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Pontificia Universidad Javeriana Facultad de Estudios Ambientales y Rurales Maestría en Desarrollo Rural Seminario Problemas Rurales –Énfasis cultural y político Marcela Rodríguez Guzmán Movilización de mujeres negras por el cuidado de la vida y los territorio ancestrales. La movilización de las Mujeres Negras del norte del Cauca se suma al contexto de movilización feminista, ambientalista y territorial que viene floreciendo dentro del movimiento social colombiano. Sin embargo, destaca por desafiar el modelo de desarrollo desde sus raíces más profundas que se hallan en la colonia y el orden eurocéntrico, racista, extractivo y patriarcal. La indignación que ha despertado el impulso de la minería en el país, tiene rostro de mujer negra en el norte del Cauca. En el siguiente artículo se describe la acción colectiva realizada durante el año 2014, destacando algunas reflexiones sobre la construcción de discursos y prácticas contra-hegemónicas, territorialidades, identidades y cultura para la re –existencia. Los territorios del norte del Cauca La concentración de las tierras para extensivos cultivos de caña, haciendas ganaderas y minería en el norte del Cauca es una constante desde la época colonial. En el periodo republicano “cuando la mano de obra esclavizada fue liberada, la propiedad de la tierra siguió en manos de quienes los habían esclavizado (Ararat et al., 2013: 62). Algunas tierras fueron compradas por los ahora libertos/as, y se adentraron selva adentro para continuar con sus vidas colectivas, como lo hicieron antes en palenques” (Mina Rojas y otros, 2015) La acumulación de capital de las élites de la región del

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Pontificia Universidad JaverianaFacultad de Estudios Ambientales y RuralesMaestría en Desarrollo RuralSeminario Problemas Rurales –Énfasis cultural y políticoMarcela Rodríguez Guzmán

Movilización de mujeres negras por el cuidado de la vida y los territorio ancestrales.

La movilización de las Mujeres Negras del norte del Cauca se suma al contexto de movilización feminista, ambientalista y territorial que viene floreciendo dentro del movimiento social colombiano. Sin embargo, destaca por desafiar el modelo de desarrollo desde sus raíces más profundas que se hallan en la colonia y el orden eurocéntrico, racista, extractivo y patriarcal. La indignación que ha despertado el impulso de la minería en el país, tiene rostro de mujer negra en el norte del Cauca. En el siguiente artículo se describe la acción colectiva realizada durante el año 2014, destacando algunas reflexiones sobre la construcción de discursos y prácticas contra-hegemónicas, territorialidades, identidades y cultura para la re –existencia.

Los territorios del norte del Cauca

La concentración de las tierras para extensivos cultivos de caña, haciendas ganaderas y minería en el norte del Cauca es una constante desde la época colonial. En el periodo republicano “cuando la mano de obra esclavizada fue liberada, la propiedad de la tierra siguió en manos de quienes los habían esclavizado (Ararat et al., 2013: 62). Algunas tierras fueron compradas por los ahora libertos/as, y se adentraron selva adentro para continuar con sus vidas colectivas, como lo hicieron antes en palenques” (Mina Rojas y otros, 2015)

La acumulación de capital de las élites de la región del río Cauca, se ha soportado en la esclavización, trabajo no remunerado o pauperizado de pueblos negros, indígenas, campesinos, populares, y de las mujeres negras en particular, así como en el despojo de sus tierras. (Grueso, 2000) La minería del oro ha estado vinculada a muchas de las regiones caucanas, y dado el buen precio de los minerales desde 2005, está experimentando un nuevo auge. Este puede ser constatado en las políticas de desarrollo, conocidas como “las locomotoras mineras” 1. La Gobernación del Cauca reporta “2000 retroexcavadoras ilegales y 267 títulos y concesiones mineras concedidas por el gobierno sin consulta previa en violación del mandato constitucional y legal” (Comunicado Movilización, enero 7 del 2015).

