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Vol. 2 / No. 7 Segundo semestre 2015

4 Revista Mexicana de Cultura Política NA

NUEVA ALIANZA

Comité de Dirección NacionalPresidente

Luis Castro Obregón

Secretario GeneralLuis Alfredo Valles Mendoza

Coordinador Ejecutivo Nacional Político ElectoralRoberto Pérez de Alva Blanco

Coordinador Ejecutivo Nacional de FinanzasJuan Luis Salazar Gutiérrez

Coordinador Ejecutivo Nacional de VinculaciónConstantino González Alcocer

Coordinador Ejecutivo Nacional de Asuntos JurídicosFernando Medina Villarreal

Coordinadora Ejecutiva Nacional de Gestión InstitucionalDora María Talamante Lemas

Comunicación SocialMiguel Ángel Sánchez de Armas

REVISTA MEXICANA DE CULTURA POLÍTICA NA

Director: Miguel Ángel Sánchez de ArmasEditora: María del Pilar RamírezDiseño: Ivonne Grostieta GarcíaFormación: Clara Narváez PerafánAdministración: Esperanza Narváez PerafánDistribución: Tania Jiménez Hernández

CONSEJO EDITORIAL

Antonia Martínez RodríguezEdgar JiménezJanette Góngora SoberanesJosé Francisco ParraPilar Ramírez MoralesRevista Mexicana de Cultura Política NA es una publicación semestral de Nueva Alianza sin fines de lucro y distribución gratuita. Número de Reserva ante el Instituto Mexicano del Derecho de Autor: 04-2012-013011335000-102, 30 de enero de 2016, ISSN: en trámite. Los textos son responsabilidad de sus autores y no reflejan necesariamente los puntos de vista de Nueva Alianza. Domicilio de la publicación: Durango núm. 199, Col. Roma, Delegación Cuauhtémoc. C.P. 06700, México, D.F. Tel. (55)36858485. Correo electrónico: [email protected] Impreso por: DIGITAGAMA, S.A. de C.V., Plutarco Elías Calles No. 336, Col. Los Reyes Iztacalco, Del. Iztacalco, C.P. 08620, México, D.F. Esta es la 1ª. edición y consta de 5,000 ejemplares.

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Índice

Presentación

Jesús Reyes Heroles y la reforma políticaJosé Woldenberg

Reyes Heroles, una memoriaOtto Granados

Lo políticamente correctoHarvey C. Mansfield

Istorie fiorentine de Maquiavelo: una primera definición moderna de corrupción

Eloy GarcíaA la salvaguarda de la contienda electoral y los derechos políticos electorales

Manuel González Oropeza

Discurso de Venustiano Carranza en el inicio de sesiones del Congreso Constituyente en diciembre de 1916

La historia y la acciónJesús Reyes Heroles

Respuesta a Jesús Reyes HerolesArturo Arnáiz y Freg

El mundo es cada vez más un lugar de conflictos violentos

Jorge Mario Bergoglio

Homilía por la culturaAlfonso Reyes

ReseñaRecomendaciones editoriales

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Presentación

Revista Mexicana de Cultura Política NAVol. 2 / Núm. 7

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Figura infaltable en los estudios sobre el liberalismo en México, en la historia de la política contemporánea de nuestro país y en el análisis del desarrollo de la democracia mexicana: Jesús Reyes

Heroles. La historia del sistema partidista tampoco podría ser escrita sin la aportación de este político veracruzano que incluso hizo escuela entre muchos miembros de la clase política mexicana, a quienes legó modos y costumbres, con consignas que sintetizaban en forma coloquial algunas ideas del amplio conocimiento de teoría política de la que era poseedor.

A partir de 1977 la vida política de México se diversificó, el marco regu-latorio de los procesos electorales tuvo una modificación que transformó sustancialmente no sólo la actuación partidista sino la vida misma de toda la sociedad mexicana, porque de la Reforma Electoral de ese año se han desprendido lo mismo cambios legislativos en la materia que un juego político y partidista que han propiciado el surgimiento de una sociedad civil que no se parece casi en nada a la de hace 37 años. La agenda pública actual, con todas sus contradicciones, tiene concordancia con muchas tendencias mundiales en distintos ámbitos. Este ingreso a la modernidad de la sociedad mexicana hubiera vivido serios retrasos sin la Reforma Electoral de 1977 que promovió Jesús Reyes Heroles, aunque no fue la única modificación ideada por él que tuvo consecuencias relevantes para el perfil de la nación. A su paso por la Secretaría de Educación Pú-blica, Jesús Reyes Heroles propuso una reforma que hoy es parte funda-mental del sistema educativo mexicano, al colocar en 1984 a las escuelas normales como parte de la educación superior, con lo cual comenzó un proceso inédito de profesionalización del magisterio.

Este número de la Revista Mexicana de Cultura Política NA rinde home-naje al señero pensador liberal, que creía firmemente en la acción política de los hombres, de los partidos y del Estado para construir una nación más armónica y más justa. José Woldenberg analiza la importancia de la Reforma Electoral de 1977 impulsada por él, Otto Granados nos ofrece una estampa más intimista del personaje en su actuación cotidiana como funcionario y como intelectual, dupla que defendió con convicción Reyes Heroles y de la que fue imagen viva. En las recomendaciones editoria-

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les presentamos el recuerdo de este notable estadista como padre, a través de su hijo Federico, en el libro Orfandad. El padre y el político.

En su discurso de ingreso a la Academia Mexicana de Historia, Reyes Heroles se ocupa precisamente de este tema: el intelectual y el político, en el texto titulado “La historia y la acción”, donde realiza un análisis todavía muy vigente. RMCP NA lo recupera en este número porque en buena medida describe a su autor. La respuesta que dio a esa ponencia el historiador Arturo Arnáiz y Freg tiene un valor que trasciende el momento formal del protocolo que estila la institución y hace un perfil de la obra de Jesús Reyes Heroles, destacadamente sus aportaciones al estudio del liberalismo.

De manera concomitante con el tema de la acción política, el espe-cialista en política Harvey Mansfield, autorizó a RMCP NA a publicar por primera vez en español un análisis sobre el sentido de “lo políticamente correcto” que no es, como se piensa a menudo, una frase en uso para ciertas circunstancias, sino todo un concepto asociado a determinadas etapas y hechos de la historia reciente.

Un ejemplo inmediato del desarrollo de la democracia sustentada en los procesos electorales es, sin duda, la ubicación del árbitro electoral, en caso de disputas, quejas o inconformidades, en el poder judicial. La queja formal y la queja mediática no siempre van de la mano, y es co- mún que la segunda opaque o esconda los argumentos de la primera. Por ello, el artículo del magistrado electoral Manuel González Oropeza ejem-plifica la distancia que existe entre la opinión popular y la argumentación jurídica en la que descansan las determinaciones del Tribunal Electoral del Poder Judicial de la Federación, y que provee información para conocer mejor el proceso electoral y sus instituciones.

Otro aspecto de la acción política está a cargo de Eloy García, con un análisis de la Historia de Florencia de Maquiavelo, donde identifica una primera definición de corrupción; el declive de una organización social como agotamiento o degradación de un modelo para subsistir.

Presentación

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En el mismo tenor, se recupera la conferencia de Alfonso Reyes “Ho-milia por la cultura” donde analiza la división artificial entre el cono- cimiento científico y la cultura, que existe –afirma Reyes– sólo para fines de estudio, pues la cultura tiene una función unificadora que permite el intercambio permanente entre los distintos tipos de conocimiento. Esta universalidad es la que alimenta al ser social o al político. Gracias a este ir y venir de conocimientos, siempre engarzados, señala, –como lo hiciera Jesús Reyes Heroles–, que sus encargos públicos se nutrían y se enriquecían de la afición personal por la cultura.

Un hecho estudiado largamente por la ciencia social ha sido la religión y sus representantes como un factor político que incide diferenciadamente en la vida de las sociedades. Esta relación religión-política tuvo recien-temente un episodio relevante en la visita que el Papa Francisco realizó a Estados Unidos, donde, entre los varios actos que protagonizó destaca su presencia en el Congreso. Una decena de visitas papales a Estados Unidos precedieron a la del Papa Francisco, pero en ninguna estuvo un Papa en un foro tan marcadamente político. Por otro lado, a diferencia de sus antecesores, el abordaje de temas estrechamente relacionados con las políticas públicas de un gobierno es materia común de las disertaciones del actual Papado. La alocución pronunciada en el Congreso estadou- nidense puede ponerse a debate –según las ópticas políticas con que se le mire– sin embargo es una pieza importante que recupera valores liberales sobre los que ha venido tejiendo en distintos documentos y que demuestra el aserto de los analistas del pensamiento liberal en el sentido de que a lo largo de su historia se identifican diversos liberalismos.

Los textos seleccionados –que resaltan figuras y valores liberales o que hacen análisis, desde distintas ópticas, de la acción política– resultan significativos en la celebración del décimo aniversario de Nueva Alianza. Nuestra organización política, que se ha comprometido con el debate de las ideas y las propuestas ciudadanas o de grupos como los jóvenes, el magisterio y los defensores del medio ambiente, se ha empeñado también en poner en manos de la militancia, de los simpatizantes o de cualquier lector atento o interesado, planteamientos teóricos, conceptuales o regis- tros de la práctica política –como la contenida en RMCP– para acrecentar y enriquecer ese debate.

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José Woldenberg

Jesús Reyes Heroles y la reforma política*

Revista Mexicana de Cultura Política NAVol. 2 / Núm. 7

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Resumen

La reforma política de 1977 fue una reforma inaugural, una reforma que construyó futuro. El principal impulsor de este cambio en el marco legal electoral fue don Jesús Reyes Heroles, a la sazón secretario de Gober-nación, quien la pensó inicialmente como una “válvula de escape” para dar cauce a un pluralismo político, que acallado por el autoritarismo de un sistema sustentado en el monolitismo partidista se expresaba ya en conflictos sindicales, guerrilla urbana y rural, huelgas y efervescencia en las universidades y otros ámbitos. El rango constitucional como enti-dades de interés público otorgado a los partidos, el registro condicionado como fórmula para acceder al escenario electoral y la modificación de la fórmula para integrar la Cámara de Diputados que otorgó representación a las minorías, fueron las modificaciones más relevantes de la reforma, que abrirían paso a cambios más profundos. Dichas transformaciones trascienden el cambio de un instrumento legal. Fue una reforma memo-rable que abrió nuevos horizontes políticos. Por lo anterior, Jesús Reyes Heroles es digno de reconocimiento “porque abrió cauce para la concordia en medio de abismales diferencias”.

Abstract

The 1977 Political Reform was an inauguration, a change that envisaged the future. The principal proponent of such an innovation in the electoral legal framework was Mr. Jesús Reyes Heroles, at the time Secretary of the Interior, who initially conceived it as an “escape valve” to give course to a political pluralism that, silenced by an authoritarian system built on a single-party rule, was already flaring in union conflicts, urban and rural guerrilla, strikes and agitation in universities and elsewhere. The main changes brought about by this Reform –that would give way to more profound transforma-tions– were the constitutional rank as entities of public interest assigned to political parties, the conditioned register as a formula to access the electoral scenario and the modification of the formula for organizing the Chamber of Deputies that gave representation to minority groups. These transformations go beyond a legal instrument. It was a memorable Reform that opened new political horizons. For this, Jesús Reyes Heroles is worthy of praise inasmuch as he “opened the way for harmony in the midst of brutal differences”.

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El discurso

El primer día de abril de 1977, en el marco del segundo informe de gobierno que rendía el gobernador de Guerrero, Rubén Figueroa, el secretario de Gobernación, Jesús Reyes Heroles (JRH) pronunció

un importante discurso. Dijo:

…El país se enfrenta a una situación económica difícil… Partiendo de esta situación difícil, hay quienes pretenden un endurecimiento del go-bierno, que lo conduciría a la rigidez. Tal rigidez impediría la adaptación de nuestro sistema político a nuevas tendencias y a nuevas realidades; supondría ignorarlas y desdeñarlas. El sistema, encerrado en sí mismo, prescindiría de lo que está fuera en el cuadro social y reduciría su ámbito de acción al empleo de medidas coactivas, sin ton ni son, canalizando al fortalecimiento de la autoridad material del Estado recursos que deman-dan necesidades económicas y sociales. Es la prédica de un autoritarismo sin freno ni barreras.

Endurecernos y caer en la rigidez es exponernos al fácil rompimiento del orden estatal y del orden político nacional. Frente a esta pretensión, el presidente López Portillo está empeñado en que el Estado ensanche las posibilidades de representación política, de tal manera que se pueda captar en los órganos de representación el complicado mosaico ideoló-gico nacional de una corriente mayoritaria, y pequeñas corrientes que, difiriendo en mucho de la mayoritaria, forman parte de la nación.

La unidad democrática supone que la mayoría prescinda de medios enca-minados a constreñir a las minorías e impedirles que puedan convertirse en mayorías; pero también supone el acatamiento de las minorías a la voluntad mayoritaria y su renuncia a medios violentos, trastocadores del derecho.

Quiere esto decir que el gobierno de México sabrá introducir reformas políticas que faciliten la unidad democrática del pueblo, abarcando la

Jesús Reyes Heroles y la reforma políticaJosé Woldenberg

* Este escrito recupera la primera parte del libro de José Woldenberg, Historia mínima de la transición democrática en México, El Colegio de México, 2012. Sin embargo, el apartado sobre las lecciones es inédito. El texto fue leído en El Colegio de México el 24 de marzo de 2015 en conmemoración de los 30 años del fallecimiento de don Jesús Reyes Heroles. RMCP NA lo publica gracias a la autorización generosa de su autor.

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pluralidad de ideas e intereses que lo configuran. Mayorías y minorías constituyen el todo nacional, y el respeto entre ellas, su convivencia pacífica dentro de la ley, es base firme del desarrollo, del imperio de las libertades y de la posibilidad de progreso social.

…Cuando no se tolera se incita a no ser tolerado y se abona el campo a la fratricida intolerancia absoluta, de todos contra todos. La intolerancia sería el camino seguro para volver al México bronco y violento” (Reyes Heroles, 1977).

¿Qué había propiciado una toma de posición como esa?

La campaña presidencial

Unos meses antes, en 1976, México estaba envuelto en una campaña para renovar en su totalidad el Congreso y “elegir” al nuevo presidente de la República. El PRI había postulado a José López Portillo y, como si lo requiriera, también el Partido Popular Socialista y el Auténtico de la Revolución Mexicana se habían sumado a esa candidatura. Aunque el destape oficial se realizó el 22 de septiembre de 1975, desde el 17 de ese mes JLP sabía que sería el próximo presidente.

Así lo narró el propio López Portillo:

El 17 de septiembre fui llamado a Los Pinos… Echeverría estaba de buen humor y tuvimos frente a la mesa de trabajo un breve acuerdo… Después me invitó a sentarme en los sillones coloquiales de recia factura colo- nial, junto a la vitrina de la Bandera y brusca, aunque no inesperadamen- te, me dijo algo como esto: “Señor licenciado López Portillo, el Partido me ha encomendado preguntarle si aceptaría usted la responsabilidad de todo esto”, y con un gesto envolvió el ámbito del Poder Ejecutivo, concentrado allí, en el despacho de Los Pinos.

Si, señor Presidente. Acepto.

Bien. Entonces prepárese usted, pero no se lo diga a nadie, ni a su esposa ni a sus hijos... (López Portillo, 1988: 398-399).

Por su parte, el Partido Acción Nacional en esa ocasión no postuló candidato a la Presidencia porque en su asamblea ninguno de los precan-

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didatos logró los votos suficientes. La XXVI Convención Extraordinaria que se celebró el 25 de enero de 1976, “después de siete votaciones decidió dejar al candidato oficial solo, porque ni Pablo Emilio Madero ni Salvador Rosas Magallón alcanzaron el 80 por ciento de los votos que establecían los estatutos” (López Moreno, 1987: 77).

Por ello, el único adversario del candidato del PRI-PPS-PARM fue el viejo y respetado líder sindical Valentín Campa, abanderado del Partido Comunista Mexicano al que se sumaron dos pequeñas agrupaciones: el Movimiento de Organización Socialista y la Liga Socialista (trotskista). El problema, sin embargo, era que el PCM carecía de registro, de reco-nocimiento legal.

Por supuesto, los medios de comunicación enfocaron sus baterías a la única campaña oficial, y si uno revisa la prensa o las grabaciones de radio y televisión de entonces, encontrará un país de unanimidades: un solo candidato, una sola oferta, una sola opción, que estaba condenada a obtener el cien por ciento de los votos válidos.

En aquel entonces se elegían también 196 diputados uninominales y sólo el PRI tenía la capacidad de presentar candidatos en todos los distri-tos. El PAN, en ese año, sólo compitió en 135. No fue extraño que el PRI ganara 194 diputaciones de las 196, que el PARM triunfara en un distrito y que la otra diputación, también ganada por el PARM, fuera anulada, y luego, en una elección extraordinaria, recuperada por el propio PRI. No obstante, gracias a los diputados de partido, el PRI “solamente” tuvo el 82 por ciento de las curules, mientras el PAN alcanzaba el 8.5, el PPS el 5.1 y el PARM el 3.8 por ciento (Molinar Horcasitas, 1991: 72-82).

Los 64 senadores que se “elegían”, como siempre, hasta entonces, fueron para el partido tricolor. La Legislatura que ese año se instaló no contó con un solo senador opositor.

La organización de esos comicios sin competencia corría a cargo de la Comisión Federal Electoral (CFE), encabezada por el secretario de Gobernación. Y si un partido estaba inconforme con alguna resolución de la CFE podía impugnarla… ante la misma CFE. Al final, los diputados y senadores calificaban su propia elección y los diputados solos, la del presidente.

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No existía financiamiento público a los partidos, pero era notorio que los recursos públicos fluían, sin control, hacia el partido oficial. No había regulación sobre el acceso de los partidos a los medios, pero los medios enfocaban sus lentes, grabadoras, papeles y lápices, a la única campaña reconocida oficialmente y por ello sólo esa acababa teniendo visibilidad pública.

José López Portillo recreó el ambiente de su campaña:

Por candidato único no tenía yo con quien pelear. No había polémica ni enfrentamiento directo con otro candidato. Si acaso, con ciertos críticos que desde la prensa manifestaban oposición; pero no había candidato al frente, y por ende, yo no tenía con quien competir, sino conmigo mismo. Eran como rounds (perdónenme el insubstituible anglicismo) de sombra, de esos que practican los boxeadores moviéndose solos, para mirar y controlar sus movimientos (Molinar Horcasitas, 1991: 415-416).

Así transcurrió una campaña previsible. Un país complejo, masivo, contradictorio, plagado de conflictos, tenía una opción y sólo una. Los resultados se conocían con casi diez meses de antelación y nadie esperaba sobresaltos. Era para la clase política oficial un sueño plácido… para las corrientes opositoras una pesadilla.

El México convulso

México vivió en 1976 una elección presidencial sin competencia alguna. No obstante, como si se tratara de una secuela del movimiento estudian-til de 1968, en muy diferentes ámbitos se produjeron agudos conflictos sociales y políticos.

En el mundo laboral, la Tendencia Democrática de los electricistas se movilizó en varias ciudades de la República, primero en protesta por-que al Sindicato de Trabajadores Electricistas de la República Mexicana (STERM), se le había despojado de la titularidad de su contrato colectivo para entregárselo al Sindicato Nacional de Electricistas (SNE); y luego cuando el propio gobierno promovió la unidad de ambos sindicatos en el Sindicato Único de Trabajadores Electricistas (SUTERM), volvió a rea-

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lizar marchas, mítines e incluso un emplazamiento a huelga, cuando sus principales dirigentes fueron expulsados de la nueva organización laboral.

Pero también en el Sindicato Ferrocarrilero y en el Minero Metalúrgi- co se produjeron brotes de descontento. En pequeñas fábricas estallaron huelgas. Quizá a los más viejos les suenen los siguientes nombres: Ri- vetex, Liga de Soldadores en la refinería de Tula, Chiclets Adams, Ayotla Textil, Automex, Hilos Cadena, etcétera. Trabajadores que hasta enton- ces se mantenían fuera del horizonte sindical se organizan en agrupa- ciones laborales y entran en conflicto con sus respectivos patrones o autoridades (bancarios, universitarios, técnicos y profesionistas de PEMEX).

En diferentes asentamientos y colonias populares las personas se or-ganizan y exigen la regularización de sus terrenos, el abastecimiento de agua y electricidad, la construcción de escuelas y vialidades. En Ciudad Netzahualcóyotl, en la colonia Rubén Jaramillo en Cuernavaca, More-los, o el Comité de Defensa Popular en Chihuahua, en un ambiente de radicalización retórica presionan y se movilizan. Dan visibilidad pública a un fenómeno que alimentan las migraciones masivas del campo a la ciudad y la exigencia de servicios urbanos.

Los conflictos en las universidades se multiplican. En las universidades autónomas de Nuevo León, Sinaloa, Puebla, Guerrero y Oaxaca se pro-ducen reiterados enfrentamientos entre los estudiantes y las autoridades locales. La efervescencia participativa que se despertó en 1968 no cesa, se amplía y radicaliza, y como respuesta encuentra en los gobiernos ansias de control y mano dura.

Aparece una guerrilla rural y otra urbana. La primera es una deriva-ción de movimientos cívicos que primero buscan expresarse por la vía pacífica y legal, pero que son reprimidos y perseguidos (Genaro Vázquez y Lucio Cabañas); la segunda está inspirada por estudiantes que luego de 1968 y de la nueva matanza perpetrada el 10 de junio de 1971 en la Ciudad de México, llegan a la conclusión de que las vías del quehacer democrático se encuentran clausuradas y que no existe otra opción más que la de las armas.

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En el campo se vive una ola de invasiones de tierras que reclaman un nuevo reparto, surgen las primeras organizaciones de asalariados del agro que pretenden regular las condiciones de trabajo a través de contratos colectivos; y un buen número de ejidos se organizan en un intento de modernización de sus prácticas y rutinas. La movilización tiñe entonces también al mundo agrario.

Incluso los empresarios, cobijados por décadas bajo el manto de la burocracia política, tienen severos enfrentamientos con esta. La retórica del presidente Echeverría y su política económica e internacional son enfrentadas por las agrupaciones de industriales y comerciantes que por aquellas fechas crean el Consejo Coordinador Empresarial.

México, su diversidad, es evidente, no cabe bajo el manto de una sola organización partidista. Los procesos combinados de industrialización, educación y urbanización colocan en el escenario a sujetos sociales que aspiran desplegar sus propios intereses, sus propias iniciativas políticas, más allá de los estrechos límites que fija una pirámide autoritaria en cuya cúspide se encuentra el Presidente de la República, máxima autoridad del país.

El éxito

Bien vistas las cosas, las recurrentes movilizaciones eran en buena me-dida fruto del éxito económico del país. El crecimiento había forjado un México más urbano que agrario, más alfabetizado que analfabeta, más educado, con más industrias. En una palabra, un país más moderno. Y esa modernidad se expresaba en sensibilidades muy distintas que a su vez se traducían en reclamos para tener un país más abierto, menos vertical, más democrático, menos autoritario.

De 1932 a 1977 la economía había crecido a tasas importantes. “Du-rante los años que van de 1940 a 1954, la economía mexicana creció a un ritmo acelerado. En conjunto, el PIB lo hizo a una tasa media anual de 6%, en términos reales y el PIB por persona en algo más de 3%”. En los años sucesivos el PIB per cápita siguió incrementándose. “3.2% de 1953 a 58, 3.4 de 1959 a 64, 3.5 de 1965 a 70, 3.0 de 1971 a 76 y 3.3 de 1977 a 1982” (Tello, 2007: 297 y 361).

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Este crecimiento que nunca fue igualitario, cuyos frutos jamás se repartieron con equidad, sin embargo, sí lograba que la inmensa mayoría de los hijos acabaran viviendo mejor que sus padres. Son años en los que se expande la industria, el sistema educativo y crecen las ciudades. Y fue el caldo de cultivo del reclamo democratizador. Los “nuevos” mexi- canos de entonces no se resignaron a verse representados por un solo idea-rio, un solo partido político, una sola plataforma ideológica. La diversidad que cruzaba al país empezó a manifestar su hartazgo con el entramado vertical de gobierno que se había tejido a lo largo de las décadas.

Las audiencias y la discusión en las Cámaras

El 14 de abril de 1977, el presidente José López Portillo instruyó al Secretario de Gobernación, Jesús Reyes Heroles, para que convocara a representantes de los partidos políticos, asociaciones políticas, insti-tuciones académicas y ciudadanos en general, “a presentar sus puntos de vista… y se revisen y estudien los diferentes aspectos que animan el propósito de la reforma destinada a vigorizar nuestras instituciones políticas” (SEGOB, 1977).

Las audiencias públicas fueron convocadas por la Comisión Federal Electoral y se realizaron entre el 28 de abril y el 21 de julio de 1977. Fue-ron 12 y en ellas participaron 15 organizaciones políticas, 25 personas a título individual y tres instituciones académicas. También se recibieron ponencias por escrito que no fueron leídas en las audiencias (Fiesco Martínez, 2011: 25).

La intención: escuchar y eventualmente abrir los cauces para la par-ticipación política institucional. Representantes del PRI, el PAN, el PPS y el PARM presentaron sus diagnósticos y sus propuestas de reforma, pero también lo hicieron los representantes de partidos que hasta esas fechas carecían de reconocimiento legal: el Comunista Mexicano, el Demócrata Mexicano, el Socialista de los Trabajadores, el Socialista Revolucionario, el Mexicano de los Trabajadores, el Revolucionario de los Trabajadores, la Unidad de Izquierda Comunista y algunos otros.

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También participaron académicos destacados: Antonio Martínez Báez, Octavio Rodríguez Araujo, Andrés Serra Rojas, Antonio Delhumeau, Antonio Carrillo Flores, Mariano Azuela Güitrón, Rafael Segovia, Ma- nuel Camacho, Miguel Limón Rojas, Raúl Olmedo, Luis Villoro, Samuel del Villar, David Pantoja, Patricio Marcos, Carlos Pereyra, Rubén Salazar Mallén y Carlos Sirvent, entre otros, quienes propusieron desde modifi- car a las instituciones encargadas de organizar las elecciones hasta fórmu-las para dar entrada a nuevas opciones políticas, desde consideraciones sobre las condiciones de la competencia hasta recetas para modificar la conformación de la Cámara de Diputados.

Esos insumos fueron procesados en la Secretaría de Gobernación, para que el Presidente de la República pudiese enviar un proyecto de re-formas a la Constitución. En esa operación, el jefe, el coordinador, quien diseñó los métodos y el horizonte, fue Jesús Reyes Heroles. Y finalmente la iniciativa fue discutida y aprobada en la Cámara de Diputados los días 19, 20, 21, 24 y 25 de octubre de 1977 y en el Senado los días 4, 8, 9 y 11 de noviembre del mismo año, luego de lo cual ambas Cámaras tam-bién debatieron y finalmente aprobaron la iniciativa del presidente López Portillo (confeccionada, en lo fundamental bajo la batuta de JRH) que creaba una nueva Ley Federal de Organizaciones Políticas y Procesos Electorales (LFOPPE). El debate de dicha ley se inició en la Cámara de Diputados el 19 de diciembre de 1977 y el 27 de diciembre era aprobada por la de Senadores.

Las reformas

Las principales reformas fueron tres.

a) Se llevó a la Constitución a los partidos políticos. A pesar de que desde 1917 la llamada Carta Magna diseñó una fórmula de gobier- no democrática, representativa y federal, no existía disposición alguna en relación a los partidos políticos. En 1977 se estableció en el texto constitucional que los partidos serían considerados como “entidades de interés público”, cuyo carácter sería nacional. Y por ello serían suje-tos de una serie de derechos y prerrogativas, entre otros tener acceso a los medios electrónicos de comunicación y recibir financiamiento público.

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Es decir, desde 1977, la Constitución no sólo protegería a los partidos sino que los asumía como los conductos imprescindibles para organizar y ofrecer voz a la diversidad política que cruzaba al país.

b) Se estableció el registro condicionado como fórmula para el in-greso de nuevos partidos al escenario electoral institucional. A partir de la reforma, una organización política podría solicitar su registro como partido político ante la Comisión Federal Electoral si contaba con una declaración de principios, un programa de acción y unos estatutos; además debía acreditar “que representaba una corriente de opinión, expresión de la ideología política característica de alguna de las fuerzas sociales que componen la colectividad nacional” y demostrar que había realizado actividades políticas durante los cuatro años anteriores a su solicitud de registro. Y su permanencia en la lid electoral dependería de que lograra obtener por lo menos el 1.5% de la votación nacional.

Hay que señalar que hasta entonces todas las fórmulas para el registro de nuevos partidos suponían la entrega de listas de afiliados. Pero, según contó en su momento Gilberto Rincón Gallardo, el Partido Comunista Mexicano se negó a entregar dicha información, temiendo posibles re-presalias, de tal suerte que la Secretaría de Gobernación primero (otra vez, Don JRH), y luego el presidente y el Congreso, aceptaron la creación de un nuevo registro que no suponía dar la información mencionada a las autoridades.

Cabe también mencionar que durante largos treinta años, desde 1947, la puerta para la entrada de nuevos partidos políticos se mantuvo cerrada, por lo que la reforma suponía una vía relativamente sencilla para la incorporación de aquellas organizaciones a las que se mantenía artificialmente marginadas del escenario institucional.

c) Se modificó la fórmula de integración de la Cámara de Diputados. Como se sabe desde la primera constitución republicana, la de 1824, el método para la conformación de la llamada Cámara Baja siempre había sido la de dividir el territorio en circunscripciones (o distritos) y en cada uno de ellos elegir un representante. Esa fórmula acarrea de manera “natural” que la mayoría alcance una sobrerrepresentación en

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la Cámara y que las minorías se vean subrepresentadas. Y ello es así por el efecto acumulado que tiene el no ofrecer representación a los votos perdedores de cada distrito.

En 1963 se había introducido un correctivo, los llamados diputa-dos de partido. Consistía en que si un partido obtenía por lo menos el 2.5% de la votación nacional, alcanzaría con ello 5 diputados. Fue un pri-mer intento por inyectarle un cierto pluralismo a la Cámara de Diputados.

En 1977 se resolvió que la Cámara se integraría con 400 diputados, 300 serían de mayoría relativa y 100 de representación proporcional. Los primeros serían electos en 300 distritos (uno en cada uno) y los otros cien en tres, cuatro o cinco listas “circunscripcionales”, los cuales se repartirían con un criterio de representación proporcional, y aquel partido que hubiese obtenido 60 escaños o más por la vía uninominal ya no participaría en ese reparto. En español eso quería decir que por lo menos el 25% de los escaños en la Cámara de Diputados sería ocupado por los partidos opositores.

Gracias a esas reformas, que vistas en retrospectiva pueden parecer mínimas, se desató una auténtica espiral de transformaciones. En pri-mer lugar, para las elecciones de 1979 participarían tres nuevos partidos que habían logrado su registro condicionado: el Comunista Mexicano, el Demócrata Mexicano y el Socialista de los Trabajadores. En segundo lugar, estos contaron con algunos elementos para realizar sus respectivas campañas y en tercer lugar, dado el nuevo método de integración de la Cámara, ocuparon algunos escaños.

Las primeras elecciones luego de la reforma (1979)

Finalmente llegó el día de la primera elección federal bajo el manto de la reforma política. Fue el primer proceso después de la reforma que había permitido la entrada de nuevas agrupaciones a la competencia, luego que la puerta estuviera clausurada por casi treinta años. Los partidos Comu-nista Mexicano, Socialista de los Trabajadores y Demócrata Mexicano debutaban bajo las nuevas reglas y se sumaban a los entonces tradicionales PRI, PAN, PPS y PARM. Se inauguraba el sistema mixto de conformación

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de la Cámara de Diputados que inyectaría una presencia mayor de las oposiciones en ese órgano legislativo. Pasaban por la televisión y la radio los primeros programas de los partidos políticos que representaban una pequeña inyección de aire fresco frente a las rutinas oficialistas de los noticieros. Los partidos, considerados por la Constitución, a partir de entonces, como “entidades de interés público”, recibían del Estado algu- nas prerrogativas (financiamiento, exenciones fiscales, franquicias posta-les y telegráficas) para ayudarlos a asentarse y a desplegar sus respectivas campañas. Los candidatos hacían proselitismo, se desplazaban por sus distritos, y los plurinominales por el país. Y las elecciones habían sido precedidas de una amnistía a los presos políticos.

No sólo era un tiempo de novedades sino de expectativas. Las nuevas reglas y realidades presagiaban una mayor competencia, un ejercicio ma-yor de las libertades, una sacudida al monolitismo imperante. Era apenas una rendija, pero a través de ella, quizá, se podrían colar los vientos del pluralismo, la tolerancia, la democracia. Expresiones ideológicas que antes vivían en la penumbra podían ahora hacer política a la luz del día y bajo la protección de la ley. El país de “un solo ideario legitimado por la historia” empezaba a ser el de las múltiples corrientes y programas. La palabra cambio sintetizaba la aspiración de miles y miles de ciudadanos. Las condiciones de la competencia eran todavía marcadamente inequi-tativas, pero… Roma no se construyó en un día.

Y a su vez, esa novedosa experiencia era producto de una operación de Estado −la reforma política− que conscientemente facilitaba la incor-poración de fuerzas políticas hasta entonces marginadas y que expandía un espacio –la Cámara de Diputados− para el encuentro y recreación de la diversidad; que a su vez era producto de una creciente conflictividad en muchos espacios de la vida pública (universidades, sindicatos, orga-nizaciones agrarias, empresariales y hasta el surgimiento de guerrillas rurales y urbanas) que no encontraban conductos de expresión en el mundo institucional todo ello producto de una sociedad modernizada, y por lo mismo, plural, compleja, contradictoria, que no podía ni quería ser encuadrada bajo un solo ideario, una sola organización, un solo discurso.

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La reforma era vista, desde el gobierno y ahí están los discursos de Don JRH, como una operación preventiva, capaz de ofrecer un cauce al descontento y un lugar a las “minorías”. Una “válvula de escape” se de-cía. Pero, para las oposiciones la reforma suponía una plataforma mejor para continuar con sus esfuerzos, para darse a conocer, para crecer, para construir puentes con sus potenciales electores, para convertirse en parte del paisaje nacional, como diría Mitterrand. Ya se sabe, en la historia no se expresa una sola lógica, y son las lógicas en plural, las expectativas di-versas, las apuestas enfrentadas, las políticas encontradas, las que acaban modelándola.

Así llegó el momento de los comicios. El día en que el primer expe-rimento cobijado en las nuevas reglas tenía lugar. La fecha en que las esperanzas se confrontan con la “realidad”. Los siete partidos contendien-tes refrendaron su registro (entonces se necesitaba el 1.5 por ciento de los votos). Y los tres primeros obtuvieron las siguientes votaciones: PRI 69.71 por ciento, PAN 10.79% y PCM 5.0%. Los seis partidos de oposición tendrían, en conjunto, 104 diputados y el PRI 296.

La composición de la Cámara de Diputados

De los 300 distritos, el PRI ganó 291 y cuatro el PAN. Cinco fueron anula-dos y luego ganados por el PRI. Esos datos expresan la persistencia de un partido hegemónico y una falta de competitividad marcada. No obstante, cinco partidos lograron integrar grupos parlamentarios. El PAN sumó a sus cuatro uninominales 39 de representación proporcional, logrando una bancada de 43 diputados. Los otros cinco partidos sólo alcanzaron diputados plurinominales: PCM, 18; PARM, 12; PPS, 11; PDM, 10; PST, 10. Pluralidad sí, pero con un partido que podía por sí mismo tomar todas las decisiones en esa Cámara.

Cambios por goteo

Las novedades que acarreó la reforma política empezaron a caer por goteo. Fue un movimiento lento pero constante, creciente. Primero, los partidos políticos con registro se empezaron a convertir en parte del paisaje nacional. No eran ya plantas exóticas, sino corrientes políticas

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asentadas y legitimadas en el país. Su presencia en la Cámara de Diputados ilustraba, aunque sea en forma germinal, la coexistencia de idearios que tenían que convivir y competir. Y en algunos municipios se empezaron a producir auténticas luchas por los ayuntamientos e incluso algunos fenómenos de alternancia.

En 1977, de cerca de 2,500 municipios, sólo cuatro eran gobernados por partidos de oposición. Y fue en ese terreno donde paulatinamente las distintas organizaciones empezaron a lograr algunos triunfos. En 1979, por ejemplo, el Partido Comunista ganó su primer municipio, Alcozauca, en la Montaña de Guerrero, mientas el PAN, con una mayor tradición (ya había ganado dos capitales estatales en 1967, Hermosillo, Sonora y Mérida, Yucatán), incrementó el número de sus victorias. Se trata de un cambio poco espectacular pero que paulatinamente arrojó algunos resultados.

Lecciones

De la actuación de Don Jesús Reyes Heroles y de aquella reforma pueden obtenerse varias lecciones:

1. En la historia hay momentos plásticos. Coyunturas en las cuales aparece la posibilidad de modelar el futuro. Se trata de momentos carga-dos de incertidumbre pero también de posibilidades. Los conflictos son la expresión de un modo de operar que resulta inadecuado, rebasado, ten-sionado por nuevas realidades y que demandan algún horizonte inédito. Pero la edificación del futuro no se da por inercia. El momento puede ser desperdiciado. Se requiere de un espíritu reformador para ofrecer cauce a lo nuevo, lo inédito. Y siempre existe la posibilidad del inmovilismo, de la degradación, de la descomposición.

2. Como ya apuntaba, en la historia no existe una sola lógica. Son las lógicas en plural las que la modelan. La reforma diseñada por Don Jesús Reyes Heroles tenía un carácter preventivo, era una especie de válvula de escape a la creciente tensión política y social, pero desde las oposiciones la lógica era otra. La reforma podía y debía ser aprovechada para crecer, tender puentes con la sociedad, convertirse en fuerzas políti-

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cas con sustento, con presencia, con votos. Esas dos lógicas convergieron en el intento por trazar un nuevo escenario para su reproducción.

3. La reforma de 1977 es la típica reforma que construye futuro, que delinea un horizonte. No fue una reforma terminal, sino inaugural. Una reforma que desencadenó nuevas y más profundas reformas. Si en un inicio se trató de abrir una puerta para el ingreso de los excluidos y ofrecerles un espacio en la Cámara de Diputados, con posterioridad las nuevas y viejas oposiciones reclamaron otras operaciones transforma- doras: órganos y procesos electorales imparciales, condiciones equitati-vas de la competencia y tribunales para dar certeza al procesamiento de las controversias.

4. La reforma diseñada por JRH asumió que el pluralismo político debía encontrar cauce. Que la paz sólo sería posible en el marco de una convivencia de la diversidad en la que se pudieran ejercer las libertades. Como lo apuntó en Chilpancingo, el riesgo era el del autoritarismo ciego empecinado en construir un país a imagen y semejanza del poder, cuando un México modernizado había desbordado los estrechos límites de un sistema monopartidista.

5. En 1971 Reyes Heroles escribió:

En la decisión política se concentran o resumen todas las actividades concernientes al hombre…Sabemos que la política es economía concen-trada, pero también en ella se resume la sociología, los problemas que trascienden al hombre como tal; la cultura, con la cual emparienta el pensar y el actuar político. La decisión política abarca todo aquello que influye en la configuración de una sociedad (PRI, 1972: 113).

Y en efecto, así pensada la política, la política democrática, puede ser la vía por excelencia para la convivencia civilizada de la diversidad.

Don Jesús supuso que una época terminaba y otra pugnaba por abrirse paso. No creo que ni él ni nadie pudiera en su momento suponer hasta donde nos conduciría aquella reforma inaugural, pero tuvo el gran méri- to de dar el primer paso, entendiendo que México ya no cabía bajo el manto de una sola organización partidista, de una sola ideología, de una sola manera de ver y evaluar las “cosas”.

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Hemos hablado de una reforma memorable. Y de un hombre igual-mente digno de reconocimiento. Porque abrió cauce para la concordia en medio de abismales diferencias.

Referencias

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López Moreno, Javier (1987). Elecciones de ayer y de mañana, México: Costa-Amic.López Portillo, José (1988). Mis tiempos, Primera parte, México: Fernández Editores.Molinar Horcasitas, Juan (1991). El tiempo de la legitimidad, México: Cal y Arena. PRI (1972), “Revolución y desarrollo político”, en Análisis ideológico de la Revolución

Mexicana 1910-1971, México: PRI. Comisión Nacional Editorial.Reyes Heroles, Jesús (abril 1977) “Discurso pronunciado por el Lic. Jesús Reyes Heroles,

Secretario de Gobernación, en la sesión solemne en que el C. Ing. Rubén Figueroa, Gobernador Constitucional del Estado de Guerrero, rindió su segundo informe de gobierno ante la H. XLVIII Legislatura de esa entidad”, en Reforma Política, Gaceta Informativa de la Comisión Federal Electoral, No. 1, México: SEGOB-Comisión Federal Electoral, pp. IX-XIII.

SEGOB (abril-agosto 1977) Comunicación del Presidente, Lic. José López Portillo al se-cretario de Gobernación y presidente de la Comisión Federal Electoral, Lic. Jesús Reyes Heroles el 14 de abril de 1977 en Reforma política: Gaceta informativa de la CFE, México: SEGOB, Tomo I.

Tello, Carlos (2007). Estado y desarrollo económico: México 1920-2006, México: UNAM. Facultad de Economía. p. 297 y 361.

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Otto Granados

Reyes Heroles, una memoria

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Resumen

“En el imaginario público mexicano, el político más sofisticado intelec-tualmente y el más respetado [del] gobierno” de Miguel de la Madrid. Así se refiere el autor a Jesús Reyes Heroles, una figura de referencia obligada en los estudios del liberalismo mexicano y conocedor de la política del país no sólo porque la estudiaba, sino, caso inusual, porque transitó en ella ocupando diversos cargos. Otto Granados ofrece al lector una estampa del paso de don Jesús Reyes Heroles por la Secretaría de Educación, donde hubo tropiezos pero también puso en práctica algunas modificaciones que se convirtieron en hitos en la historia de la educación y la cultura mexicana, como la creación del Sistema Nacional de Inves-tigadores y la publicación de la colección editorial Lecturas Mexicanas. La narración de Granados también da unas pinceladas para el retrato del día a día de la tarea de Reyes Heroles como alto funcionario, donde había espacio para el trabajo intelectual.

Abstract

“In the Mexican populace’s eye, the most sophisticated and respected thinker in President Miguel de la Madrid’s Cabinet”. Such is the way the author des-cribes Jesús Reyes Heroles, an undisputed landmark in Mexican liberalism studies and political pundit not only because he was a student of politics, but because –unusual case– he held office on different levels. Otto Granados gives us a view of Jesús Reyes Heroles’ transit in the Ministry of Education where albeit some setbacks he managed to introduce changes and policies that became milestones in the history of Mexican culture and education, such as the National Researchers System and the editorial collection Lec-turas Mexicanas (Mexican Reader). Granados’ account also allows for a day-to-day portrait of Reyes Heroles as a high-ranking civil servant who gave himself time for intellectual endeavor.

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Poco antes de las nueve de la mañana del 19 de marzo de 1985, Gabi-no Fraga llamó telefónicamente para decirme que don Jesús Reyes Heroles, entonces secretario de Educación Pública en el gobierno

de Miguel de la Madrid y de quien yo era secretario particular, había muerto en un hospital de Denver, Colorado. Unos quince días antes, en el transcurso de una revisión a la que se sometió por unas dolencias en el hombro y la espalda, su médico, Antonio Fraga, le informó que tenía un cáncer ya propagado de manera invasiva a consecuencia de ese proceso mediante el cual las células de un tumor se desprenden y desplazan a otras áreas del cuerpo a través del flujo sanguíneo o los vasos linfáticos y que la medicina llama metástasis. Miro ahora sus fotografías de aquel tiempo y parece un hombre viejo, pero tenía apenas 63 años. Era en esa época, en el imaginario público mexicano, el político más sofisticado intelec-tualmente y el más respetado no sólo de ese gobierno al que pertenecía sino, probablemente, del régimen que los nostálgicos todavía catalogaban como de la Revolución.

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Conocí a Reyes Heroles prácticamente el día que entré a trabajar con él a la Secretaría de Educación Pública (SEP), el 3 de diciembre de 1982. En los años previos, don Jesús no había ocupado cargo alguno tras su dimisión de la Secretaría de Gobernación en mayo de 1979 y se dedi-caba a leer, viajar y escribir. Aunque había trabajado para él un tiempo en un curioso centro de análisis que lo abastecía de informes, reseñas bibliográficas y traducciones, y alguna vez conversamos brevemente en un restaurante español de la colonia Roma, a propósito de un artículo sobre el ejército mexicano que yo había publicado en la revista Nexos (http://www.nexos.com.mx/?p=4011) y que por alguna causa, supongo que el tiempo de sobra, le había interesado, ser llamado a mis 26 años por el gran santo laico de la política mexicana fue casi una epifanía. Me recibió en su oficina de Argentina 28, a la que acudía por las mañanas pues por las tardes trabajaba en otra muy cerca de su casa, en la calle Vito Alessio Robles, y, parado detrás del legendario escritorio que José Vasconcelos llevó consigo en 1921 a la SEP tras concluir su rectorado en la Universidad Nacional Autónoma de México, sin más protocolo preguntó si quería ser

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su secretario. No formuló indicación alguna respecto de lo que esperaba de mí pero, al despedirme, lanzó una admonición muy propia de su estilo personal: “Aquí no viene a descansar: viene a chingarse”.

Era un jefe tremendamente complicado –gruñón, malhablado, muy exigente, a veces intratable– pero, a cambio, era por igual una fuente de aprendizaje riquísima, magistral, abundante e ilustrada, que disfruté a ple-nitud. Verlo en acción era un privilegio. Hombre honesto, culto, erudito, especialmente en el campo de las ciencias sociales, políticamente sagaz, al menos para los usos del México de entonces, bibliómano seguidor de Louis Barthou –el legendario ministro francés de la III República a quien admiraba y autor, como el propio Reyes Heroles, de un ensayo sobre Mi-rabeau–, sibarita, de buen vestir, fumador empedernido y con un agudo sentido del humor…cuando quería. En aquellos días sin internet ni redes sociales, que eran aún los de un México muy presidencialista, con un PRI en el poder pero una hegemonía languideciente, una sociedad civil perezosa y medios de comunicación dóciles, don Jesús podía ejercer de patriarca ante políticos, empresarios, intelectuales y periodistas mayores y menores –a muchos de los cuales despreciaba–, desvelarse leyendo de manera compulsiva (y por tanto iniciar la jornada cuando ya el sol em-pezaba a calentar), dedicar días enteros a preparar algún discurso muy importante (que él mismo se encargaba de triturar al pronunciarlo porque era un pésimo orador) y destinar horas, sólo con quienes él seleccionaba, a la conversación inteligente.

Si bien tosco y con frecuencia irascible, había que encontrarle el “modo” y en ese sentido se volvía razonablemente predecible y hasta simpático. Era desconfiado, de escasos amigos en la acepción sustantiva del término, refractario a la intimidad y poco adicto a la vida social. Tenía ingenio y frases, propias y prestadas, para todo, y pescaba rápidamente las dobles intenciones de sus interlocutores. Le irritaba ver llegar a sus colaboradores, incluido yo, con pilas de papeles (de hecho nos echaba antes de acercarnos siquiera a su escritorio) y sobre todo si eran temas administrativos o irrelevancias burocráticas –“el que se ocupa de los de-talles no puede ser estadista”, prevenía–, y detestaba los estilos afectados y melindrosos con que algunos lo trataban. Fue conocido cómo, tras una

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tensa conversación con el subsecretario de Cultura, Juan José Bremer, que sin consultarle había asignado, para congraciarse, un contrato de impresión a una editorial del semanario Proceso y estaba justificándose, lo despidió de su despacho con un enunciado sin desperdicio: “Sólo hay dos clases de funcionarios: los que explican y los que resuelven”. Bremer fue cesado a la postre, como antes lo había sido, por cierto, del Instituto Nacional de Bellas Artes.

No estoy seguro si fue buen catador de personas, pero era notorio que las clasificaba según sus filias y fobias, las cuales, por lo demás, no disimulaba para nada. Disfrutaba la charla interesante y prolongada con algunos –notoriamente José Luis Lamadrid, Manuel Urquidi, Ernesto Álvarez Nolasco, Antonio Gómez Robledo, José Luis Martínez y Manuel Bravo Jiménez, por ejemplo– y era propenso, de una manera casi escolar, a citar autores, textos, precedentes históricos y episodios para salpicar –y ganar– una discusión. Recuerdo, por ejemplo, que un día me exigió tenerle en cosa de minutos el lugar exacto donde Ortega y Gasset había citado la frase “Delenda est Monarchia”; como no tenía a la mano las obras completas de Ortega corrí a la librería Porrúa, que estaba a una cuadra de la SEP, a consultarlas, y allí encontré la fuente: “El error Berenguer”. Cosas así eran frecuentes.

Como era de origen veracruzano, muchos paisanos intentaban verlo para pedirle una recomendación, una diputación o una senaduría pero nunca le vi interés especial por la disputa local aunque sí por la historia regional que, según él, explicaba muchas de las singularidades del régi-men y sobre todo del temperamento político mexicano. Tuvo que aceptar de mala gana a colaboradores en la SEP que le fueron impuestos desde Los Pinos, de buena a los recomendados por Federico su hijo, entonces funcionario en la UNAM e influyente en la SEP, como Jorge Flores Valdés, Arturo Velázquez o José Dávalos, o bien trabajar con la nomenclatura magisterial de que estaban plagados los niveles medios de la secretaría y con al menos un par de subsecretarios, como Arquímedes Caballero o Idolina Moguel, que sin recato “robaleaban”, eufemismo usado por don Jesús, tanto para el lado del Sindicato Nacional de Trabajadores de la Educación (SNTE) como para el de la autoridad educativa.

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Tengo la sensación de que Reyes Heroles no desarrolló una juventud convencional, como es entendible en alguien que prefirió dedicar sus años mozos al estudio, y era muy reservado en cuanto a su vida personal y familiar. No deja de ser sintomático, en una perspectiva casi freudiana, que habiendo producido una obra escrita abundante, no haya dejado, al menos para consumo público, algo parecido a unas memorias, y que rarísima vez usara, en sus discursos particularmente, la primera persona del plural. Nunca escuché que hablara de sí mismo, de forma introspec-tiva, y me daba la impresión que era hombre de carácter e ideas, pero no de pasiones intensas, o, mejor dicho, las ideas y el carácter fueron sus principales, tal vez únicas pasiones.

De salud frágil, como corresponde a un fumador que jamás cuidó su dieta ni habría tenido el mal gusto de hacer ejercicio, lo atrapaban de vez en cuando las gripes, las cuales acentuaban su mal humor. Sus cola-boradores más antiguos y cercanos, con los que había tejido ya alguna amistad, contaban sin embargo que habiéndose concentrado en el cultivo refinado del intelecto, fue su esposa, una señora elegantísima, al parecer adinerada, hija de un prominente político maderista y de una educación exquisita, la que le aportó a don Jesús ciertas dotes de urbanidad. De vez en cuando, no obstante, soltaba una que otra máxima más silvestre, de esas que quizá aprendió o escuchó entre políticos callejeros: en cierta ocasión, por ejemplo, le pedí la tarde de un viernes para ir el fin de semana a Acapulco, donde él tenía un departamento, y al vuelo me respondió: “Allí hay muy buenas muchachas, pero cuídese porque cuando cabeza chica calienta, cabeza grande no piensa”.

Rutinariamente me tocaba prepararle los acuerdos con el presidente De la Madrid, atender a un montón de gente que deseaba verlo y él no quería recibir, responder llamadas en su ausencia, prepararle notas de lectura acerca de libros que le interesaban, transmitir sus indicaciones a funcionarios, levantar minutas de algunas reuniones que tenía, admi-nistrar la oficina del secretario, hacer cambiar el cheque de su sueldo (de donde él se pagaba delicias que quería comer y encargaba al mercado de San Juan) y de tarde en tarde le ayudaba escribiendo el borrador de

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algunos de sus discursos menores o partes de ellos o, como dije líneas atrás, verificando la fuente o la exactitud de citas que quería incluir en los discursos mayores.

