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XVIII Congreso. 25 | 27 de Abril de 2012. Querétaro. Asociación Mexicana de Estudios del Caribe A.C
DE LA PLANTACIÓN A LOS MONTES: ESCLAVITUD Y ESTRATEGIAS DE RESISTENCIA EN EL REINO DE ESTE MUNDO DE ALEJO CARPENTIER
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El cimarronaje en las colonias caribeñas ha sido un tema de amplia discusión; los estudios
abordan el fenómeno a partir de diversas perspectivas: histórica, económica o política; de
gran interés son los análisis que rastrean las consecuencias culturales del cimarronaje en la
formación de las actuales sociedades americanas y sus corrientes de reivindicación; en esa
línea, el estudio de René Depestre Buenos días y adiós a la negritud,1 señala que el
polémico movimiento de la negritud tiene su génesis en una cimarronería de tipo cultural.2
De igual manera, destaca la importancia de los trabajos que estudian el papel del
cimarronaje en la Revolución haitiana; éstos cuestionan los matices de la participación
cimarrona en el movimiento independentista discutiendo los alcances de su influencia; una
de las problemáticas más señaladas gira en torno a la existencia de una conciencia de clase
en los grupos cimarrones, o bien, a la presencia de un proyecto ideológico coherente que
propugnara la abolición del sistema esclavista.3 El fenómeno entonces se caracteriza por su
problematicidad y en su desarrollo describe líneas complejas conducentes a múltiples
interpretaciones; sin embargo, es importante subrayar que el punto de partida de los análisis
considera que el cimarronaje fue una respuesta del esclavo aspirante a liberarse del sistema
esclavista y surge en la realidad opresiva de la mina o la plantación.
1 René Depestre, Buenos días y adiós a la negritud, La Habana, Casa de las Américas, 1985. 2 Cf. René Depestre, Op. cit., p. 73. En esta línea se inscribe también el estudio de Franklin Miranda, Hacia una narrativa afroecuatoriana. Cimarronaje cultural en América Latina, La Habana, Editorial de Ciencias Sociales, 2010, el cual aborda el análisis de la narrativa de Nelson Estupiñán Bass y Adalberto Ortiz. En el caso de las colonias francesas se debe a Gabriel Debien el estudio Cimarronaje en el Caribe Francés, México, Siglo XXI, 1981; destaca también, la compilación de Richard Price, Sociedades cimarronas. Comunidades esclavas rebeldes en las Américas, México, Siglo XXI, 1981. Véase también el artículo José Juan Arrom, “Cimarrón: apuntes sobre sus primeras documentaciones y su probable origen”, en Revista Anales del Caribe, número 2, La Habana, Casa de las Américas, 1982, pp. 174-185, donde el autor enfoca el estudio del cimarronaje desde el análisis filológico. 3 El estudio de Dimitri Samsónov, Transdominación en Haití (1791-1826). La Habana, Editorial de Ciencias Sociales, 2010, aborda esta discusión a partir de las consideraciones de Geggus, Nicholls y C.L.R. James.
2
A partir de estos rasgos que perfilan el hecho, a lo largo de la historia del
cimarronaje confluyen variadas circunstancias que imprimen matices al fenómeno en tanto
acto de liberación radical; por ejemplo, las negociaciones entre esclavistas y grupos
cimarrones, la colaboración de éstos en la captura de nuevos esclavos que huían de la
plantación, las redes de apoyo económico y mercantil creadas entre el sistema esclavista y
las comunidades cimarronas. Con base en estas negociaciones establecidas entre
cimarronaje y esclavitud, Alain Yacou4 propone una visión del fenómeno no ya como
alteridad radical constituida en oposición al sistema esclavista, sino más bien en tanto un
“proceso de libre adaptación”5 del africano en las colonias americanas:
Las relaciones entre cimarronaje y esclavitud son desde luego relaciones de exclusiones recíprocas: quisiéramos recordarlo en primerísimo lugar. […] Paralelamente, por parte de los propios cimarrones, la alteridad radical va a reducirse bajo el peso de los obstáculos. Si el cimarronaje constituye esencialmente una ruptura con la sociedad esclavista, desde el punto de vista de los hechos cotidianos y bajo el imperio de las contingencias, va a desarrollar formas de adaptación al sistema dominante. […] Para terminar, quisiéramos destacar cómo el cimarronaje fue esencialmente un proceso de libre adaptación del africano o de sus descendientes al Nuevo Mundo. […] No podemos perder de vista las ilusiones que lleva consigo la voluntad de no contemplar la rebelión servil más que a través del dogma de la alteridad radical que nunca fue la única estrategia de los esclavos fugitivos o la doctrina inquebrantable de cualquier cimarronaje.6
Ocurre pues, que en ciertos casos, los movimientos cimarrones, desde su espacio
alterno y marginal, hicieron concesiones e intercambios de diversa índole (política,
económica, cultural, militar) con el sistema esclavista opresor del cual habían huido. El
cimarronaje no significó entonces, necesariamente ni en todos los casos, una emancipación
4 Alain Yacou, “El cimarronaje en Cuba; insurgencia y convivencia en la primera mitad del siglo XIX”, en Revista Anales del Caribe, núm. 13, La Habana, Casa de las Américas, 1993, pp. 35-51. 5 Ibid., p. 36. 6 Ibid., pp. 35, 43, 50-51.
