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XIV PREGÓN DEL CARGADOR a la Semana Santa de San Fernando Organizado por la Asociación "Jóvenes Cargadores Cofrades" J.C.C. bajo el lema "cuando el Cargador se hace pregonero o el Pregonero cargador" a cargo de D. José Martín Pérez Jiménez pronunciado en el Salón de Actos del Colegio de las Hermanas Carmelitas de la Caridad SAN FERNANDO 07 de marzo de 2001 Sábado de Pasión

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bajo el lema "cuando el Cargador se hace pregonero o el Pregonero cargador" pronunciado en el Salón de Actos del Colegio de las Hermanas Carmelitas de la Caridad SAN FERNANDO 07 de marzo de 2001 Sábado de Pasión a cargo de D. José Martín Pérez Jiménez

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XIV PREGÓN DEL CARGADOR

a la Semana Santa de San Fernando

Organizado por la Asociación "Jóvenes Cargadores Cofrades"

J.C.C.

bajo el lema "cuando el Cargador se hace pregonero o el Pregonero

cargador"

a cargo de

D. José Martín Pérez Jiménez

pronunciado en el Salón de Actos del

Colegio de las Hermanas Carmelitas de la Caridad

SAN FERNANDO

07 de marzo de 2001 Sábado de Pasión

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XIV PREGÓN DEL CARGADOR

A la Semana Santa de San Fernando

José Martín Pérez Jiménez

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PRESENTACIÓN DEL PREGONERO a cargo de

D. Juan José Castiñeiras Bustillo Excelentísimo e Ilustrísimo Señor Alcalde, Dignísimas Autoridades Municipales,

Señor Presidente del Consejo Local de Hermandades, Señores Hermanos Mayores y Miembros de las Juntas de Gobierno de nuestras Cofradías, Representaciones de otras Asociaciones y Entidades de la Ciudad, Señor Presidente y Junta Rectora de la Asociación de Jóvenes Cargadores Cofrades, Cargadores, Señoras y Señores, amigos todos:

Cuando se trata de presentar en algún tipo de acto a alguien al que tienes por

amigo es una tarea difícil puesto que esa amistad puede caer en las mas pesadas de las repeticiones y alabanzas. Cuando se trata de presentar a alguien al que consideras un hermano, como es el caso, la cosa se complica pues caes directamente en la pedantería ya que las palabras bullen con velocidad halagando sus virtudes y bondades e intentando en cinco minutos hacer llegar al publico que abarrota la sala toda una vida llena de vivencias singulares de un inquieto joven de veintinueve años... Pero cuando se presenta a un hermano y éste a la vez es una de las personas más conocidas y queridas en el ambiente cofrade isleño, ¿qué se puede decir?

Hablar de José Martín Pérez Jiménez, es hablar de noches de radio con aroma a

incienso, de artículos cofrades en el San Fernando Información, de noches en la imprenta de Kiko ultimando boletines, de tardes de almacén limpiado plata, de hermandades, de itinerarios y tertulias, y como no, de cargas de Cristos y Vírgenes por las calles de La Isla.

Hablar de Martín, es hablar del mundo cofrade y joven, de generación

comprometida con sus convicciones, de trabajo, de colaboraciones en actos benéficos, de pregones, de exaltaciones, de presentaciones de conciertos y carteles... Hablar de Martín es hablar de compromiso.

Cañaílla de pro y de convicción, cofrade y mariano de nacimiento, rociero de

adopción, cargador de voluntad inquebrantable, comunicador por excelencia, reflexionador y contertulio empedernido y trabajador constante. Esos son rasgos de Martín.

Criado cofrademente hablando en la hermandad de su barrio, con el

Prendimiento, comienza a encenderse en el la llama que nunca ha dejado de arder, la llama que marcará su futuro mas inmediato perteneciendo al grupo joven de dicha hermandad. Pronto descubrirá en el almacén de la cofradía del parque dos facetas nuevas: el amor por sus titulares y el amor por la que al cabo de los años será su esposa. Desde su pertenencia a este grupo joven va ir naciendo el “Martín” que todos conocemos, trabajador y constante, entregado y derrochador de ilusiones.

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Debido a su vitalidad, simultanea sus estudios de empresariales con colaboraciones en la prensa local tanto escrita como hablada siendo allí, en el programa “El Respiradero” donde nace un interés nuevo por una faceta de nuestra Semana Santa. El mundo de la carga comienza a fascinarle y a descubrir una nueva visión de vivir nuestra Semana Mayor. En ese mismo instante decide apuntarse a la J.C.C. quedando embelesado por el olor a madera, almohadas sudadas y caídas al viento de La Isla como otro forma de cantar y pregonar a nuestros titulares.

Comenzará su devenir como cargador en las frías lozas de la Pastora portando

con orgullo a Jesús del Ecce-Homo. Desde allí cruzaría media Isla buscando el puente de la Casería con su almohada bajo el brazo para portar al señor crucificado del Perdón. Hace ya diez años de eso. ¡Cómo ha pasado el tiempo mi querido amigo!. ¿y parace tan cerca? ¿recuerdas cuando entramos en esta bendita Asociación y todo nos quedaba tan lejos?

Identificado al cien por cien con este mundo, comprende que su labor no debe terminar bajo las andas y se convierte en colaborador habitual de las sucesivas juntas que llevaran las riendas de la J.C.C.. En este último tramo, es Secretario de la actual formalizando la joven imagen de una generación comprometida que empuja y que demuestra que las tradiciones, los valores éticos y morales no se pierden sino que se continúan con el tiempo y se transmiten de generación en generación.

Compañero de fatiga en los palos, también lo es de mi trabajo, y tanto en uno

como en otro siempre he ido aprendiendo de él sobre la mesura y tranquilidad de las que muchas veces me considero bastante falto. Martín tiene esa rara habilidad de los cargadores de bodega: callado, sumiso, pero siempre esta ahí donde verdaderamente se le necesita para poner una palabra de aliento o un gesto de calma. No se le puede negar la madurez en sus actos y la confianza que las personas ponen en él con la convicción que no le va a fallar.

Con veintinueve años ha tenido la responsabilidad y el orgullo, por destacar

alguno, de ser pregonero de la juventud cofrade y pregonero de la Virgen del Buen Fin. Dos actos que brillaron por el mimo con el que realizó el trabajo y en los que demostró ser un gran orador conectando inmediatamente con el público. Hoy estoy seguro, que es un día muy especial para él. El amor y la dedicación que pone en esta Asociación se le recompensa de esta forma: deja tu faja de cargador por unos instantes y cámbiala por tu pluma; deja tus cuerdas y almohadas para mañana y coge un folio en blanco; y comienza “la trepá” que será el atril tus andas, para que proclames a los a cuatro vientos que “cargar es un orgullo, un premio para los que nos gusta la Semana Santa” que nos demuestres tu juventud- por espíritu y edad, que eres cargador- por devoción y pasión, y cofrade- por vida y dedicación.

No os canso mas, con ustedes, mi amigo y hermano, José Martín Pérez Jiménez.

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XIX PREGÓN DEL CARGADOR a cargo de

D. José Martín Pérez Jiménez Las andas deseosas de ser puestas en carrera. De ángeles, una cuadrilla de

ángeles tañen campanas por doquier. Es Domingo de Ramos. Revolotean campanas, las dos torres de la Iglesia Mayor otean el horizonte. Las gemelas torres de la Iglesia Mayor despiertan uno a uno, a primera hora de la mañana, los campanarios de templos, conventos y capillas. Es Domingo de Ramos. La brisa de la mañana se impregna del olor a incienso y azahar. Doradas palmas y verdes matas de olivo ansían la bendición. Doradas palmas y verdes matas de olivo ansían invadir La Isla... y las andas deseosas de ser puestas en carrera.

