vista general sobre la playa (arcadi espada, lateral 2003)

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periodismo 33 lateral. / mayo 2003 ra: como un narrador convencional de ficciones, Bauluz decidió no ceñirse al engorroso trámite de lo real que carac- teriza obligatoriamente cualquier dis- curso periodístico. La fotografía pretendía reflejar la indiferencia de Occidente ante la tragedia de la inmi- gración africana. Pero la metáfora, como en el caso de las peores, estaba sustenta- da en el vacío: por lo que respecta a sus protagonistas la fotografía no probaba que hubiese indiferencia ni que, de ha- berla, fuese la de Occidente. Tampoco Flaubert había tenido que aportar mayores pruebas sobre la exis- tencia de madame Bovary. Le bastó con decir que Emma Bovary no existía, pero que en la provincia de Francia, miles de emmas le preparaban cada noche el pot- au-feu a sus maridos. Sin embargo, res- pecto a su ilustre predecesor, Bauluz tenía un pequeño problema: existían el cadáver y la pareja y para que accedieran a la condición de símbolos era impres- cindible el acuerdo de lo real. Yo, en fin, reprochaba al fotógrafo, igual que a muchos periodistas, que se entregara al arquetipo y abandonara a las personas. Y en la nota correspondiente de Diarios mostraba mi indignación ante el hecho de que las personas tuvieran que pechar injustamente con las conse- cuencias de un arquetipo indeseable. Que esa joven pareja, en fin, tuviera que llevar sobre sus hombros el peso de la indiferencia de Occidente ante el drama de la inmigración africana, y para el res- to de sus días. Además, a diferencia de los supuestos enamorados de Doisneau (Le baiser de l’Hôtel de Ville: ficción y ar- quetipo del París enamorado), la joven pareja cazada en la playa no había cobra- do por posar. Ni mucho menos. Nada en su posición ni en su gesto, nada de nada, permitía adjudicarles, con la ridícula convicción que exhibieron el fotógrafo y sus editores, una actitud de indiferencia. Muchos otros sentimientos (de duda, de expectación, de curiosidad, de resigna- ción, de meditación, de dolor, muchos otros) eran compatibles con su retrato. Pero ni a Bauluz ni a sus editores les in- teresó ninguno de ellos. La foto de Trieste Tampoco les interesó, por supuesto, una hipótesis diferente respecto a que la indiferencia fuese consecuencia del ra- cismo. Para sus planes era imprescindi- ble que la indiferencia fuese específicamente la de Occidente, o sea, la que proyectaba una pareja de ciudada- nos occidentales sobre el cadáver de un africano. En las páginas de Diarios yo re- producía, junto a los párrafos de un artí- culo de Claudio Magris, la fotografía de una playa de Trieste en un verano re- ciente. La fotografía, que publicó prime- ro un diario local y luego el Corriere della Sera, había provocado un cierto de- bate en Italia –en el que participaba con su acostumbrada finura el propio Magris– porque mostraba el cadáver de un ahogado entre bañistas. Más que en- tre bañistas, estrechamente rodeado de bañistas. En Trieste (y en muchas otras playas de todos los veranos) la promis- cuidad de muertos y vivos era mucho más llamativa que en Cádiz y planteaba diversas reflexiones. Entre ellas que no todas las personas se tratan igual con los muertos. Desde luego, yo no toleraría bañarme a la vista de un cadáver. Vista general sobre la playa Arcadi Espada C uando escribí en mi libro Diarios (Espasa, 2002) sobre la foto de Javier Bauluz, pu- blicada por primera vez en el diario catalán La Vanguardia (01.10.00), luego portada del New York Times (10.07.01) y más tarde premio Godó de Fotoperio-dismo 2001, mi intención principal no era desenmascarar ni al au- tor ni a su trabajo. Es decir, no me inte- resaba exponer, aunque las conocía, las circunstancias concretas en que se había tomado aquella imagen. Si me ocupé de ella fue por el ejemplo que suponía de empotramiento de la retórica de la fic- ción en la narración de los hechos. Un tema recurrente en Diarios. Es decir, me interesaba describir cómo algunos fotógrafos aspiran a fotografiar los símbolos aunque sea a costa de los hechos. Cuando Bauluz capturó a esa pareja con cadáver sentada en la arena de una playa de Cádiz no pensaba en las personas muertas o vivas que estaban allí. Lo único importante era la metáfo- El debate parte de una foto publicada el año 2000 por La Vanguardia y titulada La indiferencia de Occidente. Arcadi Espada, en su libro Diarios (Espasa, Madrid, 2002), la denunció como un ejemplo de ficcionalización de la realidad. Más tarde, La Vanguardia le respondió, primero a través del Defensor del Lector, y luego con un dossier. Ésta es la respuesta de Espada. Yo le reprochaba, igual que a muchos periodistas, que se entregara al arquetipo y abandonara a las personas © Javier Bauluz. Fotografía publicada por La Vanguardia el 1 de octubre de 2000. Se trata de la foto que origina la polémica.