Aunque De la Madrid designó a Reyes Heroles en la SEP en parte por sus credenciales intelectuales y prestigio político y en parte para tomar distancia de López Portillo, a quien, como es bien sabido, don Jesús le había renunciado de Gobernación en 1979, no estaba dentro de los cálculos presidenciales romper con el esquema que el nuevo secretario había registrado desde el primer minuto: la captura que el SNTE había hecho de la SEP. Su relación con el sindicato fue inevitablemente mala porque la estructura caciquil tenía muy infiltrada la secretaría y mante- nía una actitud muy insolente, en buena medida heredada de las pre-sidencias de Echeverría y López Portillo, y por el temor, la tolerancia o la tibieza de casi todos los secretarios de Educación que antecedieron a don Jesús. El dirigente formal del sindicato era Alberto Miranda Castro, un palurdo profesor de Baja California Sur, pero el líder real era Carlos Jonguitud, un político muy mañoso (“hay que tener cuidado con él”, in-sistía Reyes Heroles, “¡es huasteco!”) que todo el tiempo quería puentear al secretario acudiendo a Los Pinos cargado de tarjetas y tratando allá temas educativo/sindicales o vendiendo estabilidad política y capital electoral. Vista a la distancia, la perversión de la relación SEP-SNTE no fue un invento de Jonguitud o de la maestra Gordillo sino una consecuencia del andamiaje corporativo que los gobiernos establecieron a convenien- cia con distintos sindicatos, lo cual explica una parte no menor del fracaso educativo mexicano.

Don Jesús acuñó la frase “revolución educativa” pensando que esta condensaba el propósito de mejorar la calidad de la educación. Aunque era una idea más bien general, se enfocaba en la necesidad de reorganizar la gestión educativa, introducir mecanismos incipientes de evaluación y reducir el cogobierno del SNTE. Ya desde el sexenio de López Portillo se había iniciado, con mayor o menor fortuna, un proceso de desconcentración administrativa creando las delegaciones de la SEP en los estados y nombrando para encabezarlas a figuras conocidas del mundo de la política o de la educación como exgobernadores o exrectores locales. En la época de don Jesús ese proceso siguió pero básicamente

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para administrarlo y no tanto para otorgarle más facultades sustantivas a los estados en la materia, entre otras cosas porque los gobernadores no querían –ni quieren– saber nada de los problemas educativos ni mal-quistarse con el sindicato. De modo que la aportación más novedosa fue en realidad una frase: la revolución educativa, que en estricto sentido era apenas una formulación conceptual más que un programa de ejes rec-tores o acciones concretas. Releyendo los discursos de Reyes Heroles se encuentra gran cantidad de ideas interesantes, de propuestas teóricas, de reflexiones políticas e intelectuales pero no un programa específico para la acción en el sentido en que ahora entendemos los procesos de diseño y formulación de las políticas públicas. Sin embargo, el concepto le dio para ejecutar algunas cosas. De allí derivaron decisiones como el cierre de algunas normales; de escuelas que no servían para nada como el Centro Nacional de Educación Técnica e Industrial (CENETI), una institución que, en realidad, no era ninguna de esas tres cosas; la edición de algunos nuevos materiales pedagógicos enfocados a la enseñanza ética o el intento de poner en orden a algunas universidades públicas.

A mediados de 1983, por ejemplo, don Jesús recibió al entonces rec-tor de la Universidad Autónoma de Guerrero (UAG), Enrique González Ruiz, que se acercó a pedir que el gobierno federal le entregara el subsi-dio suspendido a consecuencia del caos educativo y administrativo que representaba la UAG. El rector inició meloso la conversación relatando lo que estaban haciendo en la UAG y don Jesús, que era de pocas pul- gas, lo atajó para decirle que los planes de la SEP para esa llamada univer-sidad eran sanearla como a los perros, es decir, “meterlos en una pileta de agua helada para espantarles las pulgas”. Reyes Heroles le ofreció entregar el subsidio “en cuanto exista universidad”, y, amenazante, el funcionario universitario espetó: “entonces habrá graves conflictos”. “Pues qué bueno –contestó don Jesús–, para eso estamos los políticos: para resolverlos”. Por supuesto, como eran otros tiempos, cuando la política educativa se manejaba desde la SEP, el gobierno no entregó el subsidio ni hubo conflictos. Con los rectores de otras universidades que entonces se autodenominaban “populares” y que normalmente habían sido ocupadas por las izquierdas, el trato fue otro, no tanto porque fueran muy distin-

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tas sino que, en el fondo, algunos de esos rectores le caían bien, como fueron los casos de Jorge Medina Viedas, de la Autónoma de Sinaloa, y Alfonso Vélez Pliego, de la de Puebla.

El otro aspecto notable de su gestión fue la creación del Sistema Na-cional de Investigadores, un mecanismo bastante innovador en la época que buscaba estimular la investigación mediante incentivos económicos no ligados al salario sino a la producción académica, o la política cultural, un espacio que don Jesús conocía a profundidad y disfrutaba ampliamen-te. Entonces no existía el CONACULTA pero desde el Fondo de Cultura Económica y el área de publicaciones de la SEP, que dirigía un periodista tuxpeño amigo suyo, Miguel López Azuara, se hizo una estupenda labor editorial como la colección Lecturas Mexicanas o el Programa Nacional de Bibliotecas, operado por Ana María Magaloni.

Su paso por la SEP no fue exitoso porque la vida no le dio tiempo y porque nadie sabe si las circunstancias políticas o el nivel de apoyo presidencial hubieran sido favorables y suficientes, pero planteó con pre- cisión los términos del conflicto por la gobernanza educativa: recuperar el control del aparato, entonces secuestrado por el SNTE. Don Jesús no se metía en los detalles pedagógicos ni técnicos pero tenía clarísimo que si el Estado no volvía a ser el rector fundamental de la educación las cosas no marcharían bien. Esta es una de las razones por las cuales tenía muy poco aprecio por la línea gradualista o francamente tibia que siguieron algunos de sus antecesores, señaladamente Fernando Solana, así como por las recomendaciones de los investigadores tradicionales de la edu-cación, como Pablo Latapí o Carlos Muñoz Izquierdo, que según Reyes Heroles creían que “un problema estudiado es un problema resuelto”, porque pensaba que si no se retomaba el control del proceso, es decir de la gestión educativa, de nada serviría intentar reformas en el producto, es decir la calidad de la educación.

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Desde el punto de vista político don Jesús se convirtió, durante el gobier- no de De la Madrid, en una especie de oráculo del ala modernizadora del gabinete y esta, a su vez, cultivaba intensamente su trato con él porque

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conocía los laberintos y mañas de la política real, porque tenía cierto ascendiente sobre el Presidente y eso era muy útil, y porque era un gran conversador. Pero además, como don Jesús había sido secretario de Go-bernación y presidente nacional del PRI, el grupo compacto cercano a De la Madrid (Carlos Salinas, Francisco Rojas, Emilio Gamboa, Manuel Alonso, etc.) lo utilizaba para equilibrar el peso natural del secretario de Gobernación, Manuel Bartlett, al que siempre vieron como un com-petidor potente, y en realidad el único que podía ser considerado como tal. De hecho, muchos de los mensajes políticos más interesantes de ese momento en torno al laicismo, la separación Estado-iglesia o la corrup-ción del sexenio anterior, vinieron de Reyes Heroles y no de Bartlett.

Pero, al mismo tiempo, ese círculo influyente era pragmático, tenía ya la mira puesta en la sucesión presidencial, trabajaba todo el tiempo para ella, y calibraba, con cierto tino, que no podía alienarse la complicidad política del SNTE y de Jonguitud en especial si querían alcanzar el po- der, por lo cual le pavimentaban el acceso a Los Pinos, escuchaban sus quejas contra don Jesús y a veces le hacían caso, y eso mandaba una señal confusa porque el cacique sabía que contaba, en última instancia, con el Presidente o con sus validos, en caso de que los conflictos con el titular de la SEP llegaran a niveles inmanejables. Esta, por cierto, es una lección plenamente vigente.

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Por lo menos entre finales de los años 60 y hasta su muerte en 1985, no hubo un político como Reyes Heroles que produjera una elaboración intelectual, histórica y política que le diera legitimidad –o por lo menos tratara– al régimen del PRI y que, por la vía de cambios dirigidos y ad-ministrados, buscara prolongar su hegemonía. No actuaba, hablaba o escribía desde la academia –a la cual miraba con algún desdén–, o desde la oposición, a la cual quería controlar, sino desde la élite gobernante de la que formaba parte con una plataforma influyente. Probablemen- te Reyes Heroles llegó a la política por los caminos de la Historia y, por tanto, hizo de esta el basamento teórico que dotara a aquella de un princi-pio racional y orgánico. “Por vocación o equivocación –dice Reyes Heroles

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en su famoso discurso de ingreso a la Academia Mexicana de la Histo- ria en 1968–, arribé a la Historia, buscando explicaciones al mundo en que vivía. ¿Podía la Revolución en que nací y me desarrollé ser producto de generación espontánea?” Es importante detenerse en este punto.

Don Jesús Reyes Heroles vislumbraba su destino público a la manera del que Alexis de Tocqueville imaginó para sí cuando escribió que en la vida “no se trata de lo que uno quiere, sino de lo uno hace….(y) si he de dejar alguna huella de mí en este mundo, sería mucho más por lo que haya escrito que por lo que haya hecho”. ¿Era ese el destino que buscaba para sí Reyes Heroles? No lo sabemos, pero su biografía refleja cómo la tensión permanente y dilatada entre pensamiento y acción, representa una síntesis envidiable de la forma en que las ideas, el sentido de Estado y la noción de la historia pueden enriquecer la vida política de una persona y, por cierto, de un país.

Formado en una de las tradiciones ideológicas y políticas principales en la historia de México, la tradición liberal, pero sin ser un liberal clásico u ortodoxo, Reyes Heroles mantuvo en su actividad pública una fe en dos pasiones fundamentales: las ideas y la historia. Sabía bien, y así lo repetía con frecuencia, que a pesar de que en política no opera la precisión sino la aproximación, la eficacia política sólo es posible cuando se tiene una visión que mide por igual hacia dónde se quiere ir, por dónde se debe ir y hasta dónde se puede llegar. Esta percepción del papel que juega el equi-librio en la actividad política, quizá tomada de Francesco Guicciardini, revelaba una convicción opuesta y equidistante del mero pragmatismo o del puro dogmatismo; es decir, se alimentaba de la creencia de que las ideas no son un defecto ni un vicio. Al contrario, que sólo con ellas, diría Isaiah Berlin, se pueden combatir las visiones limitadas, y conocer las implicaciones ocultas y las consecuencias extremas de los ideales políticos. Con una concepción de esta naturaleza, necesariamente creía no sólo que la historia es un diálogo entre la sociedad de hoy con la sociedad de ayer (“los muertos que hablan a través de los vivos”, según Reyes Heroles), sino que con ella es posible explicar y por ende incrementar el dominio de la sociedad actual.

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Don Jesús insistía en la idea de la continuidad, que en el fondo era proporcionar un fundamento sofisticado, pero no irreal, al régimen político construido por el PRI: hay “una concepción –decía– que sostiene la continuidad de la historia, continuidad, por supuesto, que no se da en líneas rectas, que no simplifica e incurre en armonías forzadas… el mero hecho de afirmar la continuidad y ver la transformación como cul-minación del proceso histórico, proporciona un prolífico terreno para la influencia de la historia en la acción, para el mismo actuar de la historia”.

Con esas coordenadas intelectuales, Reyes Heroles escribió historia y fue su protagonista, dejándose influir por las circunstancias pero tam-bién influyendo sobre estas y creándolas para poder hacer. Fue de los liberales del siglo XIX y en especial de Mariano Otero, de donde Reyes Heroles extrajo la esencia primaria para conjugar los detalles de la política práctica y el reconocimiento de que esos detalles sólo pueden ser com-prendidos con ayuda de las vastas concepciones de la filosofía política. En esa perspectiva, el proyecto político de don Jesús –del que la reforma de 1977 fue su expresión más acabada– sentaba tres premisas básicas: la preservación y fortalecimiento del Estado y del régimen; la inclusión política y el acuerdo en lo fundamental. Si el poder del Estado radica exclusivamente en el Estado y sólo dentro de él lo tienen los gobernantes, debe hacerse todo lo necesario para que su consolidación lleve aparejada una mayor participación de la sociedad dentro de las reglas del juego de sus instituciones.

Reyes Heroles veía al Estado, en México, como una relación que ex-presa y comprende las contradicciones y los intereses que configuran a la sociedad, que se da en ella y en ella se fundamenta y obtiene su sustancia, lo cual explica la obligación que el Estado mexicano tiene de compensar, en el fondo de tutelar, a aquellos que menos tienen. De ahí que, con ese poder que la sociedad le concede, el Estado y su gobierno pudieran con-ducirla hacia formas superiores de justicia. “Y esto –argumentaba Reyes Heroles en 1972 o por lo menos eso creía en aquel momento–, esto no es populismo, es creer en la sustancia real del poder político de las mayo-rías, es reconocer que el poder estatal en un régimen democrático cuenta con autonomía y capacidad de maniobra, dispone de poder político, eco-

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nómico y social vasto… para influir decisivamente en la sociedad, para, con el apoyo de las mayorías, cambiar su configuración, transformarla radicalmente y encauzarla hacia fines progresistas”.

Bien visto, don Jesús no tenía en la cabeza una democracia liberal al estilo de las democracias europeas más consolidadas ni le daba a la sociedad un carácter autónomo. Creía en la democracia, sí, pero en una democracia con una fuerte intervención estatal donde el Estado se ubica por encima de los conflictos, regula los distintos componentes de la sociedad e interpreta y administra sus intereses persiguiendo finalidades en teoría superiores. Creía en el liberalismo, sí, pero en un liberalismo heterodoxo e ilustrado que no reduce al Estado a una función subsidia-ria, sino en un liberalismo que preserva, defiende y privilegia el poder del Estado, que es el único que tiene una legitimidad histórica de origen que persigue intereses generales, ante otros poderes (cacicazgos locales, iglesias, empresarios, militares) que le compiten o intentan competirle buscando la defensa de intereses particulares. Creía en el mercado, sí, pero en un mercado dirigido donde el Estado, bajo la noción de economía mixta que prevaleció buena parte del siglo XX, tiene tanto una función activa como proveedor de bienes y servicios a través de la empresa pú-blica como una función reguladora que marca límites y en cierto modo ordena, o intenta ordenar, el mercado.

Conservar el poder, un poder que a falta de plena legitimidad elec-toral sí la tendría histórica, pasaba, según don Jesús, por el equilibrio entre aquellos que prefieren la inacción para que nada cambie y los que pregonan el maximalismo. Creía que todos los días debe hacerse algo y no todo en uno solo, y que la fuerza de las reformas es un camino viable. Ajeno a maniqueísmos, don Jesús practicó una dialéctica donde por un lado, recurriendo a Karl Polanyi, no creía que para reformar hubiera que detener a la “sociedad en acción” o acabar con ella para reconstruirla, y, por el otro, encontró que si en el conjunto social las estructuras de clase no son un archipiélago, las reformas profundas darían lugar a su vez a nuevas y sucesivas reformas, como corresponde a una sociedad por muchos años en transición.

Reyes Heroles, una memoria Otto Granados

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Afirmó don Jesús en uno de sus retruécanos habituales:

Hay momentos en que las reformas en cantidad devienen en fenómenos cualitativos y las reformas cualitativas implican grandes cambios cuan-titativos (…). Reformar significa volver a hacer, volver a formar, reparar y reponer. Revolucionar es propiciar la innovación, aceptar la mudanza y el nuevo giro de las cosas. En este sentido, reforma y revolución son pro-cesos complementarios y paralelos. Toda revolución supone una reforma y una serie de reformas que, de acuerdo con su contenido, orientación y alcance, son o no revolucionarias. No hay paradoja en que nuestra gran revolución del siglo pasado fuese llamada revolución de reforma.

Reyes Heroles se veía a sí mismo como un “gran reformador”, es decir, como lo describe en “Mirabeau o la política” (1984), aquel que “cree que es posible transformar, cambiar, en la paz, evitando el corte de cabezas, una sociedad y un Estado; (que) quiere efectuar cambios sin interrumpir la marcha de la sociedad, sabe levantar nuevos cimientos y recimentar”. Con esa lógica, advertía que la arquitectura política mexicana mostraba ya, en los años setenta, signos importantes de agotamiento y había que reformarla. El crecimiento demográfico, el desastre de la política econó-mica echeverrista, la circulación de las élites políticas, las nuevas contra-dicciones entre los intereses y las clases, los excesos del presidencialismo y del régimen y, en fin, los saldos de la crisis del 68, la aparición de brotes terroristas y el populismo del sexenio previo, planteaban la necesidad de una reforma imaginativa y viable que inyectara al Estado una fuerza renovada, sostenida ahora en una legitimidad institucional más eficaz y en la pluralidad política, que rediseñara y mejorara el sistema de repre-sentación, modernizara el sistema electoral y de partidos, y canalizara políticamente las tensiones, incluso las violentas que venían de algunas de las izquierdas. Pero en el fondo había una razón histórica de primerísimo orden: la necesidad de redefinir, sobre nuevas bases, la relación entre el Estado surgido de la vieja revolución y la sociedad mexicana emergente de los años setenta con la finalidad de oxigenar al régimen de partido casi único y, así, darle continuidad.

No deja de ser un ejercicio interesante, casi contrafactual, usar el pensamiento de Reyes Heroles para examinar el tipo de reformas polí-

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ticas y económicas que hoy –en un mundo y un país que don Jesús no conoció: el de la revolución tecnológica, la globalización económica, la apertura comercial, la frivolidad política o la alternancia electoral– se han realizado o de las que aún requiere México para superar sus disfunciones profundas en los niveles de institucionalidad. Puesto de otra forma: de creer en la interpretación de la evolución política del país formulada por don Jesús en sus estudios históricos del siglo XIX y las primeras déca-das del XX, se entenderían mucho mejor tanto los alcances y limitaciones de la democracia mexicana del siglo XXI como sus disfunciones y taras.

En otras palabras: la preocupación de Reyes Heroles podría centrarse en cómo darle mayor eficacia y sostenibilidad a los cambios que México ha experimentado en las últimas dos décadas y cómo corregir sus males sin perder el poder. Diría don Jesús que captando, comprendiendo e incluyendo la expresión política real de la sociedad, dotándola de instru-mentos ciertos en el orden jurídico y en las políticas públicas, aumentado los incentivos para actuar dentro de las reglas del juego, pero no cayen- do en la ilusión de que una gran reforma es suficiente para que todo lo demás cambie. Por eso Reyes Heroles prevenía que:

una reforma política no puede suplir la configuración que una sociedad tenga en el ámbito político. Ayuda o puede ayudar a que se mejoren los aspectos políticos de la sociedad; mas no le da a esta aquello de lo que carece. Es instrumento para el progreso, pero no es en sí el progreso político.

De vez en cuando se oyen cuestionamientos acerca de que la de Reyes Heroles fue una reforma política limitada. Tal vez. Pero ¿dónde estaría-mos ahora si no se hubiera realizado? ¿Qué habría pasado de no haber contado con ella para la normalización electoral y democrática que vino después? En todo caso, lo que importa destacar es cómo la concepción política de Reyes Heroles y su interpretación del desarrollo histórico de una sociedad pudieron traducirse de una manera tan clara en la política práctica, haciendo compatibles las ideas, la historia y la acción.

Reyes Heroles, una memoria Otto Granados

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De muchos modos, Reyes Heroles fue el último gran intelectual-político en México y es un buen ejemplo de que la justificación del poder es el hacer y de que poder hacer lo que se piensa que se debe hacer es la condición natural de la vida política y de quienes a ella se entregan. Su conocimiento del Estado, su rigor intelectual y su autoridad políti- ca lo hicieron poseedor de una cualidad poco común en la vida pública mexicana: hacía política pensando en la Historia, así, con mayúsculas, con un sentido de trascendencia y un sentido de lealtad a ciertas con-vicciones y principios.

Casi todas sus acciones y decisiones –buenas, regulares o malas– te-nían detrás una combinación de ideas, lecturas, sentido de Estado y de la historia, y una muy adecuada dosis de pragmatismo. Era un político de poder, no de oposición, y lo ejercía incluso con ciertas dosis de auto-ritarismo ilustrado cuando las circunstancias lo aconsejaban. No fue un revolucionario ni jamás pretendió romper con el régimen al que toda su vida perteneció; sirvió a cuatro presidentes muy distintos, desde Díaz Ordaz hasta De la Madrid, con dos de los cuales terminó enfrentado, y, antes bien, trató de dotar al régimen de cierta organicidad desde el punto de vista intelectual, incluso en aquellos aspectos más cuestionables. Era, más bien, un reformador, y muy perspicaz para racionalizar esa condición. Fue un hombre de Estado porque creía profundamente en él, y como no podía ser Presidente porque entonces había un impedimento constitu-cional, trató de ser, desde sus distintos cargos, una influencia poderosa. A la distancia sin embargo, a juzgar por los resultados, el balance de su obra política parece más próximo al del Conde Duque de Olivares que al del cardenal Richelieu.

Treinta años después de su muerte, su inteligencia y erudición y su raro encanto personal son reconocidos y respetados por todos. Reyes Heroles fue un hombre de la historia de México y a tiempo comprendió que su destino era formar parte notable de ella.

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Harvey C. Mansfield

Lo políticamente correcto*

Revista Mexicana de Cultura Política NAVol. 2 / Núm. 7

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Resumen

En este artículo Harvey C. Mansfield hace un minucioso análisis de la frase “lo políticamente correcto”. De hecho, no considera que se trate sólo de una frase, sino que encierra posturas políticas que no siempre están adheridas a la ortodoxia progresista vinculada a temas de raza, género, protección ambiental y elección sexual. En sus inicios lo “políticamente correcto” tenía un sentido directo, generalmente elogioso de las reivin-dicaciones políticas de grupos minoritarios o militancias no reconocidas oficialmente de defensa de derechos humanos o ambientales cuyos de-tractores no podían, sin perder cara, presentar públicamente sus puntos de vista. El uso en sentido opuesto, es decir, crítico a posturas políticas en desuso –como el desdén por la izquierda– ha vuelto polisémica la frase, que lo mismo puede ser utilizada en forma elogiosa que crítica. El autor analiza el concepto de lo políticamente correcto en su transición de valoración moral a objeto de estudio de la ciencia política ejemplificada en el devenir del movimiento feminista.

Abstract

In this paper Harvey C. Mansfield closely analyzes the phrase, “political correctness” –an expression he considers not a slogan but a repository of political postures not always in accordance with progressive orthodoxy linked to issues of race, gender, preservation of the environment and sexual choice. In its beginnings “political correctness” had a direct meaning –generally in praise of the political claims of minority groups or of pertaining to not officially recognized human or environmental rights associations whose detractors could not take a public stand without losing face. The use of the phrase in the opposite sense –that is, critical of political stands no longer in use such as the disdain for the left, has made it polysemant –and therefore can be used in praise or in criticism. The author analyzes the “political co-rrectness” concept in its transition from a moral category to an object of study of political science as the evolution of the feminist movement exemplifies.

* Este artículo apareció originalmente en el año 2002 en el libro Gladly to Learn and Gladly to Teach. Essays on Religion and Political Philosophy in Honor of Ernest L. Fortin, A. A., editado por Michael P. Foley y Douglas Kries, Nueva York: Lexington Books. Harvey C. Mansfield autorizó generosamente su traducción al español a Revista Mexicana de Cultura Política NA y su publicación por vez primera en este idioma.

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El tema que he elegido para honrar a Ernest L. Fortin no es una frase que lo caracterice.1 Toda su vida ha sido un modelo de lo políticamente incorrecto. Mientras que en su conducta personal

y moral es perfectamente correcto, nos muestra cuánta inteligencia se requiere ocasionalmente para dicha vida, y también deja en claro que la mejor razón para vivir una vida moralmente correcta es para dar- se a uno mismo la libertad de vivir en lo profundo de lo políticamente incorrecto en cuanto a creencias. Aun cuando se apega a las convencio-nes, el reverendo Fortin lo hace por una razón incorrecta, pero también desdeña la convención de rechazar la convención. Su trabajo ha sido guiado por una ideología claramente expuesta y no por sinuosidades académicas o hipótesis inventadas. Incluso ha llegado a asombrosas conclusiones. Como el clérigo oxfordiano de Chaucer, “feliz de aprender y feliz de enseñar ha sido su camino2, y lo ha llevado muy, muy lejos.

Es que “lo políticamente correcto” es ahora una frase de rechazo sar-cástico de curso corriente del discurso político estadounidense. Se refiere a la visión liberal dominante que busca proteger a los grupos oprimidos y vulnerables del oprobio, de los comentarios hostiles, o de la insensi-bilidad bien intencionada pero torpe. Obviamente esta visión liberal no es tan dominante si algunos de sus intentos para proteger dichos grupos pueden ser ridiculizados públicamente. La misma proliferación de la frase sugiere que es una exageración. Lo “políticamente correcto” sugiere un conformismo totalitario, pero un verdadero Estado totalitario no toleraría una queja sarcástica contra sí mismo. El sarcasmo es ironía que no tiene que preocuparse por verse expuesta, y aquellos que tienen dicha queja no temen en realidad ser lastimados –al contrario de, digamos, meramente no ser contratados o ascendidos– al formularla.

Así que la acusación de ser “políticamente correcto” es de inmediato una exageración. Sin embargo es también un reclamo a la tolerancia liberal como la conocemos hoy porque no hubiera sido hecha por nadie que se sintiese cómodo en la nueva sociedad de diversidad incluyente. La

Lo políticamente correctoHarvey C. Mansfield

1 Quisiera agradecer a Bryan Garsten y a Kathryn Shea por su ayuda para preparar este artículo.2 Ver su ensayo, “Gladly to Learn and Gladly to Teach: Why Christians Invented the University”,

en CE I: 223-34.

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acusación evidencia que alguien piensa que está siendo excluido y este es un aserto que debe ser acreditado, pues de acuerdo a los promotores de la diversidad, la evidencia de la inclusión es la sensación de que se está incluido. La mera oportunidad de incluirse a uno mismo no es suficiente para aquellos que exigen “inclusión” porque, dicen, eso significa confor-marse a lo que otros quieren que seas. Por su propio estándar de sentirse incluidos y no tener que conformarse, sus oponentes conservadores no están incluidos. Lo políticamente correcto, entonces, es necesariamente una exageración y necesariamente una verdad –lo cual no es lo que nin-guna de las partes desea escuchar.

Lo políticamente correcto no es completamente nuevo, pues ya llegó a las páginas del diccionario universitario Webster Random House donde se define torpemente como “marcado por o adherido a una ortodoxia típicamente progresista en cuestiones que involucran especialmente raza, género, afinidad sexual o ecología.” (Notemos la ausencia de “clase,” que sin duda refleja el colapso del marxismo y la ascendencia de la “cultura.”) Ahora es una acusación en Estados Unidos que típicamente, si no siempre, va de derecha a izquierda, así contraargumentando el “racismo” y el “se-xismo”, los cuales van en la dirección opuesta, de izquierda a derecha. Yo escuché por primera vez el término “políticamente correcto” a estudiantes de Harvard a mediados de 1980 para expresar un desdén sarcástico por la izquierda, pero la frase tiene su origen en la izquierda, de comunistas en 1930 o antes que la usaban originalmente, según parece, directamente como elogio y sarcásticamente como crítica3. Se usaba “políticamente correcto” como elogio cuando quería decir seguir la línea del partido y como crítica cuando uno la seguía servilmente, o cuando la línea del partido era considerada demasiado conservadora4. Podemos encontrar ejemplos más recientes de ambos usos en la izquierda feminista. En 1970,

3 Ver Ruth Perry (1992). “A Short History of the Term Politically Correct,” en Beyond PC; Towards a Politics of Understanding, ed. Patricia Aufderheide, St. Paul, Minn: Graywolf, 77.

4 En este punto, las dos posturas opuestas están de acuerdo: Dinesh D’Souza (1992). Illiberal Education: The Politics of Race and Sex on Campus, Nueva York: Vintage, p, xiv; y John Wil-son. The Myth of Political Correctness, Durham, N.C.: Duke University Press, p. 4. Ver (1995) también Paul Berman (1992). Ed., Debating PC: The Controversy Over Political Correctness on College Campuses, Nueva York: Dell.

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la feminista Toni Cade dijo que “un hombre no puede ser políticamente correcto y también chauvinista,” que es claramente en un sentido di-recto; pero en 1982 se celebró una conferencia de feministas en Nueva York con el tema, “¿Existe una práctica sexual políticamente correcta?” en donde surgió un debate entre feministas heterosexuales y lesbia- nas, en el que estas últimas reivindicaron orgullosamente el calificativo de “políticamente incorrectas” y acusaron a sus oponentes de “macartismo” (adjetivo que a la fecha nunca ha sido elogiado).5

Partiendo de estas cuantas observaciones sobre el uso de “lo políti-camente correcto” procederé a considerar y conectar los siguientes con-ceptos fundamentales de nuestros tiempos: politización, la honestidad ofensiva del final de los años 60, la sensibilidad de los 70 y la toma de conciencia de las feministas –que considero la causa particular del carácter peculiar de lo políticamente correcto– y luego el multiculturalismo y el postmodernismo. Todos son bellezas de nuestro mundo como ha sido construido para nosotros por la reciente experiencia estadounidense y la filosofía alemana. Ya que estoy tomando el riesgo de hablar de cosas que todos conocen y de las cuales todos tienen una opinión, no puedo autoproclamarme una autoridad.

Cuando lo políticamente correcto es una acusación de derecha a iz-quierda, la respuesta de la izquierda típicamente es negar su existencia.6 Pero primero, uno podría preguntarse, ¿cómo podría no existir? ¿Acaso no toda sociedad necesita un conjunto de creencias fundamentales indiscutidas que puede ser llamado mito, conciencia colectiva, dere- cho consuetudinario, principio rector o lo que sea, y que equivale a la misma cosa que lo políticamente correcto? En la caverna de Platón (República 514a), ¿no encontramos una imagen inigualable de la condi-ción humana? Los habitantes de la cueva representan a todos los seres humanos en todas las sociedades humanas; son prisioneros en grille- tes, forzados a observar imágenes que se muestran en la pared y proyec-tadas por detrás por poetas y legisladores. He aquí un mundo artificial

5 Para estos ejemplos, ver Perry, “A Short History of the Term Politically Correct,” 77.6 Todd Gitlin es una excepción; ver (otoño de 1995), “The Democratization of Political Correct-

ness,” Dissent: 490.

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hecho para nosotros: ¿no es este el retrato de lo políticamente correcto? ¿Entonces qué tiene la frase de nuevo o notable? Como mundo artificial, la caverna de Platón no está completo. Hay una fuente de luz natural, una grieta detrás de los prisioneros, la mayoría de los cuales no ve. Algunos de ellos podrán ser liberados de alguna manera y subir como filóso- fos hacia la luz que representa la sabiduría. Aquí la filosofía está con-trastada con la opinión ignorante, creando un todo artificial, satisfecho de sí mismo, que nunca se cuestiona a sí mismo, que se piensa correcto pero sin fingir ser filosofía o ciencia. La opinión en la caverna de Platón parece ser prefilosófica.

Pero entonces surge una dificultad para la exactitud de la imagen que he descrito como inigualable. ¿Qué pasa cuando la opinión general toma conciencia de la filosofía, y pasa a ser derivada de esta, cuando la opinión ya no es prefilosófica sino postfilosófica? Ya en los Diálogos de Platón muchas de las opiniones tratadas son aquellas de los filósofos o tienen sus orígenes en ellos, y el uso sarcástico del término “políticamente correcto” en nuestros tiempos implica una conciencia postfilosófica de la caverna de Platón, como desde afuera; por consiguiente el término no parece mostrar tanta autosatisfacción sino más bien una cierta descon-fianza de sí mismo.

Ahora, los filósofos modernos de la Ilustración se encontraron con una situación en la cual, según uno de ellos, las Escrituras se mezclan con “una filosofía vana y errónea,” o sea, la opinión general se refina y se respalda por los errores de Aristóteles (Thomas Hobbes, Leviatán, capí-tulo 44). La Ilustración fue un movimiento en filosofía con el objetivo de hacer que la filosofía corrigiera los errores de la opinión general, así permitiéndole estar basada en “ideas claras y perceptibles,” como dijo Descartes. El movimiento alcanzó su cumbre en Estados Unidos cuando la Declaración de Independencia anunció ciertas “verdades evidentes” –los derechos del hombre– como la fundación de la sociedad humana.

Durante la Ilustración, se consolidó una nueva insistencia sobre la ver-dad o la exactitud de la opinión, reemplazando el prejuicio con la filosofía o la ciencia. Tras de ella había frecuentemente tanta indignación como mostraban los atenienses prejuiciados al acusar y condenar a Sócrates

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por no respetar a los dioses de la ciudad. Así, la idea de lo políticamente correcto no se encuentra fuera de la filosofía ni en contra de ella, sino que invade el santuario abierto de la filosofía misma. Rousseau, quien sufrió esta intolerancia, la señaló en el prefacio a su Primer Discurso: “Algunos hombres hoy juegan el papel del Librepensador y el Filósofo quienes por las mismas razones pudieron haber sido fanáticos en los tiempos de la Liga (Católica).” Uno podría llamarle a esto la primera queja contra lo políticamente correcto, la primera en importancia si no en época. Está dirigida hacia aquéllos que quieren hacer política correcta, contra la filo-sofía que se ha convertido en la fuente de la misma opresión practicada por los fanáticos religiosos. Ciertamente es peor, porque aquellos que corrigen a la autoridad tienen más autoridad que la autoridad indocta.

Si revisamos de nuevo la frase “políticamente correcto,” vemos que lo “correcto” viene desde afuera de la política, de la ciencia o de la filosofía. Dentro de la política no se considera lo correcto como el objetivo final, sino la justicia y la moderación o alguna otra virtud. ¿Cómo es que lo correcto se convierte en un atributo de la política? En la Ilustración, la política está gobernada por la ciencia para producir una nueva ciencia política de liberalismo, una muy alabada en El Federalista por hacer posi-bles las profundas innovaciones de la Constitución estadounidense. Aun así, la ciencia política del liberalismo no trae consigo lo políticamente correcto. La ciencia política liberal no concibe que la función del gobierno sea corregir a la sociedad (excepto, quizá, indirectamente); más bien hace una distinción entre lo público y lo privado para hacer que lo público sirva a lo privado, no al revés. Y aquella institución tan característica de la sociedad liberal, la universidad, tiene como propósito promover ilustración, pero no armonía o unanimidad de opiniones.

Por lo menos en Estados Unidos, no es el liberalismo sino el marxismo el que ha sido la fuente de lo políticamente correcto. El marxismo, en su versión incorrupta, es una ciencia económica, no política, que proclama el dominio inevitable de un cierto partido político, el partido comunista, el cual en la práctica sigue la línea correcta porque posee la ciencia correcta. No es un accidente, por lo tanto, que la frase “políticamente correcto” venga de los comunistas. Sin embargo hoy en día, como hemos visto, el lenguaje de la izquierda es sarcasmo usado en contra de la izquierda. Es

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emitido desde la derecha con cierta indignación hacia la noción de que aquellos en la izquierda que predican la diversidad practican lo correcto. Pero ahora ni la izquierda ni la derecha creen en la Ilustración ni en el marxismo ni en ninguna otra corrección. Ambas están infectadas con frivolidad postmoderna, y las acusaciones que hace la derecha de ser “po-líticamente correctos” refleja ridículo y escepticismo más que indignación. Dicha acusación viene con la aserción de que no existe tal cosa. ¿Y por qué no? No porque la política no pueda alcanzar el estándar de filosofía, como en la imagen de la caverna de Platón, sino porque no puede existir lo correcto en absoluto, ni siquiera en la filosofía.

Esta desconfianza hacia la filosofía y la ciencia, que a veces se presenta como un ataque, tiene su origen en Nietzsche. Nietzsche dijo que todo filósofo está determinado por su propia moralidad, y luego equiparó lo moral con lo político.7 Nietzsche, aunque lejos de ser él mismo un filó-sofo político, armó una crítica de la filosofía que resultó en, y llevó a, la politización de la filosofía. La politización de la filosofía hace imposible a la filosofía política, junto con el resto de la filosofía pero más definiti-vamente, ya que la filosofía política, estando cerca de la política, requiere una separación más constante de la política.

La politización de la filosofía es más evidente en el seguidor y crí-tico de Nietzsche, Martin Heidegger –a pesar de, o quizá a causa de la ausencia de reflexión política en su filosofía–. En su celebrado discurso rectoral en Friburgo de 1933, titulado “La autoasertividad de la univer-sidad alemana,” Heidegger dice que la universidad no está por encima ni separada de Alemania, sino que sirve a Alemania, y que toda crítica o introspección en la universidad alemana comienza con, y está fundamen-tada en, la asertividad. Por lo tanto no hay distinción entre la filosofía y la actividad política partidista, y la universidad se vuelve relevante, para usar una palabra estadounidense de finales de los 60. Nadie puede esca-par a la relevancia. Heidegger termina su discurso con la pregunta de si el pueblo alemán “como gente histórico-espiritual puede aún de nuevo autoafirmarse. Cada individuo participa en esta decisión, aun aquel, y especialmente aquel, que las evade.” Esto nos recuerda al slogan/lema del

7 Friedrich Nietzsche. Beyond Good and Evil, 6, 211.

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final de los 60: “si no eres parte de la solución, eres parte del problema.” Y en universidades estadounidenses hoy, la segunda respuesta que general-mente se escucha a la acusación de ser políticamente correcto –después de negar que eso existe– es que toda actitud es política, y nosotros sólo la hacemos explícita. La politización resulta cuando uno está convencido de que no hay nada ni por encima ni más allá de la política.

La importación de la filosofía alemana desde Kant hasta Heidegger a los Estados Unidos merece un largo estudio que fácilmente podría comprender varios volúmenes. Cuando la filosofía alemana llegó a las fronteras estadounidenses, recibió las inspecciones de aduana usuales y algunas de las partes más obviamente dañinas fueron excluidas. Pero algu-nos elementos importantes lograron pasar de contrabando, notablemente la politización de la filosofía de Nietzsche, la cual escapó a la atención porque se encontraba bajo los auspicios de la Escuela de Frankfurt como su crítica a la conciencia burguesa. La importación de Nietzsche ha sido examinada particularmente en el famoso libro de Allan Bloom El cierre de la mente estadounidense.

Bajo el tutelaje de la Escuela de Frankfurt, especialmente Herbert Marcuse, la nueva izquierda comenzó a hablar sobre la conciencia en universidades estadounidenses a finales de los 60. A la nueva izquierda le importaba mucho menos la economía que la conciencia. Su objetivo era derrocar la conciencia de la burguesía, sobre todo en las universidades. La nueva izquierda decía que las universidades no estaban realmente com-prometidas con la verdad o la ciencia, sino que eran meramente parte de la conciencia en el poder, hecho que escondían tras una falsa objetividad, particularmente de las ciencias sociales. Rechazando el hecho/valor de las ciencias sociales, la nueva izquierda insistió en dar a conocer valores al proclamarlos ruidosamente para que todos pudieran escucharlos. Las universidades deben ser hechas relevantes y adosadas a la revolución.

Los modos de los revolucionarios de la nueva izquierda no eran ni tranquilos ni respetuosos: eran deliberadamente ofensivos. Su virtud era la virtud de la honestidad de Nietzsche (Redlichkeit), la honestidad de decir lo que uno piensa, o, no lo que uno piensa, sino sus deseos. Porque lo que uno piensa está compuesto por sus deseos; el uso de la mente o la

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razón se convierte, a su manera de ver, en un instrumento para la expre-sión de los deseos de uno. La autoexpresión reemplaza la reflexión seria y la evasión cortés. La modestia fue abandonada, o más bien, insulta- da, y en la Universidad de California en Berkeley, el “movimiento de libertad de expresión” engendró el “movimiento de expresión obscena”, del cual surgió el uso público de expresiones obscenas con la deliberada intención de ofender a la burguesía, o sea, especialmente a los padres de uno. Este acontecimiento dejó un legado de lenguaje grosero en Estados Unidos hoy, especialmente en las mujeres. Se ha convertido en prenda de honor para las mujeres poder decir palabrotas como los hombres, y para los hombres el tratar de mantenerse un paso adelante.

¿Cómo, entonces, surgió lo políticamente correcto en el mismo sector de la opinión estadounidense en el cual el lenguaje ofensivo era desenfre-nado? Lo políticamente correcto está dirigido sobre todo hacia el lenguaje ofensivo, no meramente hacia el “lenguaje de odio” o la pornografía, sino principalmente contra el más leve lenguaje cotidiano, verdaderamente no intencional, que es insensible a las vulnerabilidades de ciertos gru- pos. Lo políticamente correcto reprimenda los desaires accidentales brindados sin malicia por parte de gente decente tanto como las diatribas, calumnias e insultos por parte de aquellos que sí tienen malas intenciones. Los ejemplos son innumerables. En publicidad de bienes raíces uno se arriesga a una demanda si el anuncio se refiere a un dormitorio “principal” (con tintes de sexismo), “distancia a pie” (desconsiderado con los disca-pacitados), “sala de estar para familias” (omite a los solteros), “vecindario tranquilo” (injusto para las familias que tienen niños), “privado” (palabra clave para decir vecindario blanco), y así en lo sucesivo.

Estas palabras prohibidas se han vuelto sujetas a proceso judicial mer-ced a las enmiendas de 1989 a la Ley Federal de Equidad en la Vivienda de 1968, así como a través de legislaciones estatales. Pero su aplicación por parte del Estado deriva de exigencias que se originan en la sociedad y que no tienen el carácter de imposiciones superiores. Un folleto oficial de la Universidad de Harvard sobre estudiantes con discapacidades considera sobre todo no cómo deberían ser tratados o cómo debería hablárseles, sino cómo se debería hablar sobre ellos. El impreso detalla un listado de términos inaceptables al lado de las razones por las que son inaceptables

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y a continuación un término “preferible” –no requerido–, sólo preferible. Por ejemplo, uno no debería hablar sobre los “sordos y mudos”* porque esto “implica que la incapacidad mental ocurre junto a la pérdida del oído” (la razón); uno debe hablar sobre los “sordos, con discapacidad auditiva o discapacidad de lenguaje” (lo cual es preferible).

Así que lo políticamente correcto no lo impone el Estado, por lo menos no en primera instancia, porque ¿cómo podría uno imponer la sensibilidad? En el caso de Harvard una razón edulcorada se usa para apoyar a la sensibilidad. La sensibilidad es más como buenos modales que una creencia u opinión que se cree necesaria para la buena salud de un régimen político y por lo tanto se impone sobre los ciudadanos, como el respeto a los dioses atenienses se impuso sobre Sócrates. Lejos de horripilantes ejemplos históricos de persecución política y religiosa sobre valientes desafortunados, la sensibilidad es más como un repro- che sorprendido: ¡tsk, tsk! Y sin embargo los buenos modales son lo contrario de la honestidad de la nueva izquierda, ¿qué sucedió?

En mi opinión, lo que sucedió fue el feminismo. El feminismo está en parte en deuda con el final de los años 60 y en parte en rebelión contra él.8 En deuda por la noción de liberación, incluyendo la liberación sexual, pero notó que la liberación sexual era primordialmente para los hom-bres, ciertamente para los depredadores masculinos. ¿Qué hay para las mujeres?, querían saber las mujeres. ¿Cuál es el sentido de ser liberadas de la cocina sólo para ser esclavizadas en el dormitorio? La libertad de-bería ser la misma para las mujeres que para los hombres; de hecho, las mujeres deberían ser intercambiables con los hombres. Para subrayar esto, las feministas objetaban el uso del pronombre “él” e insistían en pronom-bres de género neutro.9 Mientras que el pronombre impersonal se refiere

* N. del T. En inglés “deaf and dumb”, en donde “dumb” se traduce como “mudo” o como “tonto” o “retardado”.

8 Sara Evans (1979). The Roots of Women’s Liberation in the Civil Rights Movement and the New Left, Nueva York: Knopf, 175-9, 189, 212-13; Gloria Steinem, (diciembre 1979) “The Way We Were - and Will Be,” Ms. 80.

9 Ver, por ejemplo, Deborah Cameron (1992). Feminism and Linguistic Theory, 2a ed., Nueva York: St. Martin’s.

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a cualquier sexo, sin duda con el acuerdo informal que los hombres van a predominar en pronombres que describen roles públicos, el pronombre de género neutro hace explícita la disponibilidad igualitaria de dichos pronombres para designar a mujeres y hombres. La fórmula él/ella fue creada (y variaciones con el mismo objetivo, incluyendo el uso de “ella” como pronombre impersonal para dar ojo por ojo y asegurar la venganza por milenios de opresión patriarcal). Esta nueva convención no fue im-puesta por el gobierno (aunque el gobierno la adoptó rápidamente) sino al principio, yo creo, por correctoras de textos feministas en editoriales (particularmente en imprentas universitarias), empleadas subordinadas que checan las copias buscando errores de ortografía y gramática, y que insertaban la neutralidad de género ellas mismas. La neutralidad de género es lo contrario del sexismo descarado de los líderes y oficiantes de la liberación de los 60 –uno piensa en las seguidoras femeninas de las bandas de rock– pero estaba basada en sus nociones de transformar la conciencia y reconstruir la identidad. La neutralidad de género es una nueva identidad, despojada de lo tradicionalmente femenino, a menos que ella lo quiera conservar.

El feminismo descubrió el método para propagar la nueva identidad de las mujeres, el llamado “crear conciencia,” el cual hace que los hom-bres y mujeres se den cuenta de qué tanto está prejuiciada la sociedad en contra de las mujeres. Todo mundo solía esperar que las situaciones de poder y autoridad fueran dominadas por los hombres –un doctor, por ejemplo– sería “él.” Hacer conciencia quería decir incrementar la ambición de las mujeres e inducir a los hombres a dar la bienvenida al cambio, lo cual han hecho con un alcance asombroso. La frase “crear conciencia” revela al feminismo como una variedad de neomarxismo, criticando el liberalismo y radicalizando la idea de la igualdad de derechos.10 Muchas

10 El término “crear conciencia” parece haber sido usado primero por las Redstockings, un grupo feminista radical; ver Kathie Sarachild (1978). “Consciousness Raising: A Radical Weapon”, en Feminist Revolution, ed. Kathie Sarachild, Nueva York: Random House, 145. Ver también Catherine MacKinnon, “Feminism, Marxism, Method and the State: Toward a Feminist Jurisprudence”, Signs 8(4): 519-20 para una discusión de la diferencia entre la creación de conciencia feminista y el marxismo. La frase no aparece en el libro fundador del feminismo de Betty Friedan (1963). The Feminine Mystique Nueva York: Bantam pero sí aparece en un prefacio a la tercera edición “Twenty Years After,” en 1983.

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de las primeras feministas fueron marxistas de algún tipo, y con razón ya que Marx fue el más grande crítico de la división del trabajo, viéndolo como la fuente de todo mal. Él y su asociado Engels tomaron nota de la diferencia sexual que, antes que cualquier sistema económico, parece legitimar la división del trabajo, y decían que la división del trabajo tenía su origen en la diferencia sexual e implicaba que podía ser superada. El feminismo hace funcionar esa implicación con, o –en nuestros tiempos, claro– sin el comunismo.

Hay otros abuelos no marxistas del feminismo estadounidense: Freud, quien argumentaba que el sexo es un ejercicio de poder más que de atracción; y Nietzsche, quien proclamaba la necesidad de crear, cons-truir la identidad propia. También fue influyente para establecer la idea y reputación de la sensibilidad, una corriente de psicología social auspiciada por Kurt Lewin después de la segunda guerra mundial, promoviendo el grupo T o grupo de encuentro.11 Este fue un método de administración parecido a la terapia en la cual los hombres de negocios se encontraban en un grupo que empezaba por ignorar toda jerarquía existente entre sus miembros. Después procedía a establecer democráticamente una nueva jerarquía (o, más bien, confirmar la antigua), y en el proceso enseñar sensibilidad el uno al otro. Ser sensible quería decir tomar conciencia de la tendencia de uno a querer llevar las riendas y lastimar a los demás, especialmente lastimar sus sentimientos. Se proponía que los comentarios en el grupo T fueran personales más que abstractos o teóricos, porque lo abstracto ofende y reduce la intimidad. Sin embargo, si se respetan los sentimientos personales, se vuelven inmunes a los juicios morales y no tienen que enfrentarse a desafíos críticos. Aquí tenemos un incremento de la democracia a través de denunciar y purgar la agresividad. Lo único que se necesita es notar el hecho obvio de que los hombres son más agresivos que las mujeres, y el entrenamiento de la sensibilidad se vuelve disponible para el feminismo como una manera de crear conciencia en los hombres.

El libro fundador del feminismo estadounidense, La mística femenina, de Betty Friedan, publicado en 1963, es un ejercicio en crear conciencia

11 Ver Kurt W. Back (1987). Beyond Words: The Story of Sensitivity Training and the Encounter Movement, 2ª ed., Nuevo Brunswick, N.J.: Transaction.

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(aunque no utilice el término). Pero ese libro está basado en otro libro más serio de la existencialista francesa Simone de Beauvoir, El segundo sexo, cuya primera edición estadounidense apareció una década antes que el libro de Friedan.12 Beauvoir tampoco habla sobre crear concien-cia, pero su análisis lleva a ello. Ella rechaza la noción “lógica” de que hay una femineidad basada en la naturaleza de la mujer. Su premisa es que el hombre no es una especie natural sino una idea histórica: por lo tanto el hombre y la mujer pueden ser cambiados. ¿Por qué, se pregunta ella, en toda sociedad en cualquier momento de la historia las mujeres han sido inactivas en la vida pública y han estado confinadas a trabajo que se considera menos valioso, convirtiéndolas en el segundo sexo?

Para responder, Beauvoir se pregunta por qué los seres humanos son superiores a los animales, y responde que los humanos, al contrario de otros animales, arriesgan su vida en vez de meramente vivirla o reprodu-cirse. Los seres humanos valoran la razón de vivir más que la vida misma, lo cual les da la capacidad de trascender, con la cual transforman lo dado de acuerdo a un plan de vida. Aquí vemos más que un indicio de la críti- ca de Hegel a la burguesía, cuya vida está animada por el miedo a la muer-te. La trascendencia se muestra en las actividades masculinas como la caza, la construcción, la guerra y la política, en contraste con el trabajo de las mujeres que muestra solamente inmanencia en seguir, no transformar, los preceptos de la naturaleza. Irónicamente para el hombre, uno podría decir, el trabajo masculino de emplear a la naturaleza ha hecho posible a las mujeres controlar o escapar su vida de reproducción, de dejar el hogar y trabajar fuera, por lo tanto ganando trascendencia.

Sin embargo esta dificultad surge del libro de Beauvoir: ¿es humana la trascendencia o es solamente masculina? ¿Si es humana, por qué la han practicado solamente los hombres hasta ahora? ¿Por qué no ha habido una sociedad en alguna época dominada por mujeres? ¿Por qué las ama-zonas son sólo míticas? ¿Si la trascendencia es sólo para los hombres, por

12 Ver Simone de Beauvoir (1989). The Second Sex, ed. H.M. Parshley, Nueva York: Vintage; y los comentarios de Sharon R. Krause, “Lady Liberty’s Allure: Political Agency, Citizenship, and the Second Sex,” Philosophy and Social Criticism, 26 (2000): 1-24.

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qué debe ser considerada el florecimiento total de la humanidad? ¿Acaso las mujeres no tienen nada qué contribuir como mujeres?

Esta dificultad puede ser replanteada como un problema para las feministas. ¿Qué deberían hacer con lo femenino, derrotarlo y olvidar-lo, o reivindicarlo? ¿Si se derrota lo femenino, qué queda además de la agresividad masculina? Las mujeres habrían entonces sido liberadas sólo bajo la condición de que se porten tan agresivas y alborotadas como los peores varones. Sin embargo, las feministas no pueden fácilmente reivindicar su femineidad, ya que la naturaleza de lo femenino es, o ha sido, ser inmanente y retraída. ¿Así que cómo reivindicar el feminismo de modo retraído? ¿Cómo derrocarlo sin caer en la agresividad masculina? Vemos que Beauvoir ha estructurado el problema como la naturaleza de lo femenino en vez de lo masculino. Son las mujeres y no los hombres las que están defectuosas, y la falla más grande del hombre no es el ser demasiado masculinos sino tratar de quedarse ellos solos la virilidad. La segunda ola de feminismo estadounidense, basada en Beauvoir, comen-zando con Friedan y floreciendo a partir de 1970, es bastante contraria al feminismo de las sufragistas y otras mujeres públicas del siglo diecinueve y principios del veinte, quienes creían en el punto de vista y superioridad moral de las mujeres.

