Y siempre, el silencio… en los

caminos con leyenda.

No es frecuente ni común buscar en los tiempos actuales el silencio. En cualquier casa y en todo lugar, intentamos que haya siempre algún aparato enchufado. Es suficiente que haga ruido. No nos enteramos de lo que se narra, pero no importa. Sabemos que “nos hace compañía”. Nuestros jóvenes y menos jóvenes tienen miedo al silencio y “necesitan” estar “enganchados” y casi de forma permanente, a las redes sociales. Tienen miedo a estar solos y les da pavor el silencio. Viven desenganchados del pasado, de la historia y sus valores, y profundamente actualizados en la cultura de lo efímero. Miran, pero no ven. Lo que es aún peor, son indiferentes a todo cuanto les pueda suponer un esfuerzo en comprender de dónde vienen y por qué. Están aquí porque están y les parece que siempre han estado y tiene que ser así y no de otra manera.

(Construcción funeraria perteneciente a la edad del cobre, realizada con bloques de granito cortados mediante cuñas de madera humedecidas.)

Y no hay que sacrificar mucho el camino para encontrar signos visibles de la presencia humana cerca de nosotros.

Se podría pasar perfectamente de largo sin verlo, si no fuera por la

presencia del oportuno cartel que, situado estratégicamente en la cima del montículo, te indica que aquello que tienes delante de los ojos y que apenas se diferencia de otras agrupaciones rocosas que has ido dejando atrás por el camino en el transcurso de tu búsqueda, es el famoso dolmen -o complejo megalítico, como también lo denominan- situado en el término municipal de San Martín de Montalbán.

Y sólo se escucha el silencio y el silbar del aire que golpea suavemente sobre el rostro del peregrino ansioso de encontrarlo y de encontrase. Y allí no hay nadie. Tal vez porque nuestra forma de llegar a los sitios y las cosas se ha convertido en una aventura desde la comodidad de los aeropuertos y las

autopistas. Allí no hay máquinas dispensadoras de bebidas u hoteles cómodos donde descansar.

Allí hay silencio, historia y vida… Ah, y además no hay cobertura de móvil.

Un lugar aislado y solitario, desde luego, cuyo desvío se sitúa a dos o tres

kilómetros de la referida población toledana.

Cuando se está solo allí y mires para donde mires sólo puedes ver caprichosas formaciones graníticas, se siente algo muy especial.

Entre otras cosas, la de que tal vez mis ojos sean de los últimos que puedan ver estos “monumentos funerarios” ya que el paso del tiempo tampoco a ellos les perdona y se encuentran en un casi “encefalograma plano” de conservación.

Pero allí están. Aún puedes tocarlos y emocionarte, y hasta tal vez, no perdonarte por haber tenido algo tan importante cerca de ti y haber pagado por ir a otros sitios donde las agencias se empeñan en trasladarte. Y venimos emocionados, y con las cámaras llenas de fotografías, y se las enseñamos a los amigos como la “octava maravilla del mundo”. Y aquí estaba el Dolmen

esperándonos. Cerca, muy cerca de nosotros. En silencio. Tanto que nunca ha gritado para llamar nuestra atención.

En silencio. Siempre.

Tienes que ir a buscarlo.

Aunque los pueblos se abandonen y se pierdan, no permitas que su memoria se olvide y se pierda también.

En silencio, pero hazlo en la medida de tus posibilidades. Tal vez, visitándolo.

Y también en silencio, y en el mismo camino pero en la parte opuesta, algo más sorprendente aún. Sorprendente por lo menos para mí que hago mí camino en silencio.

Cuando uno camina solo siempre lo hace en silencio, pero no de esos silencios estériles y con la mente perdida. El silencio es rico, es productivo y casi contemplativo.

Tumbas antropomorfas: De la edad del Hierro/Bronce.

Aquí se puede llegar casi en coche. No es mucho el esfuerzo y el camino está muy bien. Pero ya he dicho antes, no se trata de llegar con coche hasta las paredes de la antigüedad. Se trata de ir poco a poco y pensar, hacer memoria y saber por qué y para qué esta aquello allí. Desde siempre.

Y después de verlo… saber que sólo queda regresar en silencio.

No resisto la tentación de experimentarlo, me refiero al silencio, desde allí. Desde dentro. Y no me pidáis que lo explique.

Para unos una tontada más. Para otros… Para quienes me conozcan…

Ciertamente somos más grandes. Vivos sí. No sé si muertos. Por lo menos ellos llegaron hasta nosotros. Aunque fuera casi olvidados y en silencio.