Estas intervenciones de gran escala en el territorio tienen por lo general efectos arrasadores, inmediatos e irreversibles (Osorio, 2014) de tal manera que imposibilita el

1 En los últimos años se expidió el Código Minero (Ley 685 de 2001); el Plan Nacional de Desarrollo 2010-2014 (Ley 1450 de 2011), 2014 -2018 (Ley 1753 de 2015) en donde se priorizan los sectores estratégicos como la minería, y los Documentos CONPES 3762 de 2013 y CONPES 3244 de 2003.

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disfrute del territorio y bienes comunes de las comunidades campesinas, indígenas y afro descendientes, así como la garantía de sus derechos fundamentales y condiciones de vida. Como menciona Luis Jorge Garay: “La implementación del modelo extractivista de los recursos naturales no renovables, impulsado por los últimos gobiernos, se ha concretado en gran medida en la proliferación de títulos mineros y, de manera consecuente, en el incremento de actividades mineras en gran parte del territorio nacional. […] Esta situación ha conllevado a que se privilegien estas actividades extractivas por parte de diferentes entidades del Estado sobre otro tipo de actividades productivas, e incluso sobre los derechos fundamentales y colectivos de los colombianos, lo que ha convertido a la minería en una actividad generadora de conflictos sociales, ambientales, económicos y culturales en varias regiones del territorio nacional”

No obstante, las formas de vida devenidas por el extractivismo han sido masivamente celebradas y son esgrimidas por las empresas a la hora de alegar la “utilidad pública e interés general” de los proyectos que adelantan. Generación de energía eléctrica, construcción de viviendas, uso para tecnologías de la comunicación o quirúrgicas, y por supuesto, empleos y regalías, son los ejemplos que concretan la construcción de las formas de vida hegemónicas. El ejercicio extractivista declarado jurídicamente como de interés general y utilidad pública, es una de las manifestaciones de la hegemonía de las formas de vida, para las cuales “la clase dominante realiza una operación de “despolitización” de la cuestión de los intereses. Si los intereses ya no son particulares, sino generales, deben quedar fuera del juego de la política. Sólo resta “administrar el bien común” (Balsa, 2006) aunque esto signifique que algunas concesiones de las clases dominadas, como pueden ser el establecimiento de “zonas de sacrificio”.

El Consejo Comunitario de la Toma – Suarez Cauca había ganado mediante Sentencia T-1045A de 2010, la tutela los derechos fundamentales al debido proceso y a la consulta previa con relación a los títulos mineros sobre su territorio. La Corte Constitucional reconoció también la afectación a las fuentes hídricas, contaminación, deforestación  e incremento el desequilibrio ecológico. En consecuencia, ordenó la suspensión de las licencias de explotación

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minera y licencias ambientales. Estas decisiones judiciales, como tantas otras, se encontraban en desacato.

Paralelamente, las organizaciones afros del Cauca se declararon en Asamblea Permanente en la sede del Incoder-Cauca para reclamar cinco puntos sobre la Soberanía territorial, Minería, Buen Vivir, Consulta y consentimiento previo, libre e informado, DDHH, DIH y Paz. Ninguno de los acuerdos se habría cumplido. Tampoco se ha reparado a las familias que fueron desplazadas por la represa la Salvajina, muchas de ellas reasentadas en la Vereda La Toma, en Suárez Cauca.

Es en este contexto, que las mujeres negras desnudan el discurso de la política minero energética y se han declarado en resistencia al modelo de desarrollo basado en el consumo y la fragmentación del ser con el territorio. Adicionalmente, identifican una construcción colonial y racista de este discurso que profundiza y radicaliza la necesidad de reconstruir el sujeto dominado “negro” y re existir desde esta identidad.

