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Revista del XVI Premio Internacional de Poesía y Narrativa "Miguel Fernández" (Melilla)

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IES MIGUEL FERNÁNDEZ

XVI PREMIO INTERNACIONALDE NARRATIVA Y POESÍA

MIGUEL FERNÁNDEZ

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Coordinan: Cristina Hernández González Rafael Imbroda Puerto

Primera edición: abril 2011Edita: IES «MIGUEL FERNÁNDEZ»c/ General Astilleros, s/n52006 Melilla

Colaboran:

• MINISTERIODEEDUCACIÓN,POLÍTICASOCIALYDEPORTES Dirección Provincial de Melilla

• MINISTERIODECULTURA Dirección General del Libro Archivo y Bibliotecas Subdirección Provincial del Libro, la Lectura y las Letras Españolas

• CIUDADAUTÓNOMADEMELILLA Consejería de Educación y Colectivos Sociales Consejería de Cultura

• UNICAJA

Diseño y maquetación: AAFotografía: Miguel Fernández

Depósito Legal: 18-2011

Impreso en España

Printed in Spain

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Un año más, el IES Miguel Fernández se vuelca en la difusión y el conocimiento de la figura del poeta melillense a través de su Semana Lite-raria. Si en ediciones anteriores se exploraron líneas temáticas y nervios simbólicos de su poética, como “El amor en la poesía de Miguel Fernán-dez”, “Música y poesía en la obra fernandiana”, “Miguel Fernández: arte y mito”, en esta ocasión, el profesorado del Departamento de Lengua Castellana y Literatura, en colaboración con los Departamentos de Músi-ca y Educación Plástica, decidió indagar las múltiples imágenes femeninas que recorren la poesía del escritor melillense con una serie de actividades organizadas bajo el título “Mujeres fernandianas” para toda la semana.

Las inclemencias del tiempo impidieron la presencia del con-ferenciante, J. Muñoz Quirós, así como la de tres de los jóvenes ga-nadores de los premios de Narrativa y Poesía. No obstante, el acto se llevó a cabo en el hall del instituto y la lectura de poemas y la

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exposición de “Mujeres fernandianas”, la representación musical de nuestro alumnado y la ofrenda floral ante la magnífica escultura que el profesor Jesús García-Ligero realizó el año anterior, se convirtieron en toda una jornada de convivencia entre los diversos miembros de la comunidad educativa que disfrutaron de buena poesía, arte y música.

Nuestro más sincero agradecimiento al profesorado y al alumnado que cada mes de mayo respalda nuestro compromiso con la obra y la vida de Miguel Fernández. Asimismo agradecemos la colaboración y el apoyo de los diferentes organismos que hacen posible esta publicación: a las Consejería de Educación y Colectivos Sociales y Consejería de Cultura de la Ciudad Autónoma de Melilla; a la Dirección Provincial del ME; a la Dirección General del Libro, Archivos y Bibliotecas y a Unicaja.

JoséManuelCalzadoPuertasDirector del IES Miguel Fernández

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Si “la poesía es lo que no se descubre”, ¿era posible recuperar la presencia de mujeres, mitológicas, simbólicas o reales, en la poesía de Miguel Fernández? Este interrogante nos planteábamos hace unos me-ses, cuando comenzó a dar sus primeros pasos el Plan de Igualdad del centro. El propósito no era otro sino averiguar si la poesía de Miguel podía contribuir –como de hecho contribuye– al fomento de la igualdad y el respeto a la diversidad.

Esta humilde antología o selección de textos pretende, pues, dar respuesta a nuestro enigma inicial. Resulta evidente que los poemas aquí recogidos suponen una breve muestra del universo fernandiano, un escueto modelo que, no obstante, revela una serie de constantes líricas entornoalafigurafemeninadesdelaperspectivaúnicadelpoeta.

Bajo el lema de Mujeres Fernandianas, pretendemos poner de relieve las mujeres reales, mitológicas y simbólicas que caminan y co-branvozatravésdelosversosdeMiguel.Enestesentido,cobraes-pecial relevancia la faceta creadora y fecundadora de la mujer, bien en consonancia con la magia fertilizante de la Naturaleza (“Nacimiento”,

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“Lamadre”), bien en identificación sincera con la actividad poética(“Poema a Safo”). Sería redundante recordar que la escritura de Miguel se inscribe en lo sagrado, y su óptica de lo femenino responde a esta misma concepción. Así pues, la unión con la mujer amada se erige en revelación órfica y en celebración panteísta (“Esposa”), de talmodoque el ámbito femenino permanece inevitablemente entretejido con la temática amorosa. Sólo así se comprende la recuperación de tópicos de la Antigüedad como el de la dulce herida y la miel fusionados con elcódigodelamorcortésylaatmósferapastoril(“Regalodeamante”,“Tapices”), atravesados incluso por el bucolismo cortesano del Roman de la Rose y toda la fenomenología erótica alrededor del símbolo de la rosa.

Otras mujeres son, en cambio, mitológicas, especialmente de la tradicióngrecolatina,aunquetambiénhayespacioyvozparalamujerbíblica por excelencia: Eva. A veces, las referencias son directas, aun-que lo más frecuente es la aplicación metonímica del mito: la manzana como emblema de la sensualidad de Venus y de la labor agricultora de Ceres (“Manzano”); la polisemia de la Ártemis Efesia o polimas-ta como Potnia Theron (“Artemisa”); la fertilidad mágica del pie de Afrodita –reseña al lienzo de Botticelli– convertida en bacante de la vendimia como imagen de la unión erótico-amorosa (“Descalza por la hierbay caminante”); el éxtasis rítmico-musical de la unión entre elhermoso cisne y Leda (“Sobre el ombligo un cisne se humedece”); y una imagen clave en la poesía fernandiana, Ariadna, la abandonada en Naxos en “Náufrago fui, por río en tus orillas”, pero siempre como ico-no primordial de otra serie de imágenes relacionadas con lo femenino: ovillo, tejer, guirnalda, hilar, araña, bordar, urdimbre, trenzar, etc. Por supuesto, “Las hilanderas” de Solitudine (1994) son las tres Moiras o Parcas, las tejedoras-brujas del destino o de la vida, quienes, al igual que“LahilanderaenArruit”,manifiestanlosagradofemeninoances-tral, lasmujeresposeedorasde saberes arcanos, telúricosy ctónicos,por la presencia constante de esos hilos-sierpes.

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Yyaquetratamosdeserpientes,laEvade“AsuntosdelEdén”recoge muchos de los símbolos expuestos en los textos anteriores: la manzana, la víbora, la danza y la ebriedad del bacanal, la Naturaleza idealizada, la magia simpática del cuerpo fecundo… Y todo ello para que el poeta termine construyendo su particular Paraíso Perdido, sólo recuperado en el proceso de la escritura-lectura.

