez encontradas, esas personas podrán más probablemente

ser convencidas de que deben asumir el rol de pareja. Y el lector sin duda se enterará

de que establecer una relación es un "problema", es decir, que ofrece una dificultad que

provoca confusión y una tensión poco agradable que, para disiparse, requerirá cierta

cantidad de conocimiento y oficio. Y eso se aprende sin necesidad de largos y complejos

estudios, tan sólo siguiendo con regularidad, semana tras semana, la versión sobre el

espíritu de las relaciones del Guardian Weekend.

Sin embargo, ésta no será la enseñanza fundamental que recibirá y adoptará el lector

regular con respecto a su visión y política de vida. El arte de romper las relaciones y

salir ileso de ellas, con pocas heridas profundas y sin cuidados especiales que eviten los

"daños colaterales" (como el alejamiento de los amigos, o grupos en los que uno ya no

será bienvenido o que debería evitar), supera ampliamente al arte de componer las

relaciones, ya que ocupa mucho más espacio en la publicación.

Parece como si Richard Baxter, el feroz profeta puritano, fuera en cambio el profeta de

una estrategia de vida adecuada para la moderna era líquida, y dijera de las relaciones

lo mismo que dijo acerca de la adquisición y el cuidado de los bienes externos: que

"deben pesar sobre los hombros como un abrigo ligero, que puede dejarse de lado en

cualquier momento", y que uno debe preocuparse más que nada de que no se

conviertan, inadvertida y subrepticiamente, en "una coraza de acero"... "No se llevarán

sus riquezas a la tumba", advirtió el profeta-santo Baxter a su grey, apelando al sentido

común de la gente que vivía su vida como si estuviera al servicio de la vida eterna, en

el más allá. Usted no se llevará sus relaciones al próximo episodio, advertiría a sus

clientes el experto consejero Baxter, al unísono con las premoniciones, que se han vuelto

certezas, de la gente que aprendió después del hecho, y cuyas vidas han sido divididas

en episodios vividos como si estuvieran al servicio de los episodios por venir. Es probable

que su relación se rompa mucho antes de que el episodio termine. Pero si no se rompe,

difícilmente haya otro episodio. Ningún otro episodio para saborear y disfrutar.

El rating asombrosamente exitoso de EastEnders* expresa un mensaje

aparentemente diferente...

El público hechizado/adicto aumenta cada vez más, al igual que la confianza y seguridad

de los guionistas, los productores y los actores. La telenovela parece haber acertado en

algo que otras comedias pasaron por alto o trataron de alcanzar infructuosamente. ¿Cuál

es su secreto?

Casi todas las relaciones que establecen los personajes de EastEnders resultan para los

espectadores tan frágiles como las otras que conocen, ya sea de primera mano por sus

propias frustraciones o a través de los relatos de advertencia de las frustraciones de

otros (incluyendo los mensajes que proceden de la columna del "Espíritu de las

relaciones"). Casi ninguno de los vínculos establecidos por los protagonistas de

EastEnders ha sobrevivido más de unos pocos meses -algunos apenas semanas-, y entre

las relaciones fenecidas han sido escasas y aisladas las que terminaron por "causas

naturales". Un espectador con buena memoria consideraría al Square un cementerio de

las relaciones humanas...

Establecer relaciones al estilo EastEnders no es nada fácil. Requiere bastante esfuerzo y

una destreza considerable, de la que muchos desafortunados personajes carecen y que

es innata en muy pocos (aunque a veces también les hace falta un golpe de suerte,

circunstancia notoria por su injusta distribución). Los problemas no terminan cuando las

parejas se van a vivir juntas. Las habitaciones compartidas pueden ser sede de muchos

jolgorios divertidos, pero nunca un entorno de seguridad y descanso. Algunas son

escenarios para crueles dramas, con escaramuzas verbales que pueden llegar hasta los

puñetazos y (si la pareja no se separa antes de que las cosas lleguen a ese punto)

convertirse en eventualmente hostilidades en gran escala que apuntan hacia un

desenlace que se aproxima al de Perros de la calle.

Las elaboradas ceremonias de matrimonio no ayudan; las noches exclusivamente de

hombres o de mujeres solas no ponen fin a lo Desconocido, lleno de riesgos y accidentes,

y las bodas no son nuevos principios que conducen a la pareja a "algo completamente

diferente", sólo son breves descansos dentro de un drama sin guión.

La relación de pareja no es más que una coalición de "intereses confluentes", y en el

fluido mundo de EastEnders la gente va y viene, las oportunidades llaman a la puerta y

desaparecen otra vez poco después de que las han dejado entrar, las fortunas ascienden

y declinan y las coaliciones tienden a ser flotantes, flexibles y frágiles. La gente busca

pareja y "establece relaciones" para evitar las tribulaciones de la fragilidad, sólo para

descubrir que esa fragilidad resulta aún más penosa que antes. Lo que se esperaba y

pretendía que fuera un refugio (tal vez el refugio) contra la fragilidad demuestra ser una

y otra vez su caldo de cultivo...