Contra hegemonías de las formas de vida: el río Ovejas es padre y madre

Desde hace más de diez años, la comunidad de la vereda Yolombó en el municipio de Suárez, Cauca, evidenció que mineros foráneos iniciaban actividades de extracción de oro a orillas del río Ovejas, única fuente de agua potable, lugar de recreación y fuente de subsistencia y espacio para la práctica ancestral de la minería desde mediados del siglo XVII. A finales de 2014, ya habían escuchado cientos de historias sobre los sepultamientos de gente negra en San Antonio, más de los 19 que conoció el país; incluso muchos habrían tratado de convencerlas de que fueran a minear allí. Ya habían hecho desalojos inspiradas por las comunidades indígenas que habrían determinado sacar la minería de sus ríos en otros municipios como Caldono. Ya habían interpuesto denuncias penales, administrativas, ambientales, etc. en Cali, aprovechando que una de ellas estaba estudiando allá. Pero no pasaba nada.

El río Ovejas es el centro motor y razón de la vida comunitaria: “El río Ovejas es padre y madre”, dicen los lugareños, expresión que evidencia la relación de continuidad entre gente y naturaleza, y se expresa de la siguiente manera cuando en algunos espacios organizativos se dice: “Los negros y las negras somos hijos e hijas de las aguas. La humanidad es hija de Yemanyá”. (Mina Rojas y otros, 2015) La comunidad de Suárez ha tenido duras pruebas en la defensa del río Ovejas cuando impidió su desvío como parte del proyecto de la represa Salvajina. Este logro se hizo en unidad con indígenas y campesinos. “El río no se negocia”, dijeron las comunidades en ese entonces. (Mina Rojas y otros, 2015)

Al igual que las comunidades afro descendientes del Pacífico que relata Ulrich Oslender “el río corre además por las imaginaciones de las comunidades negras y se ve reflejado en múltiples formas discursivas en que ellas se refieren a su entorno y su mundo, adquiriendo el río así un papel central en los procesos de identificación colectiva” (Oslender, 2002) El territorio es para las comunidades negras, en especial para las mujeres, el espacio para ser, en comunión y continuidad con la naturaleza, con el agua.

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Potencia su realización como humanos/as en alegría, paz y libertad. Tener un territorio, sentirse perteneciente a éste y a una comunidad y poder dejar algo para los renacientes significa tener autonomía para movilizarse; disfrutar de un ambiente sano con la capacidad de retribuirlo con el cuidado; ejercer la minería ancestral garantizando la existencia del río y del oro, como posibilidad de trabajo fuera de las lógicas de acumulación; indica la posibilidad de vivir sin miedos, amenazas, violencias y discriminación; tener alegría y capacidad de disfrutar la vida. (Mina Rojas y otros, 2015)

Estas formas de vivir y habitar en el territorio, configuran escenarios de representación, simbolismo, significado y conocimiento local que desafían la lógica de visualización hegemónica que se expresa material y discursivamente en la implementación de los proyectos de monocultivo, represamiento de aguas y minería en el territorio. (Oslender, 2002). Por esta razón, el Movimiento de Mujeres Negras por el cuidado de la vida, el agua y el territorio se conformó con apuestas que resulan ser contrahegemónicas al desarrollo. Las mujeres afirman en sus arengas: “[...] el territorio es la vida y la vida no se vende, se ama y se defiende”, “batea sí, retros no”. (Mina Rojas y otros, 2015)

La ruta hacia Bogotá: Solidaridades desde dentro y fuera

La situación se hizo insoportable: las aguas estaban contaminadas, las retroexcavadoras se llevaban el oro, ellas estaban amenazadas, y sus territorios titulados sin que nadie les consultara. Las minas de oro se han vuelto grandes caseríos en donde miles de personas se entierran a buscar el metal. Abundan los buses, cambuches, vendedores ambulantes, personas ajenas a la región. Se dispara la inseguridad, robos, armas, prostitución, todo se vuelve más caro. Una menor de la vereda fue abusada sexualmente. Frente a la desidia del Estado, las mujeres entendieron que si querían que algo pasara “tendríamos que hacerlo con sus propias manos, y para eso necesitábamos muchas manos”. Las mujeres comenzaron a “tirarse teléfono” y organizaron todo para ir al río a sacar las retros. Las amenazas no se hicieron esperar. Los “paisas”, mineros e incluso gente de la misma comunidad se acercaron a ellas; una de las mujeres relata indignada que le dijeron “ustedes podrán ser mucha gente, pero al final siguen siendo unas nadie”. Amenazaron al Personero Municipal y a varias mujeres de la comunidad.