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total del sistema esclavista. En primer lugar, porque es una respuesta que surge en función
del mismo sistema contra el cual lucha, y en ese sentido su existencia se entiende en el
marco de la relación, aún cuando excluyente, establecida entre cimarronaje y esclavitud. En
segundo lugar, porque esta relación, que podría constituir únicamente el punto de partida de
una liberación total del esclavo, se torna con el tiempo indisoluble, pues en su desarrollo
manifiesta la convivencia e incluso la dependencia de las comunidades cimarronas hacia la
esclavitud. Es innegable, sin embargo, su significado libertario y su papel en la
reelaboración de nuevas manifestaciones culturales, así como su participación en las
sublevaciones contra el sistema esclavista, que le lleva a desempeñar, por ejemplo, un rol
fundamental en el movimiento de independencia haitiano. El cimarronaje entonces está
signado por las paradojas y las contradicciones. Es libertad que se afirma y se niega a la
vez. El sistema esclavista lo alcanza pero no lo devora. Y desde su posición defensiva, la
comunidad cimarrona también subvierte los principios de éste sistema, obligándolo a
pactar, negociar y permitir su subsistencia.
Por su parte, Luz María Martínez inicia el estudio del cimarronaje partiendo de su
dimensión como hecho histórico:
El término cimarrón se origina en el Nuevo Mundo y fue usado para designar al ganado doméstico que se escapaba a las montañas; desde el siglo XVI se llamó cimarrones a los esclavos negros que se fugaban para escapar al control de los europeos.7
En su acepción más elemental entonces, el cimarronaje supone una circunstancia de
fuga, impulso de evasión, intención y acto de escapar. Voluntad de ser libre, que se realiza
en la inmediatez de la huida. Este gesto libertario del esclavo puede entenderse como una 7 Luz María Martínez, Africanos en América, La Habana, Editorial de Ciencias Sociales, 2008, p. 175.
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reacción toda vez que surge dentro de un sistema colonial que pretende despojarlo de su
condición humana. Pero esta reacción, si bien fundada en un instinto de supervivencia,
implica también una decisión consciente por parte del esclavo. Decisión de ser libre, o bien,
de conquistar su libertad para autodeterminarse. Porque si la esclavitud y sus mecanismos
articuladores, desarraigo y deculturación, obedecen al propósito de negar el ser africano
individual y colectivo, mediante la decisión del cimarronaje el esclavo afirma su ser, en
tanto sujeto libre y autónomo, formando comunidades agrícolas donde el deseo de ser libre,
inicialmente reflejo o pulsión, es realizado en el acto de voluntad. El impulso libertario que
anima el cimarronaje constituye una oposición frontal al sistema esclavista, puesto que lo
socava en su principio fundamental: la negación de la voluntad del negro africano y de su
capacidad creadora. Así, el cimarronaje, por una paradójica inversión, afirma y al mismo
tiempo niega el orden colonial: lo niega en tanto sistema opresor y lo afirma como
escenario creativo del que nace la voluntad de liberación y nuevos subsistemas culturales.
