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MARIANO JOSÉ DE LARRA VUELVA USTED MAÑANA Y OTROS ARTÍCULOS POLÍTICOS Selección, prólogo y notas Xavier Fähndrich Richon 1

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Artículos políticos de Mariano José de Larra.

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  • MARIANO JOS DE LARRA

    VUELVAUSTED

    MAANAY OTROS ARTCULOS POLTICOS

    Seleccin, prlogo y notasXavier Fhndrich Richon

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  • Este libro no podr ser reproducido, ni total ni parcialmente,sin el previo permiso escrito del editor. Todos los derechosreservados.

    Edicin no venal.Diciembre de 2002.

    de la edicin: Estrategia Local, S.A. del prlogo y notas: Xavier Fhndrich RichonTranscripcin del texto: Victoria Gndara Martnez Diseo y maquetacin: Frdric Wolf MontesImpreso en: Alsograf, S.A.Depsito Legal: B-29.009-2002

    Estrategia Local, S.A.Plaa de Castella, 3, 1er.08001 Barcelona

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  • OTROS TTULOS DE ESTA COLECCIN:

    - El Hroe. Baltasar Gracin (1637). Prlogo y comentarios, XavierFhndrich Richon, 2001 (128 pginas).

    - Espejo de Prncipes. Pedro Belluga Tous (1441). Seleccin, prlogo y notas,Albert Calder Cabr, 2000 (119 pginas).

    - Regiment de la cosa pblica. Francesc Eiximenis (1383). Seleccin, prlogo y notas,Albert Calder Cabr, 1999 (120 pginas).

    - El Concejo y Consejeros del Prncipe. Fadrique Furi Ceriol (1559). Prlogo y notas para gober-nantes del siglo XXI, Albert Calder Cabr, 1998 (128 pgi-nas).

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  • NDICE

    Introduccin ........................................................... 7Prlogo ................................................................... 9

    Artculos:

    Vuelva usted maana ........................................... 15El ministerial ......................................................... 35Quin es el pblico y dnde se le encuentra? .. 45Jardines pblicos .................................................. 61Los calaveras I ...................................................... 69Los calaveras II ..................................................... 79La diligencia .......................................................... 95En este pas ............................................................ 111

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  • INTRODUCCIN

    La obra periodstica de Mariano Jos deLarra sigue teniendo una gran vigencia a pesarde tener ms de 160 aos. Aunque la mayora desus artculos son conocidos y estn sobradamen-te divulgados, este volumen presenta una selec-cin de aquellos que a pesar del paso del tiemposiguen siendo de tremenda actualidad, desde elpunto de vista del arte de gobernar y de las cau-sas que convierten a ste en una funcin ardua ycompleja para los responsables de la cosa pbli-ca.

    El objetivo principal de nuestra coleccin esla divulgacin de nuestros clsicos sobre gobier-no y gestin pblica. La prolfica obra de Larra

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  • y su compromiso con las nacientes ideas libera-les y de progreso permiten encontrar en sus art-culos finas observaciones del ayer que invitan areflexionar sobre la gestin pblica de hoy.

    Vuelva usted maana y otros artculos polti-cos rene 7 de los artculos menos conocidosde Larra (a excepcin tal vez del que da ttulo ala obra). La seleccin obedece criterios deactualidad, de proximidad, y de relacin contemas de gestin pblica, especialmente en elmbito local. No se han tenido en cuenta otroscriterios, como la calidad literaria o de valorhistrico de los artculos, ya que ste no es ni elproceder ni la finalidad de esta coleccin.

    Esta edicin presenta la versin ntegra de losartculos y ha respetado totalmente la ortografay sintaxis del autor. Las notas que acompaan altexto original son breves invitaciones al debate ya la reflexin sobre algunos retos de la gestinpblica del siglo XXI que ya fueron objeto deinters periodstico e intelectual en el siglo XIX.

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  • PRLOGO

    Mariano Jos de Larra y Snchez de Castro(1809-1837) fue probablemente la primeraestrella del periodismo de Espaa. Su carrerafue breve, pero su actividad periodstica y litera-ria fue intensa y prolfica. Se hizo famoso porsus artculos: la mayora sumamente satricos,mordaces, muy crticos con la sociedad deentonces. Trabaj en las mejores publicacionesperidicas madrileas y lleg a cobrar un suel-do de 40.000 reales (una buena suma entonces).Fund los peridicos El Duende Satrico delDa (1828) y El Pobrecito Hablador (1832) ycolabor en La Revista Espaola (despusMensajero), El Observador, El Redactor Gene-ral y El Mundo, entre otras.

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  • Mariano Jos de Larra fue un romntico. Suvida es una copia casi exacta de la imagen tpi-ca de los escritores y poetas romnticos: unalma angustiada por su extrema sensibilidad ylucidez frente a un mundo hostil que obliga allevar una existencia montona, lejos de unavida ideal soada como la perfecta armona delindividuo y la sociedad. La insatisfaccin produ-cida por el choque entre el mundo deseado y larealidad est presente en la vida y obra deLarra. No obstante, este talante romntico queinfluy patente en su actitud vital y su obra lite-raria, aparece ms atenuado en su trabajoperiodstico (a excepcin tal vez de sus dos lti-mos artculos: El Da de difuntos y LaNochebuena). Como periodista, Larra es toda-va un hijo y seguidor de la ilustracin y de losenciclopedistas franceses. Sus artculos sonfruto de la observacin directa, de la formula-cin de leyes y modelos para explicar la reali-dad, as como de la voluntad reformista ymodernizadora de la sociedad.

    Mariano Jos de Larra fue un poltico liberal.Sus escritos periodsticos estn elaborados a

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  • partir de una profunda conviccin poltica endefensa de la libertad, los derechos individualesy el progreso. Su temperamento apasionado, suespritu crtico y su compromiso con los princi-pios de la verdad y la razn hicieron que siem-pre se encontrara en la oposicin, incluso enaquellos perodos con gobiernos liberales. Larrano soportaba la dejadez, la necedad, la falta decivismo, la incultura, la holgazanera... y tantosotros vicios que describi e intent combatirtanto a travs de su actividad intelectual comodesde la poltica. Lleg a ser elegido diputadopor vila en 1836 en las filas del partido pro-gresista, pero el Motn de la Granja acab consu carrera poltica a los pocos meses.

    Entre 1836 y 1837, Larra cosech una seriede fuertes desengaos. En poco ms de un ao,a su creciente desilusin intelectual tuvo quesumar la muerte de su mejor amigo, el fracasoliberal y la ruptura con su amante. ste ltimogolpe fue la gota que colm el vaso y provoc susuicidio. Tena 28 aos. La muralla que Larracre a travs de su alter ego Fgaro su pseud-nimo preferido- se redujo a cero. Su personajede periodista cnico y burln, que durante un

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  • tiempo, le permiti crear un distanciamiento cr-tico suficiente para vivir la contradiccin entredeseo y realidad, no resisti tantos fracasos y lotransform al final en una persona alienada ysin confianza en el futuro.

    Larra fue reivindicado 60 aos despus porlos escritores de la Generacin del 98, seduci-dos seguramente por el inconformismo reformis-ta, la lucidez crtica y la contundencia de supluma. Ms de cien aos despus, los artculosde Larra, siguen interesando a quienes compar-ten el espritu progresista y transformador deeste intelectual comprometido de principios delsiglo XIX.

    Se ha destacado demasiado la vertiente mora-lista y costumbrista de los artculos de Larra.Los ms populares hoy en da son los que ridi-culizan algunas de las costumbres de los espa-oles y que han llegado a formar imgenes tpi-cas del carcter de la sociedad (El caf, Qucosa es por ac el autor de una comedia?, ElCastellano viejo, Los calaveras, etc.). Y esmenos frecuente, una lectura ms poltica. Lacrtica de la moral, las tradiciones y las costum-

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  • bres es un intento real de despertar las concien-cias de sus compatriotas frente a los obstculosque suponen para el advenimiento de una socie-dad ms culta, ms justa y ms libre. Los escri-tos periodsticos de Larra defienden personas,actitudes e ideas liberales en una sociedad delAntiguo Rgimen todava muy apegada a la tra-dicin, a la religin y a las costumbres. Eso levali ms de un problema con la censura.

    Vuelva Usted maana es tal vez el artculoms conocido y citado de Larra. La crtica queen l se hace de la holgazanera y la falta decivismo coincide con la percepcin actual demuchos ciudadanos de cmo funcionan lascosas en nuestro pas. Encontramos la mismaagudeza, mordacidad y actualidad en el resto deartculos seleccionados: El ministerial, Quin esel pblico y dnde se le encuentra, JardinesPblicos, Los calaveras, La diligencia y En estepas.

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  • VUELVA USTED MAANAEl Pobrecito Hablador, n 11, enero de 1833

    Gran persona debi de ser el primero quellam pecado mortal a la pereza; nosotros, queya en uno de nuestros artculos anteriores estuvi-mos ms serios de lo que nunca nos habamospropuesto, no entraremos ahora en largas y pro-fundas investigaciones acerca de la historia deeste pecado, por ms que conozcamos que haypecados que pican en historia, y que la historiade los pecados sera un tanto cuanto divertida.Convengamos solamente en que esta institucinha cerrado y cerrar las puertas del cielo a msde un cristiano.

    Estas reflexiones haca yo casualmente nohace muchos das, cuando se present en micasa un extranjero de estos que en buena o enmala parte han de tener siempre de nuestro pasuna idea exagerada e hiperblica, de estos que ocreen que los hombres aqu son todava losesplndidos, francos, generosos y caballerescosseres de hace dos siglos, o que son an las tribusnmadas del otro lado del Atlante: en el primercaso vienen imaginando que nuestro carcter se

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  • conserva tan intacto como nuestra ruina; en elsegundo vienen temblando por esos caminos, ypreguntan si son los ladrones que los han de des-pojar los individuos de algn cuerpo de guardiaestablecido precisamente para defenderlos de losazares de un camino, comunes a todos los pa-ses.

    Verdad es que nuestro pas no es de aquellosque se conocen a primera ni segunda vista, y sino temiramos que nos llamasen atrevidos, locompararamos de buena gana a esos juegos demanos sorprendentes e inescrutables para el queignora su artificio, que estribando en una grand-sima bagatela, suelen, despus de sabidos dejarasombrado de su poca perspicacia al mismo quese devan los sesos por buscarles causasextraas. Muchas veces la falta de una causadeterminante en las cosas nos hace creer quedebe de haberlas profundas para mantenerlas alabrigo de nuestra penetracin. Tal es el orgullodel hombre, que ms quiere declarar en alta vozque las cosas son incomprensibles cuando no lascomprende l, que confesar que el ignorarlaspuede depender de su torpeza.

    Esto no obstante, como quiera que entre

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  • nosotros mismos se hallen muchos en esta igno-rancia de los verdaderos resortes que nos mue-ven, no tendremos derecho para extraar que losextranjeros no las puedan tan fcilmente pene-trar.

    Un extranjero de stos fue el que se pre-sento en mi casa, provisto de competentes cartasde recomendacin para mi persona. Asuntosintrincados de familia, reclamaciones futuras, yan proyectos vastos concebidos en Pars deinvertir aqu sus cuantiosos caudales en tal cualespeculacin industrial o mercantil, eran losmotivos que a nuestra patria le conducan.

