zorrilla, ruben h. - extraccion social de los caudillos

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E X T R A C C I N S O C I A L D E L O S C A U D I L L O S 1 8 1 0 - 1 8 7 0 R U B N H . Z O R R I L L A

Libros Tauro

EXTRACCIN SOCIAL DE LOS CAUDILLOS

RECONOCIMIENTO Este trabajo se realiz en el Instituto de Sociologa de la Facultad de Humanidades de la Universidad de Belgrano. Colaboraron en la bsqueda de material bibliogrfico y en la preparacin de fichas eruditas Antonio Avegno, Jorge Badaracco, Eduardo Baleani, Liliana Benedetti, Eduardo Caridi, Silvio Cenci, Juan Etcheverry, Mara Elena Fernndez, Susana Fernndez, Delia Fontana, Vibiana Fras, Armando Garca Rey, Juan Infantino, Mara Le Fort, Betty Slachter de Leiser, Virginia Mac Grath, Estela Millet, Elena Papa, Adriana Posthingel, Nora Ratti, Alicia Rovella, Leonardo Sacco, Ana Mara Sez, Graciela Snchez, Ins Spagnuolo, Carmen Valls, Celia Viao, Marta Zaporowsky y Emilio Zarnitzer. A todos ellos, al Rector de la Universidad, Dr. Avelino Jos Porto, y al Decano de la Facultad de Humanidades, Prof. Aldo Jorge Prez, agradezco la colaboracin que en todo momento prestaron a la realizacin de este estudio, aunque, desde luego, no son responsables de lo que en l se sostiene.

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INTRODUCCION Desde la primera dcada revolucionaria, cuando comenzaron a manifestarse como una realidad poltica insoslayable, los caudillos suscitaron la admiracin o la diatriba y, ocasionalmente, algunos intentos de comprensin que no culminaron, hasta ahora, en un satisfactorio esclarecimiento1. Acaso el ejemplo ms espectacular, por su capacidad para generar elogios y denostaciones, sea Facundo. All se renen todos esos elementos -el odio y el deslumbramiento, con una genuina dosis de comprensin, no obstante su insuficiencia- y se ofrece la primera exploracin sistemtica, autnticamente sociolgica, del fenmeno2. En la introduccin de ese polmico libro, concebido ex profeso, como toda la obra de Sarmiento, segn las pautas de una ardorosa vocacin poltica, el autor declara, a diez aos de la muerte de su protagonista: Facundo no ha muerto; est vivo en las tradiciones populares, en la poltica y revoluciones argentinas... Es de1

Sin duda, la perspectiva ms rigurosa -exenta, por lo dems, de toda fcil intencin moralizante o idealizadora- es la que ofrece Tulio Halpern Donghi en su admirable artculo El surgimiento de los caudillos en el cuadro de la sociedad rioplatense posrevolucionaria, en Estudios de Historia Social No 1, octubre 1965, Bs. As. Centro de Estudios de Historia Social de la Facultad de Filosofa y Letras de la UBA. 4

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cir, Facundo es algo ms que l mismo, es un paradigma cuyas coordenadas hay que rastrear, no en los, caprichos de una individualidad excepcional, sino en el contexto abarcador de la realidad social: ... en Facundo Quiroga no veo un caudillo simplemente, sino una manifestacin de la vida argentina tal como la han hecho la colonizacin y las peculiaridades del terreno, a lo cual creo necesario consagrar una seria atencin porque sin esto la vida y los hechos de Facundo Quiroga son vulgaridades que no mereceran entrar sino episdicamente en el dominio de la historia. Facundo, en fin, siendo lo que fue, no por un accidente de su carcter, sino por antecedentes inevitables y ajenos a su voluntad, es el personaje histrico ms singular, ms notable que puede presentarse a la contemplacin de los hombres que comprenden que un caudillo que encabeza un gran movimiento social no es ms que el espejo en que se reflejan, en dimensiones colosales, las creencias, las necesidades, preocupaciones y hbitos de una nacin en una poca dada de su historia. (Facundo, Bs. As., Ed. Sur, 1962, p. 24, Introduccin.) Han pasado bastante ms de diez veces diez aos y el fenmeno social que se cifra en el ejemplo estremecedor de Facundo Quiroga perdura como arma ideolgica en algunos grupos polticos y se prolonga morosamente en el repertorio, casi siempre pseudofolklrico, aunque brillante, de nuestros cantantes populares. Cul es la imagen que se desprende de esa perspectiva ideolgica? La de caudillos gauchos, que luchan por los2

Esto no quiere decir que Sarmiento tiene razn. 5

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derechos populares en el ejercicio de una democracia brbara y que defienden los intereses regionales en contra de un centralismo absorbente y pernicioso representado por Buenos Aires. Los caudillos son rigurosos y ecunimes, desprendidos y heroicos y, sobre todo, nacionalistas, aunque el contenido de este trmino requerira una cuidadosa explicacin. Esta imagen se inserta, adems, en el cuerpo ms amplio de un proceso histrico que culmin en Pavn con la derrota de la Confederacin, apoyada hasta ese momento en la solvencia blica de Urquiza, y con el sometimiento de las provincias y, por lo tanto, con el triunfo del centralismo y la sumisin -no necesariamente implicada en esa derrota- a los intereses extranjeros. Finalmente, y como prolongacin inevitable de esta perspectiva, la imagen del caudillo se ofrece como un ejemplo para las luchas polticas actuales. Constituyen ( son presentados como) los modelos de un liderazgo poltico vigente, o por lo menos, actualizable. En ellos reposa tambin la urdimbre de valores nacionales que es preciso rescatar para potenciar la capacidad creadora de las masas populares. En suma, el elogio del caudillismo aparece como un fenmeno ideolgico de fusin3, en el que elementos propios de estructuras(Efecto de fusin). ``Este fenmeno consiste precisamente en el hecho de que, ideologas y actitudes que constituyen la expresin de un proceso muy avanzado de desarrollo, al llegar a zonas y a grupos todava caracterizados por rasgos tradicionales, sino que pueden llegar a reforzar esos mismos rasgos tradicionales, que ahora parecen adquirir una nueva vigencia, no en nombre de la estructura pretrica, sino como productos3

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sociales modernas, como la clase obrera, o las masas populares de una sociedad industrial, se asimilan conceptualmente a fenmenos socioeconmicos totalmente diferentes, donde predominan rasgos fuertemente cargados de tradicionalismo4. En esta interpretacin, la historia adquiere connotaciones mticas: hay seres buenos y malos, de una sola pieza, guiados. los unos por su deslumbrante luz interior y los otros por sus mezquinos intereses. Las races sociolgicas -que no son las meramente poltics- de sus comportamientos, en cambio, permanecen ocultas. As, por ejemplo, las intensas luchas intercaudillos (Artigas contra Ramrez y Lpez, Ramrez contra Lpez y Bustos, Aroz contra Gemes e Ibara, entremuy avanzados. En otros casos, aun cuando sobre el plano verbal una ideologa en nada parezca diferir de sus expresiones en la zonas y grupos originarios, su significado psicolgico, en grupos rezagados, resulta fuertemente influidos por los contenidos tradicionales. Germani, Gino, Poltica y Sociedad en una poca de tradicin, Bs. As., Paids, 1962, pg. 104. 4 Entendemos por tradicionalismo el rechazo de la sociedad industrial en funcin de valores correspondientes a etapas anteriores a la emergencia de esa sociedad. En este sentido, el rechazo de ciertas formas y valores de la sociedad industrial no supone una concepcin tradicionalista, si ella implica superar -y, por lo tanto, responder creadoramente- a las exigencias y problemas de la sociedad industrial. El tradicionalismo encuentra la solucin ya preparada a esos problemas en el pasado; es una vuelta atrs, una utopa retroactiva y por eso mismo entraa siempre una glorificacin de lo ido. El rescate de la Edad de Oro es algo caracterstico de esta posicin. En cambio, la respuesta creadora se manifiesta ms bien a travs de una utopa situada en el futuro. No es una restauracin, sino una invencin o una conquista. Desde luego, con esta discriminacin provisional no pretendemos haber agotado la problemtica que subyace en las relaciones entre tradicionalismo y cambio, ni admitimos que el concepto mismo de tradicionalismo sierre las posibilidades a otros instrumentos tericos ms sutiles, all donde el anlisis lo requiera. 7

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otras), aparecen como episodios sometidos al capricho de los protagonistas. Sin embargo, es evidente que hay all algo ms que indi-vidualidades contrapuestas: hay la gravitacin de factores estructurales capaces de dar un sentido coherente a una serie de conflictos en apariencia poco entendibles a travs de una psicologa rudimentaria, como la que ofrece la historiografa habitual. Esos conflictos no son reducibles, por lo tanto, a propsitos. morales, ni a simplificaciones ms plausibles, como la oposicin provincias-centralismo porteo, aunque ella sea un dato importante. La opcin simtrica y opuesta (nuestros caudillos seran seores feudales omnipotentes, personeros siniestros de la edad media argentina)5 es tambin insatisfactoria, aunque apunte a veces, mediante la deteccin de una estructura feudal, a conceptos e hiptesis ms genuinamente explicativas. Sin embargo, este intento de subsumir el proceso histrico argentino dentro del marco de secuencia de etapas por las que pas Europa, prescinde de peculiaridades que no pueden ser eludidas. Otras veces, este enfoque crtico del caudillo tambin asume un nfasis literario y moralizador, en el que la denuncia de violencia o crueldades aparece en primer plano, sin aclarar el lugar que ellas ocupaban en la po-

Otro factor negativo de mucha importancia, que hemos sealado como determinante del atraso industrial argentino durante la primera mitad del siglo pasado, fue la barbarie de los caudillos que se aduearon de las provincias, para ellos sus feudos indiscutibles. Es la Edad Media argentina... (Dorfman, Adolfo, Historia de la industria argentina, Bs. As., Solar/Hachette, 1970, pg. 63). Esto no implica negar que los hechos citados por Dorfman sean ciertos. Es la imputacin causal y la conceptuacin la que es dudosa.5

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ca, y cul era el contenido y las orientaciones dismiles que subyacan en su utilizacin. En realidad, desde hace mucho tiempo, y no obstante su pertinaz sobrevivencia, ambas perspectivas historiogrficas que son una tradicin en nuestro pas- han entrado por la puerta sin salida de la esterilidad. Persisten, sin embargo, en el afn biogrfico volcado sobre nuestros caudillos, salvo contadas excepciones. Slo as se explica que aspectos fundamentales de sus vidas hayan pasado inadvertidos para el bigrafo de turno, en beneficio de la mitologa literaria, casi siempre inflexiblemente laudatoria. As, por ejemplo, en una biografa tan documentada como la de Quiroga, Pedro De Paoli no se preocupa por indagar en las relaciones comerciales y sociales de la familia del protagonista y ni siquiera en las de la propia provincia. Lo mismo se podra decir del Rosas de Manuel Glvez, del Ramrez de Jorge Newton o el de Anbal Vzquez, del Lpez de Leoncio Gianello. Con el resto, al menos en el material analizado para este estudio, ocurre lo mismo. Slo en el caso de Urquiza, y a travs sobre todo de los aportes excelentes de Manuel E. Macchi, hay un flanco visual diferente y en gran medida indito6, aunque su preocupacin, como en otros bigrafos, se localiza principalmente sobre la trayectoria poltica.76 Ver, de Manuel E. Macchi, Urquiza, ltima etapa, Santa Fe, Librera y Editorial Castellv, 1955, Segunda Edicin. La primera edicin no tiene los interesantes antecedentes comerciales de Urquiza, sin duda lo mejor del libro. El mismo autor tiene Urquiza, saladerista. 7 Tambin se vuelca sobre el perfil moral de Urquiza, al punto de que la inclusin de lo que calificamos como aportes excelentes se halla en la segunda edicin del libro (ver nota 6) y con el propsito de probar que ya en 1826, en los comienzos de su carrera poltica, ese caudillo era un