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Page 1: Vista general sobre la playa (Arcadi Espada, Lateral 2003)

periodismo33

lateral. / mayo 2003

ra: como un narrador convencional deficciones, Bauluz decidió no ceñirse alengorroso trámite de lo real que carac-teriza obligatoriamente cualquier dis-curso periodístico. La fotografíapretendía reflejar la indiferencia deOccidente ante la tragedia de la inmi-gración africana. Pero la metáfora, comoen el caso de las peores, estaba sustenta-da en el vacío: por lo que respecta a susprotagonistas la fotografía no probabaque hubiese indiferencia ni que, de ha-berla, fuese la de Occidente.

Tampoco Flaubert había tenido queaportar mayores pruebas sobre la exis-tencia de madame Bovary. Le bastó condecir que Emma Bovary no existía, peroque en la provincia de Francia, miles deemmas le preparaban cada noche el pot-au-feu a sus maridos. Sin embargo, res-pecto a su ilustre predecesor, Bauluztenía un pequeño problema: existían el

cadáver y la pareja y para que accedierana la condición de símbolos era impres-cindible el acuerdo de lo real.

Yo, en fin, reprochaba al fotógrafo,igual que a muchos periodistas, que seentregara al arquetipo y abandonara a laspersonas. Y en la nota correspondientede Diarios mostraba mi indignación anteel hecho de que las personas tuvieranque pechar injustamente con las conse-cuencias de un arquetipo indeseable.Que esa joven pareja, en fin, tuviera quellevar sobre sus hombros el peso de laindiferencia de Occidente ante el dramade la inmigración africana, y para el res-to de sus días. Además, a diferencia delos supuestos enamorados de Doisneau(Le baiser de l’Hôtel de Ville: ficción y ar-quetipo del París enamorado), la jovenpareja cazada en la playa no había cobra-do por posar. Ni mucho menos. Nada ensu posición ni en su gesto, nada de nada,

permitía adjudicarles, con la ridículaconvicción que exhibieron el fotógrafo ysus editores, una actitud de indiferencia.Muchos otros sentimientos (de duda, deexpectación, de curiosidad, de resigna-ción, de meditación, de dolor, muchosotros) eran compatibles con su retrato.Pero ni a Bauluz ni a sus editores les in-teresó ninguno de ellos.

La foto de TriesteTampoco les interesó, por supuesto,

una hipótesis diferente respecto a que laindiferencia fuese consecuencia del ra-cismo. Para sus planes era imprescindi-ble que la indiferencia fueseespecíficamente la de Occidente, o sea,la que proyectaba una pareja de ciudada-nos occidentales sobre el cadáver de unafricano. En las páginas de Diarios yo re-producía, junto a los párrafos de un artí-culo de Claudio Magris, la fotografía deuna playa de Trieste en un verano re-ciente. La fotografía, que publicó prime-ro un diario local y luego el Corrieredella Sera, había provocado un cierto de-bate en Italia –en el que participaba consu acostumbrada finura el propioMagris– porque mostraba el cadáver deun ahogado entre bañistas. Más que en-tre bañistas, estrechamente rodeado debañistas. En Trieste (y en muchas otrasplayas de todos los veranos) la promis-cuidad de muertos y vivos era muchomás llamativa que en Cádiz y planteabadiversas reflexiones. Entre ellas que notodas las personas se tratan igual con losmuertos. Desde luego, yo no toleraríabañarme a la vista de un cadáver.