Sobre la cama un pantalón y una camisa planchada mejor que nunca. Una negra

faja cuelga de la percha, no deja escapar una sola arruga porque quiere mantener vivas las arrugas del tiempo. La armohá, blanca y radiante. La armohá sabe que en pocas horas va a ser prendida al palo, y a su lado están las cuerdas con las que maniatarla. Junto a ella una túnica blanca y azul, que reflejada por azotes y empapada de Lágrimas, colgada está de la percha y junto a ella un capirote. El capirote al igual que el pañuelo que ella le regaló, nada más espera el momento de ser ceñido a la sien, es Domingo de Ramos. En La Isla, ya no hay nadie despierto, ya están despiertos los campanarios de templos, de capillas y de conventos. Ya están despiertos los vecinos de las salinas y los esteros. La brisa de la mañana, totalmente impregnada, lleva a todos los barrios de La Isla el olor a incienso y azahar.

Palomas y cigüeñas vuelan por salinas y por esteros, lo hacen apresuradas, no

quieren volar muy lejos. Buscan a las gaviotas por entre el azul del cielo, mientras locos de alegría saltan camarones asintiendo. La Isla ya está contagiada de aromas semanasanteros, lo advierten ya las gaviotas que por la orilla de la playa, van dando un paseo. Y las lisas y las doradas no quieren morir de celos, pero bien saben que no tendrán el privilegio. Volar les gustaría, aunque sólo fuera en sueños. Palomas y cigüeñas, hasta las gaviotas vuelan ya rumbo al centro. Ya respiran más de cerca, ya respiran de regreso, los aromas semanasanteros. El cielo ya no es azul. El cielo es ya de color carmelita... el cielo es ya de color nazareno, mientras los camarones, locos de alegría, por entre la sepina, saltan asintiendo. Es Domingo de Ramos y las lisas y las doradas no quieren morir de celos, al ver volar rumbo al centro gaviotas, cigüeñas y palomas que en este día van de estreno. De par en par se abren los caños, todas las mareas se alían, ya tienen forma de llegar hasta el centro, aquellas que a morir de celos se resistían, mientras los camarones, por entre la sepina, siguen saltando de alegría. Ya amaneció el día, lo esperaban con anhelo. Ya es Domingo de Ramos, tañen campanas a lo lejos, y cerca de ese centro estar desearían, los vecinos de las salinas y los esteros. Cuentan que las andas ser puestas en carrera desean por una cuadrilla entera. Una cuadrilla entera de especies del cielo y de la mar. Alguien les contó que esas andas navegan, y a estribor y babor las quisieran acompañar. De aguas ese día La Isla quisieran inundar, para junto a ellas poder estar, lisas y doradas que a morir de celos se resisten ya. Quieren debajo de las andas poder navegar, navegar quieren las

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especies de la mar, para La Isla y su belleza entera poderles nuevamente mostrar. La Virgen les sorprende con su dulce mirar, el Señor también lo hace con su tremenda humildad, y las andas y sus cargadores, porque al andar navegan, es verdad. Ya las lisas y las doradas no quieren navegar. Ya ni siquiera quieren volar. Las lisas y las doradas no quieren dejar de soñar, mientras que camarones locos de alegría no dejarán nunca de saltar.

Autoridades municipales, Sr. Presidente y miembros de la Mesa del Consejo

Local de Hermandades, hermanos mayores, miembros de las juntas de gobierno de nuestras cofradías, representantes de las asociaciones culturales de la ciudad, Sr. Presidente de la Asociación Jóvenes Cargadores Cofrades, cargadores, cofrades, señoras, señores, amigos todos.

Antes que nada, quisiera Santísima Virgen del Carmen Coronada, Alcaldesa

Perpetua de La Isla, solicitarte como siempre la venia para con tu permiso cometer nuevamente la doble osadía de hablar de Ti y digo correctamente doble porque si me lo permites hablaré también del fruto de tu vientre, Hijo tuyo y Padre Nuestro por la bendita gracia de Dios.

Este año nos has obsequiado con la oportunidad de acompañarte, de pasearte,

de llevarte con compás y suavidad desde el Carmen hasta San Carlos, hasta el Panteón donde descansan los Marinos Ilustres. Y eso será pocos días después de la Semana Santa. Cuando amarremos bajo tus andas. Cuando sobre el pecho coloquemos tu Santo Escapulario, todavía estarán frescas en el recuerdo, las vivencias de la reciente Semana Santa. Este año, Madre, queremos compartir con gozo la celebración de tu patronazgo centenario sobre la Armada y cincuenta años desde que La Isla con su amor te coronara.

Dicen, Carmen de La Isla, que los marinos no duermen, aguardando ya ese día.

Dicen Carmen de La Isla que vas a cruzar el pueblo más allá de la vía, allí en donde a los cañones llevan sacando brillo desde que se supo que venías. Dicen, Carmen de La Isla, que, desde entonces, aromas callejoleros ya embargan capitanías, cuarteles, sus dependencias y hasta la propia Casería. Cien años se cumplen de tu patronazgo. Cien años cubriendo tu capa de nardo las aguas y singladuras. Cien años de rezos y plegarías. Cien años en los corazones de marinos, navegantes y pescadores. Cien años bajo lepantos; cien años en cubiertas; cien años en camarotes, en carteras y mascarones. Mascarones de navíos que navegan a merced de la Reina del Carmelo, de la Reina de sus vidas.

El rumor de tu llegada inunda San Carlos y la Casería, y de nuevo se resisten a

morir de celos las lisas y las doradas, mientras los camarones saltan, saltan locos, locos de alegría.

Las barquillas, muy coquetas, se engalanan, saben de tu venida, saben que

estarás cerca, ya no es tan lejana tu lejanía, por ello piden al cielo que la Reina las bendiga y les permita por muchos años navegar por la Bahía. Son barquillas humildes pero fuertes en la mar. Son barquillas humildes pero ricas de verdad, sus marinos son honrados y al igual que los engalanados ya tampoco duermen, aguardando ese día.

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Las barquillas de la playa no saldrán esa tarde, porque todo el pueblo, toda la Casería, se acercará para verte como llegas a la vía. En la Glorieta te encontrarás con el Rey que Reinará en España. El corazón de Jesús latirá, como dijo el pregonero, al verte pasar. El corazón de Jesús latirá a más velocidad, al verte como te acercas para desembarcar poco a poco en ese imaginario puerto de mar.

Y te llevan cargadores, marineros de las andas, y te acompaña tu pueblo, todo tu

pueblo te acompaña. Te acompaña el capataz que de la mano te lleva y sobre ella el Niño Dios que no perderse esta oportunidad quería. Los cañones ya están brillando, y artilleros marineros aguardan como vigías. Cien salvas en tu honor se mezclan en esa jornada con más salvas y más aplausos, con rezos y galanterías.

Te verán por la plaza y a tu paso honores rendirá la guardia. Que pasa la

Capitana, que pasa nuestra Patrona. Qué firme queda la guardia, entre cientos de galones bajo los arcos de la Infantería. Los muros del viejo cuartel temblarán de alegría. Eres Reina del Carmelo, eres Reina de La Isla, de marinos y pescadores eres Reina de por vida. Cien años en la mar y cincuenta coronada. Gracias le dan al Marqués por promover tu devoción, gracias a la Marina por aprobar tu nombramiento.

El Marqués, el Marqués de la Victoria, quedó prendado de tu belleza, de tu

semblante y de tu mirada, seguro quedó prendado de tus numerosas e inmensas glorias. Gracias le dan al Marqués y al que te nombró Capitana. Al que con tanto arte te colocó la banda de rojo y gualda, al que puso en tu mano derecha el cetro de ordenanzas, y le dan gracias infinitas al que sobre tu pecho dejó colgao pa toa la vida el escudo de tu pueblo, el escudo de La Isla.