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El esclarecimiento de esas relaciones - las de los caudillos y sus familias con las estructuras sociales situadas ms all del centro poltico- es fundamental, si bien no la nica va, ni la ms importante, para despojar de su envoltura mtica al fenmeno del caudillismo. La idea de que existe alguna relacin significativa entre la extraccin social de los caudillos y el contenido o la orientacin especficamente poltica de su liderazgo, ha sido utilizada por varios autores. Pero es en Juan Jos Real8, Tulio Halpern Donghi9 y Leonardo Paso10, donde se dibuja quizs ms claramente como apoyo explicativo, aunque el contexto terico general y la metodologa de cada uno de esos autores -as como el valor explicativo-, sean notablemente diversos. No obstante su reconocida modestia, el trabajo que presentamos se ubica en esa lnea11. Nos interesa fundamentalhombre rico, y que su fortuna, por lo tanto, no fue obtenida en el ejercicio de su liderazgo. Con esta crtica no pretendemos eliminar la posibilidad, indudablemente legtima, de una estimacin moral. Slo subrayamos que las fuerzas sociales de un proceso histrico sobrepasan las intenciones ticas de los individuos aislados y deben ser explicadas segn las relaciones de los grandes grupos, de la madeja institucional en la que se hallan inscriptos, y del transfondo histrico y cultural que les dieron origen. Todo esto, por supuesto, no constituye una novedad, aunque es frecuentemente olvidado. 8 Ver especialmente su Manual de historia argentina, Bs. As., Ed. Fundamentos. 1952 9 Especialmente, op. cit. Para el caso de Rosas, Expansin ganadera en la campaa de Buenos Aires (1810-1852), Revista Desarrollo Econmico, abril-setiembre 1963, NQ 1-2, Vol. 3, Bs. As., pg. 57. 10 Especialmente, Los caudillos y la Organizacin Nacional, Bs. As., Editorial Futuro, 1965. 11 Esto no supone de ninguna manera optar por un punto medio, segn el cual las dos posiciones bosquejadas tendran algo de razn y algo de equivocacin. Supone, en cambio, dar una perspectiva diferente, 10

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mente detectar en qu niveles de la estratificacin social se ubicaron las familias de los caudillos y, subsidiariamente, en qu medida la posicin alcanzada por el caudillo es el resultado de la movilidad nter o intrageneracional. Al mismo tiempo, se trata de ver si el ejercicio de ciertos tipos de roles ocupacionales, en el plano individual de cada caudillo, y en el colectivo (el de todos los caudillos incluidos en la muestra) ofrece alguna recurrencia, es decir, alguna frecuencia modal. La hiptesis es que las regularidades que pudieran descubrirse en las diferentes pistas (niveles de estratificacin, y, por lo tanto, relaciones de congruencia o incongruencia de status, formas de movilidad y roles ocupacionales) denunciaran fenmenos estructurales sociolgicamente significativos. Es decir, no podra ser por azar que casi todos los caudillos pertenecieran a un determinado estrato social, hubieran pasado por determinadas vas de movilidad y tuvieran roles ocupacionales seme-jantes. Una hiptesis adicional, tampoco sujeta a comprobacin en este trabajo, aunque s utilizada, es que la significacin especficamente poltica del caudillismo slo puede explicarse por esas inserciones estructurales. Sobre la base, no demasiado amplia, de esos elementos; se tratar posteriormente de deducir algunas consecuenciassituada ms all de la oposicin indicada. Por otra parte, Juan Jos Real y Leonardo Paso podran adscribirse cmodamente al extremo calificado habitualmente como liberal de esa oposicin, aunque sus herramientas de anlisis sean -o presuman ser- de origen marxista. Este hecho, sin embargo, no es tan contradictorio, o, al menos, tan poco coherente como parece a primera vista. En efecto, el marxismo, en sus aspectos ticos y polticos -aunque no en los econmicos- encierra vinculaciones importantes con el liberalismo. Lo mismo ocurre, desde luego, con el anar-

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sociolgicamente relevantes. El material fctico estar constituido por los datos de fuentes secundarias accesibles, especialmente biografas. Si bien el intento no reclama originalidad historiogrfica, ni tampoco terica, hace posible, sin embargo, sistematizar un nutrido y heterogneo material existente, segn variables a hiptesis explcitas, aunque con el riesgo inocultable de aumentar la molesta confusin que domina esa debatida rea de nuestras pesquisas histricas.

quismo, el socialismo no marxista, y las diversas corrientes del utopismo que pueden adscribirse al socialismo. 12

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CAPTULO 1 METODOLOGIA 1. Hiptesis bsicas Nuestra hiptesis inicial es, pues, que existe una relacin entre la pertenencia a un determinado estrato social y la identificacin con los intereses de ese estrato en el ejercicio del liderazgo. Ms an: que esa relacin vincula una estructura de poder especfica, e histricamente determinada, con una de las estructuras sociales bsicas: el sistema de clases de una sociedad global tambin especfica, de modo que existira una decisiva unidad de intereses entre los personeros del liderazgo y la clase social a la que pertenecen. Puede preguntarse, en principio, si esta es una hiptesis plausible. Sera fcil demostrar, por ejemplo, que algunos de los ,dirigentes o manipuladores polticos de la Revolucin Francesa pertenecan a la nobleza o al clero y no a la clase burguesa, que era la hegemnica. Los revolucionarios de ideas socialistas -para decirlo de una manera genrica, a fin de que abarque una gran variedad de orientaciones- presen13

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tan un cuadro, por su parte, tal vez ms sorprendente, aunque todava no indagado: casi todos sus altos dirigentes - y los ms grandes, sin excepcin- pertenecen a la burguesa o a la pequea burguesa. Todos, adems, son intelectuales -si bien de muy distinta for-macin y capacidad- o, por lo menos, intelectuales polticos, es decir, individuos altamente potenciados para intentar un planteo terico, y no meramente prctico, de los problemas sociales que les interesaban. Estos rasgos tan sintticamente expresados no constituyen, sin embargo, una ruptura en la lnea de la tradicin revolucionaria; tambin los socialistas utpicos, los creadores del anarquismo, y aun los fundadores de las distintas variedades de socialismos existentes en el siglo XIX -entre ellos Marx y Engels- eran miembros de la burguesa, de la pequea burguesa y aun de la nobleza. Aunque se puede discutir si fueron representantes de la clase obrera o del movimiento proletario, o del campesinado -para utilizar la terminologa predominante- lo cierto es que las preocupaciones que guiaba sus intentos tericos y prcticos no conducan ala defensa de los intereses de los estratos sociales a los que pertenecan. Al contrario: llevaban ms bien -no obstante lo discutible que puedan parecer sus planteos- a cuestionar y corroer los privilegios de los estratos sociales cuyos beneficios haban, o todava, estaban, usufructuando. Obsrvese que las manifestaciones de la denominada guerrilla urbana, son planeadas y ejecutadas, sin excepcin, por individuos de clase media, la mayora de ellos universitarios o profesionales. Esta comprobacin, a pesar de su simplici14

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dad y de ser archiconocida, no deja de ser asombrosa, precisamente porque disuelve la relacin establecida por nuestra hiptesis inicial. De acuerdo con estos hechos no habra posibilidad de generalizar la existencia de un vnculo entr la orientacin bsica del liderazgo de un movimiento y la pertenencia de los que lo ejercitan, a un estrato social determinado. Curiosamente, algunos de los que han aportado datos decisivos para invalidar la hiptesis, son los que, sin explicitarla, parecen decididos a sostenerla contra el aval terminante de sus propios aportes. Para esto recurren, subrepticiamente, al principio de que la excepcin confirma la regla. Arguyen que algunos individuos, debido a su comprensin de los fenmenos sociales, se separan de su clase, se automarginan, y se entregan a la defensa de los intereses de clases antagnicas a la propia12. Comunista, Mxico, Editorial Mxico, 1949,.En el Manifiesto del Partido Comunista, por ejemplo, se lee: Finalmente, en aquellos perodos en que la lucha de clases est a punto de decidirse, es tan evidente y tan claro el proceso de desintegracin de la clase gobernante latente en el seno de la sociedad antigua, que una pequea parte de esa clase se desprende de ella y abraza la causa revolucionaria, pasndose a la clase que tiene en sus manos el porvenir. Y as como antes una parte de la nobleza se pasaba a la burguesa, ahora una parte de la burguesa se pasa al campo del proletariado; en este trnsito rompen la marcha los intelectuales burgueses, que, analizando tericamente el curso de la historia, han logrado ver claro en sus derroteros. (Marx, Engels, en Biografa del Manifiesto Comunista pg. 83). Pero veamos lo que dice Lenin en su introduccin a las Obras filosficas escogidas, de A. Herzen, Ediciones en Lenguas extranjeras, Mosc, 1956, pgina 3: Herzen perteneca a la generacin de revolucionarios de la nobleza terrateniente de la primera mitad del siglo pasado. La nobleza ha dado a Rusia los Biron y los Avakchiev, un sin nmero de oficiales borrachos, de camorristas, de jugadores de naipes, de hroes de feria, de perreros, de12

