xxvi pregÓn del cargador

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XXVI PREGÓN DEL CARGADOR a la Semana Santa de San Fernando Organizado por la Asociación "Jóvenes Cargadores Cofrades" J.C.C. bajo el lema "cuando el Cargador se hace pregonero o el Pregonero cargador" a cargo de Dª. Yolanda Coto Martínez pronunciado en el Salón de Actos del Colegio de las Hermanas Carmelitas de la Caridad SAN FERNANDO 15 de marzo de 2008 Sábado de Pasión

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pronunciado en el Salón de Actos del Colegio de las Hermanas Carmelitas de la Caridad bajo el lema "cuando el Cargador se hace pregonero o el Pregonero cargador" SAN FERNANDO 15 de marzo de 2008 Sábado de Pasión Dª. Yolanda Coto Martínez a cargo de

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XXVI PREGÓN DEL CARGADOR

a la Semana Santa de San Fernando

Organizado por la Asociación "Jóvenes Cargadores Cofrades"

J.C.C.

bajo el lema "cuando el Cargador se hace pregonero o el Pregonero cargador"

a cargo de Dª. Yolanda Coto Martínez

pronunciado en el Salón de Actos del

Colegio de las Hermanas Carmelitas de la Caridad

SAN FERNANDO 15 de marzo de 2008

Sábado de Pasión

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XXVI PREGÓN DEL CARGADOR

A la Semana Santa de San Fernando

Yolanda Coto Martínez

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PRESENTACIÓN DEL PREGONERO a cargo de

D. José González García “Cuando el cargador se hace pregonero o el pregonero cargador”. Esta frase es el lema del Pregón del Cargador a la Semana Santa de la Isla. ¿Pero, por qué el pregón debía tener un lema? Cuando, allá por 1983, la JCC se planteó organizar su propio pregón, los

impulsores de la idea establecieron, desde un principio, un particular matiz que debía prevalecer en el mismo: que no debía tratarse de hacer una glosa a la figura del cargador, sino más bien de exaltar la Semana Santa de nuestra tierra, pero desde una nueva óptica, la de los cargadores, que saldrían del rústico mundo de debajo de los pasos, para convertirse, por un día, en públicos declamadores de esa Pasión de Cristo que, habitualmente, ellos ni siquiera veían, pues su misión les obligaba a ir escondidos tras las caídas. Pero, asímismo vieron que, al igual que, eventualmente, el cargador podía hacerse pregonero, esta nueva óptica podría enriquecerse aún más si se contemplase también la posibilidad de que personas habituadas a los ambones y al verbo versado se convirtiesen, por un día, en simples cargadores y, de este modo, el pregonero podía hacerse cargador. Hermosa posibilidad, en ambos casos. Y, para justificar esta dualidad, la JCC se inventó el susodicho lema.

Sin embargo, repasando la historia de los pregones de la JCC, se ve que, cuando

el pregonero no provenía de los palos, en casi ningún caso, las personas designadas habían sido pregoneros anteriormente de ningún otro evento, por lo que debe entenderse que la verdadera intención de esta segunda acepción del lema no obligaba a que quienes se hubieren de convertir en eventuales cargadores fuesen, necesariamente, firmas ya reputadas en la ciencia pregonística -ni siquiera esos supuestos pregoneros en potencia que suelen figurar en las listas de los más votados- sino, más bien, personas que por sus vivencias cofrades o, simplemente, por su vinculación al mundo de la Semana Santa, pudiesen aportar un aire fresco y nuevo al ya excesivamente recurrente lenguaje de los pregones. Siguiendo, precisamente, ese criterio, es como la Junta Rectora ha designado este año a la persona encargada de cantar, hoy, desde este atril, a la Semana Santa de la Isla.

Y es, como digo, persona que, hasta hoy, no había pronunciado pregón alguno;

es una persona sencilla, cuya vida está presidida, en todo momento, por sus profundas convicciones religiosas, las cuales ha querido encauzar hacia su profesión docente; y esto, muy probablemente, la capacita, perfectamente, para saber en qué tono y dirección debe dirigir sus palabras.

Esta persona, que -hasta ahora- no ha cargado ningún Paso, tiene, a cambio, una larga y clara vinculación cofrade, especialmente con la Esclavitud de Medinaceli, a cuya devoción la obliga una herencia familiar muy definida (no en vano, su padre, nuestro apreciado Pepe Coto, fue tantísimos años Hermano Mayor de la Cofradía, precisamente el hermano Mayor que, al principio, confió en la JCC y también el que, después de aquel oscuro paréntesis, volvió a requerirla para su “dulce reencuentro” con ella).

Quien nos va a hablar a continuación es, asímismo, persona que gusta de la vida

familiar y de las reuniones amistosas, entre las que, me consta, ocupan un lugar muy preeminente las reuniones “jotaceceras”. Esto le otorga, sin duda, cierta predisposición

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Yolanda Coto Martínez

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para hablar con soltura el lenguaje de los cargadores y, sobre todo, para entenderlo… ¡Lo que no entiendan éstas…!

¡Éstas…!¡Ah, pero, ¿no lo saben ustedes? Quizás he olvidado comentarles un

pequeño detalle: y es que la persona que hoy va a aportar ese aire fresco y nuevo a nuestro pregón, al Pregón del Cargador a la Semana Santa de La Isla, es, por primera vez, una mujer.