La respuesta al problema estructurado por Beauvoir es, nuevamente, crear conciencia. Con esto, muestra Friedan, las mujeres escapan a la esclavización de la biología, o pseudobiología, y crean su propia iden-tidad.13 Hasta ahora su identidad ha sido creada para ellas, y a esto lo llama la mística femenina. Dicha mística ha mantenido a las mujeres pasi- vas y poco desarrolladas, convirtiéndolas en esposas gruñonas y madres posesivas. La creación de conciencia expone el embauco de las muje- res para que puedan ver cómo han sido confinadas y refrenadas. ¿Cómo funciona? No a través de ejemplos de hazañas de mujeres. Para Beauvoir la existencialista es cierto, la existencia precede a la esencia, así que las hazañas deben venir antes que las palabras. Pero el existencialismo es una filosofía masculina de Nietzsche que nos recuerda a una de Maquiavelo.

13 Friedan cita el trabajo de Erik H. Erikson en la “crisis de identidad” de la juventud en creci-miento como parte vital de su entendimiento; The Feminine Mystique, 77-78, 334.

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Los héroes o heroínas del feminismo no han sido grandes emprendedores como la Reina Isabel o Catalina la Grande. La mujer más poderosa de nuestro tiempo, Margaret Thatcher, no es un modelo para las feminis-tas. Su creación de conciencia funciona a través de la manipulación del lenguaje y la presión social.

Ahora, el liberalismo tradicional parece interponerse a la manipu-lación necesaria. El liberalismo está basado en derechos que requieren una distinción entre gobierno y sociedad por la cual el gobierno protege los derechos sin prescribir cómo deben ejecutarse por grupos e individuos en una sociedad. Por ejemplo, el gobierno protege tu derecho a la liber- tad de expresión, y cómo lo ejecutas ya está en tus manos. Pero sucede que, de hecho, algunas personas tienen más confianza en sí mismos y tienen más habilidad como oradores; otros son tímidos y se les traba la lengua. Los anteriores se hacen escuchar; hacen válidos sus derechos mientras que otros los dejan sin usar. Y parece que muchos más de los oradores seguros de sí mismos son hombres; aunque las mujeres son buenas para hablar, los hombres son mejores para alardear. Si lo mismo sucede con otros derechos, uno debe concluir que los derechos del liberalismo favo-recen a los hombres. El liberalismo pretende ser universal ya que intenta decir que los derechos del hombre son los derechos de los seres humanos. De hecho, nuevamente, su formalidad derrota su universalidad. Como el existencialismo, es una filosofía masculina, una que recompensa, si no es que requiere, agresividad.

Para remediar el defecto, las feministas encontraron que tenían que modificar el liberalismo añadiendo un elemento del pensamiento de Nietzsche, concretamente la posibilidad de autodefinirse. Aquí buscaron la manera de superar los límites de la tradición y la naturaleza. Una vez más, esta modificación por sí sola mantiene al liberalismo aún demasia-do masculino, ya que los varones son los mejores para autodefinirse. El sobresalir en alardear, como hacen los varones, es la mejor preparación para la tarea de la autodefinición. Por lo tanto fue necesario diluir a Nietzsche con Hegel, y especificar que la autodefinición viene a través de reconocer al otro. Las feministas se han enfocado en la relación del ser con el otro, utilizando el lenguaje abstracto de Hegel y obligándolo

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gentilmente a ser más igualitario de lo que quizá hubiera querido ser.14 En esta visión el ser y el otro ser se abren el uno al otro en un proceso de reconocimiento mutuo que elimina cualquier amenaza de mala conducta por parte del otro.

Así, a través de la manipulación del lenguaje, las mujeres crean una nueva identidad sin tener que reivindicarse, un nuevo “trabajo” que no tiene un “ambiente hostil” (para usar las palabras del estatuto federal). En ese nuevo ambiente, el mérito se reconoce sin tener que llamar la atención hacia sí mismo. Las mujeres tradicionales marchitándose bajo la mística femenina querían el “respeto debido a una dama”. Las femi-nistas desprecian la idea de la dama, la cual pone a las mujeres sobre una plataforma donde son admiradas bajo la condición de que no cuenten para nada en las decisiones reales. Las feministas quieren la misma me-dida de respeto que se le debe a una dama, pero para todas las mujeres y de parte del varón sensible. Ya no es un esposo que respeta a su mujer siempre y cuando ella lo respete; es cualquier hombre que reconoce el mérito en las mujeres sin pedirles que lo reivindiquen o que compitan por las recompensas del mundo. El reconocimiento feminista reemplaza a la competencia liberal.

El lema feminista, “lo personal es lo político,” está designado para traer la democracia a la vida personal.15 Ataca la distinción liberal entre lo público y lo privado por pasar por alto maneras en las cuales lo públi-co determina lo privado. Al permitir la inequidad en la vida privada, el liberalismo confirma la legitimidad de la inequidad y refuerza su control. Para contrarrestar la inequidad debemos traer el reconocimiento demo-crático a la vida privada, dicen las feministas. Pero la ecuación también funciona al revés: lo político debe volverse personal. Debemos abandonar el uso de conceptos abstractos de mérito que fácilmente se convierten

14 La posibilidad fue anticipada por Beauvoir: “Algunos pasajes en el argumento utilizado por Hegel para definir la relación de amo y esclavo funcionan mejor a la relación entre hombre y mujer.” Beauvoir. The Second Sex, 64.

15 Para la importancia de la fórmula, ver MacKinnon. “Feminism, Marxism, Method and the State”, 534. Y ver Steinem. “The Way We Were - and Will Be,” 89.

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en estándares de competencia, oposición, confrontación y peleas. Las feministas quieren ser reconocidas, pero no quieren pelearse.

Dentro de su nueva identidad, justo como en la vieja, las mujeres son más democráticas que los hombres. Tienen menos ego, entonces no compiten con los demás y no los juzgan. En la obra de Aristófanes, Las asambleístas, las mujeres de Atenas se disfrazan de hombres y llegan a la Asamblea temprano por la mañana, votan por echar a los hombres y para instalar a mujeres como gobernadoras. Su propósito es el mismo de las feministas hoy en día, salvar a la democracia haciéndola más democrática. El medio es distinto: las mujeres de Aristófanes quieren que las muje- res gobiernen, mientras que las feministas de hoy quieren que los hombres dejen de excluir a las mujeres. Las mujeres de Aristófanes se encuen- tran con la dificultad de que algunas mujeres son más bellas que otras. Pasan una ley que obliga a los hombres jóvenes a satisfacer primero a las mujeres más viejas y más feas, antes de fijarse en las mujeres por las que se sienten atraídos. Algunas feministas modernas tienen una alternativa más afable a esta forma primitiva de acción afirmativa.16 Niegan cualquier fondo a la distinción entre mujeres bellas y mujeres feas: dicha distinción es falsa y antidemocrática. Es un estereotipo.

Las feministas se oponen a los estereotipos más que a cualquier otra cosa, ya que los consideran (con algo de verdad) identidades impuestas. Ya que no hay fundamentos en la verdad o en la naturaleza para la iden-tidad propia –siendo la identidad trascendente a la naturaleza más que una aceptación de la naturaleza– cualquier identidad impuesta o siquiera sugerida desde afuera no puede pertenecer a uno mismo, no puede ser una “identidad”. Una identidad externa no puede ser jamás el verdadero “yo”, así que la verdad entra después de todo. Un estereotipo es una visión del otro que lo hace a él o a ella parecer extraño y amenazador, por lo tanto forzándonos a declarar una diferencia y emitir un juicio. La verdad de los estereotipos está juzgada por su efecto y su supuesto motivo; causan discriminación y con frecuencia se expresan con enojo o desdén. Algunas feministas radicales consideran el uso de la razón para proyectar iden-tidades en los otros un ejemplo de agresividad fálica. Otras feministas,

16 Ver Naomi Wolf (1992). The Beauty Myth, Nueva York: Anchor Books.

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como Carol Gilligan, dicen que las mujeres son razonadoras contextuales más que abstractas.17 ¿Hay cierta verdad, entonces, en el estereotipo de los hombres como mejores razonadores abstractos, mientras que las mujeres sobresalen en intuición?

Las feministas creen que en el proceso de reconocimiento mutuo los estereotipos pueden ser vencidos. El otro no se verá como alguien extraño o amenazador, sino similar a uno mismo, aunque no igual. Al abrirnos con el otro, la identidad particular de uno puede adquirir significado universal en una sociedad que permite o alienta a otros “yo” a florecer. Resulta ser que fomentar las identidades de otros no es una amenaza para uno mismo, sino que confirma la apertura de uno, el rechazo a vivir bajo estereotipos y a emitir juicios. Toda diferencia será emocionante sin ser amenazadora, y los miembros de una sociedad tal podrán estar orgullosos de mantener su seguridad y también satisfacer su sentido de aventura.

De esta manera la identidad feminista se generaliza en el multicul-turalismo. Lo políticamente correcto toma su carácter particular del feminismo como social más que político (o social antes de ser político). Es con gentil presión más que con restricciones severas. Si es despotismo, es el despotismo leve sobre el cual nos advirtió Tocqueville.18 Pero el ob-jetivo de lo políticamente correcto es el multiculturalismo, un objetivo que alivia al feminismo de la necesidad de ruegos especiales por parte de las mujeres. Le permite a las mujeres feministas ser generosas con los demás aún antes de que sus propias quejas sean resueltas. Cada grupo tiene una identidad propia que necesita ser confirmada y validada por la sociedad, el término es valorada. No es suficiente afirmar la identidad propia. Necesita ser reconocida, y no meramente por otros grupos o vecinos. Se requieren acciones positivas del gobierno; la mera tolerancia no será suficiente. Lo políticamente correcto se convierte en política pú-blica para servir a la función de valorar. Cuando se valora la identidad, el resultado es autoestima, un sentimiento bueno hacia ti mismo hecho legítimo por un buen sentimiento recíproco por parte de los otros. No

17 Carol Gilligan (1982). In a Different Voice, Cambridge, Mass: Harvard University Press.18 Alexis de Tocqueville. Democracy in America, II 4.6.

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hay necesidad sentida por el lenguaje de la virtud cuando se construye uno mismo la autoestima ni cuando se disfruta.

La autoestima es el objetivo final, el finis ultimis, del feminismo y el multiculturalismo. Las metas del liberalismo de vida, libertad y la bús-queda de la felicidad son inadecuadas. Son demasiado abstractas y dejan demasiado al azar. Uno no debe dejar la autoestima a la probabilidad de recibir un talento natural o de tener éxito en un logro individual. El multi-culturalismo es un seguro social contra el riesgo de una carencia o falla en tales asuntos. No pide grandes logros o ciertamente ningún logro; así que tiende a atarse a lo convencional, lo mediocre y lo superficial. Una cultura no tiene que alimentar grandes pensamientos o llevar a cabo grandes hazañas, como los personajes emblemáticos universales de Hegel. En la comunidad de culturas todo pueblo puede ser emblemático y universal. Para ser una cultura basta con tener una cocina. En el primer discurso inaugural del presidente Clinton en enero de 1993, el Washington Mall se utilizó como sede de un festival de cocina multicultural.

El multiculturalismo depende de las culturas. La noción de cultura corresponde al siglo diecinueve, cuando reemplazó la noción de civiliza-ción del siglo dieciocho. De acuerdo a esa idea, los pueblos iluminados eran civilizados y los no iluminados no lo eran. Eran retrógrados, salva- jes y bárbaros porque no estaban progresando hacia la Ilustración en las ciencias y libertades. Pero la noción de cultura pone en duda el progreso moderno, una crítica que en nuestros tiempos se llama postmodernismo.

Postmoderno significa, obviamente, “después de lo moderno”, pero de tal manera que lo moderno está “aún presente mientras se deja atrás.” Nada ha pasado después de la modernidad para justificar un nuevo nombre ni un principio nuevo ni una nueva época. Con el progreso mo-derno, por ejemplo, los días de carruaje y caballo han sido reemplazados por el automóvil, y quedan como objeto de nostalgia. Lo postmoderno, en su estilo casual y negligente, ofrece una justificación de nostalgia, a falta de una palabra mejor; niega cualquier “prerrogativa” al progreso. El progreso es meramente un punto de vista, el punto de vista de la razón o el control racional. Todo tiene un punto de vista, una perspectiva, aun la razón, aun la filosofía. Ninguna de estas tiene el punto de vista. Pero lo

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postmoderno es el punto de vista del punto de vista. Colecciona puntos de vista. Nuestra cultura, dijo Nietzsche, es un museo de cultura; añadió, y no es un cumplido, que el hombre moderno (quería decir postmoderno) es una enciclopedia andante, rellena de información útil sobre todos los temas excepto aquellos realmente útiles. Hoy nos enorgullecemos de tal información como nuestra instrucción en multiculturalismo.

¿Qué es lo que admiramos? No a nosotros mismos, no al progreso moderno. Cuando los estadounidenses van a Europa como turistas no se fijan en edificios modernos sino en iglesias, palacios y castillos. ¿Qué significan estos edificios para sus constructores? Las iglesias fueron cons-truidas para Dios, los palacios y castillos para los reyes. Esto es totalmente incomprensible para los estadounidenses hoy en día. En Estados Unidos, el “rey” es Elvis Presley, y, por lo menos para los intelectuales, Dios signi-fica… quizá uno no debería decirlo. Sin embargo la gente postmoderna siente nostalgia por lo moderno, por aquellos que creen en el progreso. El postmodernismo niega el progreso moderno pero no puede ir más allá de él, y quizá hasta depende de él. En un libro reciente, Conor Cruise O’Brien declara que Estados Unidos es el alma y corazón de la tradición de la Ilustración; es, dice, el único país comprometido con ella tanto emocional como intelectualmente.19 Aún con lo crítica que permanece Europa hacia Estados Unidos, Europa depende de Estados Unidos, vive en Estados Unidos, ya no de la economía estadounidense ni el poder militar estadounidense sino en la fe estadounidense. Europa tiene fe en la fe estadounidense en el progreso.

El problema es que Estados Unidos, o los intelectuales estadouniden-ses, han aceptado una versión democratizada y femenina del postmoder-nismo. Pero quizá esto no es Estados Unidos en su mejor cara. La mejor cara de Estados Unidos está basada en una combinación de filosofía de la Ilustración y sabiduría clásica. De acuerdo a esto, la filosofía se vuel- ve la base de la opinión política, y por lo tanto plantea un peligro de ser políticamente correcta porque parece que con tal base la opinión Ilustrada debe ser correcta. Pero la falta de moderación se mantiene bajo control

19 Conor Cruise O’Brien (1995). On the Eve of the Millenium, Nueva York: Free Press, 150.

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debido al reconocimiento de los fundadores de Estados Unidos del po- der del egoísmo y el permiso que le dan a su funcionamiento en la política. En la política, el egoísmo es combustible para la disensión, y un gobierno libre puede controlar la disensión pero no deshacerse de ella por completo. En nuestros términos, los fundadores de Estados Unidos entendieron la permanencia de la otredad. Por supuesto, el egoísmo estaba lejos de ser su doctrina completa, pero su reconocimiento muestra un liberalismo sobrio dedicado al progreso y aún así receloso de la naturaleza humana.

El liberalismo sobrio no está tan alejado de la sabiduría vista en la imagen de la caverna de Platón. Platón representa toda sociedad como una caverna, un mundo artificial del cual pocos pueden escapar siguien- do una luz natural que lleva al exterior. En dicha imagen él nos dice que la opinión política y la filosófica jamás coincidirán, así que nunca habrá un solo régimen ilustrado que refuerce una sola y verdadera corrección política. Siempre habrá varios regímenes en una pluralidad de verda- des parciales. Cada sociedad, para estar seguros, cree en sus propios principios y en lo que es “políticamente correcto” en un sentido gené-rico. Para Platón, sin embargo, siempre hay una manera de escapar de cualquier principio particular a través del cuestionamiento filosófico, y toda sociedad particular tiene que competir contra otras sociedades contrastantes y sus principios.

Lo que es inquietante sobre nuestra corrección política postmoderna no es tanto la imposición de la armonía, ya que toda sociedad lo hace de alguna manera, sino la creencia en la armonía. Cada desafío a un punto de vista es solamente otro punto de vista, y será absorbido por la con-formidad que llamamos “diversidad.” Entender a los otros no requiere esfuerzo por parte del que entiende pero sofoca al que está siendo enten-dido. Bajo este régimen todo el autoentendimiento genera autoestima que no se ha ganado a través de pensamiento u obra, sino que es automática e insignificante, poco exigente, e innoble.

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Eloy García

Istorie fiorentine de Maquiavelo: una primera definición moderna de corrupción*

Revista Mexicana de Cultura Política NAVol. 2 / Núm. 7

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Resumen

La traducción al español de las Istorie fiorentine de Nicolás Maquiavelo (1525) proporciona una magnífica ocasión para reflexionar sobre un trabajo del secretario florentino, tan fundamental como olvidado, y de enorme trascen-dencia en el posterior pensamiento de Montesquieu, Rousseau y Constant. Tres son las ideas clave de la aportación de Maquiavelo. Primeramente, la idea de la Historia como instrumento humano al servicio del conocimiento político, tomada de Polibio (y que nada tiene que ver con el círculo cerra-do de los griegos) y articulada en torno a las categorías de ascenso y caída («disminución», progreso y decadencia) de las naciones. En segundo lugar, Maquiavelo concibe el declive –o decadencia– como fenómeno asociado a la corrupción, entendida a su vez como proceso sociológico colectivo de degradación de la regulación: en esta perspectiva, «aquel que abandona lo que hace por aquello que debería hacer se precipita a su ruina en lugar de a su provecho». Por último, la historia de Florencia es, para Maquiavelo, el ejemplo de lo que es necesario evitar: un antiejemplo. Florencia no era libre porque estaba corrompida, tanto en lo interior (en lo civil), como en lo exterior (lo militar), lo cual le impedía practicar un autogobierno en el que estuviera involucrada toda la sociedad civil.

Abstract

The Spanish translation of Machiavelli's Istorie fiorentine (1525) provides an excellent occasion to reconsider a fundamental yet widely neglected work by the Florentine secretary which was to be essential in the thought of such remarkable authors as Montesquieu, Rousseau and Constant. Three key ideas are put forward in this work. Firstly, the idea of History as a means to acquire political knowledge, an idea based on the categories of the ascent and the de-cline of nations borrowed from Polybius (divergent, though, from the ancient Greeks' idea of history as a «closed circle»). From this perspective, «decline» (or «decadence») is conceived as a phenomenon associated with corruption, viewed, in turn, as a social, collective process of law degradation in which «him who departs from what he does to do what he must do, seeks his own ruin instead of his own benefit». Finally, from Machiavelli's point of view, the history of Florence is considered as an example of what should never be done, an anti-example: since Florence was corrupted both internally (civilly) and externally (military), any form of self-government based on the participation of all civil forces was impossible, which accounts for Florence's loss of freedom.

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l. Las circunstancias de la redacción de Historia de Florencia

Es posible que Historia de Florencia1 sea el libro que menos interés suscite entre los estudiosos actuales de Nicolás Maquiavelo. Sin embargo, no se trata de una obra menor, ni por la temática que

le sirve de argumento, ni por las expectativas que el propio secretario florentino cifró en su aparición. Antes al contrario, conviene señalar que tanto las complejas implicaciones subjetivas que rodearon su elaboración, como el papel que le corresponde en el conjunto del pensamiento de Maquiavelo, nos sitúan ante un ensayo crucial para su autor, de enorme repercusión en clásicos posteriores de la talla de Montesquieu, Rousseau o Benjamín Constant.

Aunque no parezca un sinsentido sugerir que el propósito de escribir la historia de Florencia debió rondar en la cabeza de Maquiavelo desde los gozosos tiempos de la República de Piero Soderini (1498-1512), lo cierto es que este libro surge fruto de un encargo efectuado en 1520 por Julio de Medici, futuro Papa Clemente VII, en el marco del Studio Fio-rentino. Nos hallamos, por consiguiente, ante una encomienda pública que procede del adversario, de los hombres que ocho años atrás habían arrojado a nuestro personaje de la política activa y prohibido su acceso a Palazzo Vecchio.

Es sabido que Maquiavelo nunca se resignó a la desgracia. Hasta el final de sus días retuvo el recuerdo de las cosas perdidas y luchó por recuperar su lugar entre aquel mundo para el que había nacido. Y la prueba más elocuente estriba en que, su primer libro tras el despojo, El Príncipe (1513), fue dedicado a Lorenzo de Medici, en la vana esperanza si no de recobrar el poder, sí al menos de ser escuchado por quienes lo ocupaban. Ahora, gracias a incesantes ruegos a los contados amigos que

* El presente artículo apareció en la revista Quaderns d᾿Italià, No. 15 de 2010, editada por la Universidad Autónoma de Barcelona, la Universidad de Barcelo y la Universidad de Girona. Revista Mexicana de Cultura Política NA lo publica con autorización de su autor.

1 Nicolás Maquiavelo (2009). Historia de Florencia, traducción de Félix Fernández Murga, estudio de contextualización Felix Gilbert, Madrid: Tecnos.

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le restaban en el entourage gobernante, ante Maquiavelo se abría por fin una oportunidad que no quería ni debería desperdiciar.

Pero la chance conllevaba un desafío personal e intelectual de primera magnitud. ¿El republicano que en los Orti Oricellari leía a sus correligiona-rios capítulos escogidos de los Discorsi2, podría acaso narrar la historia de una ciudad vencida y dominada por los Medici? ¿Traicionaría Maquiavelo sus ideales para acercarse al poder, o sabría aprovechar la ocasión que le brindaba la fortuna para instruir al poderoso en la disciplina de la virtù?

Las opiniones al respecto discrepan. Hay quien, tras las soflamas de los enemigos de los Medici que se reiteran en las páginas del libro, cree detectar sentimientos de hostilidad encubierta del autor hacia su benefactor3, lo que, sin pretenderlo, quizá equivalga a dar pábulo a tesis que habrían hecho las delicias de Leo Strauss y sus seguidores: el carácter secreto y pseudocriptográfico de la escritura de Maquiavelo.4 Pero con independencia de que en determinados pasajes el recurso a semejante uso se encuentre de sobra acreditado,5 la propia existencia del dilema está supeditada al significado que se atribuya al mensaje que encierra el discurso de Maquiavelo. Así, mientras que para quienes, como Meinecke, tienen en el florentino al teórico de la razón de Estado6,

2 F. Gilbert (1949). “Bernardo Rucellai and the Orti Oricellari. A Study on the Origen of Modern Political Thought”, Journal of the Warburg and Courtauld lnstitutes.

3 Por ejemplo, la advertencia de Nicolas de Uzano en contra del exilio de Cosme de Medici (Historia, cit., lib. IV, cap XXVII, p. 223-224), el discurso dirigido al duque de Milán (ibidem, lib. V, cap. VIII, p. 247-249), o los discursos de los expatriados florentinos al Doge (ibidem, lib. V, cap. XXXI, p. 266-268).

4 L. Strauss (2009). La persecución y el arte de escribir, Madrid: Amorrortu (el original de 1952), y (1964) Meditación sobre Maquiavelo, Madrid: Instituto de Estudios Políticos (original de 1958); H. C. Mansfield (1998). Machiavelli’s Virtue, Chicago: University of Chicago Press.

5 Caso del discurso de Pedro de Medici a sus seguidores (Historia, cit., lib. VII, cap. XXIII, p. 382). En este mismo sentido también, ver la cuidada ambigüedad de una frase de la dedicatoria: «Y, aunque bajo esos ilustres hechos [de los Medici] se hubiera escondido, como algunos dicen, alguna ambición contraria al bien común, como a mí no me consta eso, no tengo por qué hablar de ello» (ibídem, p. 20).

6 F. Meinecke (1952). La idea de razón de Estado en la Edad moderna, Madrid: Centro de Estudios Constitucionales, (original de 1924). Una crítica no sospechosa que deja al descubierto que

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El Príncipe e Historia de Florencia responden a una misma línea lógica en la que no hay quiebra ni contradicción alguna, para aquellos otros que ven en Maquiavelo al humanista cívico angustiado ante la difícil super-vivencia de la República en un mundo que presiente la modernidad7, el compromiso de escribir la Historia representa un acertijo, cuando no una anomalía, cuyo significado urge resolver.

Nada tiene de extraño pues, que fueran autores que mantienen las posiciones de Sasso,8 o de Gilbert,9 los que prácticamente en solitario, sintieran la conveniencia de acometer el estudio de Historia de Florencia como una tarea digna de un tratamiento específico y singularizado que, no obstante, respete la unidad substancial de la obra de Maquiavelo.

II. La Historia de Florencia en el contexto de los escritos de Maquiavelo

Como advierte Helena Puigdomenech, Maquiavelo siempre estuvo escribiendo el mismo libro,10 lo cual no es óbice para admitir a renglón seguido que ese libro estaba integrado por numerosos y diferentes capí-tulos que en Historia de Florencia aparecen organizados en torno a tres problemas bien identificados: cierta idea de Historia que implica una trascendental ruptura con la teoría circular de Polibio, el primer esbozo de una categorización moderna de corrupción, y el intento de construir un ejemplo moral desde la noción de antimodelo.

en el Maquiavelo de Meinecke, por paradójico que pueda parecer, no hay vestigio alguno de la tesis de la razón de Estado, en Carl Schmitt (1926). Zu Meínecke idee Staastraison, reeditado en Positionen und Begriffe 1923-1939, Berlín: Duncker & Humblor, 1940.

7 La primera presentación de esa lectura en España, Miguel Ángel Granada (1981). Maquiavelo, Barcelona: Barcanova.

8 G. Sasso (1993). Niccolo Machiavelli, Bolonia: II Mulino. El segundo volumen está dedicado a la historiografía

9 F. Gilbert (1972). «Machiavelli's Istorie Fiorentine», incluido ahora en la traducción española citada.

10 H. Puigdomenech, «Estudio preliminar», en N. Maquiavelo (2008). La Mandrágora, Madrid: Tecnos, p. XLVIII-XLIX.

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II.1. La Historia: una lectura de La Política en el tiempo que depara enseñanzas

Resulta ilustrativo que a punto de formalizar el encargo de la Historia, y poco antes de enfrascarse en la gestación de un trabajo que iba a ser laborioso, prolijo y extenso, Maquiavelo se distrajera redactando La vita de Castruccio Castracani (1520), un breve y delicioso opúsculo que no siempre ha sido correctamente ponderado. Todo se explica en la me-dida que Castruccio estaba destinado a servir de ensayo de redacción y, lo que todavía apunta más pistas, de taller de prueba en que depurar los supuestos teóricos que luego manejaría en la Historia y que le permitirían dar un formidable salto en su argumento. Y es que Castruccio no es otra cosa que El Príncipe de Maquiavelo en acción: un héroe emplazado en un relato, real o fabulado, que trascurre en movimiento, es decir, en la Historia. Un protagonista medio recreado, al que la fortuna impide ter-minar bien. En la reflexión maquiavélica, Castruccio se perfila, por tanto, como puente de tránsito en el camino que, por mediación de Historia de Florencia, conduce a la Historia.

En eso se distinguen las dos obras iniciales de Maquiavelo de esta tercera, y hace que también ella sea una auténtica labor de madurez en su época, a años luz de cualquiera de su género.11 Si El Príncipe versa sobre el hecho del héroe solitario (el ser excepcional) que domina lo nuevo dándole forma según valores que le son privativos, y los Discorsi es una exploración inconclusa de los factores constitutivos de una república formada en la virtù, la Historia narra la existencia política de su Ciudad en el lenguaje del tiempo secular. Lo dinámico sustituye a lo estático, la construcción del arquetipo cede paso a la reflexión sobre el movimiento y sus reglas, la preocupación por captar los fenómenos de lo contingente remplaza a la indagación sobre la gobernabilidad.

La superación de la visión de la existencia como eterna recurrencia circular donde cabe movimiento pero no la novedad, es el punto de arran-

11 Maquiavelo desde el principio establece en el proemio distancias con sus predecesores, Leonardo Bruno y Poggio Bracciolini, que van más allá de lo que expresamente les imputa: limitarse a conocer de los conflictos externos de la ciudad, olvidando la narración de sus querellas internas.

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que de la gran aportación de la Historia que marca un hito en la forja de la autoconciencia maquiavélica. Abstracción hecha de las formidables polémicas que suscitaron las referencias a Polibio recogidas en los Dis-corsi (1517),12 es fácil intuir que en ese primer libro Maquiavelo juega con la rueda polibiana sin jamás llegar a hacerla suya, pero sin tampoco refu-tarla de manera clara. Parece vacilar, meditar perplejo ante lo que acaba de conocer de primera mano. En cambio, en la posterior Historia (1520-5), no hay duda: Polibio ha sido absorbido, sobrepasado y reutilizado, hasta el extremo de que, el autor, seguro de lo que dice, se permite ironizar al efecto.13 El ciclo se ha desprendido del círculo.

El antiguo servidor de la Signoria se afirma en la certeza de que la historia consiste en una colección de secuencias inmersas en un fluir irresistible que, ni se halla escrito ni concluye inexorablemente en reini-cio.14 Son los hombres con su hacer o deshacer, los que, enfrentándose a la fortuna, pueden servirse de los vaivenes de la vida para recalar en una orilla u otra. Frente a esa fuerza irresistible, la virtù es la única arma al alcance de los seres humanos. Ahora bien, para Maquiavelo ¿en qué consiste, de qué trata en concreto la Historia?

Definir la Historia como veritá effettuale delle cose en el tiempo, no equivale a enjuiciar la realidad con imparcialidad. En la historia de Ma-quiavelo no existe el relato neutral, no hay pretensión de objetividad ni de abarcar íntegramente lo acaecido. La Historia es Política, y como Política sirve para seleccionar series de acontecimientos relevantes según la inten-cionalidad ideológica del autor, para extraer enseñanzas. No estamos fren-te a una historiografía incipiente, sino ante la primera toma de conciencia

12 Sobre esta polémica, Miguel Ángel Granada (2002). Maquiavelo. Antología, Barcelona: Penín-sula, p. 413 y s.

13 Historia, cit., lib. III, cap. XIX, p. 171-172.14 “Invadidos por los bárbaros [...] lo mismo Italia que las demás provincias romanas [...] no sólo

cambiaron de gobierno y de jefes sino que cambiaron también de leyes, de costumbres, de modo de vivir, de religión, de lengua, de manera de vestir, y hasta de nombre [...] De todo esto derivó, de una parte, la ruina de muchas ciudades y, por otra, el nacimiento y auge de otras muchas [...] entre las de nueva fundación estaban Venecia, Ferrara, Siena [...] En medio de estas ruinas y de estos pueblos surgieron nuevas lenguas. Han cambiado también de nombre no sólo las provincias, sino también los lagos, los ríos, los mares y hasta los hombres [...] ni fueron menos importante el de religión”, ibídem, lib. 1, cap. V, p. 36.

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del significado fenomenológico de la Política en un mundo construido secularmente. El Maquiavelo historiador, es un estudioso de la Política que proyecta en dimensión de pasado los cambiantes hechos del vivere civile de los florentinos, buscando beneficios de presente: reconducir lo que conoce a los patrones ordenadores que correspondan, o entregar a un ordinatore lo que por radicalmente nuevo considera anómico.

Aunque Maquiavelo tenga siempre presente la posible irrupción de la forza estraordinaria capaz de desatar lo desconocido (la invasión francesa que en 1494 arrasó con todo en Italia), lo que le preocupa en la Historia es el discurrir de la política en el mundo ordenado. Ese mundo pertenece a los ordini e madi, los patrones dotados de formas que encauzan el obrar político, y que resumen el entramado de usos, costumbres, leyes, modos de vida, pensar y obrar que estructuran y dan existencia a una colectividad moderna.15 Son factores imprescindibles para un Maquiavelo que, en la medida en que no ha renunciado completamente a Polibio, se permite reinsertar de manera instrumental el ciclo en un contexto muy diferen- te, regido por los ordini.

Es así como las secuencias temporales que agrupan el devenir pasan a estar presididas por momentos álgidos y momentos de caída, de ascenso y decadencia que no forman parte de un círculo eterno y ajeno a lo humano. Son los hombres los que con sus acciones respetan o violentan la lógica que inspira el patrón (ordine) de conducta que guía su comportamiento, determinando el ascenso o declive de las sociedades. Y en esa circuns-tancia, el mecanismo que mueve el ciclo del ascenso al descenso es la resultante de la degradación de los ordini por el hacer humano.16 En este sentido y como lo atestiguan la lectura de las introducciones a los libros III al VII, la única secuencia histórica que en realidad interesa a Maquiavelo, es la comprendida en el lapso temporal que transcurre entre la virtù que

15 Francisco Javier Conde (1976). El saber político de Maquiavelo, Madrid: Revista de Occidente, p. 91 y s.

16 «Como la naturaleza no ha dado a las cosas terrenas el poder detenerse, cuando estas llegan a la cima de su perfección, al no tener ya de llegar más alto, no les cabe otro remedio que declinar» Historia, cit., lib. V, cap. I, p. 237.

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se expresa en el hecho fundacional presente en el origen fundacional de Florencia, hasta el estado de corrupción por aquel entonces imperante.

II.2. Sociología de la corrupción

Para las teorías que beben en Aristóteles, la corrupción viene asociada a la degeneración de un elemento particular que, ignorando su naturaleza parcial, aspira a encarnar el fin universal que sólo corresponde al conjunto de la suma de cuerpos. Para Maquiavelo, sin embargo, la corrupción es un estadio sociológico de ruina o degradación de la naturaleza original de los ordini en que se articula una comunidad política que, en el tiempo y a través de sucesivas fases, ha terminado emergiendo como una segunda realidad enmascarada en las apariencias de la primera.

Se trata de dos planteamientos diametralmente opuestos de la idea de corrupción; filosófico uno, sociológico el otro. La paternidad de este último es imputable en buena medida a Maquiavelo que, en Historia de Florencia ofrece implícita una definición moderna de corrupción. Ma-quiavelo percibe la corrupción como una fenomenología social: una di-námica colectiva por la cual el cuerpo o modelo que ordena y da formas a la comunidad, desconectado del fin que lo alentaba, va perdiendo su fuer-za conductora, su estructura distintiva, su regularidad de comportamiento y la conexión entre fondo y representaciones. El alma ha abandonado el cuerpo y el patrón que encuadraba el orden humano, en tanto que mate-ria informe, deriva en irregular, en incomprensible, y resulta incapaz de imponer proceder ninguno. No es posible saber a qué atenerse, y como nada es lo que dice ser, “quien deja de hacer lo que hace por lo que debe hacer, corre a la ruina en lugar de beneficiarse”17.

La corrupción significa una escisión ontológica entre el ser y sus ma-nifestaciones, inducida por la acción humana. Surge de una mutación del patrón que identifica la conducta social; provocada por un obrar cotidiano

17 N. Maquiavelo, El Príncipe, cap. XV. Traducción libre del autor de este trabajo desde el texto establecido por Giorgio Inglese. Para consultar el texto de Inglese, véase la edición francesa de Fournel y Zancarini (2000) París: PUF. Una versión diferente en la excelente traducción española de Helena Puigdomenech (1988). EL Príncipe, Madrid: Tecnos, p. 61.

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que no responde a las prescripciones de sus ordini. La existencia política no se reconoce en una manera de operar que, a la vez, no guarda correlato con lo que dice contener dentro. Su naturaleza originaria ha sido devora-da por una fenomenología contraria a su ser, sin que ello haya supuesto necesariamente el abandono de las apariencias o envolturas anteriores que, durante algún tiempo permanecen subsistiendo, caso en Florencia de aquella “libertad, de la que lo único que se respetaba era el nombre”.18

La naturaleza se ha corrompido porque lo que los hombres hacen en su vida social, difiere de lo que tienen por norma; porque se ha consumado un decalage entre lo que se dice que se hace y aquello que los seres hu-manos se sienten en la obligación de hacer. Por eso, la corrupción es ante todo un estado de degradación moral de carácter negativo: son los hom- bres los que con su conducta inmoral hacen factible la desnaturalización de los ordini. Pero también son los hombres los que, con su actitud inmo- ral de guiarse por las manifestaciones de la realidad y no por los conte-nidos de esos ordini que todavía continúan formalmente reconociendo, tornan en irremediable tamaño estado de cosas.

La corrupción en Maquiavelo no se concibe como una patología susceptible de ser combatida con los remedios de una legalidad a la que su propia aplicación desvirtúa; uno, por su generalizada extensión, y dos, por la existencia de un segundo orden admitido como tal. La co-rrupción no es un ilícito penal, sino un estado social colectivo en el que los ordini son deliberadamente desobedecidos por unos hombres que, consciente o inconscientemente, rinden tributo ya a otros señores.

Il.3. El antiejemplo: Corrupción y declive de la libertà en Florencia

No es casual que el término que más veces se repita en el proemio sea ejemplo. Narrar la historia de Florencia como modelo cargado de sentido moral, es la gran ambición de Maquiavelo. Ahora bien, nos hallamos en presencia de un ejemplo negativo, no de un modelo a emular. Sus textos

18 Historia, cit., lib. IV, cap. 1, p. 191.

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enseñan lo que no hay que hacer, no lo que se debe hacer.19 La Historia de Florencia recoge el contraejemplo de una ciudad cuyos habitantes habían perdido la libertà interior y exterior imprescindible para dominar sus propias acciones, que siempre estuvieron mediatizadas por poderes exteriores o por flaquezas internas, y eso causó su declive.

A la muerte de Federico II, Florencia ordenó su vivere libero y su defensa sobre la virtù, instituyendo una organización cívica y militar que pronto dio fuerza y prestigio a la ciudad.20 Pero no tardó en ani- dar la corrupción en sus instituciones. Las discordias civiles vinieron instrumento de exclusión política con los terribles efectos que ello trajo para una Ciudad que, en la implicación activa de todos sus ciudadanos, tenía la piedra maestra de su autogobierno.21 Las sètte desplazaron a las facciones, y los modi privati de acceso a la fama, tomaron el lugar de las vie publiche.22 La república se hizo parte y la Ciudad se rompió por dentro. Mientras por fuera el declive de la virtù guerrera entre-

19 “Si alguna lección resulta útil a los ciudadanos que gobiernan las repúblicas es la que expone los motivos de los odios y las rencillas de una ciudad, a fin de que, escarmentados en el mal ajeno, puedan dichos ciudadanos mantenerse unidos. Si el ejemplo de cualquier república es capaz de mover, mucho más mueven y mucho más útiles son los que se refieren a la propia patria [...] ningún otro ejemplo demuestra tan claramente la fuerza de nuestra ciudad como el que se desprende de esas mismas divisiones”, ibidem, Proemio, p. 24. “Y si al describir los hechos ocurridos en este mísero mundo no podrá hablarse de fortaleza en los soldados, ni de la virtù en los capitanes, ni de amor patrio en los ciudadanos, podrá verse en cambio de qué astucias y artimañas se sirvieron tanto los príncipes como los soldados y los jefes de las repúblicas para conservar el prestigio que no se habían merecido. Conocer todo esto quizás sea no menos útil que conocer las glorias antiguas, pues si estas estimulan a los hombres generosos para que las imiten, lo otro les estimulará a evitarlo y corregirlo”, ibidem, lib. V, cap. I, p. 239.

20 Ibidem, lib. II, cap V y VI, p. 85-86.21 Gisela Bock en su «Civil Discord in Machiavelli's Istorie Fiorentine» incluido en Bock Skinner,

Viroli (eds.) (1990). Machiavelli and Republicanism, Cambridge: Cambridge University Press, no insiste en que la idea de autosuficiencia política que informa a la Ciudad, y que fundamenta el deber de ciudadanía, es la víctima final de este proceso de exclusión. Algo que deja muy claro Maquiavelo en el discurso del ciudadano que movido por el amor a la patria pretende poner fin a los desórdenes posteriores a 1366. Cfr. Historia, cit., lib. III, cap. V, p. 146-149.

22 “Hay divisiones que son perjudiciales para las repúblicas, pero hay otras que son beneficiosas. Resultan perjudiciales las que van acompañadas de sètte o partidismo, mientras que son beneficiosas las que los evitan […] conviene saber que los procedimientos mediante los que suelen los ciudadanos lograr fama son de dos tipos: vie publiche y modi privare [...] Se consigue fama pública venciendo batallas, desempeñar embajadas con celo y prudencia o proporcionar

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gó las armas a los condottieri23 que convirtieron la guerra en una farsa24 del estilo de aquella tremenda batalla de Zagonara, dónde la única víc-tima cayó del caballo. “De este modo –y a pesar de que sus ciudadanos, llenos de virtù, persistían una y otra vez en sus esfuerzos–25 Florencia fue haciéndose, cada vez más baja y más abyecta”.26

Es evidente que Maquiavelo no busca exaltar los grandes logros del pasado como factor que invite a imitación en el presente. Se recrea en el fracaso, en la incapacidad histórica de la signoria para disfrutar de li-bertà. Su Historia es la historia del Descenso, no del Ascenso de Florencia y de Italia en general, y posee un fin pedagógico e instructivo que queda perfectamente claro tanto aquí, como en el otro libro que escribirá al mismo tiempo que este, Dell’arte della guerra (1521).

Y es así cómo, sirviéndose del juego de antinomias en cascada que tan bien sabía administrar, Maquiavelo nos sitúa ante la Guerra como alternativa inmediata a la corrupción y por tanto, a la decadencia. Sólo recuperando la virtù guerrera será posible recuperar la virtù política, porque ambas son lo mismo (en la milicia como en la vida política es

a la república sabios consejos. Privadamente [...] haciendo favores a este o aquel ciudadano, defendiéndole de la arbitrariedad de los magistrados, socorriéndolos económicamente, con-cediéndoles honores no merecidos, ganarse a la plebe con festejos y dádivas públicas”, ibídem, lib. VI, cap. I, p. 352.

23 “También los florentinos se veían (sin armas propias) porque, habiendo destruido a la nobleza con las frecuentes disensiones y quedando aquella república a merced de hombres nutricati nella mercancía tenían que seguir las órdenes y fortuna ajena (que) se vestían no por el deseo de gloria sino para vivir más ricos o más seguros. Todos […] se habían puesto de común acuerdo y habían formado una coalición hábilmente organizada [...] se las arreglaban de manera que perdieran ramo el uno como el otro contendiente. Al final redujeron a tal estado de viltà esta profesión, que cualquier mediano capitán, en el que hubiera brotado una ligera sombra della antica virtù, los habría puesto en ridículo.”, ibidem, lib. I. cap. XXXIX, p. 75.

24 “Tampoco pueden llamarse guerras aquellas en las cuales ni los hombres se matan ni las ciu-dades son saqueadas ni se destruyen los Estados”, ibidem, lib. V, cap. 1, p. 238.

25 “Era tal la virtù de los florentinos, y el poder de su ingenio, y su empeño en hacerse grandes y engrandecer a su patria, que los males conseguían exaltarla más de lo que habían conseguido abatirla los contratiempos que la habían aquejado [...] tanto habrían abundado en ella la virtù de las armas y la fuerza del ingenio”, ibidem, Proemio, p. 24-25.

26 Ibidem, lib. III, cap. I, p. 142.

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necesario el concurso de todos los estratos de la Ciudad).27 La milicia ciudadana es la alternativa a la corrupción civil. Desde ese estado de corrupción, Maquiavelo lanza su remedio: la acción guiada por la virtù, o sea, ridurre i principi.

Historia de Florencia participa de esta suerte del ideario patriótico que se expresa en el tantas veces repetido adagio cívico: amare la propria patria più della propria anima.28 Algo que dicho así, no podía repugnar a los Medici ni traicionar el pensamiento del autor: todos tienen cabida en la Ciudad.29 Maquiavelo procura servir a quien le paga, sin enmendar un ápice sus convicciones.

III. Releer ahora Historia de Florencia

Lo que hoy llamamos Historia de Florencia es cuanto nos ha quedado de un proyecto inacabado que probablemente fuera redactado en dos grandes atacadas.30 Así lo indica Maquiavelo en la dedicatoria.31 Pero más allá de las intenciones del autor, su obra reaparece en un momento en que la crisis de las ideologías ha reabierto los grandes problemas que hubo de afrontar el hombre al inicio de la Modernidad.

En este sentido, nada tiene de extraño que la Historia se revele como un libro abierto que, tras aburridos y minuciosos detalles, que en la

27 Resulta significativo que la única obra publicada de Maquiavelo, en el sentido actual de dada a la imprenta para que la adquiera el público. sea Dell’ arte della guerra. También lo es que fuera escrita en forma de diálogo.

28 “Si el ejemplo de cualquier república es capaz de mover, mucho más mueven y mucho más útiles son los que se refieren a la propia patria”, ibidem, Proemio, p. 24.

29 Esa es la propuesta que se defiende en su Discurso sobre las cosas de Florencia de 1520, en-cargado por Julio de Medici a modo de informe de qué hacer para estabilizar el gobierno de Florencia.

30 Gilbert sostiene que mientras los actuales libros II a VI fueron escritos antes de la rendición provisional de cuentas que Maquiavelo efectuaría en el verano de 1522 ante el cardenal de Medici, los capítulos que los introducen, junto con los títulos I, VII y VIII, más el Proemio, serían una obra posterior.

31 En la dedicatoria presenta el trabajo como una recopilación, dice expresamente “trataré de continuar mi empresa”, ibídem, p. 21. Se conservan, y son conocidos hace mucho, fragmentos de lo que parece ser estaba previsto que fueran capítulos IX y X.

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versión española amortigua la excelente prosa de Fernández Murga, deja entrever los graves retos que acosan tanto a la Historia como la Política de nuestros días, y para los que no parecen tener respuesta ni las explicaciones holistas de la vida, ni conceptos como Revolución, Poder Constituyente o incluso, tal vez, Constitución. Estamos, en suma, ante un libro que se sitúa en relación de genealogía y no de arqueología con nuestro confuso presente.

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Manuel González Oropeza

A la salvaguarda de la contienda electoral y los derechos político electorales

Revista Mexicana de Cultura Política NAVol. 2 / Núm. 7

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Resumen

El Tribunal Electoral del Poder Judicial de la Federación es la instancia encargada de impartir justicia en materia electoral, con resoluciones respaldadas en un marco normativo que emana de la Constitución. No es infrecuente que las resoluciones encuentren resistencias o críticas abiertas al sentido de las resoluciones, su interpretación de la norma o el tiempo en que se dicta el resultado. Este artículo acerca al lector a los argumentos jurídicos en los que descansan las conclusiones acerca de casos que fueron ampliamente ventilados en los medios informativos: la queja contra el Partido Verde Ecologista de México por violaciones a la ley electoral; la candidatura del exjefe de Gobierno del Distrito Fe-deral, Marcelo Ebrard; las candidaturas independientes; el registro de la candidatura en la Delegación Miguel Hidalgo del Distrito Federal y los cambios legislativos para proteger la igualdad de género.

Abstract

Provided in the Constitution, the Electoral Court of the Federal Judiciary is mandated to impart justice in matters concerning electoral processes. It is not uncommon that its rulings be opposed or be openly criticized on the verdict, its interpretation of the regulation or the time it took to arrive to a decision. This paper brings the reader close to the judicial argumentations that sustain the rulings in cases that had ample space in mass media –the complaint logged against the Mexican Green Ecologist Party (Partido Ver- de Ecologista de México) for infringement of the Electoral Law; the candi-dature of former Federal District Governor Marcelo Ebrad; the independent candidatures; the registration of a candidature in the Miguel Hidalgo sector in the Federal District, and the legislative changes to protect gender equality.

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Introducción

El Tribunal Electoral del Poder Judicial de la Federación (TEPJF), por mandato expreso del artículo 99 constitucional se instituye como “la máxima autoridad jurisdiccional en la materia (electo-

ral) y órgano especializado del Poder Judicial de la Federación”.1 Con base en un andamiaje normativo2 derivado de la Constitución,3 el TEPJF resuelve controversias mediante sentencias que sirven como precedentes y, a su vez, genera jurisprudencias y tesis que fortalecen el sentido de sus determinaciones.

No obstante lo anterior, en algunos círculos sociales o medios de co-municación persisten las expresiones descalificadoras que ponen en tela de juicio el sentido de alguna resolución, la interpretación de la norma o, incluso, los tiempos de resolución de algún medio de impugnación.

Es por ello que en este trabajo se tratará de demostrar en primer lugar, que el TEPJF es una autoridad producto de la consolidación democráti- ca que garantiza la impartición de justicia en temas de carácter electoral. En segundo lugar, que sus resoluciones son diligentes en términos de la constitucionalidad y la convencionalidad y, en tercer lugar, que el TEPJF interpreta la normativa de modo que las omisiones o resquicios son sub-sanados en pos de fortalecer la vida democrática y ampliar los derechos político electorales de los ciudadanos.

1 Constitución Política de los Estados Unidos Mexicanos que reforma la de 5 de febrero de 1857, Tomo I, p. 82-83, en: Compendio de Legislación Nacional Electoral, 2 tomos, México, INE-FEPADE-UNAM/IIJ-TEPJF, 2014.

2 Entre ellas la Ley General de Instituciones y Procedimientos Electorales, la Ley General del Sis-tema de Medios de Impugnación en Materia Electoral, la Ley General en Materia de Delitos y reglamentos de cada partido político, así como los tratados y convenios internacionales que amplían los derechos humanos y político-electorales del ciudadano, como el Código de buenas conductas en materia electoral, preparado por la Comisión Europea para la Democracia por el Derecho (Comisión de Venecia), entre otros.

3 Por supuesto que la Constitución federal como Ley Suprema de la Unión ocupa el lugar más importante, pero también deben considerarse las Constituciones locales y las leyes reglamen-tarias derivadas de ellas.

A la salvaguarda de la contienda electoral y los derechos político electoralesManuel González Oropeza

84 Revista Mexicana de Cultura Política NA

Impartición de justicia en la contienda electoral

Los siguientes casos demuestran cómo el TEPJF resuelve casos que van más allá de la simple lectura de la norma y la sanción, pues requieren un análisis detallado y amplio que permita la impartición de justicia. De modo que, es evidente la tutela de un verdadero árbitro de la contienda electoral, sancionando conductas de los actores políticos que van en contra de los principios constitucionales, la equidad en la contienda e incluso, el espíritu democrático.

Casos del Partido Verde Ecologista de México (PVEM)

A partir de denuncias presentadas por otros actores políticos, se acredita-ron numerosas violaciones a la ley electoral por parte del PVEM, mismas que fueron sancionadas conforme a derecho tanto por la autoridad ad-ministrativa electoral, el Instituto Nacional Electoral (INE), como por la autoridad jurisdiccional, el TEPJF, mediante su Sala Regional Especializada y la Sala Superior. Varias de las sanciones consistieron en altas multas económicas, que para ser saldadas llevaron incluso a la determinación de que el INE retuviera parcialmente la ministración mensual que el partido recibe como financiamiento público, como parte de las prerrogativas que por ley le corresponden.

Por las características del caso, o del conjunto de casos en los que el PVEM se ha visto envuelto4, ameritarían un estudio más extenso y pormenorizado por sí mismos, sin embargo, a fin de destacar el tra-bajo jurisdiccional del TEPJF al respecto, a continuación se presenta un resumen de algunas de las resoluciones emitidas por el TEPJF, a fin de identificar la conducta infractora atribuida al partido en cada caso y cómo fue valorada por el Tribunal para emitir la sanción correspondiente.

4 Algunos otros temas con los que el PVEM generó polémica fueron: la distribución de boletos de cine gratis (SUP-REP-0275-2015), las cápsulas de cineminutos (SUP-REP-0094-2015), el papel para envolver tortillas con publicidad del partido (SUP-REP-0212-2015), la distribución de tarjetas de descuentos (SUP-REP-0311-2015) y el reparto de calendarios con imágenes gráficas alusivas al partido (SUP-REP-0202-2015).

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CLAVE DE LASENTENCIA

S U P - R E P - 76/2015

S U P - R E P - 136/2015

CONDUCTA INFRACTORAATRIBUIDA AL PVEM

Los actores denunciaban actos anticipados de campaña del PVEM y el incumplimiento a lo ordenado por las autoridades electorales a efecto de retirar de las pantallas de cine los llamados "cineminutos", solicitando la adopción de medidas cautelares.