Finalmente decidieron movilizarse. Debía salir al menos una mujer de cada casa, si podía con carteles, con sus esposos, hijos que se sumaban a la Guardia Cimarrona y algo de mercado. Quienes no salieron llevaban víveres y se comprometieron a hacerse cargo del cuidado de las casas, hacían el oficio y llamaban permanentemente para saber como estaban y dar razón de sus hijos e hijas. Compraron las telas con colores, hicieron unos turbantes blancos que recordaban su herencia africana y, esa noche decidieron que esta marcha se llamaría “la Marcha de los Turbantes”. Mientras entretejían el decorado de los turbantes, llegaron los y las mayores, y antes de irse hicieron una bendición. Les pidieron que volvieran sanas. En este momento vieron que era necesario aprender de las resistencias que sus ancestras y mayoras habrían emprendido siglos antes que ellas.

Habían hablado con otras mujeres de Guachene, Santander de Quilichao, Caloto,

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Suarez, Anasur, de Mindala y de La Toma de arriba. Cada vez que iban saliendo se fueron juntando al camino. Sofía hizo la ruta de por dónde iban a salir. Además de ser un camino, la ruta fue un proceso de formación para ellas y otras comunidades. Fueron contando por qué se estaban movilizando y qué era lo que estaba pasando con los ríos que alimentan el río Cauca.

En Santander de Quilichao se quedaron en la Casa Campesina de la ANUC. Ellos les dieron comida, la Gobernación colaboró con el bus, la Defensoría tenían un monitoreo departamento por departamento. Cuando llegaron a Cali, los estudiantes de la Universidad del Valle se tomaron la universidad, hicieron un evento para escucharlas y se quedaron acampando con ellas. Tuvieron charlas con Nomadesc, la Casa Cultura del Chontaduro con quienes plantearon discusiones sobre la territorialidad afro en las zonas urbanas; en Palmira, se encontraron con las esposas de los corteros de caña de Palmira; en Florida hablaron con los desplazados por la Salvaijna al igual que ellas; en Buga los recibió la profesora Silvia y les prestaron instrumentos para hacer sus arengas más armónicas; fueron a Tulum a compartir bailes con los niños que les llevaron flores.

En Armenia se encontraron con los sindicalistas de Sintrainal; en Cajamarca compartieron con COSAJUCA y se hicieron un panorama de la criminalización de la protesta en el territorio que pretende ser explotado por la Anglo Gold Ashanti; en Ibagué los recibieron los médicos y las atendieron los sindicatos de salud. En Fusagasugá se quedaron en el Conservatorio de música y expusieron la situación. La solidaridad de estos procesos sociales les dio más fuerza en sus argumentos. Reafirmaron que sus luchas eran importantes y sus demandas justas. Aprendieron sobre el contexto del país, los actores, políticas, respuestas recurrentes del Estado. Todas herramientas valiosas para su próximo encuentro con las entidades del nivel Nacional en Bogotá.

Este recorrido desde la vereda de Yolombó hasta Bogotá, muestra como los repertorios de acción colectiva usados por la Movilización de Mujeres Negras, se entremezclan y repertorios institucionales, disruptivos, denuncias y prácticas auto afirmativas son usadas de manera paralela (Osorio, 2016). No obstante, resaltan éstas resistencias cotidianas y casi imperceptibles tales como fiestas, reuniones veredales, juntadas para cocinar, visitas de vecinas o recorridos por el territorio para encontrar fuerza en las y los otros que también resisten, en lógicas mucho más rizomáticas de hermanamiento con otros procesos sociales de resistencia durante la marcha. Es una “cocina de la acción colectiva” y el lugar en donde se concreta la reconstrucción del sujeto dominado, se reivindica el ser negro de otras formas posibles.

