yo soy muy dada a ver lo positivo* · con otras cosas. por ejemplo, yo no me veo muy contenta ni...

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Marta: Pilar, ¿qué ha significado para ti el proceso de envejecer, de enve- jecimiento? Pilar: Es, primero, un proceso muy largo. No te das muy bien cuenta cuando estás envejeciendo. Te das cuenta de que… ¿qué es lo que se nota pri- mero? Que vas perdiendo capacidades y a lo mejor pierdes intereses, y hay algo de afortunado en el hecho de que al perder capacidades también pierdes intereses. Por ejemplo, yo ahorita no me iría al Japón. No soy capaz; parte de mi envejecimiento se manifestó mucho en discapacidades motoras. Camino mal por un problema de polio infantil; entonces, en el momento en el que yo me di cuenta de que ya no estaba en condiciones de recorrer Tokio, pues algo dentro de mí renunció. Es que la verdad, la verdad, yo no tengo nada que hacer en Tokio. Entonces el envejecimiento es un proceso paulatino, que no es tan malo como dicen algunos, que tampoco puedo decir que sea bueno, porque es mejor ser joven, pero que para mí ha significado una convicción —que no es renuncia— de que tengo que buscar otras fuentes de felicidad, de sosiego, de serenidad y de contento. A mí me gusta mucho estar contenta. A veces no soy consciente de ser feliz, pero soy muy consciente de cuando estoy contenta y además sé buscar las ocasiones. Bueno, ahorita no estoy contenta en Tokio, y a lo mejor tampoco en Madrid, pero estoy contenta aquí con- tigo; estuve contenta hace un momento que desayuné con mis amiguitas, porque las quiero mucho, son mis amigas de secundaria, y puedo estar contenta en una clase cuando di con algo, con una analogía o algo que me gustó. Y bueno, sí es el cuento de nunca acabar. Descubres que nada más Yo soy muy dada a ver lo positivo* Pilar Rius * Esta entrevista la realizó Marta Lamas el sábado 22 de mayo de 2010.

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Page 1: Yo soy muy dada a ver lo positivo* · con otras cosas. Por ejemplo, yo no me veo muy contenta ni siquiera en París, que es una de mis ciudades favoritas, en la que fui muy feliz

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Marta: Pilar, ¿qué ha significado para ti el proceso de envejecer, de enve-jecimiento?

Pilar: Es, primero, un proceso muy largo. No te das muy bien cuenta cuando estás envejeciendo. Te das cuenta de que… ¿qué es lo que se nota pri-mero? Que vas perdiendo capacidades y a lo mejor pierdes intereses, y hay algo de afortunado en el hecho de que al perder capacidades también pierdes intereses. Por ejemplo, yo ahorita no me iría al Japón. No soy capaz; parte de mi envejecimiento se manifestó mucho en discapacidades motoras. Camino mal por un problema de polio infantil; entonces, en el momento en el que yo me di cuenta de que ya no estaba en condiciones de recorrer Tokio, pues algo dentro de mí renunció. Es que la verdad, la verdad, yo no tengo nada que hacer en Tokio.

Entonces el envejecimiento es un proceso paulatino, que no es tan malo como dicen algunos, que tampoco puedo decir que sea bueno, porque es mejor ser joven, pero que para mí ha significado una convicción —que no es renuncia— de que tengo que buscar otras fuentes de felicidad, de sosiego, de serenidad y de contento. A mí me gusta mucho estar contenta. A veces no soy consciente de ser feliz, pero soy muy consciente de cuando estoy contenta y además sé buscar las ocasiones. Bueno, ahorita no estoy contenta en Tokio, y a lo mejor tampoco en Madrid, pero estoy contenta aquí con-tigo; estuve contenta hace un momento que desayuné con mis amiguitas, porque las quiero mucho, son mis amigas de secundaria, y puedo estar contenta en una clase cuando di con algo, con una analogía o algo que me gustó. Y bueno, sí es el cuento de nunca acabar. Descubres que nada más

Yo soy muy dada a ver lo positivo*

Pilar Rius

* Esta entrevista la realizó Marta Lamas el sábado 22 de mayo de 2010.