Y escuchando sólo el rumor del agua del arroyuelo cercano parto casi apresurado a seguir mi camino. Y no es menos importante ni sorprendente lo que me espera allí.

(Puentes romanos denominado "La Canasta", era una calzada romana secundaria que unía la

ciudad de Vascos del municipio de Navalmoralejo y Toledo. La construcción permitía salvar el

río Torcón en un paraje de canchales de sobrecogedora belleza)

Y aquí sí que irremediablemente hay que quedarse en silencio. Puede parecer mentira pero lo único que se puede sentir es asombro. Surgen miles de preguntas interiores que desde mis escasos conocimientos de arqueología intento dar respuestas.

Hace tiempo que había intentado llegar allí con Miguel, pero la tarde caía demasiado deprisa y fue tanto lo que caminamos que nos regresamos sin verlo como ahora. Desde la distancia intuí que había que hacer el camino otra vez porque valía la pena.

No hay mucha agua este invierno seco en el río Torcón. Parece que se hubiera amansado su cauce para poder cruzarlo de un lado a otro caprichosamente y poder fotografiar el testimonio romano desde casi todos los ángulos. Algunas veces siento ansiedad como queriendo que mis retinas retengan todas las imágenes y queriendo recordar la arquitectura de la Roma Imperial. No lo recuerdo todo. Sí lo esencial.

Hablo en voz alta como queriendo romper el silencio que allí se puede masticar. Y el eco devuelve mis palabras para no romper mi promesa de callar y contemplar tanta belleza.

Se siente, es más que un sentimiento, la admiración por las cosas y la Civilización pasada en estos parajes. Ahora me ha costado menos llegar. He acortado mi camino, aunque no se si se podía hacer. La tarde no daba para mucho más y esta vez no quería que me pasara lo que la anterior. Llegar a los cimientos del puente y no poder contemplarlo hubiera sido ahora imperdonable.

Y aquí estoy, en silencio y con la duda de por dónde proseguir mi camino. Aún hay mucho que ver en el mismo pack y no sé si tengo capacidad para seguir asombrándome.

Alomejor es mejor partir en silencio y emprender de nuevo la marcha mañana, cuando el sol salga y los colores sean menos ocres.

Y así lo hago.

Partir, siempre empezando de nuevo en lo sorprendente de lo desconocido y en la belleza de lo asimilado.

Es el camino. ¿Qué es la vida sino un camino donde nos perdemos tantas cosas por no saber mirar a los lados?

Vamos otra vez caminante que allí nos espera la meta, no ya por analogía, sino el creador de la belleza.

Y miro atrás y no hay nadie. Y da como pena de dejarle allí solo. Otra noche más, otra vida más. Esperándonos.

Ahora nos queda uno de los edificios más grandes, pero no por eso más importante. Más conocido y visitado porque es de más fácil acceso pero hasta hoy también medio olvidado. Y está en el camino. No puede no verse ni

quedarse a un lado. Te “topas” con él de frente pero pocos le hablan o se hablan admirados de la historia de su pasado.

Y allí sigue, silencioso, pero glorioso.

Castillo Templario de Montalbán, que fue construido por los caballeros templarios en el siglo

XII, siendo una gran fortaleza que se construyó para cobijar a una gran guarnición y a todos los

habitantes de la zona, con un perímetro en su recinto principal de 700 metros y protegido por

cinco torres.

“Con la ayuda de la familia Portocarrero, algunos nobles leales y tropas del Concejo toledano consigue huir en dirección al inexpugnable Castillo de Montalbán, cuya fidelidad se había asegurado antes.

A la mañana siguiente aparecen las tropas del infante Enrique que comienzan un asedio en toda regla al castillo, asedio que se prolongará durante 23 días y se verá salpicado de encarnizados combates.

La llegada de un poderoso ejército al mando del infante Juan, atraído a la causa real mediante prebendas y promesas, consigue alejar a su hermano de los sitiados.”

Juan II se aposentó en estas estancias donde yo estoy hoy. Cuentan los cronistas que no eran dignas de un monarca. Allí estuvo desde el 29 de noviembre al 23 de Diciembre de 1420. El Rey de Castilla partía del lugar para ir a Talavera a celebrar la Navidad.

Quinientos noventa y dos años después, aquí estoy. ¿Y qué se puede decir? No lo sé. Ni tampoco qué se llega a sentir.

Silencio, sólo silencio.

Paso la tarde callado, más bien admirado de tanta historia y tanta belleza. Y así no me cunde el camino. Pero, ¿dónde ir si aquí está casi todo lo que busco?