La esclavitud entonces condujo al africano anteriormente inferiorizado y limitado al
reconocimiento de sus posibilidades económicas, culturales y humanas. Comenta Luz
María Martínez al respecto:
Es en el período inicial, cuando los hijos de África –en lucha contra el ambiente y escapando de la opresión del blanco– conquistan a costa de grandes sufrimientos el derecho de poner en práctica su creatividad, capacidad de adaptación y experiencia colectiva, recurriendo a su tradición ancestral y creando nuevas formas de cultura, a las que se puede llamar, con toda propiedad, culturas o sociedades cimarronas. […] Es evidente que la tecnología de adaptación y la del trabajo productivo, en las comunidades cimarronas, tuvo varias procedencias. Por una parte, los negros pusieron en juego todos los conocimientos traídos de África; otros más deben haberlos aprendido de los indios y aun de los europeos. […] Puede decirse, generalizando, que en las sociedades cimarronas se daba una síntesis cultural que contenía los elementos
5
de la cultura colonial, constituidos bajo el orden, no del blanco, sino del negro libertario.8
Decisión y conciencia de ser entonces son realizados en la actualización de prácticas
culturales y sociales de diversos orígenes en las comunidades cimarronas, pues ahí fue
necesario implementar, retomando a Édouard Glissant, las “técnicas de existencia o
supervivencia materiales y espirituales”9 que permitían la mediación con el entorno antes de
la trata y posibilitaron, en el nuevo espacio, la continuidad del ser social de este pueblo
desplazado. En ese sentido, aún cuando estas técnicas subsistían sólo como indicios o
meros fragmentos aislados de prácticas anteriores, permitieron al esclavo re-establecer una
relación humana con el mundo, en tanto pudo actuar sobre el medio a partir de su
instrumentalización, completándolas además, con los conocimientos aprendidos en la
plantación esclavista y de otras comunidades aborígenes. Cabe apuntar también que esta
huida hacia los montes no es emprendida por el negro, sino por el hombre alienado,
inferiorizado cotidianamente, limitado en su dimensión física, económica y cultural. El
cimarrón entonces, no es precisamente el negro fugitivo, sino el siervo rebelándose contra
un sistema económicamente alienante y deculturador que pretende diluir su condición
humana; huyendo de la plantación y formando nuevas comunidades, niega su reducción
como mercancía, cosa y factor de producción, es decir, niega su condición de siervo. Al ser
la huida no del negro, sino del siervo, el cimarronaje representaría así la voluntad de
escapar a la doble alienación10 impuesta por la esclavitud sobre el africano: como clase y
como raza.
8 Luz María Martínez, Op. cit., pp. 177, 179, 181. 9 Édouard Glissant, El discurso antillano, La Habana, Casa de las Américas, 2010, p. 27. 10 Véase René Depestre, Op. cit.
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Por su parte, Franklin Miranda en su artículo “Cimarronaje cultural e identidad
afrolatinoamericana. Reflexiones acerca de un proceso de autoidentificación
heterogéneo”,11 propone una concepción del cimarronaje como mecanismo definitorio y
articulador de la cultura afrolatinoamericana. La propuesta del autor atiende a una
trascendencia del fenómeno más allá de su concreción socio-cultural en los quilombos y
palenques, ubicándolo en el terreno de la configuración de las actuales culturas e
identidades afrolatinoamericanas:
El cimarronaje practicado por los esclavos resultaría ser el primer núcleo compuesto o heterogéneo desde el que se construye la cultura afrolatinoamericana, debido a que, por un lado, hace referencia a la esclavitud, la colonización y sus consecuencias, a través de la lucha por el fin de una opresión que atenta contra su vida física y cultural, y por otro, valida la reconstrucción identitaria en su complejidad histórica, en su multiplicidad y desigualdad, es decir, desde la resistencia de un sustrato propio que para sobrevivir incorpora contradictoriamente los elementos extraños y origina una cultura otra, nueva. […] Todas las otras culturas entran en contacto con la del cimarrón y contribuyen al proceso de reconstrucción de la cosmovisión africana no desde una igualdad de condiciones, sino desde el choque, desde la apropiación contradictoria, que requiere la supervivencia dentro de un sistema opresor.12
De tal manera que el cimarronaje no es únicamente una estrategia de resistencia
esclava que empieza y termina en el orden colonial; su significado libertario se extiende
más allá del trayecto que debió recorrer el esclavo en su huida de la plantación a los
montes. En otras palabras, debido a que “la alteridad radical va a reducirse bajo el peso de
los obstáculos”13 y por tanto se harán negociaciones de todo tipo entre la comunidad
cimarrona y las otras culturas que cohabitaban en el mismo espacio, el cimarronaje
11 Franklin Miranda, “Cimarronaje cultural e identidad afrolatinoamericana. Reflexiones acerca de un proceso de autoidentificación heterogéneo”, en Revista Casa de las Américas, número 264, La Habana, Casa de las Américas, Julio/Septiembre, 2011, pp. 39-57. 12 Franklin Miranda, Op. cit., pp. 44, 50-51. 13 Alain Yacou, Op. cit., p. 43.