Lapérdida de la inocencia y el paso del tiempo se concentraneneluniversofemenino.Sinembargo,unodelos logrospoéticosdeMiguel, a mi entender, es la capacidad de exportar tópicos y motivos de nuestra tradición allende Occidente. En una suerte milagrosa de sin-cretismo lírico, la tríada tempus fugit, carpe diem y collige, virgo, rosas secongreganen“Jovenindia,ataviadaconsari,bailaunsondeOcci-dente”: ya no hay oros, sino perlas, ni nieve, sino carbón (tempus fugit), como tampoco se cogen las rosas o se aprovecha la primavera, sino que se ha de quemar el sándalo.

Hemosdejadoparaelfinala lamujer simbólica.Enestecaso,“Ofelia”, primer poema publicado en la revista Manantial (1949). No se discute que la Ofelia de Shakespeare es hoy todo un mito, pero en dedos de Miguel se convierte en el símbolo que teje temas universales como el Tiempo, la Tierra, la Muerte, la Mano y el Amor. Más que seguir la conclusióndeBécquer(“símbolodeldolorylaternura”),laperfeccio-na, haciendo así exclusivamente suyo el mito.

Mujeres reales, mitológicas, literarias y simbólicas. Mujeres de carne, de hueso, de tierra, de verso, de magia o de misterio. Mujeres, al finyalcabo.Mujeresfernandianas.

Cristina Hernández GonzálezCoordinadora del Premio Internacional

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NACIMIENTO

Mujer, que a un sol dorado le sostieneslosrayoscontusojosfijamente,mientras te nimba de sudor la frenteun oro, un aguacero por las sienes.Mujer herida por la tierra tienesuntallonúbilquemorderdoliente,mientras crece la yerba lentamentea un relámpago vas, de un viento vienes.

Mujer, cuerpo temblando por la orillaque un mar de sangre eternamente embate,vientre nutricio para la semilla.

Mujer que desde el grito a la dulzura,vencedora te hallas del combatedel hijo mío y de tu cintura.

Tiempo de milagro (1960-1965)

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LA MADRE

Túestásentodomiegoísmocomounlazosagradoque une mi corazón con tu clara vehemencia.Espera, yo te amo porque así me has nacido,alumbradora dulce de mi cuerpo en tu vientre.Igual que la semilla pareces con el tiempo,materia tan pequeña que fermenta la vida.Oye el viento en las cañas, todo no se deshacesitúquieres,siaprietaslosojosenlaniebla.Te estoy diciendo, madre, con la voz más amargala que nunca ha creado más que estas palabrasque son como ese viento de tu pelo colgando.

Yo miraba la mano sembradora, los dedosque apuntaban mi nombre sobre tu corazón,allá desde la sombra de mi origen perdidohasta que fui lanzado por amor a tus ojosdonde unos peces cruzan con ternura su agua.Yéstaeslaheredadquetepesa,losdíasque hemos comido juntos sin hablar de las cosas,nosirviendojamáscomocansadopénduloque no crea la vida, que va otorgando muertecada vez que descansa su mirada en los hombres.

Espera, yo te amo porque eres sagrada,porque existes igual que una piedra o un ríoy me vas otorgando en cada anunciamientola verdad de estas cosas sencillas como el agua.

Credo de libertad (1958)

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ESPOSA

A Lola

Túcogíasmimanoymeguiabashacianosédónde,que era siempre aquel sitio donde no quise ir.

Una vez asentados en la frondade aquellos valles, me decías si era el lugar. Yo asentía sonriendoqueeralajustezadelafloraquetantodeseabapero nunca sabía si tal vez de los prados era una playa hondao ese patio enclaustrado con arcos y una pozacon mujer cocinando los calderos.

Nosupenuncaenquélugardelmundomeencontré,pues todo lo existente era poder oírterecibiendo el resbalo de tu mano en mi hombro,y ponerme en la boca el salazónpara que más la sed sintiera de inmediatoy que yo te pedía con los labios enjutos.No me importó la geografía de aquellos los viajes,sino estar viajándote por tu cuerpo de alpacadescubriendo tus valles y tantos arrecifesdelacarnedeléxtasisydetusventisqueros.Decía que era bello el paisaje, y jamásviesascordillerasquetúmeseñalabasporque sólo mi tierra estaba por tu carney yo te respondía que la montaña eralomásaltodelmundoyquenuncaescalé.

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Creí que te engañaba por algo en la concordia,perotúbiensabíasquequiénnoseinventalos juegos de la magia.

Yasí,enelgámbito,túdamasiempreme rompías la torrey escalabas la vista para que siempre vieraque si era playa honda, que si era bosquecilloo tanta cordillera que te sobrecogía,yo viera por tus ojos lo que nunca aprendí:quedarseparasiemprejuntoatucarnefértil,la tierra de sazón donde duermo mi gozo.

Salvación de la ceguera (1992)

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ASUNTOS DEL EDÉN

Dientesdondetúmuerdeselfrutal.Una pulpa te anega de dulzurael paladar del goce.

Bailas con la manzana dentellada,me la ofrendas tan ebria.Aspersiones el busto;vas bacantehacia el talud donde la pira incendia.

Dejas el ramo manzanero,ardeshasta la madurez de los frutales.

Recojo luego el poso de cenizay lo apago en mi sed.

Fueran aquellos los jardines míosdonde nos expulsaron por la víbora.

Bóvedas (1992)

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MANZANO

En el manzano dulce,cómo errar, si es la savia.

Paracelso las muerdey dona su sabor. Ungido seas,pues no acritud del árbolderrama el polenadverso.

Es Venus quien tal frutoen pubis muestra.

Y Ceresya sin tregua,hiende su pomaen los injertos de los pechos mozos.

Las flores de Paracelso (1979)

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ARTEMISA

La artemisa colgadavolveráalárbolfértil.Si en medio de tal páramo se alza corteza hermosa un día,mas hoy vejada por el rayo,prendedle la artemisa entre sus brotes.

Un ramo de cerezas que la sombra custodie,pócimapongaynéctaralospájaros.En esa algarabía del silencio,donde la araña cuelga sus telares,la artemisa fecunda.

Vientre tuyo, doncella de preñez,alumbre seas.Si así, ya paseante de mi mano,un pectoral te vistede artemisas.

Las flores de Paracelso (1979)

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“Descalza por la yerba y caminante…”

Descalza por la yerba y caminanteanuncaséquéfuentesdondeapuras,copiado el rostro si en brocal procuraslinfas bebiendo de menguar menguante.