Millones de seguidores y adictos de EastEnders ven la televisión y asienten. Sí, sabemos

todo eso, lo hemos visto, lo hemos vivido. Lo que hemos aprendido duramente es que

el haber sido abandonado a la propia compañía, sin nadie con quien contar para que nos

acaricie, nos consuele y nos dé una mano, es atemorizante y espantoso, pero que nunca

nadie se siente más solo y abandonado que cuando lucha por asegurarse de que

realmente hay alguien con quien pueda contar hoy y pasado mañana para que haga

todo eso en el caso de que la rueda de la fortuna gire en sentido adverso. Los resultados

de esa lucha son impredecibles, y la lucha misma tiene su precio. Exige diarios sacrificios.

No pasa un solo día sin una escaramuza o un enfrentamiento. Esperar hasta que la

bondad oculta (como usted desea fervientemente y, por lo tanto, cree apasionadamente)

en lo profundo de su pareja elegida se abra paso a través de la maligna coraza y se

revele puede llevar mucho más tiempo que el que usted puede soportar. Y mientras

espera hay mucho dolor, lágrimas vertidas y sangre derramada...

Los episodios de EastEnders son tres repeticiones semanales de sabiduría de vida

cotidiana. Funcionan como regulares y confiables confirmaciones para los inseguros: sí,

ésta es tu vida, y la verdad sobre la vida de otros como tú. No sientas pánico, tómala

como viene, y no te olvides por un momento de que así será, seguro que así será. Nadie

dice que convertir a alguien en tu compañero de destino sea fácil, pero no hay otra

alternativa que intentarlo, e intentarlo y volver a intentarlo.

Sin embargo, éste no es el único mensaje que EastEnders transmite claramente tres

veces por semana y gracias al cual se ha convertido en una cita imperdible para tantas

personas. También tiene otro mensaje. En caso de que usted lo haya olvidado, existe

una segunda línea de defensa contra los caprichos de la errática fortuna y las sorpresas

que el insensible mundo tiene guardadas en la manga. Las trincheras ya fueron

excavadas antes de que usted empezara a cavar las suyas; las trincheras están

esperando que usted simplemente se zambulla en ellas. Nadie le hará preguntas, nadie

le preguntará qué ha hecho usted para ganarse el derecho de pedir refugio y ayuda.

Haya hecho lo que hubiere hecho, nadie le impedirá la entrada.

Existen los Butcher, los Mitchell, los Slater. Clanes a los que usted por azar pertenece,

sin tener que pedir permiso de admisión. No necesita hacer nada para convertirse en

"uno de ellos". Aunque tampoco puede hacer gran cosa para dejar de ser uno de ellos.

Si usted llegara a olvidarse de esas sencillas verdades, ellos se encargarían

inmediatamente de recordárselas.

Así usted se encuentra atrapado en un doble vínculo. A menos que usted prefiera ser

uno de esos excepcionalmente inescrupulosos, rebeldes, aventureros o psicóticos

canallas y partas "naturales" que muy pronto estarán ocultos, atropellados por un auto,

expulsados por los vecinos, encerrados en la cárcel -o que usarán otros escapes

semejantes para desaparecer de Albert Square-, sin duda querrá usar las dos anclas que

la vida le ha dado para echar amarras en compañía de otros. Usted deseará aferrarse a

la pareja de su elección y al clan que el destino ha elegido para usted.

Aunque eso tal vez no sea fácil, como disfrutar del calor de una chimenea y del placer

de nadar en el mar al mismo tiempo. Los sinuosos caminos elegidos por los personajes

de Albert Square describen clara y gráficamente todos los obstáculos que entorpecen su

avance, y ésa es otra razón para no perderse sus hazañas ni uno solo de los tres

episodios semanales. En ellos uno ve algo que siempre ha sentido: que es el único

eslabón que conecta a la pareja a la que ama y por la que desea ser amado con el clan

familiar al que pertenece, al que desea pertenecer y que, a su vez, también le exige

pertenencia y obediencia. Y, de ese modo, uno es por cierto "el eslabón más débil", el

que más sufre el tironeo entre ambas partes. La guerra de desgaste, que hierve a fuego

lento y a veces desborda, cuyas primeras víctimas son aquellos que sueñan con una

reconciliación, alcanzó su culminación dramática -por cierto, se elevó a la altura de la

tragedia de Antífona- con el juicio de Little Mo,** la versión actualizada de la inmortal

obra de Sófocles y la inmortal historia que esa obra registró...