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trasciende su componente reactivo, su carácter de impulso, trasciende también, como lo
señala Franklin Miranda, el quilombo o el palenque, y se constituye como una instancia de
creación sociocultural determinante y definitoria en el proceso de re-elaboración de la
identidad del negro africano traído a las colonias en calidad de esclavo. En tanto la
identidad “se construye y reconstruye constantemente en los intercambios sociales”,14 la re-
elaboración identitaria del africano es el terreno donde confluyen la negación de su ser
individual y colectivo, los mecanismos de dominación impuestos sobre él, el binomio
blanco-negro propio de la racialización en las relaciones de producción y también, los
elementos culturales, las prácticas sociales de las diversas etnias de origen africano, del
indígena americano y del colonizador en turno. De esta manera, la concepción de la
identidad propuesta por el esclavista que al basarse en esencias inmutables divide, segrega
y niega cualquier diferencia, va a ser cuestionada y desmentida por la existencia del
cimarronaje en los mismos terrenos que eran “propiedad” de la hegemonía, las colonias
americanas. Porque al desempeñar un papel fundamental en el “proceso relacional”15 de
construcción identitaria del negro africano, el cimarronaje evidencia la integración y la
inclusión de la diferencia, o de los otros, para formar una cultura nueva. Si bien el carácter
incluyente del cimarronaje no evita que dicho proceso de transculturación ocurra a través
de lo que Miranda entiende como “una apropiación contradictoria”, es decir, el encuentro
entre la cultura del cimarrón y las otras que conformaban su contexto socio-histórico a
partir del enfrentamiento y las contradicciones.
14 Denys Cuché, La noción de cultura en las Ciencias Sociales, Buenos Aires, Nueva Visión, 2002, p. 112. 15 Ibidem.
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La identidad del africano cimarrón es entonces la identidad de lo diverso por
fragmentado, re-unión de vestigios del pasado africano perdido para siempre en un nuevo
collage que no por creativo y fértil deja de ser violento y contradictorio. El cimarrón, al re-
elaborarse en continuo contacto con el otro se reconoce y se distancia de él. Este espejo de
otredad donde descubre su diferencia ante el indígena o ante el colonizador, no le devuelve
la propia imagen africana, sino una nueva y renovada de sí, en la cual ha de hallar su
mismidad, su separación y también su vínculo con el nuevo sistema cultural, complejo,
abierto y sinérgico de nuestra América.
Como estrategia de resistencia operante en el proceso de transculturación, el
cimarronaje trasciende su papel en el orden económico para manifestarse en el terreno de
las expresiones culturales. Es así que en la literatura y particularmente en la novela que me
ocupa, El reino de este mundo,16 el cimarronaje se re-elabora en el discurso ficcional y
funciona como punto de partida para explorar las realidades caribeñas en sus múltiples
facetas culturales. La novela de Carpentier puede leerse entonces como una manifestación
cultural producto del proceso de transculturación operado en las naciones del Caribe.
Constituye por tanto, un terreno donde se encuentran y re-elaboran los eventos, las
ideologías y las interacciones que fueron determinantes en la conformación de las actuales
sociedades latinoamericanas. Por ello, tanto en su dimensión ficcional como histórica, las
figuras de Mackandal y Bouckman condensan las estrategias de resistencia propias del
cimarronaje. El primero, Mackandal, es un ex esclavo cimarrón que pretende acabar con los
amos mediante los envenenamientos masivos. Por su parte, Bouckman es también cimarrón
y además líder de una rebelión organizada militar y políticamente para derrocar al sistema 16 Alejo Carpentier, El reino de este mundo, México, Siglo XXI, 2007.