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tienes que trasladar, que traducir un poco las ocasiones o los escenarios de contento, pero que son igualmente bellos, te llenan igualmente y que igualmente pueden ser explosivos. De vieja puedes estar muy contenta con otras cosas. Por ejemplo, yo no me veo muy contenta ni siquiera en París, que es una de mis ciudades favoritas, en la que fui muy feliz en mi infancia. ¿Qué haría yo ahora? Recorrer el Louvre en silla de ruedas. Igual sí, igual voy a estar muy contenta. Lo acabo de hacer, he recorrido el Mu-seo del Prado en silla de ruedas. Esa es una ocasión de contento. Bueno, pero a ver eso: ¿qué más hay? ¿Qué más hay en la vejez? Porque tengo que decirte un poco malo con bueno, ¿no? Malo: pierdes al marido; no, no, es que no es que pierdas al marido, no, pierdes pedazos tuyos; al perder a la madre pierdes la condición de hija, y al perder al marido pierdes la condición de esposa, y al perder amigos se te van cayendo esos pedazos de contento que tenías con esos amigos. Entonces, con la edad sí se pierde. Además no sólo se pierde eso, se pierden facultades, y en serio, muy en serio. Afortunadamente, la mecánica cuántica no ha progresado desde el punto de vista de la enseñanza desde hace cincuenta años. Yo no me podría aprender la mecánica cuántica hoy ni muriéndome, ni trabajando doce horas al día. Por fortuna mi acetilcolina ya la fijó, entonces yo puedo dar mis clases con mucha autoridad y muchos conocimientos. Porque a lo mejor una tecnología más avanzada de computación para obtener zonas de densidades electrónicas no la tengo que explicar o la puedo explicar a mi manera sin necesidad de ser muy moderna.

Marta: A ver explícame una cosa, para nuestr@s lector@s, ¿cuál es tu formación y de qué das clases?

Pilar: Mi formación es: primaria en St. Honoré d’Eylau en París; se-cundaria en la Academia Hispano-Mexicana, de profesores refugiados, maravillosos, entre ellos mi padre, una belleza; carrera en la Universidad Femenina, un poco por imposición de mis padres. Ellos pensaban que era demasiado joven para irme a una universidad mixta como la unam. Yo empecé la carrera muy joven, a los 16 años. ¡En fin! En la Femenina estuve bien, pero creo que hubiera tenido una educación más completa en la unam. No quité el dedo del renglón, y en…

Marta: En la Femenina, ¿qué estudiaste?Pilar: La carrera de qfb, químico farmacéutico biólogo, y a continua-

ción, a los ocho años de haber acabado la carrera, ya era directora de la escuela de ciencias de la Femenina. Y eso, bueno eso era muy agradable. Fui muy feliz en la Femenina. Después presenté una oposición, una cosa

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rarísima, una oposición en la unam. Yo era una señora que además aca-baba de tener un cuarto bebé y estaba amamantando, ¡una locura! Por fortuna la saqué y me incorporé a la unam. Y en la unam hice una maes-tría en química teórica. Después pensé que debía hacer un doctorado o algo en educación, y ya muy vieja, a los setenta años, lo hice. Logré hacer un doctorado en educación que me gustó mucho porque eran profesores de la Universidad Complutense, donde en alguna ocasión yo había sido profesora invitada, por un discípulo de mi padre (esa es otra historia, muy bella pero a lo mejor larga). Me gustó mucho ese doctorado en educación. Lamentablemente no lo he podido practicar mucho, porque parte de la vejez es eso, parece mentira, que llegas un poco tarde a todo, ¿no? Ya han cambiado las reglas. Cuando tú ya tenías un doctorado en diagnóstico, resulta que lo que importa son las ideas previas y el conocimiento. Y bueno, las cosas evolucionan y tú llegas un poco tarde a la evolución, ya no eres capaz de evolucionar con las cosas.

Ese es otro aspecto de la vejez, si quieres que te diga las partes ne-gativas, porque yo soy muy dada a ver lo positivo y luego me olvido de lo que no lo es. Sí, una de las partes negativas es que tienes la sensación de llegar tarde a todo. Llegas tarde a los nietos, llegas tarde a los hijos adultos, llegas tarde a las cosas nuevas de la Universidad, sí, sí, sí. Eso te puede mucho, puede hacerte muy infeliz, puede darte problemas y me los ha dado. Y llegas tarde porque no eres capaz ya de incorporarte a lo nuevo. No es verdad que se pueda uno modernizar. La abuela no, no, la abuela es la abuela y llega a donde llega y sus neuronas llegan a donde llegan, y si tú quieres exigirle más a tus conexiones de acetilcolina de lo que pueden dar, te puedes meter en un lío, en ese lío de la vejez no asumi-da, de la vejez llorada y demás. Por eso es mejor que busques otras cosas a donde siempre llegas a tiempo. Siempre llegas a tiempo con un nieto preciso en una ocasión precisa; no con todos ni siempre. Siempre llegas a tiempo con un hijo, en una ocasión precisa. Bueno, hay que esperar que se dé esa ocasión. Siempre llegas a tiempo con un estudiante; eso es más complicado porque te avasalla un poco la modernidad, el devenir de to-das las cosas universitarias. La cuántica no, la cuántica no ha progresado, ¡es una maravilla! (risa) Bueno, la que yo enseño. Claro, si me pusiera a enseñar cuántica computacional igual sí me enredaba mucho. Pero vaya, para lo que yo enseño está bien… de cualquier manera, también llegas a tiempo con los estudiantes.