El día que me enteré, lo reconozco, yo también me sorprendí. Pero, en seguida,

me di cuenta de que esto era algo que había de llegar y, quizás, ya estaba tardando. Porque, en el mundo actual, ya no se concibe nada sin la participación femenina; y, sobre todo, porque ya era hora de que alguna de esas personas que llevan años y años aguantando nuestras interminables conversaciones, nuestras exasperantes discusiones, nuestras clandestinas conspiraciones para hacer y deshacer en nuestra JCC, se hiciese oír, se manifestase sobre esta cosa que ya es tan de ellas como nuestra.

Y por eso creo que Yolanda, que así se llama nuestra pregonera, no sólo está

aquí por sus propios méritos como estudiosa del mensaje pasional de Cristo y de su doctrina, sino que representa también a muchas otras mujeres en sus mismas circunstancias de paciencia y abnegación para con nosotros. De hecho, ella, que, por una parte, ha formado parte activa en las labores de gobierno de su Hermandad de Medinaceli –incluso de la Mesa del Consejo de Hermandades y Cofradías- y, por otra, lleva ya más de veinte años conviviendo con un entusiasta cargador como es nuestro amigo Enrique, no ha tenido más remedio que impregnarse de las vivencias, de las satisfacciones y los sinsabores que esta droga nuestra de la carga de cerca produce. Ver aquí a Yolanda nos trae a la memoria aquellos días de ilusión y de proyectos en que, de un modo tal vez un poco cursi, llamábamos “verónicas de cargadores” a aquellas jovencitas que se acercaban al Paso para traer aquel “bocadillo de la prisa”, que decía nuestro primer pregonero. O aquellas fotos de grupo de “las niñas”, que Carlos Gago hacía todos los Jueves Santos en la Plaza de San Juan Bautista, en la Casería, fotos en las que tal vez ella, por razones de edad, ni siquiera estaba pero que inevitablemente nos trae a muchos la nostalgia y el regusto de la constante y silenciosa presencia de la mujer en los devenires de ésta nuestra JCC.

Pero, además, se me antoja a mí que, aunque nunca haya cargado un Paso,

Yolanda representa hoy también, en cierto modo, a esas mujeres pioneras que sí se han atrevido a meterse bajo los palos y que, seguramente, ven en ella, pionera también sobre estas tablas, como a una proyección de sus inquietudes y de sus sentires vestidos de gala. Hoy, señoras y señores, es un día grande para nuestra Asociación, porque se abre una nueva puerta a la igualdad y a la modernidad, porque con este gesto la JCC asegura una nueva proyección de futuro que hace muy poco tiempo nadie imaginaba siquiera.

Voy ya a dejar paso a la pregonera, no sin antes reconocerle, públicamente, que

me sentí muy honrado al haberme ella elegido para que fuese yo quien le pusiese alfombra roja a su pregón. Pero, debo reconocer, igualmente, que lo que más le agradezco es que, al elegirme, me ha proporcionado una singular ocasión que no ha tenido antes ninguno de los presentadores que me ha precedido; y es la de poder anunciarles a ustedes la única cara bonita que, hasta ahora, se ha asomado a este ambón: la de Yolanda Coto Martínez.

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a cargo de Dª. Yolanda Coto Martínez

Dedicatoria: “A mi marido, a mis hijos Yoli, Sara y Quique, a mi padre y a mi madre y en especial, a todas las mujeres que luchan por un mundo más justo”.

Ayer, parece que fue ayer. Y es que, hace tan sólo dos meses y pico estábamos

celebrando el nacimiento del que vino al mundo a mostrarnos el verdadero rostro de Dios, a revelarnos que Dios quiso que le conociéramos, para darnos su amor de Padre, su ternura, su Misericordia, su Perdón, su Poder, su Humildad y su Paciencia, su alegría y ánimo frente a nuestra Aflicción, su Rescate de nuestras esclavitudes y nuestras Lágrimas; su Caridad y apoyo frente a nuestro Dolor; su Gracia y su Esperanza a una nueva vida, a un Buen Fin; su Paz a nuestras intranquilidades, su compañía frente a nuestra Soledad, en definitiva, su Amor y su Victoria, frente a nuestras Penas y temores.

Y parece que todavía resuenan en nuestros oídos los villancicos navideños, que

casi se mezclan con el son de las marchas de Semana Santa, que tanto nos gustan a los cofrades. Aunque ese olorcito a azahar de nuestras calles con naranjos ya nos anuncia que la Semana Mayor esta aquí, es inconfundible, ¿verdad?

Y escuchábamos las voces de los protagonistas de esas fechas navideñas, los

niños, nuestros futuros cargadores y cargadoras, que con sus júbilos, sus gritos, sus cánticos, sus inquietudes van marcando nuestra vida, al igual que aquel Niño del que el profeta Isaías anunciara 700 años antes de su nacimiento, las palabras proféticas que luego se cumplirían: “Mirad: la virgen encinta dará a luz un niño a quien pondrá por nombre Enmanuel; un brote saldrá del tronco de Jesé (dinastía del rey David), un vástago surgirá de sus raíces. Sobre él reposará el Espíritu del Señor, espíritu de sabiduría y de inteligencia, de consejo y de fuerza, de conocimiento, justicia y lealtad”.

¡Qué acierto el de Isaías! y ¡qué hermosa experiencia la de María! Aceptó tener

un hijo porque así servía a la humanidad. Ese es el sentido de su vida y esta es su vocación más profunda. María vive para servir a su Señor.