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Pero esto constituye una mera descripcin del fenmeno que hay que explicar. Adems, a lo sumo servira para individualizar al caso de excepcin. Y estamos, en cambio, frente a un hecho generalizado, y por lo tanto estructural, que requieespadachines, de verdugos, de dueos de serrallo y de almibarados Manilov. Y entre ellos -escriba Herzen- se formaron los hombres del 14 de diciembre, una falange de hroes, criados como Rmulo y Remo, con leche de fiera. Fueron como hroes de leyenda, forjados de puro acero de pies a cabeza, paladines de una noble causa que se lanzaron al combate sabiendo que les aguardaba una muerte segura, para despertar a una nueva vida a la joven generacin y purificar a los nios nacidos en el ambiente en que imperaba el verdugo y el servilismo. Uno de esos nios era Hertzen. Bertrand Russell ha sealado que en el pasado ...la clase ociosa ha contribuido con cerca del total de lo que llamamos civilizacin. Cultiv las artes y descubri las ciencias; escribi los libros, invent la filosofa y refin las relaciones sociales. Incluso la liberacin del oprimido fue iniciada por lo comn desde arriba. (En In Praise of Idleness and other Essays, Ed. Lambe, Allen and Unwin, 1948, pg. 26). El subrayado es mo. F. Engels seala en su Anti-Dhring, Bs. As., Ed. Claridad, s/f.: Sin esclavitud no hay Estado griego; no hay arte ni ciencia griegos; sin esclavitud no hay Imperio Romano y sin la base del helenismo y de Imperio Romano no hay Europa Moderna. Jams deberamos olvidar que todo nuestro desarrollo econmico, poltico e intelectual supone un estado en que la esclavitud era tan necesaria como generalmente reconocida. En tal sentido, tenemos derecho a decir que sin esclavitud antigua no hay socialismo. (Pg. 205) Y agrega ms adelante: . . .mientras el trabajo del hombre aun era tan poco productivo que apenas dejaba algn excedente, el incremento de las fuerzas productivas, la extensin del comercio, el desarrollo del Estado y del derecho, el nacimiento del arte y de la ciencia no eran posibles sino por una mejor divisin del trabajo. El trabajo deba basarse en la gran divisin entre masas ocupadas en el simple trabajo manual y un reducido nmero de privilegiados que dirigan el trabajo, se ocupaban del comercio, los asuntos pblicos y ms tarde del arte y de la ciencia. La forma primitiva y ms sencilla de esta divisin del trabajo fue precisamente la esclavitud. (Loc. cit.) En relacin con la problemtica del intelectual, vanse los materiales del Simposio sobre Sociologa de los Intelectuales, realizado entre el 3 y el 5 de julio de 1967 en el Instituto Torcuato Di Tella. 16

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re la incorporacin de nuevos conceptos e hiptesis. Por otra parte, y como prueba adicional de que se admita implcitamente nuestra hiptesis, gran parte de los tericos del movimiento obrero del siglo XIX esperaban que los lderes verdaderos de esa clase surgiran de ella misma mediante una concientizacin creciente de su papel histrico*. Es decir, pensaban aunque rara vez lo explicitaran- que el equipo de lderes habra deformarse fundamentalmente en la clase obrera misma, como resultado necesario de su experiencia histrica, y que, por lo tanto, se establecera una estrecha relacin entre el liderazgo y una de sus bases estructurales, el sistema de clases total.Una prueba que se puede aportar para sostener esto es que Lenin debi luchar tenazmente para imponer su idea de que esa concientizacin de la clase obrera deba ser importada a travs de miembros intelectualizados de otras clases. Vase su Qu hacer. Recurdese adems el inters que se prestaba en sus comienzos a la composicin de clase del partido bolchevique y especialmente a sus cuadros dirigentes. Luis Fabbri, un socialista-anarquista que recoge la consigna de Marx (la emancipacin de los trabajadores ser obra de los trabajadores mismos), ve en los sindicatos a la nica fuerza capaz de enfrentar y destruir organizadamente al capitalismo. Y esto porque escapa a la influencia de los doctrinarios que, trnsfugas de la burguesa, pero no emancipados an de muchos prejuicios, suelen llevar a los partidos obreros] los preconceptos de construcciones ideales no directamente basadas en la realidad... (Luis Fabbri, Sindicalismo y anarquismo, Valencia, F. Sampere y Compaa Editores, s/f., pg. 48). El mismo autor seala en las pgs. 168-169: ...es necesario evitar escrupulosamente que se confen los cargos sociales de los sindicatos a gentes que no pertenezcan a la clase obrera, es decir, a los profesionales (abogados, doctores, profesores, estudiantes, etc.), y no porque entre ellos no pueda haber buenos socialistas y excelentes anarquistas, amigos sinceros de los obreros, sino porque demasiado nos ha enseado la experiencia que, por regla general, los profesionales han contribuido a hacer degenerar el movimiento obrero, encaminndolo hacia el reformismo.*

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Salvo en los sindicatos, donde la direccin est, necesariamente, en manos de obreros, o, mejor, de ex obreros, la esperanza no se ha cumplido. Dejando a un lado el hecho evidente de que, adems, esos dirigentes no son revolucionarios, sino consecuentemente reformistas -en contra de lo que tambin esperaban al menos, algunos de aquellos fundadores- en el plano de la actividad poltica ocupan un plano secundario. Y esto, paradjicamente, es ms notable en los pases denominados socialistas que en muchos pases de base capitalista. El lder poltico, sobre todo si es de inspiracin obrerista -para decirlo con un trmino ampliamente genricoprocede casi siempre de la clase media intelectualizada. Nuestros universitarios radicalizados -entre los cuales se cuentan las ms diversas corrientes polticas- aparecen como un admirable ejemplo de este fenmeno. La constancia, regularidad y aun profundidad que adquiere la participacin de intelectuales desclasados -trmino insatisfactorio, pero, a falta de otro mejor, insustituible por ahora- en los movimientos de protesta o revolucin debe tener una crucial importancia terica y prctica. No es lo mismo que los representantes de la clase obrera sean obreros, que sean miembros de otras clases. Desde luego, no es que est mal o bien, correcto o incorrecto. Pero es evidente que, desde un punto de vista genuinamente sociolgico, el hecho -dada, insistimos, su recurrencia- debe llamar poderosamente la atencin. No hay duda que ese desfasaje debe tener consecuencias capitales para una mejor estimacin del comporta-

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miento de los grupos implicados y, por lo tanto, para la interpretacin terica que la hace posible. Entonces, debemos abandonar nuestra hiptesis, tan duramente vapuleada? Creemos que no, a pesar de los hechos -antes que los argumentos expuestos. Si bien admitimos que no existe una explicacin adecuada para la ruptura de la aparente relacin precisada en la hiptesis, es claro que los datos suministrados para hacer visible esa ruptura incluyen como importante variable en la biografa de los lderes el grado de intelectualizacin. As, no es probable que los miembros de las clases media o alta simpaticen o acten con las clases populares; pero s lo es que eso ocurra entre sus miembros ms intelectualizados. Tampoco es probable que todos los intelectuales estn dispuestos a representar los intereses populares, pero s lo es que eso ocurra entre aquellos menos profesionalizados y, por lo mismo, ms propiamente intelectuales. Y esto es fcilmente explicable: tienen menos compromisos con las estructuras existentes y, adems, estn sumamente insatisfechos con el lugar que ocupan en la sociedad, dada su marginalidad relativa. Obsrvese que la resistencia enconada de grupos intelectuales al sistema vigente capitalista, socialista u otros, aparece all donde la coaccin es inclusive muy intensa y donde, al mismo tiempo, constituyen una capa social privilegiada, como ocurre en la Unin Sovitica. Es cierto que all la mayora de ellos -quizs la inmensa mayora- mantiene un comportamiento curiosamente apoltico13, pero es llamativo que, entre todos los gruClaro, se podra decir que donde hay socialismo no hay poltica, o porque no hay clases, o porque, si existen, no son antagnicas. Pero este13

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pos capaces de generar una protesta visible, sean los intelectuales los encargados de canalizarla. De acuerdo con esta aproximacin, postularamos la hiptesis ad-hoc de que la indicada ruptura (desfasaje entre representatividad de clase y pertenencia de clase) slo puede ser posible cuando la intelectualizacin constituye un rasgo saliente en la personalidad de los lderes. En trminos de Merton, diramos que los intelectuales pueden tener, ms que otros grupos, un grupo de referencia poltico distinto del que correspondera a su grupo de pertenencia de clase14. El rasgo de la intelectualidad no aparece en el caso de los caudillos15. Casi todos ellos son. empresarios y, en algunos casos, militares profesionales. Y si bien estuvieron sujetos a la influencia de los doctores -como acostumbra a entrecomillar despectivamente, y generalizando, Jos Mara Rosa16 -estos tuvieron actuacin poltica subalterna. En una sociedad institucionalmente poco compleja -no para el anlisis cientfico, sino para la accin prctica de los protagonistasdonde el proceso revolucionario disolvi las pautas de accin de los :grandes agrupamientos sociales coloniales, dejando a stos librados a una lucha directa por el control social, las lites que en otras sociedades ofician de mediatiargumento se estrella frente al hecho incontestable de una intensa lucha por el poder tanto en la Unin Sovitica y en China como en el resto del rea socialista. Y all donde hay lucha por el poder es un poco difcil negar la existencia de la poltica 14 Ver Merton, Roben, Teora y estructura sociales, Mxico, Fondo de Cultura Econmica, captulos VIII y IX de la Parte II. 15 S aparece, en cambio, entre los que hacen o preparan la revolucin: Moreno, Belgrano, Vieytes, Castelli, Paso. 16 Ver su Historia Argentina, Buenos Aires, Editor Juan C. Granda. 20

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zadoras o de intermediarios polticos no alcanzaron a formarse. Slo en Buenos Aires, desde la revolucin hasta la cada de Rivadavia, aparece una elite de extraccin y formacin burguesas que convive con los personeros de intereses directos de grupos. Pero termina con Rosas y no se reconstituir hasta despus de Caseros. Por lo tanto, la relacin establecida en la hiptesis inicial -que hay una congruencia sociolgicamente significativa entre pertenencia y representatividad de clase, para la poca considerada- es vlida para los caudillos que actuaron entre 1810 y 1870. 2. La recoleccin de datos El mtodo de trabajo para detectar la pertenencia de los caudillos a determinados sistemas de estratos consisti en fichar sus biografas y en extraer de all los datos relativos al origen social de sus antepasados -especialmente abuelos y padres- y las actividades del mismo caudillo en diferentes reas institucionales (el poder, la economa, la milicia). Se supuso, adems, que estos datos permitiran ubicar al caudillo y sus abuelos y padres, en cuatro clasificaciones estratificacionales, segn los criterios clsicos de poder, prestigio y riqueza, a los que agregamos tambin la educacin. A partir de estos criterios se infiri la pertenencia a una determinada clase social, de modo que las escalas de estratificacin operaron de indicadores del trmino terico clase social. A1 mismo tiempo, se trat de individualizar cul haba sido el rol principal de cada uno de los personajes21

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masculinos del sistema de parentesco en el rea civil (ocupacin) y militar (identificando su grado de formalizacin y rango). Con estos elementos se elaboraron los cuadros desde los cuales es posible deducir si hubo o no movilidad inter e intrageneracional17, y si aparecen regularidades (en la pertenencia a clases, en las formas de movilidad, en la asuncin de roles) que no es plausible atribuir al azar. Por ejemplo, para cada caudillo analizado se elabor una secuencia de roles asumidos. Incorporados a un cuadro general, los roles ejercidos por los caudillos revelan una similitud de pautas que slo es posible atribuir a la persistencia de uno o varios elementos estructurales comunes. De esta manera, la utilizacin del carisma -concepto terico nefasto, no obstante el aval ilustre de Max y Weber- se torna en absoluto improcedente para explicar el fenmeno del caudillo. Es por dems llamativo que el supuesto carisma aparezca de pronto y simultneamente en regiones distantes y muy diferentes18. Por otra parte, la discriminacin de diferentes tipos de movilidad y laA lo largo de su historia personal, el individuo puede pasar de uno a otro nivel, ascendiendo o descendiendo, en las escalas de estratificacin o en la estructura de clase, de acuerdo a la que se considere. Esa es la movilidad intrageneracional. Si observamos el mismo fenmeno entre diferentes generaciones, padres e hijos, por ejemplo, entonces estamos indagando la movilidad intergeneracional. 18 Esto no quiere decir que no halla individuos ms atractivos que otros. El carisma, por lo tanto, seria una propiedad psicolgica que se distribuye desigualmente entre los miembros de una sociedad. pero el hecho de que esos individuos privilegiados aparezcan de golpe en el liderazgo poltico es algo que solo pueda explicarse mediante variables psicolgicas. Adems, quizs haya diferentes tipos de carismas. En este caso, habra de explicar por que se da, en un momento determinado, ese y no otro carisma.17