Marta: ¿Cómo se llama la materia que enseñas?

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Pilar: Yo doy química teórica; química teórica es el estudio de la materia a nivel microscópico: átomos, moléculas, electrones. Hay un pleito; claro, siempre hay un pleito entre unas tendencias y otras. La mía es que no se puede enseñar el comportamiento de los electrones en los microsistemas si no recurres a los orbitales y a la mecánica cuántica. Hay otra que dice que ¡no! y se ciñe al átomo químico; hay una escuela española de una señora muy encantadora que se llama Izquierdo, que dice que ¡no!, que la química es química y que los átomos son otro asunto, y que la química de puchero, (risa) bueno, la estoy minimizando, la química de laboratorio importante no necesita nuestros modelos teóricos. Bueno, en eso sí llego a tiempo, eso sí lo puedo debatir y lo estoy debatiendo. O sea, en la vejez siempre tienes un espacio, no quiero decir que un rincón porque no me quiero sentir arrin-conada, pero siempre tienes un espacio en el que puedes desarrollar lo que tú quieres: afectivamente, académicamente, personalmente. ¡Vaya que a mí me gusta la vejez! ¿Por qué me gusta? A ver, desde luego no es tan fea como la ponen y puede ser bonita. Lo que pasa es que, claro, ya he dicho que las limitaciones son las limitaciones, pero ¿qué es lo que también pasa con la vejez? Sobre todo en la generación mía, que siempre ha estado al servicio de alguien, de repente te das cuenta de que estás a tu propio servicio…

Marta: ¡Todo el tiempo para ti!Pilar: Todo el tiempo. Y además te das cuenta de que tienes mucho

chiste (¿mérito?) de no avasallar a los otros, como han hecho contigo, para que estén a tu servicio (risa): que si vienen, bien, y si no vienen… pues no vinieron. Y además, siempre hay alguien que viene… y si no vienen, ¿qué pasa? Pues si no vienen hay otras cosas que hacer.

Marta: Pilar, dime una cosa, ¿tienes amigas de tu edad, más o menos?Pilar: Sí, tengo muchas… de todas las edades.Marta: ¿Cómo ves el envejecimiento de las demás? O sea ¿ves distintas

formas de envejecer? Pilar: ¡Ay, ay, ay! Hay algunas muy tristes. Está mi amiga que se ha

vuelto una niña: "¡Ay a mí no me dejan hacer porque no tengo…! ¡Ay yo no puedo ir porque estoy muy malita y…!" Y ni siquiera está tan malita. Algún día estaré muy malita y a lo mejor voy a hacer lo mismo, pero… A ver, ¿quién ha envejecido bien? Pues muchas, casi todas.

Marta: ¿Has visto envejecer a hombres? Pues los hombres se van antes…

Pilar: Mi marido envejeció, primero muy mal y luego mejor. Muy mal porque… a ver, pasó esto: mi marido se jubiló, y dentro de que nos quisimos

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mucho —pienso que todavía nos queremos, donde quiera que esté yo lo quiero mucho—, la jubilación de mi marido y el envejecimiento que es con-secuencia, o al revés, la jubilación que es consecuencia del envejecimiento, no fue lo que él pensaba. Yo pienso, ahora que pienso mucho, que mi marido de la jubilación esperaba algo así como, "ahora que ya trabajé mucho, ahora que ya saqué una familia adelante, ahora que ya cumplí con mi obligación de patriarca", porque mi marido era muy patriarca, "pues ahora quiero que me atiendan, que me quieran, que me consecuenten, levantarme a la una, si quiero voy, si quiero no voy, si quiero hago, si quiero no hago". Y yo, en cambio, veía la jubilación de mi marido como un espacio en el que podíamos hacer todos esos planes que no hicimos cuando éramos más jóvenes.