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esclavista. Entre Mackandal y Bouckman se abre un brecha conectada por el deseo de
liberación de la esclavitud. Ambos cimarrones, coinciden en el impulso libertario que
anima la huida a los montes y el intento de liberación, el primero mediante un recurso
precario en cuanto a organización política y militar, el segundo, a través de una rebelión
más organizada que fructificaría en el inicio de la Revolución haitiana. Al respecto de
Mackandal, C.L.R. James comenta:
Aquellos cuya audacia de espíritu encontraba intolerable la esclavitud y se negaban a evadirla mediante el suicidio, huían a los montes y las montañas y formaban bandas de hombres libres: los cimarrones. […] Por lo general, formaban bandas individuales, aunque periódicamente encontraban un jefe lo suficientemente fuerte como para unir los diferentes grupos. […] El más grande de estos jefes fue Mackandal. Él concibió el audaz proyecto de unir a todos los negros y expulsar a los blancos de la colonia. Era un negro de Guinea que había sido esclavo en el distrito de Limbé, con posterioridad uno de los mayores centros de la Revolución. Mackandal era un orador, en opinión de un blanco contemporáneo suyo, comparable en elocuencia a los oradores europeos de su época, y diferente solo porque los superaba en fuerza y vigor. […] Una masa ignorante, que tantea su camino hacia la Revolución, generalmente comienza por el terrorismo, y Mackandal se encaminaba a liberar a su pueblo mediante el veneno. Durante seis años fortaleció su organización. […] Coordinó que un día específico se envenenara el agua de cada casa en la capital de la provincia, y que el ataque final contra los blancos se hiciera cuando estuvieran sufriendo las convulsiones y la angustia de la muerte. […] Su temeridad fue la causa de su derrota. Un día llegó a una plantación, se emborrachó y fue traicionado. Lo capturaron y lo quemaron vivo. La rebelión de Mackandal nunca fructificó, y fue el único antecedente de un intento organizado de revuelta durante los cien años que antecedieron a la Revolución Francesa.17
José Luciano Franco, por su parte, se basa en la obra de Vaissière al momento de
referirse a Mackandal en su Historia de la Revolución de Haití:
Pero de todos los jefes cimarrones ninguno tuvo una reputación más grande y merecida que Françoise Macandal, ejecutado en 1758. […] Predecía el porvenir, tenía revelaciones y una elocuencia que no cedía en nada a esta elocuencia de imitación de nuestros oradores, pero aún más fuerte y vigorosa.
17 Cyril James, Los jacobinos negros, La Habana, Casa de las Américas, 2010, p. 14.
10
Reunía a un gran valor la mayor firmeza del alma, que supo conservar en medio de los más crueles tormentos y de los suplicios […]. 18
Emma Speratti Piñeiro, en su estudio Pasos hallados en el reino de este mundo,19
acude a la referencia de la “Memoire sur la création d’un corps de gens de couleur levé à
St. Domingue”, para incorporar la descripción histórica de Mackandal. Así sabemos que
éste nació en Guinea y posteriormente trabajó como esclavo en la hacienda de Monsieur
Lenormand de Mézy, allí perdió una mano, por lo que fue confinado a trabajos poco
importantes como el pastoreo del ganado. Después huyó a los montes y se convirtió en
cimarrón. Con ayuda de los esclavos “inició una campaña de envenenamiento contra los
ganados y la vida de los colonos”,20 pretendía “el exterminio por el veneno, […] de todos
los colonos blancos; la finalidad que lo movía era la liberación definitiva de los esclavos”.21
Finalmente, fue condenado a morir en la hoguera el 20 de enero de 1785. Comenta la
autora:
La “Memoire sur la création d’un corps de gens de couleur levé à St. Domingue” (1779) dice que Mackandal predecía el porvenir, tenía revelaciones, poseía una elocuencia superior a la de los oradores franceses de la época y reunía el valor más grande a la mayor firmeza del alma. La Memoria agrega que Mackandal demostró constancia y habilidad admirables en la realización de sus proyectos e infundió en los negros tal terror y tal respeto que le servía n de rodillas rindiéndole culto como si fuera Dios, del cual se había declarado emisario y representante; […]; que enviaba la muerte a los amos […] contra los cuales guardaba resentimientos; […] que, durante seis años, los blancos ignoraron la existencia de cimarrón tan peligroso en el seno de la colonia; que había persuadido a los esclavos de que era inmortal y en caso de ser aprehendido y condenado a muerte, por gracia divina se convertiría en
18 José Luciano Franco, Historia de la Revolución de Haití. La batalla por el dominio del Caribe y del Golfo de México, La Habana, Editorial de Ciencias Sociales, 2010, p. 180. 19 Emma Speratti, Pasos hallados en El reino de este mundo, México, El Colegio de México, 1981. 20 Emma Speratti, Op. cit., p. 21. 21 Ibid., p. 23.