    Acostumbrado a la actividad en que vivennuestros vecinos, me asegur formalmente quepensaba permanecer aqu muy poco tiempo,sobre todo si no encontraba pronto objeto seguroen que invertir su capital. Parecime el extranje-ro digno de alguna consideracin, trab prestoamistad con l y lleno de lstima trat de persua-dirle a que se volviese a su casa cuanto antes,siempre que seriamente trajese otro fin que nofuese el de pasearse. Admirle la proposicin, yfue preciso explicarme ms claro. Mirad, ledije Mr. Sans-dlai, que as se llamaba; vos

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  • vens decidido a pasar quince das, y a solventaren ellos vuestros asuntos. Ciertamente, mecontest. Quince das, y es mucho. Maana porla maana buscamos un genealogista para misasuntos de familia; por la tarde revuelve suslibros, busca mis ascendientes, y por la noche yas quin soy. En cuanto a mis reclamaciones,pasado maana las presento fundadas en losdatos que aqul me d, legalizadas en debidaforma; y como ser una cosa clara y de justiciainnegable (pues solo en este caso har valer misderechos), al tercer da se juzga el caso y soydueo de lo mo. En cuanto a mis especulacio-nes, en que pienso invertir mis caudales, al cuar-to da ya habr presentado mis proposiciones.Sern buenas o malas, y admitidas o desechadasen el acto, y son cinco das; en el sexto, sptimoy octavo, veo lo que hay que ver en Madrid;descanso el noveno; el dcimo tomo mi asientoen la diligencia, si no me conviene estar mstiempo aqu, y me vuelvo a mi casa; an mesobran de los quince, cinco das.

    Al llegar aqu Mr. Sans-dlai trat dereprimir una carcajada que me andaba retozandoya haca rato en el cuerpo, y si mi educacin

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  • logr sofocar mi inoportuna jovialidad, no fuebastante a impedir que se asomase a mis labiosuna suave sonrisa de asombro y de lstima quesus planes ejecutivos me sacaban al rostro, malde mi grado. Permitidme, Mr. Sans-dlai, ledije entre socarrn y formal, permitidme que osconvide a comer para el da en que llevis quin-ce meses de estancia en Madrid. Cmo? Dentro de quince meses estis aqu todava.Os burlis? No por cierto. No mepodr marchar cuando quiera? Cierto que laidea es graciosa! Sabed que no estis en vues-tro pas activo y trabajador. Oh!, los espao-les que han viajado por el extranjero han adqui-rido la costumbre de hablar mal de su pas porhacerse superiores a sus compatriotas. Os ase-guro que en los quince das con que contis nohabris podido hablar siquiera a una sola de laspersonas cuya cooperacin necesitis. Hiprboles! Yo les comunicar a todos miactividad. Todos os comunicarn su inercia.

    Conoc que no estaba el seor de Sans-dlai muy dispuesto a dejarse convencer sinopor la experiencia, y call por entonces, bienseguro de que no tardaran mucho los hechos en

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  • hablar por m.Amaneci el da siguiente, y salimos

    entrambos a buscar un genealogista, lo cual slose pudo hacer preguntando de amigo en amigo yde conocido en conocido: encontrmosle por fin,y el buen seor, aturdido de ver nuestra precipi-tacin, declar francamente que necesitabatomarse algn tiempo; instsele, y por muchofavor nos dijo definitivamente que nos diramosuna vuelta por all dentro de unos das. Sonremey marchmonos. Pasaron tres das; fuimos.Vuelva usted maana, nos respondi la criada,porque el seor no se ha levantado todava. Vuelva usted maana, nos dijo al siguiente da,porque el amo acaba de salir. Vuelva ustedmaana, nos respondi el otro, porque el amoest durmiendo la siesta. Vuelva usted maa-na, nos respondi el lunes siguiente, porque hoyha ido a los toros. Qu da, a qu hora se ve aun espaol? Vmosle por fin, y Vuelva ustedmaana, nos dijo porque se me ha olvidado.Vuelva usted maana, porque no est en lim-pio. A los quince das ya estuvo; pero mi amigole haba pedido una noticia del apellido Dez, yl haba entendido Daz, y la noticia no serva.

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  • Esperando nuevas pruebas, nada dije a miamigo, desesperado ya de dar jams con susabuelos.

    Es claro que faltando este principio notuvieron lugar las reclamaciones.

    Para las proposiciones que acerca devarios establecimientos y empresas utilsimaspensaba hacer, haba sido preciso buscar un tra-ductor; de maana en maana nos llev hasta elfin del mes. Averiguamos que necesitaba dinerodiariamente para comer, con la mayor urgencia;sin embargo, nunca encontraba momento oportu-no para trabajar. El escribiente hizo despus otrotanto con las copias, sobre llenarlas de mentiras,porque un escribiente que sepa escribir no le hayen este pas.

    No par aqu; un sastre tard veinte dasen hacerle un frac que le haba mandado llevarleen veinticuatro horas; el zapatero le oblig consu tardanza a comprar botas hechas; la plancha-dora necesit quince das para plancharle unacamisola; y el sombrerero a quien le habaenviado su sombrero a variar el ala, le tuvo dosdas con la cabeza al aire y sin salir de casa.

    Sus conocidos y amigos no le asistan a

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  • una sola cita, ni avisaban cuando faltaban, nirespondan a sus esquelas. Qu formalidad yqu exactitud!

    Qu os parece de esta tierra, Mr. Sans-dlai?, le dije al llegar a estas pruebas. Meparece que son hombres singulares... Pues asson todos. No comern por no llevar la comida ala boca.

    Presentse con todo, yendo y viniendodas, una proposicin de mejoras para un ramoque no citar, quedando recomendada eficacsi-mamente.

    A los cuatro das volvimos a saber el xitode nuestra pretensin. Vuelva usted maana,nos dijo el portero. El oficial de la mesa no havenido hoy. Grande causa le habr detenidodije yo entre m. Fumonos a dar un paseo, y nosencontramos, qu casualidad!, al oficial de lamesa en el Retiro, ocupadsimo en dar una vuel-ta con su seora al hermoso sol de los inviernosclaros de Madrid.

    Martes era al da siguiente, y nos dijo elportero: Vuelva usted maana, porque el seoroficial de la mesa no da audiencia hoy. Grandes negocios habrn cargado sobre l, dije

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  • yo. Como soy el diablo y an he sido duende,busqu ocasin de echar una ojeada por el agu-jero de una cerradura. Su seora estaba echandoun cigarrito al brasero, y con una charada delCorreo entre manos que le deba costar trabajoel acertar. Es imposible verle hoy, le dije a micompaero; su seora est en efecto ocupadsi-mo.

    Dionos audiencia el mircoles inmediato,y, qu fatalidad!, el expediente haba pasado ainforme, por desgracia a la nica persona enemi-ga indispensable de monsieur y de su plan, por-que era quien deba salir en l perjudicado.Vivi el expediente dos meses en informe, yvino tan informado como era de esperar. Verdades que nosotros no habamos podido encontrarempeo para una persona muy amiga del infor-mante. Esta persona tena unos ojos muy hermo-sos, los cuales sin duda alguna le hubieran con-vencido en sus ratos perdidos de la justicia denuestra causa.

    Vuelto de informe se cay en la cuenta enla seccin de nuestra bendita oficina de que eltal expediente no corresponda a aquel ramo; erapreciso rectificar este pequeo error; passe al

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  • ramo establecimiento y mesa correspondientes, yhtenos caminando despus de tres meses a lacola siempre de nuestro expediente, como hurnque busca el conejo, y sin poderlo sacar muertoni vivo de la huronera. Fue el caso al llegar aquque el expediente sali del primer establecimien-to y nunca lleg al otro. De aqu se remiti confecha tantos, decan en uno. Aqu no ha llega-do nada, decan en otro. Voto va!, dije yo aMr. Sans-dlai; sabis que nuestro expedientese ha quedado en el aire como el alma deGaribay, y que debe de estar ahora posado comouna paloma sobre algn tejado de esta activapoblacin?

    Hubo que hacer otro. Vuelta a los empe-os! Vuelta a la prisa! Qu delirio! Esindispensable, dijo el oficial con voz campanu-da, que esas cosas vayan por sus trmites regula-res. Es decir, que el toque estaba como el toquedel ejercicio militar, en llevar nuestro expedientetantos o cuantos aos de servicio.

    Por ltimo, despus de cerca de medioao de subir y bajar, y estar a la firma, o alinforme, o a la aprobacin, o al despacho, odebajo de la mesa, y de volver siempre maana,

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  • sali con una notita al margen que deca: Apesar de la justicia y utilidad del plan delexponente, negado. Ah, ah! Mr. Sans-dlai,exclam rindome a carcajadas; ste es nuestronegocio. Pero Mr. Sans-dlai se daba a todoslos oficinistas, que es como si dijramos a todoslos diablos. Para esto he echado yo mi viajetan largo? Despus de seis meses no habr con-seguido sino que me digan en todas partes dia-riamente: Vuelva usted maana, y cuando estedichoso maana llega en fin, nos dicen redonda-mente que no? Y vengo a darles dinero? Yvengo a hacerles favor? Preciso es que la intrigams enredada se haya fraguado para oponerse anuestras miras. Intriga, Mr. Sans-dlai? Nohay hombre capaz de seguir dos horas una intri-ga. La pereza es la verdadera intriga; os juro queno hay otra: sa es la eran causa oculta: es msfcil negar las cosas que enterarse de ellas.

    Al llegar aqu, no quiero pasar en silencioalgunas razones de las que me dieron para laanterior negativa, aunque sea una pequea digre-sin.

    Ese hombre se va a perder, me deca unpersonaje muy grave y muy patritico. Esa no

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  • es una razn, le repuse: si l se arruina, nada sehabr perdido en concederle lo que pide; l lle-var el castigo de su osada o de su ignorancia.Cmo ha de salir con su intencin? Ysuponga usted que quiere tirar su dinero y per-derse; no puede uno aqu morirse siquiera sintener un empeo para el oficial de la mesa? Puede perjudicar a los que hasta ahora hanhecho de otra manera eso mismo que ese seorextranjero quiere. A los que lo han hecho deotra manera, es decir, peor? S, pero lo hanhecho. Sera lstima que se acabara el modode hacer mal las cosas. Conque, porque siem-pre se han hecho las cosas del modo peor posi-ble, ser preciso tener consideraciones con losperpetuadores del mal? Antes se debiera mirar sipodran perjudicar los antiguos al moderno. As est establecido ; as se ha hecho hasta aqu;as lo seguiremos haciendo. Por esa razndeberan darle a usted papilla todava comocuando naci. En fin, seor Fgaro, es unextranjero. Y por qu no lo hacen los natu-rales del pas? Con esas socalias vienen asacarnos la sangre. Seor mo, exclam, sinllevar ms adelante mi paciencia; est usted en

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  • un error harto general. Usted es como muchosque tienen la diablica mana de empezar siem-pre por poner obstculos a todo lo bueno, y elque pueda que los venza. Aqu tenemos el locoorgullo de no saber nada, de quererlo adivinartodo y no reconocer maestros. Las naciones quehan tenido, ya que no el saber, deseos de l, nohan encontrado otro remedio que el de recurrir alos que saban ms que ellas.