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verificacin de si existieron o no, hace posible comprobar si los caudillos -y su tipo de liderazgo- se corresponden con la emergencia de nuevas clases o con fracturas dentro de las preexistentes. 3. Crtica Este planteo metodolgico es susceptible de varias crticas, algunas de los cuales hemos analizado, y, en lo posible, contestado, en el punto 1 de este captulo. En primer lugar, el proceso mismo de espigar los datos a travs de biografas ofrece debilidades indudables. No slo porque supone confiar en datos de fuentes secundarias19, sino tambin porque la historiografa biogrfica tradicional revisionista o no- ha convertido el anlisis histrico en un ttere de las grandes ideas morales, o de la genialidad poltica de algn jefe predestinado. En principio, este procedimiento generatriz del gran hombre ha sido utilizado tanto para denigrar como para exaltar al caudillo, sin esclarecer las races sociales que impulsaron e hicieron posible la accin del protagonista. A partir de esta comprobacin, es fcil dudar de gran parte de los datos recogidos. Pero esta crtica sera decisiva si esos datos fundamentales -aquellos que nosotros buscamosincluyeran inferencias o juicios de valor. En nuestro caso, slo se tomaron en cuenta hechos sobre los cuales no puedeFuentes secundarias son aquellas que slo nos permiten acceder a los datos indirectamente. El trabajo en archivos nacionales, provinciales, eclesisticos o privados, supondra la consulta a fuentes primarias.19

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haber inters en su deformacin. La dilucidacin, por ejemplo, de si Estanislao Lpez fue o no estanciero, o si lo fue antes o despus de ser gobernador, es algo en lo que todos pueden estar de acuerdo, si se ofrecen los documentos de prueba. En estos, casos la duda radica a veces, no en la subjetividad o ideologizacin, sino en que esa prueba es poco concluyente porque se basa en el testimonio oral (como ocurre en el caso del Chacho Pealoza), o en documentos que ofrecen indicios indirectos. En conjunto, sin embargo, dada la naturaleza altamente objetiva de los datos sistematizados, es posible admitir que las fuentes bibliogrficas consultadas, no obstante su estrechez interpretativa e inclusive documental (ambas caractersticas no estn totalmente desligadas) aportan elementos confiables. En segundo lugar, puede cuestionarse el mtodo de inferir la pertenencia a una clase social mediante las dimensiones estratificacionales mencionadas (poder, prestigio, riqueza, educacin). Cuando se utiliza esta clasificacin, se considera que son dimensiones independientes, de las cuales slo la riqueza autoriza a deducir la pertenencia a una clase social. En nuestro trabajo, sin embargo, decidimos utilizar las cuatro como apoyos alternativos o simultneos para inferir la misma pertenencia debido a la escasez de datos ms concretos en la dimensin ``riqueza, salvo en los casos en que las informaciones acerca de esta ltima fueron amplios, como ocurre, por ejemplo, en Quiroga. En sostenimiento de esta posicin se puede aducir que poder-riqueza-prestigio se dan relativamente mancomunadas24

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en la poca que consideramos (1810) . En el virreinato, la pertenencia ala alta burocracia (el padre de Gemes, por ejemplo) garantiza la rpida acumulacin de riqueza, tanto por casamiento (como ocurri en ese caso), como por la posibilidad de incrementar las obvias ventajas del cargo. Como se sabe, la burocracia colonial fue la matriz del sistema de clases en la conquista, y esta capacidad, aunque disminuida, slo se quebr definitivamente con la revolucin. Adems, el alto prestigio es un sntoma de pertenecer o haber pertenecido hasta muy recientemente a los estratos ms elevados del sistema social. En resumen, las dimensiones adoptadas permiten llenar claros de informacin en el proceso de inferencia y, all donde hay datos relativamente completos, permite comprobar su coherencia indicativa. Esto, que es vlido para el sistema de parentesco del caudillo (al menos para sus padres y abuelos), no lo es para l mismo. En parte, porque todos los caudillos. tuvieron, casi por definicin, alto prestigio20 y poder, y en parte porque, desde el punto de vista metodolgico, es menos admisible, despus de 1810, la coherencia que hemos postulado. Hay indicios de que, precisamente, a partir de esa fecha, es posible hallar diferencias apreciables en el comportamiento de esas dimensiones, de modo que un mismo individuo puede asumir diferentes valores -ms probablemente que antes de 1810 - en las clasificaciones. Desde luego, no existen datos suficientemente precisos como paraEs el respeto pblico (semi institucionalizado) hacia una persona o grupo. La determinacin de si es alto, medio o bajo corresponde a criterios. impresionsticos del autor utilizado como fuente.20

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afirmar la magnitud del fenmeno, pero es previsible que los reajustes polticos y econmicos provocados por la revolucin hayan creado fracturas entre las dimensiones, o hayan agrandado las preexistentes, sobre todo mediante la movilidad descendente. Por ltimo, la deteccin de movilidad intra o intergeneracional puede ser usada en nuestro estudio para ver si el liderazgo poltico del caudillo se apoya en una clase social diferente a la que era hegemnica hasta el momento de su ascenso. Si descubriramos, por ejemplo, que los caudillos se ubican en los valores medios y bajos de los sistemas de estratificacin elegidos (riqueza y educacin), habra muchas razones para inferir que hay all un traslado del ejercicio del poder (donde, junto con el prestigio ms alto, tienen el ms elevado rango), ntimamente relacionado con transformaciones en la estructura de clases. Si, por el contrario, la diferencia se da, antes que en estratos distintos, en roles ocupacionales sistemticamente desviados respecto de una pauta anterior -aunque perteneciendo a una misma clase- hay que presumir la influencia causal de modificaciones institucionales y/o de un reacondicionamiento de sectores dentro de esa clase. La importancia indicativa que se asigna aqu al rol ocupacional se basa en una hiptesis insustituible que merece un comentario: la ocupacin asigna un lugar definido en la estructura econmica y, a partir de all, una clara asignacin de pertenencia a estratos sociales ntimamente vinculados con la estructura de clases. Establece, en otras palabras, una ubicacin precisa en un sistema institucional (la estructura eco26

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nmica) a travs de su insercin en un sistema de poder (la unidad econmica bsica), fijando, al mismo tiempo, relaciones igualmente precisas respecto de la propiedad. A veces, un rol ocupacional, como el de sacerdote o militar, se inserta en sistemas institucionales diferentes. En el caso del militar, por ejemplo, tanto forma parte de la estructura econmica, en cuando presta un servicio, como en la estructura del poder poltico en sentido lato. Desde luego estas diferencias son importantes para explicar el curso del proceso social. De ah que la utilizacin exclusiva de la dinmica de clases no sea suficiente, entre otras razones, como herramienta explicativa, no obstante su valor troncal. Por otra parte, no hay duda que, el rol ocupacional apunta tanto a esa dinmica como a la institucional en su ms amplio sentido.21 Finalmente, la ocupacin absorbe profundamente la vida personal y se convierte en un tremendo agente socializador en el proceso de formacin del individuo. Las vicisitudes de la camera ocupacional crean profundas races emocionales, y, en el otro extremo, dibujan metas y expectativas de variable aunque indeleble repercusin en la personalidad. Como el sistema ocupacional -ms all de las diferencias idiosincrsicas- crea miles o millones de situaciones similares, crea al mismo tiempo las condiciones para que, potencialmente -yEl rol ocupacional est relacionado con un ingreso, y, por lo tanto, con posibilidades definidas de vida. Por otra parte, el rol ocupacional se halla vinculado a una trama especfica de relaciones sociales. Esa trama acota posibilidades y lmites para acceder a otros roles ocupacionales y para alcanzar posiciones determinadas en los sistemas de poder, riqueza y prestigio. Muchas veces se olvida que esa trama define tambin posibilidades de vida, y que, por eso mismo, constituye un valiossimo bien intangible.21

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realmente, segn sea el aspecto que consideremos- miles o millones de individuos sientan, quieran y acten en forma parecida. Este principio, conocido desde el siglo XIX y clarificado con el aporte de la psicologa, es una de las bases tericas de la sociologa y de la psicologa social. 4. Aclaracin final Quedara por aclarar qu entendemos por caudillo y por qu hemos elegido el perodo 1810-1870. Con respecto al primer punto, es evidente que la adopcin de algunas personalidades como objeto de nuestro estudio - y su contrapartida, la exclusin de otros- supone el uso de ciertos criterios que slo pueden surgir de una adecuada definicin. En las condiciones actuales, sin embargo, una definicin tericamente irreprochable es imposible. Lo que podemos decir aproximativamente es que los caudillos fueron jefes militares -o civiles que asumieron el rol military que en el perodo 1810-1870 ejercieron un poder no institucionalizado, simultnea o alternativamente, en una cierta rea del pas, contando para ello con el apoyo de las fuerzas armadas existentes y con algn consenso popular- variable segn los perodos y las regiones que se consideren. A pesar de su inevitable arbitrariedad, pues no permite una discriminacin tajante entre aquellos que en la terminologa comn son considerados caudillos y los que no lo seran, es la definicin provisional que finalmente adoptaremos para justificar nuestra eleccin.