Trajes blancos y galones aguardan tu llegada y el Panteón se estremece y los

cuarteles tiemblan por todas sus esquinas, mientras los cañones cañonean cien salvas vespertinas. Ilustres marinos también te aguardan, la historia te señala, ya está en San Carlos, por entre la verde arboleda de su parque, la Señora de la Armada. Rinde la guardia honores, ya van rumbo al cielo las cien salvas, ya aplaude el pueblo isleño, ya aplaude toda la Marinería. Ya se escucha por la Bahía el rugir de las sirenas, los grandes barcos grises ya han cruzado por debajo del Carranza, y lo hacen porque llega a casa la protección y la auténtica razón de sus vidas. Cien años como patrona y cincuenta coronada. Cien años bajo lepantos; cien años en cubiertas; cien años en camarotes, en carteras y mascarones.

Es día grande en La Isla, vuelven las solemnidades, vuelve la algarabía, el de La

Isla es un pueblo que te quiere y te rinde pleitesía. Cien años como patrona, cien años Reina de la Armada, cincuenta años de Corona, cincuenta años Reina Coronada. Ya lo dijo el pregonero, ya el Domingo de Pasión te lo cantaba, cuando recordaba lo que La Isla hace cincuenta años, te aplaudía y te rezaba. Es otra ocasión inigualable, es otra jornada mariana, ya no sólo rugen esos seis leones, que el pregonero pregonaba, ya rugen los seis leones, tronan las sirenas de los barcos y de las barquillas, tronan los campanarios de las iglesias, los conventos y las capillas.

Todo el mundo aplaude, todo el mundo te agasaja, las lisas, los camarones y

hasta las mismísimas doradas. Ya llegaron las palomas, las cigüeñas y las gaviotas de

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la playa. Por escuchar hasta se escuchan las olas que, en la Casería con más fuerzas que nunca, sobre la orilla rematan.

Todo el mundo te quiere, todo el mundo te corona como Reina de la Armada,

como Reina Coronada y como Reina de La Isla, como patrona de sus almas. Virgen del Carmen Bendita, Reina guapa del Carmelo, extiende tu capa de nardo y recoge las ofrendas que te ofrecen con tesón y con desvelo. Extiende tu capa de nardo y acoge las cien salvas que brillantes cañones en tu honor ya lanzan al cielo.

Virgen del Carmen Bendita, Reina guapa del Carmelo ya no se seguir, lo siento

seguir más no puedo porque ya no sabe el pregonero como decirte cuanto te quiere tu pueblo, cuanto te quiere la Armada, cuanto te quieren pescadores y salineros, ni con cuanto querer te ves agasajada allende los puentes y los esteros. Virgen del Carmen bendita, Reina guapa del Carmelo que ya no sé seguir, lo siento, seguir más no puedo y es que ahora de verdad, Madre Mía te lo confieso, ya no sabe el pregonero con qué palabras decirte, lo mucho que te quiero.

A mi presentador, a mi amigo, a mi hermano, a mi compañero. Que puedo

decirte Juanjo de mi alma. Dime que puede decirte el pregonero. Sólo darte emocionadas gracias y por compartir este palo que la JCC sobre mis hombros hoy ha depositado. Una vez más juntos, hombro con hombro. Probablemente las palabras que acabas de pronunciar vienen exageradas por la estrecha amistad que nos une. Gracias por ello presentador. Sólo quiero pedirle a María Santísima, bajo sus advocaciones de Carmen y Amargura que bajo su manto siempre proteja a los tuyos y en especial a esa tierna criatura que en el vientre de tu mujer Lola, espera impaciente el momento de ver la luz. De conocer, al abrir sus diminutos ojos, la belleza y la salada claridad de esta bendita Isla de León que tanto amamos y que deseosa está de muy pronto ver nacer otro nuevo cañaílla.

A vosotros compañeros en el difícil arte y honroso oficio de la carga de los

pasos, hermanos en la fe cofrade, sólo gracias, sólo gracias por concederme este honor. Qué orgullo poder hablar en este día de la Semana Santa de mi pueblo. En más de una ocasión, estas semanas atrás me he planteado varias veces si seré la persona adecuada para este cometido, espero no defraudaros, ni a vosotros ni a Ellos. Por ello sólo quisiera pediros perdón a todos por este mi atrevimiento.

El pregonero quiere hoy dedicar este pregón de una manera compartida, con

permiso de todos ustedes. A mi mujer por estar siempre a mi lado, arrimando el hombro, por luchar codo con codo ante las adversidades de la dura carga de la vida. Por disfrutar codo con codo de las inmensas alegrías que puede también otorgarte la misma. Y por supuesto a los que precisamente me dieron la vida, a mis padres por ser como son y por haberme enseñado a luchar en los caminos que por ella conducen.

(Empiezan a sonar los tambores previos a la interpretación por las trompetas de la

marcha de cornetas y tambores)

Hace algunos años, hicieron descubrir al pregonero la carga. Hasta entonces no había tenido contacto ninguno. Un grupo de personas tuvo la culpa que, desde entonces la carga haya calado hasta lo más profundo de sus huesos. Esos padrinos

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formaban parte de una entidad pujante y bien asentada en la Semana Santa de San Fernando, entidad que hoy, once años después de aquello tiene el honor de cederle este atril para que como cargador pregone la Semana Santa de su pueblo. Once años de aquel programa de radio, once años de aquella Tertulia Cofradiera El Respiradero. Tertulia de cofrades, de cargadores, de olor a incienso, roscos, torrijas y cubitera de lunares. Once años respirando, gracias a vosotros, JCC por los cuatro puntos cardinales. Algo más de una década, de aquellos tiempos tan especiales en los que el pregonero empezó a conocer a los verdaderos artífices de esta historia, uno a uno. Porque los verdaderos artífices de esta historia son todos, todos los Jóvenes Cargadores Cofrades. Qué fiebre cofrade, qué intensidad. “Chavá, chavá toma mir pejetitas y no cortes el programa todavía”. Era una voz ronca, la de un contertulio que se coló en el estudio de control técnico de Radio La Isla y se dirigió al hoy pregonero con la intención de alargar más la transmisión. Era la voz de un cargador, la voz de toda una institución bajo nuestro pasos. Este es Er Negro, le dijeron.

Por ello no puedo dejar de enviar mi abrazo y admiración, por ello decía lo de la

dedicatoria compartida, a Manolo Lubián, Chiqui Castro, Juan Rodríguez Rivera, Pepe González y Dominico Guillén. En ellos quiere personalizar el homenaje a los Jóvenes Cargadores Cofrades...

(Entran las trompetas versionando la marcha de cornetas y tambores) Ellos son los que fueron sembrando adoquín por adoquín, entre alegres quietos

y vámonos, la semilla, el fructífero germen de lo que hoy, los jóvenes, los más jóvenes cargadores cofrades nos sentimos orgullosos de ser y enarbolar. Sois un completo vivero de argumentos para mostrar y corroborar que sin vosotros difícilmente perduraría esta forma tan isleña de interpretar el arte de la carga.

Hoy cuando, incluso vuestros hijos, en algunos casos, están empezando a

empujar con fuerza reclamando los huecos que poco a poco iréis dejando, continuáis ahí, al lado de nosotros para recordarnos aquellos memorables recorridos del Señor de la Columna, del Cristo del Huerto o Jesús de Medinaceli por las calles del barrio de la Iglesia Mayor y la Pastora cuando aquellos sones de cornetas se colaban y jugueteaban en la noche por entre pretiles, almenas cuajadas de macetas, colmadas de geranios, rosales, claveles y recios naranjos bordados con herméticos azahares.

Gracias, siempre gracias, por dejar vuestra impronta en la Semana Santa de La

Isla. Gracias, siempre gracias, por esos recuerdos. Gracias, siempre gracias, por esa forma de hacer las cosas. Gracias, siempre gracias, por luchar contra viento y marea. Gracias, siempre gracias, por abrir a las nuevas generaciones esa intimidad que tanto caracterizó a los Jóvenes Cargadores Cofrades de aquella época tan romántica. Época que con tanto cariño recordamos los que la vivimos desde la acera siguiendo absortos el poderío con el que vuestros acompasados pies andaban por la Isla, trepá por trepá, quieto por quieto, vámonos y quieto otra vez, aunque el quieto fuera con el derecho, también valía. Gracias, siempre gracias. Gracias cargadores, gracias con doradas letras mayúsculas, doradas letras bordadas para siempre en el dosel adamascado que cada Semana Santa sale de nuestros corazones. Gracias, siempre gracias, gracias por ser siempre Jóvenes Cargadores Cofrades, y gracias por enseñarnos a los más jóvenes ser de vosotros, perfectos imitadores.