Vista general sobre la playaArcadi Espada Cuando escribí en mi libro

Diarios (Espasa, 2002) sobrela foto de Javier Bauluz, pu-blicada por primera vez en el

diario catalán La Vanguardia (01.10.00),luego portada del New York Times(10.07.01) y más tarde premio Godó deFotoperio-dismo 2001, mi intenciónprincipal no era desenmascarar ni al au-tor ni a su trabajo. Es decir, no me inte-resaba exponer, aunque las conocía, lascircunstancias concretas en que se habíatomado aquella imagen. Si me ocupé deella fue por el ejemplo que suponía deempotramiento de la retórica de la fic-ción en la narración de los hechos. Untema recurrente en Diarios.

Es decir, me interesaba describir cómoalgunos fotógrafos aspiran a fotografiarlos símbolos aunque sea a costa de loshechos. Cuando Bauluz capturó a esapareja con cadáver sentada en la arenade una playa de Cádiz no pensaba en laspersonas muertas o vivas que estabanallí. Lo único importante era la metáfo-

El debate parte de una foto publicada el año 2000 por LaVanguardia y titulada La indiferencia de Occidente. Arcadi Espada,en su libro Diarios (Espasa, Madrid, 2002), la denunció comoun ejemplo de ficcionalización de la realidad. Más tarde, LaVanguardia le respondió, primero a través del Defensor delLector, y luego con un dossier. Ésta es la respuesta de Espada.

Yo le reprochaba, igual que a muchosperiodistas, que seentregara al arquetipoy abandonara a las personas

© Javier Bauluz. Fotografía publicada por La Vanguardia el 1 de octubre de 2000. Se trata de la foto que origina la polémica.

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También en los velatorios me guardo decontemplar el féretro descubierto. Peronunca me atrevería a afirmar que esa dis-crepancia mía con los cadáveres presu-pone un sentimiento de humanidadmayor, más noble, que el de quienes op-tan por otras conductas. Aún así, parecefácil ponerse de acuerdo en que los cadá-veres exigen respeto y que en nuestrascircunstancias culturales el respeto pue-de traducirse, por ejemplo, en el estable-cimiento de una cierta distancia cuandoalguien, de repente, cae muerto entre losvivos. Y que ni en Trieste ni en muchasotras playas esa distancia parecía mante-nerse. Todo lo contrario, por cierto, queen el caso de Cádiz. Luego hablaré deeso. Lo que me importa subrayar ahoraes que la abrumadora mayoría de los ca-dáveres que aparecen en las playas noson de inmigrantes. Y que la presuntaindiferencia de los que, como en Trieste,los rodean no depende, pues, de las ca-racterísticas físicas o sociales del ahoga-do: no se trata de una indiferenciaxenófoba, sino meramente humana. Sé que la enunciación de estas circuns-tancias no basta para garantizar que laindiferencia (siempre presunta) de losbañistas fuera ajena a la condición deafricano de la víctima: pero, al menos, lapone en duda. Y que, desde luego, atri-buir la obstinación en el relajo de los ba-ñistas al carácter racial de la víctima esuna superchería demagógica, y en el fon-do profiláctica, ante hipótesis más devas-tadoras. Más humanamente devastadorasaunque no acumulen el sobreprecio de labonita y eficaz metáfora trazada porBauluz y seguidores: ésta de que los ha-bitantes del paraíso ignoran al desgracia-do que no pudo alcanzar sus riberas.

Las fotos inéditasÉstas son, resumidas, algunas de las

objeciones que escribí sobre el trabajode Bauluz. Las objeciones han provoca-do la respuesta del fotógrafo, en algunosforos periodísticos –entre los que conoz-co, un encuentro digital con los lectoresde www.elmundo.es y una entrevista enla revista Leer, correspondiente al mesde febrero del año 2003–, y en especialdel diario La Vanguardia, que no sólopublicó originariamente la foto deBauluz, sino que además le dio un pre-mio que lleva el nombre del amo del pe-riódico. El Defensor del Lector,1