Y no digamos nada de mi siguiente etapa. Allí otros rezaron mucho antes que yo. No puedo sino mirar, contemplar y rezar, por qué no.

"Una iglesia que por su aparejo y sus macizos se parece a lo romano; por la disposición de sus

departamentos secundarios, a lo latino; por su planta, a lo bizantino; por la contextura de sus

arcos a lo visigodo y a lo árabe primario; por sus bóvedas, su cúpula y sus semicolumnas, a lo

románico; por el modo de ejecución, a lo bárbaro; por otros detalles, a varias de aquellas artes,

Qué es?"

Si el caminante quiere apartarse un poco del camino le sugiero otra maravilla que no puede perderse. Mejor, tres ejemplares históricos en un mismo recorrido.

Toda una necrópolis antropomorfa, una torre árabe, y un antiguo convento o castillo junto a un río.

Hay que llegar a Hontanar y allí nos esperan los secretos mejor guardados para los que nos gusta que las piedras nos hablen. Y os aseguro que hablan con ecos distintos de épocas milenarias.

Y yo que pensaba que ya lo había visto todo por aquí. Qué ignorancia la mía.

El sitio de Malamoneda declarado Bien de

Interés Cultural, se encuentra en el término municipal de Hontanar y se trata de un yacimiento

de las etapas hispanorromana, visigoda, musulmana y medieval. Se encuentran los restos de

una Torre y un castillo, pero lo más significativo es sin lugar a dudas la necrópolis romana,

formada por un centenar de tumbas antropomorfas excavadas en la roca.

“La torre de Malamoneda fue construida en el siglo XIII, y constituyó, junto a el castillo de Malamoneda, fortaleza y refugio de los pobladores de Malamoneda, cuyas casas subsisten aún pero vacías desde hace pocos años.Este paraje fue reconquistado en el siglo XII, aunque ya debió estar poblado siglos antes, ya que, hasta hace pocos años podían verse restos de construcciones romanas, y existen pruebas de que el lugar fue habitado desde la edad del bronce.Fue repoblado por el caballero Alfonso Téllez, quien en 1210 recibía de Alfonso VIII este lugar. En 1226 lo vendió al arzobispo Jiménez de Rada, junto con Dos Hermanas y otras aldeas de los Montes, pobladas por el mismo luchador. Vuelto a la corona bajo Fernando III el Santo, compró todos los Montes que llevaban su nombre el Ayuntamiento toledano al rey, en 1246, por 45.000 maravedís de oro, siendo ya de la ciudad hasta la desamortización civil del siglo XIX.También se sabe que estuvo en manos de la Orden del Temple. Su estado de conservación es muy malo. De la torre no queda más que una mitad, rodeada por una pequeña explotación ganadera de ovino. Existe el llamado yacimiento arqueológico de Malamoneda: está compuesto fundamentalmente por un hábitat, necrópolis y estructuras militares correspondientes a las etapas hispanorromana, visigoda, musulmana, alto y bajo medievales cristianas, así

como un despoblado desde finales del siglo XVI hasta el siglo XX donde aparece denominado como Malamonedilla. A pesar de la figura de protección que tiene, no existe ninguna estructura informativa para llegar o interpretar todo lo que allí se encuentra. “

No sé dónde lo he dicho, creo que fue más arriba, es posible que seamos los últimos en poder ver esto.

Y cómo no. Otra vez, cuando ya anochece, parto de allí ensimismado en mi silencio. No lo entiendo, ¿nadie puede hacer nada? Silencio.

Claro que, me imagino, que algo se habrá hecho cuando yo he podido llegar a verlo.

Como veis, el camino no es largo, y hoy mucho menos. Está cerca, muy cerca de nosotros.

Os dejo un amplio elenco de fotografías, pero no os puedo dejar el silencio. Si alguna vez visitáis alguno de estos sitios que os he propuesto, y que os recomiendo, podréis ver lo que yo he visto, si es que para entonces está en pié aún, pero no podréis sentir lo mismo si no lo hacéis en un respetuoso silencio. Si no admiráis en un silencio contemplativo tanta historia os será imposible aprender a mirar con el corazón.

No son cosas individuales. Yo he aprendido a ver su inter-relación. Su conexión en el tiempo y en la historia es muy íntima. Espero que tú también la encuentres y un día descubras mis huellas por estos caminos donde no sólo he encontrado versiones históricas del pasado. Me he encontrado a mí mismo. Aunque eso sí, en silencio. Como empecé este camino.

JESÚS LÓPEZ MUÑOZ