    Un extranjero, segu, que corre a un pasque le es desconocido, para arriesgar en l suscaudales, pone en circulacin un capital nuevo,contribuye a la sociedad, a quien hace uninmenso beneficio con su talento y su dinero. Sipierde, es un hroe; si gana es muy justo quelogre el premio de su trabajo, pues nos propor-ciona ventajas que no podamos acarrearnossolos. Este extranjero que se establece en estepas no viene a sacar de l el dinero, como ustedsupone; necesariamente se establece y se arraigaen l, y a la vuelta de media docena de aos, nies extranjero ya, ni puede serlo; sus ms carosintereses y su familia le ligan al nuevo pas queha adoptado; toma cario al suelo donde hahecho su fortuna, al pueblo donde ha escogido

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  • una compaera; sus hijos son espaoles, y susnietos lo sern; en vez de extraer el dinero, havenido a dejar un capital suyo que traa, invir-tindole y hacindole producir; ha dejado otrocapital de talento, que vale por lo menos tantocomo el del dinero; ha dado de comer a lospocos o muchos naturales de quien ha tenidonecesariamente que valerse; ha hecho una mejo-ra, y hasta ha contribuido al aumento de lapoblacin con su nueva familia. Convencidos deestas importantes verdades, todos los Gobiernossabios y prudentes han llamado a s a los extran-jeros: a su grande hospitalidad ha debido siem-pre la Francia su alto grado de esplendor; a losextranjeros de todo el mundo que ha llamado laRusia ha debido el llegar a ser una de las prime-ras naciones en muchsimo menos tiempo que elque han tardado otras en llegar a ser las ltimas;a los extranjeros han debido los EstadosUnidos..., pero veo por sus gestos de usted, con-clu interrumpindome oportunamente a mmismo, que es muy difcil convencer al que estpersuadido de que no se debe convencer. Porcierto si usted mandara podramos fundir enusted grandes esperanzas!

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  • Concluida esta filpica, fuime en busca demi Sans-dlai. Me marcho, seor Fgaro, medijo: en este pas no hay tiempo para hacer nada;slo me limitar a ver lo que haya en la capitalde ms notable.

    Ay!, mi amigo, le dije, idos en paz, yno queris acabar con vuestra poca paciencia;mirad que la mayor parte de nuestras cosas nose ven. Es posible? Nunca me habisde creer? Acordaos de los quince das... Ungesto de Mr. Sans-dlai me indic que no lehaba gustado el recuerdo.

    Vuelva usted maana, nos decan entodas partes, porque hoy no se ve. Pongausted un memorialito para que le den a usted unpermiso especial. Era cosa de ver la cara de miamigo al or lo del memorialito: representbaseleen la imaginacin el informe, y el empeo, y losseis meses, y... Contentse con decir: Soyextranjero. Buena recomendacin entre losamables compatriotas mos! Aturdase mi amigocada vez ms, y cada vez nos comprendamenos. Das y das tardamos en ver las pocasrarezas que tenemos guardadas. Finalmente, des-pus de medio ao largo, si es que puede haber

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  • un medio ao ms largo que otro, se restituy mirecomendado a su patria maldiciendo de esta tie-rra, y dndome la razn que yo ya antes metena, y llevando al extranjero noticias excelen-tes de nuestras costumbres; diciendo sobre todo,que en seis meses no haba podido hacer otracosa sino volver siempre maana, y que a lavuelta de tanto maana, enteramente futuro, lomejor o ms bien lo nico que haba podidohacer bueno haba sido marcharse.

    Tendr razn, perezoso lector (si es quehas llegado ya a esto que estoy escribiendo), ten-dr razn el buen Mr. Sans-dlai en hablar malde nosotros y de nuestra pereza? Ser cosa deque vuelva el da de maana con gusto a visitarnuestros hogares? Dejemos esta cuestin paramaana, porque ya estars cansado de leer hoy:si maana u otro da no tienes, como sueles,pereza de volver a la librera, pereza de sacar tubolsillo, y pereza de abrir los ojos para ojear lashojas que tengo que darte todava, te contarcmo a m mismo que todo esto veo y conozcoy callo mucho ms, me ha sucedido muchasveces, llevado de esta influencia, hija del climay de otras causas, perder de pereza ms de una

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  • conquista amorosa: abandonar ms de una pre-tensin empezada, y las esperanzas de ms deun empleo, que me hubiera sido acaso, conms actividad, poco menos que asequible;renunciar, en fin, por pereza de hacer una visitajusta o necesaria, a relaciones sociales quehubieran podido valerme de mucho en el trans-curso de mi vida; te confesar que no hay nego-cio que no pueda hacer hoy que no deje paramaana; te referir que me levanto a las once, yduermo siesta; que paso haciendo quinto pie dela mesa de un caf hablando o roncando, comobuen espaol, las siete y las ocho horas segui-das; te aadir que cuando cierran el caf mearrastro lentamente a mi tertulia diaria (porquede pereza no tengo ms que una), y un cigarritotras otro me alcanzan clavado en un sitial, y bos-tezando sin cesar, las doce o la una de la madru-gada; que muchas noches no ceno de pereza, yde pereza no me acuesto; en fin, lector de mialma, te declar que de tantas veces como estuveen esta vida desesperado, ninguna me ahorqu ysiempre fue de pereza.

    Y concluyo por hoy confesndote que hams de tres meses que tengo, como la primera

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  • entre mis apuntaciones, el ttulo de este artculo,que llam Vuelva usted maana; que todas lasnoches y muchas tardes he querido durante todoeste tiempo escribir algo en l, y todas lasnoches apagaba mi luz, dicindome a m mismocon la ms pueril credulidad en mis propiasresoluciones: Eh, maana le escribir! Da gra-cias a que lleg por fin este maana, que no esdel todo malo; pero ay de aquel maana que noha de llegar jams! 1

    1 A pesar del aumento de eficacia de la administracinpblica respecto a la de hace 169 aos, la imagen del "empleadopblico ocioso" y de la "burocracia inoperante" sigue muy arrai-gada en nuestro subconsciente colectivo. En la era de los trmitespor internet, de las gestiones por telfono y del pago domiciliado(por mencionar slo algunas comodidades modernas), siguelamentablemente existiendo el "vuelva usted maana". Las expec-tativas previas de los ciudadanos antes de usar un servicio pblicosiguen siendo pesimistas. An es motivo de sorpresa el trmiteadministrativo que se resuelve en pocos minutos, pocas horas opocos das. Cuando esa interaccin positiva se produce, el ciuda-dano lo atribuye a la "suerte", a una "casualidad" o a la "diligen-cia" particular del empleado pblico que lo ha atendido, pero casinunca a una mejora generalizada de la calidad de los serviciosdesde un punto de vista organizativo y de marketing. Esta imagennegativa, tan bien sintetizada por Larra en la frase "vuelva ustedmaana", sigue muy viva en nuestra sociedad y no solamente aso-ciada a la administracin pblica, puesto que muchos serviciospblicos de titularidad y / o gestin privada son vistos de la

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  • misma manera. Es una percepcin profundamente asumida, muyinteriorizada y tan poco cuestionada que adquiere casi el rango desea de identidad perenne para propios y ajenos. No obstante, losresponsables y los profesionales del sector pblico no deberamosdejarnos llevar por el pesimismo y redoblar, si cabe, los esfuerzospor ofrecer servicios de calidad. Vemoslo desde un punto devista positivo, en una primera instancia no es tan difcil conse-guirlo; o al menos no debera serlo, si el punto de partida es unasituacin como la descrita, con unas expectativas previas muymodestas por parte de los ciudadanos y si se tiene en cuenta que ajuicio de los expertos buena parte del secreto del xito est enigualarlas o superarlas.

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  • EL MINISTERIALRevista Espaola, n 332, 16 de septiembre de 1834

    Qu me importa a m que Locke exprimasu exquisito ingenio para defender que no hayideas innatas, ni que sea la divisa de su escuela:Nihil est intellectu quod prius non fuerit insensu? Nada. Locke pudiera muy bien ser unvisionario, y en ese caso ni sera el primero ni elltimo. En efecto, no deba de andar Locke muyderecho: figrese el lector que siempre ha sidoautor prohibido en nuestra patria!... Y no se mediga que ha sido mal mirado como cosa revolu-cionaria, porque, sea dicho entre nosotros, ni fuenunca Locke emigrado, ni tuvo parte en la cons-titucin del ao 12, ni empleo el ao 20, ni fuenunca periodista, ni tampoco urbano. Ni menosfue perseguido por liberal; porque en sus tiem-pos no se sabia lo que era haber en Espaaministros liberales. Sin embargo, por ms que lno escribiese de ideas para Espaa, en lo cualanduvo acertado, y por ms que se le hubiesedado un bledo de que todos los padres censoresde la Merced y de la Victoria condenasen alfuego sus peregrinos silogismos, bien empleadole estuvo. Yo quisiera ver al seor Locke en

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  • Madrid en el da y entonces veramos si segui-ra sosteniendo que porque un hombre sea ciegoy sordo desde que naci, no ha de tener por esoideas de cosa alguna que a esos sentidos ataa ypertenezca. Es cosa probada que el que no ve nioye claro a cierta edad, ni ha visto nunca ni ver.Pues bien, hombres conozco yo en Madrid decierta edad y no uno ni dos, sino lo menoscinco, que as ven y oyen claro como yo vuelo.Hbleles usted, sin embargo, de ideas; no slolas tienen, sino que ojal no las tuvieran! Y deque estas ideas son innatas, as me queda lamenor duda, como pienso en ser nunca minis-terial; porque si no nacen precisamente con elhombre, nacen con el empleo, y sabido se estque el hombre, en tanto es hombre, en cuantotiene empleo.

    Podra haber algo de confusin en lo quellevo dicho, porque los idelogos ms famosos,los Condillac y Destut-Tracy, hablan slo delhombre, de ese animal privilegiado de la crea-cin, y yo me cio a hablar del ministerial, eseser privilegiado de la gobernacin. Saber ahoralo que va de ministerial a hombres, es cuestinpara ms despacio, sobre todo cuando creo ser elprimer naturalista que se ocupa de este ente,

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  • en ninguna zoologa clasificado. Los antiguospor supuesto no le conocieron; as es que ningu-no de sus autores le mienta para nada entre lascuriosidades del mundo antiguo, ni se ha descu-bierto ninguno en las excavaciones deHerculano, ni Coln encontr uno solo entretodos los indios que descubri; y entre losmodernos, ni Buffon le ech de ver entre losracionales, ni Valmont de Baumare le reconoce;ni entre las plantas le coloca Jussieu, Tournefort,ni de Candolle, ni entre los fsiles le clasificaCuvier; ni el barn de Humboldt, en suslargos viajes, hace la cita ms pequea quepueda a su existencia referirse. Pues decir queno existe, sin embargo, sera negar la fe, y viveDios que mejor quiero pasar que la fe y elministerialismo sean cosas para renegadas quepara negadas, por ms que pueda haber en elmundo ms de un ministerial completamentenegado.