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Inicialmente, nuestra lista comprenda 34 caudillos. La pretensin no era recoger el registro de todos, sino de aquellos ms destacados. Debido a las dificultades para hallar los datos pertinentes, la lista original qued reducida a 18 nombres: Francisco Ramrez (Entre Ros), Estanislao Lpez (Santa Fe), Gervasio Jos de Amigas (Banda Oriental), Juan Bautista Bustos (Crdoba), Juan Manuel de Rosas (Buenos Aires), Facundo Quiroga (La Rioja), Bernab Aroz (Tucumn), Juan Felipe Ibarra (Santiago del Estero), Pedro Ferr (Corrientes), Martn Gemes (Salta), Angel Vicente Pealoza (La Rioja),. Justo Jos de Urquiza (Entre Ros), Alejandro Heredia (Tucumn), Antonino Taboada (Santiago del Estero), Nazario Benavdez (San Juan), Juan Felipe Varela (Catamarca - La Rioja), Fructuoso Rivera (Banda Oriental) y Flix Aldao (Mendoza). Esta nmina es ampliamente representativa, tanto de las regiones como de las diferentes pocas, aunque se note la ausencia de Ricardo Lpez Jordn. El punto que quedara por dilucidar sera el que se refiere al perodo elegido, 1810-1870. El ateo indicado en primer trmino puede ser considerado como el punto de partida de una disgregacin progresiva del poder central, heredado de la colonia por el gobierno revolucionario. Ese proceso de disolucin -que culmina en 1820- constituye, precisamente, la gnesis de lo que en la historia argentina se llama el caudillo. El ao 1870 marca la expiracin del proceso. Poco antes haba desaparecido de la escena poltica nacional Felipe Varela, quien muere precisamente ese ao. Con la formacin del Estado Nacional moderno se liquidan las bases polticas del caudillismo, tal como lo entendemos en este trabajo.29

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Finalmente, una precisin expositiva: hasta el cuadro 10 inclusive, examinamos rpidamente los cuadros, discutiendo y aportando pruebas slo en los casos de duda. Estos casos, que ofrecen incertidumbre, no se incluyen en aquellos cuadros. Pero para sostener la posibilidad de asignarles valores definidos aunque sea tentativamente, se los examina ms detenidamente. En el comentario al cuadro 9, en cambio, que oficia de resumen, ofrecemos las pruebas que justifican los valores presentados en se y en los cuadros anteriores. En toda oportunidad, y aunque se torne algo pesada la redaccin, hemos optado por las repeticiones -donde se justificaran- y por las citas textuales, a fin de dar mayor fuerza o autoridad al testimonio de la fuente utilizada. Pero antes de ofrecer el resumen de los datos que hemos recogido segn los criterios hasta aqu explicitados, haremos en el prximo captulo una breve sntesis descriptiva de las situaciones en que cada provincia asume su autonoma.

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CAPTULO II EL MARCO EN EL QUE APARECEN LOS CAUDILLOS 1. Una periodizacin Un aceptable punto de partida para ubicar el proceso global de aparicin de los caudillos consistira en elaborar un cuadro de etapas en el cual las fracturas sociolgicamente significativas en cada provincia coincidieran en lo posible con procesos igualmente significativos en el orden nacional. Es lo que se intenta hacer en la periodizacin que sigue: Perodo 1810-1820. Se inicia con la destruccin del poder virreinal y termina con la disolucin del centralismo bonaerense, heredado, precisamente, de la colonia. Es el perodo de emergencia de los grandes caudillos, cuya rebelda hace fracasar el centralismo forzado, aunque hayan aparecido, e inclusive adquirido poder, al amparo de ese centralismo. Perodo 1820-1852. Cubre desde el ao de la anarqua hasta la batalla de Caseros. Es el perodo de las autonomas provinciales. No obstante, la posibilidad de ejercer plena31

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mente esa autonoma se ve sensiblemente disminuida a partir de la segunda gobernacin de Rosas, quien articula el dominio de la oligarqua bonaerense sobre la base de dos principios slo en apariencia contrapuestos: sumisin a Buenos Aires, pero libertad interna de las oligarquas locales para decidir el manejo de la poltica domstica, salvo en lo que pueda afectar la fidelidad a Rosas. Es decir: ste deja actuar a los factores geopolticos naturales que sustentan la preeminencia de su provincia, insti-tucionalizndolos en la representacin de los asuntos exteriores en el orden nacional; al mismo tiempo, prescinde de la injerencia en el proceso econmico de cada provincia, y a veces en el poltico, con tal de que no ponga en peligro su hegemona. Lo primero permite reservar el comercio exterior y la aduana a la provincia de Buenos Aires e identificar los intereses econmicos y polticos de sus factores de poder con los de la Nacin. Lo segundo hace posible eludir las responsabilidades nacionales de un gobierno central compartido, conservando el control sobre los enemigos polticos que operan en regiones de difcil inspeccin. Si a partir de la muerte de Quiroga en febrero de 1835 y del ascenso de Rosas a la segunda gobernacin ese mismo ao se puede afirmar la nueva vigencia del centralismo bonaerense, ello se desprende de lo que podramos llamar dominacin geopoltica. El peso de su riqueza ganadera, la condicin de puerto de una gran ciudad (para la poca y el medio), la proximidad del eje del comercio mundial (apoyado en el Atlntico), y la existencia de un comercio exterior sin rivales a la vista, hacen inevitable la supremaca de Bue32

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nos Aires. Estos factores slo podran haber sido equilibrados por una organizacin poltica monoltica por parte de las provincias, orientada a imponer una solucin negociada al puerto nico. Pero las provincias se hallaban en constantes luchas entre s, o, cuando se unan, era slo para romper el acuerdo a la amenaza o la concesin de Buenos Aires. De ah que este perodo se inicie con una intensa lucha entre caudillos en el litoral y en el noroeste. Esta lucha se prolongar en la permanente hostilidad entre Quiroga y Lpez, deseosos de imponer su dominio sobre el interior y sealadamente sobre Crdoba, y hallar su fin en el arbitraje de Rosas, a la muerte de Facundo.

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CUADRO 1 CAUDILLOS INCLUIDOS EN LA INVESTIGACION Caudillo Nacimiento Perodo de gobierno Muerte Provincia a la que o dominio poltico perteneci Artigas 1764 1813-1819 1850 B. Oriental Gemes 1785 1815-1821 1821 SaltaJujuy Aroz 1782 1815-17 y 1819-21 1824 Tucumn Lpez, E. 1786 1818-1838 1838 Santa Fe Ramrez 1788 1818-1821 1821 Entre Ros Bustos 1779 1820-1829 1830 Crdoba Ibarra 1787 1820-30 y 1832-51 1851 Sgo. del Estero Quiroga* 1788 1823-1835 1835 La Rioja Rosas 1793 1829-1851 1877 Buenos Aires Ferr 1788 1830-33 y 1839-42 1867 Corrientes Rivera 1790 1830-1839 1854 B. Oriental Heredia, A. 1783 1832-1839 1839 Tucumn

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Aldao, F. 1785 Mendoza Benavdez 1805 San Juan Urquiza 1800 Entre Ros Pealoza * 1798 Rioja-Catamarca Varela* 1821 ** Taboada, A* 1814 Sgo. Del Stero

1832-1845 1836-1855 1841-1870 **

1845 1858 1870 1863

1870 La Rioja 1851-1875 1884

* Caudillos que no fueron gobernadores, lo que no obst para que ejercieran su dominio poltico. ** Caudillos cuya hegemona fue limitada e intermitente. Periodo 1852-1862. Abarca la reconstitucin institucionalizada del poder central bajo la direccin de Buenos Aires. Aunque se inicia con el triunfo de las provincias en Caseros, stas no encuentran las bases para organizar un poder capaz de someter al autosecesionismo bonaerense. El esfuerzo para romper el monopolio portuario de Buenos Aires descansa prcticamente en una sola provincia (Entre Ros) y en la autoridad poltica y militar de Urquiza, el nico caudillo con poder de alcance nacional. La lucha termina en Pavn con el triunfo definitivo de Buenos Aires. Este triunfo no supone la liquidacin de las autonomas provinciales, sino la reformulacin de la poltica rosista, pero a partir de un acuerdo institucionalizado que implica la formacin del Es35

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tado Nacional. Y ese acuerdo slo es posible porque garantiza la hegemona del puerto nico. No est dems subrayar, por lo tanto, que Cepeda (1820) y Caseros (1852) cifran la misma intencin poltica y econmica: romper o debilitar la hegemona de Buenos Aires para imponer aunque sea un acuerdo. Ambos triunfos son transitorios: Buenos Aires se rehace y recompone su poder sobre la base de una nueva reformulacin poltica. Perodo 1862-1880. Comprende los aos en que madura el acuerdo indicado, hasta consolidarse en la federalizacin de Buenos Aires. Es el perodo de extincin de los caudillos clsicos. El criterio para esta periodizacin es nicamente poltico. Tambin lo es el de Germani22, quien aplica a la evolucin poltica nacional un cuadro de diez etapas: 1. Rgimen colonial. 2. Revolucin y guerras de la independencia (1810-1820) . 3. Anarqua, caudillismo, guerras civiles (1820-1829). 4. Autocracia unificadora (1829-1852) . 5. Organizacin nacional (1853-1880) . 6. Gobiernos conservadores - liberales (la oligarqua: 1880- 1916) 7. Gobiernos radicales (1916-1 930) . 8. Regresin artificial (por fraude) a la democracia con participacin limitada: gobiernos conservadores (1916-1943).Germani, Gino, Poltica y Sociedad en una poca de transicin, Bs. As., Paids, 1966, Cap. 522

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9. Intentos totalitarios y establecimiento de un rgimen nacional-popular: peronismo (1943-1955). 10. Democracia representativa con participacin total, de carcter inestable. Las cuatro primeras etapas forman parte de lo que Germani denomina sociedad tradicional. Las dos siguientes configuran la democracia representativa con participacin limitada, en tanto que la sexta comprende la democracia representativa con participacin ampliada. En sta se sita precisamente la desaparicin del caudillo clsico y, por ello, el lmite de este trabajo. La periodizacin de Germani centra su objetivo en los diferentes grados de participacin poltica, desde la sociedad tradicional, donde el reclutamiento de las elites y la formulacin de los programas polticos estn reservados a la cspide de la estratificacin social, hasta la aparicin y desarrollo de la sociedad moderna, que abre canales de participacin poltica a los estratos inferiores de un sistema de clases radicalmente modificado en su contenido social. Como toda clasificacin, tiene un valor orientador en la tarea analtica de extraer regularidades. Pero para nuestros propsitos, y no obstante algunas coincidencias, resulta menos til que la elaborada al comienzo de este captulo. En efecto: la meta es, antes que el fenmeno de la participacin, el de la lucha y hegemona entre los poderes regionales encarnados en los caudillos. Del conjunto de las regiones hay una que, a lo largo de todo el proceso -y precisamente porque apela a soluciones polticas alternativas, en apariencia contradictoria logra mantener su papel poltico dominante37

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sobre el resto. Esa regin es Buenos Aires. Esto no significa que la lucha regional se reduzca a la oposicin Buenos AiresInterior. Slo significa que su tcita o expresa condicin de rbitro -aceptado o rechazado- constitua un punto de referencia cardinal en la orientacin poltica de las dems provincias, permanentemente empeadas en resolver conflictos locales y regionales de exigente atencin inmediata. Estos antagonismos tenan larga data, pero slo alcanzaron a manifestarse plenamente con la ruptura poltica provocada por la revolucin. En 1810, las divisiones administrativas del virreinato ocultaban la lenta formacin de peculiaridades econmicas y sociales claramente diferenciadas que superaban el marco poltico formal establecido. Las reales ordenanzas haban establecido hacia 1783 la organizacin de ocho intendencias (Buenos Aires, Crdoba del Tucumn, Salta del Tucumn, Charcas, Cochabamba, Potos, La Paz y el Paraguay) y cuatro gobiernos (Misiones, Montevideo, Mojos y Chiquitos), cuyo conjunto deba subordinarse a la centralizacin poltica del virreinato con sede en Buenos Aires. 2. Emergencia de las provincias A partir de 1810, y como consecuencia de la guarra desatada por la revolucin, de este cuerpo se irn desgajando aceleradamente los poderes que constituirn las provincias y aun los que sern varios Estados nacionales independientes (Bolivia, Paraguay y Uruguay). Este mpetu era la expresin de intereses contrapuestos, antes que complementarios, en38