Marta: ¿Cuántos hijos tuvieron?Pilar: Cuatro. Y bueno, pues eso es otra cosa que la vida me ha dado

de regalo. Pero regresando a mi marido. Creo que no embonamos en la jubilación. Inmediatamente se puso enfermo; parece mentira, ¡siete años de enfermo! en los que yo fui feliz. Sí, con la enfermedad de mi marido los dos fuimos muy felices. Yo quería estar con él, y claro, estaba malito y estuve mucho con él, y el quería estar conmigo. No sé por qué razón la enfermedad nos acercó mucho, y nunca me sentí mártir de "¡ay que tengo que hacer tal o cual!" No, a veces estuve desesperada; por ejemplo, una vez que me corrió una enfermera que me costó un trabajo horroroso conseguir. Yo ya estaba feliz, ya teníamos enfermera, y le dio un grito, le dijo no sé qué cosa, y la enfermera se puso a llorar. Y yo me fui a su garganta a ahorcarlo; no lo hubiera ahorcado, pero lo quería ahorcar. Bueno, esas cosas pasan. Ese fue un momento en el que (risa), en el que lo quise ahorcar. Pero en general su enfermedad de siete años fue un acercamiento. Yo veo, por ejemplo, ahora que me preguntas cómo reaccionan otras amigas, algunas de mis amigas reaccionan como mártires: no se separan del marido, adelgazan y no quieren ayuda, porque consideran que si un enfermero las ayuda a cambiar de po-sición al marido, ellas están siendo desleales. ¡Horrores! Ese envejecimiento de mártir del marido enfermo lo he visto, lo estoy viendo ahorita. Acaba de morir uno, afortunadamente, porque le costó doce años de sufrimientos a mi pobre amiga. Después, otra amiga entrañabilísima, con la que acabo de desayunar ahorita, no quiere enfermeros, no quiere nada. Se acuesta a las doce de la noche, hace todo y se va a morir, y además… no es necesario, se puede compaginar…

Marta: Te quedaste viuda ¿a qué edad? ¿Tú tenías cuántos años cuando murió tu marido?

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Pilar: Tenía 78 años.Marta: ¿Y ahorita tienes cuántos?Pilar: Ochenta y uno. Tengo tres años de viuda.Marta: ¿Y qué ha cambiado con tu viudez?Pilar: Es un gran alivio, un gran alivio. Mira, mi marido murió justo

cuando empezaba a sufrir, así que no sufrió. Su primer sufrimiento fue que le dio una pulmonía, que se ahogaba, que no salía, que no salía, que no salió… y que se murió. El día, eso lo tengo que decir porque eso sí se va a quedar, que él se puso muy malo era un sábado; el miércoles de esa semana había ido con su sanador, un hombre extraordinario que lo llevaba a Masaryk a tomar café y a ver niñas guapas que pasaban, y ese día vino cantando tangos, ¡tres días antes de entrar en agonía! Eso no te lo cree nadie. Venía cantando tangos y estuvimos cantando tangos en casa. Pero sí, en parte su muerte fue un alivio porque yo no veía que fuera a mejorar, o sea, veía que todo iba a ir a peor, que el sufrimiento que no se había dado se iba a dar. No creas que fue un paseíto por la Alameda. No. Los siete años fueron, sobre todo en materia de ayudas, enfermeros, médicos, ataques y crisis, fueron duros. Pero, como siempre, con muchos espacios de contento y muchos espacios de felicidad. Qué te diré, ¿lo volvería a vivir? Sí, lo volvería a vivir, con todo y enfermeros y con todo y todo.

Marta: Pero no debes sentirte mal de hablar de alivio. De esa sensación se habla mucho, de cómo las mujeres cuando enviudan tienen una cierta liberación, precisamente de atender al marido, cosa que a los viudos no les pasa. A los hombres, cuando se les muere la mujer, se vienen para abajo, justo porque necesitan quién los atienda, ¿no? Yo quería saber si ese proceso también se había dado contigo.

Pilar: Bueno, efectivamente yo era muy feliz con Imanol, a pesar de la enfermedad. Pero sí llegó un momento en que yo, un poco, ya no podía más, ¿sabes? Porque ya empezaban las noches malas y, aunque hubiera al-guien ahí, me llamaba y me requería y yo tenía que trabajar al día siguiente. Y hubo algunas noches que yo me desesperé… pero no muchas. ¡Qué te digo! Recuerdo esos momentos como una etapa amable. Así como la etapa chiquita de cuando se jubiló y tenía salud fue pesadísima, porque no había manera de embonar planes ni nada, la etapa de la enfermedad nos acercó. Ahora ya hice mi duelo y estoy muy bien como estoy. Me gusta mi vida y a veces lo extraño, y a veces he procurado recordar los momentos buenos, aunque también se filtran, se cuelan, los malos. No importa, todo, lo bueno y lo malo, es parte del recuerdo y no pasa nada.

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Marta: Cuéntame más o menos cómo es una semana en tu vida. O sea ¿qué días das clases? ¿A qué horas te levantas? ¿Cuál es más o menos tu rutina de vida ahorita a los 81 años?