Por cierto, estos designios de Dios también son aceptados por un descendiente

del rey David, José. Con esto, de lo pronto que se nos ha venido encima la Semana Santa, el próximo miércoles santo celebramos su onomástica.

Este hombre justo es bendecido en plenitud, y dará paso a Jesús, que es todo

bendición. José y María se amaban tiernamente. Él comprende por medio de un ángel y no

se desespera. Ama a María y cree en ella. Ellos se complementan, se quieren, se comprenden, se respetan y se aceptan.

Y José, se fió de Dios, que le habló en sueños por medio de un ángel, y se entregó incondicionalmente al proyecto de Dios. Este buen hombre si que fue un “cargador”: cargó con miedos, pero también con valentía, cargó con dudas, pero también con gallardía, cargó con temores, pero también con arrojo y valía.

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José fue el novio y el esposo de María. Sabiendo lo que significa María, esta relación supone ya una vocación privilegiada. Fue escogido para estar lo más cerca posible de la criatura más hermosa y más santa de todos los tiempos, con la mujer escogida para ser madre de Dios. ¿Quién no se volvería loco por conseguir esta misión? ¡Y pensar que estuvo a punto de rechazarla! Si los hombres se pelean tantas veces por una mujer, ¿quién no estaría dispuesto a hacerlo por ésta? ¿No envidió nadie en sus días a José?.

Como ya dijera un poeta:

“¿Y cómo la enamoraste? ¿Le regalaste un clavel?

¿Un diamante? ¿Entonces, qué le dijiste?

¿Cómo pudiste, habiendo tantos arcángeles?

Tu historia, José, es una melodía. Un joven carpintero, justo y bueno,

“buena gente” este guapo nazareno, Rebosando respeto y mucha hombría,

del todo enamorado de María. Pero un día sintió como un veneno:

¡su novia embarazada! Para él, negro día! Podía denunciarla, apedrearla.

¿Matar así dos vidas? ¡No era justo! María era inocente.¡Si es mi vida!

en dudas, la agonía. ¡Cruel disgusto! Pero el ángel del Señor curó su herida. Y desde aquel momento fue modelo:

De esposo, de padre, de santidad y maestría, De justicia, de firmeza, de sencillez y valentía.

Queridas hermanas de esta comunidad que nos acoge hoy y siempre; Ilustrísimo

Sr. Alcalde de San Fernando, Sr. Presidente del Consejo de HHCC de San Fernando y miembros del Consejo, Sr. Presidente y Junta Rectora de la Asociación Jóvenes Cargadores Cofrades, Sres. Hermanos Mayores y miembros de las Juntas de Gobierno, cargadores y cargadoras, querida familia, amigas y amigos, queridos compañeros, mujeres y hombres cofrades, amigos músicos, jóvenes cofrades, señoras y señores:

El día 15 de Marzo de 2008 será un día que recordaré como uno de los

especiales de mi vida, pues sinceramente nunca pensé que esta Asociación, tan querida por mi marido, por mis hijos y por mí, pensara en mi persona para este cometido. Mi sorpresa fue grande, tú lo sabes Martín, no sólo porque confiárais en mí, sino porque se lo pedíais a una mujer, pues yo no he sido pregonera y tampoco cargadora, y además el que una mujer pregonara la Semana Santa desde el punto de vista de un cargador, a mí me asombró y creo que a muchos también. Pero en mi caso concreto, el cariño que le tengo a la JCC y el hecho de que la mujer siga avanzando en todos los terrenos cofrades y de esta manera en la Iglesia, me hicieron deciros que sí. Por eso aprovecho ahora para darte, a tí y a tu Junta, las gracias por esa confianza que habéis depositado en ésta, vuestra amiga.

Gracias también a tí, Pepe, fuiste una de las primeras personas que conocí de

aquellos jóvenes cargadores fundadores y desde entonces nuestra amistad ha

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perdurado igual que lo ha hecho nuestra querida Asociación. Tus palabras, como siempre, (lo hace muy a menudo directamente), me han emocionado.

A lo largo de un cuarto de siglo, poco más o menos, la mujer ha ido, paso a paso,

igualando al hombre. Hace 27 años no podíamos estar en las Juntas Auxiliares, ni en las Juntas de Gobierno mucho menos, bueno, y no hablemos de cargar. Nos teníamos que conformar con colaborar y ayudar a los hombres en lo que ellos y el Obispado nos dejaban. ¡Jesús! Sí, Jesús de Nazaret, el propio Jesús, hace 20 siglos, se rodeaba de mujeres igual que de hombres, confiaba en ellas casi más que en los hombres y si no, ¿por qué eligió a una mujer para que fuera la primera testigo de lo más grande que tenemos los cristianos, su Resurrección? ¿ Y por qué Dios se hace hombre en una joven mujer de Nazaret? Los ojos de Dios en ella se fijaron y el corazón de Dios de ella se enamoró. Y desde entonces todas las mujeres de la tierra son benditas para siempre, SIEMPRE, y elegidas.

En aquel tiempo, el de Jesús, se despreciaba a la mujer; estaba relegada a un

plano secundario y sin embargo Dios le pregunta, le propone, la valora como mujer y le pide su consentimiento. Y María acepta. Dios, para hacerse hombre necesitaba la respuesta de una mujer. Es como si Dios hubiese hecho una “opción preferencial” por la mujer. Y en cambio, ahora, ¿quiénes son esos que la desprecian, que no quieren contar con ella, con nosotras, si el mismo Dios desde siempre ha contado con la igualdad?