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El cargador, el pregonero se forja con el tiempo... Desde atrás todo se ve mejor.

Eso pensaba cuando amarraba con firmeza la armohá al palo, era su último amarre. El palo era rancio, había absorbido todo el sabor añejo de sus andas, todo el sabor añejo y ancestral de la imagen a la que portaba. Imagen bella sobre plateada peana. Imagen flanqueada por sus padres Joaquín y Ana; andas rebosantes de cera, de orfebrería y al pie de una Cruz, la Cruz de nuestros pecados en la que su Hijo expiró. Todo bajo sus andas sabe a rancio, a exquisita antigüedad, la máxima antigüedad que atesoran aquellas hermandades que conocen ya cuatro siglos.

No quiso perder la oportunidad de cargar una vez alcanzado el umbral de un

nuevo siglo. Estuvo varios años sin meterse debajo pero esta era la ocasión para su adiós definitivo. Así tenía que ser. Era su despedida definitiva. Era Viernes Santo. El palo, vertical a la pata de cola hacía, como lo hace siempre, de Cruz. Mientras fija el último cabo los recuerdos empiezan a agolparse de repente. Tras el amarre no sale, se queda abajo, tras elevar su mirada sobre el palo, piensa cuantos años, cuantos compañeros han vivido esta maravillosa experiencia. Desea con desvelo que en esta noche sus ojos y sus sentidos, sean capaces de grabar con absoluta nitidez, su última procesión. Queda poco para la salida. El resto de la cuadrilla está templando nervios fuera de la Iglesia, las fajas ya están ceñidas y los pañuelos, al cuello, deseosos de ser anudados a la sien. Se advierte, es fácil advertirlo sin mirar el reloj. Es fácil percibir murmullos de un pueblo expectante, advertido de enormes señas de grandeza, que muy pronto se van a mezclar entre las oraciones devotas de aquellos a los que gusta rezar al compás, losa a losa, paso a paso antes de coronar el tradicional e imaginario adoquinado de unas calles pobladas de impacientes ciudadanos ávidos de Semana Santa.

Esos murmullos de la calle, antes de salir, se mezclan entre las oraciones de

aquellos que rezan al compás, con quietos a las bandas y movimiento sin igual: son los cargadores de La Isla, simples interpretes del mensaje, traductores de la Pasión, Muerte y Resurrección del Señor. Crujen cargaderas y zambranas. La profundidad de los sones cofradieros impedirán escuchar al que, desde fuera observe, la sonata tan particular e íntima que acompañará durante toda la noche al cargador. Crujirán cargaderas y zambranas, crujirán palos y travesaños.

Se advierte, es fácil advertirlo sin mirar el reloj. Suenan a lo lejos redobles de

tambores. Los nervios afloran especialmente desde el momento en el que la banda se acerca a la puerta de la iglesia.

Aunque con la intención de templar nervios pero sin haberlo conseguido vuelven

24 compañeros, el capataz... los refrescos esperan su momento desde afuera. No media palabra. Sentado en la zambrana espera el rito de la levantá, el de la primera levantá.

La levantá es preludio del cargar, y el cargar es desde hace mucho tiempo un

auténtico rito matizado por el devenir del tiempo. Las mismas caras, situaciones y gestos. El paso pleno de quietud, espera el momento de la levantá, el momento en el que un golpe seco taladre los corazones de cuantos esperan en tensión contactar con la parte baja del cielo. Antes, la Cruz ha precedido un auténtico revuelo de negras

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túnicas. Antes un hermano penitente ha plantado esa Cruz en el dintel de la Iglesia marcando el camino a seguir. Mientras, el cargador se ha colocado bajo su Cruz individual. Mientras, la luz, esa luminosidad, esa salada claridad que sólo La Isla sabe albergar entre las más recónditas esquinas de cada uno de sus barrios, entra por la imaginaria celosía de los respiraderos.

Sale y de qué manera el paso del Señor, cómo lo hacen los chavales, qué forma

de cargar. Llega el momento de sacar a la Señora a la calle. Qué antigüedad, qué señorío. Cuantos años viéndote el pueblo traspasar el dintel de la Iglesia Mayor.

Desde dentro, desde abajo, desde esa negra oscuridad sin ver, todo se ve y

también todo se contempla y se oye. Y todo se oye porque buena parte de lo que vemos, captamos y oímos en nuestra Semana Santa es música. Hasta el silencio sepulcral de la noche, lo es. Sin duda el silencio en la Semana Santa se creó para dar vida y protagonismo al sonido.

No media palabra. Dirige la mirada abajo, sus ojos ya no graban, sólo

reproducen: Desde la Soledad de María, desde el sufrimiento de María compruebo que la

Pasión del Señor es más Pasión si cabe. Mientras que la Soledad anda cadenciosa, con delicadeza, con mecíos de La Isla, con compás, con su compás, viene a mi memoria una Cruz y un hombre. La Cruz la de nuestros pecados. El Hombre: Jesús. La soportó a sus espaldas y para más sorna de quiénes lo prendieron, maltrataron, condenaron y abofetearon, fue la misma sobre la que expiró.

Al Cristo de la Expiración cada primavera puedo besarle en dos ocasiones su

bendito pie. Una en San Francisco, el Domingo de Pasión, y otra en la misma calle, el Jueves Santo, cuando la Cruz en su paso baja hasta lo más bajo. Todos se quejan de la cantidad de cables, pero yo ese bendito día para nada puedo quejarme. Allá en el tercer palo hay un hueco por el que cada año beso su pie y miro hacia arriba y veo como la blanca luna se refleja en sus isleños y expirantes ojos. Ahí están la Cruz y el Hombre que acudían a mi memoria, ahí está el Cristo de la Expiración, la primera imagen que sintió en Semana Santa la frescura de los hombros de unos jóvenes cofrades deseosos de cargar. Fueron los palos del paso del Cristo de la Expiración los primeros en dejar huella en los adolescentes hombros, fueron los primeros que recogieron la semilla sembrada por aquellos cofrades.

Cristo es crucificado en el Cristo, en San José, en el Callejón de Ánimas y en San Francisco. Antes de caminar Nazareno extiende su brazo en la Ardila, aquella zona de La Isla de bellas vistas a la Bahía.

En un fondo, me siento en la zambrana, me preguntan cómo voy, como me

quieren, como me aprecian, como me cuidan los chavales. En un momento, mientras no suena el primer toque de la campana reflexiono sobre la forma en la que Cristo crucificado muere sobre La Isla:

Antes, sentado en un peñote, abrumado por una tremenda Pena, humilde y

resignado, soporta sobre su hombro una Cruz colmada por nuestros pecados. En el

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silencio de la noche cañaílla un Cristo carraqueño, junto a mascarones de proa nacía, iniciando su singladura por las devociones de las buenas gentes de La Isla. San Francisco tembló con tu agonizante mirar y los fieles y devotos se alegraron por tener en su imagen, un madero de apoyo sobre el que poderse confortar.

Desde tu llegada a San Francisco, Cristo isleño y carraqueño, la Esperanza es

más Esperanza, y el Silencio es más Silencio. Desde que llegaste a San Francisco cuantos devotos bajarte quisieran del leño, pero es que necesitamos verte crucificado, no tenemos bastante, y es nuestra alma, constante pecadora, la que provoca que cada primavera te veamos en tu misión redentora, en tu misión salvadora.