Pilar: Mi semana empieza el lunes, sobre las cinco y media o seis de la mañana. Cuando tengo ganas —y debería de hacerlo diario— hago bicicleta; después voy a una "gozada", que es una reunión; ahí estoy hasta las nueve y media, en Comedores Compulsivos. ¿Los conoces? Es como Alcohólicos Anónimos, va gente encantadora, a la que quiero muchísimo. Luego me voy a la Universidad; el lunes no tengo clase pero suelo recibir estudiantes o tesistas, o bien atiendo el correo, y las… ah, no me gustan las publicaciones, no me gusta publicar. Me gusta escribir, por ejemplo, artículos que me salen del alma, pero buscar la bibliografía de 27 gentes que escribieron sobre otras 27 cuestiones me aburre un poco, pero, como tengo que hacerlo, el lunes eso es parte de lo que hago. Después, a las dos y media o tres, me vengo a casa, como generalmente sola (ahora por unos meses tengo a un nieto, pero es muy difícil que coincida con él) y después, invariablemente, tomo hora y media o dos de siesta, con algún programa de televisión. Me levanto de siesta y hago alguna cosa, pero ya no voy a la unam por la tarde. Veo mi correo, hago algo de preparación de exámenes o de clase o de alguna tesis que me quedó pendiente. Y luego ceno temprano, y en la noche veo alguna película, me acuesto, leo el periódico —casi siempre lo leo con retraso—, o sea me acuesto a leer, sea el periódico o una novela, y me duermo sobre las diez y media o las once. El día que tengo clase es parecido, sólo que ya la clase me cansa mucho: salgo sudando de clase porque me fuerzo a estar de pie en el pizarrón, me apoyo en una mano, escribo con otra; me sigue encantando dar clase, pero…

Marta: ¿La clase es de una hora?Pilar: De hora y media. Hora y media, dos veces por semana. Doy

también Introducción a la Investigación, que es la que tengo con tesistas de maestría. Últimamente asesoré dos de estas tesis, se me acaba de recibir una, espero recibir otro y ya no he aceptado más, porque pienso que pronto, en fin, en un par de años me jubilo. Los sábados, cuando hay clase, les dedico a mis estudiantes unas horas para repasar sus dudas. Estoy escribiendo un capítulo de libro dentro de un proyecto de educación para la química. El año pasado y este organicé con mis colegas un proyecto especial para entender mejor cómo hay que enseñar la química cúantica; me gusta pensar en la enseñanza, pero a mi manera. Esa ha sido una de mis mayores ale-grías y una de mis mejores facetas. ¿Y mis otros días? Bueno, por ejemplo

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el martes voy a una partida de póquer, que es muy larga y eso no me gusta mucho. Todos los miércoles en la tarde voy a cenar con mis hijos; una lata para los que me llevan, o a veces voy yo sola también. Sola no, porque es a las ocho de la noche, pero voy en taxi o viene Mari por mí, cenamos con los otros hijos, con los nietos; suele haber muchos nietos, les gusta a los nietos la reunión con la abuela, y es una "gozada". O sea, el martes por la tarde, a veces, no todos los martes, pero a veces, tengo póquer; el miércoles con mis hijos; el jueves, un jueves sí y otro no, tengo una comida con mis amigas que se acaba como a las cinco o seis de la tarde, y ya no me da tiempo más que de acostarme un rato, hacer alguna cosa y me voy a la cama sobre las diez de la noche. Los viernes a veces tengo bridge, que no lo había dicho de los lunes, que también a veces tengo bridge. El bridge me encanta, pero no encajo en el grupo porque estoy muy atrasada, tengo que ver cómo le hago con un grupo de principiantes. Estoy en todo eso… todo eso lo estoy haciendo, no porque ahorita me haga mucha falta, que en realidad mi vida está llena con mi profesión y demás, sino porque como ya me voy a jubilar, voy preparando un poquito el terreno para… el pockarito, el bridge y algo de escribir, algo de vida social.

Y luego el sábado tengo mi pockarito desde hace como 30 años, con mis amigas de secundaria. El domingo casi siempre como con mis hijos, y entre semana tengo la suerte de vivir en el sur y es muy frecuente que algún hijo venga a comer a mi casa. O sea que tengo contacto no muy frecuente con los hijos, pero suficiente. Tampoco tendría tanto tiempo… y aparte, pues… está bien así.

Marta: De cuatro hijos, ¿tienes nada más un nieto?Pilar: ¡Tengo nueve! Dos, los del mayor, Juan Carlos, están en Estados

Unidos, uno de los cuales está viviendo aquí porque está estudiando en el itam, pero es esporádico, o sea es circunstancial, viene por un rato, me encanta. Después tengo cuatro nietos de mi hijo Imanol, que es el tercero; o sea, Imanol es el que corrió el Sahara en un maratón. Luego de Javier tengo tres, todos deliciosos. De María Isabel no tengo ninguno, pues así lo decidió, aunque creo que un poco la influí yo. Sí, creo que un poco, pues cuando ya mis hijos tenían como 19 o veinte años empecé a pensar en la responsabilidad terrible que es traer un hijo al mundo y a hablar de eso. Y aunque está muy bien, los quiero mucho, están muy bien mis hijos, creo que la gente algún día se va a dar cuenta... de que no tiene mucho caso traer gente al mundo (risa).