primero, y los editores del Magazine(02.03.03), después, dedicaron al asuntoun buen espacio. Sin embargo, en las pá-ginas del Magazine hay algo más que de-clamaciones. Se trata de la exhibición dealgunas de las fotos, hasta ahora inéditas,que Bauluz hizo en la playa. El materialdemuestra que la cercanía entre el cadá-ver y la pareja es un mero efecto óptico,deliberadamente provocado por el fotó-grafo. Un buen ejemplo de por quéJames Nachtwey, el excepcional fotógra-fo norteamericano, se niega a usar gran-des objetivos: “Los teleobjetivoscomprimen el espacio y crean una dis-tancia y uniformidad artificiales”, decíaNachtwey, recientemente, en Abc(05.04.03). Del mismo modo, el materialinédito demuestra que también es irrealla intimidad del dramático diálogo mudoentre pareja y cadáver: desde que laGuardia Civil lo sacó del agua (no llegóa la playa escupido por las olas comoquerría el mito) y lo depositó en la arenaa una respetuosa distancia de los bañistasmás próximos (la pareja), el cadáver es-tuvo rodeado, velado, en cierto modo: el

propio Bauluz, en el relato que hace desu actuación en la playa (lleno de detallesinútiles y sorprendentemente huérfanode datos técnicos del máximo interés,como el de las ópticas que utilizó) reco-noce que la Guardia Civil había trazadoun círculo en torno al cadáver y que nodejaba que nadie no autorizado lo tras-pasara. La exhibición del Magazine acabatambién con el rasgo retórico más sobre-saliente del montaje, atribuible, antesque a la foto, al dispositivo textual conque fue tratada: si en el reportaje origi-nario la fotografía seminal llevaba un piede foto que decía: “Una pareja observacon indiferencia...”, ahora el pie ya nopisa el alma de la pareja: “Una parejajunto a un cadáver...”, dirá ahora el pie,más sobriamente, aunque acogiéndose alos beneficios de una espacialidad pura-mente mítica.

A pesar de las apariencias no debe sor-prender que los responsables delMagazine hayan ilustrado sus ademanesofendidos con estas fotos que los refutanirrevocablemente. En realidad ni Bauluzni sus editores han comprendido todavía(y su respuesta, reproducida a continua-ción, es la prueba) la naturaleza de lamanipulación a que sometieron a la pa-reja de bañistas. Por fortuna esa incom-prensión ha permitido que conozcamoslas pruebas empíricas de la farsa. Perosupone, al mismo tiempo, que en cuantola ocasión se presente pueden reanudarsus teatros.2

Entre las fotos inéditas que elMagazine muestra, destaca una. Es la quepodríamos llamar Vista general sobre laplaya. La foto se explica sola. Un playagrande, con bastante gente. En primerplano un hombre tendido: el cadáver.Entre las diversas personas que estáncerca del cadáver hay guardias civiles yun cámara de televisión. Pero lo crucial,

desde luego, está en el extremo derecho,casi a la mitad del encuadre. Ahí, bajo susombrilla, está la pareja. Y en cada puntode esa diagonal imaginaria que traza conel cadáver (situado desde luego, a variosmetros de distancia) se advierte la estra-tagema retórica que puso en funciona-miento Bauluz, situándose por detrás dela pareja y apuntándola, probablemente,con un teleobjetivo.

He encarado muchas veces estas dosfotos. Un día me hice esta pregunta:Con independencia de lo que sabes so-bre ellas, ¿qué es lo que hace que una deesas dos fotos sea falsa? Era una pregun-ta de imposible respuesta, al menos paramí, completamente viciado ya por elasunto. Así que hablé con Paco Caja, quefue profesor de Teoría e Historia de laFotografía en la Universidad deBarcelona. Fue detallándome muchasobservaciones de interés. Por ejemplo, larelación entre el tamaño de los protago-nistas de una y otra fotografía, muchomás igualitaria en el plano general, dadoque fue obtenida por un ojo electrónicomás comparable al humano. Me hizo vertambién la ilusión óptica de que los fle-cos de la sombrilla casi golpearan la ca-beza del cadáver. Cuando le pregunté aCaja por los mecanismos que había utili-zado Bauluz para aproximar ilusoria-mente a los tres protagonistas dijo algode mucho interés: “El fotógrafo pudoutilizar un teleobjetivo. O ampliar undetalle de una vista más general. O biensituarse a un metro de la pareja y dispa-rar con una óptica normal. Es imposiblesaberlo.” El interés estaba, pensé, en laúltima posibilidad. En que los hubierafotografiado a un metro de distancia.Para ello debería haber llegado a algúntipo de acuerdo, tácito o no, con ellos.Era una hipótesis descabellada, ya lo sa-bía, pero me gustó fantasear (el escritorde hechos necesita desahogos) con la po-sibilidad de que Bauluz los hubiese utili-zado como modelos. Que los hubiesehecho posar. Porque, en realidad, lo es-cribí antes, nada, a excepción del precio,los separaba objetivamente de los mode-los de Doisneau: la indiferencia que lesatribuían era tan impostada como elamor de los dos jóvenes que se besanfrente al Hôtel de Ville.