Descalza por mi pecho; va el diamanteque uñas en nácar trizan de tan duras,danzantes dedos e ingles aventuraslabrando surcos con la sangre errante.

Descalza penitencia de extramuros,rasgadas plantas de arañazo espino,sandalias de abandono descuidado.

Descalza entre avellanos y conjuros,calzaalfinuvaprietaparaelvino,la danza ebria del lagar bailando.

Eros y Anteros (1976)

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“Sobre el ombligo un cisne se humedece…”

(Party borracha)

Sobre el ombligo un cisne se humedece.Es de coral el pico, más de rubí la talla.En el centro del mundo, carne que así se ondula.Yapriétalaunamanoounbesoladespierta.

Caelatúnicaajadayyaesemblemaelpórticoque se anuncia tan pronto Venus sube a su monte.Mejorbañonohubieraqueaquélquedelrocíohiela el recinto cálido que reclama sus goces,si esponjado ese cuerpo, tumba su laxitud.

Erguida queda.Tarde ya.Sola en prisión.Pues sí percibequevioladafuerasobrelayerbahúmeda.

Del jazz y otros asedios (1980)

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POEMA A SAFO

I

¿Eraunríodemúsica,oerastúconsilenciode las arpas de Grecia y de los lagos,con las trenzas de sueño columpiandoestrellas ya dormidas en los montes?¿Eras así, muchacha, suelta, ave,un velero de sándalo en las islasque te cierran el mar de peces rojosy la playa dorada de palomas?El pie descalzo por la blanca nube,el encendido bosque de campanasquellenabantupaso,¿erastúcomounríodemúsica,pasando?

II

Las ruinas se llenan de nostalgia.¿Hassoñadoesaflautadelatarde,el sol caído o tu mirada nueva?Niña de agua, ríoacuñado de fuego, mimbre dulce,¿ha sonado tu voz o tu silencio?

III

Aquí dejas, sagrada, la majestad del tiempo,comounvinodeNaxos,espesodesupúrpuratrascendido hasta el suelo donde el amante quedahecho tallo vibrante.Aquí el mar, las colinas,

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y la vestal que ofrece miel y leche, desnuda.La majestad del tiempo insinuando en danzase te queda en la boca, en el claro donairede un dios adolescente,y así, tiempo de almendras, tiempodevírgenes,pasas,ríodemúsica,muchacha lánguida en el marseguida por un pájaro de tiempo,por un coro de niñosdesde el horizonte, [que dicen]:Tu nombre se llama Amor…Tu nombre quema los labios…

Ajenos de cuidados (1985)

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“Náufrago fui, por río en tus orillas…”

Náufrago fui, por río en tus orillas.Tú,quietaalborde;linfasvanenvilocomo quien teje espumas por un hiloque madeja no sabe cuando ovillas.

Teje impasible si al amor humillasaserahogadoycercenadoalfilodonde ojos bajos, sin mirar, a estilovan del pez ciego: ciega maravilla.

Rescate fuera asirse a la madejaque de tu pelo Ariadna blondo bañaso trepar por tus piernas rompeolas.

Cobijo halle quien te cerca y dejasu cuerpo nauta que tatuando arañasplacer en rabia y el deseo a solas.

Eros y Anteros (1976)

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LAS HILANDERAS

Ese bordado que las manos hilanpara tu cabezal,han puesto la inicial de tu nombre hacia abajoparaqueasíaldormirtesueñesenlosinfiernos.

Luego,bajoelembozocolocanlenguabífidalas brujas hilanderas.

Te salvó el cañamazo porque yo vigilaba,y puse las agujas bajo el agua bendita.

Solidutine (1994)

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LA HILANDERA EN ARRUIT

La hilandera-ariadnafuera más bien perdida en sus aprecios.

Tejía con la urdimbre sus vestidosde espesa lana aventa por sus patios.Los hilos la circundan como sierpes en cuerpos,y reptan bajo el palizal.

Tiene extraño sentidode la grey y la distancia,pues lo hilado la abarca envolviendo los campos;y allá, más del recinto,saleypiérdeseentierrasbajo el mastín, las cluecas que se empollan.Y escápase el cordel, por lindes del ejido donde se pierde el hilode su hilar;ojal y borbotones de lana encubiertabajo las haldas; que de tal manera,parece una preñez de vientre negro,améndelasdistancias,queessaberqueelalcorpor donde cazadores abaten,vaprendiéndosealhilodeesosmenesteresque unos llaman traición; otros, el tiro limpiodel hilar y el hilar sobre aquellos que pasan.

Fuegos de la memoria (1991)

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JOVENINDIA,ATAVIADACONSARI,BAILA UN SON DE OCCIDENTE

La perla por la frente ya es carbón,nunca joya.

Has de quemar el sándalo, pues varón se te acerca.Vuelve a tus latitudes y medita en la alfombra;hermoso paraíso fue la tierra que portas;ofrecetusdespojosysécarneenlaselva,nunca palafrenera de este reino de obsesosque jamás vio de cerca tus misterios hermosos.

Atentado celeste (1975)

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REGALO DE AMANTE

Hoy, mi dueña, he venido con un pocillo rubio de miel entre las manosdondegotealapúrpuradesualadoalimento.Quedo en hinojos cual mastín de tu hacienda,que guarda las ovejas y la puerta aposentapor donde va durmiendo tu doncella hermosura.Y pasas y te oreas en las jardineríascuando extramuros yazgo por si queda reparasque tanta sed me asedia y sólo necesitomis labios comulgantes con una sola gotade esa miel abejada que ha sido mi regalo.

Solitudine (1994)

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TAPICES

IV

Bajo el tapizmirábame el lebrel, y le sostuvesu altanería.

Quedose en el rosalpornosabersiesfuenteloqueaflora,olafloreselaguaquelavatussandalias.

Silbéalhalcón. Y me llegó a la alcándarayenlasiniestraloposé.Tantojardínenéxtasis:pájaros,búhos,gaceladosmármoles.

Ypétalos.Ypétalos.Ypétalos.

Secreto secretísimo (1990)

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OFELIA

El aire fue latiendo entre tus pasos,rociado fruto por tu mismo desnudo,hasta ceñir tu risa entre los hombresheridos por el sol en las estepas.

No conoces el Tiempo ni un rumor de vertientes,ni la luz olvidada en los derribosgimiendo en la semilla de ese quieto paisajeque destruyó tu sueño detenido en los astros.

La Mano quieta, oculta, de sangre congeladaen la frente deshace las venas del silencio,y esa oferta entregada: tu razón en la arena,olvidas en la noche donde tiemblan las aguas

No conoces el Tiempo, aunque ese tronco o Tierrapor tu voz de ceniza ruede hasta las raícesy esa luna del Norte sea un páramo amargodonde la Muerte hechiza a un Hamlet en los huecos.