Los promoventes consideraban que la difusión de la campaña denominada "Verde sí cumple", mediante diversos espectaculares, anuncios en casetas telefónicas, autobuses de transporte público, cartelones y revistas, así como la transmisión de promocionales denominados "cineminutos" en las salas de cine de las cadenas Cine-mex y Cinépolis, en todo el país, vulneraban sistemáticamente los artículos 41 y 134, párrafo octavo, de la Constitución Política de los Estados Unidos Mexicanos

CONSIDERACIONES

La Comisión de Quejas y Denuncias del INE emitió acuerdo en el que decla-ró la improcedencia de una parte de las medidas cautelares solicitadas y la procedencia de otras. Esta decisión fue contro-vertida por el PVEM ante la Sala Superior, instan-cia que estimó que la adopción de las medidas cautelares era razonable y necesaria a efecto de salvaguardar la equidad de la contienda.

El asunto fue resuelto originalmente por la Sala Regional Especializada mediante el juicio SRE-PSC-14/2015, en el sen-tido de tener por acre-ditadas las violaciones atribuidas al PVEM, por lo que le impuso una sanción de $7’011,424. (56/100 M.N.)

SANCIÓNIMPUESTA

La Sala Superior mantuvo firme la decisión de con-ceder medidas cau te la res , ya que el contenido de la propagan-da denunciada había sido consi-derada ilegal.

Esta decisión fue igualmente con-trovertida ante la Sala Superior no sólo por los im-petrantes, sino por el propio PVEM mediante su repre-sentante suplente en el Consejo Ge-neral del INE, sin embargo la Sala Superior mantuvo fi rme la sentencia impugnada.

A la salvaguarda de la contienda electoral y los derechos político electoralesManuel González Oropeza

86 Revista Mexicana de Cultura Política NA

CLAVE DE LASENTENCIA

S U P - R E P - 120/2015

CONDUCTA INFRACTORAATRIBUIDA AL PVEM

Los principales agravios se referían a la indebida individua-lización de la sanción impuesta al PVEM originalmente por la Sala Regional Especializada, su reincidencia y la indebida indivi-dualización de la sanción a con-cesionarios de radio y televisión por la transmisión de informes de legisladores del PVEM fuera de los tiempos y formatos previstos para ello.

CONSIDERACIONES

La Sala Superior estimó que la falta cometida por el PVEM era grave por violentar el modelo de comunica-ción política de manera reiterada y deliberada, por lo que la sanción debía guardar proporcionalidad con ella, a diferencia de las originalmente impues-tas por la Sala Regional Especializada, consistentes en amonestación pública y en la suspensión temporal de la propaganda.

SANCIÓNIMPUESTA

Mediante la sen-tencia, la Sala Su-perior impuso al PVEM una multa de $76’160,361.80, que se cubriría descontando el 50% de la minis-tración mensual que recibe como fi nanciamiento pú-blico hasta alcan-zar dicha cantidad.

SUP-RAP-125/2015 (caso Marcelo Ebrard)

El último de los casos a que se hace referencia en este texto es el de Marcelo Ebrard Casaubón, exjefe del gobierno del Distrito Federal, quien fue postulado por el Partido Movimiento Ciudadano (MC) a candidato plurinominal, aunque previamente había participado en el proceso de selección de candidatos del Partido de la Revolución Democrática (PRD), en el cual militaba y al que renunció al día siguiente de que MC lo registró como candidato por este partido. De hecho, en ello estriba la controversia central de este asunto, ya que formalmente participó de manera simultánea en dos procesos internos de selección de candidatos, uno del PRD y otro de MC.

El acto impugnado fue el acuerdo emitido por el Consejo General del INE en el cual se registra como candidato a diputado federal por el principio de representación proporcional al ciudadano Marcelo Ebrard Casaubón por el partido MC. En ese sentido, los hechos que se contro-virtieron consistían en que Ebrard Casaubón renunció el 27 de febrero de 2015 al PRD, en razón de que no apareció en la lista defi nitiva de

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las candidaturas a diputados federales. El mismo día, fue designado como candidato de MC. Sin embargo, lo cierto fue que su dimisión ocurrió de manera posterior a la invitación como diputado de representación proporcional que le formulara la Comisión Nacional de Convenciones y Procesos Internos de MC, “como invitado mediante la figura estatutaria denominada candidaturas ciudadanas”, pues esta se realizó el 26 de febre-ro. Es decir que el perfilado candidato pertenecía aún al PRD al momento de que MC lo designó como “candidato externo”.

El estudio se centró en la vulneración del artículo 227, apartado 5, de la LGIPE, que prevé la prohibición legal de participar de manera simul-tánea en dos procesos de selección de candidaturas a cargos de elección popular, postuladas por distintos partidos políticos.

En ese sentido, la Sala Superior del TEPJF advirtió que el ciudadano participó en ambos procesos de selección, por lo que se actualiza una simultaneidad formal y otra material. Es formal, porque el 18 de febrero de 2015 se emitió la convocatoria al proceso de selección de candida-tos a diputados federales por MC, mientras que en la misma fecha el procedimiento del PRD se encontraba en el período de precampaña. En consecuencia, fue claro que los procedimientos de selección de ambos partidos transcurrieron formalmente de manera simultánea y, al haberse comprobado que el ciudadano Ebrad Casaubón renunció al PRD el día posterior al que fue invitado por MC y designado “candidato externo” por este instituto político, se consideró que en efecto se encontraba inmerso en dos procesos simultáneos de selección de candidatos.

La simultaneidad material advertida por la Sala Superior en este asunto es en realidad el elemento en el que se sostiene con mayor consistencia la sentencia, pues, al haberse probado los hechos impugnados, en la práctica el ciudadano se encontraba frente a los demás candidatos de ambos par-tidos en una posición de ventaja, ya que buscó permear su candidatura a diputado federal en dos partidos políticos de manera concomitante, lo que conducía a tener una posibilidad mayor a ser registrado que los demás aspirantes, vulnerando así el principio de equidad en la contienda.

En este sentido, se observa en la sentencia emitida por la Sala Superior una interpretación de los principios constitucionales que deben regir los

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procesos electorales, ya que el principio de equidad debe ser considerado de observancia obligatoria por todos los actores involucrados, de manera que todos los contendientes tengan las mismas posibilidades de ejercer su derecho a ser votado y no que alguno tenga más posibilidades que otro, como en este caso. De lo contrario, se estaría favoreciendo el derecho político-electoral de un ciudadano en lo individual y restringiendo el mismo para todos los demás que contienden al mismo cargo de elección popular. Por lo tanto, la norma estudiada debe interpretarse, en este caso, en favor del principio constitucional señalado y no tutelando el derecho a ser votado del ciudadano, ya que esto conduciría a una inequidad en la oportunidad de poder acceder a la candidatura del cargo a diputado federal. En tal virtud, el principio pro persona no resultaba aplicable al caso, debido a que no se advertían condiciones que limitaran el derecho a ser votado del ciudadano Ebrard Causabón, sino que el ejercicio de tal derecho se había buscado por dos vías simultáneas, colocando así al ciudadano en una situación de ventaja respecto al resto de ciudadanos que habían participado en los procesos internos de cada partido por una sola vía, es decir la del partido al que pertenecían.

Ampliación de derechos politicos electorales

Mediante la interpretación del marco normativo y el control de convencio-nalidad, el TEPJF ha velado por la protección de los derechos fundamenta-les de todo ciudadano, motivo por el cual, en los casos que a continuación se presentan, se evidencia el avance hacia la ampliación y eficacia de los derechos políticos que progresivamente ha aplicado el Tribunal.

Candidatos Independientes (CI)

La regulación de esta figura resultó crucial para materializarla en los distintos comicios celebrados en 2015, sin embargo no estuvo exenta de vicisitudes.

Uno de los aspectos que se veía con recelo eran justamente las dis-posiciones que la reforma reservó para establecer las condiciones de competencia de los CI frente a los candidatos postulados por los partidos políticos. Es el caso, por ejemplo, del financiamiento público. En este

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sentido se abordará por qué el TEPJF se pronunció por elevar el porcen-taje que pueden recibir por concepto de financiamiento privado, frente a la limitante que en este sentido tienen los candidatos postulados por partidos políticos.

Por otro lado, también se considera pertinente referirse al caso de Guillermo Cienfuegos Pérez, conocido por su personaje de payaso La-grimita, debido a que tanto los tiempos de la cadena impugnativa, como la reimpresión de las boletas electorales producto de la ejecutoria a unos días de la elección, fueron causa de controversia en la opinión pública, por lo que vale precisar la ruta y el sentido de la determinación del TEPJF.

a. Financiamiento privado

Las condiciones de financiamiento de candidatos independientes fueron objeto de pronunciamiento del TEPJF en varias ocasiones, especialmente el aspecto relativo a la cantidad de recursos privados que pueden recibir para sus campañas.

Así, en los casos SUP-REC-193/2015 y SUP-JRC-582/2015, la Sala Su-perior consideró que los candidatos independientes no están sujetos al principio de prevalencia del financiamiento público sobre el privado, como es el caso de los partidos políticos. La Sala basó su decisión en los argumentos acerca de la equidad en la contienda y en la distinción entre las figuras de partidos políticos y candidatos independientes.

El TEPJF sostuvo que, conforme a lo establecido ya por la Suprema Corte (Acciones de inconstitucionalidad 32/2014, 40/2014, 42/2014), se trata de dos figuras distintas, no equiparables, por lo que los principios y reglas aplicables a los partidos políticos no pueden serlo, por analogía, a los candidatos independientes.

Así, la Sala Superior sostuvo que en la competencia electoral los candi-datos independientes deben poder recibir mayores aportaciones privadas, frente a los candidatos propuestos por partidos políticos. Según el TEPJF, tener un financiamiento público significativamente inferior al de quienes contienden representando a un partido político conlleva a una reducción significativa de sus posibilidades de competir en una elección. Como el

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derecho a ser votado, reconocido constitucionalmente y en los tratados internacionales, implica tener oportunidades de contender y ganar una elección, debe conllevar el establecimiento de condiciones de equidad en la contienda. De ahí la necesidad de que los CI puedan recibir mayor cantidad de recursos privados, pero solamente los necesarios para com-plementar el financiamiento público y alcanzar así el límite establecido en el tope de gastos de campaña. Con ello se estima que puedan tener una oportunidad real y efectiva de éxito (SUP-JRC-582/2015).

Finalmente, la Sala Superior subrayó que “el problema no está en el monto de los recursos de origen privado, sino en la legalidad de su ori-gen, en la transparencia respecto a su obtención, utilización y posibles conflictos de intereses, y en la rendición de cuentas. En pocas palabras, transparencia y rendición de cuentas son el antídoto contra la corrup-ción y la injerencia arbitraria de factores reales de poder que pretendan influir en las decisiones políticas de las personas que resulten electas” (SUP-REC-193/2015).

b. SUP-REC-192/2015 (caso Lagrimita)

El impacto mediático no sólo se debió a la popularidad del personaje, sino a la forma en que finalmente obtuvo su candidatura a unos días de la jornada electoral: por resolución judicial luego de una larga cadena impugnativa. Para explicar con mayor detenimiento el caso, resulta apro-piado hacer una breve relatoría:

El siete de octubre de 2014 dio inicio el proceso electoral en Jalisco. Posteriormente, el ocho de diciembre del mismo año, el Consejo General del Instituto Electoral y de Participación Ciudadana del Estado de Jalis-co (IEPCJ) emitió mediante acuerdo IEPC-ACG058/2015 la convocatoria dirigida a los ciudadanos interesados en postularse como candidatos independientes a munícipes.

De conformidad con la convocatoria emitida, el 21 de diciembre de 2014, Guillermo Cienfuegos Pérez presentó ante el IEPCJ el escrito correspondiente para manifestar su intención de participar como can-didato independiente a ocupar el cargo de presidente municipal en el

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ayuntamiento de Guadalajara, Jalisco. Posteriormente, el 17 de enero de 2015, el Consejo General de dicho instituto emitió el dictamen mediante el cual determinó otorgarle al actor la calidad de aspirante a candidato independiente.

El dos de marzo de 2015, Cienfuegos Pérez, presentó ante el IEPCJ, las firmas correspondientes al apoyo ciudadano. Sin embargo, luego de realizar la valoración correspondiente, el 4 de abril del mismo año, el IEPCJ le negó el registro como candidato independiente, por considerar que no había reunido el porcentaje requerido de apoyo ciudadano, sin indicar cuántas manifestaciones de este apoyo no se ajustaban a derecho, ni las razones para considerarlo así, y sin dar oportunidad a Cienfuegos Pérez de ofrecer aclaraciones o precisiones al respecto, es decir, sin respetar su garantía de audiencia.

Inconforme con la resolución, el 11 de abril siguiente, Cienfuegos Pérez presentó demanda de juicio ciudadano para controvertirla. El Tribunal Electoral del Estado de Jalisco, mediante la sentencia JDC-5937/2015, resolvió revocar el acto impugnado, en lo que correspondía a la negativa de registro como candidato independiente, y ordenar al instituto electoral local emitiera uno nuevo debidamente fundado y motivado. El cuatro de mayo, en acatamiento a dicha resolución el Consejo General del IEP-CJ, determinó nuevamente negar el registro para ser considerado como aspirante a candidato independiente, reiterando que no había reunido el porcentaje requerido de apoyo ciudadano.

A fin de controvertir el referido acuerdo, el 10 de mayo, Cienfuegos Pérez promovió, per saltum, juicio ciudadano, ante la Sala Regional Guadalajara, instancia que el 21 de mayo de 2015 emitió la sentencia SG-JDC-11242/2015, en el sentido de confirmar el acuerdo del Consejo General del instituto electoral local. La resolución le fue notificada de manera personal al recurrente, el mismo día de su emisión.

La resolución de la Sala Regional Guadalajara fue igualmente im-pugnada por Guillermo Cienfuegos Pérez, por lo que interpuso recurso de reconsideración ante la Sala Superior el 24 de mayo de 2015. Al día siguiente se recibió en la Oficialía de Partes de la Sala Superior y, en la misma fecha, el Magistrado Presidente acordó integrar el expediente

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SUP-REC-192/2015, que fue turnado a la ponencia del magistrado Pedro Esteban Penagos López. La sentencia final fue dictada el 30 de mayo de 2015.

En dicha resolución se concluyó que era evidente la violación al dere-cho de audiencia del recurrente, por lo que procedía revocar la sentencia impugnada de la Sala Regional Guadalajara, así como el acuerdo emitido por el Consejo General del instituto electoral local. Para tutelar el derecho a ser votado de Cienfuegos Pérez y su planilla, dadas las circunstancias del caso, y a la luz del artículo 1 constitucional, lo procedente fue ordenar al Consejo General del IEPCJ que otorgara el registro como candidato in-dependiente a munícipe de Guadalajara, Jalisco, a la planilla encabezada por el recurrente.

Tal medida se tomó para reparar y hacer efectivo el derecho funda-mental de ser votado de Cienfuegos Pérez, que se justificó porque la campaña electoral de munícipes en Jalisco estaba en curso, de manera que únicamente restaban ocho días para que se celebrara la correspondiente jornada electoral, por lo que en la práctica a la planilla de candidatos independientes sólo le restarían cinco días para poder hacer campaña. En suma, no se advierte dilación en la emisión de la sentencia de la Sala Superior que otorgó la candidatura a Cienfuegos Pérez, sino que esta fue el elemento cúspide y definitorio de una escalera de varios peldaños, es decir, de una larga cadena procesal.

SUP-JDC-900/2015 y acumulados (caso Xóchitl Gálvez)

Para identificar los argumentos que sostienen la determinación de la Sala Superior, igual que en el caso anterior, resulta conveniente hacer una breve recapitulación de los hechos.

El 20 de abril de 2015 la Sala Superior del TEPJF, en ejercicio de su facultad de atracción, dictó sentencia en los juicios para la protección de los derechos político electorales del ciudadano SUP-JDC-900/2015 (pro-movido por Bertha Xóchitl Gálvez Ruiz), SUP-JDC-901/2015 (promovido por Vanessa Villarreal Montelongo) y SUP-JRC-535/2015 (promovido por el PAN) acumulados. Como autoridad responsable se señaló al Consejo

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General del Instituto Electoral del Distrito Federal (IEDF) y compare-cieron como terceros interesados el Partido Verde Ecologista de México y el Partido Nueva Alianza, así como el candidato independiente a jefe delegacional en Miguel Hidalgo, Arne Sidney Aus Den Ruthen Haag.

Como acto impugnado los actores señalaron el Acuerdo ACU-115/15, emitido por el Consejo General del IEDF, por el cual, supletoriamen- te, declaró improcedente el registro de Gálvez Ruíz, como candidata a jefa delegacional en Miguel Hidalgo, por estimar que no cumplía con el requisito de contar con credencial para votar con fotografía con domicilio en el Distrito Federal, previsto en el Artículo 294, fracción I, del Código de Instituciones y Procedimientos Electorales del Distrito Federal.

En lo que toca al juicio promovido por Vanessa Villarreal Montelongo, la Sala Superior lo sobreseyó, en virtud de carecer la actora de interés jurídico.

En el medio de impugnación respectivo, la ciudadana Berta Xóchitl Gálvez Ruiz planteó la inaplicación del Artículo 294, fracción I, del orde-namiento citado, por estimar como agravio que la porción normativa de dicho precepto –por la que se exige como requisito contar con credencial para votar con fotografía con domicilio en el Distrito Federal– resultaba violatoria de los artículos 1 y 35, fracción II, de la Constitución Política de los Estados Unidos Mexicanos, así como de los artículos 23 de la Conven-ción Americana sobre Derechos Humanos y 25 del Pacto Internacional de Derechos Civiles y Políticos, ya que, en su opinión, esa porción normativa resultaba violatoria de su derecho humano a ser votada.

En el juicio de revisión constitucional electoral, el PAN pidió que se realizara una interpretación conforme a la Constitución, argumentando que los requisitos para obtener el cargo –señalados en el Artículo 294, fracción I del Código ya citado– no son aplicables en el caso de jefe de-legacional, en tanto que, según el promovente, los únicos requisitos para tal cargo son los que exige el Estatuto de Gobierno del Distrito Federal, lo que se deriva de una interpretación conforme a lo establecido en el artículo 122 de la Constitución, en relación con los artículos 105 y 53, fracciones IV a X, del Estatuto referido. Por ello, el PAN estimaba que la ley secundaria no podía incluir mayores requisitos para la postulación.

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También adujo que el IEDF debió realizar una interpretación pro homine, valorando y adminiculando las documentales que se ofrecieron y que obran en el expediente.

En el fallo dictado por la Sala Superior se consideró fundado el agravio expuesto por Gálvez Ruiz, y suficiente para declarar la inaplicación de la porción normativa cuestionada, bajo la base de que contar con credencial para votar con fotografía con domicilio en el Distrito Federal no consti-tuye un requisito sustancial, sino instrumental, que no supera el test de proporcionalidad (fin legítimo; idoneidad; necesidad y proporcionalidad en sentido estricto), ya que en este caso, la ciudadana probó plenamente su residencia en la Delegación Miguel Hidalgo y, por tanto, el vínculo de pertenencia con la comunidad, además de que dicha porción normativa carece de un propósito constitucionalmente legítimo, ya que no se obser- va que sirva a un fin previsto en la Constitución para ejercer el derecho a ser votado, sino que, por el contrario, lo entorpece.

Finalmente, la Sala Superior señaló que el requisito precisado en tal porción normativa no cumple con el principio pro persona, establecido en el artículo 1 de la propia Constitución. En tal virtud, se estimó que la declaración de inaplicación de esa porción tutelaba el derecho huma- no de la ciudadana a ser votada.

La sentencia ordenó la revocación del acuerdo impugnado y que la autoridad responsable, es decir el Consejo General del IEDF, procediera a otorgarle el registro respectivo a Xóchitl Gálvez, de cumplir con los otros requisitos establecidos en la ley.

A partir de lo descrito, se puede concluir que la Sala Superior lleva a cabo en este asunto un análisis basado en la aplicación de los principios y de los controles jurídicos de constitucionalidad y convencionalidad, dando cuenta de su vocación garantista y antiformalista en el estudio de los casos y el pronunciamiento de sus sentencias. Ello permitió, en concreto, inaplicar la porción normativa de una ley secundaria que se estimó violatoria del derecho fundamental al voto pasivo.

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Juanitas

En las elecciones intermedias de 2009 en el Distrito Federal se presenta-ron diversos casos en los que mujeres que había resultado triunfadoras a cargos de elección popular, renunciaron a ellos una vez tomada la protesta de ley, cediendo la titularidad a sus suplentes, que en prácticamente todos los casos resultaron ser varones.

Para cubrir con las formalidades electorales (un determinado número de curules debían ser asignados a mujeres)5 los partidos políticos regis-traban una fórmula electoral en donde una mujer encabezaba la lista como propietaria, con un hombre como suplente, para que al asumir el cargo legislativo esta solicitara licencia y entonces el suplente asumiera la titularidad, situación que fue bautizada con el nombre de Juanitas, en alusión al caso del delegado triunfador en Iztapalapa.6

El expresidente del Instituto Federal Electoral (IFE), José Woldenberg sobre el tema escribió un artículo que, enfático, reclama

5 De acuerdo con la reforma electoral de 1996 se estableció que ningún partido podía establecer más del 70% de candidaturas de un mismo sexo; en el año 2007 el Código Federal de Ins-tituciones y Procedimientos Electorales (COFIPE) estableció en su artículo 219 que “1. De la totalidad de solicitudes de registro, tanto de las candidaturas a diputados como de senadores que presenten los partidos políticos o las coaliciones ante el Instituto Federal Electoral, deberán integrarse con al menos el cuarenta por ciento de candidatos propietarios de un mismo género, procurando llegar a la paridad. 2. Quedan exceptuadas de esta disposición las candidaturas de mayoría relativa que sean resultado de un proceso de elección democrático, conforme a los estatutos de cada partido.” (http://10.10.15.15/siscon/gateway.dll/nLegislacion?f=templates &fn=default.htm). En no pocos casos, los partidos evadían el sentido de la ley inscribiendo en sus listas de candidatos a puestos de elección popular a mujeres en los últimos lugares o como suplentes; al cambiar la normativa, ahora las inscribían en lugares en donde el partido pocas posibilidades tenía de obtener el triunfo. Esto también ya ha sido reglamentado para lograr una verdadera equidad dentro de los partidos. En la actualidad, la reforma político electoral de 2014 establece una paridad del 50% en las candidaturas. José Woldenberg Karakowsky, “Fraude a la ley”, jueves, 10 de septiembre de 2009 (http://politicaderecho.blogspot.mx/2009/09/fraude-la-ley.html).

6 Jorge Camil, “Las juanitas de San Lázaro”, viernes 18 de septiembre de 2009, (http://www.jornada.unam.mx/2009/09/18/index.php?section=opinion&article=021a2pol); “Procede licencia de dos juanitas en San Lázaro”, 29 de octubre de 2009, (http://www.razon.com.mx/spip.php?article12675).

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Por ello resulta tan indignante lo sucedido el primer día de trabajos or-dinarios de la Cámara de Diputados cuando ocho mujeres electas como diputadas presentaron su renuncia para que sus suplentes ocuparan sus lugares. En los ocho casos, casualmente diría un cínico, el suplente es un hombre. El triste récord lo impuso el Partido Verde Ecologista con cuatro. Una le cedería su cargo al hijo de un ex gobernador, otra a su hermano, la tercera a un dirigente del partido y la cuarta a su esposo. Pero en el PRI también se pretenden dos movimientos similares y en el PRD y el PT uno en cada caso. Vergonzoso. Toda legislación implica un deber ser que eventualmente puede ser violado. Pero cuando esa violación se hace por aquellos que la aprobaron, que le dieron vida, que argumentaron las bondades de la normatividad, el escándalo no puede –debe– evitarse.7

Para evitar la repetición de esta situación que lesionaba la credibilidad del voto ejercido por el ciudadano, se hicieron adecuaciones a las leyes electorales, en donde el TEPJF tuvo un papel fundamental; las resolucio- nes del tribunal determinaron que en los casos de candidatas propieta-rias mujeres, las suplencias también debían ser ocupadas por candidatas mujeres.

Casi como una respuesta a tales determinaciones legales los partidos políticos asignaron a candidatas mujeres propietarias y suplentes en distritos no ganadores, pero finalmente cubrían la cuota de género esta-blecida en la ley. De nueva cuenta, el TEPJF en sus sentencias declaró que esa situación no era equitativa y resultaba indispensable subsanar estas irregularidades, pero ante la ausencia de una ley reglamentaria o una re-forma constitucional en la materia, el Tribunal tuvo que resolver algunos casos que se fueron presentando al respecto, es decir, casuísticamente para las elecciones del año 2012. En ese mismo año, el entonces candidato ganador a la Presidencia de la República se comprometió a lograr una equidad de géneros en las candidaturas a los cargos de elección popular.8

7 Woldenberg Karakowsky, op. cit.8 No obstante, en las elecciones de 2015, las candidatas mujeres para diputaciones federales

demostraron que aun en las entidades que tradicionalmente su partido había perdido, ellas llegaron a triunfar.

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La Reforma Político-Electoral que inició en el año 2014, con carác-ter constitucional, pretendió consolidar la participación de las mujeres en la vida democrática del país, fundamentalmente desde los propios partidos políticos, quienes estarían obligados a garantizar que el 50% de sus candidaturas a legisladores federales y locales sean ocupados por mujeres. Previendo que pudieran hacerse “ajustes” que atentaran contra esta disposición, en ningún caso se admitirán criterios que tengan como resultado que a alguno de los géneros se le asignen de manera exclusiva aquellos distritos en los que el partido haya obtenido resultados bajos o que sea difícil de remontar el adverso panorama.

El sentido de la reforma es cambiar la inequitativa situación entre hombres y mujeres, exigiendo una paridad absoluta y no simulada, para contender por los cargos de elección popular, en igualdad de condiciones y recursos.

A modo de conclusiones

De los casos anteriormente señalados debe considerarse que el Tri-bunal busca la aplicación correcta e imparcial de la ley derivada de la Constitución, que de ninguna manera podría vulnerar los derechos de los partidos políticos, candidatos o ciudadanos, por el contrario, las re-soluciones siempre son sustentadas en una larga experiencia y en apego estricto a la constitucionalidad y convencionalidad.

El TEPJF brinda a los procesos electorales municipales, locales y fe-derales, de manera afortunada, la certeza, legalidad e imparcialidad en los momentos de impartición de justicia a través de los precedentes de sentencias emitidas, evitando resoluciones erráticas o contradictorias.

De este modo, se brinda certeza a las decisiones judiciales que buscan garantizar el valor del voto ciudadano cuando se incurra en infracciones a la ley.

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99Discurso de Venustiano Carranza en el inicio de sesiones del Congreso Constituyente en diciembre de 1916

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Discurso de Venustiano Carranza en el inicio de sesiones del Congreso Constituyente en diciembre de 1916*

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Nota introductoria del editor

Hacia fi nes de 1916 Venustiano Carranza había logrado derrotar a villistas y zapatistas, a pesar de lo cual prevalecía una situación tensa en el país, porque las contradicciones no eran exclusivamente militares sino políti-cas, y las diferencias todavía podían escalar al nivel armado.

Venustiano Carranza sabía que la siguiente fase para apaciguar al país era contar con un marco jurídico que diera la estructura legal que exigía la pacifi cación, con lo cual estaría cumpliendo una promesa hecha en el curso de la lucha armada. Si bien no se puede considerar a Venustiano Carranza un ideólogo o un pensador en el sentido tradicional, su visión política para conducir al país hacia la paz con base en políticas de corte liberal es un acierto conceptual y político que difícilmente podría serle negado.

En octubre de 1916 se realizaron elecciones de diputados, quienes formarían el Congreso Constituyente al que había convocado Venustiano Carranza. Se estableció que sería elegido un diputado por cada sesenta mil habitantes. Se determinaron 244 distritos para todo el país, en 216 de los cuales se llevó a cabo la jornada electoral. Los estados de Morelos y Chi-huahua no estuvieron representados completamente debido a que estaban bajo el dominio de Emiliano Zapata y Francisco Villa respectivamente. La composición del congreso era bastante heterogénea y Carranza no contaba con el respaldo de todos los congresistas, sin embargo, subsistió en buena medida el espíritu de la propuesta de reforma entregada al congreso por Venustiano Carranza.

Venustiano Carranza ofreció en el Plan de Guadalupe conservar intacto el espíritu liberal de la Constitución de 1857, cosa que cumplió. De manera destacada también propuso cambios para hacer más efi ciente el derecho al juicio de amparo, propuso medidas para hacer valer la prohibición im-puesta por las Leyes de Reforma de que la iglesia adquiriera bienes raíces, modifi caciones constitucionales en benefi cio de los trabajadores que fueron de lo más relevante. Confi rmó al municipio libre y argumentó su rechazo

* Discurso pronunciado el 1° de diciembre de 1916 en la sesión inaugural del Congreso Cons-tituyente en el Gran Teatro Iturbide de la ciudad de Santiago de Querétaro.

101Discurso de Venustiano Carranza en el inicio de sesiones del Congreso Constituyente en diciembre de 1916

al sistema parlamentario. En total fueron 132 cambios constitucionales que perfilaban la concepción de Estado y de ejercicio del poder del general constitucionalista.

Las discrepancias más importantes que surgieron en el debate de las propuestas de reforma constitucional fueron las relativas a las faculta- des de la Federación. José Natividad Macías y Luis Manuel Rojas, dipu- tados constituyentes, formaron parte del grupo de abogados que formuló las propuestas carrancistas y, por supuesto, que tuvo a cargo su defensa en el Congreso. Los carrancistas se enfrentaron en el Congreso con las posturas del grupo afín a Obregón. Los puntos de vista tenían que ver más con los equilibrios de poder y las características de la relación entre la federación y los estados.

Desde el inicio de los trabajos y hasta el día de la promulgación consti-tucional se realizaron 67 sesiones muy intensas, donde los puntos de vista de los aliados de Carranza, los radicales, como se denominaba al gru- po de diputados que no coincidía con el Primer Jefe y un grupo de diputa-dos, también carrancistas, que se hacían llamar “renovadores”, debatieron y se confrontaron; debatieron y pudieron llegar a acuerdos. La propuesta original sufrió cambios aunque también hubo unanimidad en ciertos temas, especialmente en los de las garantías individuales, la protección laboral, los derechos políticos y la libertad municipal.

Los trabajos del congreso se desarrollaban en un contexto difícil. Va-rias huelgas estalladas ponían presión sobre las definiciones laborales, así como la ruptura de Venustiano Carranza con la Casa del Obrero Mundial y el surgimiento de una nueva organización denominada Confederación del Trabajo. No obstante, el Constituyente protegió el derecho de huelga. Hubo otros puntos polémicos; sin embargo, el 5 de febrero México conta- ba con una nueva Constitución considerada de las más avanzadas de su época que fue el factor estabilizador que dio por concluida la etapa armada de la Revolución. El discurso de inicio de estos trabajos pronunciado por el Primer Jefe constitucionalista, Venustiano Carranza es histórico en muchos sentidos, más allá de la argumentación de algunos puntos que consideraba relevantes en su propuesta. Fue el inicio de la paz tan largamente anhelada en una nación que comenzaba realmente a construirse.

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Ciudadanos Diputados:

Una de las más grandes satisfacciones que he tenido hasta hoy, desde que comenzó la lucha que, en mi calidad de gobernador constitucional del estado de Coahuila, inicié contra la usurpación del gobierno de la República, es la que experimento en estos momentos, en que vengo a poner en vuestras manos, en cumplimiento de una de las promesas que en nombre de la revolución hice en la heroica ciudad de Veracruz al pueblo mexicano: el proyecto de Constitución reformada, proyecto en el que están contenidas todas las reformas políticas que la experiencia de varios años, y una observación atenta y detenida, me han sugerido como indispensables para cimentar, sobre las bases sólidas, las instituciones, al amparo de las que deba y pueda la nación laborar últimamente por su prosperidad, encauzando su marcha hacia el progreso por la senda de la libertad y del derecho; porque si el derecho es el que regulariza la función de todos los elementos sociales, fi jando a cada uno su esfera de acción, esta no puede ser en manera alguna provechosa, si en el campo que debe ejercitarse y desarrollarse no tiene la espontaneidad y la seguridad, sin las que carecerían del elemento que, coordinando las aspiraciones y las esperanzas de todos los miembros de la sociedad, los lleva a buscar en el bien de todos la prosperidad de cada uno, estableciendo y realizando el gran principio de la solidaridad, sobre el que deben descansar todas las instituciones que tienden a buscar y realizar el perfeccionamiento humano.

La Constitución Política de 1857, que nuestros padres nos dejaron como legado precioso, a la sombra de la cual se ha consolidado la nacio-nalidad mexicana; que entró en el alma popular con la guerra de Reforma, en la que se alcanzaron grandes conquistas, y que fue la bandera que el pueblo llevó a los campos de batalla en la guerra contra la intervención, lleva indiscutiblemente, en sus preceptos, la consagración de los más altos principios, reconocidos al fulgor del incendio que produjo la revo-lución más grande que presenció el mundo en las postrimerías del siglo XVIII, sancionados por la práctica constante y pacífi ca que de ellos se ha hecho por dos de los pueblos más grandes y más poderosos de la tierra: Inglaterra y los Estados Unidos.

103Discurso de Venustiano Carranza en el inicio de sesiones del Congreso Constituyente en diciembre de 1916

Mas, desgraciadamente, los legisladores de 1857 se conformaron con la proclamación de principios generales que no procuraron llevar a la práctica, acomodándolos a las necesidades del pueblo mexicano para darles pronta y cumplida satisfacción; de manera que nuestro código político tiene en general el aspecto de fórmulas abstractas en que se han condensado conclusiones científicas de gran valor especulativo, pero de las que no ha podido derivarse sino poca o ninguna utilidad positiva.

En efecto, los derechos individuales que la Constitución de 1857 de-clara que son la base de las instituciones sociales, han sido conculcados de una manera casi constante por los diversos gobiernos que desde la promulgación de aquella se han sucedido en la República: las leyes or-gánicas del juicio de amparo ideado para protegerlos, lejos de llegar a un resultado pronto y seguro, no hicieron otra cosa que embrollar la marcha de la justicia, haciéndose casi imposible la acción de los tribunales, no sólo de los federales, que siempre se vieron ahogados por el sinnúmero de expedientes, sino también de los comunes, cuya marcha quedó obstruida por virtud de los autos de suspensión que sin tasa ni medida se dictaban.

Pero hay más todavía. El recurso de amparo, establecido con un alto fin social, pronto se desnaturalizó, hasta quedar, primero, convertido en arma política; y, después, en medio apropiado para acabar con la sobe-ranía de los estados; pues de hecho quedaron sujetos de la revisión de la Suprema Corte hasta los actos más insignificantes de las autoridades de aquellos; y como ese alto tribunal, por la forma en que se designaban sus miembros, estaba completamente a disposición del jefe del poder Ejecu-tivo, se llegó a palpar que la declaración de los derechos del hombre al frente de la Constitución Federal de 1857, no había tenido la importancia práctica que de ella se esperaba.

En tal virtud, la primera de las bases sobre la que descansa toda la estructura de las instituciones sociales, fue ineficaz para dar solidez a estas y adaptarlas a su objeto, que fue relacionar en forma práctica y expedita al individuo con el estado y a este con aquel, señalando sus respectivos límites dentro de los que debe desarrollarse su actividad, sin traba de

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ninguna especie, y fuera de la que se hace perturbadora y anárquica si viene de parte del individuo, o despótica y opresiva si viene de parte de la autoridad.

Mas el principio de que se acaba de hacer mérito, a pesar de estar expresa y categóricamente formulado, no ha tenido, en realidad, valor práctico alguno, no obstante que en el terreno del derecho constitucional es de una verdad indiscutible.

Lo mismo ha pasado exactamente con los otros principios funda-mentales que informan la misma Constitución de 1857, los que no han pasado, hasta ahora, de ser una bella esperanza, cuya realización se ha burlado de una manera constante.

Y en efecto, la soberanía nacional, que reside en el pueblo, no expresa ni ha signifi cado en México una realidad, sino en poquísimas ocasiones, pues si no siempre, sí casi de una manera rara vez interrumpida, el po-der público se ha ejercido, no por el mandato libremente conferido por la voluntad de la nación, manifestada en la forma que la ley señala, sino por imposiciones de los que han tenido en sus manos la fuerza pública para investirse a sí mismos o investir a personas designadas por ellos, con el carácter de representantes del pueblo.

Tampoco ha tenido cumplimiento y, por lo tanto, valor positivo apreciable, el otro principio fundamental claramente establecido por la Constitución de 1857, relativo a la división del ejercicio del poder público, pues tal división sólo ha estado, por regla general, escrita en la ley, en abierta oposición con la realidad, en la que, de hecho, todos los poderes han estado ejercidos por una sola persona habiéndose llegado hasta el grado de manifestar, por una serie de hechos constantemente repetidos, el desprecio a la ley suprema, dándose sin el menor obstáculo al jefe del poder Ejecutivo la facilidad de legislar sobre toda clase de asuntos, ha-biéndose reducido a esto la función del poder Legislativo, el que de hecho quedó reducido a delegar facultades y aprobar después lo ejecutado por virtud de ellas, sin que haya llegado a presentarse el caso, ya no de que reprobase, sino al menos de que hiciese observación alguna.

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Igualmente ha sido hasta hoy una promesa vana el precepto que con-sagra la federación de los estados que forman la República Mexicana, estableciendo que ellos deben de ser libres y soberanos en cuanto a su régimen interior, ya que la historia del país demuestra que, por regla ge-neral y salvo raras ocasiones, esa soberanía no ha sido más que nominal, porque ha sido el poder central el que siempre ha impuesto su voluntad, limitándose las autoridades de cada estado a ser los instrumentos eje-cutores de las órdenes emanadas de aquel. Finalmente, ha sido también vana la promesa de la Constitución de 1857, relativa a asegurar a los esta- dos la forma republicana, representativa y popular, pues a la sombra de este principio, que también es fundamental en el sistema de gobierno federal adoptado para la nación entera, los poderes del centro se han ingerido en la administración interior de un estado cuando sus gober-nantes no han sido dóciles a las órdenes de aquellos, o sólo se ha dejado que en cada entidad federativa se entronice un verdadero cacicazgo, que no otra cosa ha sido, casi invariablemente, la llamada administración de los gobernadores que ha visto la nación desfilar en aquellas.

La historia del país que vosotros habéis vivido en buena parte de estos últimos años, me prestaría abundantísimos datos para comprobar amplia-mente las aseveraciones que dejo apuntadas; pero aparte de que vosotros, estoy seguro, no las pondréis en duda, porque no hay mexicano que no conozca todos los escándalos causados por las violaciones flagrantes a la Constitución de 1857, esto demandaría exposiciones prolijas del todo ajenas al carácter de una reseña breve y sumaria, de los rasgos principales de la iniciativa que me honro hoy en poner en vuestras manos, para que la estudiéis con todo el detenimiento y con todo el celo que de vosotros espera la Nación, como el remedio a las necesidades y miserias de tan- tos años.

En la parte expositiva del decreto de 14 de septiembre del corriente año, en el que se modificaron algunos artículos de las adiciones al Plan de Guadalupe, expedidas en la Heroica Veracruz el 12 de diciembre de 1914, expresamente ofreció el gobierno de mi cargo que en las reformas a la Constitución de 1857, que iniciaría ante este Congreso, se conservaría intacto el espíritu liberal de aquella y la forma de gobierno en ella esta-blecida; que dichas reformas sólo se reducirían a quitarle lo que la hace

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inaplicable, a suplir sus defi ciencias, a disipar la obscuridad de algunos de sus preceptos, y a limpiarla de todas las reformas que no hayan sido inspiradas más que en la idea de poderse servir de ella para entronizar la dictadura.

No podré deciros que el proyecto que os presento sea una obra perfecta, ya que ninguna que sea hija de la inteligencia humana puede aspirar a tanto; pero creedme, señores diputados, que las reformas que propongo son hijas de una convicción sincera, son el fruto de mi personal experiencia y la expresión de mis deseos hondos y vehementes porque el pueblo mexicano alcance el goce de todas las libertades, la ilustración y progreso que le den lustre y respeto en el extranjero, y paz y bienestar en todos los asuntos domésticos.

Voy, señores diputados, a haceros una síntesis de las reformas a que me he referido, para daros una idea breve y clara de los princi-pios que me han servido de guía, pues así podréis apreciar si he logrado el objeto que me he propuesto, y qué es lo que os queda por hacer para llenar debidamente vuestro cometido.

Siendo el objeto de todo gobierno el amparo y protección del indivi-duo, o sea de las diversas unidades de que se compone el agregado social, es incuestionable que el primer requisito que debe llenar la Constitución Política tiene que ser la protección otorgada, con cuanta precisión y cla-ridad sea dable, a la libertad humana, en todas las manifestaciones que de ella derivan de una manera directa y necesaria, como constitutivas de la personalidad del hombre.

La Constitución de un pueblo no debe procurar, si es que ha de tener vitalidad que le asegure larga duración, poner límites artifi ciales entre el Estado y el individuo, como si se tratara de aumentar el campo a la libre acción de una y restringir la del otro, de modo que lo que se da a uno sea la condición de la protección de lo que se reserva el otro; sino que debe buscar que la autoridad que el pueblo concede a sus representantes, dado que a él no le es posible ejercerla directamente, no pueda convertirse en contra de la sociedad que la establece, cuyos derechos deben quedar fuera de su alcance, supuesto que ni por un momento hay que perder de

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vista que el gobierno tiene que ser forzosa y necesariamente el medio de realizar todas las condiciones sin las cuales el derecho no puede existir y desarrollarse.

Partiendo de este concepto, que es el primordial, como que es el que tiene que figurar en primer término, marcando el fin y objeto de la institución del gobierno, se dará a las instituciones sociales su verdadero valor, se orientará convenientemente la acción de los poderes públicos y se terminarán hábitos y costumbres sociales y políticas, es decir, pro-cedimientos de gobierno que hasta hoy no han podido fundamentarse, debido a que si el pueblo mexicano no tiene la creencia en un pacto social en que repose toda la organización política ni en el origen divino de un monarca, señor de vidas y haciendas, sí comprende muy bien que las instituciones que tiene, si bien proclaman altos principios, no se amoldan a su manera de sentir y de pensar, y que lejos de satisfacer necesidades, protegiendo el pleno uso de la libertad, carecen por completo de vida, dominados como han estado por un despotismo militar enervante, y por explotaciones inicuas, que han arrojado a las clases más numerosas a la desesperación y a la ruina.

Ya antes dije que el deber primordial del gobierno es facilitar las condiciones necesarias para la organización del derecho, o, lo que es lo mismo, cuidar de que se mantengan intactas todas las manifestaciones de libertad individual, para que desarrollándose el elemento social, pueda, a la vez que conseguirse la coexistencia pacífica de todas las actividades, realizarse la unidad de esfuerzos y tendencias en orden a la prosecución del fin común: la felicidad de todos los asociados.

Por esta razón, lo primero que debe hacer la Constitución política de un pueblo es garantizar, de la manera más amplia y completa posible, la libertad humana, para evitar que el gobierno, a pretexto del orden o de la paz, motivos que siempre alegan los tiranos para justificar sus atenta-dos, tenga alguna vez inclinación de limitar el derecho y no respetar su uso íntegro, atribuyéndose la facultad exclusiva de dirigir la iniciativa individual y la actividad social, esclavizando al hombre y a la sociedad bajo su voluntad omnipotente.

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La Constitución de 1857 hizo, según antes he expresado, la declaración de que los derechos del hombre son la base y objeto de todas las institu-ciones sociales; pero, con pocas excepciones, no otorgó a esos derechos las garantías debidas, lo que tampoco hicieron las leyes secundarias, que no llegaron a castigar severamente la violación de aquellas, porque sólo fi jaron penas nugatorias, por insignifi cantes, que casi nunca se hicieron efectivas. De manera que sin temor de incurrir en exageración, puede decirse que a pesar de la Constitución mencionada, la libertad individual quedó por completo a merced de los gobernantes.

El número de atentados contra la libertad y sus diversas manifesta-ciones, durante el período en que la Constitución de 1857 ha estado en vigor es sorprendente; todos los días ha habido quejas contra los abusos y excesos de la autoridad, de uno a otro extremo de la República; y sin embargo de la generalidad del mal y de los trastornos que constantemente ocasionaba, la autoridad judicial de la federación no hizo esfuerzos para reprimirlo, ni mucho menos para castigarlo.

La imaginación no puede fi gurarse el sinnúmero de amparos por consignación al servicio de las armas, ni contra las arbitrariedades de los jefes políticos, que fueron, más que los encargados de mantener el orden, los verdugos del individuo y de la sociedad; y de seguro que causaría, ya no sorpresa, sino asombro, aun a los espíritus más despreocupados y más insensibles a las desdichas humanas, si en estos momentos pudieran contarse todos los atentados que la autoridad judicial federal no quiso o no pudo reprimir.

La simple declaración de derechos, bastante en un pueblo de cultura elevada, en que la sola proclamación de un principio fundamental de orden social y político es sufi ciente para imponer respeto, resulta un valladar ilusorio donde, por una larga tradición y por usos y costumbres inveterados, la autoridad ha estado investida de facultades omnímodas, donde se ha atribuido poderes para todo y donde el pueblo no tiene otra cosa que hacer más que callar y obedecer.

A corregir ese mal tienden las diversas reformas que el gobierno de mi cargo propone, respecto a la sección primera del título primero de la Constitución de 1857, y abrigo la esperanza de que con ellas y con los

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castigos severos que el código penal imponga a la conculcación de las garantías individuales, se conseguirá que los agentes del poder público sean lo que deben ser: instrumentos de seguridad social, en vez de ser lo que han sido, los opresores de los pueblos que han tenido la desgracia de caer en sus manos.

Prolijo sería enumerar una por una todas las reformas que sobre este particular se proponen en el proyecto que traigo a vuestro conocimien-to; pero séame permitido hablar de algunas, para llamar de una manera especial vuestra atención sobre la importancia que revisten.

El artículo 14 de la Constitución de 1857, que en concepto de los constituyentes, según el texto de aquel y el tenor de las discusiones a que dio lugar, no se refirió más que a los juicios del orden penal, después de muchas vacilaciones y de resoluciones encontradas de la Suprema Cor-te, vino definitivamente a extenderse a los juicios civiles, lo que dio por resultado, según antes expresé, que la autoridad judicial de la federación se convirtiese en revisora de todos los actos de las autoridades judiciales de los estados; que el poder central, por la sugestión en que tuvo siempre a la Corte, pudiese ingerirse en la acción de los tribunales comunes, ya con motivo de un interés político, ya para favorecer los intereses de algún amigo o protegido, y que debido al abuso del amparo, se recargasen las labores de la autoridad judicial federal y se entorpeciese la marcha de los juicios del orden común.

Sin embargo, de esto hay que reconocer que en el fondo de la tendencia a dar al artículo 14 una extensión indebida, estaba la necesidad ingente de reducir a la autoridad judicial de los estados a sus justos límites, pues bien pronto se palpó que convertidos los jueces en instrumentos ciegos de los gobernadores, que descaradamente se inmiscuían en asuntos que estaban por completo fuera del alcance de sus atribuciones, se hacía preciso tener un recurso, acudiendo a la autoridad judicial federal para reprimir tantos excesos.

Así se desprende de la reforma que se le hizo, el 12 de diciembre de 1908, al artículo 102 de la Constitución de 1857, reforma que, por lo demás, estuvo muy lejos de alcanzar el objeto que se proponía, toda vez que no hizo otra cosa que complicar más el mecanismo del juicio de

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amparo, ya de por sí intrincado y lento, y que la Suprema Corte procu-ró abrir tantas brechas a la expresada reforma, que en poco tiempo la dejó enteramente inútil.

El pueblo mexicano está ya tan acostumbrado al amparo en los juicios civiles, para librarse de las arbitrariedades de los jueces, que el gobierno de mi cargo ha creído que sería no sólo injusto, sino impolítico, privarlo ahora de tal recurso, estimando que bastará limitarlo únicamente a los casos de verdadera y positiva necesidad, dándole un procedimiento fácil y expedito para que sea efectivo, como se servirá ver la Cámara en las bases que se proponen para su reglamentación.

El artículo 20 de la Constitución de 1857 señala las garantías que todo acusado debe tener en un juicio criminal; pero en la práctica esas garantías han sido enteramente inefi caces, toda vez que, sin violarlas literalmente, al lado de ellas se han seguido prácticas verdaderamente inquisitoriales, que dejan por regla general a los acusados sujetos a la acción arbitraria y despótica de los jueces y aun de los mismos agentes o escribientes suyos.

Conocidas son de ustedes, señores diputados, y de todo el pueblo mexi-cano, las incomunicaciones rigurosas, prolongadas en muchas ocasiones por meses enteros, unas veces para castigar a presuntos reos políticos, otras para amedrentar a los infelices sujetos a la acción de los tribunales del crimen y obligarlos a hacer confesiones forzadas, casi siempre falsas, que sólo obedecían al deseo de librarse de la estancia en calabozos inmundos, en que estaban seriamente amenazadas su salud y su vida.

El procedimiento criminal en México ha sido hasta hoy, con ligerísi-mas variantes, exactamente el mismo que dejó implantado la dominación española, sin que se haya llegado a templar en lo más mínimo su dureza, pues esa parte de la legislación mexicana ha quedado enteramente atra-sada, sin que nadie se haya preocupado en mejorarla.

Diligencias secretas y procedimientos ocultos de que el reo no debía tener conocimiento, como si no se tratase en ellos de su libertad o de su vida; restricciones del derecho de defensa, impidiendo al mismo reo y a su defensor asistir a la recepción de pruebas en su contra, como si se tratase de actos indiferentes que de ninguna manera podrían afectarlo

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y, por último, dejar la suerte de los reos casi siempre entregada a las ma-quinaciones fraudulentas y dolosas de los escribientes, que por pasión o por vil interés alteraban sus propias declaraciones, las de los testigos que deponían en su contra, y aun las de los que se presentaban a declarar en su favor.

La ley concede al acusado la facultad de obtener su libertad bajo fianza durante el curso de su proceso; pero tal facultad quedó siempre sujeta al arbitrio caprichoso de los jueces, quienes podían negar la gracia con sólo decir que tenían temor de que el acusado se fugase y se sustrajera a la acción de la justicia.

Finalmente, hasta hoy no se ha expedido ninguna ley que fije, de una manera clara y precisa, la duración máxima de los juicios penales, lo que ha autorizado a los jueces para detener a los acusados por tiempo mayor del que fija la ley al delito de que se trata, resultando así prisiones injustificadas y enteramente arbitrarias.

A remediar todos esos males tienden las reformas del citado artículo 20.

El artículo 21 de la Constitución de 1857 dio a la autoridad adminis-trativa la facultad de imponer como corrección hasta quinientos pesos de multa, o hasta un mes de reclusión en los casos y modo que expresamente determine la ley, reservando a la autoridad judicial la aplicación exclusi- va de las penas propiamente tales.

Este precepto abrió una anchísima puerta al abuso, pues la autoridad administrativa se consideró siempre en posibilidad de imponer sucesi- vamente y a su voluntad, por cualquier falta imaginaria, un mes de re-clusión, mes que no terminaba en mucho tiempo.

La reforma que sobre este particular se propone, a la vez que confir-ma a los jueces la facultad exclusiva de imponer penas, sólo concede a la autoridad administrativa castigar la infracción de los reglamentos de policía, que por regla general sólo da lugar a penas pecuniarias y no a reclusión, la que únicamente se impone cuando el infractor no puede pagar la multa.

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Pero la reforma no se detiene allí, sino que propone una innovación que de seguro revolucionará completamente el sistema procesal que durante tanto tiempo ha regido en el país, no obstante todas sus imper-fecciones y defi ciencias.

Las leyes vigentes, tanto en el orden federal como en el común, han adoptado la institución del ministerio público, pero tal adopción ha sido nominal, porque la función asignada a los representantes de aquel, tiene carácter meramente decorativo para la recta y pronta administración de justicia.

Los jueces mexicanos han sido, durante el período corrido desde la consumación de la independencia hasta hoy, iguales a los jueces de la época colonial: ellos son los encargados de averiguar los delitos y buscar las pruebas, a cuyo efecto siempre se han considerado autorizados a em-prender verdaderos asaltos contra los reos, para obligarlos a confesar, lo que sin duda alguna desnaturaliza las funciones de la judicatura.