Un duelo de fotosSin embargo, del duelo entre las dos

fotos aún surgían un par de reflexiones

más. La primer afectaba al supuesto ca-rácter político de la denuncia que habíaconstruido Bauluz sobre la indiferenciade los dos bañistas. La comparación traíasorpresas también en este ámbito. Enrealidad, la madre de todas las fotos eramucho más tranquilizadora para la con-ciencia individual. Porque, desde luego,ningún occidental felicísimo iba a identi-ficarse con esa pareja obscena. La para-doja estaba lista: la foto seminal queríarepresentar La indiferencia de Occidente,pero era imposible que clavara las uñasen ningún occidental: más problemáticoparece, en cambio, eludir la identifica-ción con las borrosas siluetas (cuyo peca-do político no es la indiferencia pero sí,acaso, la felicidad) que pueblan la vistageneral.

Entre la foto seminal y la Vista generalsobre la playa se había producido, por úl-timo, una simple, pero muy significativa,operación mecánica. En la Vista gene-ral... Bauluz había abierto el ángulo yhabía mostrado lo que había en torno alos bañistas presuntamente solitarios. Yasí había desvelado la trampa fundamen-tal de la foto premiada. Hay una maneraradical de enfrentarse a la verdad de unafoto: preguntarse qué hay al lado, preci-samente. Si se abre el ángulo y lo que semuestra es contradictorio con el originalseleccionado, entonces la foto es falsa.Puede aplicarse aquí este procedimiento.Los dos mensajes principales de la foto-grafía se destruyen de inmediato. La in-timidad entre la pareja y el cadáver,imprescindible para que puedan entablarsu escalofriante diálogo, queda impugna-da por la presencia de guardias civiles,periodistas y asistencias varias. Y la dis-tancia obscena entre pareja y cadáver serevela igualmente falsa. Cualquiera queobserve la vista general de la playa puedecomprobar que existía una distancia derespeto entre el cadáver y la pareja.

El procedimiento de abrir el ángulome ha hecho pensar (y espero que la ca-lidad del pensamiento no venga decididapor la calidad de sus provocaciones ori-ginarias) en una posible teoría del hecho.En Diarios, y en alguno de mis libros an-teriores, sostengo que los hechos no tie-nen versiones. Carner, el gran prosista,decía que la verdad puede estar rota enmil pedazos, pero que es una. En efecto:y ninguno de esos pedazos puede contra-decir a otro. Cuando uno acota un hechoy luego abre el ángulo sin encontrarcontradicciones (versiones), es que esta-mos, probablemente, ante un hecho: esdecir ante el adecuado corte epistemoló-gico que permite reconocer a un hechocomo tal. Ésa es la principal diferenciaentre la foto seminal y la Vista general...En el primer caso, la apertura del ánguloprovoca toda suerte de contradicciones,especialmente basadas en la soledad y enla distancia (falsas); en el segundo podríamos abrir el ángulo hasta el últi-mo confín del universo: no veo que pu-

Si se abre el ángulo ylo que se muestra escontradictorio con eloriginal seleccionado,entonces la foto es falsa

Ni Bauluz ni suseditores hancomprendido todavíala naturaleza de lamanipulación a quesometieron a la pareja

Fragmento de la fotografía de Javier Bauluz Vista general sobre la playa, publicada por el Magazinede La Vanguardia, en un encuadre en que no se aprecia la distancia entre el cadáver y la pareja de bañistas.

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diera hallarse contradicción.Bauluz se marchó de la playa con el

crepúsculo. Entre todo el material quereunió en cuatro horas de trabajo habíauna gran foto: la vista general con un ca-dáver en primer plano. Esta fotografíatiene el rasgo que distingue a las grandesnarraciones de hechos, a los grandes re-latos periodísticos: es a la vez ambiciosa

y modesta. Ambiciosa porque no renun-cia a abarcar el hecho, a identificar loreal sin amagos; modesta también por-que sabe que la epistemología periodísti-ca no puede desentrañar en el hombrenada que sobrepase la dimensión de unasilueta, una cualquiera de las que en lafoto vagan por la playa, más o menosalejadas de un cadáver. Al pie de esa fo-

tografía, conmovedora y humanísima, sepodrían haber puesto las palabras deMagris: “Hay que seguir viviendo, sedice después de cada muerte: y Bernanosse preguntaba si no era eso precisamentelo horrible.” No sólo lo horrible; cabeañadir: quizá también lo inexplicable.