Ya queda solamente Amor sobre tus parques,y en barandas de niebla de mi gozo,aquel dolor oculto de las horasfue cumpliendo tu nombre en mi camino.

Tu destino o demencia, mujer entre las brumas,ese antiguo deseo de un cielo generoso,es tu Amor recordado, que levemente llegacomo símbolo nuestro de dolor y ternura.

PrimertextopoéticopublicadoenlarevistaManantial, nº 2, 1949, p. 14.

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Melilla, 2010

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SALIVA, SANGRE Y CUERO

María Hermida CarroPuerto Real (Cádiz)

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SALIVA, SANGRE Y FUEGOMaría Hermida Carro

Victoria Klein fue una niña curiosa, de las que preguntan todo deloquesedancuenta,quenosabenyusanpalabrasdesignificadosdesconocidos sólo porque se las oyeron decir al abuelo. Tenía los ojos violetas de su madre, el carácter honesto de su padre y una luz interior semejante a la que se colaba por las ventanas de su gran casa, situada en la misma calle que la de sus tías y su primo Marco. Con Marco pasaba cada tarde del verano, paseando hasta el parque de siempre, correteando las palomas de siempre y luchando contra las mismas bromas pesadas de su otro primo, el pesado de Ricardito.

Pero un día, al comenzar su noveno verano, se topó con un hom-bre especial. De unos 70 años de edad, comidilla de las mentes aburri-das del barrio y viejo amigo de su abuelo, aunque ella jamás les hubiera visto intercambiar más de una mirada. A partir de su encuentro con Eduardo, que así se llamaba, ambos tomaron cierto gusto a pasar juntos las tardes en la casa del viejo, compartiendo recuerdos y enseñanzas, curiosidadeseintrigas.Aúnhoypiensoqueaquelancianoantañoin-cansable viajero, vio en ella el espíritu alegre, jovial y sencillo que qui-

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soparaél,mientrasqueVictoriaencontróenEduardofuenteinagotablede historias y explicaciones a sus impertinentes cuestiones. Digamos que, ocurriese lo que ocurriese, cada tarde Victoria corría hasta la casa de Eduardo, que en nada se diferenciaba de las del resto de jubilados del mundo salvo por su inmensa pared de fotografías enmarcadas, su viejo tocadiscos colocado junto al balcón y los cientos de cuadernos manus-critos que compartían estantes con los libros que le habían acompañado a lo largo del viaje de su vida.

Cada tarde la pequeña entraba, se subía a una silla mientras Eduardo se sentaba en la butaca cerca del tocadiscos que encendía junto alapuertaabiertadelbalcón,consiguiendoquelamúsicareverberaraen cada piedra de la calle y haciendo malabarismos para mantener el equilibrio en la silla de madera, escogía una foto de las casi 150 que adornaban la pared del salón. Saltaba desde la precaria estabilidad de la silla, ponía la foto en la falda del caballero jubilado (quien se colo-caba sus gafas de cerca) y se sentaba en el taburete que, con el paso del tiempo,firmaríacomosuyo.Undíadeesos,nomásespecialquecual-quier otro de los que componían el verano, no menos remarcable que cualquier comienzo de relato, Victoria corrió como cada tarde hasta su casa. Llamó a la puerta de madera desgastada y Eduardo le abrió con la sonrisa de siempre. Ambos subieron las escaleras hasta el salón, donde, sinmediarpalabra,iniciabansuceremonia.Tercerafila,cuartaporlaizquierda. La foto que tocaba aquel día. En ella se podía ver a un Eduar-do joven y sonriente, y a su lado una chica que rondaría la misma edad queél,decabellorojizo,faccionesafiladasyojosbrillantes.Brillantes,pero con un deje oscuro. Victoria descolgó la foto con cuidado, saltó de la silla y se la puso en la falda, como la costumbre requería. Cuando se sentó en su taburete, esperó impaciente a que Eduardo levantara la vistadelafotografía.Alverqueéstetardabamásdeloacostumbrado,la curiosidad que la caracterizaba violó la tranquilidad casi religiosa del salón.

–¿Quién es, Eduardo? –esbozó su sonrisa de despreocupación,

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comoquiennoquiererealmentesaberaquiénpertenecióelrostrofo-tografiado.

–Hum…Buenaelecciónésta,muchacha–sellevólamanohuesu-da a las sienes y comenzó a hablar. –Hoy me toca hablarte de Amaeda… ¿Laves?Ladamaescarlata,comoyolallamaba.Lalibélulapelirroja,laúltimagranamazonaqueyoconocí.Erainmensa,tangrandequenoencajabaenningúnsitio.Ycuandoseasmayorentenderásloquepuedellegaradolernoencajarenningúnsitio–miróalosojitosinocentesdeVictoria, grandes como platos. Intrigada, claro. Eduardo rió por lo bajo ante la imagen.

–De acuerdo –sonrió– Veamos, por dónde empiezo… Amaeda olía a noche, a lluvia y a gritos. Su piel pálida y sus ojos

verdes contrastaban con el pelirrojo de su pelo y el oscuro de su entraña. Era presa del dolor, dolor que la consumía por dentro. Oscuridad que se tragaba toda luz, todas las esperanzas que nunca llegó a albergar por la vida. Aunque eso no lo supo hasta que la conocí muy cerca. El verano que subí a la ciudad donde ella vivía, buscaba frío y un escondite para las malas sensaciones que me perseguían por estas tierras. Así que partí con poco en los bolsillos, poco en la maleta, pero muchas ganas en el corazónydispuestoadescubrirotrasformasdesentirydecreer.Toméuntrenyendosdíasmeencontréallí,enlafríaysoleadaVitores,apo-cosdíasdecelebrarlasfiestaspatronales.Sinconoceranadie,mesentéenuncaféareposardelviajeyaobservarcómolasgentesdelpueblohacían vida diaria en una de sus avenidas más transitadas. Y divagan-do y repasando los detalles de aquella ciudad noble y aristócrata, la vi sentadaenunadelasmesasdelcafé,algoalejadadedondeyoestaba.Quedéextasiadoporsucabelleracolorsangre,susvestidurasoscurasy, quizás por encima de todo, por el tremendo sosiego que otorgaba a ese su tramo particular de la calle. Parecía como si el tiempo se parase en torno a ella, y sus ojos atravesaran piel y entrañas de cada uno de los que, despistados, no les prohibíamos el paso a nuestras más míseras intimidades.