La sociedad entera recuerda horrorizada los atentados cometidos por jueces que, ansiosos de renombre, veían con positiva fruición que llegase a sus manos un proceso que les permitiera desplegar un sistema com-pleto de opresión, en muchos casos contra personas inocentes y en otros contra la tranquilidad y el honor de las familias, no respetando, en sus inquisiones, ni las barreras mismas que terminantemente establecía la ley.

La misma organización del ministerio público, a la vez que evitará ese sistema procesal tan vicioso, restituyendo a los jueces toda la dignidad y toda la respetabilidad de la magistratura, dará al ministerio público toda la importancia que le corresponde, dejando exclusivamente a su car-go la persecución de los delitos, la busca de los elementos de convicción, que ya no se hará por procedimientos atentatorios y reprobados, y la aprehensión de los delincuentes.

Por otra parte, el ministerio público, con la policía judicial represiva a su disposición, quitará a los presidentes municipales y a la policía común la posibilidad que hasta hoy han tenido de aprehender a cuantas personas juzgan sospechosas, sin más méritos que su criterio particular.

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Con la institución del ministerio público, tal como se propone, la libertad individual quedará asegurada; porque según el artículo 16, nadie podrá ser detenido sino por orden de la autoridad judicial, la que no podrá expedirla sino en los términos y con los requisitos que el mismo artículo exige.

El artículo 27 de la Constitución de 1857 faculta para ocupar la pro-piedad de las personas sin el consentimiento de ellas y previa indemni-zación, cuando así lo exija la utilidad pública. Esta facultad es, a juicio del gobierno de mi cargo, suficiente para adquirir tierras y repartirlas en la forma que se estime conveniente entre el pueblo que quiera dedicarse a los trabajos agrícolas, fundando así la pequeña propiedad, que debe fomentarse a medida que las públicas necesidades lo exijan.

La única reforma que con motivo de este artículo se propone, es que la declaración de utilidad sea hecha por la autoridad administrativa corres-pondiente, quedando sólo a la autoridad judicial la facultad de intervenir para fijar el justo valor de la cosa de cuya expropiación se trata.

El artículo en cuestión, además de dejar en vigor la prohibición de las Leyes de Reforma sobre la capacidad de las corporaciones civiles y eclesiásticas para adquirir bienes raíces, establece también la incapacidad en las sociedades anónimas, civiles y comerciales, para poseer y admi-nistrar bienes raíces, exceptuando de esa incapacidad a las instituciones de beneficencia pública y privada, únicamente por lo que hace a los bienes raíces estrictamente indispensables y que se destinen de una ma- nera inmediata y directa al objeto de dichas instituciones, facultándolas para que puedan tener sobre los mismos bienes raíces, capitales impues-tos e intereses, los que no serán mayores, en ningún caso, del que se fije como legal y por un término que no exceda de diez años.

La necesidad de esta reforma se impone por sí sola, pues nadie igno-ra que el clero, incapacitado para adquirir bienes raíces, ha burlado la prohibición de la ley, cubriéndose de sociedades anónimas; y como por otra parte, estas sociedades han emprendido en la República la empresa de adquirir grandes extensiones de tierra, se hace necesario poner a este

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mal un correctivo pronto y efi caz, porque, de lo contrario, no tardaría el territorio nacional en ir a parar, de hecho o de una manera fi cticia, en manos de extranjeros.

En otra parte se os consulta la necesidad de que todo extranjero, al adquirir bienes raíces en el país, renuncie expresamente a su nacionali-dad, con relación a dichos bienes, sometiéndose en cuanto a ellos, de una manera completa y absoluta, a las leyes mexicanas, cosa que no sería fácil de conseguir respecto de las sociedades, las que, por otra parte, consti-tuyen, como se acaba de indicar, una amenaza seria de monopolización de la propiedad territorial de la República.

Finalmente, el artículo en cuestión establece la prohibición expre-sa de que las instituciones de benefi cencia privada puedan estar a cargo de corporaciones religiosas y de los ministros de los cultos, pues de lo contrario, se abriría nuevamente la puerta al abuso.

Con estas reformas al artículo 27, con la que se consulta para el ar-tículo 28 a fi n de combatir efi cazmente los monopolios y asegurar en todos los ramos de la actividad humana la libre concurrencia, la que es indispensable para asegurar la vida y el desarrollo de los pueblos, y con la facultad que en la reforma de la fracción 20 del artículo 72 se confi ere al poder Legislativo federal, para expedir leyes sobre el trabajo, en las que se implantarán todas las instituciones del progreso social en favor de la clase obrera y de todos los trabajadores; con la limitación del número de horas y trabajo, de manera que el operario no agote sus energías y sí tenga tiempo para el descanso y el solaz y para atender al cultivo de su espíritu, para que pueda frecuentar el trato de sus vecinos, el que engendra simpa-tías y determina hábitos de cooperación para el logro de la obra común; con las responsabilidades de los empresarios para los casos de acciden-tes; con los seguros para los casos de enfermedad y de vejez; con la fi jación del salario mínimo bastante para subvenir a las necesidades primordia-les del individuo y de la familia y para asegurar y mejorar su situación; con la ley del divorcio, que ha sido entusiastamente recibida por las di-versas clases sociales como medio de fundar la familia sobre los vínculos del amor y no sobre las bases frágiles del interés y de la conveniencia del dinero; con las leyes que pronto se expedirán para establecer la familia

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sobre bases más racionales y más justas, que eleven a los consortes a la alta misión que la sociedad y la naturaleza ponen a su cargo, de propagar la especie y fundar la familia; con todas estas reformas, repito, espera fundadamente el gobierno de mi cargo que las instituciones políticas del país responderán satisfactoriamente a las necesidades sociales, y que esto, unido a que las garantías protectoras de la libertad individual serán un hecho efectivo y no meras promesas irrealizables, y que la división entre las diversas ramas del poder público tendrá realización inmediata, fundará la democracia mexicana, o sea el gobierno del pueblo de México por la cooperación espontánea, eficaz y consciente de todos los individuos que la forman, los que buscarán su bienestar en el reinado de la ley y en el imperio de la justicia, consiguiendo que esta sea igual para todos los hombres, que defienda todos los intereses legítimos y que ampare a todas las aspiraciones nobles.

En la reforma al artículo 30 de la Constitución de 1857, se ha creído necesario definir, con toda precisión y claridad, quiénes son los mexi-canos por nacimiento y quiénes tienen esa calidad por naturalización, para dar término a la larga disputa que en épocas no remotas se estuvo sosteniendo sobre si el hijo de un extranjero nacido en el país, que al llegar a la mayor edad opta por la ciudadanía mexicana, debía de tenerse o no como mexicano por nacimiento.

Al proyectar la reforma de los artículos 35 y 36 de la Constitución de 1857, se presentó la antigua y muy debatida cuestión de si debe conce-derse el voto activo a todos los ciudadanos sin excepción alguna, o si por el contrario, hay que otorgarlo solamente a los que están en aptitud de darlo de una manera eficaz, ya por su ilustración o bien por su situación económica, que les dé un interés mayor en la gestión de la cosa pública.

Para que el ejercicio del derecho al sufragio sea una positiva y verda-dera manifestación de la soberanía, nacional, es indispensable que sea general, igual para todos, libre y directo; porque faltando cualquiera de estas condiciones, o se convierte en una prerrogativa de clase, o es un mero artificio para disimular usurpaciones de poder, o da por resultado imposiciones de gobernantes contra la voluntad clara y manifiesta del pueblo.

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De esto se desprende que, siendo el sufragio una función esencialmen-te colectiva, toda vez que es la condición indispensable del ejercicio de la soberanía, debe ser atribuido a todos los miembros del cuerpo social, que comprendan el interés y el valor de esa altísima función.

Esto autorizaría a concluir que el derecho electoral sólo debe otorgarse a aquellos individuos que tengan plena conciencia de la alta fi nalidad a que aquel tiende; lo que excluiría, por lo tanto, a quienes por su ignorancia, su descuido o indiferencia sean incapaces de desempeñar debidamente esa función, cooperando de una manera espontánea y efi caz al gobierno del pueblo por el pueblo.

Sin embargo de esto, y no dejando de reconocer que lo que se acaba de exponer es una verdad teórica, hay en el caso de México factores o antecedentes históricos que obligan a aceptar una solución distinta de la que lógicamente se desprende de los principios de la ciencia política.

La revolución que capitanearon los caudillos que enarbolaron la ban-dera de Ayutla, tuvo por objeto acabar con la dictadura militar y con la opresión de las clases en que estaba concentrada la riqueza pública; y como aquella revolución fue hecha por las clases inferiores, por los ignorantes y los oprimidos, la Constitución de 1857, que fue su resultado, no pudo racionalmente dejar de conceder a todos, sin distinción, el derecho de sufragio, ya que habría sido una inconsecuencia negar al pueblo todas las ventajas de su triunfo.

La revolución que me ha cabido en suerte dirigir, ha tenido también por objeto destruir la dictadura militar, desentrañando por completo sus raíces, y dar a la nación todas las condiciones de vida necesarias para su desarrollo; y como han sido las clases ignorantes las que más han sufrido, porque son ellas sobre las que han pesado con toda su rudeza el despotismo cruel y la explotación insaciable, sería, ya no diré una simple inconsecuencia, sino un engaño imperdonable, quitarles hoy lo que tenían anteriormente conquistado.

El gobierno de mi cargo considera, por tanto, que sería impolítico e inoportuno en estos momentos, después de una gran revolución popular, restringir el sufragio, exigiendo para otorgarlo la única condición que

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racionalmente puede pedirse, la cual es que todos los ciudadanos ten-gan la instrucción primaria bastante para que conozcan la importancia de la función electoral y puedan desempeñarla en condiciones fructuosas para la sociedad.

Sin embargo de esto, en la reforma que tengo la honra de proponeros, con motivo del derecho electoral, se consulta la suspensión de la calidad de ciudadano mexicano a todo el que no sepa hacer uso de la ciudada- nía debidamente.

El que ve con indiferencia los asuntos de la República, cualesquie- ra que sean, por lo demás, su ilustración o situación económica, demues-tra a las claras el poco interés que tiene por aquella, y esta indiferencia amerita que se le suspenda la prerrogativa de que se trata.

El gobierno de mi cargo cree que en el anhelo constante demostrado por las clases inferiores del pueblo mexicano, para alcanzar un bienestar de que hasta hoy han carecido, las capacita ampliamente para que, lle-gado el momento de designar mandatarios, se fijen en aquellos que más confianza les inspiren para representarlas en la gestión de la cosa pública.

Por otra parte, el gobierno emanado de la revolución, y esto le consta a la República entera, ha tenido positivo empeño en difundir la instrucción por todos los ámbitos sociales; y yo creo fundadamente que el impulso dado, no sólo se continuará, sino que se intensificará cada día, para hacer de los mexicanos un pueblo culto, capaz de comprender sus altos destinos y de prestar al gobierno de la nación una cooperación tan sólida y eficaz, que haga imposible, por un lado, la anarquía y, por otro, la dictadura.

El municipio independiente, que es sin disputa una de las grandes con-quistas de la revolución, como que es la base del gobierno libre, conquista que no sólo dará libertad política a la vida municipal, sino que también le dará independencia económica, supuesto que tendrá fondos y recursos propios para la atención de todas sus necesidades, sustrayéndose así a la voracidad insaciable que de ordinario han demostrado los gobernadores, y una buena ley electoral que tenga a estos completamente alejados del voto público y que castigue con toda severidad toda tentativa para violarlo,

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establecerá el poder electoral sobre bases racionales que le permitirán cumplir su cometido de una manera bastante aceptable.

De la organización del poder electoral, de que se ocupará de manera preferente el próximo Congreso Constitucional, dependerá en gran parte que el Poder Legislativo no sea un mero instrumento del Poder Ejecutivo, pues electos por el pueblo sus representantes, sin la menor intervención del poder central, se tendrán Cámaras que de verdad se preocupen por los intereses públicos, y no camarillas opresoras y perturbadoras, que sólo van arrastradas por el afán de lucro y medro personal, porque no hay que perder de vista ni por un momento, que las mejores instituciones fracasan y son letra muerta cuando no se practican y que sólo sirven, como he dicho antes y lo repito, para cubrir con el manto de la legalidad la imposición de mandatarios contra la voluntad de la nación.

La división de las ramas del poder público obedece, según antes ex-presé, a la idea fundamental de poner límites preciosos a la acción de los representantes de la nación, a fi n de evitar que ejerzan, en perjuicio de ella, el poder que se les confi ere; por lo tanto, no sólo haya la necesidad imprescindible de señalar a cada departamento una esfera bien defi nida, sino que también la hay de relacionarlos entre sí, de manera que el uno no se sobreponga al otro y no se susciten entre ellos confl ictos o choques que podrían entorpecer la marcha de los negocios públicos y aun llegar hasta alterar el orden y la paz de la República.

El Poder Legislativo, que por naturaleza propia de sus funciones, tiende siempre a intervenir en las de los otros, estaba dotado en la Constitución de 1857, de facultades que le permitían estorbar o hacer embarazosa y difícil la marcha del Poder Ejecutivo, o bien sujetarlo a la voluntad capri-chosa de una mayoría fácil de formar en las épocas de agitación, en que regularmente predominan las malas pasiones y los intereses bastardos.

Encaminadas a lograr ese fi n, se proponen varias reformas de las que, la principal, es quitar a la Cámara de Diputados el poder de juzgar al pre-sidente de la República y a los demás altos funcionarios de la federación, facultad que fue, sin duda, la que motivó que en las dictaduras pasadas se procurase siempre tener diputados serviles, a quienes manejaban como autómatas.

119Discurso de Venustiano Carranza en el inicio de sesiones del Congreso Constituyente en diciembre de 1916

El Poder Legislativo tiene incuestionablemente el derecho y el deber de inspeccionar la marcha de todos los actos del gobierno, a fin de lle- nar debidamente su cometido, tomando todas las medidas que juzgue convenientes para normalizar la acción de aquel; pero cuando la investi-gación no debe ser meramente informativa, para juzgar de la necesidad e improcedencia de una medida legislativa, sino que afecta a un carácter meramente judicial, la reforma faculta tanto a las Cámaras como al mismo Poder Ejecutivo, para excitar a la Suprema Corte a que comisione a uno o algunos de sus miembros, o a un magistrado de circuito, o a un juez de distrito, o a una comisión nombrada por ella para abrir la averigua-ción correspondiente, únicamente para esclarecer el hecho que se desea conocer; cosa que indiscutiblemente no podrían hacer los miembros del Congreso, los que de ordinario tenían que conformarse con los informes que quisieran rendirles las autoridades inferiores.

Esta es la oportunidad, señores diputados, de tocar una cuestión que es casi seguro se suscitará entre vosotros, ya que en los últimos años se ha estado discutiendo, con el objeto de hacer aceptable cierto sistema de gobierno que se recomienda como infalible, por una parte, contra la dictadura, y por la otra, contra la anarquía, entre cuyos extremos han oscilado constantemente, desde su independencia, los pueblos latinoa-mericanos, a saber: el régimen parlamentario.

Creo no sólo conveniente, sino indispensable, deciros, aunque sea someramente, los motivos que he tenido para no aceptar dicho sistema entre las reformas que traigo al conocimiento de vosotros. Tocqueville observó en el estudio de la historia de los pueblos de América de origen español, que estos van a la anarquía cuando se cansan de obedecer, y a la dictadura cuando se cansan de destruir; considerando que esta oscilación entre el orden y el desenfreno, es la ley fatal que ha regido y regirá por mucho tiempo a los pueblos mencionados.

No dijo el estadista referido cuál sería, a su juicio, el medio de librar-se de esa maldición, cosa que le habría sido enteramente fácil con sólo observar los antecedentes del fenómeno y de las circunstancias en que siempre se ha reproducido.

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Los pueblos latinoamericanos, mientras fueron dependencias de España, estuvieron regidos por mano de hierro; no había más voluntad que la del virrey; no existían derechos para el vasallo; el que alteraba el orden, ya propalando teorías disolventes o que simplemente socavaban los cimientos de la fe o de la autoridad, o ya procurando dar pábulo a la rebelión, no tenía más puerta de escape que la horca.

Cuando las luchas de independencia rompieron las ligaduras que ataban a esos pueblos a la metrópoli, deslumbrados con la grandiosidad de la Revolución francesa, tomaron para sí todas sus reivindicaciones, sin pensar que no tenían hombres que los guiasen en tan ardua tarea, y que no estaban preparados para ella.

Las costumbres de gobierno no se imponen de la noche a la mañana; para ser libre no basta quererlo, sino que es necesario también saberlo ser.

Los pueblos de que se trata, han necesitado y necesitan todavía de gobiernos fuertes, capaces de contener dentro del orden a poblaciones indisciplinadas, dispuestas a cada instante y con el más fútil pretexto a desbordarse, cometiendo toda clase de desmanes; pero por desgracia, en ese particular se ha caído en la confusión y por gobierno fuerte se ha tomado al gobierno despótico.

Error funesto que ha fomentado las ambiciones de las clases superiores, para poder apoderarse de la dirección de los negocios públicos.

En general, siempre ha habido la creencia de que no se puede conservar el orden sin pasar sobre la ley, y esta y no otra es la causa de la ley fatal de que habla Tocqueville; porque la dictadura jamás producirá el orden, como las tinieblas no pueden producir la luz.

Así, pues, disípese el error, enséñese al pueblo a que no es posible que pueda gozar de sus libertades si no sabe hacer uso de ellas, o lo que es igual, que la libertad tiene por condición el orden, y que sin este aquella es imposible.

Constrúyase sobre esa base el gobierno de las naciones latinoameri-canas y se habrá resuelto el problema.

121Discurso de Venustiano Carranza en el inicio de sesiones del Congreso Constituyente en diciembre de 1916

En México, desde su independencia hasta hoy, de los gobiernos legales que han existido, unos cuantos se apegaron a este principio, como el de Juárez, y por eso pudieron salir avantes; los otros, como los de Guerrero y Madero, tuvieron que sucumbir, por no haberlo cumplido. Quisieron imponer el orden enseñando la ley, y el resultado fue el fracaso.

Si, por una parte, el gobierno debe ser respetuoso de la ley y de las instituciones por la otra debe ser inexorable con los trastornadores del orden y con los enemigos de la sociedad: sólo así pueden sostenerse las naciones y encaminarse hacia el progreso.

Los constituyentes de 1857 concibieron bien el Poder Ejecutivo: libre en su esfera de acción para desarrollar su política, sin más limitación que respetar la ley; pero no completaron el pensamiento, porque restaron al Poder Ejecutivo prestigio, haciendo mediata la elección del presidente, y así su elección fue, no la obra de la voluntad del pueblo, sino el producto de las combinaciones fraudulentas de los colegios electorales.

La elección directa del presidente y la no reelección, que fueron las conquistas obtenidas por la revolución de 1910, dieron, sin duda, fuerza al gobierno de la Nación, y las reformas que ahora propongo coronarán la obra. El presidente no quedará más a merced del Poder Legislativo, el que no podrá tampoco invadir fácilmente sus atribuciones.

Si se designa al presidente directamente por el pueblo, y en contacto constante con él por medio del respeto a sus libertades, por la partici- pación amplia y efectiva de este en los negocios públicos, por la con- sideración prudente de las diversas clases sociales y por el desarrollo de los intereses legítimos, el presidente tendrá indispensablemente su sostén en el mismo pueblo; tanto contra la tentativa de cámaras invaso-ras, como contra las invasiones de los pretorianos. El gobierno, enton- ces, será justo y fuerte. Entonces la ley fatal de Tocqueville habrá dejado de tener aplicación.

Ahora bien, ¿qué es lo que se pretende con la tesis del gobierno parla-mentario? Se quiere nada menos que quitar al presidente sus facultades gubernamentales para que las ejerza el Congreso, mediante una comisión

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de su seno, denominada “gabinete”. En otros términos, se trata de que el presidente personal desaparezca, quedando de él una fi gura decorativa.

¿En dónde estaría entonces la fuerza del gobierno? En el Parlamento. Y como este, en su calidad de deliberante, es de ordinario inepto para la administración, el gobierno caminaría siempre a tientas, temeroso a cada instante de ser censurado.

El parlamentarismo se comprende en Inglaterra y en España, en donde ha signifi cado una conquista sobre el antiguo poder absoluto de los reyes; se explica en Francia, porque esta nación, a pesar de su forma republicana de gobierno, está siempre infl uida por sus antecedentes monárquicos; pero entre nosotros no tendría ningunos antecedentes, y sería cuando menos imprudente lanzarnos a la experiencia de un gobierno débil, cuando tan fácil es robustecer y consolidar el sistema de gobierno de presidente personal, que nos dejaron los constituyentes de 1857.

Por otra parte, el régimen parlamentario supone forzosa y necesaria-mente dos o más partidos políticos perfectamente organizados, y una cantidad considerable de hombres en cada uno de esos partidos, entre los cuales puedan distribuirse frecuentemente las funciones guberna-mentales.

Ahora bien, como nosotros carecemos todavía de las dos condicio-nes a que acabo de referirme, el gobierno se vería constantemente en la difi cultad de integrar el gabinete, para responder a las frecuentes crisis ministeriales.

Tengo entendido que el régimen parlamentario no ha dado el mejor resultado en los pocos países latinoamericanos en que ha sido adoptado; pero para mí la prueba más palmaria de que no es un sistema de gobierno del que se puedan esperar grandes ventajas, está en que los Estados Uni-dos del norte, que tienen establecido en sus instituciones democráticas el mismo sistema de presidente personal, no han llegado a pensar en dicho régimen parlamentario, lo cual signifi ca que no le conceden valor práctico de ninguna especie.

A mi juicio, lo más sensato, lo más prudente y a la vez lo más conforme con nuestros antecedentes políticos, y lo que nos evitará andar haciendo

123Discurso de Venustiano Carranza en el inicio de sesiones del Congreso Constituyente en diciembre de 1916

ensayos con la adopción de sistemas extranjeros propios de pueblos de cultura, de hábitos y de orígenes diversos del nuestro, es, no me cansaré de repetirlo, constituir el gobierno de la República respetando escrupulo-samente esa honda tendencia a la libertad, a la igualdad y a la seguridad de sus derechos, que siente el pueblo mexicano.

Porque no hay que perder de vista, y sí, por el contrario, tener cons-tantemente presente, que las naciones, a medida que más avanzan, más sienten la necesidad de tomar su propia dirección para poder conservar y ensanchar su vida, dando a todos los elementos sociales el goce completo de sus derechos y todas las ventajas que de ese goce resultan, entre otras, el auge poderoso de la iniciativa individual.

Este progreso social es la base sobre la que debe establecerse el pro-greso político; porque los pueblos se persuaden muy fácilmente de que el mejor arreglo constitucional, es el que más protege el desarrollo de la vida individual y social, fundado en la posesión completa de las liber-tades del individuo, bajo la ineludible condición de que este no lesione el derecho de los demás.

Conocida os es ya, señores diputados, la reforma que recientemente hizo el gobierno de mi cargo a los artículos 78, 80, 81 y 82 de la Consti-tución Federal, suprimiendo la vicepresidencia y estableciendo un nuevo sistema para sustituir al presidente de la República tanto en sus faltas temporales, como en las absolutas; y aunque en la parte expositiva del decreto respectivo se explicaron los motivos de dicha reforma, creo, sin embargo, conveniente llamar vuestra atención sobre el particular.

La vicepresidencia, que en otros países ha logrado entrar en las cos-tumbres y prestado muy buenos servicios, entre nosotros, por una serie de circunstancias desgraciadas, llegó a tener una historia tan funesta, que en vez de asegurar la sucesión presidencial de una manera pacífica en caso inesperado, no hizo otra cosa que debilitar al gobierno de la República.

Y en efecto, sea que cuando ha estado en vigor esta institución haya tocado la suerte de que la designación de vicepresidente recayera en hombres faltos de escrúpulos, aunque sobrados de ambición; sea que la falta de costumbres democráticas y la poca o ninguna honradez de

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los que no buscan en la política la manera de cooperar útilmente con el gobierno de su país, sino sólo el medio de alcanzar ventajas reprobadas, con notorio perjuicio de los intereses públicos, es lo cierto que el vice-presidente, queriéndolo o sin pretenderlo, cuando menos lo esperaba en este caso, quedaba convertido en el foco de la oposición, en el centro a donde convergían y del que irradiaban todas las malquerencias y todas las hostilidades, en contra de la persona a cuyo cargo estaba el poder supremo de la República.

La vicepresidencia en México ha dado el espectáculo de un funciona-rio, el presidente de la República, al que se trata de lanzar de su puesto por inútil o por violador de la ley; y de otro funcionario que trata de operar ese lanzamiento para substituirlo en el puesto, quedando después en él, sin enemigo al frente.

En los últimos períodos del gobierno del general Díaz, el vicepresi-dente de la República sólo fue considerado como el medio inventado por el cientifi cismo para poder conservar, llegado el caso de que aquel falta-se, el poder, en favor de todo el grupo, que lo tenía ya monopolizado.

La manera de substituir las faltas del presidente de la República, adop-tada en el sistema establecido por las reformas de que he hecho referencia, llena, a mi juicio, su objeto, de una manera satisfactoria.

Es de buena política evitar las agitaciones a que siempre dan lugar las luchas electorales, las que ponen en movimiento grandes masas de intereses que se agitan alrededor de los posibles candidatos.

El sistema de suplir las faltas de que se trata por medio de los secre-tarios de Estado, llamándolos conforme al número que les da la ley que los establece, dejaba sencillamente a la voluntad absoluta del presidente de la República la designación de su sucesor.

El sistema adoptado por el gobierno de mi cargo no encontrará nin-guno de esos escollos; pues la persona que conforme a él debe suplir las faltas temporales o absolutas del presidente de la República, tendrá un origen verdaderamente popular, y puesto que siendo los miembros del

125Discurso de Venustiano Carranza en el inicio de sesiones del Congreso Constituyente en diciembre de 1916

Congreso de la Unión representantes legítimos del pueblo, recibirán, con el mandato de sus electores, el de proveer, llegada la ocasión, de presidente de la República.

Otra reforma sobre cuya importancia y trascendencia quiero, señores diputados, llamar vuestra atención, es la que tiende a asegurar la com-pleta independencia del Poder Judicial, reforma que, lo mismo que la que ha modificado la duración del cargo de presidente de la República, está revelando claramente la notoria honradez y decidido empeño con que el gobierno emanado de la Revolución está realizando el programa proclamado en la Heroica Veracruz el 12 de diciembre de 1914, supuesto que uno de los anhelos más ardientes y más hondamente sentidos por el pueblo mexicano, es el de tener tribunales independientes que hagan efectivas las garantías individuales contra los atentados y excesos de los agentes del poder público y que protejan el goce quieto y pacífico de los derechos civiles de que ha carecido hasta hoy.

Señores diputados, no fatigaré por más tiempo vuestra atención, pues larga y cansada sería la tarea de hablaros de las demás reformas que contiene el proyecto que tengo la honra de poner en vuestras manos, reformas todas tendentes a asegurar las libertades públicas por medio del imperio de la ley, a garantizar los derechos de todos los mexicanos por el funcionamiento de una justicia administrada por hombres probos y aptos, y a llamar al pueblo a participar, de cuantas maneras sea posible, en la gestión administrativa.

El gobierno de mi cargo cree haber cumplido su labor en el límite de sus fuerzas, y si en ello no ha obtenido todo el éxito que fuera de desear-se, esto debe atribuirse a que la empresa es altamente difícil y exige una atención constante que me ha sido imposible consagrarle, solicitado, como he estado constantemente, por las múltiples dificultades a que he tenido que atender.

Toca ahora a ustedes coronar la obra, a cuya ejecución espero se de-diquen con toda la fe, con todo el ardor y con todo el entusiasmo que de ustedes espera nuestra patria, la que tiene puestas en ustedes sus esperan-zas y aguarda ansiosa el instante en que le den instituciones sabias y justas.

Querétaro, Qro. 1° de diciembre de 1916.

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127La historia y la acción Jesús Reyes Heroles

Revista Mexicana de Cultura Política NAVol. 2 / Núm. 7

La historia y la acción*

Jesús Reyes Heroles

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Nota introductoria del editor

En agosto de 1968, cuando Jesús Reyes Heroles pronunció la conferen-cia “La historia y la acción” con motivo de su ingreso a la Academia Mexicana de la Historia, ya había andado distintos caminos en la

política mexicana. En el mismo año en que ingresó a la Escuela Nacional de Jurisprudencia de la UNAM a estudiar Derecho –en 1939– comenzó sus actividades en el Partido Nacional Revolucionario, antecesor del Partido Revolucionario Institucional. Apenas concluidos sus estudios universitarios fue contratado como asesor en la Secretaría del Trabajo, cargo que después tendría en la Presidencia de la República, lo cual retrata un desempeño sobresaliente si se considera el escaso tiempo que había transcurrido después de terminar sus estudios profesionales. El presidente Adolfo López Mateos le asignó un alto encargo en el Instituto Mexicano del Seguro Social y en 1961 fue electo diputado federal. Era director general de Petróleos Mexicanos cuando le fue otorgado el sillón número 10 en la Academia Mexicana de la Historia, en reconocimiento a una larga trayectoria académica que siguió en forma paralela a su actividad en los cargos públicos; de entre su extensa obra, la más destacada es sin duda El liberalismo en México.

“La historia y la acción” es un texto peculiarmente relevante porque no sólo fue su conferencia en la ceremonia que marcaba su inicio como miembro de la Academia sino porque representa algo parecido a una de-finición de sí mismo. Aborda los dos elementos en los que transcurrió su pensar y su hacer: la historia y la acción. Reyes Heroles analiza el sentido de la historia como una memoria colectiva o una ausencia de ella que defi- ne la acción de los individuos y de los grupos sociales. De allí pasa a revisar un problema que revestía y reviste una gran complejidad: “los hombres que en dos campos se mueven, que a dos amos, a cual más celosos, sirven, aquellos que se dedican a investigar, conocer y, simultáneamente, hacer, o que aprovechan el conocer para el hacer”... se refería al intelectual y al político y, en realidad, a la conjugación de estas dos tareas.

* Discurso pronunciado por Jesús Reyes Heroles el 7 de agosto de 1968, con motivo de su ingreso a la Academia Mexicana de la Historia, discurso que fue respondido por Arturo Arnáiz y Freg, miembro de número de la Academia.

129La historia y la acción Jesús Reyes Heroles

¿Quién, en la historia de México, más representativo de este tipo de hombre sino él mismo? Analiza las posturas que rechazan la idea de que un intelectual pueda ser un político o que los políticos puedan ejercer el intelecto en beneficio de su acción política, porque en ambas hay represen-tantes que presentan con solidez sus argumentos. Su análisis se centra en Ortega y Gasset, defensor de una dicotomía irreconciliable, para apoyar, por contraste, sus argumentos, pues el escritor y político pensaba que “la actuación requiere del pensamiento y que el pensamiento se amplía con la actuación ligera o profunda”.

Esta convicción que llevó a la práctica a lo largo de su vida, fue lo que colocó a Jesús Reyes Heroles en un puesto que, hasta ahora, no le ha podido ser arrebatado: el ideólogo de la posrevolución y, en síntesis, el pensador y político cuyo desempeño y obra marcaron buena parte de la actuación del Partido Revolucionario Institucional en su momento. Reyes Heroles encarnó una afortunada combinación de profundidad teórica y académica y notable ejercicio de la praxis política. Hoy sigue siendo reconocido por haber sido el autor del cambio democrático en México gracias a la iniciativa de Reforma Electoral que instrumentó en 1977.

El pensador y el político. El pensar y la acción. Temas complejos que analiza con profundidad en “La historia y la acción”, donde demuestra que era poseedor de una amplia formación teórica que incluía lo mismo a los autores conservadores que a los de izquierda que, conjugados con su propia experiencia, daba como resultado conceptos propios y atingentes sobre la historia y la política mexicanas. Reyes Heroles, hombre de pensa-miento y de acción, sintetizó de manera coloquial lo que había teorizado largamente sobre la relación de estos dos polos en una frase que solía decir entre la clase política al autocalificarse como un “intelectual político o un político con ideas”.

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Únicamente a la benevolencia debo el acceso a este recinto y en-cuentro justificación en la posible y modesta utilidad que pueda prestar.

Suplo, que no sustituyo, a don Ángel María Garibay. Aminoro, si acaso, su ausencia en este Cuerpo, aunque para mí tengo que su sitial permanecerá vacío. Lo conocí como lector de sus obras y por amigos comunes que lo describían como un hombre leyenda, a quien más grande se veía, mientras más cerca de él se estaba. No creo que el conocimiento indirecto pueda deparar frutos similares a los del trato personal. Pero si lo que queda son las letras, en ellas encuentro motivos que superan la admiración. Ilustre hombre que nos dio la llave para franquear la pesada puerta de la cultura náhuatl, revelándonos en ella “virtudes muy hondas, encubiertas por símbolos”. Exponer esa cultura simbólica en su esencia fue, más que ardua tarea, clarividencia, intuición, estilo. Descubrió joyas literarias de nuestro pasado y, al conectarlas, dio un nexo espiritual más a nuestra historia. Gracias a él podemos leer a un Sahagún pulcro, sin notas dispendiosas ni interpretaciones dudosas y gozar su obra póstuma –la alusiva a la crónica de Diego Durán, otra fuente indudable de nuestra historia– con todo el sabor que el vocabulario de palabras indígenas y arcaicas permite obtener.

Interrogó el pasado; todo lo que tortura, atosiga o vivifica y alienta, lo vio en los códices, en las ruinas, en los ajados y apolillados papeles. Dialogando con nuestro pretérito, don Ángel María Garibay se mantenía en el presente de tinta fresca, brindando breves notas bibliográficas ame-nas y ricas, certeros comentarios que inducían a leer, o que, no obstante la innata bondad de su autor, invitaban a prescindir de alguna lectura, si no mala, innecesaria. Supo estar cerca de su pueblo, pasándole senci-llamente su sabiduría y aprendiendo de su penetración. Porque estuvo al día, comprendió el pasado, y esta comprensión del pasado lo inci- tó a estar al día. Lejanía o alejamiento frente a lo contemporáneo, impide profundidad para conocer el pasado. Estuvo sumergido en el presen- te, razón adicional para que el fervoroso tributo que le rendimos sea necesariamente pequeño ante la medida de sus méritos.

131La historia y la acción Jesús Reyes Heroles

Todos los caminos conducen a la historia y la historia está en la entraña de todo conocer o hacer. Las relaciones de los que actuaron, las ideas y los fines de los que hicieron el derecho, la sociología, la ciencia, la literatura, la economía, la política en su muy amplio sentido, el arte, la milicia, la teología. La cumbre misma del conocer parece ser la historia de la historia.

Los caminos que llevan a la historia son medios a través de los cuales la historia se realiza. Es con la precisión del derecho, con el símbolo del arte, con la aproximación de la política, con el rigor de la ciencia, los datos y análisis de la sociología, como el hombre escribe historia. Si el ilustre Garibay llegó a la historia por la teología, camino distinto seguí. Por vocación o equivocación, arribé a la historia, buscando explicaciones al mundo en que vivía. ¿Podía la Revolución en que nací y me desarrollé ser producto de generación espontánea?

Llegué al siglo XIX mexicano, comprobando la unicidad de la his-toria, de adelante hacia atrás o de atrás hacia adelante, en un perpetuo remontarse o aventurarse. El periodo, una vez iniciado su estudio, tuvo otro singular atractivo, estrechamente ligado con el tema central de estas palabras: tratar con hombres que hacían la historia y también la escribían.

* * *

Aunque el tema de este discurso es ambicioso, la historia y la acción, sólo lo rozaré, sin aspirar, ni con mucho, a su cabal enunciación.

Lo primero que el tema demanda es establecer la relación entre el conocer y el hacer, la teoría y la práctica, pues la historia pertenece al conocer, aun cuando en mucho se ocupe de describir el hacer e influya sobre este. En el viejo castellano encontrarnos palabras que, al mismo tiempo que marcan la distinción, precisan la relación entre el conocer y el hacer. De las palabras latinas facere y agere surgen los vocablos factible y agible. En lo factible es la mano la que priva; pero lo agible implica o

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parte de un pensamiento que produce y conduce a la acción o que procede de ella1. Ciencia y experiencia, saber y hacer, praxis para usar el térmi- no de nuestros días.

Si en algún terreno esta vinculación se da, es en el de la teoría política. Maquiavelo, al presentar la primera teoría del Estado, racional, no su-bordinada o subalterna de otro conocimiento, da lugar con su obra, mal comprendida, pero bien aprovechada, a una intensa y extensa literatura, que bajo el signo del antimaquiavelismo se dedica a extraer y destilar de la experiencia humana, de la práctica de los gobernantes, consejo para los gobernantes.

La razón de Estado, al surgir su contrarrazón, se convierte en razones, con la obvia interpenetración de los opuestos. De esta directriz emana una serie de máximas, de consejos, de principios, que se proporcionan a los príncipes en libros y que muy pronto un afán de reducir la sapien- cia a ciencia, desecha y si no quema es porque la antigua barbarie estaba superada y la nueva aún no había surgido. Se da una amplia gama de con-signas, que van desde las formas covachuelistas hasta el barroco literario. Pocas obras se salvan y permanecen, y estas, más que por su contenido en cuanto a consejo o máximas de gobierno, por sus intrínsecos méritos literarios. Junto a un Saavedra Fajardo, un Gracián o un Quevedo que perduran, hay, con la misma preocupación esencial –extraer de la expe-riencia y de los ideales normas para la acción, conciliar la práctica con la teoría que se profesa– infinidad de textos perdidos.

Hoy se ve cuánto en su fondo había de válido en esa tendencia. La política, forma de actividad que, si bien no encierra o comprende toda la acción, sí condensa y concentra parte de la acción realizada en casi todos

1 Seguimos, en esencia, la interpretación de Francisco Murillo Ferrol (1957). Saavedra Fajardo y la política del barroco, Madrid: Instituto de Estudios Políticos, p. 62 y sigs. Ella no exclu- ye totalmente ciertos aspectos de la realizada por Leopoldo Eulogio Palacios cuando distingue razón especulativa o teorética de operativa o práctica, y cuando, dentro de lo operable, habla de dos aspectos: lo factible y lo agible, dirigidos por dos grandes manifestaciones normati- vas del pensamiento práctico: el arte y la prudencia. Palacios hace varias distinciones entre factible y agible y, al paso que ve lo factible por su rendimiento, a lo agible lo dota de valor intrínseco, humano y moral. (1946). La prudencia política, Madrid: Instituto de Estudios Políticos, pp. 4.9 y sigs. y 71 y sigs.

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los órdenes del quehacer, se resume en la decisión. Pero detrás de esta no se encuentra la nada o el vacío, sino el todo que engendra lo que influye en el todo. La decisión, lejos de darse en la nada o en el vacío, se apoya en el todo, por lo menos con todos y cada uno de sus componentes, aunque sin comprender la totalidad que cada uno de ellos abarque. Ciencia y experiencia se traban: “El arte de reinar no es don de la naturaleza, sino de la especulación y de la experiencia”2.

Con ello, se retoma la línea de quien en verdad fue padre de la teo-ría política. ¿No Aristóteles, por su participación directa o indirecta en la política, a través de las complicaciones de su suegro Hermias, la en-tendió, con una orientación concreta, práctica? ¿Y no derivó, acaso, de aquí y de su conocimiento de la naturaleza humana y con fundamen- to precisamente en este pragmatismo, el esquema que hizo de un Estado ideal?3 En palabras llanas, Aristóteles, partiendo de la realidad, concilió los imperativos de esta con los ideales perseguidos, sobre la base de sopesar lo que es constante en la evolución histórica: la condición humana, que es la naturaleza del hombre más la mutable sociedad en que vive.

* * *

Planteada la relación, la reciprocidad de influencias entre idea y acción, debemos ocuparnos de la vinculación de la historia como conocer con la práctica como quehacer. Se trata de la historia y no de las historias; no hay que confundir las historias con la historia, aun cuando aquellas formen parte de esta. Escribir historia y no historias significa buscar el sentido de los hechos, explicarlos hasta dónde es posible y situarse en posición equidistante entre aquellos que todo lo ven como fruto de la necesidad y aquellos que todo lo atribuyen a la voluntad del hombre, admitiendo para este que, de grado o por fuerza, está en aptitud de escoger en las máximas alternativas. Escribir historia impone formar parte del presente, tratando hechos que pertenecen al pasado, sabiendo que la historia es “un proceso

2 Diego Saavedra Fajardo. Idea de un príncipe político-cristiano, Cartas Latinas, Empresa Y. Diego Saavedra Fajardo; Obras Completas, Recopilación, estudio Preliminar, prólogos y notas de Ángel González Palencia. M. Aguilar Editor, Madrid, 1946, p. 192.

3 Aristóteles. La Constitución, estudio preliminar por Antonio Tovar. p. 20 y sigs.

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continuo de interacción entre el historiador y sus hechos, un diálogo sin fin entre el presente y el pasado”, diálogo no entre individuos aislados, de hoy y de ayer, “sino entre la sociedad de hoy y la sociedad de ayer”.4

Un erudito que, de creer a Toynbee, constituyó con su vida una prueba palpable de baldía erudición, Lord Acton, citaba el refrán de que a un historiador se le ve mejor cuando no aparece.5 Por mi parte, puedo afirmar que no he leído una historia en que el autor no aparezca. En crónicas, en artículos, en memorias, en libros, nunca he dejado de encontrar al autor y pienso que, aun cuando la historia en que este no aparezca es imposible, de realizarse el milagro, seguramente estaríamos ante una historia muerta y aburrida. Pero creo que el hecho de que aparezca el autor; no implica la carencia de perspectiva ni de objetividad, hasta donde estos conceptos son válidos en el desentrañamiento o en la interpretación del acontecer histórico. Provistos de la mayor serenidad, encaminados al logro de la mayor objetividad, siempre se interpone el demonio del subjetivismo. En la elección del material y la elaboración de la hipótesis de trabajo, este indomeñable demiurgo se adueña de buen trozo de nuestra perspectiva. De aquí que sea condición para escribir historia, estar consciente de que se desconoce más de lo que se conoce; de que, además, se está en un mirador que elimina, reduce u oscurece el material histórico, y por últi-mo, de que quien busca el material total, irrebatible, siempre se dedica a buscarlo y nunca escribe historia. Resignémonos o vanagloriémonos de que esta gran ciencia no sea exacta.

Ahora bien, cualquier planteamiento que postule la influencia de la historia en la acción, tiene que partir de las tendencias, sea cual fuere su orientación primordial, que niegan la posición historicista. Vemos el historicismo en sus grandes rasgos como una concepción que, sin abjurar de la búsqueda de lo universal, tiende a afirmar el carácter individual del hecho histórico y, por consiguiente, la no existencia de leyes del desa-rrollo histórico, ni siquiera la de causalidad. Los hechos individuales, así

4 Edward Hallet Carr (1967). ¿Qué es la historia?, Barcelona, pp. 40 y 73. 5 “Pero por otra parte, hay una cierta virtud en el refrán de que a un historiador se le ve mejor

cuando no aparece”. John Emerich Edward Dalberg-Acton (1959). Ensayos sobre la libertad y el poder, Madrid: Instituto de Estudios Políticos, p. 48.

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aúnen cualidades universales, nunca se repiten. O, en otras palabras: “La médula del historicismo radica en la sustitución de una consideración generalizadora de las fuerzas humanas históricas por una considera- ción individualizadora. Esto no quiere decir que el historicismo excluya en general la busca de regularidades y tipos universales de la vida humana. Necesita emplearlas y fundirlas con su sentido por lo individual.”6

El historicismo reacciona lo mismo en contra del irracionalismo que en contra del clásico racionalismo iluminista. Entronca con el romanticis-mo, pero no el sentimental y vernáculo, sino el teórico y especulativo que critica, por igual, “el academismo literario y el intelectualismo filosófico que habían dominado en la época iluminista”.7 El historicismo, entre sus múltiples implicaciones, a más de colocar a la historia como cúspide del conocer, reduce el acontecer al puro acontecer, el suceder al suceder, ad-mitiendo por congruencia, la ineludible liga de lo relativo. En su forma radical conduce al relativismo y produce los adoradores del triunfo, por el mero triunfo; en la más depurada: a la “neutralidad del juicio histórico”, a la “justificación recíproca de los que luchan a causa precisamente de que no pueden actuar el uno sin el otro”.8

6 Friedrich Meinecke (1943). El historicismo y su génesis, México: Fondo de Cultura Económi-ca, p. Tz. “Por historicismo se entiende, en general, una dirección del pensamiento que hace consistir la realidad en un proceso espiritual dinámico que durante su curso realiza valores universales en formas individualizadas que nunca se repiten”. Guido de Ruggiero (1959). El retorno a la razón. Buenos Aires: Editorial Paidós, p. 23. Empleamos el término historicismo en su sentido originario. En nuestros días, tal modo de pensar se quiere denominar historis- mo. David Easton (1964). The political system, Nueva York: Alfred A. Knopf. El historismo, para Easton, se caracteriza por sugerir la hipótesis del condicionamiento de las ideas a la historia y su naturaleza relativa, por negar verdades universales, salvo la de que las ideas corresponden a un determinado periodo histórico que no pueden trascender (Cap. Décimo). Se reserva la palabra historicismo para aquellas concepciones que tienden ya a sostener la existencia de leyes inexorables del desarrollo histórico o del cambio, lo que, según Karl R. Popper, impli- ca la pretensión de que existe una “teoría científica del desarrollo histórico que sirva de base para la predicción histórica” La miseria del historicismo (1961). Madrid: Taurus, p. 12, subrayado nuestro. Lo curioso es cómo Popper, al negar toda posibilidad de predicción y de leyes, cae en una especie de historicismo, en el sentido originario.

7 Benedetto Croce (1950). Historia de Europa en el siglo XIX, Buenos Aires: Ediciones Imán, pp. 51-52.

8 Guido de Ruggiero, op. cit., p. 31.

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En una u otra forma se niegan los absolutos situados más allá o por encima de la historia, la tabla de valores para medir y enjuiciar el acon-tecer. Desde el punto de vista histórico, la pregunta de quién tuvo razón, si la Inquisición o sus adversarios, para Croce carecía de sentido, dado que la historia “incluye y supera ambas instancias”.

Numerosos intentos se han dado para negar o superar al historicis- mo. Si por alguno me inclino es por aquel esbozado por Guido de Rug-giero, que quiere superar por igual el dogmatismo racionalista y el con-formismo, consecuencia del historicismo. De Ruggiero dispuso del más válido ejemplo a la mano: Croce, su historicismo y su actuación. Aun en aquel libro9 en que Croce rebate las acusaciones al historicismo –fatalismo, disolución de los valores, santificar el pasado, conformismo, disminuir la fe en la acción creadora y embotar el sentido del deber– no se elimi- na la servidumbre ante el acontecer ni se erige el andamio espiritual que rompa la sumisión al acaecer. Se reduce el hombre a lo retrospectivo, a dar rienda suelta a la historia, en desmedro de la personalidad, que encuentra en la lucha por lo que considera bueno o en contra de lo que conside- ra malo, una razón de la propia existencia. En resumen, no se construye el “puente entre la historia hecha y la historia que se hace”.

De Ruggiero puede, sin temeridad alguna, dar la prueba: Croce luchó contra el fascismo en que le tocó vivir, no por su historicismo, sino a pesar de él, por sus energías espirituales y su criterio del bien y del mal.

Reiteramos que entre las muchas tendencias antihistoricistas quizás se encuentre una brecha a seguir, en el propósito de De Ruggiero de si-tuarse más allá del historicismo, fundiendo “en un solo molde la razón histórica y la razón metahistórica”, poniendo la razón en la fluencia mis- ma de la historia y logrando, de esta manera, que no se sacrifique la his-toria hecha a la historia que se hace o a la inversa, es decir, manteniendo la continuidad entre las distintas fases del proceso histórico y la innova-ción o transformación proveniente de un voluntarismo que, por tener en

9 Benedetto Croce (1945). La historia como hazaña de la libertad, México: Fondo de Cultura Económica.

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qué creer, se traduce en acción.10 Al igual que esta conclusión, extraemos otra en cuyo apoyo tampoco invocamos a De Ruggiero: pensamos que conjugar el racionalismo con el historicismo da al historiador ductilidad ante los valores en que cree y lo hace permeable a los contenidos de que el devenir histórico los dota o intenta dotar. La razón, sabiendo que su ámbito es la historia y que, por tanto, los hechos, la transformación, los ingenios e inventos influyen en su continente, está dispuesta a interpre-tarlos, asimilarlos y aprovecharlos.

* * *

Junto a este apoyarse en las tendencias contrarias al historicismo, debe-mos tener presente un cambio de criterio fundamental en los movimien- tos ideológicos revolucionarios. En el siglo XVIII las corrientes ideológi-cas predominantes, que pretendían modificar el contexto mismo de la sociedad, se basaban en un retorno a la naturaleza humana, viciada por el desarrollo histórico y la vida social. Para ser revolucionario, había que prescindir del pasado, había que apuntalarse en la utopía frente a los hechos, prescindiendo del desenvolvimiento histórico. Contagiados por este afirmarse en la negación del ayer, numerosos pensadores, que incluso en algunos casos se lanzaron al estudio de la historia y ensancharon sus horizontes, rechazaban en sus planteamientos reformadores la influencia de la historia.

En el propio siglo XVIII surgieron concepciones aisladas que inten-taban proponer un principio positivo de explicación para la historia11 y la precisión de su motor; unas excluyendo del transcurso del tiempo la

10 De Ruggiero, op. cit., pp. 23-58. Únicamente indicamos este afán de síntesis como una in-clinación, como una incitación a explorar un sendero, y bajo ningún concepto como una definición. El propio autor en su Storia della filosofía (Editori Laterza, Bari) proporciona un valioso material para proseguir su orientación, sobre todo en L’etὰ dell’illuminismo, (1960). Da Pico a Kant (1964), L’elcí del romanticismo (1957) y Filosofi del novecento (1963). El esquema de la Storia della filosofía, de De Ruggiero (1948), se encuentra en su Sumario de la historia de la filosofía, Buenos Aires: Editorial Claridad.

11 Louis Althusser (1959). Montesquieu; La politique et l'histoire, Presses Universitaires de France, pp. 44-46. Jesús Reyes Heroles (1962). Rousseau y el liberalismo mexicano, sobretiro de México: Cuadernos Americanos, p. 29.

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conciencia individual; otras, en cambio, insertándola y postulando valores de la historia hecha para la historia por hacer. En contraste con aquellos que en su utopía encontraban la negación radical de la historia, se dieron los que, afirmando el pasado, veían la realización revolucionaria como culminación del proceso histórico.

En el siglo XIX el debate vuelve a surgir, pero predominan las variantes revolucionarias que ven la revolución como perfeccionamiento y culmi-nación del proceso histórico, sobre la base de que lo avanzado, el proceso en sí, constituye el pie para la transformación, para el revolucionar. Se supera la actitud “refractaria” frente al concepto histórico y se invierte aquella frase siempre exagerada de que: “El revolucionario no puede, no debe ser historiador”;12 el revolucionario no sólo puede, sino que debe ser historiador o, al menos, estar al tanto de la historia.

El extremo de las corrientes que consideran la revolución como final del proceso histórico, incurre en la noción elemental de pensar en leyes inexorables del desarrollo histórico, imbuidas de un determinismo que apriorísticamente marca el curso del futuro, supuestamente con funda-mento en el ocurrir anterior, y su, a la vez, catastrófico y jubiloso desenlace. Un fatalismo histórico que paraliza la acción tanto como el historicismo.

* * *

Pero dejando a un lado estos excesos inevitables, cuando se da una copernicana vuelta de mentalidad de los ideólogos revolucionarios ante la historia y guiándonos con lo que el cambio en lo sustancial implica, este resultó trascendental para la historiografía y sus métodos. Dedicarse a la historia no es ya vivir en el ayer, hacer necrología, sino encontrar en el pasado acicates para transformar, para modificar el mundo en que se actúa.

De aquí proviene una relación inescindible que no descarta, sin em-bargo, la diferencia en los actos respectivos. Recurramos a una conclu-

12 La frase es de Giusseppe Ferrari. La recuerda Rodolfo Mondolfo en un libro en que, con sin-gular acierto, explica y estudia el cambio de mentalidad: Espíritu revolucionario y conciencia histórica, (1955). Buenos Aires: Ediciones Populares Argentinas.