    El ministerial podr no ser hombre; perose le parece mucho, por de fuera sobre todo: lamisma fachada, el exterior mismo. Por supuesto,no es planta, porque no se cra ni se coge; msbien pertenecera al reino mineral, lo uno porqueel ministerialismo tiene algo de mina, y lo otro

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  • porque se forma y crece por superposicin decapas: lo que son las diversas capas superpues-tas en el reino mineral, son los empleos aglome-rados en l: a fuerza de capas medra un mineral;a fuerza de empleos crece un ministerial, pero enrigor tampoco pertenece a este reino. Con res-pecto al reino animal, somos harto urbanos, seadicho con terror suyo, para colocar al ministerialen l. En realidad, el ministerial ms tiene deartefacto que de otra cosa. No se cra, sino quese hace, se confecciona. La primera materia, lamasa, es un hombre. Coja usted un hombre (sies usted ministro, se entiende, porque si no, nosale nada): sonrasele usted un rato, y le verusted ir tomando forma, como el pintor ve salirdel lienzo la figura con una sola pincelada. Deleusted un toque de esperanza, derecho al corazn,un ligero barniz de nombramiento, y un colorpronunciado de empleo, y le ve usted irsedoblando en la mano como una hoja sensitiva,encorvar la espalda, hacer atrs un pie, inclinarla frente, rer a todo lo que diga: y ya tiene ustedhecho un ministerial. Por aqu se ve que la con-feccin del ministerial tiene mucho de sublime,como lo entiende Longino. Dios dijo: Fat lux,et lux faca fuit. Se sonri un ministro, y qued

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  • hecho un ministerial. Dios hizo al hombre a susemejanza, por ms que diga Voltaire que fue alrevs: as tambin un ministro hace un ministe-rial a imitacin suya. Una vez hecho, le sucedelo que al famoso escultor griego que se enamorde su hechura, o lo que al Supremo Hacedor, dequien dice la Biblia a cada creacin concluida:Et vidit Deus quod erat bonum. Hizo el ministrosu ministerial, y vi lo que era bueno.

    Aqu entra el confesar que soy un s es noes materialista, si no tanto que no pueda pasarentre las gentes del da lo bastante para habermuerto emparedado en la difunta que muri dehecho ha catorce aos, y que mat no ha muchode derecho el ministerio de Gracia y Justicia,que fue matarla muerta. Dgolo, porque soy delos que opinan en los ratos que estoy de opinaralgo sobre algo con muchos fisilogos y conGall, sobre todo, que el alma se adapta a laforma del cuerpo, y que la materia en forma dehombre da ideas y pasiones, as como da naran-jas en forma de naranjo La materia que enforma slo de procurador produca un discursoracional, unas ideas intrpretes de su provincia,se seca, se adultera en forma ministerial: y aquentran las ideas innatas esto es, las que nacen

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  • con el empleo, que son las que yo sostengo, malque les pese a los idelogos. Aqu es dondeempieza el ministerial a participar de todos losreinos de la naturaleza. Es mona por una partede suyo imitadora; vive de remedo. Mira al amode hito en hito: hace este un gesto?; miradlereproducido como en un espejo en la fisonomadel ministerial. Se levanta el amo? La mona alpunto monta a caballo. Se sienta el amo?Abajo la mona Es papagayo por otra parte;palabra soltada por el que le ensea, palabrarepetida; Sucdese as lo que a aquel loro, dequien cuenta Jouy que habiendo escapado convida de una batalla naval, a que se hall casual-mente, qued para toda su vida repitiendo, llenode terror, el caoneo que haba odo: pum!,pum!, pum!, sin nunca salir de esto. El minis-terial no sabe ms que este caoneo. La Espaano est madura. No es oportuno. Pido lapalabra en contra. No se crea que al tomar lapalabra lo hago para impugnar la peticin, sinoslo s para hacer algunas observaciones, etc-tera. Y todo por qu? Porque le suena siempreen los odos el caoneo del ao 23. No ve msque el Zurriago, no oye ms que a Angulema.

    Es cangrejo porque se vuelve atrs de sus

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  • mismas opiniones francamente: abeja en el chu-par; reptil en el serpentear: mimbre en lo flexi-ble: aire en el colarse: agua en seguir la corrien-te: espino en agarrarse a todo: aguja imantada engirar siempre hacia su norte: girasol en mirar alque alumbra: muy buen cristiano en no votar: ysemjase en fin, por lo mismo al camello enpoder pasar largos das de abstinencia; as es queen la votacin ms decidida alzase el ministerialy exclama: Me abstengo, pero, como aquelanimal, sin perjuicio de desquitarse de la largaabstinencia a la primera ocasin.

    El ministerial anda a paso de reforma; esdecir, que ms parece que se columpia, sinmoverse de un sitio, que no que anda.

    Es por ltimo el ministerial de suyo tmi-do y miedoso. Su coco es el urbano: no se sabepor qu le ha tomado miedo; pero que se lo tienees evidente: semejante a aquel loco clebre quevea siempre la mosca en sus narices, tiene decontinuo entre ceja y ceja la anarqua: y as laanda buscando por todas partes, como buscaGuzmn en La Pata de cabra los fantasmas porentre las rendijas de las sillas. El ministerial,para concluir, es ser que dar chasco a cualquie-ra, ni ms ni menos que su amo. Todas las espe-

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  • ranzas anteriores, sus antecedentes todos seestrellan al llegar al silln; a cuyo propsitoquiero contar un cuento a mis lectores.

    Era ao de calamidad para un pueblo deCastilla, cuyo nombre callar; reunise elAyuntamiento, y decidi recurrir a otro puebloinmediato, en el cual se veneraba el cuerpo deun santo muy milagroso, segn las ms acor-des tradiciones, en peticin de la sagradareliquia y de algunas semillas de granos para lanueva cosecha. Hzose el pedido, que fue alpunto mismo otorgado. Al ao siguiente pasabael alcalde del pueblo sano por el afligido: es deadvertir que contra todas las esperanzas, si bienla cosecha era abundante, el cielo, que ocultasiempre al hombre dbil sus altos fines, nohaba querido terminar la plaga, sin duda porqueal pueblo no le deba de convenir. Cmo haido por sta?, le preguntaba el uno al otro alcal-de. Amigo, le respondi el preguntado, conexpresin doliente y afligido, la semilla asom-brosa....pero... no quisiera decrselo a usted. Hombre! qu? Nada: la semilla, como digo,asombrosa, pero el santo sali flojillo.

    Los ministeriales, efectivamente, amigolector, no quisiera decirlo, pero salieron tambin

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  • flojillos. 2

    2 Afortunadamente, el spoil system no existe en nuestroordenamiento democrtico o por lo menos slo afecta a unapequea parte de los empleados de la cosa pblica: al personal deconfianza. Se trata de una cantidad de profesionales modesta res-pecto a la totalidad, pero tambin en comparacin a la cantidad depersonal de confianza existente en la organizacin de otrosgobiernos democrticos occidentales. El personal de confianzaintegrado en gabinetes tcnicos de apoyo al gobierno es un temamal resuelto en nuestro pas. Tiene muy mala imagen entre losformadores de opinin pblica. Una mala imagen que ha hechomella entre los polticos y que, consciente o inconscientemente,les impide rodearse del equipo tcnico-poltico que necesitan paradesarrollar su trabajo con ms garantas de xito. Los gobiernoslocales y autonmicos actuales prcticamente no cuentan contecno-estructuras o estados mayores de apoyo suficientes. Todo loms se limita a un jefe de gabinete (sin equipo) y / o un jefe deprensa (sin equipo) y / o un responsable de protocolo. Insuficienteen la inmensa mayora de los casos. Un responsable poltico nodebera estar tan solo a la hora de tomar decisiones y poder contarcon el criterio tcnico de un equipo de personas de su confianzacontratadas por su preparacin su experiencia y, porqu no?, suproximidad a la persona o personas y al proyecto del gobierno.

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  • QUIN ES EL PBLICO Y DNDE SE LEENCUENTRA?

    El Pobrecito Hablador, n 1, 18 de agosto de 1832El doctor t te lo pones,

    El Montalvn no le tienes,Conque, quitndote el don,

    Vienes a quedar Juan Prez.

    Epigrama antiguo contra el doctor don Juan Prez de Montalvn.

    Yo vengo a ser lo que se llama en el mundo unbuen hombre, un infeliz, un pobrecillo, como yase echar de ver en mis escritos; no tengo msdefecto, o llmese sobre si se quiere que hablarmucho, las ms veces sin que nadie me preguntemi opinin; vyase porque otros tienen el nohablar nada, aunque se les pregunte la suya.Entremtome en todas partes como un pobrecito,y formo mi opinin y la digo, venga o no alcaso, como un pobrecito. Dada esta primeraidea de mi carcter pueril e inocentn, nadieextraar que me halle hoy en mi bufete congana de hablar, y sin saber qu decir; empeadoen escribir para el pblico, y sin saber quin esel pblico. Esta idea, pues, que me ocurre al sen-

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  • tir tal comezn de escribir ser el objeto de miprimer articulo. Efectivamente, antes de dedicar-le nuestras vigilias y tareas quisiramos sabercon quin nos las habemos.

    Esa voz pblico que todos traen en boca,siempre en apoyo de sus opiniones, ese comodnde todos los partidos, de todos los pareceres,es una palabra vaca de sentido o es un entereal y efectivo? Segn lo mucho que se habla del segn el papeln que se hace en el mundo,segn los eptetos que se le prodigan y las consi-deraciones que se le guardan, parece que debede ser alguien. El pblico es ilustrado, el pbli-co es indulgente, el publico es imparcial, elpblico es respetable: no hay duda, pues, en queexiste el pblico. En este supuesto, quin es elpblico y dnde se le encuentra?

    Slgome de casa con mi cara infantil ybobalicona a buscar al pblico por esas calles, aobservarle, y a tomar apuntaciones en mi regis-tro acerca del carcter, por mejor decir, de loscaracteres distintivos de ese respetable seor.Parceme, a primera vista, segn el sentido enque se usa generalmente esta palabra, que tengode encontrarle en los das y parajes en que suele

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  • reunirse ms gente. Elijo un domingo, y donde-quiera que veo un nmero grande de personasllmolo pblico a imitacin de los dems. Esteda un sinnmero de oficinistas y de gentes ocu-padas o no ocupadas el resto de la semana, seafeita, se muda, se viste y se perfila; veo que aprimera hora llenan las iglesias la mayor partepor ver y ser visto; observa a la salida las carasinteresantes, los talles esbeltos, los pies delica-dos de las bellezas devotas, las hace seas, lassigue, y reparo que a segunda hora va de casa encasa haciendo una infinidad de visitas; aqu dejaun cartoncito con su nombre cuando los visita-dos no estn o no quieren estar en casa; allentra, habla del tiempo que no interesa, de lapera que no entiende, etc. Y escribo en milibro: El pblico oye misa, el pblico coquetea(permtase la expresin mientras no tengamosotra mejor), el pblico hace visitas, la mayorparte intiles, recorriendo casas, adonde va sinobjeto, de donde sale sin motivo, donde por loregular ni es esperado antes de ir, ni es echadode menos despus de salir; y el pblico en con-secuencia (sea dicho con perdn suyo) pierde eltiempo, y se ocupa en futesas: idea que confir-

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  • ma al pasar por la Puerta del Sol.Entrme a comer en una fonda, y no s

    por qu me encuentro llenas las mesas de unconcurso que, juzgando por las facultades queparece tener para comer de fonda, tendr proba-blemente en su casa una comida sabrosa, limpia,bien servida, etc., y me lo hallo comiendo volun-tariamente, y con el mayor placer, apiado en unlocal incmodo (hablo de cualquier fonda deMadrid), obstruido, mal decorado, en mesasestrechas, sobre manteles comunes a todos, lim-pindose las babas con las del que comi mediahora antes en servilletas sucias sobre toscas, ser-vidas diez, doce, veinte mesas, en cada una delas cuales comen cuatro, seis, ocho personas, poruno o solos dos mozos mugrientos mal encara-dos y con el menor agrado posible: repitiendoeste da los mismos platos, los mismos guisosdel pasado, del anterior y de toda la vida; siem-pre puercos, siempre mal aderezados; sin poderhablar libremente por respetos al vecino; bebien-do vino, o por mejor decir agua teida o coci-miento de campeche abominable. Digo para micapote: Qu alicientes traen al pblico acomer en las fondas de Madrid? Y me contesto:

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  • El pblico gusta de comer mal, de beber peor,y aborrece el agrado, el aseo y la hermosura dellocal.