11
maringouin (especie de mosquito) al llegar su último instante para renacer inmediatamente más terrible que nunca.22
Por su parte, Carpentier re-elabora esta figura histórica al momento de construir a su
personaje, al cual presenta como orador y transmisor de cultura, lo conocemos gracias a la
percepción del personaje Ti Noel:
Con sus ojos siempre inyectados, su torso potente, su delgadísima cintura, el mandinga ejercía una extraña fascinación sobre Ti Noel. Era fama que su voz grave y sorda le conseguía todo de las negras. Y que sus artes de narrador, caracterizando a sus personajes con muecas terribles, imponían el silencio a los hombres, sobre todo cuando evocaba el viaje que hiciera, años atrás, como cautivo, antes de ser vendido a los negreros de Sierra Leona (p. 26).23
En todos los casos se acentúa el papel de la oralidad en la figura de Mackandal. El
vínculo entre el África negra y el mundo esclavista de la plantación se realiza a través de
este cimarrón, quien actúa como nexo entre ambos espacios; gracias al adoctrinamiento del
manco sobre los negros se produce la estrecha relación entre mito y acción histórica que
provocará la primera revuelta en el texto. De tal manera que el esclavo haitiano, a partir de
la relación establecida entre historia y mito logrará modificar el curso de la “Gran
Historia”, desde un espacio mítico y mágico-religioso:
Un día [Mackandal] daría la señal del gran levantamiento, y los Señores de Allá, encabezados por Damballah, por el Amo de los Caminos y por Ogún de los Hierros, traerían el rayo y el trueno. […] En esa gran hora […] la sangre de los blancos correría hasta los arroyos, donde los Loas, ebrios de júbilo, la beberían de bruces, hasta llenarse los pulmones (p. 38).
22 Emma Speratti, Op. cit., p. 23. 23 A partir de esta nota, a lo largo de todo el trabajo tomaré las citas de la edición de El reino de este mundo publicada por siglo XXI en 2007 y sólo anotaré en el cuerpo del texto las páginas correspondientes.
12
El papel de Mackandal como nexo entre el África negra y el mundo alienante de la
plantación se encuentra estrechamente vinculado a la reactualización del mito del lugar de
origen. El mito en la novela que me ocupa funciona entonces como una estrategia de
resistencia frente a la deshumanización y el acto de separación del lugar de origen, ya que
mediante la recurrencia a éste se reconstituyen, en la plantación esclavista, los fragmentos
religiosos y espirituales de procedencia africana a partir del ejercicio memorístico. Según
Landry Wilfrid Miampika, “la plantación constituye un terreno de encuentros, de
transmisión y de reproducción de la memoria colectiva […]. Para el migrante desnudo, el
recurso a una África mítica fue un arma milagrosa (según los versos de Aimé Cesaire) en la
resistencia contra la despersonalización y el desarraigo.”24 Ante el sometimiento del poder
colonial los pueblos negroafricanos hicieron lo posible por evitar la disolución de su ser
social; el ejercicio memorístico que reconstituye los fragmentos culturales y crea a partir de
éstos un nuevo reservorio mítico fue una forma de cimarronería cultural; significó tanto una
búsqueda identitaria como el intento por incrementar el poder de resistencia de los
oprimidos. Según René Depestre “la operación de la cimarronería permite al hombre
colonizado servirse del propio dinamismo de su sufrimiento sin fin para remontarse hacia el
sentido de la dignidad y la libertad”,25 además implica “un esfuerzo colectivo e individual
de conocimiento y toma de sí, un retorno apasionado al centro más refrescante y
<<negro>> de sí, para protegerse de la insolación <<blanca>>”.26
En este proceso de esclavitud y cimarronaje entran en juego dos espacios opuestos
e incompatibles: uno es el África negra, mítica y paradisíaca, es decir, lo que el propio 24 Landry-Wilfrid, Transculturación y poscolonialismo en el Caribe. Versiones y subversiones de Alejo Carpentier, Madrid, Verbum, 2005, p. 41. 25 René Depestre, Op. cit., p. 11. 26 Ibidem.