Dice Antígona: "Mas yo no hubiera hecho lo prohibido / Por ningún esposo y por ningún

hijo. / ¿Para qué? Podría haber tenido otro esposo / y con él otros hijos, de haber perdido

alguno;/ pero, perdidos padre y madre, ¿dónde encontraría yo / otro hermano?". Perder

un esposo no es el final del camino. Los esposos, incluso en la antigua Grecia (aunque

no tanto como para los contemporáneos de Little Mo), son temporarios; perderlos es sin

duda doloroso, pero curable. La pérdida de los padres, por el contrario, es irrevocable.

¿Eso basta para que el deber hacia la familia anule lo que se le debe al esposo? Tal vez

un cálculo tan sobrio no bastaría, si no fuera por otra razón: las exigencias procedentes

de un compañero elegido, un compañero de viaje temporario y en principio

reemplazable, no tienen tanto peso como las exigencias que llegan de las profundidades

del insondable e inescrutable pasado: "Esa orden no vino de Dios. La justicia que mora

con los dioses allá abajo no conoce esa ley. / No creo que tus edictos tengan tanta fuerza

/ como para anular las inalterables leyes no escritas / de Dios y el cielo, ya que sólo eres

un hombre. / Ésas no son de ayer ni hoy, sino eternas, / aunque no podamos decir de

dónde es que salieron".

En este punto, diríamos, los caminos de Antígona y Little Mo se separan. Por cierto, es

difícil que escuchemos a los residentes de Albert Square mencionar a Dios (los pocos

que lo hacen desaparecen rápidamente de la saga, ya que están flagrantemente fuera

de lugar. Allí, al igual que en muchas otras calles de nuestras ciudades, Deus ha estado

por mucho tiempo absconditus, no tiene celular y su teléfono no figura en la guía

telefónica; por lo tanto, nadie puede alegar, de manera creíble, que sabe exactamente

cómo sonarían Sus instrucciones si fueran audibles. Los derechos de la familia pueden

ser más duraderos que el deber hacia la pareja elegida, pero en Albert Square nadie

parece recibir la sanción divina. La lamentable situación de Little Mo no está provocada

por el temor de Dios. Entonces, ¿en qué sentido -si es que hay alguno- el drama de Little

Mo es una repetición de la tragedia de Antígona?

En la versión que da Sófocles de la historia de Antígona, el Mensajero sale a escena para

resumir el significado del relato, pero también para anticiparse y responder a nuestra

pregunta, una pregunta que, a diferencia de lo que ocurre con las palabras empleadas

para hacerla comprensible para los espectadores, obviamente no ha envejecido: "¿Qué

es la vida del hombre? Algo no determinado / para bien o para mal, ni creado para la

culpa o la alabanza. La suerte eleva a un hombre a las alturas, la suerte hace que se

hunda / y nadie puede predecir qué será de lo que es".

De modo que es el futuro, el aterrador, desconocido e impenetrable futuro (que es, tal

como repitió

Levinas, el epítome, el parangón, la más completa representación de la "absoluta

alteridad"), y no la dignidad del pasado, por venerable que sea, lo que se oculta tras el

dilema al que tanto Little Mo como Antígona deben enfrentarse. "Nadie puede predecir

qué será de lo que es", pero tampoco nadie puede soportar fácilmente esa imposibilidad.

En ese mar de incertidumbre, uno busca salvación en pequeñas islas de seguridad. ¿Una

historia que ostenta un pasado más largo tiene más probabilidades de ingresar al futuro,

incólume y sin daños, que otra, por cierto "hecha y deshecha por el hombre", que

procede flagrantemente "de ayer o de hoy"? No hay manera de saberlo, pero resulta

tentador creer que sí. Hay poco para elegir, de todos modos, en esa interminable,

siempre inconclusa y frustrante búsqueda de certeza...

Tras escuchar el veredicto adverso del jurado, Little Mo se dirige a su padre y dice: "Lo

siento...".

En la lengua alemana, la afinidad está caracterizada como el opuesto del

parentesco.

La "afinidad" es parentesco con reservas... es parentesco pero... (Wahlverwandschaft,

equivocadamente traducido como "afinidad electiva", un flagrante pleonasmo, ya que

ninguna afinidad puede ser no electiva; sólo el parentesco está pura y simplemente, se

quiera o no, predeterminado ... ). La elección es el factor calificador: transforma el

parentesco en afinidad. Sin embargo, también delata la ambición de la afinidad: su

intención es ser como el parentesco, tan incondicional, irrevocable e indisoluble como el

parentesco (eventualmente, la afinidad se entrelazará con el linaje y se hará

indiscernible del resto de la red de parentesco; la afinidad de una generación se

convertirá en el parentesco de la siguiente). Pero ni siquiera los matrimonios -

contrariamente a la insistencia de los sacerdotes- se realizan en el cielo, y lo que los

seres humanos han unido puede ser disuelto por los seres humanos.

