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2. Puntos de Oración: EL Servicio El segundo Signo distintivo de este Jueves Santo: El Servicio…, como una manera de relacionarnos entre nosotros y, asimismo, como un modo de identificarnos con Jesús P. Gonzalo Contreras SJ Esta mañana, en una primera instancia nos invitaban a poner el foco de nuestra atención en la eucaristía. Ese misterio que preludia la entrega definitiva de Jesús en la cruz por cada uno de nosotros por puro amor. Pues bien, es precisamente en medio de esa acción liberadora de Jesús por nosotros que se sitúa -diríamos- un segundo signo que Jesús quiso dejar consignado -el del SERVICIO-, de manera que todos aquellos que nos confesamos sus seguidores, nos identifiquemos y distingamos con las maneras del Maestro a la hora de relacionarnos entre nosotros. San Juan es el único de los evangelistas que deja memoria de ese gesto significativo de Jesús, y que se nos da a conocer al hilo de la narración del episodio que conocemos como “el lavatorio de los pies”. Y si bien san Juan no narra la institución misma de la eucaristía -como sí lo hacen los otros tres evangelios-, deja en claro que ese gesto del Señor sucede en medio de la Cena (Cfr v2: “Durante la Cena, cuando el Diablo había sugerido a Judas Iscariote que lo entregara…, se levantó de la mesa, se quitó el manto, y tomando una toalla se la ató a la cintura… Luego…, se puso a lavarles los pies a los discípulos”). Unidos en la Oración 1

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Page 1: sscolegiosanignacio.files.wordpress.com€¦  · Web viewAl hilo de este episodio queda claro que “ser rico”, en el evangelio, no tiene que ver con el tamaño de la cuenta corriente

2. Puntos de Oración: EL ServicioEl segundo Signo distintivo de este Jueves Santo: El Servicio…,como una manera de relacionarnos entre nosotros y, asimismo, como un modo de identificarnos con Jesús

P. Gonzalo Contreras SJ

Esta mañana, en una primera instancia nos invitaban a poner el foco de nuestra atención en la eucaristía. Ese misterio que preludia la entrega definitiva de Jesús en la cruz por cada uno de nosotros por puro amor.

Pues bien, es precisamente en medio de esa acción liberadora de Jesús por nosotros que se sitúa -diríamos- un segundo signo que Jesús quiso dejar consignado -el del SERVICIO-, de manera que todos aquellos que nos confesamos sus seguidores, nos identifiquemos y distingamos con las maneras del Maestro a la hora de relacionarnos entre nosotros.

San Juan es el único de los evangelistas que deja memoria de ese gesto significativo de Jesús, y que se nos da a conocer al hilo de la narración del episodio que conocemos como “el lavatorio de los pies”. Y si bien san Juan no narra la institución misma de la eucaristía -como sí lo hacen los otros tres evangelios-, deja en claro que ese gesto del Señor sucede en medio de la Cena (Cfr v2: “Durante la Cena, cuando el Diablo había sugerido a Judas Iscariote que lo entregara…, se levantó de la mesa, se quitó el manto, y tomando una toalla se la ató a la cintura… Luego…, se puso a lavarles los pies a los discípulos”).

¿Qué les propongo, entonces, para este segundo momento de oración?Dada la riqueza de la “narración de la eucaristía” según san Juan, son muchos los detalles que pudieran ponerse de relieve respecto de este episodio. Esta mañana quisiera, solamente, detenerme en un detalle, en una actitud del Señor que llama la atención y que -proponiéndose como condición de posibilidad- le sitúa a Él de cara a los demás como quien sirve..., como servidor de todos.

Jesús se quita el manto y se ciñe una toalla a la cintura(o la invitación a amar y servir al modo del Señor)

El detalle -en el “lavatorio de los pies”- al que les invito a detener por un rato la mirada tiene que ver con aquella acción en la que Jesús, una vez que se ha levantado de la mesa, se quita el manto y se ciñe una toalla al cinto antes de comenzar a lavarles los pies a sus discípulos. Como pudiera creerse, aquí no se trata de un “desnudarse” para poder recibir.... un perdón, una caricia, un beso; sino que, muy por el contrario, se trata de

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“desnudarse” para poder entregar ese perdón, esa caricia o ese beso a un otro que lo está esperando de mí.