Estos encuentros son necesarios porque “toda práctica contra-hegemónica implica una auto-evaluación de la capacidad propia para transformar conscientemente la realidad social, por el contrario, la operación ideológica clave de la dominación hegemónica es negar esta capacidad. La hegemonía será plena en la medida en la que logre que los sujetos de las clases subalternas piensen que son incapaces de alterar la situación en la que viven” (Balsa, 2005), para ello es fundamental observar a los otros y otras que han tenido experiencias de resistencia, fracaso y logro contra lo que les oprime.

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Estas prácticas implican una nueva forma de entender el poder “no como “bloques de estructuras institucionales, con tareas preestablecidas – dominar, manipular-, o como mecanismos para imponer el orden de arriba abajo, sino más bien como una relación social difuminada a través de todos los espacios” (García Canclini, 1988:474) Escobar: 149. Es decir, reconocer la capacidad de agencia que tienen los movimientos sociales, en tanto puede activar poder desde el movimientos de sus propias redes político comunicativas y tejidos sociales. (Escobar, 1999)

Esta tarea se hace más importante aun, cuando es necesario re-socializar al sujeto dominado y subvertir la propia versión que tiene de sí mismo y en ello adquiere importancia la práctica autoafirmativa. Por ejemplo, Leidy Lorena Mina, joven del Consejo Comunitario de Pílamo en Guachené, integrante de la movilización, conocida cariñosamente como La Cimarrona, afirmó [...] yo como mujer negra antes era despreocupada, solo me interesaba mi estudio, vestir bien y salir con amigos, ahora desde que entré al palenque me reconozco como lo que soy, como una mujer negra y estoy tratando de entender cada día todo el legado que nos dejaron los ancestros y ancestras. Para mí el soy porque somos es la forma en que vivieron nuestros mayores y mayoras, si no nosotros no estaríamos hoy aquí. Ellos lucharon por estos territorios, incluso fueron asesinados. Y cuando vi que los ríos los están destruyendo y conocí la propuesta de la movilización supe que esa era la oportunidad de hacer algo como negros y mejor todavía como mujeres negras pensando en lo colectivo de nuestras comunidades, en la protección del territorio y de nosotros mismos. (Mina Rojas y otros, 2015)

Este testimonio muestra como “toda hegemonía tiene bases vivenciales en las que anclarse. (…) la hegemonía también se construye sobre prácticas individuales, que al estar constreñidas por las condiciones estructurales de la dominación social, tienen un efecto reproductor de la hegemonía en tanto limitador de los horizontes y vivencias posibles y/o anhelables” (Balsa, 2005). De manera que las resistencias cotidianas que fortalecen prácticas culturales resistentes, así como re-construyen las subjetividades resultan siendo las bases de toda la acción colectiva.

La experiencia de la Movilización de las Mujeres Negras, muestra la dinámica de retroalimentación entre lo político en la cultura y la cultura política. En primer lugar, es necesario enfrentar la violencia cultural (Galtung, 1998), que soportan las agresiones racistas del Estado modernizador e industrializante, es decir, desnaturalizar partes constitutivas de la cultura y resocializar a los sujetos dominados para que encuentren su agencia.

La Toma en la Giralda: transformando lo político en la cultura y la cultura política

Lo primero que hicieron en la capital fue asistir a una audiencia en la Corte Constitucional. Infortunadamente, una delegada de las Naciones Unidas les dijo que se tenían que sentar a dialogar sobre sus derechos territoriales con las empresas, porque ellas también tenían un derecho económico. En ese momento comprendieron que los derechos tal y como los enunciaba el Estado, no podría ser su punto de referencia,

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porque el cuidado de la vida y los territorios no podría nunca estar en el mismo nivel de ponderación que lo que aquella funcionaria llamaba “derechos económicos”. Esto no era más que una creación discursiva de esa hegemonía de las formas de vida, que entrañaba una profunda violencia cultural.