    Salgo a paseo, y ya en materia de paseosme parece difcil decidir acerca del gusto delpblico, porque si bien un concurso numeroso,lleno de pretensiones, obstruye las calles y elsaln del Prado, o pasea a lo largo del Retiro,otro ms llano visita la casa de las fieras, se diri-ge hacia el ro, o da la vuelta a la poblacin porlas rondas. No s cul es el mejor, pero s escri-bo: Un pblico sale por la tarde a ver y servisto; a seguir sus intrigas amorosas ya empeza-das, o enredar otras nuevas; a hacer el importan-te junto a los coches; a darse pisotones, y a aho-garse en polvo; otro pblico sale a distraerse,otro a pasearse, sin contar con otro no menosinteresante que asiste a las novenas y cuarentahoras, y con otro no menos ilustrado atendidoslos carteles, que concurre al teatro, a los novi-llos, al fantasmagrico Mantillo y al Circo olm-pico.

    Pero ya bajan las sombras de los altosmontes, y precipitndose sobre esos paseos hete-rogneos arrojan de ellos a la gente; yo me retiro

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  • el primero, huyendo del pblico que va en cocheo a caballo, y que es el ms peligroso de todoslos pblicos; y como mi observacin hace faltaen otra parte, me apresuro a examinar el gustodel pblico en materias de cafs. Reparo consingular extraeza que el pblico tiene gustosinfundados; le veo llenar los ms feos, los msoscuros y estrechos, los peores, y reconozco ami pblico de las fondas. Por qu se apia en elreducido, puerco y opaco caf del Prncipe, y elmal servido de Venecia, y ha dejado arruinarseel espacioso y magnfico de Santa Catalina, yanteriormente el lindo del Tvoli, acaso mejorsituados? De aqu infiero que el pblico escaprichoso.

    Empero aqu un momento de observacin.En esta mesa cuatro militares disputan, como sipelearan, acerca del mrito de Montes y deLen, del volapi y del pasatoro; ninguno sabede tauromaquia ; sin embargo se van a matar, sedesafan, se matan en efecto por defender su opi-nin, que en rigor no lo es.

    En otra cuatro leguleyos que no entiendende poesa se arrojan a la cara en forma de alega-tos y pedimentos mil dicterios disputando acerca

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  • del gnero clsico y del romntico, del versoantiguo y de la prosa moderna.

    Aqu cuatro poetas que no han saludado eldiapasn se disparan mil epigramas envenena-dos, ilustrando el punto poco tratado de la dife-rencia de la Tossi y de la Lalande, y no se tiranlas sillas por respeto al sagrado del caf.

    All cuatro viejos en quienes ha agotadola fuente del sentimiento, avaros, digmoslo as,de su poca, convienen en que los jvenes delda estn perdidos, opinan que no saben sentircomo se senta en su tiempo, y echan abajosus ensayos, sin haberlos querido leersiquiera.

    Acull un periodista sin perodo, y otroperiodista con perodos interminables, que noaciertan a escribir artculos que se vendan, con-vienen en la manera indisputable de redactar unpapel que llene con su fama sus gavetas, y en laimportancia de los resultados que tal o cual art-culo, tal o cual vindicacin debe tener en elmundo que no los lee.

    Y en todas partes muchos majaderos, queno entienden de nada disputan de todo.

    Todo lo veo, todo lo escucho, y apunto

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  • con mi sonrisa, propia de un pobre hombre, ycon perdn de mi examinando: El ilustradopblico gusta de hablar de lo que no entiende.

    Salgo del caf, recorro las calles, y nopuedo menos de entrar en las hosteras y otrascasas pblicas; un concurso crecido de parro-quianos de domingo las alborota merendando obebiendo, y las conmueve con su bulliciosaalgazara; todas estn llenas: en todas el Yepesy el Valdepeas mueven las lenguas de la concu-rrencia, como el aire la veleta, y como el agua lapiedra del molino ; ya los densos vapores deBaco comienzan a subirse a la cabeza del pbli-co, que no se entiende a s mismo. Casi voy aescribir en mi libro de memorias: El respetablepblico se emborracha; pero felizmente rmpe-se la punta de mi lpiz en tal mala coyuntura, yno siendo aquel lugar propio para afilarle, qu-dase in pectore mi observacin y mi habladura.

    Otra clase de gente entre tanto mete ruidoen los billares, y pasa las noches empujando lasbolas, de lo cual no hablar, porque este es detodos los pblicos el que me parece ms tonto.

    brese el teatro, y a esta hora creo quevoy a salir para siempre de dudas, y conocer de

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  • una vez al pblico por su indulgencia ponderada,su gusto ilustrado, sus fallos respetables. staparece ser su casa, el templo donde emitesus orculos sin apelacin. Represntase unacomedia nueva; una parte del publico la aplaudecon furor: es sublime, divina; nada se ha hechomejor de Moratn ac: Otra la silba despiadada-mente; es una porquera, es un sainete, nada seha hecho peor desde Comella hasta nuestrotiempo. Uno dice: Est en prosa, y me gustaslo por eso; las comedias son la imitacin dela vida; deben escribirse en prosa. Otro: Esten prosa y la comedia debe escribirse en verso,porque no es ms que una ficcin para agradar alos sentidos; las comedias en prosa son cuente-citos caseros, y si muchos las escriben as, esporque no saben versificarlas. Este grita:Dnde est el verso, la imaginacin, la chis-pa de nuestros antiguos dramticos? Todoeso es fro, moral inspida, lenguaje helado; elclasicismo es la muerte del genio. Aqul clama:Gracias a Dios que vemos comedias arregla-das y morales! La imaginacin de nuestros anti-guos era desarreglada: qu tenan? Escondidos,tapadas, enredos interminables y montonos,

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  • cuchilladas, graciosos pesados, confusin de cla-ses, de gneros; el romanticismo es la perdicindel teatro: slo puede ser hijo de una imagina-cin enferma y delirante. Odo esto, vista estadiscordancia de pareceres, a qu me canso ennuevas indagaciones? Recuerdo que Latorretiene un partido considerable, y que Luna, sinembargo, es tambin aplaudido sobre esas mis-mas tablas donde busco un gusto fijo; que enaquella misma escena los detractores de laLalande arrojaron coronas a la Tossi, y que losapasionados de la Tossi despreciaron, destroza-ron a la Lalande, y entonces ya renuncio a misesperanzas. Dios mo!, dnde est ese pbli-co tan indulgente, tan ilustrado, tan imparcial,tan justo, tan respetable, eterno dispensador dela fama, de que tanto me han hablado; cuyo falloes irrecusable, constante, dirigido por un buengusto invariable, que no conoce ms norma nims leyes que las del sentido comn, que tanpocos tienen? Sin duda el pblico no ha venidoal teatro esta noche; acaso no concurre a losespectculos.

    Reno mis notas, y ms confuso que antesacerca del objeto de mis pesquisas, llego a infor-

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  • marme de personas ms ilustradas que yo. Unautor silbado me dice cuando le pregunto:quin es el pblico? Preguntadme ms biencuntos necios se necesitan para componer unpblico. Un autor aplaudido me responde: Esla reunin de personas ilustradas, que deciden enel teatro del mrito de las producciones litera-rias.

    Un escritor cuando le silban dice que elpblico no le silb, sino que fue una intriga desus enemigos, sus envidiosos, y ste ciertamenteno es el pblico, pero si le critican los defectosde su comedia aplaudida llama al pblico en sudefensa; el pblico le ha aplaudido; el pblicono puede ser injusto; luego es buena su comedia.

    Un periodista presume que el pblico estreducido a sus suscriptores, y en este caso no esgrande el pblico de los periodistas espaoles.Un abogado cree que el pblico se componede sus clientes. A un mdico se le figura que nohay ms pblico que sus enfermos, y gracias asu ciencia este pblico se disminuye todos losdas; y as de los dems: de modo que concluyola noche sin que nadie me d una razn exactade lo que busco.

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  • Ser el pblico el que compra la Galerafnebre de espectros y sombras ensangrentadas,y las poesas de Salas, o el que deja en la libreralas Vidas de los espaoles clebres y la traduc-cin de La llada? El que se da de cachetes porcoger billetes para or a una cantatriz pinturera,o el que los revende? El que en las pocastumultuosas quema, asesina y arrastra, o el queen tiempos pacficos sufre y adula?

    Y esa opinin pblica tan respetable, hijasuya sin duda, ser acaso la misma que tantasveces suele estar en contradiccin hasta con lasleyes y con la justicia? Ser la que condena avilipendio eterno al hombre juicioso que rehsasalir al campo a verter su sangre por el caprichoo la imprudencia de otro, que acaso vale menosque l? Ser la que en el teatro y en la sociedadse mofa de los acreedores en obsequio de lostramposos, y marca con oprobio la existencia yel nombre del marido que tiene la desgracia detener una loca u otra cosa peor por mujer? Serla que acata y ensalza al que roba mucho con losnombres de seor o de hroe, y sanciona lamuerte infamante del que roba poco? Ser laque fija el crimen en la cantidad, la que pone el

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  • honor del hombre en el temperamento de suconsorte, y la razn en la punta incierta de unhierro afilado?

    En qu consiste, pues, que para granjearla opinin de ese pblico se quema las cejastoda su vida sobre su bufete el estudioso e infati-gable escritor, y pasa sus das manoteando ygesticulando el actor incansable? En qu con-siste que se expone a la muerte por merecer suselogios el militar arrojado? En qu se fundantantos sacrificios que se hacen por la fama quede l se espera? Slo concibo, y me explico per-fectamente, el trabajo, el estudio que se empleanen sacarle los cuartos.

    Llega empero la hora de acostarse, y meretiro a coordinar mis notas del da: lelas denuevo, reno mis ideas, y de mis observacionesconcluyo:

    En primer lugar, que el pblico es el pre-texto, el tapador de los fines particulares decada uno. El escritor dice que emborrona papel,y saca el dinero al pblico por su bien y lleno derespeto hacia l. El mdico cobra sus curasequivocadas, y el abogado sus pleitos perdidospor el bien del pblico. El juez sentencia equivo-

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  • cadamente al inocente por el bien delpblico. El sastre, el librero, el impresor, cortan,imprimen y roban por el mismo motivo; y enfin, hasta el... Pero a qu me canso? Yo mismohabr de confesar que escribo para el pblico,so pena de tener que confesar que escribo param.