Por supuesto, nos encantaría que el parentesco estuviera precedido por la elección, pero

también que, luego de la elección, el parentesco fuera exactamente lo que ya es:

firmemente resistente, duradero, confiable, persistente, indisoluble. Ésa es la

ambivalencia endémica de toda Wahlverwandschaft, su marca de nacimiento (una peste

y un encanto, una bendición y una pesadilla) que no puede borrarse. El acto fundante

de la elección es el poder de seducción de la afinidad y su condena. El recuerdo de la

elección, su pecado original, está destinado a arrojar una larga sombra y a oscurecer

incluso la más brillante unión llamada "afinidad": la elección, a diferencia del destino del

parentesco, es una calle de doble mano. Uno siempre puede echarse atrás, y el

conocimiento de esa posibilidad hace aún más desalentadora la tarea de mantener la

dirección.

La afinidad nace de la elección y el cordón umbilical jamás se corta. A menos que la

elección se rehaga a diario y se concreten actos nuevos para confirmarla, la afinidad se

marchitará y declinará hasta derrumbarse o desarticularse. La intención de mantener

viva la afinidad es presagio de una lucha cotidiana y promesa de una vigilancia sin

descanso. Para nosotros, habitantes del moderno mundo líquido que aborrece todo lo

sólido y durable, todo lo que no sirve para el uso instantáneo y que implica esfuerzos

sin límite, esa perspectiva supera toda capacidad y voluntad de negociación. Establecer

un vínculo de afinidad proclama la intención de hacer que ese vínculo sea como el de

parentesco, pero también la disposición a pagar el precio del avatar con la dura moneda

de la monotonía de lo cotidiano. Cuando esa disposición (o, según el tipo de

entrenamiento ofrecido y recibido, la solvencia de los valores) no existe, uno es más

proclive a pensarlo dos veces antes de actuar de acuerdo con esa intención.

Por lo tanto, vivir juntos ("y esperemos para ver cómo funciona y adónde nos conduce

eso") adquiere el atractivo del que carecen los vínculos de afinidad. Sus intenciones son

modestas, no se hacen promesas, y las declaraciones, cuando existen, no son solemnes,

ni están acompañadas por música de cuerdas ni manos enlazadas. Casi nunca hay una

congregación como testigo y tampoco ningún plenipotenciario del cielo para consagrar

la unión. Uno pide menos, se conforma con menos y, por lo tanto, hay una hipoteca

menor para pagar, y el plazo de pago es menos desalentador. Sobre "vivir juntos", el

futuro parentesco, deseado o temido, no arroja su oscura sombra. "Vivir juntos" es un

porque, no un para qué. Todas las opciones siguen abiertas, y los hechos del pasado no

tienen la autoridad necesaria para eliminarlas.

Los puentes son inútiles si no cubren toda la distancia entre ambas costas, pero en el

"vivir juntos" la otra costa está envuelta en una bruma que nunca se disipa, una bruma

que nadie desea disipar y que nadie intenta dispersar. No se sabe qué se verá si la

bruma se disipa, y no se sabe si en realidad hay algo oculto bajo la bruma. ¿La otra

costa está allí o es tan sólo una fata morgana, una ilusión conjurada por la bruma, un

efecto de la imaginación que hace que usted vea formas extrañas en las nubes

pasajeras?

Vivir juntos puede significar compartir el barco, la mesa del comedor y las literas de los

camarotes. Puede significar navegar juntos y compartir las alegrías y las penurias de la

travesía. Pero no se trata de cruzar desde una costa hasta otra, por lo que su propósito

no es representar a los (ausentes) sólidos puentes. Es posible conservar la bitácora de

aventuras pasadas, pero en ella sólo se habrá registrado una somera mención del

itinerario y del puerto de destino. La bruma que cubre la otra costa -desconocida, que

no figura en los mapas- puede ser delgada y dispersarse, dejando atisbar los contornos

de un puerto; se puede decidir navegar hasta él, pero todo eso no está escrito -ni podría

escribirse- en el diario de navegación.

La afinidad es un puerto que conduce al refugio seguro del parentesco. La unión que

implica "vivir juntos" y la unión del parentesco son dos universos diferentes, cada uno

con su propio espacio-tiempo, cada uno completo en sí mismo, con sus propias leyes y

su propia lógica. Ningún pasaje de uno a otro está trazado de antemano, aunque uno

puede, por azar, toparse con la ruta que los comunica. No hay manera de saber, al

menos no de manera anticipada, si vivir juntos resultará una ruta pública o una calle sin

salida. Es necesario recorrer los días como si esa diferencia no importara, y en cierto

modo eso es lo que vuelve irrelevante el "qué es cada cosa".