Por eso María, su figura y su actitud son ejemplo y llamada, porque es fiel a Dios,

valiente, dinámica y servidora, para nosotras es paradigma y modelo, camino y esperanza. Y vosotros, los hombres, y todos, nos sentimos por Ella engendrados, ayudados y protegidos; sentimos su cariño y su ternura y en Ella depositamos nuestra confianza. Cuando Jesús ya todo lo había entregado, su vida, su tiempo, su cuerpo, su paz, su sangre, y su cariño, al entregar su espíritu al Padre, nos regala su última palabra: “Hijo, ahí tienes a tu Madre. Mujer, ahí tienes a tu Hijo”. Así la llamamos y así lo creemos: Madre de Dios y Madre nuestra. Madre cariñosa, preocupada, atenta y respetuosa. Como la mamá de cada uno, a la que queremos para siempre. La mamá que nos conoce, que intuye lo que nos pasa, que nos sigue en el silencio y que nos quiere como somos. Hoy algunas mujeres evitan ser madres, mientras otras desean serlo y no pueden. ¡Qué hermoso misterio es cada mujer que hace fecundo su seno por el amor! ¡Qué inmensa deuda de gratitud imposible jamás de cancelar!

Esa mujer que tiene algo de Dios, nos ha hecho partícipes a todas las mujeres de

ese misterio y tengo que contaros y cantaros sobre Ella porque es modelo para todas nosotras y esa fuerza y valentía la demuestran hoy en día nuestras jóvenes cargadoras cofrades, mujeres y madres, trabajadoras y amas de casa, tiernas y a la vez fuertes, por vosotras va esta alabanza:

¡Madre! Hermoso nombre, hermosa realidad. Madre de la Gracia y de la Esperanza.

Madre de las Penas y el Amor. Madre de la Paz y la Soledad.

Madre de las Lágrimas, de la Amargura del Dolor y de la Caridad,

del Buen Fin y de la Piedad. Madre de Pentecostés y de la Iglesia,

Estrella Sublime de la Salud y la Amabilidad.

Madre de los jóvenes y de los pobres.

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Madre de todas las Madres y también de todos los hombres. Madre de los Desamparados y de la Stma. Trinidad.

Madre de la Vida y la Resurrección. Madre de Dios, ruega por tus hijos y tus hijas cargadores

ruega, ahora y siempre por nosotros pecadores, y no te olvides, nunca, nunca, de darnos tu bendición.

En el año 1983, ya tuve conocimiento y contacto con un Joven Cargador Cofrade,

que me explicó qué era la JCC y lo que suponía para él, cosa que yo en aquel momento no entendía muy bien: ¿cómo un chaval de apenas 17 años se moría de ganas por meterse debajo de un paso a cargar, en lugar de venirse con las niñas a ver las procesiones por la calle? Aquella imagen la tengo grabada en mi mente: el que poco después sería mi novio y años más tarde, mi marido, sentado en el pórtico de la Iglesia Mayor, con una sudadera amarilla con el escudo del “Salus Informorum”, desesperado por que le dejaran “pegar” unas trepás a la Virgen de las Lágrimas, claro legalmente no podía estar en la cuadrilla, por la edad, pero el caso es que no había otra cosa en su cabeza.

Un año más tarde me encontraba junto a otras chicas al lado de los pasos,

esperando con ganas el momento del refrigerio, para ver un ratito a los novios. Alguien nos puso el sobrenombre de las “verónicas”, pero creo que no hemos sido ni somos “verónicas”, sino que pienso que siempre fuimos “cargadoras” junto a ellos: hemos cargado con vuestros pesos al mismo tiempo que vosotros, pues temíamos por vuestras espaldas, hemos cargado con nuestros hijos, que son los vuestros, mientras estábais bajo los palos, hasta hemos cargado con los bocadillos que esperábais impacientes en los descansos; y también con vuestras idas y venidas de traslados, asambleas, reuniones y ensayos. Eso también es “carga”.

Por fortuna, hoy en día, muchos de vosotros, sois los que nos esperáis a

nosotras que vengamos de alguna Junta, de alguna reunión del Consejo y hasta esperáis el refrigerio de nuestras flamantes jóvenes cargadoras cofrades.

Pero, la mujer cargadora por excelencia ha sido para mí María. Desde el día del

anuncio del ángel, ya esta mujer empezaba a dar sus “trepaítas” y ¡vaya “trepás”!: el anuncio de que estaba embarazada sin conocer varón, el alumbramiento en un pesebre, la huída a Egipto, la pérdida de su hijo en el Templo y la incomprensión de la actitud de su hijo adolescente, los comentarios insidiosos sobre él cuando, ya adulto, inició su vida pública, la persecución implacable, la pasión tan injusta y la crucifixión entre malhechores; no me digáis que ésto no son “trepás”, y todas requieren su respuesta y su decisión valiente,

como vuestra respuesta, Cargadores y Cargadoras Cofrades, cuando con valentía respondéis a vuestras cuadrillas, a vuestros capataces; seguid su ejemplo: así es María, es la mujer fuerte, valerosa, que enfrenta, que vive

intensamente porque confía. Ella no teme, no se doblega, no se derrota, no se queja, ni reclama.

¡Cargadores y cargadoras, pedid a María para que Él os dé fuerza en la debilidad e impulso en la fatiga.

¡Cargadores y cargadoras, no temáis, sed valientes y valerosos si queréis ser felices, preguntad a María,

Ella es ejemplo de alegría, nada de temores o angustias

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Ella es causa de nuestra alegría, ¡Cargadores y cargadoras tened valor

y gozad intensamente estos días, para poder llegar satisfechos al triunfo de las recogidas!