Marta: La última pregunta: ¿qué políticas públicas imaginas que podría hacer el Estado para apoyar y acompañar mejor el proceso de envejecimiento

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de la gente? O sea, en cuanto a medidas de política, ¿qué te gustaría, qué piensas?

Pilar: Ojalá que no vayan a decidir ponerme un sombrerito de flores y llevarme a Cancún porque eso va a ser horrible (risa). Esas políticas no sirven para nada. No, es que la política de los viejos es la política de los jóvenes y es la política de la gente; no hay políticas para los viejos, hay políticas para la gente; si la política de la gente es la adecuada, los viejos van a estar bien. Si los viejos ven que sus hijos tienen trabajo y que se mueven en un mundo justo y en una sociedad, qué se yo, también justa y además buena, con buenas personas, se puede ser buena persona y se tiene que ser buena persona. Vivimos en un mundo muy difícil, entonces es muy difícil para los jóvenes, para los viejos, para todos. Si yo veo esto, a mí no me necesitan hacer un programa especial —a lo mejor sí, ahorita te cuento el programa especial—, pero si yo veo que mis hijos se desarrollan bien, que mis nietos tienen perspectivas de trabajo, que yo puedo salir a las diez de la noche, porque manejo a las diez de la noche, y no me van a retorcer el pescuezo, si el país tiene las directrices que debe tener una sociedad… pues, yo le llamaría justa… así yo no necesito nada. Sí, necesito que me garanticen una especie de seguro de enfermedad. A los viejos les inquieta, nos inquieta mucho la enfermedad pues no sabemos si lo mismo vamos a ir a dar a un hospital sucio o a uno caro. Tiene que haber hospitales limpios y baratos. Eso lo hay en otros lados y no sé por qué con nosotros no. Necesitamos servicios lim-pios, bien atendidos y baratos, porque si no los hijos están esclavizados con un seguro que no pueden pagar, o uno mismo. Por ejemplo, mi seguro me cuesta casi lo que voy a cobrar de jubilación. Claro, tengo otros recursos, pero vaya, poniéndotelo así, si yo me gasto mi jubilación en un seguro, ya no viví. Entonces sí tendrían que dar seguros de enfermedad. Yo tengo una suerte muy grande, que esa la quisiera para otros viejos. Tendrían que hacer lo que hace la unam, que no despide a sus viejos; entonces claro, yo con 81 años estoy trabajando, pues para qué quiero que me busquen diversiones, ni gorritos ni nada de eso; no nada, nada, nada, nada. Ahora, un plan en las instituciones es muy difícil y muy deseable, pero como tú me has pregunta-do qué quiero, quiero un plan donde los viejos estén cómodos. La unam tendría que tener una especie de senado, donde a lo mejor cobráramos menos y trabajáramos menos, pero a nuestro paso y con nuestra experien-cia, y no en el montón compitiendo con los jóvenes en el mismo nivel. Las autoridades universitarias son muy generosas, pero ya te acabo de decir que yo no me acabo de integrar a las cosas y a veces eso me cuesta un poco