Ninguna de las reuniones que habían planeado con los Ministerios parecían tener resultados. El Estado que había inundado sus territorios con la Salvajina, que había bombardeado durante 50 años las montañas, que había militarizado cada camino, no estaba en capacidad de desalojar a los mineros y tampoco podía suspender los títulos mineros que había otorgado sobre estas tierras. Los funcionarios proponían hacer una mesa de trabajo para tratar el tema, mientras revisaban sus redes sociales. La desidia en la atención de sus demandas mostraba la voluntad del Estado en mantener políticas y prácticas racistas, clasistas y patriarcales.

Subestimar las demandas de estas mujeres provocó su radicalización. La siguiente reunión fue atendida por la Viceministra; una mujer afro descendiente también y la funcionaria de más alto rango que las había atendido que cambió la estrategia y se propuso persuadirlas para que no resolvieran el asunto. La indignación pudo más y ahí mismo las mujeres decidieron quedarse en asamblea permanente. El Ministerio les ofreció quedarse en el hotel Tequendama; los funcionarios decían que no valía la pena dejar la vida y la salud en Bogotá. Nada de eso tenía sentido si al final su vida estaba en Suárez, en donde tampoco había vida digna y salud. No aceptaron. Las prácticas de estas funcionarias, hacen parte del proceso de “deslizamiento” en el que se desarrolla la hegemonía, que pretende deslizar su antagonismo (Balsa, 2002) y camuflarlo mediante la identificación con sus reivindicaciones.

Afuera se hacía una especie de vigilia con velas y flores. Se iba con tamboras que les alegraban el corazón a quienes estaban en la toma. Se congregó a la comunidad afro intelectual de Bogotá, acudieron varios jóvenes de universidades, quienes cantaban:

Limonada, limonada, limonadapara el Gobierno que no hace nada;

borojó, borojó, borojópara el Gobierno que nos jodió;

chontaduro, chontaduro, chontaduropara este pueblo que lucha duro

[...] A ver, a ver, quién tiene la batuta,si las multinacionales

o este pueblo que lucha, lucha, lucha[...]. ¿Quiénes somos? Mujeres negras,

¿quiénes somos?, mujeres negras,¿qué queremos?,

protección de la vida y de nuestros territorios ancestrales.

Adentro era difícil porque no estaban acostumbradas al frío, a no bañarse, a tener que dormir en el piso. A media noche se abrazaban y recordaban a sus mayoras. Recordaban

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que sus ancestras habían sufrido cosas peores en la esclavitud y aún así habían logrado liberar sus vientres. Desde el norte del Cauca y afuera se llamaban y ponían sus celulares en altavoz: se intercambiaban ideas, propuestas, se contaban como estaban sus hijos, como habían pasado la noche. Muchas lloraban por sus hijos e hijas, la mayoría eran pequeños. Además nunca habían salido del territorio; lo único que conocían era Cali. No se imaginaban que pudiera existir un lugar tan frío como Bogotá, ni tenían conciencia de que ya había pasado un mes desde que decidieron partir.

Los diálogos se retomaron y era evidente la desigualdad que allí existía. El Estado aparecía dominante, displicente y aparentemente poderoso. En un momento de desesperación comenzaron a levantar la voz, les recordaron los cuatrocientos años de exclusión, esclavitud y trabajo hasta que lograron que tuvieran una actitud de concertación. Como siempre, se llegaron a varios acuerdos que se quedaron en el papel: un estudio de impacto de la minería en la vida de las comunidades, la implementación del Decreto 3645 sobre reconocimiento a los Consejos Comunitarios, a las reparaciones colectivas, la implementación de los autos 092 y 005 de la Corte Constitucional.