Gracias te doy Jesús, gracias sinceras por que antes de morir en la Cruz

verdadera, en la Vera Cruz del Cristo viejo, nos entregaste a tu Madre y a Juan el Discípulo como ejemplo, siempre junto a Ella. Cuanta pena, cuanto dolor, cuanta agonía. María recuerda bajo una Estrella, la triunfante entrada de su Hijo en La Isla. Recuerda como hace días se descorría el franciscano cerrojo de San Francisco. María, morena y bella, recuerda la cara de niños, de niñas, de almas inocentes y buenas. Dios mío qué caras tienen los niños cuando la primavera llega. Qué cara, qué alegría. Cada Domingo de Ramos, Cristo Rey, antes que Reo, vuelve a permitir que los niños se acerquen a Él, con doradas palmas y verdes matitas de olivo, ya bendecidas, que flamearán al viento, porque ya viene triunfante el Dios del Universo. San Pedro y San Juan te acompañan. Cómo ibas a imaginar, Cristo Rey lasaliano y franciscano, que Pedro te iba a negar, negar no sólo una, sino hasta tres veces o que Judas, por treinta pírricas monedas te habría de entregar a la cohorte.

¡Qué sabio el Creador, cuanta sapiencia, cuanta razón! Pedro y Judas, Judas y

Pedro son imágenes necesarias en la Pasión, espejos en los que constantemente nos reflejamos. Por ello en la Vera Cruz del Cristo Viejo nos entregas a tu Madre, se la entregas a quien nunca te deja, ahí esta San Juan. Ahí están las Santas Mujeres. Y con ellas una Santa Mujer que tampoco falla: ahí esta María Magdalena.

La vemos en un Calvario por San José, al pie de la Cruz. Al pie de una Cruz,

suplicante, es la Cruz en la que Cristo muere y ella recoge su sangre: la Sangre Salvadora del Divino Mesías. Se rememora la institución de la Eucaristía en la Última y Santa Cena. Jesús nos dice: “Haced esto en memoria mía” y detrás de un Calvario por San José, María desamparada y sola, también nos pide: “Haced lo que Él os diga”.

Tras la Muerte de Cristo, Buena Muerte Servita, Buena Muerte de viejas

reminiscencias de montes y llanos florentinos, de elegancia dieciochesca, de siete fundadores, de seglares al servicio de Dios, seglares dando ejemplo, seglares isleños que confortan el Dolor, los Dolores de María, bajo el templete del amor hermoso y sobre la peana del monumento al amor que es Cristo Crucificado como Único y Verdadero Salvador.

Cristo ha muerto en La Isla. Se acaba el fondo, me levanto de la zambrana, me

preguntan si quiero agua. No sabes aguaor lo que lo agradece mi garganta. Aguaor de cargadores, seas nuevo o seas viejo, no sabes el bien que me hace la frescura de tu agua. Suena el segundo toque de la campana y antes de incorporarme al palo alguien dice que el botijo por la banda derecha sale y el aguaor cuando de mi mano lo recoge

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me pide una trepá con la que soliviantar sus ganas, sus ganas de ser mayor de edad para poder cargarla. Ya va a sonar el tercer toque de la campana.

Cristo ha muerto en La Isla. Cuando tras la levantá recibo el palo de nuevo comienzo a andar, y ya se nota más el peso, la carga ya es más carga.

Cristo ha muerto en La Isla y en su solemne Traslado al Sepulcro lo acompañan.

Lo acompañan Santos Varones, lo acompañan Santas Mujeres y ahí al lado de su inerte cuerpo nuevamente Juan y María Magdalena.

¡Qué sabio el Creador, cuanta sapiencia, cuanta razón! Ahí están ambos dos,

María Magdalena y San Juan, son también imágenes necesarias en la Pasión, espejos en los que constantemente nos deberíamos de reflejar. Pero no es así, siempre elegimos para mirarnos el espejo de la negación y de la traición. Vemos a diario pasar ante nuestros ojos la Pasión de Cristo, vemos pasar a diario a Cristo en nuestras vidas y nos empeñamos en reflejarnos en el equivocado espejo de la negación y de la traición.

Nos parece, erróneamente, que al Divino Redentor no le importa tanta dejadez,

tanto pasotismo. El Divino Redentor sigue ahí, sigue ahí para que nos acordemos de él, sólo cuando nos hace falta. Hagamos un esfuerzo, no lo crucifiquemos más, no le forcemos a que desde la Casería tenga que perdonarnos porque seguro está de que no sabemos lo que hacemos. Sí sabemos que siempre estará ahí, al pie de la playa, que nunca nos fallará, y estará en la cercana lejanía de un pueblo que implora Perdón cada año cuando recorre la Casería. Y Perdón le piden en el centro y Perdón Él nos concede, mientras la Paz de María inunda toda La Isla. Pidamos Perdón e imploremos Paz, para no hacer llorar más a María. Cristo ha de vivir eternamente en esta Isla y por ello rompamos por siempre los espejos, esos espejos en los que equivocadamente nos reflejamos cada día. La sangre es Pasión, la sangre chorrea tu frente Señor entre verdes ramas de olivo, mientras rezas moralmente hundido, en un huerto que es tu prisión. El ángel te conforta y tus discípulos te abandonan, están dormidos. Buscas con la mirada más alla de las almenas de la Pastora la recíproca mirada del Padre. Rezos acompasados esperan la hora de tu traición y Cristo, protagonista por sincronizados movimientos, no pronuncia una sola palabra. Rezos acompasados esperan el momento de tu Prendimiento y tu trinitario Cautiverio.

Por salir de capataz no he tenido la oportunidad de contemplar la bella estampa,

pero me cuentan que cada año desde el Parque, Jesús sale con las manos atadas, Pedro y Juan con brazos extendidos no alcanzan a comprender tanta injusticia. ¡Maestro! exclaman al unísono. Jesús ya no responde, sólo gira la mirada: la mirada sumisa de Jesús lo dice todo: no habla. Los discípulos, aquellos que despertaron ya, que lo acompañan en su anual procesionar vuelven a insistir, la desesperación comienza a embargarlos ¿es qué nada va a evitar esta barbarie? se preguntan una y otra vez. De nuevo llaman al Maestro y Cristo, protagonista por sincronizados movimientos, no pronuncia una sola palabra. Ya están maniatadas las manos de Jesús, ya están maniatadas por las cuerdas de nuestros pecados.

Frías losas blancas y negras y una columna marmoleada te desean ver atado. Y

te esperan porque allí serás cruelmente azotado. En cada trepá quisiera, con el aire que mueven las caídas de tu impresionante paso, cerrarte tus heridas, pero por cada

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trepá que doy más fuerte te azotan. La columna se estremece y Cristo, protagonista por sincronizados movimientos, no pronuncia una sola palabra.

Me paro y -mientras las andas andan como tienen que andar- alguien fruto del esfuerzo hace un comentario al hilo de Jesús de la Columna y ese impresionante paso. Sería una hipocresía no reconocerlo pero qué disfrutaban mis niños cargando a Jesús de la Columna y a su Virgen Madre de Las Lágrimas. Qué derroche de sacrificio, qué derroche de ganas, qué derroche de ilusión e interés por hacerlo bien. Quién de nuestros más cercanos fundadores no ha pasado por estos dos pasos, auténtica escuela de la JCC. Escuela por que en ellos se daban numerosas circunstancias, escuela porque aprendías a sufrir bajo las caídas, escuela de compañerismo, de buen ambiente, complicidad, arte, buen compás y de milagrosas trepás ya de vuelta por San Servando y San Nicolás con las fuerzas muy justitas.

Pensaba y decía yo en mi itinerante decir y pensar, antes de que alguien hiciera

ese comentario fruto del esfuerzo, que la columna se estremece y Cristo, protagonista por sincronizados movimientos, no pronuncia una sola palabra.