El hecho de que la afinidad ortodoxa haya pasado de moda y ya no se practique ha

afectado inevitablemente la situación del parentesco. Al carecer de puentes estables

para permitir la afluencia de tránsito, las redes de parentesco no pueden menos que

sentirse frágiles y amenazadas. Sus límites son confusos y conflictivos, ya que se

disuelven en un terreno que carece de títulos de propiedad y derechos hereditarios, en

una tierra de frontera que se convierte a veces en campo de batalla y otras veces en el

objeto de luchas judiciales no menos crueles. Las redes de parentesco ya no pueden

estar seguras de sus posibilidades de supervivencia, por no hablar de calcular sus propias

expectativas de vida. Esa fragilidad las torna aún más preciosas. Se han vuelto frágiles,

sutiles, delicadas; inspiran sentimientos protectores, inducen al abrazo, a la caricia,

anhelan ser tratadas con amoroso cuidado. Y ya no desafían con arrogancia como cuando

nuestros antepasados aborrecían y se revelaban contra la rigidez y la asfixia del abrazo

familiar. Ya no están seguras de sí mismas, sino más bien dolorosamente conscientes

de que un solo paso en falso podría ser fatal para su supervivencia. Nadie se tapa ya los

ojos ni los oídos, las familias miran y escuchan con atención, demasiado dispuestas a

corregir sus hábitos y prestas a devolver el afecto y el amor con la misma moneda.

Paradójicamente -o, después de todo, no tan paradójicamente- el atractivo y el poder

del parentesco creció a medida que disminuía el magnetismo y se empequeñecía el poder

de la afinidad...

De manera que aquí estamos, vacilantes y maniobrando con dificultad entre dos mundos

notoriamente distanciados y enfrentados entre sí, a pesar de ser ambos deseables y

deseados, sin que los una ningún pasaje conocido, y menos aún caminos abiertos y

transitados.

Treinta años atrás (en The Fall of Public Man), Richard Sennett señaló el

advenimiento de "una ideología de la intimidad" que "transmuta las categorías

políticas en categorías psicológicas"10.

Una de las portentosas consecuencias de esa nueva ideología fue la sustitución de la

"identidad compartida" por los "intereses compartidos". La fraternidad basada en la

identidad se convertiría -advertía Sennett- en "la empatía por un grupo selecto de gente

aliada por medio del rechazo de aquellos que no se hallaban dentro del círculo local".

"Ajenos, desconocidos, diferentes se convierten en criaturas a las que se les hará un

vacío."

Pocos años más tarde, Benedict Anderson acuñó la expresión «comunidad imaginada"

para describir el misterio de la autoidentificación con una amplia categoría de extraños

con los que uno cree compartir algo suficientemente importante como para referirse a

ellos como un "nosotros", comunidad de la cual yo, quien habla, formo parte. El hecho

de que Anderson considerara esa identificación con una población dispersa de personas

desconocidas como un misterio que requería explicación fue una confirmación indirecta

-y por cierto un tributo- de las intuiciones de Sennett. En el momento en que Anderson

desarrolló su modelo de "comunidad imaginada", la desintegración de los lazos y vínculos

impersonales (y con ellos, tal como señaló Sennett, del arte de la "civilidad", es decir,

de "usar la máscara" que simultáneamente protege y permite disfrutar de la compañía)

había alcanzado una etapa avanzada y, por lo tanto, el palmeo de espaldas, la

proximidad, la intimidad, la "sinceridad", el "entregarse sin reservas", sin guardar

secretos, la confesión compulsiva y obligatoria se convertían rápidamente en la única

defensa humana contra la soledad y en el único telar disponible donde tramar el anhelo

de unión. Sólo se podía concebir una totalidad más amplia que el propio círculo de

confesión mutua como un "nosotros" aumentado y extendido, como esa semejanza, mal

llamada "identidad", magnificada. La única manera de incluir "desconocidos" en ese

"nosotros" era adjudicándoles el lugar de potenciales socios de los ritos confesionales,

destinados a revelar un "interior" similar (y por lo tanto, familiar) cuando se los

presionara a revelar sus intimidades.

La comunión de interioridades, basada en una revelación mutuamente inducida, puede

ser el núcleo de la relación amorosa. Puede echar raíces, germinar, prosperar dentro de

la isla autopreservada -o casi autopreservada- de las biografías compartidas. Pero al

igual que el partido moral de dos miembros -que si se lo expande para incluir a un

tercero, enfrentándolo así con la "esfera pública", descubre que sus intuiciones e

impulsos morales resultan insuficientes para enfrentar y resolver los temas de justicia

impersonal que se presentan en la esfera pública-, la comunión amorosa no está

preparada para el mundo exterior, para hacer frente a esas responsabilidades, porque

ignora las destrezas imprescindibles para ello.

En la comunión amorosa resulta totalmente natural considerar las fricciones y

desacuerdos como una irritación temporaria que pronto pasará, pero también como un

pedido de auxilio que la hará desaparecer. Una perfecta fusión de identidades parece en

ese caso una perspectiva realista, si se invierte en ella suficiente paciencia y dedicación,

cualidades que el amor confía en que podrá abastecer profusamente. Aun cuando la

semejanza amorosa de los amantes no se haya alcanzado, no parece un sueño absurdo

ni una ilusión fantasiosa. Seguramente será alcanzable, y se la alcanzará con los

recursos de los que ya disponen los amantes por su misma capacidad de amantes.