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sión prestada: “Historia y política están estrechamente unidas, o mejor, son la misma cosa, pero es preciso distinguir en la consideración de los hechos históricos y de los hechos y actos políticos. En la historia, dada su amplia perspectiva hacia el pasado y dado que los resultados mismos de las iniciativas son un documento de la vitalidad histórica, se come-ten menos errores que en la apreciación de los hechos y actos políticos en curso. El gran político, debe por ello ser cultísimo, es decir, debe conocer el máximo de elementos de la vida actual; conocerlos no en forma libresca, como erudición, sino de una manera viviente, como sustancia concreta de intuición política (sin embargo, para que se transformen en sustancia viviente de intuición será preciso aprenderlos también librescamente)”.13

Relación entre historia y política que da un sentido a la historia por hacer y a la hecha. El transcurrir está sujeto a un factor condicionante decisivo: lo que antes sucedió. Lo que ha ocurrido, lo que ocurre y lo que va a ocurrir no pueden ser separados radicalmente.

* * *

Conjugando la negación del historicismo con lo que podríamos llamar revolucionarismo histórico, la historia para revolucionar, se obtiene una concepción que sostiene la continuidad de la historia, continuidad, por supuesto, que no se da en línea recta, que no simplifica e incurre en armonías forzadas. La continuidad histórica tiene significado cuando deriva de la concordancia y el contraste, la afirmación y la contradicción, la semejanza en las diferencias de las fases históricas. Son hilos de re- gularidad y contraste que unen etapas coincidentes o divergentes, y que, aun cuando frecuentemente tenues, nunca carecen de fuerza e impiden el surgimiento de fenómenos de ruda espontaneidad. Se trata de opacas urdimbres esenciales que van de lo inmemorial al futuro. El mero hecho de afirmar la continuidad y ver la transformación como culminación del

13 Antonio Gramsci (1964). Note sul Machiavelli sulla politica e sullo Stato moderno, Tormo: Giulio Einaudi Editore, p. 161. (Existe versión en castellano: Notas sobre Maquiavelo, sobre política y sobre el Estado Moderno, Argentina: Lautaro, 1962).

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proceso histórico proporciona un prolífico terreno para la influencia de la historia en la acción, para el mismo actuar de la historia.14

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Hagamos, empero, dos salvedades sobre este actuar de la historia. La primera, determinar que la contra-acción también es acción; no es lo contrario de la acción, la quietud o inmovilidad, sino la acción en sentido contrario frente al punto de vista adoptado. En otros términos, se califica al movimiento y las fuerzas que lo generan, entre ellas la histo-ria, bajo la influencia del subjetivismo, que, según su dosis, conforma o deforma al historiador. La segunda salvedad se refiere a la gravitación de la historia en la acción, entendida esta en el sentido antes expresado. El problema es delicado, pues siendo principio establecido que toda historia tiende a ser universal, lo es también que para que se pueda cumplir con esta aspiración o imperativo, se debe recoger lo individual, lo particular, que, comparado y con las debidas sedimentaciones, apoya la pretensión a buscar razones universales. Toda ideología o concepción del mundo y de la vida pretendiendo ser absolutas e intemporales, sufren tales adapta-ciones particulares que, al mismo tiempo que reducen su universalidad, la fundamentan, convirtiéndola en una esencia de contenido variable, determinado este último por las peculiaridades de espacio, tiempo y sociedad.

* * *

Atendiendo a esta última advertencia, resulta evidente que la historia no en todas las colectividades desempeña el mismo papel. Si la historia está constituida por los muertos que hablan a través de los vivos, hay pueblos abrumados por la historia, que llevan sobre sus espaldas el pesado fardo del ayer, sujetos a glorias que ya no existen, que se sobrevalorizan en el

14 “…un historiador que es el político mirando hacia atrás” (John Emerich Edward Dalberg-Acton: op. cit., p. 67). “Puo esistere politica, cioe, storia in atto, sensa ambizione?” (“¿Puede existir política, es decir, historia en acto, sin ambición?”), Antonio Gramsci. Passato e presente, Tormo: Giulio Einaudi Editore, 104, p. 67.

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presente en función del pasado y que llegan, por exceso de un pasado que no deja de serlo, a la servidumbre.

Son colectividades a las que el peso histórico conduce a ignorar el presente y a no vislumbrar el futuro. Frente a los problemas, recurren a las cenizas e invocan el valor del ayer como un privilegio para el mañana. Su capacidad creadora se reduce, dado que no pueden ni resucitar a sus muertos ni engendrar los vivos que necesitan. Asidas a glorias pretéritas que al pretérito pertenecen y a un mundo yerto que a nadie excita, se exponen al exceso histórico, que es una enfermedad incurable. Pueblos abrumados, encorvados por la carga de la historia, están expuestos a que la acumulación y sublimación del pretérito embote su propia intuición. Constituyen estas colectividades campo propicio para que se dé la mal-dición recalcada por un irracionalista no exento de razones concretas, el “Dejad a los muertos que entierren a los vivos”.15

En estas sociedades, junto al vivir del pasado, se dan también quienes hastiados de él, de glorias que no pueden emular, caen en el elegante escepticismo y buscan en la historia lo pequeño o picante, deslizándose en la suave incredulidad que atrae prosélitos, que sin poseer siquiera avidez histórica, careciendo de móviles para luchar, se conforman con una decadencia placentera o se disconforman con una decadencia mo-lesta, pues una u otra dependen de la condición social que se guarde.

Pero si los males de los pueblos agobiados, encorvados por la histo- ria, son graves, no menores son aquellos de los que carecen de memoria, que padecen amnesia histórica. Unos por tener una historia grandio- sa, pero remota, en que la sima no se puede vencer, en que no hay puentes suficientes para comunicar los abismos con la tierra firme en que se vive o para salvar sucesivos precipicios. Otros, porque tienen una historia corta o pequeña y, en lugar de vivirla –recrearla– con el sentido de toda proporción guardada, la desdeñan y caen, asimismo, en la amnesia. Por razón inversa, repelen su pasado, replegándose en su ignorancia o desdén.

I5 Federico Nietzsche (1949). Consideraciones intempestivas, 1873-1875, Madrid Buenos Aires-México: Aguilar, p. 104.

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Un pueblo aquejado de amnesia histórica, por falta de comunicación con un pasado grandioso o por falta de aprecio y conocimiento del pasa- do con que cuenta, es un pueblo que no comprende el momento que enfrenta, no halla en el ayer impulso para el porvenir. El fenómeno se percibe en pueblos que han emergido a la independencia en esta segunda parte del siglo XX y en que la colonización cultural borró el patrimonio anterior.

Hay pueblos que nunca pasan de ser herederos y a los que, como tales, no les importa vivir de su legado; hay otros que ven el porvenir como una expectativa, como una bolsa vacía que sólo ellos con su acción, sin punto de apoyo en lo hecho por sus antecesores, tienen que llenar. Los obstáculos a vencer sin ejemplos a seguir se sobrestiman de tal modo que, en este caso, creen que para ser protagonistas todo depende de ellos y en un momento dado. Como nada se hizo ayer, todo queda para hacerse mañana.

Unos están afectados de consunción; otros de inhibición para nue- vas empresas. El abuso o el desuso de la historia produce consecuencias similares.

Agreguemos otra enfermedad que también proviene de la historia: la de aquellos que negando su utilidad y viendo su abuso o desuso, se impregnan de un ánimo despectivo hacia el saber histórico, convencidos de que la historia únicamente enseña que no puede enseñar nada.

* * *

Frente a esta evaluación pesimista de la historia, que proviene de vertientes distintas, pero coincidentes, se da un sentido optimista de la historia, o mejor dicho, un aprovechar el ayer para construir el mañana; una histo-ria que, lejos de ser lastre, se convierte en impulso creador; una historia que, con palabras de Nietzsche, se aparta de los peligros de la histo- ria para no ser víctima de ellos16 y se aleja de todo aquello que constriñe

16 0p. cit., p. 160.

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la espontaneidad y, por tanto, elimina la libertad de la personalidad, que es tanto como eliminar la persona misma.

Concierne a la historia, en medida análoga, desentrañar el pasado y el presente, proporcionar a las fuerzas que actúan con conciencia de su sentido, esclareciendo de dónde provienen y, por tanto, hacia dón-de van. Lo que las originó arroja luz sobre lo que deben perseguir; lo que persiguen alumbra lo que les dio origen. Por la historia, el hombre puede “comprender la sociedad del pasado, e incrementar su dominio de la sociedad del presente”.17

Probablemente el medio en que vivo y actúo, me induzca al error disculpable de creer que México no tiene en su historia un lastre por abuso, ni le aqueja la amnesia por desuso. En nuestro acaecer históri-co, sufriendo derrotas, casi siempre autoderrotas, u obteniendo triunfos de supervivencia, nunca hemos visto que se haya podido arrasar eta- pas, culturas, como si se cortaran las raíces de un árbol en crecimiento. Hemos, sí, corrido riesgos de que se haya llegado hasta descubrir las raíces de nuestro árbol; pero, o no se presentó el instrumento lo suficientemente poderoso para lograr el corte, o el árbol injertó lo que pretendía matarlo. No hubo, pues, trasplante, sino injerto.

La continuidad, con las características apuntadas, es lo que hace que la historia sea en México un factor que opera para el bien en la vida cotidiana. La historia de México es impulso para el actuar, influencia positiva para la paciencia que afianzar el futuro exige, y el realismo, el pragmatismo que nos libera de ataduras dogmáticas.

En el siglo pasado nuestros hombres, partiendo de una teoría de su-puesta validez universal, el liberalismo, supieron matizar, dejar de lado una serie de principios inaplicables o dudosos, inclusive en su intrínseca naturaleza, y construir una forma política particular, un liberalismo social que, prescindiendo de los dogmas económicos, se afanó por conjugar las libertades espirituales y políticas del hombre con sus necesidades eco-nómicas y sociales, apartándose de la aberración del dejar hacer, dejar pasar. Aquellos hombres, con un pueblo abierto a la rosa de los vientos,

17 Edward Hallet Carr. Op. cit., p. 73.

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recibieron influencias y se salvaron de imitar, logrando darle fisonomía a nuestra patria. Su acción no sólo constituyó un antecedente, una razón de nuestra Revolución, sino también un ejemplo de cómo, sin amura-llarse, sin aislarse del mundo y sus vientos, era posible encontrar una pauta política original que respetara e incorporara nuestra peculiaridad. No debemos, sin embargo, creer, negándolos, que nos dotaron de una fórmula perfecta e inmutable, sino de un modo de hacer y proceder que permite y facilita la actualización y el enriquecimiento de nuestras normas de convivencia y progreso. La vitalidad histórica de México radica en la constante revisión que de sí mismo puede hacer. Es la sabiduría histórica que induce a sacar fuerzas de la debilidad, que aconseja negociar en vez de pelear; es la sabiduría histórica de un pueblo que hizo una Revolución que nunca intentó rebasar sus fronteras y que defendió estas precisamente para afirmar el derecho a buscar su propio camino. Es la sabiduría de un pueblo que no es adorador del triunfo.

Como pueblo viejo y joven que somos, el pasado, que ayudó al pre-sente, hace que este, que pronto será pasado, contenga en sí los gérmenes del futuro.

* * *

Hemos tocado las líneas de pensamiento que nos conducen a afirmar la acción, el actuar, en su sentido lato, de la historia, considerando las relaciones del conocer y del hacer, con especial acento sobre el conocer histórico y situándonos, a la par, en contra del historicismo, del dogma-tismo racionalista de impronta iluminista y del fatalismo, por la creencia en una ley férrea e inmanente de la historia, y a favor de la incipiente idea de colocar la razón en el fluir mismo de la historia, así como de las tendencias revolucionarias que, anulando su genealogía, ven la revolución como continuación y perfeccionamiento de la historia. Valiéndonos de rechazos y adhesiones pudimos formular unas cuantas reflexiones del papel de la historia, según su relación en distintas colectividades con sellos peculiares, lo que nos permitió hacer una digresión sobre el caso de México.

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Tócanos ahora abordar un problema que, si en apariencia es más sen-cillo, no deja de llevar aparejadas consecuencias de no fácil dilucidación: los hombres que en dos campos se mueven, que a dos amos, a cual más celosos, sirven, aquellos que se dedican a investigar, conocer y, simultá-neamente, hacer, o que aprovechan el conocer para hacer.

El estar entre la tarea del día, el tráfago cotidiano y la vocación de aclarar las propias ideas, de saber e investigar lleva, a no dudarlo, a condiciones equívocas para la acción, la investigación o ambas. Ejemplo claro de estos riesgos es la vida, a la altura de la más desbocada imagi- nación, de aquel gran folletista político, de quien ignoramos si al descubrir un pasaje no aparecido en las ediciones de un clásico, derramó su tintero sobre el texto, por el azoro del propio descubrimiento por la preocupación de que, al estudiarlo, estaba abandonando sus tareas de militancia; pero de quien estamos seguros que, siervo de la erudición, acaba por convertirse en desertor.18 Riesgo de servir a dos amos.

Al margen de este ilustrativo incidente, ocupémonos de una figura dominante en nuestro siglo XIX: el intelectual político. Como reproche generalizado, en ese siglo se decía que sólo la ambición, la codicia de fama, hacía que estos hombres, “que no teniendo más que un talento” –las letras–, aspiraran al que les falta –el necesario para la actividad política–, con la consecuencia de que “pierden uno sin alcanzar el otro”.19

Cabe preguntarse si los trabajos literarios de estos hombres habrían alcanzado mayor calidad, de haber sido ajenos a la actividad política. Mucho me temo que no. Sus letras más valiosas estuvieron encaminadas al hacer o narrar y explicar esta. Pero, apartándonos de este comentario, la tesis generalizada establecía una artificiosa dicotomía de talentos.

18 Se trata de Paul-Louis Courier cuando en la Biblioteca Laurentina, de Florencia, encuentra un fragmento del manifiesto de Dafnis y Cloe, de Longus, que no contenían las ediciones de la obra. Collection complete des pamphlets politiques et opuscules litteraries de Paul-Louis Courier. Bruxelles: Chez tous les libraires, 1826, p. xxii. Paulo-Louis Courier (1936). Panfletos Políticos (1816-1824), Madrid: Revista de Occidente, p. XII.

19 “Sois como todos esos ambiciosos de gloria, como todos esos avarientos de fama que no te-niendo más que un talento, aspiran precisamente al que les falta y pierden uno sin alcanzar el otro” (La Tribuna de I. de Lamartine o sus estudios oratorios y políticos. Traducida por Francisco Zarco. México: Imprenta de Ignacio Cumplido, 1861, p. XXV).

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* * *

Son, en lo general, los intelectuales los que condenan la actividad política de los de su gremio. No sabemos si se deba al fenómeno, parece ser que repetido, de que nadie es peor con los hombres de letras que un colega ejerciendo el poder y que tan gráficamente se describe en la anécdota de Guizot, casualmente historiador, recibiendo como presidente del consejo de ministros, con soberbia y desdén, nada menos que a Augusto Comte; o aquel otro escritor que con desprecio intenta aplastar a sus colegas del día anterior con las palabras: “!Vosotros, teorizantes!”20 Hay también una pizca de duda de que se dé la condición de que no sólo el revolucionario al llegar al poder arguya con la razón de Estado, sino que tal conducta también siga el intelectual.21 Sean o no estas las causas, obedezcan o no a la ingeniosa apreciación de que lo más terrible es el poder en manos de un escritor con escasos lectores, resulta indudable que, en lo general, es el intelectual quien ve inconciliables las dos funciones.

Podríamos citar numerosos intentos en esta dirección; abordaremos exclusivamente uno, el de Ortega y Gasset, en torno al estudio de Mira-beau, tanto por la amplia difusión que obtuvo, cuanto porque, con ele-gancia, Ortega conduce a su lector a que ingiera ideas profundas en una prosa que en su ligereza las disimula. Las premisas de que parte Ortega y Gasset son ratificadas por otros intelectuales que se ocupan de la materia. En primer lugar, la dicotomía de talentos a que nos hemos referido; en segundo lugar, el levantar dos dimensiones de la política, pensar y actuar, como compartimientos estancos; y en tercero, una condena a las ideolo-gías, que nada tiene que ver con los que en nuestros días y no obstante los hechos, por un pobre neopositivismo o una infantil confianza en la infalibilidad de la técnica, desechan la utilidad de las ideologías y las reducen a producto específico de los pueblos subdesarrollados.

20 Charles Maurras (1954). Oeuvres capitales, 11, Essais Politiques, París: Flammarion, p. 118.21 La experiencia nos ha demostrado siempre, hasta ahora que nuestras revoluciones invocan

la razón de Estado, desde el momento en que llegan al poder; que emplean entonces los procedimientos de policía, y consideran la justicia como un arma de la que pueden abusar contra sus enemigos”. Georges Sorel (1950). Réflexions sur la violence, Paris: Librairie Marcel Riviere et Cie., pp. 156-157.

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Detengámonos en la caracterización de Ortega, que viola puntos de partida adoptados en este trabajo. El político revolucionario –dice– es un contrasentido: se es político o se es revolucionario. Este último, al actuar, obtiene lo contrario de lo que se propone, pues toda revolución provoca su contrarrevolución. En cambio “El político es el que se anticipa a este resultado, y hace, a la vez, por sí mismo, la revolución y la contrarrevolu-ción”. Junto a la paradoja viene la acrobacia: el político con las siguientes cualidades: facultad para la transacción, flexibilidad y previsión.

Como se ve, Ortega y Gasset excluye más de lo que incorpora. Deja de lado algo decisivo en la acción: la capacidad para transformar el medio, las cosas. Ignora al hombre que con su acción modifica la realidad, que por su sagacidad y destreza aprovecha coyunturas para transformar radical-mente realidades maduras que, incluso, pueden estar invitando al cambio. Da la imagen de un político mutilado por la comprensión unilateral de su función: “toda auténtica política, postula la unidad de los contrarios”. Ciertamente que hay algo de esto último, pero mucho más que ese algo.

Para estos intentos clasificadores las simplificaciones son esenciales: el político, según Ortega: “Reflexiona después de hallarse fuera de sí, com-prometido en la acción”; el intelectual con el pensamiento precede al acto, no siente la necesidad de la acción; intercala cavilaciones entre el pensar y el hacer y si se contrae a la acción lo hace de mala manera, cuando es forzoso; ella, en el fondo, perturba su mundo. De aquí proviene el juicio que rebaja al intelectual: “Hay hombres que es preciso no ocupar en nada, y estos son los intelectuales. Esta es su gloria y tal vez su superioridad”. Pero, parejamente, también se rebaja al político. El intelectual interpone ideas “entre el desear y el ejecutar”; a contrario sensu, el político no lo hace, y aunque Ortega busca fórmulas que aproximen las antitéticas figuras, en el fondo, ha levantado una división inconciliable. Ante la complicada sociedad, –asienta– el político necesita, ser cada vez más intelectual; tiene, además, un ingrediente intelectual: “intuición histórica” y frecuentemente el gran político, al empeñarse en “creaciones suplementarias y superfluas, está revelando que siente “fruición intelectual”.22

22 Obras de José Ortega y Gasset (1943). Mirabeau o el político, Madrid: Espasa-Calpe, S. A., p. 1123 y sigs.

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¿No inspira un sentimiento lastimoso este querer que el político sea un poco tan siquiera, intelectual? A mí me lo inspira, y me rebelo ante la expresión de dos imaginarias dimensiones: la figura del intelectual, ofuscado o no por sus ideas, e inepto para ejecutarlas por mera profe-sión, y la imagen desmedrada de un político sin ideas, sólo apto para la transacción oportunista, en el más miserable o valioso de los sentidos.

En contraste con esta tesis, afirmamos que la actuación requiere del pensamiento y que el pensamiento se amplía con la actuación ligera o profunda, pequeña o grande; que, en fin, pensar y actuar se robustecen al comunicarse.

* * *

El intelectual debe ser ocupado en mucho; el político sólo se justifica en la medida en que está regido por un pensamiento. Dicotomías, disocia-ciones son parcializaciones, fraccionamientos de lo que es unitario. En el subsuelo existe una explicación que no se apoya en la clasificación de individuos, en el casuismo histórico, una clasificación que es social en su esencia: todos los hombres son intelectuales, pero no todos los hombres tienen en la sociedad la función de intelectuales;23 en correlación con este pensamiento podríamos decir que todos los hombres son políticos, pero no todos los hombres desempeñan una función política en la sociedad. Es a través de la función como podemos obtener algunos resultados.

Hay, y siempre ha habido, una clase política, admitiendo de antemano el concepto multívoco de clase; con la misma reserva, una diferenciada clase intelectual. Si algo caracteriza a ambas clases es el estar constituidas por quienes, en rigor, no pertenecen a ninguna clase;24 lo que no excluye

23 “Se podrá decir que todos los hombres, por el solo hecho de serlo, son intelectuales; pero no todos los hombres tienen en la sociedad la función de intelectuales”. Antonio Gramsci (1964). Gli intellettuali e l’organizzazione della cultura, Torillo: Giulio Einaudi Editore, p. 6. (Hay traducción al español: Los intelectuales y la organización de la cultura, Argentina: Lautaro, 1960, p. 14).

24 En la literatura política italiana el tema de la clase política surge, en realidad con Maquiave- lo. Gaetano Mosca rastrea la doctrina de la clase política, nacida, a su parecer, cerca de un siglo antes de su época y fundamenta su método y doctrina en la existencia de la clase política (Elernenti di Scienza Politica, Gius Laterza 45, Figli, Bari, 1939, Tomo 4, p. 83 y sigs.; Tomo 11,

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que unos u otros en su pensar, actuar o las dos cosas, puedan representar clases. Ambas clases se alimentan entre sí y dan un producto que corres-ponde a las dos: el intelectual político.

No nos atrevemos a decir que encontremos la solución a las antítesis parciales, las contradicciones individuales, los inevitables temperamen-tos. Numerosas páginas se llevaría señalar reproches que el político puro formula al intelectual puro o que este acumula sobre el primero: el político habla de ausencia e indiferencia del intelectual ante la cosa pública; quizá exagere las dificultades de su actividad para desalentar el ingreso de competidores. El político recalca la propensión del intelectual a erigirse en severo juez en algunos casos, sin pasar por la prueba de la acción, en otros casos para resarcirse de la frustración en el actuar. La caracterización ya se ha hecho: el intelectual, ante la grosera realidad que interrumpe sus juegos mentales, se refugia en las ideas como en “un

p. 5 y sigs.). El tema aparece, sin embargo, en numerosos autores como preocupación teórica o investigación concreta aplicada al campo italiano. Notas parciales sobre la materia pueden encontrarse en casi toda la obra de Gramsci. Por su parte, De Ruggiero se ocupa expresa-mente de la clase política incisivamente y de la relación clase y partido y técnica y política (De Ruggiero. El retorno a la razón, cit., pp. 129-145). Encontramos un evidente acierto en De Ruggiero, cuando, al respecto, establece: 1o. Que fueron los fisiócratas quienes en primer lugar se esforzaron en determinar con exactitud científica el concepto de una clase política que, en virtud de hallarse libre de la necesidad material, por estar constituida por propietarios, estaba disponible para cumplir funciones públicas y gratuitas. 2o. Se trataba de una clase disponible o clase general apta para asumir la defensa de los intereses generales. 3o. Esta clase operaba como clase política y no como clase económico-social; actuaba para todos. 4o. Al fraccionarse la propiedad agraria y reducirse a complemento subsidiario de otras actividades, los intereses agrarios pasaron a segundo término y la clase industrial, así como el proletariado agrícola y urbano, hicieron que la clase política, que era general, se fraccionara en clases particulares, “las cuales justamente por eso, perdían toda verdadera calificación política”. 5o. Dejó, pues, de haber una clase mediadora, sujeta a servir al bien común, y a ello contribuyó la clase industrial, cuyos miembros “Casi siempre fueron adoradores de la técnica y denigradores de la política, y trataron de dominar esta última con medios indirectos y por interpósitas personas”. 6o. “En conclusión, la vieja clase política está en crisis y la nueva no logra aún emerger con caracteres bien definidos”. Tómese en cuenta la época en que De Ruggiero escribe. No creemos, sin embargo, que ella, la nueva clase política, haya surgido todavía con caracteres bien definidos. No lo es la pintada por Burnham en la revolución de los gerentes, que en su sentido primitivo convertiría a la clase política en administradores de los negocios de la burguesía confirman- do el aserto marxista. Tampoco en el derivado, representado por las actuales tendencias tecnó-cratas, con su copiosísima literatura que exalta el valor de la técnica y degrada al político con las acusaciones tradicionales y, en el fondo, se convierte en una ideología con la voluntad de

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Olimpo sin riesgo”, de tal manera que el pensamiento únicamente posee en él voluntad ofensiva “como medio de ejercer un poder absoluto, sin peligro y sin responsabilidad, justificando o trastornando el mundo ante su tintero”.25

El intelectual, por su parte, se abroquela frente al político con dos argumentos: la obligación que este tiene de salvaguardar la pureza de las ideas, de ser intransigente en su persecución. Situado en el mundo etéreo de las ideas, el intelectual condena el más mínimo repliegue y el menor apartamiento de la totalidad de las ideas que el político profesa. Cuando este recurre al gradualismo y evita acumular por su acción fuerzas y resistencias e intensificar su agresividad, el intelectual se cierra en la idea del todo o nada, y repliegues y acomodos le permiten ver al político como un hombre carente de posiciones doctrinales y que se exime ante las grandes opciones espirituales.

Si consideramos que la ineficacia en la política se siente y se ve y la eficacia ni se siente ni se ve, y que al político no se le juzga exclusivamente por el ejercicio de su profesión, sino que se le exige que llene cualidades al margen de esta; y recordamos que al artista se le juzga por su obra, sin importar su vida personal, que puede ser degradante o enaltecedo- ra, pero irrelevante para su obra, nos percatamos de que se da una dis-

reducir la política a la técnica, sobre la base de que esta resuelve objetivamente los problemas en atención al interés general. La definición de interés general ya implica una apreciación y juicio político. (Jean Meynaud (1960). Technocratie et politique, Lausanne: Etudes de Science Politique, Por otra parte, nuestra época obliga a la especialización, que ignora el todo, aun-que sea muy en lo general, y que es necesario conocer para la decisión política. Como se ha dicho, al político toca moderar los rigores de los técnicos, teniendo en cuenta los obstáculos humanos, lo cual da lugar a una función que debe considerar la totalidad de los factores del hombre: ideológicos, morales, religiosos, económicos. (Op. cit., p. 78 y sigs.). No dudamos que los técnicos puedan constituir otra clase, pero sí que constituyan la nueva clase política. Giacomo Perticone, en un libro que es modelo de investigación en su género (La formazione della classe politica nellflalia contemporanea, Firenze: Edizioni Leonardo, Casa Editrice G. C. Sansoni, 1954), da una clave cuando pone cuidado en no confundir la clase política (p. VIII). Tampoco encontramos la clase política en la descripción de Djilas: dominio de una burocracia privilegiada del capitalismo o socialismo de Estado, pues burocracia no es clase política. Las dificultades para definir la clase política radican más que en su existir, en el concepto de clase.

25 Emmanuel Mounier (1965). Manifiesto al servicio del personalismo. Personalismo y cristianismo, Madrid: Taurus Ediciones, S. A., p. 28.

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paridad perniciosa de criterios para enjuiciar. Apoyémonos en Croce: el político puede tener muchos defectos, carecer de muchas dotes; mas si la política es su vocación, construye “el fin sustancial de su vida”; se po-drá dejar corromper en cualquier actividad, pero no en ella, de la misma manera que el poeta, “si es poeta, transigirá con todo, menos con lo que atañe a la poesía y nunca se prestará a escribir malos versos”.26

* * *

Por tanto, afirmémonos en la concepción funcional y fortalezcámonos con dos principios fundamentales que hermanan al intelectual y al po-lítico. Concebir la política como una actividad cultural. Por el verbo, por la reflexión y por la decisión, el político del más alto rango procura moldear, valiéndose de ella hasta donde es posible, una realidad rebel-de, nada plástica, de conformidad con las ideas en que cree. La cultura tiene un claro sentido político, pues, en cuanto no se entiende como yuxtaposición o hacinamiento de conocimientos, supone la búsqueda de perfeccionamiento, empezando por el propio y, por tanto, implica perenne transformación, constante renovación, e impele a estar dentro de la sociedad en que se vive en una posición crítica, con el deseo de cambiarla o conservarla. Cualquier obra cultural, por individual que sea, por mucho que agote una individualidad, la trasciende, adquiere sentido objetivo cuando los demás la aprecian, consumen o rechazan.

Si la política es actividad cultural y la cultura, en su sentido más tras-cendente, tiene un significado político, la figura del intelectual político no sólo se ha dado en el pasado y existe en el presente, sino que tiende por sí a subsistir y está sustancialmente justificada. La figura o tipo exige que el intelectual sea modestamente receptivo a la realidad, se deje influir

26 Benedetto Croce (1952). Ética y política, Buenos Aires: Ediciones Imán. p. 747 y sigs. Corres-ponde este texto, en que se ocupa de la honradez política, a Fragmentos de ética, publicados en 1922. Ortega y Gasset, en su ensayo sobre Mirabeau, de 1927, coincide sustancialmente con Croce en que no hay que exigir al político las pequeñas virtudes; no hay que medirlo con el rasero que se aplica al mediocre. El “hombre de obras” no puede ser considerado “bajo la perspectiva moral y según los datos psicológicos del hombre menor, sin destino de creación” (Obras completas, Tomo III, Mirabeau o el político, Revista de Occidente, Madrid, 1962, pp. 603-611).

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por esta, la capte y exprese sin desprecio, aquilatándola como fuente de cultura, y el político se mantenga vinculado con el mundo de las ideas, procure racionalizar su actuar y encuentre en el pensar una fuente in-soslayable de la política.

Es indispensable tener esa que Max Weber considera cualidad psico-lógica decisiva del político, mesura; “capacidad para dejar que la realidad actúe sobre uno sin perder el recogimiento y la tranquilidad, es decir, para guardar la distancia con los hombres y las cosas”. La combinación es “pasión ardiente” y “mesurada frialdad”. La política requiere pa- sión para ser auténtica y no frívola; más “se hace con la cabeza y no con otras partes del cuerpo o del alma”.27

He querido en estas notas proporcionar alguna explicación sobre la acción de la historia y sobre los hombres dedicados al conocer, al hacer o a ambas cosas. Numerosos esclarecimientos, exigidos por los temas tratados, han quedado pendientes para un estudio que algún día procu-raré realizar.

Señoras y señores: La historia hecha y la historia por hacer constituyen tarea vital. Ranke escribió que el historiador debe hacerse viejo, lo que da lugar al comentario de que el tiempo parece ser más considerado con los que a desentrañarlo dedican sus vidas: “Y estas parecen henchirse y madurar a medida que pasa el tiempo por ellas. Como si el saber histórico fuese resultado no sólo del esfuerzo personal sino del tiempo mismo”.28

Hacer historia exige años y ayuda a tenerlos. La historia, que ayuda a la longevidad, parece ser que la demanda. Los años dotan de altura para el juicio histórico; obligan a poner entre interrogaciones lo que se aseguraba; otorgan capacidad de duda e imponen, a veces, el recurrir a los puntos suspensivos.

Vivimos época de tiempo rápido. Hemos sido testigos de muchos cambios; preparémonos a ser protagonistas o cronistas de muchos cam-

27 Max Weber (1967). El político y el científico, Madrid: Alianza Editorial, pp. 153-156.28 Luis Diez del Corral (1959). Estudio preliminar a La idea de la razón de Estado en la Edad

Moderna, por Friedrich Meinecke. Madrid: Instituto de Estudios Políticos, pp. VII, VIII y IX.

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bios más. Para cumplir la tarea vital que nos concierne, mantengámonos en actitud abierta a lo que proponen las avanzadas de nuestra contempo-raneidad: aprendamos de aquellos a quienes pretendemos enseñar; tenga-mos presente que quienes niegan o afirman rotundamente, quizás estén inquiriendo o preguntando. De no seguir esta conducta, proferiremos palabras que emanan de un mundo cansado, en los linderos de periclitar; siguiéndola, adoptando una actitud que no busca perpetuar conviccio- nes, sino recibir y tratar de comprender las influencias filiales –de los hijos de la cátedra a los hijos de la acción– podemos contribuir a configurar un mundo siempre antiguo y nuevo, con la convicción de que la liber- tad es imperecedera como necesidad del espíritu y que la justicia también es imperecedera como necesidad de la dignidad moral del hombre. Esta actitud espiritual abierta, permitirá comprender los nuevos significados de los valores en que se cree luchar por las nuevas emancipaciones que las nuevas esclavitudes demandan. Esta actitud espiritual abierta, permitirá comprender los nuevos significados de los valores en que se cree y luchar por las nuevas emancipaciones que las nuevas esclavitudes demandan. Es con esa actitud espiritual que ofrezco contribuir a las tareas vitales de la Academia Mexicana de la Historia.

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Revista Mexicana de Cultura Política NAVol. 2 / Núm. 7

Arturo Arnáiz y Freg

Respuesta a Jesús Reyes Heroles

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Nota introductoria del editor

Arturo Arnáiz y Freg fue un estudioso sui generis de la Historia, como peculiar puede ser una persona que estudia una disciplina por el gusto de hacerlo. En realidad nunca obtuvo un documento oficial que lo acreditara como historiador, lo era de hecho. El título de licenciado en Economía lo obtuvo a los 47 años, pero para entonces ya había realizado estudios de Medicina y de Filosofía en la UNAM, y también había impartido clases de Historia en preparatoria, en el Colegio de México, en la UNAM y en el Instituto Tecnológico Autónomo de México. En esa época también ocupaba el sillón número 13 de la Academia Mexicana de la Historia. Arnáiz y Freg era conocido por sus meticulosos estudios históricos y por sus divertidas conferencias.

El sentido del humor que le caracterizaba hacía de Arnáiz un historia-dor muy singular pues su técnica expositiva estaba siempre acompañada de una gran prolijidad en sus investigaciones. Era en verdad un académi- co de la Historia. Tocó a Arnáiz y Freg responder la conferencia presentada por Don Jesús Reyes Heroles en la ceremonia de ingreso a la Academia Mexicana de la Historia.

Este discurso protocolario es en realidad un escrutinio de la obra de Jesús Reyes Heroles, especialmente su aportación al estudio del liberalismo mexicano. Sólo un conocedor de la obra de Reyes Heroles se da el permiso de presentar en pocas líneas las mil seiscientas páginas que conforman la investigación sobre el liberalismo. Dice Arnáiz “el primer volumen, dedicado a establecer el origen de las ideas, puso énfasis en el aspecto teórico. En el segundo […] cargó el acento en el estudio de lo que llama: ‘las grandes coor-denadas de nuestra historia’ y, en el tercero, para mí el que está escrito con mayor elegancia y dominio del tema, se dedicó a describir cómo el ideario liberal pudo quedar plenamente integrado dentro de la vida histórica de México”.

De esta síntesis se desprende un interesante análisis del gran mosaico que es la obra de Jesús Reyes Heroles, con la mención de pormenores del trabajo documental que realizó el historiador para lograr esta obra que marca un hito en el análisis de los hechos y las ideas de la historia mexicana. Añade

157Respuesta a Reyes HerolesArturo Arnáiz y Freg

importantes reflexiones sobre el estudio que realizó Reyes Heroles acerca de la obra de Mariano Otero, como la otra contribución fundamental sobre el liberalismo mexicano. Esta herencia de los pensadores estudiados por Reyes Heroles y la de él mismo, es materia en la cual abrevan analistas del México contemporáneo, seguramente porque los valores liberales siguieron derroteros distintos a los que conocieron aquellos hombres. Arnáiz y Freg, fiel a sí mismo, no abandonó su elegante sentido del humor para mencionar algunos detalles de la obra que abrió las puertas a Jesus Reyes Heroles a la Academia Mexicana de la Historia.

La Academia Mexicana de la Historia, recibe esta noche, en sesión solemne, a un nuevo miembro de número.

Esta institución, que desde hace cerca de medio siglo ha cultiva-do las Ciencias Históricas en todos sus ramos, enriquece ahora la lista de sus miembros con el nombre y la colaboración de uno de los intelectuales más distinguidos del México Contemporáneo. Al licenciado don Jesús Reyes Heroles le será impuesta hoy, como símbolo de su nueva jerarquía, la venera correspondiente al sillón número 10 de esta Academia que, a partir del año de 1919, ha sido ocupado por otros dos mexicanos emi-nentes.

Fue el primero don Federico Gómez de Orozco, sabio historiador, bibliófilo siempre generoso, y profundo conocedor de la vida histórica de México, particularmente en la extensa etapa que, desde la Conquista, se extiende hasta el fin de la dominación española. Muchos de los aquí presentes recordamos todavía con admiración las lecciones de Paleo-grafía que le escuchamos dentro de las aulas de la Facultad de Filosofía y Letras, y sus investigaciones que iluminaron algunos de los capítulos más intrincados de la Historia de México en el Siglo XVI.

Al término de la larga y fecunda vida de don Federico Gómez de Orozco, la Academia tuvo el acierto de elegir para substituirlo al Dr. don Ángel María Garibay.

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Continuador ilustre de los grandes misioneros que nos dejaron libros y estudios fundamentales para el estudio del México prehispánico, don Ángel María Garibay supo ensanchar el camino que abrieron Fray Andrés de Olmos, Fray Bernardino de Sahagún y Diego Durán.

Y, al excavar en la rica veta de la literatura náhuatl, realizó hallazgos que son oro en polvo y gemas de valor imponderable.

Para Garibay, la investigación del pasado indígena representaba el sustrato necesario para la comprensión del mexicano moderno. “Por ambos lados venimos de muy remotas fuentes, –decía– y todo lo que en siglos, en milenios, se acumuló en ellas, nos ha tocado a nosotros”.

Concebía a México no como un bloque, sino como un mosaico. En el tiempo y en el espacio. Decía que los que nos sentimos mexicanos, que-remos todo lo nuestro: “lo mismo la piedra que abruma con su majestad hierática como la Coatlicue, que la solemne belleza barroca y neoclásica de la Catedral de México”.

Y ese hombre que, sin descuidar sus múltiples obligaciones, escribía a veces en “los ratos perdidos”, “acaso los mejor ganados” –como él decía–, nos abrió amplios caminos para la comprensión de esta nación nuestra: “ternura toda, y toda tormenta”, “país en el que la flor radiosa del canto se abre junto a las llamas”, “México, que parece paradoja: bronco como el rayo, y dulce como el canto materno”.

* * *

Sucede el licenciado Reyes Heroles en el ámbito de esta Academia a uno de los más grandes sabios del México contemporáneo. Se le recibe aquí con afecto y con respeto.

Hace ya varios lustros que sabíamos de sus intensos estudios en el campo de la jurisprudencia, la economía y la ciencia política, que le han permitido ampliar conocimientos en campos que se completan uno al otro.

159Respuesta a Reyes HerolesArturo Arnáiz y Freg

Pero, para nosotros, el período más fecundo de su trabajo como his-toriador se inició formalmente el año de 1955.

Para conmemorar el primer centenario de la Constitución de 1857, se le invitó a que colaborara en la celebración, con un libro que contuviera el resultado de sus investigaciones sobre los orígenes y la evolución del liberalismo mexicano.

El licenciado Reyes Heroles aceptó el encargo, y llevado de su impul-so de investigador y tratadista, escribió una obra en tres volúmenes que tiene, en conjunto, más de mil seiscientas páginas de texto en su primera edición, a pesar de la gran economía de espacio que exhibe su formato.

En marzo de 1957, el licenciado Reyes Heroles era presentado en el proemio del primer volumen de su obra por el Dr. Roberto Mantilla Molina, entonces Director de la Facultad de Derecho, como “un maestro distinguido, brillante catedrático de Teoría del Estado y cuyos estudios de la historia de nuestras ideas e instituciones políticas son ampliamente conocidos”.

En el primer volumen, dedicado a establecer el origen de las ideas, puso énfasis en el aspecto teórico. En el segundo, que describe la “socie-dad fluctuante” entre la vida virreinal y el sistema republicano, cargó el acento en el estudio de lo que llama: “las grandes coordenadas de nuestra historia” y, en el tercero, para mí el que está escrito con mayor elegancia y dominio del tema, se dedicó a examinar valiosas aportaciones mexicanas, y a describir cómo el ideario liberal pudo quedar plenamente integrado dentro de la vida histórica de México.

Así como el notable historiador holandés Bernhard Groethuysen en su justamente célebre libro acerca de La formación de la conciencia burguesa en Francia durante el Siglo XVIII, nos ha dado una exposición detallada de cómo se fue integrando en esa centuria la conciencia del hombre nuevo, así como ese buen discípulo de Dilthey, en un esfuerzo ejemplar, abrió nuevos campos a la historia de las ideas y a la historia social, para trazar una descripción muy precisa de cómo la burguesía francesa llegó a ins-talarse, paso a paso, como fuerza política sustantiva, el licenciado Reyes Heroles, al estudiar la dinámica del espíritu liberal en México, puso al descubierto nuevas realidades, con una sutileza y un refinamiento me-

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tódico, que le han permitido redactar una especie de historia subyacente de la conquista de las libertades democráticas.

Esta ha sido sin duda una contribución capital. Si Groethuysen usó millares de sermones de los predicadores franceses de los siglos XVII y XVIII, Reyes Heroles, al emplear la folletería mexicana del Siglo XIX, así como los informes de los periódicos, incluso los de los menos importan-tes, ha logrado obtener no sólo un tipo de historia que se eleva a planos filosóficos, sino también ha sabido lograr un cuidado en el detalle, un acercamiento íntimo a los sucesos, presentados con una lentitud y una minuciosidad de las que nuestra literatura historiográfica presenta muy pocos ejemplos.

Al ahondar en su investigación, presenta no una colección de estampas estáticas sino un curso dinámico que le permite trazar, en un espléndido esfuerzo de genealogía histórica, la relación cambiante de la clase media mexicana con el ejército, entonces privilegiado, y la iglesia que era dueña de las dos terceras partes del país.

El primer volumen de su obra, dedicado a “Los Orígenes” fue con-siderado como la más importante contribución, en el orden intelectual y literario, en el homenaje a la Constitución de 1857 y al liberalismo mexicano.

Se le consideró, desde el principio, merecedor de atenta consideración, no sólo de parte de los historiadores mexicanos, sino también de quienes estudian la historia de las ideas en América.

Y al elogiar la solidez, la moderación y la pureza metódica como cualidades esenciales de esa obra de Reyes Heroles, Francisco Cuevas Cancino proclamaba hace doce años su asombro por la inmensa canti-dad de material de primera mano con que ha contado, y así decía: “Sólo aquellos que hemos hecho investigaciones en México nos damos cuenta de los muchos pasos y pesos que Reyes Heroles ha gastado para lograr la magnífica y floreciente documentación que fortalece y justifica cada una de las páginas de su texto”. (Excélsior, 13 de junio de 1957).

* * *

161Respuesta a Reyes HerolesArturo Arnáiz y Freg

Nuestro nuevo académico era por entonces ya bien conocido, pero, al parecer, todavía, no de manera suficiente. Cuando editó su primer volu-men, en una revista literaria y artística que se publicaba en junio de 1957, encuentro que, por un curioso error, claramente contrario al Evangelio, el crítico de libros mencionaba “la estupenda obra que don Jesús Herodes publicó hace una semana”. Quien cometió este error, merecía, sin duda, haber sido uno de los Santos Inocentes. (Hoja al Viento Revista Literaria y Artística. Núm. 2. -15 de junio de 1957).

En el laberinto de documentos que ha tenido que manejar, nos dice que encontró un leve hilo conductor que ha orientado su itinerario: “la idea liberal y, dialécticamente, la antiliberal”.

Reyes Heroles ha tenido que hacer esta confesión: “los hechos histó-ricos predominan y entusiasman, pero seguir las huellas de las ideas no es cosa sencilla”. Su esfuerzo ha permitido el establecimiento de una rica genealogía ideológica. En las páginas de millares de folletos, junto a lo meramente circunstancial, Reyes Heroles ha podido encontrar muchos de los planteamientos decisivos del federalismo mexicano y, sobre todo, los testimonios que revelan la existencia de un liberalismo social que pugna por afirmarse.

Al emprender el estudio del liberalismo en México como experiencia cargada de sentido histórico, señalaba que esta concepción política no sólo ha sido una interpretación del mundo, sino un intento para transformarlo.

La acción liberal, auxiliada por las contradicciones internas de las clases enemigas, algunas de ellas muy poderosas, evitó el gobierno oli-gárquico, superó el despotismo constitucional, frustró el dominio de las clases privilegiadas y, más tarde, evitó el establecimiento del gobierno monárquico.

En este campo, la obra entera de don Jesús Reyes Heroles parece haber sido la mejor refutación que hasta ahora se haya escrito para contestar la frase de don Francisco Bulnes que, puesto en energúmeno, afirmó un día:

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“Es menester aceptar con resignación una triste verdad: los mexicanos servimos para todo, menos para liberales”.

Para Reyes Heroles, los golpes de historia, los grandes procesos, no se hacen persiguiendo pequeñeces teóricas, por trascendentales que sean, sino pretendiendo implantar como norma o realidad unos cuantos grandes principios.

En su gran trabajo de investigación, tuvo que examinar, casi día por día, la vida histórica de México a lo largo de medio siglo.

Al hablar de la victoria histórica del federalismo, señala que sus de-fensores postularon y lograron el gobierno de las clases intermedias con el apoyo popular. El triunfo permitió que el país dispusiera de un marco político y sociológico que, en todo caso, iba por delante de las realidades nacionales y que, lejos de frenarlas, alentaba su modificación.

A Reyes Heroles debemos reconocimiento por haber documentado con particular lucidez y gran rigor crítico lo que él ha llamado con toda precisión “el liberalismo social mexicano”. Él ha señalado que si el libe-ralismo no encontró la solución al problema de la tierra, lo importante es que la haya atisbado.

En su opinión, la Revolución Mexicana completó y ensanchó una idea liberal al establecer el principio de no reelección, y así escribió hace siete años: “A la Revolución, con la no reelección, debemos que nuestra historia no sea una sucesión de oligarquías vitalicias sólo limitada por la duración física de sus integrantes”.

Ante los miopes que, todavía en nuestros días, se empeñan en afirmar que la centralización del México contemporáneo demuestra lo artificial del federalismo, Reyes Heroles ha respondido con una interrogante: ¿dónde habríamos ido sin ese freno?” Y responde: “el federalismo no ha estorbado, sino estimulado, en cambio, la permanencia de las peculiari-dades regionales y su integración nacional. Sigue siendo un aliciente y un método para luchar contra la centralización”.

La agudeza crítica de este historiador, destaca de manera muy clara cuando demuestra que el liberalismo mexicano está dotado de matices

163Respuesta a Reyes HerolesArturo Arnáiz y Freg

originales y que más original resulta en lo que es heterodoxo frente al liberalismo clásico. Las realidades nacionales lo hacen apartarse del libre cambio en materia económica, y en el campo social, las propias realidades lo incitan a adquirir características ajenas al típico liberalismo europeo. Al describir este proceso, ha señalado que en México las ideologías no se importan en bloque; se asimila lo que en ellas hay de asimilable, y esto se adapta.

Reyes Heroles ha logrado documentar de manera muy clara los plan-teamientos sociales que hubo dentro del movimiento liberal mexicano y ha sido muy cuidadoso para no incurrir en el error de reducir nuestro proceso histórico sólo a la idea liberal. Así ha escrito: “ideal y realidad se apoyan y configuran mutuamente; a veces las ideas son metas que im-pulsan al país; en ocasiones, el esquema racional se acopla a una realidad que no puede deformarse mediante la ortopedia dogmática”.

Frente a la miopía de los que sostienen que el levantarse contra el porfirismo, el pueblo de México se sublevó de hecho contra el legado his-tórico del liberalismo, Reyes Heroles afirma con gran agudeza crítica: “el porfirismo, enjuiciado en su totalidad, como fenómeno que dura treinta años, no es un descendiente legítimo del liberalismo. Si cronológicamente lo sucede, históricamente lo suplanta”.

Por eso dice en otra de sus páginas: “El porfirismo actuó como enterra-dor del liberalismo, al que no le escatimó honras fúnebres, glorificándolo en solemnidades y monumentos”.

Por su amplio conocimiento de la realidad histórica de México, nuestro nuevo académico ha señalado que está convencido de que: “El porfirismo violó los principios políticos del liberalismo y negó la corriente social que había atemperado en nuestro país el dogmatismo individualista”. Por eso ha dicho de manera sentenciosa: “No debe buscarse una sucesión normal, legítima, entre liberalismo y porfirismo y una continuidad, sino una substitución, una verdadera discontinuidad”.

El porfirismo no representa en su balance general la huella histórica del pensamiento liberal. El intervalo porfirista traicionó sus orígenes históricos. “Liberales” se proclamaron con toda lógica sus enemigos

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frontales, los del grupo Magonista. El manifiesto antiporfirista de 1906 está firmado por hombres que se llaman a sí mismos: el Partido Liberal Mexicano. El constitucionalismo social de 1917 no fue producto de la acción espontánea. Tenía raíces muy hondas que arrancaban desde los primeros hombres del partido del progreso.

* * *

En su libro sobre La Evolución Histórica de México, el notable jurista y escritor don Emilio Rabasa nos dejó el más apretado conjunto de argu-mentos para intentar la defensa histórica del gobierno porfiriano. Tengo para mí que, cuando se lean dentro de varias décadas los escritos de don Jesús Reyes Heroles, un lector inteligente podrá encontrar en ellos una de las defensas más bien elaboradas sobre la significación histórica de la Revolución Mexicana.

Reyes Heroles ha descrito una actitud que resulta determinante, una especie de ley de nuestro proceso histórico: “Hay siempre –ha dicho– una masa que impulsa a sus caudillos”. Por eso “en nuestros grandes mo-vimientos –insurgencia, reforma, revolución–, los guías frecuentemente sólo han obedecido a las masas”.

* * *

En sus libros, Reyes Heroles se ha ocupado de describir la vida política y legislativa de México desde 1820 a 1857. Nadie ha hecho hasta hoy más para estimular la comprensión de esa “generación del dolor y del infortunio” que llegó a la escena política inmediatamente después de consumada la Independencia.

Su estudio sobre Mariano Otero es un desfile apasionante de hechos y afirmaciones, documentados con la precisión más rigurosa.

Cuando comenta el “Ensayo sobre el verdadero estado de la cuestión social y política que se agita en la República Mexicana”, publicado por Mariano Otero en 1842, Reyes Heroles señala cómo Otero, “si se hubiera dedicado exclusivamente a precisar causas y factores reales, a delinear la necesidad condicionante del proceso histórico y del panorama de su

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época, habría sido gran sociólogo e historiador; pero dio un paso mucho mayor: quiso entender las condiciones objetivas de la sociedad mexicana, para intentar comprenderla.

Al leer su espléndido estudio preliminar, me he sentido obligado a discrepar, con el mayor respeto, de nuestro eminente colega, cuando señala que el primer intento reformista de Valentín Gómez Farías en 1833 “fue en parte frustrado por el afán perfeccionista del doctor José María Luis Mora”.

Recordemos cómo Mora mismo escribió, desde 1836 que Gómez Farías se hubiera sostenido en el poder si se hubiera apoderado del tur-bulento Santa Anna y lo hubiera sumergido en un presidio, pero nos dice, “don Valentín no procedió con la decisión que el momento reclamaba, le faltó resolución en la hora precisa y permitió, por su pusilanimidad, el desencadenamiento de la venganza del partido ultramontano que acabó con las reformas que en 1833 y 1834 se habían difícilmente conseguido”.

Por eso Mora, amigo y, en muchas ocasiones, consejero de Gómez Farías y de Otero, escribía: “Cuando se ha emprendido y comenzado un cambio social, es necesario no volver los ojos atrás hasta dejarlo completo, ni pararse en poner fuera de combate a las personas que a él se oponen, cualquiera que sea su clase; de lo contrario, se carga con la responsabilidad de los innumerables males de la tentativa que se hacen sufrir a un pueblo y éstos no quedan compensados con los bienes que se esperan del éxito”.