Bauluz podría haber optado por esameditación. La llevaba en la cartera.

Pero prefirió la propaganda, que estámejor pagada.

Arcadi Espada (Barcelona, 1957) es periodista, pro-fesor de Periodismo en la UPF de Barcelona, y autorde Contra Catalunya (Flor del Viento, 1997), Raval(Anagrama, 2000) y Diarios (Espasa, 2002).

Vista general sobre la playa, © Javier Bauluz. Fotografía publicada por La Vanguardia el 2 de marzo de 2003.

1. El 15 de diciembre de 2002 el Defensor delLector de La Vanguardia, Josep Maria Casasús, publi-có un artículo sobre el caso en su sección habitual decada domingo. Ese mismo día le envié una carta queno tomó en consideración. Éstos son algunos de suspárrafos. Los argumentos del periódico y los míos es-tán fragmentados para su mejor comprensión.

La Vanguardia, Rius [Josep Carles, responsable delMagazine] contesta al Defensor del Lector:

“Espada parte de un dato absolutamente falso cuandodice: ‘A Bauluz le bastó para construirla (la foto) con unencuadre que aislara a las otras figuras presentes en eldrama: policías, médicos, leguleyos, personal de asisten-cia, curiosos, bañistas, y una óptica adecuada que coloca-ra en una falsa cercanía a los bañistas y el cadáver.”Sostiene Rius: ‘La fotografía no está tomada con ningu-na óptica que deforme la realidad y cualquier experto enfotografía lo aprecia a simple vista. Los equipos que reti-raron el cadáver no salen en la foto porque, desbordadospor lo que ocurría aquellos días, tardaron horas en lle-gar. Los médicos y leguleyos simplemente no acudie-ron”.

Arcadi Espada:“Sobre las figuras:. Pocas semanas después de publi-

car el reportaje, el propio suplemento de LaVanguardia volvió al caso. Me extraña que no cites estehecho en tu crónica, aunque supongo que se trataba deresumir. En fin, volvió al caso porque se habían recibi-do algunas cartas en la redacción, todas horrorizadas yuna de ellas, concretamente horrorizada por el trata-miento que recibía la pareja. [...] El hecho es que parailustrar las cartas vosotros utilizasteis una vista generalde la playa tomada desde el otro lado del cadáver. Enesa foto se ve claramente que en torno del cadáver hay,al menos, cuatro personas vestidas, que además inva-den el círculo de seguridad (y de respeto) que laGuardia Civil trazó en torno del cadáver. La dos cir-cunstancias: –ir vestidas y estar dentro de la zona re-servada– evidencian que no eran bañistas, sinopersonal policial, judicial, médico, etc. Lo que fuese.

[...]Sobre la distancia: Bauluz entregó al diario otra foto

que no publicas. De hecho nunca la habéis publicado.Es prácticamente idéntica a la vista general de que ha-blo en el párrafo anterior. Pero tiene una particulari-dad interesantísima: en el ángulo superior derecho se

ve perfectamente la pareja con su sombrilla. Y, en con-secuencia, se aprecian perfectamente dos cosas: que lapareja nunca estuvo a solas con el cadáver (sólo la retó-rica tramposa de Bauluz permite hacerlo creer) y dos, ymás importante, que la pareja estaba mucho más lejosdel cadáver de lo que la ilusión óptica de Bauluz hacepensar. [...]”