13
Carpentier distingue como “Gran Allá”, y el mundo de la plantación esclavista. Ambos
constituyen el espacio diegético de El reino de este mundo y articulan los valores
ideológicos y simbólicos del relato, en la medida que organizan la proyección del espacio
narrativo en torno a un modelo binario de espacialidad, pues el eje que domina la novela y
sobre el cual se construye la primera revuelta haitiana es la oposición África negra-Saint
Domingue, concretada en la existencia de estos dos espacios excluyentes, definidos en
función de dos realidades culturales distintas. Entre el “Gran Allá” y la plantación, el
esclavo haitiano se encuentra ante el desarraigo que provoca la nostalgia por un mundo
perdido: el mundo africano. El deseo de retornar a África es el primer movimiento del
esclavo que poco a poco llega a reconocer su condición de oprimido e inferiorizado por un
amo blanco contra el cual no puede o no sabe rebelarse; es el momento en que la memoria
colectiva juega un papel articulador frente al ejercicio fragmentador de la maquinaria
esclavista. La memoria colectiva, concretada en la creación del mito del “Gran Allá”, logra
reunir a los negros, crear acciones solidarias y finalmente pensar en la necesidad de la
emancipación, es decir, en la instauración de un nuevo orden social mediante el
levantamiento.
En esta toma de conciencia de la condición esclava, la raza cobra un papel
fundamental, los esclavos se reconocen como negros y siervos, doblemente alienados
enfrentan un orden social donde se habían legitimado las jerarquías a partir del color de
piel de los individuos, racializando las relaciones entre el colono blanco y el esclavo negro.
El reconocimiento de la condición esclava conlleva la rememoración de un pasado africano
y una historia donde estos esclavos eran libres y su color de piel no legitimaba la empresa
de servidumbre colonial. Las referencias a este pasado africano donde reina la libertad,
14
sustentan el imaginario emancipatorio que los negros van a desarrollar en medio de las
vicisitudes de la plantación, tal y como se evidencia en un pasaje de la novela donde
Mackandal, Ti Noel y los esclavos rememoran la tierra de sus antepasados africanos:
Ti Noel había sido instruido en esas verdades por el profundo saber de Mackandal. En el África el rey era guerrero, cazador, juez y sacerdote; su simiente preciosa engrosaba, en centenares de vientres, una vigorosa estirpe de héroes. En Francia, en España, en cambio, el rey enviaba sus generales a combatir; era incompetente para dirimir litigios, se hacía regañar por cualquier fraile confesor, y, […] no pasaba de engendrar un príncipe debilucho, […] al que designaban, […] por el nombre de un pez tan inofensivo y frívolo como era el delfín (p. 24).
El “Gran Allá” es además un espacio mítico por sí mismo que tiene en la
transmisión oral y colectiva su instrumento de reactualización; a partir de esta práctica se
reestablece, en el tiempo de la colonia y la esclavitud, el tiempo primero de la “tierra
perdida”, el mundo del África negra donde “había príncipes duros como el yunque, y
príncipes que eran el leopardo, y príncipes que conocían el lenguaje de los árboles, y
príncipes que mandaban sobre los cuatro puntos cardinales, dueños de la nube, de la
semilla, del bronce y del fuego (p. 24)”. Esta descripción del “Gran Allá” remite a la idea
de “perfección de los comienzos”27 que tiene lugar en los mitos cosmogónicos y de origen,
donde, como apunta Mircea Eliade, es la “expresión de una experiencia religiosa más
íntima y más profunda, nutrida por el recuerdo imaginario de un <<Paraíso perdido>>, de
una beatitud que precedía la actual condición humana”.28 Este es el lugar donde llevaron a
cabo sus gestas heroicas Adonhueso, el Rey de Angola, el Rey Dá y Kankán Muza; y más
aún, constituye un mito en sí mismo.