    Y en segundo lugar concluyo: que noexiste un pblico nico, invariable, juez impar-cial, como se pretende; que cada clase de lasociedad tiene su pblico particular, de cuyosrasgos y caracteres diversos y aun heterogneosse compone la fisonoma monstruosa del que lla-mamos pblico; que ste es caprichoso, y casisiempre tan injusto y parcial como la mayorparte de los hombres que le componen; que esintolerante al mismo tiempo que sufrido, y ruti-nero al mismo tiempo que novelero, aunqueparezcan dos paradojas; que prefiere sin razn,y se decide sin motivo fundado; que se deja lle-var de impresiones pasajeras; que ama con ido-latra sin por qu, y aborrece de muerte sincausa; que es maligno y mal pensado, y serecrea con la mordacidad; que por lo regularsiente en masa y reunido de una manera muy

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  • distinta que cada uno de sus individuos en parti-cular; que suele ser su favorita la mediana intri-gante y charlatana, y el objeto de su olvido o desu desprecio el mrito modesto; que olvida confacilidad e ingratitud los servicios ms impor-tantes, y premia con usura a quien le lisonjea yle engaa; y por ltimo, que con gran sinraznqueremos confundirle con la posteridad, que casisiempre revoca sus fallos interesados. 3

    3 Larra ya aplica aqu lo que en muchos diseos de pol-ticas pblicas de hoy brilla por su ausencia. La eficacia de laspolticas pblicas depende actualmente de la capacidad de com-prender lo que Larra observ en 1832: que ms all de ser todosciudadanos (iguales en derechos y en deberes ante la sociedad)o contribuyentes (iguales en el deber de contribuir a la comuni-dad) o administrados (iguales ante la ley), pertenecemos a cate-goras diferentes en funcin del objetivo de la poltica o del servi-cio que se pone en marcha. Sorprende ver que an hoy el diseode polticas o de servicios pblicos sigue trabajando sobre unaconcepcin uniformista o idealizada de la sociedad: se diseapara todo el mundo, se disea porqu la gente debera ser ohacer de tal manera... No es as en todas partes. Muchos respon-sables polticos y tcnicos de la administracin pblica han llega-do intuitivamente y algunos con xito- a lo que las tcnicas desegmentacin de mercados permiten hacer con notable precisin:desde los aos 40 del siglo pasado esta tcnica del marketing per-mite descubrir grupos homogneos de personas en funcin denecesidades, deseos y/o preferencias, respecto al producto o servi-cio que se pretende poner a la venta. La aplicacin de estas tcni-cas modernas contribuira a mejorar la eficacia de muchas pol-ticas pblicas actuales.

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  • JARDINES PBLICOSRevista Espaola, n 20, junio de 1834

    He aqu una clase de establecimientosplanteados varias veces en nuestro pas a imita-cin de los extranjeros, y que sin embargo raravez han prosperado. Los filsofos, moralistas,observadores, pudieran muy bien deducir extra-as consecuencias acerca de un pueblo que pare-ce huir de toda pblica diversin. Tan grave yensimismado es el carcter de este pueblo, quese avergence de abandonarse al regocijo cara acara consigo mismo? Bien pudiera ser. Nossera licito, a propsito de esto, hacer una obser-vacin singular, que acaso podr no ser cierta, sibien no faltar quien la halle ben trovata? Pareceque en los climas ardientes del medioda el hom-bre vive todo dentro de s: su imaginacin fogo-sa emanacin del astro que le abrasa, le circuns-cribe a un estrecho crculo de goces y placeresms profundos y ms sentidos: sus pasiones msvehementes le hacen menos social: el italiano,sibarita, necesita aislarse con una careta enmedio de la general alegra; al andaluz enamo-rado bstanle, no un libro y un amigo, comodeca Rioja, sino unos ojos hermosos en que

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  • reflejar los suyos, y una guitarra que taer; elrabe impetuoso es feliz arrebatando por eldesierto el dolo de su alma a las ancas de sucorcel; el voluptuoso asitico para distraerse seencierra en el harem. Los placeres grandes seofenden de la publicidad, se deslen; parece queante sta hay que repartir con los espectadores lasensacin que se disfruta. Ntese la ndole de losbailes nacionales. En el norte de Europa y en losclimas templados, se hallarn los bailes genera-les casi. Acerqumonos al medioda; veremosaminorarse el nmero de los danzantes en cadabaile. La mayor parte de los nuestros no hanmenester sino una o dos parejas: no bailan paralos dems, bailan uno para otro. Bajo este puntode vista, el teatro es apenas una pblica diver-sin, supuesto que cada espectador de por s noest en comunicacin con el resto del pblico,sino con el escenario. Cada uno puede indivi-dualmente figurarse que para l y para l solo serepresenta.

    Otra causa puede contribuir, si sa nofuese bastante, a la dificultad que encuentran enprosperar entre nosotros semejantes estableci-mientos. La mana del buen tono ha invadidotodas las clases de la sociedad: apenas tenemos

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  • una clase media, numerosa y resignada con suverdadera posicin; si hay en Espaa clasemedia, industrial, fabril y comercial, no se bus-que en Madrid, sino en Barcelona, en Cdiz,etc., aqu no hay ms que clase alta y clase baja:aquella, aristocrtica hasta en sus diversiones,parece huir de toda ocasin de rozarse con ciertagente: una seora tiene su jardn pblico, susociedad, su todo, en su cajn de madera, tiradode dos brutos normandos, y no hay miedo que sise toma la molestia de hollar el suelo con susdelicados pies algunos minutos, vaya a confun-dirse en el Prado con la multitud que costea lafuente de Apolo: al pie de su carruaje tiene unacalle suya, estrecha, peculiar, aristocrtica. Laclase media, compuesta de empleados o proleta-rios decentes, sacada de su quicio y lanzada enmedio de la aristocrtica por la confusin de cla-ses, a la merced de un frac, nivelador universalde los hombres del siglo XIX, se cree en la clasealta, precisamente como aquel que se creye-se en una habitacin, slo porque metiese enella la cabeza por una alta ventana a fuerza deelevarse en puntillas. Pero sta, ms afectadatodava, no har cosa que deje de hacer la aristo-cracia que se propone por modelo. En la clase

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  • baja, nuestras costumbres, por mucho que hayanvariado, estn todava muy distantes de los jardi-nes pblicos. Para sta es todava monadas ex-ticas y extranjeriles, lo que es ya para aqullacomn y demasiado poco extranjero. He aqu larazn por qu hay pblico para la pera y paralos toros, y no para los jardines pblicos.

    Por otra parte, demasiado poco despreocu-pados an, en realidad, nos da cierta vergenzainexplicable de comer, de rer, de vivir en pbli-co: parece que se descompone y pierde su pres-tigio el que baila en un jardn al aire libre, a lavista de todos. No nos persuadimos de que bastaindagar y conocer las causas de esta verdad paradesvanecer sus efectos. Solamente el tiempo, lasinstituciones, el olvido completo de nuestrascostumbres antiguas, pueden variar nuestrooscuro carcter. Qu tiene ste de particular enun pas, en que le ha formado tal una larga suce-sin de siglos en que se crea que el hombreviva para hacer penitencia! Que despus de tan-tos aos de Gobierno inquisitorial, despus detan larga esclavitud es difcil saber ser libre.Deseamos serlo, lo repetimos a cada momento;sin embargo, lo seremos de derecho muchotiempo antes de que reine en nuestras costum-

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  • bres, en nuestras ideas, en nuestro modo de very de vivir la verdadera libertad. Y las costum-bres no se veran en un da, desgraciadamente enun da, ni con un decreto, y ms desgraciada-mente an, un pueblo no es verdaderamentelibre mientras que la libertad no est arraigadaen sus costumbres e identificada con ellas.

    No era nuestro propsito ahondar tanto enmateria tan delicada: volvamos, pues, al objetode nuestro artculo. El establecimiento de los dosjardines pblicos que acaban de abrirse enMadrid, indica de todos modos la tendenciaenteramente nueva que comenzamos a tomar. Eljardn de las Delicias, abierto ha ms de un mesen el paseo de Recoletos, presenta por su situa-cin topogrfica un punto de recreo lleno deamenidad; es pequeo, pero bonito: un segundojardn ms elevado, con un estanque y dos grutasa propsito para comer, y una huerta en el pisotercero, si nos es permitido decirlo as, formanun establecimiento muy digno del pblico deMadrid. Para nada consideramos ms til estejardn que para almorzar en las maanas delicio-sas de la estacin en que estamos, respirando elsuave ambiente embalsamado por las flores, ydistrayendo la vista por la bonita perspectiva que

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  • presenta, sobre todo, desde la gruta ms alta; ypara pasear en l las noches de verano.

    El jardn de Apolo, sito en el extremo dela calle de Fuencarral, no goza de una posicintan ventajosa, pero una vez all el curioso reco-noce en l un verdadero establecimiento derecreo y diversin. Domina a todo Madrid, y suespaciosidad, el esmero con que se ven ordena-dos sus rboles nacientes, los muchos bosquetesenramados, llenos por todas partes de mesas rs-ticas para beber, y que parecen nichos de verdu-ra o verdaderos gabinetes de Flora; sus estrechascalles y el misterio que promete el laberinto desu espesura, hacen deplorar la larga distancia delcentro de Madrid a que se halla colocado el jar-dn, que ser verdaderamente delicioso en cre-ciendo sus rboles y dando mayor espesura yfrondosidad.

    En nuestro entender, cada uno de estosjardines merece una concurrencia sostenida; lasreflexiones con que hemos encabezado este art-culo deben probar a sus respectivos empresa-rios, que si hay algn medio de hacer prosperarsus establecimientos en Madrid es recurrir atodos los alicientes imaginables, a todas lasmejoras posibles. De esta manera nos lisonjea-

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  • mos de que el pblico tomar aficin a los jardi-nes pblicos, que tanta influencia pueden teneren la mayor civilizacin y sociabilidad del pas,y cuya conservacin y multiplicidad exigeincontestablemente una capital culta como lanuestra. 4

    4 En este aspecto Larra no reconocera hoy su pas. Laocupacin del espacio pblico para la diversin, que en su pocasupona un ejercicio de libertad individual difcil de ver y necesi-tado de su estmulo, se ha convertido hoy en una de las polticassocioculturales punteras en casi todos los pueblos y ciudades deEspaa. Larra en unas fiestas patronales de hoy calificara segura-mente la sociedad espaola de librrima o tal vez criticara losexcesos de algunas polticas socioculturales municipales. Hoy sebaila, se bebe, se corre y se realiza todo tipo de actividades ldi-cas al aire libre hasta niveles inconcebibles hace pocos aos atrs.En poco tiempo las fiestas mayores han pasado de ser un sencilloda festivo a convertirse en un tupido programa de actividades desemanas de duracin. Los gobiernos municipales ms avanzadosde nuestro pas estn abandonando esta concepcin puramenteldica de las polticas socioculturales y priman, cada vez ms, lasque incentivan el empleo del tiempo en actividades educativas yformativas. Incluso las que pueden parecer simplemente unadiversin bailar, correr- pueden ser empleadas como reclamopara fomentar el ocio socializador y educativo.

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  • LOS CALAVERAS IRevista Mensajero, n. 94, 2 de junio de 1835

    Es cosa que dara que hacer a los etimolo-gistas y a los anatmicos de lenguas el averiguarel origen de la voz calavera en su acepcin figu-rada, puesto que la propia no puede tener otrosentido que la designacin del crneo de unmuerto, ya vaco y descarnado. Yo no recuerdohaber visto empleada esta voz, como sustantivomasculino, en ninguno de nuestros autores anti-guos, y esto prueba que esta acepcin picarescaes de uso moderno. La especie, sin embargo, deseres a que se aplica ha sido de todos los tiem-pos. El famoso Alcibades era el calavera msperfecto de Atenas; el clebre filsofo que arrojsus tesoros al mar no hizo en eso ms que unacalaverada, a mi entender de muy mal gusto;Csar, marido de todas las mujeres de Roma,hubiera pasado en el da por un excelente cala-vera; Marco Antonio echando a Cleopatra porcontrapeso en la balanza del destino del Imperio,no poda ser ms que un calavera; en una pala-bra, la suerte de ms de un pueblo se ha decidi-do a veces por una simple calaverada. Si la his-toria, en vez de escribirse como un ndice de los

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  • crmenes de los reyes y una crnica de unascuantas familias, se escribiera con esta especiede filosofa, como un cuadro de costumbres pri-vadas, se vera probada aquella verdad; ymuchos de los importantes trastornos que hancambiado la faz del mundo, a los cuales hansolido achacar grandes causas los polticos,encontraran una clave de muy verosmil y sen-cilla explicacin en las calaveradas.