Al comienzo, algunas viajaban a Bogotá para hacer seguimiento a estos acuerdos. Luego de ver que estaban gastando dinero sin que nada avanzara, tomaron de la decisión de trabajar más hacia dentro de su propia comunidad, de hacer las cosas que hay que hacer con sus propias manos. En todo caso, esta acción colectiva les generó mucho reconocimiento a nivel nacional e internacional; muchos procesos de mujeres alrededor del mundo han manifestado que su lucha es un referente para ellas, que juntas las mujeres nos podemos hermanar y caminar un mundo distinto, sin patriarcado, racismo, ni capitalismo

Reflexiones finales:

Estas reflexiones hicieron que luego organizaran un Encuentro de Mujeres Afro para visibilizar y reconocer el trabajo de las mayoras. En este Encentro fue particularmente importante el trabajo de doña Paulina, quien inspiró fortaleza durante la acción colectiva. Ella fue quien dijo que el río Ovejas es padre y madre, que cuando la carga se ladea cuesta más acomodarse. Vinieron mujer negras de muchos lados, kilombos de Brasil, de Estados Unidos, Brasil, etc. todas luchando por la permanencia en el territorio. Ahí comenzaron las reflexiones en relación con el desarrollo, el racismo y la negación de los conocimientos ancestrales de las mujeres.

Actualmente, “los marcos de referencia defendidos por las mujeres negras se sustentan en el reconocimiento, el respeto y la apropiación de principios fundamentales colectivos como condición para el Buen Vivir, retomados del proceso de construcción colectiva del PCN” (Mina Rojas y otros, 2015) como una propuesta contra hegemónica a las formas de vida, que plantean:

“1) el principio de ser como hombres y mujeres negros/as y como pueblo negro, en un ejercicio de auto reconocimiento; y una acción relacional con los/as otros/as y desde ellos, de reconocimiento y respeto de la humanidad y la dignidad de los/as afro

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descendientes- negros/as, en sus diferencias de género, generacionales y culturales, entre otras; 2) el principio de un espacio propio y autónomo para ser (cuerpo y territorio), reconociéndose parte del mismo territorio; 3) el principio de autonomía y participación, como expresión del ejercicio del ser en libertad y en relación con otros/as; 4) asumir el principio de una opción propia de pasado, presente y de futuro, como posibilidad de reconocerse, vivir y convivir con otros/as humanos y no humanos en la búsqueda del bienestar colectivo; 5) el principio de ser parte de las luchas de los pueblos en el mundo, en tanto queremos uno donde quepan muchos más, y, en ese orden, implica que nos sumemos y articulemos con los procesos de lucha por una convivencia armónica entre los seres humanos y la naturaleza... el principio del ubuntu: soy porque somos; 6) el principio de la reparación histórica, entendida como el reconocimiento (que ya hizo las Naciones Unidas) de los enormes aportes de los africanos/as y afro descendientes a la construcción de las sociedades, y cómo actualmente estos pueblos sufren las consecuencias negativas de la trata transatlántica”

La tarea de las mujeres negras rurales no es sencilla. Convocar a la protección de sus territorios implica desmontar todo un sistema cuidadosamente instaurado desde colonia y el orden eurocéntrico, racista, extractivo y patriarcal, que desafían incluso al análisis académico y las relaciones de poder que reproducimos en él. No obstante, sus prácticas y postulados siguen siendo la esperanza de lograr prácticas contra-hegemónicas, territorialidades, identidades y cultura para la re –existencia.

Como he mencionado en otros momentos, explorar la historia y las acciones colectivas que las comunidades y pueblos me resulta revitalizante y desesperanzador a la vez. Aunque el sueño de vida digna en nuestros territorios sigue siendo esquivo, seguimos aquí. En particular, me resultan inspiradoras las nuevas identidades y propuestas de acciones colectivas como prácticas auto-afirmativas, en las que los sujetos se ven internamente compelidos a comprender las transformaciones en todas las escalas y de manera concatenada, partiendo de sí mismo o sí misma.

Estas experiencias reafirman mi convicción en los escenarios de transformación desde el arte, la cultura, así como la reconstrucción de los sujetos dominados. Frente a la desazón y lentitud de la disputa política institucional, la cotidianidad de las comunidades se están revolucionando y poniendo toda su creatividad en juego para el cuidado del agua, los territorios y la vida.

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BIBLIOGRAFÍA

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