Cali, la ciudad fénix: Después del 7 de Agosto de 1956

Daniella Salazar MontañoLeonardo Torres Fajardo

Universidad del Valle

http://www.youtube.com/watch?v=1AgWSvLXZYE

En una de las ciudades más alegres del país, capital de la salsa, la ciudad cívica, la sucursal del cielo, nadie esperaba que un gran estallido en la madrugada del 7 de Agosto de 1956 derramara tanto dolor y desesperanza en los corazones; la estación del ferrocarril, eje del progreso económico de la ciudad, convertida en un sitio de escombros tras la explosión, reconstruida posteriormente, convertida después en refugio de presos y actualmente un centro de miseria que acoge drogadictos y habitantes de la calle, al sol de hoy no promete ser rescatada de la oscuridad. La peor tragedia, olvidada por aquellos que hoy caminan sobre el asfalto donde yacen almas sin nombre ni duelo, y donde matorrales y grillos florecen sobre lo que fue para nuestros abuelos la promesa de un porvenir próspero.

Luego de un largo y problemático proyecto iniciado bajo la presidencia del doctor Manuel Murillo Toro y finalizado bajo mandato de Carlos E. Restrepo,fue inaugurada en Cali la estación del Ferrocarril del Pacífico el 1 de enero de 1915. Poca fue la espera por la cual se convirtió a ésta en esperanza de desarrollo para la ciudad, puesto que permitió establecer vínculos de transporte directos con el puerto marítimo de Buenaventura, lo cual convirtió a Cali en una ciudad abierta al comercio. Así mismo, la estación permitió conectar a Cali con los distintos municipios del departamento del Valle del Cauca, sirviendo como medio de transporte para los habitantes del interior.

La estación fue ubicada cerca al cementerio, en el kilómetro 173, distante para entonces del centro de Cali. Inicialmente se planteó la posibilidad de levantar la construcción al otro lado del rio Cali, pero debido a una fuerte imposición del concejo municipal y algunos vecinos, se tuvo que situar en la ubicación previamente dicha. Aquello fue considerado por muchos como un error de ubicación, ya que para ese entonces, la ubicación en la que fue construida la estación era excéntrica de la ciudad y dificultaba el acceso a ella, sobre todo en los días de lluvia, pese a que en la actualidad sea un sector fructífero para la industria.

Majestuosa, imponente, vanguardista; adjetivos que perfectamente la describían en todo su esplendor. Aquella estación fue considerada en su momento como la mejor del país, solo superada por la de Medellín y Bogotá. Sus instalaciones contaban con múltiples salones para viajeros, extensos patios, grandes bodegas, amplios andenes pavimentados e incluso un parque que lograron hacerla acreedora de opiniones halagadoras, como aquellas palabras a ella referidas por el señor Rufino Gutiérrez: “por su amplitud y excelente dotación y confort, está catalogada como una de las mejores estaciones férreas de Suramérica y Estados Unidos”. Por lo tanto, pues, se podía visualizar un futuro próspero para esta estación y el comercio de la ciudad del pandebono y el cholado.

A modo de exaltar la belleza del nuevo icono de la ciudad, se propuso un concurso en el que varios artistas tendrían la oportunidad de competir por plasmar sus bocetos en un lugar de gran concurrencia, que era la sala de espera de la estación. Sin duda alguna era una gran oportunidad para cualquier pintor que deseara darse a conocer, y esto fue exactamente lo que pasó por la

cabeza de Hernando Tejada, un hombre que compensaba su corta estatura con un gran talento, reflejado en sus diversos aportes con los cuales dotó de magia artística a la sucursal del cielo y los cuales hoy día son considerados patrimonio cultural de la ciudad. Ignacio Gómez Jaramillo recordaba de forma jocosa en sus últimos días que fue visitado por Tejada, quien acudió a él en busca de consejo luego de ser aceptada su propuesta artística, y Gómez Jaramillo, quien no carecía de un humor tan ácido como el sol que golpea nuestros rostros al medio día, le dijo “El mural es para pintores de estatura. Usted ni siquiera va a poderse trepar a los andamios “, a lo que tejada respondió “Ignacio, yo utilizo andamios hasta para pintar en caballete”.

Acordadas las cuotas del valor de la obra, se dispuso “Tejadita”, como lo llamaban cariñosamente, a embellecer el corazón económico de la ciudad. Se le escuchó en el ocaso de su vida reconocer que no tenía idea de la historia, por lo cual tuvo que verse en el deber de repasar los registros de nuestro país y nuestra región para así cumplir con su idea estética de representar el corazón de nuestra cultura, creando un puente entre los anales de nuestro pasado hasta el progreso industrial de aquel momento.

Contando con algunos ayudantes, andamios, y un colaborador italiano llamado Ernesto Buzzi, quien fue su mano derecha en este proyecto, se dispuso tejada a darle vida a aquellos 380 metros de concreto. Un gran reto que culminó como la obra maestra de su autor, jamás superada en esplendor y significado por sus obras posteriores, según dicen los expertos.