A todos los cofrades, mujeres y hombres, yo creo que el mundo de la carga nos

ha impresionado de alguna forma. Unos y algunas, lo han comprobado y ya no han podido dejarlo, salvo por la edad o por prescripción médica, y otros y muchas, a pesar de que no hemos “cargao”, también nos hemos visto envueltos por su magia, y hemos admirado este buen hacer que necesitan nuestros pasos para poder procesionar. Y si no, si nos trasladáramos a los años 30 de nuestra era, ¿cuántos de nosotros nos hubiéramos convertido en cargadores y cargadoras del sufrimiento de Nuestro Señor para aliviarle a Él o para acompañar en la pena y el sentimiento a María?

Yo, hoy voy a imaginarlo, como si fuera una discípula de aquella época y quiero

hacerles partícipes a todos ustedes: “Pocos días antes de Pascua, el Maestro se hospedó en Betania, aldea situada al

otro lado de Getsemaní. Allí vivían nuestros amigos Lázaro, Marta y María. Cuando Jesús decidió entrar en Jerusalén, se detuvo en Betfagé, llamado el pueblo de los higos por las abundantes higueras que crecen en sus alrededores. Ya cerca de la ciudad, en el Monte de los Olivos, muchos peregrinos montaron a Jesús sobre un pollino y le acompañaron por la llamada Puerta Dorada. La gente, emocionada, echaban los mantos al suelo, para que pasara Él, agitaban palmas y gritaban: “¡Hosanna al Hijo de David!”.Fue emocionante. ¡Cómo nos enorgullecía!”:

Como en aquella ocasión cada Domingo de Ramos

en la Isla de San Fernando, cruzas aquella Puerta Dorada a través del pórtico lasaliano.

Y la isleña calle Real, en una Jerusalén se convierte,

donde los cañaillas nuestros mantos queremos extenderte,

mantos de plegarias y oraciones, de piropos y suspiros,

para que Tú mi Cristo, Rey de todos nosotros, pases y nos bendigas

y al mismo tiempo anuncies que tras de tí una Estrella nos guía,

una Estrella que reluce más que la aurora o el día,

y entre vítores y palmas la Isla de San Fernando a tu lado va caminando y el domingo de Ramos

¡ya nos has llenado el alma.!

“Los discípulos y discípulas en aquel momento, no nos dabamos cuenta pero todo encajaba. El profeta Zacarías dice en su libro que el Mesías, cuando regresara a salvar al pueblo, pondría su pie sobre el Monte de los Olivos porque sería el Mesías esperado, y entraría en Jerusalén a lomos de un pequeño borriquillo. ¿Es que no

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recordáis lo que dice el libro de Zacarías?: “Alégrate, muchacha de Jerusalén. Mira a tu rey. Viene a tí. Es justo y misericordioso, es humilde y cabalga sobre un borriquillo .Viene para romper los carros de guerra. Tu rey romperá el arco que dispara saetas. Él proclamará a los pueblos la paz...” etc Todos, María Magdalena, Juan, Pedro, Santiago, Andrés, pensamos que habíamos hecho mal proclamándole Hijo de David, porque el Sumo Sacerdote y el procurador romano odiaban a David y a sus descendientes por temer a que pudiera surgir un nuevo rey que les arrebatara su poder.

La noche de la última cena, cena que fue especial, el encuentro comenzó con un

rito nuevo y desacostumbrado. El Maestro se propuso lavarles los pies a todos. Hubo protestas, pero al final accedieron sorprendidos. Claro, en nuestro pueblo, lavar los pies es función reservada a los esclavos, pero Él quiso dar ejemplo de sencillez y humildad. Quiso enseñar cómo los hombres deben tratarse; y acompañó su gesto con algunas frases que sonaban a despedida: “El que quiera ser el más importante entre vosotros, que sea vuestro servidor”, o “No hay mayor amor que el que da la vida por sus amigos”.

Luego tomaron las lechugas amargas, recordando los malos momentos pasados

por el pueblo judío durante la esclavitud de Egipto. Comieron pan ácimo, sin levadura, simbolizando el tiempo nuevo... Pero no tomaron cordero, ¿sabéis por qué? Pues porque él sabía que iba a entregar su vida, igual que los corderos que se sacrifican en la cena de Pascua y en el Templo para expiar los pecados. En aquella cena el Maestro estaba ofreciendo su vida a Dios por todos los hombres y mujeres del mundo.

En aquella cena, la última que celebró Jesús con nosotros, sus discípulos, Él

quiso dejarnos a nosotros y a toda la humanidad, su propia vida, es decir, la entrega de su Cuerpo y de su Sangre. Además, no tenía ninguna prisa. En un clima de amistad y confianza nos dio los últimos consejos y las últimas recomendaciones. Y como deseo más ardiente en esa larga noche de despedida, nos manifestó su última voluntad, la que tantas veces había enseñado con su vida: el amor a los demás.

No podía ser de otra manera. “La vida diaria, amor al prójimo y la Eucaristía van

unidas, entrelazadas.” ¡Cargadores y cargadoras!, cuando váis bajo los pasos, con tanto esfuerzo y

sacrificio, pensad en esa primera “carga” por la que pasó Jesús, ese gesto de amor y entrega, como la que hacéis vosotros cada año recordando su última semana como verdadero hombre. Cuantas personas os admiran en la calle y a cuantas dáis ejemplo de que lleváis con vosotros a ese hombre que siguió “cargando” con mucho más peso, como veremos.