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de trabajo y un poco de… ¿angustia? La verdad no, angustia no, pero sí un poco de inquietud. Yo sé que puedo hacer mucho por la Universidad, pero no me ponen en el lugar en el que puedo hacer más, en el que yo tendría capacidad de ayuda. Me ponen en cosas de las nuevas, a sacar la lengua con unos artículos que ni los voy a digerir. Bueno, pues eso, que encontra-ran el espacio, que lo hay, donde los viejos sean útiles y sean productivos y sean felices y sean valorados. Y eso no hay. Y junto con eso, que se les quite el miedo de la enfermedad; eh, no es por la propia enfermedad ni por la muerte, es por la repercusión que puede tener eso sobre la familia y sobre uno mismo. Si no hay recursos, pues te van a tener recluida. Me acabas de preguntar sobre cómo envejecen mis amiguitas. A una amiga mía, que no tenía recursos, la llevaron a un sanatorio en Tlalpan; la pobre estaba allí sufriendo, pues era una señora que estaba acostumbrada a vivir muy bien y de repente se encuentra con cuatro viejas cerca, que una está en la bacinica y otra está vomitando. Eso no, eso no, eso no. Hay que garantizar una muerte digna y a tiempo, y también quiero, para los viejos, igual que quiero para los jóvenes la píldora, para los viejos quiero la muerte digna, llámala eutanasia, llámala suicidio asistido, quiero que cuando yo diga ¡ya!, que sea ya. Y si se puede en un lugar limpio, agradable, que huela bien. El "ya" de mi trabajo lo digo yo, y ya lo he dicho: voy a tener sabático el año que viene; después del sabático, lo más probable —no he quemado mis naves, no lo sé— es que me jubile. A los viejos primero que nada hay que dejarlos en paz, porque no te hablo de mí, pero hay muchos viejos que les caen los nietos encima. Porque se abusa mucho de los viejos; se abusa, por ejemplo, cuando un padre está enfermo y todo mundo asume que la madre va a cargar con él, y la madre sola no puede; si no hay posibilidades económicas y si no hay también que pensar un poco, porque hay muchas mujeres que sienten que tienen que ser mártires. Ya lo dije; bueno, eso se tiene que resolver de alguna manera, no sé cómo; que los enfermos puedan estar en algún lado, que haya auxilio como lo hay en España con la Ley del Cuidado. Tienes derecho a que te auxilie alguien si tienes ese problema. Cargarles la mano a los viejos es una crueldad y una injusticia y una felonía. Y no creas que el que le carga la mano dice "le voy a cargar la mano a la abuela", no, "le voy a querer mandar a los niños para que los abuelos estén muy contentitos", y la abuela no puede más; entonces cuidar a la abuela es dejarla en paz. La abuela se las sabe arreglar casi siempre. Esto mismo lo escucho de mis amigas; si no se divierten y comprometen con la Universidad, es con el tejido o con los almohadones o con lo que sea; las mujeres tienen mil recursos, no necesitan que les vengan de fuera a pudrir

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la vida… bueno (risa), eso veo que les ocurre a algunas de mis amigas, que les sueltan a los nietos.

Marta: Es que los niños son una carga, y si te los dejan solos, sin que la mamá o el papá esté ahí cuidándolos, para que tú sólo los disfrutes…

Pilar: ¡Claro! El caso es que se los sueltan para todo, y hay que desde cambiarles pañales hasta darles la medicina cada dos horas, con… bueno, lo que corresponda. En cambio, si los acompañan un poquito…

Marta: Sí, hay quienes tienen a las abuelas de niñeras, de cuidadoras, y es un trabajo muy pesado.

Pilar: Y eso es muy frecuente en nuestras sociedades, eso y el cuidado de los enfermos y el retomar otra vez la posición de madre, a los setenta años, con los nietitos. Esas injusticias se tienen que acabar.

Yo creo que hay que hacer eso que decimos, garantizarles atención a sus enfermedades, que van a llegar porque llegan con la vejez, y tener res-peto por su voluntad cuando no quieran seguir adelante, y mientras estén sanas, yo digo que lo primero es dejarlas en paz; a los viejos no les busques actividades, no les hagas nada. A lo mejor, no lo sé, podrían, ¿qué pueden hacer los viejos? Los viejos pueden cuidar niños con ayuda. Por ejemplo, un viejo puede contarle cuentos a unos niños. Por ejemplo, ¿qué haría yo?: en un hospital de niños, contarles cuentos, o leerles, mejor que la tele. El cuento contado y leído es precioso, porque en la tele está todo dado, y cuando tú les hablas ellos imaginan a la princesa e imaginan al dragón, y ellos son sus princesas y sus dragones; eso me gustaría. ¿Qué más podría hacer? Bueno, pues enseñarles, sí, enseñarles cosas de ciencia a la altura de niños; con ni-ños trabajaría y con mujeres también, al estilo de lo que tú haces. Trabajaría con un grupo de mujeres para enseñarles que pueden ser muy felices y a la vez ser muy buenas madres y muy buenas abuelas y muy buenas esposas, y que no tienen porque estar avasalladas o esclavizadas. Aunque luego a veces nuestras abuelas… cuando no están esclavizadas, son bien broncas. ¡Uy!, a las cabecitas blancas no te les pierdas. Cuando la cabecita blanca empieza a exigir, todo el mundo se alinea (risa). Sí, ese es el otro aspecto a considerar, el dominio que pueden tener las abuelas sobre la familia, a base de puro sufrir y de puro martirizarse.

Marta: Pilar, una última pregunta: ¿tú has vivido discriminación por ser vieja? ¿Alguien te ha tratado de una manera que no te haya gustado, con desprecio, o te han ignorado, o algo, por ser vieja?

Pilar: Sí, sí, sí. ¡Pobrecitos! Los que están en los restaurantes y los que ayudan a los coches y los franeleros y demás me dicen "madrecita", y se me

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25Pilar Rius

vienen encima (risa); bueno, esa es una manera de discriminación, que me llamen "madrecita" me puede matar.