Pero intentar ampliar las legítimas expectativas del amor para domesticar, dominar y

desintoxicar el alucinante tumulto de sonidos y visiones que colman al mundo más allá

de la isla del amor... Allí, las probadas y confiables estratagemas del amor no serán de

gran utilidad. En la isla del amor, el acuerdo, la comprensión y la soñada unidad de dos

tal vez no están fuera del alcance, pero no ocurre lo mismo en el infinito mundo exterior

(a menos que se lo transmute, con una varita mágica, en el coloquio de consenso de

Jürgen Habermas). Los instrumentos de la unión yo-tú, por perfectos que sean su factura

y su empleo, resultarán impotentes ante la variedad, disparidad y discordia que separan

a las multitudes de potenciales "tú" entre sí, manteniéndolos en pie de guerra: más

proclives a los balazos que a una conversación. Se requiere el dominio de técnicas muy

diferentes cuando el desacuerdo es tan sólo una inquietud transitoria que pronto se

disipará, y cuando la discordia (subrayando la determinación de autoafirmarse) se hace

presente para quedarse durante un tiempo indefinido. La esperanza del consenso acerca

a las personas y las insta a un mayor esfuerzo. La falta de fe en la unidad, alimentada

por la evidente ineptitud de las herramientas disponibles, aleja a la gente entre sí e

impulsa a escapar de los demás.

La primera consecuencia de la falta de fe en la posibilidad de la unidad es la división del

mapa del Lebenswelt, el mundo de la vida, en dos continentes incomunicados entre sí.

En uno de ellos, el consenso se busca a toda costa (aunque casi siempre, tal vez todo el

tiempo, con las capacidades adquiridas y aprendidas en el refugio de la intimidad) y,

sobre todo, se presume que ese mundo ya está "allí", predeterminado por la identidad

compartida, esperando que se lo despierte y se lo confirme. Y el otro mundo es aquel

donde la esperanza de una unidad espiritual -y por lo tanto, también cualquier esfuerzo

por descubrirla o por construirla desde los cimientos- ha sido abandonada a priori, de

modo que el único intercambio concebible es el de los misiles y no el de las palabras.

Sin embargo, ahora ese dualidad de posturas (teorizada para uso particular como

división de la humanidad) parece pasar gradualmente a ocupar el fondo de la vida

cotidiana, junto con las dimensiones espaciales de proximidad y distancia humanas. Al

igual que en los vastos espacios de las tierras fronterizas globales, desde la raíz, en el

dominio de la política de vida, el entorno de la acción es un recipiente colmado de amigos

y enemigos potenciales, en el que se supone que las coaliciones cambiantes y los

enemigos flotantes pueden converger por un tiempo, sólo para desligarse nuevamente

y dar lugar a otras condensaciones diferentes. Las "comunidades de semejanzas",

predeterminadas pero a la espera de ser reveladas y colmadas de sustancia, están dando

lugar a las "comunidades de ocasión", que supuestamente se originan en torno a

eventos, ídolos, pánicos o modas: puntos focales más diversos que comparten el rasgo

de una expectativa de vida más breve. No duran más tiempo que las emociones que las

convierten en foco de atención e impulsan la unión de intereses -fugaces, pero no por

eso menos intensos- que convergen adhiriéndose "a la causa".

Todo ese unirse y separarse posibilita percibir la existencia simultánea del

impulso hacia la libertad y el anhelo de pertenencia, y encubre, si es que no

altera completamente, la disminución y privación de esos anhelos.

Ambos impulsos se funden y mezclan en la absorbente y consumidora tarea de "crear

una red de conexiones" y "navegar en la red". El ideal de "conexión" se debate por

aprehender la difícil y desconcertante dialéctica entre dos impulsos irreconciliables.

Promete una navegación segura (al menos no fatal) entre los arrecifes de la soledad y

del compromiso, entre el flagelo de la exclusión y la férrea garra de los lazos asfixiantes,

entre el irreparable aislamiento y la atadura irrevocable.

Chateamos y tenemos "compinches" con quienes chatear. Los compinches, como bien

lo sabe cualquier adicto, van y vienen, aparecen y desaparecen, pero siempre hay alguno

en línea para ahogar el silencio con "mensajes". En la relación de "compinches", el ir y

venir de los mensajes, la circulación de mensajes, es el mensaje, sin que importe el

contenido. Tenemos pertenencia... al constante flujo de palabras y oraciones inconclusas

(abreviadas, por cierto, truncadas para acelerar la circulación). Pertenecemos al habla,

no a aquello de lo cual se habla.