“Recuerdo que tras la cena, marchamos a Getsemaní, junto a unos retorcidos

olivos; cerca de una plantación excavada en la roca se abría una oquedad; allí fue donde Jesús oró al Padre. Debió ser terrible para Él, saber que los ediles y soldados romanos le buscaban para prenderle. Pero allí, aquella noche Jesús necesitaba dirigirse a su Padre, para ofrecer su vida como sacrificio por toda la humanidad:”

¡Qué debiste sentir aquella noche! Que hasta sangre y agua sudaste.

Cuando cada año los cañaillas recordamos lo que viviste, tus CARGADORES rememoran que están en Getsemaní,

y sufren y padecen porque cargan con tu sufrir. Pero una ráfaga de Gracia y Esperanza

os va alentando y os llena de fuerza,

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y desde que arrancáis del barrio de la Pastora la Isla es para vosotros

un huerto de vida y bienaventuranza. ¡Cargadores que lo lleváis:

Rezad como Él lo hizo Llenaos de Dios, como en un hechizo.

Y no tengáis miedo, que su Madre, nuestra Madre, os va guiando con maternal poderío,

y esa Oración en el Huerto se hace oración que prevalece en medio de tanto gentío.

“ Lo peor estaba por llegar. De pronto se escucharon pasos de gente que venía

en tropel. Cuando vimos el resplandor de las antorchas, ya era demasiado tarde. Estábamos rodeados por la policía de los sacerdotes y por un grupo de soldados romanos. Cuando Judas Iscariote se adelantó para besar al Maestro nos quedamos todos petrificados… Era la señal de la traición. Todo fue rápido, Jesús se adelantó y, tras reprender a Judas por traicionarle con el saludo de la paz, preguntó a los que mandaban la tropa:

-¿A quién buscáis? -A Jesús de Nazaret. Jesús sin perder la serenidad, respondió en hebreo antiguo un enigmático: “Ani-

hu”, que significa “Yo soy”. (Así se denomina Dios a sí mismo en las Escrituras). Jesús reconocía ser el Hijo de Dios y el Mesías. Pero un Mesías humilde y sencillo, sin la fuerza de las armas; un Mesías al que se llevaron atado camino abajo, hacia el dolor y la muerte y que con su muerte nos da vida y nos libera. Con su Prendimiento, nos llevaba al Buen Fin.

Tras ser apresado, fue conducido sigilosamente a casa del Sumo Sacerdote José

Caifás. Lo normal hubiera sido que le juzgaran en el Templo, pero como era la preparación de la Pascua, el Templo estaba lleno de galileos paisanos de Jesús que hubieran promovido una revuelta.

Muchos de los nuestros huyeron asustados aprovechando la confusión que se

creó durante su arresto. Otros le seguimos de lejos y algunos se mezclaron con los criados y la guardia que se calentaba en unos grandes braseros frente a la casa del Sumo Sacerdote. Simón Pedro fue quien estuvo más cerca del Maestro. No le apresaron porque él negó en tres ocasiones conocerle. Este signo se ha convertido en el signo de nuestra cobardía. Un gesto que contrasta con la serenidad y la valentía de Jesús, que no dudó en mantener todo lo que había predicado ante la gente…

El Consejo del Sanedrín, convocado de urgencia, consideró que declararse Hijo

de Dios y Mesías era una blasfemia. Y le condenaron a muerte. Las autoridades judías entregaron al Maestro al gobernador Poncio Pilato, que no

encontrando culpa alguna en Él, mandó azotarle para callar al pueblo”:

Quisiera yo Jesús mío haber estado entre la gente que gritaba con tanto brío

y pedía con rabia tu muerte.

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Quisiera haber impedido que Pilato preguntara al pueblo

y que se lavara las manos quedándose satisfecho.

Necesitabas hermanos,

necesitabas apoyo, tenías que estar desecho

en manos de aquel prefecto.

¡Cargadores que le lleváis: “Ecce Homo, ahí tenéis al Hombre”,

miradle, no encuentro culpa, ahí le tenéis, Él no responde”

¡Cargadores, su Salud nos está entregando! Salud de espíritu y alma Salud que sana las faltas

y aceptas nuestras disculpas. ¡Cargadores, a estos pasos, seguid mimando!

¡no abandonéis nunca; vuestros hombros van a seguir necesitando, con ese esmero y cariño

con el que siempre los vais venerando! “Le azotaron por todas partes, casi un centenar de veces, su cuerpo desprendía

sangre y se burlaban de Él como si de un monigote se tratara. Le clavaron en la cabeza un casco de espinas, que le atravesaban la piel y más sangre manaba. Era horrible. ¡Qué dolor verle y qué dolor sentía María. Lloraba amargamente, ningún consuelo tenía.

Luego le colocaron un manto color púrpura, para mofarse de Él, gritándole:

¡Mirad, el Rey de los judíos! Cuando le vimos atravesar la puerta del Pretorio, no olvidaré aquella imagen: el rostro hinchado por los golpes y lleno de regueros de sangre, la piel sangrante y amoratada, maniatado y con la mirada perdida...”

Hoy creo ver esa imagen, cada año el lunes santo; esa imagen sublime y de mirada serena y perdida camina lentamente por encima de un rojo manto

hacia donde quiera llevarte esa anhelada cuadrilla para mí la mejor llevada por un capataz, aquí y en toda Andalucía.