Marta: Pero eso sería sobreprotección, ¿no?Pilar: Sí, pero me puede matar la sobreprotección. Mi administrador,

que es un tipo muy bestia, me trata mal, y yo sé que es por vieja, porque a otros no los trata igual de mal. Y yo he tenido, y no sólo por ser vieja, yo he tenido mi lado agachón. Pienso, "para qué me meto con él" o "mejor le doy por su lado", y bueno, me ha tratado mal y no lo he puesto en su lugar. En la academia también me ha pasado…

Marta: Pero a ver, yo te quiero preguntar, teniendo tres hijos varones que podrían venir y plantársele, ¿tú no recurres a tus hijos para dirimir ese tipo de broncas domésticas?

Pilar: No, porque normalmente las puedo dirimir yo. Son casos muy aislados, los que me agarran de su viejita. Con el administrador efectiva-mente estaba aquí mi hijo Juan Carlos —que es el padre de mi nieto el que vive aquí, el que está dormido ahorita (risa)— y me dijo, "Ay, mamá, pues yo voy a hablar con el administrador", y regresa y dice, "Tu administrador es imposible". Además está loco, es un hombre de 90 años, ¡me desprecia por ser vieja pero me lleva diez! (risa).

Bueno, pero en la Universidad también he sentido discriminación. Mira, yo estoy en un olimpo particular, y en ese olimpo hay ciertas vertientes y tendencias, y en ese olimpo mis opiniones y mis ideas no se valoran. Claro que tengo el recurso de dejar de darlas o el otro recurso, que no lo voy a usar, de incorporarme con la lengua de fuera. Ya no. Me voy a jubilar y no pasa nada. Pero ahí sí he sentido un poco de discriminación. Tal vez no es por vieja sino por necia (risa). Sí, por necia. Algunos están descubriendo el hilo negro, cosas que se hacían en el año cincuenta, cuando yo les enseñaba a los estudiantes, y que no resultaron (risa).

Marta: Por eso caes mal.Pilar: Caer mal, no; me ignoran. Bueno, no es tanto, no, porque me

ayudan y me apoyan y hasta cierto punto me quieren, pero me ignoran. Marta: Cuando eras joven, ¿te imaginabas a ti misma de vieja?, ¿ima-

ginaste cómo ibas envejecer?, ¿pensabas "cómo seré yo"? O, ¿qué temores tenías?; digamos, "no quiero envejecer de tal manera". ¿En qué momento pensaste en la vejez? Así, el más antiguo que te puedas acordar.

Pilar: Mira, pensaba… mi madre era una mujer muy, muy autoritaria y muy, qué se yo, ¿cuál es la palabra?, muy autoritaria, muy metiche…

Marta: Como eran las mamás en esa época.

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26 nuestras viejas

Pilar: ¡Ay! Era muy poco considerada conmigo, muy impositiva, muy controladora. Cuando yo pensaba en mi vejez decía: "no se cómo iré a ser, pero no voy a ser así". Y no lo fui, no lo soy. Ahora, yo pensaba que la vejez era peor de lo que en realidad es. ¿Cómo pensaba yo? Yo siempre he sido muy imaginativa y me he imaginado mundos que no son el mío, mundos diferentes, cosas diferentes, gentes diferentes; hasta cuentos o sueños. Creo que con la vejez se te van los sueños. No sé si a todos; de repente un día… ya no tengo sueños. Yo me acostaba en mi cama y antes de dormirme em-pezaba a soñar…

Marta: ¿Ensoñaciones? Pilar: Sí, ensoñaciones. Y ahora, en lugar de ensoñaciones tengo recuer-

dos. No es que eso sea malo, pero añoro mis ensoñaciones, sí. Y no tengo manera de tenerlas, trato. Incluso situaciones que soñé muchas veces ya no me interesan, se me desvanecen. Eso no lo esperaba, eso al contrario, yo pensé, dije: "Uy, cuando yo sea vieja que tenga todo el tiempo de tirarme en un sillón y ponerme a soñar, pues qué le pido a la vida". ¡Y resulta que no! Una cosa que yo quería que no me ocurriera en la vejez es el control, la tentación de controlarle la vida a los demás. Eso no lo hago. De repente puedo estar malhumorada o algo así, pero yo no controlo las vidas de los otros, nada. Y, en cambio, una cosa que yo esperaba como algo muy bueno, decía: "mira de vieja ya no tengo que hacer esto, ya no tengo que hacer lo otro, me siento a soñar…" ¡Y no sueño! (risa).

Marta: ¡Qué bonita la entrevista, qué bárbara! Gracias, Pilar. Pilar: (risa) •

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Sasha Miguel"In Harmony"

Raging Grannies en manifestación en las escaleras de la Catedral de Montreal