    Dejando aparte la antigedad (por msmrito que les aada, puesto que hay muchasgentes que no tienen otro), y volviendo a la eti-mologa de la voz, confieso que no encuentroqu relacin puede existir entre un calavera yuna calavera. Cunto exceso de vida no suponeel primero! Cunta ausencia de ella no suponela segunda! Si se quiere decir que hay un puntode similitud entre el vaco del uno y de la otra,no tardaremos en demostrar que es un error. Aunconcediendo que las cabezas se dividan en vac-as y en llenas, y que la ausencia del talento y deljuicio se refiera a la primera clase, espero quepor mi artculo se convencer cualquiera de quepara pocas cosas se necesita ms talento y buenjuicio que para ser calavera.

    Por tanto, el haber querido dar un aire de

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  • apodo y de vilipendio a los calaveras es unainjusticia de la lengua y de los hombres queacertaron a darle los primeros ese giro malicio-so: yo por m rehso esa voz; confieso que qui-siera darle una nobleza, un sentido favorable, uncarcter de dignidad que desgraciadamente notiene, y as slo la usar porque no teniendo otraa mano, y encontrando sa establecida, aquellosmismos cuya causa defiendo se harn cargo delo difcil que me sera darme a entender valin-dome para designarlos de una palabra nueva;ellos mismos no se reconoceran, y no recono-cindolos seguramente el pblico tampoco, ven-dra a ser intil la descripcin que de ellos voy ahacer.

    Todos tenemos algo de calaveras, mso menos. Quin no hace locuras y disparatesalguna vez en su vida? Quin no ha hecho ver-sos, quin no ha credo en alguna mujer, quinno se ha dado malos ratos algn da por ella,quin no ha prestado dinero, quin no lo hadebido, quin no ha abandonado alguna cosa quele importase por otra que le gustase? Quin nose casa, en fin?... Todos lo somos; pero as comono se llama locos sino a aquellos cuya locura noest en armona con la de los ms, as slo se

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  • llama calaveras a aquellos cuya serie deacciones continuadas son diferentes de las quelos otros tuvieran en iguales casos.

    El calavera se divide y subdivide hasta loinfinito, y es difcil encontrar en la naturalezauna especie que presente al observador mayornmero de castas distintas; tienen todas, empero,un tipo comn de donde parten, y en rigor slodos son las calidades esenciales que determinansu ser, y que las renen en una sola especie; enellas se reconoce al calavera, de cualquier castaque sea.

    1. El calavera debe tener por base de suser lo que se llama talento natural por unos, des-pejo por otros, viveza por los ms. Entindaseesto bien: talento natural, es decir, no cultivado.Esto se explica: toda clase de estudio profundo,o de extensa instruccin, sera lastre demasiadopesado que se opondra a esa ligereza, que esuna de sus ms amables cualidades.

    2. El calavera debe tener lo que se llamaen el mundo poca aprensin. No se interpreteesto tampoco en mal sentido. Todo lo contrario.Esta poca aprensin es aquella indiferencia filo-sfica con que considera el qu dirn el que nohace ms que cosas naturales, el que no hace

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  • cosas vergonzosas. Se reduce a arrostrar entodas nuestras acciones la publicidad, a vivirante los otros, ms para ellos que para unomismo. El calavera es un hombre pblico cuyosactos todos pasan por el tamiz de la opinin,saliendo de l ms depurados. Es un espectculocuyo teln est siempre descorrido; qutenselolos espectadores, y adis teatro. Sabido es quecon mucha aprensin no hay teatro.

    El talento natural, pues, y la poca apren-sin son las dos cualidades distintivas de laespecie: sin ellas no se da calavera. Un tonto, untimorato del qu dirn, no lo sern jams. Seratiempo perdido.

    El calavera se divide en silvestre ydomstico.

    El calavera silvestre es hombre de laplebe, sin educacin ninguna y sin modales; esel capataz del barrio, tiene honores de jaque,habla andaluz; su conversacin va salpicada dechistes; enciende un cigarro en otro, escupe porel colmillo; convida siempre y nadie paga dondeest l; es chulo nato; dos cosas son indispensa-bles a su existencia: la querida, que es manola,condicin sine qua non, y la navaja, que es gran-de; por un qutame all esas pajas le da honrosa

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  • sepultura en un cuerpo humano. Sus manossiempre estn ocupadas: o empaqueta el cigarro,o saca la navaja, o tercia la capa, o se cala elchapeo, o se aprieta la faja, o vibra el garrote:siempre est haciendo algo. Se le conoce a largadistancia, y es bueno dejarle pasar como al jaba-l. Ay del que mire a su Dulcinea! Ay del quela tropiece! Si es hombre de levita, sobre todo, sies seorito delicado, ms le valiera no habernacido. Con esa especie est a matar, y la mayorparte de sus calaveradas recaen sobre ella; seperece por asustar a uno, por desplumar a otro.El calavera silvestre es el gato del lechuguino,as es que ste le ve con terror; de quimera enquimera, de qu se me da a m en qu se meda a m, para en la crcel; a veces en presidio,pero esto ltimo es raro; se diferencia esencial-mente del ladrn en su condicin generosa: da yno recibe; puede ser homicida, nunca asesino.Este calavera es esencialmente espaol.

    El calavera domstico admite diferentesgrados de civilizacin, y su cuna, su edad, suprofesin, su dinero le subdividen despus endiversas castas. Las principales son las siguien-tes:

    El calavera lampio tiene catorce o quin-

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  • ce aos, lo ms dieciocho. Sus padres no pudie-ron nunca hacer carrera con l: le metieron en elcolegio para quitrsele de encima y hubieron desacarle porque no dejaba all cosa con cosa.Mientras que sus compaeros ms laboriososdevoraban los libros para entenderlos, l los des-pedazaba para hacer bolitas de papel, las cualesarrojaba disimuladamente y con singular tino alas narices del maestro. A pesar de eso, el da deexamen, el talento profundo y tmido se cortaba,y nuestro audaz muchacho repeta con osada lascuatro voces tercas que haba recogido aqu yall y se llevaba el premio. Su carcter resueltoejerca predominio sobre la multitud, y capitane-aba por lo regular las pandillas y los partidos.Despreciador de los bienes mundanos, su som-brero, que le serva de blanco o de pelota, se dis-tingua de los dems sombreros como l de losdems jvenes.

    En carnaval era el que pona las mazas atodo el mundo, y aun las manos encima si tenanla torpeza de enfadarse; si era descubierto hacapasar a otro por el culpable, o sufra en el ltimocaso la pena con valor y rindose todava delfeliz xito de su travesura. Es decir, que el cala-vera, como todo el que ha de ser algo en el

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  • mundo, comienza a descubrir desde su ms tier-na edad el germen que encierra. El nmero desus hazaas era infinito. Un maestro haba perdi-do unos anteojos que se haban encontrado en sufaltriquera; el rap de otro haba pasado al cho-colate de sus compaeros, o a las narices de losgatos, que recorran bufando los corredores congran risa de los ms juiciosos; la peluca delmaestro de matemticas haba quedado un daenganchada en un silln, al levantarse el pobreEuclides, con notable perturbacin de un proble-ma que estaba por resolver. Aquel da no se des-pej ms incgnita que la calva del buen seor.

    Fuera ya del colegio, se trat de sujetarleen casa y se le puso bajo llave, pero a la maanasiguiente se encontraron colgadas las sbanas dela ventana; el pjaro haba volado, y como suspadres se convencieron de que no haba formade contenerle, convinieron en que era precisodejarle. De aqu fecha la libertad del lampio. Esel ms pesado, el ms incmodo; careciendotodava de barba y de reputacin, necesita hacerdobles esfuerzos para llamar la pblica atencin;privado l de los medios, le es forzoso afectar-los. Es risa orle hablar de las mujeres como unhombre ya maduro; sacar el reloj como si tuvie-

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  • ra que hacer; contar todas sus acciones del dacomo si pudieran importarle a alguien, pero condespejo, con soltura, con aire cansado y corrido.

    Por la maana madrug porque tena unacita; a las diez se vino a encargar el billete parala pera, porque hoy dara cien onzas por unbillete; no puede faltar. Estas mujeres le hacen auno hacer tantos disparates! A media maana sefue al billar; aunque hijo de familia no comenunca en casa; entra en el caf metiendo muchoruido, su duro es el que ms suena; sus bienes sereducen a algunas monedas que debe de vez encuando a la generosidad de su mam o de suhermana, pero las luce sobremanera. El billar essu elemento; los intervalos que le deja libres eljuego suleselos ocupar cierta clase de mujeres,nicas que pueden hacerle cara todava, y encuyo trato toma sus peregrinos conocimientosacerca del corazn femenino. A veces el calave-ra lampio se finge malo para darse importan-cia; y si puede estarlo de veras, mejor; entoncesest de enhorabuena. Empieza asimismo afumar, es ms cigarro que hombre, jura y perjuray habla detestablemente; su boca es una sentina,si bien tal vez con chiste. Va por la calle desean-do que alguien le tropiece, y cuando no lo hace

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  • nadie, tropieza l a alguno; su honor entoncesest comprometido, y hay de fijo un desafo; siste acaba mal, y si mete ruido, en aquel mismopunto empieza a tomar importancia, y entrandoen otra casta, como la oruga que se torna mari-posa, deja de ser calavera lampio. Sus padres,que ven por fin decididamente que no hay formade hacerle abogado, le hacen meritorio; perocomo no asiste a la oficina, como bosqueja enella las caricaturas de los jefes, porque tiene elinstinto del dibujo, se muda de bisiesto y se tratade hacerlo militar; en cuanto est declarado irre-misiblemente mala cabeza se le busca una cha-rretera, y, si se encuentra, ya es un hombrehecho.

    Aqu empieza el calavera temern, que esel gran calavera. Pero nuestro artculo ha creci-do debajo de la pluma ms de lo que hubiramosquerido, y de aquello que para un peridico con-vendra, tan fecunda es la materia! Por tantonuestros lectores nos concedern algn ligerodescanso, y remitirn al nmero siguiente sucuriosidad, si alguna tienen.

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  • LOS CALAVERAS IIRevista Mensajero, n. 97, 5 de junio de 1835

    Quedbamos al fin de nuestro artculoanterior en el calavera temern. ste se divideen paisano y militar; si el influjo no fue bastantepara lograr su charretera (porque alguna vezocurre que las charreteras se dan por influjo),entonces es paisano, pero no existe entre uno yotro ms que la diferencia del uniforme. Verdades que es muy esencial, y ms importante de loque parece. Es decir, que el paisano necesitahacer dobles esfuerzos para darse a conocer; esuna casa pblica sin muestra; es preciso saberque existe para entrar en ella. Pero por un con-traste singular el calavera temern, una vezmilitar, afecta no llevar el uniforme, viste de pai-sano, salvo el bigote; sin embargo, si se examinael modo suelto que tiene de llevar el frac o lalevita, se puede decir que hasta este traje es uni-forme en l. Falta la plata y el oro, pero queda eldespejo y la marcialidad, y eso se trasluce siem-pre; no hay pao bastante negro ni tupido que leahogue.