En la madrugada del 7 de agosto de 1956, La gran mayoría de caleños yacían dormidos en medio de las brumas del bochorno típico de las noches caleñas; mientras que algunos incautos buscaban compañía en bares, prostíbulos o cualquier otra congregación análoga al insomnio. En medio de este silencioso tránsito nocturno, se encontraban 7 camiones del ejército que habían llegado 6 horas antes a la ciudad; habían sido trasladados a la plazoleta vieja del ferrocarril debido a que se conoció que estaban repletos de dinamita. Lamentablemente, estos camiones serían los artífices de transformar una cálida y tranquila noche en la mayor tragedia que ha visto nuestra ciudad.

Tal vez una colilla de cigarrillo, el calor, o incluso un tiro. No se sabe a ciencia cierta cuál fue el evento que a la 1 con 5 minutos de la mañana, hizo que las 54 toneladas de dinamita contenidas en aquellos 7 camiones explotaran y elevaran un hongo de fuego que destruyó inmediatamente 41 manzanas y afectó parcialmente 42 más. Tal fue la fuerza de dicha explosión, que el estruendo fue escuchado por localidades vecinas a la ciudad como Jamundí, Santander de Quilichao, Palmira e incluso Buga, a 60 km de Cali. Se calcula que la fuerza de la explosión produjo el equivalente a un terremoto de 4.1 en la escala de Richter, e incluso en su acontecimiento, se creyó como terremoto por parte de los testigos del hecho. Aquel desastre arrasó con los barrios El Porvenir, San Nicolás, El Hoyo, El Piloto, Fátima, Jorge Isaacs y Santander; en el cual queda ubicado el cementerio. Sobre este se generó una serie de historias-todas falsas-sobre como la explosión despojó de sus tumbas a los cadáveres y los esparció por todas partes, aunque si cabe afirmar que la onda explosíva destruyó muchas lápidas. La destrucción fue total.

Muchos ciudadanos acudieron en socorro de las víctimas inmediatamente, como también otros tantos fueron movidos por la curiosidad. Aquellos que de buena fe colaboraron, junto

con las fuerzas públicas, lograron disipar la mayor parte del fuego a la mañana siguiente, aunque la labor culminó totalmente solo 6 días después y la de búsqueda y rescate continuó por 2 tristes y largas semanas más. Dentro de las más bizarras escenas de esta noche, se encuentran aquellas que relatan como fueron encontrados cadáveres de parejas abrazadas en algunos burdeles aledaños a la estación del ferrocarril, o como muchos no resistieron la magnitud del desastre y la ruina que se había llevado a sus seres queridos y sus pertenencias quitandose sus vidas. “Algunos sobrevivientes que perdieron todo se suicidaron en frente mío” recuerda el sacerdote Alfonso Hurtado Galvis, quien cabe recordar, en una notable labor, rescató 121 personas en aquella tragedia.

Dentro de algunos de los daños materiales más recordados-obviando la destrucción total de los barrios- se encuentra el sufrido por la iglesia del cementerio, a la cual le cayó del cielo

una parte del motor de uno de los vehículos que transportaban la dinamita. De igual forma, Muchos alimentos que se fabricaban o conservaban en las fábricas circundantes a la estación de ferrocarril tuvieron que ser arrojados al rio Cauca por parte de las fuerzas públicas debido a su estado.

Como es natural en las grandes tragedias, no se hizo esperar la intervención política animosa de sacar provecho propagandístico de una situación trágica. El presidente de la dictadura, el general Rojas Pinilla, se manifestó al día siguiente en la zona de la tragedia para asegurar que aquella se debía a los contrincantes de la oposición, estos respondieron de igual manera y la tragedia dio paso a la creación del frente nacional. De igual forma, su hija Maria Eugenia Rojas, quien lideraba un grupo de ayuda llamado Sendas, prometió donar recursos para los damnificados de la tragedia. Muchos sugieren que esta organización canalizaba energías importantes en la propaganda política a la dictadura de Rojas Pinilla.

Paises de todo el mundo como Rusia, Venezuela, Israel , y muchos más, manifestaron su apoyo económico con los caleños y de los que se atestigua la construcción de casas prefabricadas en el distrito de Aguablanca por parte de Canadá y el edificio Venezolano. De igual forma en ambas

construcciones, los damnificados no se vieron compensados gratuitamente, ya que tuvieron que vivir bajo arrendamiento. La fundación Ciudad de Cali fue la principal encargada de administrar las ayudas y dotar de recursos a los damnificados del desastre. Aquellos que superaban perjuicios por más de 50.000 pesos podian demandar al

estado, aunque muchos se vieron restituidos tan sólo 25 años después.

No se sabe con exactitud la cifra total de muertos, aunque se especula que ronda la escabrosa cantidad de 4000. Aquella noche, muchas calaveras fueron enterradas sin cuerpo, debido a su terrible desmembramiento, y no se sabe cuántos permanecieron ocultos a los rescatistas, siendo esto algo a considerar debido a la magnitud de la zona del desastre: Un cráter de 50 metros de diámetro por 8 de profundidad. De él y de toda esta tragedia, solo queda hoy una cruz de cemento en la calle 25, puesta por el padre Hurtado Galvis en señal de respeto por los miles que perecieron aquella noche.