27 Mircea Eliade, Mito y realidad, Barcelona, Labor, 1991, pp. 29-45. 28 Ibid., p. 55.
15
Por tanto, el “Gran Állá” además de ser el espacio idílico del origen es la historia de
los reyes y héroes africanos en el origen, es decir, es el mito de la perfección de los
comienzos, que en otras culturas corresponde al Paraíso original perdido. En la novela la
rememoración del mito de la perfección de los comienzos cumple dos funciones: primera,
unificar al pueblo negro en su lucha libertaria ofreciendo el asentamiento en una verdad
considerada incuestionable; la existencia del “Gran Allá” como espacio perdido donde
impera la libertad. Segunda, poner de manifiesto el carácter contradictorio de la realidad
colonial, del aquí-ahora, y convertirse en agente crítico catalizador para la transformación
del entorno.29 Por tanto, la restitución del mundo mejor situado en el pasado, en un allá-
entonces, el África negra o “Gran Allá”, constituye la justificación de la revuelta
emprendida por Mackandal en la medida que fundamenta la cimarronería del manco y sus
adeptos. El mito del “Gran Allá” significa en la novela carpenteriana una historia verídica
que tiene alcances futuros determinados por las acciones del hombre en el presente, en el
sentido que plantea Eliade en Mito y realidad, donde se entiende éste como una historia
verdadera. La re-elaboración del mito actúa entonces como fenómeno compensatorio de la
deshumanización a la que el esclavo había sido sometido por medio de la esclavitud, toda
vez que fue deculturado al momento de llegar a las colonias para funcionar únicamente
como fuerza de trabajo, sujeto a una doble alienación, la de obrero y la impuesta debido a
su condición racial. A partir de los relatos orales que tienen lugar en la plantación
Mackandal da cuenta de un pasado fabuloso, en un proceso que restituye la historia
desarticulada durante la separación étnica, pasado que además es necesario recuperar para
resiginificar el presente: “Hablaba de vastas migraciones de pueblos, de guerras seculares, 29 Oscar Velayos, Historia y utopía en Alejo Carpentier, Salamanca, Universidad de Salamanca, pp. 91-98.
16
de prodigiosas batallas en que los animales habían ayudado a los hombres. […] se hacía
prolijo con la gesta de Kankán Muza, el fiero Muza, hacedor del invencible imperio de los
mandingas cuyos caballos se adornaban con monedas de plata y gualdrapas bordadas (p.
23)”. La memoria juega un papel fundamental en este proceso de recuperación y
reconfiguración de la identidad a través de la narración del mito. Se trata, pues, de un
retorno al origen mediante la evocación, de un proceso que supone la aprehensión de una
historia ejemplar mediante el cual es posible conocer los acontecimientos que sucedieron
en illo tempore y modifica lo que sucederá en el futuro, dado que una de las funciones del
mito implica su vivencialidad, más allá de un conocimiento anecdótico de lo que ocurrió.
Así, estamos ante la presencia de lo que Eliade llama “vivir” el mito:
Que al conocer el mito se conoce el origen de las cosas y, por consiguiente, se llega a dominarlas y manipularlas a voluntad; no se trata de un conocimiento exterior, abstracto, sino de un conocimiento que se vive de forma ritual, ya al narrar ceremonialmente el mito, ya al efectuar el ritual que sirve de justificación. No se trata de una conmemoración de los acontecimientos míticos, sino de su reiteración. Las personas de mito se hacen presentes, uno se hace su contemporáneo.30
La recurrencia al mito de origen es el punto de partida para la reconfiguración de la
identidad del negro esclavo. Mackandal da cuenta de la necesidad de recuperar la identidad
perdida desde la reactualización del mito y justificar la revuelta mediante la rememoración
de un pasado idílico que efectivamente es un hecho en la memoria colectiva. La promesa
del mundo mejor se alcanza entonces a través de su realización histórica, es decir, la
revuelta haitiana; la fe en el mito del Gran Allá deja de pertenecer al África para situarse en
el aquí-ahora, en Saint Domingue, en el reino de este mundo. De modo que la constante
reacutalización de la “perfección de los comienzos” opera en un doble sentido temporal; 30 Mircea Eliade, Op. cit., p. 25.
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por una parte sirve para rememorar el pasado perdido pero también supone la certeza de
que mediante la irrupción del héroe y la voluntad humana puede alcanzarse “la perfección
de los comienzos” en el futuro histórico.
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