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Paracuandomisojosdieronconlossuyos,metopéconqueellaya me había estado mirando sin yo saberlo. Intimidado por su presen-cia,agachélavistaesbozandounatímidasonrisaque,paramisorpre-sa, ella me devolvió. Acto seguido se levantó, con la sutileza que más adelante yo siempre evocaría nada más recordarla. Se sentó a mi lado como si me hubiera estado esperando, y hablamos. Hablamos hasta la extenuación de mi pueblo, de su ciudad, de nuestras manías, de nuestras preferencias, nuestra vida y nuestra historia. Hablamos hasta el atarde-cer, cuando me propuso que dejara mi maleta en su casa y me dejara guiar por ella. Que me enseñaría la ciudad, una Vitores que sólo ella co-nocía iluminada por las gentes de la noche. Superado por la asombrosa capacidadqueellateníaparamantenerelcontrolsobretodo,aceptésinrecapacitar demasiado. Dejamos mis cosas en el recibidor de su piso y salimosconelénfasisdequienesestabandispuestosadevorarlascallesde esa ciudad fría y quieta. Arropados por el calor de los que pasaban como nosotros la noche tirados por las aceras, el alcohol y la alegría de lavísperadelasfiestaspatronalesregaronnuestroscorazonesy,manoa mano, viví con Amaeda un sueño con los ojos abiertos. Hoy mis-mo,sigosinpoderrecordarelnúmeroexactodevecesquearriesgamosnuestro joven pellejo. Cuando un borracho se burló de mala manera de su vestido y ella le escupió en la cara, cuando la riña de un bar estalló casisindarnostiempoasalir,cuandolamúsicanoscegóyelritmoseadueñódenuestrosmúsculosyhuesos,dejandoatrásdolorycansan-cio. Atrás, o al menos hasta que se acabaron los bailes. La semana que estuveallí lapasamosdefiestaenfiesta,envueltosenrisasyeuforiapopular, el pueblo en celebración y los buenos momentos acompañados de relatos, poemas, el sonido de la vieja máquina de escribir de Amaeda despertándome cada mañana. Escribía como los dioses aquella mujer.

Ylalocurapasajerayeldesenfrenoveíansufincadanocheen-tre las sábanas de Amaeda… –de repente, Eduardo levantó la vista del marco arañado que antaño soportó alguna que otra capa de barniz y recordó que hablaba con una niña de nueve años, y no se sentía con el

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derecho de desvelarle las maravillas que un par de sábanas y una noche memorable podrían albergar. –Victoria…

–¿Qué?–¿Sabesquiéneseranlasamazonas?–No.¿Quiéneseran?–Era una tribu de mujeres que vivían en la antigua Grecia, que

montaban a caballo, luchaban y gritaban muy fuerte para intimidar a sus enemigos.Eranguerrerasyensuspobladosnovivíaningúnhombre.¿SabesporquétehedichoqueAmaedaeraunagranamazona?

–No.¿Porqué?–Pues verás… Ella era así. Fuerte, valiente, segura… Y a la vez

tenía muchísimo miedo. Y las personas con más miedo, cuando consi-guen enfrentarse a la vida cara a cara, queda demostrado que son las más valientes.

–¿Ydequéteníamiedo,Eduardo?–Pues… –hacía tiempo que nadie le hacía esa pregunta. El mismo

tiempo que no hablaba de ella, pensó. –Tenía miedo de enamorarse y de que le doliese demasiado. Miedo porque ya le habían hecho daño mucho antes y no quería volver a pasar por lo mismo de nuevo. Por eso, Victoria, si ella estuviese aquí, te diría que nunca te dejes llevar por el miedo. Que fueras más grande que todos tus temores, y lucharas por lo que quisieras.

–Entiendo… ¿Crees que yo puedo ser fuerte?–Loeres,pequeña.Loerescasitantocomoella.Aunqueaúnno

lo sepas. –los cansados y azules ojos de Eduardo se humedecieron, y rápidamente sacó un pañuelo de su bolsillo para sonarse la nariz. El silenciosehizoenlahabitación,aunquelamúsicavolvieseaentrardela calle para besar cada mueble y cada trozo de papel. Victoria miraba a Eduardo, al joven de la foto y al viejo de la butaca. Y mirando a la joven Amaeda, se le ocurrió una nueva pregunta.

–¿Eduardo?...–¿Sí?

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–¿Quépasóconella?–Oh,cierto…Despuésdeaquellasemanatuvequevolveraquí

con mi familia. Las cosas no iban demasiado bien. Aun así le escribía mucho, y ella me devolvía las cartas con mayor o menor regularidad. No era muy buena para aquello en lo que la constancia era requerida. Pero en los meses siguientes a mi vuelta volví a visitarla y ella vino aquí másdeunavez,hastaqueundíatodoterminó.Paséañossinoír,sinsaberabsolutamentenadadesuexistencia.Claroquenomepreocupé,sabía que estuviera donde estuviese, se cuidaría muy bien sola. Puede queesemismopensamientolotuviéramostodoslosquecallamosynosapartamos de su lado. Y fuimos nosotros los que la condenamos.

Un día recibí una carta de su hermana. Decía que Amaeda había preguntado por mí y si podría ir a visitarla. En un primer momento no comprendí del todo bien las razones que me dio para ella, pero acudí nervioso el día y la hora que se me indicó. Se me citó en una casa que yo no conocía, supongo que pertenecía a su hermana. Estaba en el cen-tro histórico de Vitores, y poseía el aire gastado y oscuro de las viejas mansiones. Mientras subía por la estrecha escalera de piedra, hacía por memorizar cada roce por el pasamanos, cada palmo de pared blanqueci-na.Losnerviosmeindujeronhaciaunsuaveyplacenterotrance.Entréprecedido por su hermana de gesto solemne, y pasé directamente alsalón.Endécimasdesegundosidentifiquésuolor,mezcladoconotroaroble y violetas. La luz de la chimenea no bastaba para, a simple vista, distinguirlaentrelaoscuridaddelsalón.Oscuridadquesefiltrabaporcadaventanadesdelacalle.Alfinal,mispupilasseadaptaronylaen-contré.Agazapadabajounamanta,encimadeunagranbutaca,conelpelo largo y más granate que nunca. Oí a su hermana susurrarme. “Está leyendo de nuevo a Nothomb. Seguro que lo sabías, su libro favorito… Quizás lo único bueno de todo esto es que puede disfrutarlo una y otra vez…” Se dio media vuelta y me dejó solo. Con ella. Entonces pareció darsecuentadequeyoestabaallí,ymeclavósuenérgicamiradaacei-tunada. Las lágrimas me ahogaron inesperadamente, como si estuvieran

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apresando con una garra de acero el corazón, e hice todo lo posible por disimularlas. Su gesto cambió y parecía preocupada, se levantó tan es-belta como yo la solía recordar y me tomó en sus brazos maternalmente. “¿Qué te pasa, eh? No estés triste, seguro que no es nada. Ven, siéntate y me lo cuentas. ¿Cómo te llamas?” De repente, su cercanía me abra-sabalapiel.Algosemerompiódentrodelpechoymealejédeella.Nopodíaser.Allíestaba,depiefrenteamí,talycomoladejé.Nadahabíaactuado sobre ella, el tiempo no había pasado más que para mí. Y no sabíaquiénerayo.Losentíensumirada.