Antes, habrás sido Cautivado, Señor de Medinaceli, mientras una multitudinaria

penitencia pide desgarrada que al Señor de larga melena, de cabizbaja y dulce mirada, lo conviertan en Cristo vivo y Rescatado. Padre, Hijo y Espíritu Santo se funden en uno, mientras otra parte de tu pueblo, tu pueblo soñado te sigue dando azotes y te niega seas Rescatado. Y Tú, Cristo, sigues siendo protagonista por sincronizados movimientos, sin pronunciar palabra alguna.

Desde un pretorio, de frías losas blancas y negras, te asomas a La Isla

escupido, abofeteado, burlado y azotado. Con la espalda desgarrada y cruelmente coronado, te asomas cada año desde tu barrio, soportando entre tus manos atadas el cetro de nuestros pecados, ¡Ecce Homo! pronuncia Pilatos con los brazos extendidos, mientras que, con tu rostro avergonzado y dolorido, barruntas una muerte ya anunciada.

Cristo ya no es Rey en La Isla, lo hemos convertido en Reo. Pilatos le propina el

azote más duro que podría recibir. Un pueblo manipulado provoca que aquel que se lavara las manos no tuviera más remedio que entregarlo a la cohorte para ser crucificado. Claudia Prócula ajena y cercana a la vez, contempla la escena en la que aparece Barrabás, cómplice directo de esa manipulación, de ese injusto proceso sufrido por un Cristo que es protagonista por sincronizados movimientos.

Blancos e inmaculados reflejos pastoreños le dan la bienvenida cada Lunes

Santo. Pilatos sale de nuevo. Pilatos con brazos extendidos vuelve a dirigirse al pueblo: "He aquí que os lo saco fuera, para que veáis que no hallo en Él delito alguno".

Cada año se repiten las mismas escenas. Sale Jesús, orando ante el Padre en

la mayor de las soledades, prendido y maniatado entre verdes olivares, cruelmente azotado, cautivo y rescatado, portando corona de espinas, el torso descubierto, sagradas vestiduras recogidas a la cintura y su espalda sangrienta y desgarrada.

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Cristo, cada año protagonista por sincronizados movimientos, no pronuncia una sola palabra. "Yo nací para dar testimonio de la Verdad". Su mirada lo dice todo. Es una mirada limpia.

Aprovechando el refrigerio no sale del paso, se eleva sobre el palo y mira a

través de él: ¡hay que ver lo que pega esto, está cambiando todo en la Semana Santa menos el peso de los pasos, vaya tela! –se lo dice a si mismo, mientras se quita el sudado pañuelo de la sien-

Lo cierto es que muy buen sabor le está dejando este año volver a cargar, no

imaginaba que pudiera tener almacenado en su corazón tanto sobre La Isla y sobre su Semana Santa. Entre fondo y fondo, no pudo dejar de repasar estos casi veinticinco años como Joven Cargador Cofrade.

Y mientras la cuadrilla se refrigera, él sigue con lo suyo, y no puede dejar de

pensar en la belleza lunesantera de la Virgen de la Salud o de la Trinidad a su paso por Capuchinas. Las ventanas del angosto convento capuchino se abren de par en par, los corazones se abren de par en par. Caras angelicales se asoman cada año a la enrejada ventana para rezar a la Virgen para desde la lejanía poder tocar su cara, mientras tañen campanitas del campanario y es que hasta el sonido del campanario es como ellas, sencillamente angelical. El cargador es consciente del momento, mientras incensarios colaboran creando un halo de santidad. El cargador se esmera para que estas santas puedan tener cerca la divina efigie de la Madre de Dios.

Y al hablar de Capuchinas sabe que desde el Parque reluce una mirada tierna.

Ya está en el Parque la Rosa tierna de los atardeceres del Martes Santo, ya está en el Parque la dulce presencia de la Madre de Dios. Es Martes Santo, es Semana Santa en La Isla. Ya viene la Virgen, sus cargadores la traen camino del parque. Buen Fin avanza rumbo a las Capuchinas, allí la esperan desde la diminuta ventana, unas benditas que cada año les gusta rezarle cara a cara, mientras el giro, los quietos y el compás se convierten en oración.

(Suena a partir de aquí un fragmento de la marcha A MI CAPATAZ)

Te veo de frente, me empapo de tu Gracia y Esperanza, te veo resplandeciente,

radiante de joyas y lágrimas, te veo colmada en tu corazón de la caridad invisible de tus fieles. Tu largo pañuelo atiborrado de encajes es insuficiente para poder enjugar tanta pena, tanto sufrir. La Isla también siente pena ¡qué triste está la Virgen cuando llora! Te habla tu capataz Señora. Qué orgulloso me siento de poder cogerte de la mano y pasearme contigo cada año por La Isla. El capataz lleva de la mano al Señor, el capataz lleva de la mano a su Madre, el capataz pasea orgulloso por La Isla con sus niños, con sus leones, con sus cargadores.

Cómo pueden cuestionar Madre que en el Joven Cargador y Cofrade existe

indiferencia al portaros a Ti y a tu Hijo bajo cualquier advocación, bajo cualquier momento pasional. Quién tiene derecho a cuestionarlo Madre cuando mis niños, mis leones, mis cargadores dejan cada año en cada quieto, en cada mecío, en cada compás, un trocito de la salud de sus espaldas. Mis niños, mis leones, mis cargadores, aunque a algunos les cueste reconocerlo, lo hacen por Ti, por tu Divino Hijo. Todo por

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este pueblo, por mantener sus costumbres. Todo Madre por conducir el mensaje de la Pasión por cada uno de los rincones de esta Isla que siente y habla en cofrade. Todo Madre por transmitir, con andar cadencioso, corto y a las bandas, una extraordinaria Pasión Isleña, esa extraordinaria Pasión Cofrade que los cañaíllas hacen explosionar año a año en la fastuosa fiesta de la primavera. Ahora, como viejo cargador, como viejo capataz, como viejo cofrade tengo que confesarte que me gustaría tener diez años menos, no por temer envejecer, no, no, simplemente por disfrutar otros diez años más paseando con vosotros al compás, paseando cada Semana Santa. Disfrutar de otros diez años más en la bonita labor de la carga. Sería, al fin y al cabo, llevar mi corazón cubierto, diez semanas santas más, por un gigantesco escudo donde pudiera leerse Jóvenes Cargadores y Cofrades de La Isla, ahí es ná.

Puedo imaginar como blancos sudarios de la Caridad Franciscana volotean al

viento, veo sin ver como María vuelve a tener en sus brazos a Jesús, esta vez muerto en su regazo, y veo como la Madre rebosante de Gracia y Esperanza baja la calle Ancha, tan perfumada ella que embriaga un ambiente humeante que se cuela por el respiradero. Mientras redoblan las campanas pastoreñas de La Pastora, franciscanas de San Francisco y parqueñas de San José Artesano. La Cruz, que una vez más hizo de guía -"Yo soy la Luz, la Verdad y el Camino", y los penitentes traspasan ya el dintel parroquial.