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raizados en las particularidades econmicas, sociales y geopolticas desarrolladas en el seno de la organizacin virreinal. Los caudillos comportarn precisamente la cabeza visible de ese movimiento, que coincide con Buenos Aires en reservar a los criollos -un grupo hasta ese entonces subordinado23 las funciones del liderazgo poltico, pero que se separa de ella (y de las dems pro-vincias), all donde puede manifestarse una hegemona peligrosa para su existencia como poder autnomo, o all donde puede pretenderla en su beneficio, como en los casos notorios de Artigas, Aroz, Ramrez, Lpez, Rosas y Quiroga. Mediante la sagaz poltica de Rosas, Buenos Aires superar los riesgos de una controversia frontal como la entablada antes de Cepeda (1820), asumiendo su propia autonoma y sumndose, por lo tanto, a un movimiento que le era hostil, pero al que lograba neutralizar en virtud de su voltereta poltica. La regin que inicia este proceso de separacin es la Banda Oriental y a travs del primero y sin duda uno de los ms grandes caudillos del continente, Jos Gervasio de Amigas, quien en su campamento militar convoca a un congreso de representantes destinado a decidir si deba reconocerse a la Asamblea General Constituyente del Ao XIII, instalada como se sabe en Buenos Aires el 13 de enero de 1813. Se resuelve afirmativamente la cuestin y se envan cinco diputados a Buenos Aires con las instrucciones terminantes de que no se admitir otro sistema que el de la Confedera23 El trmino ha sido extrado de Everet Hagen. The Process of .Economic Deuelopment, artculo editado por el Center for International Studies, Massachusetts Institute of Technology (Cimbridge, Massachu-setts).

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cin, que cada provincia tendr un gobierno propio y autnomo y una Constitucin que garantizar sus derechos, que cada provincia retiene su soberana, libertad e independencia, y que ninguna traba o derecho se imponga sobre los artculos exportados de una provincia a otra y que los impuestos a las importaciones extranjeras sean iguales en todas las provincias, debiendo ser recargados aquellos que perjudiquen nuestras artes o fbricas a fin de dar fomento a la industria de nuestro territorio. Los diputados son rechazados con pretextos ftiles por la Asamblea del Ao XIII y en marzo de 1813, por inspiracin de Artigas, entonces Protector de los Pueblos Libres, se constituye la Provincia Oriental. La misma Asamblea, el 19 de noviembre de 1813, separa la Provincia de Cuyo, formada por San Luis, Mendoza y San Juan, de la Intendencia de Crdoba del Tucumn, que se queda con La Rioja y Crdoba. El 8 de octubre de 1814 autoriza la divisin de Salta del Tucumn (formada por Tucumn, Salta, Jujuy, Catamarca y Santiago del Estero) en Salta que comprende Salta, Jujuy y Orn- y Tucumn -que retiene a San Miguel de Tucumn, Catamarca y Santiago del Estero. Poco despus, la denominada Junta Grande separa a Misiones de Paraguay, y hacia 1.815 Gemes ya comienza a ejercer un dominio autnomo sobre Salta (que abarca tambin a Jujuy y Orn, como indicramos). Tambin a mediados de la primera dcada revolucionaria, Entre Ros se libera de la tutela de Buenos Aires y Santa Fe, y comienza a actuar en forma independiente en el movimiento que dirige Artigas. Corrientes, bajo la proteccin de40

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este caudillo, se declara independiente el 20 de abril de 1814. El 26 de abril de 1815, Santa Fe se separa de Buenos Aires y lo propio hace Tucumn despus de una sublevacin, el 14 de noviembre de 1819. A1 ao siguiente, esta provincia constituir la Repblica del Tucumn (con San Miguel, Santiago del Estero y Catamarca), bajo el gobierno de su caudillo Bernab Aroz. El 5 de enero de 1820 se produce el motn de Arequito, dirigido, por Juan Bautista Bustos y Jos Mara Paz: como resultado del movimiento, el cabildo de Crdoba declara la independencia de esa provincia el 18 de marzo del mismo ao, y La Rioja, hasta entonces sometida a aqulla, elige su propio gobernador. San Juan y San Luis, en enero y febrero, respectivamente, de 1820 expresan tambin su independencia mediante el nombramiento de sus propios gobernadores, y el 19 de setiembre de ese ao Francisco Ramrez erige la Repblica Federal Entrerriana, integrada adems por Corrientes y Misiones, despus de la expansin territorial encarada por ese caudillo como culminacin de su rivalidad con Artigas. Estanislao Lpez y Bustos, despus del rechazo que Paraguay infligi a Ramrez, se encargarn de eliminarlo definitivamente, y con ello Corrientes recuperar su libertad de accin en diciembre de 1821. Por su parte, y hasta 1827, en que esa provincia la incorpora a su territorio, Misiones quedar sin organizacin poltica visible. Pero 1820 es ms generoso en autonomas provinciales. Juan Felipe Ibarra desliga a Santiago del Estero de la tutela tucumana el 27 de abril de aquel ao, y el 27 de agosto Catamarca hace lo propio. Antes de ellas, en febrero, Buenos

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Aires se constituye en provincia federal. Finalmente, en 1934 Jujuy se desliga de Salta. El cuadro 2 resume esta sntesis. All se puede observar que en la primera dcada revolucionaria se produce la fragmentacin de las antiguas intendencias, de acuerdo con pasos sucesivos que se coronan con la aparicin de las provincias tal como las conocemos actualmente. Es tambin la poca de incubacin de los grandes caudillos: Artigas, Estanislao Lpez, Francisco Ramrez, Juan Bautista Bustos, Juan Felipe Ibarra, Martn Crizemes y, entre los menores, Bernab Aroz. Adems, en 1820 Rosas hace su aparicin directa en la lucha poltica del litoral, y poco despus lo harn Facundo Quiroga y Fructuoso Rivera. Hacia 1825, por lo tanto, ya se han manifestado con perfiles dominantes 10 caudillos de los 18 que analizamos en este trabajo. Algunos de ellos, como Amigas, Ramrez, Aroz y Gemes, terminaron su actividad poltica alrededor de 1820, despus de promover los movimientos de mayor proyeccin popular, como son los de Artigas y Gemes.

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CUADRO 2 EMERGENCIA DE REGIONES O PROVINCIAS AUTONOMAS Ao noma 1813 1814 1814 1815 1819 1820 Rioja Regin autnoma Provincia de Cuyo24 Salta y Tucumn25 Corrientes y E. Rios27 Salta28 Tucumn30 Provincia autBanda Oriental Misiones26 Santa Fe29 Crdoba31 y La Buenos Aires32Comprende San Luis, San Juan y Mendoza, que formaban parte de Crdoba del Tucumn juntamente con Crdoba y La Rioja. Esta regin sigue dependiendo de Buenos Aires. 25 Salta comprende Salta, Jujuy y Orn. Tucumn comprende Tucumn, Catamarca y Santiago del Estero. Ambas regiones formaban parte de Salta del Tucumn. Siguen dependiendo de Buenos Aires 26 Se separa del Paraguay. 27 Provincia autnoma, pero bajo La Liga de los Pueblos Libres acaudillada por Artigas. 28 La regin de Salta asume su propia autonoma con Gemes y abandona la dependencia de Buenos Aires. 29 Santa Fe se independiza de Buenos Aires. 30 El pronunciamiento militar de Bernab Araz culmina en mayo de 1820 con la independencia de la regin, integrada tambin con las dependencias de Catamarca y Santiago del Estero. 31 Luego del motn de Arequito, Crdoba rompe los lazos con Buenos Aires y La Rioja hace lo mismo con Crdoba. 32 Buenos Aires abandona la poltica del centralismo forzado y se declara provincia federal.24

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San Juan y San Luis33

Mendoza, Sgo. Del Estero ca36 1821 1834 Corrientes37 Jujuy3834

EntreRios35, Catamar-

La iniciacin de una segunda etapa en la aparicin de los caudillos puede situarse a mediados de los aos treinta. Bustos desaparece en 1829, luego del triunfo unitario del general Paz en Crdoba, y Quiroga muere asesinado en 1835, en esa provincia, segn parece por mandato de su gobernador federal, Vicente Reynaf, importante hacendado y amigo y personero poltico de Estanislao Lpez. En ese ao Rosas comienza su segunda gobernacin con la suma del poder pblico y la representatividad de los asuntos exteriores de la confederacin. Tres aos despus, en 1838, muere el Patriarca de la Federacin, Brigadier Estanislao Lpez.Ambas provincias se segregan de Mendoza a la que estaban unidas a travs de la provincia de Cuyo. 34 Juan Felipe Ibarra encabeza el movimiento que separa a su provincia de la de Tucumn. 35 Se separa definitivamente del dominio artigista, ya quebrado, y con Corrientes y Misionesm constituye la Repblica Federal Entrerriana, bajo la jefatura de Francisco Ramres. 36 Se separa de Tucumn. 37 Se separa de la Repblica Entrerriana, liquidada a la muerte de Ramres. Misiones, miembro de la Repblica, permanece sino organizar hasta1827, en que es absorbida por Corrientes. 38 Rompe su dependencia de Salta33

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En esta segunda etapa ingresan a la condicin de jefes pro-vinciales notorios Ferr, Urquiza, Benavdez, Alejandro Heredia, Pealoza y Aldao, y continan de la poca anterior Ibarra, Rivera y Rosas. Desaparecido este ltimo en 1852, slo perdurarn en la ltima etapa Urquiza y Pealoza, y aparecern Felipe Varela, Antonino Taboada y Ricardo Lpez Jordn, sobrino de Francisco Ramrez y caudillo que no est incorporado a nuestro anlisis. Curiosa, aunque justificadamente, un nmero elevado de estos ltimos caudillos actuaron como lugartenientes de Quiroga: el Chacho Pealoza, Benavdez, Aldao y Toms Brizuela, este ltimo tampoco incluido en este trabajo. De estos cuatro caudillos, dos (Pealoza y Brizuela) participaron en levantamientos armados contra Rosas unidos a Felipe Varela; Benavdez mantuvo una actitud sumamente benigna hacia los unitarios y Aldao, en cambio, fue rival intransigente de estos ltimos. En el cuadro 3 se ofrece un panorama de la distribucin de los caudillos segn los tres perodos fundamentales. Como puede observarse, los grandes caudillos, salvo los casos de Urquiza y Taboada, ya CUADRO 3 CUADROPERIODOS DE EMERGENCIA DE LOS CAUDILLOS 1813-1825 1835-1852 1852-1870