La Vanguardia:“¿No se particularizó abusivamente en esta foto la

simbolización de la indiferencia? Rius alega:‘Evidentemente, no era sólo la indiferencia de la parejade la foto, pero sí que la imagen transmitía una indife-rencia colectiva. Y aquí está el segundo gran argumen-to esgrimido por Espada, que tacha la imagen de puraficción simbólica. La fotografía capta un hecho (la parejacerca del cadáver) y el periodista sabe cuál es el con-texto de la foto y, por consiguiente, puede interpretar-la. Y cuando Javier Bauluz, José Bejarano y los editoresdel Magazine deciden darle el valor simbólico de la in-diferencia es porque saben qué ocurrió aquella tardeen la playa de Zahara de los Atunes.’ Porque tienen lainformación y multitud de fotos que explican qué ocu-rrió (algunas de estas fotos resultan muy poco afortu-nadas para la pareja, que permaneció durante horas enel mismo lugar). Nada excepcional, lo que pasaba casicada día, la normalidad ante la muerte de inmigrantes,pero que nadie había recogido, porque era mejor mirarhacia otro lado, en un silencio cómplice que algún díala historia echará en cara a este país. Espada no estabaallí, ni preguntó a los que estaban”.

Arcadi Espada:“La fotografia no capta un hecho. Lo construye.

Aquí está la clave de todo. Hay muchas páginas enDiarios sobre este tema y no me extenderé. ‘Espada noestaba allí’, es cierto. Ni Bejarano ni los editores delMagazine ni tú mismo. Pero la diferencia entre Espaday el resto es que yo he investigado –un poco menosque mi ex alumna Marga Zambrana– las circunstanciasde aquel mediodía en la playa. Todas las afirmacionesde Diarios están sostenidas por los hechos. [...]”

La Vanguardia:“En defensa de los lectores debo manifestar que en

aquel reportaje no se falseó la realidad. De enero aseptiembre del año 2000, los servicios de ProtecciónCivil contabilizaron 263 cadáveres sólo en aquella par-te de la costa de Cádiz. Los lectores tenemos derecho a

conocer la realidad, aunque a todos, incluidos los pe-riodistas, por supuesto, nos duela constatar la indife-rencia humana, sin adjetivos geográficos o culturales,respecto a la muerte y al sufrimiento ajeno.

Arcadi Espada:“Entiendo perfectamente [...] tu difícil equilibrio. Es

por él que dices que ‘en aquel reportaje no se falseó larealidad’. No podrías decir, y te lo agradezco, que ‘enaquella foto no se falseó la realidad’. Porque se falseó ya fondo, en lo que a la pareja respecta. Naturalmentelas buenas intenciones del reportaje y la evidencia deque este cadáver nos avergüenza son indiscutibles. Yaentiendo que lo digas. Estoy de acuerdo. Como tam-bién estoy de acuerdo con estas palabras –‘la indiferen-cia humana’–, extraídas casi textualmente de mi libro.En efecto, si yo he adjuntado a mi reflexión sobre Laindiferencia de Occidente la foto de una playa de Triesteera para constatar, de nuevo, que la retórica incluidaen La indiferencia de Occidente era falsa. Porque haya uncadáver en la playa y la gente no se inmute (y habríamucho que hablar sobre lo que realmente significa noinmutarse, pero éste no es el lugar) no es necesario queel cadáver sea el de un magrebí.

Esto es, Josep Maria, lo que debo decirte, por el mo-mento, sobre el asunto. Ahora deberías ver de qué ma-nera los lectores de La Vanguardia pueden llegar atener conocimiento de todo esto. Ni que decir tieneque me pongo a tu disposición para escoger la fórmulaque creas más idónea.”

2. El 16 de marzo el Magazine publicaba mi carta deréplica. Decía: “Sólo unas líneas para felicitarle por lainserción en el número del domingo 2 de marzo de laspruebas irrefutables (en forma de fotografías inéditas)de la burda manipulación que el fotógrafo JavierBauluz y el editor del Magazine Josep Carles Riuspracticaron en su día con la muerte de un hombre enuna playa de Zahara de los Atunes. Es cierto que loscomentarios que acompañan a la irrefutable muestraindican que el fotógrafo y su editor no han comprendi-do aún las características y el alcance de la citada mani-pulación. Por mi parte insistiré en explicárselo. Pero,en cualquier caso, sus dificultades sólo insinúan quepueden repetir una manipulación semejante: respectoal asunto concreto que nos ocupa la verdad ha quedadoa salvo y es justo reseñarlo.”

Notas al pie

Infografía de la fotografía de Javier Bauluz Vista general sobre la playa, en que se aprecia tanto elfoco, dirección y sentido aproximados en que fue tomada, como el encuadre en que fue publicada porprimera vez por La Vanguardia, tal como se aprecia en la página anterior.