No hay que confundir la obsesión actual con las confesiones compulsivas y el derroche

de confidencias que preocupaban a Sennett treinta años atrás. El objetivo de emitir

sonidos y enviar mensajes ya no es someter las entrañas de la propia alma a la

inspección y aprobación de la pareja. Las palabras, pronunciadas o tipiadas ya no luchan

por consignar el viaje de descubrimiento espiritual. Tal como lo expresó admirablemente

Chris Moss (en el Guardian Weekend),11 por medio de "el chat por Internet, los teléfonos

móviles, los mensajes de texto", 1a introspección es reemplazada por una interacción

frenética y frívola que expone nuestros secretos más profundos al lado de nuestra lista

de compras". Quiero comentar que, sin embargo, esa interacción, a pesar de ser

frenética, tal vez no parezca tan frívola cuando uno advierte y recuerda que su objeto -

su único objeto- es mantener vivo el chateo. Los proveedores de acceso a Internet no

son sacerdotes que santifican la inviolabilidad de las uniones. Las uniones no tienen en

qué apoyarse salvo en el chateo y los mensajes de texto; la unión sólo se mantiene

gracias a nuestra charla, nuestro llamado telefónico, nuestros mensajes de texto. El que

deja de hablar queda fuera. El silencio es igual a la exclusión. Il n’y a pas dehors du

texte, por cierto -no hay nada fuera del texto-, aunque no en el sentido en que lo dijo

Derrida...

OM,*** la revista ilustrada de uno de los más venerables, respetados y amados

periódicos dominicales está dirigida a y es ávidamente leída por las clases más

sofisticadas de Bloomsbury o Chelsea y el resto, o casi, de las clases que envían

y reciben mensajes...

Tomemos, al azar, el ejemplar del 16 de junio de 2002, aunque en este caso la fecha no

importa mucho porque los contenidos, con variaciones menores, son inmunes a las

convulsiones, saltos o giros de la gran historia en proceso y a todas las políticas, con

excepción de la política de vida. Las aceleraciones o disminuciones de velocidad de las

grandes políticas de la época le pasan desapercibidas...

Aproximadamente, la mitad de la revista OM está ocupada por una sección llamada

"Vida". La sección tiene subsecciones: primero está "Moda", que informa acerca de las

pruebas y tribulaciones que implica "ponerse maquillaje", con otra subsección, "Moda-

ella", que exhorta a las lectoras a "recorrer distancia extra para encontrar el par de

zapatos correcto". Sigue la subsección "interiores", con un breve interludio sobre "casas

de muñecas". Después viene "jardines", que aconseja cómo "cuidar las apariencias" e

"impresionar a los invitados", a pesar de la irritante verdad de que "la tarea de un

jardinero no termina nunca". Sigue la subsección "Comida", seguida de inmediato por la

de "Restaurantes", que aconseja dónde encontrar buena comida cuando se sale a cenar,

y la de "Vinos", que sugiere dónde encontrar buen vino cuando se come en casa. Al

llegar a este punto, el lector está bien preparado para leer detenidamente las tres

páginas de la subsección "Cotidiana", que desarrolla los temas "amor, sexo, familia,

amigos".

En este ejemplar, la subsección "Cotidiana" está dedicada a las PSA, "parejas

semiadosadas",

"revolucionarias de las relaciones" que "han hecho estallar la sofocante burbuja de la

pareja" y, que "hacen las cosas a su gusto". Se trata de parejas de tiempo parcial.

Aborrecen la idea de compartir la casa y prefieren conservar separadas las viviendas,

las cuentas bancarias y los círculos de amigos, y compartir su tiempo y espacio cuando

tienen ganas, pero no en caso contrario. Así como el viejo empleo se ha dividido

actualmente en una sucesión de tiempos flexibles, empleos variados o proyectos a corto

plazo, y el viejo estilo de comprar o alquilar propiedades tiende a ser reemplazado por

el sistema de "tiempo compartido" y los paquetes turísticos, el viejo estilo de matrimonio

"hasta que la muerte nos separe"-ya desplazado por la reconocidamente temporaria

cohabitación del tipo "veremos cómo funciona"- es reemplazado ahora por una "reunión"

de tiempo parcial y flexible.

Los expertos -como muy, bien imaginan los lectores, ya que es un hábito famoso de los

expertos- están divididos. Sus opiniones oscilan entre dar una cálida bienvenida al

modelo de las PSA, calificándolas del tan buscado nirvana (ya que consiguen la

cuadratura del círculo con respecto al tema de dar y tomar genuinamente sin recibir

retribución por la pérdida de independencia que eso implica), y condenar a los

practicantes del nuevo modelo, a los que se acusa de cobardía por su falta de disposición

a enfrentar las pruebas y penurias que necesariamente se presentan cuando uno se

aboca a crear y perpetuar una relación plena y completa. Se consignan minuciosamente

todos los pro y los contra, se sopesan escrupulosamente, aunque en las hojas de balance

no aparecen (algo curioso, considerando la sensibilidad ecológica que cunde en nuestro

tiempo) los efectos del estilo de vida PSA sobre el entorno humano de las PSA.