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Jos Gervasio de Artigas Alejandro Heredia Felipe Varela Bernab Aroz Pedro Ferr Antonino Taboada Martn Gemes Flix Aldao Estanislao Lpez Nazario Benavdez Francisco Ramrez Justo Jos de Urquiza Juan Bautista Bustos A. Vicente Pealoza Juan Felipe Ibarra Facundo Quiroga Juan Manuel de Rosas Fructuoso Rivera se han manifestado al cerrar la primera dcada revolucionaria. En el cuadro 4 se resumen elementos descriptivos de importancia para explicar algunas de las caractersticas del liderazgo caudillista. La ms significativa de las tres es la columna central, que incluye a los caudillos surgidos en zonas de frontera difcil. Todas esas zonas fueron reas de asedio indgena o que contaban con contingentes indgenas (Banda Oriental y regiones aledaas). Adems, en algunos casos este hecho se superpone a la existencia de tropas espaolas (Salta y Jujuy, donde aparece Gemes) o portuguesas (Banda Oriental, escenario de Artigas y Rivera), lo que exige una larga lucha, progresivamente desgastante

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CUADRO 4 Caudillos surgidos en zonas de frontera dificil (con el indio o con ejercito contra-

Caudillos surgidos en Caudillo que zona de instalacin lucharon contra reciente el indgena Artigas Ramrez Rosas Rivera Urquiza

rrevolucionarios) Artigas Lpez Rosas Rivera Aldao Ibarra Gemes Taboada

Artigas* Lpez Rosas Aldao Ibarra Gemes* Taboada Benavdez* Quiroga

*Lucharon contra el indio cuando todava no haban asumido la condicin de caudillos y slo ocasionalmente. para el caudillo, quien se ve precisado a radicalizar su accin populista en perjuicio de sus conexiones originales de clase. En cambio, la lucha contra el indgena fortalece esas conexiones y consolida el arraigo popular: el caudillo es el salvador o la garanta de tranquilidad del conjunto social. La47

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lucha contra el indio lleva consigo varios objetivos simultneos: la proteccin de la sociedad blanca, y de la propiedad, principalmente terrateniente; a veces, la conquista de nuevas tierras; y siempre, la consolidacin de un poder militar capaz de demostrar su importancia en el equilibrio poltico domstico. En la primera columna del mismo cuadro 4 se encuentran los caudillos surgidos en zonas de instalacin reciente, donde el dominio del gobierno virreinal no exista o era incierto o poco seguro, como ocurre en la Banda Oriental y Entre Ros, donde hay grandes zonas vacas. Tambin Rosas est incluido en esta columna porque la frontera indgena, donde tena sus estancas, fue una de las preocupaciones de su poltica39. Como puede observarse, la primera columna comprende caudillos de gran poder, que ejercen su dominio sobre una zorra donde la explotacin ganadera adquiere una importancia sin rival. En la tercera columna se inscriben los caudillos que lucharon contra el indio en algn momento de su carrera poltica y militar. Sobre 18 caudillos, 10 de los ms encumbrados cimentaron parte de su prestigio y su poder en esa lucha. Quizs Gemes debiera ser excluido de la lista porque su participacin en las luchas de conflicto indgena fue muy temprana y no volvi a repetirse. En una situacin similar, aunque ms comprometida, se halla Artigas, quien lleg a contar a los indgenas entre sus ms decididos partidarios.Este hecho no entraa una condenacin moral. Bien podra haber ocurrido que, sin tener esos intereses, Rosas hubiera aplicado la misma poltica. De lo que no caben dudas es que esa poltica responda a las expectativas del sector terrateniente.39

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Pero esto ocurri cuando comenz a profundizar el carcter populista de su movimiento. Obsrvese, finalmente, que la instalacin reciente tiene lugar en el litoral, donde se opera la incorporacin de nuevas tierras a la actividad ganadera debido al crecimiento del comercia exterior.

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CAPTULO III LOS DATOS Pero cul fue, concretamente, el origen social de los caudillos? El examen de los cuadros que hemos preparado permite una adecuada aproximacin a la respuesta, a pesar de que los testimonios recogidos no son completos sino raras veces. En todos los casos ofrecemos primero el rol ocupacional principal (civil y/o militar), seguido del cuadro con los niveles (alto, medio, bajo) correspondientes a cada una de las dimensiones estratificacionales elegidas (poder, prestigio, riqueza, educacin). Para la asignacin de los valores (alto, medio, bajo) se ha tenido en cuenta la poca y la regin considerada. Evidentemente, la magnitud de los bienes necesarios para alcanzar hoy la condicin de rico es muy diferente de la que se requera hace 100 aos, por ejemplo. Pero tambin las regiones, provincias o naciones, presentan exigencias muy diferentes para la imputacin de una pertenencia estratificacional o clasista. Si comparramos un rico mediano de Salta y un rico destacado de Santiago del Estero en 1810,50

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encontraramos que el primero, no obstante su condicin de mediano, tiene mucho ms riqueza que el segundo. Sin embargo, en su contexto social ocupa una posicin comparativamente ms baja que ste en el suyo. Las dimensiones estratificacionales y la misma estructura de clase dan cuenta, por lo tanto, de valores que slo son relativos. Su significado radica, entonces, antes que en valores absolutos, en una relacin, y sta es la que aparece en la jerarqua explicitada por las estratificaciones o las clases. Cada regin tiene sus sistemas estratificacionales y su sistema de clases. La ubicacin que nos interesa es la que las unidades de anlisis40 (en nuestro estudio, los caudillos) ocupan en ese sistema, con independencia del valor absoluto que puedan alcanzar fuera de ese mbito. El Chacho Pealoza, por ejemplo, es sin duda pobre si lo comparamos con Urquiza o Rosas; dentro de su contexto, sin embargo, tena una posicin preeminente. El hecho es claro en educacin. Para la poca que consideramos, saber leer y escribir era un privilegio de la clase decente, o de los miembros empobrecidos de esa clase, que se dedicaban entonces al sacerdocio, la milicia o el derecho. Por lo tanto, ese dato adquiere una relevancia especial para inferir la posible pertenencia a la clase decente o alta de la regin de que se trata. Hoy, en cambio, el analfabetismo es til ms bien para discriminarLas unidades de anlisis son los elementos del estudio de los cuales se predican valores. Estos, por su parte constituyen el sistema clasificatorio de la variable. Por ejemplo: educacin es una variable que consta (en nuestro caso) de cuatro valores, alto, medio, bajo y analfabeto. Estos forman una clasificacin. Las unidades de anlisis asumen alguno de esos40

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sectores marginales de las clases populares o de las cohortes generacionales. Aclaraciones similares son tambin pertinentes para la determinacin de los roles. La condicin de propietario rural la hemos reputado de primer rango, a pesar de que en muchos casos la actividad comercial era comparativamente ms importante, tanto si consideramos la regin, como si tenemos en cuenta un personaje. Ser propietario rural abra grandes posibilidades para llegar a comerciante -y ambos roles se daban casi siempre juntos, si se era gran propietario-, o, por el contrario, la riqueza amasada en el comercio se consolidaba casi en seguida a travs de la propiedad rural. Muchos comerciantes aspiraban a invertir en tierras sus ganancias comerciales -dice Kossok- a armonizar el mercantilismo con la estancia, a ser mercaderes y terratenientes al mismo tiempo, para aumentar as en todos los aspectos su prestigio social. En cambio, la perspectiva de una actividad manufacturera capitalista slo exista, dentro del marco impuesto por el sistema colonial, para una minora cada vez menos importante, y que por consiguiente no lograba imponer su voz cuando se trataba de defender los intereses burgueses41. Adems, en una economa donde la actividad industrial era prcticamente nula y la artesanal ocupaba un lugar subalterno -aunque no despreciable, especialmente ,en algunas zonas-, la tierra se constitua en la generadora de los principales bienes comerciables. Finalmente, la posesin devalores. Es decir, los valores son propiedades que se asignan a/o predican de, las unidades 41 Kossok, Manfred, El virreinato del Ro de la Plata, Bs. As., Ed. Futuro, 1959, pg. 136. 52

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la tierra -que en muchos casos no tena en s misma gran valor- denuncia conexiones estrechas con la burocracia colonial porque slo con su anuencia era posible alcanzar la condicin de gran propietario42. En la eleccin del rol militar tambin hemos optado por una solucin acorde con las peculiaridades de la poca, dado que ,en sta no exista prcticamente carrera militar. Cuando se alcanza el ttulo de Comandante de Campaa, se menciona ese hecho, por su importancia para la poca, independientemente de si el que lo asume es o no militar de carrera. Obviamente, para alcanzarlo se requiere haber sido previamente jefe militar. Pero cuando no se logra ese ttulo, nos ha parecido interesante discriminar aquellos caudillos que, de alguna manera, orientaron su vocacin hacia el servicio en el ejrcito, de aquellos que fueron militares porque las circunstancias les ofrecieron una excelente oportunidad ocupacional. Estas distinciones, sin embargo, no son muy rigurosas. Con todo, son indicativas de la militarizacin y de su importancia decisiva en el proceso de ascenso al liderazgo. Si se observa el cuadro 643 se ver all que ya los padres de los caudillos (10 sobre 12 casos) eran militares, lo que constituye un dato llamativo si se tiene en cuenta que ellos (los padres de los que sern caudillos) asumen su rol militar antes de 1810 y aun antes de las invasiones inglesas.42

Clarence H. Haring, en El imperio hispnico en Amrica recuerda que ``la propiedad de las tierras de las Indias corresponda en ltima instancia, en teora y por derecho de conquista, a la Corona de Castilla. Solo por gracia o concesin real personas privadas podan adquirir ttulo de propiedad (Bs. As., Solar-Hach2tte, 1966, pg. 263.) 43 Ver pgina 54. 53

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1. Los abuelos En el cuadro 5 se muestra cul es la distribucin de roles para los abuelos paternos de los caudillos. Sobre 18 caudillos que se analizan, CUADRO 5 Abuelo paterno del caudillo Artigas Bustos Gemes rrera Ibarra tera Quiroga ROL PRINCIPAL Militar Jefe militar Militar de caMilitar de fron-

Civil

Gran propietario rural Gran propietario rural Alto burcrata Gran propietario rural Gran propietario rural

contamos con referencias directas de solamente 5. De stos, 4 son grandes propietarios rurales y uno pertenece a la ms elevada jerarqua de la burocracia colonial. Adems, tres son militares; no tenemos datos de los otros dos. A estas cinco unidades podemos agregar testimonios indirectos de otras cinco, los abuelos paternos de Aroz, Pealoza, Rivera, Taboada y Rosas. Es indirecto porque en general no se cita a los abuelos de los caudillos, pero ellos