El hecho de no haberse apoderado del general Santa Anna, porque no se supusiese en el vicepresidente Gómez Farías una ambición de man-do que no tenía, y porque el paso era inconstitucional, hizo exclamar a Mora: “Famosa razón por cierto, famosa razón que ha mantenido a lo más la reputación del señor Gómez Farías en un punto muy secundario, haciéndola sufrir sin provecho los males de la reforma, los de la reacción que la derribó y los que le causarán las nuevas e inevitables tentativas que se emprenderán en lo sucesivo para lograr aquellas”.

* * *

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Tengo para mí que el más reciente de sus libros, el estudio prelimi- nar de las obras de Otero es, hasta hoy, el mejor de sus trabajos. La rica documentación es dominada por la firme voluntad del escritor. La cita de textos ajenos se reduce a lo estrictamente indispensable. La maestría que ha logrado, ha permitido a Reyes Heroles escribir una apasionante semblanza de un hombre que se le parecía en mucho. Por eso elogia con entusiasmo en Otero: “La riqueza de información y el cálculo frío, el idealismo realista que demanda por igual principios y conocimientos de la realidad, entereza y flexibilidad, resolución y sagacidad, así como la existencia de un delicado olfato”. Con qué clara convicción nos confía Reyes Heroles en un comentario marginal: “No puede exigirse al estadista que acierte; pero sí que, al tomar las decisiones, considere los elementos y circunstancias reales, de modo que su fallo no derive del desconocimiento de la realidad o de confusión de esta con sus deseos, y pueda originar acontecimientos contrarios a los intereses que sirve”.

Como otro reflejo de sus propias capacidades personales, Reyes He-roles, al estudiar la obra política de Mariano Otero, no deja de advertir: “la facultad de absorción y estructuración de ideas de que estaba dota- do, la que permitió que su cultura, sus conocimientos que rayaban en la erudición, impusieran solidez al pensamiento”.

Reyes Heroles evade en sus trabajos las frases rotundas y todo brillo retórico innecesario.

Hay en sus libros, sobre todo en el de Otero, una fluidez, una conti-nuidad dramática que se obtienen mediante una rigurosa economía de adjetivos, sin una sola concesión emocional.

Si don Luis Cabrera decía a principios de este siglo “La única nación a la que México debe imitar es la Nueva España”, Reyes Heroles ha permi-tido que se diga: “El siglo diecinueve nos dejó de herencia un liberalismo laico, personalista, nacional, antifeudal y profundamente social, en el cual puede hallar inspiración y vigor el México contemporáneo”.

Para él, México tiene un capital histórico que debemos conservar y acrecentar. Prescindir de él, es dilapidar lo que con tesón nos dejaron nuestros mayores; es olvidar que nuestra generación no es hija de sí misma y –por ello– ha sostenido y sostiene que el liberalismo, como velocidad

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adquirida, juega todavía un papel en el presente de México. Hay todavía problemas a los que nos enfrentamos con el enfoque liberal y, por su-puesto, actitudes en la vida nacional que encuentran su fundamento en la conciencia histórica de aquellos hombres.

Y al insistir en el matiz ético que da su carácter a muchos episodios de esa gran lucha, Reyes Heroles destaca la limpieza, el denuedo y el espíritu de sacrificio de que aquellos hombres dieron muestra.

* * *

En la tribuna del Congreso de la Unión, el día en que las cenizas del autor de México y sus revoluciones fueron llevadas a la Rotonda de los Hombres Ilustres, Reyes Heroles expresó de nuevo su firme convicción: “No se corta la historia ... se prosigue”. “Los revolucionarios mexicanos, lejos de romper los nexos que los unen al pasado, ven en esa labor en el presente, una continuación del proceso histórico nacional”.

Este hombre, que sabe el valor de los siglos y, sobre todo, el de los minutos, ha restablecido el vínculo que unifica el proceso histórico que, a lo largo de dos centurias, ha orientado a los mexicanos en su lucha por las libertades civiles, los procedimientos democráticos y por la equidad económica y social.

Señoras y señores:

Hemos escuchado un discurso de recepción valeroso y pleno de vi-gor intelectual. Es una elocuente lección de historiología en la que están presentes algunas de las preocupaciones más hondas de un historiador moderno. El discurso sobre “La Historia y la Acción” que ha leído el licenciado Reyes Heroles es una clara y bien definida toma de posición frente a los problemas básicos que le han planteado su propia experiencia y su valiosa vocación intelectual.

Llega el licenciado Reyes Heroles a su sillón de Académico de la Mexicana de la Historia, Correspondiente de la Real de Madrid, en la madurez de su inteligencia y en la plenitud de su capacidad creadora. Al comprobar la extensión y la profundidad de la obra histórica que lleva

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realizada, asombra advertir que ha escrito sus libros mientras, desde pues-tos de alta responsabilidad, trabaja intensamente en el servicio público.

Reyes Heroles está convencido de que, el hacer ayuda al conocer, y de que escribir historia impone formar parte del presente, tratando hechos que pertenecen al pasado.

Sus obras son ejemplo de decoro intelectual y de rigor en el manejo de los métodos propios de la historia.

Es evidente que el nuevo miembro de esta Academia ha llegado a formar sus propias convicciones, después de enriquecer su valiosa pre-paración con lecturas muy caudalosas y bien seleccionadas. Su discurso de hoy, es un testimonio elocuente del fino sentido con el que evade las exageraciones y evita en sus páginas los extremos a los que los escépticos y los dogmáticos nos tienen habituados.

Ha llegado al estudio de la Historia del Pensamiento Político en México, provisto del arsenal muy rico que le proporciona la meditación reiterada sobre los textos de los pensadores más preclaros de Occidente.

Dentro de unos minutos, el señor Presidente de la República le hará entrega de la venera que, con máxima dignidad, usó en su condición de Académico de Número don Ángel María Garibay. Estoy seguro que el eminente historiador e ilustre filólogo habría visto con el mayor agrado esta sucesión. Hace un año que el Padre Garibay, al dar cuenta en las páginas de un diario de la aparición de las obras de Mariano Otero, escribía: “Fundamental en todos sentidos es el estudio preliminar, en el que el editor sitúa y valora todos los aspectos de la obra de Otero. Y agregaba: “Los trabajos anteriores de Reyes Heroles, a partir de 1945, lo hacían presentir así. Este libro da un fruto de años y para muchos años”.

***

Veo reunidas en esta sala algunas de las inteligencias más preclaras del México contemporáneo. La Academia Mexicana de la Historia agradece de manera muy especial la presencia en esta sesión del ciudadano que preside la República, y de algunos de sus colaboradores más cercanos.

169Respuesta a Reyes HerolesArturo Arnáiz y Freg

Se siente obligada también a expresar su gratitud a los centenares de personas, procedentes de los sectores más activos de la vida cultural de México, así como de aquellos que están vinculados con nuestra vida política, económica y financiera, por el honor y la distinción que a esta sesión confiere su presencia; y es mi grato deber decir ahora:

Sea bienvenido el licenciado don Jesús Reyes Heroles al sillón de la Academia Mexicana de la Historia que ocupará hasta el fin de sus días. Sabemos que, por méritos prolijos, tiene ganado desde hace muchos años un lugar de honor entre los hombres que, a lo largo de este siglo, han dedicado lo mejor de sus esfuerzos al rescate, al estudio y la revalora- ción de las huellas documentales que conservamos sobre una etapa fundamental de la historia de nuestro país como nación independiente.

Licenciado don Jesús Reyes Heroles:

En su hermoso discurso inaugural, ha mencionado que “hacer historia exige años y ayuda a tenerlos”. La historia, ha apuntado usted, “ayuda a la longevidad y parece ser que la demanda”.

Ocupa usted desde hoy en esta Casa el sitial que supieron honrar con sus esfuerzos y trabajos, sabios como don Federico Gómez de Orozco y don Ángel María Garibay.

Sea usted bienvenido al sillón que dentro de esta Academia le corres-ponde, y que sea por muchos años.

170 Revista Mexicana de Cultura Política NA

171El mundo es cada vez más un lugar de con� ictos violentosJorge Mario Bergoglio

Revista Mexicana de Cultura Política NAVol. 2 / Núm. 7

El mundo es cada vez más un lugar de conflictos violentos. Discurso ante el Congreso de Estados Unidos*

Jorge Mario Bergoglio

172 Revista Mexicana de Cultura Política NA

Nota introductoria del editor

Por onceava ocasión un Papa visita Estados Unidos, pero por primera vez pronuncia un discurso ante el Congreso de ese país. La presencia del Papa Francisco ante los legisladores estadounidenses no hace más

que corroborar que la religión, como un fenómeno social, está implícita en la vida política de una nación. Cuatro visitas papales ocurrieron cuando formalmente estaban rotas las relaciones diplomáticas entre El Vaticano y el gobierno de Estados Unidos; en las siguientes seis, que incluyeron cinco visitas del Papa Juan Pablo II y una de Benedicto XVI, hubo distintos foros, pero ninguno tan marcadamente político como el que le fue concedido al actual Papa de la iglesia católica.

Se puede decir que también es el primer Papa que manifi esta de mane-ra tan abierta la relación entre la política y los presupuestos de la religión católica, porque asocia la responsabilidad individual y la misión del indi-viduo con la responsabilidad social, del mismo modo en que señala que el encargo de la política es la búsqueda del bien común, como la que realizan los legisladores estadounidenses.

El discurso papal parte de derechos humanos que tradicionalmente ha defendido la iglesia católica, pero que también han sido la bandera de lucha del liberalismo como la libertad y la justicia, pero actualizando la situación en el confl ictivo contexto mundial actual. Así, el representante de la iglesia católica, se refi rió a la violencia que genera el sistema económico capitalista –sin llamarlo como tal–, el narcotráfi co, las formas de combate a la migración, la violencia generada en nombre de las religiones, la pena de muerte, así como la venta y tráfi co de armas.

El Papa Francisco tejió su discurso apoyándose en cuatro fi guras emble-máticas para el pueblo estadounidense: Abraham Lincoln, Martin Luther King, Dorothy Day y Th omas Merton, dos políticos y dos religiosos, y cita, además, extensamente las propuestas que ha realizado previamente en la

* Discurso pronunciado por el Papa Francisco ante el Congreso de los Estados Unidos de Amé-rica el 23 de septiembre de 2015. La versión en español de la alocución papal fue tomada de la página ofi cial de la Santa Sede, w2.vatican.va

173El mundo es cada vez más un lugar de conflictos violentosJorge Mario Bergoglio

Encíclica Laudato si’ y en la exhortación apostólica Evangelii Gaudium (La alegría del evangelio). En la encíclica, el Papa Francisco se refiere ex-tensamente a la sustentabilidad del planeta donde analiza críticamente el concepto de progreso que ha colocado en riesgo a la humanidad, así como el sometimiento de la política a la estructura financiera y tecnológica. De nuevo, religión y política. Por otro lado, la exhortación apostólica citada en su discurso se ha asociado a la teología de la liberación por el énfasis en el bien común o bien del pueblo y donde mira críticamente la economía de la exclusión, la idolatría por el dinero que convierte a este en un principio que gobierna en lugar de ser un instrumento útil a la sociedad y la desigualdad social que genera violencia. El discurso pronunciado por el Papa Francisco en su visita a Estados Unidos es histórico por su escenario y porque sin duda es una pieza de reflexión política.

Señor Vicepresidente,

Señor Presidente,

Distinguidos Miembros del Congreso,

Queridos amigos:

Les agradezco la invitación que me han hecho a que les dirija la pa-labra en esta sesión conjunta del Congreso en “la tierra de los libres y en la patria de los valientes”. Me gustaría pensar que lo han hecho porque también yo soy un hijo de este gran continente, del que todos nosotros hemos recibido tanto y con el que tenemos una responsabilidad común.

Cada hijo o hija de un país tiene una misión, una responsabilidad personal y social.

La de ustedes como miembros del Congreso, por medio de la actividad legislativa, consiste en hacer que este país crezca como nación. Ustedes son el rostro de su pueblo, sus representantes. Y están llamados a defender y custodiar la dignidad de sus conciudadanos en la búsqueda constante y exigente del bien común, pues este es el principal desvelo de la política.

174 Revista Mexicana de Cultura Política NA

La sociedad política perdura si se plantea, como vocación, satisfacer las necesidades comunes favoreciendo el crecimiento de todos sus miem-bros, especialmente de los que están en situación de mayor vulnerabilidad o riesgo. La actividad legislativa siempre está basada en la atención al pueblo. A eso han sido invitados, llamados, convocados por las urnas.

Se trata de una tarea que me recuerda la fi gura de Moisés en una doble perspectiva. Por un lado, el Patriarca y legislador del Pueblo de Israel simboliza la necesidad que tienen los pueblos de mantener la conciencia de unidad por medio de una legislación justa. Por otra parte, la fi gu-ra de Moisés nos remite directamente a Dios y por lo tanto a la dignidad trascendente del ser humano. Moisés nos ofrece una buena síntesis de su labor: ustedes están invitados a proteger, por medio de la ley, la imagen y semejanza plasmada por Dios en cada vida humana.

En esta perspectiva quisiera hoy no sólo dirigirme a ustedes, sino con ustedes y en ustedes a todo el pueblo de los Estados Unidos. Aquí junto con sus representantes, quisiera tener la oportunidad de dialogar con miles de hombres y mujeres que luchan cada día para trabajar hon-radamente, para llevar el pan a su casa, para ahorrar y –poco a poco– conseguir una vida mejor para los suyos. Que no se resignan solamente a pagar sus impuestos, sino que –con su servicio silencioso– sostienen la convivencia. Que crean lazos de solidaridad por medio de iniciativas espontáneas pero también a través de organizaciones que buscan paliar el dolor de los más necesitados.

Me gustaría dialogar con tantos abuelos que atesoran la sabiduría forjada por los años e intentan de muchas maneras, especialmente a través del voluntariado, compartir sus experiencias y conocimientos. Sé que son muchos los que se jubilan pero no se retiran; siguen activos construyendo esta tierra. Me gustaría dialogar con todos esos jóvenes que luchan por sus deseos nobles y altos, que no se dejan atomizar por las ofertas fáciles, que saben enfrentar situaciones difíciles, fruto muchas veces de la inmadurez de los adultos. Con todos ustedes quisiera dialogar y me gustaría hacerlo a partir de la memoria de su pueblo.

Mi visita tiene lugar en un momento en que los hombres y mujeres de buena voluntad conmemoran el aniversario de algunos ilustres es-

175El mundo es cada vez más un lugar de conflictos violentosJorge Mario Bergoglio

tadounidenses. Salvando los vaivenes de la historia y las ambigüedades propias de los seres humanos, con sus muchas diferencias y límites, estos hombres y mujeres apostaron, con trabajo, abnegación y hasta con su propia sangre, por forjar un futuro mejor. Con su vida plasmaron valores fundantes que viven para siempre en el alma de todo el pueblo. Un pueblo con alma puede pasar por muchas encrucijadas, tensiones y conflictos, pero logra siempre encontrar los recursos para salir adelante y hacerlo con dignidad. Estos hombres y mujeres nos aportan una hermenéutica, una manera de ver y analizar la realidad. Honrar su memoria, en medio de los conflictos, nos ayuda a recuperar, en el hoy de cada día, nuestras reservas culturales.

Me limito a mencionar cuatro de estos ciudadanos: Abraham Lincoln, Martin Luther King, Dorothy Day y Thomas Merton.

Estamos en el ciento cincuenta aniversario del asesinato del Presidente Abraham Lincoln, el defensor de la libertad, que ha trabajado incansa-blemente para que “esta Nación, por la gracia de Dios, tenga una nueva aurora de libertad”. Construir un futuro de libertad exige amor al bien común y colaboración con un espíritu de subsidiaridad y solidaridad.

Todos conocemos y estamos sumamente preocupados por la inquie-tante situación social y política de nuestro tiempo. El mundo es cada vez más un lugar de conflictos violentos, de odio nocivo, de sangrienta atrocidad, cometida incluso en el nombre de Dios y de la religión. Somos conscientes de que ninguna religión es inmune a diversas formas de aberración individual o de extremismo ideológico.

Esto nos urge a estar atentos frente a cualquier tipo de fundamen-talismo de índole religiosa o del tipo que fuere. Combatir la violencia perpetrada bajo el nombre de una religión, una ideología, o un sistema económico y, al mismo tiempo, proteger la libertad de las religiones, de las ideas, de las personas requiere un delicado equilibrio en el que tene-mos que trabajar. Y, por otra parte, puede generarse una tentación a la que hemos de prestar especial atención: el reduccionismo simplista que divide la realidad en buenos y malos; permítanme usar la expresión: en justos y pecadores.

176 Revista Mexicana de Cultura Política NA

El mundo contemporáneo con sus heridas, que sangran en tantos hermanos nuestros, nos convoca a afrontar todas las polarizaciones que pretenden dividirlo en dos bandos. Sabemos que en el afán de querer liberarnos del enemigo exterior podemos caer en la tentación de ir ali-mentando el enemigo interior. Copiar el odio y la violencia del tirano y del asesino es la mejor manera de ocupar su lugar. A eso este pueblo dice: No.

Nuestra respuesta, en cambio, es de esperanza y de reconciliación, de paz y de justicia. Se nos pide tener el coraje y usar nuestra inteligen-cia para resolver las crisis geopolíticas y económicas que abundan hoy. También en el mundo desarrollado las consecuencias de estructuras y acciones injustas aparecen con mucha evidencia. Nuestro trabajo se centra en devolver la esperanza, corregir las injusticias, mantener la fe en los compromisos, promoviendo así la recuperación de las personas y de los pueblos. Ir hacia delante juntos, en un renovado espíritu de frater-nidad y solidaridad, cooperando con entusiasmo al bien común.

El reto que tenemos que afrontar hoy nos pide una renovación del espíritu de colaboración que ha producido tanto bien a lo largo de la his-toria de los Estados Unidos. La complejidad, la gravedad y la urgencia de tal desafío exigen poner en común los recursos y los talentos que posee-mos y empeñarnos en sostenernos mutuamente, respetando las diferen-cias y las convicciones de conciencia.

En estas tierras, las diversas comunidades religiosas han ofrecido una gran ayuda para construir y reforzar la sociedad. Es importante, hoy como en el pasado, que la voz de la fe, que es una voz de fraternidad y de amor, que busca sacar lo mejor de cada persona y de cada sociedad, pueda se-guir siendo escuchada. Tal cooperación es un potente instrumento en la lucha por erradicar las nuevas formas mundiales de esclavitud, que son fruto de grandes injusticias que pueden ser superadas sólo con nuevas políticas y consensos sociales.

Apelo aquí a la historia política de los Estados Unidos, donde la de-mocracia está radicada en la mente del Pueblo. Toda actividad política debe servir y promover el bien de la persona humana y estar fundada en el respeto de su dignidad. “Sostenemos como evidentes estas verdades: que todos los hombres son creados iguales; que han sido dotados por el

177El mundo es cada vez más un lugar de conflictos violentosJorge Mario Bergoglio

Creador de ciertos derechos inalienables; que entre estos está la vida, la libertad y la búsqueda de la felicidad” (Declaración de Independencia, 4 julio 1776).

Si es verdad que la política debe servir a la persona humana, se sigue que no puede ser esclava de la economía y de las finanzas. La política responde a la necesidad imperiosa de convivir para construir juntos el bien común posible, el de una comunidad que resigna intereses particu-lares para poder compartir, con justicia y paz, sus bienes, sus intereses, su vida social. No subestimo la dificultad que esto conlleva, pero los aliento en este esfuerzo.

En esta sede quiero recordar también la marcha que, cincuenta años atrás, Martin Luther King encabezó desde Selma a Montgomery, en la campaña por realizar el sueño de plenos derechos civiles y políticos para los afroamericanos. Su sueño sigue resonando en nuestros corazones. Me alegro de que Estados Unidos siga siendo para muchos la tierra de los sueños. Sueños que movilizan a la acción, a la participación, al com-promiso. Sueños que despiertan lo que de más profundo y auténtico hay en los pueblos.

En los últimos siglos, millones de personas han alcanzado esta tierra persiguiendo el sueño de poder construir su propio futuro en libertad. Nosotros, pertenecientes a este continente, no nos asustamos de los ex-tranjeros, porque muchos de nosotros hace tiempo fuimos extranjeros. Les hablo como hijo de inmigrantes, como muchos de ustedes que son descendientes de inmigrantes. Trágicamente, los derechos de cuantos vivieron aquí mucho antes que nosotros no siempre fueron respeta- dos. A estos pueblos y a sus naciones, desde el corazón de la democracia estadounidense, deseo reafirmarles mi más alta estima y reconocimiento. Aquellos primeros contactos fueron bastantes convulsos y sangrientos, pero es difícil enjuiciar el pasado con los criterios del presente. Sin embar-go, cuando el extranjero nos interpela, no podemos cometer los pecados y los errores del pasado. Debemos elegir la posibilidad de vivir ahora en el mundo más noble y justo posible, mientras formamos las nuevas generaciones, con una educación que no puede dar nunca la espalda a los “vecinos”, a todo lo que nos rodea. Construir una nación nos lleva

178 Revista Mexicana de Cultura Política NA

a pensarnos siempre en relación con otros, saliendo de la lógica de ene-migo para pasar a la lógica de la recíproca subsidiaridad, dando lo mejor de nosotros. Confío que lo haremos.

Nuestro mundo está afrontando una crisis de refugiados sin preceden-tes desde los tiempos de la Segunda Guerra Mundial, lo que representa grandes desafíos y decisiones difíciles de tomar. A lo que se suma, en este continente, las miles de personas que se ven obligadas a viajar hacia el norte en búsqueda de una vida mejor para sí y para sus seres queridos, en un anhelo de vida con mayores oportunidades. ¿Acaso no es lo que nosotros queremos para nuestros hijos? No debemos dejarnos intimidar por los números, más bien mirar a las personas, sus rostros, escuchar sus historias mientras luchamos por asegurarles nuestra mejor respuesta a su situación. Una respuesta que siempre será humana, justa y fraterna. Cuidémonos de una tentación contemporánea: descartar todo lo que moleste. Recordemos la regla de oro: “Hagan ustedes con los demás como quieran que los demás hagan con ustedes” (Mt 7,12).

Esta regla nos da un parámetro de acción bien preciso: tratemos a los demás con la misma pasión y compasión con la que queremos ser tratados. Busquemos para los demás las mismas posibilidades que de-seamos para nosotros. Acompañemos el crecimiento de los otros como queremos ser acompañados. En defi nitiva: queremos seguridad, demos seguridad; queremos vida, demos vida; queremos oportunidades, brin-demos oportunidades. El parámetro que usemos para los demás será el parámetro que el tiempo usará con nosotros. La regla de oro nos recuerda la responsabilidad que tenemos de custodiar y defender la vida humana en todas las etapas de su desarrollo.

Esta certeza es la que me ha llevado, desde el principio de mi ministe-rio, a trabajar en diferentes niveles para solicitar la abolición mundial de la pena de muerte. Estoy convencido que este es el mejor camino, porque cada vida es sagrada, cada persona humana está dotada de una dignidad inalienable y la sociedad sólo puede benefi ciarse en la rehabilitación de aquellos que han cometido algún delito. Recientemente, mis hermanos Obispos aquí, en los Estados Unidos, han renovado el llamamiento para

179El mundo es cada vez más un lugar de conflictos violentosJorge Mario Bergoglio

la abolición de la pena capital. No sólo me uno con mi apoyo, sino que animo y aliento a cuantos están convencidos de que una pena justa y necesaria nunca debe excluir la dimensión de la esperanza y el objetivo de la rehabilitación.

En estos tiempos en que las cuestiones sociales son tan importantes, no puedo dejar de nombrar a la Sierva de Dios Dorothy Day, fundadora del Movimiento del Trabajador Católico. Su activismo social, su pasión por la justicia y la causa de los oprimidos estaban inspirados en el Evangelio, en su fe y en el ejemplo de los santos.

¡Cuánto se ha avanzado, en este sentido, en tantas partes del mundo! ¡Cuánto se viene trabajando en estos primeros años del tercer milenio para sacar a las personas de la extrema pobreza! Sé que comparten mi convicción de que todavía se debe hacer mucho más y que, en momen-tos de crisis y de dificultad económica, no se puede perder el espíritu de solidaridad internacional. Al mismo tiempo, quiero alentarlos a recordar cuán cercanos a nosotros son hoy los prisioneros de la trampa de la po-breza. También a estas personas debemos ofrecerles esperanza. La lucha contra la pobreza y el hambre ha de ser combatida constantemente, en sus muchos frentes, especialmente en las causas que las provocan. Sé que gran parte del pueblo estadounidense hoy, como ha sucedido en el pasado, está haciéndole frente a este problema.

No es necesario repetir que parte de este gran trabajo está constituido por la creación y distribución de la riqueza. El justo uso de los recursos naturales, la aplicación de soluciones tecnológicas y la guía del espíri-tu emprendedor son parte indispensable de una economía que busca ser moderna pero especialmente solidaria y sustentable. “La actividad empresarial, que es una noble vocación orientada a producir riqueza y a mejorar el mundo para todos, puede ser una manera muy fecunda de promover la región donde instala sus emprendimientos, sobre todo si entiende que la creación de puestos de trabajo es parte ineludible de su servicio al bien común” (Laudato si’, 129). Y este bien común incluye también la tierra, tema central de la Encíclica que he escrito reciente-mente para “entrar en diálogo con todos acerca de nuestra casa común”

180 Revista Mexicana de Cultura Política NA

(ibíd., 3). “Necesitamos una conversación que nos una a todos, porque el desafío ambiental que vivimos, y sus raíces humanas, nos interesan y nos impactan a todos” (ibíd., 14).

En Laudato si’, aliento el esfuerzo valiente y responsable para “reo-rientar el rumbo” (N. 61) y para evitar las más grandes consecuencias que surgen del degrado ambiental provocado por la actividad humana. Estoy convencido de que podemos marcar la diferencia y no tengo alguna duda de que los Estados Unidos –y este Congreso– están llamados a tener un papel importante. Ahora es el tiempo de acciones valientes y de estrategias para implementar una “cultura del cuidado” (ibíd., 231) y una “aproximación integral para combatir la pobreza, para devolver la dignidad a los excluidos y simultáneamente para cuidar la naturaleza” (ibíd., 139).

La libertad humana es capaz de limitar la técnica (cf. ibíd., 112); de interpelar “nuestra inteligencia para reconocer cómo deberíamos orientar, cultivar y limitar nuestro poder” (ibíd., 78); de poner la técnica al “servicio de otro tipo de progreso más sano, más humano, más social, más integral” (ibíd., 112). Sé y confío que sus excelentes instituciones académicas y de investigación pueden hacer una contribución vital en los próximos años.

Un siglo atrás, al inicio de la Gran Guerra, “masacre inútil”, en palabras del Papa Benedicto XV, nace otro gran estadounidense, el monje cister-ciense Th omas Merton. Él sigue siendo fuente de inspiración espiritual y guía para muchos. En su autobiografía escribió: “Aunque libre por naturaleza y a imagen de Dios, con todo, y a imagen del mundo al cual había venido, también fui prisionero de mi propia violencia y egoísmo. El mundo era trasunto del infi erno, abarrotado de hombres como yo, que le amaban y también le aborrecían. Habían nacido para amarle y, sin embargo, vivían con temor y ansias desesperadas y enfrentadas”. Mer-ton fue sobre todo un hombre de oración, un pensador que desafi ó las certezas de su tiempo y abrió horizontes nuevos para las almas y para la Iglesia; fue también un hombre de diálogo, un promotor de la paz entre pueblos y religiones.

181El mundo es cada vez más un lugar de conflictos violentosJorge Mario Bergoglio

En tal perspectiva de diálogo, deseo reconocer los esfuerzos que se han realizado en los últimos meses y que ayudan a superar las históricas diferencias ligadas a dolorosos episodios del pasado. Es mi deber cons-truir puentes y ayudar lo más posible a que todos los hombres y mujeres puedan hacerlo. Cuando países que han estado en conflicto retoman el camino del diálogo, que podría haber estado interrumpido por motivos legítimos, se abren nuevos horizontes para todos. Esto ha requerido y requiere coraje, audacia, lo cual no significa falta de responsabilidad. Un buen político es aquel que, teniendo en mente los intereses de todos, toma el momento con un espíritu abierto y pragmático. Un buen político opta siempre por generar procesos más que por ocupar espacios (cf. Evangelii Gaudium, 222-223).

Igualmente, ser un agente de diálogo y de paz significa estar verda-deramente determinado a atenuar y, en último término, a acabar con los muchos conflictos armados que afligen nuestro mundo. Y sobre esto hemos de ponernos un interrogante: ¿por qué las armas letales son ven-didas a aquellos que pretenden infligir un sufrimiento indecible sobre los individuos y la sociedad? Tristemente, la respuesta, que todos conocemos, es simplemente por dinero; un dinero impregnado de sangre, y muchas veces de sangre inocente. Frente al silencio vergonzoso y cómplice, es nuestro deber afrontar el problema y acabar con el tráfico de armas.

Tres hijos y una hija de esta tierra, cuatro personas, cuatro sueños: Abraham Lincoln, la libertad; Martin Luther King, una libertad que se vive en la pluralidad y la no exclusión; Dorothy Day, la justicia social y los derechos de las personas; y Thomas Merton, la capacidad de diálogo y la apertura a Dios.

Cuatro representantes del pueblo estadounidense.

Terminaré mi visita a su país en Filadelfia, donde participaré en el Encuentro Mundial de las Familias. He querido que en todo este viaje apostólico la familia fuese un tema recurrente. Cuán fundamental ha sido la familia en la construcción de este país. Y cuán digna sigue siendo de nuestro apoyo y aliento. No puedo esconder mi preocupación por la familia, que está amenazada, quizás como nunca, desde el interior y desde el exterior. Las relaciones fundamentales son puestas en duda, como el

182 Revista Mexicana de Cultura Política NA

mismo fundamento del matrimonio y de la familia. No puedo más que confi rmar no sólo la importancia, sino por sobre todo, la riqueza y la belleza de vivir en familia.

De modo particular quisiera llamar su atención sobre aquellos com-ponentes de la familia que parecen ser los más vulnerables, es decir, los jóvenes. Muchos tienen delante un futuro lleno de innumerables posibi-lidades, muchos otros parecen desorientados y sin sentido, prisioneros en un laberinto de violencia, de abuso y desesperación. Sus proble-mas son nuestros problemas. No nos es posible eludirlos. Hay que afron-tarlos juntos, hablar y buscar soluciones más allá del simple tratamiento nominal de las cuestiones. Aun a riesgo de simplifi car, podríamos decir que existe una cultura tal que empuja a muchos jóvenes a no poder for-mar una familia porque están privados de oportunidades de futuro. Sin embargo, esa misma cultura concede a muchos otros, por el contrario, tantas oportunidades, que también ellos se ven disuadidos de formar una familia.

Una nación es considerada grande cuando defi ende la libertad, como hizo Abraham Lincoln; cuando genera una cultura que permita a sus hombres soñar con plenitud de derechos para sus hermanos y hermanas, como intentó hacer Martin Luther King; cuando lucha por la justicia y la causa de los oprimidos, como hizo Dorothy Day en su incesante tra-bajo; siendo fruto de una fe que se hace diálogo y siembra paz, al estilo contemplativo de Merton.

Me he animado a esbozar algunas de las riquezas de su patrimonio cultural, del alma de su pueblo. Me gustaría que esta alma siga tomando forma y crezca, para que los jóvenes puedan heredar y vivir en una tierra que ha permitido a muchos soñar. Que Dios bendiga a Estados Unidos.

183Homilía por la culturaAlfonso Reyes

Revista Mexicana de Cultura Política NAVol. 2 / Núm. 7

Homilía por la cultura*

Alfonso Reyes

184 Revista Mexicana de Cultura Política NA

* Discurso pronunciado en la Asociación Bancaria de Buenos Aires, octubre de 1937.

Nota introductoria del editor

Es difícil imaginar al hijo de un activo militar porfirista converti-do en un erudito, a la manera en que se entendía hace cincuenta o sesenta años la erudición, la intelectualidad o la cultura, como lo

fue Alfonso Reyes, miembro prominente del Ateneo de la Juventud que vislumbró, de manera temprana, los riesgos de la perspectiva positivista, la cual reverenciaba el grupo porfirista de Los Científicos, que en su afán cientificista y modernizador relegaba a la cultura.

Hoy, no habría figura pública que tuviera el atrevimiento de subestimar la cultura como ingrediente fundamental de la vida social. Sin embargo, se ensalza una visión limitada de cultura, reduccionista y enciclopédica, animada por la parcelación del conocimiento que legitima la universi-dad, quizá la misma que rechazaba Alfonso Reyes en la década de los treinta. Se oculta la sobrevivencia de esta perspectiva de la mejor manera posible: colocándola a la vista de todos con ayuda de la construcción de un discurso complejo, debajo del cual se puede encontrar la raíz de ese positivismo fundacional que nos puso a reverenciar sólo el conocimiento cuantificable y verificable.

Cuando aparecen estos dilemas, se puede volver a figuras como Alfonso Reyes, poseedor de un extenso conocimiento y de un problematizado con-cepto de cultura, cuando no había un debate a la altura de sus propuestas, las que quizá sólo compartía con algunos de sus pares en el Ateneo de la Juventud, porque sus reflexiones continúan vigentes. La Homilía por la cul-tura es uno de los ensayos más complejos de Reyes y totalizador, donde hace un análisis muy personal de la vorágine capitalista, del lugar que ocupaba América Latina y la conjunción entre ciencia y cultura. La cultura, afirma Reyes, es una función unificadora. Era el universo en el que procesos de todo tipo –políticos, sociales, económicos o estéticos– tienen un sitio; se les aísla sólo como un ejercicio de estudio y abstracción, pero es el todo cultural el que nos define. Los 78 años que han transcurrido desde que Alfonso Reyes presentó la Homilía por la cultura, no le han restado brillantez a sus ideas y a su enorme legado.

185Homilía por la culturaAlfonso Reyes

I

Honra a esta asociación el propósito de fomentar en su seno los estímulos de la cultura. Esta conciliación entre la Económica y las Humanidades contenta ciertamente nuestros viejos anhelos

platónicos, acariciados desde la infancia, y hasta nos convida a soñar en un mundo mejor, donde llegue a resolverse la antinomia occiden- tal entre la vida práctica y la vida del espíritu. Todo empeño por partir artificialmente la unidad fundamental del ser humano tiene consecuen- cias funestas: arruina a las sociedades y entristece a los individuos. Por encima de todas las especialidades y profesiones limitadas a que nos obliga la complejidad de la época, hay que salvar aquella que Guyau y Rodó han llamado la “profesión general de hombre”. Aparte de que el hombre de varios recursos está mejor armado para los vaivenes de la suerte; porque el que sólo tiene un recurso, es como el ratón de un solo agujero que de-cía, hace cuatro siglos, la Celestina: “No hay cosa más perdida, hija, que el mur que no sabe sino un horado; si aquél le tapan, no habrá dónde se esconda del gato”. Stendhal, llamado a escalar las tempestuosas monta- ñas de la novela romántica, en cierto momento de su vida cuelga la espa- da de subteniente y se hace especiero en Marsella. Y el más alto poeta vivo de mi país, Enrique González Martínez –que por cierto fue Ministro en la Argentina hace pocos lustros– para sobrellevar el naufragio cuando lo azotó la fortuna y tenía, como dice la gente, “el santo de espaldas”, abrió tranquilamente un expendio de jabón y otras mercancías humildes, pero limpias, al que puso como nombre y enseña el título de su más famoso soneto: La Muerte del Cisne.

Querer encontrar el equilibrio moral en el solo ejercicio de una ac-tividad técnica, más o menos estrecha, sin dejar abierta la ventana a la circulación de las corrientes espirituales, conduce a los pueblos y a los hombres a una manera de desnutrición y de escorbuto. Este mal afecta al espíritu, a la felicidad, al bienestar y a la misma economía. Después de todo, economía quiere decir recto aprovechamiento y armoniosa repar-tición entre los recursos de subsistencia. Y el desvincular la especialidad de la universalidad equivale a cortar la raíz, la línea de alimentación. Cuando los especialistas, magnetizados sobre su cabeza de alfiler, pier-

186 Revista Mexicana de Cultura Política NA

den de vista el conjunto de los fines humanos, producen aberraciones políticas. Cuando los hombres lo pierden de vista, labran su desgracia y la de los suyos. El otro día, en el film Tiempos Modernos, Chaplin nos daba la caricatura, más trágica que risueña, de la psicosis a que conduce la continuada ocupación de apretar tuercas en las máquinas. Cuidemos, sí, cuidemos de apretar la tuerca que representa nuestro oficio práctico, pero no olvidemos la otra tuerca, la que nos prende al universo. Si el uni-verso –decía Pascal– nos contiene por el espacio, nosotros contenemos al universo por el espíritu. Como “hay tiempo para llorar y tiempo para reír”, debe haber tiempo para la acción y tiempo para la contemplación. Un baño frecuente en los universales devuelve su elasticidad a nuestra acción limitada y le presta nuevo vigor. Dicen que basta ver una vez al día, de pasada y aun sin darle importancia, la imagen del Gran San Cristóbal, para evitar accidentes y desgracias. Los chauffeurs suelen llevar consigo una imagen del milagroso santo. Nuestro Gran San Cristóbal debe ser este sentido de lo universal que se llama la cultura: un vistazo diario al reino de la cultura, desde nuestra humilde ventanita, nos libertará de accidentes y desgracias.

Platón, en uno de aquellos diálogos que varias veces han dado la vuelta al mundo, destaca, bajo la apariencia de un símbolo poético, una profunda verdad ideal. Asegura que los humanos no fueron siempre lo que hoy son: que eran unos seres mixtos –hoy decimos mixtos o dobles, pero habría que decir completos– en que la pareja hombre y mujer estaba fundida en una sola unidad biológica que se bastaba a sí misma. Otro símbolo nos ha dicho que Eva estaba intrínseca en el cuerpo de Adán: brotó de su costilla, como el retoño brota en el tronco. Y la historia na-tural nos enseña que esta partición o bifurcación es uno de los modos elementales de reproducirse los seres. Así, en la célula viva –examinada al microscopio– acontecen revoluciones muy semejantes a los cismas políticos: el núcleo engorda y se rompe, y cada pedazo se va a su rincón, convertido, a su turno, en pequeño sol de un diminuto sistema planetario de puntitos y bastoncitos; hasta que la célula original se divide en varias células nuevas. De igual modo el ser andrógino de Platón se partió un día en sus dos elementos, el masculino y el femenino. Y aquí comienza el gritar y el rechinar de dientes, porque cada fragmento se acuerda (esto

187Homilía por la culturaAlfonso Reyes

de “acordarse” tiene una gran importancia en la filosofía platónica), se acuerda –digo– de la unidad armoniosa que antes era, y se echa por la vida a buscar, afanosamente, “su media naranja”.

Pues imaginemos ahora que la cabeza del hombre, continente filosó- fico para una imagen del universo, también haya sido partida en dos cotiledones, catástrofe botánica de que aún parecen quedar vestigios en los dos hemisferios cerebrales, tan semejantes a los granos de ciertas plan-tas, dobles y simétricos con respecto a un eje central. Imaginemos que un pedazo de la cabeza se llevó toda la teoría y el otro toda la práctica, aquel toda la contemplación, este toda la acción. ¡Ay! ¿Qué harían el uno sin el otro? ¿Cómo no habían de anhelar juntarse y ayudarse entre sí, al igual de los seres bifurcados de que hablaba Platón? Aspiran a coordinarse las partes, aspira a recomponerse el rompecabezas (que aquí propiamente podemos llamarle así) para que una y otra porción sumen sus flaquezas y deficiencias y arreglen un compendio de energía cabal. Así la especiali-dad sin la universalidad es una mutilación; así el bancario sin la cultura, como cualquier otro oficial de otro oficio cualquiera. Por eso, en aquel soneto de Quevedo, el ciego –que anda y no ve– presta sus piernas y pide sus pupilas al cojo –que ve y no anda– para entre los dos sacar un dechado armonioso, una figura de viabilidad suficiente.

Y ya que nos hemos lanzado por este firmamento de los símbolos, recordaremos la fábula egipcia de Isis y Osiris: Osiris, despedazado entre todas las estrellas del cielo nocturno, aparece recompuesto en el cielo diurno, y eso es el sol. Y el secreto es que Isis, la luna, junta cada noche, estrella a estrella, los millones de fragmentos y trizas de su esposo. El mito de Isis nos inspire: pensemos que la realidad cotidiana, en sus mil embates, se empeña siempre en destrozarnos. Y reconstruyamos, con una voluntad permanente, nuestra unidad necesaria. Esta, y no otra, amigos míos, es la tarea de la cultura.

La cultura es una función unificadora. La concebimos bajo la es-pecie geométrica del círculo, la figura total y armoniosa. La función unificadora tiene un cuerpo y un alma. En el orden individual o moral, todos lo entienden. En el social o político, el cuerpo es la geografía (ne-cesidad) y el alma es la concordia (libertad). La voluntad de concordia,

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de coherencia, de intercambio, procura, en todos los pueblos y a tra- vés de todas las tierras, nivelar y anular las desigualdades geográficas, para que la circulación humana sea más plena y regular en la tierra. Se trata de hacer de la tierra natural –accidente de la geografía– una tierra humana, fruto de nuestra iniciativa hacia el bienestar y el mutuo entendimiento.

La cultura es una función unificadora. Los fenómenos se estudian y se describen por partes, pero existen en manera de continuidad. Lo aislado no se da ni en el espíritu ni en la naturaleza. El aislar un objeto de acción o de conocimiento no es más que una operación transitoria y provisional. Y he dicho bien una operación, porque tiene algo de treta operatoria, de ligadura de una vena para evitar una sangría, mientras se procede a una intervención. La inteligencia, en su proceso físico sobre nuestra habitación terrestre, unifica nivelando y comunicando entre sí las partes de la tierra. La inteligencia, en su proceso político sobre el ser de nuestras sociedades, unifica creando el entendimiento internacional. Cuando la inteligencia trabaja como agente unificador sobre su propia sustancia, produce la cultura. Los conocimientos, las ciencias y las artes, se cambian constantes avisos entre sí, viven de la intercomunicación.

Caso heroico el de la matemática, y por eso va a servirnos de ejem-plo. La matemática, que los bancarios tienen obligación de practicar y conocer como a personas de la familia, parece, por su abstracción misma, una disciplina sin atmósfera social, un conocimiento neumático. Y, sin embargo, está afianzada, como la yedra, al muro de la vida. Desde luego, su abstracción misma la hace abrazar todos los fenómenos, considerados bajo cierto aspecto, el aspecto cuantitativo. Esto nos explica ya su conti-nuidad con todas las demás especies del conocimiento. Y, por paradójico que a primera vista parezca, también los fenómenos de orden cualitativo se dejan interpretar, sondear y captar por la matemática: esta red envuelve todos los peces. Vamos a explicarlo con un caso concreto.

Al principio hemos recordado a Pascal. Pascal solía decir que por un lado marchaba el espíritu de fineza (orden cualitativo) y por otro el espí-ritu de geometría (orden cuantitativo). La verdad es que hay entre ambos unos vasos comunicantes. Escojamos una de las cosas más aparentes: nade hay más aparente que la luz; la luz, madre de los colores. Pues he

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aquí que los colores lo mismo se prestan al conocimiento psicológico o cualitativo, que al conocimiento físico o cuantitativo. Un día se produ- jo una controversia ilustre en la historia de las ciencias. Ella está represen-tada por dos sabios: uno Newton y otro Goethe, el autor del Fausto, que era también un hombre de ciencia. Newton emprendía la interpretación cuantitativa de los colores; Goethe se aferraba en la cualitativa.

Cada uno tenía la mitad de la razón. Newton abría el ciclo de investi-gaciones que, poco a poco, habían de llevar a la ciencia a la explicación de los colores como efectos de velocidades distintas en la onda luminosa; y esta teoría ha sido fecunda para la física. Goethe insistía en la autonomía cualitativa de cada color, en la sensación del color, y su análisis de esta sensación no había sido superado hasta entonces. El hecho visual del verde y el rojo no puede sustituirse por dos números que representen dos velocidades de ondas diferentes; y, sin embargo, a través de este lenguaje, la matemática opera y realiza resultados con una cosa que pa-rece serle tan ajena como lo es la sensación que tenemos de los colores. De suerte que una cifra algebraica puede, para ciertos efectos, hacer las veces de un lienzo del Veronés, vibrante en su doble llama de azul acero y naranjado.

Hay más: ni siquiera está desasida la matemática de la realidad social de cada época. No me refiero sólo al progreso de las nociones o de los instrumentos. El estado social en el aspecto más cualitativo y emotivo, en el sentido de estado político, afecta profundamente la historia de la matemática. El desarrollo y el ejercicio de este conocimiento no son impermeables, por ejemplo, a la noción de clase social. La matemática del antiguo Egipto, con ser tan asombrosa, nos resulta hoy envuelta entre artificiales misterios de castas, que no tienen ya a nuestros ojos más valor que el de un estado transitorio en las sociedades. El sacerdote, el iniciado, era el único que tenía derecho a la fórmula para medir el nivel de las crecientes del Nilo (y de las bajantes, para ser actual)*;y esta circunstancia, a la vez que trascendía a la vida general de aquel pueblo, se reflejaba en la vida de la matemática.

* Por los días en que se leyeron estas páginas, un fuerte viento occidental produjo una bajante en el río de La Plata, perjudicando por algunas horas los servicios de agua en Buenos Aires.

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No necesitamos retroceder en los siglos para encontrar yerbas adven-ticias de antropomorfismo en el campo de la matemática. Los ejemplares sociales de todas las épocas conviven en las distintas capas humanas de cada época. Hay quien vive todavía en la Edad Media, y hay todavía gente primitiva. Ciertos pueblos africanos de hoy en día sólo tienen nombre numeral para las decenas, y completan las unidades sobran- tes con gestos de la cara y señas de la mano. En la oscuridad, no pueden comunicarse un cómputo. Para decir: “He visto cuatro cabras cruzar el arroyo”, tienen que decir: “He visto cruzar el arroyo ¿cuántas cabras?”, y aquí la mímica, el gesto o el ademán que corresponden al cuatro en un como lenguaje de sordomudos.

Para quien vive en el nivel contemporáneo de la cultura, hoy la mate-mática es lo que es y parece ya del todo higienizada, pasteurizada contra toda influencia antropomórfica. No estamos, sin embargo, muy seguros de que nuestra matemática parezca igualmente pura a la humanidad del año tres mil. Entre los mismos sabios de nuestra época se nota una pugna de criterios, pugna que precisamente se resuelve en una fundamenta-ción más humana de las ciencias exactas. De un lado, aquella tradición que arranca de Descartes (cuyo Discurso del Método está recordando la gente universitaria de nuestros días, al cumplirse el tercer centenario de su aparición) y que remata con los logísticos contemporáneos, tiende a considerar la matemática como una disciplina formal, como una síntesis lógica, lo que hace decir a un matemático de la otra escuela que también hay arquitectos que, por usar del cemento para juntar sus materia- les, quieren construir todo su palacio con cemento. De otro lado, hay otros que consideran que en la matemática hay un acto de invención humana, el cual puede representarse simbólicamente en el instante de elección de las fórmulas, de que han de resultar las teorías y las conclusiones, y que es este punto de vista el que ha permitido los grandes adelantos del siglo pasado y del presente. Como veis, la matemática vive del cambio con el estado general de la mente, con la cultura. Aun la invención y la imaginación tienen que ver con ella. Y cuando la célebre manzana cae sobre la cabeza de un hombre, se desata, dentro de esa cabeza, un pro-ceso de asociaciones que lo llevan hasta la formulación de algunas leyes

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físicas fundamentales, proceso que anda mezclado con muchas cosas que no son puramente abstractas y que hasta participa de los caracte- res del proceso poético.

Y ya que hemos llegado a la física ¿quién ignora la historia de los arrepentimientos de Galileo, arrepentimientos de dientes para fuera a que le obligó la policía de su época? ¿Quién negaría entonces la trabazón social que envuelve a la historia de esta ciencia exacta? No hay sólo una trabazón social, hay también una trabazón emocional y sensible. Con-sidérese solamente el esfuerzo que hace el hombre medio de nuestros días (esfuerzo comparable al del contemporáneo de la gran revolución copernicana, que de pronto se sintió expulsado del centro del universo) para aceptar íntimamente las nociones de una geometría no euclidiana, un mundo de cuatro dimensiones, un continuo de espacio-tiempo, un rayo de luz que –por la naturaleza misma de las cosas– recorre una tra-yectoria en redondo y, tras de millones de milenios, regresa a su punto de partida y, por decirlo así, se muerde la cola. No sólo las ciencias se armonizan entre sí como las distintas partes de un organismo, sino que este organismo, el organismo de la multura, está empapado y vivificado por la misma sangre de emoción que penetra todas las cosas humanas.

II

Una de las mujeres más extraordinarias que han nacido en América, la monja mexicana Sor Juana Inés de la Cruz –a quien en su tiempo, el siglo XVII, llamaron la Décima Musa y que, a más de poetisa, era una mente filosófica y lo que hoy diríamos un carácter, había descubierto algo que constituye a la vez el secreto de la cultura y el secreto del es-tudio. En sus afanes por entenderlo todo, en su incontrastable sed de conocimiento que rayaba en la heroicidad, luchando con los obstácu- los que nuestras sociedades han opuesto de todo tiempo a las mujeres que quieren embarcarse en el mismo barco de los hombres, y que hacían de la Colonia un medio singularmente impropicio para su formación in-telectual; desvelándose a solas, como decía la pobre, sin más maestro que un libro ni más condiscípulo que un tintero insensible con quien departir sobre las verdades que iba adquiriendo; se había dado cuenta de esta

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intercomunicación que existe entre los distintos órdenes del saber; había comprobado por sí misma que unas disciplinas ayudan a las otras, y que aquello que no alcanzaba directamente en la teología, a lo mejor venía a entenderlo a través de la matemática; y lo de aquí con ayuda de la música, y lo de más allá con la historia. Esta colonización interior entre unas y otras provincias; este riego que, por pendiente natural, parece escurrir de unos a otros lechos vegetales, fertilizándolos inesperadamente, es un fenómeno espontáneo, pero se produce con más facilidad y frecuencia cuando lo ayudamos con un poco de iniciativa, La atención orientada como que abre las compuertas, los vasos comunicantes.

A este propósito, voy a contar una modesta experiencia personal. In-clinado por vocación y estudios a las cosas de la literatura; algo tocado de poesía o, como se dice en mi tierra, “picado de la araña”; pero obligado, por otra parte, al estudio de las cosas sociales, en virtud de los encargos que desempeño –siempre al revés de lo que muchos pretenden– he procurado persuadirme (y aquí de la orientación voluntaria a que antes me refiero) de que este mi trabajo que llamaríamos oficial no desvía mis personales aficiones, antes las nutre y enriquece. En el Brasil, me encontré en el caso de documentarme sobre la historia económica de aquel país inmenso y asombroso. Y he aquí que, a medida que se completaba en mi mente la figura de ciertos hechos sobre el desenvolvimiento y etapas de la riqueza brasileña, paralelamente se iba precipitando en mi interior la concepción de una obra teatral de cuyo trazo doy las primicias. Sé que esta exposi-ción desequilibra un poco las proporciones de mi charla, pero me parece oportuna ante un auditorio de trabajadores de la economía nacional. Tal vez no escribiré nunca el drama soñado. Narrando las grandes líneas del proyecto, habré cumplido hasta cierto punto con mi conciencia.

Se trata de un drama de materialismo histórico. El héroe individual queda sustituido por la multitud: la estadística, el saldo general, importan más que los actos de un protagonista determinado. A esta concepción literaria, que en nuestro tiempo Jules Romains ha bautizado con el nombre de unanimismo, se acercaban ya Cervantes en la Numancia y Lope de Vega en la Fuenteovejuna, donde el verdadero héroe viene a ser la voz popular.

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El Brasil, enorme territorio político, va siendo paulatinamente captado por el aprovechamiento económico de los colonizadores portugueses, holandeses, franceses, que luchan entre sí para quedarse con la tierra recién descubierta. De uno a otro punto del litoral se tienden poco a poco líneas de colonización; y del litoral hacia el interior avanzan las banderas de los exploradores. La frontera económica está en marcha, para llegar a coincidir con la frontera política. La bandera adelanta como una tribu de la Biblia, llevando consigo sus familias, sus sacerdotes, sus jueces y jefes militares. Algunos se quedan en el camino y van formando los sertöes o poblaciones interiores: el río de sangre hace charcas aquí y allá, y se va coagulando en la tierra donde ha caído. Los bandeirantes tienen algo de los condottieri italianos y son una transformación sudamericana del aventurero europeo que produjo el Renacimiento. Este, el movimiento general. Y ahora las sucesivas etapas.