    El calavera temern tiene indispensable-mente, o ha tenido alguna temporada, una cerba-

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  • tana, en la cual adquiere singular tino. Colocadoen alguna tienda de la calle de la Montera, separapeta detrs de dos o tres amigos, que fingendiscurrir seriamente.

    Aquel viejo que viene all. Mrale quserio viene!

    S; al de la casaca verde, va bueno! Dejad, dejad. Pum!, en el sombrero. Se-

    guid hablando y no miris. Efectivamente, el sombrero del buen

    hombre produjo un sonido seco; el acometido separa, se quita el sombrero, lo examina.

    Ahora! dice la turba.Pum!, otra en la calva.El viejo da un salto y echa una mano a la

    calva; mira a todas partes... nada. Est bueno! dice por fin, ponindose el

    sombrero. Algn pillastre... bien poda irse adivertir...

    Pobre seor! dice entonces elcalavera, acercndosele. Le han dado a usted?Es una desvergenza... pero le han hecho austed mal...?

    No, seor, felizmente.Quiere usted algo?Tantas gracias.

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  • Despus de haber dado gracias, el hombrese va alejando, volviendo poco a poco la cabezaa ver si descubra... pero entonces el calavera leasesta su ltimo tiro, que acierta a darle enmedio de las narices, y el hombre derrotadoaprieta el paso, sin tratar ya de averiguar dednde procede el fuego; ya no piensa ms queen alejarse. Sultase entonces la carcajada en elcorrillo, y empiezan los comentarios sobre elviejo, sobre el sombrero, sobre la calva, sobre elfrac verde. Nada causa ms risa que la extraezay el enfado del pobre; sin embargo, nada msnatural.

    El calavera temern escoge a veces parasu centro de operaciones la parte interior de unapersiana; este medio permite ms abandono enla risa de los amigos, y es el ms oculto; el cala-vera fino le desdea por poco expuesto.

    A veces se dispara la cerbatana en guerri-lla; entonces se escoge por blanco el farolillo deun escarolero, el fanal de un confitero, las bote-llas de una tienda; objetos todos en que produceel barro cocido un sonido sonoro y argentino.Pim!: las ansias mortales, las agonas y losvotos del gallego y del fabricante de merenguesson el alimento del calavera.

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  • Otras veces el calavera se coloca en elconfn de la acera y, fingiendo buscar el nmerode una casa, ve venir a uno, y andando con lacabeza alta, arriba, abajo, a un lado, a otro, sor-tea todos los movimientos del transente, cerrn-dole por todas partes el paso a su camino.Cuando quiere poner trmino a la escena, fingetropezar con l y le da un pisotn; el otro enton-ces le dice: perdone usted; y el calavera seincorpora con su gente.

    A los pocos pasos se va con los brazosabiertos a un hombre muy formal, y ahogndoleentre ellos:

    Pepe exclama, cundo has vuelto?S, t eres! Y lo mira.

    El hombre, todo aturdido, duda si es unconocimiento antiguo... y tartamudea...Fingiendo entonces la mayor sorpresa:

    Ah!, usted perdone dice retirndose elcalavera, cre que era usted amigo mo...

    No hay de qu.Usted perdone. Qu diantre! No he

    visto cosa ms parecida. Si se retira a la una o las dos de su tertu-

    lia, y pasa por una botica, llama; el mancebo,medio dormido, se asoma a la ventanilla.

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  • Quin es?Dgame usted pregunta el calavera,

    tendra usted espolines? Cualquiera puede figurarse la respuesta;

    feliz el mancebo, si en vez de hacerle esa senci-lla pregunta, no le ocurre al calavera asirle delas narices al travs de la rejilla, dicindole:

    Retrese usted; la noche est muy frescay puede usted atrapar un constipado.

    Otra noche llama a deshoras a una puerta. Quin? pregunta de all a un rato un

    hombre que sale al balcn medio desnudo. Nada contesta; soy yo, a quien no

    conoce; no quera irme a mi casa sin darle austed las buenas noches.

    Bribn! Insolente! Si bajo... A ver cmo baja usted; baje usted: usted

    perdera ms; figrese usted dnde estar yocuando usted llegue a la calle. Conque buenasnoches; sosiguese usted, y que usted descanse.

    Claro est que el calavera necesita espec-tadores para todas estas escenas: los placeresslo lo son en cuanto pueden comunicarse; portanto el calavera cra a su alrededor constante-mente una pequea corte de aprendices, o demeros curiosos, que no teniendo valor o gracia

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  • bastante para serlo ellos mismos, se contentancon el papel de cmplices y partcipes; stos lemiran con envidia, y son las trompetas de sufama.

    El calavera langosta se forma del ante-rior, y tiene el aire ms decidido, el sombreroms ladeado, la corbata ms neglig; sus haza-as son ms serias; ste es aquel que se rene enpandillas; semejante a la langosta, de que tomanombre, tala el campo donde cae; pero, comoella, no es de todos los aos, tiene temporadas, ycomo en el da no es de lo ms en boga, pasare-mos muy rpidamente sobre l. Concurre a losbailes llamados de candil, donde entra sin quenadie le presente, y donde su sola presenciadifunde el terror; arma camorra, apaga las luces,y se escurre antes de la llegada de la polica, ydespus de haber dado unos cuantos palos aderecha e izquierda; en las mscaras suelemover tambin su zipizape; en viendo una figuraantiptica, dice: aquel hombre me carga; se vapara l, y le aplica un bofetn; de diez hombresque reciban bofetn, los nueve se quedan tran-quilamente con l, pero si alguno quiere devol-verle, hay desafo; la suerte decide entonces,porque el calavera es valiente; ste es el difcil

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  • de mirar: tiene un duelo hoy con uno que lemir de frente, maana con uno que le mir desoslayo, y al da siguiente lo tendr con otro queno le mire; ste es el que suele ir a las casaspblicas con nimo de no pagar; ste es el quetalla y apunta con furor; es jugador, griego nato,y gran billarista adems. En una palabra, ste esel venenoso, el calavera plaga; los demsdivierten; ste mata.

    Dos lneas ms all de ste est otra castaque nosotros rehusaremos desde luego; el cala-vera tramposo, o trapaln, el que hace deudas, elparsito, el que comete a veces picardas, el queempresta para no devolver, el que vive a costade todo el mundo, etc., etctera; pero stos noson verdaderamente calaveras; son indignos deeste nombre; sos son los que desacreditan eloficio, y por ellos pierden los dems. No losreconocemos.

    Slo tres clases hemos conocido msdetestables que sta; la primera es comn en elda, y como al describirla habramos de rozarnoscon materias muy delicadas, y para nosotros res-petables, no haremos ms que indicarla.Queremos hablar del calavera cura. Vuelvo apedir perdn; pero quin no conoce en el da

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  • algn sacerdote de esos que queriendo pasar porhombres despreocupados, y limpiarse de la famade carlistas, dan en el extremo opuesto; de esosque para exagerar su liberalismo y su ilustracinempiezan por llorar su ministerio; a quienes seve siempre alrededor del tapete y de las bellasen bailes y en teatros, y en todo paraje profano,vestidos siempre y hablando mundanamente;que hacen alarde de...? Pero nuestros lectoresnos comprenden. Este calavera es detestable,porque el cura liberal y despreocupado debe serel ms timorato de Dios, y el mejor morigerado.No creer en Dios y decirse su ministro, o creeren l y faltarle descaradamente, son la hipocresao el crimen ms hediondos. Vale ms ser curacarlista de buena fe.

    La segunda de esas aborrecibles castas esel viejo calavera, planta como la caa, hueca yrida con hojas verdes. No necesitamos descri-birla, ni dar las razones de nuestro fallo.Recuerde el lector esos viejos que conocer, undecrpito que persigue a las bellas, y se rozaentre ellas como se arrastra un caracol entre lasflores, llenndolas de baba; un viejo sin orden,sin casa, sin mtodo... el joven, al fin, tienedelante de s tiempo para la enmienda y disculpa

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  • en la sangre ardiente que corre por sus venas; elviejo calavera es la torre antigua y cuarteadaque amenaza sepultar en su ruina la planta ino-cente que nace a sus pies; sin embargo, ste es elnico a quien cuadrara el nombre de calavera.

    La tercera, en fin, es la mujer calavera.La mujer con poca aprensin, y que prescindedel primer mrito de su sexo, de ese miedo atodo, que tanto la hermosea, cesa de ser mujerpara ser hombre; es la confusin de los sexos, elnico hermafrodita de la naturaleza; qu dejapara nosotros? La mujer, reprimiendo sus pasio-nes, puede ser desgraciada, pero no le es lcitoser calavera. Cuanto es interesante la primera,tanto es despreciable la segunda.

    Despus del calavera temern hablaremosdel seudocalavera. ste es aquel que sin gracia,sin ingenio, sin viveza y sin valor verdadero, seesfuerza para pasar por calavera; es gnero bas-tardo, y pudirasele llamar por lo pesado y loenfadoso el calavera mosca. Rien nest beau quele vrai, ha dicho Boileau, y en esta sentencia seencierra toda la crtica de esa apcrifa casta.

    Dejando por fin a un lado otras varias,cuyas diferencias estriban principalmente enmatices y en medias tintas, pero que en realidad

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  • se refieren a las castas madres de que hemoshablado, concluiremos nuestro cuadro en unligero bosquejo de la ms delicada y exquisita,es decir, del calavera de buen tono.

    El calavera de buen tono es el tipo de lacivilizacin, el emblema del siglo XIX.Perteneciendo a la primera clase de la sociedad,o debiendo a su mrito y a su carcter la intro-duccin en ella, ha recibido una educacinesmerada; dibuja con primor y toca un instru-mento; filarmnico nato, dirige el aplauso en lapera, y le dirige siempre a la ms graciosa o ala ms sentimental; ms de una mala cantatriz lees deudora de su boga; se re de los actores espa-oles y acaudilla las silbas contra el verso; suscarcajadas se oyen en el teatro a larga distancia;por el sonido se le encuentra; reside en la lunetaal principio del espectculo, donde entra tarde enel paso ms crtico y del cual se va temprano;reconoce los palcos, donde habla muy alto, yrara noche se olvida de aparecer un momentopor la tertulia a asestar su doble anteojo a labanda opuesta. Maneja bien las armas y se batea menudo, semejante en eso al temern, perosiempre con fortuna y a primera sangre; sus due-los rematan en almuerzo, y son siempre por poca

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  • cosa. Monta a caballo y atropella con gracia a lagente de a pie; habla el francs, el ingls y el ita-liano; saluda en una lengua, contesta en otra,cita en las tres; sabe casi de memoria a Paul deKock, ha ledo a Walter Scott, a DArlincourt, aCooper, no ignora a Voltaire, cita a Pigault-Lebrun, mienta a Ariosto y habla con desenfadode los poetas y del teatro. Baila bien y bailasiempre. Cuenta ancdotas picantes, le sucedencosas raras, habla deprisa y tiene salidas. Todoel mundo sabe lo que es tener salidas. Lassuyas se cuentan por todas partes; siempre sonoriginales; en los casos en que l se ha visto slol hubiera hecho, hubiera respondido aquello.Cuando ha dicho una gracia tiene el singulartino de