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estn implcitamente incluidos en una afirmacin de carcter global. As, por ejemplo, dice del primero Manuel L. Borda: Aroz era descendiente de una familia distinguida cuyos orgenes en Tucumn se remontan a principios del siglo XVII.44 El ascendiente de Aroz era, sobre todo, en la campaa de Monteros, donde tena una gran estancia que fue sin duda de sus antepasados: en la Florida, donde estaban las ruinas de Ibatn, y en el pueblo viejo de San Miguel de Tucumn.45 De Pealoza, dice Juan Jos Real, citando a Luis Fernndez Zrate: La familia de Pealoza fue la ms pudiente de los llanos; duea de grandes fundos y numerosa hacienda. Al repartirse la herencia, medan las monedas por almudes -medida de granos- y la hacienda por corraladas, para evitarse el trabajo de contar.46 De Rivera, refiere Manacorda: Uno y otro [los dos Rivera], Flix aqul, Fructuoso ste -eran los nicos hijos varones de esa acaudalada pareja de don Pablo Hilarin Perafn de la Rivera y de doa Andrea Toscano -de los Rivera de Crdoba y de los Toscano de Buenos Aires- que se avecin por aquellos campos [la Banda Oriental] precisamente en 1753.47 Obsrvese que los padres de Fructuoso Rivera pertenecan a familias claramente indiBorda. Manuel L., Bernab Aroz, en Pereyra, Horacio J., Encuesta sobre el caudillo, La Plata, Universidad N. de La Plata, Cuaderno de Sociologa NQ 4, 1966, pg. 162. 45 Ibid., pag.163. 46 Fernndez Zrate, Luis, Angel Vicente Pealoza, El Seor de Guaja (en Real. Juan Jos, Notas sobre caudillos y montoneras, Revista de Historia, N 2, Buenos Aires. 47 Manuel Telmo Manacorda, Telmo, Fructuoso Rivera, Buenos Aires, Espasa-Calpe, 1946, pg. 11.44

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vidualizables (los Rivera de Crdoba, los Toscano de Buenos Aires), lo que slo poda ocurrir con los miembros de la clase decente. A1 recoger los datos biogrficos de Antonio Mara Taboada -hermano de Leandro Taboada, padre de Antonino Taboada (el caudillo)- dice Gaspar Taboada: Fue hijo [Antonio Mara] de Don Ramn Antonio Gil Taboada [abuelo paterno de Antonino], espaol, comerciante, que lleg a Santiago el ao 1768, y de Doa Francisca Luisa de Paz y Figueroa, los que contrajeron matrimonio en 1775. Don Ramn invocaba su calidad de noble en las actuaciones pblicas en que intervino, segn los documentos que se guardan en el archivo de la provincia, y su esposa era santiaguea, de abolengo aoso y distinguido, siendo hija del general don Juan Joseph de Paz y Figueroa, Teniente Gobernador de Santiago por muchos aos. Don Ramn Antonio Gil Taboada ocup en distintas pocas los cargos de Alcalde de ley. y 2 voto, defensor de menores y defensor particular en causas civiles y criminales, tareas que alternaba con las propias de su comercio.48 Como se sabe, los Taboada tuvieron una actuacin poltica intensa. Pero el que ms se destac fue Antonino Taboada, hijo de Leandro, nieto de Ramn Antonio Gil y sobrino de Antonio Mara Taboada mencionado en la cita- y Juan Toms Taboada, ambos diputados y senadores en diversas oportunidades y miembros notables de la clase decente.

Taboada, Gaspar, Recuerdas histricos. Los Taboada, Buenos Aires, Imprenta Lpez, 1929, pg. 36, tomo I48

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Taboada, otro de los hijos de Leandro -y hermano, por lo tanto, de Antonino- tambin cumpli relevante papel en la poltica provincial y regional, y ocup dos veces, con un intervalo no menor de diez aos, la gobernacin de Santiago del Estero49 debido sin duda a la influencia de su hermano Antonino, verdadero facttum en la regin por espacio de ms de 20 aos. Lucio V. Mansilla, sobrino de Rosas, da un ligero indicio acerca de la categora social a la que pertenecan los abuelos de Juan Manuel: La familia de Rozas era colonial, noble de origen por ambas ramas, siendo ms antigua la prosapia materna. Segn Doa Agustina [madre de Rosas] su marido [Len Ortiz de Rosas] era un plebeyo de origen. Y t quin eres?, sola decirle, un ennoblecido por otro que tal (se refera a Gonzalo de Crdoba, del cual fue soldado el primer Ortiz, diremos. Don Len haba sido capitn del rey), mientras que yo desciendo de los duques de Normanda. . .50 Lo que no hay dudas es que ambos pertenecan a familias patricias de viejo arraigo en la colonia, por su insercin en los cargos elevados de la burocracia real y por la posesin de grandes propiedades. Habra sido interesante contar con datos fidedignos de la rama femenina del sistema de parentesco de los caudillos. Pero, en general, los bigrafos consultados no le conceden importancia. De modo que las referencias sobre el nivel econmicosocial del abuelo materno y su mujer, de la esposa delIbd., pg. 31, tomo I. Mansilla, Lucio V., Rozas, Buenos Aires, Ed. Malinca Pocket, 1964, pgs. 18 y 19.49 50

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abuelo paterno y aun de la madre del caudillo, son extremadamente esquemticas, cuando no se omiten absolutamente. No obstante, hay pocas dudas de que la esposa del abuelo paterno perteneca tambin a la clase alta, lo mismo que la abuela y el abuelo maternos. Salvo en el caso de Ramrez, Estanislao Lpez y tal vez en el de Urquiza, las referencias indirectas sugieren una alta homogeneidad social en la pertenencia de clase, en el nivel de los abuelos. No hay razones para extraarse: como se sabe, la norma es que la clase practique la endogamia y no hay por qu pensar que la sociedad colonial de fines del siglo XVII y principios del XVIII poca aproximada del casamiento de los abuelos- no la respetara, aunque, desde luego, pueden haberse dado algunas excepciones. Veamos ahora el cuadro 6, donde se ubica a los abuelos paternos de los caudillos en diferentes niveles estratificacionales. Como se CUADRO 6 Abuelo paterno NIVELES ESTRATIFICACIONALES* del caudillo Poder Prestigio Educacin Artigas medio Bustos Gemes alto alto alto alto alto alto alto

Riqueza

analfabeto alto

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Quiroga alto alto alto Rosas alto alto Ibarra alto Aroz alto alto Rivera alto Pealoza alto * En educacin los niveles son: Cuarto nivel (Alto). Tercer nivel (Medio). Segundo nivel (Bajo). Primer nivel: Analfabeto. puede observar, contamos con datos para nueve caudillos, si bien no completos, salvo en la dimensin ``riqueza. Los que corresponden a Gemes, Artigas y Quiroga son bastante amplios. Los del resto presentan un carcter muy esquemtico y slo ofrecen a veces -as ocurre con Pealoza, por ejemplo- el indicio de alguna cita como la ya mencionada al comentar el cuadro 5. Es evidente, sin embargo, que el rol principal casi siempre est enlazado a los niveles estratificacionales, de modo que de l es posible deducir la ubicacin en alguna de las dimensiones que figuran en el cuadro. Tambin se puede deducir, desde un nivel, la ubicacin que le correspondera a la unidad de anlisis en los niveles de otra dimensin. Pero esto es lo que no estamos autorizados a hacer porque estaramos suponiendo una alta congruencia de status. La idea, por el contrario, debe abrir la posibilidad de detectar incongruencias y para esto la deteccin de los datos de cada una de las variables debe ser totalmente independiente de las otras, a fin de comprobar si hubo o no congruencia de sta59

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tus. Es notorio que una elevada incongruencia (es decir, grandes diferencias de niveles entre las diversas dimensiones) est relacionada con procesos de cambio, sobre todo cuando el excedente econmico tiende a elevarse abruptamente. Por otra parte, las sociedades de tipo colonial -al menos cuando el desarrollo se realiza dentro de las pautas del sistemamuestran una alta congruencia de status. Hay pocas dudas de que los abuelos de los caudillos vivieron en una poca donde el cambio econmico social se operaba en beneficio de aquellos que usufructuaban de alguna manera el sistema colonial, es decir, de su clase alta, de modo que podemos presumir que no generaba mayor congruencia que la normal. Por eso es ms vlido deducir de determinados roles, determinados niveles es-tiatificacionales, aunque, en principio, sera mejor obtenerlos por vas independientes, tal como indefectiblemente hay que hacerlo para as dimensiones o variables (poder, riqueza, prestigio, educacin). En otras palabras, lo ideal sera comprobar, antes que deducir, si los niveles que sugieren los roles se dan efectivamente. Pero no siempre hay datos para hacer posible esa comprobacin. Los cuadros 5 y 6 revelan, con una dosis aceptablemente grande de confianza, que todos los abuelos paternos de los caudillos se ubican en los niveles ms altos en la dimensin ``riqueza, por lo menos en la mayora de la muestra. Es sintomtico que -para otras dimensiones de la estratificacinall donde se han logrado esos datos, stos asignen un alto nivel a los abuelos paternos de los caudillos.

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2. Los padres En el cuadro 7 se recogen datos relativos a los roles principales de los padres de 12 caudillos, sobre 18 considerados. Todos ellos, salvo el caso de Lpez y Aldao, grandes propietarios rurales o alto burcrata CUADRO 7 Padre del caudillo Artigas Bustos Gemes rrera Iarra militar Lpez rrera Quiroga Rivera rrera Ramrez Urquiza Rosas Taboada Aldao ROL PRINCIPAL Militar Jefe militar Militar de caJefe Militar de caGran propietario rural Gran propietario rural Gran propietario rural Gran propietario rural Gran propietario rural Gran propietario rural Jefe militar Militar de ca-

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Gran propietario rural Gan propietario rural Alto burcrata Gran propietario rural

Jefe militar Jefe militar Jefe militar Jefe militar

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(Gemes). Obsrvese la estrecha relacin entre la calidad de gran propietario rural y el ejercicio del rol militar. El hecho es perfectamente explicable: all donde la posesin de extensiones relativamente grandes de tierra -la fuerza productiva fundamental en un sistema econmico de tipo predominantemente rurales el smbolo de la riqueza, se constituye tambin en la base para expresar la influencia del poder en el rea econmica, al punto de que la jefatura militar est unida a la condicin de propietario. Adems, el propietario rural es un jefe militar de facto debido a la necesidad de controlar una zona todava disputada, muchas veces, por los antiguos pobladores indgenas. Pero la preeminencia analtica del rol de propietario rural no obsta -al contrario, suele ser su condicin, a pesar del poco valor monetario de la tierra- para que las actividades comerciales tengan tanta o mayor importancia econmica concreta que la mera posesin de la tierra. El caso de Ramrez es el ms claro para demostrar este contraste, aunque los datos no son totalmente satisfactorios debido en parte a que la regin de Entre Ros constituye una zona vaca, donde el estable-cimiento colonial es muy reciente y donde la poblacin, por eso, mismo, es prcticamente en su totalidad inmigrante. Martiniano Leguizamn dice: Su padre, D. Gregorio Ramrez, figura entre los principales vecinos en el recuento del fundador Rocamora [de Concepcin del Uruguay] el ao 1782, quien le adjudica el solar nmero 1, frente a la plaza, ocupado hoy [1923] por el teatro la de Mayo; tena una estancia con oratorio en el Palmar del Arroyo Grande y62

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otro establecimiento perteneciente a su esposa, en las inmediaciones de la villa y adems dos casas dentro del poblado.51 Otro bigrafo, Jorge Newton, seala por su parte: . . . Juan Gregorio Ramrez, natural del Paraguay, [es l] patrn de una pequea embarcacin, que adems se dedica a la organizacin de un establecimiento de campo propio52 Ms adelante, el mismo autor ind