Cuando uno ha terminado la subsección "Cotidiana", ¿qué resta de la sección "Vida"?

Las subsecciones llamadas "Salud", "Bienestar", "Nutrición" (nota: aparte de "Comida",

"Restaurantes" y "Vino") y "Estilos" (repleta de avisos publicitarios de mobiliarios). La

sección se completa con el "Horóscopo", en el que, según la fecha de nacimiento, se

aconseja a algunos lectores: "basta de arrastrarse, la movilidad es esencial ahora. Tiene

que desplazarse, hablar por su celular y cerrar tratos"; mientras que otros reciben este

consejo: "es justo su momento, nuevos asuntos lo rodean y ya no le quedan muchas

cosas viejas que puedan deprimirlo o pesar sobre su espíritu eternamente optimista".

NOTAS:

1. Erich Fromm, The Art of Loving (1957), Londres, Thorsons, 1995, p. VII [trad. esp.:

El arte de amar, Buenos Aires, Paidós, 1999].

2. Emmanuel Levinas, Le Temps et l’autre, París, Presses Universitaires de France, 1991,

pp. 81 y 78 [trad. esp.: El tiempo y el otro, Barcelona, Paidós, 1993]

3. Guardian Weekend, 12 de enero de 2002.

4. Adrienne Burguess, Will You Still Love Me Tomorrow, Chicago, Vermilion, 2001, citado

en Guardian Weekend, 26 de enero de 2002.

5. Knud Lögstrup, Den Etike Fordring, Copenhague, Nordisk Forlag, 1956, trad. al inglés

Theodor I. Jensens, The Ethical Demand, University of Notre Dame Press, 1997, pp.

24-25.

6. Erich Fromm, The Art of Loving, op. cit.

7. David L. Norton y Mary F. Kille (comps.), Philosophies of Love, Nueva York, Helix

Books, 1971.

8. Franz Rosenzweig, Das Büchlein vom gesunden und kranken Menschenverstand,

traducción al inglés: N. N. Glatzer (comp.), Understanding of the Sick and the

Healthy, Harvard University Press, 1999 [trad.

esp.: El libro del sentido común sano y enfermo, Madrid, Caparrós, 1994]

9. Guardian Weekend, 9 de marzo de 2002.

* Una telenovela británica que se ha emitido con extraordinario éxito desde 1985, sobre

la vida de las personas que viven en Albert Square, en el ficticio distrito de Walford, al

este de Londres. [N. de T]

** El personaje que encarna a una esposa golpeada, que en la telenovela es juzgada

por intento de homicidio contra su marido. [N. de T.]

10. Richard Sennett, The Fall of Public Man, Nueva York, Random House, [1974] 1978,

pp. 259 y ss. [trad. esp.: El declive del hombre público, Barcelona, Península, 1978]

11. Guardian Weekend, 6 de abril de 2002.

*** La revista dominical de The Observer. [N. de T.]

Texto extraído de "Amores líquidos", Zygmunt Bauman, págs. 15/57, editorial

FCE, Buenos Aires, Argentina, 2005.

Edición original: Polity Pres and Blackwell Publischers Ltd., 2003.

Corrección: Cecilia Falco

Selección: Karina De Carlo

Con-versiones julio 2006

Este libro fue distribuido por cortesía de:

Para obtener tu propio acceso a lecturas y libros electrónicos ilimitados GRATIS hoy mismo,

visita: http://espanol.Free-eBooks.net Comparte este libro con todos y cada uno de tus amigos de forma automática, mediante la

selección de cualquiera de las opciones de abajo:

Para mostrar tu agradecimiento al autor y ayudar a otros para tener

agradables experiencias de lectura y encontrar información

valiosa, estaremos muy agradecidos si "publicas un

comentario para este libro aquí".

INFORMACIÓN DE LOS DERECHOS DEL AUTOR

Free-eBooks.net respeta la propiedad intelectual de otros. Cuando los propietarios de los

derechos de un libro envían su trabajo a Free-eBooks.net, nos están dando permiso para

distribuir dicho material. A menos que se indique lo contrario en este libro, este permiso no

se transmite a los demás. Por lo tanto, la redistribución de este libro sín el permiso del

propietario de los derechos, puede constituir una infracción a las leyes de propiedad

intelectual. Si usted cree que su trabajo se ha utilizado de una manera que constituya una

violación a los derechos de autor, por favor, siga nuestras Recomendaciones y Procedimiento

de Reclamos de Violación a Derechos de Autor como se ve en nuestras Condiciones de

Servicio aquí: http://espanol.free-ebooks.net/tos.html