Eduardo paró para tomar aire y enjugarse torpemente las lágrimas con el pañuelo. Victoria no acababa de entender lo que le había pasado aAmaeda,asíquepreguntósinpensárselodosveces.–¿Quélepasaba?¿Porquénoteconocía?–Silencio.

–¿Cómo explicarte?... –Eduardo dudaba– Amaeda tenía… Es igual–elviejosabíaquelapequeñaaúnnonecesitabasaberlo–Elpro-blema era que lo olvidaba todo poco a poco. Todos sus recuerdos des-aparecían sin más, sin que se diera cuenta. De repente un día, no reco-nocíanisupropioreflejo.

–Entonces… ¿Por eso te preguntó tu nombre?–Exacto,Victoria.Cuandomeapartédesuindiferenteabrazo,su

hermana regresó a aquel oscuro salón.“¡Por la Virgen santísima, Mariela! ¿Qué demonios está pasan-

do?” Ella, agitada, me sacó de la habitación a rastras. En mitad del pasillo esperóaqueyomecalmara, aunqueaún seguía sin entenderquédemonioslepasabaaAmaeda.“A ver, ¿tú qué crees? Por eso era importante que vinieras. Le queda poco tiempo, cada día va a peor. Y una tarde, como si tal cosa, pasa de no saber quién soy yo a preguntar por ti. Si de verdad te importó en algún momento, entra ahí. Aprende a conocerla de nuevo, por mucho que te duela que no te recuerde. Sé que te necesita, aunque sólo ella supiera en su momento por qué.” Sus palabras eran duras, pero leía en sus facciones la preocupación que la llevabaacomportarseasí.Callé, laapartésuavementedemicamino

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yentrédenuevoenelsalón.Elrestodelatardetranscurriósinaltera-ciones, cualquiera diría que fue una tarde alegre y cálida. Volvíamos a conocernos,comolaprimeravez.Cuandomelevantéparamarcharme,antesdetraspasarelquiciodelapuerta,ellamellamóporúltimavez.“¡Eduardo!” Giré la cabeza. “¿Sí?” “Me alegro de haberte conocido. Algo me dice que seremos muy buenos amigos.” Y sin más, volvió a es-cabullirse debajo de aquella manta. Nada había cambiado, seguía presa. Huidiza, aparentemente estable. Ni el olvido puede cambiar un carácter forjado durante años. Salí a la calle con la terrible convicción arraigada en cada latido y en cada lágrima de que no volvería a verla así, serena y completa. Simplemente, sabía que no volvería a verla.

Pocodespuésllególacarta.Suhermanavolvióaescribirmeparadarmelapeornoticia.Olamejor,quiénsabe.Ysóloentoncesviverda-deramente clara la tremenda ironía que el destino habría de tener guar-dada para nosotros. Amaeda era casi atemporal. Nació pura e inmensa y el mundo se la tragó. Sabía cultivar las palabras, elegirlas y hacerlas afiladascomodagasopomposascomoflores.Sabíahacertesentirúnicoeinimitable,ysabíaconvertirseentuúnicopensamientocadamañanay cada noche. Quiso ser inmortal, quiso ser un recuerdo imborrable, y el olvido la absorbió desde dentro, como una supernova de oscuridad. Su caballo de Troya, su propio talón de Aquiles. Portadora de su más temida maldición, se consumió en recuerdos para no ser olvidada…

Eduardo paró y Victoria supo que no podría continuar. Así que la pequeña saltó desde la cima de su taburete, asió con cuidado la foto enmarcadayladevolvióasualcayataenlapared.Tercerafila,cuartapor la izquierda.SeacercódenuevoaEduardoy lebesó lashúme-das y arrugadas mejillas, con esos labios melosos e inocentes que sólo los más pequeños utilizan con total sinceridad. –Nos veremos mañana, Eduardo. Duerme bien y ten cuidado con los duendes de las pesadi-llas. Mi mamá dice que no hay que dejarles acercarse. –pasó sus cortos brazos por el cuello de Eduardo, apretó y se alejó hacia la puerta. Pero justoantesdesalir,comohubierahechaélmismoenlahistoriaquele

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acababadecontar,lapequeñasediolavueltahizolaúltimapreguntade la tarde.

–¿La querías mucho, verdad?Eduardo abrió los ojos ante la pregunta que nadie había tenido el

detalle de formular jamás. –Yo… Yo la amaba –tragó saliva–. Pero ella estaba comprometida antes con el dolor. Y Victoria… Hay veces que, por evitar un daño mayor, es mejor dejar las cosas como están. Aunque sepas que todo acabará mal.

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RELOJES DE ARENA

Mª del Carmen Ortuño CostelaGranada

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RELOJES DE ARENAMª del Carmen Ortuño Costela

Caminaba tan lentamente como el acuciante dolor de su rodilla le dejaba, saboreando el salitre del viento como un beso furtivo en los labios.Labrisaleenvolvíaporcompletoy,cogiéndolelamanosuave-menteperoconfirmeza,leayudabaadarunpaso,yotro,yotro…

Nunca le dejaba solo. Ni tan siquiera en aquellos momentos gri-ses llenos de tristeza y melancolía en los que se desesperaba buscando sin remedio aquello que nunca había encontrado…

Hacía tiempo que su cabello se había teñido del color del cielo en un día de lluvia, quizá porque ya no aguantaba más la oscuridad de la noche que le envolvía, o quizá porque el tiempo pesa tanto sobre los hombros que no puede esperar a envejecer todo lo que encuentra en su camino. Su cara era un mar turbio lleno de surcos que relataban en silenciohistoriastanantiguasquenadieteníaeltiemposuficienteparapararseaescucharlas,demodoquesemarchitabanymoríanentreeflu-vios de recuerdos que dolían de solo pensar en ellos.