Y tras de tí otra ansiada cuadrilla va meciendo acompasadamente y con total maestría, a una Madre cuyo rostro refleja belleza, amor, esperanza y justicia.

Una Madre que cubierta de Espíritu Santo participa del dolor y la humillación de su Hijo, en quien confía.

Por eso te llamamos Trinidad, modelo perfecto de los cristianos; vas detrás de tu Cautivo HIJO y nosotros hoy te reclamamos

que tú, bienaventurada y fecunda por el ESPIRITU le pidas que junto al PADRE, Trinidad preciosa

nos rescate de todo suplicio humano. “A partir de aquel momento empezaba un camino de carga, con todo su

significado. Sí, un madero en los hombros. Igual que los cargadores cofrades. Con ésto tenía que ir hasta el monte Calvario, un lugar fuera de las murallas de la ciudad. Extenueado como ya estaba tras la brutal paliza, no sé como pudo caminar más de tres

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pasos. Algunos le abucheaban, otros le compadecían y lloraban. Íbamos junto a Él sin poder hacer nada. De pronto, un soldado romano obligó a un joven a que cargara. Un tal Simón de la localidad de Cirene. Fue el que llevó el madero hasta donde momentos después el Maestro sería sacrificado.

¿Os imagináis si los palos de nuestros pasos fueran ese madero y que cada

trepá os llevara al Gólgota? Pero por fortuna para vosotros la diferencia es grande. Lo más trascendente es que Él cargó con nuestros pecados y sufrimientos, y caminó por la Vía Dolorosa, la calle de Jerusalén que recorrió Jesús con el madero sobre los hombros”.

Cuando váis por las calles cañaillas, amigos cargadores, los que vais llevando a un Cristo

con una cruz a cuestas, seguro que alguna vez habéis pensado en ese camino de la cruz que el Nazareno Jesús,

Afligido, pero con su Gran Poder, tuvo que atravesar totalmente desolado.

Tan sólo una mujer, Verónica, te asistió con toda su Misericordia. Mas cuando sintáis que desfallecéis, pensad en María,

pensad en como, a pesar de su Amargura, ella estuvo al lado de su Hijo

valiente y valerosa, en aquella situación oscura, en como enfrentó el dolor

Por eso pedidle con toda la fuerza: ¡Madre, enséñanos a enfrentar con valor

las desgracias y los Dolores, que a veces ocurren en nuestras vidas; para poder gozar esperanzados

el triunfo maravilloso de tu Piedad y Amor a la hora de la feliz recogida!

“Llegamos a una pequeña colina, cuyo nombre ya causaba temor: Gólgota (lugar

de la calavera). Allí se realizaban habitualmente las crucifixiones. Se alzaban varios troncos verticales. El comando de ejecución estaba formado por cuatro soldados y un centurión. Dos soldados tomaron a Jesús por los brazos, lo echaron sobre el leño transversal y fijaron sus brazos. Otros dos soldados le clavaron las manos por la muñeca con gruesos clavos. Luego izaron al Maestro.

Sobre la cabeza de Jesús clavaron un letrero en el que podía leerse en griego,

hebreo y latín: Jesús de Nazaret, rey de los judíos. La ley romana ordena que se ponga el motivo de la condena.

Los crucificados cuelgan de la cruz durante horas y, a veces, días enteros, hundiéndose en la inconsciencia y despertando. Se ahogan lentamente. Para poder inspirar, apoyan los talones sobre el tronco, y elevan el cuerpo para llenar de aire los pulmones. Como la espalda se halla en carne viva por los azotes, estos movimientos provocan el roce de todas las heridas de la espalda con el tronco rugoso de la cruz. La espalda sangrante de Jesús debió de soportar este largo y terrible sufrimiento.

Entre estos sufrimientos, Jesús rezaba y perdonaba a sus verdugos. Recuerdo

que comenzó a rezar el salmo 22, que comienza diciendo: “Dios mío, Dios mío, ¿por qué me has abandonado?”

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Jesús se despidió también de su madre, encomendando al apóstol Juan que cuidase de ella, como si fuera un hijo. Jesús quería que su madre estuviera atendida, porque las madres de los condenados a muerte eran proscritas y abandonadas.

Aún dijo Jesús, poco antes de morir: “Tengo sed”. Esta frase también está en el

salmo 22. Jesús seguía rezando y encomendándose a Dios en aquellos momentos terribles.

Luego, hacia las tres de la tarde, inclinó la cabeza y murió. A esta hora, las tres de la tarde, se sacrificaban dos corderos para pedir perdón a

Dios por los pecados del pueblo. Por eso hay algunos seguidores del Maestro que nombran a Jesús como el Cordero de Dios. Él ofreció su vida por nuestra salvación”.

Con su Sangre, en Silencio y por el Perdón de nuestros pecados, ofreciste tu vida, Señor, expirando y anhelando una Buena Muerte.

El Dolor de tu Madre es el Dolor de la Redención, Dolor ante un Hijo que agoniza,

Dolor ante el egoísmo y la mentira, ante la prepotencia, el abandono,

los Desamparados, la Soledad y la injusticia. ¡María, Virgen de la Cruz!,

mira con bondad las muchas cruces de tus muchos hijos,

que no siempre sabemos llevar con dignidad ¡Virgen de la Cruz!,

Madre del Dolor Esperanzado hoy como ayer

tú permaneces al lado del que sufre, estás de pie junto a nosotros y no has desfallecido.