Una de las tareas inmediatas de los caleños consistía en devolverle la vida a la ciudad después de una tragedia tan amarga. Para ello, se creó la feria de Cali, con la cual esperaban recobrar el impulso económico mediante el turismo y levantar la moral colectiva de los caleños. Con el pasar de los años, debido a la variedad de actividades que contenía la feria, el caudal de visitantes extranjeros aumentó; y luego del gran crecimiento económico y de infraestructura que tuvo lugar en 1967, cuando la ciudad asumió la encargatura de los juegos panamericanos, se consolidó como la feria decembrina por excelencia de todo el continente. Gracias a esta se estableció la identidad caleña, mediante la música y el folklore representado en esta celebración. Desde entonces, este evento se considera como la bandera de la ciudad y es gracias a la feria que Cali es conocida internacionalmente.

Fueron muchos los años de abandono por parte del gobierno local frente a las bodegas del ferrocarril. Estas se convirtieron en edificios viejos y deprimentes, testigos y víctimas de un suceso olvidado. Fue solo hasta 2001 que las bodegas fueron el centro de atención de la ciudad una vez más. Por aquel entonces se presentaba un problema de sobrepoblación carcelaria, muchos presos permanecían en estaciones de policía por largos periodos de tiempo, incluso algunos centros estaban tan abarrotados que los presos eran atados bajo los

árboles o en andenes, debido a la escasez de espacio. Por tanto, se propuso construir una cárcel provisional en las bodegas del ferrocarril. Una vez aprobado el proyecto, fueron invertidos 77 millones de pesos en adecuamientos y 22 millones más para requerimientos del Inpec. Se discutió mucho durante la propuesta de este proyecto, ya que los

murales de tejada eran y son considerados patrimonio nacional, sin embargo no fue esta la

causa que frenó esta iniciativa. Fue detenida la adecuación debido a que los vecinos del sector expresaron su descontento frente a la propuesta. Luego, y después de muchas trabas, se reinició el proyecto, en el que incluso fueron usados algunos presos de bajo riesgo para ayudar con la adecuación de las bodegas. La cárcel provisional contaba con un personal de seguridad de 350 guardias y constantemente llegaban nuevos contingentes. Posteriormente, se cerraron las bodegas como centro carcelario debido a una fuga de 20 presos de los cuales 15 fueron recapturados, con este hecho se evidenció la poca seguridad del plantel y se empezó a gestionar su cierre.

Actualmente, el viejo ferrocarril no es más que un garabato de aquel majestuoso centro que describía Rufino Gutiérrez; basta con divisar el poco flujo peatonal en las cercanías a las bodegas del ferrocarril para darse cuenta del lamentable estado de abandono –y por ende, de inseguridad- que circunda este histórico lugar. Paredes resquebrajadas y grafitis burdos ensucian la dignidad de lo que alguna vez fue el eje de desarrollo de nuestra ciudad; grandes extensiones de matorrales se extienden a lo largo de los rieles siendo perfecto escondite para desadaptados y desamparados por igual; expendio y consumo de drogas, atracos, y muchos otros crímenes se presentan constantemente en este sector, convirtiéndolo en la antítesis de su fin primigenio. Toda esta triste careta ha generado una repulsión en la gran mayoría de los caleños, que transcurren indiferentemente en las vías próximas a este sin siquiera darse por enterados de aquello acontecido el 7 de agosto de 1956. Se han realizado jornadas de limpieza pero estas resultan ineficaces ya que se necesita un trabajo arduo y constante, cuyo deber corresponde a la alcaldía, siendo lamentable el hecho de que esta no preste atención absoluta a este lugar.

Todas las grandes tragedias son recordadas y conmemoradas por aquellos que las padecieron. Hiroshima y Nagasaki, El holocausto Judío, el terremoto de San Francisco, el paso del huracán Katrina en New Orleans, entre muchas otras, permanecen intactas en la memoria colectiva, ya que es así como honramos a aquellos que por circunstancias

lamentables se vieron despojados del beneficio de la vida, y de igual forma es como nos gustaría que se nos honrara en situaciones similares. El olvido frente a una tragedia es sinónimo de agravio e irrespeto, ya que indica que los padecimientos ajenos no nos importan ni conmueven en lo más mínimo. Es por eso que no debemos permanecer indiferentes frente a nuestra propia tragedia. Aquellos caleños que fallecieron esa noche deben ser recordados y honrados, como cualquier otro ser humano que pierde la vida por las irresponsabilidades o malas intenciones de su prójimo. Es una lástima que las condiciones socio-económicas de nuestra ciudad no permitan realizar una inversión fuerte para resanar la infraestructura con el fin de conservar el patrimonio cultural, o que los mismos habitantes sean indiferentes frente al estado de estas. Por el momento no queda más que sentarnos a visualizar aquella dolorosa tragedia en nuestras mentes, presentar los debidos respetos al recorrer los alrededores de la estación de camino al trabajo y relatar a aquellos ignorantes de la historia la gran tragedia caleña, parte importantísima de aquello que somos hoy día.