Caminabadespacio.Legustabasentircómoelvientoledesafiabaacorrermásrápidoqueél,aelevarselentamentehaciaelatardecersinmiedo a perderse en un bosque de desesperanza o desilusión. Sus pasos, aunqueantes imprimíanfuerzayconfianzaallápordonde iban,eran

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ahora tan leves y ligeros que dibujaban un tenue camino en la arena. Peroahoraesoaéllegustaba.Preferíaolvidarelpasado,aquellosme-ses de días grises encerrado en paredes que olían a oscuridad y a noche cerrada, con tintes de máquinas que le devolvían la vida a cambio de un preciodemasiadoalto,queélnoqueríapagar…

Por suerte, todo eso ya había pasado, y ahora tan sólo era un re-cuerdoqueélconservabaabuenrecaudoenelolvido.

El sol huía de la noche, tan rápido como su estela de luz incandes-cente le permitía, aunque se mostraba receloso a abandonar el mundo y su bullicio. Él odiaba la oscuridad, su silencio atenazante y amenaza-dor,sumiradaimpertérritaqueparecíaconocerhastaaquellosrinconesdesualmaqueinclusoélignoraba,yaquelalientoheladoquelesusu-rrabadulcescancionesdecunaaloídocuandoélnitansiquieraqueríadormir…

Elaguaheladadeunaolalemordiósinpiedadlapiel,devolvién-dole a la cruda realidad. La espuma jugueteó antes de morir en la arena, absorbida por un destino rutinario que no podía esquivar por más que quisiera.

Sus ojos se entornaron en una línea paralela al horizonte, mientras oteaba el ocaso que se difuminaba entre nubes de algodón deshechas en jironesdelágrimasdesal.Muchasvecessehabíapreguntadoporquélohacía,porquécadacrepúsculobajabaalmarensilencio,paseabadescalzo por el oro de la playa y volvía pensativo y sin decir palabra a nadie, caminando bajo un día que se escurría sin remedio entre los dedos de su nuevo anochecer.

Quizá porque sabía que la arena de su reloj se agotaba, y que los últimosgranoscaíansincontrolaunabismoenelqueel tiemponoperdonaba nada…

O quizá porque los cantos de sirena del mar le atraían con una fuerza imposible de vencer…

Su teoría más acertada era que amaba demasiado la vida. Amaba cada segundo, quizá porque una vez estuvo a punto de perderlos todos

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en una de esas esquinas del camino que nunca esperas encontrar. Sabía cuánto valían, y por eso amaba cada momento con tanta intensidad. Disfrutaba de las pequeñas cosas que le regalaba la vida sin esperar nada a cambio…

De ese rayo de sol que se escapa con ternura del alba y le acaricia-ba el rostro surcado de años cada mañana cuando regresaba del mundo de los sueños…de esa gota de lluvia que le empapaba la cara en mitad de una tormenta y le dejaba un sendero de agua furtiva en el alma…

O de esas serenatas que entonaba el mar cada día a esa hora en que los amores son de color de plata y el cielo se vuelve cándido como un rubor dorado, mientras la luz iridiscente juega en un cielo olvidado y demasiado oscuro…

Loúnicoquelamentabaeranohabersedadocuentaantesdetodoeso. Había necesitado vivir a merced del tiempo con heridas en el cuer-poyenelalma,deésasquenosepuedencurarperoqueestánahí,parapercatarsedequéhabíahechoconsuvida.

Había necesitado vivir con las agujas que le devolvían a la rea-lidad con un dolor lacerante para darse cuenta de que quería seguir en el mundo, de que amaba el viento que golpeaba su ventana en los días en que las hojas morían sin remedio, y que amaba tanto los días fríos de esa estación helada que no quería dejarlos atrás eternamente y para siempre…

“Bueno”, se decía, “mejor tarde que nunca.”Y tenía razón.Siempre había sentido que la vida corría unos metros por delante

deél,yque,cuandoparecíaqueestabamáscercaquenuncadealcan-zarla, doblaba el recodo en el camino y la perdía de vista de nuevo. En cambio, ahora sabía que caminaba junto a ella. Veía sus huellas junto a las suyas, y ambas eran desdibujadas a la vez por las corrientes efímeras del tiempo…

Y ya no la dejaría escapar jamás.Sabía que terminaría su sendero con ella, a su lado, y que ambos

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volarían juntos y sin remedio a ese lugar que nadie conoce, lejos, muy lejos, donde nadie, ni tan siquiera la brisa de primavera ni la luz evanes-centesobreelmarcerúleopudieranalcanzarles…

Elsolllamósuatención.Eralahoradelocaso,aquéllaenlaqueaélleencantabavercómosusrayosbuceabanenelmarhastaahogarseen sus propios destellos dorados para, al alba, volver a resucitar de sus cenizascomounfénixdealasáureasqueseelevabademasiadoaltoenelfirmamento.

Dejóqueeltiemposefundieraenelcrepúsculo,derritiéndoseenel reloj de esos momentos, y guardó con premura en su memoria aquel nuevo día bajo la llave escondida del olvido, grabándolo a fuego en su piel y tatuándolo en el alma con la tinta eterna de su felicidad.

Volvió sobre sus pasos, imprimiendo de nuevo con fuerza su hue-lla en la arena.

Sabíaqueaúnveríamuchosocasosantesdelanochecer…Sonrió.Ylavidasonriójuntoaél,dandolavueltaasurelojdearenay

dejando caer de nuevo el tiempo con lentitud hacia un nuevo día lleno deaurorasyatardeceres,deesospequeñosmomentosetéreosderubíesy esmeraldas.

Él caminó despacio, alejándose, con la tranquilidad de saber que tenía toda la eternidad que da el tiempo encerrado en el cristal de un relojdearenaparasísolo,ydejandoatrásuncrepúsculodoradodeunsolsoñoliento,esparcíasusultimasgotasdeluzporunmarinfinito.

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SNOW BODIES

Ana Repullo SánchezCórdoba

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SNOW BODIESAna Repullo Sánchez

La luna era roja y mi inconformidad le buscaba.En las manos sostenía sus labiosde cristales de espejo, mandrágora y dardos.Una pesadilla de cruel perfecciónqueproducíaelvértigoalmirarlealosojos,como dos hojas de otoño que crujeno dos volcanes o dos ciclones.Ahora cerrados, tan cerrados,bajo el sauce, su cuerpo al abandonoen profundo sueño aguardaba.Yo por no despertarle tampoco despertabademicatarsisinfinita,fuegoinsanoy ni arañándome las cuencas jamás podríaarrancar la ilusoria imagen que me hacía girar.Éleraunafiguraquedesprendíahielocuando la noche apestaba a podredumbreysualientodecafétancercademirostrose volvía hai-ku.Olvidábamos nuestras gestas y las espadas,el egoísmo, las quimeras y las palabras atravesadas(el maldito duende invisible que se metía en el pecho,se atragantaba su nudo en la gargantay por los ojos pretendía brotar.Maldito siempre.)