La economía del Brasil se desenvuelve en una serie de monoculturas extensivas. Ellas dominan un tiempo los mercados, y luego se hunden bajo la competencia de las culturas intensivas, mejor pertrechadas, que van apareciendo en otras partes del mundo. Cada uno de estos mono-polios naturales en torno a lo que se llama un leading article o artículo principal, coincide con el aprovechamiento de nuevas áreas, con un avance de la frontera económica, y determina un auge y hasta un tipo nuevo de civilización. Y cada auge, al final del acto, acaba en una crisis producida por la competencia exterior; en una desbandada de los pueblos hacia una nueva región donde acaba de aparecer otra riqueza; la cual, a su turno y por algún tiempo, regirá en señora absoluta los mercados.

La primera etapa es la civilización del azúcar. Colón trajo la caña a las Indias Occidentales en 1493. En 1532, la caña fue importada de Madera al Brasil. Cultivóse en San Vicente y luego en Pernambuco y Bahía, la Virginia sudamericana, y no la Roma negra como exagera Paul Morand. Hasta fines del siglo XVII, domina en los mercados el azúcar brasileña, que luego cede el paso a las Indias Occidentales y a Europa. En aquel siglo alcanza importancia mundial y es el producto por excelencia del tráfico ultramarino. La colonización holandesa, bajo el conde de Nassau, en el nordeste del Brasil, vive del azúcar. La expulsión de los

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holandeses, en 1655, redunda en la decadencia del producto, que poco a poco desciende a la categoría de industria doméstica. Pero no es esta la única causa del menoscabo. Hay otra causa interior: desde mediados del XVII, las minas de oro y de diamantes han comenzado a atraer el capital y el trabajo hacia otras zonas del país. Los fazendeiros y los esclavos emigran hacia Minas Geraes o Río de Janeiro, gran centro de lavaderos de oro. La civilización del azúcar, para cuya pintura Oliveira Lima nos prestaría su pluma incomparable, conoce todavía algunos altibajos ocasionales: el sistema continental de Napoleón afectará el mercado azucarero; la rebelión de esclavos en Haití destruye los ingenios; los Estados Unidos se abren como nueva e importante plaza, lo que determina un relativo renacimiento de Pernambuco a principios del XIX. Pero a mediados del siglo recibirá otro golpe, con la revolución técnica y la lucha entre la caña y la remolacha. El ferrocarril tiende a convertir los plantíos dispersos en magnas empresas. En vano se procura adoptar el sistema cubano de las Centrales. La abolición de la esclavitud (1888) deja la industria sin ma-nos. La guerra mundial trae otro pasajero auge. Sao Paulo ha comenzado también a producir azúcar y en Río Grande do Sul también se cultiva la caña. Matto Grosso se empeña en lo mismo, aprovechando sus bocas naturales que están en Paraguay y Bolivia. El Brasil produce lo bastante para su propio consumo, y el café –que los brasileños endulzan mucho– vehicula la venta del azúcar. Se la aplica ya a la creciente industria de la fruta en conserva. Y así, entre ondas históricas, se desarrolla el acto de la civilización del azúcar.

En el siglo XVIII domina el oro, que cede el paso después ante el auge de California, Sudáfrica y Australia. Buscando ansiosamente desde los orígenes de la colonización –cuando los reyes portugueses mandan es-cudriñar, como decía el poeta Claudio Manoel, “os thesouros que occulta e guarda a terra”–; descubierto provisionalmente en San Vicente y luego en Catagua (1560) y en otras regiones de Minas Geraes; procurado con afán en el XVII por los exploradores paulistas que se internaban hasta Minas cazando indios, sólo a fines de aquel siglo puede decirse que se convierte en riqueza, al afortunado hallazgo de la bandera de Rodrigues Arzao (1693). Aparecen las minas de Sao Joao d᾽El-Rei y de Goyaz. De

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todo el mundo acuden los aventureros, al grado que por el valle de San Francisco (Bahía) nace una actividad ganadera subsidiaria, para alimen-tar a los buscadores de oro. En cambio, se abandona la agricultura. A la fábula del Potosí sucede la fábula de la Villa Rica. En Goyaz, se repueblan establecimientos ya medio descuidados, algunos de los cuales dan origen a un centro ganadero todavía floreciente. Nacen las ciudades de Donna Marianna, Villa Rica, Ouro Preto, Sao Joao d᾽El-Rei. Por todos sitios apunta el oro, que hoy sólo queda en Minas (Passagem, Morro Velho). La onda crece hasta 1760. Al comenzar el siguiente siglo, un amigo de Goethe a quien este solía encargar diamantes brasileños, el barón von Eschwege, organiza científicamente la extracción. En 1824 aparece la primera irrupción del capital extranjero: The Imperial Brazilian Mining Association. “Gran parte del oro brasileño –escribía Adam Smith– viene anualmente a Inglaterra.” La Gran Bretaña, que tenía muy viejas alianzas con Portugal (acaso las más antiguas de Europa, puesto que datan de las Cruzadas); que ya en el siglo XVII podía considerar el comercio portu-gués como un comercio británico bajo el pabellón de Braganza; que con el tratado de Methuen (1703) se había asegurado la plaza portuguesa; que al sobrevenir las guerras napoleónicas había sugerido y costeado el traslado de la corte de Lisboa al Brasil, queda en calidad de intermediaria, no sólo entre el Brasil y el resto del mundo, sino también entre el Brasil y la antigua metrópoli. Logra que sus créditos contra Portugal sean trans-feridos al Brasil, deudor todavía virgen; y así, bajo su tutela, lo lanza algo prematuramente a la experiencia de las deudas internacionales. El primer Banco del Brasil suspende un día sus pagos en metálico (1821), porque el almacén de oro del mundo se ha quedado sin oro. Y empieza la larga historia del papel de Estado irredimible, con vaivenes hacia el metalismo y recaídas inevitables; con episodios como la crisis del “xemxem” o moneda falsa de cobre; hasta que, en 1918, sobreviene la prohibición de exportar el oro, que debe entregarse al tesoro nacional. Una escena aparte, que abriera un compás de espera en nuestro drama, podría mostrarnos aquí las vicisitudes de los bancos centrales, en los países enormes sembrados de plazas pequeñas y sin comunicación entre sí. Legendario pasado, presente pobre, futuro indescifrable: tal es la civilización del oro en el Brasil. Ella deja ostentosas huellas artísticas, y el recuerdo de las favoritas paseadas

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en andas por las calles, entre las aclamaciones de la muchedumbre. Al fondo, las joyas labradas, la rica arquitectura eclesiástica del Aleijadinho, la más importante del Brasil.

A fines del XVIII, el algodón brasileño domina en la plaza londinen-se, pronto arruinado por el invento de los almarráes, y deja el sitio a los Estados Unidos. Bahía, Pernambuco y Maranhao inician con la colonia este tipo o civilización del algodón; surten primero a sus distritos, y aca-ban por producir para todo el mundo. Hay fábricas de tejidos en Minas desde mediados del XVIII. El siguiente siglo conoce el auge de Ceará, aunque ya se deja sentir la competencia norteamericana. Por 1822 hay, en Europa, una caída de precios. La guerra de secesión de los Estados Unidos da otra vez juego libre al algodón brasileño. Pero, rehecha aquella gran república, pronto prima sobre la producción del Brasil, esta produc- ción casera, paternal e idílica de ingenios de esclavos. Y otra vez la abolición de la esclavitud (1888) reduce de pronto la industria a límites domésticos. La dislocación fue aquí más grave que en el caso del azúcar. El caucho, que aparece en el norte, imanta hacia allá las energías. La guerra mundial trae, como de costumbre, una bonanza pasajera. La ta-rifa proteccionista de 1914 tiende a desarrollar la industria más de prisa que la producción. Las fábricas, acosadas, distribuyen semillas entre los plantadores. Los mercados vuelven del exterior al interior: industriales de San Paulo, Minas y Río consumen el producto; ahora el norte provee al sur. En los últimos tiempos, Sao Paulo y Río Grande do Sul se han hecho productores en tal medida, que despiertan el interés del Japón, cuyas misiones comerciales proyectan posibles transferencias al Brasil de sus compras en los Estados Unidos. Y con esta ceremoniosa aparición de los asiáticos se cierra el acto de la civilización algodonera.

El siglo XIX, como era de esperar, ofrece un cuadro más complejo y variado; los movimientos se aceleran y también las sustituciones de las monoculturas, que se pisan unas a otras. Entonces la supremacía de un producto accesorio –el cacao, pronto derrotado por el Ecuador y luego por Venezuela y Colombia– casi se ahoga entre el apogeo fantástico del caucho, del que habrá de dar cuenta el Asia. Y se desarrolla el artículo por excelencia, el café, que, entre el rejuego de calidades y precios, sufre los

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tremendos embates del género fino de Colombia, de Venezuela y Centro-américa. La naranja ayuda subsidiariamente a los cafeteros, obligados a suspender las labores del principal artículo. Veamos primero el caso del caucho y luego el del café.

Sólo el oro nació en el corazón del Brasil. Azúcar, algodón y caucho vinieron del norte. El caucho se da por la cuenca del Amazonas. Imagí-nese lo que sería la representación de la selva amazónica en un escenario bien montado. Los seringueiros, casi sin medios de comunicación, entran por los bosques, temerosos como feraces, dando tajos con sus cuchillas para recoger en los troncos el precioso sudor, que a esto se reduce toda su técnica. Conocido el caucho brasileño desde el siglo XV1 –los indios lo usaban para muchos fines– sólo entra en la vida ostensible en el XIX, desde la industrialización de Maclntoch (1823). La edad dorada co- rresponde a los años 1905-1910, época en que todo se abandona en el norte por seguir la suerte del caucho: café, algodón, cacao, arroz, tabaco, nueces del Pará. El sur se ve obligado a proveer a las crecientes poblacio-nes del norte. Pero el caucho plantado va minando al caucho silvestre. Británicos y holandeses irrumpen con su artículo perfeccionado y sus precios más atractivos. Wickham se había llevado al Oriente la semilla amazónica por 1876. De 1910 en adelante, Ceilán y Malaya han conquis-tado las plazas. A los dos años, el caucho brasileño ha perdido su lugar de honor. En vano la guerra mundial lo alivia un poco. El auge del caucho es un cuadro semejante al del oro: fantástica atracción seguida de brus- cas desilusiones; una marcha más de la frontera (la adquisición del terri-torio del Acre, por el tratado de Petrópolis, 1903) y un nuevo progreso de la colonización interior: después de varios días de navegación por entre la selva primitiva, se alza, inesperada como en un cuento árabe, la ciudad de Manaos. La misma política internacional ha entrado en juego, y hay conflictos con el Perú y Bolivia, problemas con relación a las concesiones norteamericanas de Ford, a las concesiones japonesas y a los intereses de los navieros británicos. Y la caída es aquí todavía más trágica que en los otros casos. En 1921 se llega a la máxima depresión. Y en vez de avanzar, la misma frontera económica parece que retrocede entonces: por las márgenes del sagrado río, se ven pueblos abandonados; un perro, vuelto silvestre, aúlla largamente entre las ruinas.

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En cuanto al café, eje de la economía nacional en nuestros tiempos, ha sido llevado por el Amazonas y Pará allá en 1723. Pronto se traslada a Río de Janeiro el principal cultivo, y a comienzos del siglo pasado, a Sao Paulo, que vendrá a ser el centro. Hasta 1830, las Indias Occidentales habían dominado el artículo, a través de Londres. De entonces hasta los años del sesenta, pasa el turno a Java, a través de Amsterdam y Rotterdam. En el setenta, al Brasil. Hasta 1887, las plazas son Nueva York, el Havre, Hamburgo, y el café de Santos lleva la palma. En la actualidad, las plazas son Santos, Río de Janeiro, Nueva York. Como la planta sólo se cosecha a los cinco años y la tierra roja es costosa –esa tierra roja de los cafetales que pinta deliciosamente Portinari– la inversión de capital es mayor; y esto nos da un tipo de economía y de vida muy diferentes que en los otros artículos. Junto al pequeño fazendeiro, el grande nos aparece ya como un comerciante urbano. Entre las alternativas de esta agitada historia, vere-mos batallas contra otras potencias cafeteras (Sielcken y Arbuckle Bros., por ejemplo), y cautelas contra la sobreproducción como las de Java en la primera mitad del siglo XIX. El imperio, en sus postrimerías, intenta la regulación por el monopolio. En 1902 se restringen las plantaciones en Sao Paulo. Las tentaciones del privilegio llevan al exceso de especulación. A veces la valoración del café revela una pugna entre los vastos planes nacionales de S. Paulo y los modestos planes locales del gobierno federal. El café adquiere carácter de moneda. Las mismas defensas y protecciones inauguradas en 1906 hacen del café una empresa financiera en magna escala. El peso de esta economía gravita sobre la política que, de 1889 en adelante, aparece regida por el café en mucha parte, bajo la hegemonía creciente de S. Paulo. Lo que no se pudo para el azúcar, se logra para el café: transformar en institución permanente el sistema de defensas. En 1924 funciona ya un Instituto del Café con banco especial. Las facili-dades que alcanza S. Paulo despiertan la rivalidad de otras regiones. La catástrofe se cierne ya, y los cafeteros de S. Paulo hablan todavía en tono satisfecho y ufano, en vísperas del año terrible de 1929. La crisis hace posible la revolución de octubre de 1930, e inaugura la segunda república. Esta, llamada a repartir entre todos los estados de la nación la antigua hegemonía paulista, procura también, para en adelante, salvar al país de las convulsiones de la monocultura, orientándolo hacia la policultura, más estable de suyo.

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Y toda esta epopeya del esfuerzo humano se desenvuelve sobre escena-rios deslumbradores: el descubrimiento; la colonización y conquista; las luchas por la posesión exclusiva entre varios pueblos europeos; la aventura de los hugonotes de Villegagnon; la fastuosa colonia; el traslado del rey D. Joao VI, el hombre de las iniciativas, que llega un día con su corte, su peluquero Monsieur Catilino y su costurera Madama Josefina; el franqueo de puertos que Inglaterra comienza por asegurarse en pacto secreto y que luego se abren al mundo; el regreso de la corte a Portugal, que barre consigo todas las reservas del Estado, puesto que en suma el monarca veía como patrimonio privado el tesoro público; los esfuerzos para restau-rar la economía con impuestos, impuestos hasta sobre la confesión de los fieles; la célebre cabalgata de D. Pedro I para anunciar la independencia a su pueblo; el imperio dorado y dulce; D. Pedro II, filósofo en el trono; las guerras del sur; la república. Pasan las figuras de Tiradentes, de Caxias, de Ruy Barbosa. Y los actores del drama: el explorador y guerrero que se va cambiando en sertanejo; este, que deriva hacia el fazendeiro; y el nieto o biznieto que es ya paulista, financiero urbano, empresario moderno. Y por los abiertos brazos del litoral, la inmigración que irrumpe sin freno, y a la que sólo la última Constitución impone gradaciones y filtros.

Este rapidísimo desfile no tenía más fin que el recordaros el pleno contenido humano –total, integralmente humano– que se esconde ba- jo la armadura de una ciencia al parecer abstracta. No tenía otro objeto que el demostraros cómo un simple aficionado a las letras puede hallar también su alimento en los cuadros estadísticos, las listas de precios y los conocimientos de embarque. Ni siquiera faltaría en el drama la nota de humorismo patético. También la encontré un día entre los papeles que andaba revolviendo. Sabréis, en efecto, que el espíritu bancario y de aso-ciación, inspirado en el sansimonismo, hizo presa en el Brasil por obra, sobre todo, de aquel formidable vizconde de Mauá, cuya penetración financiera lo mismo se hacía sentir en su país que en Europa y en el río de La Plata. Los años medios del siglo XIX fueron la época de los bancos privados. Pues bien: al estudiar la crisis que en 1857, vino a arruinar a tantas firmas particulares, sirviéndoles de prueba de resistencia, y dio al traste, singularmente, con el célebre banco de J. A. Souto e Cia., averigüé con sorpresa que la quiebra de esta institución sacudió a tal punto hasta

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los rincones más escondidos del Brasil, que todavía a principios de este siglo, entre los sertöes y pueblos apartados, era posible comprar loros (los loros, como sabéis, viven muchos años) que repetían mecánicamente el siniestro grito: “O Souto quebrou! O Souto quebrou!”

Así, pues, una sola rama del saber puede conducirnos al más ancho contacto humano, a poco que nos mantengamos en el propósito de abrir los vasos comunicantes.

Y finalmente, cuando ya se hayan agotado todas las operaciones del análisis racional, entra la loca de la casa, la imaginación, electricidad esencial del espíritu que todo lo enciende y vivifica. ¿Cómo evitar que la imaginación nos transporte hasta nuevos mundos, partiendo de un dato científico y hasta de una cifra? ¿Ni por qué evitarlo, sobre todo? Al joven Humboldt, empleado en una casa de comercio (bancario, podemos decir) las columnas de números se le figuraban ejércitos de piratas: y así la imaginación lo iba empujando, desordenadamente, hacia aquella vocación de descubridor y viajero que ha de convertirlo en el fundador de la moderna geografía americana.

Yo mismo ando revoloteando hace rato, a vuestros ojos, en alas de la imaginación. Conviene frenar. Sólo he querido, en esta charla sin pretensiones, excitaros a las desinteresadas delicias del espíritu, que nos consuelan de la diaria labor y nos vigorizan para mejor cumplirla. Ya veis cómo, desde la más modesta tarea de la contabilidad, podemos lanzarnos hasta el cielo puro de las ideas.

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Repisa

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Esta obra muestra que el liberalis-mo mexicano se reinventó en las últimas décadas. Mientras que en América Latina esta corriente de pensamiento está en retirada, Mé-xico vive el tercer momento liberal de su historia, iniciado en el año 2000 con la primera alternancia en la Presidencia de la República. Para probar este dinamismo, los ensayos incluidos en este libro analizan el poder transformador de los valores esenciales del liberalismo (libertad e igualdad, principalmente); iden-tifi can y combaten los rezagos de la democracia mexicana; y aportan propuestas concretas para reformar la economía, las leyes y las institu-ciones.

Los autores que aceptaron par-ticipar en esta obra, dice Aguilar Rivera, se consideran a sí mismos liberales o se identifican con su agenda y no tienen objeción en

La fronda liberal.La reinvención del liberalismo en México (1990-2014), José Antonio Aguilar Rivera, Taurus-CIDE, México, 2014, 364 pp.

Efrén Arellano Trejo

aparecer en un libro que muestra, en gran medida, a los representan-tes actuales del liberalismo mexi-cano. En el espectro ideológico se ubican desde el centro izquierda y hasta la derecha.

Los trabajos incluidos ilustran cómo el liberalismo ha dejado una huella profunda en la histo-ria universal de la filosofía y la teoría política; en el surgimiento y evolución del constitucionalismo; y en la creación de los Estados nacionales; y tiene además una gran presencia en los debates con-temporáneos –alejados de dogmas y fanatismos– que buscan crear sociedades prósperas e incluyentes.

La obra incluye 24 ensayos, el fragmento de un amparo y un debate reciente sobre el indigenis-mo; todo ello agrupado en cinco secciones. Algunos trabajos fueron escritos exprofeso para este libro

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y otros más publicados anterior-mente o presentados a manera de conferencias entre 1990 y 2014. Con esta antología, José Antonio Aguilar Rivera continúa su labor como analista y divulgador del pensamiento liberal. Sus obras más representativas en este camino son el ensayo de interpretación titu-lado La geometría y el mito (FCE, 2000) y la antología La espada y la pluma. Libertad y liberalismo en México, 1821-2005 (FCE, 2011). A continuación se describen algunos de los conceptos centrales que sir-ven como hilo conductor en estos ensayos.

Valores, instituciones y temperamento

La fronda liberal inicia con una sección dedicada al liberalismo en México: pasado y futuro. Los en-sayos aquí incluidos coinciden en señalar que es posible identificar diversos liberalismos. “El libera-lismo como doctrina ha tenido una evolución difícil de reducir: de Locke a Stuart Mill a Leonard Hobhouse, de Montesquieu a Constant a Tocqueville, el libera-lismo ha cambiado para hacerse casi irreconocible”, advierte en su trabajo Fernando Escalante.

Esto significa –a decir de Esca-lante– que toda manifestación del liberalismo es única y sólo puede entenderse situada en un momento y lugar precisos. El liberalismo del siglo XIX floreció frente a un Estado precario, con escasos recursos y sin cohesión social. En este contexto, tuvo que ser estatista, republicano, nacionalista y anticlerical. Sin em-bargo, representaba una aspiración minoritaria que enfrentó la oposi-ción ideológica y armada de un país que creció con otras tradiciones y valores.

Como lo señala Aguilar Camín, “lo nuestro era el régimen monár-quico con sus cadenas de fueros y corporaciones, la unidad de la Iglesia y el Estado, y la negociación hacia arriba. Todo iba a la Corona en busca de concesiones y merce-des y todo venía de la Corona, igual que hace unas décadas todo iba y venía del Presidente, y ahora todo va y viene del gobernador”.

Los liberales mexicanos del siglo XIX ganaron la guerra pero no la batalla ideológica, como lo recuerda Macario Schettino. En México, dice, se impuso una visión liberal que no coincidía con la opi-nión mayoritaria de los mexicanos y ni siquiera de su clase dirigente. Una discusión que después fue

Reseña

204 Revista Mexicana de Cultura Política NA

subsumida y relegada por el éxito económico y la paz porfiriana.

El liberalismo, tal como ar-gumenta Roberto Breña, es algo más que una ideología que valora y protege al máximo los derechos que se desprenden de la libertad. Es también un conjunto de insti-tuciones políticas y de mecanismos de gobierno establecidos para que cada quien cumpla el plan de vida que ha decidido de forma autó-noma. Y es, dice Breña, un cierto talante o temperamento que se caracteriza por una afinidad natu-ral con el pluralismo, por buscar el progreso, por ser propenso al diálogo y estar dispuesto a ceder en algunos puntos.

La crítica a los partidos

La segunda sección de esta obra, dedicada a la religión, la izquier-da y la acción política, es una muestra de la riqueza de matices y prioridades que pueden incluir-se en la búsqueda primigenia de libertad e igualdad. Roger Bartra, por ejemplo, aporta evidencias del sentimentalismo y la emotividad impregnados en el discurso de diversos personajes de la izquier-da mexicana. Para subsanar esta deficiencia, Bartra advierte que la

confluencia de la tradición socialis-ta y liberal sigue siendo un terreno fértil para nuevas ideas. Esto sig-nifica, dice, aceptar el reformismo y abandonar las esperanzas en un proceso revolucionario; renunciar a la violencia y aceptar que los cambios propuestos dejen de estar inscritos en el rápido vuelco estruc-tural del sistema.

En esta misma sección se inclu-ye un artículo de Alonso Lujambio y Fernando Rodríguez Duval, el cual aclara la relación entre uno de los fundadores del PAN, Manuel Gómez Morín, y el catolicismo que contribuyó a la creación de este partido. En estas páginas se docu-menta la confluencia de diversos grupos y posiciones ideológicas en la construcción de este instituto político y se subraya que Gómez Morín prefería hablar de la religión católica como un hecho histórico y no como un eje central de la iden-tidad de la nación.

Un botón de muestra del pen-samiento liberal del prócer funda-dor es lo siguiente: “que el Estado deje de atacar las convicciones religiosas, que los actores políti-cos compitan abiertamente y con la técnica produzcan políticas públicas y bienes públicos; que

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quien profesa una religión pueda ejercerla con libertad y sin pensar que la sociedad toda deba seguir, necesariamente, sus pautas de conducta y sus valores”.

Germán Martínez Cázares, ex-presidente del PAN, escribe un texto para mostrar que la fundación de este partido fue una apuesta por la libertad, una ruta que sigue a Karl Popper, “que no cree en una acción ordenada por un método científico, capaz de desvelar el futuro al medir el pasado, como lo han soñado los admiradores del Estado omnipresente. Al aceptar el determinismo histórico o la ac-ción estatal invasora de la iniciativa personal, sería despojarse de uno de los pilares de su pensamiento, la responsabilidad”.

De manera crítica Martínez Cázares sostiene que el PAN, al competir exitosamente en la arena electoral y al ejercer la Presidencia de la República olvidó sus princi-pios liberales. “La acción nacional que el PAN le propuso a muchos mexicanos, dice, fue estirar la mano al gobierno. Luego enton- ces mandan en el partido aquellos dirigentes que ‘bajan recursos’ de los distintos gobiernos y los dis-tribuyen para cebar clientelas de

ocasión electora… El partido del primado de la política es el partido del primado de la despensa”.

En contra del populismo

En la tercera sección titulada “La civilización liberal”, Pedro Salazar aborda diversos aspectos de la relación entre democracia y po-pulismo en América Latina. Uno de sus argumentos es que el libe-ralismo político es compatible con la democracia, pero no se funde ni debe confundirse con esta for-ma de gobierno: “ambos sistemas –el constitucionalismo liberal y la democracia– pueden reforzarse y potenciarse mutuamente, pero mantienen una relación cruzada por múltiples tensiones”. Una de ellas es la derivación de las demo-cracias en sistemas populistas, los cuales combinan la masificación del poder con su concentración. Por ello, sostiene Salazar, para los seguidores de Hugo Chávez en Venezuela, de Correa en Ecuador y de Evo Morales en Bolivia, el li-beralismo se opone al absolutismo autocrático, en cualquiera de sus versiones, incluyendo el populis-mo (por más progresista que este pretenda ser)”.

Reseña

206 Revista Mexicana de Cultura Política NA

Influencia en la economía, el derecho y las instituciones

La cuarta sección está compues-ta por cinco ensayos dedicados de manera central a analizar las relaciones entre la economía, el derecho y las instituciones. El artículo de José Ramón Cossío descubre uno de los argumentos que revelan la gran fuerza del pensamiento liberal. El individuo, dice, deber ser entendido como un fin en sí mismo y, por ello, sus ámbitos de realización no pueden ser interferidos por la autoridad y deben recibir el apoyo de esta para no enfrentar limitaciones por parte de otros individuos.

Cossío subraya que con el libe-ralismo “el hombre fue entronizado en su individualidad y la razón de ello se hizo consistir en su propia ontología, en el hecho mismo de ser hombre. Con ello se afirmaba un estatus de algún modo auto-rreferente, sumamente sólido y, prácticamente, inexpugnable”.

La colaboración de Carlos Eli-zondo describe, entre otras cosas, la dispersión del poder y el surgi-miento de poderes fácticos que hoy amenazan la libertad y el bienestar individual. El autor recuerda que

con las reformas de 1995 el Poder Judicial se hizo autónomo; en 1997 la oposición arrebató al partido oficial la mayoría de la Cámara de Diputados y con ello activó los me-canismos del equilibrio de los po-deres; en el año 2000 la alternancia en la Presidencia de la República descentralizó recursos y poder ha-cia los gobernadores y alcanzaron mayor relieve los poderes fácticos, entre ellos el crimen organizado.

En este nuevo contexto, señala Elizondo, no se logró crear un aparato funcional para impartir justicia. El ejemplo paradigmá-tico es la utilización del amparo, un recurso surgido en las leyes mexicanas y que hoy en día –dice el autor– “ha terminado por ser un instrumento para que los más poderosos eviten muchas de las regulaciones estatales comunes en países democráticos”. En México, concluye, el dinero otorga poder para casi todo.

Rezagos de la democracia mexicana

El artículo de Luis Carlos Ugalde amplía los avances y deficiencias de la democracia liberal mexicana: “Hay elecciones libres y periódicas, pero sin un Estado de derecho que garantice el acceso universal

207

y equitativo a la justicia; los ciu-dadanos eligen a sus gobernantes, pero estos rinden pocas cuentas de sus actos; cada voto vale lo mismo en las urnas, pero la influencia de los poderes de facto es mayor para definir políticas públicas; existen tribunales que deben aplicar las leyes, pero persiste el uso selectivo del derecho por razones políticas. Tenemos más votos, pero no más ciudadanos”.

En el núcleo de esta problemá-tica se encuentra el clientelismo y la tradición corporativa del Estado mexicano. En opinión de Ugalde es posible identificar cinco grandes factores que explican la dureza de este núcleo: uno, el Estado rentista, el cual se caracteriza por el uso de recursos públicos y los contratos de obra pública para cooptar sin-dicatos, militares desempleados y opositores al régimen. También se distingue por ser un sistema fiscal que recauda poco y gasta mucho, con regímenes fiscales de excepción y que no cobra IVA en alimentos y medicinas.

Dos, el Estado capturado, el cual se refiere al poder e influencia que tienen los grandes corporativos empresariales y los sindicatos. Tres, la impunidad política, caracteriza-da por la persistencia de tribunales

que dependen del poder político y un acceso desigual a la justicia. Cuatro, la partidocracia, que surgió con la desaparición de los poderes metaconstitucionales del Presi- dente y la multiplicación de los dadores de favores: partidos, legis-ladores, líderes sindicales y gober-nadores. Y quinto, el clientelismo regional, el cual se expresa en la existencia de gobiernos estatales y municipales con recursos cada vez más cuantiosos y la insuficien-cia de un marco normativo y una cultura de rendición de cuentas.

La ruptura del clientelismo, a decir de Ugalde, se logrará a par- tir de la reforma del sistema fiscal, la reducción del tamaño y la re- composición del gasto público, apoyo a mercados más competiti-vos y la fundación de un verdadero Estado de derecho.

Liberalismo igualitario

La quinta y última sección de esta obra se titula “Zonas de comba-te: el debate en la prensa”. Aquí se incluyen cuatro artículos, un fragmento del amparo promovido por intelectuales contra la reforma constitucional que prohibió la con-tratación de propaganda partidista en radio y televisión, así como un debate sostenido por Aguilar Rive-

Reseña

208 Revista Mexicana de Cultura Política NA

ra, Jesús Silva Herzog-Márquez y Luis Villoro en torno a los derechos indígenas.

Claudio López Guerra destaca en su colaboración que la tradición liberal protagonizó el aconteci-miento intelectual más importante del siglo pasado en materia políti-ca: el nacimiento del liberalismo igualitario.

El autor sostiene que la libertad e igualdad de los hombres implica entre otras cosas que todos tene-mos el mismo derecho a concebir y llevar a cabo un proyecto de vida. Sin embargo, por la finitud de los recursos materiales y la diversidad de proyectos personales, no es po-sible que todas las personas tengan la vida que idealmente quisieran.

La respuesta del liberalismo igualitario, dice López Guerra, es que una distribución justa es aquella que otorga oportunida- des iguales a todos: “cualquier factor que inicialmente ponga a al-gunas personas en desventaja debe compensarse. Derivar sólo liberta-des formales del principio de igual consideración y respeto es una traición a los principios liberales”. Entonces se clarifica el horizonte y objetivos del liberalismo, el cual pretende construir una sociedad con un sistema robusto de dere-chos sociales, civiles y políticos, a fin de garantizar a todos la misma oportunidad de controlar el curso de su existencia.

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Orfandad. El padre y el político.Federico Reyes HerolesEditorial Alfaguara, México, 2015.

RECOMENDACIONES EDITORIALES

“Homenaje, no. Más bien, un com- plejo acto de sinceridad. Eso es lo que nos entrega Federico Reyes Heroles para gozo del lector”, se lee en la contraportada de este libro que sin duda fue de muy difícil escritura. Se ha escrito mu-cho sobre Jesús Reyes Heroles; es figura infaltable de los estudiosos de la política mexicana, se le cita muy a menudo cuando se quiere sintetizar en lenguaje coloquial cuáles son los usos y costumbres de la política nacional, cuáles sus pasadizos secretos o sus cami- nos intrincados, cuáles fueron sus valiosas aportaciones a la demo-cracia que todavía se construye. Existen remembranzas de amigos y colaboradores. Perfiles de quie-nes lo conocieron y reconocieron su obra.

Pero ninguna como la que pue-de escribir un hijo, quien también

es una figura renombrada en el medio político e intelectual de Mé-xico, pero que se reconoce primero como hijo. Federico Reyes Heroles echó mano de sus muchas dotes de narrador para contar dos historias, la pública y la privada, siempre unidas y siempre ajenas, aunque, se dice, sin contravenir los códigos de los dos ámbitos.

Cualquiera que haya abrevado en la obra de Jesús Reyes Heroles tendrá este libro como lectura obligada. Y sólo para aguijonear la curiosidad e interés del lector, una cita: “Conoció nietos que difí-cilmente lo conocieron a él. Murió con dignidad y sin arrepentirse de su forma de vida. No hubie- ra sido lo que fue sin ser lo que era todos los días. Se ríe y se segui- rá riendo en mi memoria.”

Recomendaciones editoriales

210 Revista Mexicana de Cultura Política NA

El intelectual mexicano. Una especie en extinciónLuciano Concheiro y Ana Sofía RodríguezRandom House Grupo Editorial, México, 2015.

Catorce intelectuales mexicanos en un ejercicio de metcognición opinan sobre la existencia de la fi-gura del intelectual en nuestro país. Emmanuel Carballo, Elena Ponia-towska, Enrique Semo, Huberto Batis, Víctor Flores Olea, Vicente Leñero, Roger Bartra, Rolando Cordera, Lorenzo Meyer, Héctor Aguilar Camín, Jorge G. Castañe- da, José Woldenberg, Juan Ra-món de la Fuente y Juan Villoro fueron entrevistados por Luciano Concheiro y Ana Sofía Rodríguez. Estos catorce personajes, que han formado parte importante de dis- tintos ámbitos y momentos de la historia reciente de México, tejen sobre su propia vida y su expe-

riencia los argumentos acerca de cómo han repercutido los cambios en la vida política, social, econó-mica y cultural, tan determinada ahora por las nuevas formas de comunicación, en la existencia de figuras que puedan denominar- se intelectuales.

Catorce puntos de vista, cator-ce épocas y catorce perspectivas hilvanadas desde la literatura, la Historia, la política, el periodismo, la academia y otros cruces de los quehaceres profesionales con la vida pública conforman este libro de entrevistas que en conjunto ofrecen al lector elementos o pin-celadas para construir el complejo retrato de la vida del México actual.

211Recomendaciones editoriales

Alegato por la deliberación públicaRaúl Trejo DelarbreEdiciones Cal y Arena, México, 2015.

Un libro en pro de la deliberación, que consiste en ponderar puntos de vista argumentados, necesaria- mente mira críticamente las cam-pañas electorales que sólo ofrecen a los votantes potenciales una enorme cantidad de mensajes pu-blicitarios de tal brevedad, en los que no caben ideas sustentadas, argumentaciones, razones que lle-ven a formar ideas propias acerca de los asuntos públicos.

Es complicado construir ciu-dadanías informadas cuando los mensajes partidistas se reducen a un manojo pequeño de frases

que no vinculan a las audien- cias con problemáticas y sus posi-bles soluciones, que no les infor-man los conceptos fundamentales convertidos en estrategia política de los partidos, si es que los hay. Frases, afirmaciones, descalifica-ción del competidor no es infor- mación general ni política que contribuya a contar con votos ra-zonados.

La democracia necesita más que campañas y votos, necesita, como se dice en este libro, deliberación pública.

212 Revista Mexicana de Cultura Política NA

Personas e ideas. Conversaciones sobre Historia y Literatura.Enrique KrauzePenguín Random House Grupo Editorial, México, 2015.

La vida familiar y profesional ha colocado al historiador Enrique Krauze en sitios envidiables al lado de personajes memorables con quienes ha sostenido interesantes y fructíferas conversaciones sobre distintos temas, especialmente las ideas acerca del marxismo, el socia-lismo, el sionismo, el nacionalismo o el liberalismo.

Cuenta Krauze que estas con-versaciones para discutir o des-menuzar ideas nacieron de las que sostuvo con su abuelo paterno, un gran conversador sin duda, porque podía salvar fácilmente la distancia

de 54 años que le separaba del nieto y aun hacerla desaparecer.

Vinieron después muchas más: con el politólogo e historiador Isaiah Berlin, el pensador de la Escuela de Fráncfort Joseph Maier, el filósofo Leszek Kolakowski, los escritores Mario Vargas Llosa e Irving Howe, el historiador Paul Kennedy, el sociólogo Daniel Bell, con Miguel León Portilla y varios más. Enrique Krauze ofrece esta lectura que, a través de conver-saciones, acrecienta en ambos sentidos, para el entrevistador y el entrevistado, el trabajo intelectual.

213Recomendaciones editoriales

Curso urgente de política para gente decenteJuan Carlos MonederoEditorial Paidós, México, 2015.

Juan Carlos Monedero ve a la po-lítica como el único instrumento del que se puede echar mano para confrontar los problemas que esta sociedad, cada vez más comple- ja, nos pone delante. Una socie-dad que deja fuera la opción de la individualidad, donde las salidas posibles –si existen– tendrán que ser negociadas y diseñadas colec-tivamente.

Es tal la complejidad y la can-tidad de los hechos que a menudo

pueden llevar a la indignación que no resulta fácil decidir por dónde comenzar. ¿Dónde empezar cuan-do la exigencia de justicia es el imperativo? ¿Dónde cuando lo es la libertad o la democracia? El autor desmenuza los temas más sensi- bles de las sociedades contempo-ráneas para proponer los términos del debate social en el que subyace un nuevo modelo o una nueva for-ma de pensar la colectividad.

214 Revista Mexicana de Cultura Política NA

Años de guerraVasili GrossmanCírculo de Lectores, España, 2009.

La guerra es siempre un hecho con-tundente y aterrador. Los registros se vuelven más dramáticos cuando son narrados por un corresponsal que conjunta lo extraordinario con el día a día de la guerra. Fue esto lo que hizo el escritor Vasili Grossman en el libro Años de gue-rra, el que narra la Segunda Guerra Mundial desde la primera línea de fuego del ejército soviético.

Grossman fue uno de los co- rresponsales más leídos por el tra-bajo que realizó en el frente, y por la misma razón sus textos fueron citados en el Tribunal de Nurem-berg que enjuició a los criminales de guerra. Su obra, tan importante en la literatura soviética no fue

suficiente para que algunos de sus escritos fueran censurados por el régimen estalinista, debido a que dejaba ver críticas a la política del socialismo real.

Años de guerra reúne una no-vela (El pueblo es inmortal), una noveleta (El viejo profesor) y otros textos que ofrecen un gran pano-rama de la guerra desde el frente soviético. Se trata de textos escritos entre 1942 y 1945, en los cuales se da cuenta de los momentos más cruentos de la guerra y el horizonte de liberación. Un libro, que como su tema, no pasa de moda, al con-trario cada vez nos revela más del mundo en que vivimos.

215Recomendaciones editoriales

Ni sombra del disturbioFernando FernándezAUIEO Ediciones / Conaculta, México, 2014

Una nueva mirada a la obra de Ramón López Velarde, por cuenta del escritor Fernando Fernández, en una bella edición que incluye la reproducción del manuscrito del escritor jerezano “Los guantes negros”, cuyo único ejemplar está resguardado en la biblioteca de la Academia de la Lengua y que ahora llega a manos de muchos lectores gracias a este libro de la Direc-ción General de Publicaciones de Conaculta y la editorial AUIEO.

El libro está compuesto por cinco ensayos, uno de ellos preci-

samente sobre el texto “Los guantes negros”, así como otros ensayos so-bre los primeros poemas de Ramón López Velarde, sobre su amigo as-turiano Alfonso Camín, un curioso regodeo literario sobre la frase “arpadas lenguas” proveniente de La Celestina y que fue utilizada por López Velarde en una de sus obras y uno más dedicado al poema “El candil”. Una vez más se demuestra que no hay temas ni tiempos, sino autores con sus formas únicas de seducir con la magia de la pala- bra sobre algo que aparentemente ya se ha dicho.

216 Revista Mexicana de Cultura Política NA

Historia de Florencia.Nicolás MaquiaveloEditorial Tecnos, Madrid, 2009.

El pensador florentino es reconoci-do en la historia como pieza clave en los estudios sobre el poder. Su obra más famosa y analizada es El Príncipe, sin embargo, el resto de la obra de Maquiavelo contiene importantes contribuciones al es-tudio de la política real. Es el caso de Historia de Florencia, libro que escribió cuando cayó en desgracia política, con la vuelta al poder de los Medici en 1512, después de 18 años de ocupar cargos públicos que incluyeron relevantes misiones diplomáticas.

El Papa Clemente VII, cuyo nombre secular era Julio de Medici, le encargó escribir la Historia de Florencia, con la cual Maquiavelo

esperaba recuperar su acercamien-to a los Medici que gobernaban Florencia. Su intención fracasó y, paradójicamente, el escrito, una vez restaurada la república, sirvió para que se le acusara de ser partidario de aquella familia.

La obra de Maquiavelo cobró fuerza después de su muerte y su valor ha persistido por varios si-glos, pues se sigue considerando de gran actualidad en el análisis del poder. A la Historia de Florencia se le concede la categoría de antimo-delo, es decir, el ejemplo de lo que no se debe hacer, ya que en ella describe la corrupción como cau- sa de la decadencia de un sistema.

217

Acerca de los autores

Arturo Arnáiz y Freg

(1915-1982) Economista que se convirtió en investigador y docente de Historia hasta llegar a ocupar un lugar como miembro numerario en la Academia Mexicana de la Historia de 1956 a 1980. Ejerció la tarea docente en El Colegio de México, la UNAM y en el Instituto Tecnológico Autónomo de México. Impartió numerosas conferencias en instituciones educativas de México y de Estados Unidos. Es reconocida su aportación a la reconstrucción de la cultura mexicana del siglo XX, con su archivo personal y la donación de 35 mil volúmenes que hizo a la Biblioteca Miguel Lerdo de Tejada de la Secretaría de Hacienda y Crédito Público.

Eloy García

Doctor en Derecho (1985) y Catedrático de Derecho Constitucional, Universidad Complutense de Madrid. Director Académico del Doctorado de la Universidad Sergio Arboleda de Bogotá (Colombia). Técnico de Administración Civil en excedencia, y director de la colección Clásicos del Pensamiento de la editorial Tecnos.

Autor de diferentes artículos entre los que destacan: “El derecho cons-titucional como compromiso permanentemente renovado. Entrevista a Joaquim Gomes Canotilho” (1999), “Poder público y operadores privados en los modelos de sistemas de transportes del siglo XXI” (1999), “El Poder Constituyente Evolutivo en la crisis de la modernidad política” (2010), “La corrupción como problema jurídico y como estadio jurídico-moral” (2013), “El Rey Neutral. La plausibilidad de una lectura democrática del art. 56.1 de la Constitución” (2014), “Derecho a decidir y Democracia” (2015). Autor entre otros libros de: Inmunidad parlamentaria y Estado de Partidos Tecnos, Madrid, 1989. El problema de la Irrelegibilidad en la Democracia Contemporánea Universidad del Rosario, Bogotá, 2009. Benjamin Constant: Una Constitución para la República de los Modernos. Estudio de contextualización, Tecnos, Madrid, 2013.

Acerca de los autores

218 Revista Mexicana de Cultura Política NA

Ha editado y traducido los libros de Guglielmo Ferrero, Poder. Los genios invisibles de la ciudad (1992), William Hamiltom, La lógica parla-mentaria o de las reglas del buen parlamentario (1996), John G. Pocock, El momento maquiavélico (2002), Quentin Skinner, El artista y la filosofía política. Ambrogio Lorenzetti y los frescos del buen gobierno (2009). Ha introducido en castellano la llamada Escuela de Cambridge.

Otto Granados Roldán

Licenciado en Derecho por la UNAM, Maestro en Ciencia Política por El Colegio de México. Tiene una larga trayectoria en la función pública, donde ha tenido, entre otros cargos, secretario particular del secretario de Educación Pública, Jesús Reyes Heroles (1982-1985); Oficial Mayor de la Secretaría de Programación y Presupuesto (1986-1987); director general de Comunicación Social y portavoz de la Presidencia de la República (1988-1992); Gobernador de Aguascalientes (1992-1998) y Embajador de México en Chile, en dos periodos (1999-2001 y 2013-sept. de 2015); director general del Instituto de Administración Pública del Sistema Tecnológico de Monterrey (2008-2013). Actualmente es subsecretario de Planeación de la SEP.

Su experiencia en la gestión pública la ha convertido en tema aca-démico con la autoría o coautoría de 15 libros, numerosos artículos y ensayos sobre el tema. En el mismo ámbito también ha realizado una intensa labor de divulgación con la publicación de más de mil artículos y ensayos en diarios y revistas nacionales y extranjeros, entre ellos, El País, Crónica, Proceso, El Universal, Reforma, El Economista, La Razón, Punto y Aparte; El Mercurio de Chile, Perfil de Argentina y la Revista Mexicana de Cultura Política NA.

Manuel González Oropeza

Licenciado en Derecho por la UNAM, maestro en Derecho Público por la Universidad de California y Doctor en Derecho por la UNAM. Desde 1982 es Investigador Titular del Instituto de Investigaciones Jurídicas

219Acerca de los autores

de la UNAM; es miembro fundador del SNI y desde 2010 ostenta el Nivel III; en 2005 se le otorgó el Nivel D del PRIDE-UNAM. En 2006 fue nombrado recipiendario de la Cátedra sobre México Moderno en la Universidad de Montreal, en convenio con la UNAM y la SRE. En 2007 fue distinguido con el nombramiento de Doctor Honoris Causa por la Universidad Autónoma de Baja California. En noviembre de 2010 ingresó como Miembro Regu- lar de la Academia Mexicana de Ciencias. Desde 2010 es miembro alterno, a título personal, de la Comisión de Venecia ante el Consejo de Europa, cuyo objetivo es la promoción de la Democracia a través del Estado de Derecho. En la actualidad, desde 2006, es Magistrado de Sala Superior en el Tribunal Electoral del Poder Judicial de la Federación.

Harvey C. Mansfield

Académico estadounidense ligado a la Universidad de Harvard desde sus días de estudiante a la fecha. Obtuvo la licenciatura en 1953 y el doctorado en 1961. Un año después ingresó como docente y en la ac-tualidad ostenta la cátedra William R. Kenan sobre gobierno y filosofía política. Entre 1973 y 1977 fue director del Departamento de Estudios de Gobierno de la universidad, y presidente de la Asociación de Cien-cia Política de Nueva Inglaterra en el periodo 1993-1994. Ha recibido numerosos reconocimientos académicos a lo largo de su carrera, en-tre ellos la Beca Guggenheim en 1970 y la Medalla Nacional para las Humanidades en 2004. Es autor de 14 libros, entre ellos Una guía de la filosofía política para estudiantes (2001) en el que analiza la historia de la filosofía política a través de las contribuciones de pensadores como Platón, Aristóteles, Locke, Rousseau y otros y Domesticando al Príncipe: La ambivalencia del poder ejecutivo moderno (1989) donde enlaza la mo-derna doctrina del poder ejecutivo con Nicolás Maquiavelo. Ha traducido al inglés tres obras del pensador florentino así como el texto clásico de Tocqueville, La democracia en América.

220 Revista Mexicana de Cultura Política NA

Alfonso Reyes

(1889 – 1959) Abogado por la Escuela Nacional de Jurisprudencia (predecesora de la Facultad de Derecho de la UNAM). Tuvo una larga ca- rrera diplomática que combinó fructíferamente con la escritura. Fue Embajador de México en Argentina y Brasil; también desempeñó otros cargos en las embajadas de Francia y España. Fundó el famoso grupo Ateneo de la Juventud junto con Pedro Henríquez Ureña, Antonio Caso, José Vasconcelos y otros para estudiar a los clásicos griegos. Se desempe- ñó como secretario de la Escuela Nacional de Altos Estudios (antece-dente de la Facultad de Filosofía y Letras de la UNAM), donde también era docente. Fue nombrado Doctor Honoris Causa por las universidades de Princeton, La Sorbona y California en Berkeley. Es uno de los más reconocidos ensayistas y escritores mexicanos y tiene una extensa obra en poesía, teatro, ensayo, narrativa y crítica que ocupa 27 volúmenes. Su ensayo Visión de Anáhuac es mundialmente famoso y reconocido.

Jesús Reyes Heroles

(1921 -1985) Abogado por la UNAM, realizó estudios de posgrado en La Universidad de Buenos Aires, en el Colegio Libre de Estudios Superiores de Buenos Aires y en la Universidad Nacional de la Plata. Ocupó el sillón diez en la Academia Mexicana de la Historia en 1968 y fue nombrado miembro honorario de la Real Academia de la Historia de Madrid en 1969. Recibió el doctorado Honoris Causa por la Universidad Alcalá de Henares. Durante casi veinte años impartió cátedra en la UNAM, princi-palmente en la Facultad de Derecho. Tuvo también una larga trayecto- ria en el sector público, que inició muy joven: fue asesor en la Secretaría del Trabajo y en la Presidencia de la República, fue subdirector gene- ral del IMSS, director de Petróleos Mexicanos, secretario de Gobernación y secretario de Educación Pública. En la carrera política fue diputado federal y presidente del Partido Revolucionario Institucional.

El trabajo académico e intelectual estuvo presente a lo largo de toda su vida y de él resultó una obra extensa. Entre los libros más destacados están Tendencias actuales del Estado (1945), El papel del Estado en el de-

221Acerca de los autores

sarrollo económico (1952), Economía y política en el liberalismo mexicano (1956), Rousseau y el liberalismo mexicano (1961), La nacionalización de la industria eléctrica (1962), Recopilación, selección, comentarios y estudio preliminar de las obras de Mariano Otero (1967) y la obra que le valió un sinnúmero de reconocimientos por la gran calidad de investigación: El liberalismo mexicano (1957-1961)

José Woldenberg

Doctor en Ciencias Políticas, maestro en Estudios Latinoamericanos y licenciado en Sociología por la UNAM. Tiene una larga y reconocida tra-yectoria sindicalista y partidista. Fue presidente del Instituto de Estudios de la Transición Democrática y consejero ciudadano del Instituto Federal Electoral del que después fue consejero presidente. Su trabajo acadé- mico, de investigación, periodístico y en los cargos públicos ha estado vinculado al tema político-electoral de México. Es profesor e investigador en la UNAM, director de la revista Nexos entre 2009 y 2011, y desde 2008 consejero de la Comisión de Derechos Humanos del Distrito Federal. Columnista del diario Reforma y conferencista en diversas instituciones de educación superior y autor de artículos, ensayos y libros, entre los que destacan La construcción de la democracia (2002), El cambio demo-crático y la educación cívica en México (2007), Cultura mexicana: revisión y prospectiva (coord.) (2008), El desencanto (2009) e Historia mínima de la transición democrática en México (2012).

222 Revista Mexicana de Cultura Política NA

Lineamientos editoriales para autores

La Revista Mexicana de Cultura Política NA acepta colaboraciones de miembros del partido, simpatizantes y ciudadanos interesados en el debate del tema político, mismas que serán puestas a consideración del Consejo Editorial, y cuya presentación debe atender los siguientes lineamientos:1. Las colaboraciones deben ser inéditas. El Consejo Editorial evaluará artículos o ensayos publicados cuando así lo amerite la relevancia del contenido, tratamiento o aportación, y esté debidamente autorizada la publicación por los editores originales.2. La extensión de las colaboraciones no debe exceder de 25 cuartillas, in cluyendo la bibliografía. La medida de una cuartilla son 32 líneas, escritas en fuente Arial de 12 puntos. Si el documento contiene gráfi cos, se inclui- rán en el cuerpo del texto en el lugar específi co en que deben aparecer.3. Las referencias bibliográfi cas deberán ajustarse a las normas de estilo editorial de la American Psychological Association (APA).4. Se solicita un resumen de un máximo de 150 palabras, con versión en español y en inglés.5. Se solicita a los autores anexar una fi cha que contenga nombre, grado académico, institución a la que pertenecen y una síntesis curricular de no más de diez líneas.6. Las propuestas de ensayos y artículos pueden ser enviadas a revista@ nueva-alianza.org.mx7. Los trabajos se someterán a revisión de estilo.8. El Consejo Editorial se reserva el derecho de seleccionar los trabajos recibidos para su publicación.9. No se devuelven originales.10. Las situaciones no consideradas en los presentes lineamientos serán resueltas por la dirección de la revista y por el Consejo Editorial.