Algunos Puntos para la reflexión u oración personal que pudieran ayudarles:

i. En principio, parece curioso que para poder entregar algo a alguien sea necesario

tener que descubrirse-desprotegerse-desnudarse, porque el sentido común nos dice que ello sólo es posible desde la omnipotencia. Claro, la creencia generalizada pareciera afirmar que una situación de fragilidad y desvalimiento no nos capacita para aportarle a otros algo que les sea de provecho. ¿Alguien, naturalmente, espera ser enriquecido por una persona que vive en la pobreza? Cuando nos vemos necesitados de algo, normalmente recurrimos a aquellos que detentan poder e influencias; todavía mejor si éstos están, además, bien provistos. Alguno podría alegar que en el mundo de las cosas materiales esa es la lógica que impera. ¡De acuerdo!, pero tratándose de otorgar el perdón, de ofrecer una caricia o un beso la lógica es otra, y coincide con la de Jesús y su evangelio.

Algo así como en el episodio de la viuda pobre, descrito por Lucas en el capítulo 21. Allí, Jesús alaba la generosidad sin límites y la centralidad que Dios tiene en la existencia de esa mujer pobre, en contraste con el cálculo y la pobreza del vínculo que los ricos tienen con Dios.

Al hilo de este episodio queda claro que “ser rico”, en el evangelio, no tiene que ver con el tamaño de la cuenta corriente sino con la capacidad de entregarse de corazón a Dios y a los demás, para lo cual se hace necesario un corazón despojado, libre de toda ambición, y resuelto a ponerse al servicio de los demás

En ese sentido, la verdad del corazón humano nos dice que, para poder amar sin restricciones ni coacciones, sino que con plena libertad y gratuitamente, se hace necesario un corazón desnudo de orgullos, libre de falsas apariencias, despojado de miedos y vergüenzas que nos impiden muchas veces acercarnos a la vida de los demás con confianza, con sumo respeto y gran ternura. Esto anterior implica, por lo demás, una cuota no menor de humildad, de un cierto “abajamiento” a la hora de ir al encuentro de los demás.

ii. Al hilo de lo ya dicho y del evangelio que nos inspira, surge la pregunta, entonces, por:* ¿Quién de nosotros tiene la libertad del Señor para “desnudarse” delante de otro,

porque lo que quiere, precisamente, es que ese otro tenga más Vida?* O, dicho más en extenso, ¿quién de nosotros tiene la libertad de “desnudarse” de

sus “ropajes” (llámense éstos *orgullos personales, *cultivo de una cierta imagen, *miedo a ser rechazado, *vergüenza a expresarse en el lenguaje

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del corazón humano, *apatías e indolencias hacia las personas que están allí esperándonos) para poder llevar a otro *alivio en sus angustias, *perdón en sus ofensas, *compañía en sus soledades, *consuelo en sus tristezas?

San Pablo, en la carta a los Filipenses, expresa bien esta acción de Jesús de “desnudarse de sus ropajes” cuando habla del “abajamiento” o humildad del Señor:

“No hagan nada por ambición o vanagloria, antes con humildad estimen a los otros como superiores a ustedes mismos. Nadie busque su interés, sino el de los demás. Tengan los mismos sentimientos de Cristo Jesús, quien, a pesar de su condición divina, no hizo alarde de ser igual a Dios; sino que se vació de sí y tomó la condición de esclavo, haciéndose semejante a los hombres. (Fil 2, 1-7)

Sí, parece que para poder curar y lavar a otros, en una palabra, para disponerse a amar con calidad, hay que “desnudarse” de los propios ropajes que nos estorban e impiden sacar lo mejor de nosotros mismos…, a la vez que se hace sumamente necesario realizar un movimiento de “abajamiento” -de humildad-, de manera de poder generar efectivamente más vida en torno nuestro.

iii. Así, pues, a propósito de lo dicho hasta aquí, les propongo algunas preguntas que

pudieran ayudar a la oración:* ¿cuáles son esos “vestidos”, esos “mantos” que me impiden -muchas veces-

acercarme con calidad a los demás?,… en circunstancias que, paradójicamente, lo que uno más desea y necesita con todo el corazón es calidad y hondura en las relaciones…,… porque lo que más anhela el corazón humano es una relación y unos vínculos profundos, toda vez que las relaciones puramente funcionales –si bien necesarias- no terminan por satisfacernos

* ¿Quiero acercarme -al modo del Señor- a aquellos que conviven de a diario conmigo, en mi casa o en mi trabajo?