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Allá van, las estaciones grises, el vacío entre los dosy los gritos para sobresalir hablando.Allá van el dolor de cabeza y las batallaspordecidirconquéamigosiríamosmañana.Allá van y se pierden, junto con el duende maldito,al país perdido para no regresar.Ahorasomosdoscuerposgélidossobrelanieve,dos labios rojos que se muerden.Desnudos y en uno para siempre,snow bodies.

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ADIÓSPedro Javier Bueno Ruiz

Melilla

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ADIÓSPedro Javier Bueno Ruiz

Los ojos de Pandora me mirarontransmitiendo así vana esperanza,noche bohemia y sin holganza,las grandes pitonisas no fallaron.

Decían: sin amada, despojado,sin sentido entre los brazos de la nada,quedaría en el olvido, olvidada,lo que fue en tiempos sino y hado.

Nada me queda ahora que no estás,nada tengo, nada soy, yo sin ti,pues mi alma estuvo a tu presencia atada.

Atada, presa, esclavizada a míera un leve soplo que embriagabaa todas las diosas que hay en ti.

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Como cada año, la Semana Literaria dedicada a nuestro poeta melillense se nutrió de interesantes actividades organizadas a partir de la temáticas “Mujeres fer-nandianas: mujeres en la literatura”. Así, el centro pudo disfrutar de la exposición “Mujeres fernandianas”, basada en la selección de textos que se encuentra en esta publicación.

Asimismo, la poeta y profesora Rocío García Linares compartió con el alum-nado del centro sus versos y ofreció una charla en la que se analizaban las posibilida-des que ofrecen las nuevas tecnologías (blogs, foros, páginas web) para la difusión y lacreaciónpoéticas.

Además,ycomovienehaciéndosedesdehaceunosaños,lacomunidadeduca-tiva se complació en asistir a la interpretación de canciones del alumnado de Armando Pelayo, así como a la dramatización del profesorado de las profesoras Mª Carmen Ruiz y Mª Carmen Ferrón. Las profesoras del Departamento de Lengua Castellana y Literatura, junto con la profesora de Audición y Lenguaje, Encarnación Díez Sánchez, llevaron a cabo una serie de actividades con los alumnos de 1º y 2º de ESO. Dichas actividades, que giraron en torno al tema de la mujer, consistieron en una breve sínte-sis del papel de la misma desde la antigüedad hasta nuestros días y una presentación demujerescuyalaborhasidoreconocidaendiferentescampos:científico,filosófico,artístico, deportivo... Además de ello, los alumnos interpretaron una serie de poemas musicados, realizaron la coreografía de una canción y representaron un mimo abogan-do por la igualdad de la mujer en la sociedad actual.

PROGRAMA DE ACTUACIONES

• ADÁN Y EVA• Poema: NO QUIERO de Ángela Figueroa • HISTORIAS DE MUJERES • Poema: LIBRE TE QUIERO de Agustín García Calvo• Poema TE QUIERO de Mario Benedetti • GLORIA FUERTES: AUTOBIOGRAFÍA• Mimo: MUJER• Canción: MÁS MUJER de Marta Sánchez y Malú

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RELACIÓNDEALUMNOSQUE PARTICIPARON EN ESTAS ACTIVIDADES:

1º A:•KauzarAbdelkaderMohamed•AnaIsabelEstebanMartínez•LauraLópezUtrera•LidiaRamírezSánchez• JulioSalomCoveñas•YasminaTaharMohamed

1º B:•DinaAtrariEmbark•AhlamFikriDrisHamed•SheilaMimonHamed•DinaMohamedAakcha•MªJoséRodríguezPérez•MªLuisaZamudioMerchán

1º C•SoniaIbáñezArmili•CristianMartínGonzález•MªJoséMeanaCerrato•AtilanoMíguelesRuiz

2º C•DaniaAhmedMohand•AlejandroAzaustreMonfillo•MarwaChafchaouniMohamed•SafaChafchaouniMohamed•MªVictoriaGonzálezAguilera•CarolinaMartínCano•DianaMizzianElMakrani

2ªD•MinervaCalvoSalvador•ÁlvaroCanoDíaz•MªJoséCastilloHerrera•AitorHadduVico•ManalRatbi

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Fotografías tomadas por Miguel Fernández, alumno del IES Miguel Fernández

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Como cada año, la semana dedicada a Miguel Fernández se convierte en una jornada de convivencia entre los diversos miembros de la comunidad educativa

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El Director del IES Miguel Fernández, don José Manuel Calzado, inaugurando el acto y agradeciendo a los asistentes su presencia

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Cristina Hernández González y Juan Ángel Berbel Galera, coordinadora y presentador del XVI Premio Internacional “Miguel Fernández”

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El alumnado del centro recitó diversos poemas de Miguel Fernández seleccionados este año bajo la temática “Mujeres fernandianas”

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El alumnado de Armando Pelayo, como en años anteriores, amenizó el acto con su interpretación musical

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Dolores Bartolomé haciendo entrega del Segundo Premio de Poesía a Pedro Bueno Ruiz

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Pedro Bueno Ruiz, ganador del Segundo Premio de Poesía y alumno del IES Miguel Fernández, compartió con los asistentes su hermoso soneto titulado “Adiós”

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Marisol Galán se encargó de la interpretación por parte de su alumnado del himno del IES Miguel Fernández mientras se realizaba la ofrenda floral.

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El momento de la ofrenda floral, a cargo de dos alumnas del centro, en la escultura realizada por el artista y profesor Jesús García-Ligero

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MIGUEL FERNÁNDEZRealizado por el profesor y escultor Jesús García-Ligero

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INTRODUCCIÓN JoséManuelCalzadoPuertas .......................................................................... 5

MUJERESFERNANDIANAS Cristina Hernández González ......................................................................... 7

MUJERESFERNANDIANAS.POEMASSELECCIONADOS......................... 11

XVI PREMIO INTERNACIONAL DE POESÍA Y NARRATIVA MIGUEL FERNÁNDEZ ...................................................................................... 31 Saliva, sangre y cuero (Primer Premio de Narrativa) María Hermida Carro ............................................................................... 33 Relojes de arena (Segundo Premio de Narrativa) Mª del Carmen Ortuño Costela ................................................................. 45 Snow Bodies (Primer Premio de Poesía) Ana Repullo Sánchez ................................................................................. 51 Adiós (Segundo Premio de Poesía) Pedro Bueno Ruiz ...................................................................................... 55

ACTIVIDADES PROGRAMADAS PARA LA SEMANA LITERARIA DEL XVI PREMIO INTERNACIONAL ............................................................. 59

IMÁGENES PARA EL ENCUENTRO ................................................................ 63

Índice

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