Cristo, protagonista por sincronizados movimientos no habla. "Mi Reino no es de

este mundo". Su mirada lo dice todo. Es una mirada limpia. Este año estarás en la parte baja del cielo, porque sabes que tus Jóvenes

Cargadores Cofrades te van a levantar las andas hasta allí para que puedas despedirte con un beso de María y de Jesús, puedas despedirte de todos los que tuvimos la ocasión de conocerte. Hazlo porque te fuiste de puntillas, sin decir nada y aunque te honra, esas cosas no se hacen así. Mientras esperes la salida, mientras esperes esa levantá cuéntale compañero, cuéntale allá en esa parte bajita del azul cielo que cada primavera, cada Semana Santa, La Isla se transforma y especialmente el Lunes Santo cuando salen en procesión el Cristo y la Virgen de tu barrio. Cuéntale con orgullo que perteneces a una cuadrilla, una cuadrilla que la llaman del arte, del arte porque borda con pasitos muy cortos y a las bandas, artísticos y dorados pespuntes sobre el adamascado estandarte conformado por el adoquinado de las calles, mientras que Cristo camina sobre el hombro de su Madre de la Amargura, cuando Cristo camina abrazado y resignado a la Cruz de nuestros pecados. Cuéntaselo compañero, cuéntale que a los cargadores nos gusta andar muy cortito, cuéntale que al pueblo le gusta rezarle al Señor y rezarle a la Virgen y a Ellos les gusta esta ofrenda, vaya sí le agrada a la Reina de los Cielos y a su bendito Hijo, les agrada como la oración más pura. Sí, cuéntale que los cañaíllas somos así, que a los cañaíllas nos gusta rezar a la Virgen en la calle, cuando el azul del cielo es más azul y el verde de la arboleda más verde, cuando las fragancias de la primavera se mezclan con las fragancias semanasanteras, cuando la música explosiona con brío y con dulzura, cuando los incensarios con su humear incesante crean un auténtico halo de santidad. Cuéntale que a la Virgen le gusta escuchar a sus hijos y a ellos rezarle cara a cara. Al contárselo compañero no tendrás que decirle que te apasiona, la expresión de tu cara te delatará. No se te olvide contarle compañero la extraordinaria camaradería que existe ahí abajo, ahí, a partir de donde las caídas no permiten ver cómo los cargadores, como estos hombres de Dios,

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se arrodillan para que las doradas andas estudiantiles avancen lentamente, para que la luz aprovechando la apertura de la puerta parroquial se cuele de golpe, cual huésped inesperado. Háblale compañero del recorrido, de lo que se puede llegar a sentir cuando el arte se hace compás, cuando notas que el público advierte la cadencia, el señorío, el poderío con el que anda el paso, con el que se pasea. Cuéntale finalmente amigo como es la recogida, cómo corazones compungidos se hacen fuertes ante la adversidad, cómo el esfuerzo rodilla en tierra es menos esfuerzo, cuando ves que otro año más has cumplido con la bonita tarea de llevar hasta el centro el mensaje pasional que encierra ese encuentro, ese necesario encuentro de Jesús, como Hijo, con su bendita Madre, en la calle de la Amargura.

Cuando se lo cuentes quédate con nuestro emocionado recuerdo. Cuando veas

como el paso alcanza esa parte más bajita del cielo pídele compañero por tus amigos y por tu familia. Y después compañero si queda algo no te olvides de todos nosotros y pídele que nunca nos fallen las fuerzas y nos conceda su bendición.

Ya está el paso de Los Estudiantes camino de la parte más bajita del cielo, ahí la

tienes compañero, ahí la tienes para que a Ella puedas decirle, una y mil veces: te quiero, Amargura, te quiero. Gotas de sudor sangrante cubren como alfombra ese itinerario que conforme avanza nos muestra la faceta humana de un Jesús que se abraza, cada vez con más fuerza a la Cruz de nuestros pecados. Esa cara desprende melancolía, impotencia. Cristo ya no es Rey.

Al pasar con mi silente cofradía, veo a través de la imaginaria celosía de los

respiraderos, como mientras llega el sublime momento, brotan pensamientos en esas personas que desde horas antes han buscado un rinconcito preferente para ver salir al Nazareno. Un rinconcito desde el que pedir por los suyos porque la cosa está muy achuchá. Un rinconcito desde el que expulsar tanta amargura. Desde el que, a buen seguro como muestra de agradecimiento, ofrecer un tierno beso cuajado de peticiones y plegarias.

La Plaza de la Iglesia, veo que es punto de encuentro de un San Fernando que

en esa noche más que nunca se unirá en un sólo barrio. De todas partes llegarán isleños, los isleños revelan el poder, el Gran Poder convocante de Cristo: Coge tu Cruz y sígueme. Y ese poder convocante, allí mismo, desde la Pastora será realidad en las calles, camino del Calvario, y no te verás sólo, comprobarás que tu pueblo guarda algo de Misericordia. Un cirineo te aliviará la carga y una mujer, Verónica, piadosa como tu Madre, te enjugará tu sudor sangrado.

Son las 2 de la madrugada. Mientras voy con mi hermandad silente, la tradición

se ha dado cita en las puertas de la Iglesia Mayor Parroquial. El gentío se amontona literalmente. Dentro todo son nervios. Cuerpos de cargadores en tensión. Caras suplicantes y orantes ante la impresionante efigie del Hijo de Dios hecho hombre y próximo al cenit de su sufrimiento. Se abren las puertas. Los penitentes y el propio pueblo dan público testimonio de nuestra Fe. El pueblo espera el momento de poder, al menos, tocar a Jesús con la mirada.

Una vez cruzado el dintel de la puerta, la explosión de fervor es impresionante.

El corazón de fieles y devotos, de los devotos de siempre, se acelera: ¡Gracias Jesús!

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¡Gracias por dejarme verte otro año más! ¡Gracias por protegernos y regalarnos tu bondad! ¡Gracias aunque no encontré trabajo, no importa ya vendrá! ¡Gracias Viejo de La Isla porque tu intersección nos da seguridad! ¡Gracias Jesús por todo y por nada! ¡Gracias mi Nazareno, gracias de verdad! ¡Gracias por escucharme, porque yo de otra forma no te se rezar! ¡Gracias mi Viejo Nazareno! ¡Gracias por dejarme verte otro año más!

Cuando se recoge mi silente cofradía ya no me hace falta imaginar. Queda toda una subida de la calle Real, en la ya fría mañana del Viernes Santo. Jesús y su Santa Madre divisan a lo lejos, recios y centenarios muros parroquiales de San Pedro y San Pablo. Se intercalan saetas y música procesional de academia. Se acerca la recogida, todo se acaba ya. Jesús recibe las últimas oraciones. ¡Padre, gracias una vez más! no te preocupes ahora se que me toca rezar en el sagrario y en el altar.

Mientras pienso en ello, mientras valoro la gran devoción a Jesús Nazareno,

puedo advertir, a través de la imaginaria celosía de los respiraderos como la noche se encuentra cubierta por un colosal manto de estrellas. Cercano está el Sábado Santo en sus albores. La bella Reina doliente y triunfal, acompaña a su Hijo detrás. Lo acompañó, durante toda la Semana Santa en su sufrimiento, en su lento caminar y ahora lo acompaña en su Traslado al Sepulcro, que triste papel como Madre le tocó desempeñar. Cristo Yacente fue enterrado allá por el Carmen, entre brillante plata y oscuro ébano, entre doradas oscuridades y resplandecientes luminosidades.

A través de la imaginaría celosía de los respiraderos puedo imaginar la dulzura

de una imagen, de una Madre cabal que bendice a sus hijos con quietos y mecíos a las bandas nada más. Ella sola aguanta el sufrimiento, el desgarro y la amargura. Que Rosario de Dolores, Dolores y que Mayor Dolor que el que sufres en tu Soledad, un Rosario de Dolores te embarga, no pierdas Madre la Esperanza, aunque sobrada estás de Piedad, sigues presa del Desamparo y por ello te coronaron como Reina de la Paz.

María de la Soledad ¡eres guapa de verdad! Escucho como te dicen

emocionados desde la acera en la tristeza de la madrugá. Esas lágrimas, reina mía, yo te las quisiera secar. En ese dolor infinito yo te quisiera confortar. Madre mía yo también se lo que es amargamente llorar, escucho como te dicen desde la acera en la tristeza de la madrugá. Mientras la cadencia del paso emociona a los que rezan al compás, sigo escuchando a través de la imaginaria celosía de los respiraderos, como te dicen, como te hablan, como te rezan: Reina mía, fui presa del dolor y como ejemplo te decidí tomar. Virgen María desde esta acera yo te quisiera abrazar. Yo también tuve una pérdida que me será imposible olvidar. Gracias a ti ya lo puedo superar porque he comprendido que él en el cielo bien está. Madre mía de la Soledad ¡no llores más! que La Isla está contigo y no te quiere ver sufrir más. Madre mía de la Soledad, guapa, guapa de verdad, no sufras más porque sabes que tu Hijo pronto va a resucitar.