* ¿Quiénes son esos que necesitan de mí para ser acogidos, sanados de sus heridas y dolores?...… no hace falta que busque mucho, ¿verdad? Rápidamente se me vienen a la cabeza sus rostros y sus nombres a mi corazón.

iv. Al hilo de lo ya dicho y, más específicamente, de la crisis sanitaria que estamos

sufriendo como humanidad, ¿cuál será la invitación de Jesús para cada uno de nosotros? Se me ocurren, al menos, dos cosas:

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Por una parte, la crisis global generada a raíz del Coronavirus ha dejado al descubierto las grietas de la sociedad en la que vivimos, a propósito de la forma en que nos relacionamos y del individualismo que impera en nuestra convivencia. Pero ha sido a raíz de esta misma crisis, precisamente, que se nos ha revelado el antídoto para ésta, y que tiene que ver con darle más cabida a la vivencia de la solidaridad en medio nuestro.

Ello es, precisamente, lo que el Papa Francisco nos decía hace unos pocos días atrás cuando, comentando el evangelio de la “tempestad calmada” (cfr Marcos 4, 35-41), afirmaba que una de las verdades reveladas a través de la vida de Jesucristo era la voluntad deliberada de Dios por interesarse y prestarle atención a cada persona en medio de sus circunstancias. “¿Es que no te importa que nos hundamos?”, le dicen los discípulos a Jesús, en el evangelio. Pero en Jesucristo, Dios se hizo solidario de todo hombre y de toda mujer, y se nos aproximó para compartir en todo nuestra condición y circunstancias.

Es en Jesucristo -o en su espíritu solidario- que hemos descubierto por estos días a tantos hermanos/as nuestros que han ofrecido su propia vida en rescate por muchos. Se trata de personas generosas -médicos, enfermeros y enfermeras, reponedores de supermercados, limpiadoras, cuidadoras, transportistas, fuerzas de seguridad…, los basureros, etc.- que han comprendido que nuestras vidas están entretejidas y que nadie se salva solo en esta vida. (Cfr. Meditación del Papa Francisco, 27 de marzo 2020)

Pero, por otra parte, y a una escala más familiar, diríamos, este tiempo de incertidumbre, de miedo y angustia… pudiese ser también una buena oportunidad para servir desde lo oculto y sencillo a los que están a nuestro lado, de manera que podamos hacerle la vida un poco más llevadera a los que nos rodean, haciéndoles experimentar, además, la calidez de nuestra presencia (Cfr. Toni Catalá sj). Sí, estos días pudiesen ser una buena oportunidad para vivir más intensamente la comprensión, la amabilidad, la paciencia y el perdón, al modo de Jesús, que se pone a nuestros pies para servirnos en nuestras necesidades, cansancios y aflicciones. Este es un tiempo para ayunar de rencores, envidias, rencillas, críticas o desafecciones; es el tiempo de los pequeños grandes gestos…, para hacerle sentir a los demás mi cercanía, para rescatar la convivencia y los vínculos.

v. A modo de epílogo, y aunque ya está insinuado…,

quiero insistir en que esto de “lavarle los pies a los demás” no se trata de un “servicio social” o de una acción cualquiera. Porque, si este SERVICIO quiere ser imitación del gesto que hizo el Señor, ha de estar empapado de ternura, de aquella acción que media entre el simple servicio y la adoración... A través de ella, Jesús se entrega a sí mismo; no está, simplemente, ejerciendo un rol: el del esclavo

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Si nosotros creyéramos que verdaderamente, como dice San Pablo, “llevamos un tesoro en vasijas de barro”, y que no tenemos que pedirle prestado a nadie esa capacidad de perdonar, de acoger o de aliviar a los demás, sino que la llevamos dentro, realmente nos convertiríamos en sujetos de bendición para los demás.

Hay muchos -que no están muy lejos de nosotros; cada uno sabe bien quiénes son- que están esperando de mí un gesto o una palabra de acogida. Ellos esperan de mí, aunque no me lo pidan, mi misericordia y mi compasión.

¡Que Dios les Bendiga!

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