Ruega por todos tus hijos, pero hoy en especial por tus hijos e hijas cargadores,

¡Enjuga nuestras Lágrimas y danos tu Paz y tu cuidado porque hay un tercer día

en que encontraremos con alegría el Amor Resucitado!.

“A la hora de la muerte, la cortina del Templo se rasgó de arriba a abajo. Esta

cortina es la que separaba un lugar especial de la presencia de Dios, donde antiguamente se guardaba el Arca de la Alianza. Era la dependencia más importante del Templo y estaba separado del resto por una cortina magnífica bordada con oro y teñida con púrpura. Era la frontera entre Dios y los hombres. Afirmar que se había rasgado equivalía a decir que con la muerte de Jesús, las personas podemos comunicarnos directamente con Dios, estar en su presencia de una forma plena y nueva.

Antes de que llegara el sábado, día muy solemne para los judíos, bajaron el

cuerpo de Jesús para poderlo enterrar.”

Cuando el silencio es el mejor lenguaje y la mejor palabra, la Soledad se apodera de los suyos.

María, una vez más, recibe en sus manos al Jesús desclavado, al que de la cruz, han descendido.

Con toda la Caridad de su alma,

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besa su rostro frío, acaricia su cuerpo,

lo envuelve en una sábana, y lo deposita con ternura en una tumba prestada.

¡Cargadores!: de nuevo María carga, con el cuerpo de su Hijo, y a la voz de un capataz, José de Arimatea, que indicaba con pena amarga.

¡Cargadores y capataces! Seguid su ejemplo y coraje,

pensad que lo que estáis haciendo es heredar todo aquel bagaje, y al igual que ellos entonces,

toda esta labor sabed que con total recogimiento se hace. “En el lugar donde fue crucificado había un huerto, y en el huerto, un sepulcro

nuevo, en el que nadie había sido sepultado; nos lo proporcionó José de Arimatea, hombre noble y justo. Fue muy arriesgado por su parte pedir el cuerpo sin vida del Maestro, y proporcionarle un entierro digno, con mirra, áloe y lienzos. Con este gesto estaba diciendo a las autoridades: “Jesús no es ningún criminal”.

Todos nos fuimos con la tristeza de quien sabe que no volverá a ver a su ser

querido.” Ahora en este momento he de hacer como pregonera, no como discípula un

inciso:

por todos los cargadores que han fallecido. Va por vosotros: como dice mi marido, una cuadrilla celeste ahí arriba se ha bendecido, con su capataz y todo, pero a los que estamos aquí abajo, su pérdida, ¡cuánto nos ha dolido! Hoy quiero homenajear a todos los que se han ido y a vosotros quiero alentaros diciéndoos, como no hace mucho les decía a unos amigos cuya hija han perdido: Mirad, nos puede parecer que la muerte es un adiós para siempre, pero para los

cristianos es un adiós y hasta la vista. También, el final de la vida, mas si lo pensamos, puede ser el comienzo de la otra

Vida. Para todos es la separación definitiva, sin embargo es mejor pensar que es el

reencuentro definitivo. Que se deja trabajo sin terminar, pero también, vacaciones eternas. Una incertidumbre de futuro y un no saber adónde vas, pero los cristianos

debemos pensar que es la certeza de felicidad eterna e ir a la casa del Padre, y que nadie nos va a juzgar, sino que un abrazo eterno y misericordioso de Dios, es lo que nos vamos a encontrar.

“El domingo muy temprano, nuestra amiga María la de Magdala, quien había

estado a los pies de la cruz, había ido al sepulcro y había descubierto que la piedra estaba retirada y que el cuerpo del Maestro no estaba. Entonces fue a donde estaba

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Pedro y otro discípulo, que fueron corriendo con ella al lugar. Vieron que las sábanas que habían envuelto el cuerpo de Jesús, estaban en el suelo. María Magdalena se quedó llorando fuera y cuando entró de nuevo en el sepulcro vio al Señor que la llamaba por su nombre y le dio un mensaje para todos nosotros. Emocionada, corrió a donde estábamos todos y nos contó lo que había visto: al mismo Jesús vivo”.

¡Cargadores y cargadoras, abrid mañana temprano De par en par las ventanas!

¡Coged vuestra “almohá” y vuestra faja Que Cristo sale a la calle y su Madre os llama!

Y tras seis días de carga devota una nostalgia inundará vuestras almas.

Os apena que termine la Semana Santa, pero en los rostros se percibirá la alegría

de quien ha llegado felizmente al final de una jornada. Una cuadrilla va bajo unos palos nuevos

el resto, seguís al Señor Resucitado. Pero todos sin proponéroslo

os habéis convertido al igual que la Magdalena en magníficos testigos de este acontecimiento cristiano.

¡Cargadores y cargadoras, tenéis esperando una Victoria Una victoria y un triunfo, pues vais a ser testigos

desde el Domingo de Ramos, sin vanagloria De que Cristo ha resucitado!

¡Cargadores y cargadoras, continuad siendo a partir de ahora, como en estos casi 30 años

sus pies, por las calles de San Fernando, continuad siendo

discípulos y magdalenas, verónicas y cireneos, para que los cargadores de la Isla

continuéis cargando y sigáis siendo el testimonio al lado de tantos cofrades,

de Jesús Resucitado!

Muchas gracias

Real Isla de León, 15 de marzo de 2.008, Sábado de Pasión Yolanda Coto Martínez

(Cofrade)