Y es ahí cuando las convicciones del cargador, se fortalecen más si cabe. Y es

ahí cuando el capataz, lo sé, sabedor de su papel manda a la voz de cabeza que el paso ande más cortito, más cortito porque la calle, típica donde las halla, está repleta de buenas gentes que, desde el anonimato de sus propias casas, apartan levemente, con una mano, la cortina que cubre el ventanal de su balcón enrejado. Puedo advertir desde abajo, a través de la imaginaria celosía de los respiraderos, como con lágrimas entre los ojos te cuentan y te dicen tantas cosas, te dan gracias una y mil veces, te dan

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gracias por todo, te dan gracias simplemente por pasar y bendecir un año más su hogar.

(Comienza a sonar la marcha CRISTO DE LA LANZADA)

Se recoge y de que manera el paso del Señor. Cómo lo hacen los chavales, qué

forma de cargar. Llega el momento de recoger a la Virgen y despedirla de las calles. Qué antigüedad, qué señorío. Cuantos años viéndote el pueblo traspasar el dintel de la Iglesia Mayor.

Ya se está recogiendo el Señor de la Redención en su Traslado al Sepulcro. Ya

se acerca mi despedida, ya se acerca, San Nicolás arriba, mi última recogida. Un padrenuestro te rezo y a Ti dos avemarías. Gracias por ayudarme a que la semilla del 78 sea hoy, 24 semanas santas después una auténtica realidad, una auténtica realidad florecida. Os he visto crecer en la vida, os he visto crecer como personas, crear vuestras familias y vuestros hijos me confirman que habrá JCC un buen rato todavía.

Es mi corazón desde hoy un joyero en el que guardo preciosos recuerdos y

bonitas experiencias y es el momento en el que quiero decirle al cofrade lo que le agradezco que depositara en mis hombros, en el de mis niños, en el de mis cargadores, lo que más aprecia, lo que más ansía : ver en procesión y en sus pasos al Señor y a su Santísima Madre María, cada primavera por las calles de La Isla. Gracias hermano cofrade por permitirme meterme bajo las caídas, gracias por todo, gracias por tu aliento, gracias mil veces te daría, por confiar en nosotros en estos años y en una época en la que se seguían dando señales de carestía. Quiero que sepas hermano cofrade que para nosotros es un inmenso orgullo poder cargar cada día, en Semana Santa, con Jesús y María. Jesús en su Pasión, en su Muerte y en su gloriosa Resurrección y María por poder confortarla en su inmenso dolor.

Tranquilo me voy para vivir de mis recuerdos y para seguiros desde la acera,

ánimo en vuestro trabajo, seguid unidos no por el futuro de la carga isleña, porque éste está asegurado, seguid unidos por el bien de una entidad. Vuestra defensa está en saber hacer las cosas como habéis demostrado, a lo largo de los años. Quizás hoy no exista la intimidad de entonces, pero sigue existiendo un nutrido grupo de nuevos Jóvenes Cargadores Cofrades que están dispuestos a lograr que la JCC siga teniendo el papel que por historia y dedicación a su Semana Santa se merece. Seguid unidos, especialmente bajo los Pasos, con el objeto de que la JCC siga proclamando cada Semana Santa de la Isla, esa auténtica fiesta de la estética, los sentidos y la religiosidad popular, que dicho sea de paso no tendría ningún sentido sin la Resurrección.

(Deja de sonar la marcha CRISTO DE LA LANZADA)

La frescura de antes ya no es la misma, miro en silencio hacia el techo de las

andas y suplico más allá de la madera y la peana. Y le pido a la Reina solitaria que alivie esa carga tan pesada. Nuevamente la memoria juega milagrosamente sus bazas y hasta ella llegan trepás memorables que me levantan el alma. Un quieto a tiempo se manda desde la cola y la cabeza lo agradece, lo agradece hasta la banda, que lleva

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toda la noche, que lleva toda la Semana Santa interpretando partituras, interpretando musicales plegarias y alabanzas.

Ya se va acabando todo, la carga y la música se abrazan, que bien ha salido

todo, que belleza, que buena carga, camina la Soledad, San Nicolás p´arriba, tremendamente rodeada. Sólo queda un trozo que cumplirlo es necesario; y por ello, mientras sigue San Nicolás p´arriba, van de banda a banda, el pañuelo, la corona y hasta las cuentas de tu Rosario.

Ya coronó la Soledad la calle Real tras subir San Nicolás de recogida, la tristeza

embarga la plaza, la tristeza es más tristeza todavía. Tiene que ser el centro de la devoción cofrade: María, Madre. María sonríe,

María llora. Te veo cobijando entre tus brazos al Niño Dios; veo como ya no lo tienes porque camino de la Cruz ejercitó su misión redentora. María es la Gloria y María es la Pasión. María es ante todo Madre, Reina, es Patrona, Abogada y Protectora; María lo es todo.

Todo acabó, el paso hizo fondo cuando las patas tocaron el frío mármol de la Iglesia Mayor. Todo acabó. Gracias viejo cargador, gracias viejo cofrade, gracias viejo capataz. Abrazos emocionados anteceden el momento en el que puedo ver como embargado por lágrimas te acercas a Ella, tras salir de las andas y la miras emocionado cara a cara, desde la propia lejanía del paso, desde la propia cercanía de su dulce y tierna mirada. Te veo alegre tras comprobar nuevamente su dulzura, comprobar nuevamente su belleza. No sé si le hablas ya como cargador, no se si le hablas ya como pregonero, no se si le hablas ya como cofrade, no se si le hablas ya como capataz. Sólo se que necesitas hablarle:

María, ¡ay María! no es pasión de viejo cofrade, no es pasión de viejo capataz, no es pasión de viejo cargador, pero es sólo ver a María en sus andas, su tierna mirada después de tantas Semanas Santas, y no puedo remediar exclamar: ¡qué tierna es la mirada de María!, ¡qué rico tesoro mariano de La Isla! María llora y sonríe a la vez. Su fino rostro es como un joyero colmado de preciosas lágrimas donde su mirada dulce y maternal embauca a todos los isleños. ¡Qué guapa está la Virgen cuando ríe y qué triste cuando llora ! En esa mirada se resumen el gozo y el dolor del alma humana. Con ese rostro María alientas al que ríe y consuelas al que llora. María, ¡ay María!, la brisa de La Isla se asombra con tu mirar, porque tu mirar es abierto, gracioso y bonito. En la cálida y álgida tarde, cada tarde de Semana Santa sales siempre triunfante, para mostrarnos tu cara María, tu cara de Virgen Niña, que es un rostro tan de niña que incluso se sonroja con la multitud de piropos que van y vienen de una acera y de otra, cuando mis niños, cuando mis leones, cuando mis cargadores te pasean, cuando tus cargadores te mecen entre asentados crujíos de zambranas y cargaderas. Y tu cara María también nos muestra esa ternura maternal completamente enjugada con lágrimas de dolor, de dolor contenido y esas mismas lágrimas pueden, cuando menos hacer del pregonero, hacer del cargador, en esta jornada, a las puertas de otro nuevo y resplandeciente Domingo de Ramos, imitando tu ternura, pedirte Madre de Dios te quedes con mi ofrenda de Joven Cargador y Cofrade, bendigas a todos aquellos que portan tus andas cada año y que desde la oscuridad de abajo, desde la anónima oscuridad no se cansan de piropearte con andares de La Isla, con arte y con compás,

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con quietos cañaíllas, piropos entre adoquines, y mecíos a las bandas, y es así Madre, seguro estoy que es así Madre de Dios, como a ti por tu pueblo, como a ti por esta bendita Isla, cada esplendorosa primavera te gusta pasear.

Fondo por iguá.

(Interpretar HUMILDAD, PACIENCIA Y PENAS).

Real Isla de León, 7 de abril de 2.001, Sábado de Pasión José Martín Pérez Jiménez

(Joven Cargador Cofrade)